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Politica y Memoria

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Derechos reservados

Política y memoria
A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

© Flacso México

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Derechos reservados

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Política y memoria
A cuarenta años de los golpes de Estado
en Chile y Uruguay

Ana Buriano Castro


Silvia Dutrénit Bielous
Daniel Vázquez Valencia
(editores)

© Flacso México

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321.090983
P769 Política y memoria : a cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay /
Ana Buriano Castro, Silvia Dutrénit Bielous, Daniel Vázquez Valencia (edito-
res).- México : FLACSO México : Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis
Mora, 2015.
289 páginas ; 23 cm

ISBN: 978-607-9275-56-3 (Flacso México)


ISBN: 978-607-9294-67-0 (Instituto Mora)

1.- Golpe de Estado - Chile - Historia. 2.- Golpe de Estado - Uruguay - Historia.
3.- Dictadura - Uruguay. 4.- Justicia - Chile. 5.- Cine documental - Aspectos Políticos
- Chile. 6.- Cine Documental - Aspectos Políticos - Uruguay. 7.- Chile - Política y
Gobierno - Siglo XX. 8.- Uruguay - Política y Gobierno - Siglo XX. I.- Buriano
Castro, Ana, editora II.- Dutrénit Bielous, Silvia, editora III.- Vázquez, Daniel (Luis
Daniel Vázquez Valencia), editor

Primera edición: mayo de 2015

D.R. © 2015, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede México,


Carretera al Ajusco 377, Héroes de Padierna, Tlalpan, 14200 México, D.F.
<www.flacso.edu.mx>, <public@flacso.edu.mx>

D. R. © 2015, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora


Calle Plaza Valentín Gómez Farías 12, San Juan Mixcoac,
03730, México, D. F.
Conozca nuestro catálogo en <www.mora.edu.mx>

Fotografía en portada: Colección Museo Histórico Nacional, Chile.


Diseño de forros: Cynthia Trigos Suzán.

ISBN (Flacso México) 978-607-9275-56-3


ISBN (Instituto Mora) 978-607-9294-67-0

Este libro fue sometido a un proceso de dictaminación por académicos externos de acuer­do
con las normas establecidas por el Consejo Editorial de la Flacso México y el Instituto de
Investigaciones Dr. José María Luis Mora.

Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta del contenido de la


presente obra, sin contar previamente con la autorización por escrito de los editores, en
tér­minos de la Ley Federal del Derecho de Autor y, en su caso, de los tratados internacio-
nales aplicables.

Impreso y hecho en México. Printed and made in Mexico.

Derechos reservados

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Índice

Estudio introductorio
Ana Buriano Castro y Silvia Dutrénit Bielous . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

1. Los golpes de Estado: ayer, hoy y mañana

Los cuarenta años del golpe de Estado de 1973 en Uruguay


Gonzalo Varela Petito. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay


Álvaro Rico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos


actuales en el contexto latinoamericano
Darío Salinas Figueredo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación


política. (A cuarenta años del golpe de Estado del 11 de septiembre
en Chile)
Ricardo A. Yocelevzky R. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101

Anexo I. 1973 en la memoria de los protagonistas: testimonios. . . . . . . . . . . 127


Iván Altesor
Guillermo Ravest
Gonzalo Martínez Corbalá

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2. Justicia transicional: retos y experiencias

Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria:


Chile 1973-2013
Elizabeth Lira . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

La larga lucha contra la impunidad en Uruguay


Jo-Marie Burt . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165

3. Cine, historia y memoria

A propósito de Patricio Henríquez y Virginia Martínez


Nelson Carro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185

Anexo II. Tiempo y verdad: reflexiones de los documentalistas. . . . . . . . . . . 209


Patricio Henríquez
Virginia Martínez

4. A modo de cierre

Transición y justicia: el caso mexicano


Mariclaire Acosta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229

A cuarenta años de los golpes de Estado: tesis para una reflexión


Daniel Vázquez Valencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245

Sobre los autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273


Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279

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Estudio introductorio
Ana Buriano Castro y Silvia Dutrénit Bielous

En un arco temporal de la historia reciente, América Latina tiene un


pasado abigarrado de dictaduras de Seguridad Nacional, de autorita-
rismos y conflictos prolongados como, por ejemplo, el centroamericano
o el colombiano. Es un pasado que afecta a las sociedades actuales en
tanto sus huellas mantienen presencia y son fuente de una controversia
que todavía involucra diferentes ámbitos sociales y políticos. Dentro de
ese arco se ubican los golpes de Estado de 1973 en Chile y Uruguay.
Pese a que ambas experiencias se engloban dentro del mismo contexto
doctrinario de la Seguridad Nacional y coinciden en su prolon­gada his-
toria secular de estabilidad democrática y en un sistema político inte-
grador de sólidas comunidades partidarias y organizaciones sindicales
autónomas, esos golpes rematan muy distintas crisis generadas en los
años previos.
¿Por qué volver desde el presente a la historia del pasado traumático
latinoamericano de la segunda mitad del siglo xx? Porque es un pasado
que afecta a varias generaciones coetáneas pero que a la vez transciende
lo meramente referencial para encarnar en un presente impregnado de
múltiples reflejos que provienen del mundo globalizado.1 A su vez, esos
reflejos refractan luces y sombras hacia el futuro. En esa dimensión, en
los abismos y las tensiones temporales, se sitúa este libro, al decir de
Koselleck, entre “el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa”.2

1
García Canclini, 2002: 19-27.
2
Koselleck, 1993: 338-357.

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Ana Buriano Castro y Silvia Dutrénit Bielous

Sin duda, las miradas desde el presente imponen nuevos sentidos


y demandas de conocimiento renovados a la luz de otras preguntas.
Hacia dónde va el continente en el nuevo siglo es una interrogante que
alumbró distintas inquietudes y reflexiones desde que este despuntó.3 Sin
embargo, a la hora de buscar respuestas, las miradas pretenden entender
hechos y procesos presentes por la pervivencia de tendencias y legados
culturales con arraigo social. Esa reiterada observación de un pasado que
de manera insistente se hace presente parte también de un lente puesto
en un futuro abierto y desconocido pero con expectativas acotadas.
Cuarenta años después de los golpes de Estado, un mundo de inte-
rrogantes agita la vida social y política impactada por viejos y nuevos fenó-
menos en escenarios transformados. Este libro, inscrito en una intención
conmemorativa, ofrece análisis y algunas claves para entender aquellos
hechos como las herencias que se plasman en estos nuevos escenarios.4
La coincidencia de las fechas convoca y “vehiculiza”5 esta empresa co-
lectiva. En ella convergen académicos, profesionales del séptimo arte y
testigos. Abren con su acompañamiento distintas dimensiones analíti-
cas. Sin duda, quienes fueron protagonistas de aquel 1973, encontraron
el espacio para vencer el silencio y dar testimonio de aquello que antes
no pudo ser expresado. Un antecedente cercano en este contexto conme-
morativo fue un coloquio internacional que, con motivo de los cuarenta
años de los golpes de Estado, se realizó en 2013 en la Ciudad de México.6
Esa ocasión dio lugar a que se expresara “la emergencia de una pro-
funda seducción por las huellas del pasado”, en virtud de que la memo-
ria “constituye un núcleo sustantivo de pertenencia y de reforzamiento

3
Así se lo planteó tempranamente García Canclini (2002) en la obra titulada: Latinoameri-
canos buscando un lugar en este siglo.
4
Las conmemoraciones estimulan a centrar la reflexión en los sucesos o personajes evocados,
verdaderas “ocasiones públicas, espacios abiertos, para expresar y actuar los diversos senti-
dos que se le otorga al pasado” ( Jelin, 2002: 244-251).
5
Jelin, 2013: 219-239.
6
El Coloquio Internacional Uruguay y Chile: 40 años de los golpes de Estado, y el ciclo docu-
mental con el mismo nombre, fueron un esfuerzo conjunto del Instituto Mora, la Flacso
México, la Cineteca Nacional y el Instituto del Asilo-Museo Casa de León Trotsky que
se llevó a cabo en la semana del 10 al 14 de junio de 2013. En estas actividades académi-
cas y de extensión cultural convergieron científicos sociales, historiadores, cineastas, activistas
de derechos humanos, periodistas y —con su testimonio— protagonistas principales de
aquel momento.

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Estudio introductorio

identitario”, ligado sin duda al fortalecimiento de las “esferas públicas de


la sociedad civil”.7 Las instancias conmemorativas como se plasmaron
en los países involucrados y en otros (monumentos, placas, marcas) re-
sultaron activadoras de la rememoración e hicieron posible que fluyeran
distintas memorias.
El diálogo y los testimonios sobre un ayer rememorado y socializado
invitaron a seguir analizando los hechos y sus huellas desde un presente
pasado que guarda cuatro décadas de distancia con los acontecimientos,
tiempo en el cual la reflexión fue decantada, enriquecida y serenada. Por
tanto, el contenido del libro es producto de un proceso de maduración
intelectual desde distintas formaciones disciplinarias —como la historia,
la ciencia política, la sociología, la psicología y la cinematografía— que
reconoce su raíz en el acto conmemorativo. Esta conjunción de enfoques
propende a la multiplicación de puntos de acceso para su observación
presente. Hay que señalar que quienes participan de este esfuerzo edito-
rial no son ajenos en muchos casos a lo observado y analizado. O dicho
de otra forma, son parte de la generación que vivió los acontecimientos
o de su entorno de transmisión. En ellos anida (¿por qué no?) esa apuesta
al legado cívico, a la enseñanza.8
Así pues, con la conmemoración de los golpes de Estado se preten-
dió evocar el pasado, reconocer su pervivencia en el presente y reflexionar
desde el déficit de futuros de esta temporalidad. Una temporalidad que
tiene su propia estructura en la sensibilidad actual. El pasado no muere
por vejez y muerte natural, sino por otras causas. Busca formas de tras-
cender, para bien o para mal: como pasado carga o como pasado fuerza.9
No se puede negar así el carácter imperativo de la empresa conmemora-
tiva y su inserción en un reforzamiento de códigos culturales que hacen
propios distintas generaciones.10

7
Waldman, 2007: 13.
8
Yerushalmi, 1998: 13-26.
9
Caetano, 2008: 246.
10
“… la tesis de la imperatividad del pasado supone, además del énfasis en acontecimientos a
los que se le adjudica un papel fundacional, la continuidad como imperativo funcional que
se ve ratificado en cada conmemoración. Por ende, hay una relación, que todavía se vive o
se debe vivir como orgánica con ese pasado (de allí venimos, somos los continuadores de la
obra, somos los herederos). El problema surge, en esta postura, cuando esa relación de con-
tinuidad ya no puede darse por supuesta” (Rabotnikof, 2009: 188).

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Ana Buriano Castro y Silvia Dutrénit Bielous

En el mismo sentido, y con motivo de los cuarenta años de aque-


llos sucesos de ruptura, el libro acompaña desde México —tierra emble-
mática de exilios latinoamericanos y escenario en el que se produce esta
conmemoración— el esfuerzo de reflexión y análisis que desplegaron las
ciencias sociales y humanidades en Chile y Uruguay, así como en diver-
sos países del mundo.11 Es heredero de la complejidad de los tiempos a
los que se aplica. Desde la perspectiva del presente, con la rémora de su
difícil transitabilidad y con incertidumbres por el futuro, los capítulos
que aquí se reúnen revaloran realidades históricas, constatan permanen-
cias y legados y emiten mensajes hacia la región.
Está organizado en cuatro apartados temáticos: “Los golpes de Esta-
do: ayer, hoy mañana”, “Justicia transicional: retos y experiencias”, “Cine,
historia y memoria” y “A modo de cierre”. Dos de ellos están acompaña-
dos por anexos: “1973 en la memoria de los protagonistas: testimonios” y
“Tiempo y verdad: reflexiones de los documentalistas”.
Bajo el apartado “Los golpes de Estado: ayer, hoy y mañana” y con
un ordenamiento histórico-cronológico de los quiebres institucionales,
se presentan trabajos centrados en el análisis de los periodos dictatoria-
les en ambos países. Lo anterior se ofrece desde una doble mirada. Una
de ellas está dedicada al estudio de las coyunturas nacionales en las que se
inscribieron. La otra mirada se aboca a la consideración de los regímenes
surgidos de estas rupturas-continuidades, a partir de variables relaciona-
das con el sistema político, la estructura de partidos y el espectro ideo-
lógico en el que se desarrollaron e imprimieron su impronta al presente.
Aunque pueden advertirse variantes metodológicas, todos los estu-
dios —sociológicos, politológicos, históricos— están orientados a la ca-
racterización de los sistemas políticos, particularmente los subsistemas
de partido, lo político ideológico, lo político institucional y el análisis de
coyunturas. Se advierte que los analistas del golpe chileno parecen mu-

11
En Uruguay, por ejemplo, entre 2012 y 2013, se produjeron numerosas obras con distin-
tos alcances y perspectivas disciplinarias. Se ha señalado que un esfuerzo intelectual de ese
tipo sólo se registró en el país en algunas y muy especiales circunstancias señeras. En Chi-
le se registró una producción historiográfica similar acompañada por numerosas referen-
cias a actos conmemorativos, seminarios y publicaciones en torno al mes emblemático de
septiembre como expresión de activación de la memoria social, del recuerdo colectivo. Esta
producción, por supuesto, recogió y se insertó en las luchas políticas por ese pasado y, como
corresponde, no estuvo exenta de polémicas en torno a las fechas y otras variables.

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Estudio introductorio

cho más impactados por el periodo transicional en el que jugaron distin-


tos, diversos e incluso muy encontrados actores. Mientras que quienes
analizan el golpe uruguayo ponen mayor énfasis en la construcción expli-
cativa de cómo se produjo la ruptura institucional y qué juego de fuerzas
y estrategias permitieron la “noche” dictatorial.
Dos son los estudios especializados que dan cuenta de las caracte-
rísticas, la evolución y consolidación del régimen rupturista uruguayo.
La temprana precipitación de la crisis en este país encuentra en el estu-
dio de Gonzalo Varela múltiples consideraciones. A partir de un rastreo
que toma en cuenta la estructura poblacional del país y la particular con-
figuración que alcanzó la sustitución de importaciones, otras explicacio-
nes se sobreponen a la problemática demográfica y aun económica. Ella
funge en el intento explicativo como uno de los componentes, y no preci-
samente el más significativo, de un encadenamiento crítico que condujo
al colapso de la vida institucional de un país sólidamente fincado en su
respeto y cultivo. La hipótesis central enfatiza el lento y constante dete-
rioro del sistema político a partir de la crisis del subsistema de partidos
en una peculiar estructura gubernativa que aunaba coparticipación, com-
petencia y sabotaje en todos los niveles de la estructura estatal, aun en el
Ejecutivo colegiado. Subsistema que, si bien solventaba con fluidez los
desafíos electorales, se enfrentaba a organizaciones de la sociedad civil,
particularmente a un movimiento sindical independiente y clasista, lide-
rado por una izquierda política, predominantemente comunista, que se
erigió como un oponente de fuste a partir de un proyecto programático
de dimensión nacional.
Varela enmarca la aparición de nuevos actores en la crítica conflicti-
va de cambios del contexto internacional y latinoamericano de fines de
los años sesenta. Analiza así el surgimiento de una izquierda armada y
la mayoritaria concreción de un agrupamiento político opositor de más
tímida definición programática que la Unidad Popular chilena: el Fren-
te Amplio. La exacerbación del conflicto en nuevas instancias electorales
introdujo también un nuevo e insólito actor en la crisis política urugua-
ya: las Fuerzas Armadas. En un clásico panorama de crisis que conjun-
taba fraccionamiento de los partidos tradicionales, deterioro económico
y administrativo, conflicto social, ruptura de normas jurídicas, violencia
política e intervención militar, el sistema político uruguayo expiró con un
gemido apenas, que no fue detonado por la vistosa irrupción de algún

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liderazgo ambicioso, sino el epílogo final de la “descomposición de un sis-


tema político carente de dirección”. Frente a la opacidad del quiebre insti-
tucional destaca la singular forma que adquirió el enfrentamiento a partir
de la huelga general de quince días protagonizado por el movimiento sin-
dical. El aporte de Varela se centra en el diseño de una cartografía que da
cuenta de la compleja y gradual mecánica golpista. Este autor la analiza
en su proyecto político y económico oscilante entre el proteccionismo y
la liberalización, para enfatizar el carácter represivo y terrorista del poder
estatal, con su clausura de la vida política, intelectual y cultural de Uru-
guay, acorde con el contexto regional conosureño.
En diálogo con el estudio de Varela, el lector encontrará el de Álva-
ro Rico, cuyo eje rector es la caracterización de la dictadura uruguaya.
Con una acuciosa fundamentación, el autor explica las peculiaridades de
la naturaleza cívico-militar de esa formación dictatorial. Aunque todas
las dictaduras de la región gozaron de un aporte civil, el caso uruguayo
exige una especial consideración en función de su condición de proce-
so signado por la continuidad-ruptura que imprimió el autogolpe dado
por el presidente constitucionalmente electo, Juan María Bordaberry,
conjuntamente con las Fuerzas Armadas. Hecho que no supuso, como
en el resto de las dictaduras de Seguridad Nacional, la sustitución del
Ejecutivo y la presencia de elencos militares en ese cargo desde el inicio
sino hasta el último tercio del proceso dictatorial. En esta transforma-
ción de iure a facto, Rico sienta las bases de la continuidad que marcó el
autoritarismo nacional, tanto en los aspectos operativos como en la de-
finición de la nueva estructura burocrático-estatal. De manera que se
conformó un bloque mixto que asumiría el nuevo poder. Este análisis
le permite singularizarla como “dictadura-institución”, de “poder único-
compartido”. Un “Estado híbrido” que comporta una doble dimensión
institucional: la pública, basada en las leyes aprobadas por la propia dic-
tadura, y la clandestina, cuyo objetivo fue gobernar, reprimir y controlar
a la sociedad y a las organizaciones de izquierda. En esta caracterización
se ubica uno de sus principales aportes.
En el capítulo se considera la prefiguración del bloque en el poder
en el inmediato periodo pregolpista. Es aquí donde se sellan las alian-
zas políticas y se da forma incipiente a la estructura jurídica legal e ilegal
que luego se aplicaría en la fase propiamente dictatorial. En ese espacio
se conjuga la relación compleja democracia-autoritarismo en la coyun-

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tura anterior al golpe, no como términos antagónicos sino tensionados


en paralelo.
A partir de estas definiciones, el autor aborda el estudio de los dos
“gobiernos de crisis”, los de Jorge Pacheco Areco y Bordaberry, que gra-
duaron el largo desmonte de la institucionalidad uruguaya y que sen-
taron las bases estructurales que serían conservadas y profundizadas
durante el periodo propiamente dictatorial. En este pregobierno de facto
se ubican también otros elementos de continuidad, básicamente, la pau-
latina incorporación de las Fuerzas Armadas al proceso político que el
autor analiza en sus cuatro momentos: comisarial, técnico militar, refun-
dacional y, finalmente, la fase pretoriana y de transición.
Apoyado en estos asertos, estudia la nueva institucionalidad militari-
zada y las transformaciones que surgirán en el plano de la Justicia Militar,
así como el nuevo marco jurídico represivo. Estos son elementos funda-
mentales para singularizar un régimen que dio preeminencia a la prisión
política prolongada, aunque no en detrimento de otras formas abierta-
mente ilegales como tortura, desapariciones forzadas, traslado ilegal de
prisioneros y sustracción de identidad de menores.
El capítulo aporta también un marco privilegiado de acceso a las
fuentes, ya que el autor es coordinador de la investigación histórica sobre
desaparición forzada desarrollada conjuntamente entre la Universidad y
la Presidencia de la República. Este destacado papel le permite incorpo-
rar una amplia y sistematizada información proveniente de los archivos
de seguridad en torno a los aspectos cuantitativos y cualitativos de esa
represión. Lo mismo hace posible que Rico incursione con probada su-
ficiencia en el análisis de los organismos de seguridad e inteligencia. El
énfasis en las estructuras institucionalizadas no hace perder de vista el
otro aspecto clandestino, secreto e ilegal del “Estado-dictadura”: el carác-
ter meramente policial del accionar de las Fuerzas Armadas y su evidente
parentesco con las “guerras sucias” de la región.
La dictadura chilena, por su parte, es abordada a través de dos tra-
bajos sugerentes que la evalúan, sopesan sus herencias y envían mensa-
jes hacia el presente y el futuro latinoamericano. El capítulo de Darío
Salinas se estructura al establecer la condición de laboratorio político
de la experiencia chilena enmarcada en una etapa particular de la Gue-
rra Fría. Etapa que permite valorar la trayectoria histórica de relaciona-
miento de Estados Unidos con los proyectos emancipadores del siglo xx.

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Ambas premisas hacen posible que el autor practique una mirada actual
sobre el itinerario político del siglo xxi en el continente.
En su propuesta, el inicial posicionamiento centrista de la Democra-
cia Cristiana actuó como antecedente para alertar a las derechas nacio-
nales y precipitar los tempranos apoyos estadounidenses para obturar la
vía alterna. De manera que el arribo de la Unidad Popular en 1970, con
su propuesta de “vía chilena al socialismo”, enfrentó una bien acerada con-
jura nacional e internacional que actuó de manera inmediata en sentido
desestabilizador. En tanto, el nucleamiento de izquierda encontró muy
pronto el gigantesco obstáculo que supuso no haber “dibujado antes su
propio Estado”, hecho que el autor propone incorporar a la didáctica po-
lítica continental.
Salinas resalta la instalación de una lógica confrontativa que impidió
el establecimiento de puentes de diálogo. De manera que las elecciones
parlamentarias de 1973, con su apoyo irrestricto al gobierno de Salvador
Allende, no actuaron como factor de contención porque no respondían a
los requerimientos del momento. Es decir, se trataba —según el argumen-
to del autor— de haber acumulado voluntades políticas que permitieran
neutralizar a la “sedición”, tarea para la cual la coalición gobernante de-
mostró incapacidades que facilitaron el corrimiento del centro político a la
derecha. Ello se aunó a la inacción estatal frente a las actividades conspira-
tivas, lo que demostraría que, en circunstancias críticas, el respeto a la insti-
tucionalidad democrática no es una máxima inamovible. En este empate de
“perspectiva catastrófica”, las Fuerzas Armadas encontraron el fundamen-
to de la “necesidad” nacional para asentar el derrocamiento del régimen.
El estudio propiamente dedicado al periodo dictatorial privilegia la
consideración de las políticas económicas implantadas por la Escuela de
Chicago, su paulatino establecimiento interpretado por Salinas como
una “respuesta integral a toda la experiencia previa, incluyendo la de la
propia ‘clase dirigente’ que rearticuló la dirección de la historia política
del capitalismo en Chile.” El sistema se reprodujo apoyado en el terror de
Estado, precepto necesario y previo al pleno reformateo social y a la “mo-
dernización” estatal conservadora, con su lógica privatizadora y neolibe-
ral en los planos laboral, de seguridad social y educativo. Experimento
que ha dado base a la formulación de “laboratorio político” continental.
Esta fase laboratorial exigía el fin del terrorismo y la institucionali-
zación del proyecto dictatorial, a través de la Constitución de 1980. Sa-

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Estudio introductorio

linas se aplica entonces al estudio del largo proceso de “terminar” con la


dictadura y analiza las distintas acepciones que la propuesta tuvo para
las fuerzas políticas opositoras, incrementadas entonces por la incorpo-
ración de la Democracia Cristiana a este campo. Explica las definiciones
tomadas por los diferentes agrupamientos y la coyuntura que permitió la
imposición de una salida pactista.
En ese marco de continuismo transformador inscribe el plebiscito
de 1988, con la aceptación por parte de la recién constituida Concerta-
ción de las reglas del juego pinochetista. No hubo entonces conjunción
de voluntades políticas ni capacidad de la izquierda golpeada para impo-
ner una opción alterna. Se pregunta, entonces, ¿quién atrapó a quién en
el fingido juego electoral de 1988, fincado en la institucionalidad de la
Constitución del 1980?
Así dio inicio una transición signada por “enclaves autoritarios” y li-
mitada por la “política de lo posible”, que garantizó un impecable con-
tinuismo y puso un límite infranqueable para el establecimiento del
consenso. El capítulo de Salinas se cierra con una consideración del ejem-
plo chileno y sus enseñanzas en proyección hacia la región. Se debe se-
ñalar que el cuidadoso mapeo del juego político que se desplegó desde el
golpe de Estado hasta el gobierno de Piñera resultan un valioso aporte a
la discusión sobre la historia chilena reciente.
El análisis de la experiencia chilena encuentra continuidad en el capí-
tulo de Ricardo Yocelevzky centrado en lo político-ideológico con un claro
mensaje hacia los procesos políticos latinoamericanos del presente. El au-
tor se aboca a estudiar la compleja problemática de aquellas alianzas polí-
ticas que implican subordinación de unas fuerzas a otras, ideológicamente
incompatibles. Muestra el papel que estas alianzas desiguales jugaron en
el golpe de Estado, a partir de lo que considera un déficit en el análisis
científico social de una problemática esencial para explicar históricamente
la derrota del proyecto político de la Unidad Popular. Derrota sobre la que
se gestó el Chile del presente, con su particular trayectoria transicional.
Se vale para ello del estudio de diversas coyunturas pregolpistas, para-
lelas y posgolpistas en los distintos agrupamientos políticos, con énfasis
en la Democracia Cristiana. Muestra así la evolución de ese agrupamiento,
desde el momento en que convalidó en el Congreso la elección de Allende
y acompañó la aprobación unánime de la nacionalización de la industria
minera, para pasar velozmente a la oposición y arribar al escenario de

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Ana Buriano Castro y Silvia Dutrénit Bielous

adaptación a la normatividad dictatorial. En la propia configuración po-


liclasista de ese partido, Yocelevzky rastrea la tensión ideológica interna
que posibilitó su relampagueante evolución desde la inicial posición ins-
titucionalista hacia el rupturismo.
Su análisis comprende el plano electoral, privilegiado desde el ini-
cio por la oposición para cuestionar la legalidad del régimen y su dere-
cho a impulsar transformaciones en la estructura estatal. Considera las
elecciones municipales y parlamentarias de los “mil días de Allende” para
demostrar el crecimiento electoral de la izquierda que privó de susten-
to a este cuestionamiento. Sitúa en esos reveses electorales el desaliento
por la búsqueda de desenlaces en el marco de las instituciones. Ello
le permite explicar el deslizamiento de la Democracia Cristiana hacia
la subordinación.
El autor deja de lado los conocidos aspectos de la conjura que con-
dujo el golpe y la derrota militar de la Unidad Popular para privilegiar el
estudio de los éxitos políticos de la dictadura en el campo institucional
con la aprobación de la Constitución de 1980, en un marco de descalabro
de la izquierda y de incorporación de la Democracia Cristiana.
Al fijar el lente de estudio en el periodo posdictatorial, el autor consi-
dera que el sistema de partidos chileno sufrió un desprestigio y una inten-
sa desideologización. Este fenómeno determinó que los largos gobiernos
de la Concertación fueran incapaces de cambiar el marco constitucional
restrictivo impuesto por la dictadura, en tanto estuvieron dispuestos a
profundizar el consenso de Washington, cuya máxima expresión fue la
desnacionalización de la industria cuprífera, principal conquista del go-
bierno de Allende que ni el tradicional nacionalismo de las Fuerzas Ar-
madas de ese país le permitió a Pinochet desactivar.
Yocelevzky se pregunta entonces: ¿cómo se pasó del consenso nacio-
nalizador de 1971 a aceptar esta nueva situación? Su búsqueda explicati-
va encuentra las respuestas en la subordinación de unas fuerzas a otras y
la preferencia por soluciones coyunturales para enfrentar, en el marco del
posibilismo, los grandes problemas nacionales. En su estudio se sitúa un
principal aporte centrado en la magnitud ideológica de las confrontacio-
nes en desmedro de las formulaciones programáticas que gozan de ma-
yor presencia en otros análisis. Estos programas se han presentado “como
producto de un sentido común político, cuyo origen no se atribuye a con-
flictos construidos a través de la subordinación de fuerzas políticas que

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se arrogan una representación de la sociedad. Esta representatividad es


la que, en cada periodo, debe ser establecida y validada.” Y a su luz deben
ser interiorizadas las enseñanzas que deja el caso chileno para rechazar
y/o cuestionar los resultados que devienen de la unión de fuerzas políti-
cas contradictorias e ideológicamente enfrentadas.
El apartado cierra con el anexo I, que reúne los testimonios de pro-
tagonistas de distinta significación de acuerdo al espacio desde donde
les tocó actuar: la mirada del militante político uruguayo, la del perio-
dista comprometido chileno y la del diplomático mexicano involucra-
do en el centro de la operación humanitaria. Sus voces dan cuenta de la
tensión ante distintos avatares de aquellas coyunturas golpistas relata-
das en las páginas anteriores. A través de ellas nos llegan apreciaciones
sobre las estrategias del Partido Comunista de Uruguay (pcu) —fuerza
directriz de la Convención Nacional de Trabajadores (cnt)— durante
el desarrollo de la huelga general desatada contra el golpe de Estado.
También recibimos una versión directa de quien posibilitó la transmi-
sión de las últimas palabras del presidente Salvador Allende. Y, por úl-
timo, la voz del diplomático que puso en práctica una activa política de
asilo del Estado mexicano en aquellas difíciles circunstancias, a riesgo
de perder su vida.
El lector encontrará en el apartado “Justicia transicional: retos y ex-
periencias” dos tratamientos que comparten un nudo de problemas
comunes: la incapacidad y/o déficits de las políticas estatales para el esta-
blecimiento de la justicia en el caso de las violaciones intensas de los dere-
chos humanos que caracterizaron los procesos dictatoriales. De manera
que la impunidad, y sus efectos en distintos planos de la vida social, cul-
tural y psicológica de las sociedades, tiende a enseñorearse de los planteos
de Elizabeth Lira y Jo-Marie Burt.
Elizabeth Lira aborda los procesos de verdad, justicia y memoria, así
como las consecuencias psicosociales que vivieron quienes padecieron la
violación de sus derechos luego del golpe en Chile. Lo realiza desde un
tratamiento que busca entroncar el fenómeno en las tradiciones históri-
cas y culturales de la sociedad. Su análisis subraya el modelo de recon-
ciliación chileno basado en la impunidad inclusiva de distintos actores.
Modelo que fue la fórmula esencial, de base renaniana, para reconstruir
el pacto social de un Estado-nación oligárquico e históricamente estable,
con un sistema político legítimo y una identidad compartida.

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Así, la autora propone un Chile que emerge a la transición y hunde


sus raíces en las salidas concertadas de la guerra de 1891 y en las ruptu-
ras políticas de 1924-1932. De esta manera se forjó la trivialización de
la impunidad posterior; así se labró la vía chilena a la reconciliación: una
“paz social” anclada en lo que habitualmente se llamó las “leyes del olvi-
do”. Estas “leyes” no implicaron sin embargo la clausura de la verdad. Esta
búsqueda del saber también entronca con las tradiciones forjadas en los
momentos más críticos de la historia nacional de ese país, en los que tam-
bién se apeló a la verdad como elemento constitutivo de la reconcilia-
ción. No obstante, el viejo modelo del olvido jurídico y la clausura de
toda memoria fue tempranamente impugnado una vez que Chile inició
su transición. En la concepción de Lira, la veloz expansión de la tecno-
logía asociada a las comunicaciones dificultó entonces su reinstalación.
A partir de este recorrido histórico, la autora incursiona en el segui-
miento y reconstitución de los hitos que pautan el proceso de búsqueda
de justicia y verdad, luego de 1990. Analiza los emprendimientos surgi-
dos desde la sociedad civil, desde los familiares y las iglesias así como de
los organismos interamericanos y su temprana actuación en el caso chi-
leno. En la tradición de verdad sitúa también los esfuerzos del primer
gobierno posdictatorial y de los siguientes que dieron fuerte relieve a la
Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, que de alguna manera
minaron el relato épico construido por la dictadura pinochetista. Estudia
los obstáculos y el lento avance de un proceso de derrumbe de la impuni-
dad que debió enfrentar la ley de autoamnistía de 1978, la propuesta de
“justicia en la medida de lo posible” de Aylwin y el hito de apertura pauta-
do por la detención de Pinochet en el marco de las demandas de la justi-
cia internacional. Muestra los graduales avances producidos a partir de la
instalación de la Comisión Valech, de la dedicación exclusiva de jueces a
las violaciones de los derechos humanos y el progreso de las sentencias. Si
bien la autoamnistía no fue derogada, se hizo jurídicamente inaplicable,
hasta el punto que las sentencias involucran el 75% de los casos, aunque
con condenas extraordinariamente reducidas.
Lira reconoce como positivos los esfuerzos de las políticas estata-
les en torno a los derechos humanos. Empero su propuesta culmina con
un análisis de la tragedia, desde la dimensión clásica hasta el entronque
contemporáneo, para concluir que “la reconciliación política [como] una
meta, un espejismo, una utopía […] resulta insuficiente al compararla

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Estudio introductorio

con la gravedad de lo denunciado y el gran número de personas que fue-


ron afectadas”. Las reflexiones con ocasión de los cuarenta años del golpe
militar “subrayan la persistencia de lo irreparable” y la exigencia del reco-
nocimiento social y político, es decir, una memoria activa de ese pasado y
de las acciones judiciales que permitan identificar las responsabilidades
penales sobre los crímenes cometidos. Sin desmedro de su especialidad
profesional, la autora realiza un significativo aporte al entroncar el daño
social con la trayectoria histórica del país.
La propuesta de Burt hace hincapié en la modalidad represiva de la
dictadura cívico-militar uruguaya y los éxitos relativos alcanzados por
el discurso oficial negacionista en torno a la desaparición forzada que
impulsaron los primeros gobiernos posdictatoriales. Explica la “cultura
de impunidad” instalada en el país y el extremo retraso en procesar al-
gunas formas limitadas de verdad y justicia. Finca este proceso en las
características de la particular transición pactada que posibilitó la con-
solidación de una impunidad que encontró fundamento legal en la Ley
de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado de 1986. Esta Ley se
instituyó como una traba inamovible que obstruyó todo intento de inves-
tigación y judicialización de los crímenes de lesa humanidad. A partir de
un seguimiento de las luchas y mecanismos utilizados por los familiares
y emprendedores, que comprendieron incluso dos consultas ciudadanas
fracasadas, Burt, desde su doble condición de académica y activista, se
aproxima a la apelación al Sistema Interamericano de Derechos Huma-
nos. Lo hace desde un rastreo que llega hasta la desafortunada y reciente
reversión de los pocos avances logrados una vez que el Frente Amplio ac-
cedió al gobierno, casi diez años atrás. Enuncia y valora las medidas ins-
titucionales adoptadas por el progresismo frentista, para concluir que las
dificultades en aras de restablecer el pleno Estado de derecho habilitan la
caracterización de “democracias decorativas”, con la que Uruguay se inte-
gra a aquellos países que mantienen “enclaves autoritarios”, que solo po-
drían ser conjuradas por la definición de varias voluntades políticas. El
estudio de Burt desde una perspectiva politológica e histórica contribuye
a explicar uno de los casos más controvertidos del Cono Sur.
El apartado “Cine, historia y memoria” incorpora de manera sin-
gular miradas desde otros ámbitos profesionales sobre estos procesos
políticos, así como sus huellas. Un capítulo principal acompañado del
anexo II introducen al lector en la relación del cine con la historia reciente

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para establecer puentes memorísticos. A propósito de la producción y las


reflexiones de los documentalistas cinematógrafos Patricio Henríquez y
Virginia Martínez, Nelson Carro analiza el papel del cine como “testigo
privilegiado de la historia”.
Con su capacidad visual, el cine acerca los sucesos, registra la vida
y deja constancia del paso del tiempo. Claro que no es objetivo, afirma
el autor, aun en su condición documental. Indica que el cine abre án-
gulos de observación, aquellos que el profesional elige. Esta elección,
como ocurre en muchos otros campos de producción intelectual, lo ale-
ja de toda pretensión de objetividad. El género documental es encargado
de recoger los principales acontecimientos del siglo xx, aunque de for-
ma limitada hasta que la tecnología da un salto democratizador con la
revolución digital del siglo xxi. Este salto se encargaría, con su cámara
omnipresente, de borrar los límites entre lo público y lo privado. Quizá
esta revolución tecnológica, en palabras del autor, dejó mucho más cla-
ro la subjetividad de la óptica documental. Puso de relieve el criterio de
“verdad” cinematográfica: existen tantas verdades como realizadores.
Cada uno con “su” verdad.
Y esta es la base para abordar la producción de los dos cineastas do-
cumentalistas de los países tratados en el libro. Base común sobre reali-
dades distintas. En Chile, un amplio registro visual, tanto del gobierno
de la Unidad Popular como del golpe y la dictadura, se vio beneficiado
por la existencia de un cine nacional incrementado por el interés interna-
cional que suscitó el gobierno de Allende y el golpe de Estado. En ese me-
dio se enmarca la obra del documentalista chileno Patricio Henríquez,
analizada en tres productos fundamentales: 11 de septiembre, 1973. El
último combate de Salvador Allende, Imágenes de una dictadura y El lado
oscuro de La Dama Blanca.
En la mirada de Carro, el trabajo de Virginia Martínez —historia-
dora y documentalista uruguaya— presenta grandes diferencias con el
caso chileno. El interés menor que este golpe de Estado suscitó entre los
cineastas extranjeros se aunó a un muy escaso registro cinematográfico
nacional, en un país que antes de los años noventa del siglo xx práctica-
mente carecía de cine nacional y poseía un pobre registro televisivo. Su
despegue estuvo íntimamente relacionado con la aparición de la tecnolo-
gía digital y un cambio de mentalidades expresado en el deseo de recupe-
rar lo personal y mantener viva la memoria reciente.

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Estudio introductorio

Por esos ojos y Las manos en la tierra, los dos documentales de Mar-
tínez, dejan clara la subjetividad y el dolor de lo irrecuperable. El primer
documental narra la historia de una menor secuestrada por represores
argentinos luego del asesinato de sus padres, buscada por su abuela sin
pausa durante años. Se encarga de revelar la pluralidad de la “verdad”, a
partir del rechazo de esta joven a su familia biológica y la adhesión afec-
tiva que sostiene con su apropiador. En la visión de Carro ambos pro-
ductores muestran la potencialidad del cine, en sus varios géneros, como
herramienta memorística.
Este capítulo introduce una mirada analítica singular en los tratamien-
tos de la academia respecto a los análisis de los golpes de Estado y las
dictaduras. Enriquece el abanico de fuentes que aportan a la historia y la
memoria de aquellos hiatos democráticos y fuertemente catastróficos y ense-
ña cómo es posible abonar al conocimiento del pasado reciente con otros
instrumentos y para públicos más amplios que el académico.
El anexo II, “Tiempo y verdad: reflexiones de los documentalistas”
contiene una muy novedosa propuesta de principales protagonistas del
quehacer documental. El centro de los ensayos de Patricio Henríquez
y Virginia Martínez está dirigido a correlacionar y diferenciar el cine y
su propuesta artística, de la memoria y la historia. El cineasta, con su
subjetividad y honestidad, se maneja en temporalidades diferentes y
con criterios de verdad alejados radicalmente del campo profesional
de las ciencias sociales y las humanidades. Las reflexiones aquí reuni-
das introducen el mundo de los afectos y las emociones, y exhiben a
la vez otras formas de dejar plasmados acontecimientos y procesos en
los relatos históricos y en la memoria colectiva más amplia. El anexo
ayuda de manera indiscutible a situar las fuentes documentales cine-
matográficas en su real valor: una representación del pasado que no es
capaz de restituirlo.
El apartado “A modo de cierre” contiene dos trabajos: “Transición y
justicia: el caso mexicano” de Mariclaire Acosta y “A cuarenta años de los
golpes de Estado: tesis para una reflexión” de Daniel Vázquez. Si bien las
dictaduras del Cono Sur se pueden leer desde lo que pasaba en esa re-
gión del continente, a la par que —como se verá a lo largo del libro— las
dictaduras uruguaya y chilena, y sus procesos de justicia transicional, tie-
nen sus propias lógicas y dinámicas, vale la pena preguntarnos: ¿qué po-
demos recuperar de estos casos para pensar a México, espacio nacional

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desde donde se genera la reflexión de la obra? A eso se dedica el texto de


Mariclaire Acosta.
La inclusión del trabajo de la académica y activista de derechos hu-
manos Mariclaire Acosta da cuenta del marco legal humanitario intera-
mericano y favorece la comprensión de las problemáticas regionales de
la justicia transicional. Este marco se alimentó de las tristes experiencias
conosureñas para establecer una jurisprudencia ad hoc basada en princi-
pios tales como el derecho a saber qué entraña el derecho a la verdad, el
derecho a la justicia y a obtener reparación. Principios estos que consti-
tuyen el pedestal básico de lucha contra la impunidad, en su amplia acep-
ción y su larga duración, en tanto proceso social y cultural profundo. Así
mismo, su estudio incorpora y profundiza el ámbito mexicano, aporte
que permite a un lector interesado contrapuntear historias y regímenes
políticos diferentes que pueden llegar a compartir problemáticas comu-
nes. De hecho, esta es una de las primeras diferencias relevantes respecto
a los casos: mientras en Uruguay y Chile se instaura una dictadura, las
violaciones sistemáticas a derechos humanos en México se llevan a cabo
en un régimen político con partido hegemónico y con alta capacidad de
cooptación y represión.
Acosta sigue la trayectoria histórica de los organismos de derechos
humanos, la evolución de las instituciones dedicadas a su tratamiento y
a la impartición de justicia en la materia. Constata sus éxitos y fracasos
para concluir que México tiene entre sus deudas pendientes un debate
nacional sobre el derecho a la verdad y a la justicia de transición.
La obra concluye con una amplia reflexión de claro tono politoló-
gico orientada, al decir de su autor Daniel Vázquez, a “redimensionar,
articular e institucionalizar nuestra democracia en América Latina”, a la
luz de las consideraciones que emanan del contenido del libro. Esta mi-
rada hacia un futuro abierto se organiza en torno a cinco ejes temáticos,
a partir de igual número de premisas:
1. La superación de las explicaciones institucionalistas sobre la es-
tructura estatal que dieron lugar a una revalorización de la política como
autonomizada de lo meramente gubernamental. Este redimensiona-
miento, que es una exigencia para comprender los procesos latinoame-
ricanos del presente siglo, implica una nueva apreciación de la incidencia
que tienen la democracia, los bloques de poder y los enfrentamientos por
distintos proyectos de nación en esa novedosa consideración del campo

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Estudio introductorio

de la política. Dimensión esta que supera ampliamente el acotamiento


anterior e “invita a pensar el poder más allá de lo institucional”.
2. Una nueva visión de la relación democracia-desarrollo, como uno
de los binomios centrales que rigieron las disputas por la nación en las
décadas de 1960 y 1970 y que pusieron sobre el escenario los dos extre-
mos de la confrontación del periodo: las demandas distributivas y la vio-
lencia política. Aquel pasado chileno y uruguayo abona —en la visión
de Vázquez— a las inquietudes del presente, y genera nuevas pregun-
tas. Hoy, en medio de la crisis iniciada en 2008, cuando se incrementan
las críticas al modelo neoliberal, el autor se plantea la interrogante: “¿se
puede realizar un cambio redistributivo acelerado sin tener una respues-
ta violenta —e incluso antidemocrática— por parte de la derecha en
América Latina?”
3. La legitimidad adquirida por la democracia luego del cierre del ci-
clo dictatorial de la región, relegitimación en la que confluyeron, por dis-
tintos motivos, derechas e izquierdas. Esta nueva carga de valor se apoya,
luego de las redemocratizaciones, en el trípode de sustento conformado
por los gobiernos representativos, un discurso de derechos humanos y el
modelo económico neoliberal. Cuando el giro a la izquierda de algunos
gobiernos y el nuevo dimensionamiento de la política cuestiona alguno
de los sostenes de ese andamio, el edificio se debilita. Sin embargo, en la
visión de Vázquez, el mismo prestigio adquirido hace hoy más costoso
dinamitarlo. Pese a ello, a la luz de las recientes experiencias (Honduras,
Paraguay) las circunstancias locales parecen ser determinantes hacia el
futuro latinoamericano.
4. El papel adquirido por los derechos humanos en la conformación
de un sentido político común. Democracia y derechos humanos, en tanto
integrantes del trípode mencionado, son conceptos complementarios y
tensionados entre sí a un tiempo. Vázquez advierte que la esencia de esta
tensión se encuentra en su pertenencia a distintos ámbitos originarios:
el de la moral y el político pragmático de la vida institucional. Tensiones
que se expresan en las dudas entre el deber ser y la estabilidad de los pro-
cesos. De modo que el “Nunca más” aparece siempre como una formula-
ción interrogativa también para nuestro continente.
5. La apertura presente de un nuevo y ampliado espacio de violacio-
nes de los derechos humanos, en cuyo seno el Estado ha dejado de ser el
único monopolizador de la violencia. Claro que ese nuevo Estado no ha

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rescindido plenamente su función. Pero algunos de sus órganos, como los


poderes judiciales, exhiben incapacidad para garantizar la vigencia de es-
tos derechos. En agregación/sustitución de este achicamiento funcional
han aparecido nuevos actores, que el autor individualiza como: el mode-
lo económico generador de “ciudadanías de baja intensidad” y la violencia
entre particulares expresada en los poderes fácticos, en empresas nacio-
nales y trasnacionales conculcadoras de múltiples derechos y otras expre-
siones de violencia horizontal que se ejerce en un mundo donde ella se
ha complejizado.
La propuesta de Vázquez hace evidente aspectos de lo que tienen
que decir aquellos pasados conosureños a las presentes luchas por los
proyectos futuros de nación latinoamericana, en una época hondamente
transformada y trastornada incluso por el cuestionamiento de la viabi-
lidad de alguna de las nociones que, como la nación, están involucradas
en su análisis.
Con esta propuesta conclusiva se invita a los lectores a recorrer las
páginas que siguen, que contaron con numerosos apoyos institucionales,
entre los que destacan la colaboración directa de Araceli Leal, Giovanni
Pérez y Diana Rodríguez.

Referencias

Caetano, Gerardo (2008). “Hacia un ‘momento de verdad’: las investigaciones


sobre el destino de los detenidos desaparecidos (2005-2007)”, Sociohistóri-
ca, núms. 23-24, pp. 199-249.
García Canclini, Néstor (2002). Latinoamericanos buscando un lugar en este siglo,
Buenos Aires, Paidós.
Jelin, Elizabeth (2005). “Exclusión, memorias y luchas políticas”, en Daniel
Mato (comp.), Cultura, política y sociedad: Perspectivas latinoamericanas,
Buenos Aires, clacso, disponible en <http://bibliotecavirtual.clacso.org.
ar/ar/libros/grupos/mato/Jelin.rtf>, consultada el 12 de marzo de 2013,
pp. 219-239.
Jelin, Elizabeth (2002). “Los sentidos de la conmemoración”, en Elizabeth Jelin
(comp.), Las conmemoraciones: las disputas en las fechas “in-felices”, Madrid,
Siglo xxi, pp. 244-251.

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Estudio introductorio

Koselleck, Reinhart (1993). Futuro pasado: para una semántica de los tiempos
históricos, Barcelona, Paidós.
Rabotnikof, Nora (2009). “Política y tiempo: pensar la conmemoración”, Socio-
histórica, núm. 26 (segundo semestre), Buenos Aires, pp. 179-212.
Waldman M., Gilda (2007). “Presentación”, en Maya Aguiluz Ibargüen y Gil-
da Waldman M. (coords.), Memorias (in)cógnitas. Contiendas en la historia,
México, unam-ciich, pp. 11-18.
Yerushalmi, Yosef Hayim (1998). “Reflexiones sobre el olvido”, en Yosef
Yerushalmi et al., Usos del olvido, Buenos Aires, Nueva Visión, pp. 13-26.

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1. Los golpes de Estado: ayer, hoy y mañana

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Los cuarenta años del golpe de Estado de 1973
en Uruguay
Gonzalo Varela Petito

Introducción

A efectos de explicar la crisis que desembocó en el golpe de Estado


y en la dictadura que se extendió de 1973 a 1985 en Uruguay, es nece-
sario analizar variables de índole económico, social y político entrela-
zadas. Uruguay tuvo, desde principios del siglo xx, una contradicción
de largo plazo entre, por un lado, un Estado con una legislación social
avanzada —de las más avanzadas del mundo hacia 1920—1 y, por otro,
una base económica limitada. Su población, que en 1910 era de alrede-
dor de un millón de habitantes y hoy es de poco más de tres millones,
no varía mucho porque el país tiene un escaso crecimiento poblacional
desde principios del siglo xx (y una fuerte emigración a partir de la dé-
cada de 1960), lo que configura un mercado interno pequeño y una eco-
nomía que depende de la exportación. En la época de la que hablamos,
las exportaciones se componían en un 90% de productos agropecuarios
(carne, lana, cuero y derivados) generados por un empresariado nacio-
nal2 poco innovador, poco dinámico y, por tanto, con baja capacidad de
respuesta a las variaciones del mercado mundial.3 Ya desde mediados
de los años cincuenta se planteaban problemas serios, pero entre 1961
y 1971 aproximadamente, hubo una coyuntura exportadora muy mala,
ocasionada por el Reino Unido y la Comunidad Económica Europea

1
Ferrari, 1968.
2
Uruguay no era entonces un receptor significativo de inversión extranjera (Stolovich, 1989).
3
Astori et al., 1979.

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Gonzalo Varela Petito

(antecedentes de la actual Unión Europea) —los principales socios co-


merciales de Uruguay— que fijaron un sistema de cuotas de comercio
y prevenciones sanitarias que hundieron más la economía del país. Es
importante señalar, no obstante, que hacia 1973, cuando se produce el
“autogolpe” de Estado presidencial, los precios de las materias primas
agropecuarias habían mejorado mucho, lo que hace suponer que este
fue uno de los cálculos manejados por los golpistas. Se esperaba que la
nueva dictadura tendría un cuadro económico satisfactorio, lo que entre
otras cosas permitiría un aumento del salario real.4

Conflicto social

La coyuntura económica especialmente mala de la década de 1960 ha-


bría de tener una repercusión social negativa magnificada por la tensión
de largo plazo arriba señalada. Influyó además que Uruguay —al igual
que Argentina— tuviera una modernización temprana en el siglo xx, si
se lo compara con el resto de América Latina. Se trataba de sociedades
muy urbanizadas, sin una población campesina numerosa que manifes-
tara “hambre de tierras”, con desarrollo de la industria (sobre todo en
Argentina), el comercio, las finanzas y, especialmente en Uruguay, de
los servicios del Estado. Independientemente de su reducido tamaño
en territorio y población —o tal vez ayudado por dichas variables—,
Uruguay constituía en los años sesenta un país con 80% de su pobla-
ción repartida en centros urbanos, un Estado paternalista y un gasto
público creciente, que se mantuvo desde principios del siglo con relativa
autonomía del ciclo económico, aun bajo gobiernos de sesgo conserva-
dor.5 Sin embargo, prácticamente desde el inicio se planteó un conflicto

4
El Plan Nacional de Desarrollo, elaborado antes del golpe de junio de 1973, proponía la
apertura de la economía al exterior de modo que la favorable expectativa de exportaciones
repercutiera sobre la actividad interna, incrementando los ingresos en un 4% anual. Se
preveía que incluso para fines del mismo 1973 se podría superar esa cifra y que las expor-
taciones seguirían creciendo durante los cinco años del plan, financiando la importación de
bienes de capital y materias primas para la industria (Acción, 5 de abril de 1973: 2). El alza
de los salarios, sin embargo, se condicionaba al objetivo acariciado del aumento de la pro-
ductividad a efectos de contener la inflación (El Día, 15 de junio de 1973: 6).
5
Azar et al., 2009; Davrieux, 1987.

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Los cuarenta años del golpe de Estado de 1973 en Uruguay

latente o manifiesto, pues había núcleos de intereses, empezando por


el sector agroexportador, que sostenía que tal era un lujo que el país no
podía pagarse, dado que se recargaba excesivamente sobre las fuerzas
productivas del campo.6 Lo cual era paradójico, porque el país tenía ese
tipo de Estado social debido al triunfo de ideas reformistas y humani-
tarias7 pero también porque con una población escolarizada, trabajando
mayoritariamente en industria, servicios o instituciones oficiales y con
buenos estándares (comparativamente hablando) de salud y seguridad
social, requería un financiamiento que debía sostenerse en buena medi-
da con el gasto público y la intervención del gobierno.
No es menos cierto que en el correr del siglo la capacidad del Estado
se vio afectada mientras la nómina burocrática se hinchaba por el clien-
telismo y la política electoral de los partidos tradicionales. El número de
personas con empleo público o (según la época) privado y acceso a los
beneficios sociales siguió aumentando, mas, debido a los problemas eco-
nómicos, el pbi per cápita y la recaudación tributaria disminuyeron, afec-
tando la calidad de los servicios públicos y de la seguridad social. Pero
todo estaba relacionado: la demanda de puestos públicos, acrecida en la
segunda posguerra, se explica por la escasez ocupacional en el sector pri-
vado causada por la restricción de los negocios; y la demagogia electoral
era el costo de una democracia sentada sobre bases económicas frágiles.8

6
Dijera un representante de los intereses agropecuarios: “Mientras [los ganaderos] se afanan
en aumentar el vellón de sus ovejas, la morbidez de sus novillos, la finura de sus praderas,
jóvenes políticos hablan en el Parlamento de las fortunas que se forman automáticamente
como el aluvión de las riveras […] e intentan disgregarlas por medio del impuesto”.

“Es imposible que un país de un millón cuatrocientos mil habitantes […] disponga de
los recursos necesarios para hacer frente a un presupuesto asfixiante.”

“El gobierno tenía […] que reducir el presupuesto y lo ha aumentado; tenía que su-
primir empleos públicos y los ha creado; tenía que economizar y ha derrochado” (Irure-
ta, 1948: 274, 307 y 310; las declaraciones corresponden respectivamente a 1918, 1923 y
1924). Véanse también Caetano (1992-1993) y Astori et al. (1979).
7
Barrán y Nahum, 1982.
8
Díaz (2003), echa la culpa al proteccionismo que sucedió al abandono del liberalismo eco-
nómico luego de 1930. Es claro que a la sombra de la regulación oficial se estableció una
pugna entre terratenientes de diverso peso, industriales y trabajadores, que unida a la quie-
bra de las exportaciones en los años sesenta y a las fallas del sistema político explica el de-
terioro previo al golpe de Estado. Pero no es posible imaginar que hubiera sucedido con la
continuidad del liberalismo decimonónico basado en las ventajas comparativas, el patrón
oro y el reducido gasto público, porque no sabemos qué tipo de desarrollo humano habría

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Gonzalo Varela Petito

La existencia de una legislación avanzada no es por sí sola garantía


del cumplimiento de los derechos reconocidos —lo que se comprueba
en el caso de grupos vulnerables como los trabajadores del campo o el
servicio doméstico. Pero uno de los resultados de la modernización, el
estatismo y la industrialización fue que Uruguay desarrollara sindicatos
de obreros fabriles o de empleados del vasto sector terciario que además
eran independientes, es decir que no estaban controlados por la fuerza
política en el gobierno como sucedió con el peronismo en Argentina, el
varguismo en Brasil o en México durante la larga hegemonía del Parti-
do Revolucionario Institucional (pri).9 Estos conservaron o adquirieron
en el largo plazo rasgos de politización —es decir que no se limitaban a
reivindicaciones corporativas— y de lucha —como lo demuestra el tem-
prano y sistemático uso de la huelga,10 lo que culminó en la formación,
entre 1964 y 1966, de una central única, la Convención Nacional de Tra-
bajadores (cnt). Con anterioridad a los años cuarenta los sindicatos eran
todavía —dependiendo del caso— débiles, expuestos al desempleo y la
disgregación a causa del ciclo económico o del escaso desarrollo de la in-
dustria, y contrapesados por patronales intransigentes.11 La suerte de los
trabajadores dependía no solo de su organización sino también de políti-
cas proteccionistas en el gobierno, así como de la competencia partidaria
encaminada a las urnas, que obligaba incluso a fuerzas conservadoras de
oposición a mostrarse sensibles frente a la cuestión social.12 Todo esto ex-
plica que el empleo público fuera desde temprano un coto electoral, aun-
que también un refugio laboral.
Con posterioridad a 1945, y en especial en los años sesenta, ocurrió
lo contrario: el fortalecimiento de los sindicatos ante partidos mayorita-
rios fraccionados y debilitados sostuvo —o eventualmente incrementó—
la posición de los trabajadores en el espectro político y su participación
en la distribución de la riqueza. La conflictividad aumentó en paralelo al
descenso económico, por lo que no es extraño que para algunos viniera

tenido Uruguay aferrándose a una política que también era abandonada en la misma fecha
por otros países americanos y europeos.
9
En Argentina, se entiende, en la primera época en que Juan Domingo Perón fue gobierno, ya
sea como ministro o como presidente, de 1943 a 1955. Posteriormente la situación cambió.
10
Ferrari, 1968.
11
Rodríguez, 1985.
12
Abal y Ezcurra, 2005.

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Los cuarenta años del golpe de Estado de 1973 en Uruguay

como anillo al dedo la explicación estructural de la inflación, poniendo el


acento en la “lucha salvaje” de distintos sectores sociales por un producto
estancado o en disminución.13

Partidos y crisis

Con la existencia de sindicatos independientes —mayoritariamente de


dirección comunista, pero también con participación de otras tenden-
cias de izquierda—, en medio de una situación económica preocupan-
te y con tensiones sociales previas ahora agravadas, el conflicto debía
recaer por fuerza en el sistema político. Ahora bien, el sistema político
uruguayo tenía sus propias características, difíciles de explicar en pocas
palabras. En términos generales, se puede decir que estaba dominado
por dos partidos tradicionales llamados Blanco (o también Nacional) y
Colorado, que provenían del siglo xix, y que lograron sobrevivir adap-
tándose a la nueva competencia electoral con voto universal masculino
—y a partir de la década de 1940, con voto universal femenino añadido.
Estos partidos dominantes también se modernizaron, pero no supieron
capear la crisis ni su impacto, perdieron capacidad de gestión y —aun-
que se necesitaran uno al otro en tanto copartícipes y a la vez rivales en el
control de la administración pública— se saboteaban recíprocamente en
el momento menos oportuno.14 Otro dato a tomar en cuenta es que entre
1952 y 1967 Uruguay tuvo un gobierno colegiado, es decir que no tenía
un único presidente, como es la norma en toda América Latina siguiendo
el patrón fijado por Estados Unidos, sino un Poder Eejecutivo de nueve
miembros: seis por el partido mayoritario en cada elección y tres del par-
tido que le siguiera en votos. Por lo que se reproducía, en el seno del Po-
der Ejecutivo, la práctica de cooperación-competencia-sabotaje propia
de la relación entre blancos y colorados, acentuando la parálisis adminis-
trativa. Por si fuera poco, ambos partidos eran dudosamente tales, como

13
Pacheco, 1982.
14
Sobre esta discordia en los años sesenta, se puede encontrar una relación del punto de vista
del Partido Nacional en Beltrán (1989). Pero ya en 1929, en ocasión de la creación del Fri-
gorífico Nacional como ente oficial, un vocero de los inversionistas extranjeros habría dicho:
“El [Frigorífico] Nacional no va a funcionar. Los uruguayos son inteligentes, pero pronto
van a armar bochinche o se van a pelear por blancos y colorados” (Bernhard, 1970: 25).

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ha dicho Sartori en su texto clásico,15 pues estaban muy fraccionados,


adoleciendo de unidad programática y de dirección. No se enfrentaban
a rivales fuertes en lo electoral, aunque sí, desde 1966, a una poderosa
central sindical —la cnt— constantemente movilizada, con un progra-
ma muy elaborado de soluciones a la crisis que respondía al pensamien-
to de izquierda y bregaba idealmente por el socialismo.16 Como se había
mostrado competente en la defensa de los intereses económicos de sus
agremiados, contaba con la lealtad de estos, independientemente de la
ideología que profesaran en lo personal.
Las circunstancias a mediados de los años sesenta eran graves, con el
crecimiento económico bordeando el cero. Como dice Oddone París,17 el
sostenido declive económico de los países del Río de la Plata en el siglo
xx reviste características únicas en el mundo, pero con la particularidad
de que en Uruguay se manifestó veinte años antes que en Argentina.18
Otras naciones de América Latina en la misma época podían sufrir se-
veros problemas, pero todas ostentaban algún grado de crecimiento. Sin
embargo, para la revista británica The Economist, en una reseña hecha en
1968, el punto nodal no era la economía:

La reciente historia [de Uruguay] es quizás la más triste del continente


[…] la situación económica actual, que es la causa básica de las manifesta-
ciones callejeras, las huelgas y el ambiente de desasosiego, es consecuencia
de la parálisis gubernamental que aflige al país desde hace muchos años.
Los orígenes de la crisis son netamente políticos; es el mecanismo
político que obstaculiza las relaciones entre el Poder Legislativo y el
Ejecutivo que impide la actuación eficaz de este último, y que ha hecho
que en 1967 el costo de vida en Montevideo se elevara en un 136% […]
El conflicto ha sido presentado muchas veces como una lucha […] entre
el gobierno y el sindicalismo […] un asunto de salarios entre el gobierno y el
40% de la población activa que el Estado emplea.

15
Sartori, 1980: 104.
16
Convención Nacional de Trabajadores, 1984.
17
Oddone París, 2010.
18
Junto con Cuba, Uruguay y Argentina conformaban el grupo de economías latinoameri-
canas más exitosas antes de 1930, pero los tres países padecieron de un lento crecimiento
posterior que alimentó el descontento político (Bértola y Ocampo, 2013: 216-217).

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Los cuarenta años del golpe de Estado de 1973 en Uruguay

La enfermedad uruguaya como lo saben muy bien los uruguayos,


consiste esencialmente en el haberse acostumbrado la creciente burgue-
sía urbana a un nivel de vida y un sistema de seguro social que la economía
agropecuaria no puede soportar. […] el Poder Legislativo ha intervenido
para fijar los salarios en el sector público; en muchas oportunidades ha
sido para el Ejecutivo muy difícil financiar los aumentos, especialmente
cuando el Legislativo se opone a la reforma tributaria.
La falta de cooperación entre los dos poderes se deriva principalísima-
mente de la fragmentación de los dos grandes partidos y las diferencias de
opinión entre uno y otro grupo dentro de un mismo partido. […] No existe
en el Poder Legislativo la tradición de votar según las filiaciones partidarias,
sino según los dictados de la conciencia, la ambición, u otro factor que nada
tiene que ver con el programa económico del Ejecutivo. […] Recuérdese
también que el brillante concepto del ejecutivo colegiado fracasó […] por
las divisiones dentro del Consejo de Gobierno […] La experiencia de estar
prácticamente sin gobierno eficaz durante 15 años…19

Estas condiciones motivaron que, hacia 1965, se empezara a hablar


de dos cosas: la posibilidad de un golpe de Estado o una invasión de Bra-
sil. Esto último porque en 1964 se había instaurado en Brasil la que sería
una prolongada dictadura castrense que duraría hasta 1985, y los milita-
res de aquel país habían acrecido no solo su poder interno sino también
su autoconfianza y pretensiones de vigilancia sobre países fronterizos, lo
que se llamó en algún momento “subimperialismo brasileño”. Esto suena
exagerado, pero parece cierto que Estados Unidos alrededor de esa épo-
ca —aquejado por problemas económicos relacionados con la crisis del
dólar y por la sangría humana y financiera de la guerra en el sudeste asiá-
tico— fue “delegando” el control regional de América del Sur en Brasil,
aliado en quien confiaba por su poder militar, su extensión territorial y la
fortaleza económica y política que adquirió la dictadura.20

19
The Economist (edición para América Latina), 10 de julio de 1968: 8. La expresión “bur-
guesía urbana” parece referirse en realidad a la clase media urbana, que incluye a los nu-
merosos empleados del Estado. “Consejo Nacional de Gobierno” era el nombre oficial del
Poder Ejecutivo colegiado que rigió en los quince años de 1952 a 1967.
20
Estados Unidos ofreció ayuda militar y logística durante la preparación del golpe militar
brasileño de 1964 y reconoció al nuevo gobierno pretextando que había respetado forma-
lidades constitucionales (Parker, 1984). Con variantes, ese fue un argumento repetido: el

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No obstante, Estados Unidos se oponía tanto a un golpe de Estado


como a una abierta intervención de Brasil en Uruguay.21 No quería una
ruptura constitucional porque consideraba que se trataba de un país con
prestigio democrático en una región con déficit en la materia, y considera-
ba que la crisis no era para tanto.22 Por las mismas razones tampoco apro-
baba una visible intervención brasileña. La situación quedó así encuadrada
en el contexto interno de conflicto político-social y estancamiento econó-
mico hasta que, a fines de los años sesenta, se inició un periodo de gobier-
no muy autoritario para los patrones uruguayos. Se trata de la presidencia
de Jorge Pacheco Areco (1967-1972)23 quien, secundado por sus colabo-
radores e invocando medidas de urgencia supuestamente autorizadas por
la Constitución, emitió un conjunto de decretos que le permitieron des-
empeñarse, cuando así lo creyó conveniente, al margen del Parlamento y
de la misma Constitución, pero no sin que el grueso de los legisladores, en
un ambiguo juego de omisión-cooperación-oposición, le tolerara este es-
pacio de maniobra que aceleraría a la postre la ruina del mismo legislativo
y de los partidos a él asociados. Mas entre tanto y hasta 1973, seguían fun-

golpe uruguayo de junio de 1973 lo dio el presidente invocando la defensa de la Constitu-


ción supuestamene violada por el Parlamento; inversamente, en Chile, el golpe contra Sal-
vador Allende fue precedido por una declaración del Congreso asegurando que el gobierno
actuaba en la inconstitucionalidad. Así se facilitó la labor de los militares. Sobre el presun-
to expansionismo brasileño, véanse Trías (1969) y Schilling (1978); téngase en cuenta que
Brasil posee fronteras con todos los países sudamericanos con excepción de Chile y Ecuador.
21
Aldrighi, 2012.
22
Lo que más ponía en guardia al gobierno de Estados Unidos era la posibilidad de que los
comunistas llegaran de alguna forma al poder, hipótesis poco verosímil en el Uruguay de
los años sesenta. En cambio, había una vieja preocupación de los diplomáticos estadouni-
denses por la tolerancia con que los gobiernos uruguayos trataban al partido comunista lo-
cal, que desde su fundación en 1920-1921 no había sido proscrito (Rodríguez Ayçaguer,
1997). Por otra parte, las fuerzas militares y policiales de Uruguay tuvieron asistencia del
programa de seguridad pública de ee.uu. que, en la década previa al golpe de Estado de
1973, abarcó al 3% del total de oficiales latinoamericanos adiestrados en el país del norte,
y el 4% del gasto invertido por dicho programa en la región (Klare y Stein, 1978: 75-77).
Este dato, sin embargo, debe mirarse con reserva, puesto que entre militares latinoameri-
canos que luego discreparon fuertemente con el gobierno de Estados Unidos hubo algunos
entrenados en forma similar, como los peruanos Juan Velasco Alvarado y Edgardo Merca-
do Jarrín, o los panameños Omar Torrijos y Manuel Antonio Noriega.
23
Mediante una nueva carta constitucional vigente desde 1967, Uruguay volvió a tener una
presidencia unipersonal, si bien el Poder Ejecutivo solo puede funcionar en consejo del pre-
sidente con sus ministros o en acuerdo con el ministro del ramo al que concierne la deci-
sión en trámite.

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Los cuarenta años del golpe de Estado de 1973 en Uruguay

cionando —bien que con muchas restricciones, censura y clausuras— la


prensa crítica, los sindicatos y los partidos de oposición. El principal móvil
de este gobierno y la causa inicial de sus medidas era poner en marcha el
programa de restructuración de la economía, que el Parlamento hasta en-
tonces no le concediera, y acotar el movimiento sindical. Pero lo que logró
en primer lugar fue incrementar la movilización de los sindicatos y del muy
combativo movimiento estudiantil. A siete meses de iniciado el gobierno
de Pacheco Areco, la edición ya citada de The Economist anotaba que “La
aparición últimamente, con creciente insistencia, de un elemento de vio-
lencia en las manifestaciones callejeras hace suponer que se va agudizando
la insatisfacción hasta amenazar con tornarse en rebelión”.24

Nuevos actores

Es en este ambiente de mayor virulencia política (oficial o de protesta)


que se desarrolla el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros
(mln o mln-t), una guerrilla urbana inspirada en la revolución cubana,
que existía desde inicios de los años sesenta como pequeña organización,
pero que se expandió notablemente a raíz de la represión gubernamen-
tal, nutriéndose muy especialmente (aunque no solo) del movimiento
estudiantil. La izquierda, en aumento por la adhesión de jóvenes y adul-
tos desengañados de los partidos tradicionales, sufre una bifurcación,
insinuada previamente, pero que se profundiza. La mayor parte de la
izquierda forma entre 1970 y 1971 lo que se llamará Frente Amplio, ins-
pirado en su concepción y programa por la Unidad Popular de Chile, que
propone una línea gradualista de superación del capitalismo por medio
de mecanismos constitucionales y de movilización de masas.25 Por otro
lado, sigue creciendo el mln-Tupamaros, que no obstante adherir desde

24
The Economist (edición para América Latina), 10 de julio de 1968: 8.
25
Pero a diferencia de la Unidad Popular chilena, el Frente Amplio no usará el término “so-
cialismo” en sus documentos oficiales, probablemente debido a la heterogeneidad ideológi-
ca —dentro de una genérica orientación de izquierda— de los grupos que lo formaron, y
también por no alejar a un cuerpo electoral mayoritariamente democrático pero conserva-
dor, objetivo de la propaganda anticomunista. Véase Información Documental de América
Latina (1974). El programa del Frente también tenía influencia de la cnt.

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la clandestinidad al Frente Amplio, continuará con su política muy dis-


tinta de confrontación armada.26
Tras las discutidas elecciones de 1971 —en las que se sabe hubo al-
guna injerencia no especificada de Estados Unidos y Brasil—,27 cambiará
la cabeza del gobierno, pero el nuevo presidente Juan María Bordaberry
(1972-1976) será de similar orientación al anterior, aunque notoriamen-
te más débil en capacidades y apoyo político, lo que coincidirá con un
choque aún más encarnizado entre gobierno y Tupamaros. Esto se debía
a la directiva que había elegido el movimiento guerrillero, pero también
convenía al Ejecutivo, que pudo lograr la aprobación de lo que llamó “es-
tado de guerra interno”, otra innovación por fuera de la Constitución que
le concedió un Parlamento atemorizado, admitiendo quitar toda traba a
la acción represiva de las Fuerzas Armadas y trasladando los expedientes
por “sedición” (término usado con amplitud) a la Justicia Militar. Se pro-
vocó así un fenómeno totalmente nuevo en el Uruguay del siglo xx, que
fue el protagonismo militar. A diferencia de la mayor parte de América
Latina, el país no había sufrido en ese lapso intervenciones castrenses y
había un fuerte consenso en cuanto a mantener a los militares fuera de la
actividad política, no obstante haber ocurrido dos golpes de Estado (tam-
bién encabezados por los presidentes en turno) en 1933 y 1942.
Durante 1972, los militares aplastaron en pocos meses y con holgu-
ra al mln, pero dejaron en claro que no se retirarían a los cuarteles como
esperaban los políticos tradicionales que los habían respaldado, sino que
permanecerían activos en aras de un pretendido saneamiento nacional
con tintes mesiánicos. Se confirma así un panorama bastante clásico de

26
El apoyo del mln-t al Frente Amplio se basaba en la suposición de que una vez demostra-
da la presunta inutilidad de la vía pacífica y electoral, el grueso de la izquierda se volcaría a
la lucha guerrillera.
27
Según documentos difundidos por la organización civil National Security Archive,
Washington, dc, The George Washington University, 20 de junio, 2002, disponible en
<http://www2.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB71/indexesp.html>, consultado
el 17 de septiembre de 2013.

Hay controversia en torno a un alegado fraude electoral en 1971, que habría perjudi-
cado al candidato centrista del Partido Nacional, Wilson Ferreira Aldunate, cuyo progra-
ma en algunos puntos coincidía con el de la izquierda (Corbo, 2009; Garchitorena, 2011).
Sea como fuere, interferir de forma encubierta en elecciones de otros países no era una
práctica extraña a la inteligencia estadounidense (Weiner, 2008). Brasil, además, tenía listo
un plan militar de contingencia ante la eventualidad de un triunfo electoral del Frente Am-
plio (Schilling, 1978; Leicht, 2008).

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Los cuarenta años del golpe de Estado de 1973 en Uruguay

crisis política: deterioro económico y administrativo, conflicto social, rup-


tura de consensos y normas jurídicas, violencia política con elevado frac-
cionamiento del sistema de partidos, e intervención militar. Por lo que
esta última no debe verse solo como resultado de la ambición de algunos
jefes, sino ante todo como final de la descomposición de un sistema polí-
tico carente de dirección.

Golpe

Aunque los militares se movían a su aire desde el año anterior, no hubo


un golpe de Estado propiamente dicho sino hasta que entraron en con-
tradicción con el presidente Bordaberry, en febrero de 1973, obligándo-
le a crear un Consejo de Seguridad Nacional (cosena) que, al integrar
a los principales mandos castrenses dotados de toda la fuerza, los hacía
gobierno de facto por encima del Consejo de Ministros.28 En el confuso
panorama político se evidenció también una bifurcación dentro de las
Fuerzas Armadas —hablando simplificadamente, puesto que la infor-
mación acerca de este proceso era (y en parte sigue siendo) incompleta.
Una vez neutralizados los oficiales constitucionalistas, se dio la preva-
lencia en el alto mando de una tendencia con afinidades ideológicas fas-
cistoides y, al mismo tiempo, de otra llamada “peruanista”, por invocar
a los militares reformistas que gobernaron Perú sobre todo entre 1968
y 1975. Esta última —operada por la inteligencia militar— hizo ruido
manipulando ilusiones de partidos de izquierda y sindicatos. El general
que la hubiera encabezado (porque siendo militares se necesitaba de al
menos un general en activo que tomara la bandera), Gregorio Álvarez
—que sería presidente entre 1981 y 1985—, dejó que oficiales en rangos

28
Jurídicamente el cosena se disfrazó de organismo “asesor”, lo que era un pobre engaño,
pero la mayoría de los partidos y de la prensa, que temían algo peor, saludaron aliviados
su creación, fingiendo —al igual que el presidente— que la crisis estaba resuelta. Actual-
mente, la literatura hace énfasis en que el verdadero (o más bien, el primer) golpe de Esta-
do fue en febrero de 1973 (Caula y Silva, 2010; Gramajo e Israel, 2013; Lessa, 2013). Por
nuestra parte hablamos hace tiempo de un “golpe en cámara lenta”, o sea de varios episodios
acumulativos de febrero a junio de 1973 (Varela, 1988: 162 y ss). Pero desde octubre de
1972, sino es que antes, se producían públicas insubordinaciones que en teoría deberían
haber sido sancionadas aplicando el código penal militar u otras normas disciplinarias de
las Fuerzas Armadas.

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subordinados dialogaran sin concretar resultados con la izquierda y los


trabajadores pero, quitando frecuentes rencillas por reparto de poder con
sus pares, no sería distinto del conjunto en aspectos sustanciales de orden
público, política económica y violación de derechos humanos.29
Entre febrero y junio de 1973, aprovechando estas diferencias, el pre-
sidente Bordaberry, que también era una persona con convicciones de
extrema derecha, prefirió antes de que lo derrocaran aliarse con el ala más
dura del ejército de tierra, yendo a una confrontación —estimulada según
la circunstancia por los militares— con los políticos civiles que le habían
apoyado, y por derivación, con la mayoría del Parlamento, que desauto-
rizó (por ajustados votos) al Ejecutivo e implícita o explícitamente a las
Fuerzas Armadas, precipitando la disolución del Legislativo y dando el
golpe de gracia al viejo sistema político el 27 de junio de 1973. Pese a al-
gunos grupos partidarios en especial y algunas personalidades políticas
en particular que se opusieron al avance autoritario, el sistema político
tradicional estaba altamente fragmentado, tanto o más embargado por
el temor a la izquierda que por la amenaza de una dictadura de derecha,
incapaz de lograr acuerdos duraderos, lo que determinó que no hubiera
un frente cohesionado que pudiera resistir el golpe.
¿Qué proyecto tenía el nuevo régimen? Al principio no estaba claro,
salvo que era de derecha. En lo económico se veía que la coyuntura era
por fin buena y que el país crecería, permitiendo un aumento del salario
real que contribuiría a aplacar —junto con la represión— a las organiza-
ciones sindicales que habían sostenido una huelga general de quince días
en respuesta a la dictadura (un hecho poco común en la frondosa historia
de los golpes de Estado latinoamericanos).30 Hubo alguna controversia,

29
Según Pedro Montañez, conocido militar de izquierda, en 1973 Álvarez “buscaba un ‘po-
pulismo’ de derecha” (Caula y Silva, 2010: 309). De esto no se vio traza años más tarde,
cuando fue presidente.
30
Aunque es difícil hacer una afirmación en términos absolutos dada la ingente cantidad de
golpes en la historia del subcontinente, no es frecuente hallar un caso similar. Ha habido
huelgas generales buscando terminar una dictadura, como las de Cuba en 1933 y princi-
pios de 1959; la de El Salvador en 1944; las de la ciudad de Arequipa, Perú, en 1950 y
1955; la de Colombia en 1957 (impulsada por la clase alta); la de Venezuela en 1958, o la
de Nicaragua en 1978. En Bolivia, un golpe de Estado militar en 1951 para anular la vic-
toria electoral del Movimiento Nacionalista Revolucionario desató la revolución obrera del
año siguiente. Argentina y Chile tienen una historia de huelgas y levantamientos. Como se
ve, inclusive la clase alta ha hecho huelga general en América Latina, pero el caso uruguayo

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Los cuarenta años del golpe de Estado de 1973 en Uruguay

sin muchas posibilidades de desarrollarse, acerca de la orientación eco-


nómica del régimen —dado que los militares conservadores pueden ser
también estatistas—, pero ello iba contra las tendencias prevalecientes
en el entorno nacional e internacional, que caminaban en el sentido de
la apertura propuesta por el Plan Nacional de Desarrollo antes del gol-
pe. Sin embargo, la perspectiva optimista se derrumbó pronto, porque
en el mismo 1973 se produjo la primera gran alza del precio del petróleo
crudo, que castigó fuertemente a la economía uruguaya. En consecuen-
cia, lo que prevaleció en la primera fase de la dictadura fue una mezcla
de apertura con proteccionismo selectivo, que combinó la liberalización
financiera con subsidios a la industria de exportaciones no tradicionales,
en vista de que las agropecuarias volvían a mermar por la caída de la de-
manda, a resultas del choque petrolero y del proteccionismo de los países
compradores. En años posteriores, se llevó a cabo una política más de-
finida de apertura comercial y financiera.31 Se registró a partir de 1974
un crecimiento sostenido que contrastó con el estancamiento de épocas
pasadas, aunque la economía se volvió más vulnerable a las fluctuaciones
internacionales, lo que —unido al elevado endeudamiento— culminó en
una nueva crisis de grandes dimensiones en 1982. El ingreso, más allá de
algunas oscilaciones, siguió concentrándose —respondiendo a una ten-
dencia también internacional a la deflación de costos empresariales— y
aumentaron el poliempleo, el empleo informal y de manera abundante la
emigración por motivos económicos.32
En política interna, aparte de sofocar toda oposición, se realizó, como
suele suceder en estos casos, una purga cultural en los centros educativos e
intelectuales, imponiéndose duras restricciones (tal vez más efectivas por la
autocensura que por la censura) a los medios de información y difusión de
materiales impresos, auditivos y televisados. Fueron proscritos los partidos

de 1973 tiene la singularidad de haberse opuesto a la instalación de un régimen autoritario,


lo que no es la norma. Estuvo mediado por características subsistentes de la cultura políti-
ca en receso, como evitar un derramamiento de sangre mayor (hubo dos muertos) y tuvo
vacilaciones, retaceos y constantes entretelones de negociación, pero duró dos semanas lar-
gas (para un recuento día por día, véase Rico et al., 2006). Entre políticos tradicionales que
no quieren reconocerle prendas a la izquierda se ha generado la tesis —podríamos decir
“negacionista”— de restarle importancia o duración (con matices, Sanguinetti, 2008: 358).
31
Notaro, Política, 1984.
32
Melgar y Villalobos, 1986.

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de izquierda y las organizaciones estudiantiles. También fue suspendida en


sus derechos políticos una gran parte de la clase política tradicional. (Los
derechos humanos estaban virtualmente suspendidos para todos). La cnt
fue disuelta por decreto en el curso de la misma huelga de resistencia al
golpe de Estado y los sindicatos individualmente considerados (cuya diso-
lución hubiera sido contraproducente e imposible de justificar a la luz de
los convenios internacionales) permanecieron congelados durante la ma-
yor parte del tiempo, porque los intentos de reglamentarlos no funciona-
ron, quizás por discrepancias entre fracciones militares, pero posiblemente
también porque el gobierno —con buena razón— temía que cualquier
reanimación aun controlada los convertiría en focos de resistencia.
Fue una dictadura muy represiva que no se caracterizó por el núme-
ro de asesinatos y desapariciones, aunque los hubo, sino por la cantidad
de detenidos, presos, exiliados y torturados. En relación con su dismi-
nuida población, Uruguay debe haber sido proporcionalmente el país del
Cono Sur con una mayor cuota de personas afectadas, al punto de que
en algún informe de derechos humanos se le calificó como “país prisión”.
En lo tocante a Estados Unidos, el entonces presidente republicano
Richard M. Nixon estaba en franco desacuerdo con la teoría del difunto
John F. Kennedy de que se podían unir democracia y desarrollo en Amé-
rica Latina. Ya su antecesor del Partido Demócrata, Lyndon B. Johnson,
la había desechado. Nixon, que creía que incluso en Estados Unidos las
cosas funcionaban mal y que él estaba llamado a arreglarlas (con su re-
nuncia en 1974 por actos delictivos se descubriría cómo), pensaba que
los pueblos latinos en general no eran aptos para la democracia. Por tanto
había poco o nada en el golpe de Estado uruguayo de 1973 que pudiera
molestar al gobierno norteamericano y Brasil permanecería atento a toda
cuestión de entidad que se pudiera presentar.

Conclusión

En el largo plazo, la constitución de Uruguay como país independiente,


y su inclusión en el contexto mundial, muestra los rasgos de un sistema
político liberal y culturalmente europeizado, unido a lo que algunos eco-
nomistas llamaran economía subdesarrollada. Una sociedad urbana con
patrones de desarrollo social considerablemente avanzados en la primera

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Los cuarenta años del golpe de Estado de 1973 en Uruguay

mitad del siglo xix se combinaba con una economía agroexportadora


donde —sin perjuicio de importantes diferencias entre tipos de unida-
des productivas— predominaban criterios tradicionales de producción
y organización empresarial, que le proporcionaban escasa posibilidad de
respuesta frente a fluctuaciones de precios y potencialidades de comer-
cialización y diversificación. La sociedad urbana, si bien mayoritaria en
términos demográficos, dependía hasta el momento de la crisis del empleo
provisto por el Estado, secundado por los servicios privados del comercio
y las finanzas, y una industria restringida y protegida, sin perspectivas de
crecimiento. La posibilidad de cambio de esta estructura era reducida y,
en consecuencia, su vulnerabilidad al conflicto social, muy elevada. Los
partidos dominantes constituían una red de intereses muy diversificados,
pero poco jerarquizados y bastante segmentados; los límites entre frac-
ciones partidarias, instituciones del Estado y clientelas electorales eran
difíciles de delimitar. En la segunda mitad de los años sesenta, la com-
binación de parálisis política, ineficacia institucional y crisis económica
abrían un espacio a la radicalización, la violencia y el autoritarismo. Dado
que las Fuerzas Armadas habían permanecido hasta entonces al margen
del conflicto, en la medida en que este se agravaba sin solución a la vista,
es fácil de entender que finalmente acabaran interviniendo, ya sea a con-
vocatorio de los propios políticos tradicionales incapacitados de resolver-
lo, ya sea por ambición o mesianismo de los jefes castrenses.

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Revisiones sobre la caracterización del golpe
y la dictadura en Uruguay
Álvaro Rico

En el presente texto se discute la caracterización de la naturaleza del


régimen dictatorial en Uruguay, intentando profundizar en su rasgo
cívico-militar, en comparación con los demás regímenes implantados en
la región del Cono Sur de América Latina en las décadas de los sesenta y
setenta del siglo pasado. Así mismo, en el texto se busca introducir con-
ceptos teóricos clásicos de la ciencia política en el análisis y la explicación
de las dictaduras, el autoritarismo y el totalitarismo latinoamericanos, re-
cuperando así una continuidad analítica entre esos fenómenos en la ex-
periencia continental reciente y las experiencias tradicionales conocidas
por la humanidad en el siglo xx.

Sobre la naturaleza cívico-militar de la dictadura uruguaya

En comparación con la dictadura chilena y otras dictaduras implantadas


en el Cono Sur en la misma época histórica, una de las características
específicas del golpe de Estado y del régimen dictatorial implantado en
el Uruguay fue su naturaleza cívico-militar,1 al menos hasta el año 1981.2

1
En la primera parte de este capítulo se retoman y desarrollan ideas y conclusiones presentes
en Rico, 2009.
2
En septiembre de 1981 asume como presidente de facto el designado general retirado Gre-
gorio Álvarez, primer militar en ocupar dicho cargo luego de tres dictadores civiles que
lo antecedieron.

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Álvaro Rico

Efectivamente, el golpe de Estado fue ejecutado en la madrugada del


27 de junio de 1973 por quien desde noviembre de 1971 hasta ese mis-
mo momento era el presidente constitucional, Juan María Bordaberry,
por lo que dicho acto no representó un caso típico de usurpación del po-
der bajo las formas de derrocamiento, destitución o muerte del titular de
la primera magistratura de la República.
Dicho de otra manera, el golpe en Uruguay fue un autogolpe en de-
fensa o en reafirmación del poder del Estado3 por parte de quien ya lo
detentaba en calidad de presidente e integrante del Consejo de Minis-
tros (Poder Ejecutivo),4 por lo que dicho acto tampoco significó un to-
tal desplazamiento, una plena conquista o asalto al poder gubernamental
por parte de militares golpistas que derrocan al presidente civil como en
otros países vecinos.
Ese rasgo diferenciador del golpe de Estado en el Uruguay surge,
precisamente, cuando queremos dar respuesta a una pregunta de la teo-
ría política clásica: ¿quién ejecuta los golpes?, cuestión planteada en 1639
por Gabriel Naudé en su libro pionero Consideraciones políticas sobre los
golpes de Estado.5 Para el caso uruguayo, entonces, la respuesta a la pre-
gunta de quién ejecuta el golpe de Estado es: el presidente de iure, quien,
en ese mismo acto, devino dictador de facto.
La continuidad del titular del Poder Ejecutivo del Estado detentado
por la misma persona a partir de la ejecución de un golpe de Estado cam-
bió, inmediatamente, el título del gobernante: de presidente a dictador y,
al mismo tiempo, el principio de legitimidad de su investidura: democrá-
tico-electoral (basada en el voto ciudadano) a poder de facto (basada en un
golpe de Estado).
Es en ese sentido que sostenemos que el golpe en el Uruguay no re-
presentó un caso típico de golpe militar, es decir, ejecutado exclusivamente
por las Fuerzas Armadas que instalaron una junta militar o triunvira-

3
Curzio Malaparte, en su libro clásico Técnica del golpe de Estado, sostenía que no existía so-
lamente una técnica moderna de la “conquista” del poder de tipo revolucionario o insurrec-
cional, sino también de “defensa”: el golpe de Estado. Véase Malaparte (1948).
4
El Consejo de Ministros también tuvo una continuidad en su integración y solo sufrió va-
riantes parciales al renunciar tres ministros en señal de protesta por el golpe de Estado.
Igual situación se reprodujo en el Poder Ejecutivo a nivel de los departamentos del interior
del país donde solo renunció el Intendente de Rocha ante el golpe.
5
Naudé, 1998.

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Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay

to (de origen golpista) tras derrocar a los presidentes constitucionales y


usurpar su poder legítimo (de origen electoral), casos: Jõao Goulart en
Brasil (1964), Arturo Illia y María Estela Martínez de Perón en Argenti-
na (1966 y 1976) y Salvador Allende en Chile (1973).
Con lo anterior, no queremos afirmar que en esos regímenes dictato-
riales latinoamericanos no tuvieran participación activa los civiles, tanto
desde el punto de vista represivo (Patria y Libertad en Chile, la Triple A
en Argentina, la Juventud Uruguaya de Pie en Uruguay) como en cargos
gubernamentales, formando parte del personal administrativo a nivel na-
cional o departamental o actuando como personal de confianza a distin-
tos niveles y en diversos organismos del Estado autoritario. Este aspecto
puede ser fácilmente verificado con nombres y apellidos en todos los re-
gímenes dictatoriales de la región. Pero dicha presencia de personal civil
en las dictaduras latinoamericanas de nuevo tipo no siempre determinó
la naturaleza misma del régimen político-estatal implantado en el país.

Carácter institucionalizado de la dictadura uruguaya

Señalada con énfasis la importancia que tiene para los estudios del au-
toritarismo definir el dictador-persona o, como señala Gabriel Naudé,
responder a la pregunta sobre: quién ejecuta el golpe de Estado, tam-
bién resulta importante definir el nuevo bloque de poder conservador y
las formas de reestructura del aparato burocrático-estatal a los efectos de
caracterizar la especificidad o el tipo de autoritarismo implantado en el
Uruguay y las formas concretas que asumió el Estado-dictadura duran-
te casi 12 años en el país.
En nuestro caso, los rasgos de personalización del golpe en la figura
del presidente-dictador y la continuidad del titular del Poder Ejecutivo de
la democracia a la dictadura —desde el golpe en 1973 hasta su destitu-
ción en 1976— no niega el hecho evidente de que Juan María Bordabe-
rry fue quien ejecutó el golpe de Estado del 27 de junio pero con el apoyo
expreso de las Fuerzas Armadas como institución.
Esa circunstancia determinó que después del golpe no se produje-
ra en el país la total centralización y/o fusión de los poderes dictatoriales
en la persona del presidente-dictador (el Uno), sino que se constituyera
una estructura de decisiones de integración compartida con las Fuerzas

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Álvaro Rico

Armadas (cierta colegialización del poder gubernamental), una especie de


división del trabajo cruzada para el ejercicio de las funciones públicas, se-
gún las especialidades de políticos y de soldados.
Entonces, si bien el autogolpe dado por el presidente convertido en
dictador no implicó una usurpación o despojo del poder gubernamental
que ya detentaba sino su conservación y reafirmación en acto —justifica-
do por los desafíos al orden provenientes de sectores de la sociedad civil
o no estatales (sindicatos, gremios estudiantiles, partidos políticos de la
izquierda)—,6 sí implicó un desplazamiento parcial del ejercicio centra-
lizado y partidocrático del poder gubernamental a cargo de los partidos
tradicionales, los políticos y tecnócratas7 y la incorporación a dicho blo-
que de la burocracia militar, constituyéndose así un régimen de poder mix-
to o compartido entre quienes ejecutaron el golpe de Estado y gobernaron
casi 12 años bajo dictadura.
Dicho de otra manera, el rasgo civil (o cívico) de la dictadura uru-
guaya —resumido en la persona del presidente/dictador— se correla-
ciona con el rasgo militar del golpe de Estado y la dictadura —resumido
en la corporación/institución Fuerzas Armadas—, no como componen-
tes separados o agregados que se superponen según la coyuntura y las
etapas de evolución y/o crisis internas del régimen sino a partir de una
relación orgánica compleja, que sobredetermina tanto la naturaleza o el
tipo de régimen autoritario instalado en el país (de carácter cívico-militar)
como las características específicas del bloque de poder mixto (civil y mi-
litar) de la dictadura uruguaya.
Las Fuerzas Armadas como institución del Estado se asocian —en
forma corporativa y monolítica— a la decisión del golpe ejecutado por
el presidente como acto gubernamental y, a partir de allí, co-gobiernan el
Estado autoritario en sus diferentes niveles (no solamente represivos), no

6
Curiosamente, la justificación central esgrimida por los golpistas en la etapa anterior y pos-
terior a la dictadura: el desafío armado a las instituciones proveniente de la guerrilla repre-
sentada por el mln-t y otras organizaciones de lucha armada (opr-33) no representaron
a esa altura del proceso político, en la víspera del golpe de Estado, ningún desafío al poder
gubernamental, luego de la gran represión a estas organizaciones así como la detención del
líder máximo del mln, Raúl Sendic, en noviembre de 1972 y el repliegue a la ciudad de
Buenos Aires de los aparatos de acción directa de los grupos de origen anarquista, a princi-
pios de 1973, o sea, antes del golpe de Estado del 27 de junio de ese mismo año.
7
En este trabajo no se profundizan las bases económicas y sectores sociales beneficiados con
el régimen dictatorial, véase Yaffé, 2009: 117-178.

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Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay

obstante las distintas etapas y sucesivos recambios en los gobernantes de


facto (cuatro presidentes), al menos entre 1973 y 1981, año en el que asu-
mió la presidencia de facto un militar, por primera vez en forma directa y
hasta la recuperación de la democracia en el país, en marzo de 1985. El
teniente general Gregorio Álvarez fue Comandante en Jefe del Ejército y
se encontraba retirado de la actividad y sin mando de tropa desde el 1 de
febrero de 1979.
Al interior de las Fuerzas Armadas uruguayas, podría decirse inclu-
so que, a diferencia de la figura del tirano usurpador —un Pinochet en
Chile o Videla en Argentina—, las discusiones y toma de decisiones en-
tre militares también se procesaron a través de organismos de tipo cole-
giado como la Junta de Oficiales Generales, la Junta de Comandantes en
Jefe, la Comisión de Asuntos Políticos, y otros; es decir, tampoco se lle-
gó en el caso uruguayo a la personalización del liderazgo militar8 salvo,
como ya señalamos, casi al final del proceso (en 1981), cuando fue desig-
nado presidente el teniente general retirado Gregorio Álvarez, aunque
dicho cambio no alteró sustancialmente la naturaleza combinada militar-
civil del régimen hasta el final de sus días.
En conclusión: el proceso de concentración de los poderes estatales
en la dictadura uruguaya no concluyó en un monopolio, total centraliza-
ción o fusión de los mismos en el Uno-dictador (líder político o caudi-
llo militar) o en una única institución u órgano estatal (Poder Ejecutivo,
Consejo de Estado o Junta Militar). Se trató, más bien, de un poder único-
compartido (cívico-militar o militar-civil), con cambios en la correlación
interna de fuerzas en el bloque de poder e, incluso, alternancias coyun-
turales de la jefatura del régimen, por ejemplo, en 1976 y 1981, ejercido

8
Incluso los militares que se podrían definir como halcones, que constituyeron el núcleo
duro de las ff. aa. y la represión durante la dictadura, cumplida su antigüedad según la
Ley Orgánica militar dentro del arma correspondiente, pasaban a retiro obligatorio, per-
diendo así no solo el mando directo de tropas sino la influencia directriz. No obstante, en
tanto la mayoría de ellos integraban logias al interior de las Fuerzas Armadas, la conti-
nuidad del funcionamiento de las mismas —sobre todo los llamados “Tenientes de Arti-
gas”— permitía asegurar, también, la reproducción de una concepción y política internas,
independientemente del destino personal de los oficiales que las integraban. Tampoco los
militares retirados, a pesar de algunos intentos, pudieron constituir el partido del proceso
que, una vez recuperada la democracia, se convirtiera en una opción política conservadora,
resaltara las políticas de la dictadura y compitiera electoralmente en la nueva etapa que se
abrió después de 1985.

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a través de una red de viejos y nuevos organismos burocrático-estatales,


de diferentes niveles de decisión y funciones (políticos, diplomáticos, re-
presivos, educativos), de integración mixta (políticos-soldados) y recluta-
miento diversificado (funcionarios, diplomáticos, tecnócratas, soldados,
policías, profesionales, periodistas).
La relación concreta entre civiles y militares dentro del nuevo bloque
de poder es muy difícil de establecer a través de la documentación obte-
nida o los testimonios sobre el periodo así como la proporción o cuotas
de poder compartidas entre ellos y/o la exacta responsabilidad de unos
y otros en la adopción de tal o cual decisión gubernamental o represiva.
Por el contrario, o quizás por esa misma dificultad, resulta más fácil ti-
pificar a los presidentes civiles de cualquier régimen surgido de un golpe
de Estado como títeres, peleles o figuras decorativas de las Fuerzas Arma-
das, y resulta también de sentido común absolutizar el poder militar en
las dictaduras latinoamericanas contemporáneas denunciándolas como
dictaduras militares a secas.
Aún aceptando el establecimiento de una relación desigual de pode-
res y/o división complementaria de tareas entre ambos sujetos, en algu-
nos casos a favor del estamento militar como, por ejemplo, en la represión
o, en otros casos, a favor de los civiles frente a los uniformados por la ex-
periencia de aquellos en el manejo de la cosa pública, lo que se pretende
definir a través de la determinación de la naturaleza del régimen polí-
tico autoritario y de la integración del bloque de poder no son tanto la
proporción en la atribución de responsabilidades, o la cuotificación del
poder entre los sectores civiles y los militares dentro del poder guberna-
mental, sino enfatizar tres aspectos propios de la dictadura uruguaya:
1. Por un lado, la integración mixta del régimen o, si se prefiere, las
fuentes diversificadas (o duales) del reclutamiento de su personal dirigente y
burocrático para asegurar el funcionamiento regular del aparato político-
administrativo-militar del Estado y su reproducción en el tiempo.
2. Por otro lado, el carácter menos personalizado de la dictadura uru-
guaya en la figura del dictador-presidente y más institucionalizado en los
organismos: presidente-Poder Ejecutivo-Fuerzas Armadas dentro de
un nuevo organigrama estatal reconfigurado a través de distintos actos
jurídico-institucionales.
3. Finalmente, el rasgo civil-militar o militar-civil, según la coyun-
tura, refiere no sólo a los sujetos del bloque social de poder y a la doble

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Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay

fuente de reclutamiento del personal dirigente y burocrático del régimen


dictatorial sino, también, a la existencia y tipo peculiar de relación y acti-
vidad que entablan ambos niveles del poder estatal bajo el autoritarismo:
el gubernamental (la esfera política) y la guerra interna (la esfera militar),
relación que se da no solo entre los sujetos dentro y fuera del bloque
de poder sino que también se traslada al propio diseño institucional del
Estado-dictadura.
En resumen, la dictadura uruguaya no fue una dictadura sin dictador
sino una dictadura-institución, no fue una dictadura típicamente militar
sino civil-militar, no fue estrictamente un tipo de poder monocrático sino
un poder único-compartido, una reestructura autoritaria de un Estado hí-
brido, que comporta una doble dimensión institucional o doble faz: pública
(sometida a las leyes aprobadas por la propia dictadura) y clandestina (al
margen de la legalidad),9 con el objetivo principal de gobernar, reprimir
y controlar a la sociedad y sectores particularizados dentro de ella, prin-
cipalmente las organizaciones de izquierda, tanto en el país como en la
región del Cono Sur.

Sobre la etapa pre-golpe: el protagonismo de las Fuerzas


Armadas y las alianzas políticas conservadoras que prefiguran
el bloque de poder golpista y dictatorial

Para caracterizar la naturaleza del régimen y el bloque de poder dictato-


rial constituido entre 1973 y 1985, debemos tener en cuenta el proceso
de cambios que se gestó y desarrolló en la etapa histórica precedente a la
dictadura, es decir, en democracia, particularmente entre 1968 y 1973.
Dicho de otra manera, buena parte de las alianzas políticas conserva-
doras, el protagonismo del sector militar, la adopción de la legislación de
excepción y la emergencia de nuevos aparatos estatales (legales y clandes-
tinos) especializados en la represión y con su secuela de víctimas, tuvie-
ron lugar en la etapa pre-golpe de Estado y pre-dictadura, bajo la vigencia
aún del Estado de derecho y autorizadas por el Parlamento y la mayoría
de los representantes de los partidos políticos tradicionales.

9
Duhalde, 1999: 218.

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Álvaro Rico

Por eso mismo, si bien todo golpe de Estado representa un quiebre


del ordenamiento constitucional-legal y democrático precedentes, la re-
construcción de ese proceso también verifica la continuidad, no solamente
del titular del Poder Ejecutivo: el presidente como dictador, sino de cier-
tas lógicas institucionales autoritarias, leyes de excepción, alianzas con-
servadoras entre civiles y militares, organismos represivos paraestatales
y la emergencia de órganos de coparticipación en el poder estatal, origi-
nados previamente en democracia y continuados luego bajo dictadura.
Precisamente, como el bloque de poder y la naturaleza de la dictadura
no se configuran inmediatamente a partir del mismo momento del golpe
de Estado sino que tienen sus antecedentes en las etapas institucionales
previas, en el proceso de crisis del Estado de derecho y la democracia (so-
bre todo en la etapa final de dicha crisis, entre 1968 y 1973), importa esta-
blecer la relación que se fue conformando entre las esferas: política y militar
y entre los sujetos: políticos (civiles) y militares en dicha etapa pre-dictadura.
Ello es importante no solamente para establecer cómo se consolidó insti-
tucionalmente dicha relación en las circunstancias del golpe de Estado y
las distintas etapas por las que transitó la dictadura en nuestro país sino,
también, para establecer cómo fue cambiando el régimen democrático y
el Estado de derecho en sentido autoritario antes del golpe, frente a la cri-
sis y el permanente estado de excepción. Si el primer enfoque contribuye a
caracterizar la especificidad de la dictadura uruguaya (1973-1985), el se-
gundo enfoque —complementario del anterior— ayuda a establecer la
relación contradictoria que entablaron: democracia y autoritarismo en
la etapa de transición de uno a otro régimen político-estatal (1968-1973).
Por eso mismo, desde el punto de vista teórico, democracia y autori-
tarismo no pueden ser analizados como dos regímenes antagónicos sino a
partir de la relación contradictoria y en permanente tensión que entablan.
En el caso uruguayo se puede considerar la dictadura que reemplaza
a la democracia, a fines de junio de 1973, como un régimen internamen-
te impuesto. Robert Dahl, refiriéndose a los sucesos en nuestro país, se-
ñaló que se trató de “un sistema democrático de relativa larga duración
reemplazado por un régimen autoritario internamente impuesto”.10 Este
carácter interno, a nuestro entender, refiere estrictamente a la crisis de la

10
Robert Dahl (A preface to Economic Democracy) citado por González (1993: 15). Las cur-
sivas son mías.

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Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay

democracia y del Estado de derecho, que se procesa gradualmente hasta


su desenlace golpista.
En tal sentido, hemos denominado dicho proceso de crisis nacio-
nal, parafraseando a Norberto Bobbio, como “camino democrático a la
dictadura”,11 por ser la formulación que, a nuestro entender, mejor resu-
me esa relación compleja y contradictoria entre democracia y autorita-
rismo que experimentamos los uruguayos entre 1967 y 1973, antes del
golpe, queriendo resaltar así los aspectos de continuidad entre uno y otro
régimen, más allá del carácter rupturista y el antagonismo que representa
todo golpe de Estado y dictadura con relación a la democracia.
La especificidad de nuestro proceso —que también marcará poste-
riormente buena parte de la naturaleza del régimen dictatorial y bloque
de poder emergentes— consiste, precisamente, en el avance de una praxis
estatal autoritaria en el marco de un régimen republicano-democrático
de gobierno, que no tiene por resultado la superación de la crisis insti-
tucional mediante la consolidación de la democracia, sino todo lo con-
trario: la quiebra definitiva del orden democrático y la imposición de la
dictadura por cerca de doce años en el país.
Durante el periodo 1967-1973, los gobiernos de los presidentes
constitucionales Jorge Pacheco Areco (diciembre 1967-marzo 1972) y
Juan María Bordaberry (marzo 1972-junio 1973, antes de convertirse
en dictador) actuaron la mayor parte del tiempo como gobiernos de cri-
sis o gobiernos bajo decreto. Esto quiere decir que, ante una situación con-
creta, caracterizada como de excepción por el propio Estado de derecho,
ampliaron las atribuciones extraordinarias del poder gubernamental me-
diante la aplicación permanente de medidas prontas de seguridad12 pre-
vistas por la propia Constitución y ratificadas por el Parlamento a los
efectos de ampliar los poderes decisorios y punitivos del Estado.

11
Rico, 2006: 44-60.
12
Las medidas prontas de seguridad son un instituto excepcional de derecho que se tornó de
aplicación regular en el periodo histórico tratado; están previstas en el artículo 168 de la
Constitución de la República, pudiéndose adoptar por el presidente, actuando con el mi-
nistro respectivo o Consejo de Ministros, “en los casos graves e imprevistos de ataque exte-
rior o conmoción interior”, República Oriental del Uruguay, poder legislativo, Constitución
de la República. Constitución 1967 con las modificaciones plebiscitadas el 26 de noviem-
bre de 1989, el 26 de noviembre de 1994, el 8 de diciembre de 1996 y el 31 de octubre de
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Álvaro Rico

En síntesis, la consolidación de relaciones autoritarias de poder es-


tatal en el Uruguay democrático (1968-1973) transcurrió gradualmente
por la vía de la institucionalización permanente de Medidas Prontas de
Seguridad y la utilización recurrente del instituto del Decreto por par-
te de los gobiernos de crisis (Pacheco-Bordaberry). Cuando el golpe fi-
nalmente se ejecutó, el 27 de junio de 1973, el Estado uruguayo y sus
autoridades civiles y militares ya tenían una institucionalidad estatal y
una praxis autoritaria sedimentadas durante casi seis años (1968-1973),
incluida la asociación entre civiles que gobernaban bajo decreto y me-
didas prontas de seguridad y militares que actuaban por decretos y ór-
denes para asegurar la “integridad del Estado”, en cumplimiento de las
funciones comisariales que les asignó el poder político democrático en
el marco de la autodeclarada “guerra interna” por el Estado uruguayo.
El nuevo Estado-dictadura, desde junio de 1973, se asentó en la conser-
vación de parte de esas estructuras de poder tradicionales y en la aplica-
ción de la legislación de excepción aprobada por gobiernos electos y por
parlamentos legítimamente constituidos.
El gradual proceso de brutalización de la política e imposición del au-
toritarismo en el Uruguay, entre 1968 y 1973, estuvo también caracteri-
zado por la paulatina irrupción de las Fuerzas Armadas en el escenario
público y luego por su intervencionismo político abierto. En un primer
momento (1968-1972), actuando legalmente como instrumento del Po-
der Ejecutivo y cumpliendo órdenes de los gobernantes y parlamentarios
(civiles) en su función de guardianes del orden estatal ante la conflictivi-
dad sindical y acciones de la guerrilla (la fase comisarial propiamente di-
cha de las Fuerzas Armadas); en un segundo momento (1972-1973), ya
como actor político-militar abierto, desde su caracterización como “fuer-
zas beligerantes en todo el territorio nacional”, su pronunciamiento políti-
co-programático a través de los Comunicados 4 y 7 y su co-participación
institucional en las decisiones de gobierno a partir de la constitución e
integración del Consejo de Seguridad Nacional (cosena) tras la crisis
de febrero de 1973, hasta su asociación ilegal al poder político para eje-
cutar el golpe de Estado, en junio de 1973, “poniendo el procedimiento
técnico militar al servicio de la política interna del Estado”,13 en un tercer

13
Schmitt, 1934: 238.

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Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay

momento (fines de 1975-1979), inaugurando la fase fundacional y terro-


rista de la dictadura uruguaya, su intento de consolidación institucional
del régimen (actos institucionales, proyecto de reforma de la Constitu-
ción) con el abierto carácter represivo y clandestino tanto en el país como
en la coordinación represiva en la región, sobre todo en Argentina, y el
“Plan Cóndor”; finalmente, un cuarto momento (fines de 1980-1984),
una fase pretoriana y de transición tras la derrota de su iniciativa plebisci-
taria con el objetivo de constitucionalizar el régimen autoritario e inau-
gurar una nueva etapa de democracia tutelada. Asumiendo directamente
la presidencia de facto un Oficial Superior de las Fuerzas Armadas a la
par de iniciar un proceso de negociaciones y acuerdos con los sectores de
los partidos políticos autorizados y su iniciativa en torno al cumplimien-
to de un cronograma político, elecciones internas a los sectores autoriza-
dos por el régimen y elecciones nacionales con proscripciones en la etapa
de transición a la democracia.
Un proceso paralelo a ese activismo de los militares en la vida políti-
ca nacional se constata en la creación de nuevos órganos autorizados por
la legislación y tras decisiones de las mayorías parlamentarias y del Po-
der Ejecutivo, organismos que comienzan a configurar una nueva institu-
cionalidad militarizada (incluida la justicia penal), caracterizada por una
mixtura de aparatos propios del Estado de derecho, de jerarquías buro-
crático-militares y de estructuras político-legales a cargo de funcionarios
civiles, tanto a nivel nacional como departamental.
Este gradual proceso de militarización del aparato de Estado y de
politización de las Fuerzas Armadas fue acompañado por la necesaria
autonomización operativa en la lucha contra la subversión, particular-
mente bajo la declaratoria del “estado de guerra interno”, autonomiza-
ción que alcanzó su dimensión extrema con la constitución de órganos
clandestinos-ilegales y asignación de personal encubierto para actuar
en el territorio nacional y en otros países de la región: Escuadrones de
la muerte, Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas
(ocoa), centros clandestinos de detención, Plan Cóndor y Automoto-
res Orletti en Argentina, traslados ilegales entre países de prisioneros
políticos, y otros.
En esa transición al autoritarismo, las funciones comisariales para
“combatir a la subversión” asignadas a las Fuerzas Armadas por vo-
luntad de la mayoría del Parlamento y del Poder Ejecutivo devino en

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una misión permanente a cumplir por los militares. Este pasaje tuvo
su formulación inicial en el Plan Político de la Junta de Comandantes
elaborado en 1971, antes del golpe, y se plasmó expresamente en el ar-
ticulado de la nueva Ley Orgánica militar aprobada en 1974, luego del
golpe de Estado.
La estrategia fundacional de las ff. aa. finalmente no prosperó ante
la derrota, en noviembre de 1980, del intento de la dictadura de legiti-
marse a través de una consulta plebiscitaria a la ciudadanía: 56.7% de la
población le dijo ¡No! al proyecto de reforma constitucional que impo-
nía una democracia tutelada o dictablanda, abriéndose así el proceso de
transición a la democracia en el Uruguay. El 1 de marzo de 1985, luego
de la realización de elecciones nacionales con proscripciones decreta-
das por los militares del candidato del Frente Amplio (Líber Seregni),
la proscripción y prisión del líder del Partido Nacional (Wilson Ferrei-
ra Aldunate) y del Partido Comunista, asumió la Presidencia de la Re-
pública el candidato del Partido Colorado, dr. Julio María Sanguinetti.

Las transformaciones en la legalidad y las prácticas represivas


del Estado uruguayo

Renglón aparte en la reconstrucción de la institucionalidad autoritaria


merece el papel de la Justicia Militar durante el periodo de crisis del Es-
tado de derecho y bajo el régimen dictatorial. Si bien las leyes de excep-
ción bajo la figura de Medidas Prontas de Seguridad están previstas en
la Constitución uruguaya (artículo 168, inc. 17) para los “casos graves e
imprevistos de ataque exterior y conmoción interior”, el instituto excep-
cional a aplicar en esas situaciones particulares, casos concretos y tiem-
po acotado devino un instrumento regular y permanente del gobierno
de la sociedad, extendiéndose su aplicación a distintas situaciones, pla-
nos de la administración y periodos de tiempo.
Asimismo, al día siguiente del 14 de abril de 1972, luego de diversos
atentados del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y repre-
salias estatales con su secuela de asesinados en atentados a sangre fría y
muertos por la represión en enfrentamientos, el Poder Ejecutivo decretó,
con la anuencia de la Asamblea General, el “estado de guerra interno” y
suspendió las garantías individuales por un mes. Dicho estado de guerra

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Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay

fue prorrogado hasta el 10 de julio de 1972, cuando el Parlamento apro-


bó la Ley de Seguridad del Estado y el Orden Político Interno que, entre
otros cambios, extendió la jurisdicción penal militar al juzgamiento de ci-
viles e incorporó cinco delitos contra la soberanía del Estado, que forma-
ban parte del Código Penal Ordinario, al Código Penal Militar, creando
así el capítulo de los delitos de Lesa Nación que pasaron a ser juzgados
por Tribunales Militares.
A través, entonces, de la aplicación de las medidas prontas de se-
guridad, la tipificación de delitos comunes como militares, el aumen-
to de las penas y la ampliación de la jurisdicción de la Justicia Militar
—anteriormente limitada constitucionalmente a “delitos militares y
al caso de estado de guerra” (artículo 253)—, se extendió la autono-
mía del poder de las Fuerzas Armadas y se desnaturalizaron totalmente
los procesos de la justicia penal para juzgar delitos políticos cometidos
a civiles durante la dictadura, sin garantías del “debido proceso” ni im-
parcialidad de los jueces (militares), tanto durante el proceso como en la
determinación de los procesamientos y reprocesamientos y en las poste-
riores libertades vigiladas.
En ese marco, el Supremo Tribunal Militar (stm) aumentó consi-
derablemente las penas por los delitos militares, especialmente: “Asocia-
ciones subversivas” (artículo 60 V), “Asistencia a la Asociación” (art. 60
VI), “Atentado A la Constitución” (artículo 60 I, número 6) y “Ataque a
la fuerza moral de las Fuerzas Armadas” (artículo 58), en una estrategia
represiva de la dictadura que privilegió, a diferencia de los demás regíme-
nes autoritarios instalados en el Cono Sur por los mismos años, el meca-
nismo de la prisión masiva y prolongada.
Un proceso paralelo a la expansión de la jurisdicción de la Justicia
Militar se verificó con el aumento de los centros públicos de detención
para alojar a los civiles procesados por aquélla. La población carcelaria
en el país fue denunciada por la solidaridad internacional como la ma-
yor cantidad de presos políticos en el mundo de acuerdo a sus habitantes.
Según las investigaciones realizadas por el equipo universitario que
trabaja para la Presidencia de la República en el marco de la Secretaría
de Seguimiento de la Comisión para la Paz, y luego de revisar una volu-
minosa documentación en archivos estatales, la cantidad aproximada de
detenidos por razones políticas durante la dictadura fue de 5925 presos
varones, entre ellos 891 sindicalistas, alojados en el Penal de Libertad

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(Establecimiento Militar de Reclusión Nº 1); 739 mujeres alojadas en el


Penal de Punta de Rieles (Establecimiento Militar de Reclusión Nº 2) y
alrededor de 159 detenidas al norte del país, recluidas en la cárcel de la
ciudad de Paso de los Toros.14
Las mismas investigaciones históricas para la Presidencia de la Re-
pública realizadas por el equipo universitario desde el año 2005 deter-
minaron, hasta el momento, un total de 51 centros públicos de detención
de presos políticos. De ese universo, tres son Penales dependientes del
Ministerio de Defensa Nacional y concentraron a la mayoría de la po-
blación carcelaria: el Establecimiento Militar de Reclusión Nº 1, Li-
bertad (para varones adultos), el Establecimiento Militar de Reclusión
Nº 2, Punta de Rieles (para mujeres), y la Cárcel en la sede de la Jefatura
de Policía de Paso de los Toros, Tacuarembó (para mujeres detenidas al
norte del país). También dependientes del Ministerio de Defensa Na-
cional se encontraron, aparte de los penales señalados, otros 38 centros
de detención localizados en distintos cuarteles y unidades militares, tan-
to del Ejército (35 cuarteles) como de la Armada (2) y Fuerza Aérea (1),
en Montevideo y la mayoría en el interior. Otros 3 establecimientos de
reclusión masiva dependieron del Ministerio del Interior (Policía), ade-
más de que las comisarías de todo el país sirvieron para el alojamiento
temporal de ciudadanos detenidos.
Una mención especial debemos dedicar a los 8 centros clandestinos
de detención identificados hasta el momento, dependientes de los orga-
nismos militares y policiales (sid-Junta de Comandantes en Jefe, ocoa-
División de Ejército I): 1) “300 Carlos R” o “Infierno Chico” en la casa
de Punta Gorda; 2) “La Mansión” en el edificio-sede del Servicio de In-
formación de Defensa; 3) la “Casona”; 4) la “Base Valparaíso”; 5) “300
Carlos”, “Infierno Grande” o “La Fábrica”, ubicado en el Servicio de Ma-
terial y Armamento del Ejército (sma); 6) “La Tablada” o “Base Rober-
to”; 7) el “Castillito” de Carrasco; 8) Base “Lima Zulú”, dependiente de la
dnii (Ministerio del Interior-Policía), e instalada en una casa particular
incautada al Partido Comunista.

14
Universidad de la República, 2008, vol. 2, Las violaciones a la libertad de las personas. Lista-
dos de presos y presas políticas.

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Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay

Coordinación represiva regional. Plan Cóndor

Las transformaciones en la legalidad e institucionalidad estatal promovi-


das por la dictadura uruguaya estuvieron relacionadas con la ampliación
coordinada de la represión al ámbito regional. Esta extensión justificó
una concepción de “soberanía” ampliada a los países limítrofes, principal-
mente la República Argentina, y la persecución de personas y grupos que
el régimen consideraba que atentaban contra la seguridad interna.
Si bien los antecedentes de la concepción ampliada de soberanía se
remontan a la dictadura brasileña (1964) a través de las fronteras ideológi-
cas o móviles, con los golpes de Estado y dictaduras de nuevo tipo instau-
radas casi simultáneamente en Uruguay, Chile y Argentina, entre 1973 y
1976, la coordinación represiva regional adquirió un carácter permanen-
te, y luego con el Plan Cóndor, asumió dimensiones operativas coordi-
nadas a cargo de los gobiernos, servicios de seguridad y cancillerías de la
región con el apoyo y la intervención de los Estados Unidos.
El acta fundacional del Plan Cóndor está fechada en noviembre de
1975, y fue resultado de una primera reunión interamericana de organis-
mos de inteligencia convocada por la Dirección de Inteligencia Nacional
(dina) en Santiago de Chile. Allí, el coronel José A. Fons, quien partici-
pó en nombre del Servicio de Información de Defensa (sid) de Uruguay,
fue quien propuso el nombre de “Cóndor” para dicha transnacional de la
represión. Ello modificó una parte del organigrama clandestino del Es-
tado-dictadura fuera de fronteras, el personal burocrático asignado, los
recursos técnicos y financieros para las operaciones encubiertas (trans-
porte, comunicaciones, armas, infraestructura de vigilancia en puertos y
aeropuertos, coordinaciones). En este marco, la obtención de dinero de
las organizaciones y militantes perseguidos como botín de guerra, parti-
cularmente en la Argentina, constituyó un objetivo central de las accio-
nes de las fuerzas de seguridad, junto a los fines propiamente militares
y políticos del régimen, incluso para reinvertir parte de esos fondos en la
infraestructura represiva ilegal.
Esta coordinación represiva dio lugar a una serie de operaciones par-
ticularmente cruentas. El 24 de julio de 1976, se produjo el primer vuelo
o traslado ilegal de prisioneros desde Argentina (recluidos en el Centro
de Detención Clandestino “Automotores Orletti”) a Uruguay (alojados
en el “300 Carlos R” y luego en la sede del sid). Fueron trasladados un

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total de 22 militantes del Partido por la Victoria del Pueblo (pvp) y un


matrimonio del mln quienes sobrevivirán a la acción represiva luego de
cumplir la mayoría de ellos años de cárcel en cumplimiento de condenas
de la Justicia Militar. En el operativo fue secuestrado un bebé de 21 días,
Simón Riquelo, hijo de Sara Méndez y Mauricio Gatti. En agosto de
1976 fue detenida en Buenos Aires y trasladada luego a Montevideo en
avanzado estado de gravidez, María Claudia García Irureta Goyena de
Gelman, alojada en el mismo centro clandestino (sede del sid) que los in-
tegrantes del “primer vuelo”, junto a dos menores de edad, Anatole y Vic-
toria Julién Grisonas, hijos de detenidos-desaparecidos en Argentina.15
El 5 de octubre de 1976, en el segundo vuelo clandestino de Argen-
tina a Uruguay, fueron trasladados alrededor de 26 militantes del pvp,
finalmente desaparecidos. La existencia de dicho vuelo fue reconocida
por el comandante en jefe de la Fuerza Aérea uruguaya en informe soli-
citado por el presidente de la república, Tabaré Vázquez, el 8 de agosto
de 2005.
También en el año 1976, el 20 de mayo, aparecerán en Buenos Aires
los cadáveres del senador frenteamplista Zelmar Michelini y del diputa-
do del Partido Nacional Héctor Gutiérrez Ruiz, junto a los cuerpos del
matrimonio Barredo-Whitelaw, militantes del mln-Nuevo Tiempo ase-
sinados en un operativo conjunto. Un día antes, el 19 de mayo, fue dete-
nido y desaparecido Manuel Liberoff, dirigente del Partido Comunista,
exiliado en Argentina.
El 4 de octubre de 1976, en el balneario de Punta del Este, son se-
cuestrados los hermanos de nacionalidad argentina, Claudio y Lila
Epelbaum, quienes fueron transportados ilegalmente a la Argentina y re-
cluidos en el centro clandestino El Banco, donde desaparecieron.
En marzo de 1977, fueron detenidos en Asunción del Paraguay, los
militantes del pvp, Nelson Santana y Gustavo Inzaurralde. Hay docu-
mentación probatoria de la participación de un militar uruguayo, el Ma-
yor Carlos Calcagno, en los interrogatorios. Los detenidos, entre los que
se encontraban también otros tres ciudadanos argentinos, fueron trans-

15
María Claudia García Irureta Goyena de Gelman luego de dar a luz a su hija Macarena
Gelman en el Hospital Militar, fue desaparecida. Los niños Julién Grisona fueron trans-
portados en diciembre a Chile y abandonados en una plaza de la ciudad de Valparaíso.

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Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay

portados en un vuelo ilegal a la República Argentina el 16 de mayo, don-


de desaparecen definitivamente.
El 16 de noviembre de 1977, fue detenido en la ciudad de Colo-
nia cuando pretendía ingresar con documentación falsa a Uruguay, el
dirigente Montonero, Óscar DeGregorio. Fue alojado y torturado en el
Cuerpo de Fusileros Navales. Integrantes de la Escuela de Mecánica de la
Armada (esma) viajaron clandestinamente a Uruguay para interrogarlo
y luego trasladarlo ilegalmente a la Argentina en helicóptero, el 17 de di-
ciembre de 1977. Fue recluido en la esma y desaparecido.16
Como resultado de estas últimas acciones represivas en ambas márge-
nes del Río de la Plata, los servicios de inteligencia detectaron la existen-
cia en la Argentina de un Regional de los Grupos de Acción Unificadora
(gau). Entre el 21 de diciembre de 1977 y el 27 de diciembre de 1977
fueron secuestrados en Buenos Aires, catorce personas vinculadas a los
gau y una a las Agrupaciones de Militantes Socialistas, todos continúan
desaparecidos hasta el presente. Por las mismas fechas, entre el 22 de
diciembre y el 3 de enero de 1978, fueron secuestrados en Buenos Ai-
res otros once uruguayos finalmente desaparecidos, integrantes de otras
organizaciones con las que los gau mantenían contactos en el marco de
la Unión Artiguista de Liberación (ual) o fuera de la misma (Partido
Comunista Revolucionario, mln-Tendencia Proletaria). Entre el 20 y 24
de abril de 1978, caen otros cuatro ciudadanos uruguayos militantes del
pst en Argentina, quienes fueron probablemente trasladados con final
desconocido y se encuentran desaparecidos. El 16 de mayo de 1978, con
base en testimonios de sobrevivientes de los centros clandestinos, se rea-
lizó un tercer vuelo de la muerte o traslado grupal de los uruguayos de-
tenidos en el mes de diciembre del año anterior; también se encuentran
desaparecidos hasta el presente.
La celebración del Mundial de fútbol en Argentina, en julio de 1978,
fue el pretexto para aumentar la vigilancia en las fronteras, el intercam-
bio de información, los seguimientos y operaciones conjuntas de los ser-
vicios de inteligencia de ambos países para asegurar la normalidad del

16
Este operativo represivo conjunto de las armadas de ambos países se extendió en Monte-
video y Lagomar tras la detención de un núcleo de diez exiliados montoneros: dos de ellos
fueron muertos, cuatro fueron procesados por la Justicia Militar uruguaya y los otros cua-
tro fueron trasladados ilegalmente a la Argentina y recluidos en la esma.

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espectáculo deportivo ante la opinión pública internacional. En ese mar-


co, se produjo otra ofensiva importante contra exiliados uruguayos en
Argentina y sus organizaciones de pertenencia así como contra ciudada-
nos argentinos exiliados en Uruguay.
El 18 de mayo de 1978, son secuestrados en Montevideo y trasla-
dados y desaparecidos en Argentina, el matrimonio Logares-Grispón,
quienes fueron vistos hacia finales de junio de 1978 en el “pozo de Ban-
field”. Su pequeña hija de 2 años, Paula Eva Logares, fue también secues-
trada y trasladada, apropiada por un represor, cambiada su identidad,
recuperada y restituida a su familia materna (abuela) el 13 de diciem-
bre de 1984.17

Los organismos de inteligencia del Estado-dictadura


(públicos y clandestinos)

La necesidad del Estado uruguayo de conformar una paraestatalidad,


originada y sostenida desde el interior de la propia estatalidad legal pero
que actuara como exterior a ella, en la ilegalidad y extraterritorialidad,
atravesó un conjunto de decisiones institucionales y discrecionales y el
involucramiento de personal burocrático —civil y militar—, aun antes
de producirse el golpe de Estado. Así, sobre todo a partir del año 1971,
cuando se toma conocimiento público del accionar de los primeros gru-
pos paramilitares y parapoliciales y los primeros asesinatos y desaparicio-
nes forzadas de ciudadanos uruguayos a cargo de los “Escuadrones de la
muerte”, las lógicas operativas y la concepción de guerra interna fueron
gradualmente justificando el accionar represivo de las Fuerzas Arma-
das como operaciones de policía, y consiguientemente, su partinización,
asumiendo cada vez más la lógica irregular y clandestina del enemigo
interno bajo el postulado de que “donde hay partisanos se actúa como
partisanos”,18 en detrimento de la lógica legal y garantista del mismo Es-
tado de derecho, aún vigente hasta el golpe.

17
Véase Rico, 2007: 71-163; Rico, 2008: 296-311 y Universidad de la República, 2008:
296-311.
18
Schmitt, 1984: 122.

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Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay

En ese marco, la distinción o límites legales y éticos o entre lo público


y lo privado, lo político y lo no político, lo interno y lo extraterritorial, la
vida y la muerte de sus conciudadanos fueron condicionados y finalmen-
te absorbidos por una razón de Estado autoritaria y una noción de sobera-
nía interna omniabarcante.
El corolario de esta comprensión institucional de la guerra intraes-
tatal contra un enemigo también interno consistió en no reconocer el es-
tatus de combatiente (militar y político) de estos últimos, que fueron
considerados así por el Estado uruguayo como delincuentes comunes. La
criminalización del enemigo político y la victimización de la población fue
a la par con la brutalización de la política, hasta el desconocimiento de
garantías y derechos individuales que concluyeron degradando la misma
condición humana del enemigo-víctima: de revolucionarios a mal naci-
dos. Es el pasaje de la guerra interna a la guerra sucia contra un enemigo-
delincuente a exterminar físicamente, ese homo sacer, sin estatuto legal o
moral, a excluir.19
Esta descripción general del proceso que consolida institucional-
mente la doble faz del Estado-dictadura,20 en lo que refiere a su faz clan-
destina-represiva propiamente dicha constituye un reforzamiento de las
funciones pastorales del Estado que toma como objeto de la vigilancia y
represión generalizadas al conjunto de la población, y no solamente a su-
jetos particularizados y estigmatizados dentro de ella (guerrilla, comu-
nismo, oposición).
A continuación, enumeramos los organismos que actuaron dentro
del organigrama estatal y fuera del mismo, referidos a las labores de la in-
teligencia militar y policial:
1) Servicio de Información de Defensa (sid), creado el 23 de febrero de
1965 mediante decreto Nº 68, para asesorar al Ministerio de Defensa Na-
cional en “asuntos de información y contrainformación” según las necesi-
dades de la Defensa Nacional. En junio de 1971, el organismo quedó bajo
entera jurisdicción militar y se produjo su división en seis departamentos,
entre ellos, el Departamento III (Planes, Operaciones, Enlace) —verda-
dero epicentro de las acciones represivas nacionales y extraterritoriales—.
Por la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas aprobada ya bajo dictadura,

19
Agamben, 1995.
20
Duhalde, 1999.

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en 1974, se definió al sid como “órgano de asesoramiento de la Junta de


Comandantes en Jefe” (y no del Ministerio de Defensa Nacional).
2) El otro organismo militar involucrado en las acciones de inteli-
gencia y operativa represiva a gran escala, fue el llamado Organismo Coor-
dinador de Operaciones Antisubversivas (ocoa). Los antecedentes de este
ámbito probablemente se remontan a abril de 1972, antes del golpe de
Estado, en plena ofensiva represiva de las Fuerzas Conjuntas contra el
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. El ocoa fue creado
por el Comando General del Ejército (cge), y al mismo se adscribían las
cuatro Divisiones de Ejército en todo el territorio nacional. El ocoa1
—el más activo y numeroso— dependió de la División de Ejército I y
tenía jurisdicción dentro de su territorio, que incluía la capital del país.
3) Dependiente del Departamento II del Estado Mayor del Ejérci-
to funcionó la Compañía de Contrainformación del Ejército, inicialmen-
21

te constituida para tareas de vigilancia interna y control de los propios


efectivos del Ejército, pero que luego intervino directamente en inves-
tigaciones fuera del ámbito militar, en interrogatorios y operativos re-
presivos, algunos de ellos fuera del territorio nacional como parte de la
coordinación represiva regional y del Plan Cóndor.22
4) Las diferentes armas y sus Estados Mayores tenían sus propios
servicios de inteligencia distinguidos con el Nº 2: S-2, N-2, D II, C.2,
A-2: usacbl (Fuerza Aérea), fusna (Armada), dipre (Prefectura Na-
val) y otros.
5) Los antecedentes de la Inteligencia Policial se remontan al llamado
por entonces Servicio de Inteligencia y Enlace, fundado en el año 1947,
en plena Guerra Fría; en 1967 se conformó la Dirección de Información
e Inteligencia (dii), dependiente de la Jefatura de Policía de Montevideo
y, el 28 de diciembre de 1971, mediante Decreto, el organismo se conso-
lidó como Dirección Nacional de Información e Inteligencia (dnii) que, a
partir de 1978, pasó a depender del Ministerio del Interior.
Una zona secreta e ilegal del accionar represivo militar en Uruguay
estuvo constituida por los ocho centros clandestinos de detención identifi-

21
García Rivas, 1984: 43-44.
22
Se trata de los secuestros en Asunción de los uruguayos Nelson Santana y Nelson Escoto,
desaparecidos finalmente en Argentina, y del secuestro en Brasil y traslado ilegal a Uruguay
de Universindo Rodríguez, Lilian Celiberti y sus dos pequeños hijos.

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Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay

cados hasta el presente, algunos de los cuales dependían de los organis-


mos de inteligencia: del sid-Junta de Comandantes en Jefe dependían
cuatro centros clandestinos de detención (incluida su propia sede); del
ocoa-1 dependían tres; de la dnii (Ministerio del Interior-Policía) de-
pendía la Base “Lima Zulú”.
Un rasgo de la experiencia dictatorial en el país es que varios cen-
tros clandestinos estuvieron localizados y funcionaron dentro de de-
pendencias militares legales o públicas o en casas o chacras incautadas
a prisioneros u organizaciones políticas que luego permanecían bajo
jurisdicción militar.
Como ya adelantamos, otra zona oscura del camino autoritario tran-
sitado en el Uruguay fue la aparición en el periodo previo al golpe de Es-
tado y la instalación de la dictadura, entre 1971 y 1972, de organismos
paramilitares o parapoliciales autodenominados Escuadrones “Caza Co-
munistas” o “Caza Tupamaros”. Así, civiles integrantes de organizaciones
de jóvenes de ultraderecha, militares y policías conformaron dichos es-
cuadrones que actuaron al margen de la legalidad y con apoyo de las es-
tructuras legales del Estado de derecho. Son resultados de ese accionar
criminal, los asesinatos de los estudiantes Manuel Ramos Filippini (31
de julio de 1971) e Ibero Gutiérrez (28 de febrero de 1972) y las deten-
ciones y desapariciones forzadas de Abel Ayala (18 de julio de 1971) y
Héctor Castagnetto (18 de agosto de 1971). El 5 de junio de 1972, antes
del golpe de Estado, el Senado constituyó la Comisión Investigadora so-
bre Actividades de Terroristas. Escuadrón de la Muerte.23
El proceso de “militarización” del Estado uruguayo entre 1971-1973,
y luego bajo la dictadura y el Terrorismo de Estado —no solo enten-
dido como la co-participación militar en el bloque de poder políti-
co (civil-militar) o como la configuración de un modelo estatal “mixto”
(político-militar) sino, también, como una forma de organización y con-
trol autoritario de la sociedad en situaciones de crisis—, contempló el
proceso de construcción de una faz clandestina, ilegal y secreta de las
propias estructuras estatales y militares que se correspondieron con la
estructura legal y pública del Estado-dictadura en el marco de la lucha
contra la subversión.

23
Archivo del Palacio Legislativo, 1972.

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La guerra interna, por su objetivo final de exterminio del enemigo y


por ser las Fuerzas Armadas su sujeto protagónico, se corresponde, valga
la redundancia, con un tipo de guerra militar. Pero por su lógica intrínse-
ca y formas anticonvencionales de despliegue operativo, se trata, valga la
contradicción, de un tipo de guerra policial.
No fueron las estrategias de combate de las Fuerzas Armadas para
la liberación de territorios ocupados por la guerrilla ni el poder de fuego
o sofisticación tecnológica del armamento de guerra utilizado los facto-
res que caracterizaron dicho enfrentamiento y que, a la larga, explica las
razones de la victoria de las fuerzas estatales contra las organizaciones de
izquierda. Por el contrario, dentro de las características de una guerra de
proximidad o cuerpo a cuerpo, los militares asimilaron sus funciones comi-
sariales a las funciones policiales de asegurar el “orden público interno”, y su
superioridad se basó no en el poder de combate y de fuego sino en la in-
formación confidencial recopilada por años sobre dirigentes, militantes y
organizaciones de izquierda; en los métodos de seguimiento, infiltración
y cooptación; en la tortura generalizada en los interrogatorios; en la clan-
destinización de su accionar y la coordinación represiva regional.
Uno de los rasgos fundamentales de la guerra interna y de su trans-
formación en guerra sucia lo constituyó la asimetría de las fuerzas con-
frontadas y del universo de víctimas, que falsea los argumentos acerca
de la existencia de una confrontación bélica real de tipo convencional o
entre Estado.
Según los resultados de las investigaciones históricas y arqueológi-
cas de la Presidencia y de la Universidad de la República sobre dete-
nidos-desaparecidos, asesinados políticos y terrorismo de Estado en
el Uruguay (1973-1985),24 el universo de víctimas pertenecientes a las
distintas organizaciones de la izquierda uruguaya estuvo constituido
por cerca de 200 ciudadanos detenidos-desaparecidos,25 alrededor de
250 asesinados políticos y más de 6 mil presos y presas políticas.26

24
Universidad de la República, 2008.
25
Tales datos no incorporan los 31 casos de cuerpos nn aparecidos en cuatro departamentos
de la costa uruguaya, entre 1975 y 1979; sólo cinco de ellos identificados al presente (tres
argentinos, una paraguaya y un uruguayo).
26
Los efectivos estatales que mueren durante el periodo dictatorial (1973-1985) son ocho en
total. Véase ibid., vol. 1, pp. 708-712.

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Revisiones sobre la caracterización del golpe y la dictadura en Uruguay

Por otra parte, inmediatamente de recuperada la democracia en


Uruguay, el 1 de marzo de 1985, la aprobación parlamentaria de la Ley
de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado,27 en 1986, y sus pos-
teriores ratificaciones plebiscitarias, en 1989 y 2009, sólo permitieron, en
estos últimos casi treinta años, avanzar lentamente en materia de verdad
y justicia respecto a los responsables institucionales de las violaciones a
los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad cometidos durante
la dictadura. No obstante, a partir del año 2005 y del primer gobierno de
izquierda presidido por Tabaré Vázquez, así como en la segunda admi-
nistración frenteamplista ejercida por el presidente José Mujica hasta el
presente, aunque parciales, se han logrado importantes avances en mate-
ria de verdad y justicia.

27
El 1 de marzo de 1985, tras elecciones nacionales con proscripciones, asumió como pre-
sidente de la república el candidato del Partido Colorado, Julio María Sanguinetti. El 21
de diciembre de 1986 vencía el plazo otorgado por la justicia para que se presentaran a
declarar en los juzgados respectivos aquellos militares acusados por violación a los dere-
chos humanos bajo la dictadura, presentación que había sido negada públicamente por el
mismo Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, teniente general Hugo Medina (fu-
turo ministro de Defensa en el gobierno del dr. Sanguinetti) anunciando así un desacato
a la autoridad y precipitando una crisis institucional de imprevisibles consecuencias en
la recién reconquistada democracia. Mediante un acuerdo urgente entre los sectores ma-
yoritarios de los partidos tradicionales (blanco y colorado) se presentó al parlamento un
proyecto de ley que fue votado el 22 de diciembre de 1986 en forma afirmativa y por ma-
yoría, con el voto en contra de los legisladores del Frente Amplio y algunos otros represen-
tantes de los demás partidos. La llamada Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del
Estado (Nº 15.848), definida popularmente como la Ley de Caducidad, establecía “que
ha caducado el ejercicio de la pretensión punitiva del Estado respecto de los delitos come-
tidos hasta el 1 de marzo de 1985 por funcionarios militares y policías”. Su vigencia ase-
guró que ningún militar ni policía fuera investigado y procesado por la justicia ordinaria
durante casi veinte años, hasta el 2005, cuando por primera vez asumió la presidencia de
la república el Frente Amplio y su candidato, Tabaré Vázquez. El resultado de un refe-
réndum realizado el 16 de abril de 1989 y de otro plebiscito que tuvo lugar el 25 de oc-
tubre de 2009, determinó que la Ley de Caducidad fuera ratificada por decisión popular
en esas dos oportunidades. Recién en la última semana del mes de octubre del 2011, el
parlamento votó la Ley Nº 18.831, con la mayoría proporcionada por los votos de los le-
gisladores del Frente Amplio, y por la cual se restituyó la pretensión punitiva del Estado,
en el marco del cumplimiento de la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos contra Uruguay en el caso Gelman.

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Álvaro Rico

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El golpe de Estado en Chile (revisitado)
y los desafíos políticos actuales en el contexto
latinoamericano
Darío Salinas Figueredo

Introducción

El trabajo aborda el golpe de Estado en Chile, sus antecedentes y con-


secuencias fundamentales, como parte inseparable de la historia políti-
ca reciente de América Latina y el Caribe. Al hacerlo, busca reconstruir
una línea argumental desde dos premisas. La primera recupera la idea
de que la experiencia chilena, que se configura alrededor del golpe, en
su conflictividad y el modelo de sociedad que de allí emerge, puede con-
siderarse un verdadero “laboratorio” político cuyos ingredientes siguen
alimentando el debate contemporáneo. La segunda tiene que ver con
la lectura misma de aquella experiencia, como un ejercicio de ineludi-
ble profundización en el conocimiento de las relaciones entre Estados
Unidos y los proyectos gubernamentales con sentido emancipador. El
trabajo arriba con un breve ensayo sobre algunos paralelismos que, no
obstante los cambios ocurridos, ponen en evidencia los problemas que
se plantean cuando se trata de procesos políticos articulados a cambios
sustanciales en la estructura económica y la institucionalidad de un país
atrasado del capitalismo global. Por último, como punto especial, aparte
pero inapartable de todo lo anterior, se ofrece un ángulo de valoración
sobre Salvador Allende.
Con el beneficio del tiempo histórico transcurrido se puede apre-
ciar mejor que la experiencia chilena, en el contexto político hemisférico,
constituye un referente insoslayable si se considera el peso de las pro-
puestas gubernamentales de cambio diseñadas e instrumentadas por la
Unidad Popular y el decisivo papel que en esa trama juega la política

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Darío Salinas Figueredo

norteamericana. El proceso que inmediatamente le antecede, de algún


modo ya contiene larvadamente dinámicas centrifugas que perfilaban la
necesidad de un proyecto de transformación. Las vicisitudes de los pro-
cesos políticos actuales, de este siglo xxi, se entienden mejor desde las
tendencias y contratendencias registradas en las experiencias anteriores.

La historia previa

Conviene recordar que la sociedad chilena alberga en la trayectoria po-


lítica el experimento de un proyecto hegemonizado por la Democra-
cia Cristiana. La polivalencia social e ideológica de esta fuerza política
fundamentó la fase del reformismo como propuesta de cambio. Aliado
de la derecha para bloquear el avance del proyecto encabezado por Sal-
vador Allende, en el primer quinquenio de los años sesenta, y durante
el segundo quinquenio de la misma década su reacomodo estratégico
supuso la bandera de la “revolución en libertad”. Este impulso endóge-
no era completamente coincidente con la política norteamericana, cuyo
despliegue regional alcanzó a combinar sus dos clásicos ingredientes, la
intervención indirecta y la directa: “Alianza para el Progreso” (alpro),
objetivo de ayuda y distención social y, la demostración de fuerza por
medio de la invasión de marines en 1965 a la República Dominicana. La
ocupación norteamericana y la complicidad de la Organización de Es-
tados Americanos fueron los instrumentos que se articularon para pro-
mover el derrocamiento del presidente Juan Bosh que había sido elegido
democráticamente por la ciudadanía dominicana. Ambas expresiones,
aparentemente aisladas, obedecieron a una misma matriz fundada en el
objetivo de confirmar su hegemonía en el hemisferio, dentro de la cual
un propósito oficialmente declarado e impostergable consistió en evitar
“una segunda Cuba” en América Latina.
En el marco general de la alpro, Chile se convirtió en un foco de
atención preferencial. La ayuda y las líneas de crédito fueron en prome-
dio muy superiores a las otorgadas a otros países en aquel contexto. La
recepción ideológica de la clase dominante chilena fue impecable. Bajo
una mezcla de promesas sociales, reformas económicas limitadas y un
afán deliberado por impedir que cualquier componente popular tenga
incidencia decisiva en los asuntos fundamentales del estatal, esa propues-

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

ta transcurrió dentro de los márgenes que el sistema político estaba dis-


puesto a tolerar.
El influjo de la Guerra Fría adquiría de ese modo su ratificación local
en la creencia de que el único modo de conjurar la “amenaza”, proveniente
de la izquierda, en teoría y en la percepción predominante, era impulsan-
do procesos de reformas atacando, dentro de los estrictos límites del sis-
tema, las síntomas de la desigualdad social y la pobreza en Chile.
En lo fundamental, la Democracia Cristiana trató de garantizar, por
la vía de algunas reformas, el desarrollo de un proyecto de dominación,
como todo el curso posterior de los acontecimientos se encargaría de co-
rroborar. Su estrategia alcanzó a instrumentar la reforma agraria, afec-
tando el latifundio, estimulando la sindicalización campesina, a la que se
añade la tributaria y la de la vivienda, todo ello con efectos negativos en
su relación inmediata con la derecha, abriendo de algún modo espacios
de cercanía con la izquierda, aunque manteniendo férreamente su incon-
dicionalidad con los requerimientos del sistema como totalidad. Esa bús-
queda de posicionamiento centrista o de “fuerza intermedia”, difícilmente
podría considerarse de otro modo si se tiene en cuenta que esa coyuntu-
ra, de 1960, estuvo marcadamente caracterizada por un nivel elevado de
movilización y luchas sociales, de ascenso de la izquierda con proyecto
electoral y gubernamental y de tensas disputas alrededor de los objetivos
políticos comprometidos en la orientación del cambio social. Aquella di-
námica se expresó en el debate político cuyo eje de preocupación dibujó
su centralidad en el tema de la revolución.
En el clima político latinoamericano de entonces resultaban insosla-
yables las proyecciones que irradiaba la revolución cubana. En ese esce-
nario, las reformas “revolucionarias” de la Democracia Cristiana chilena
buscaban erigirse como una especie de panacea destinada a enfrentar los
grandes problemas sociales y políticos del país.1 El ropaje ideológico de
la política centrista resultaba notablemente revelador: “revolución”, pero
en “libertad”. La implementación de esa postura transformadora no tenía
como objetivo desde luego buscar acuerdos con los partidos de izquier-
da. Como proyecto buscaba levantar una amuralla de contención frente
a potenciales cambios promovidos por fuerzas o coaliciones alternativas

1
Un buen análisis de esta fuerza política con referencia a este periodo se encuentra en Yoce-
levzky (1987).

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que ideológicamente aparecían articuladas a la izquierda, a los movi-


mientos populares y centralmente con los trabajadores.
Sin embargo, aquella estrategia no fue suficiente para evitar que el
ascenso de la lucha política siguiera el desarrollo de su curso vinculada a
la conducción de un proyecto popular. Su desarrollo no era un dato se-
cundario para la derecha. El dique de contención que trató de conformar,
siempre estuvo bajo el cálculo según el cual se suponía el riesgo poten-
cial de un desbordamiento social. Dos intentos de alzamiento militar, en
Antofagasta y en el Regimiento Tacna, respectivamente, fraguados por
hilos aparentemente invisibles, sirven de referentes. Sectores conserva-
dores, vinculados a la derecha extrema, lograron a través de estos agudos
episodios anticipar al país su visión sobre los acontecimientos y mostrar
la capacidad disponible ante un eventual desborde en el sistema político.
Queda en el acervo del proceso de aprendizaje que las instituciones cas-
trenses no están al margen de los procesos políticos ni de la balanza de
fuerzas que definen el sentido principal de los acontecimientos. El respe-
to a la institucionalidad democrática no es una verdad inamovible.
Visto de un modo general, el conjunto de procesos abiertos en aquel
entonces y en la perspectiva de sus desenlaces conocidos, hay por lo me-
nos dos anotaciones que no se pueden soslayar. En primer lugar, el hecho
cierto de que la cúpula democristiana en tanto dirigencia de un proyec-
to, contenía a la vez una agrupación social de composición heterogénea
con incidencia en vastos sectores populares. Constatación que establece
una cierta regularidad que no se puede perder de vista y que requiere de
un cotejo permanente con el desenvolvimiento político de la sociedad.
Como partido, gravita en las expectativas populares y capas medias, lo
cual vuelve necesariamente sensible a sus demandas y juego de presiones.
Se trató con ese proyecto de asumir las señales de injusticias o excesos
del poder, aunque con escrupuloso cuidado siempre de no quebrantar ni
cuestionar sus fundamentos. En tal perspectiva, los problemas inheren-
tes al capitalismo se presentaban como fallas del sistema al cual se conce-
bía siempre mejorable, aunque insustituible.
Segunda anotación. Hay que decir, con el beneficio del tiempo trans-
currido, y porque resulta difícil argumentar lo contrario, que el proyecto
político hegemonizado por el centro, por sí solo, no habría prosperado
como alternativa para mantener el orden que el sistema requería. Esto se
encuentra en el registro de los intereses estratégicos norteamericanos, sin

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

cuyo apoyo no habría sido posible aquel experimento de reformas y casi


inmediatamente el diseño y la puesta en marcha de políticas destinadas a
impedir el desarrollo de una vía alterna que ya se venían gestando.
Este “factor externo” no es intrascendente. El seguimiento que la po-
lítica norteamericana efectuó sobre los acontecimientos en Chile, duran-
te aquel periodo, fue sistemático y en diversos registros que combinaban
acciones encubiertas con decisiones propias de la política y la diplomacia.
Sus coordenadas de preocupación estaban definidas en dos asuntos de
fondo. En lo económico, sus intereses en la gran minería del cobre. Bas-
ta con señalar que Anaconda Copper Company y la Kennecott Cooper
Company, dos corporaciones norteamericanas, controlaban, entonces,
cerca del 80% de la industria del cobre. El volumen cuprífero generado
situaba a la economía chilena en uno de los primeros lugares mundia-
les en la producción de dicho mineral. En lo político, su foco de amena-
za estaban en el desarrollo de una coalición de izquierda (en ese periodo
denominado “Frente Popular”) que, como es sabido, encabezó Salvador
Allende como contrincante en las elecciones presidenciales de 1964. Sólo
esto puede explicar por qué una parte importante de los gastos de la cam-
paña electoral del candidato a presidente de la coalición encabezada por
la Democracia Cristiana fueron financiados con fondos provenientes de
agencias norteamericanas.2
Aquellos fondos erogados fueron evidenciando que la presencia de
los intereses de Washington en Chile durante aquel periodo fue más allá
de la “cooperación” a través de la alpro. Su densidad adquirió tal espe-
sor que en el registro historiográfico se encuentran la operación de es-
pionaje conocido como el “Plan Camelot”, proyecto que bajo un esquema
académico pretendió instrumentar un convenio de colaboración entre la
American University y la Universidad de Chile, a fin de llevar a cabo una
investigación de la realidad social de cobertura insospechada: estudiar
la capacidad política para la revolución y para sostener la contención o
represión. Exactamente en esta línea se inscribe las múltiples operacio-
nes encubiertas de la Agencia Central de Inteligencia (cia, por sus siglas
en inglés) que gastó tres millones de dólares en actividades destinadas a
influenciar las elecciones presidenciales de Chile de 1964. Su impacto

2
Tomado de Farwell, citado por Garcés (1995: 138-139).

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Darío Salinas Figueredo

abarcó el campo de la propaganda política, incidiendo en medios de co-


municación, apoyando a grupos de presión o formadores de opinión, el
diario El Mercurio, entre ellos, incluyendo intelectuales y grupos sindica-
les. Todo ello se proyectó a través de sofisticados mecanismos de finan-
ciamiento para incidir en las percepciones políticas de la población y en
los comportamientos electorales. Sus alcances ideológicos se prolonga-
ron hasta la coyuntura electoral de 1970 encaminados directamente a
crear las condiciones para el golpe de Estado.3

La Unidad Popular

Sobre los escombros de aquel proyecto se proyectó, con otra visibilidad


política, el programa de la Unidad Popular. Su triunfo electoral, el 4 sep-
tiembre de 1970, fue la culminación de un largo y persistente esfuerzo
de unidad de las organizaciones sociales y políticas en cuya orientación
la izquierda jugó un papel protagónico. Con ese triunfo y los procesos
que se desencadenan, comenzó la otra experiencia, de signo inequívo-
camente popular, que se inscribe entre los datos más relevantes de la
historia política contemporánea. Después de la Revolución Cubana, en
el contexto América Latina y el Caribe, la Unidad Popular impulsó el
proceso político más gravitante de aquel periodo. Probablemente el que
más se acercó al umbral de las transformaciones en el sistema capitalista.
No está de más recordar que el gobierno de Allende programáticamente
se propuso terminar con la dominación interna y externa.
Se puede desde luego discutir mucho sobre las grandezas (como la
de haberse planteado la transformación del sistema) y las limitaciones de
esa experiencia (el no haber anticipado los problemas para conseguirlo y
su impotencia para responder a la contrarrevolución), sus grandes méri-
tos y las causas de su derrota, cosa que en considerable medida se ha veni-
do haciendo aunque, también hay que decirlo, queda todavía mucho por

3
La “Comisión Church”, constituida por decisión del Senado, tras una intensa campaña pú-
blica orientada a conocer la participación norteamericana a través de sus organismos de
inteligencia, publicó en 1975 un informe bajo el título de “Acciones encubiertas en Chile,
1963-1973”. A partir de este documento y la recopilación de otros informes desclasificados
y archivos propios, véase el excelente trabajo de Uribe y Opazo (2001).

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

recuperar y asimilar con ojos de este tiempo. Con todo, quizás lo más in-
negable estriba en la magnitud del movimiento que se puso en marcha,
su sentido de clase y de masas, su lectura y ubicación en un contexto de
crisis, bajo la orientación de organizaciones enraizadas en la lucha del
pueblo y con una política de alianzas hacia diversas capas sociales y agru-
paciones progresistas.
La conquista del gobierno encabezado por Salvador Allende, fue la
desembocadura política de un conjunto de decisiones ajustadas a diná-
micas complejas y factores múltiples de cálculos estratégicos. Si esto es
así, las decisiones involucradas para afianzar el proyecto no pueden eva-
luativamente considerarse ni únicas ni tampoco inevitables. De allí que
la conquista del gobierno pueda ser comprendida en términos del resul-
tado de una apreciación específica del proceso político, de una defini-
ción de los desafíos principales, del campo de las alianzas posibles desde
el punto de vista de la clase obrera y los sectores populares, de las trans-
formaciones económicas que se plantearon materializar y del diseño ge-
neral de la política.
El fundamento económico de la decisión de impulsar una “vía chile-
na al socialismo” se definió en el contenido programático del gobierno de
la Unidad Popular. Con ese referente se instrumentó la nacionalización
de las empresas del cobre, paso decisivo para su proyección estratégica, lo
cual supuso un proceso de décadas de esfuerzos y vencer múltiples resis-
tencias internas y externas. La conformación del área de propiedad social
que supuso la ampliación de la economía en su dimensión pública y la
profundización de la reforma agraria. La instrumentación estas decisio-
nes tuvo su expresión en complejos procesos de expropiación e interven-
ción de empresas, así como también la estatización de las instituciones
bancarias. Fundada en los principios de la autodeterminación, la no in-
tervención y el respecto a los compromisos internacionales, la política ex-
terior del gobierno popular amplió el campo de las relaciones de Chile
con todos los países socialistas de aquel entonces, al tiempo que propició
una activa conducta de solidaridad internacional.4
Nunca antes la sociedad chilena, y nos atreveríamos a decir que pro-
bablemente ninguna otra del contexto sudamericano de aquel periodo, se

4
Corvalán, 2003.

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había acercado tanto al nivel más próximo de las transformaciones demo-


cráticas, con claros contenidos populares a partir de un proyecto de de-
sarrollo nacional y con perspectiva latinoamericanista. Difícil imaginarse
aquel nivel de proyección sin considerar la marcha ascendente de una nu-
cleación de izquierda. Eso explica también la apreciación de un hecho que
parece inobjetable, en el sentido de que nunca el país fue más democrático
y soberano como lo fue durante los mil días de la Unidad Popular.5

La desestabilización como antesala del golpe de Estado

Desde el mismo instante en que produce el triunfo de la Unidad Popu-


lar se expande la guerra desestabilizadora, diseñada por la Casa Blanca y
los grandes intereses de origen norteamericano afectados por las trans-
formaciones en la economía y las decisiones del gobierno de Salvador
Allende. Ciertamente las señales de intromisión ya venían desde mu-
cho antes, cuya recuperación posibilita entender mejor los componentes
económicos, políticos e ideológicos que se configuraron en el campo de
la reacción, tal como ocurrieron, primero bajo la política de desestabi-
lización, en sus más variadas formas y, finalmente, a través del golpe de
Estado.6 El asecho se inicia con la campaña de pánico financiero que
consistió en retiros masivos del sistema bancario, al tiempo que se in-
crementaba la demanda por créditos lo que desde las autoridades econó-
micas supuso un aumento de la liquidez con las consecuentes presiones
inflacionarias. A todo lo cual se añadía la especulación de divisas en el
mercado negro, igualmente fomentada.
El Banco Mundial, el Banco de Exportaciones-Importaciones
(Eximbank), la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Inter-
nacional (usaid, por siglas en inglés) y el Consejo de Seguridad Nacio-
nal (nsc, por siglas en inglés) emitieron instrucciones coordinadas en
distintos registros para evitar cualquier relación con Chile, todo lo cual
tenía múltiples repercusiones, todas negativas para la economía chilena,
especialmente en lo que acceso a crédito y préstamos se refiere y los cla-
ros objetivos intervencionistas bajo el ropaje de la cooperación. Un dato

5
Vuskovic, 1973; Martner, 1988.
6
Cueva, 1979; Bitar, 1995; Novoa, 1973.

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

crucial en las circunstancias de la Unidad Popular es que en aquel enton-


ces la casi totalidad de las líneas de crédito bancario eran proporcionadas
por instituciones estadounidenses.7
Según documentación desclasificada de la cia, el 15 septiembre de
1970, pocos días después de las elecciones del 4 de septiembre, presiden-
te Richard Nixon convocó a Henry Kissinger, consejero de Seguridad
Nacional; a Richard Helms, director de la cia, a William Colby, su direc-
tor adjunto y al fiscal general John Mitchell a una reunión en la Oficina
Oval de la Casa Blanca para elaborar la política a seguir en relación con-
siderando el triunfo de la coalición encabezada por Salvador Allende. En
sus notas, Colby escribió que “Nixon estaba furioso”, porque se mostraba
convencido de que una presidencia de Allende potenciaría las posibili-
dades de propagación de la revolución cubana, no sólo a Chile “estra-
tégicamente muy importante”, sino al resto de América Latina. En esa
reunión, el presidente norteamericano propuso la necesidad de impedir
a cualquier precio que Allende fuese ratificado por el Congreso. Sus di-
rectrices conceptualmente consideraban que la posibilidad de que no
triunfara era apeas de uno a diez, pero insistió en que había que “salvar
a Chile. Vale la pena el gasto. No preocuparse por los riesgos implica-
dos en la operación. No involucrar a la embajada. Destinar 10 millones
de dólares para comenzar, y todo los recursos necesario para hacer un
trabajo de tiempo completo. Mandemos los mejores hombres que tenga-
mos. En lo inmediato: hay que hacer desangrar la economía chilena”. Fra-
ses memorables que encierran la ferocidad del espíritu intervencionista
y que en evidencia cómo el estado norteamericano a través de su presi-
dente de turno es capaz de organizar los requerimientos para destruir un
proyecto, que percibe incompatible con sus intereses, sin importar la so-
beranía ni la decisión democrática de otro país. El embajador norteame-
ricano acreditado en Santiago le señalaba una semana después de aquella
reunión al Ministro de Defensa, del entonces todavía presidente Frey,
que “bajo Allende no se permitirá que llegue a Chile ni una tuerca, ni un
tornillo”. Con esto aludía a la dependencia de la economía chilena de los
insumos importados desde los Estados Unidos para el funcionamiento
de la gran minería del cobre así como el sistema de transporte público.

7
Fazio, 2008.

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Darío Salinas Figueredo

El responsable de monitorear el desarrollo de esta conspiración ar-


ticulada desde la Casa Blanca fue Henry Kissinger, en complicidad con
importantes intereses la derecha chilena, entre otros y de manera muy
destacada con Agustín Edwards y la cadena periodística El Mercurio.8
Actualmente (2014), en pleno periodo neoliberal, el Banco Edwards es
dirigido por el grupo Luksic, fusionado con el Banco de Chile, en alianza
con el consorcio norteamericano Citigroup.
La conciencia de tal situación fue más consistente en la derecha, que
como clase dominante anticipó y entendió el posible sentido del proce-
so, a partir de su lectura sobre la visión alterna convertida ya en gobierno
dentro del propio sistema estatal. La Unidad Popular, y las fuerzas que
le imprimieron contenido ideológico y político, aunque tenían soportes en
partidos de izquierda con tradición clasista, no habían dibujado antes su
propio Estado que, como hoy puede verse con un poco más de claridad,
dista bastante de un proyecto de gobierno alternativo. Este asunto con-
tiene la didáctica política de mostrar la crucial diferencia entre gobierno
y Estado en un momento de crisis.
Con el derrumbe de la democracia, la derrota de la izquierda, el de-
rrocamiento del gobierno de la Unidad Popular y la instauración de la
dictadura se inaugura la experiencia de la contrarrevolución en Chile. En
los análisis de estos núcleos y la puesta en marcha del proyecto que des-
pués encabezó Pinochet suele prevalecer la dimensión de los procesos
políticos que acarrea esta coyuntura de crisis.
Y no faltan razones para que ocurra eso. Sobre todo porque se trata
de una sociedad altamente politizada y en la cual las diferencias inter-
clasistas se traslucían con particular nitidez en el campo de los objetivos
políticos, en el juego dinámico de tácticas y en los alcances o limitaciones
de las estrategias. La política norteamericana no estaba en posibilidad
de admitir que aquel proceso siguiera su rumbo. El proyecto popular
tampoco estaba en posibilidad de consolidar sus logros en aquel marco
institucional, entre otras razones, porque sus opositores lograron con-
formar una correlación en el Parlamento cuyo accionar fue erosionan-
do las condiciones requeridas para un avance gradual del proyecto de la
Unidad Popular.

8
Las referencias están tomadas de Kornbluh (2003) y Schatan (2008: 215-216).

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

Todos los actores involucrados parecían actuar conforme a la lógica de


la confrontación, cuyos niveles adquirieron un acelerado ascenso. La políti-
ca norteamericana, que siempre fue hostil al proyecto de la Unidad Popu-
lar, jugó un papel decisivo en el itinerario de “privar al gobierno de Allende
de un contexto de normalidad política desde el inicio mismo de su gestión”.9
Mientras los resortes institucionales de equilibrio tocaban el límite
de sus posibilidades, la sociedad entera, en un contexto de creciente po-
larización, se enfrentó al desarrollo de una crisis de tal envergadura que
reclamaba un reordenamiento general. La Democracia Cristiana, gracias
a la dirigencia socialista en esa específica coyuntura y el discurso “antire-
formista”, no pudo extender ningún puente de negociación para facilitar
acuerdos con la izquierda y el gobierno, al menos para evitar lo peor, es
decir, la profundización de la crisis que no era otra cosa que la antesala de
una “guerra civil” o una “intervención” militar la cual ya se podía visuali-
zar en aquel entonces. Es en ese preciso contexto en que se produce una
reafirmación ciudadana en favor de los partidos políticos de la Unidad
Popular, cuando en las elecciones parlamentarias del 4 de marzo de 1973
obtiene un importante incremento de apoyo a su base institucional tanto
en la Cámara de Diputados como en la de Senadores. Nunca antes la iz-
quierda había obtenido semejante apoyo electoral.
Aquel resultado, siendo importante para refrendaba la legitimidad del
gobierno de Allende, no producía lo que en ese instante se requería: la acu-
mulación de voluntades políticas para una correlación mayor que permitie-
ra el avance estratégico e institucional a la vez que neutralizar la sedición.
Lo que no se hizo antes, en esa coyuntura ya resultaba muy difícil realizar.
Si la derecha tenía una de sus cartas en la exigencia, fraguada, por supuesto,
de declarar la inconstitucionalidad del Gobierno y la renuncia del ejecutivo,
con ese resultado electoral se cerraban tales las posibilidades. Difícilmen-
te un parlamente con esa composición podría convalidar semejante des-
propósito. Descartada esa carta política por los cauces legales, comenzaba
a dibujarse con mayor firmeza la opción extrema nunca descartada por la
reacción a favor del golpe como mecanismo para interrumpir el proceso.
Sin que lograra tener un efecto importante, la propuesta presiden-
cial de un diálogo “frente al pueblo” con la Democracia Cristiana en julio

9
Maira, 1998: 18.

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de 1973 cayó en el vacío. Pesaron mucho más los desentendimientos en


el seno de la coalición gobernante, socavando la disponibilidad real de
fuerzas, la rearticulación de la derecha facilitada por el corrimiento del
centro hacia sus posiciones y la falta de un accionar estatal frente al plan
conspirativo, todo lo cual solventó las condiciones de posibilidad para el
reordenamiento de facto del país del modo que nadie probablemente hu-
biera deseado.
Exactamente en este punto resulta notable la centralidad política de
las Fuerzas Armadas. La cúpula castrense, movilizando el principio de la
verticalidad de mando y apoyada irrestrictamente en el basamento doc-
trinario articulado para la defensa del sistema como totalidad, encontró
en esa situación lo indispensable para justificar su intervención. Las in-
vocaciones justificadoras aplicadas en Chile fueron elaboradas doctrina-
riamente desde los intereses de la hegemonía norteamericana, pensadas
desde un ángulo estratégico para todo el continente. Sus restrictivas
concepciones de amenaza sirvieron, y siguen sirviendo, para justificar
el despliegue de la trama doctrinaria de defensa de la Seguridad Na-
cional.10 La cúpula de las Fuerzas Armadas encontraron en esa nueva
situación lo indispensable para justificar la respuesta a una “necesidad”
nacional, cuyas “lógica” tenía precisamente su punto de partida en la las
concepciones de seguridad. En ese contexto se puede entender que la in-
tervención militar no era inevitable, pero sí fue el preludio atroz para la
implantación de un proceso que afectó al conjunto del sistema social. El
gobierno fue derrocado por las Fuerzas Armadas. En la aplicación del
terrorismo de Estado para el “retorno a la normalidad” la responsabili-
dad de las instituciones castrenses resulta incuestionable.

La dictadura militar

Más allá de la inmediatez, esa contrarrevolución impuesta tiene un tras-


fondo cuya naturaleza no se puede soslayar. Basta recordar en este sen-
tido que la experiencia dictatorial en Chile ocurre dentro de un contexto
de agotamiento en la modalidad adoptada por el desarrollo del capita-

10
Cardozo, 1990: 136-146.

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

lismo en América Latina. La nueva fase de la acumulación bajo la hege-


monía de las transnacionales en beneficio del gran capital se enfrentaba
al requerimiento de importantes transformaciones.
En este sentido el de Chile no fue un golpe de Estado como los que
habían ocurrido en América Latina hasta ese entonces. La violencia es-
tatal utilizada estaba lejos de representar los simples afanes de un caudi-
llo militar o los intereses de un segmento de la oligarquía. Tampoco era
sólo una reacción al gobierno encabezado por Salvador Allende, aun-
que éste fue, sin lugar a dudas, el factor político “precipitador”, y al fin
de cuentas, justificador de las invocaciones golpistas. Fue una respuesta
integral a toda la experiencia previa, incluyendo la experiencia de la pro-
pia “clase dirigente” que rearticuló la dirección de la historia política del
capitalismo en Chile.
Analíticamente el experimento pinochetista y el proyecto instrumen-
tado, para autores como Tomás Moulian, respondieron estratégicamente
a un esquema de “revolución capitalista modernizadora”. Para otros, como
Luis Maira, se trató de una “refundación conservadora”. En aquella forma
de observar se dibuja mejor el carácter del cambio; en ésta, el signo po-
lítico. De cualquier modo, el experimento enseña la profundidad de los
propósitos transformadores y fundacionales, así como la cobertura de los
mismos. Porque se trató de un proyecto que buscó reorientar a fondo la
vida política e institucional del país, y de ese modo garantizar las trans-
formaciones requeridas por el sistema para su reproducción como tota-
lidad. La parte más evidente de este reordenamiento se ha expresado en
una aguda coacción convertida en práctica política. El terror sembrado
desde el Estado fue la precondición de la política que puso en marcha la
transformación de la sociedad.
Lejos de una simple mirada conspirativa, difícilmente podría poner-
se en duda que junto con el Golpe se había instalado una nueva voluntad
económica en Chile, cuyo perfil apenas logra se asomarse en 1975 cuando
los criterios monetaristas, de economía abierta y desregulada, que la pren-
sa de entonces deja traslucir, coinciden con la simbólica presencia de Mil-
ton Friedman y Arnold Harberger, dos destacados representantes de la
Escuela de Chicago.11

11
El 26 de marzo de 1975, en el edificio Diego Portales, lugar que sustituyó al Palacio de la
Moneda destruido por efectos del bombardeo del 11 de septiembre, tuvo lugar la conferen-

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Y no será sino a partir de 1978 cuando lo perfilado intelectualmen-


te comienza a cuajar en un programa de modernizaciones, una de cuyas
elaboraciones más gravitantes se expresó en el Plan Laboral, es decir, en
la eliminación de los obstáculos para el tratamiento flexible de la fuer-
za laboral acorde con las emergentes condiciones del mercado. Un poco
más tarde, en 1980, la otra reforma, la previsional, es decir, la implanta-
ción de las Asociación de Fondos Previsionales (afp), que estableció un
tajante reemplazó del antiguo sistema de seguridad social.12 Esta refor-
ma liberó al sector privado de su histórica obligación de participar en el
ahorro previsional y lo potenció financieramente al hacerse cargo de los
fondos que hasta entonces estaban en manos del Estado.
La lógica privatizadora se extiende después hacia el sector de salud y
el traspaso de los sistemas de educación y salud pública a las municipali-
dades.13 Los primeros indicadores de la modernización en marcha fueron
la aguda reducción de salarios reales y de los desembolsos correspondien-
tes a gastos sociales, la jibarización del aparato estatal a la vez que un ro-
bustecimiento de sus funciones en la tarea de controlar verticalmente el
desenvolvimiento del nuevo proyecto de sociedad.
La dictadura militar y Pinochet, como expresión orgánica de una es-
tructura política de dominación, se han empeñado en la preservación de
las condiciones que garantizarían la continuidad del proyecto de socie-
dad que tuvieron la capacidad de imponer. Y la imposición ocurrió, para
la coalición triunfante, bajo condiciones absolutamente excepcionales.
Si existiera verdaderamente la posibilidad de un laboratorio político,
éste podría considerarse el más perfecto de todos. Porque para llevar a
cabo el experimento de transformar una sociedad el poder fáctico disol-
vió el Parlamento, destruyó el registro electoral, impuso el receso político
y prohibió el funcionamiento de los partidos y los sindicatos. “Controla-

cia dictada por Milton Friedman. Aquella conferencia —y su publicación ese mismo año
bajo el título de “Chile y su despegue económico” por la entonces Facultad de Administra-
ción y Economía de la Universidad Técnica del Estado— fue el marco intelectual que sirvió
para argumentar y difundir toda una visión fundada en la lógica del mercado y opuestas
a las teorías y a los criterios de política que alimentaron el llamado “Estado de bienestar”.
Además de la entrevista con el propio general Pinochet, Friedman desarrolló una intensa
actividad intelectual con académicos, técnicos y políticos cercanos al régimen.
12
Zapatta, 1997.
13
Tetelboin, 2003.

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

das” las variables fundamentales de la mediación social, el poder entroni-


zado no estaba obligado a discutir ni negociar sus objetivos.
Pero estos “logros” inmediatos exigían a la vez la tarea de asegurar,
antes que se agotara la fase terrorista del poder, un itinerario confiable
para que en el largo plazo el proyecto transitara provisto de su cuota de
legalidad y legitimidad. En tal sentido, su instrumento regulador fue la
institucionalización del régimen con base en la Constitución que la dic-
tadura hiciera aprobar, del modo como lo hizo, en el plebiscito de 1980.
Esa Constitución pueda considerar la tarea más revolucionaria del pro-
yecto neoliberal.

Democracia restringida y continuismo neoliberal

El arco de las coincidencias para avanzar en iniciativas encaminadas a


“terminar” con la dictadura tuvo una cobertura social considerable y po-
líticamente iba desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Comu-
nista, aunque sus expresiones orgánicas establecieron agrupamientos
que perfilaban posicionamientos y reacomodos ideológicos, en función
del modo como se tensionaban los conflictos desde el campo de la opo-
sición a la dictadura. “Terminar” con la dictadura y su Constitución di-
bujaba el gran objetivo y a la vez el campo de las coincidencias.
Pero ese verbo, “terminar”, no tenía exactamente el mismo significado
para todas las fuerzas. La Alianza Democrática, en cuya configuración
la fuerza con un peso político relativamente más gravitante se expresaba
en la Democracia Cristiana, estaba dispuesta a negociar para buscar una
salida a la crisis de la dictadura ya incubada, aunque en un principio to-
paba con la Constitución pinochetista, a la que no le otorgaba ninguna
legitimidad en la medida que con toda razón se consideraba resultado de
una imposición. Al lado, y compartiendo, pero desde otra visión, se ha-
bía constituido el Movimiento Democrático Popular (mdp) a partir de
una composición de izquierda, en cuya articulación jugaron un rol im-
portante el Partido Socialista y el Partido Comunista. Opuesta al meca-
nismo de la negociación, salvo si se planteara las condiciones para poner
término a la dictadura o la renuncia de Pinochet, buscó este agrupamien-
to a través de las convocatorias a la movilización social el derrocamiento
de la dictadura. En 1986 esta dinámica opositora que parecía crecer en

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amplitud logra otro nivel de organicidad a través de la Asamblea de la


Civilidad, motorizada primordialmente por organizaciones sociales muy
diversas, entre ellas las provenientes del campo sindical, colegios profe-
sionales y federaciones de estudiantes universitarios. Sus movilizaciones
no perdieron la brújula de buscar la forma de poner término al régimen
militar y los mecanismos conducentes a la recuperación democrática.
A la fuerza importante de este movimiento siempre le faltó la in-
dispensable coincidencia de las disposiciones partidarias opositoras. En
ese contexto de ascenso de la movilización social se produce el fallido
intento de ajusticiamiento del general Pinochet por parte de un destaca-
mento del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, en la tarde del domingo
7 de septiembre de 1986. Si hasta ese momento había germinado en el
seno de la oposición a la dictadura la posibilidad política de una salida
rupturista, a partir de allí se perfiló con más plausibilidad el otro itine-
rario inscrito en las reglas de la Constitución de 1980 y por los cauces
de una negociación.
La dictadura actuó con gran astucia. Aplicó la táctica de la represión
brutal y selectiva, ofreciendo por primera vez la política del “diálogo” con
el claro objetivo de acentuar las diferencias y fomentar la división de la
oposición y, principalmente, aislar al movimiento popular del escena-
rio central de la lucha. A menos de un mes del intento de tiranicidio se
ofertó la promulgada ley de inscripciones electorales y en 1987 se re-
abrieron los registros electorales. Estos movimientos tácticos ocurrie-
ron bajo la idea estratégica de una transición o apertura política, pero
con la exigencia de que una franja de la oposición, aquella que vertebra-
ba al mdp, debía permanecer prácticamente con las manos en alto. La
política norteamericana, a través de múltiples mecanismos jugó su pa-
pel suscribiendo la democracia, imponiendo condiciones a la dictadu-
ra bajo la bandera de los derechos humanos, al tiempo que prometía a
las cúpulas del centro político un lugar importante en las decisiones de
poder cuando se produjera la “transición”. Pero no sólo esto, porque la
acción norteamericana se esmeró para incrementar la idea de que para
la democracia no había peor obstáculo que la “izquierda violentista”. Ins-
tando con un lenguaje indeterminado en favor de la “conciliación” y el
“diálogo”, la jerarquía de la Iglesia Católica hizo otro tanto para encauzar
ese proceso. Y el alcance de su posicionamiento llega hasta, por medio
del arzobispo de Santiago, propiciar el primer encuentro, que no fue el

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

último, entre una parte de la oposición encabezada por la Alianza De-


mocrática y el Gobierno.14
Este momento político, cuya convocatoria y realización estuvo siem-
pre prevista dentro del itinerario de la Constitución pinochetista, se de-
sarrolla bajo determinadas condiciones de fuerzas que contienen los
elementos explicativos que ayudan a entender su desenlace.
No hay que olvidar que el plebiscito se fue forjando como instru-
mento del régimen y su puesta en marcha estuvo de antemano marcada
por los propósitos de darle continuidad al sistema, pero bajo la exigen-
cia de otra modalidad. Si se acepta esta premisa, que no es especulativa
ni determinista, se invalida cualquier intento que pretenda ver en el ple-
biscito un paso unilateral y maniqueo proveniente de cualquier factor de
poder involucrado en la crisis.
En ese contexto, el alineamiento de oposición termina de definir su
inclinación desde la Alianza Democrática. En efecto, es después de que el
Partido Demócrata Cristiano, como primer acto del año nuevo de 1988,
llama a votar por el “No a Pinochet” en el plebiscito, cuando la nuclea-
ción tras aceptar la incorporación de otras fuerzas —entre ellas al ps-
Almeida que también se retira del mdp— constituye el “Comando por
el No” y se rearticula en la fundación de la Concertación de Partidos por
la Democracia.
Hasta el 30 de agosto de 1988, la etapa preplebiscitaria, estuvo abier-
ta aparentemente a cualquier eventualidad. Una tendencia prevaleció en
el sentido de desplazar la lucha antipinochetista al terreno de las pugnas
declarativas, como si se viviera un periodo electoral conducente a la de-
mocracia. De hecho, referenciarse en el plebiscito era situarse en la insti-
tucionalidad de la democracia pinochetista. Otra parte de la oposición se
empeñaba por mostrar la dimensión fraudulenta del plebiscito al tiem-
po que se resistía a la “danza de los candidatos presidenciales”, bajo cuyo
ritmo se pretendía “movilizar” desde arriba al conjunto del país. Pero no
todo se redujo al simple juego de las posiciones tácticas o declarativas.
No hubo conjunción de voluntades políticas ni capacidad suficien-
te como para impedir su realización, ni mucho menos para proponer con
eficacia un “juego” alterno, en circunstancias de que ninguna de las fuerzas

14
Cañas, 1993: 178.

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opositoras ignoraba la lógica que escondía el acto plebiscitario convocado


por la dictadura, cuya fuerza real nadie desconocía. Todos sabían, en con-
secuencia, de las limitaciones que su realización involucraba.
Tanto para quienes estaban por acceder a una “transición pactada”
como para aquel otro conjunto de voluntades más proclives por la mo-
vilización y la renuncia o salida de Pinochet y cada vez más débiles en la
conducción de la política opositora, el plebiscito aparecía, y no sin razón
porque era efectivo, como un terreno cargado de obstáculos superpues-
tos que la política del régimen había logrado establecer. Pero como el ple-
biscito fue una realidad con los resultados conocidos y reconocidos por
el propio régimen, cabe todavía preguntarse: ¿quién atrapó a quién en el
marco de ese limitado juego político electoral que fue la batalla del 5 de
octubre de 1988?, La derecha en sus distintas variantes, el régimen mi-
litar a través de la Junta, la política norteamericana, el propio Pinochet,
unos antes que otros y en diferentes tonos que no escondían matices,
pero todos, finalmente, reconocieron el triunfo de la oposición a la dicta-
dura. Es decir, el triunfo del No en el plebiscito.15
La Constitución que Pinochet hizo aprobar en 1980, del modo como
lo hizo, es el marco institucional dentro del cual la Concertación de Parti-
dos por la Democracia aceptó impulsar el proceso de transición después
del Plebiscito de octubre de 1988. De allí que el proceso que se configuró
en Chile sea el resultado de un acuerdo entre la dictadura, habida cuenta
de los intereses económicos, políticos e ideológicos a los cuales representa
y la Concertación de Partidos por la Democracia.16
El cambio que de allí resultó se articula como posibilidad política
porque en Chile las Fuerzas Armadas reconocieron la necesidad de un
régimen distinto (al de la dictadura) y los partidos de la Concertación,
a su vez, reconocieron cómo válidos los procedimientos institucionales
consagrados en la Constitución de Pinochet. La conjunción activa de es-
tos elementos se encargó de redactar en el campo de la política la “teoría
del pacto”. Los resultados de la transición, que hicieron a un lado a la dic-
tadura, al mantener intacto el modelo de sociedad fueron dejando ins-

15
Escrutados: 7.236.241 (100% de los votos). Para el Sí: 3.111.875 (43% de los votos). Para
el No: 3.959.495 (54.7% de los votos). Los votos nulos alcanzaron el 1.3% y los blancos
0.9%. Tomado de Caballo et al. (1998: 795).
16
Godoy, 1999.

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

talado “enclaves autoritarios”. En el país rige la herencia de una sociedad


remodelada y provista de un rígido encuadre institucional y, en ella, la
dimensión más evidente, que son las huellas múltiples de una dictadura
militar. Después del Golpe y la transición Chile es un modelo de expe-
riencia privatizadora.
Las reformas negociadas en 1989 entre el régimen de Pinochet y las
fuerzas políticas del primer gobierno de la Concertación, fueron tan me-
nores que no alcanzaron a afectar ni de lejos los soportes del andamiaje
institucional de la dictadura, menos aún el modelo económico ni sus ar-
ticulados conservadores en materia laboral.17 Las fuerzas de la Concer-
tación, al convertirse de coalición opositora a una coalición de gobierno,
sabía que el itinerario político ya estaba formateado por las negociaciones
constitucionales pactadas.
Cuestiones fundamentales vinculadas al problema de la representa-
ción política, el sistema electoral binominal, la concepción de la econo-
mía, el papel de las Fuerzas Armadas y las leyes de “amarre”, fueron parte
de las negociaciones, donde abundaron las controversias políticas aun-
que al final prevalecieron los acuerdos y los consensos de cúpulas. Es en
este entramado donde se encuentran las hebras políticas que condujeron
a un entendimiento básico para preservar los resortes fundamentales del
poder. El continuismo es impecable. Lo que la dictadura reprimió, el ad-
venimiento de la democracia lo margino. Todo lo social y políticamente
anhelado durante la dictadura quedó atrapado en la esfera de lo posible.
Hoy está más claro que esto no se puede deslindar del cúmulo de obstá-
culos a los que se enfrenta el proceso de democratización hasta hoy, cuyos
saldos tienen que ver con las acumuladas demandas sociales y el desarro-
llo de una desconfianza ciudadana en sus instituciones y en los mecanis-
mos de gobernabilidad.
En el impulso de la transición a la democracia ningún gobierno ha
transgredido lo pactado. En este sentido el proceso posdictatorial en Chile
puede considerarse exitoso. Es en la “teoría del pacto” donde hay que bus-
car la explicación: todo dentro de los acuerdos, nada fuera de él. Allí tam-
bién hay que buscar los límites para la construcción del consenso requerido
en materia de régimen político, sobre las metas y el funcionamiento del

17
Insunza, 2001.

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modelo económico y el asunto de los derechos humanos en un sentido


preciso, es decir, como base de un estado de derecho.
Probablemente el actual sistema electoral heredado sea uno de los
mayores candados que impide la apertura para nuevos cauces políticos y
sociales en favor de una dinámica que pudiera contribuir a la profundiza-
ción de la democracia. No está de más recordar que el pilar básico de un
sistema electoral democrático pasa por la igualdad ante la ley de todos los
ciudadanos, lo que equivale electoralmente a decir que un ciudadano es
un voto. De suyo se entiende que esto implica proporcionalidad entre vo-
tos obtenidos y número de representantes electos por cada fuerza política.
Después de 20 años de gobiernos de la Concertación, la experiencia
más reciente de un gobierno de derecha en Chile y la emergencia de una
coalición política renucleada que obtiene un triunfo electoral en la con-
tienda de diciembre de 2013, se ha abierto el debate sobre el fin de un
ciclo político. El malestar que es un síntoma social tiene un denso tras-
fondo en el que los actores más gravitantes son los movimientos, de cuya
diversidad dan cuenta sus propias expresiones, demandas y espacios de
referencia, siendo el movimiento estudiantil el que ofrece mayor consis-
tencia e impacto en la agenda nacional. Por medio de sus críticas al lucro
en la educación este movimiento ha puesto de manifiesto las limitacio-
nes del modelo económico neoliberal y el sistema político en que apoya.
Su capacidad de convocatoria ha reactivado el papel de la ciudadanía de
cara al régimen que se instauró bajo dictadura y que se ha reformado sólo
muy parcialmente, dentro de los márgenes de tolerancia que permitió la
coalición de derecha amparada por la institucionalidad heredada y siste-
ma electoral intacto.
Después de todo hay que volver a preguntarse si los soportes que le
dieron estabilidad al modelo para emprender la transición y la democra-
tización alcanzada siguen vigentes. La hipótesis de que los cambios trans-
curren entre la vigencia del modelo heredado y los límites de la política
no ha perdido su capacidad explicativa.18 Sin embargo, por los procesos
sociales en curso y las tendencias políticas que se advierten podría ra-
zonablemente plantearse que sus soportes, con referencias a los pactos,
esquemas de entendimiento y las instituciones, aunque se muestren vi-

18
Salinas, 2007.

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

gentes, ya no parecen tan sólidos ni generan las expectativas o creencias de


antes. El desprestigio de la política que ejerce la “clase política” y sus referen-
tes hegemónicos resulta inocultable. Los procesos de movilización social
y la agenda abierta con sus demandas y planteamientos han desmitificado
las utopías del neoliberalismo como modelo de progreso y posibilidades
de acceso. Los éxitos del modelo han profundizado las desigualdades. El
modelo no está configurado para derramar sus beneficios al conjunto de
la sociedad. Chile es un ejemplo de concentración y desnacionalización.
Las empresas extranjeras, por ejemplo, en el 2006 trasladaron al exterior
un monto en millones de dólares equivalente a 5 veces el presupuesto del
Ministerio de Educación (17.2% del pib).19 El espejismo neoliberal de una
prosperidad basada en iniciativas individuales, en las “oportunidades” del
mercado y en la “libertad de elección”, no ha sido más que eso. La pobla-
ción percibe que los beneficios están muy lejos de ser para todos. Simul-
táneamente, los mecanismos de la institucionalidad vigente no son aptos
para satisfacer las expectativas de participación y representación. La crí-
tica al lucro como fundamento de la economía contiene los gérmenes de
una búsqueda de mejores alternativas para repensar un proyecto de país.
Los problemas no resueltos están buscando nuevas formas de tratamiento
y mejores alternativas gubernamentales de solución. La hipótesis que su-
giere el inicio de un nuevo ciclo político no parece descabellada.

Paralelismos y desafíos actuales en el contexto latinoamericano

¿Cómo leer el significado del golpe de Estado y sus consecuencias con


ojos contemporáneos? La historia no se repite al pie de la letra, pero
los paralelismos existen y sirven para pensar en las regularidades. Aquel
conjunto de prácticas que terminó derribando al gobierno de la Unidad
Popular no ha desaparecido del escenario latinoamericano. Sus diver-
sas expresiones constituyen una constante amenaza para continuidad
de los proyectos gubernamentales más avanzados. Los golpes de Esta-
do como en Venezuela (2002), Honduras (2009) y el “golpe parlamen-
tario” que destituye al presidente Lugo en Paraguay (2012), así como

19
Caputo y Galarce, 2008: 158.

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las políticas de desestabilización o intentos de golpes como en Bolivia


(2008) y Ecuador (2010), se han convertido en agudos referentes de los
procesos actuales y sus desafíos están relacionados con los problemas
que supone configurar una alternativa democrática. La historia de las
operaciones desestabilizadoras articuladas para la intromisión en nom-
bre de la cooperación y el espionaje en nombre de la seguridad no exime
a la conducta de la política estadounidense.
La derecha contrarrevolucionaria eufemísticamente denomina “opo-
sición democrática”, al igual que ayer busca poner en entredicho la legi-
timidad de las instituciones o la de los gobiernos que se han constituido
democráticamente. Intentos de vencer la legalidad existen en Venezuela,
tal como de hecho la llevaron a cabo contra la Unidad Popular en Chi-
le. La venezolana, como la derecha antiallendista de ayer, contrarrevolu-
cionaria ambas, se esmera en levantar provocaciones, estimular el caos, el
mercado negro, la inflación, el desabastecimiento y estrangular la organi-
zación económica. Se trata de sembrar el desconcierto y el malestar so-
ciales con el objetivo de profundizar el conflicto, dividir al país y culpar
al gobierno. Cuando el peso de las reglas e intereses neoliberales, todavía
vigentes, coinciden con esas prácticas convertidas en tácticas, se genera
efectos muy severos en los propósitos gubernamentales. Tal es el caso de
la transnacional petrolera Shell y su participación en las reiteradas con-
ductas desestabilizadora, como por ejemplo la compra masiva de dólares
o el incremento en el precio del combustible por sobre la decisión guber-
namental, en la experiencia reciente de Argentina. En un registro diferen-
te aunque en la misma senda, puede mencionarse el trabajo de la usaid
en Ecuador y Bolivia, cuyas prácticas en nombre de la “cooperación”, alre-
dedor de temas indígenas, participación democrática o asuntos de medio
ambiente, ha generado delicadas situaciones conflictivas, injerencistas y
desestabilizadoras con afectación directa para el accionar gubernamen-
tal. Lo que no hizo Allende hace cuatro décadas recientemente el presi-
dente Morales pudo hacerlo, al verse obligado a cesar las actividades de
este organismo norteamericano en territorio boliviano.
Durante el gobierno de la Unidad Popular, la Kennecott impulsó
amañados juicios en tribunales internacionales, buscando recuperar sus
privilegios afectados por la nacionalización de la gran minería del cobre.
De hecho, impugnando el decreto de nacionalización y por la vía de apelar
a dudosos instrumentos judiciales llegaron a retener en Europa los envíos

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

de exportación cuprífera. A esto se añadió la labor de la Casa Blanca para


evitar el abastecimiento en insumos de repuestos para la infraestructura
de la producción minera. Acciones parecidas y con similares fines son las
que han intentado contra el gobierno bolivariano de Venezuela el consor-
cio petrolero Exxon Mobil. Los propósitos hegemónicos no admiten deci-
siones que favorezcan la autodeterminación de nuestros países.
No son idénticos, pero los trazos estratégicos son similares en la mo-
vilización de inmensas fuerzas económicas, institucionales y publicita-
rias. El proceso actual que vive Venezuela y los intentos empleados para
deslegitimar a su gobierno reavivan las amenazas que se abalanzaron so-
bre Chile y que culminaron con el golpe que derribo al gobierno del pre-
sidente Allende con su secuela de muertes, desapariciones, exilio, dolor
inmenso y marcados retrocesos de los avances impulsados y que ins-
talo precozmente el experimento neoliberal con sus leyes de libre merca-
do en favor de la oligarquía y las transnacionales. El resultado ha sido el
saqueo practicado por los grupos económicos al Estado y la riqueza cu-
prífera, aplicando políticas que tienen en el lucro su piedra angular. Por
estas razones, evocar reflexivamente el golpe en Chile es también una
forma de entender mejor las transformaciones de este tiempo. En aque-
lla experiencia de Chile no se alcanzó a comprender cabalmente todo lo
que se movía detrás de la desestabilización contra el gobierno de Allen-
de. La sedición y la conspiración enemigas, articulada desde Washing-
ton, actuaban ferozmente dentro del país en forma agazapada y también
con impune arrogancia en todos los frentes. Quizás, con el beneficio del
tiempo transcurrido y el análisis de la experiencia, se pudo aprender que
cada avance democrático conlleva su contra-avance y que cada conquista
popular hay que anticipadamente saberla defender.
Así como la derrota de la Unidad Popular en Chile fue inicialmen-
te el escenario “privilegiado” para impulsar el experimento neoliberal, la
forma primordial del capitalismo de este tiempo, hoy podemos constatar
que franjas importantes del continente se encuentran transformadas en
un escenario de búsquedas progresistas frente a las expresiones de crisis
que afectan al modelo de sociedad predominante. Mientras tanto, nos es-
pera un largo camino por transitar hacia la reconstrucción de una reno-
vada conciencia nacional y regional, en la perspectiva de hacer prevalecer
lo que nos une en América Latina y el Caribe, tal como se proyecta des-
de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (alba),

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Darío Salinas Figueredo

la Unión de Naciones Sudamericanas (unasur) y la Comunidad de Es-


tados Latinoamericanos y Caribeños (celac), y el Acuerdo de Coopera-
ción Energética petrocaribe. Es decir, la posibilidad de privilegiar los
problemas comunes, puesto que la superpotencia del Norte se empeña
por ejercer un dominio ampliado con todos los medios a su alcance. Su
estrategia regional de “libre comercio”, su política de seguridad antiterro-
rista y de “guerra al narcotráfico” conforman un núcleo abigarrado de de-
safíos para el análisis y la geopolítica contemporánea. Todo avance en el
ejercicio pleno de la soberanía y autodeterminación, inevitablemente nos
vuelve a situar frente a las amenazas externas convertidas en flagrante re-
gularidad de persistencias y continuidades hegemónicas.

Un escorzo: Salvador Allende

Exactamente alrededor de este punto resurge en la memoria colectiva la


figura de Salvador Allende. Se trata del más importante estadista chile-
no del siglo xx, que actuó siempre bajo el rigor consecuente de un polí-
tico democrático, aun en las circunstancias de las mayores amenazas al
proyecto que encabezó, frente a la ostensible intervención norteamerica-
na, ante las expresiones terroristas de la ultraderecha y las imprudentes
presiones de la ultraizquierda de entonces.
Revalorada su gesta y su muerte puede considerarse tan grande como
el Allende vivo en la conciencia latinoamericana. Su historia es un refe-
rente para pensar cómo desde la experiencia chilena se buscó construir
una senda plural hacia una sociedad con justicia, genuinamente renova-
da, no capitalista, forjada a partir de la unidad de la izquierda.
La recurrente mención a la “vía chilena” no ha sido en su concepto
una simple consigna. Tenía que ver con su profunda convicción de evi-
tarle al pueblo el duro recurso de la violencia, manteniendo a la vez en su
perspectiva latinoamericana la más alta valoración de la revolución cu-
bana. Un genuino posicionamiento político, que si lo valoramos desde la
experiencia del 11 de septiembre, plantea todavía muchas preguntas para
el pensamiento crítico.20 Construir un ángulo para continuar el trabajo

20
Dos trabajos son importantes a este respecto. Amorós (2013) y Moulian (1998).

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El golpe de Estado en Chile (revisitado) y los desafíos políticos actuales

de recuperar a Allende exige ir más allá de la tragedia del 11 de septiem-


bre de 1973. Todo un desafío para recorrer su apasionante vida política
y profesional, absolutamente inescindible de la trayectoria de la izquierda
en el siglo xx y sus cuatro sucesivas candidaturas al frente de las propues-
tas más avanzadas que tuvo en la Unidad Popular la culminación de ese
largo esfuerzo. El golpe retrotrajo la historia social de Chile, sus empeños
y sus mejores logros, y sus consecuencias crearon las condiciones para
imponer un modelo de sociedad al amparo de una institucionalidad, la
pinochetista, cuyos pilares fundamentales siguen vigentes obstaculizan-
do los procesos actuales de democratización. La viabilidad de un gobier-
no progresista no parece plausible sin cambios antineoliberales. Encarar
el desmontaje de ese modelo y sus vigentes mecanismos de dominación,
endógenos y hemisféricos, será probablemente el proyecto más trascen-
dente en la tarea de recuperar su herencia.

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción
de la situación política. (A cuarenta años del golpe de
Estado del 11 de septiembre en Chile)
Ricardo A. Yocelevzky R.

Introducción

Los triunfos y derrotas de las posiciones ideológicas que se enfrenta-


ron a lo largo del proceso encabezado por Salvador Allende, y después
del fin violento de este, al entronizarse en Chile por dieciséis años la
dictadura militar de Augusto Pinochet, pueden ser una clave de obser-
vación que permita comprender algunas características de los procesos
políticos contemporáneos en América Latina. Las décadas transcu-
rridas desde la trágica coyuntura de 1973 constituyen un plazo razo-
nable para considerar con mayor profundidad teórica el sentido de lo
ocurrido entonces.
En el caso de Chile, la conmemoración del golpe de Estado de 1973
tiene el doble carácter de revivir los hechos presenciados directamente y,
al mismo tiempo, revisar las cambiantes significaciones atribuidas a estos
hechos a los largo de cuatro décadas y decantadas tanto en la memoria
individual como en el acervo de literatura especializada.
Una primera aproximación a la profunda significación del golpe de
Estado, más allá de la destrucción del sistema político vigente hasta ese
momento, se puede ofrecer citando el discurso de Salvador Allende en
la Asamblea General de las Naciones Unidas el 4 de diciembre de 1972:

Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es


libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural,
religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un
país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde

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el sufragio universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen


multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su
creación hace 160 años, donde los tribunales de justicia son independien-
tes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la carta
constitucional sin que ésta prácticamente jamás hay dejado de ser aplica-
da. Un país donde la vida pública está organizada en instituciones civiles,
que cuenta con Fuerzas Armadas de probada formación profesional y de
hondo espíritu democrático. Un país de cerca de diez millones de habi-
tantes que en una generación ha dado dos premios Nobel de Literatura,
Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos hijos de modestos trabajadores.
En mi patria, historia, tierra y hombre se funden en un gran sentimiento
nacional (Salvador Allende, 1972).

Se puede decir que hay alguna idealización, incluso exageración, en


la descripción que ofrecía el presidente de la república en las Naciones
Unidas. Pero lo que es innegable es que la dictadura militar instaurada en
septiembre de 1973 significó la destrucción y la negación de todo lo que
hacía a Allende enorgullecerse del país que representaba.
La imagen de la democracia chilena y el inédito intento de tránsi-
to pacífico al socialismo propuesto por la Unidad Popular, la alianza de
partidos que apoyaba al gobierno de Salvador Allende, dieron a estos
acontecimientos una resonancia que superó por mucho lo que se pudiera
considerar la significación del país en el contexto mundial.
La brutalidad de la represión desatada por la dictadura militar chile-
na provocó una reacción internacional de solidaridad con las víctimas, de
gobiernos y sociedades, que por distintas razones suscitaba comparacio-
nes que colocaban a Chile, y lo que allí ocurría, en un ámbito de significa-
ción histórica internacional. Así, en 2005 en un seminario en Inglaterra,
un intelectual y académico inglés afirmaba que, para su generación en
ese país, los acontecimientos de Chile habían tenido el significado que
para la generación de sus padres tuvo la Guerra Civil Española de 1936 a
1939. Por otra parte, en la década de los ochenta, un intelectual y acadé-
mico mexicano comentaba informalmente lo exagerado de la resonancia
internacional de los procesos políticos chilenos, y en particular la repre-
sión de la dictadura, ya que comparando el número de muertos, frente a
la Guerra Civil Española, resultaba insignificante.

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación política

Estos juicios personales pueden parecer sesgados por la relación que


cada comentarista pudiera tener con el tema. Sin embargo, el año 1973
resultó un hito en procesos globales desde algunas perspectivas. En mis
recuerdos personales está una conversación con amigos y colegas en Chi-
le, en medio del terror de los primeros meses siguientes al golpe, en la cual
expresábamos el temor a la desaparición del tema chileno ante aconteci-
mientos como la cuarta guerra de Israel con los países árabes y las con-
secuencias en la economía global desatadas por la reacción de los países
árabes miembros de la Organización de Países Exportadores de Petró-
leo (opep).1
En algunos análisis de la economía mundial, el periodo 1968-73
constituye una coyuntura de inflexión en la cual la etapa de expansión
que comenzó con la segunda posguerra es reemplazada por un proceso
recesivo, caracterizado por una sucesión de crisis en la que nos encontra-
mos aún. Este cambio global tuvo consecuencias ideológicas difíciles de
evaluar, pero a las que se hace referencia en muchos análisis de distinta
cobertura espacial y temporal.2
Hoy aparece como el cambio más notable en el nivel mundial la des-
aparición de la Unión Soviética y el llamado campo socialista de Europa.
Sin embargo, en el contexto de los años setenta, la llamada “vía chilena al
socialismo” y su fracaso al ser truncada por una dictadura militar mereció
un lugar en la discusión de los partidos comunistas de Europa Occiden-
tal, especialmente los de Italia, Francia y España, que generaron el llama-
do “Eurocomunismo”. Hay que recordar que la significación del fracaso
de la vía pacífica en Chile fue descartada en su relevancia para los pro-
yectos eurocomunistas por el carácter periférico del país, lo cual podía
ser reafirmado por la identificación de la dictadura chilena con la tradi-
ción latinoamericana de militarismo cavernario. Especialmente en Italia,
la idea del “compromiso histórico” propuesta por Enrico Berlinguer im-
plicaba un apoyo condicionado al gobierno de la Democracia Cristiana,
encabezado más de una vez por Giulio Andreotti.
Esta propuesta de alianza, o tipo de apoyo, era la que había fracasado
en Chile y había provocado el golpe militar. El sentido de la alianza entre

1
La Guerra de Yom Kippur estalló menos de un mes después del golpe de Estado en Chile.
2
En los análisis de Immanuel Wallerstein o, en los días que corren, en la discusión del capi-
talismo que propone Piketty.

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comunistas y partidos de centro (socialdemócratas y demócrata cristia-


nos) en Europa era el inverso que en Chile, donde se había tratado de un
gobierno de izquierda que sólo pedía a la Democracia Cristiana respetar la
Constitución. En Europa esta alianza significaba la subordinación de los
Partidos Comunistas a partidos que no se estaban acercando a la izquier-
da sino, por el contrario, algunos partidos socialistas estaban renunciando
al marxismo como fuente de ideas, todo lo cual significaba alejamiento de
los comunistas occidentales con respecto a la Unión Soviética.3
El contenido ideológico-programático de las alianzas de partidos re-
vela las relaciones de fuerza, en las que unos se subordinan a otros en
la práctica, independientemente de la retórica que se use para justificar
los acercamientos entre fuerzas que por sus definiciones mismas no pare-
cen compatibles. Esa fuerza no es sólo electoral sino que la subordinación
dentro de ese tipo de alianzas refleja la derrota de las ideas programáticas
de los que quedan incorporados a procesos que no dirigen y cuyos pro-
gramas a veces ni se aproximan a sus declaraciones formales de principios.
Dadas las características de los procesos desarrollados en Chile bajo
la dictadura, se cuela casi imperceptiblemente en el análisis una teoría
conspirativa, que ya existía antes de ocurrir los hechos4 y está bien do-
cumentada.5 El problema es deslindar las responsabilidades, que in-
dudablemente deben ser denunciadas, de las explicaciones de carácter
histórico que atribuyen sentido a las acciones y a los resultados de ellas.
Ambas operaciones en el terreno del conocimiento tienen significación
política, presente y futura.
La destrucción de un sistema político democrático que contaba con
cuarenta años de funcionamiento regular, que había alcanzado su límite al
permitir la elección de un gobierno que se proponía como la segunda vía
(pacífica, legal y democrática) al socialismo, requirió de una acumulación

3
El Partido Socialista Obrero Español, liderado por Felipe González, renunció al marxismo
en 1979. El Partido Comunista Italiano, liderado por Achille Occhetto, renunció al mar-
xismo y se autodisolvió en 1991.
4
Es interesante releer hoy el discurso pronunciado por Carlos Altamirano, a la sazón secre-
tario general del Partido Socialista de Chile, el domingo 9 de septiembre de 1973 en el Es-
tadio Chile.
5
Acta de la reunión que tuvo la directiva de la Sociedad de Fomento Fabril con el presidente
del Senado, Eduardo Frei Montalva, levantada ese mismo día por el abogado Rafael Rivera
Sanhueza, entonces secretario de la directiva de esa sociedad (Rivera Sanhueza, 1973).

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación política

de fuerza política que, a través de un conflicto ideológico complejo, termi-


nara por legitimar estas acciones, a pesar de su propia pérdida temporal,
en tanto componentes centrales del sistema que estaba siendo destruido.
El golpe de estado de 1973 en Chile fue el punto culminante de un
enfrentamiento estratégico, en el que la clase dominante movilizó todos
sus recursos y derrotó al movimiento social y político más importante del
siglo xx en el país. La evolución posterior de los actores sociales y políticos
es comprensible en términos de una dialéctica de la victoria y la derrota.
Con la ventaja que da la observación de las evoluciones posteriores,
hoy podemos revisar la conformación de los bloques que se enfrentaron
en Chile entre 1970 y 1973, los resultados de ese enfrentamiento crucial
y la conformación del escenario actual, a partir de las adaptaciones a la si-
tuación, que surgió de la dictadura impuesta en el golpe de 1973.
Respecto de lo primero, la conformación de los bloques y las decisio-
nes cruciales, examinaré la evolución de las posiciones de la Democracia
Cristiana en dos puntos centrales: la ratificación de los resultados de la
elección presidencial por el Congreso Pleno en 1970 y la declaración de
ilegalidad de la acción del gobierno en agosto de 1973.
El segundo aspecto, los fenómenos adaptativos de los que resulta la
situación actual, será observado a través de las sucesivas derrotas que su-
frió el bloque que apoyó al gobierno de Allende en los planos militar, po-
lítico e ideológico y su progresiva adaptación a la disposición de fuerzas
definida por la dictadura, hasta culminar en el reemplazo de esta última
por los gobiernos de la concertación.
Finalmente, la derrota definitiva de todo lo que significaron la ex-
periencia de la Unidad Popular y los tres años del gobierno de Allende,
representada por la desnacionalización del cobre y la ventajosa situación
actual de las compañías extranjeras que explotan el que alguna vez fue
considerado “el salario de Chile”, responsabilidad de los gobiernos de la
Concertación de Partidos por la Democracia, más que de la misma dic-
tadura militar.

De la oposición a Allende a la refundación del país

El proceso ideológico de conformación del bloque de apoyo al golpe


de Estado está constituido por una intensa lucha ideológica que tiene

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como eje el logro de la subordinación de la Democracia Cristiana —un


partido eje del sistema de partidos existente en Chile— a una estrate-
gia que implicaba la ruptura del orden constitucional vigente. La adhe-
sión demócrata cristiana al sistema político era no sólo una cuestión de
principios sino una cuestión pragmática. La existencia misma de ese
partido estaba íntimamente ligada al desarrollo moderno del sistema
de partidos políticos chileno desde sus inicios en los años treinta del
siglo pasado.6
En una revisión rápida como esta, resaltan en dos puntos las deci-
siones de la Democracia Cristiana, apegadas a la institucionalidad y a
la realidad político-ideológica vigente en la sociedad en ese momento:
primero, su voto en el Congreso Pleno para ratificar a Salvador Allende
como triunfador en la elección presidencial de septiembre de 1970, paso
necesario debido a que el voto directo no le dio una mayoría absoluta,7 y,
segundo, su apoyo a la nacionalización del cobre en 1971.
La ratificación por el Congreso Pleno cuando el candidato ganador
en la elección presidencial no alcanzaba la mayoría absoluta era el recurso
constitucional normal, que había sido usado en 1952 y en 1958, las elec-
ciones anteriores. En 1964, la elección ganada por la Democracia Cris-
tiana, esto no fue necesario debido a que el apoyo de los partidos de la
derecha se volvió hacia el candidato de la DC, ante el temor a un probable
triunfo de Salvador Allende.
Desde el punto de vista cuantitativo, el resultado electoral del 4 de
septiembre de 1970, con Allende triunfando con poco más de 36% de los
votos, no era inesperado ni inusual dentro del sistema político vigente. Lo
que produjo alarma fue el hecho de que la alianza de partidos que lo apo-
yaba era casi exclusivamente de izquierda, siendo los elementos de centro
(Partido Radical y la disidencia demócrata cristiana agrupada en el Mo-
vimiento de Acción Popular Unitaria, mapu) claramente minoritarios y
subordinados a la alianza de comunistas y socialistas.
Por otra parte, el programa de gobierno propuesto por la Unidad Po-
pular, la alianza de partidos que apoyó a Allende y su gobierno, se mos-
traba más radical que el programa que en 1964, con el mismo candidato,
proponía el Frente de Acción Popular (frap).

6
Yocelevzky, 1988.
7
Véase Constitución Política de la República de Chile, 1925.

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación política

Estas circunstancias (expuestas esquemáticamente aquí) hicieron


que la derecha cuestionara, casi desde el día siguiente a la elección, la
legitimidad de un eventual gobierno de Allende para llevar a cabo las
transformaciones propuestas en el Programa de Gobierno de la Unidad
Popular. La primera exposición pública de este argumento está contenida
en un editorial del diario El Mercurio, el vocero más tradicional de la de-
recha chilena, el 23 de septiembre de 1970, sólo tres semanas después
de la elección presidencial, afirmando que era una paradoja el que una
democracia sólida permitiera, con menos de un tercio del electorado,
dar pie al cambio revolucionario de las instituciones. Este argumento es
repetido unos días después, en una entrevista del mismo periódico, por
Jaime Castillo Velasco, ideólogo de la Democracia Cristiana.8
Sin embargo, la Democracia Cristiana vaciló debido a la presencia
de alternativas que implicaban la interrupción del proceso democrático,
que podían ser justificadas con la misma argumentación, tales como el
denominado “gambito Frei” consistente en elegir en el Congreso Pleno
al segundo lugar en la votación directa (al candidato de la derecha, Jorge
Alessandri) lo cual, aún con la promesa de éste de renunciar para permi-
tir una nueva elección,9 muy probablemente habría dado lugar a distur-
bios. Hoy se sabe, gracias a documentos desclasificados del gobierno de
Estados Unidos, que esa no fue la única alternativa de golpe de Estado
considerada por los ministros del gobierno de la Democracia Cristiana al
que sucedería el de la Unidad Popular.10
Finalmente, la Democracia Cristiana apoyó la ratificación del gana-
dor en las elecciones, a cambio de compromisos asumidos por el can-
didato triunfante, denominados Estatuto de Garantías Democráticas,
el cual fue incorporado a la Constitución. Este resultado, discutido por
la Junta Nacional de la Democracia Cristiana en los primeros días de
octubre de 1970, muestra el triunfo de una cultura política, una ideo-
logía y un cálculo que resultaban en la idea de la preservación del siste-
ma político y la institucionalidad vigente, a pesar de las percepciones de

8
Véase El Mercurio, 27 de septiembre de 1970.
9
Propuesta hecha pública por el mismo Jorge Alessandri el 9 de septiembre de 1970.
10
Sobre todos los proyectos de interrupción del proceso democrático acerca de los cuales la
Embajada de Estados Unidos mantenía informado a su gobierno es muy ilustrativo el artí-
culo de Hurtado (2013).

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amenaza a esas misma instituciones por parte de un gobierno apoyado


por partidos marxistas.
En el caso de la nacionalización del cobre, la Democracia Cristiana
tenía razones para apoyar la idea, puesto que ésta aparecía como una pro-
fundización del proceso de “chilenización del cobre” emprendido por el
gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970). Al margen de los inci-
dentes en las cámaras, la ratificación por el Congreso Pleno de la reforma
constitucional que nacionalizó el cobre fue aprobada por unanimidad.11
Los detalles anecdóticos y los accidentes coyunturales de estos hechos
pueden ser muchos, pero creo que ambos casos muestran rasgos de la si-
tuación y la estructura del sistema político vigente en la época que luego
se verán sujetos a transformaciones importantes.
La Democracia Cristiana era el eje del sistema de partidos tanto por
su posición ideológica central como por su representatividad de clase
media. La defensa de esta posición central hacía oscilar las posiciones de
sus parlamentarios y, a veces, tensaba la relación con algunos sectores
de sus representados, que incluían tanto a sectores empresariales impor-
tantes como a clases medias dependientes (empleados) o independientes
(comerciantes y pequeños empresarios). Esto era expresión de la comple-
ja relación con el sistema de partidos, en el cual coexistían dos mundos
ideológicos distintos. Por una parte, el de las doctrinas de cada partido,
que se expresaba en términos universalistas de definición de modelos de
sociedad deseable y, por otra, el proyecto nacional concreto en aplicación,
en esa época el “desarrollo nacional” entendido como lo proponía la Co-
misión Económica Para América Latina (cepal) de las Naciones Uni-
das, con su eje principal en la industrialización del país.12
Esta coincidencia en los fines, que dejaba a la disputa política las
cuestiones de métodos, ritmo, velocidad y profundidad de los cambios
necesarios, contaba incluso con el respaldo del gobierno de Estados Uni-
dos, a partir de la Alianza para el Progreso impulsada por la administra-
ción Kennedy, de la cual el gobierno demócrata cristiano fue beneficiario
y ejemplo representativo propuesto por los mismos estadounidenses.
Las posiciones adoptadas por el Partido Demócrata Cristiano en es-
tos dos casos estaban justificadas por su pertenencia al sistema de parti-

11
Faúndez, 1978.
12
Véase Yocelevzky, 1988.

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación política

dos vigente y al “proyecto nacional” implícito que constituía la ideología


dominante en el sistema. Esto explica no sólo el apoyo de la Democracia
Cristiana a la nacionalización del cobre sino el de la derecha misma, don-
de se encontraban elementos de ideología nacionalista de derecha. La al-
ternativa, el rechazo a los resultados de la elección presidencial, más que
el rechazo al proyecto de nacionalización del cobre, implicaba la posibili-
dad de enfrentar movilizaciones sociales y políticas que, en las condicio-
nes del momento, podrían conducir a una ruptura del sistema.
Si la decisión de la Democracia Cristiana se explica por su voluntad
e interés en la preservación del sistema político y el orden constitucional,
su evolución durante el gobierno de Salvador Allende se debe explicar
mostrando cómo derivó hasta apoyar la ruptura del sistema en el golpe
de Estado del 11 de septiembre de 1973. Esta historia es la de la lucha
ideológica dentro de la oposición al gobierno de la Unidad Popular y re-
quiere considerar a un conjunto de actores.
En la oposición hay que distinguir a los actores políticos y sus posi-
ciones ideológicas y cómo la correlación de fuerzas entre ellas van cam-
biando y determinando en cada momento cursos de acción posibles y
sus límites. Así, el momento de la ratificación de Allende en el Congre-
so Pleno expresa la prevalencia de la posición favorable a la conserva-
ción del sistema político como marco y escenario del conflicto. En esto
coinciden las fuerzas de la Democracia Cristiana y el Partido Nacio-
nal, aún cuando ambos partidos contienen elementos partidarios del
desconocimiento de la mayoría relativa que dio el triunfo a Allende y
que busca fórmulas que, ateniéndose a la legislación vigente, eviten la
toma de posesión del cargo por parte de este. Además, ya están en ac-
ción fuerzas nacionales y extranjeras que buscan el mismo objetivo al
margen de la ley.13
Esta descripción de la situación pone en primer plano el elemento
que definirá los acontecimientos de 1973. La supervivencia de un sistema
político democrático en términos inusuales en América Latina con cua-
renta años de funcionamiento regular y con cuestionamientos esporádi-
cos, pero sin mayores consecuencias, a la legitimidad de los procesos de
elección de los mandatarios en todos los niveles.

13
Véase Hurtado, 2013.

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En las fuerzas que se enfrentaron entre 1970 y 1973 es necesario


analizar la composición de los dos grandes bloques, gobierno y oposición
con respecto a un punto central: la conservación o la ruptura del sistema
político. En el bloque de izquierda, la Unidad Popular, el mantenimiento
de la legalidad y del sistema político es un eje central de la estrategia de
la vía chilena al socialismo. Esto hace que, particularmente después del
triunfo electoral de 1970, la izquierda extraparlamentaria, sobre todo la
de inspiración “castrista” en el lenguaje de la época, se vea subordinada a
la estrategia exitosa del gobierno de Salvador Allende.
La izquierda extraparlamentaria estaba compuesta por cuadros de
gran cultura ideológica en términos de la evolución de la izquierda mun-
dial. Al igual que los partidos incorporados al sistema político, sus pro-
puestas eran formuladas en términos universalistas (en este caso un
espectro amplio que va desde el anarquismo al trotskismo, pasando por
tendencias stalinistas y maoístas). Todo este complejo de tendencias te-
nía en común la voluntad de no incorporarse a los partidos de izquier-
da que actuaban dentro del sistema de partidos (socialistas y comunistas)
fundando esta posición en el escepticismo respecto a las estrategias electo-
rales. Como en muchas partes del mundo, la sobreideologización de es-
tos grupos daba lugar a un proceso rico en divisiones y reagrupamientos
y combinaciones ideológicas a menudo no muy coherentes, pero en los
años sesenta surgió la generación “castrista”, que dio una nueva dimensión
a este componente ya tradicional de la política chilena.
La principal agrupación de esta tendencia era el Movimiento de
Izquierda Revolucionaria, fundado en 1965, reagrupando a la mayor
parte de las múltiples expresiones extrasistema pero teniendo como ele-
mento dinámico a una parte importante la juventud socialista de Con-
cepción, principalmente los estudiantes universitarios liderados por
Miguel Enríquez, y algunos elementos juveniles provenientes de otras
agrupaciones (incluyendo unos pocos que procedían de las Juventudes
Comunistas). Es importante notar que la fecha de fundación del mir se
explica, primero, por el fracaso electoral del Frente de Acción Popular
(frap) y su candidato, Salvador Allende, en las elecciones presidencia-
les de 1964. Esto reafirmaba la convicción de la futilidad de la vía elec-
toral para alcanzar el poder. Sin embargo, a este elemento ideológico
aglutinador con la izquierda antisistema tradicional se agregaba un ele-
mento de división que constituía el elemento propiamente “castrista”, la

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación política

adhesión a la idea de acción político-militar contenida en la experiencia


cubana, la idea de la táctica guerrillera.
El triunfo electoral de la Unidad Popular, si bien cuestionó el escepti-
cismo respecto de la vía electoral, no lo eliminó inmediatamente. Lo des-
plazó, primero, a la posibilidad de que Allende asumiera la presidencia
de la república y, más tarde, a lo largo del proceso de gobierno de la Uni-
da Popular, a la amenaza de un golpe de Estado por parte de las fuerzas
opuestas al cambio que impulsaba la alianza de partidos en el gobierno.
Como esta amenaza era obvia pero no inmediata, el problema se trasladó
a la diferencia de forma de asumir la acción del gobierno, orientada por
el programa de la Unidad Popular, teniendo como hipótesis definitoria
de la táctica, la amenaza de una acción violenta por parte de la oposición.
En el plano táctico, esta diferencia se expresa en la presión por em-
pujar las reivindicaciones en todos los sectores populares hasta los ni-
veles que tensionan los límites de aplicación del programa de gobierno,
incluyendo la búsqueda de modelos de organización y participación al-
ternativos a los definidos legalmente dentro del sistema (partidos polí-
ticos y sindicatos).14
En la oposición, en el primer momento, las posiciones se expresaron
en la teoría, definiendo la ilegitimidad del gobierno no en términos cons-
titucionales sino cuestionando su autoridad para aplicar su programa de
gobierno, a partir de su mayoría relativa y no absoluta en la elección pre-
sidencial de 1970. Al mismo tiempo, los sectores extraparlamentarios de
derecha entraron en acción a través de la reactivación de elementos ideo-
lógicos que permanecían subordinados dentro de los actores integrados
al sistema político, particularmente en el Partido Nacional,15 y de inten-
tos varios de crear una derecha extraparlamentaria que activando algu-
nos embriones pre existentes floreció en el Movimiento Nacionalista
Patria y Libertad.16
Se puede decir que, en lo que respecta al mantenimiento o ruptura
del sistema institucional, la composición ideológica de los dos bloques,
gobierno y oposición eran simétricas. Las diferencias entre ellos surgían

14
Por ejemplo, los “Cordones industriales” y los “Consejos campesinos”.
15
Por ejemplo, los “Comandos Rolando Matus” en la Juventud del Partido Nacional.
16
Véanse las declaraciones, con ocasión de los cuarenta años del golpe de Estado, de Roberto
Thieme, dirigente de Patria y Libertad, tanto en televisión como a Radio Cooperativa.

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de la importancia estratégica que el objetivo que se proponían tenía para


cada uno. Como se ha dicho, para el gobierno la institucionalidad era su
fuente de legitimidad tanto interna como internacional. La difusión que
el intento de transición pacífica alcanzó en el mundo y, particularmente
en América Latina, eran un refuerzo de la posición hegemónica dentro
del bloque, frente a la posición rupturista, representada principalmente
en algunos elementos del Partido Socialista, dentro del bloque, y por el
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (mir) como principal organi-
zación extraparlamentaria de izquierda.
Para la oposición, esta cuestión se abría en dos: como oposición legal,
dentro del sistema, se intentaba cuestionar la legalidad de algunas accio-
nes del gobierno mientras, con esta justificación, se promovía la acción de
grupos violentos, como el ya mencionado Movimiento Patria y Libertad,
y una penetración en el sistema a través de una organización paramilitar
de la Juventud del Partido Nacional, el Comando Rolando Matus.
El problema estructural de esta situación era que el gobierno parecía
condenado a actuar a la defensiva en los terrenos de la movilización social
y la propaganda, especialmente en los medios de comunicación de masas,
entre los cuales la prensa escrita era más importante de lo que podría ser
hoy, pero un episodio importante fue la lucha por el control del canal de
televisión de la Universidad de Chile.
El campo de iniciativa de la acción del gobierno, en el cual actuó rá-
pido y con éxito, fue la transformación estructural más importante, la na-
cionalización del cobre así como la redistribución del ingreso a favor de
los sectores más pobres.17
La dinámica del conflicto permitió avanzar con gran velocidad a la
posición rupturista dentro de la oposición, generando una movilización
social en contra del gobierno de sectores altos y medios nunca antes vis-
ta (inaugurando una práctica hoy común, los cacerolazos) y activando a
gremios empresariales y de profesionistas independientes (colegios pro-
fesionales). Las demandas de estos sectores surgían de los efectos de la
política económica aplicada que, sumada a acciones francamente conspi-
rativas, producían desabastecimiento de productos básicos. Por otra par-
te, la minería del cobre nacionalizada fue pasto de la lucha ideológica,

17
Cortés y Yocelevzky, 1980.

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación política

donde los sindicatos, dominados por la Democracia Cristiana, se suma-


ron a la movilización contra el gobierno.
El otro campo de enfrentamiento, en el que el gobierno mantuvo,
e incluso aumentó su fuerza, fue el electoral. Este es un terreno resba-
loso para la discusión posterior. Si se toma los porcentajes de apoyo
electoral como reflejo automático de las posiciones en la sociedad se
puede cuestionar la legitimidad de cualquier acción de gobierno. Como
se dijo antes, la línea propuesta por el diario El Mercurio, desde los días
siguientes a la elección de Salvador Allende, era que el tener algo más
de un tercio del electorado no lo autorizaba a emprender las transfor-
maciones propuestas en el programa de gobierno. Como este argumen-
to se ha repetido hasta transformarse en una pieza central de análisis
y justificaciones de las posiciones adoptadas a lo largo de los años de
dictadura y de post dictadura militar, es necesario decir algo sobre las
elecciones que tuvieron lugar durante los tres años de gobierno de la
Unidad Popular.
El sistema electoral de la época en Chile establecía que no coincidie-
ran elecciones de distinto nivel. Por esto cada tipo de elección estaba pro-
gramado para renovar sólo un nivel del aparato institucional. En 1971 se
realizó una elección municipal en la que el gobierno superó el 50% de los
votos. En marzo de 1973, se llevó a cabo una elección parlamentaria en la
que se renovó la totalidad de la Cámara de Diputados y la mitad del Se-
nado, en la cual la oposición esperaba obtener resultados que le permitie-
ran deshacerse del ejecutivo por medios constitucionales. En ese caso el
gobierno superó el 40%, con lo cual hacía imposible la destitución por el
parlamento del presidente de la república. Para muchos analistas de en-
tonces y posteriores, este hecho es el que inclinó definitivamente la balan-
za a favor de un golpe de Estado en la oposición.
Estos datos, que pueden suscitar una discusión muy amplia, permi-
ten despejar, al menos en una primera visión, el argumento en contra de
la legitimidad del gobierno que rezaba que “pretende llevarnos al socia-
lismo con el apoyo de sólo un tercio de la sociedad”. Esto supone una re-
presentatividad social automática de los resultados electorales que no se
sostiene, dados los cambios señalados y la posible comparación histórica
con el desgaste electoral de los gobiernos anteriores.
Este microanálisis de los resultados electorales durante el perio-
do 1970-1973 es parte de una discusión acerca de la legitimidad del

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gobierno que, finalmente, culmina con el apoyo de la oposición al gol-


pe de Estado del 11 de septiembre. La evolución de las relaciones den-
tro de la oposición se puede resumir como el paso desde la hegemonía
demócrata cristiana, expresada en el apoyo a la conservación del sistema
constitucional al momento de ratificar el triunfo electoral de Allende, a
la subordinación del Partido Demócrata Cristiano a la decisión de rom-
per el sistema, que originada en los sectores extraparlamentarios de la
derecha y en una minoría dentro del Partido Nacional y la misma De-
mocracia Cristiana, pasó a ser dominante en la oposición a través de la
movilización de las organizaciones corporativas de clase media, e incluso
de sectores de obreros como los mineros del cobre.
En particular, la separación organizativa entre sociedad y élite o gre-
mio político, que caracterizó a la oposición al gobierno de Allende y la
Unidad Popular, el paso a primer plano de la ideología “gremialista” de
Jaime Guzmán18 y el protagonismo de los gremios empresariales y cole-
gios profesionales, anunciaba el reemplazo de los partidos políticos por
otras formas de representación de los intereses corporativos que se sen-
tían afectados por la acción o las perspectivas que abría el programa del
gobierno. El paso decisivo fue activar a las Fuerzas Armadas como apa-
rato de del Estado ante las amenazas a la democracia.19
Todo esto culminó con la declaración de inconstitucionalidad del go-
bierno, votada en la Cámara de Diputados en agosto de 1973, la cual, por
no tener efectos legales constitucionales al no estar entre las atribuciones
de la Cámara, expresó claramente la decisión estratégica de la oposición
para actuar fuera del sistema legal, y a esta decisión quedó subordinada
la Democracia Cristiana. Esta declaración, sin efectos legales ni consti-
tucionales, sí tenía el efecto ideológico de otorgar legitimidad a la inter-
vención militar.
Aparentemente los sectores de la Democracia Cristiana que apoya-
ron el golpe de Estado creían que el orden constitucional sería restaurado
una vez que se hubiera eliminado al gobierno de Allende. Esta es la aspi-

18
Sin duda el principal ideólogo de la dictadura. Una nota sintética acerca de él, con referencias
a la literatura acerca de su persona, cuyo autor es Carlos Peña, apareció en El Mercurio del 4
de septiembre de 2013. Llama la atención que esta nota de un colaborador regular del perió-
dico haya sido publicada en la sección de Cartas (El Mercurio, 4 de septiembre de 2013).
19
Véase Rivera Sanhueza, op. cit.

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación política

ración expresada por “los trece” en su hoy nuevamente renovada declara-


ción de rechazo al golpe de Estado. 20
Esta declaración ha cobrado importancia hoy, a cuarenta años de su
expedición, por razones de muy distinta índole. La principal es que dis-
tintos dirigentes de la Democracia Cristiana han solicitado que la “carta
de los 13” sea asumida como la posición oficial del partido ante el golpe
de Estado. Uno de los firmantes de esa declaración, el ex ministro Beli-
sario Velasco, agradeció “los reconocimientos para los 13 dirigentes de-
mócrata cristianos que dos días después del golpe de Estado de 1973
aparecieron firmando una carta pública de condena al derrocamiento de
Salvador Allende”. Y agrega “desde la dc ‘existieron dos declaraciones des-
pués del día 11 de septiembre: una de la directiva, que consensuaba con
el golpe en cierto modo, y la nuestra, que lo condenaba categóricamente
y se inclinaba respetuosa ante el sacrificio que el presidente Allende hizo
de su vida en defensa de la autoridad constitucional”.21
El sucesor de Pinochet fue Patricio Aylwin, líder de la Democracia
Cristiana y del sector que apoyó el golpe. Esto ocurrió sólo después de
más de dieciséis años de dictadura y en condiciones que transformaron
completamente el sistema político.

El país que creó la dictadura

El hecho que la estrategia de la Unidad Popular amarrara al gobierno


a la defensa del orden constitucional, clave de la originalidad de la “vía
chilena al socialismo”, como se la denominó en la época, implicó que
todas las tendencias ajenas a esta línea quedaran subordinadas ante los
éxitos innegables de quienes habían diseñado y dirigido la aplicación de
ella. Organizaciones de orientación castrista (en el lenguaje de la época)

20
Sobre las condiciones de la redacción y difusión de esa declaración ver la carta de la perio-
dista María Teresa Larraín al diario La Tercera el 18 de agosto de 2013. La declaración de
los trece había sido republicada en 2009 como homenaje con ocasión de la muerte de uno
sus firmantes, Claudio Huepe. “Claudio Huepe y el grupo de los trece” en The Clinic, 12
de mayo, 2009. disponible en <http://www.theclinic.cl/2009/05/12/claudio-huepe-y-el-
grupo-de-los-13/>, consultada el 13 de febrero de 2013.
21
“Declaraciones” en Radio Cooperativa, 14 de agosto, 2013, disponible en <http://www.
cooperativa.cl>, consultada el 2 de septiembre de 2013.

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dentro y fuera de los partidos de la Unidad Popular no tuvieron alter-


nativa a la subordinación a la línea del gobierno, que aunque viera, igual
que ellos, el avance de las tendencias rupturistas y francamente fascistas
en la oposición, no podía organizar coherentemente una defensa arma-
da del gobierno. El gobierno y los partidos que lo apoyaban debieron
confiar en la disciplina de las Fuerzas Armadas y en la lealtad de sus
comandantes en jefe.22
La historia de la conspiración es conocida y la derrota militar del
gobierno y de los escasos focos de resistencia al golpe militar tomó muy
poco tiempo. Menos reconocida es la victoria política de la dictadura al
imponer la Constitución de 1980.
En ese momento, la ideología en el campo de las ciencias sociales
cuestionaba a los partidos políticos como modelo de organización y pro-
movía el movimiento social como modelo de organización y acción. El
hecho de que la dictadura autorizara una manifestación en contra de la
propuesta de Constitución en la que el orador principal fuera el líder de
la Democracia Cristiana, Eduardo Frei Montalva, parecía ubicar a este
como el principal líder alternativo a la dictadura. Sin embargo, la única
manifestación de masas autorizada mostró que la izquierda, con todas
sus expresiones fuera de la ley, estaba viva, aunque fuera en el recuerdo de
Allende que al ser vitoreado representaba un reproche a la Democracia
Cristiana por su complicidad en el golpe de Estado.
Sin embargo, la situación de la oposición era de gran debilidad. El
Partido Socialista había sufrido su división más importante en 1979, al
separarse las directivas de Carlos Altamirano por un lado y la de Clodo-
miro Almeyda por otro. Esto, sin contar con desprendimientos menores
anteriores y posteriores a ésta, la mayor escisión. De hecho, la Unidad
Popular —la alianza de partidos que había sostenido al gobierno de
Allende— ya no existía ni siquiera nominalmente. El Frente Antifascis-
ta, al que llamaba el Partido Comunista para agrupar a la Democracia
Cristiana con las fuerzas opositoras a la dictadura, nunca llegó a existir
realmente. En 1980, una semana antes del plebiscito con el que —a pe-
sar de todas las irregularidades señaladas— Pinochet aprobó su cons-
titución, Luis Corvalán, Secretario General del pc, llamó a la rebelión

22
Las complejidades de esta situación y los primeros análisis después del golpe están revisa-
dos por Faúndez (1975: 310 -325).

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y poco después apareció el aparato armado denominado Frente Patrió-


tico Manuel Rodríguez.
La misma Democracia Cristiana, el partido eje del sistema de parti-
dos anterior a 1973, comenzó a ser hostigado por la dictadura, primero
por decreto que ordenaba la disolución de todos los partidos políticos y,
luego, algunos de sus dirigentes —más allá de los 13 que habían firmado
la declaración que rechazaba el golpe— habían sido empujados al exilio.
La imposición de la nueva Constitución en un plebiscito plagado de
irregularidades, desde no contar con registro previo de votantes, mostró
la futilidad de los empeños opositores basados en meras supervivencias
de los actores políticos que habían sido importantes en el sistema que
la dictadura se había propuesto destruir, eliminando hasta la significa-
ción social de los individuos que participaban en él (los “señores políticos”,
como los denominaba peyorativamente Pinochet).
El temor a estos políticos, —y a su influencia— por parte de Pino-
chet quedaría demostrado por el asesinato de Eduardo Frei Montalva,
muy probablemente realizado por los servicios de inteligencia de la dic-
tadura poco más de un año después del plebiscito.
Se puede decir que, como siempre, la historia no responde a los te-
mores ni a los deseos de los actores. La crisis económica del principio de
los años ochenta provocó una movilización social en la que, si bien los lí-
deres tenían afiliación partidaria conocida, los partidos políticos no po-
dían ni organizar ni controlar la participación de una sociedad que se
enfrentaba a una dictadura intolerable.
La presión de la sociedad hizo que incluso los sectores de apoyo a la
dictadura buscaran reorganizarse como partidos políticos. Esto significó
una reconstrucción de la élite, o más bien del gremio político, que para
la dictadura significaba crear válvulas de descompresión, y para la oposi-
ción obtener alguna seguridad (siempre relativa) y legitimidad para ac-
tuar públicamente.
Las relaciones entre los actores sociales y políticos no se resuelven
sólo con la comparación de propuestas de los actores políticos que com-
piten por el apoyo social, sino también por la factibilidad que presentan
las propuestas. En este terreno, las relaciones entre los actores políticos
constituyen un sistema que es sensible en mayor o menor medida a las de-
mandas de actores sociales cuyas características ideológicas y organizati-
vas, a su vez, pueden o no expresarse en un lenguaje ideológico semejante

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al de los actores políticos. El que los actores políticos se reconozcan entre


sí permite alianzas y combinaciones que representan acumulaciones de
fuerza simbólica y dan factibilidad a los programas políticos en la medida
que sus propuestas expresan un “sentido común”.
Aquí cabe mencionar lo que llamo la tercera derrota de la izquierda
chilena, la derrota ideológica, que consiste en la adopción por parte de
cuadros políticos e ideológicos de versiones de la historia vivida que pare-
ce dictada por los vencedores. Es un lugar común que la historia la escri-
ben los vencedores. La derrota verdadera es la que los vencidos muestran
al contar su propia historia en los términos que los vencedores usan para
definir la confrontación crucial.
Esto es lo que ocurrió en Chile cuando una parte de los intelectua-
les y los políticos reactivados en los años ochenta comenzaron a revisar
la historia de la Unidad Popular en términos dictados por la oposición al
gobierno de Allende. Tomás Moulian, destacado científico social chileno,
declaró que “Sobre todo, entendemos que Allende fracasó en su premisa
básica. Pensó que Chile podía ser llevado al socialismo con el apoyo de
solamente 30 por ciento de la población. Ahora entendemos que ningún
programa político puede tener éxito a menos que una mayoría de chile-
nos lo apoye”.23 (Posteriormente, en 2005, Moulian fue precandidato del
Partido Comunista a la presidencia de la república dentro del pacto “Jun-
tos podemos más”).
Estas declaraciones, hechas en el contexto de las protestas del año
1983, resultan particularmente significativas. El nuevo “sentido común”
de una parte de la izquierda, expresa el reflejo de la desaparición de la
Unidad Popular y su proyecto como alianza de partidos. Recoge la visión
ya expresada durante el gobierno de Allende por El Mercurio como vo-
cero de la oposición24 pero, quizá lo más importante, separa a Allende el
líder y su acción como Allende el mártir.25
La acumulación de fuerza social a través de las jornadas de protesta
mostró varias características que indicaban cambios en la estructura de la

23
Véase Excelsior, 25 de septiembre de 1983: 31.
24
Véase El Mercurio, 27 de septiembre de 1970: 6 -7, n. 8.
25
La permanencia de esta visión —a pesar de sus inconsistencias— está reflejada en la en-
trevista a Óscar Guillermo Garretón, líder de una fracción del mapu y subsecretario en el
gobierno de Allende publicada en El Universal. (Eduardo Sepúlveda M., “La violencia en
el golpe en Chile, ‘culpa de todos’”El Universal, el 8 de septiembre de 2013).

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación política

representación política. La más importante era la debilidad de los partidos


políticos al no poder controlar el movimiento de protesta ni arrogarse la
representación de éste en sus negociaciones con los políticos de derecha,
reactivados con esos fines por la dictadura. Por otra parte, la fragmenta-
ción de los partidos de la izquierda hacía imposible adoptar posiciones co-
herentes como oposición más o menos unida frente al gobierno.
Los fenómenos que confluyeron para el resultado que se dio son
complejos. Pero algunos son claros. La desideologización de los partidos,
cuya adhesión a doctrinas universalistas y propuestas de organización de
la sociedad era una característica notable del sistema y de la cultura po-
lítica existentes en Chile hasta 1973, produjo varios síntomas percep-
tibles: primero, la creación de los “partidos instrumentales” —como el
Partido Por la Democracia (ppd), cuya capacidad de adaptación le ha
permitido continuar hasta hoy siendo un actor relevante—, seguido por
el fracaso de las organizaciones que apostaron a reflejar el movimiento
social (por razones doctrinarias o por cálculo oportunista), como el Par-
tido Amplio de la Izquierda Socialista (pais).
La reunificación del Partido Socialista debió hacer espacio para todo
tipo de elementos ajenos que veían en él su oportunidad de reincorpo-
rarse a la profesión política a través de una organización que garantizaba
presencia y continuidad simbólica. Así, de los cinco partidos de nombre
o raíz socialista que figuraban entre los 16 partidos que el 2 de febrero de
1988 conformaron la Concertación de Partidos por el No (en el plebisci-
to de octubre de ese año), quedó sólo uno propietario del registro oficial.
La desideologización de los partidos y la separación de éstos con res-
pecto al movimiento social sirvieron de justificación para que la Concer-
tación de Partidos Por la Democracia, sucesora de la concertación por el
No en el plebiscito de 1988, gobernara Chile entre 1999 y 2010 sin cam-
biar las piezas centrales del sistema político diseñado en la Constitución
de 1980, bajo la inspiración de Jaime Guzmán, y sus políticas de desarro-
llo consistieran en la continuación de lo impuesto durante la dictadura,
concreción ejemplar del llamado “Consenso de Washington”.
Esto último se refleja, quizá más que en cualquier otro aspecto, en
lo que ocurrió con la minería del cobre, cuya nacionalización constituyó
el logro más emblemático del gobierno de Allende y la Unidad Popular, al
punto que para algunos fue un elemento determinante en la decisión del
gobierno de Nixon de derrocar al presidente de Chile.

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La nacionalización del cobre fue notable por muchas razones. La pri-


mera de ellas, el triunfo ideológico que significó la aprobación por una-
nimidad en el Congreso Pleno de la reforma a la Constitución que hizo
posible la nacionalización. En segundo lugar, el tratamiento aplicado a
las compañías que explotaban el cobre chileno al fijar el monto de las
indemnizaciones, deduciendo lo que se consideró rentabilidad excesiva,
que después se llegó a conocer como “Doctrina Allende”.
Estos hechos pueden indicar la existencia de una ideología del desa-
rrollo nacional que lograba imponerse a las ideologías de principios ge-
nerales de los partidos. En las décadas de 1960 y 1970, la acción de las
empresas que explotaban las riquezas naturales de los países periféricos
había sido una preocupación generalizada.
El 14 de diciembre de 1962, la xvii Asamblea General de las Nacio-
nes Unidas adoptó la Resolución 1803 denominada “Sobre la Soberanía
Permanente de los Recursos Naturales”, que reconoce: “el derecho inalie-
nable de todo Estado a disponer libremente de sus riquezas naturales en
conformidad a sus intereses nacionales y en el respeto a la independencia
económica de los Estados”.
La misma resolución declara que “la nacionalización, la expropia-
ción o la requisición deberán fundarse en razones o motivos de utili-
dad pública, de seguridad y de interés nacional, los cuales se reconocen
como superiores al mero interés particular o privado, tanto nacional como
extranjero”.
La pérdida de importancia de estas cuestiones en el mundo ideoló-
gico que se estaba imponiendo hasta culminar en el “Consenso de Wash-
ington”, se puede observar en la carencia de solidaridad, que llega hasta la
crítica explícita entre los gobiernos latinoamericanos cuando alguno de
ellos nacionaliza las empresas que explotan algún recurso natural.
La desnacionalización del cobre en Chile se hizo posible a través de
un proceso que resulta complejo precisamente por sus connotaciones
ideológicas. Según algunos, al terminar la dictadura, en 1990, la propie-
dad estatal del cobre todavía alcanzaba el 93% de la producción, y en vein-
te años de gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia,
72% de la producción de cobre pasó a manos de empresas extranjeras.26

26
Gustavo Ruz, “Coordinador del Movimiento por una Asamblea Constituyente en Chile”,
en Tiempo Argentino, 16 de marzo de 2013.

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación política

“De hecho, las grandes mineras privadas se han apropiado en cada


uno de los últimos siete años de excedentes del mismo orden de magni-
tud que el total de sus inversiones precedentes. En otras palabras, han
recuperado sus inversiones siete veces en este periodo, sin considerar los
excedentes retirados en años anteriores.”27

¿Cómo se pasó del consenso nacionalizador de 1971


a aceptar esta nueva situación?

En la estructuración, desestructuración y reestructuración de bloques


políticos, se puede observar la subordinación de unas fuerzas a otras y
la priorización de los temas en función de las coyunturas. Así, el bloque
de apoyo al golpe de Estado y a la ruptura del sistema político incluyó a
la Democracia Cristiana, que suponía un restablecimiento del sistema a
corto plazo, contando con ser la fuerza eje de la reconstitución del siste-
ma de partidos. Su cálculo se cumplió, pero no en los plazos que supo-
nían. Sólo más de dieciséis años después del golpe de Estado, Patricio
Aylwin reemplazó a Pinochet. En lo inmediato, entre 1973 y 1974, la
Democracia Cristiana se vio desplazada del bloque golpista al declarar-
se en marzo de 1974, en la Declaración de Principios, que el propósito
del golpe no había sido restaurar el sistema político sino reemplazarlo.28
El sistema político fue rediseñado en la Constitución de 1980, pero
el modelo de desarrollo económico fue cambiado durante la década de
los setenta. Los conflictos a los que dio lugar este cambio se produjeron
de manera sorda entre los sectores de interés y las tendencias ideológicas
que habían apoyado el golpe de Estado, puesto que los partidos políticos
estaban fuera de la ley o en receso.

La alianza entre los economistas de Chicago y los gremialistas (liderados


por Jaime Guzmán) se enfrentaba todavía a alternativas para consolidarse
como el proyecto de los militares; por una parte, en el terreno ideológico,

27
Gabriel Palma, “¿Y dónde fueron a parar los excedentes del boom el cobre?”, en ciper, 16
de abril de 2013, disponible en <http://ciperchile.cl/2013/04/16/%C2%BFy-donde-
fueron-a-parar-los-excedentes-del-boom-del-cobre/>, consultada el 2 de mayo de 2013.
28
Declaración de Principios del Gobierno de Chile, 1974.

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Ricardo A. Yocelevzky R.

los nacionalistas eran influyentes en un sentido difuso entre los militares,


pero Pinochet los consideraba cuando pensaba en un movimiento cívico-
militar que reemplazara a los partidos; por otra parte, la ambigüedad de
los demócrata cristianos hacía que permanecieran todavía en contacto con
la dictadura algunos cuadros técnicos de ese partido y que algunos oficia-
les, particularmente generales, recordaran todavía su simpatía por ellos.
Esto desató una lucha sorda de conspiradores que acusaban a otros de
conspiración, pero cuya resolución iba siendo conocida por el terreno que
una y otra posición perdía o ganaba.29

En 1974, se dictó un decreto ley, el N° 600, “Estatuto de la inversión


extranjera”, que, exactamente tres años después de la nacionalización del
cobre, establecía limitaciones a la inversión extranjera en “aquellas áreas
reservadas por ley a la inversión nacional”.
De acuerdo con Alcayaga, “No es, entonces, el DL 600 original el cul-
pable de las exacciones que han ocurrido posteriormente, sino el DL1.784
de 1977, que reemplaza completamente al DL 600, más otras modifica-
ciones que se efectuaron posteriormente, tales como la ley N° 18.474, del
31 de noviembre de 1985 y la ley 19,207, de 1993, bajo el gobierno de Pa-
tricio Aylwin.”30
Este autor, reseña algunos de los conflictos ideológicos que rodearon
la evolución de la legislación chilena que revirtió la conquista más em-
blemática del gobierno de Allende, la nacionalización del cobre, y la apli-
cación de la llamada “Doctrina Allende”. Para lograr estos cambios en la
legislación, se tuvo que rechazar la posición de nacionalistas que habían
impedido la incorporación a la Constitución de 1980 de disposiciones
que permitirían esta desnacionalización a través de la oposición de dos
generales del ejército, Frez y Danús, pero que en 1982 y 1983 no pudie-
ron evitar la dictación de la Ley 18.097, Ley Orgánica Constitucional de
Concesiones Mineras, y del Código de Minería, a los que se oponían na-
cionalistas como Pablo Rodríguez Grez, golpista de cuya adhesión a la
dictadura nadie podría dudar.31

29
Yocelevzky, 2002: 129.
30
Alcayaga, 2005: 60.
31
Ibid, p. 61.

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación política

La relación de las Fuerzas Armadas con el cobre es muy antigua, pero


es desde 1958 que la compra de armas es financiada con un porcentaje de
los ingresos del Estado por las ventas de cobre. Ese año de elecciones pre-
sidenciales, la ley 13.196 (reservada), que posibilitaba esto, fue promulgada
por Carlos Ibáñez del Campo. El propósito de esta forma de financiamiento
era mantener a la defensa nacional al margen de los vaivenes de la política.
Hay que recordar que el final del gobierno de Ibáñez representó una
reconstrucción del sistema político después del fracaso de su intento de
reemplazo del sistema de partidos por un movimiento “ibañista” al estilo
del peronismo en la vecina Argentina. La reconstrucción del sistema in-
cluyó la legalización del Partido Comunista (fuera de la ley desde 1948)
y una reforma electoral que disminuyera las posibilidades de cohecho y
otras alteraciones del voto. Entre los problemas que esta reconstrucción
buscaba solucionar estaba el movimiento militar denominado “Línea rec-
ta” y las consecuencias del levantamiento urbano del 2 de abril de 1957,
sofocado por el ejército movilizado en “estado de sitio”. Todo esto hace
pensar que, si bien la oposición de algunos militares a la desnacionaliza-
ción del cobre podía tener detrás un interés corporativo, también había un
elemento ideológico de nacionalismo, casi consubstancial con la profesión.
La manera en que ocurrió la subordinación al capitalismo transna-
cional muestra la impotencia ideológica de todas las fuerzas que en 1971
apoyaron la nacionalización de la minería del cobre, empezando por la
izquierda derrotada, pero incluyendo a los demócrata cristianos como
Tomic, que también se opuso a la ley de 1983 y, por último, a los nacio-
nalistas, dentro de las Fuerzas Armadas y del bloque golpista y partida-
rio de la dictadura.

Conclusiones

El análisis de lo ocurrido en Chile el 11 de septiembre de 1973, con la ven-


taja del tiempo transcurrido, permite establecer cómo, con la carga simbó-
lica que tenía el intento de transición pacífica al socialismo a través de una
política nacional de desarrollo, la heroica resistencia del presidente de la
república y su inmolación, seguida por la brutalidad de la represión que
emprendió la dictadura militar contra sus partidarios, hacen de este un
episodio de gran notoriedad y resonancia internacional dentro del marco

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del proceso de reversión de todas las tendencias que caracterizaron a la


economía mundial en el periodo iniciado en la segunda postguerra.
Chile, para bien o para mal, ha sido y es un caso particular, que por
sus características históricas asume el papel de ejemplo de experimen-
tos económicos y sociales. Sin embargo, las luchas ideológicas dentro del
país no son analizadas con la misma atención que se presta a los pro-
gramas que se aplican. Estos se presentan como producto de un sentido
común político, cuyo origen no se atribuye a conflictos en los que es cons-
truido a través de la subordinación de fuerzas políticas que se arrogan
una representación de la sociedad. Esta representatividad es la que en
cada periodo debe ser establecida y validada.
Que hoy la figura de Allende sea la de un mártir y no la de un líder;
que su principal logro como presidente, la nacionalización del cobre a tra-
vés de un consenso nacional, haya sido revertido con anuencia —cuando
no apoyo— de políticos de derecha, centro e izquierda, que lo sobrevivie-
ron pero que en su tiempo avalaron esa nacionalización, son todos he-
chos acerca de los cuales se busca establecer responsabilidades morales,
o que se citan fuera de todo contexto como consignas si es que se consi-
dera que pueden tener resonancia en el actual “mercado electoral”.
El mundo que hizo posible al Chile de Allende y la Unidad Popular,
ideológicamente, ya no existe. Hay una gran distancia entre la política ac-
tual, especialmente entre el gremio que constituyen su actores principales
(partidos y políticos profesionales) y la sociedad. Las ideas han sido re-
ducidas a imágenes con las que se trafica publicitariamente y las deman-
das de la sociedad se ven en la movilización de sectores sociales que no
encuentran respuestas dentro del modelo político prevaleciente.

Referencias

Hemerografía

El Mercurio, Chile.
Excelsior, México.
El Universal, México.
La Tercera, Chile.
Tiempo Argentino, Argentina.

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Victorias y derrotas ideológicas en la construcción de la situación política

Bibliografía

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Eduardo Frei, 1964-1970, México, uam-Xochimilco.

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Anexo I
1973 en la memoria de los protagonistas:
testimonios*

Iván Altesor1

… yo no estuve en las fábricas ni me atrincheré en los centros labora-


les como lo hizo la absoluta mayoría de los trabajadores uruguayos que
acataron la decisión que la Convención Nacional de Trabajadores tomó
en ese momento, pero que había aprobado en 1964 cuando el golpe de
Estado brasileño inauguraba el ciclo de dictaduras de Seguridad Nacio-
nal en la región.
… una vez que el presidente [ Juan María] Bordaberry, en alianza con
los mandos militares, disolvió el Parlamento el 27 de junio de 1973, au-
tomáticamente se activaron las medidas que la organización partidaria a
la que pertenecía —el Partido Comunista de Uruguay [pcu]— y la Con-
vención Nacional de Trabajadores [cnt], tenían previstas y establecidas
desde una década atrás. Se inició la huelga y a las 5 de la mañana prác-
ticamente todas las fábricas importantes del país estaban ocupadas. La
huelga fue una respuesta imponente de los trabajadores uruguayos, desde
los obreros industriales, de la construcción, empleados públicos, banca-
rios, profesores, maestros del transporte, como un solo hombre acataron
y cumplieron la decisión de la Convención Nacional de Trabajadores.

* Los testimonios que aquí se ofrecen han sido retomados de la versión estenográfica que re-
coge las intervenciones de estos protagonistas de los acontecimientos durante el Coloquio
Internacional “Chile-Uruguay: 40 años de los golpes de Estado”, celebrado en la ciudad de
México en junio del 2013.
1
Militante político y enlace de la dirección del Partido Comunista de Uruguay en 1973.

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

Pensábamos en ese momento que una resistencia fuerte podría


hacer trastabillar la determinación de las derechas civiles y militares
coaligadas, y que la huelga general sería el núcleo central de esa re-
sistencia. Pensábamos que si la huelga se profundizaba y si lográba-
mos hacerla muy combativa, quizás fuera reprimida fuertemente, pero
que en su desarrollo podría concitar adhesiones amplias y dar por tie-
rra con los planes golpistas […], que estas acciones […] detonarían
las contradicciones y divisiones que suponíamos existían dentro de las
Fuerzas Armadas.
El Partido Comunista […], casi en paralelo y simultáneamente con
la decisión de los trabajadores, anunció su determinación de enfrentar el
golpe en todos los terrenos. De modo que una vez disuelto el Parlamen-
to, se concentraron las fuerzas construidas para ese fin, a la espera de
órdenes. Es importante saber que al momento del golpe de Estado, los
Tupamaros estaban militarmente derrotados, sus principales dirigentes
muertos, presos o en el exilio, y otras pequeñas organizaciones fuera del
sistema político, también muy golpeadas.
Ese día, el 27 de  junio de 1973, sabía por indicaciones de la dirección
del Partido, que el accionar de esta organización especial y secreta  esta-
ría supeditada al comportamiento de las Fuerzas Armadas. Y las Fuerzas
Armadas, por lo menos desde el último tercio del año anterior y en es-
pecial a partir del 9 de febrero de 1973, enviaban señales confusas, cuyo
objeto era, como luego fue evidente, neutralizar la resistencia antigolpis-
ta. En ese momento, prácticamente la gran mayoría teníamos la expec-
tativa de un pronunciamiento de sectores progresistas, “peruanistas”, al
interior de las Fuerzas Armadas, coincidente con el interés democrático
y popular. Por lo tanto, la idea de que la huelga general se transformara
automáticamente en un levantamiento popular se había diluido por lo
menos momentáneamente.
[…]
Cuando en las primeras horas de la mañana del 27 de junio, salía a
cumplir mis tareas, que en ese momento  era verificar el cumplimiento de
la concentración de nuestras fuerzas especiales, recibí el llamado urgente
de tomar contacto con el secretario del Partido Comunista de Montevi-
deo. Al encontrarme con él, me comunica que además de mis tareas, de-
bía fungir de enlace entre él y el Secretario General del Partido.
[…]

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Anexo I. 1973 en la memoria de los protagonistas: testimonios

Sin embargo, ese hecho que no lo tenía previsto, me colocó en un


puesto de observación y participación privilegiado. Supe desde el primer
día, que la preocupación central de la Dirección del pcu era mantener
firmemente la resistencia popular y buscar por todos los medios contac-
tos  con las Fuerzas Armadas con la esperanza de influir y deslindar a sus
sectores progresistas.
[…]
Fueron días muy intensos y tengo dificultades para ordenar los he-
chos cronológicamente y transmitir por lo tanto, vivencias y emociones.
[…] Vivíamos en esos días una especie de diálogo informal entre líderes
de la izquierda, sobre todo de dirigentes sindicales, con mando milita-
res de diferentes niveles, en las zonas industriales donde había muchas
fábricas ocupadas, estos dirigentes eran frecuentemente convocados por
los jefes de los cuarteles a dialogar. Y en algunos casos, algunos sindicalis-
tas tenían acceso libre a esas unidades militares.
[…]
Puedo testimoniar en este sentido, por ejemplo, que en los primeros
días de la huelga, el Secretario del Partido en Montevideo me lee una car-
ta escrita por él dirigida al Jefe del Servicio de Inteligencia de la Fuerza
Aérea. Era notorio que se conocían de antemano, una carta escrita como
uruguayo, patriota, padre de familia, abuelo, obrero, dirigente político,
con el fin de tocar la sensibilidad de este alto oficial. Y sin duda esta carta
era una carta fuerte y no supe si llegó a su destino.
[…]
Estos intentos de negociación se mantuvieron durante el transcurso
de la huelga. En esos días supe en forma directa que el Secretario General
del Partido a través de un enlace, le ordena al Coordinador Sindical del
Partido que era  mi padre, tomar las medidas para levantar, suspender, la
huelga en el transporte público municipal. Esa medida pretendía ser un
gesto de buena voluntad del movimiento sindical y del Partido en la bús-
queda de un diálogo con sectores de las Fuerzas Armadas para encon-
trar una salida positiva a la coyuntura. El Coordinador Sindical rechazó
al enlace, no aceptaba el cumplimiento de esa orden por su intermedio y
solamente la llevaría a la práctica si se la daba directamente el Secretario
General. Así se hizo. Se que finalmente cumplió más por disciplina que
por otra cosa y la huelga fue levantada en ese sector. Mi padre quedó con
una gran preocupación con este asunto, no encontraba una palabra para

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

mostrar el sentimiento que tenía pero —como decimos en Uruguay— le


quedó como un entripado con el tema, y era evidente que sintió la nece-
sidad de compartirlo con alguien, y lo hizo conmigo.
Al paso de los días, pocos días, todo transcurría a una velocidad in-
creíble, no hubo ninguna señal de la contraparte militar en el sentido de
concertar una posible salida. Entonces se intentó reactivar la huelga en
ese sector del transporte pero ya no fue posible. Todo se había manejado
en secreto y el desprestigio, desgraciadamente, recayó sobre los dirigentes
sindicales de ese sector del transporte que no pudieron explicar a los tra-
bajadores las razones del levantamiento de la huelga. Suspender la huel-
ga en una parte del transporte supuso modificar la imagen del conjunto y
debilitó, ciertamente, la resistencia general. Por cierto la gente no conocía
el trasfondo de esta negociación y lo atribuía a una debilidad de ese sin-
dicato en concreto.
Posteriormente, a solicitud del propio secretario general, se nos pi-
dieron planes para poder bloquear las líneas eléctricas de los troleys de la
ciudad de Montevideo. Se presentaron varios planes alternativos con ese
objeto y solamente se cumplieron algunos…
En los primeros días de julio —no tengo precisión de la fecha, pero
debe haber sido el 2 o el 3 de julio— la dirección del Partido empieza a
considerar que la resistencia se estaba volviendo pasiva, que había que re-
activarla, darle una nueva  dimensión, sacar a los compañeros a la calle,
recorrer los barrios, incorporar a los vecinos, hacer manifestaciones, en
fin, darle mayor combatividad a la resistencia.
[…]
En ese sentido se convocó a una manifestación en el este de la ciu-
dad de Montevideo, desde la Unión hacia Maroñas, en una zona popular,
con concentraciones obreras particularmente de textiles y metalúrgicos.
El día anterior a la manifestación, el secretario del Partido de Montevi-
deo, nos dio la orden de que la estructura especial del Partido en la zona
participaran en la misma armados con la orden de responder en el caso
de represión. Y además, se hacía la indicación que todo aquel que tuvie-
ra un arma la portara en la manifestación. Se trataba de responder sólo
si había represión.
[…]
A media mañana del día de la manifestación, el secretario de Mon-
tevideo me dio una contraorden, había que parar todo y estaba previsto

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Anexo I. 1973 en la memoria de los protagonistas: testimonios

que la manifestación se iniciara a las 12 horas del mediodía. Me mo-


vía por suerte en una moto por esos días. Cuando doy la contraorden al
compañero encargado de la zona, ya se había iniciado la manifestación.
El compañero salió como loco, enojado, sin recibir explicación, que yo
tampoco tenía, a  detener la determinación de responder con armas en
caso de represión. […] Tuvimos suerte, no fuimos reprimidos, la mani-
festación llegó a su destino y se disolvió sin problemas.
A esta altura ya se hacía evidente que la huelga no lograría su objeti-
vo que era desbaratar el golpe y generar un levantamiento de sectores su-
puestamente progresistas, democráticos, constitucionalistas, al interior
de las Fuerzas Armadas.
[…]
Una huelga general de esa dimensión, de esa magnitud, y de conteni-
do político como era porque no era una huelga de reivindicaciones sala-
riales, a medida que pasa el tiempo y no logra nuevas adhesiones, tiende a
debilitarse. No se si concretamente a debilitarse, pero pierde fuerza. Y se
palpaba, existía en el ánimo general, un poco la idea de que al día siguien-
te tenía que suceder algo que la reforzara, que la reactivara, y le diera un
nuevo ritmo y eso no sucedía.
De todas maneras, es bueno saber —por lo menos así lo entiendo
yo— que esa huelga general tuvo un valor fundamental. Primero fue la
coagulación en ese momento crítico de enfrentamiento al golpe, de la la-
bor del movimiento sindical y popular de muchos años. Coaguló en ese
momento la experiencia y la fuerza del movimiento sindical y estudiantil,
que fue construyéndose a lo largo de muchos años.
Llegado ese momento en que la huelga no se perfilaba, no alcanzaba
a adquirir mayor fuerza y un ritmo de más combatividad, el secretariado
de la Convención Nacional de Trabajadores en coordinación con todas
las fuerzas políticas opositoras a la dictadura convocó a una manifesta-
ción a las 5 de la tarde del 9 de julio de 1973. Fue una inmensa manifes-
tación, encabezada por los dirigentes de la cnt y del Frente Amplio. El
despliegue represivo también fue enorme, hasta tanques intervinieron, y
se les enfrentó con barricadas…
La manifestación del 9 de julio fue la culminación de la huelga.
A partir de ese momento se comenzó a considerar su levantamiento, a
determinar la fecha y la modalidad de hacerlo. Se generó por supuesto,
una breve e intensa polémica, al interior de la dirección sindical entre

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los que querían mantener la huelga y los que pretendían finalizarla con
un repliegue ordenado a fin de evitar mayor desgaste y el desmantela-
miento de la resistencia popular. Esta última era la postura de la Di-
rección del Partido Comunista y que en definitiva predominó en la
dirigencia de la cnt. La huelga se levantó el 11 de julio. Unos valoraron
este hecho lisa y llanamente como una derrota. Otros, como un replie-
gue táctico para iniciar una nueva etapa de la resistencia antidictatorial.
Creo que a 40 años aún se mantiene abierta la discusión, pero es indu-
dable que esa huelga determinó que la dictadura naciera con una base
social extremadamente débil.

❖❖❖

Guillermo Ravest2

Obvio. Soy un viejo periodista chileno. Y, como tantos latinoamericanos,


me puedo considerar un sobreviviente de la guerra fría y las dictaduras
que prohijó el imperio. Exiliado, pude disfrutar, junto a mi compañera
recientemente fallecida, de la cálida solidaridad humana en varios paí-
ses. México y su pueblo nos abrieron sus brazos en dos oportunidades,
primero como transterrados y desde hace 18 años, como autoexiliados.
Sin obviar mi ex militancia y mi allendismo vigente, me puedo cali-
ficar como un “nostálgico del pasado”. Pero en buen sentido: seguir fiel a
utopías, paradigmas y valores adoptados desde la juventud, hoy tan fe-
rozmente trastocados.
[…]
En 1970 éramos un paisito de 9 millones 780 mil habitantes y una
población económicamente activa de poco más de 3 millones. Su fortale-
za se afincaba en una más que centenaria tradición democrática y de lu-
chas obreras por hacer más justa nuestra sociedad.
[…]
El golpe militar de Kissinger-Nixon-Pinochet y la derecha nativa
—11 de septiembre de 1973— me encontró como director de Radio

2
Periodista chileno, director de Radio Magallanes en 1973.

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Anexo I. 1973 en la memoria de los protagonistas: testimonios

Magallanes, emisora del Partido Comunista. Con su triunfo en 1970,


las fuerzas populares rompieron el monopolio empresarial y de la dere-
cha que existió siempre en este medio de comunicación. Sin embargo,
de un total de unas 300 emisoras que existían entonces en Chile, muy
pocas podían ser calificadas como partidarias del nuevo gobierno. En la
capital, sólo había cuatro —una del Partido Socialista, una del Partido
Comunista— con 14 filiales a través del país, una del Mapu y la de la
Central Única de Trabajadores— que debieron enfrentar a las más po-
derosas y potentes.
[…]
A principios de 1972 fui llamado para hacerme cargo de la Magalla-
nes, con el encargo explícito de desectarizarla y mejorarla. Fue una tarea
difícil y colectiva que pudimos lograr. Del lugar vigésimo séptimo que
ocupaba en la medición de sintonía en Santiago alcanzamos el tercero
en septiembre de 1973. Fuimos la emisora que más resistió el golpe mi-
litar. Radialmente, éste se inició, significativamente, con las radios de la
oposición, que en vez de música de moda, difundían ahora sólo mar-
chas militares. Nada decían —o más bien desinformaban— acerca de los
inusuales movimientos de tropas. Ya cuando veinte mil hombres de los
regimientos de Santiago, apoyados por tanques, artillería y helicópteros
rodeaban La Moneda, el palacio de gobierno —así lo reconoce la cia en
uno de sus informes—, el alzamiento militar recién se oficializo a las 8 y
media de la mañana de aquel martes.
Todas las emisoras de la derecha difundieron en forma simultánea
el primer bando de la Junta Militar. Notificaba la deposición del presi-
dente constitucional, que el Poder Ejecutivo y Legislativo era asumido
por las Fuerzas Armadas puesto que disolvía el Congreso Nacional, la
clausura de todos los medios impresos y televisivos proclives a la Unidad
Popular y que las emisoras partidarias a ella debían silenciar sus emisio-
nes, en caso contrario serían atacadas por fuerzas de aire y tierra. Y etc.,
etc. A esa misma hora culminó la “operación silencio” de las Fuerzas Ar-
madas: el ametrallamiento de antenas o la ocupación de las radioemiso-
ras populares…
Con posterioridad al bombardeo aéreo de La Moneda, Allende fue
instando a abandonarla a las mujeres y a quienes no manejaran armas.
Sólo quedaron unos 40 combatientes. Salvo unos pocos que sobrevivie-
ron milagrosamente, luego de su detención fueron asesinados. Allende

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

prefirió ofrendar su vida, en respeto a la dignidad del cargo que le dio su


pueblo, en vez de aceptar el exilio ofrecido. Se suicidó poco después de
las 14 horas.
Poco después de las 8 y media de aquella mañana quedamos solos en
el aire. Por algún error que desconozco, la “operación silencio” de los golpis-
tas fracasó respecto de Radio Magallanes. Inexplicable, pues sus estudios
estaban ubicados a menos de cinco cuadras de La Moneda. Los 21 pe-
riodistas, locutores y personal técnico intuíamos que podríamos ser alla-
nados en cualquier momento. Pero nadie dudó de su deber: continuar
informando. Esa decisión colectiva nos permitió difundir las cinco breves
intervenciones radiales que Allende hizo desde La Moneda, en especial
aquella conocida como “sus últimas palabras”. En realidad, su testamen-
to política, denunciando a los generales rastreros y traidores y alentando
al pueblo a proteger su dignidad, dramáticamente vigente pero incum-
plido por las cúpulas de esa izquierda modernizada y ahora neoliberal.
Eran las 9:20 horas de aquella mañana. Recién salía de la sala de los
radiocontroladores, camino a mi oficina en busca de otro paquete de ci-
garrillos. A la mitad me sorprendió el campanilleo de “la plancha”, el te-
léfono a manivela que nos conectaba directamente con el despacho del
presidente en La Moneda. Casualidad o fortuna de periodista, que son
imborrables. Tomé el fono y la voz inconfundible de Allende preguntó:
-¿Quién habla?
-Ravest, compañero.
-Necesito que me saquen al aire inmediatamente, compañero…
-Deme un minuto para dar las órdenes y grabar…
-No compañero. Preciso que me saquen al aire inmediatamente por-
que no hay tiempo que perder.
Ante la insistencia y sin alejar la bocina de mi oreja y para que el
mandatario me oyera, grité al radiooperador; “instala una cinta que va a
hablar el presidente”, y al jefe del equipo de periodistas que estaba a mi
lado: “ve al micrófono y anuncia a Allende”. Y a él, para dar tiempo a mis
dos compañeros, le pedí: “cuente tres, pausadamente, por favor, y aparta”.
Este difundido documento histórico consta de apenas 650 palabras
y que Allende con voz serena, demoró cerca de seis minutos en pronun-
ciarlas. Y se despidió con un sencillo: “Eso es todo, compañero”.
Aunque por el contenido de su discurso ni el propio presidente die-
ra alguna esperanza de que la situación cambiara, todo nuestro equipo

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Anexo I. 1973 en la memoria de los protagonistas: testimonios

mantuvo su deber informativo. Volvimos a repetir “las últimas palabras”


y exactamente, a las 10:20 horas de esa mañana, fuimos silenciados. Un
contingente de soldados y carabineros copó nuestra planta transmiso-
ra, ubicada en un suburbio de Santiago. Los tres periodistas y el locutor
que habíamos enviado para que ellos siguieran la emisión en el caso de
allanamiento a los estudios, fueron detenidos junto al técnico que ma-
nejaba la planta.
Eso fue todo, compañeros. Lo restante son los 17 años de dictadura
que ensombrecieron a mi país.

❖❖❖

Gonzalo Martínez Corbalá3

… hubo casos muy señalados, muy notables, por ejemplo: recibo yo


noticias de Isabel Allende4 de donde estaba escondida junto con Frida
Modak5 y una muchacha cubana, eh…, y también donde estaba Car-
men Paz,6 en otra casa diferente, pues no había más que ir por ellas.
Yo pedí unos salvoconductos, se los exigí telefónicamente a la Junta
Militar y me lo dieron, me lo llevaron a la residencia, ahí lo entrega-
ron, que decía “Para trasladar personas…” por la parte de adelante —
todavía conservo el documento—, decía por la parte de adelante “Para
trasladar personas a la embajada de México”, y luego por detrás decía
“Isabel Allende e hijos menores” y luego “Carmen Paz Allende e hijos
menores”. Entonces cuando llego yo a la casa donde, después de haber
pasado ahí por cinco o seis retenes militares en donde nos interrogan,
bueno, pues yo traía mi salvoconducto para circular durante el toque
de queda en las calles de Santiago, exhibía el salvoconducto y exhibía el
otro, el otro no lo vieron por la parte de atrás. Cuando llegué a la casa
en donde estaba Isabel protegida, ella no estaba sola, estaba con Frida
Modak y con esta otra muchacha cubana que también era la esposa de

3
Embajador mexicano en Chile en 1973.
4
Hija del presidente Salvador Allende.
5
Periodista asilada.
6
Allende, hija del presidente Salvador Allende.

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

un funcionario muy buscado por la Junta Militar. Y, bueno, pues, Isa-


bel con mucha razón me hizo ver que una vez que se viera este auto-
móvil allí y saliendo ellas, ella misma, Isabel, para la única que yo tenía
salvoconducto, pues las otras dos se iban a quedar en un grave peligro.
Las subimos al automóvil en la parte del asiento trasero, nos fuimos
recorriendo los mismos retenes que habíamos, por la misma ruta que
habíamos llegado a ver si, pues era el único automóvil en circulación en
ese momento ahí, era el primer día del toque de queda, a ver si ya no
nos pedían los salvoconductos, pero en los cinco retenes habían cam-
biado de guardia y cinco, los cinco con la suerte de que no en ningún
caso tampoco se les ocurrió darlo vuelta y pasamos sin dificultad. Los
menores llegaron después por otra vía y llegamos a salvo, dejé a Isabel,
luego fui por Carmen Paz, una escena parecida, la dejé en la residencia
y para quien sí no me atreví a pedir salvoconducto fue para Tencha, la
viuda de Allende. Fui a traerla a la embajada sin ningún salvoconducto,
ni documentación. Y corrimos con suerte, estaba en la calle, en la casa de
Felipe Herrera,7 pues muy expuesta entonces, de ahí le explicamos cuál
era la situación que todavía la señora Allende no, no había asimilado
bien, pero Felipe Herrera sí, sí tenía una idea muy clara de lo que estaba
pasando, como la tenía yo. La invitamos a que se fuera con nosotros a la
residencia, se fue con nosotros a la residencia. Y tuvimos suerte porque
no nos pararon en el camino. Era de noche, llegamos con ella allá y no
se dio la solicitud de asilo sino hasta dos días después, porque Tencha
no quería declarar el asilo, pensaba que iba a ser una cosa quizás pasa-
jera o nada de importancia, ni de la trascendencia que tuvo. Y estuvo
como huésped del gobierno mexicano en la embajada, hasta que ya nos
permitió declarar el asilo y hacer las solicitudes de salvoconducto co-
rrespondiente y así lo hicimos. También con ella vimos, fuimos a ver a
donde estaba Hugo Miranda, que luego fue embajador aquí, Hugo no
quiso asilarse y eso le costó doce meses en, preso en la Isla de Dawson
por razones iguales o muy parecidas.
[…]
Bueno, yo invité a algunos embajadores amigos a que nos acompaña-
ran en el trayecto de la ciudad al aeropuerto de Pudahuel (que era enton-

7
Amigo personal del presidente Salvador Allende. Fue presidente del Banco Interamericano
de Desarrollo (bid).

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Anexo I. 1973 en la memoria de los protagonistas: testimonios

ces), no estaba nada construido, era…, era como ir en el campo. Y, porque


yo sabía… bueno… había tiroteos ahí, francotiradores que surgían de
pronto de la azotea de un edificio, los atacaban los carabineros, dispara-
ban los tanques, en fin. Había muchas situaciones de peligro y accidental
o intencionadamente pues ahí, hubiera pasado cualquier cosa. Era mu-
cho más seguro el viaje con algunos embajadores de otros países acompa-
ñándonos. Y así invitamos al embajador de Guatemala, al de Israel, al de
la India, al de Perú…
Además, teníamos que traer a Pablo Neruda a México —ya había
aceptado la protección de México—, estaba en la clínica Santa María,
me despido de él el sábado, no quiso venirse el sábado, ya estaba un avión
mayor —de tamaño mayor que los dc9— que se sacó de una línea in-
ternacional para traer a Pablo Neruda y la colección Carrillo Gil, y traer
también asilados. Y don Pablo no quiere venirse el sábado, me dice “nos
vemos el lunes, embajador”, yo no podía discutir con él, fijamos la fecha
para que se viniera el lunes y el lunes, en vez de traerlo a México, pues
lo llevo al cementerio porque murió el domingo. La acompañé a Matil-
de Neruda8 a enterrarlo. Un episodio también muy dramático que nos
tocó vivir ahí con Matilde Neruda. Pero yo vengo en ese avión a México,
en el que se suponía que iba a venir Matilde, que iban a venir Matilde y
Pablo, ya no vienen: Matilde se queda en Chile y Pablo Neruda, muer-
to. Entonces, ya después de eso, el presidente me da instrucciones de no
regresar a Chile, eso quiere decir que se bajan, se comunica oficialmen-
te que el embajador no va a regresar, no quiere decir que hay ruptura de
relaciones pero si hay una disminución del nivel, en el argot diplomático
dicen que se congelan o se enfrían por lo menos las relaciones. Y perma-
necí como embajador hasta febrero de [19]74 y acompañé al presiden-
te Echeverría a una gira que hizo, a un viaje a Europa, y al regreso del
viaje ya me libera entonces de la embajada en Chile y me nombra direc-
tor del complejo industrial Sahagún, se acabó por ese momento el ser-
vicio exterior para mí. Así fue como terminó, claro, hubo 71 casos, nada
más, exactamente, de que entraron precisamente dentro, merced a es-
tas imprecisiones que no resuelve el Tratado de asilo hasta la fecha. No
negaban expresamente los salvoconductos pero no los daban, entonces

8
Esposa del poeta Pablo Neruda.

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

tenían que estar ahí. Informo la negociación que ya hizo el canciller Ra-
basa personalmente, que se trató también al más alto nivel para que per-
mitieran la salida de los 71 asilados, los que ellos les llamaban “peces
gordos”, ¿verdad? Y una vez que salieron los 71 asilados de la embajada
—que estuvieron ahí varios meses—, entonces ya vino la ruptura de re-
laciones con la Junta Militar.

❖❖❖

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2. Justicia transicional: retos y experiencias

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia
y la memoria: Chile 1973-2013
Elizabeth Lira

Introducción

La pregunta que guía esta reflexión se refiere a los procesos de verdad,


justicia y memoria, y a las consecuencias padecidas por las personas cu-
yos derechos fueron violados a partir del golpe militar de 1973 en Chile.
Se hace una relación histórica del valor del esclarecimiento y la verdad
en conflictos políticos del pasado, a pesar de prevalecer un modelo de re-
conciliación política basado en la impunidad, y se reconstituyen algunos
hitos en el proceso de búsqueda de justicia y verdad después de 1990.
El 11 de septiembre de 1973, las Fuerzas Armadas y de Orden, en-
cabezadas por el comandante en jefe del Ejército, general Augusto Pi-
nochet, derrocaron al presidente constitucional Salvador Allende y
ocuparon el país. Las nuevas autoridades del gobierno de facto decretaron
que el país se encontraba en estado de sitio, entendido como estado de
guerra (decreto ley 5), desde septiembre de 1973. En septiembre de 1974
se decretó estado de sitio hasta 1978. Los estados de excepción constitu-
cional rigieron hasta agosto de 1988.
Miles de personas fueron detenidas en todo el país a partir del 11 de
septiembre. Las detenciones fueron ordenadas por las nuevas autorida-
des, por fiscales militares y por organismos policiales. ¿Quiénes fueron
los perseguidos? Los funcionarios del gobierno derrocado, los miembros
de los partidos políticos de la Unidad Popular, los miembros de organi-
zaciones sindicales y sociales vinculadas al gobierno derrocado y los mili-
tantes y activistas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Muchos
fueron detenidos de manera selectiva en sus casas. Otras personas fueron

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Elizabeth Lira

consideradas sospechosas, y fueron detenidas en oficinas, universidades,


en las calles o en medios de transporte. Fueron conducidos a comisarías,
regimientos, instalaciones deportivas utilizadas como lugares de deten-
ción masiva, barcos, recintos policiales conocidos y otros lugares dispues-
tos para la reclusión de los detenidos a lo largo de todo el país.
Se iniciaron procesos sumarios en miles de consejos de guerra en
toda la nación, en los que fueron condenadas más de ocho mil personas,
principalmente por delitos contra la Ley de Seguridad Interior del Esta-
do y la Ley de Control de Armas. Las condenas a muerte fueron cumpli-
das casi de inmediato. En algunas regiones fueron ejecutados individuos
sin ningún juicio y, como en los casos de la Caravana de la muerte, mu-
chos de ellos estaban cumpliendo sentencia y fueron sacados de la cár-
cel y fusilados.1 Esto ocurrió en Iquique, en Antofagasta, en Calama, en
La Serena, en Linares y en otros lugares. La represión se extendió tam-
bién hacia muchos grupos de latinoamericanos residentes en Chile de la
Unidad Popular.2
En algunos lugares las familias fueron informadas de que sus fami-
liares habían sido ejecutados pero los cuerpos no les fueron entregados.
En algunas regiones, los cuerpos fueron entregados en ataúdes sellados
con prohibición de abrirlos. No en todos los casos se entregaron certifi-
cados de defunción y muchos recibieron únicamente una información
verbal sobre el destino de su familiar. En algunas regiones las muertes
fueron publicadas en la prensa, justificadas por aplicación de “ley de fuga”
(artículo 2 del DL N. 5). Las familias se enteraron a veces de esa manera,
después de haber pasado días o semanas sin tener noticias sobre su pa-
radero.3 Las reacciones de miedo ante el conocimiento de los fusilamien-
tos, la práctica de la tortura y la masividad y violencia de las detenciones
fue generalizada.
El régimen fue denunciado desde sus inicios por la violación masi-
va a los derechos humanos en la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (cidh), en las Naciones Unidas y en otros organismos inter-

1
El proceso denominado Caravana de la muerte hace referencia a la ejecución de personas en
diversas ciudades, realizada en octubre de 1973 por la comitiva del general Sergio Arellano
Stark, delegado del comandante en jefe del Ejército, excediendo las acciones judiciales loca-
les que habían sentenciado previamente a la mayoría de ellas a condenas de prisión.
2
Véase Verdugo, 2001.
3
Véase Corporación, 1996.

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria: Chile 1973-2013

nacionales. La cidh requirió a la Junta Militar sobre las denuncias de eje-


cuciones, torturas y desapariciones de personas. El primer informe de
la cidh (1974) dio cuenta de fusilamientos sin juicio previo, torturas y
violación del derecho de los detenidos a un debido proceso.4 Los cálcu-
los más moderados, recogidos de diversas fuentes en esos informes, es-
timaban unos 1500 muertos, 80 de los cuales pertenecían a las Fuerzas
Armadas.5 La cidh hizo presente la situación de personas desapareci-
das luego de su detención, ignorándose su paradero. “Eran centenares las
personas que se afanaban por descubrir dónde se encontraba su padre, su
cónyuge, o su hijo”.6

Soy Ernesto, tengo 27 años. Yo nací en Santiago. A mí me duele un poco


conversar todo esto, pero lo hago porque uno viene para acá dispuesto a
conversarlo; a veces al encerrarse en uno mismo duele mucho más. Me
detuvieron el 11 de septiembre a las tres de la tarde… estuvimos incomu-
nicados en una celda oscura durante 22 días, donde se libró el Consejo de
Guerra y no tuvimos derecho a defensa, en absoluto, nada, pura tortura
e interrogatorios, torturas e interrogatorios y nada más. Había compa-
ñeros enfermos con nosotros, algunos estábamos quebrados. No fuimos
llevados al Consejo, no tuvimos derecho a defensa y fuimos condenados
a presidio perpetuo. Yo acabo de salir de la cárcel, el sábado en la mañana a
las diez y media.7

4
Véase Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en Informe sobre la situación de
Derechos Humanos en Chile, Santiago de Chile, 25 de octubre de 1974, disponible en
<http://www.cidh.org/countryrep/Chile74sp/Indice.htm>, consultado el 8 de febrero
de 2013.
5
Véase Comisión Interamericana de Derechos Humanos, “Capítulo x. Fusilamientos sin
proceso”, en Informe sobre la situación de Derechos Humanos en Chile, Santiago de Chile,
25 de octubre, 1974, disponible en <www.cidh.org/countryrep/Chile74sp/cap.10.htm>,
consultado el 8 de febrero de 2013.

Los datos serían precisados sólo en 1991, en el informe de la Comisión Nacional
de Verdad y Reconciliación. Véase Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, In-
forme de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, Santiago de Chile, 1991, dispo-
nible en <www.cepchile.cl/dms/archivo_1183_1444/rev41_verdad.pdf>, consultado
el 7 de marzo de 2013.
6
Véase Comisión Interamericana de Derechos Humanos, “Capítulo ix. Detenciones por
tiempo indeterminado y personas desaparecidas”, en Informe sobre la situación de Derechos
Humanos en Chile, Santiago de Chile, 25 de octubre de 1974, disponible en <www.cidh
.org/countryrep/Chile74sp/cap.9.htm>, consultado el 9 de marzo de 2013.
7
Entrevista a Ernesto N., realizada por Elizabeth Lira, Santiago de Chile, abril de 1978.

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Elizabeth Lira

La represión política fue ejercida en los primeros meses después del


golpe militar por las distintas ramas de las Fuerzas Armadas y de Or-
den. Desde 1974 la represión política fue ejercida principalmente por
servicios especializados, entre ellos la Dirección de Inteligencia Nacio-
nal (dina, 1974-1977) que fue sustituida por la Central Nacional de In-
formaciones (cni, 1977-1990), quienes operaron en recintos secretos de
detención y tortura. Las acciones represivas de los agentes civiles y uni-
formados del régimen militar fueron sustraídas de todo control público
e institucional y de acuerdo a los registros existentes y a las declaraciones
de los jefes de la dina y de la cni, fueron servicios que dependieron di-
rectamente de Pinochet, aunque sus miembros provinieran de distintas
ramas de las Fuerzas Armadas. Los procesos judiciales actuales (2013)
permiten afirmar que las instituciones no tenían atribuciones para con-
trolar las actuaciones de sus miembros.
Los recursos de amparo presentados ante los tribunales de justi-
cia por la detención realizada por agentes del Estado, fueron rechaza-
dos mayoritariamente, dejando en la indefensión a los detenidos.8 En los
primeros meses de la dictadura (septiembre-diciembre de 1973) fueron
detenidas cerca de 18 mil personas.9 La masividad de la represión desen-
cadenada llevó a miles a buscar asilo en las embajadas. Otros salieron del
país por cuenta propia tratando de escapar a una política represiva cuyos
alcances parecían omnipotentes.10 A su vez, decenas de miles de personas
fueron despedidas de sus trabajos por motivos políticos, tanto en insti-
tuciones y empresas del Estado como en empresas privadas. El número
de los afectados supera los cien mil trabajadores. Es importante señalar
también que cerca de cinco mil campesinos fueron expulsados de las tie-
rras en la que vivían y trabajaban y fueron excluidos del proceso de refor-
ma agraria, según el decreto ley 208 de diciembre de 1973.

8
Se aplicaron desde el inicio los regímenes de excepción establecidos en la Constitución de
1925. Las acusaciones contra los detenidos se fundaron en el Código de Justicia Militar, la
Ley de Seguridad Interior del Estado y los decretos leyes dictados por la Junta Militar.
9
Véanse cifras del Informe de la Comisión Valech. Comisión Nacional sobre Prisión Política
y Tortura, Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, Santiago de Chile,
2005, disponible en <www.cepchile.cl/dms/archivo_3480.../r97_documento_completo
.pdf>, consultado el 5 de marzo de 2013.
10
En 1982, la Comisión Chilena de Derechos Humanos estimaría en 200 mil a los que salie-
ron al exilio. Véase Lira y Loveman, 2005.

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria: Chile 1973-2013

Estas situaciones preocuparon especialmente a algunas iglesias. Mu-


chas de las familias de los detenidos pidieron ayuda y protección a sacer-
dotes, religiosas, rabinos y pastores. El cardenal de la iglesia católica, Raúl
Silva Henríquez, en conjunto con la iglesia luterana, la iglesia metodista
y la comunidad judía, formaron el Comité de Cooperación para la Paz
(1973-1975). Esta iniciativa ecuménica proporcionó asistencia legal y
social a los perseguidos y sus familias y apoyó la salida del país de muchos
de los perseguidos. Recibió apoyo de diversas organizaciones internacio-
nales, especialmente del Consejo Mundial de Iglesias y contribuyó a la
información de los obispos y las iglesias sobre lo que estaba sucediendo.
El Consejo Mundial de Iglesias (cmi) fue alertado por algunas de las
iglesias en Chile y sus denuncias movilizarían la solidaridad de amplios
sectores en distintos países, especialmente para la acogida de refugiados
que empezaron a llegar desde Chile. En julio de 1974, el Comité Ejecuti-
vo de la Comisión de Iglesias sobre Asuntos Internacionales del cmi hizo
una declaración sobre Chile que señalaba:

Este periodo se ha caracterizado por crasas violaciones masivas de los


derechos de los ciudadanos en todos los ámbitos. […] ningún sector de la
sociedad escapó a los efectos de detenciones arbitrarias e interrogatorios
brutales que, en muchos casos, han resultado en la muerte o desapari-
ción de los detenidos. Pero son los pobres y los que han defendido la lar-
ga tradición chilena de democracia y respeto por los derechos humanos
los que han soportado el embate de la represión social, cultural, política
y económica.11

Las autoridades presionaron a las iglesias, expulsaron del país al obis-


po luterano Helmut Frenz. El Comité cerró sus puertas a fines de 1975.
Sin embargo, las acciones de defensa legal y asistencia social continuaron
en la Vicaría de la Solidaridad (1976-1992), un organismo pastoral del
Arzobispado de Santiago de la Iglesia Católica creado con el fin de con-
tinuar la tarea iniciada por el Comité. También en algunas regiones fue
posible implementar esfuerzos de apoyo social y legal a través de los obis-
pados y de algunas iglesias evangélicas. Al amparo de esas instituciones

11
“Declaración de la Comisión de Asuntos Internacionales del Consejo Mundial de Iglesias
sobre la situación chilena”, 1975.

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Elizabeth Lira

se organizaron los familiares de las personas afectadas, buscando encon-


trar a sus familiares desaparecidos y lograr solución a las situaciones que
les afectaban.
La desaparición como modalidad represiva empezó a ser identificada
en 1974, cuando un cierto número de detenidos no figuraba en las listas
de los que eran liberados o enviados a la cárcel y su rastro se perdía en al-
gún recinto de detención, sin que volvieran a ser vistos o a saberse acerca
de su paradero. Al mismo tiempo, la detención sin testigos, efectuada en
la vía pública, se volvió frecuente.12 Las acciones legales emprendidas no
tuvieron resultados, principalmente los recursos de amparo (habeas cor-
pus), presentados en favor de los detenidos, los que serían el origen de los
procesos judiciales que se encuentran actualmente en curso (2013), aun-
que durante la dictadura fueron acogidos por los tribunales solo 24 re-
cursos de amparo, de más de los ocho mil presentados.
La violencia de la represión política sorprendió a la sociedad chile-
na, especialmente la ejecución sumaria de miles de detenidos. Las luchas
por derechos desde los orígenes de la república habían sido reprimidas
con distintas disposiciones de seguridad interior del Estado. Muchos su-
frieron prisión, tortura, relegaciones, traslados y confinamientos por sus
actuaciones políticas, pero no hubo condenas a muerte por motivos po-
líticos con anterioridad. Las reivindicaciones del siglo xx se orientaron
a lograr jornadas de trabajo de 8 horas en el campo y en las minas, por
salarios dignos, por la tierra y la reforma agraria, por el derecho a la sin-
dicalización, por el reconocimiento de los derechos laborales, por la na-
cionalización de las riquezas básicas, especialmente el cobre. La Unidad
Popular recogería esas demandas y ganaría las elecciones en septiembre
de 1970, eligiendo a Salvador Allende como presidente de la República
con 36% de los votos. La conspiración empezó el mismo día de su elec-
ción. Poco después fue asesinado el comandante en jefe del Ejército, el
general René Schneider, tratando de impedir que Allende accediera al
poder. Pero Allende empezó a gobernar el 4 de noviembre al ser confir-
mado por el Congreso. La versión musical del programa de la Unidad
Popular había proclamado “porque esta vez no se trata de cambiar un

12
Los casos denunciados de detenidos-desaparecidos fueron publicitados por primera vez
en los libros ¿Dónde están?, de la Vicaría de la Solidaridad, en 1979 (Vicaría de la Solida-
ridad, 1979).

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria: Chile 1973-2013

presidente, será el pueblo que construya un Chile bien diferente.”13 En el


contexto de la Guerra Fría, las implicaciones de ese programa le costaron
la vida al presidente Allende y a miles de sus seguidores.14

Memoria, verdad y reconciliación política


en perspectiva histórica

Miles de personas han trabajado desde 1973 para documentar, investigar


y no olvidar lo sucedido, buscando verdad y justicia para las víctimas y lu-
chando por la construcción y consolidación democrática, dentro y fuera
de Chile. Al mismo tiempo, una fuerte tradición histórica asociada al viejo
“borrón y cuenta nueva” se hacía presente. La “paz social” se había sosteni-
do históricamente en la impunidad de los delitos políticos desde los inicios
de la república y la vía judicial había sido interrumpida habitualmente por
leyes de amnistía muy inclusivas después de conflictos políticos, complots,
guerras civiles y dictaduras, llamadas habitualmente “leyes de olvido”.15
Una reconstrucción breve de los conflictos y reconciliaciones políticas
en la historia nacional revela que, después de cada ruptura en el siglo xix,
hubo debates intensos sobre cómo reconstruir la unidad de la “familia chi-
lena”, es decir, un Estado-nación y un sistema político legítimo con una
identidad compartida. Este debate reapareció después de la ruptura po-
lítica de 1924-1932, la que dio origen al marco político que rigió en Chi-
le hasta 1973. Durante ese periodo, como había ocurrido en el siglo xix,
al discutirse los proyectos de leyes de amnistía en el Congreso después de
distintos conflictos, se proclamaba la necesidad de asegurar el olvido jurí-
dico, es decir la impunidad como garantía de la reconciliación política.
Sin embargo, en los momentos más críticos de la historia nacional
se buscó establecer la verdad de lo sucedido en nombre de esa “reconci-
liación política”. Así ocurrió después de la guerra civil de 1891 y después
de la caída de la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931).

13
Julio Rojas y Luis Advis, “Canción del poder popular”, disponible en <http://www
.cancioneros.com/nc/194/0/cancion-del-poder-popular-julio-rojas-luis-advis>, consulta-
do el 10 de marzo de 2013.
14
Véase Kornbluh, 2004.
15
Véase Lira y Loveman, 2000.

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Elizabeth Lira

También se buscó establecer la verdad de las violaciones de derechos hu-


manos con resultado de muerte ocurridas durante la dictadura cívico-
militar (1973-1990) al inicio del gobierno de Patricio Aylwin en 1990,
con la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación y luego en 2003, al
crearse la Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura. La “verdad”
tenía el propósito de establecer los hechos ocurridos en cada circunstan-
cia, oyendo a los agraviados y documentando sus declaraciones. Solo des-
pués de 1990 fueron instancias, además, para identificar a las víctimas
y recomendar reparaciones. Aunque la guerra civil (1891), la dictadura
de Ibáñez (1927-1931) y la dictadura cívico-militar (1973-1990) res-
ponden a contextos y conflictos políticos diferentes, en cada uno de esos
momentos se determinó hacer memoria de lo ocurrido, volviendo sobre los
hechos y su contexto, enjuiciando lo sucedido desde una perspectiva ética,
política, histórica y eventualmente penal.
En 1891 se presentó una acusación constitucional contra el último
ministerio del presidente José Manuel Balmaceda, aunque los ministros
acusados se encontraban en el exilio.16 La argumentación en 1891 su-
brayaba que era necesario esclarecer los hechos y las responsabilidades
correspondientes porque “la impunidad […] debilitaría la autoridad de
la ley, base del orden público, y por eso es prudente contener en parte
los impulsos de la clemencia, a fin de que, siquiera los grandes crímenes
tengan la sanción que reclama la justicia”.17 La comisión demostró la res-
ponsabilidad política de los acusados en los hechos investigados. Pero,
al mismo tiempo que se desarrollaba la acusación se habían tramitado
sucesivas amnistías que aseguraron el olvido jurídico sobre lo sucedido.
Simultáneamente se establecieron medidas de reparación y de reintegra-
ción progresiva de los vencidos a la vida política y laboral y al gobierno.
En 1931, una comisión nombrada por el Senado a la caída del go-
bierno de Carlos Ibáñez del Campo, investigaría los atropellos cometidos
en contra de los derechos de las personas y la “corrupción” del régimen.

16
La acusación constitucional ha sido uno de los procedimientos establecidos desde 1822
en las constituciones políticas de Chile, con el propósito de fiscalizar los actos de los más
altos oficiales públicos y esclarecer sus responsabilidades en los actos investigados. Impli-
ca eventualmente ejercer una sanción pública mediante la denuncia de conductas y hechos
que pudieran ser considerados atentatorios al “honor y seguridad de la nación”. Véase Lira
y Loveman, 2000.
17
Chile, 1983: 6.

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria: Chile 1973-2013

La comisión recibió múltiples denuncias y tomó declaraciones de un


gran número de afectados. Los cargos se efectuaron mediante acusacio-
nes constitucionales contra los ministros y contra el propio ex gobernante,
las cuales en su mayoría fueron rechazadas en el Congreso en nombre de
la paz social. Aunque inicialmente se propusieron esclarecer lo sucedido y
sancionar las conductas ilícitas y criminales, prevalecería la noción de pre-
servar la paz social, asegurando la impunidad de todos los involucrados.18
La reconciliación política así establecida implicaba no volver a cobrar el
pasado bajo ninguna fórmula, garantizando la gobernabilidad y supri-
miendo las expectativas utópicas de un reencuentro basado en la verdad,
la justicia o el perdón.
Entre 1932 y 1964, la vía chilena de reconciliación se hizo parte
integral de la política cotidiana y las amnistías se trivializaron hasta el
extremo de constituirse en elementos rutinarios de gobierno. Regía la
impunidad como premisa implícita para gobernar. Las amnistías benefi-
ciaron a carabineros que reprimían con “violencia innecesaria”, a militares
que conspiraban, a políticos que incitaban a la revolución y amenazaban
la seguridad interior del Estado y a obreros que participaban en huelgas
ilegales. Las amnistías y los indultos posibilitaban manejar los antagonis-
mos subyacentes y gobernar al país, ofreciendo impunidad para todos, en
una suerte de equilibrio permanente para controlar desequilibrios mayo-
res y con el propósito de evitar una ruptura política más grande.
En el marco de esa modalidad histórica, fue emitido el decreto ley
2191 de amnistía del 18 de abril de 1978.19 El decreto establecía en sus
fundamentos que la conmoción interna había sido superada, “haciendo
posible poner fin al estado de sitio y al toque de queda” y que el “imperati-
vo ético que ordena llevar a cabo todos los esfuerzos conducentes a forta-
lecer los vínculos que unen a la nación chilena, dejando atrás odiosidades
hoy carentes de sentido, y fomentando todas las iniciativas que consoli-
den la reunificación de los chilenos”. En su artículo 1° concedía amnistía
“a todas las personas que, en calidad de autores, cómplices o encubridores
hayan incurrido en hechos delictuosos, durante la vigencia de la situación
de Estado de Sitio, comprendida entre el 11 de septiembre de 1973 y el

18
Veáse, Lira y Loveman, 2000.
19
Ministerio del Interior, Decreto Ley 2191, Santiago de Chile, 18 de abril, 1978, disponible en
<http://www.leychile.cl/Navegar?idNorma=6849>, consultado el 20 de febrero de 2013.

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10 de marzo de 1978, siempre que no se encuentren actualmente someti-


das a proceso o condenadas”. En los siguientes artículos incluía a quienes
habían sido condenados por tribunales militares, con posterioridad al 11
de septiembre de 1973, excluyendo los condenados por delitos comunes
y a “las personas que aparecieren responsables, sea en calidad de autores,
cómplices o encubridores, de los hechos que se investigan en proceso rol
N° 192-78 del Juzgado Militar de Santiago, Fiscalía Ad Hoc” (el caso
judicial por el asesinato de Orlando Letelier y Ronnie Moffit efectuado
en Washington en septiembre de 1976).20 El decreto no se aplicaba a las
personas que se encontraban fuera del país. Algunas personas que esta-
ban cumpliendo condena salieron de la cárcel, en un país hostil que pare-
cía justificar todo lo sucedido, tratando de encontrar trabajo, ajustarse a
las nuevas condiciones sociales y políticas:

Ahora tenemos una situación adversa —la realidad es adversa, es terri-


ble— que nos lleva a provocar las crisis en nuestro interior, en nuestras
ideas, en nuestras aspiraciones… si uno cae preso, el mundo sigue igual…
cuando a uno lo están interrogando sabe que le están poniendo corriente
y afuera la gente está caminando, comprando en la feria o qué sé yo, o sea,
eso es lo terrible de descubrir, o sea, el poco significado o la poca impor-
tancia que tiene la vida y el dolor de algunos para esta sociedad.21

De acuerdo a la práctica acostumbrada, la dictación de este decreto


ley cerraría la posibilidad de investigar y sancionar a los responsables de
todos los delitos cometidos entre 1973 y 1978. Durante ese periodo se
llevaron a cabo las ejecuciones y la desaparición de más de 3000 perso-
nas reconocidas con posterioridad por la Comisión Nacional de Verdad
y Reconciliación (1991).22 Igualmente se pretendía dejar en la impuni-
dad las torturas y abusos cometidos contra cientos de miles de personas.

20
Orlando Letelier fue ministro del gobierno de Salvador Allende. Después del golpe estuvo
preso en la isla Dawson, el campo de prisioneros más austral del país (al sur de Punta Are-
nas). Salió al exilio durante 1974. En 1976 fue privado de la nacionalidad chilena y fue asesi-
nado el 21 de septiembre de ese mismo año en las calles de Washington, junto a su secretaria,
al explotar una bomba colocada en su auto por agentes al servicio del gobierno de Chile.
21
Entrevista a Juan N., realizada por Elizabeth Lira, Santiago de Chile, abril de 1978.
22
Conocido como Informe Rettig por el nombre de su presidente Raúl Rettig (Corporación
Nacional de Reparación y Reconciliación, 1996).

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria: Chile 1973-2013

En términos políticos, los acuerdos de esta naturaleza habían funcio-


nado durante el siglo xix y hasta mediados del siglo xx. El viejo modelo
del olvido jurídico y la clausura de toda memoria empezó a ser impug-
nado con argumentos éticos y políticos durante la dictadura. Pero sería
la veloz expansión de la tecnología asociada a las comunicaciones, facili-
tando el acceso masivo a la información y dificultando la eficacia de las
censuras la que haría imposible instalar “el olvido”. A los periódicos y la
radio se sumó la televisión y en los años recientes, internet. Millones de
ciudadanos anónimos pueden ver todos los días, en sus propias casas, re-
gistros vívidos de diferentes sucesos, casi en el momento mismo en que
ocurren. Esos millones de tele-espectadores se transforman, casi sin dar-
se cuenta, en testigos oculares de los acontecimientos. A nivel colectivo
estos recursos tecnológicos ofrecen posibilidades sin precedentes para in-
cidir sobre las memorias personales, priorizar imágenes y recuerdos co-
lectivos y proyectar estrategias de olvido basadas en la tergiversación o la
suplantación de las memorias, pero la supresión del pasado ya no resulta
fácil de implementar.
Es importante señalar también que el paso del tiempo ha erosiona-
do la justificación de la represión política en América Latina, ocurrida en
el marco de la guerra fría. Se han diluido los argumentos de los “salvado-
res de la patria” en el nuevo contexto político local y mundial. Para esos
sectores se ha hecho necesario reafirmar que el comunismo internacional
amenazaba con la disolución de la patria forzándolos a una intervención
no buscada, obligada por las circunstancias y la presión de la ciudadanía.
Pero la memoria épica sobre la “salvación de la patria” no ha resistido la
difusión pública de las violaciones de derechos humanos documentadas
en los procesos y sentencias judiciales ni la diseminación de las historias
de las víctimas publicitadas en los medios, escritas en libros y reportajes.
Tampoco le ha sido favorable la difusión de los archivos secretos de los
Estados Unidos con relación a la intervención en los asuntos políticos de
Chile (y en otros países).
La impunidad ha sido considerada durante siglos como un recurso
eficaz para contener las consecuencias políticas de los conflictos. Pero esa
convicción se había erosionado desde el juicio de Nüremberg efectuado a
los dirigentes del régimen nazi, después de la Segunda Guerra Mundial
y después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Des-
de entonces se ha buscado garantizar internacionalmente la obligación

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de los Estados de respetar los derechos de sus ciudadanos. Por esa razón
la denuncia de las violaciones de derechos humanos en Chile fue aco-
gida de inmediato por los organismos internacionales correspondientes
durante toda la dictadura.23 A su vez, los tratados y pactos, desde la se-
gunda mitad del siglo xx, han comprometido el cumplimiento de acuer-
dos y garantías en relación con el respeto de los derechos de las personas
establecido en las constituciones y en las leyes de cada república.24 De
acuerdo a ello, los países han debido rendir cuentas a la comunidad inter-
nacional acerca del cumplimiento de esos compromisos.
No sería fácil, después de 1990 en Chile, modificar la tradición his-
tórica y la convicción de muchos que creían que la impunidad “para to-
dos” era la mejor garantía de paz social. Hacia 1989, para una mayoría
de chilenos las violaciones de derechos humanos constituían crímenes
que debían ser enjuiciados.25 Las Fuerzas Armadas y de Orden y sus
aliados políticos argumentaban razones constitucionales y legales para
el golpe militar, como la existencia de una subversión organizada, el pe-
ligro de una guerra civil (antes de 1973) y la existencia de una guerra
interna (después del 11 de septiembre de 1973), por tanto, de un ene-
migo interno que justificaba la represión política. Esta argumentación y
esta discrepancia se repetirían en cada instancia hasta la Mesa de Diá-
logo sobre Derechos Humanos (1999-2000). No obstante lo anterior,
el informe de las Fuerzas Armadas en virtud del acuerdo tomado en la
Mesa de Diálogo, emitido en enero de 2001, reconoció que cerca de 180
personas fueron lanzadas al mar y dio indicios sobre dónde fueron en-
terradas clandestinamente otras 20, caracterizando escuetamente esas
conductas como “hechos repudiables”. Paradójicamente, esas informacio-
nes permitieron reforzar las investigaciones judiciales sobre los casos de

23
La Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, y para América Latina, la Co-
misión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Interamericana. Sobre el caso
de Chile. Véase Vargas Viancos, 1990. Véanse también los Informes sobre la situación de
derechos humanos en Chile: 1974, 1976, 1977 y 1985, disponibles en <http://www.cidh
.org>, consultado el 22 de febrero de 2013.
24
En relación con el Pacto de Derechos Civiles y Políticos, cada gobierno debe realizar un in-
forme periódico acerca del cumplimiento del Pacto, véase por ejemplo <http://tbinternet
.ohchr.org/_layouts/treatybodyexternal/Download.aspx?symbolno=CCPR%2F%2FSR
.1733>.
25
Véase Lira y Loveman, 1999: 339-374.

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria: Chile 1973-2013

detenidos-desaparecidos. La Corte Suprema designó jueces de dedica-


ción exclusiva y preferente para investigar los casos denunciados en ese
informe, quienes han continuado investigando esos y otros casos hasta
el presente (2013).

Las políticas de verdad y justicia después de 1990

Es importante recordar que una de las prioridades del programa de


gobierno del presidente Patricio Aylwin (1990-1994), el primer presi-
dente elegido después de la dictadura, fue esclarecer la verdad sobre las
graves violaciones a los derechos humanos cometidas en el país entre el
11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990. El mandato para
la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación fue claro: “contribuir
al esclarecimiento global de la verdad sobre las más graves violaciones a
los derechos humanos cometidas en los últimos años […] sin perjui-
cio de los procedimientos judiciales a que puedan dar lugar tales hechos”.
Precisó que la comisión debía investigar “las situaciones de detenidos
desaparecidos, ejecutados y torturados con resultado de muerte, en que
aparezca comprometida la responsabilidad moral del Estado por actos de
sus agentes o de personas a su servicio, como asimismo los secuestros y
los atentados contra la vida de personas cometidos por particulares bajo
pretextos políticos”.26 En el decreto se dejó constancia de que “sólo el co-
nocimiento de la verdad rehabilitará en el concepto público la dignidad
de las víctimas, facilitará a sus familiares y deudos la posibilidad de hon-
rarlas como corresponde y permitirá reparar en alguna medida el daño
causado”. Este último punto subrayaba la importancia de rehabilitar pú-
blicamente a quienes fueron denigrados para justificar su persecución y
exterminio. Una somera revisión de la prensa de la época no deja duda
de que los familiares sobrevivientes y, casi con seguridad los que entonces
eran niños, sufrieron los efectos del agravio público, especialmente en ciu-
dades y pueblos de regiones.
La Comisión dejaría constancia también de las “ejecuciones de va-
rios centenares de prisioneros políticos […] Muchas de éstas fueron

26
Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación, 1996: xix.

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oficialmente explicadas en versiones que la Comisión no ha podido con-


siderar aceptables o convincentes. Los cuerpos fueron con frecuencia
abandonados u ocultados, produciéndose así las primeras desaparicio-
nes. Los hechos no fueron judicialmente investigados o sancionados”.27
Confirmaría que muchas personas fueron interrogadas y torturadas en
lugares secretos de detención y que muchos de ellos murieron y desapa-
recieron. “Los sistemas jurídicos normales de prevención resultaron in-
suficientes. Los recursos de amparo interpuestos por estas personas no
prosperaron luego de que el Ministerio del Interior negara las detencio-
nes. No se practicaron por los jueces inspecciones a los lugares secretos
de prisión o tortura”.28
A pesar de la importancia de esas palabras, escritas por los miembros
de la Comisión en 1991, la mayoría de los chilenos no conoce este infor-
me ni sabe que fue posible identificar a 3186 personas que murieron en
el periodo investigado. Tampoco conoce las políticas de reparación que se
implementaron por el Estado en nombre de todos los chilenos.29
Al cumplirse treinta años del golpe militar, el gobierno de Ricardo
Lagos creó la Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura (conocida
como Comisión Valech por el nombre de su presidente, el obispo católi-
co Sergio Valech) en el marco de la propuesta “No hay mañana sin ayer”
sobre derechos humanos. Era un nuevo esfuerzo de reconocimiento de
las víctimas, esta vez de los sobrevivientes. Con este fin, el 11 de noviem-
bre de 2003, mediante el Decreto Supremo Nº 1.040, de Interior, se creó
la comisión para “determinar […] quiénes son las personas que sufrieron
privación de libertad y torturas por razones políticas, por actos de agen-
tes del Estado o de personas a su servicio, en el periodo comprendido
entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1990”. Entre los
muchos testimonios recibidos, los siguientes ilustran algunas de las con-
secuencias de la represión política:

27
Ibid., p. xvi.
28
Ibid.
29
La Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación funcionó entre 1992 y 1996 y
tuvo como misión dar cumplimiento a las recomendaciones contenidas en el Informe de la
Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación e implementar las medidas de la ley de re-
paraciones Nº 19123, que otorgaba pensiones vitalicias, derechos educacionales y de salud
y otras medidas.

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria: Chile 1973-2013

Cuando uno queda marcado en el alma hay cosas que no se olvidan […]
Pero lo que no olvidaré nunca es el desprecio de la gente, algunos cruzaban
la calle para no saludarme…

… Ha pasado tanto tiempo, casi 14 años esperando […] y mientras se


extiende el tiempo […] muchos han ido muriendo […] nos liquidan mo-
ralmente con la espera, con la indiferencia…

… Debemos quedar que fuimos luchadores por el progreso del país y no


como ahora que nos han dicho terroristas…

… pagamos con nuestros cuerpos el precio de la paz y la democracia, per-


tenecemos a una generación que apostó por un país mejor […] Y para
todos los chilenos…

… aquí no es un desencanto, pero se ha olvidado que somos parte de la


historia del país…30

La Comisión entregó su informe en noviembre de 2004. Fue escri-


to sobre la base de los testimonios de los sobrevivientes, quienes en más
de un 94% declararon haber sido torturados. Fueron reconocidas como
víctimas de prisión política y tortura 28 459 personas, que correspon-
dían a 34 690 detenciones. Del total de personas, 1244 eran menores
de 18 años y de éstas, 176 eran menores de 13. El 12.72%, que equiva-
le a 3621 personas, eran mujeres. La Comisión Valech pudo establecer
que la tortura no fue el resultado de excesos individuales, como se había
justificado por las autoridades en épocas anteriores, sino que respondió
a políticas institucionales replicadas en los 1132 recintos identificados
por la Comisión.31 En 2011, la Comisión Asesora para la Calificación de
Detenidos Desaparecidos, Ejecutados Políticos y Víctimas de Prisión
Política y Tortura (2010-2011) calificó 30 nuevos casos de detenidos-

30
Comisión Nacional Sobre Prisión Política y Tortura, Informe de la Comisión Nacional de
Prisión Política y Tortura, Santiago de Chile, noviembre de 2004, pp. 22-25, disponible en
<http://www.bcn.cl/bibliodigital/dhisto/lfs/Informe.pdf>, consultado el 19 de marzo
de 2013.
31
Comisión Nacional Sobre Prisión Política y Tortura, documento en línea citado, p. 301.

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desaparecidos. Hasta 2013 han sido reconocidas 3216 personas como


detenidos-desaparecidos, ejecutados políticos y víctimas de violencia
política entre el 11 de septiembre de 1973 y marzo de 1990.32 El núme-
ro final de víctimas de prisión política y tortura reconocidas hasta 2011
fue de 38 254.33
Los informes de estas comisiones, así como otras iniciativas del
Congreso y del Ejecutivo de 1990 en adelante, han dimensionado la
magnitud de las violaciones de derechos humanos cometidas por diver-
sos agentes, en el ejercicio de funciones remuneradas por el Estado de
Chile. Las responsabilidades de esos agentes han sido investigadas en
los procesos judiciales, los cuales han arrojado historias brutales de tor-
tura y muerte.
Patricio Aylwin, cuando era presidente de la república, dijo que se
buscaría hacer justicia “en la medida de lo posible”. Su expresión fue
muy criticada por diversos sectores. Pero a comienzos de los años no-
venta “hacer justicia” tenía varios obstáculos. Entre ellos, la vigencia del
decreto ley 2191 de amnistía y el temor de muchos sectores, incluidos
muchos jueces, para involucrarse en la investigación de los crímenes
de la dictadura, ya que los principales implicados en los delitos de vio-
laciones a los derechos humanos pertenecían a las Fuerzas Armadas.
Una manera de enfrentar esas dificultades fue priorizar hacer justicia
en los casos considerados “emblemáticos”, como fue el asesinato de Or-
lando Letelier, realizado en Washington en 1976, que había quedado
excluido expresamente del decreto ley de amnistía. El caso, iniciado en
1978 y cuya sentencia final en Chile fue dictada en 1995, condenó a
cumplir pena de cárcel al ex general Manuel Contreras y al brigadier
Pedro Espinoza, quienes salieron en libertad a su término. Hoy se en-
cuentran recluidos cumpliendo condenas por muchos otros casos. Pero

32
Véase Comisión Asesora para la Calificación de Detenidos Desaparecidos, Ejecutados Po-
líticos y Víctimas de Prisión Política y Tortura, Informe de la Comisión Presidencial Asesora
para la Calificación de Detenidos, Desaparecidos, Ejecutados Políticos y Víctimas de Prisión Po-
lítica y Tortura, disponible en <http://www.indh.cl/wp-content/uploads/2011/10/Infor-
me2011.pdf> consultado el 8 de marzo de 2013.
33
Esta cifra incluye el reconocimiento de 9795 nuevos casos, efectuado por la Comisión Ase-
sora para la Calificación de Detenidos Desaparecidos, Ejecutados Políticos y Víctimas de
Prisión Política y Tortura que funcionó entre 2010 y 2011, creada por la ley 20.405. Véase
Comisión Nacional Sobre Prisión Política y Tortura, documento en línea citado.

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria: Chile 1973-2013

para cada familia su caso es emblemático. Los abogados de derechos


humanos, junto a los familiares, siguieron buscando verdad y justicia.
Sin embargo, muchos de los casos abiertos desde 1973 fueron cerrados
definitivamente en 1989 aplicando el decreto ley de amnistía. La pre-
sentación de las querellas contra Augusto Pinochet y otros, presenta-
das desde enero de 1998, abrieron un escenario judicial inédito (hasta
2002 se presentaron 299 querellas) exigiendo investigar con nuevos an-
tecedentes muchos de los casos amnistiados en 1989. Poco después se
produjo la detención de Pinochet en Londres, en octubre de 1998, lo
que modificó las expectativas judiciales sobre los casos de violaciones
de derechos humanos, incidiendo sobre la activación de procesos anti-
guos y nuevos.
Mientras Pinochet se encontraba detenido en Londres, en agosto de
1999, se inició la Mesa de Diálogo sobre Derechos Humanos, que con-
cluyó con un acuerdo que comprometió a las Fuerzas Armadas a buscar
antecedentes sobre los detenidos-desaparecidos en sus propias institu-
ciones. El informe de enero de 2001 tuvo numerosas imprecisiones y
errores en más de cincuenta de los casos, lo que erosionó su credibili-
dad. No obstante, fue la primera vez en la que se reconoció oficialmente
la existencia de “desaparecidos”, los cuales dejaron de ser un problema de
sus familias para pasar a ser un problema de la sociedad chilena, inclui-
das las Fuerzas Armadas. Las referencias a cementerios clandestinos en
recintos militares, entregadas en el informe, permitieron que los jueces
investigaran y constataran que los cuerpos habían sido removidos (solo
fue posible rescatar en algunos lugares fragmentos óseos, que fueron en-
viados al Servicio Médico Legal). La identificación de los restos ha sido
extraordinariamente difícil a pesar de los avances de la ciencia, ya que
precisamente el paso del tiempo destruye los elementos que se requieren
para los exámenes de adn.
La dedicación exclusiva y preferente de los jueces en los casos de vio-
laciones de derechos humanos, que se mantiene hasta el presente, per-
mitió acelerar los procesos, investigar muchos casos antiguos y nuevos
y dictar sentencias condenando a los responsables. La tipificación como
secuestro permanente de los casos de desaparición forzada permitió con-
denar a los culpables de esos delitos dejando de lado la aplicación del
decreto ley de amnistía, considerando el marco jurídico del derecho in-
ternacional de derechos humanos y los tratados suscritos por el Estado

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de Chile. Estos resultados revirtieron la impunidad casi absoluta que se


había instalado en relación con los casos de detenidos-desaparecidos.
Actualmente existen cerca de 1300 causas criminales activas por eje-
cuciones extrajudiciales, desapariciones, torturas, inhumación ilegal o
asociación ilícita, cometidas entre 1973 y 1990. Estas causas, además de
otras ya sentenciadas, involucran a cerca del 75% de las víctimas de eje-
cución política o desaparición forzada reconocidas por el Estado de Chi-
le.34 Los procesados son más de 700, en su mayoría agentes del Estado
en la época en que se cometieron esos crímenes. Un tercio de ellos tienen
condenas definitivas. Las sentencias han utilizado fórmulas jurídicas en
los últimos años, que aunque condenan a los responsables, reducen sus-
tantivamente las penas.

Algunas reflexiones cuarenta años después

Con el paso del tiempo, la conflictividad política de las memorias es-


taría asociada a las violaciones de derechos humanos y no a las ideas y
proyectos políticos que dividían a la sociedad en 1973. Eran y son las
memorias de violencias que amenazaron la vida y la integridad pro-
pia y de miles de personas y el miedo asociado a esos abusos; son los
agravios padecidos que en muchos casos se han constituido como me-
morias traumáticas que subyacen como capas geológicas profundas
bajo las vidas casi normales de la mayoría de las víctimas y sus fami-
lias. Son memorias de fracturas, de pérdidas y también de solidaridades
que respiran por una “herida que no se ha cerrado”. Las comisiones de
verdad entregaron una información muy sólida basada en las denun-
cias de las víctimas y sus familiares configurando un reproche social y
político a quienes idearon, dieron el golpe de Estado e instalaron una
dictadura. Pero la resistencia a la impunidad moral, política y jurídica
se había forjado desde los inicios del golpe militar con la defensa de los
derechos de los perseguidos, dejando constancia en los tribunales de
los derechos atropellados, aunque los resultados fueran prácticamen-

34
Véase Instituto de Investigación en Ciencias Sociales, Observatorio Derechos Humanos.
Índice de noticias, Santiago de Chile, disponible en <www.icso.cl/observatorio-derechos-
humanos>, consultado el 3 de marzo de 2013.

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria: Chile 1973-2013

te nulos.35 Aunque sigue vigente el decreto ley de amnistía de 1978, se


haría inaplicable a los casos de violaciones de derechos humanos, es-
cribiéndose un capítulo inédito sobre las amnistías políticas en el país.
El desarrollo de la transición política fue configurando una imposibi-
lidad efectiva de usar los procedimientos del pasado, a pesar de las di-
versas iniciativas para lograr acuerdos políticos entre el gobierno y la
oposición en estas materias y dictar nuevas amnistías. Fue evidencián-
dose que había diferentes visiones sobre el rol de la verdad, la justicia,
la impunidad y el perdón, así como diferentes interpretaciones acerca
de las condiciones de un proceso de reconciliación política, haciendo
poco probable que se impusiera la impunidad que había prevalecido
históricamente como la “única” manera de establecer una convivencia
democrática. El conocimiento de las denuncias y acusaciones sobre
las violaciones de derechos humanos fue expandiendo y consolidan-
do, después de 1990, un juicio ético y político sobre el pasado, que
cuestionaba las bases mismas de la legitimación de lo obrado por las
Fuerzas Armadas. Enfrentar el problema reavivaba las resistencias de
un sector que se sentía amenazado en sus lealtades y cuestionado en
sus principios y conceptos básicos como el honor, la verdad, e incluso el
amor a la patria. No enfrentarlo privaba a las víctimas de sus derechos
y gatillaba las frustraciones y los resentimientos favoreciendo solucio-
nes al margen de la ley.
La detención del ex general Pinochet en Londres, en octubre de
1998, acusado por delitos de genocidio y terrorismo, y finalmente por
torturas efectuadas con posterioridad a 1987 —acusaciones originadas
en un juicio que se le seguía desde 1996 en España—, puso nuevamen-
te en el corazón del país el conflicto existente en la sociedad chilena y lo
proyectó con toda la violencia que tienen los problemas que no han sido
hablados y donde la palabra no ha mediado los resentimientos, los due-
los ni las frustraciones.

35
El Informe de la Comisión Rettig puso en evidencia la indefensión de las víctimas. En di-
ciembre de 1992 fueron acusados constitucionalmente los ministros de la Corte Suprema,
Hernán Cereceda Bravo, Lionel Beraud Poblete y Germán Valenzuela Erazo y del Auditor
General del Ejército, Fernando Torres Silva. La acusación se basó en que la violación de de-
rechos humanos ponía de manifiesto la indefensión de los chilenos y la negligencia de los
jueces frente a este hecho. Fue destituido el ministro Hernán Cereceda en enero de 1993,
como resultado de la aprobación parcial de la acusación en el Senado (véase Chile, 1993).

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La discusión pública mostró la memoria traumatizada de muchos,


el miedo de otros, y cómo la figura de Pinochet catalizaba las odiosida-
des vivas existentes en la sociedad. La negación o el intento de dar por
superado el legado de las violaciones de derechos humanos se demostra-
ba inútil. Volvía a emerger la disputa de memorias políticas antagónicas
y traumáticas. La impunidad que había prevalecido y la falta de justicia
en Chile por los crímenes de derechos humanos había conducido a bus-
car la justicia a nivel internacional. A partir 1998 las causas de derechos
humanos se habían multiplicado en los tribunales, y el rol de los jueces
en la investigación de los casos fue debilitando la impunidad histórica
—sin lograr eliminarla. Pinochet moriría en 2006, imputado en nume-
rosos casos de violaciones de derechos humanos, aunque sin ser conde-
nado en ninguno de ellos.
Una mirada retrospectiva sobre los esfuerzos para reconocer a las
víctimas, identificar las situaciones y consecuencias que les afectaron, res-
tablecer sus derechos y reparar en nombre del Estado de Chile el daño
causado, permite valorar las iniciativas desplegadas y apreciar positiva-
mente sus resultados. Sin embargo, es imposible ignorar la gran brecha
entre el sufrimiento vivido, los atropellos denunciados, y la verdad y jus-
ticia alcanzada. Las políticas de verdad, justicia, reparación y memoria
del Estado desarrolladas de 1990 en adelante no han logrado superar la
dimensión irreparable que se hace visible precisamente con el paso del
tiempo. Lo irreparable se vincula a la pérdida de personas amadas, a las
separaciones y rupturas en las familias, a la privación del derecho a vivir
en la propia patria, a la carencia de medios de subsistencia, al empobreci-
miento, a la vulnerabilidad, a la imposibilidad de proyectar el sentido de
su vida, a vivir con miedo durante años, no obstante que las víctimas y sus
familias hayan realizado parte de sus proyectos a pesar de estas dificulta-
des y de lo adverso de las circunstancias.
La subjetividad individual de las víctimas redefine el sentido de las
acciones del Estado respecto a la justicia y la reparación. Algunos podrán
sentirse “reparados” a pesar de las pérdidas irreversibles. Otros se senti-
rán irremediablemente arrastrados por las consecuencias irremediables
de lo vivido, sintiendo que ninguna política podría revertir o compensar
sus pérdidas y sufrimientos.
El paso de los años permite afirmar que a pesar de que muchos cele-
braron el golpe militar y la dictadura, para la mayoría fue una tragedia. Las

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria: Chile 1973-2013

tragedias griegas reflejaban situaciones extremas de violencia y sufrimien-


to; se dramatizaban acontecimientos reales o verosímiles de la historia, los
conflictos y las consecuencias en la dinámica entre el poder y sus efectos
en la vida de los seres humanos. La representación asumía que “el destino”
define una cuota insoluble de desgracia y sufrimiento sobre la vida per-
sonal y social, pero también daba cuenta de la lucha que el ser humano
sostiene para vivir de acuerdo a su condición de tal. La tragedia transmi-
tía a sus contemporáneos el horror causado por la violencia, la muerte y
el daño devastador e irreparable del poder arbitrario especialmente entre
“próximos”; también buscaba exponer los dilemas del perdón imposible,
de la venganza y el odio, así como también de la generosidad, la lealtad, el
amor y la virtud. Los asistentes formaban parte de la representación y se
identificaban emocionalmente con la acción dramática. Las reacciones
de piedad, conmiseración, horror y tristeza eran tanto mayores cuan-
do se referían a personajes y acontecimientos cuyo relato conmovía a los
asistentes porque resonaba en sus propios deseos, necesidades, temores
y esperanzas sobre sí mismos, sus vidas y sobre la sociedad a la que per-
tenecían.36 Esta mirada permite pensar sobre los aspectos emocionales y
morales incluidos, y complejiza los elementos políticos que configuran la
memoria de violaciones de derechos humanos y el proceso cultural al que
da lugar. Indudablemente, es una memoria política dependiente no solo
de las informaciones disponibles o de los juicios morales sobre los hechos
y las actuaciones de los responsables, sino también de las emociones pro-
pias con las que se aborda o se intenta suprimir, especialmente cuando
se emprende un proceso de elaboración, es decir, cuando se examina su
sentido en términos personales o colectivos. Pero tal como ocurría en
la representación de las tragedias, se requiere la inclusión del pueblo en el
diálogo con el fin de movilizar las emociones de los asistentes, esclarecer
los dilemas que les afectan, posicionándose activamente ante el drama, y
a diferencia de la tragedia griega, en el presente se busca asumir el pasado
no como parte de un destino inevitable, sino como un proceso colectivo
que puede ser transformado.
La verdad alcanzada indica que hubo una política deliberada que
definió como enemigos a quienes eran compatriotas, y que muchos se

36
Véase Aristóteles, La Poética, disponible en <http://www.apocatastasis.com/poetica-arte-
aristoteles-tragedia-comedia.php>, consultado el 10 de marzo de 2013.

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Elizabeth Lira

sumaron con entusiasmo excusando la tortura y la muerte, razonando


que los proyectos políticos opuestos justificaban políticas de exterminio.
Precisamente por ello, no pocos han recomendado “cerrar” estos temas
para dar lugar a la “reconciliación”, revindicando la función pacificadora
del decreto ley de amnistía de 1978, con cierta nostalgia por otros tiem-
pos cuando las amnistías instalaban el olvido jurídico y “cerraban” un pa-
sado oprobioso, instalando una conveniente impunidad para todos los
involucrados. Otros han abogado por el perdón como una llave maestra
para superar las odiosidades legadas por el conflicto y las violaciones de
derechos humanos.
La reconciliación política ha sido una meta, un espejismo, una utopía
—no siempre bien definida— para encarar las transiciones a la democra-
cia y, en particular, el legado de las violaciones de derechos humanos. Las
comisiones de la verdad representan un reconocimiento del conflicto y
de los hechos sucedidos, registrando los efectos destructivos de la repre-
sión política y de la violencia de Estado, y restableciendo en cierta forma
los derechos de las víctimas. La política implementada en casi todos los
países para asumir estas consecuencias, no obstante, resulta insuficiente
al compararla con la gravedad de lo denunciado y el gran número de per-
sonas que fueron afectadas.
Las reflexiones en ocasión de los cuarenta años del golpe militar su-
brayan la persistencia de lo irreparable: la mayor parte de los detenidos-
desaparecidos continúan desaparecidos. No se conoce su destino final ni
hay indicios sobre sus restos. Las pérdidas asociadas a la represión polí-
tica en muchos casos son irreversibles para cada una de las personas que
las sufrieron. La distancia entre los daños y pérdidas sufridos y las formas
de justicia y reparación se hace muy evidente con el paso del tiempo. Este
proceso no resulta únicamente de la revisión privada de cada una de las
víctimas, precisa el reconocimiento social y político de lo sucedido. Es de-
cir, se requiere de la memoria activa de ese pasado y de acciones judiciales
que permitan identificar las responsabilidades penales sobre los críme-
nes cometidos. Este proceso, como otras veces antes, invita a dialogar, a
escuchar las experiencias de otros, a comprender el dolor y las pérdidas
de muchos, pero especialmente invita a un discernimiento ético sobre las
condiciones políticas de la convivencia democrática basadas en el recono-
cimiento de los derechos de todos.

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Algunas reflexiones sobre la ruta de la justicia y la memoria: Chile 1973-2013

Referencias

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prema, Sres. Hernán Cereceda Bravo, Lionel Beraud Poblete y Germán
Valenzuela Erazo y en contra del auditor general de Ejército, Sr. Fer-
nando Torres Silva, en cuanto integrante de la Excma. Corte Suprema
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de 1992-20 de Enero de 1993, Valparaíso, Cámara de Diputados, Ofi-
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La larga lucha contra la impunidad en Uruguay
Jo-Marie Burt

Introducción

El documental de Virginia Martínez, Las manos en la tierra,1 relata la


historia de la búsqueda de los detenidos-desaparecidos en Uruguay. Se
estima que unas 200 personas fueron detenidas y luego desaparecidas
durante el gobierno cívico-militar de Uruguay (1973-1985). Por años
—no solo durante la dictadura cívico-militar sino también después de
la transición a la democracia— el discurso oficial negaba la existencia
de desaparecidos. Sin embargo, en noviembre de 2005 —21 años des-
pués de la transición a la democracia— se ubicaron y exhumaron los
restos de Ubagesner Chaves Sosa, un militante obrero desaparecido
en 1976, en un establecimiento agrícola del departamento de Canelo-
nes, donde fue enterrado luego de haber sido torturado y asesinado por
la fuerza aérea uruguaya. Unos meses después se exhumaron los restos
de otro desaparecido, Fernando Miranda, en una base militar conocida
como “Batallón 13”.2
La ubicación de Chaves Sosa fue un acontecimiento que conmovió
a la sociedad uruguaya. Si bien se había logrado ubicar a algunos de los
niños apropiados ilegalmente durante la dictadura cívico-militar, era la

1
Martínez, 2010.
2
Roger Rodríguez, “La piel de Ubagesner: el entierro del primer reaparecido en Uruguay”,
en uita-Secretaría regional latinoamericana, Montevideo, 15 de marzo, 2006, disponi-
ble en <http://www6.rel-uita.org/internacional/ddhh/ubagesners-chaves-sosa_2.
htm>, consultado el 3 de febrero de 2013.

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Jo-Marie Burt

primera vez que la tierra revelaba sus secretos y entregaba a un detenido-


desaparecido. Esta aparición perforó el discurso oficial que negaba los
crímenes de la dictadura, en particular la desaparición forzada, y dio re-
levancia al reinado de la impunidad para los responsables de tales críme-
nes. Durante su sepelio, el escritor uruguayo Eduardo Galeano expresó
la situación de negación-impunidad en Uruguay de esta manera:

[L]os desaparecidos que están empezando a aparecer, Ubagesner Chaves


Sosa, Fernando Miranda, nos llaman a luchar por la liberación de la me-
moria que sigue presa. Nuestro país quiere dejar de ser un santuario de
la impunidad, impunidad de los asesinos, impunidad de los ladrones,
impunidad de los mentirosos, y en esa dirección estamos dando por fin,
después de tantos años, los primeros pasos. Este no es un fin de caminos,
es un inicio. Mucho costó pero estamos empezando el duro y necesario
recorrido de la liberación de la memoria en un país que parecía condenado
a amnesia perpetua.3

Durante los primeros años del gobierno cívico-militar, entre 1973


y 1977, Uruguay tuvo el porcentaje más alto de detenidos políticos per
cápita en el mundo: 60 000 arrestados en un país de tres millones de
habitantes. Hubo un estimado de 6000 presos políticos en detención
prolongada, durante la cual sufrieron tortura psicológica y física. Aproxi-
madamente 200 personas fueron detenidas y desaparecidas, la mayoría
de ellas en Argentina en el marco del Plan Cóndor, con la participa-
ción de militares uruguayos, pero varias desapariciones ocurrieron en
Uruguay mismo. Algunos niños fueron ilegalmente sustraídos a sus ma-
dres, como pasó con Simón Riquelo, hijo de Sara Méndez, quien fue
arrestada en Buenos Aires y luego ilegalmente transferida a Uruguay, o
nacieron en cautiverio, como ocurrió con Macarena Gelman, cuyos pa-
dres fueron detenidos en Argentina. El padre fue desaparecido y la ma-
dre transferida a Uruguay hasta que dio luz y luego fue asesinada. Los
niños como Simón y Macarena fueron entregados a familias de militares

3
Discurso de Eduardo Galeano en el funeral de Ubagesner Chávez Sosa, el primer desa-
parecido cuyos restos fueron encontrados en suelo uruguayo, en 2005 (Eduardo Galeano,
“Abracadabra”, Página 12, 17 de marzo de 2006).

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La larga lucha contra la impunidad en Uruguay

o policías y transcurrieron años antes de que recuperasen sus identidades


verdaderas. Unos 250 000 uruguayos fueron obligados a salir al exilio.4
Acontecimientos como la reaparición de desaparecidos impulsaron
un cambio en la actuación del Poder Judicial uruguayo, por lo menos en
parte. La negación de los crímenes de la dictadura iba de la mano con la
impunidad para quienes ordenaron y ejecutaron estos crímenes. Pero eso
también comenzó a cambiar. Como notó el periodista Roger Rodríguez,
un día antes del sepelio de Chaves Sosa, en marzo de 2006, un Tribunal
de Apelaciones del Poder Judicial ordenó que el ex dictador Juan María
Bordaberry fuera juzgado por sus crímenes. En 2010, fue condenado a
treinta años de prisión por haber violado la Constitución y por varios ho-
micidios, entre ellos el de Ubagesner Chaves Sosa.

Las bases institucionales de la impunidad uruguaya

¿Cómo se puede entender la larga duración del negacionismo sobre los


crímenes cometidos durante la dictadura cívico-militar en Uruguay?
¿Cómo se relacionan el negacionismo y la impunidad para los responsa-
bles de los mismos? ¿Cómo se puede entender el camino de “la amnesia
perpetua” a “la liberación de la memoria” que describe Galeano y con ello,
la intensificación de los intentos para superar la impunidad y llevar a jui-
cio los principales responsables de las graves violaciones a los derechos
humanos del pasado?
Para responder a estas preguntas, quisiera tocar tres puntos: el pri-
mero es la naturaleza de la transición del autoritarismo a la democracia
en Uruguay, una transición pactada que condicionó los esfuerzos de bús-
queda de verdad y justicia en Uruguay; el segundo es la institucionaliza-
ción de la impunidad vía la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva
del Estado, promulgada en 1986, que es en su esencia una ley de am-
nistía que imposibilita la persecución penal de las personas acusadas de

4
La organización no gubernamental Servicio Paz y Justicia (serpaj) publicó en 1989 una
investigación sobre el terrorismo de Estado en Uruguay (Servicio, 1989). A mediados de
los años ochenta, dos comisiones parlamentarias investigaron los asesinatos de los legisla-
dores uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz (ocurridos en Buenos Aires
en 1976) y las desapariciones forzadas, pero con resultados limitados.

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Jo-Marie Burt

ordenar, o cometer, graves violaciones a los derechos humanos; y el terce-


ro, los cambios que se han operado durante los últimos años en Uruguay
tendientes a romper los muros del negacionismo e impunidad a favor de
la verdad y justicia.
La transición pactada se realizó en 1984, vía negociaciones clandes-
tinas entre las Fuerzas Armadas y varios partidos políticos —con ex-
cepción del Partido Nacional— en lo que se conoce como el Pacto del
Club Naval. Hubo elecciones en el año de 1984 pero al candidato Wil-
son Ferreira, de este último partido, no le fue permitido participar en
ellas, por lo que no puedan ser calificadas como elecciones totalmente
libres. Cuando Ferreira regresó del exilio, en junio de ese año, fue apre-
sado y se le mantuvo prisionero durante todo el proceso electoral. Con
Ferreira fuera del juego, Julio María Sanguinetti, del conservador Parti-
do Colorado, fue elegido presidente. Por ello el gobierno de transición en
Uruguay se caracterizó más por ser un gobierno de continuismo que uno
de ruptura, como fue el caso argentino.
Aún se debate si en las negociaciones del Pacto del Club Naval se
acordó la inmunidad para los militares y policías acusados por crímenes
contra los derechos humanos. Lo que sí se sabe es que el nuevo gobierno
elegido y presidido por Sanguinetti adoptó una ley en 1985 que amnistió
y liberó la mayoría de los presos políticos,5 estableció mecanismos para la
reintegración de los exiliados y reinstaló a los empleados públicos que ha-
bían sido destituidos durante la dictadura. Esa misma ley explícitamen-
te excluyó de la amnistía a militares acusados por diversas violaciones de
derechos humanos, tipificados entonces como delitos militares.
El gobierno de transición en Uruguay no tenía —como el gobierno
liderado por Raúl Alfonsín, en la vecina Argentina— una política fa-
vorable a los derechos humanos. Mientras en Argentina se creó la Co-

5
La amnistía no fue directa para quienes habían sido condenados por delitos de homici-
dio. En estos casos, se los excarceló provisionalmente y se dispuso la revisión de sus cau-
sas penales (que habían sido realizados por tribunales militares) por la justicia común, a
los efectos de dictar una nueva sentencia. Se computó por tres cada día pasado en prisión,
a los efectos de la nueva pena, en atención a las condiciones inhumanas de prisión pade-
cidas. Esto, sumado a los largos años de reclusión que habían sufrido, determinó que en
ningún caso se produjera la vuelta a prisión de quienes estaban en esta situación. Véase Se-
nado y Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay, Ley Nº 15.737,
Montevideo, 22 de marzo, 1985, disponible en <http://www.parlamento.gub.uy/leyes/
AccesoTextoLey.asp?Ley=15737&Anchor>, consultado el 17 de enero de 2013.

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La larga lucha contra la impunidad en Uruguay

misión Nacional sobre la Desaparición de Personas (conadep) para


investigar las desapariciones forzadas ocurridas durante el gobierno mi-
litar en ese país, y luego de ello se procesó a los nueve jefes de las jun-
tas militares que gobernaron durante la dictadura (condenando a cinco
de ellos a prisión como autores mediatos de graves violaciones a los de-
rechos humanos), en Uruguay la política oficial fue el silencio y la ne-
gación de los crímenes cometidos durante el gobierno cívico-militar
—una política de “borrón y cuenta nueva”. El famoso dicho del presi-
dente Julio María Sanguinetti, “no hay que tener ojos en la nuca”, resume
esta política: no hay que mirar atrás, sólo hacia adelante; no es necesario
investigar los crímenes del pasado, tampoco es necesario castigar a los
responsables, ni reparar a las víctimas.6
A pesar de este discurso oficial, desde el inicio de la transición las
familias de las víctimas, los sobrevivientes de la represión y la tortura y
organismos de derechos humanos impulsaron denuncias ante el Poder
Judicial. En diciembre de 1986, cuando se promulgó la Ley de Cadu-
cidad, había 734 casos bajo investigación. El día anterior de la prime-
ra citación de un militar a uno de esos juicios el Comandante en Jefe de
las Fuerzas Armadas Hugo Medina, (quien también tuvo participación
en el gobierno militar) declaró que ningún oficial militar comparecería
ante un tribunal de justicia por temas de derechos humanos. El Ejecu-
tivo argumentó que eso representaba una crisis institucional que podría
suscitar un nuevo golpe militar. En consecuencia, en una sesión extraor-
dinaria, el Parlamento uruguayo promulgó la Ley de Caducidad, que
pretende extinguir la acción penal contra policías y militares acusados
de graves violaciones a los derechos humanos.7 En otro artículo, mis co-
autoras y yo identificamos la Ley de Caducidad como el eje de la impuni-
dad institucionalizada en Uruguay; aun reconociendo que la impunidad
tiene muchas caras y muchas facetas, la promulgación de esa Ley estable-
ció su fundamento legal que no ha sido fácil desterrar, aunque existieron
intentos de hacerlo.8

6
Lessa, 2011.
7
Véase: Senado y Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay, Ley de
Caducidad (Ley Nº 15.848), Montevideo, 28 de diciembre, 1986, disponible en <http://
www.parlamento.gub.uy/leyes/AccesoTextoLey.asp?Ley=15848&Anchor>, consultado el
15 de enero de 2013.
8
Burt et al., 2013: 306-327.

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Hubo dos campañas cívicas para anular la Ley de Caducidad vía el


voto popular.9 La primera fue impulsada por la asociación Madres y Fa-
miliares de Detenidos Desaparecidos inmediatamente después de la pro-
mulgación de la Ley. El Poder Ejecutivo intentó descarrilar el referéndum
pero finalmente llegó al voto en 1989. Sin embargo, la iniciativa fracasó:
57% de los uruguayos votaron por mantener la Ley de Caducidad, y 43%
por revocarla.10 Es importante mencionar que hubo una campaña fuerte
de parte del Ejecutivo y de las Fuerzas Armadas para impedir la victoria
del referéndum. En todo caso, esta derrota inauguró un periodo de silen-
ciamiento en Uruguay muy fuerte sobre el tema de derechos humanos.
Como dijo Luisa Cuesta, miembro activo de Madres y Familiares de De-
tenidos Desaparecidos cuyo hijo Nebio Melo Cuesta fue desaparecido en
Argentina en 1976: “Fue terrible. Sentimos que la sociedad uruguaya nos
había dado la espalda.”11
El segundo esfuerzo para derrocar la Ley de Caducidad se hizo en
2009 —veinte años después— vía un plebiscito impulsado por la Coor-
dinadora Nacional por la Nulidad de la Ley de Caducidad: una coalición
de organizaciones sindicales, grupos de derechos humanos, y de perso-
nalidades públicas.12 El plebiscito no logró obtener el 50% más un voto
que requería para ganar. La forma en que se organizó el voto pudo haber
influido en su resultado: se dio en el contexto de las elecciones presiden-
ciales y parlamentarias, y quienes estaban a favor de anular la Ley tenía
que agregar a su voto una papeleta rosada, mientras que quienes no esta-
ban a favor no tuvieron que hacer nada; de tal modo, el voto de quienes
no tuvieron opinión, o no supieron sobre el tema, sumó en contra de la
iniciativa. En ese sentido, es importante destacar que 47.98% de los vo-
tantes pusieron la papeleta rosada en apoyo de la campaña.13 Si bien el

9
A su vez, las Madres impugnaron la constitucionalidad de la Ley de Caducidad, pero la Su-
prema Corte de Justicia votó 3 a 2 a favor de la ley. Veinte años después, en 2009, la misma
Corte, con diferente composición, declararía que la Ley de Caducidad era inconstitucional.
10
Burt, 1989 y Delgado et al., 2000.
11
Entrevista a Luisa Cuesta, realizada por Jo-Marie Burt, Montevideo, junio de 2007.
12
Véase Burt et al., 2013.
13
Según una encuesta realizada al día siguiente del plebiscito, del 52% que no incluyó la
hoja de votación por el “Sí”, un 37% se oponía activamente a anular la Ley de Caducidad,
mientras que el 16% restante dijo que no tenía opinión. Está claro que un mecanismo
diferente para registrar el voto podría haber llevado a otro resultado. La encuesta es de

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La larga lucha contra la impunidad en Uruguay

plebiscito no consiguió su propósito, el proceso mismo y otras estrategias


desplegadas para anular los efectos de la Ley a través de la vía legal, im-
pulsaron a que los legisladores promulgaran en 2011 una ley que la dejó
sin efecto legal.
Durante la década de 1990, el tema de la Ley de Caducidad parecía
definido a nivel interno. A nivel internacional, sin embargo, hubo varios
pronunciamientos importantes sobre la ley que, si bien no tuvieron un
efecto inmediato, serían fundamentales en una etapa posterior, a partir
de 2000, cuando comienza un nuevo esfuerzo para impulsar procesos
penales contra supuestos responsables de graves violaciones de derechos
humanos, y de declarar la ley inconstitucional.

Nuevas estrategias para conjurar la impunidad

En respuesta a varias peticiones interpuestas por el Instituto de Estu-


dios Legales y Sociales del Uruguay (ielsur), en 1992 la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (cidh) declaró que la Ley de
Caducidad era incompatible con las obligaciones internacionales de
Uruguay.14 En 1993, el Comité de Derechos Humanos de las Naciones
Unidas alegó que la Ley de Caducidad era un mecanismo de impunidad
que podría socavar el orden democrático, preocupaciones que fueron re-
iteradas en otros informes periódicos sobre Uruguay.15 Aunque dichos
pronunciamientos no tuvieron efecto inmediato, serían citados por las
juezas y los jueces uruguayos más de una década después cuando, en
2009, la Suprema Corte de Justicia (scj) tomó la decisión de declarar
inconstitucional la Ley de Caducidad.16

la firma encuestadora cifra, y los resultados fueron publicados en La República el 26 de


octubre de 2009.
14
Comisión Interamericana de ddhh, Informe Nº 29/92, supra n. 22. Esta fue la primera
vez que un órgano intergubernamental abordaba directamente la cuestión de la compatibi-
lidad de una amnistía con las obligaciones internacionales del Estado derivadas del Dere-
cho Internacional de los Derechos Humanos. Véase Mallinder, 2009.
15
Concluding Observations of the Human Rights Committee: Uruguay, en UN Doc, CCPR/C/79/
Add.19 (5 de mayo de 1993); Concluding Observations of the Human Rights Committee: Uru-
guay, en UN Doc, CCPR/C/79/Add.90 (8 de abril de 1998).
16
Suprema Corte de Justicia, Sentencia de Inconstitucionalidad Nº. 365, en Texto de la
sentencia dictada por la SCJ, con fecha 19 de octubre de 2009, disponible en <http://www.

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Jo-Marie Burt

Ante el fracaso del intento por anular la Ley, y frente a los avan-
ces en la jurisdicción universal y otros acontecimientos en países veci-
nos —como el arresto del general en retiro Rafael Videla por el plan
sistemático de robo de niños—, algunos activistas y abogados comen-
zaron a elaborar una nueva estrategia de promover la justicia para las
violaciones de derechos humanos. La Ley de Caducidad estaba todavía
vigente, lo cual significaba que había limitaciones para iniciar juicios
contra los responsables de los crímenes del pasado. Así, buscaron for-
mas de obviar o evadir la Ley de Caducidad para poder avanzar en los
casos. El abogado laboral Pablo Chargoñia asumió la representación en
el caso de la maestra desaparecida Elena Quinteros.17 En diciembre de
1999, en representación de la madre de Elena, Tota Quinteros, Char-
goñia presentó un recurso de habeas data, sosteniendo que ella tenía de-
recho de acceder a la información oficial sobre el destino de su hija.18
En mayo de 2000, la jueza Estela Jubette aceptó el recurso y ordenó al
Ejecutivo investigar el caso. La investigación administrativa no produjo
resultados significativos sobre Elena Quinteros. Usando un argumen-
to novedoso —que sostenía que la Ley de Caducidad no se aplicaba
a civiles— Chargoñia solicitó la reapertura de la investigación.19 Este
argumento convenció al juez Eduardo Cavalli, quien ordenó el pro-
cesamiento penal del ex canciller Juan Carlos Blanco por el delito de
privación agravada de la libertad de Elena Quinteros el 18 de octubre
de 2002, marcando la primera vez que un presunto responsable de los
crímenes del pasado era detenido y procesado en Uruguay.20 Eventual-
mente, Blanco fue llevado a juicio y fue condenado por esa desapari-

espectador.com/documentos/scj_caducidad.pdf>, consultado el 4 de noviembre de


2009.
17
Entrevista a Pablo Chargoñia, realizada por Jo-Marie Burt, Montevideo, 4 de junio de 2007.
18
Raúl Olivera Alfaro, “Almeida de Quinteros María del Carmen C/Poder Ejecutivo (Minis-
terio de Defensa Nacional) Amparo, Ficha 216/99, Sentencia Nº 28”, 10 de mayo, 2000,
disponible en <http://elenaquinterospresente.blogspot.com/2000/05/100500-fallo-de-
la-jueza-stella-jubette.html>, consultado el 18 de enero de 2013; Pablo Chargoñia, men-
sajes de correo a F Lessa, 16 y 17 de septiembre de 2011.
19
Chargoñia sostuvo que la Ley de Caducidad no otorgaba inmunidad penal a los miembros
de alto rango de las Fuerzas Armadas ni a las autoridades civiles de la dictadura, pues el
Artículo 1 sólo menciona a los militares y policías que cometieron delitos “obedeciendo ór-
denes” (Pablo Chargoñia, entrevista citada).
20
Véase Chargoñia, 2011: 163–174.

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La larga lucha contra la impunidad en Uruguay

ción, a pesar de que la Ley de Caducidad aún se mantenía vigente. Bajo


esa misma lógica, luego es acusado, detenido, procesado y condenado
el ex presidente de Uruguay Juan María Bordaberry, quien siendo pre-
sidente disolvió el parlamento en 1973, acto que se considera como el
inicio formal de la instalación de un gobierno cívico-militar. Borda­berry
fue condenado a la máxima pena de 30 años de cárcel por la ruptura del
orden constitucional, así como por varios asesinatos políticos, incluso
el de los parlamentarios Zelmar Michellini y Héctor Gutiérrez Ruiz.
Utilizando un argumento similar —que la Ley de Caducidad no es
aplicable a altos mandos militares, sino solamente a quienes seguían ór-
denes— también se logró acusar, procesar y condenar a ocho oficiales
superiores, entre ellos al general (r) Gregorio Álvarez y otros jefes de la
dictadura cívico-militar. Álvarez fue condenado a 25 años por el asesi-
nato de 37 personas.
Estos procesos se prolongaron a través de la primera década del si-
glo xxi, y alimentaron la campaña (que como ya mencioné, fracasó) por
anular la Ley de Caducidad vía un plebiscito, que tuvo lugar en 2009.
Mientras estos procesos estaban en marcha, también se abrieron otros
en camino hacia la recuperación de la memoria histórica, de manifesta-
ciones populares en la calle, de búsquedas de los restos de los desapareci-
dos, que influyeron en el escenario. En este contexto el primer gobierno
del Frente Amplio, liderado por Tabaré Vásquez (2005-2009), encargó a
la Universidad de la República una investigación científica sobre los de-
tenidos-desaparecidos (como mandó la Ley de Caducidad en primer lu-
gar pero que nunca fue ejecutado), bajo la coordinación del historiador
Álvaro Rico.21 Todos estos elementos confluyeron para generar apertu-
ras en el espacio público que actúan a favor de la búsqueda de la verdad
y justicia en Uruguay.
Si bien se logró, entre 2000 y 2010, procesar y condenar a algunos
de los más importantes líderes de la dictadura cívico-militar por su papel
en la comisión de graves violaciones de derechos humanos, muchos casos
permanecían en la impunidad absoluta. Al parecer de algunos familiares,

21
Álvaro Rico (coord.), Investigación histórica sobre Detenidos-Desaparecidos: En cumplimiento
del artículo 4° de la Ley N° 15.848, Montevideo, Presidencia de la República de Uruguay, 2007,
disponible en <http://archivo.presidencia.gub.uy/_web/noticias/2007/06/2007060509.
htm.>, consultado el 10 de enero de 2013.

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Jo-Marie Burt

organizaciones de derechos humanos y activistas, esto no era suficiente;


creaba una situación de desigualdad ante la ley que consideraban injusto,
pues algunos casos podían llevarse a juicio y otros no, una situación que
tenía su origen en la Ley de Caducidad. Para tener realmente igualdad y
erradicar la impunidad en Uruguay, era necesario buscar la forma de de-
rogar dicha Ley.
Los fracasos vía consulta ciudadana dieron impulso a otras estrate-
gias, como llevar los casos al sistema interamericano, que es el último re-
curso frente a la imposibilidad de obtener justicia en el fuero interno. Así,
agotadas las instancias internas para investigar la desaparición forzada
de María Claudia García de Gelman, Juan Gelman y su nieta Macarena
Gelman, quien nació en cautiverio en Uruguay y fue ilegalmente entrega-
da a una familia policial, decidieron llevar el caso ante el Sistema Intera-
mericano de Derechos Humanos en 2006.
Con el apoyo del Centro por la Justicia y el Derecho Internacional
(cejil), presentaron una denuncia contra el Estado uruguayo ante la
cidh. Los Gelman afirmaban que la Ley de Caducidad obstruía cual-
quier investigación sobre la desaparición de la madre de Macarena (Ma-
ría Claudia García de Gelman), las circunstancias del nacimiento de su
hija y su apropiación ilegal y exigían el enjuiciamiento de los responsa-
bles. En 2010, el caso fue remitido a la Corte Interamericana de Dere-
chos Humanos (Corte idh), que el 24 de febrero de 2011 falló en favor
de los Gelman.22 La Corte idh sostuvo que la Ley de Caducidad violaba
la Convención Americana de Derechos Humanos al garantizar la impu-
nidad para los violadores de esos derechos y por lo tanto carecía de efec-
tos jurídicos,23 y ordenó al Estado uruguayo garantizar que dicha Ley no
constituyera un obstáculo para la investigación y el enjuiciamiento de los

22
Corte Interamericana de Derechos Humanos, Caso Gelman vs. Uruguay. Fondo y Repara-
ciones, Resumen oficial emitido por la Corte idh de la sentencia del 24 de febrero de 2011,
disponible en <http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/resumen_221_esp.pdf>,
consultado el 17 de febrero de 2013.
23
La Corte idh tiene varias sentencias en el mismo sentido; véanse: Barrios Altos vs. Peru,
Fund, Inter-Am. Ct. H.R. (ser. C) No. 75, 14 de marzo de 2001; Almonacid Arellano et al.
vs. Chile, Objections, Merits, Reparations and Costs, Inter-Am. Ct. H.R. (ser. C) No. 154, 26
de septiembre de 2006; Gomes Lund y otros (“Guerrilha do Araguaia”) vs Brasil. Excepciones
Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas, Corte Interamericana de ddhh (ser. C) Nº 219,
26 de noviembre de 2010.

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La larga lucha contra la impunidad en Uruguay

responsables en el caso Gelman y en los demás casos de violaciones de


derechos humanos de la época de la dictadura.24
El fallo de la Corte idh creó un momento muy complicado para el
Estado de Uruguay. En el Parlamento se produjeron debates largos y
muy complejos sobre cómo responder al fallo.25 Finalmente en noviem-
bre de 2011 el Parlamento aprobó la Ley 18.831 que anulaba los efectos
de la Ley de Caducidad y establecía que los crímenes de la dictadura son
delitos de lesa humanidad y por tanto no prescriben. Ello, en efecto, abrió
la posibilidad de que los casos de violaciones a los derechos humanos
cometidos durante el periodo de facto sean juzgados en tribunales uru-
guayos. Se despejaba entonces el panorama para que los derechos de las
víctimas de obtener verdad y justicia se concretizaran. En efecto, comen-
zó una lluvia de denuncias ante el Poder Judicial en Uruguay, incluyendo
casos que nunca habían sido presentados ante la justicia antes, como vio-
lencia sexual y tortura.
Sin embargo, en febrero de 2013 la scj de Uruguay emitió dos deci-
siones que cambiaron radicalmente ese panorama promisorio. Primero,
este poder del Estado uruguayo trasladó a la jueza que más ha investiga-
do casos de violaciones a los derechos humanos, Mariana Mota, de un
juzgado penal a uno civil. Por esta decisión, ella se vio alejada de unos 50
casos que investigaba. Muchos sectores de la sociedad uruguaya lo in-
terpretaron como una represalia por su labor a favor de los derechos de
las víctimas. La scj no dio razón por el traslado, lo cual suscitó mucha
desconfianza en la decisión. Una semana después, la misma Corte emi-
tió una resolución que declaró la inconstitucionalidad de los artículos se-
gundo y tercero de la Ley 18.831. Esta resolución implicó declarar que
los crímenes de la dictadura fueron crímenes del fuero común y por lo
tanto es aplicable la prescripción en estos casos. Lo poco ganado en no-
viembre de 2011 con la promulgación de la Ley 18.831 se deshizo en mi-
nutos. Ante las manifestaciones públicas y las quejas de actores nacionales
e internacionales cuestionando tanto el traslado de Mariana Mota como
la declaración de inconstitucionalidad de la Ley 18.831, el presidente de la
scj, Jorge Ruibal Pino, declaró que ninguno de los casos de violaciones de

24
Corte Interamericana de Derechos Humanos (documento en línea citado).
25
Para mayores detalles sobre estos debates y el complejo juego político que se daba a su alre-
dedor, véase Burt et al., 2013.

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derechos humanos del pasado va a prosperar judicialmente pues encon-


trarán “una muralla” en la scj.26 La decisión de este poder ha sido conde-
nada por las Naciones Unidas, por la Corte idh, y por varios organismos
internacionales.27 La Corte Interamericana emitió una resolución cues-
tionando dicho fallo y afirmando que el Estado uruguayo estaba obliga-
do a cumplir la sentencia en el caso Gelman. Al mismo tiempo reafirmó
su instrucción al Estado para que asegurase que no existieran obstácu-
los para investigar, procesar, y castigar no solo en el caso Gelman sino en
todos los casos de graves violaciones a los derechos humanos cometidos
durante el gobierno cívico-militar.28
La decisión de la scj ha encontrado resistencia tanto en el Poder
Judicial como en la sociedad civil. Por ejemplo, cinco fiscales del Esta-
do emitieron una petición exigiendo que cuatro de los cinco jueces de
la scj no lleven más casos de violaciones a los derechos humanos. Se
señaló en particular que la declaración del presidente de la scj Ruibal
Pino representa un prejuzgamiento y demuestra una predisposición de
no tratar imparcialmente esos casos. Algunos fiscales y jueces también si-
guen investigando casos de derechos humanos. Es otra manifestación de
esa resistencia. En la sociedad civil, por ejemplo, sobrevivientes y organi-
zaciones de derechos humanos han solicitado la creación de un sistema
especializado para investigar y procesar casos de graves violaciones de de-
rechos humanos, bajo el argumento de que el sistema de justicia ordina-
rio se ha mostrado incapaz de tratarlos con la necesaria cordura.

26
“Ruibal Pino: scj será ‘una muralla’ contra dictámenes que establecen continuidad de
procesos”, en Radio Uruguay, 4 de abril, 2013, disponible en <http://radiouruguay.com.
uy/innovaportal/v/32842/22/mecweb/ruibal_pino:_scj_sera_una_muralla_contra_
dictamenes_que_establecen_continuidad_de_procesos?contid=14907>, consultado el
18 de mayo de 2013; y “Jueza Mota: ‘Llegaré hasta la Comisión Interamericana de De-
rechos Humanos’”, en La Red 21, 2 de mayo, 2013, disponible en <http://www.lr21.
com.uy/comunidad/1101411-jueza-mota-llegare-hasta-la-comision-interamericana-de-
derechos-humanos>, consultado el 18 de mayo de 2013.
27
Veáse, por ejemplo, “Prescripción: cidh critica sentencia”, en La República, 18 de abril, 2013,
disponible en <http://www.republica.com.uy/cidh-critica-sentencia/>, consultado el 20
de mayo de 2013; y Pablo Galain Palermo del Instituto Max Planck para el Derecho Pe-
nal Extranjero e Internacional, “Uruguay: sentencia declara inconstitucional Ley 18831”, en
Asuntos del Sur, 24 de abril, 2013, disponible en <http://www.asuntosdelsur.org/uruguay-
sentencia-scj-inconstitucional-ley-18831/>, consultado el 2 de mayo de 2013.
28
Ibid.

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La larga lucha contra la impunidad en Uruguay

En medio de este franco retroceso y al calor de la sentencia del caso


Gelman, el gobierno progresista de Uruguay implementó algunas medi-
das positivas en el plano institucional, entre ellas, la creación en mayo de
2012 de la Institución Nacional de ddhh y Defensoría del Pueblo, como
organismo autónomo encargado de tutelar los derechos; una Secretaría
de Seguimiento de la Comisión para la Paz, convertida luego en una Se-
cretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente, bajo la órbita
del Ejecutivo; algunas nuevas medidas para la reglamentación y manejo
de archivos de la represión;29 la modificación del Código Penal y de pro-
cesos penales, aunque no necesariamente en el sentido positivo que per-
mitiera la iniciativa de las víctimas y familiares. En el ámbito judicial creó
un Equipo Especial para auxiliar a la justicia en relación a los crímenes
cometidos por el terrorismo de Estado. Las distintas instituciones crea-
das han tenido un funcionamiento desigual, desde las muy activas, como
la Institución Nacional, a otras que han mantenido un comportamiento
pasivo. El Ejecutivo renovó también los convenios con la Universidad de
la República para continuar la investigación histórica y las excavaciones
que permitan localizar los restos de detenidos-desaparecidos.
Si bien nada más ocurrió en el terreno del Poder Legislativo, en el
tercer poder del Estado se produjeron algunas novedades. Si bien el re-
sultado inmediato de las decisiones de la scj de febrero de 2013 redun-
dó en una paralización de la justicia y, en algunos casos, en un marcado
desandar del camino30 que ha ocasionado la liberación de connotados
criminales detenidos en el marco del proceso, cierto es que sectores del
Poder Judicial, particularmente algunos jueces y fiscales, han desoído las

29
onu, Asamblea General, Consejo de Derechos Humanos. Grupo de Trabajo sobre el
Examen Periódico Universal 18º periodo de sesiones 27 de enero a 7 de febrero de 2014,
“Informe nacional presentado con arreglo al párrafo 5 del anexo de la resolución 16/21
del Consejo de Derechos Humanos. Uruguay”, disponible en <http://acnudh.org/wp-
content/uploads/2014/01/a_hrc_wg.6_18_ury_1_s.pdf >, consultado el 2 de octubre
de 2014.
30
En un reciente informe Amnistía Internacional opinó que “En la práctica, este fallo de
la Suprema Corte (febrero de 2013) devolvió la vida a la Ley de Caducidad” (Uruguay:
Información de Amnistía Internacional: para el Examen Periódico Universal de la onu:
18º periodo de sesiones del grupo de trabajo sobre el epu: enero-febrero de 2014, dispo-
nible en <http://www.amnesty.org/es/library/asset/AMR52/001/2013/es/3eba531f-
8861-4279-973b-2366653dfd4a/amr520012013es.html>, consultado el 2 de octubre
de 2014).

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determinaciones de su scj en el sentido de declarar la prescripción de


los delitos, siempre alegada por los defensores de los criminales. Por el
contrario, han dado curso a la continuidad de algunas causas. Si bien no
han alegado la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad, han
fundado su decisión en la necesidad de descontar los años de vigencia
de la Ley de Caducidad en la medida en que ella constituyó un obstácu-
lo insalvable que impidió a las víctimas apelar al remedio de la justicia,
bajo el criterio jurídico de que al injustamente impedido no le corre el
plazo de prescripción. Esta especie de “rebelión” es lo suficientemente re-
ciente como para pronosticar su futuro una vez que las causas avancen en
el proceso y las apelaciones alcancen la instancia máxima, una scj tipi-
ficada por el Relator Especial de la Organización de las Naciones Uni-
das (onu) para la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las
garantías de no repetición, como una amenaza para las posibilidades de
progreso en el área de la justicia.

Reflexiones finales

Todo eso nos lleva a una reflexión más amplia sobre qué tipo de tran-
sición hubo, y qué tipo de democracia tenemos en Uruguay y en varios
otros países de América Latina, que aún no terminan de saldar cuentas
con el pasado. Algunos analistas han referido estas situaciones como “de-
mocracias decorativas” para resaltar la dificultad que estos países han te-
nido para consolidar el Estado de derecho, hacer valer el concepto de la
igualdad ante la ley, y castigar a los responsables de los graves crímenes
contra los derechos humanos. Creo que es importante reflexionar sobre
esta situación y vincularla con la presencia persistente de enclaves auto-
ritarios en países como Uruguay y Chile que, a pesar de haber transcu-
rrido ya un par de décadas desde las transiciones a la democracia, no han
logrado ser revertidos o eliminados cabalmente. Eso es particularmente
evidente tanto en las instituciones castrenses como en el Poder Judicial,
donde no hubo un proceso de separación de funcionarios no idóneos una
vez que se culminó la transición a la democracia. Jueces que actuaron du-
rante la dictadura, por ejemplo, mantienen sus puestos en democracia.
Las dictaduras de América Latina han dejado profundas huellas en
las sociedades y también en las instituciones del Estado. La impunidad

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La larga lucha contra la impunidad en Uruguay

sigue fuertemente arraigada a pesar de los esfuerzos múltiples por com-


batirla y erradicarla. En el caso de Uruguay, la naturaleza de la transición
—una transición pactada y fuertemente controlada por los sectores que
sostuvieron la dictadura cívico-militar— delimitó las posibilidades de in-
vestigar a fondo los crímenes cometidos durante esa época y hacer justi-
cia con las víctimas. Al contrario, en Uruguay el discurso de negación se
arraigó en la sociedad y fue la base sobre la cual se erigió la impunidad. En
otros países en donde hubo comisiones de la verdad —entidades oficia-
les que documentaron los abusos que se cometieron desde el Estado— se
logró producir un conocimiento sobre el pasado que permitió el cuestio-
namiento de los discursos oficiales de negación o de justificación de los
abusos cometidos por el terrorismo del Estado. En Uruguay, en cambio,
no hubo ninguna comisión de verdad sobre el pasado durante los prime-
ros 15 años desde la transición; y la Comisión para la Paz, si bien investigó
casos de desaparecidos, no permitió a los familiares publicitar la informa-
ción que les hizo llegar, lo cual socavó la posibilidad de que esas historias
formasen parte de la memoria colectiva para poder desde ahí formular
otras historias distintas de la oficial. Las investigaciones que se han reali-
zado en la Universidad de la República de Uruguay, a pedido de la Presi-
dencia de la República (a partir del gobierno de Tabaré Vásquez), han sido
muy importantes para documentar las desapariciones forzadas, mientras
las exhumaciones —por pocas que sean— han sido otro elemento clave
para demostrar que la desaparición forzada sí ocurrió en Uruguay. A pe-
sar de ello, sin embargo, aún no se logra articular un discurso alternativo,
y la narrativa negacionista —como las prácticas de impunidad que flore-
cen de ella— se mantienen muy vigentes en el Uruguay de hoy. Como
ha señalado Pablo de Greiff, Uruguay “tiene aún un capítulo importante
de su pasado reciente sin resolver adecuadamente”.31 Sólo la modifica-
ción de varias voluntades políticas, principalmente en el campo progresis-
ta, será capaz de modificar este panorama. En las circunstancias actuales,
en medio de la campaña electoral que se sustanciará en octubre de 2014,
no es posible vislumbrar la apertura de un camino en esa dirección.

31
Pablo de Greiff, Observaciones preliminares al final de su visita oficial a la República Oriental
del Uruguay, Relator Especial de la onu para la promoción de la verdad, la justicia, la repara-
ción y las garantías de no repetición, Montevideo, 4 de octubre de 2013, disponible en <http://
www.onu.org.uy/files/Declaracion_de_Prensa_Uruguay_-_final.pdf>.

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Jo-Marie Burt

Siglas

un Doc United Nations Documents, Ginebra, Suiza.


Corte idh Corte Interamericana de Derechos Humanos, San José,
Costa Rica

Referencias

Hemerografía

La República, Montevideo, Uruguay.


Red 21, Montevideo, Uruguay.
Página 12, Buenos Aires, Argentina.

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po de trabajo sobre el EPU: enero-febrero de 2014, disponible en <http://
www.amnesty.org/es/library/asset/AMR52/001/2013/es/3eba531f-
8861-4279-973b-2366653dfd4a/amr520012013es.html>, consultado el
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Resurgent Struggle against Impunity in Uruguay, 1986-2012”, Internatio-
nal Journal of Transitional Justice, núm. 7, pp. 306-327.Chargoñia, Pablo
(2011). “Avances, retrocesos y desafíos en la lucha judicial contra la impu-
nidad” en Gabriela Fried y Francesca Lessa, Luchas contra la impunidad:
Uruguay, 1985–2011, Montevideo, Trilce, pp. 163-174.
Delgado, María M., Marisa Ruiz y Raúl Zibechi (2000). Para que el pueblo de-
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Pablo de Greiff (2013). Observaciones preliminares al final de su visita oficial a
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La larga lucha contra la impunidad en Uruguay

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Civil Society’s Response” en Beyond Legalism: Amnesties, Transition and
Conflict Transformation, Belfast, Institute Of Criminology and Criminal
Justice-Queen’s University Belfast, documento de trabajo, núm. 4.
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y Justicia.

Videografía

Martínez, Virginia (2010). Las manos en la tierra, Uruguay, Aceituna Films-


icau-tnu-Tevé Ciudad-Doctv IB, 52 minutos. Directora: Virginia Mar-
tínez, guión: Virginia Martínez y Gonzalo Arijón, fotografía: Christián
Quijano, música: Herman Klang, edición: Federico de la Rosa, sonido: Ál-
varo Mechoso y Álvaro Rivero.

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3. Cine, historia y memoria

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A propósito de Patricio Henríquez
y Virginia Martínez
Nelson Carro

Introducción

Desde su nacimiento, a fines del siglo xix, el cine ha sido un testi-


go privilegiado de la historia.1 Durante más de un siglo ha documenta-
do los hechos fundamentales (y también los otros, los cotidianos), para
conformar un acervo fílmico que cada vez resulta más importante a la
hora de estudiar el pasado. El historiador Marc Ferro ha sido uno de los
que ha llamado la atención sobre el valor del cine como fuente y como
agente de la historia. Según su punto de vista, la relación entre ambos
“presenta el problema de la función que realiza el cine en la historia, su
relación con las sociedades que lo producen y lo consumen, y el proceso
social de creación de las obras, del cine como fuente de la historia.”2 Des-
de esta perspectiva, poco importa si se trata de una película de ficción o de
un documental; en ambos casos la obra cinematográfica es un testimo-
nio del momento en que fue creada, y no puede evitar serlo.
Por lo mismo, resulta bastante inútil esta dicotomía planteada tam-
bién desde los inicios del cine, entre las películas que registraban la rea-
lidad de una manera aparentemente objetiva, casi sin intervención de su
realizador, y las que la recreaban de una forma subjetiva y, por lo tanto,

1
“El cine no es sólo un importante medio de comunicación, expresión y espectáculo que ha
tenido un progreso y una evolución continua, sino que, en cuanto tal, mantiene relaciones
muy estrechas con la historia, ya sea entendida como lo que llamamos el conjunto de he-
chos históricos, ya como disciplina que estudia esos hechos” (Costa, 1988: 30-31).
2
Ferro, 2003: 107.

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Nelson Carro

arbitraria. En definitiva, la dicotomía establecida entre el cine de Lumiè-


re y el cine de Méliès. Oposición clásica a la que Jean-Luc Godard, con su
lucidez e ironía características, invirtió los términos: Lumière = ficción,
en la medida en que reproduce en sus películas los temas de la pintura
impresionista (El desayuno del bebé, La partida de cartas); Méliès = docu-
mental, en tanto que el viaje a la Luna es hoy una realidad.3
Sin embargo, durante mucho tiempo, esa oposición entre realidad y
ficción, entre verdad y manipulación, ocupó un lugar importante en las
discusiones sobre las características del discurso cinematográfico, sobre
todo porque para el público de esos primeros años la diferencia no era
notable, o por menos, no era tomada en cuenta: lo auténtico tenía para él
igual valor que lo simulado, lo registrado en la realidad que lo represen-
tado ante la cámara.
Pero hoy en día, la división parece inaceptable, porque los límites
entre ambas son cada vez más difusos, y la presunta objetividad del do-
cumental cada día más cuestionable. Como escribe Antonio Costa, “la
misma noción de lo ‘real’ es siempre, de todos modos, un producto his-
tórico, fruto de unas convenciones culturales, semióticas e ideológicas. Y,
por otra parte, el propio imaginario puede constituir un objeto básico del
discurso histórico.”4

La vida del cine

A lo largo del siglo xx, la Revolución Mexicana, la Revolución Rusa, las


dos Guerras Mundiales, Corea, Vietnam, son algunos de los aconteci-
mientos que han quedado registrados, fijados en el tiempo de tal manera
que al verlos desfilar ante nuestros ojos se puede revivir el pasado. Sin
duda, hay muchos otros documentos que permiten reconstruirlo, tanto

3
“La mixtura de géneros llevó a Godard a afirmar que Méliès hacia documentales y los
hermanos Lumière cine fantástico. El polémico autor de la nouvelle vague no estaba tan
alejado de las perspectivas que van a alimentar parte de la narratividad del fenómeno ci-
nematográfico de los dos siglos.” Poggian, Stella Maris, Ricardo M. Haye, “La fantasía
en los artefactos culturales” en Contemporanea-Revista de Comunicação e cultura (en línea),
vol. 8, núm. 2, diciembre, 2010, disponible en <http://www.portalseer.ufba.br/index.php/
contemporaneaposcom/article/view/4805/3579>, consultado el 28 de octubre de 2014.
4
Costa, 1988: 59.

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A propósito de Patricio Henríquez y Virginia Martínez

en los hechos excepcionales como en la vida cotidiana (la pintura, la fo-


tografía, los periódicos, la correspondencia), pero las imágenes cinema-
tográficas consiguen algo único: dotarlo de vida.
Esa vida del cine, gracias a la impresión de movimiento, fue lo que
más llamó la atención en la primera función del 28 de diciembre de
1895 (a pesar de que los mismos hechos podían verse, en la realidad, con
sólo salir a la calle). Menos que los hechos mostrados, absolutamente
cotidianos, lo que impactaba a los primeros espectadores era la extraor-
dinaria calidad de la reproducción de esos hechos. Todo se movía, como
en la vida misma.5
Menos de un año después de la función inaugural en París, el escritor
y periodista José Juan Tablada daba en México testimonio de esa cuali-
dad casi mágica del cinematógrafo, cuando escribía:

Las escenas de la vida real pasan por nuestros ojos vivificadas por una in-
tensa animación; los rostros de los hombres gesticulan con los enérgicos
movimientos varoniles, los rostros femeninos se mueven aún con las más
débiles expresiones de la gracia de la mujer; la sonrisa ondula y vuela […]
Y no sólo en los seres animados, aún en los objetos sorprende esa vida
del movimiento.6

Esa vida del movimiento es lo que aún sorprende cuando se ve en las


películas mexicanas de fines del siglo xix y comienzos del xx a Porfirio
Díaz en Chapultepec, la entrada de Madero a la ciudad de México, a Vi-
lla y Zapata comiendo en el Palacio Nacional, y a tantos personajes anó-
nimos que aparecen en la pantalla. Esas imágenes conservan la misma
fuerza que hizo que los espectadores de 1895 se espantaran ante el tren
que parecía salirse de la pantalla y dirigirse hacia ellos, a punto de atrope-
llarlos, en una de las primeras vistas de los hermanos Lumière.7 Ahí está
la vida como era un siglo atrás; si tiene alguna carencia, más que el color

5
Sin embargo, más de un siglo después, Mario Handler, el más importante documentalista
uruguayo, rechaza de manera tajante esta idea del movimiento: “La imagen y el movimien-
to no son esenciales. Lo esencial del cine no es el movimiento, sino el discurso narrativo y
dramático. El teatro de la vida” (Concari, 2012: 23).
6
José Juan Tablada, “El cinematógrafo Lumière”, El Universal, 12 de diciembre de 1896;
Miquel, 1992: 44.
7
Lumière, 1895.

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o la tercera dimensión (tan de moda en la actualidad), es la ausencia de


sonido. Se pueden ver el movimiento y los gestos, pero se desconocen las
voces y los ruidos del ambiente de la época.
El cine hace que esos sucesos y esos personajes de un siglo atrás re-
sulten, de alguna forma, muy cercanos, parezcan conocidos. Por una sen-
cilla razón: porque se pueden ver, porque caminan como las personas con
quienes nos cruzamos en la calle.

El cine creó, para sus espectadores, una impresión de familiaridad, de pre-


sencia casi directa. ¿Cómo conocía la población los rasgos de Guillermo I
o de Bismarck? Por dibujos, por escasas fotografías donde los personajes
siempre daban la impresión de pavonearse. En cambio, hacia 1914 cual-
quier alemán se había topado varias veces con Guillermo II en la pantalla,
lo había visto moverse, hablar, montar a caballo, pasar revista, saludar a
la muchedumbre.8

Si Porfirio Díaz, Emiliano Zapata o Guillermo II resultan casi fami-


liares, otros personajes igualmente importantes, los que apenas cincuen-
ta años antes habían protagonizado hechos como la Guerra de Secesión
estadounidense, parecen mucho más lejanos, porque de ellos no existen
imágenes de primera mano, a lo sumo reconstrucciones más o menos
apegadas a la realidad, como la reproducción facsimilar del asesinato de
Abraham Lincoln en El nacimiento de una nación.9 ¿Cambiaría nuestra
visión de la Revolución Francesa si el cine hubiera existido entonces y
registrado la Toma de la Bastilla, las Asambleas o la ejecución del Rey?
¿Se parecerían esas imágenes a las reconstrucciones de Jean Renoir en La
Marsellesa10 o de Andrzej Wajda en Danton?11
Según Pierre Sorlin, esta última película habla más sobre la Polonia de
la época de su realización que sobre los tiempos de la Revolución Francesa.

Pero, ¿qué dice esta película? Dice que Danton era un hombre solitario y
fue incapaz de enfrentarse a Robespierre, un hombre mucho más fuerte.

8
Sorlin, 2005: 14-15.
9
Griffith, 1915.
10
Renoir, 1938.
11
Wajda, 1982.

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A propósito de Patricio Henríquez y Virginia Martínez

Se trata de una interpretación personal que no voy a discutir. Si se utiliza


la película para eso, es mucho más rentable utilizar palabras para explicar
quién fue Danton. Quizá es más interesante lo que esta película nos dice
indirectamente sobre Polonia y la oposición al Partido Comunista a prin-
cipio de la década de los ochenta.12

La mirada de Wajda sobre la Revolución Francesa no puede menos


que estar permeada por sus preocupaciones del momento, relacionadas
con la situación de Polonia a principios de los años ochenta. Por eso,
no es difícil establecer un paralelo entre Danton-Robespierre y Walesa-
Jaruzelski. En definitiva, la imagen de la Revolución Francesa construi-
da por Wajda, aunque está muy bien documentada, no deja de ser muy
personal.
Por eso, aunque es cierto que los testimonios escritos, dibujos, gra-
bados y pinturas siempre resultan mucho más subjetivos que el cine, hay
que tener cuidado: tampoco hay que confiar demasiado en la objetividad
del cine, aunque se trate del documental. La elección de un tema y la for-
ma de encuadrarlo implica siempre una toma de partido. De hecho, ya en
La llegada del tren a la estación de La Ciotat, hay una postura ideológica
y estética, que ubica claramente a los Lumière en un contexto social de-
terminado: eran empresarios exitosos, cultos, que compartían las preo-
cupaciones y los gustos de la burguesía francesa de la época. El tren es la
imagen de la revolución industrial y el desarrollo tecnológico, y el punto
de vista el determinado por los principios de la perspectiva.
Durante casi un siglo, el cine documental heredero de estas prime-
ras filmaciones del cinematógrafo Lumière —Salida de los obreros de la
fábrica,13 en Lyon, o El Presidente de la República paseando a caballo en el
Bosque de Chapultepec,14 en México—, registrará la vida y dejará cons-
tancia del paso del tiempo. En esas filmaciones, primero en formato de
35 milímetros, luego 16, 8, Súper 8, está plasmado el pasado: escenas de
la vida familiar, cumpleaños, bodas, excursiones a la playa; actos socia-

12
Fijo, Alberto, Fernando Gil-Delgado (2001), “Conversación con Pierre Sorlin” en Filmhis-
toria Online, (en línea), vol. xi, núm. 1-2, disponible en <http://www.publicacions.ub.edu/
bibliotecaDigital/cinema/filmhistoria/2001/sorlinentrevista.htm>, consultado 25 de oc-
tubre de 2014.
13
Lumiére, 1985.
14
Veyre, 1896.

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les, desfiles de modas, partidos de futbol, exposiciones; discursos políti-


cos, desfiles, inauguraciones; movimientos populares, manifestaciones,
huelgas. La suma de todo esto da como resultado un amplio panorama
de la historia del siglo xx, en el que casi todos los sucesos están repre-
sentados aunque de manera dispareja, porque finalmente, aunque la tec-
nología cinematográfica tuvo una enorme difusión y fue cada vez más
accesible, nunca dejó de ser limitada y de estar en manos de unos cuan-
tos privilegiados, no sólo por una cuestión económica. El registro fíl-
mico implicaba siempre un mínimo conocimiento técnico, preparación
(había que comprar película virgen, cargar la cámara, llevarla con uno) y
una cierta labor de posproducción (por lo menos, enviar el rollo a reve-
lar y esperar su regreso para poder verlo), por lo que puede considerarse
a quienes lo hacían, como cineastas, fueran profesionales o aficionados.
La situación cambió de manera radical poco antes de la llegada del siglo
xxi, cuando el desarrollo de la tecnología revolucionó las formas de re-
gistro y consumo.

La apreciación del cine escapa cada vez más a los especialistas y se vuelve
un objeto de la memoria colectiva, sujeta a constantes reformulaciones.
Las nuevas tecnologías están modificando completamente la recepción y
la percepción del cine, pasado y presente. Hasta hace unas tres décadas, la
memoria fílmica surgía y se transmitía en ámbitos restringidos, las filmo-
tecas y los cineclubs. Aún cuando éstos subsisten, los nuevos vectores de
difusión no han cambiado solamente las formas de consumo del cine, sino
también la configuración de la memoria cinematográfica.15

El texto anterior fue escrito hace más de diez años. Hoy en día, con
la revolución tecnológica digital, prácticamente cualquiera que cargue un
teléfono celular puede hacer su propio registro de la historia, por lo que
la cantidad de puntos de vista resulta enorme, hay tantos como cámaras
posibles, y se puede grabar casi en cualquier escenario y en cualquier cir-
cunstancia. En ese sentido, ha desaparecido el límite entre lo privado y lo
público, en la medida en que no hay lugar ni momento en que se pueda
tener la seguridad de que no hay una cámara grabando. Se ve todos los

15
Paranagua, 2003: 15.

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A propósito de Patricio Henríquez y Virginia Martínez

días en las noticias, se vio en Irak, en todos los levantamientos populares


en el norte de África y en Medio Oriente (Túnez, Egipto, Siria, Libia). A
diferencia del siglo xx, cuando podían existir uno o varios, pero siempre
limitados puntos de vista, el registro en el siglo xxi es el de una cámara
casi omnipresente y por lo mismo anónima, que está simultáneamente
en todos los frentes y no deja que nada se le escape. Como escribe Ariel
Direse, el acceso a la tecnología se ha democratizado y, al mismo tiempo,
su expansión da como resultado “una respuesta a los medios masivos en
la forma en que se difunde la información”.16
Más que nunca, esa cantidad de registros y de testimonios, ratifica la
imposible objetividad del documental. Porque cada una de esas cámaras
documenta una historia personal y subjetiva; distinta por el encuadre y
la intención a la que está a su lado. La Historia filmada sería la síntesis de
todas esas pequeñas historias, parciales, subjetivas y sobre todo verdade-
ras (en tanto que cada una expresa una verdad, su verdad).

El caso de Chile

Durante la segunda mitad de la década de los sesenta y principios de


los setenta hubo en casi toda Sudamérica una efervescencia popular
que, impulsada por el éxito en 1959 de la Revolución Cubana, vio como
posible una salida socialista para los problemas del continente. Como
consecuencia, a lo largo de esos años surgieron gobiernos, partidos y
movimientos que en diferente grado y medida pueden verse como re-
sultado de esas movilizaciones: la presidencia de Jânio Quadros y Jango
Goulart en Brasil a comienzos de los sesenta, el golpe militar de Juan
Velasco Alvarado de Perú en 1968, el breve gobierno de Juan José To-
rres en Bolivia en 1970-71, el triunfo de Salvador Allende en Chile en
1970 y la creación del Frente Amplio en Uruguay en 1971. Paralela-
mente, durante los años sesenta nacieron y se desarrollaron diversos
grupos guerrilleros, como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(mir) en Chile, los Montoneros en Argentina, los Tupamaros en Uru-
guay o la frustrada incursión del Che en Bolivia.

16
Direse, 2008: 5.

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En ese contexto, se da el surgimiento de la que se conocería como el


nuevo cine latinoamericano:

Cuba y Latinoamérica como espacio ideal traen para dentro de este segun-
do y decisivo periodo de asentamiento del documental la constatación de
que es posible un cine con recursos escasos, películas que al mismo tiempo
sean ejemplo de un proceso de toma de conciencia y de su transferencia
tanto hacia la teoría como hacia la actitud fílmica. El retorno de la subjeti-
vidad a la política se hace a través de la función central que se le concede a
la cultura por estar convencidos, como expresaron Birri o Sanjinés, de que
el imperialismo no sólo controla las fuentes de riqueza sino que trata de
secar las fuentes de la imaginación. La identidad entre cine y nación como
dialéctica creativa, como búsqueda de su propia tradición expresiva, como
programa de cine concreto y como declaración de amor entre el binomio
cámara-realidad, pueblo y autor. El término que unifica el escenario nuevo
para la representación será, precisamente, el de anti-imperialismo.17

La insurgencia generalizada, que más allá de sus matices tenía un


enemigo común, identificado en el dominio económico de Estados Uni-
dos y la voracidad desmedida de sus grandes empresas, llamó la aten-
ción de los países europeos, en particular de los sectores de izquierda de
Francia e Italia (aunque no solamente) interesados en conocer de prime-
ra mano un fenómeno que a todas luces aparecía como novedoso. Así,
diversos intelectuales europeos, periodistas, escritores, fotógrafos o ci-
neastas, visitaron los territorios en lucha. Evidentemente, el más atracti-
vo fue el caso chileno, porque aparecía como el segundo país socialista del
continente, después de Cuba, y al frente estaba un civil que había llegado
al poder por el voto de la mayoría. La experiencia de la Unidad Popular
fue noticia en todo el mundo y Salvador Allende se convirtió en una fi-
gura mediática, que destacaba además por su carisma.
Para documentar las acciones del gobierno chileno llegaron del ex-
tranjero cantidad de cineastas, de Cuba, México, Francia, Italia, la rda
y otros países.18 Al mismo tiempo, un grupo de cineastas más o menos
cercanos al gobierno impulsaron un proyecto de cine nacional centrado

17
Ledo, 2004: 119-120.
18
Como ejemplos, pueden citarse Torres (1972), Cuenca (1972) y Marker (1973).

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A propósito de Patricio Henríquez y Virginia Martínez

en los primeros tiempos en Chile Films, al frente de la cual estaba Mi-


guel Littin. En esos primeros años setenta se produjeron películas como
Compañero Presidente y La tierra prometida de Littin, Palomita blanca
de Raúl Ruiz, Voto más fusil y Metamorfosis del jefe de la policía política
de Helvio Soto, Ya no basta con rezar de Aldo Francia, El primer año y
La batalla de Chile de Patricio Guzmán, Venceremos y No es hora de llo-
rar de Pedro Chaskel, además de algunos noticieros e Informes sobre la
marcha del gobierno. En particular, La batalla de Chile19 aparece como
el gran documento cinematográfico sobre esos años, sobre todo porque
analiza globalmente y a lo largo de más de cuatro horas, todos los aspec-
tos previos al golpe, fraguado ante la imposibilidad de la oposición de
acceder al poder mediante las urnas, a pesar del apoyo de la prensa y de
los grandes capitales.
La batalla de Chile fue terminada por Patricio Guzmán en el exi-
lio en Cuba, y circuló ampliamente durante toda la década, junto con
una cantidad de otros títulos realizados también en el exilio, muchos de
ellos por nuevos cineastas chilenos. Porque el golpe y el exilio no dismi-
nuyeron el interés internacional por Chile. La represión violenta, des-
medida e injustificada hizo que muchos de quienes habían apoyado a
la distancia a la Unidad Popular se solidarizaran ahora con las víctimas
del terrorismo de Estado, encarnado en una figura que incluso física-
mente aparecía como la némesis de Salvador Allende: el general golpista
Augusto Pinochet. Desde el mismo día del golpe, el 11 de septiembre
de 1973, las dos figuras se repartirían las imágenes documentales, casi
siempre en papeles antagónicos: uno como héroe, el otro como verdu-
go del pueblo chileno. Una década después, el director de origen griego
Costa-Gavras ambientó Desaparecido20 en los días posteriores al golpe,
en un Santiago militarizado y en estado de sitio, filmado, por razones
obvias, en la ciudad de México. Que la película ganara la Palma de Oro
y el Premio al mejor actor ( Jack Lemmon) en el Festival de Cannes, e in-
cluso un Oscar al mejor guión en medio de fuertes polémicas, confirma
que el tema no había perdido actualidad. A poco menos tres décadas de

19
Guzmán, 1972-1979. La Batalla de Chile está compuesta por tres partes: La insurrección de
la burguesía, El golpe de Estado y El poder popular, que suman 272 minutos.
20
Costa-Gavras, 1982.

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La batalla de Chile, Patricio Guzmán retoma el asunto en dos películas


casi complementarias: El caso Pinochet 21 y Salvador Allende.22

Patricio Henríquez

Guzmán, aunque es el más reconocido, sobre todo, por el impacto que


hasta hoy sigue teniendo La batalla de Chile, es sólo uno de los muchos
cineastas chilenos que a partir de 1973 trabajaron en el exilio. El mismo
documentalista dice que “fue el grupo más potente de ‘cine en el exilio’
que haya generado nunca un país de América Latina, formado por per-
sonas que salieron de Chile en distintos momentos de la dictadura”, y
enumera una larga lista de nombres, entre los que se encuentra Patricio
Henríquez.23
Patricio Henríquez24 fue uno de los tantos chilenos a los que la dicta-
dura envió al exilio. Detenido el mismo día del golpe de estado y liberado
poco después, Henríquez salió para Canadá, su lugar de residencia desde
entonces, donde ha desarrollado una importante carrera como documen-
talista para la televisión pública canadiense. En los cuarenta años trans-
curridos desde que se exilió, ha filmado en muy diversos lugares desde
Palestina a Moscú, pasando por Bolivia, México, China, Nicaragua, Pa-
namá, Brasil, Timor Oriental y, por supuesto, Chile. Sin embargo, la di-
versidad geográfica no esconde la coherencia de su mirada, preocupada
por un lado por asuntos que tienen que ver directamente con las luchas

21
Guzmán, 2001.
22
Guzmán, 2004.
23
“Entre ellos estaban: Gastón Ancelovici (exiliado en Canadá), Jaime Barrios (exiliado en
Estados Unidos), Alejandra Carmona (Alemania), Samuel Carvajal (Alemania), Car-
men Castillo (Francia), Sergio Castilla (Suecia), Patricio Castilla (España), Pedro Chas-
kel (Cuba), Juan Downey (Estados Unidos), Jorge Fajardo (Canadá), Leopoldo Gutiérrez
(Canadá), Patricio Guzmán (España y Francia), Patricio Henríquez (Canadá), Douglas
Hübbner (Alemania), Orlando Lübbert (Alemania), Marilú Mallet (Canadá), Emilio Pa-
cull (Francia), Andrés Racz (Estados Unidos), Álvaro Ramírez (Alemania), Ronnie Ra-
mírez (Bélgica), Paula Rodríguez (Alemania), Raúl Ruiz (Francia), Valeria Sarmiento
(Francia), Claudio Sapiaín (Suecia), Angelina Vázquez (Finlandia), etc.” Guzmán, Patricio
(2004), El documental chileno. Una mirada panorámica (en línea), disponible en <http://
www.patricioguzman.com/index.php?page=articulos&aid=7>, consultado el 24 de octu-
bre de 2014.
24
Santiago de Chile, 16 de junio de 1948.

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A propósito de Patricio Henríquez y Virginia Martínez

populares, los derechos humanos, la intolerancia, la represión y la tortu-


ra, y por otro, por la necesidad de mantener viva la memoria y la verdad
(o las verdades) históricas. Sobre estos temas, Henríquez reflexiona:

Lo que ocurre es que la memoria humana es una capacidad que uno tiene
que no es eficaz ciento por ciento. Se puede almacenar mucha información
pero, inevitablemente, hay cosas que van quedando en el olvido. Y a veces los
olvidos se programan, también. Es terrible, porque lo que la memoria no
registra es como si jamás hubiera existido. Los manuales de historia tam-
bién ayudan a eso, pero creo que, como desgraciadamente la gente no lee, al
documental se le carga la responsabilidad de ser como un manual de histo-
ria. Y no es el medio adecuado, el libro de historia tiene un rigor que el do-
cumental no puede alcanzar porque es cine, y por lo tanto tiene una función
de entretenimiento, una estructura dramática. Los dos se complementan.”25

En sus inicios, en 1978, filmó Yasser Arafat y los palestinos26; re-


cientemente, realizó junto a Luc Côté otra película que incursiona en un
tema candente: en A usted no le gusta la verdad: 4 días en Guantánamo,27
presenta los interrogatorios extremos a que fue sometido un canadiense
menor de edad, Omar Khadr, tal como fueron registrados por las cáma-
ras de vigilancia del lugar.
Pero sin duda, tres de las películas más importantes de Henríquez
hablan de Chile, del golpe y de la dictadura. Son una vez más, las dos ca-
ras de La Moneda, y seguramente no es casual que hayan sido realizadas
una a continuación de la otra, en 1998 y 1999. La primera de ellas nació
casi como una película de encargo, para una serie sobre el último día de
vida de diversos personajes famosos; sin embargo, pronto se independizó
y cobró vuelo propio. 11 de septiembre, 1973. El último combate de Salvador
Allende,28 narra estrictamente eso: qué fue lo que pasó ese día y cómo

25
Varea, Fernando, “Es necesario tener un punto de vista abierto a la contradicción”, repor-
taje a Patricio Henríquez publicado con otro texto introductorio el 28 de septiembre de 2008
en suplemento Señales de la Cultura y la Sociedad del diario La Capital, Espacio Cine (en línea),
disponible en <http://espaciocine.wordpress.com/2009/09/09/patricio-henriquez/>, con-
sultado el 24 de octubre de 2014.
26
Henríquez, 1978.
27
Henríquez, 2010.
28
Henríquez, 1998.

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murió Allende. El asunto fue polémico, porque ante las hipótesis de sui-
cidio o asesinato, la izquierda chilena siempre sostuvo la segunda, por lo
que plantar ante la cámara un único testigo del suicidio de Allende, fue
visto por muchos como una traición. El propio Henríquez era conscien-
te del peligro: la declaración podía haber sido falsa. Pero el cineasta con-
fió en su entrevistado e incluso se arriesgó a que una autopsia posterior y
confiable, descalificara su toma de partido. No fue así, pero aunque lo hu-
biera sido, Henríquez estaba defendiendo una verdad, su verdad, que en
ese momento no podía ser cuestionada con ninguna prueba concluyente.
Después de Allende, Pinochet y la dictadura. Imágenes de una dicta-
dura29 es en muchos sentidos el complemento del filme anterior. En lo
formal, por ejemplo, si el primero es sobre todo una especulación acerca
de cómo murió Allende, apoyada en entrevistas con familiares y colabo-
radores, este segundo documental se apoya en la recuperación de mate-
riales de archivo. ¿Qué pasó después del golpe? Imágenes de una dictadura
registra quince años de historia, desde septiembre de 1973 hasta octubre
de 1988, cuando Pinochet deja la comandancia del ejército. Las imágenes
son de Raúl Cuevas, un osado camarógrafo que durante todo ese tiempo
se dedicó a filmar lo que estaba ocurriendo en el interior de un país en el
que aparentemente no pasaba nada. La enorme virtud de Henríquez es
haber trabajado con las imágenes de Cuevas para elaborar una historia,
una historia muy peculiar que no necesita narración ni personajes (salvo
en algunos casos, todos los que aparecen en el documental son seres anó-
nimos) y que sin embargo resulta conmovedora. Y por otro lado, a partir
de esos registros que podemos llamar objetivos, construye una toma de
partido personal, subjetiva, transformándolos mediante un hábil y cuida-
doso manejo de la estructura cinematográfica.
El tercer documental de Henríquez, El lado oscuro de La Dama
Blanca,30 vuelve al tema en torno a un hecho muy concreto: La Esmeralda,
buque escuela de la armada chilena desde mediados de los años cincuen-
ta, fue utilizado en los días posteriores al golpe como centro de detención
y cámara de torturas. Por allí pasó el sacerdote chileno-británico Miguel
Woodward antes de su desaparición y otro centenar de detenidos. A
raíz de estos hechos, la embarcación, también conocida como La Dama

29
Henríquez, 1999.
30
Henríquez, 2006.

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A propósito de Patricio Henríquez y Virginia Martínez

Blanca, se forjó una leyenda negra que ha llevado a que en los puertos a
los que arriba se realicen manifestaciones para hacer público su ominoso
pasado, que el enorme velero reaviva en cuanto aparece. Tras la belleza y
la majestuosidad de la impresionante goleta, que el algún momento fue
motivo de orgullo nacional, se ocultan crímenes y desapariciones que no
deben caer en el olvido.

El caso de Uruguay

El caso uruguayo presenta grandes diferencias con el chileno, tanto en


el plano político como en el cinematográfico. En el primero, porque a
diferencia de la Unidad Popular, el Frente Amplio, nacido de una coa-
lición de partidos de izquierda y centro izquierda, perdió las elecciones
de 1971. El deterioro económico del país, que provenía por lo menos
de mediados de los años sesenta, se fue acentuando en la década si-
guiente, con movilizaciones obreras y estudiantiles por un lado, repre-
sión, limitación a las libertades públicas, censura de prensa, por otro.
El golpe de Estado del 27 de junio de 1973, significó la agudización de
la situación, con mayor censura y represión y gran cantidad de presos y
exiliados, pero el país siguió en el mismo camino que transitaba desde
la década anterior, marcado por la dependencia económica, la inflación,
y la acusación de subversivo a todo aquel que protestara. El proceso
chileno, que se desarrollaba simultáneamente, atrajo la mirada de mu-
chos cineastas extranjeros, mientras que Uruguay debió de contentarse
con un espacio menor en la pantalla de televisión. Además, el registro
cinematográfico nacional de esos años es muy pobre, por la sencilla
razón de que, como lo explica Virginia Martínez, el cine uruguayo era
casi inexistente. Y el casi hace referencia a Mario Handler, un cineasta
que venía trabajando desde mediados de los años sesenta y el único que
contra viento y marea se había forjado una carrera y una obra, en con-
sonancia con otros cineastas latinoamericanos de la época.31 No es ca-
sual que el mismo año de surgimiento del Frente Amplio, la producción

31
Desde 1965, Mario Handler había realizado Carlos, cine-retrato de un caminante en Mon-
tevideo; Handler y Ulive, Elecciones (1966), Me gustan los estudiantes (1968), 1969: el
problema de la carne (1969) y Líber Arce (1970).

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cinematográfica uruguaya se limitara a tres cortos de carácter funda-


mentalmente propagandístico: Orientales al Frente,32 La bandera que le-
vantamos33 y La rosca.34
Si bien el golpe de Estado y la dictadura no pusieron a Uruguay
en un primer plano cinematográfico, si hubo un momento en que mu-
chas miradas se fijaron en el país, y fue durante la guerrilla tupamara. El
surgimiento y los éxitos de una guerrilla urbana en un pequeño país de
América del Sur fueron seguidos con mucha atención por las izquier-
das europeas, especialmente por la alemana. En 1972, el director greco-
francés Costa-Gavras, filmó en el Chile de la Unidad Popular, Estado
de sitio,35 un thriller político sobre el secuestro y posterior asesinato del
agente de la cia Dan Mitrione por los Tupamaros, que tuvo un gran éxi-
to internacional. Poco después, en 1974, el sueco Jan Lindkvist filmó un
documental titulado ¡Tupamaros! Y el interés ha seguido hasta la actuali-
dad, sobre todo a partir del inicio de la carrera política de José Mujica, ex
guerrillero tupamaro que llegó hasta la presidencia.
La inexistencia de un cine nacional y la pobreza de la televisión
impidieron que en Uruguay exista un registro importante del pasado
reciente. Existen testimonios y fotografías, pero muy poco material fil-
mado. Sin embargo, a comienzos de la década de los noventa sucedió
algo con lo que muchos habían soñado, incluso en épocas de bonanza
económica, y que siempre había parecido imposible: nació el cine uru-
guayo. Son dos largometrajes de ficción, muy diferentes entre sí, los que
pueden considerarse el punto de partida: El dirigible36 y La historia ver-
dadera de Pepita la pistolera.37 Si antes, como dice Virginia Martínez,
podía hablarse de una película cada 40 años, ahora se realizan varias por
año e incluso consiguen acceder a las salas comerciales y circulan por los
festivales internacionales. Es posible que este despegue esté íntimamen-
te relacionado con la aparición de la tecnología digital, que abarató cos-
tos y democratizó la posibilidad de filmar. Pero también hay algo de

32
Mussitelli, 1971.
33
Jacob y Terra, 1971.
34
Grupo, 1971.
35
Costa-Gavras, 1972.
36
Dotta, 1994.
37
Flores Silva, 1993.

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A propósito de Patricio Henríquez y Virginia Martínez

cierto en que cambió los mentalidad de los aspirantes a cineastas, ahora


menos preocupados por crear una industria o un cine nacional, que por
expresarse en lo personal.
Hay en los cineastas uruguayos un gran interés por realizar películas
de ficción, sin duda. Pero también muchos se han abocado al documen-
tal, que hoy en día puede trabajarse con tanta o más libertad que la fic-
ción, en el sentido en que no se trata de buscar una verdad única, objetiva,
sino una de las tantas verdades. Y varios de ellos están dedicados a revisar
el pasado y, a pesar de la escasez de registros, a mantener viva la memoria
reciente. Sobre esta escasez de registros dice Virginia Martínez:

El trabajo en el Uruguay con el archivo nunca es grato porque hay muy


poco. La memoria audiovisual de este país es muy débil, quizá otras me-
morias también sean débiles, pero la audiovisual especialmente. Es un
trabajo que muchas veces no da grandes satisfacciones porque no hay pro-
porción entre lo que se busca y lo que se encuentra. Creo yo que en el caso
de Ácratas38 no fue así, ya que en la medida en que decidí trabajar con
fotografía, ese mundo se me reveló como algo muy interesante y variado.
Hay épocas posteriores a las décadas en las que yo trabajé (los 20 y 30) en
las que hay muchísimo menos material fotográfico, menos aún si buscás
algunos temas específicos: no encontrás nada.39

La razón de esta escasez de materiales no es clara: “Yo creo que hasta El


dirigible (Pablo Dotta, 2004) se plantea un poco eso, siempre oí a Pablo
Dotta decir que de Baltasar Brum estaba la foto de antes de que se mata-
ra y la foto de después, tirado en el piso, y como que en el medio faltaba
algo. En los canales de televisión es muy poco lo que hay de material. No
sé cuál será la razón, pero creo que no ha habido políticas de Estado para
eso. Las políticas para la conservación, el mantenimiento, investigación,
catalogación de los archivos en general vienen del Estado en tanto no son
actividades lucrativas, y me parece que no las ha habido”.40

38
Martínez, 2000.
39
Diego Faraone, “Recuerdos reforzados”, entrevista a Virginia Martínez, Guía 50 (en línea),
disponible en <http://www.guia50.com.uy/virginia-martinez/>, consaltado el 25 de oc-
tubre de 2014.
40
Faraone, documento en línea citado.

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La escasez es cierta, sin dudas, pero resulta importante puntualizar


dos excepciones. Elecciones “generales”41 y Crónica desde el exilio,42 ambas
realizadas en el extranjero con el apoyo de Cinemateca Uruguaya. En
particular, el segundo documental intenta ser una reflexión totalizado-
ra sobre la historia uruguaya hasta los años de la dictadura, a la vez en el
terreno político y en el personal. Editada en España, donde reside el pe-
riodista televisivo y artista plástico Alexis Hintz desde 1973, la Crónica
desde el exilio43, significó más de una década de trabajo que no ha tenido
le repercusión que debiera.

Virginia Martínez

Virginia Martínez44 pasó en Uruguay los años de la dictadura. En el


momento del golpe, en 1973, era una adolescente que apenas cursaba
la secundaria. Después estudió historia, algo que se nota cuando uno ve
sus películas. En lo cinematográfico, fue socia de Cinemateca Uruguaya,
una institución que en tiempos de la dictadura tuvo una enorme impor-
tancia cultural y sirvió para reunir a una cantidad de gente que estaba
dispersa, sin muchos lugares a donde ir. En la segunda mitad de los años
ochenta fue directora de producción del Centro de Medios Audiovisua-
les (Cema), una de las dos empresas productoras de esos años previos
al surgimiento del cine nacional (la otra era Imágenes). Después dirigió
Tevé Ciudad, el canal de televisión de la Intendencia de Montevideo,
fue asesora de Televisión Nacional Uruguay y, en los últimos años, su
directora. Imparte clases de comunicación en la Universidad ort, ejerce
como periodista en El País Cultural y en Brecha, ambos de Montevideo, y

41
De Ferrari, 1985.
42
Hintz, 1987.
43
“He tenido acceso a uno de los testimonios audiovisuales que consideramos más impor-
tantes, no sólo por su contenido, sino también por su valor humano y simbólico: me refie-
ro al documental “Crónica desde el exilio” (1975-1984) elaborado por Alexis Hintz y su
esposa Elda que cuenta en clave personal y contextual el exilio.” Coraza de los Santos, En-
rique, ¿Quién hablará de nosotros cuando ya no estemos? Memoria e historia del Uruguay del
exilio a partir de un análisis bibliográfico, Universidad de Salamanca (en línea), disponible en
<http://www.eluruguaydelexilio.org/enrique.pdf>, consultado el 24 de octubre de 2014.
44
16 de noviembre de 1959.

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A propósito de Patricio Henríquez y Virginia Martínez

ha publicado varios libros, entre ellos Los fusilados de abril,45 Tiempos de


dictadura46 y Siglo de mujeres.47 Ha sido directora de producción de va-
rios documentales realizados por otros directores uruguayos, como José
Pedro Charlo y Aldo Garay (El círculo), Gonzalo Arijón (La sociedad de
la nieve) o Ricardo Casas (Palabras verdaderas).
Sus películas como realizadora buscan igualmente recuperar la me-
moria, evitar el olvido. Para ella,

Mostrar imágenes, contar relatos, ayuda a conocer una época… en mu-


chos casos épocas que han sido conflictivas, y que se ha tratado de que
se mantengan invisibles, en la oscuridad. Contar historias, mostrar imá-
genes, puede contribuir al conocimiento del pasado, emociona… Para
mucha gente un periodo determinado está representado en una película.
Pensemos por ejemplo en la construcción que se ha hecho de la guerra de
Vietnam a través del cine, de la Segunda Guerra… El cine no sustituye a la
historia, el cine no sustituye a la literatura, pero las imágenes y las historias
pueden ser un buen complemento, y lo pueden ser también en el plano de
la educación, para entrar a un tema.48

Una de esas historias conflictivas, oscuras y emotivas es la que pre-


senta la primera película de Virginia Martínez, realizada conjuntamente
con Gonzalo Arijón, Por esos ojos.49 Se acostumbra decir que la realidad
supera la ficción. Generalmente no pasa de ser una frase hecha, pero en
este documental guarda una gran verdad. La película aborda dos temas
nodales de la guerra sucia de los años setenta en los países del Cono Sur:
las desapariciones y la apropiación por parte de los represores de niños
recién nacidos de madres desaparecidas. La película sigue la búsqueda
de María Esther Gatti, quien durante dos décadas no cejó en sus esfuer-
zos para encontrar a su nieta, Mariana Zaffaroni, desaparecida junto a
sus padres cuando tenía 18 meses de edad. Pero la película trasciende la

45
Martínez, 2003.
46
Martínez, 2005.
47
Martínez, 2010.
48
Entrevista a Virginia Martínez, realizada por Canal 5, Montevideo, Uruguay, 15 de agosto
de 2014 (en línea), disponible en <http://www.youtube.com/watch?v=7CdEJEFxvyI>,
consultado el 23 de octubre de 2014.
49
Arijón y Martínez, 1997.

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Nelson Carro

denuncia, lo social y lo político, en el momento en que la joven Mariana


rechaza a su familia verdadera y elige quedarse con sus secuestradores,
con quienes ha vivido veinte años y a quienes reconoce y siente como sus
padres. La situación es mucho más compleja porque no pasa por la ra-
zón, sino por los sentimientos. Y una vez más queda claro que no existe
una sola verdad y que la mayor parte de lo sucedido durante la dictadura
no es fácilmente reversible, porque lo que está en juego es en definitiva la
condición humana, con todos sus matices y texturas.
El cortometraje Memorias de mujeres50 tiene una realización más
convencional. Consiste en una serie de entrevistas con mujeres que estu-
vieron detenidas en Punta de Rieles, el penal que entre 1973 y 1985 al-
bergó a las presas políticas. En este caso se trata de reconstruir la historia
pasada mediante los testimonios de quienes la vivieron. Ante la inexis-
tencia de imágenes que puedan ilustrar los hechos, se recurre a una des-
cripción detallada de los recuerdos de las protagonistas, tanto en lo que
tiene que ver con el lugar y su arquitectura insólita para una cárcel como
con la vida cotidiana en el encierro. Así, se habla de los pisos de mármol y
parquet, del ladrillo visto de las paredes, de los jardines y el zoológico, del
arribo de un circo, pero también de la llegada de las primera detenidas en
enero de 1973, provenientes de diversos cuarteles, de la tortura y de las
humillaciones sufridas, de los trabajos forzados, los uniformes grises y los
números, como si fuera un campo de concentración. Las entrevistas fue-
ron realizadas en el año 2005, veinte años después de la liberación de las
últimas presas políticas, pero los recuerdos permanecen vívidos.
En cambio, Las manos en la tierra51 se parece más a Por esos ojos. Am-
bas tienen algo de thriller, en la medida en que mantienen al espectador
en una tensión constante. Ambas también dejan claro que hay situacio-
nes que no pueden solucionarse y que la recuperación de la memoria,
aunque imprescindible para encarar el futuro, resulta muy dolorosa y no
siempre tiene un final feliz. En Las manos en la tierra, el tema es nue-
vamente la búsqueda de los desaparecidos, en este caso en las fosas de
la llamada Operación Zanahoria, planeada por los militares en los últi-
mos tiempos de la dictadura, para sacar los cadáveres de los cementerios
clandestinos de los cuarteles y enterrarlos nuevamente de pie y plantando

50
Martínez, 2005.
51
Martínez, 2010.

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A propósito de Patricio Henríquez y Virginia Martínez

árboles sobre ellos. El documental sigue a un grupo de investigadores fo-


renses de la Universidad de la República que realizan excavaciones tra-
tando de ubicar e identificar los cadáveres. Sin embargo, como en el caso
Por esos ojos, el rompecabezas nunca puede completarse. Porque si bien es
importante que los desaparecidos dejen de serlo; el final de la búsqueda
nunca resulta satisfactorio, porque no hay forma de que sea feliz.

La memoria

Las películas de Patricio Henríquez y Virginia Martínez son obras im-


portantes para la conservación de la memoria, para que las situaciones
vividas en Chile y Uruguay no caigan en el olvido. El cine demuestra ser
un buen medio para que el pasado permanezca vivo. Porque como dice
Carlos Mendoza, la cámara es una especie de ojo con memoria.

La memoria del documental retiene hechos reales, vida y muerte: el mo-


mento en que el león caza a la cebra, aquel en que los cadáveres son barri-
dos por un trascabo en el campo de concentración que les vio llegar con
vida; o la escena en que el camarógrafo capta a su último personaje: el
soldado que le dispara. Pero la memoria privilegiada del documental no
sólo lo es porque se nutra de imprimir en la película imágenes oportunas
o importantes, sino porque suele ubicar éstas en coordenadas que intentan
encontrar su significado profundo, porque intenta escarbar en ellas.52

El cine puede ser una herramienta eficaz para recuperar la memoria.


Una de tantas, que quizás tenga la ventaja sobre otras de que puede revi-
vir el pasado. Sin embargo, tanto Virginia Martínez como Patricio Hen-
ríquez coinciden en que aun en los casos en que se quiere hacer Historia,
el cine no puede aspirar a la objetividad, a las verdades absolutas. Por
más documentada que esté, la mirada del cineasta es una, la suya, deter-
minada por diversos factores, que tienen que ver con sus características
personales, su ideología, el momento en que se hizo la película, su rela-
ción con los hechos presentados, etcétera. Pero además, y en eso también

52
Mendoza, 1999: 118-119.

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concuerdan ambos cineastas, el cine documental, como la ficción, tam-


bién busca contar historias, elige ciertos personajes y una estructura na-
rrativa marcada por la subjetividad de quienes lo realizan. Y eso no debe
verse como una limitación, sino al contrario, como su gran virtud. La
Historia está conformada por una cantidad de pequeñas historias subje-
tivas y contradictoras, entre ellas las desarrolladas por el cine, imposibles
de dejar a un lado.

Referencias

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Flores Silva, Beatriz (1993). La historia casi verdadera de Pepita la pistolera,
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tralia-Gran Bretaña, Les Films Adobe, 100 minutos.
Henríquez, Patricio (2006). El lado oscuro de La Dama Blanca, Canadá, Patri-
cio Henríquez, 52 minutos. Director: Patricio Henríquez, guión: Patricio
Henríquez, fotografía: Raúl Cuevas, Rénald Bellemare, Silvestre Guido,
Ricardo Correa y Patricio Henríquez, música: Robert Marcel Lepage, edi-
ción: Michel Grou, sonido: Alain Gueda, Pablo Pinto, Alexander Mede-
ros y Philippe Scultéty.
Henríquez, Patricio (1999). Imágenes de una dictadura, Canadá, Macumba
International, 55 minutos. Director: Patricio Henríquez, guión: Patricio
Henríquez, fotografía: Raúl Cuevas, música: Robert Marcel Lepage, soni-
do: Jorge Báez y Pepe de la Vega, edición: Jean-Marie Drot.

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A propósito de Patricio Henríquez y Virginia Martínez

Henríquez, Patricio (1998). 11 de septiembre, 1973. El último combate de Sal-


vador Allende, Canadá-Francia, Macumba International/Méditerranée
Film Production, 56 minutos. Director: Patricio Henríquez, guión: Pie-
rre Kalfon y Patricio Henríquez, fotografía: Rénald Bellemare, música:
Guillermo Rifo y Horacio Salinas, sonido: Philippe Scultéty, edición:
Aube Foglia.
Henríquez, Patricio (1978). Yasser Arafat y los palestinos (Yasser Arafat et les
palestiniens), Canadá, Patricio Henríquez, 58 minutos.
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minutos.
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Cinemateca del Tercer Mundo, 13 minutos.
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30 minutos.
Martínez, Virginia (2000). Ácratas, Uruguay, Buen Cine, 73 minutos.
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icau-tnu-Tevé Ciudad-Doctv ib, 52 minutos. Directora: Virginia Mar-
tínez, guión: Virginia Martínez y Gonzalo Arijón, fotografía: Christián
Quijano, música: Herman Klang, edición: Federico de la Rosa, sonido:
Álvaro Mechoso y Álvaro Rivero.
Mussitelli, Ferruccio (1971). Orientales del Frente, Uruguay, Ferruccio Mussi-
telli, 20 minutos.
Renoir, Jean (1938). La Marsellaise (La Marsellesa), Francia, r.a.c, 126 minutos.
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Anexo II
Tiempo y verdad:
reflexiones de los documentalistas*

Patricio Henríquez

No soy muy amigo de las definiciones porque para nosotros, cineastas,


pueden ser válidas la primera vez, pero a la vez siguiente no se aplican de
la misma manera, y si uno se apega demasiado a las definiciones, estas
pueden tener a menudo un efecto muy paralizador y frustrante. Enton-
ces, nos conviene que los temas que abordamos no queden absoluta-
mente resueltos y sean tratados con cierta ausencia de nitidez. Dicho
esto, cuando uno acepta participar en un encuentro como este, es inevi-
table tratar de establecer algunas nociones.
Los temas que hoy nos convocan, cine, historia y memoria, son tres
cosas que pueden estar conexas, pero que son diferentes. El lazo entre
cine y memoria quizá sea más directo porque el cine —sea documental o
de ficción, pero sobretodo el documental— es de todas maneras memo-
ria. Incluso cuando en la propuesta del cineasta no haya una intención de
preservar registros para el futuro. El solo hecho de grabar en alguna par-
te, o de filmar en la época en que se desarrolla el tema de la película, ya es
memoria. El corto viaje de la imagen, de la luz, para imprimirse, ya sea en
una carta de video o en la emulsión de una película, ya impone un espacio
de tiempo que la distancia del presente inmediato.

* Los testimonios que aquí se ofrecen han sido retomados de la versión estenográfica que re-
coge las intervenciones de estos protagonistas de los acontecimientos durante el Coloquio
Internacional “Chile-Uruguay: 40 años de los golpes de Estado”, celebrado en la ciudad de
México en junio del 2013.

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

Sin embargo, el documental trabaja no contra, sino con el tiempo.


Por ejemplo, si alguien estaba filmando ayer las manifestaciones en el
Zócalo, es probable que de aquí a uno, dos o tres años, podamos ver un
documental sobre lo que estaba pasando ayer. Va a ser ciertamente una
mirada mucho más serena, mucho más profunda —dicho con modes-
tia— que lo que el boletín de noticias de la televisión pueda entregarnos
en las horas siguientes. Pero sobretodo si la película aparece de aquí a
algunos años, ella será un aporte de memoria simplemente en razón del
tiempo pasado entre el momento de la filmación y el momento del en-
cuentro de ese registro con un público espectador. Y ese espacio de tiem-
po constituye además para el documentalista un elemento precioso que
favorece la creación, la reflexión y la emergencia de dudas, muchas du-
das. Dicho sea de paso, pienso que mientras más uno avanza en la prác-
tica de este oficio, más dudas tiene uno, y menos certezas. Esto, en sí, no
es en absoluto negativo, a condición de que la duda no sea paralizadora,
lo que puede suceder.
De manera, entonces, que la memoria es inherente al trabajo del
documentalista.
Detengámonos un momento en la noción de memoria: es una facul-
tad humana extraordinaria. Se ha calculado que cada ser humano podría
almacenar en su memoria el contenido de todos los millones de volúme-
nes de una biblioteca mayor del mundo. Sin embargo, los científicos han
calculado también que los seres humanos no utilizan más que una diez-
milésima parte de su capacidad de memoria. De manera que la memoria,
como toda facultad humana, es imperfecta porque [es] selectiva y subje-
tiva. Lo que un ser humano recuerda está determinado por una cantidad
impresionante de factores diversos. Y quizá sea apropiado hablar de me-
morias en plural, más que en singular. Lo que [a] fuerza el documentalis-
ta tiene [que] plantearse la cuestión a propósito de qué tipo de memoria
va a utilizar para iluminar su investigación del pasado. Al resolver esta
disyuntiva, estará también determinando el tipo de Historia que quie-
re tratar cinematográficamente, porque también el concepto de Historia
tiene que ser visto en modo plural si se pretende responder a preguntas
como ¿qué visión de la Historia? o ¿cuál verdad histórica?
Hay otra definición de memoria —y esto para contradecir lo que dije
al principio a propósito de mi aversión por las definiciones— que dice lo
siguiente: “La memoria humana es la capacidad de contemplar el pasado”.

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Anexo II. Tiempo y verdad: reflexiones de los documentalistas

Esta definición me encanta por su simple belleza y porque se aplica per-


fectamente al cine. El cine documental contribuye a la contemplación del
pasado. Es lo que hacemos, contemplar el pasado.
Ahora bien, cuando hablamos de Historia es esencial que el aporte
de los cineastas a la memoria colectiva sea sometido a una visión crítica e,
incluso, a algún tipo de resistencia. Un documentalista que propone una
visión histórica no es necesariamente un historiador. Mi amiga Virginia
Martínez, aquí a mi lado, sí, pero ella es una excepción porque acumula
los diplomas, entre ellos los de historiadora y de cineasta. Pero muchos,
yo diría la gran la mayoría de los realizadores que se interesan en la his-
toria, no son historiadores, son en primerísimo lugar, cineastas. Cuando
yo veo las películas de Virginia lo que percibo es su propuesta cinemato-
gráfica, necesariamente diferente —por una cantidad de razones— de lo
que sería su propuesta como historiadora, que estaría escrita muy proba-
blemente en un manual. De partida, ya hay dos universos diferentes: el de
la palabra escrita y el de la imagen, acompañada de la palabra oral, ambas
organizadas cinematográficamente.
Yo diría que hay entonces que ver todo documental como una obra
cinematográfica y por ende —y dicho con modestia— como una propo-
sición artística. Y esto es a mi juicio, cuestión de responsabilidad y de
respeto por el oficio que practicamos. Si convenimos que el cine es una
manifestación artística, tenemos que aceptar necesariamente su subjetivi-
dad y, por ende, su imperfección. No quiere decir esto que por otro lado
el manual de Historia sea infalible, pero esperamos del historiador que
establezca de la manera más rigurosa una visión “objetiva” de los hechos
del pasado. Metódicamente, el historiador tiene que validar su versión de
la historia, aplicando normas rígidas de investigación y multiplicando en-
tre otras cosas, sus fuentes de información.
El cineasta no está sujeto —o no debiera estarlo— al respeto de las
mismas reglas, porque lo que él hace es simplemente cine, es decir una
representación libre y subjetiva de la realidad pasada. La obra cinemato-
gráfica no responde a las mismas exigencias que un manual de Historia.
Y esto, por múltiples razones. Basta pensar en las elipsis, esos saltos en el
tiempo tan presentes en toda película que nos permiten contar en 90 mi-
nutos una historia que ha podido acontecer realmente en un periodo de
tres, cinco o diez años. Es evidentemente imposible, e innecesario, repro-
ducir el tiempo real en que las cosas ocurrieron. Esto fuerza al cineasta a

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

efectuar una síntesis del pasado, que implicará inevitablemente descartar


en el proceso de montaje una cantidad impresionante de elementos para
satisfacer la duración aceptable de su película. Este proceso es, en lo que
me concierne, la etapa más angustiante en la realización de un documen-
tal. Asumir la responsabilidad del contenido que los espectadores verán
es para un cineasta un deber relativamente fácil de cumplir. La crítica y la
reacción del público contribuyen al ejercicio. Pero asumir la responsabili-
dad de lo que el espectador no verá probablemente jamás —todo aquello
que fue descartado en el montaje— es una cuestión mucho más compli-
cada, justamente porque al cineasta le corresponde tomar solo, a lo sumo
con la ayuda de su editor, esa decisión fundamental entre lo que será o no
será visto. Para un historiador, este dilema es infinitamente menos im-
portante, un libro puede más fácilmente incluir uno o varios capítulos
más y la perspectiva de un segundo o tercer volumen es definitivamente
más factible que en el caso de una película.
Virginia Martínez decía que ella en sus películas cuenta historias. Yo
también quiero contar historias. Para ello, generalmente, es preciso escri-
bir un guión que contenga una estructura dramática, una línea narrativa
capaz de provocar el interés del espectador y de mantenerlo hasta el fi-
nal de la película. El cineasta filma con esa intención. En el documental,
el guión sufre habitualmente una transformación importante en el mon-
taje, en donde surgen casi siempre otras estructuras posibles. El monta-
je es un ejercicio creativo complejo y, a veces, misterioso y sorprendente.
Al ordenar el material filmado en secuencias se impone a menudo por sí
misma una estructura que no estaba prevista. Acontece que una secuen-
cia pueda satisfacernos mientras está siendo montada aisladamente, pero
que no funcione en absoluto cuando se la integra al conjunto, conspi-
rando incluso contra la eficacia de la estructura global. En tales casos, no
siempre logra uno encontrar una explicación racional al problema, segu-
ramente porque el lenguaje cinematográfico no puede ser encasillado en
márgenes demasiado herméticos. Lo más probable es que esa secuencia
sea descartada aún cuando su contenido sea pertinente para la película.
Una decisión de este tipo es perfectamente justificable en el cine, no así
en el manual de Historia.
Lo que quiero evocar es que el historiador, en el ejercicio de su ofi-
cio, responde a un conjunto de reglas muy claramente establecidas. El
trabajo del cineasta se desarrolla, necesariamente, en un terreno mucho

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Anexo II. Tiempo y verdad: reflexiones de los documentalistas

menos nítido. Los recursos cinematográficos son profundamente subje-


tivos. La imagen, el sonido, la emoción, la música, el montaje, entre otras
cosas, son ingredientes a los cuales el cineasta no renunciará por fideli-
dad a la Historia.
Así entonces, el documental es una representación cinematográfica,
una creación artística que no debiera ser considerada por el espectador
como una verdad absoluta con respecto a la Historia.
Ahora, yo digo esto sabiendo perfectamente que vivimos en una épo-
ca en que desgraciadamente la gente ya no lee. A Gutenberg lo enterra-
mos hace un tiempo y entonces cuando un ciudadano común demuestra
un conocimiento de un episodio de la Historia reciente o pasada, es muy
probable que él sepa de eso porque vio un documental y no por que lo
haya leído en un libro de Historia. Y yo no me regocijo con eso, porque
creo que eso nos confiere a los documentalistas una responsabilidad que
no debiéramos de asumir. No tenemos las espaldas tan anchas para asu-
mir ese tipo de deber.
Las diferencias entre los historiadores y los cineastas se manifiestan
a menudo de manera frustrante cuando estos deciden colaborar para
la producción de una película. Así lo consigna el historiador estadou-
nidense Robert Rosenstone en un excelente artículo titulado: La his-
toria en imágenes, la historia en palabras. Reflexiones sobre la posibilidad
real de llevar la Historia a la pantalla.1 Dos libros de Rosenstone cons-
tituyeron la base de dos películas para las cuales él trabajó: la primera
fue una ficción de Hollywood de 50 millones de dólares, producida en
los años ochenta, que se llamó Reds (Rojos); se basaba en la historia de
John Reeds, el periodista que escribió Los diez días que estremecieron al
mundo sobre la revolución de 1917, y que murió en la Unión Soviética.
La segunda película fue un documental titulado The good fight (La bue-
na pelea),2 sobre la brigada Abraham Lincoln, un batallón compuesto de
voluntarios estadounidenses que combatió al lado de los republicanos

1
Texto aparecido en el “Forum”, The American Historical Review, vol. 93, núm. 5, diciembre
1988, pp. 1173-1185, tomado de Rosenstone, Robert, “La historia en imágenes, la historia
en palabras. Reflexiones sobre la posibilidad real de llevar la Historia a la pantalla”, en Istor,
año v, núm. 20, primavera, 2005, pp.91-118, disponible en <http://www.istor.cide.edu/
archivos/num_20/dossier5.pdf>, consultado el 2 de junio de 2014.
2
Rosentone fue asesor histórico de ambos films (Beatty, 1981; Buckner, 1984).

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en España. He aquí lo que el historiador Robert Rosenstone escribió


sobre su incursión en el cine:

Para un historiador académico involucrarse en la industria cinematográ-


fica es una experiencia tan estimulante como perturbadora. Estimulante
por razones obvias: el poder del medio visual; la oportunidad de escapar
de las solitarias profundidades de la biblioteca para unirse con otros se-
res humanos en una empresa común; la deliciosa idea del amplio públi-
co potencial al que llegarán las investigaciones, análisis y textos propios.
Perturbadora por razones igualmente obvias: no importa cuán serio y ho-
nesto sea el director, ni cuán comprometido esté con el tratamiento fiel del
tema, la historia que finalmente se proyecta nunca puede satisfacer com-
pletamente al historiador como tal (aunque puede satisfacerlo en tanto
espectador de cine). Inevitablemente, algo sucede en el tránsito del texto
a la pantalla que cambia el significado del pasado como lo entendemos
aquellos que trabajamos con palabras.3

Rosenstone reconoce sin embargo cierto valor a Reds y a The Good


Fight, como aporte a la Historia:

Ambas son obras bien realizadas y cargadas de emoción, que mostraron


a un gran número de personas un tema histórico tan importante como
olvidado, aunque previamente conocido por los especialistas y los viejos
izquierdistas. Cada película pone en la pantalla un tesoro de auténticos
detalles históricos. Ambas humanizan el pasado, convirtiendo a antiguos
sospechosos radicales en seres humanos admirables. Ambas proponen
—si bien indirectamente— una interpretación de su tema, entendiendo
el compromiso político como una categoría a la vez personal e histórica.
Ambas conectan el pasado con el presente al sugerir que la salud de un
cuerpo político, y del mundo mismo, depende de tal compromiso.4

Después de ese preámbulo, Robert Rosenstone afirma que el pro-


blema más serio que se encuentra el historiador en el cine proviene de la
naturaleza y demandas del propio medio visual. Y esto, en gran parte de-

3
Rosenstone, documento en línea citado, p. 91.
4
Ibid., p. 92.

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Anexo II. Tiempo y verdad: reflexiones de los documentalistas

bido a las limitaciones inherentes —según Rosenstone— al documental


como medio de plasmar la Historia.

Algunas de ellas las sentí durante mi experiencia en The Good Fight.


Cuando estaba escribiendo para esta película, los directores frustraron mi
intento de mencionar la posibilidad de “terrorismo” estalinista entre las
filas. La objeción de los realizadores era que no podían encontrar material
visual para ilustrar esta idea y eran inflexibles respecto de que el film no
se tornara estático o “platicado”; el tema era demasiado complejo para tra-
tarlo al pasar, y la película —como siempre— contaba con tanto material
fílmico aprovechable que ya corría el riesgo de quedar demasiado larga.
Esta decisión de sacrificar la complejidad frente a la acción, que comparte
la mayoría de los documentalistas, destaca una de las convenciones del
género: el documental está sometido a la tiranía doble —es decir, a la ideo-
logía— de la imagen necesaria y del movimiento perpetuo. Y pobres de los
aspectos de la historia que no puedan ilustrarse o resumirse rápidamente.5

El texto de Rosenstone ilustra magníficamente la diferencia entre ci-


neasta e historiador, entre cine e Historia. No le exigimos a un manual
de Historia que nos emocione, esperamos que nos instruya, que nos in-
forme, que nos haga entender las cosas, y a menudo eso pasa más por
la racionalidad que por la emotividad. Para nosotros, cineastas, la emo-
ción es por el contrario un ingrediente fundamental para nuestro tra-
bajo. Estamos en permanente búsqueda de testimonios que conlleven
emociones, pero habitualmente nada ni nadie nos puede asegurar que
esos testimonios establecen el reflejo fiel de una realidad. El testigo, ob-
viamente subjetivo, es para nosotros un personaje cinematográfico, con
el cual establecemos una relación compleja de confianza. Nos basamos
en su relato para restituir un episodio del pasado. Pero, ¿qué parte de
su testimonio responde verdaderamente a la realidad pasada? ¿Qué otra
parte deforma, consciente o inconscientemente, el pasado? Lo cierto es
que no lo sabemos. ¿Cuáles son entonces los recursos a nuestro alcance
para evitar poner en pantallas de diversos tamaños una interpretación
falsa de la Historia? No hay muchos. Quizás cierta dosis de escepticismo

5
Ibid., p. 101.

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

combinada con ese elemento perfectamente imperfecto que es la intui-


ción. Todo lo anterior sometido a un examen constante de otro ingre-
diente igualmente subjetivo: la integridad.
Tengo la convicción de que al incursionar en la Historia, camina-
mos sobre un terreno de una gran fragilidad, tapizado de matices. Esto
lo percibí personalmente cuando realicé mi documental “11 de septiembre
de 1973: El último combate de Salvador Allende”,6 que narra los eventos de
ese día fatídico en la historia de Chile. Obviamente el documental aborda
el tema delicadísimo de la muerte del presidente chileno. Delicadísimo
porque hubo, desde el momento mismo en que se extinguió su existen-
cia, una polémica —a mi juicio, absurda— que enfrentaba dos versiones.
El mismo 11 de septiembre, la dictadura anunció que Salvador Allende
se había suicidado en el momento en que los golpistas entraban al palacio
presidencial de La Moneda, con una metralleta AK 47 que le había rega-
lado su amigo Fidel Castro, la misma que Allende había empuñado du-
rante todo ese día ofreciendo una increíble resistencia al ataque por tierra
y aire de todas las Fuerzas Armadas del país. Al día siguiente, ya en el exi-
lio, portavoces de la izquierda chilena, acusaban a la dictadura de haber
acabado con la vida del presidente en el curso de un desigual combate con
militares que habían llegado al segundo piso de La Moneda.
Más tarde, se agregaron detalles a esta versión. Allende habría mata-
do a varios militares durante ese combate mientras arengaba a sus parti-
darios y gritaba: ¡Allende no se rinde!
La dictadura seguía manteniendo: “¡Se suicidó!” Mientras la izquier-
da respondía: “¡Ustedes lo mataron!” Durante años —y aun hoy en día—
la polémica continuó. Nunca entendí la utilidad de tal debate. En primer
lugar, porque el 13 de septiembre de 1973, preso en el Estadio Chile de
Santiago, me encontré con el doctor Danilo Bartulín, uno de los médicos
de Salvador Allende, que había permanecido junto al presidente en el pa-
lacio presidencial el día del golpe. Bartulín me dijo entonces que Allende
se había suicidado. No me recuerdo si me dijo si él había presenciado o
no el suicidio, pero naturalmente, yo le creí. Con el tiempo, me pareció
también coherente que el presidente se hubiese quitado la vida. Él había
dicho en múltiples ocasiones que ante la eventualidad de un golpe militar,

6
Henríquez, 1998.

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Anexo II. Tiempo y verdad: reflexiones de los documentalistas

no saldría vivo de La Moneda. Me parecía que Salvador Allende, conse-


cuente y coherente, podía haber recurrido al suicidio para respetar su pa-
labra. Por lo demás su muerte, aun provocada por él mismo, era de todas
maneras imputable a los golpistas chilenos, tanto militares como civiles.
Tal era mi punto de vista cuando en 1997, en el curso de mi investi-
gación para realizar ese documental, encontré al doctor Patricio Guijón,
otro miembro del equipo médico que acompañaba al presidente benévo-
lamente 24 horas por día. Mi objetivo era construir el relato de la pelícu-
la en base a los testimonios de la gente que había estado en La Moneda
el 11 de septiembre al lado del presidente. Todas las entrevistas que hice
coincidían en señalar que a principios de la tarde de ese día, cuando el pa-
lacio presidencial ardía y su estructura se desmoronaba, Salvador Allen-
de había tomado la decisión de rendirse. “Para preservar nuestras vidas”
me confió Miria Contreras, la fiel secretaria del presidente que perma-
neció en el Palacio hasta las ultimas consecuencias. Allende organizó la
rendición y formó a los resistentes en fila india a lo largo de una escala
entre el primer y el segundo piso. Bajó entonces hasta el primer peldaño,
agradeció a todos la lealtad y la valentía y subió por la escala estrechan-
do la mano a todos los que lo habían acompañado. Les ordenó abrir la
puerta del primer piso y les dijo que salieran y que el sería el último en
abandonar el Palacio. El doctor Guijón, que estaba en la mitad de la fila,
tuvo entonces la siguiente reflexión, incluida obviamente en mi película:

Yo tengo tres hijos hombres que en ese momento eran niños. Yo dije, pri-
mera vez que estoy en una guerra, cómo no les voy a llevar un recuerdo. Y
en ese momento pensé que el recuerdo más impresionante era la máscara
antigases que nos habían dado para el caso de una emergencia, y eso fui a
buscar, y yo suponía que estaba más o menos al final del corredor. Y en el
momento en que voy llegando seguramente al fondo en fin, o antes, veo
una puerta abierta que hasta ese momento había estado cerrada y frente a
la puerta había un sofá, en el otro extremo de la sala, donde estaba Allende.

Yo ví en el momento que entré, que Allende en el momento de sentarse, se


disparaba con la metralleta entre las piernas.

Y quedó en el sillón con la metralleta entre las piernas y prácticamente sin


la parte superior del cráneo que voló enteramente.

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

Y en esos momentos estábamos, realmente estaba el presidente muerto y


estaba yo solo en la pieza, no había nadie más. Así es que yo tuve tiempo
de tomar un pequeño asiento que había y colocarlo al lado del presidente.
Realmente yo sentí que era como un compromiso final mío quedar cui-
dando el cadáver.7

Por esas cosas del destino, el doctor Patricio Guijón fue el único tes-
tigo ocular de la muerte de Salvador Allende. Imposible “validar” su tes-
timonio con una segunda o tercera fuente. Pero ninguna otra persona
presente en La Moneda ese día presenció un combate al interior ni afir-
mó haber visto morir a Salvador Allende acribillado por los militares.
Dadas las circunstancias, sólo me quedaba mi intuición para determinar
la autenticidad del testimonio. Me llamó la atención la manera en que
Guijón introduce su relato, esa referencia a sus niños y a su deseo de lle-
varles un “recuerdo”. Un detalle sin dudas, pero revelador de veracidad,
porque no me da la impresión que alguien que quiere traicionar la verdad
se fije justamente en esos detalles. Además, a mí la mirada, la manera de
contar, los gestos, el silencio, la emoción de Patricio Guijón me conven-
cieron. Pero esta convicción no tiene ninguna base científica.
En 1990, cuando el cadáver de Allende fue trasladado desde la tumba
casi anónima en donde había sido exhumado en 1973 al Cementerio Ge-
neral de Santiago, con los honores debido a su rango y a su estatura moral,
se efectuó una autopsia que concluyó que el presidente se había suicidado.
Pero la polémica no se terminó allí. Esa autopsia no había sido hecha
en el marco de una investigación judicial, por lo que mucha gente seguía
dudando de la tesis del suicidio. Y de hecho, muchos espectadores, inclu-
so amigos, me criticaron cuando mi documental salió en 1998, acusán-
dome de avalar la versión de la dictadura.
Durante los años siguientes, las versiones más descabelladas siguie-
ron surgiendo acerca de la muerte de Allende. Los causantes en ellas
iban desde los militares chilenos hasta Fidel Castro, quien habría orde-
nado su ejecución, pasando por los propios miembros de la seguridad
presidencial.

7
Entrevista al doctor  Patricio Guijón, realizada por Patricio Henríquez, en Santiago de
Chile, el 4 de abril de 1996.

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Anexo II. Tiempo y verdad: reflexiones de los documentalistas

En el año 2011, el juez chileno Mario Carroza abrió una investi-


gación para determinar las causas de la muerte de Salvador Allende. El
cadáver del mandatario fue nuevamente exhumado para ser sometido a
otra autopsia practicada bajo la supervisión y responsabilidad del Servi-
cio Médico Legal de Chile y con participación de expertos extranjeros.
Debo confesar que en ese momento, dada la seriedad y el rigor cien-
tífico de la investigación, fui presa de muchas dudas. Ya describí toda la
credibilidad que le acuerdo al doctor Patricio Guijón. Pero, ¿cuál sería mi
posición si la autopsia probara que el presidente había sido asesinado?,
¿cómo podría negar yo la validez de una verdad científicamente probada?
El 29 de diciembre de 2011, el juez Mario Carroza decretó el cie-
rre del caso. El equipo multidisciplinario de peritos determinó que “La
muerte del presidente Salvador Allende se produjo como consecuencia
directa de un disparo realizado bajo el mentón que le produjo la destruc-
ción de la cabeza y la muerte inmediata, lo que interpretamos como sui-
cida desde la perspectiva forense”.
Cuando supe de la noticia, experimenté naturalmente cierto alivio,
pero estuve consciente inmediatamente de que la autopsia podría muy
bien haber probado lo contrario y en tal caso mi dilema, el dilema de tan-
tos compañeros cineastas, habría resurgido enteramente. ¿Qué habría di-
cho yo si la ciencia hubiera rechazado mi tesis? Creo que en primer lugar
habría reconocido que yo no había sostenido la verdad; pero inmediata-
mente, habría dicho que a mi personaje, a mi testigo, Patricio Guijón yo
le seguiría creyendo. Enorme contradicción, ciertamente. Pero ella prue-
ba la fragilidad de los elementos con que trabajamos los documentalistas.
Y espero que esto sea una motivación para que el espectador vea siempre
nuestro trabajo de cineastas con una mirada crítica y un tanto escéptica.

Referencias

Bibliografía

Reed, John (1919). Los diez días que estremecieron al mundo, Estados Unidos,
Boni & Liveright, Inc/International Publishers-editorial del Partido Co-
munista de los Estados Unidos.

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

Videografía

Beatty, Warren (1981). Reds, Estados Unidos, Warren Beatty, 200 minutos.
Buckner, Noel, Mary Dore y Sam Sills (1984). The Good Fight: The Abraham
Lincoln Brigade in the Spanish Civil War, New York, First Run Features
and Kino International, 98 minutos.
Henríquez, Patricio (1998). 11 de septiembre, 1973. El último combate de Sal-
vador Allende, Canadá-Francia, Macumba International/Méditerranée
Film Production, 56 minutos. Director: Patricio Henríquez, guión: Pie-
rre Kalfon y Patricio Henríquez, fotografía: Rénald Bellemare, música:
Guillermo Rifo y Horacio Salinas, sonido: Philippe Scultéty, edición:
Aube Foglia.

❖❖❖

Virginia Martínez

Sobre el propósito de los documentalistas, y sobre los retos que asumen


a la hora de realizar sus películas, vayan las siguientes reflexiones que
parten de mi experiencia personal.
Cuando comienzo a trabajar en un documental no me guía un man-
dato o una misión sino que, más allá del efecto que luego pueda tener la
obra, lo que pretendo es contar una historia. Hay una intención de na-
rrar que es cinematográfica y que puede asumir el género de ficción o el
documental. Muchas veces, cuando uno le cuenta una historia impor-
tante o sorprendente a alguien la respuesta es: “qué buena historia para
una ficción”. Como si la ficción fuera el género que mejor pudiera abordar
cualquier historia. Los documentalistas, en cambio, decimos “qué buena
historia para un documental”. Porque entendemos que el documental es
un género rico para dar cuenta de historias grandes y pequeñas, singula-
res y colectivas.
Entonces hay en mí, en primer lugar, una voluntad, una intención de
contar una historia partiendo de la base, además, de que aun en caso que
uno se proponga filmar “la Historia”, el documental no deja de ser, y por
suerte es así, una visión subjetiva de la realidad. En la elección del tema
de la obra y en la elección de los sujetos dramáticos que testimoniarán y

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Anexo II. Tiempo y verdad: reflexiones de los documentalistas

sostendrán la trama narrativa y en el tono que se elija para narrarla está


presente la subjetividad del realizador, su mirada. Hay una visión subje-
tiva y eso es de lo más atractivo que tiene el género documental. Hoy ya
nadie hoy tiene como referencia los documentales épicos de la Segunda
Guerra Mundial, con una voz en off omnipresente, sino que se da lugar
a la voz autoral.
Por otro lado, históricamente, el documental ha tenido una vocación
de denuncia. De hacer conocer y contar historias de débiles, de derrota-
dos, de gente que no tiene voz. Ejemplo de ello son Tiré dié,8 La hora de
los hornos,9 Now.10 El documental busca transmitir, hacer saber, interpe-
lar. Esa no es, claro está, la misión de los documentales pues los hay de
todo tipo pero sí existe una rica tradición, sobre todo en nuestro conti-
nente, de un documental ligado a la lucha política, a los movimientos so-
ciales, a la lucha por la recuperación de la memoria. Mi trabajo se inscribe
en esa corriente.
Nuestros documentales pueden exhibirse en sala o en televisión,
cosa que en Uruguay es bastante infrecuente. A excepción de la televisión
pública que compra documentales, este no llega a la pantalla, y tiene una
circulación marginal. Cierto es que ha habido excepciones. Existen do-
cumentales “taquilleros” en sala como Aparte,11 pero son eso, excepciones.
De ahí que el documental no solo esté vinculado a una temática, a un tipo
de historias sino que está también ligado a una modalidad de difusión,
que lo instala en las organizaciones sociales, en clubes, organizaciones de
derechos humanos, entre otras. Esas son instancias que poco tienen poco
que ver con la distribución comercial.
Tradicionalmente, Uruguay fue un gran consumidor de cine, pero
durante mucho tiempo no fue productor. Eso comenzó a cambiar en las
últimas dos décadas, especialmente en la última. De un estreno cada cua-
renta años, dicho esto no en sentido figurado, el cine uruguayo pasó a
tener ocho o diez estrenos por año. La cantidad puede no ser relevante
para otros países pero sí lo es para el nuestro. A partir de 2005 empieza
a haber una política de fomento del cine por parte del Estado uruguayo:

8
Birri, 1959.
9
Solanas y Gettino, 1968.
10
Álvarez, 1965.
11
Handler, 2003.

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

fondos para el desarrollo, la producción, la distribución. Se fortalece el


Instituto de Cine y Audiovisual de Uruguay (icau) con la creación del
fondo de fomento y comienza a haber legislación. El resultado inmediato
fue un aumento en la producción, en particular de las películas de ficción.
En un momento pareció que todos los cineastas uruguayos querían ha-
cer 25 Watts12 y Whisky,13 dos ficciones de bajo presupuesto, sobre todo
la primera de ellas, de gran repercusión, premiadas internacionalmente.
Historias mínimas, sobre gente común. También parecía que el docu-
mental tendría pocos herederos. Que pocos seguirían el camino de ini-
ciado por cineastas de la primera generación que se iniciaron en los años
previos al golpe de Estado,14 y que hoy son hombres que rondan los 70
años. Me refiero a Mario Handler, Mario Jacob, Alejandro Legaspi e in-
clusive en Walter Tournier, que no es un documentalista en sentido es-
tricto. Ellos fueron precursores del cine uruguayo contemporáneo.
Los jóvenes cineastas uruguayos se interesaban fundamentalmente
en la ficción. Una ficción que hablaba de pequeños personajes, de his-
torias sin pretensiones, más o menos grises. Historias sin épica, por de-
cirlo de alguna manera. Hoy hay una nueva generación de cineastas,
documentalistas que tratan historias políticas, sociales o vinculadas a la
memoria. Como es sabido, cada generación pregunta al pasado cosas dis-
tintas. Esos cineastas abordan el pasado con una mirada que está muy en
boga en la producción documental actual (la calificación de en boga no
supone una connotación peyorativa): la historia de familia. A partir de
una historia individual entrevemos la historia reciente del país. Es el caso
de Destino final, de Mateo Gutiérrez.15 El realizador busca en la historia
de su padre y de su familia. Entrevista a su madre, a sus hermanos, a com-
pañeros de militancia y de exilio de su padre y a protagonistas relevantes
de la vida política uruguaya. Mateo busca al político y al hombre que fue
su padre. El documental nació, según sus declaraciones, de una necesi-
dad emocional. Aunque no se lo proponga, el film también es un relato

12
Stoll y Rebella, 2001.
13
Stoll y Rebella, 2004.
14
Me refiero al golpe de Estado uruguayo del 27 de junio de 1973.
15
Gutiérrez, 2008. Mateo Gutiérrez es hijo de Héctor Gutiérrez Ruiz, dirigente del Partido
Nacional y presidente de la Cámara de Diputados cuando ocurrió el golpe de Estado. Gu-
tiérrez Ruiz se exilió en Buenos Aires. El 21 de mayo de 1976, su cadáver apareció junto al
de Zelmar Michelini, ex senador del Frente Amplio, también exiliado.

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Anexo II. Tiempo y verdad: reflexiones de los documentalistas

político y un alegato contra la impunidad de los crímenes de la dictadura


uruguaya. En ese mismo registro se encuentra la película de Maiana Bi-
degain, Secretos de lucha.16 La realizadora y protagonista, nació en Francia
durante el exilio de sus padres uruguayos. Muchos años después, regresa
a Uruguay y busca recomponer la historia de su padre, de sus tíos y tías,
todos ellos comprometidos, en mayor o menor grado, con la guerrilla tu-
pamara. Esa familia en la que tantos que tuvieron que emigrar por la per-
secución política ha guardado sus secretos con la prudencia y la eficacia
que se guardan los secretos de familia. Son esos los secretos que Maiana
intenta revelar.
Yo no he dado ese enfoque a mis trabajos: no he narrado historias de
familia ni personales. Las principales limitaciones y desafíos que he de-
bido enfrentar a la hora de la creación han estado vinculados a que du-
rante mucho tiempo —la década del noventa en particular— sentimos
la falta de legitimidad social para hablar sobre el pasado. La aprobación
de la ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado,17 supuso la
clausura de las investigaciones que la justicia había comenzado sobre de-
nuncias a violaciones a los derechos humanos. La ley fue sometida a ple-
biscito y recibió la confirmación ciudadana. Eso fue un golpe muy duro
para un sector importante de la sociedad uruguaya. Como corolario a la
impunidad vino la clausura del pasado. Se impuso la transición política
española como modelo de cómo puede superarse el pasado y que no que-
den huellas. Por lo tanto, yo creo que el primer desafío que tuvimos los
que sí queríamos hablar del pasado fue tener un público para esos relatos.
Curiosamente, aunque la producción cinematográfica sobre estos te-
mas era muy escasa, se generalizó la percepción de que ya se había habla-
do demasiado del pasado. El país quería olvidar, y el olvido abarcaba no
solo a los muertos y desaparecidos sino todo lo que tuviera que ver con
luchas sociales, cultura obrera, historia partidaria, etc.
Otra dificultad o desafío es que durante mucho tiempo la investi-
gación se vio dificultada por la falta de acceso a la información oficial.

16
Bidegain, 2007.
17
La ley fue aprobada el 22 de diciembre de 1986. Aunque tuvo efectos de amnistía, formal-
mente supuso que el Estado renunciaba a una de sus competencias (la justicia) frente a un
sector de la sociedad (militares, policías y civiles, que hubieran cometido delitos durante el
periodo dictatorial).

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

Cierto es que la información que busca el cineasta no es la misma que la


información que busca el historiador aunque pueda coincidir en algún
caso. La producción cinematográfica no tiene las mismas reglas q la pro-
ducción histórica. A ellos se agrega que Uruguay es un país con una débil
memoria audiovisual. Es difícil conseguir archivos, los canales no tienen
o tienen muy pocos archivos. Siempre digo que el trabajo del documenta-
lista se parece al trabajo del arqueólogo. El documentalista también está
desenterrando el pasado y también encuentra restos fragmentados, imá-
genes incompletas de este.
Ejemplo de esto es lo sucedido con el archivo fotográfico del diario
comunista El Popular. Aurelio González fue el gran fotógrafo de las mo-
vilizaciones obreras de la década del sesenta y en particular de la Huelga
General contra el golpe de Estado de junio de 1973. Con la ilegaliza-
ción del Partido Comunista y la clausura del diario, el archivo se perdió.
Treinta y tres años después, parte del archivo fue ubicado en el ducto
de un estacionamiento. El documental Al pie del árbol blanco18 narra la
peripecia de la recuperación de esos negativos. Y ese archivo fotográfico
hoy está disponible para reportajes periodísticos y documentales. Por su-
puesto que el archivo fílmico o fotográfico no garantiza la calidad de una
obra cinematográfica. Es más, se pueden hacer buenos documentales sin
una sola imagen e archivo. Pero la ausencia de estos ha sido una condi-
ción material de producción en nuestro país.
Por último encuentro otro desafío del trabajo documental vincula-
do a la memoria, en particular a la memoria de las víctimas. Para mí el
mayor desafío, y es una cuestión ética, es hasta dónde uno llega en la in-
dagación y exposición del dolor y el daño de la víctima, del ofendido, del
perseguido. El que da testimonio revisita el dolor, la herida. Eso supone
una gran responsabilidad para el cineasta que escucha y que elige cómo
mostrar. Y creo también que uno queda vinculado para siempre con esas
personas y con sus historias.
¿Cómo percibimos el alcance o éxito de nuestro trabajo en la cons-
trucción de la historia reciente? Pienso que hacemos un aporte, sin que
esto signifique que somos constructores de Historia. El documental,
además, de informar logra emocionar, ganar nuevo público, lograr identi-

18
Álvarez, 2007.

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Anexo II. Tiempo y verdad: reflexiones de los documentalistas

ficaciones. Quiero citar un ejemplo de un hecho que sucedió con el docu-


mental Por esos ojos,19 que relata la historia de una bebé que secuestrada
junto a sus padres en Buenos Aires y que fue apropiada por un represor.
Su abuela materna la buscó durante 16 años pero cuando la encontró la
muchacha rechazó su identidad y a su familia biológica y eligió quedarse
con los apropiadores. El film fue exhibido en una escuela en las afueras
de París a la que asisten muchos hijos de inmigrantes argelinos o marro-
quíes. Con seguridad esos muchachos ignoran que la política de apro-
piación de niños fue un aspecto del terrorismo de Estado de la dictadura
argentina de los setenta; con seguridad tampoco oyeron hablar del Plan
Cóndor. Sin embargo, aún en un contexto político, social y cultural tan
diferente, esos jóvenes espectadores se sintieron identificados con el tema
de fondo del documental. Por ellos también se sienten divididos por leal-
tades a menudo contradictorias, porque ellos también pertenecen a dos
mundos (el de los padres y el de la sociedad en la que viven). Creo que esa
ese un gran potencial de la narración documental, y que podemos hacer
un aporte a ver mejor y distinto.

Referencias

Hemerografía

El Popular, Uruguay.

Videografía

Álvarez, Juan (2007). Al pie del árbol blanco, Uruguay, Centro Municipal de
Fotografía/Intendencia Municipal de Montevideo, 64 minutos.
Álvarez, Santiago (1965). Now, Cuba, Instituto Cubano del Arte e Industria
Cinematográficos, 5 minutos.
Arijón, Gonzalo y Virginia Martínez (1997). Por esos ojos, Uruguay-Francia,
France 2-Point du Jour-Tele Europe-Tevé Ciudad, 62 minutos. Directo-

19
Arijón y Martínez, 1997.

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

res: Gonzalo Arijón y Virginia Martínez, guión: Gonzalo Arijón y Virginia


Martínez, fotografía: Pascal Soutra Fourcade, música: Juan José Mosalini,
edición: Laure Mazé-Benhaddou. Sonido: Paulo de Jesús.
Bidegain, Maiana (2007). Secretos de lucha, Francia, Idem4 y smac/Motor
Film, 85 minutos.
Birri, Fernando (1959). Tiré Dié, Argentina, Edgardo Pallero, 33 minutos.
Gutiérrez, Mateo (2008). Destino final, Uruguay, Diego Arsuaga, 110 minutos.
Handler, Mario (2003). Aparte, Uruguay, Mario Handler, 90 minutos.
Solanas, Pino y Osvaldo Gettino (1968). La hora de los hornos, Argentina,
Cinesur S.A., 120 minutos.
Stoll, Pablo, y Juan Pablo Rebella (2004). Whisky, Uruguay, Control Z, 94
minutos.
Stoll, Pablo, y Juan Pablo Rebella (2001). 25 watts, Uruguay, Cinema Tropi-
cal, 90 minutos.

❖❖❖

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4. A modo de cierre

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Transición y justicia: el caso mexicano
Mariclaire Acosta

Introducción

Vale la pena preguntarnos: ¿qué podemos recuperar de los casos de


Uruguay y Chile para pensar a México? En los tres casos hay violacio-
nes sistemáticas de derechos humanos en el contexto de la Guerra Fría,
hay también procesos de transición a la democracia y diversos procesos
de justicia transicional. Una diferencia relevante es que en México no
hubo un golpe de Estado y tampoco una dictadura militar; en cambio,
el régimen en México se caracterizó por un partido hegemónico con
una amplia capacidad de cooptación y represión. Pero, más importan-
te, los procesos de justicia transicional parecen mucho más incipientes
que en los otros dos países, a la par que hoy se vive bajo un criterio de
política de seguridad nacional contrario a una idea básica de seguridad
ciudadana necesaria para un régimen democrático y que estamos bajo
un contexto de impunidad generalizada. En efecto, el desmoronamiento
del sistema autoritario, a partir de la alternancia, mostró en toda su di-
mensión el gravísimo legado de la impunidad y su capacidad expansiva
hacia los órganos de seguridad y justicia. La reciente “guerra contra las
drogas” exhibió el carácter disfuncional y represivo del sistema instaura-
do, al tiempo que generó una de las crisis humanitarias más grandes de
América Latina.
Así, en México, el casi nulo avance de la justicia transicional se en-
cuentra directamente relacionado con el contexto actual de violacio-
nes sistemáticas de derechos humanos, en particular de derechos a la
vida, integridad y libertad personales que se fortalece con la impunidad

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Mariclaire Acosta

generalizada en el país. De esta forma, el pasado se nos hace presen-


te con su peor cara, aspecto que se hace evidente con la actualidad que
cobra una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Huma-
nos relacionada con una desaparición forzada que tuvo lugar durante
la Guerra Fría: Rosendo Radilla. De esta forma, considero importante
iniciar en México un debate sobre esta modalidad de la justicia, llamada
también “de transición”. En este trabajo intentaré dar cuenta de los ava-
tares que ella ha sufrido y los dilemas que al respecto enfrentamos ac-
tualmente en nuestro país.1

Algunas reflexiones conceptuales

Comenzaré por algunas definiciones generales sobre lo que es la justi-


cia de transición, pues se trata —a mi juicio— de un concepto un tanto
cuanto equívoco, referido a una disciplina todavía en evolución. Algunos
incluso cuestionan si realmente se trata de una disciplina o más bien de
un enfoque o táctica de lucha de los movimientos por los derechos hu-
manos. Está en evolución porque precisamente los llamados “procesos
de justicia de transición” están íntimamente relacionados con el contex-
to en el que se producen.2 Los procesos que llevaron a cabo varios países
hace algunas décadas, cuando se comenzó a sistematizar la experiencia
del combate a la impunidad durante el retorno a la civilidad y a la de-
mocracia, no ha sido replicado en forma exacta en otros tantos. Se trata
de procesos muy largos y complejos, que se despliegan en ciclos exten-
didos en el tiempo. Hay incluso ciclos de justicia de transición —no sé
si en España pudiéramos hablar de justicia de transición, por ejemplo,
aunque sí de numerosos y repetidos reclamos sociales en ese sentido
sustentados por los hijos y los nietos de las víctimas de la Guerra Civil
y de la dictadura franquista— que ya van en la tercera generación. Lo
importante a tener en cuenta cuando hablamos de justicia de transición,
es que se refiere al conjunto de mecanismos (comisiones de la verdad,
tribunales especiales, reparaciones diversas, procesos de lustración o de-

1
En particular quiero destacar, en el campo de la justicia en contextos de transición, los
aportes de Elizabeth Lira.
2
Véase Roht-Arriaza y Mariezcurrena, 2006.

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Transición y justicia: el caso mexicano

puración de las fuerzas de seguridad, etc.) que procuran el castigo y la


rendición de cuentas de los perpetradores de los crímenes de lesa huma-
nidad, atrocidades, y/o crímenes de guerra de carácter masivo que sue-
len cometerse en el contexto de las dictaduras y los conflictos armados
de diversa índole. Estos crímenes atroces son el producto de planes sis-
temáticos, como fue el caso de Ruanda, que vivió un genocidio organiza-
do y planificado a mediados de la década de los noventa del siglo pasado.
Los mecanismos de la justicia transicional se fundamentan en un
conjunto de principios muy claros del derecho internacional que han
ido evolucionando como respuesta a los reclamos históricos que los pro-
ducen, resultado de encarnizadas batallas sociales y políticas. Su fin es
obligar a establecer la realidad de los hechos, invariablemente ocultada
o distorsionada por sus actores, obtener alguna medida de justicia y re-
paración del daño para las víctimas, y procurar que estos crímenes no
se repitan. El objetivo fundamental de la justicia de transición es lograr
que prevalezcan los derechos de las víctimas a la verdad, a la justicia, y a
la reparación. La justicia de transición, contrariamente a la justicia penal
tradicional, se centra en las víctimas, y por lo tanto, busca esclarecer lo
ocurrido; castigar a los autores materiales e intelectuales de estos atro-
ces crímenes masivos; y reparar en alguna medida razonable los daños
sufridos; así como, finalmente, establecer garantías de la no repetición
de los hechos.3
Es así como, en términos muy generales, se puede definir la justicia
de transición. Con el paso del tiempo se le ha criticado el énfasis excesivo
en los mecanismos más que en los derechos que éstos buscan proteger.
De esta manera, en los últimos años ha comenzado a emerger el derecho
a la verdad, una formulación a mi juicio más útil para comprender y aqui-
latar el sinnúmero de medios empleados para lograr el resarcimiento de
las víctimas de este tipo de crímenes.4
Vale la pena señalar que la justicia de transición tiene su origen en
los países del Cono Sur de América Latina. Los aportes de la Argentina,
Chile y Uruguay, generados inicialmente por la movilización de miles de
víctimas del terrorismo de Estado ejercido por los gobiernos militares y
cívico-militares que tomaron el poder en estos países en el último tercio

3
Véase Paige, 2009: 321-367.
4
Méndez, 2006; Hayner, 2008.

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Mariclaire Acosta

del siglo xx, sentaron las bases de lo que posteriormente se llamó “justicia
de transición”. Estas dictaduras militares, antecedidas por la que derro-
có al gobierno democrático de Brasil en 1964, llevaron a cabo una estra-
tegia de sometimiento del movimiento popular y de los grupos políticos
de oposición, basada en tácticas terroristas, denominada comúnmente
como “guerra sucia.” Al reestablecerse la autoridad legítima en estos paí-
ses, los gobiernos democráticamente electos idearon algunas fórmulas
para combatir la impunidad y responsabilizar a los depuestos gobernan-
tes militares por la destrucción de miles de vidas humanas y el enorme
sufrimiento que causaron en nombre de la “seguridad nacional”, doctrina
empleada para justificar sus acciones criminales.5 Quizá el mecanismo
más conocido de este tipo sea el de la comisión de la verdad establecida
por el gobierno de Raúl Alfonsín en Argentina, aunque no fue el único.6
Con el tiempo, estos mecanismos fueron incorporados al movimiento in-
ternacional de los derechos humanos, adoptados posteriormente por las
Naciones Unidas, y “empaquetados” como parte de la asistencia técnica
en los procesos de pacificación en países que emergen de conflictos ar-
mados internos prolongados y cruentos como fue el caso en El Salvador
y Guatemala en la década de los noventa, para mencionar sólo algunos.7
Me refiero a la experiencia en nuestra región, porque ahora la justicia de
transición y sus mecanismos ya forman parte normal de las operaciones
de mantenimiento de la paz que emprenden las Naciones Unidas, y de la
asistencia técnica que ofrece su oficina de derechos humanos. Un ejem-
plo reciente de esto es el apoyo en materia de justicia de transición otor-
gado por la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para
los Derechos Humanos en Túnez, después del derrocamiento del dicta-
dor Ben Ali en 2011, en donde se ha creado incluso un ministerio encar-
gado exclusivamente de la materia.
Originalmente la justicia de transición fue concebida como un con-
junto de modalidades de justicia ad hoc, diseñadas para combatir la impu-
nidad de los crímenes masivos y sistemáticos, pactadas en el contexto de
las negociaciones políticas efectuadas durante el tránsito de las dictaduras

5
Acosta, 1981.
6
Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (conadep).
7
Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Guatemala (1997-1999); Comisión de la
Verdad de El Salvador, 1992-93.

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Transición y justicia: el caso mexicano

a gobiernos civiles, como parte del proceso de restauración de la norma-


lidad democrática. Este modelo se inspiró en la experiencia de los países
del Cono Sur mencionados antes. Más adelante, el concepto de justicia de
transición se extendió a los mecanismos similares empleados al terminar
un conflicto armado interno o una guerra civil.8 Ahora sabemos que la
justicia de transición no es solamente aquella que se pacta cuando se pasa
de un estadio político a otro, o cuando termina un conflicto, sino que es
un proceso mucho más largo, pues se trata de una transformación social
y cultural profundas. Gracias al aporte de los movimientos de víctimas y
del movimiento global en pro de los derechos humanos, el derecho inter-
nacional ha ido sistematizando estas experiencias y plasmándolas en un
conjunto de principios que son el fundamento del derecho a la verdad.
Uno de los cimientos del derecho a la verdad es la sentencia del caso
Velázquez y Rodríguez vs. Honduras emitida por la Corte Interamerica-
na de Derechos Humanos (Corte idh) de la Organización de Estados
Americanos (oea).9 Esta fue la primera sentencia emanada de un liti-
gio de tipo contencioso de la Corte Interamericana, institución creada
a fines de los años setenta y ratificada por los Estados miembros en la
Asamblea General de la oea en 1980. Dicha sentencia se produjo algu-
nos años después, cuando la Corte falló en el caso de una desaparición
forzada que tuvo lugar en Honduras durante la época de los conflictos
armados en Centroamérica. La sociedad civil —sobre todo los organis-
mos internacionales de derechos humanos, en alianza con sus pares loca-
les y el movimiento de familiares de personas desaparecidas— hicieron
causa común y presentaron este caso a la Corte Interamericana, quien fa-
lló a favor de las víctimas. La sentencia establece cinco principios de dere-
cho internacional inamovibles y que han alimentado todos los esfuerzos
posteriores en el mundo para definir el derecho a la verdad. El primero
de estos principios decreta que la desaparición forzada es un crimen con-
tra la humanidad. De ahí se sigue que el Estado, cuando ocurre una des-
aparición forzada, tiene la obligación de investigar, perseguir y castigar a

8
Para una definición breve y sustanciosa de la justicia de transición, véase International Cen-
ter for Transitional Justice, 2008.
9
Corte Interamericana de Derechos Humanos, Caso Velázquez Rodríguez vs. Honduras,
Sentencia de 21 de julio de 1989, disponible en <http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/
articulos/seriec_07_esp.pdf>, consultado el 5 de abril de 2014.

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Mariclaire Acosta

los perpetradores; pero además tiene la obligación de revelar la verdad de


los hechos a los familiares de la víctima y a la sociedad en su conjunto,
así como determinar las circunstancias exactas de la desaparición. Estas
obligaciones de establecer la verdad y obtener la justicia no prescriben,
duran en el tiempo hasta lograr que se restablezcan. Esto significa que la
desaparición forzada es un delito continuado y en tanto se desconozca el
paradero del desaparecido, no se castigue a los perpetradores, y no se den
a conocer las circunstancias en las que sucedieron los hechos y se repare
el daño, el delito no habrá prescrito. Todas estas son obligaciones inelu-
dibles para el Estado, quien además deberá ejercer la debida diligencia y
colocar todo el aparato de poder a la disposición del logro de estos obje-
tivos. Finalmente, la sentencia establece otra noción muy importante: los
familiares directos de las víctimas también lo son. En otras palabras, la
desaparición forzada es un delito que afecta no solamente a la persona en
cuestión, sino también a su familia y a su comunidad, quienes por ese he-
cho también son acreedores a reparaciones.
Estos principios han alimentado la labor de los organismos interna-
cionales de derechos humanos tanto en el sistema interamericano de la
oea, como en el sistema universal de Naciones Unidas. En el año 2005,
en el seno de la antigua Comisión de Derechos Humanos de la onu, se
aprobó el Conjunto de principios para la protección y la promoción de los de-
rechos humanos mediante la lucha contra la impunidad, aceptados por los
Estados miembros de la onu. Este documento establece los principios
de derecho que deben guiar a los Estados a elaborar medidas eficaces de
lucha contra la impunidad a fin de “…asegurar conjuntamente el respeto
efectivo del derecho a saber que entraña el derecho a la verdad, el derecho
a la justicia y el derecho a obtener reparación, sin los cuales no puede ha-
ber recurso contra las consecuencias nefastas de la impunidad”.10
En cada experiencia de justicia de transición, estos principios, que
son el producto decantado de procesos concretos de lucha, se irán com-
binando en diferentes formas según el contexto político y social en el que

10
Orentlicher, “Conjunto de principios para la protección y la promoción de los derechos
humanos mediante la lucha contra la impunidad” en Comisión de Derechos Humanos de
las Naciones Unidas, Promoción y Protección de los Derechos Humanos. Impunidad. Informe
de Diane Orentlicher, experta independiente encargada de actualizar el Conjunto de Princi-
pios para la Lucha contra la Impunidad, 18 de febrero de 2005, disponible en <http://goo.
gl/4vXbda>, consultado el 20 de abril de 2013.

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Transición y justicia: el caso mexicano

se produzcan. Para entender los avatares de la justicia de transición tene-


mos que entender en qué régimen político y en qué contexto sociocultu-
ral se produjeron estas atrocidades.

El caso mexicano

En México vivimos una situación de impunidad crónica, entendida ésta


como la ausencia de castigo para un delito cometido, lo cual presupo-
ne, necesariamente, la existencia de un sistema de justicia penal y la ti-
pificación de los delitos posibles que se pueden cometer, así como de
los procedimientos para determinar y sancionar a los culpables. La falta
en su conjunto de investigación, persecución, captura, enjuiciamiento y
condena de los responsables de delitos produce impunidad. A su vez,
la impunidad propicia la repetición crónica de los hechos delictivos y la
indefensión de las víctimas.11 La impunidad es esa omisión deliberada
de cumplir con lo que la ley manda, y tiene efectos nocivos sobre las per-
sonas individuales, pero también sobre el conjunto de la sociedad y la
legitimidad de los Estados.12
La situación de impunidad crónica de México no sólo afecta a las
violaciones de los derechos humanos, especialmente las producidas por
crímenes de lesa humanidad como la desaparición forzada e involunta-
ria, la tortura y la ejecución extrajudicial; también vivimos en un esta-
do de impunidad crónica de los delitos graves del fuero común como
el homicidio, el secuestro, y la violación. Esta situación ha sido amplia-
mente documentada, y el número de delitos impunes aparece incluso en
las estadísticas oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(inegi). De cada cien delitos graves que se cometen —hay encuestas de
victimización que lo demuestran— aproximadamente una cuarta par-
te son denunciados a las autoridades y de estos solamente uno llega a la

11
Véase Acosta, 2012: 91.
12
Las Naciones Unidas definen la impunidad como la “…incapacidad de investigar, la inexis-
tencia de hecho o de derecho de responsabilidad penal por parte de los autores de violacio-
nes así como de responsabilidad civil, administrativa o disciplinaria porque escapan a toda
investigación con miras a su inculpación, detención, procesamiento y en caso de ser recono-
cidos culpables, condena a penas apropiadas, incluso a la indemnización del daño causado
a sus víctimas” (Orentlicher, documento en línea citado, p. 15).

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etapa de la consignación. Es decir, tenemos una impunidad que ronda


entre el noventa y ocho y noventa y nueve por ciento.13
Si nosotros analizamos estas dos vertientes de la impunidad, lo que
se observa en nuestro país es una crisis de los sistemas de seguridad y jus-
ticia que redunda peligrosamente en la ingobernabilidad de muchas re-
giones del territorio nacional. El incremento de la violencia delincuencial
de los últimos años, aunada a la corrupción y la negligencia, provocaron
el colapso del sistema de justicia penal, con un alto costo que vivimos co-
tidianamente.14 Todo esto tiene su explicación y voy a intentar a grandes
rasgos ubicar las que me parecen pistas para entenderlo. En primer lugar,
consideraría nuestro peculiar sistema político. El régimen político actual,
en tránsito hacia la competencia electoral en todos los niveles de gobier-
no —todavía no vamos a llamarlo democracia— emergió de un conflic-
to armado que duró aproximadamente dos décadas, y que dio lugar a un
sistema político autoritario y corporativo que llamamos “régimen de par-
tido de Estado”, el cual se fue erosionando a lo largo de las siete décadas
que duró. Por muchos años, el régimen de partido de Estado garantizó
la estabilidad política del país, el crecimiento económico, el desarrollo,
y la satisfacción de algunos derechos y necesidades, pero nunca fue un
Estado de derecho a pesar de su profuso ropaje jurídico.15 El colapso
de nuestro sistema de justicia penal también se puede entender a partir
de esto. Los códigos penales federales vigentes hasta hace poco datan de
los primeros años de la década de 1930, y dejaron sin tocar muchas fi-
guras y procedimientos de la época porfiriana.16 La escasa evolución de
la justicia penal en México se explica porque se aplicaban otros métodos
para mantener el orden y la paz sociales. Esto no significa que no se per-
siguiera a los delincuentes, pero no necesariamente se hacía con arreglo a
las garantías de debido proceso propias de un Estado de derecho, y me-
nos a las de uno democrático. Las cosas se hacían de otra manera.17 Los

13
Véase Acosta, 2012: 94-95.
14
Véase Barrena, 2012: 149-238.
15
Véase Acosta, 2010; Netherlands Institute of Human Rights, 2011.
16
Una nueva versión del Código Federal de Procedimientos Penales fue aprobada por el
Congreso de la Unión a principios de 2014. La aprobación de un nuevo Código Penal Fe-
deral sigue pendiente.
17
Un conjunto de reflexiones muy ilustrativas sobre esta problemática se encuentra en Ruiz
(1998).

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Transición y justicia: el caso mexicano

derechos civiles y políticos tampoco se respetaban, y la disidencia políti-


ca se castigaba duramente, acusando a los opositores de ciertos delitos,
como ataques a las vías generales de comunicación, por ejemplo. Entre
las acusaciones más destacadas estaban las de los delitos de “disolución
social”.18 El orden y la paz se obtenían a través de un conjunto de medi-
das muy complejas de cooptación y negociación políticas. Cuando ya no
era posible lograr resultados a través de estos mecanismos, se empleaban
medidas represivas sin ningún miramiento.
La revista Nexos, correspondiente al mes de mayo de 2013, publica
un relato terrible de la masacre que tuvo lugar en el año de 1946 en la ciu-
dad de León, Guanajuato. A raíz de un proceso electoral fraudulento, la
población convocada por el Partido Acción Nacional (pan) se manifestó
en la plaza principal de la ciudad y el gobernador les respondió con re-
presión militar. En el incidente murieron centenares de mujeres y niños.
¿Qué sucedió después de esta masacre de León en 1946? La Suprema
Corte de Justicia de la Nación hizo una investigación de los hechos, pero
nadie fue llamado a cuentas, mucho menos castigado, y no hubo ninguna
reparación del daño. Lo que sí sucedió es que eso le permitió al presiden-
te en turno, Manuel Ávila Camacho, comenzar a remover al Ejército del
partido en el poder y alejarlo de la política.19
El modelo se ha repetido muchas veces. Este suceso forma parte de
un patrón muy claro que lamentablemente se mantuvo a lo largo de mu-
chas décadas. Todos los esfuerzos —y vaya que ha habido esfuerzos en
este país por lograr la democracia— no lograron erradicar estas prácti-
cas. Las grandes movilizaciones sociales y políticas, por lo menos has-
ta finales de la década de los ochenta, que no pudieron ser cooptadas,
acababan invariablemente con la represión, ya fuera la detención, la eje-
cución extrajudicial o la desaparición forzada —esta última empleada
sobre todo contra miembros de los grupos armados que actuaron en va-
rias regiones del país durante la década de los setenta.20 Con el paso del

18
Una de las reivindicaciones más importantes del movimiento estudiantil de 1968 fue pre-
cisamente la derogación de este delito, lo cual sucedió en 1970.
19
Véase Loaeza, “La matanza de León, 1945”, en Nexos, 1 de mayo de 2013, disponible en
<http://www.nexos.com.mx/?p=15294>, consultado el 15 de mayo 2013.
20
Ejemplos de estas prácticas han sido prolijamente documentados desde hace varias décadas
por organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos, entre las que desta-
can Amnistía Internacional y Human Rights Watch.

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Mariclaire Acosta

tiempo, los métodos se fueron refinando, aunque masacres descaradas


—como las de Aguas Blancas, en Guerrero— todavía se produjeron en
1995.21 Los presos políticos se iban liberando, ya fuera a través de amnis-
tías pactadas, como en la década de 1970, o por una combinación de me-
dios jurídicos y presión política. Pero la verdad de los hechos de sangre
pocas veces se llegó a establecer, y el castigo a los responsables, jamás.22 A
lo sumo se les sancionaba con la marginación política. Por supuesto, las
prácticas tampoco cambiaron, se fueron contagiando a todo el sistema de
justicia penal y al de seguridad. Las concesiones que el régimen de parti-
do de Estado estaba dispuesto a hacer a la disidencia eran principalmente
de carácter electoral, pero la forma de ejercer el poder permanecía intac-
to. A cada despliegue de fuerza y brutalidad, seguía una reforma política.
El mensaje era claro: si no nos ponemos de acuerdo y aceptas mis tér-
minos, te reprimo sin miramiento, pero después del escándalo que esto
inevitablemente va a producir, podré pactar con los tuyos una apertura
político-electoral.
El movimiento de derechos humanos que surgió en México a media-
dos de la década de los setenta aún no ha podido revertir este legado de
barbarie a pesar de sus cuantiosos esfuerzos. Con el advenimiento de la
transición política en 1997, cuando los partidos de oposición pactaron
con el gobierno un código electoral que garantizaba elecciones realmen-
te competitivas, comenzó el desmantelamiento del régimen autoritario,
pero no así de sus prácticas represivas.23 El régimen de partido de Estado
dejó de existir para dar paso a un sistema electoral multipartidista. Ac-
tualmente en México los partidos políticos compiten por el poder, pero la
criminalización de la protesta social, el ataque sistemático a los derechos
humanos, y la ausencia de seguridad para la inmensa mayoría de la po-
blación, se mantienen en muchas regiones del país.24 A partir del desmo-

21
El 28 de junio de 1995, varias decenas de campesinos pertenecientes a la Organización
Campesina de la Sierra del Sur (ocss) del estado de Guerrero, que se dirigían a una mani-
festación en camiones de redilas, fueron interceptados en el Vado de Aguas Blancas del mu-
nicipio de Coyuca de Benítez por contingentes fuertemente armados de 400 miembros de
la policía motorizada, judicial y antimotines del estado, quienes abrieron fuego sobre ellos,
dando muerte a 17 personas, y dejando heridos a otros 23. Las víctimas iban desarmadas.
22
García, 2006.
23
A raíz de las nuevas reglas electorales, el Partido Revolucionario Institucional pierde el go-
bierno de la capital, y tres años después, la presidencia de la república.
24
Véase Human Rights Watch, 2013.

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Transición y justicia: el caso mexicano

ronamiento del sistema autoritario de control político, emergió en todas


sus dimensiones el gravísimo legado de la impunidad, y esta ha contagia-
do a las instituciones encargadas de la seguridad y la justicia.
La reciente “guerra contra las drogas”, que llegó a su máxima expre-
sión durante el gobierno de Felipe Calderón,25 es una muestra elocuente
de la incapacidad de las instituciones de seguridad y de justicia mexicanas
para enfrentar, en pleno siglo xxi, el fenómeno de la delincuencia organi-
zada. Los crímenes cometidos en estos últimos años por agentes estatales
y no estatales, como son los homicidios y ejecuciones, las desapariciones
forzadas e involuntarias, la tortura y los secuestros, para nombrar sólo al-
gunos, han quedado impunes en su gran mayoría. Por añadidura, el sis-
tema de justicia penal está virtualmente colapsado. Combatir fenómenos
tan complejos como la penetración de poderosos grupos delincuenciales
en las estructuras del Estado y la sociedad, que padece México, con la
aplicación mecánica de un modelo de justicia penal disfuncional y repre-
sivo, ha dado como resultado una de las crisis de derechos humanos más
grandes de América Latina.
El legado enorme de impunidad del régimen de partido de Estado
quedó prácticamente intacto, de manera que los crímenes de ayer se con-
virtieron en los crímenes de hoy, y sus perpetradores —otrora policías y
agentes de seguridad del Estado— pasaron a formar parte en muchos ca-
sos del crimen organizado, situación que ha sido ampliamente documen-
tada por los estudiosos del fenómeno.26
Intentos por esclarecer los crímenes de lesa humanidad no han falta-
do, pero con pocos resultados, pues no han contado con la voluntad po-
lítica para ello. Como observamos antes, uno de estos intentos tuvo lugar
en 1946. En la década de los noventa, cuando el movimiento de derechos
humanos cobró más fuerza, se dirigió a la Suprema Corte de Justicia de
la Nación para pedirle que ejerciera su facultad constitucional para inves-
tigar lo que entonces se llamaba “violaciones graves a las garantías indivi-
duales” en el caso de la masacre de Aguas Blancas ya referida. A partir de
entonces, la Suprema Corte ejerció esta facultad varias veces: en el caso

25
Acosta, 2012: 57-148.
26
Un excelente tratamiento de este delicado tema lo proporciona Guillermo Valdés Castella-
nos, quien fuera director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (cisen) durante
el gobierno de Felipe Calderón, en su reciente artículo “Zetas: la epidemia” (2013: 23-41).

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de Atenco (2008), en el de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxa-


ca (appo) en Oaxaca (2009), en el de la periodista Lydia Cacho (2007)
y, finalmente, en el caso de la guardería abc (2010). Lamentablemente,
este mecanismo de búsqueda de la verdad ejercido por la Suprema Corte
de Justicia desapareció en 2011 cuando se realizó una importante refor-
ma constitucional en materia de derechos humanos,27 para ser conferido
a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (cndh), que aún no
lo ha ejercido.
Durante el gobierno de Vicente Fox —concluida la transición a la
democracia electoral— se creó una fiscalía especial para investigar los
“crímenes del pasado”, acontecidos cuando México era gobernado por el
pri. Esta Fiscalía, la femospp, ha sido muy criticada por sus magros re-
sultados. Pese a ello logró algunas cosas, como la consignación del ex-
presidente Luis Echeverría y de otros funcionarios encargados de ejercer
la represión política. La femospp fue mal concebida, y no contó ni con
la autonomía ni con el apoyo político que requería. Salvo contadas ex-
cepciones, las organizaciones de la sociedad civil —entre ellas muchas
de derechos humanos— le dieron la espalda. La crítica más importante
que se le puede hacer a la Fiscalía es que nunca comprendió cabalmente
la envergadura de los crímenes sistémicos que intentaba investigar, por lo
que empleó, con derroche de recursos y publicidad, el viejo paradigma de
la justicia penal, que llegó hasta donde pudo llegar. Tampoco realizó un
ejercicio serio de búsqueda de la verdad, y dejó desamparados a sus pro-
pios funcionarios, que se atrevieron a escribir un informe histórico deta-
llado de la política de terrorismo de Estado empleada para combatir a la
guerrilla en el estado de Guerrero durante la década de los setenta, y que
nunca fue reconocido ni publicado por el gobierno.28

27
La reforma constitucional en derechos humanos modificó sustancialmente la relación en-
tre el gobierno y la sociedad, al colocar el respeto, la protección y la garantía de los dere-
chos humanos como la tarea fundamental del Estado. Lamentablemente, la mayoría de
estos preceptos constitucionales aún no se convierten en normas secundarias y en políticas
públicas, de manera que coexisten con las graves violaciones a los derechos humanos men-
cionadas en el texto, y que constituyen una verdadera crisis en el país. Véase Comisión Na-
cional de Derechos Humanos, Agenda Nacional de Derechos Humanos 2013, México, 8 de
abril de 2013, disponible en <http://www.cndh.org.mx/sites/all/fuentes/documentos/
conocenos/Agenda_2013_1.pdf>, consultado el 15 de mayo de 2013; Amnistía, 2014.
28
Seils, 2004; Aguayo et. al., 2007: 709-739.

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Transición y justicia: el caso mexicano

Han existido también intentos por parte de organizaciones civiles y


de familiares de víctimas para combatir la impunidad de crímenes atro-
ces. Tal es el caso de Rosendo Radilla, víctima de desaparición forzada en
1974 durante el periodo de “guerra sucia” en Atoyac, Guerrero. Este caso,
de un dirigente comunitario simpatizante de la guerrilla de Lucio Caba-
ñas, fue presentado infructuosamente por sus familiares durante más de
veinte años hasta que finalmente llegó a la Corte idh, que falló en con-
tra del Estado mexicano y a favor de las víctimas.29 La sentencia aún se
encuentra en proceso de cumplimiento.30 Pese a ello, un logro importan-
te fue que la Corte se pronunciara sobre la inconstitucionalidad del fue-
ro militar en la investigación de violaciones a los derechos humanos y la
Suprema Corte de Justicia adoptó este criterio. Lamentablemente ni el
Congreso ni el Poder Ejecutivo han cumplido plenamente con su parte
correspondiente de la sentencia.31
Estos ejemplos evidencian cómo los procesos de justicia de transi-
ción son largos y con frecuencia tortuosos. Lo importante en estos ca-
sos es entender cómo hay que ir construyendo sobre los cimientos de
acciones e iniciativas previas, a partir de las cuales hay que seguir tra-
bajando. Hay periodos en los cuales pareciera que nada está sucedien-
do para luego producirse eventos que significan saltos cualitativos. Esto
ha acontecido en México en los últimos dos años, desde que se convo-
cara al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en 2011, el cual
logró la promulgación de una Ley General de Víctimas, que recién co-
menzará a aplicarse.32 Habrá que darle un seguimiento muy preciso a

29
Véase Gutiérrez, 2010: 43-219.
30
Corte Interamericana de Derechos Humanos, Caso Radilla Pacheco vs. Estados Unidos
Mexicanos, Sentencia del 23 de noviembre de 2009, disponible en <http://www.cndh.org.
mx/sites/all/fuentes/documentos/internacional/casos/5.pdf>, consultado el 16 de mayo
de 2014.
31
La Sentencia de la Corte idh pide que se adopten en un plazo razonable las referencias le-
gislativas pertinentes para compatibilizar el artículo 57 del Código de Justicia Militar, así
como el artículo 215-A del Código Penal Federal con los estándares internacionales y la le-
gislación internacional suscrita por México en la materia. A la fecha el Congreso aún no ha
promulgado estos cambios legislativos.
32
El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad fue convocado el 28 de marzo de 2011
por el poeta Javier Sicilia a partir del asesinato de su hijo Juan Francisco Sicilia Ortega. El
Movimiento ha realizado una impresionante movilización nacional e internacional a favor
de los miles de víctimas de la violencia y las violaciones de derechos humanos que se co-
meten actualmente en México. Entre sus logros destaca la promulgación de la Ley General

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Mariclaire Acosta

estos acontecimientos y estar muy vigilantes para asegurar que estos es-
fuerzos rindan los frutos deseados. El movimiento de derechos humanos
tiene la obligación de hacerlo, especialmente ahora que contamos con he-
rramientas jurídicas como la reforma constitucional que, por primera vez
en nuestra historia, incorpora los tratados internacionales de derechos
humanos al ordenamiento jurídico interno, así como una reforma del sis-
tema de justicia penal en proceso. Esto, además de los numerosos pro-
nunciamientos públicos del gobierno federal en el sentido de que ahora sí
habrá justicia para las víctimas.
Un primer paso, a mi juicio, debe ser abrir un debate nacional sobre
el derecho a la verdad y la justicia de transición. Las preguntas obligadas
son las siguientes: ¿existe verdadera voluntad política para avanzar en la
justicia de transición? Si así fuera, y hubiera un consenso nacional al res-
pecto, ¿realmente el sistema de justicia actual va a ser capaz de investigar,
procesar y castigar a los perpetradores de los veinticuatro mil casos de
desaparición admitidos por el propio gobierno federal? No todos ellos
son desapariciones forzadas, pero no sabemos qué sucedió en realidad.
La cndh sostiene que hay quince mil casos de cuerpos no identifica-
dos que están en esa estadística.33 ¿Quién los mató? ¿Cómo lo hizo? ¿Por
qué? ¿Qué va a suceder con las decenas de miles de víctimas de homici-
dios aún no esclarecidos? ¿Llegaremos a saber qué sucedió? Ni siquie-
ra tenemos acceso a la verdad más elemental de estos hechos. Entonces,
¿cómo vamos a lograr la justicia si no conocemos la verdad? ¿Cómo obte-
ner la reparación para las víctimas? Y, finalmente, ¿cómo garantizar que
todo esto no vuelva a suceder jamás?

Referencias

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Una aproximación desde los derechos humanos, México, Comisión de Dere-
chos Humanos del Distrito Federal, 1a ed.

de Víctimas a principios de 2013. Véase Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad: tres
años, 2014: 84.
33
Comisión Nacional de Derechos Humanos, op. cit.

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A cuarenta años de los golpes de Estado:
tesis para una reflexión
Daniel Vázquez Valencia

En el 2013 se cumplieron cuarenta años de dos golpes de Estado en


sendos países de América Latina: Uruguay y Chile. Este proceso con-
formado por golpes de Estado, dictaduras, transiciones a la demo-
cracia y límites de las democracias realmente existentes han creado
un espacio de reflexión y debate entre los científicos sociales. Como
lo muestran los textos que integran este libro, América Latina da de
qué hablar. A partir de este largo proceso y considerando también el
vuelco a la izquierda iniciado en 1999 y las actuales pautas políticas y
económicas de la región, más que un cierre redondo de la discusión
o la serie de discusiones establecidas en el libro, propongo cinco tesis
en torno a las cuales podemos reflexionar sobre lo que hoy sucede en
América Latina.
La tesis 1 aborda la vuelta al estudio de la estructuración estatal, el
redimensionamiento de lo político y la disputa por la nación por encima
del análisis meramente institucional. La tesis 2 nos invita a pensar sobre
la relación entre la democracia y el desarrollo, entre las demandas distri-
butivas y la violencia política. La tesis 3 observa los cambios en los valo-
res políticos, la forma en que la democracia se ha convertido en el único
régimen político aceptable. La tesis 4 aborda las violaciones de dere-
chos humanos, la relación entre éstas y la transición, los límites en la
conformación de la justicia y las consecuencias para nuestros actuales
Estados de derecho. Finalmente, la tesis 5 analiza los nuevos fenóme-
nos violatorios de los derechos humanos a partir del modelo económi-
co y la violencia entre particulares.

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Daniel Vázquez Valencia

Tesis 1. La vuelta al estudio de la estructuración estatal:


el redimensionamiento de lo político y la disputa por la nación

La explicación ofrecida por Gonzalo Varela, Darío Salinas, Álvaro Rico


y Ricardo Yocelevzky en torno a los golpes de Estado, tanto en Uruguay
como en Chile, mira un conjunto de causas que atraviesan el análisis eco-
nómico, social y político de cada uno de esos países. No es una explica-
ción estrictamente institucional lo que nos permite entender los golpes
de Estado (como erróneamente supondría Juan Linz1 en el debate en
torno al presidencialismo o el parlamentarismo), se trata de coyunturas
complejas que involucran a una serie de actores y situaciones en medio
de una disputa por el proyecto de nación en el marco de la Guerra Fría.
En este sentido, la política se piensa más allá del análisis institucional
y este es probablemente uno de los elementos más interesantes en torno
a la metodología analítica. Se traspasa el mundo de lo institucional para
pensar la conformación del bloque de poder y, en su caso, sus modifica-
ciones y conflictos. Nos alejamos de los estudios gubernamentales e in-
cluso del nivel de régimen para pensar la conformación de la política a
partir de la estructuración estatal.2 Es importante subrayar este punto, ya

1
Linz, 1994, 1999a, 1999b.
2
Desde la ciencia política se puede hacer una clasificación de tres unidades de estudio para
pensar el fenómeno político: el Estado, el régimen y el gobierno. Si bien en el vocabula-
rio cotidiano se suelen utilizar estas tres palabras como sinónimos, no lo son. Sin embar-
go, lo cierto es que no hay un acuerdo en torno a las diferencias o límites entre uno y otro.
Sin pretensiones de exhaustividad haré una rápida distinción a partir de la propuesta en
O’Donnell, (2003, 2004). Para él, el Estado está conformado por tres dimensiones: 1) un
conjunto de entes burocráticos; 2) un sistema legal entendido como un entramado de re-
glas legales que penetra y co-determina numerosas relaciones sociales; y 3) un foco de iden-
tidad colectiva para todos o casi todos los habitantes del territorio. No profundizaré en la
diferencia entre estas tres unidades de análisis, pero vale observar que mientras el Estado
—desde la mirada de O’Donnell— está conformado por estas tres dimensiones, el gobier-
no es sólo una de las dimensiones estatales, la primera: el conjunto de entes burocráticos.
Finalmente, el régimen es definido como “los patrones formales e informales, y explícitos
e implícitos, que determinan los canales de acceso a las principales posiciones de gobierno,
las características de los actores que son admitidos y excluidos de ese acceso, los recursos y
las estrategias que le son permitidos para ganar tal acceso, y las instituciones a través de las
cuales el acceso es procesado y, una vez obtenido, son tomadas las decisiones gubernamen-
tales.” O’Donnell (2004: 13-14). Simplemente reiterar que el objetivo de esta nota no es
presentar con pretensiones de exhaustividad las distintas conceptualizaciones en torno al
Estado, régimen y gobierno, sino simplemente dejar claro al lector que se trata de tres uni-

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A cuarenta años de los golpes de Estado: tesis para una reflexión

que desde hace varios años el análisis de la estructura estatal ha sido des-
plazado de los estudios de ciencia política.
Durante mucho tiempo, tanto en la ciencia política como en la socio-
logía política, se dio por hecho que la estructura socioeconómica deter-
minaba la política, que la política era un epifenómeno de lo social. Esto se
observaba tanto en la ciencia y la teoría política propiamente latinoame-
ricana, proveniente de la Teoría de la Dependencia, como en los estudios
anglosajones a partir del enfrentamiento entre Wright Mills3 y Robert
Dahl4 en torno a cómo se estructura la sociedad estadounidense: de for-
ma elitista o pluralista. De la mano de este debate surgieron la segunda5
y tercera6 dimensiones de poder que otorgaron un mayor instrumental
analítico para observar tanto al poder como a la dominación, así como los
estudios corporativistas.7 En todos los casos, el poder político se estruc-
turaba en las disputas sociales.
Tres elementos modificaron esta tendencia: el fin de las dictaduras
latinoamericanas, el neoinstitucionalismo y el neoliberalismo. La conjun-
ción parecía casi natural, la vuelta a la democracia demandaba estudios
de nuevas formas institucionales, tanto en lo político como en lo econó-
mico, las respuestas se daban a partir de los “neos”. Más aún, luego de la
caída del muro de Berlín en 1989 se constituyó un triunvirato integra-
do por el neoliberalismo, la democracia-procedimental-representativa y
la mirada más liberal de los derechos humanos; estos tres aspectos con-
formaron lo que fue el sentido político común que se mantiene hasta
nuestros días (sin que deje de haber tensiones entre los conceptos que
integran dicho triunvirato).
La principal restricción para pensar la política provino de la llega-
da del neoinstitucionalismo a las ciencias sociales.8 Desde el norte, por

dades analíticas distintas y que la conformación estatal había sido relevante en el análisis de
la ciencia política durante las décadas de los cincuenta a los ochenta.
3
Mills, 1978: 378; 1981: 480.
4
Dahl, 1963, 1968.
5
Bachrach y Baratz, 1962, 1963, 1970.
6
Lukes, 1974 y Gaventa, 1980.
7
Schmitter, 1992, 1992.
8
Sobre el neoinstitucionalismo se han escrito muchas páginas en los últimos años. Para pro-
fundizar en torno al neoinstitucionalismo y los distintos tipos que existen, son útiles: Hall
y Taylor, 1996; Peters, 1999.

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Daniel Vázquez Valencia

medio de una crítica a los excesos del individualismo metodológico que


perdía de vista las estructuras que limitaban la acción racional; desde el
sur, detractando un estructuralismo determinista que perdía de vista al
sujeto. En la tensión entre el individuo y la estructura, el neoinstitucio-
nalismo logró imponerse en las ciencias sociales como una teoría con
pretensiones intermedias. Lo cierto es que desde los estudios de la po-
lítica, y en particular desde el institucionalismo de la elección racional y
el institucionalismo empírico, una de las consecuencias inmediatas fue
la autonomización de la política frente a lo social. El análisis de las ins-
tituciones políticas formales —como los gobiernos, los congresos y par-
lamentos, los partidos políticos e incluso, aunque más tardíamente, los
poderes judiciales— y su “ingeniería institucional” tenían sentido por sí
mismos, tenían sus propias reglas y sus propias necesidades desvincula-
das de lo social. La política ya era sólo aquello que sucedía en las institu-
ciones políticas formales.
Este redimensionamiento de la política puede entenderse justo en
esa coyuntura donde es necesario responder a una pregunta: ¿Cuáles son
las instituciones que deben crearse para permitir la consolidación de las
transiciones democráticas? Además, la consolidación de la transición pa-
saba también por la limitación de las pretensiones distribucionistas ra-
dicales, la limitación del derecho a la verdad y justicia de los perdedores
de los años de guerra sucia y la permanencia y/o consolidación del nuevo
modelo económico. La respuesta a esta pregunta condujo a un redimen-
sionamiento de la democracia y de la política, consistente en una drástica
disminución de sus contenidos y alcances. Dicho en otros términos: con
el redimensionamiento de la democracia y la política se dejó fuera de és-
tas diversas problemáticas y procesos de la vida social, en buena medida
se dejó fuera la construcción de la hegemonía.
Así, los autores de los textos —en particular Varela, Salinas, Rico y
Yocelevzky— nos invitan a pensar el poder más allá de lo institucional,
a regresar al análisis de la estructuración estatal a partir de la disputa en
torno al proyecto de nación que se daba tanto en Uruguay como en Chi-
le. Esto lo expresa Álvaro Rico con mucha claridad en su texto, refirién-
dose a Uruguay, donde señala:

[…] el bloque de poder y la naturaleza de la dictadura no se configuran in-


mediatamente a partir del mismo momento del golpe de Estado sino que

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A cuarenta años de los golpes de Estado: tesis para una reflexión

tienen sus antecedentes en las etapas institucionales previas, en el proceso


de crisis del Estado de derecho y la democracia (sobre todo en la etapa
final de dicha crisis, entre 1968 y 1973), importa establecer la relación que
se fue conformando entre las esferas: política y militar y entre los sujetos:
políticos (civiles) y militares en dicha etapa pre-dictadura.

Hoy tiene sentido recuperar esta disputa en torno al fenómeno polí-


tico y volver al análisis de la estructura estatal que va más allá del gobier-
no y del régimen, no sólo porque Robert Dahl se dio cuenta del peligro
en el que se encontraba la democracia en Estado Unidos frente al creci-
miento de los recursos políticos y la capacidad de influencia de los po-
deres fácticos, en un texto que parece ceder algo de razón a Mills, en esa
vieja disputa sostenida 25 años atrás en Los dilemas del pluralismo demo-
crático. Autonomía versus control; tampoco porque frente a la crisis del
2008 se haya hecho evidente la fuerza que tienen ciertos poderes fácticos
empresariales para poner en jaque a una de las regiones que se pensaban
con mayor capacidad estatal como Estados Unidos y, en general, Europa.
Dicha crisis ha renovado los estudios en torno a la estructuración estatal
donde se analizan las diferencias de poder entre las élites, los poderes fác-
ticos y el ciudadano promedio de la mano de textos como los de Gilens y
Page9 y el multicitado y comentado Le capital au XXIe siècle de Thomas
Piketty,10 donde se pone de manifiesto no sólo la creciente desigualdad
que genera el actual funcionamiento del mercado, sino especialmente el
hecho de que los ricos son básicamente los mismos, las mismas fami-
lias que eran ricas 100 o 150 años atrás; o, en palabras de Mills: los 400
de Nueva York. Sino por el hecho de que no se puede entender el pro-
ceso actual en el que se encuentran varios países de América Latina que
hace quince años iniciaron lo que se conoció como el vuelco a la izquier-
da. Las crisis políticas o, al menos, los dilemas y desafíos que hoy en-
frentan especialmente tres de los cuatro principales países de este vuelco
(Venezuela, Ecuador y Argentina; el cuarto sería Bolivia)11 no se pueden
comprender si el fenómeno político queda estrictamente constreñido a lo

9
Gilens y Page, 2014.
10
Piketty, 2014.
11
Para un análisis más profundo sobre el giro a la izquierda en América Latina son útiles:
Vázquez y Aibar (2009 y 2013); Avaro y Vázquez (2008).

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gubernamental, si no se analiza cómo está conformado el actual bloque


de poder, cómo está conformada la oposición y cuáles son las propues-
tas de nación que están en juego, precisamente tal como sucedió con los
golpes que hace cuarenta años sufrieron Uruguay y Chile.12

Tesis 2. La relación entre la democracia y el desarrollo:


entre las demandas distributivas y la violencia política

El redimensionamiento de la democracia y de la política condujo a otro


del Estado frente al mercado. Después de la Gran Depresión y, de for-
ma mucho más clara, después de la Segunda Guerra Mundial, se ge-
neró una matriz Estado-céntrica (mec) que consistía en la aplicación
de dos mecanismos: por un lado, la inducción e imposición de límites
a cargo del Estado sobre los mercados de bienes y el empleo (relación
mercado-Estado); por otro, el control estatal-institucional y cultural
sobre la participación política y social (relación sociedad-Estado). Esos
dos mecanismos produjeron desequilibrios fiscales, déficit en la balan-
za de pagos y estancamiento agrícola, así como también incorporación
política de nuevos actores, con sus respectivas demandas, a la vida po-
lítica. La legitimidad del régimen dependía de su capacidad para distri-
buir beneficios y de distintos mitos fundantes.13
A partir de los problemas suscitados por la mec, aunado a un con-
texto de “guerra fría anticomunista” y al temor de los empresarios y mi-
litares frente a la participación política masiva, comenzaron a darse una
serie de golpes de Estado, los que establecieron los denominados gobier-
nos “burocráticos-autoritarios”.14 Para Kaufman, los regímenes burocrá-
tico-autoritarios exclusionistas procuraron resolver problemas básicos
de acumulación, en los términos definidos primordialmente por el capi-
tal transnacional y los estratos superiores de la burguesía nacional. Esto
es particularmente válido en la fase inicial del régimen burocrático-auto-

12
Vázquez, 2014.
13
La revolución nacionalista y antioligárquica mexicana, el legado consensual del batllismo
uruguayo o el incorporacionismo del peronismo en argentina (Cavarozzi, 1991: 99).
14
Las características específicas de los regímenes burocráticos autoritarios fueron objeto de
diversos autores entre los cuales encontramos a Cardoso (1979); Collier (1979); Kaufman
(1979); Maira (1990); y O’Donnell (1979).

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A cuarenta años de los golpes de Estado: tesis para una reflexión

ritario, periodo en el que se asigna gran prioridad a restaurar la confian-


za de los acreedores e inversores internacionales imponiendo medidas de
austeridad y políticas de libre comercio.15
En ese mismo sentido, Cavarozzi señala que “a fines de la década de
1970 las viejas recetas fueron renovadas atractivamente por los teóricos
neomonetaristas y, finalmente, fueron aceptadas por la nueva generación
de dictadores militares”.16
Este cambio en la formulación de la economía está íntimamente liga-
do a la política. Uno de los aspectos centrales que se encontraba en esta
disputa por el proyecto de la nación se identifica en la relación existente
entre la democracia y el desarrollo. No es nueva la teoría que señala que
para que una democracia funcione se requiere que haya una clase media
extendida.17 La idea central es que en la medida en que se genere un vo-
tante mediano robusto, los extremos tanto de derecha como de izquierda
quedarán neutralizados. Bajo esta lógica, los cambios en la democracia
serán siempre lentos, por aproximaciones sucesivas, a la par que, en de-
mocracia, difícilmente llegarían gobiernos con propuestas radicales de
cambio al poder: se trata de la famosa teoría del votante mediano. Sin
embargo, esto generaba un problema grave para aquellos países que des-
pués de la Segunda Guerra Mundial no eran democracias y se encontra-
ban en condición de pobreza extendida, prácticamente la mayoría de los
países de Asia, África y América Latina. Si la teoría del votante mediano
era cierta, ahí donde no hubiera una clase media extendida, difícilmente
habría democracia, ésta quedaba vedada para los países de este continen-
te. Peor aún, se gestó la pretensión de crear esa clase media precisamen-
te a través de la imposición de un modelo económico que apresurara el
crecimiento por medio de la fuerza: a través de las dictaduras. De esto da
muy bien cuenta el texto de Gonzalo Varela:

En lo tocante a Estados Unidos, el entonces presidente republicano Richard


M. Nixon estaba en franco desacuerdo con la teoría del difunto John F.
Kennedy de que se podían unir democracia y desarrollo en América Latina.
Ya su antecesor del Partido Demócrata, Lyndon B. Johnson, la había des-

15
Kauffman (1988: 143).
16
Cavarozzi (1991: 102).
17
Lipset, 1997; Almond y Verba, 1963 y 1989.

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Daniel Vázquez Valencia

echado. Nixon, que creía que incluso en Estados Unidos las cosas funcio-
naban mal y que él estaba llamado a arreglarlas (con su renuncia en 1974
por actos delictivos se descubriría como) pensaba que los pueblos latinos
en general no eran aptos para la democracia. Por tanto había poco o nada
en el golpe de Estado uruguayo de 1973 que pudiera molestar al gobierno
norteamericano y Brasil permanecería atento a toda cuestión de entidad que
se pudiera presentar.

Lo cierto es que los gobiernos autoritarios no mejoraron la situa-


ción económica, peor aún, las transiciones se dieron justo en el marco de
una crisis regional: la primera década perdida. En este contexto comien-
zan los procesos de transición democrática en Latinoamérica, como el
argentino (1983), el uruguayo (1985) y el chileno (1989). Una cuestión
a destacar es que el proceso de desmantelamiento de la matriz Estado-
céntrica y redimensionamiento de la política iniciado en los años setenta
se mantuvo en las transiciones que conformaron la llamada tercer ola de-
mocrática en América Latina. Más aún, tanto para Kaufman18 como para
O’Donnell19 y Przeworski20 era conveniente que los primeros gobiernos
posteriores a la transición fueran de derecha moderada a fin de afianzar
el proceso democrático frente a los poderes fácticos tendientes al golpis-
mo, aunque esto implicara supeditar los procesos redistributivos exigidos
por la sociedad. Así fue en prácticamente todos los procesos de transi-
ción donde el primer gobierno electo pertenecía a la derecha moderada y
mantenía o incluso profundizaba el modelo neoliberal.
Cobra sentido recordar que lo que había en las décadas de los sesenta
y setenta era justamente esta disputa por la nación,21 no sólo por el vuelco
a la izquierda iniciado en 1999 en países como Venezuela, Bolivia, Ecua-

18
Kauffman, 1988.
19
O’Donell, 1985.
20
Przeworski, 1988.
21
Es interesante observar el papel de la represión frente a las demandas sociales. Una vez que
un movimiento social es reprimido, las demandas que presentaba el movimiento —las cua-
les no fueron ni articuladas ni administradas— son desplazadas por una nueva demanda
que no pone en jaque —o al menos no de manera directa— los elementos centrales del
proyecto hegemónico de nación: libertad a los presos y presentación con vida de los desa-
parecidos (de ser el caso). Para una mirada más profunda sobre la administración de la pro-
testa y sus paradojas, se puede revisar Vázquez (2008).

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A cuarenta años de los golpes de Estado: tesis para una reflexión

dor, Argentina y Uruguay,22 sino en especial por el discurso crítico que se


ha formado nuevamente en torno al modelo económico neoliberal, tanto
en América Latina como en Estados Unidos y Europa, frente a la crisis
económica iniciada en 2008 y cuyos efectos se mantienen hasta la fecha.
Ante estos discursos críticos al modelo económico neoliberal, cabe pre-
guntarse: ¿se puede realizar un cambio redistributivo acelerado sin tener
una respuesta violenta —e incluso antidemocrática— por parte de la de-
recha en América Latina? De nuevo, los procesos de dictadura y transi-
ción en Uruguay y Chile tienen algo que decirnos.

Tesis 3. Los cambios en los valores políticos:


la democracia como modelo a seguir

Un tercer aspecto que nos convoca a una reflexión es la legitimación


que tomó la democracia —o mejor dicho, el gobierno representativo—
como la única vía para arribar al poder. Hoy puede parecer obvio pero
lo cierto es que, pese a la Segunda Guerra Mundial con el desastre hu-
manitario que significó el holocausto, y a la construcción del Derecho
Internacional de los Derechos Humanos por medio de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos (1948) y los Pactos Internaciona-
les de Derechos Civiles y Políticos y Económicos, Sociales y Culturales
(1966), la realidad es que el régimen democrático no era necesariamen-
te bien valorado. Más aún, la segunda ola de transiciones a la demo-
cracia que se dio al finalizar la Segunda Guerra Mundial y hasta 1962
se vio contrarrestada con una serie de formaciones de gobiernos auto-
ritarios entre 1958 y 1974. De esta forma, en la década de los sesenta
—en medio de la ola contraria a las transiciones democráticas— las
democracias eran en realidad pocas con respecto a todos los países que
integraban el mundo.
En buena medida, esto permite entender por qué las dictaduras en
ese momento no necesariamente eran percibidas como algo totalmen-
te fuera de lo normal a nivel mundial. Durante las décadas de los se-
senta y setenta ni la izquierda ni la derecha latinoamericanas se sentían

22
Para profundizar sobre el vuelco a la izquierda en América Latina, véase nota al pie 12.

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comprometidos con las reivindicaciones democráticas. Un aspecto cen-


tral que vino a modificar este desdén fueron justamente las dictaduras
militares. La brutal persecución que sufrió la izquierda latinoamericana,
que fue apresada, torturada, asesinada, y desaparecida, se conjugó con
la necesidad, por parte de la derecha, de establecer un Estado de dere-
cho como requisito indispensable para obtener un crecimiento econó-
mico sostenido.23 De esta forma, la década de los ochenta en América
Latina se caracterizó por los procesos de transición de las dictaduras a
la democracia, por la fuerte revalorización de los Derechos Humanos
(dh) como elementos básicos del régimen democrático y un proceso —
aun en marcha y con diversas falencias— de la creación de un Estado
de derecho que incluyó reformas a las políticas de seguridad y al siste-
ma jurisdiccional.24
Sin embargo, no debemos echar las campanas al vuelo. Como se
mencionó líneas arriba, la apropiación de la democracia está enmarca-
da en el triunvirato triunfante (gobierno representativo, cierto discurso
de derechos humanos y modelo económico neoliberal) a partir de por lo
menos dos conceptos que hoy se encuentran en disputa: la democracia
misma y el discurso de derechos humanos; sumado al proceso de redi-
mensionamiento de lo político que, a partir de la vuelta a la izquierda y de
la crisis económica, se pone en duda. Pese a ello, lo que no se puede negar
es la carga valorativa positiva que hoy tiene la idea de democracia y con
la cual no se contaba antes de la dictaduras, junto con nuevos instrumen-
tos internacionales como la Carta Democrática Interamericana firmada
en 2001; por lo que se puede considerar que una salida no democrática a
un enfrentamiento de dos proyectos de nación parece un poco más cos-
tosa. Pese a lo anterior, una posible salida no democrática a un conflicto
político dependerá de muchos elementos locales, por lo que es probable
ver casos como el de Manuel Zelaya en Honduras en el 2009 o el de Fer-
nando Lugo en Paraguay en el 2012; junto con intentos fallidos como el
ocurrido a Hugo Chávez en 2002 en Venezuela.

23
Couso, 2010: 38.
24
Para una discusión teórica en torno a las distintas ideas de Estado de derecho, es útil Car-
bonell, Orozco y Vázquez, 2002. Para una revisión empírico-histórica, son útiles: Correa,
2002; Chevigny, 2002; y Hammergren, 2010. Para un análisis crítico de la idea de Estado
de derecho es útil Santos, 2009.

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A cuarenta años de los golpes de Estado: tesis para una reflexión

Tesis 4. Violaciones a derechos humanos, transición, justicia


y Estado de derecho: ¿Nunca más?

De la misma forma que la democracia ha ganado fuerza y legitima-


ción en su actual construcción, los derechos humanos juegan un papel
relevante en la conformación del sentido político común. Es por esta
razón que ambos forman parte del triunvirato triunfante que ordena
la política actual. En ambos casos se trata también de conceptos cuyos
sentidos están en disputa, es decir, hay más de un discurso en torno
a los derechos humanos y a la democracia. En torno a las violaciones
sistemáticas de derechos humanos ocurridas durante la dictadura, los
textos del libro son claros. Elizabeth Lira nos da varios datos relevantes
relacionados con Chile:

La Comisión entregó su informe en noviembre de 2004. Fue escrito sobre


la base de los testimonios de los sobrevivientes, quienes en más de un 94%
declararon haber sido torturados. Fueron reconocidas como víctimas de
prisión política y tortura 28 459 personas, que correspondían a 34 690
detenciones. Del total de personas, 1244 eran menores de 18 años y de
éstas, 176 eran menores de 13. El 12.72%, que equivale a 3621 personas,
eran mujeres. La Comisión Valech pudo establecer que la tortura no fue el
resultado de excesos individuales, como se había justificado por las autori-
dades en épocas anteriores, sino que respondió a políticas institucionales
replicadas en los 1132 recintos identificados por la Comisión. En 2011,
la Comisión Asesora para la Calificación de Detenidos Desaparecidos,
Ejecutados Políticos y Víctimas de Prisión Política y Tortura (2010- 2011)
calificó 30 nuevos casos de detenidos desaparecidos. Hasta 2013 han sido
reconocidas 3216 personas como detenidos desaparecidos, ejecutados po-
líticos y víctimas de violencia política entre el 11 de septiembre de 1973
y marzo 1990. El número final de víctimas de prisión política y tortura
reconocidas hasta 2011 fue de 38 254.

Para el caso Uruguayo, Jo Marie Burt explica que durante los prime-
ros años del gobierno cívico militar, entre 1973 y 1977, Uruguay tuvo el
porcentaje más alto de detenidos políticos per cápita en el mundo: 60 000
arrestados en un país de tres millones de habitantes. Además, hubo
un estimado de 6000 presos políticos en detención prolongada donde

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fueron sujetos a tortura psicológica y física. De estos 6000 detenidos Ál-


varo Rico nos amplía la información:

Según las investigaciones realizadas por el equipo universitario que tra-


baja para la Presidencia de la República en el marco de la Secretaría de
Seguimiento de la Comisión para la Paz, y luego de revisar una volumi-
nosa documentación en archivos estatales, la cantidad aproximada de
detenidos por razones políticas durante la dictadura fue de 5925 presos
varones, entre ellos 891 sindicalistas, alojados en el Penal de Libertad
(Establecimiento Militar de Reclusión Nº 1); 739 mujeres alojadas en el
Penal de Punta de Rieles (Establecimiento Militar de Reclusión Nº 2) y
alrededor de 159 detenidas al norte del país, recluidas en la cárcel de la
ciudad de Paso de los Toros.

Las mismas investigaciones históricas para la Presidencia de la Re-


pública realizadas por el equipo universitario desde el año 2005 determi-
naron, hasta el momento, un total de 51 centros públicos de detención
de presos políticos…
Según los resultados de las investigaciones históricas y arqueológicas
de la Presidencia y de la Universidad de la República sobre detenidos-
desaparecidos, asesinados políticos y terrorismo de Estado en Uruguay
(1973-1985), el universo de víctimas pertenecientes a las distintas orga-
nizaciones de la izquierda uruguaya estuvo constituido por cerca de 200
ciudadanos detenidos-desaparecidos, alrededor de 250 asesinados polí-
ticos y más de 6 mil presos y presas políticas.
Los estudios que recuperan las violaciones sistemáticas de derechos
humanos en las dictaduras militares lo hacen desde el análisis, posibilida-
des y límites de la justicia transicional. En este marco, la democracia y los
derechos humanos se fusionan, pero mantienen algunas tensiones debi-
do a que el discurso de derechos humanos (en especial de investigación,
sanción y reparación de violaciones) se constituye en un ámbito esencial-
mente moral, mientras que el proceso de diseño institucional, equilibrios
y éxito de la transición se desarrolla en un ámbito político-pragmático.25
Entre el deber ser y el pragmatismo se generan las tensiones a partir de

25
Garretón, 1994.

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A cuarenta años de los golpes de Estado: tesis para una reflexión

dos preguntas: ¿cuál es el tipo de justicia transicional que debe realizarse


sin poner en peligro el proceso? Y ¿cuál es el papel de los derechos huma-
nos en la transición?
La primera pregunta se relaciona con tres obligaciones a cargo del
Estado en materia de derechos humanos que se enarbolan en el proce-
so de transición: el derecho a la verdad (investigar las violaciones de de-
rechos humanos), la justicia (sancionar a los culpables) y la reparación de
las víctimas de violaciones de derechos humanos.26 Sin embargo, debido
al cálculo estratégico que tiene por objeto no poner en peligro el proceso
de transición, estas tres demandas entran en una esfera de ambigüedad a
partir de los discursos de reconciliación y amnistía con los poderes ins-
titucionales y fácticos que se encuentran involucrados en esas violacio-
nes sistemáticas de derechos humanos, que pueden poner en peligro la
transición regresando a un régimen autoritario o dictatorial y que reali-
zan movilizaciones evidentes al respecto, como la revuelta de los milita-
res “carapintada” en Argentina o el “boinazo” en Chile. Esto no es nuevo,
como observa Elizabeth Lira: “la impunidad ha sido considerada duran-
te siglos como un recurso eficaz para contener las consecuencias políticas
de los conflictos.” La propia Elizabeth identifica esta tensión en su texto:

Miles de personas han trabajado desde 1973 para documentar, investigar


y no olvidar lo sucedido buscando verdad y justicia para las víctimas y lu-
chando por la construcción y consolidación democrática, dentro y fuera
de Chile. Al mismo tiempo, una fuerte tradición histórica asociada al viejo
“borrón y cuenta nueva” se hacía presente. La “paz social” se había sosteni-
do históricamente en la impunidad de los delitos políticos desde los inicios
de la república y la vía judicial había sido interrumpida habitualmente por
leyes de amnistía muy inclusivas después de conflictos políticos, complots,
guerras civiles y dictaduras, llamadas habitualmente “leyes de olvido”.

Sin embargo, explica la misma autora, “… esa convicción se había


erosionado desde el juicio de Nüremberg efectuado a los dirigentes del
régimen nazi, después de la Segunda Guerra Mundial y después de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos. Desde entonces se ha

26
Vázquez, Serrano, 2011.

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buscado garantizar internacionalmente la obligación de los Estados de


respetar los derechos de sus ciudadanos.” Más aún, esta supuesta tensión
o miedo a que un proceso de justicia transicional genere una regresión
autoritaria parece que ahora ya ha quedado atrás, al menos así se observa
en la investigación Katrhyn Sikkink,27 donde se hace evidente que, tanto
la elaboración de juicios como de comisiones de la verdad, refuerzan los
procesos de transición para generar instituciones democráticas más con-
solidadas y, por ende, democracias más estables. En buena medida, esto
se debe a que el tipo de instituciones relacionadas con el Estado de dere-
cho dependerán del desarrollo de la misma justicia transicional.
Esta relación entre el proceso de justicia transicional que se dé en
cada país y el tipo de Estado de derecho que se construya cobra sentido
en el capítulo dedicado a México por Mariclaire Acosta. Si bien el libro
tiene como principal objetivo reflexionar a cuarenta años de los golpes de
Estado de Uruguay y Chile, es relevante dedicar un espacio para, a la luz
de estas experiencias, pensar qué es lo que ha sucedido en México.
En lo que hace a los golpes de Estado y el establecimiento de dicta-
duras militares, en México no hay un paralelo con respecto a lo sucedido
en Chile y Uruguay, mas no por ello estuvieron ausentes las violaciones
sistemáticas en materia de derechos humanos, propias de la lógica que se
vivió en nuestro continente en torno a la Guerra Fría. De hecho, la salida
del régimen caracterizado por un partido hegemónico también se anali-
zó desde la academia como un proceso de transición democrática, a la par
que los pocos e inconclusos intentos de investigación sanción y repara-
ción por los crímenes del pasado en México se han analizado a la luz de
la justicia transicional.
Más allá de las similitudes y diferencias entre el proceso vivido en Mé-
xico en comparación con Uruguay y Chile, uno de los aspectos centrales
recuperados por Acosta es que la ausencia de una política efectiva de jus-
ticia transicional puede tener consecuencias en la política de seguridad y
la impunidad generalizada que se vive actualmente en México. Las de-
cisiones que se toman en torno al ajuste de cuentas del pasado sin duda
afectan el futuro. De aquí que cobre sentido la segunda pregunta que nos
hacemos en esta sección y a la que dedicamos los siguientes párrafos.

27
Sikkink, 2011.

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A cuarenta años de los golpes de Estado: tesis para una reflexión

La segunda pregunta (¿cuál es el papel de los derechos humanos en la


transición?) cobra sentido en el diseño de las instituciones que conforma-
rán el nuevo régimen democrático. Esto incluye la generación de enclaves
que pueden vulnerar derechos humanos, tanto en la relación de los pode-
res constituidos (incluyendo las fuerzas militares), como en las prácticas
y organizaciones de los poderes fácticos y conlleva diseños institucionales y
prácticas culturales. Estos enclaves producen problemas especialmente en
el proceso de consolidación de la democracia, el cual puede ser truncado e
incluso revertido.28 Es en este marco que tiene sentido seguir discutiendo
la relevancia de la transición, en particular de la justicia transicional. Jo-
Marie Burt lo explica con precisión: “… qué tipo de transición hubo y qué
tipo de democracia tenemos en Uruguay y en varios otros países de Amé-
rica Latina que aún no terminan de saldar cuentas con el pasado.”
En efecto, en la medida que han pasado los años, la justicia transi-
cional ha tenido un desarrollo mayor que se observa no sólo en las téc-
nicas cada vez más sofisticadas para identificar centros clandestinos de
reclusión, fosas comunes, reconocer restos humanos o encontrar niños
y niñas que fueron robados a sus padres y dados en adopción. El paso
de los años también ha permitido discutir qué procesos son más efecti-
vos, si fiscalías o comisiones de verdad o si ambos se refuerzan; a la par
que se ha avanzado en el análisis y necesidad de reconversión, tanto de
los recursos humanos de las instituciones como de las poblaciones invo-
lucradas en conflictos armados como paso necesario al proceso de tran-
sición. Probablemente este es uno de los puntos más relevantes cuando
pensamos en las continuidades de las dictaduras en las democracias: las
instituciones relacionadas con la seguridad y la lógica de dicha política;
y en un contexto analítico más amplio, la identificación de continuida-
des y enclaves autoritarios.
Las dictaduras militares siguieron políticas de seguridad sosteni-
das bajo criterios de seguridad nacional e interior que giraban en torno a
la defensa y protección de una élite político-económica en el poder. Por
el contrario, la política de seguridad propia de una democracia requiere
que en el centro se encuentre la persona desde una lógica de seguridad
ciudadana29. Este cambio supone un largo proceso no sólo en la forma de

28
Garretón, 1994: 223.
29
cidh, 2002 y cidh, 2009.

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planificación de la política, sino en el cambio de la lógica o sentido común


establecido en las instituciones informales y en los propios servidores pú-
blicos que integran dichas instituciones. Cuando este proceso no se reali-
za, el gran problema para la democracia es que se conforma un Estado de
derecho30 fundado en la simulación, la impunidad y la corrupción, como
bien observa Mariclaire Acosta:

… impunidad crónica, entendida ésta como la ausencia de castigo para un


delito cometido, lo cual presupone, necesariamente, la existencia de un sis-
tema de justicia penal y la tipificación de los delitos posibles que se pueden
cometer, así como de los procedimientos para determinar y sancionar a los
culpables. La falta en su conjunto de investigación, persecución, captura,
enjuiciamiento y condena de los responsables de delitos produce impuni-
dad. A su vez, la impunidad propicia la repetición crónica de los hechos
delictivos y la indefensión de las víctimas.

En buena medida este dar cuenta de lo sucedido en el pasado tenía


un fin principal: nunca más, que no se repitieran estas violaciones sis-
temáticas a derechos humanos. Un aspecto al que le prestamos mucha
atención como parte del nunca más es la producción de documentales.
Sobre la forma en que el pasado se hace presente a través del cine, Nel-
son Carro hace una excelente recuperación a partir de múltiples miradas
siempre subjetivas de los directores de cine, también del desarrollo del
cine documental en Chile y Uruguay, así como del desenvolvimiento de
la obra de dos cineastas: Patricio Henríquez y Virginia Martínez. So-
bre la importancia del registro visual, Nelson Carro explica que “Hoy en
día, con la revolución tecnológica digital, prácticamente cualquiera que
cargue un teléfono celular puede hacer su propio registro de la histo-
ria, por lo que la cantidad de puntos de vista resulta enorme, hay tantos
como cámaras posibles, y se puede grabar casi en cualquier escenario y
en cualquier circunstancia.”
Por su parte, Patricio Henríquez y Virginia Martínez reflexionan
en sus textos en torno a la diferencia que hay entre un historiador y
un documentalista. Más allá de esa diferencia, independientemente de

30
Para mayor precisión en torno a este concepto, véanse los textos mencionados en la nota 24.

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A cuarenta años de los golpes de Estado: tesis para una reflexión

la subjetividad en la narración que imprime la mirada del director, sin


duda es relevante el registro visual en la construcción de ese fuerte grito:
Nunca más.
En la medida en que el genocidio en Armenia, el holocausto y la fir-
ma de los distintos instrumentos que desarrollaron el Derecho Interna-
cional de los Derechos Humanos no impidió que hubiese más genocidios
en la ex Yugoslavia, Ruanda, Guatemala, Camboya y que actualmente se
mantenga el genocidio en Darfur; incluso que estos trágicos eventos no
evitaran la contra ola democrática que generó múltiples dictaduras entre
1958 y 1974 —entre ellas, todas las de América Latina—, nos permite
preguntarnos: ¿nunca más? ¿estamos ciertos que no se repetirán dictadu-
ras militares en América Latina?

Tesis 5. Las nuevas violaciones sistemáticas a los derechos


humanos: el modelo económico, la violencia entre particulares
y los poderes judiciales

Un aspecto central ya ha quedado planteado líneas arriba: el redimen-


sionamiento de lo político y, con él, de la democracia. En los procesos de
transición la democracia quedó disminuida al aspecto más instrumen-
tal: el gobierno representativo. Esto supone contar simplemente con
elecciones libres y justas y con algunos derechos políticos como votar y
ser votado, así como algunos derechos civiles con fines políticos como la
libertad de asociación, de reunión, y muy principalmente la libertad de
expresión. Un primer punto es que la existencia/ausencia de cada uno
de los puntos mencionados no es un problema de blanco y negro, sino de
una enorme tonalidad de grises. Dependiendo del país de América La-
tina y del momento en cuestión, se podría poner en duda si se reúnen
o no estos requisitos más algunos otros elementos que, desde los estu-
dios de democracia, se han establecido como elementos básicos para que
ésta exista (la división de poderes, el Estado de derecho, la existencia de
una sociedad plural, por mencionar algunos).31 Sin embargo, el punto

31
Para un análisis aceptado entre los politólogos que se hacen cargo del estudio de los ele-
mentos que integran el gobierno representativo, se puede observar lo que propone Dahl
(1999 y 1999).

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que me interesa resaltar es el papel secundario que ocupan los derechos


económicos, sociales y culturales en la conformación de las democracias
realmente existentes. Esto conforma lo que Guillermo O’Donnell deno-
minó una ciudadanía de baja intensidad.32 Las salidas de las dictaduras
instituyeron democracias en la miseria, que cobran relevancia cuando
se miran las asimetrías en las relaciones de poder que existen en las in-
teracciones políticas y que ponen en jaque uno de los principales prin-
cipios de la democracia: la igualdad política (pensada como algo que va
más allá del voto universal).33
Si la democracia en la miseria impacta en los derechos económicos y
sociales, podríamos pensar que al menos los derechos civiles y políticos
se encuentran garantizados, sin embargo, no necesariamente es así. Siem-
pre ha existido tensión entre la política de seguridad y los derechos hu-
manos34, pero esta se incrementó luego del ataque a las torres gemelas de
Nueva York el 11 de septiembre de 2001.35 Esta política ha tenido como
consecuencia el establecimiento de facto de un Estado de excepción —
con especial énfasis en países como Colombia y México— que se carac-
teriza por la restricción de derechos y la criminalización de la protesta. Al
respecto es relevante recordar que lo que se observó en las dictaduras mi-
litares no fue una instauración inmediata, sino un proceso que en todos
los casos inició desde antes del fin del gobierno democrático, como bien
explica Álvaro Rico para el caso uruguayo: “la consolidación de relaciones
autoritarias de poder estatal en el Uruguay democrático (1968-1973)
transcurrió gradualmente por la vía de la institucionalización permanente
de Medidas Prontas de Seguridad y la utilización recurrente del instituto
del Decreto por parte de los “gobiernos de crisis” (Pacheco-Bordaberry).”
Otro aspecto central para reflexionar proviene de dos puntos que
hemos mencionado arriba: la necesidad de pensar la estructuración
estatal como base del orden político (es decir, ir más allá del análisis
formal-institucional-gubernamental) y recuperar el proceso de redi-
mensionamiento de la política y del mercado, para mirar con claridad el
retorno de viejos actores del análisis político que habían desaparecido:

32
O’Donnell, 2003 y 2004.
33
Vázquez, 2012; Vázquez y Serrano, 2011.
34
O’Donnell, 2005.
35
Gómez, 2001: 7-23.

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A cuarenta años de los golpes de Estado: tesis para una reflexión

los poderes fácticos. Uno de los elementos centrales para pensar hoy las
violaciones sistemáticas de derechos humanos es que estas —a diferen-
cia de lo que vimos en las dictaduras— no necesariamente provienen de
los gobiernos: hoy los poderes fácticos son generadores de violaciones
sistemáticas en materia de derechos humanos.
Ya sea empresas nacionales o transnacionales, de la mano de go-
biernos que, apuntalando el modelo de producción extractivista, despo-
jan a comunidades indígenas y a grupos campesinos de sus tierras con
las consiguientes violaciones a los derechos a la consulta, al trabajo, a la
alimentación (en muchos casos se trata de campesinos o comunidades
pesqueras de autoconsumo), a la salud (especialmente como consecuen-
cia de los emprendimientos mineros y del hundimiento de tierras), a
la cultura cuando los grupos sufren desalojos forzados y son dispersa-
dos; ya sean las bandas del crimen organizado que en su diversificación
han generado un aumento en el número de personas violentadas en su
libertad e integridad personales por medio de la tortura y la desapari-
ción, e incluso su privación de la vida. De cualquier forma, lo que en-
frentamos al inicio del siglo xxi es una complejización de la violencia
y, con ella, de los actores que cometen violaciones a derechos humanos.
La versión estado-céntrica del discurso de derechos humanos que ope-
ró en las dictaduras militares tendrá que modificarse para poderse apli-
car a esta nueva realidad donde imperan las relaciones horizontales de
derechos humanos.36
Hay un aspecto central que hace una diferencia relevante entre lo que
sucedía en las décadas de los 60 y 70 y lo que pasa actualmente: no pa-
rece haber hoy una izquierda electoral ni social que ponga en peligro los
fundamentos del sistema capitalista en general, neoliberal en particular.
Pese a ello, los propios actores políticos no necesariamente observan en la
democracia el único ni el mejor medio para resolver sus disputas. Como
observa Darío Salinas:

Aquel conjunto de prácticas que terminó derribando al gobierno de la


Unidad Popular no ha desaparecido del escenario latinoamericano. Sus
diversas expresiones constituyen una constante amenaza para continuidad

36
Para pensar las relaciones horizontales, o relaciones entre particulares de los derechos hu-
manos son útiles Mijangos (2007) y Naranjo (2000).

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de los proyectos gubernamentales más avanzados. Los golpes de Estado


como en Venezuela (2002), Honduras (2009) y el “golpe parlamentario”
que destituye al presidente Lugo en Paraguay (2012), así como las polí-
ticas de desestabilización o intentos de golpes como en Bolivia (2008) y
Ecuador (2010), se han convertido en agudos referentes de los procesos
actuales y sus desafíos están relacionados con los problemas que supone
configurar una alternativa democrática.

Peor aún, uno de los principales actores para pensar la existencia de


una democracia constitucional es precisamente el Poder Judicial, espe-
cialmente las Supremas Cortes o las Cortes Constitucionales. Sin em-
bargo, los jueces y juezas de América Latina no han logrado apropiarse
de su papel principal en una democracia constitucional: ser garantes de
los derechos humanos. Por el contrario, en más de una ocasión han sido
las propias cortes las que, en el mejor de los casos, tienen sentencias en-
contradas con avances y retrocesos y, en el peor, se trata de retrocesos sim-
ples y llanos. Un ejemplo de esto último nos lo da Jo-Marie Burt cuando
relata lo sucedido en torno al cumplimiento de la sentencia Gelman vs.
Uruguay emitida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos:

[…] en febrero de 2013 la scj de Uruguay emitió dos decisiones que cam-
biaron radicalmente ese panorama promisorio. Primero, este poder del
Estado uruguayo trasladó a la jueza que más ha investigado casos de viola-
ciones a los derechos humanos, Mariana Mota, de un juzgado penal a uno
civil. Por esta decisión, ella se vio alejada de unos 50 casos que investigaba.
Muchos sectores de la sociedad uruguaya lo interpretaron como una re-
presalia por su labor a favor de los derechos de las víctimas. La scj no dio
razón por el traslado, lo cual suscitó mucha desconfianza en la decisión.
Una semana después, la misma Suprema Corte emitió una resolución que
declaró la inconstitucionalidad de los artículos segundo y tercero de la Ley
18.331. Esta resolución implicó declarar que los crímenes de la dictadura
fueron crímenes del fuero común y por lo tanto es aplicable la prescrip-
ción en estos casos. Lo poco ganado en noviembre de 2011 con la promul-
gación de la Ley 18.831 se deshizo en minutos. Ante las manifestaciones
públicas y las quejas de actores nacionales e internacionales cuestionando
tanto el traslado de Mariana Mota como la declaración de inconstitucio-
nalidad de la Ley 18.331, el presidente de la scj, Jorge Ruibal Pino, declaró

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que ninguno de los casos de violaciones de derechos humanos del pasado


va a prosperar judicialmente pues encontrarán “una muralla” en la scj.

❖❖❖

Como se menciona al inicio del texto, la pretensión de estas líneas no es


recuperar todas las discusiones vertidas en los capítulos que integran el
libro. En cambio, se busca postular algunas ideas que abran temas para
discutir, a partir del aprendizaje de los golpes, las dictaduras y las tran-
siciones, a nuestras democracias por venir. Considero relevante pensar
al menos cinco temas:

1) La vuelta al estudio de la estructuración estatal: el redimensiona-


miento de lo político y la disputa por la nación, porque difícilmente
podremos entender la vuelta a la izquierda en América Latina arran-
cada en 1999, el proceso de crisis del modelo económico del 2008 y
sus consecuencias en nuestros países y, especialmente, la construc-
ción actual del proyecto hegemónico y sus alternativas si no redi-
mensionamos el fenómeno político pasando del análisis meramente
institucional a la estructuración estatal.

2) La relación entre la democracia y el desarrollo, entre las demandas


distributivas y la violencia política, para poder pensar la construc-
ción de un modelo de desarrollo distinto que articule las pretensiones
de igualdad política inherentes a la democracia con las expectativas de
distribución propias del mercado; y analizando las consecuencias
para la democracia de las brechas entre ésta y el mercado.

3) Los cambios en los valores políticos: la democracia como modelo a


seguir, para poder mirar cómo la democracia se ha consolidado como
uno de los elementos que integran el triunvirato triunfante que cons-
tituye el sentido político común actual, pero sin olvidar que no hay
un sólo modelo de democracia,37 sino varios.

37
Para profundizar en torno a la idea de modelos de democracia son útiles: Macpherson,
1981; y Held, 1992. Para mirar la relación entre los modelos de democracia y los derechos
humanos es útil: Vázquez, 2010.

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4) Las violaciones de derechos humanos, la transición, la justicia y el


Estado de derecho: ¿Nunca más?, a fin de mirar la relación que hay
entre los golpes, las violaciones sistemáticas de derechos humanos
a partir de una política específica de seguridad nacional y la forma-
ción de incrustaciones autoritarias que se mantienen hasta nues-
tros días.

5) Las nuevas violaciones sistemáticas de los derechos humanos: el


modelo económico, la violencia entre particulares y los poderes ju-
diciales, a fin de pensar cómo las continuidades políticas y económi-
cas de los golpes, y de los modelos económicos establecidos a través
de ellos, generan nuevos actores y nuevas violaciones a derechos hu-
manos que suponen incluso una modificación necesaria del propio
paradigma Estado-céntrico de los derechos humanos.

En fin, la tarea es seguir pensando cuáles son las mejores formas de


redimensionar, articular e institucionalizar nuestra democracia en Amé-
rica Latina, siempre esa, siempre la democracia por venir.

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A cuarenta años de los golpes de Estado: tesis para una reflexión

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la democracia, la crisis de representación y los derechos políticos desde el
didh”, Revista Paideia, Instituto Electoral de Guanajuato, año 2, núm. 4,
pp. 39-46.

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Derechos reservados

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Sobre los autores

Mariclaire Acosta

Socióloga por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam),


es académica y activista de los Derechos Humanos. Actualmente dirige
la oficina para México de Freedom House. Ha ocupado distintos cargos,
como el de embajadora especial de Derechos Humanos y Democracia y
subsecretaria de Derechos Humanos y Democracia de la Secretaría de
Relaciones Exteriores (sre) de México; directora del Departamento
de Gobernabilidad Democrática y asesora especial del secretario gene-
ral en la Organización de Estados Americanos (oea); y directora para
las Américas del International Center for Transitional Justice (ictj). Es
autora de diferentes textos sobre su especialidad, entre los que destaca
un libro de reciente publicación del que es coordinadora: La impunidad
crónica de México. Una aproximación desde los derechos humanos (Méxi-
co, Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, 2012).

Ana Buriano Castro

Es profesora investigadora titular en el Instituto de Investigaciones Dr.


José María Luis Mora. Doctora en Estudios Latinoamericanos por la
Facultad de Filosofía y Letras de la unam y docente a nivel superior.
Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Entre sus publicacio-
nes recientes se encuentran: “El golpe de Estado uruguayo del 27 de ju-
nio de 1973 en las voces de los políticos tradicionales”, en Historia, voces

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

y memoria; “Monolitismo y pluralismo del exilio uruguayo en la urss:


género y memoria”, en Testimonios: revista digital de la Asociación de His-
toria Oral de la República Argentina; “Derechos, trauma social y restitu-
ción. Sincronía y unicidad: el caso de Uruguay”, en Andamios, y “Ley de
caducidad en Uruguay y esencia ético política de la izquierda”, en Perfiles
Latinoamericanos.

Jo-Marie Burt

Doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Columbia en Nue-


va York, es profesora y directora del Programa de Estudios Latinoa-
mericanos en George Mason University. Senior Fellow de la Oficina en
Washington sobre Asuntos Latinoamericanos (wola). Ha colaborado
en distintos momentos con organismos de derechos humanos en varios
países de América Latina (al). Dirige un proyecto sobre los procesos de
búsqueda de verdad, justicia y memoria en al, con enfoque particular
en los procesos de litigio estratégico en casos históricos de graves viola-
ciones a los derechos humanos. Como tal, ha sido invitada a observar y
monitorear varios juicios en la región como los realizados a Alberto Fu-
jimori y José Efraín Ríos Montt.

Nelson Carro

Es crítico de cine, programador de la Cineteca Nacional desde 2007 y


actualmente director de Difusión y Programación de la misma Cineteca.
Ha publicado en México como crítico de cine desde 1977 en Unomásuno,
Reforma, Tiempo Libre y diversos semanarios y revistas especializadas,
como Cine, Imágenes, Dicine, Icónica.

Silvia Dutrénit Bielous

Licenciada en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de Méxi­


co (unam), maestra en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoameri-
cana de Ciencias Sociales, Sede México (Flacso México) y doctora en

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Sobre los autores

Estudios Latinoamericanos por la unam. Es profesora investigadora ti-


tular del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Perte-
nece a los Sistemas Nacionales de Investigadores de México y Uruguay y
a la Academia Mexicana de Ciencias. Actualmente coordina los proyec-
tos: Segunda generación de los exilios conosureños e Historia de los equipos
de antropología forense vinculados al esclarecimiento de delitos ocasionados
por la represión política (conacyt) de México. Entre sus últimas pu-
blicaciones destaca el libro de autoría La Embajada indoblegable. Asilo
mexicano en Montevideo durante la dictadura, y el libro en coautoría con
Gonzalo Varela Tramitando el pasado. Violaciones de los derechos huma-
nos y agendas gubernamentales.

Elizabeth Lira

Psicóloga, sus estudios de licenciatura los realizó en la Universidad Ca-


tólica de Chile en 1971. Es directora del Centro de Ética de la Universi-
dad Alberto Hurtado, Santiago, Chile. Ha trabajado en organizaciones
como el Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Hu-
manos y la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, y ha
participado como perito ante la Corte idh. Es autora de varios libros
y artículos sobre psicología y derechos humanos bajo circunstancias de
terrorismo de Estado. Entre ellos destaca, en coautoría con Brian Love-
man, Las ardientes cenizas del olvido. Vía chilena de reconciliación política
1932-1994. Ha recibido varios premios internacionales.

Álvaro Rico

Licenciado en Filosofía por la Universidad de la República, Monte-


video, y Doctor en Filosofía por la Universidad Lomonosov, Moscú.
Profesor titular de Ciencia Política y decano de la Facultad de Huma-
nidades y Ciencias de la Educación de la udelar desde 2010 (ratificado
en 2014 para un segundo periodo). Coordinador del Equipo de Inves-
tigación Histórica de la Presidencia de la República sobre Detenidos-
Desaparecidos. Integrante de la Secretaría de Derechos Humanos para
el Pasado Reciente de la Presidencia de la República. Ha coordinado

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

numerosos grupos de investigación universitaria sobre historia recien-


te. Entre sus publicaciones destacan, como coordinador y coautor:
Uruguay 1973-1985. La dictadura cívico-militar, Investigación histórica
sobre la dictadura y el terrorismo de Estado en el Uruguay (1973-1985),
Presidencia de la República. Investigación Histórica sobre Detenidos Des-
aparecidos, 15 días que estremecieron al Uruguay: 27 de junio-11 de julio,
1973. Golpe de Estado y Huelga General, y el libro de autoría, Cómo nos
domina la clase gobernante. Orden político y obediencia social en la demo-
cracia posdictadura.

Darío Salinas Figueredo

Sociólogo formado en la Universidad Católica de Chile, con maestría


en Sociología por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(Flacso). Es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Iberoame-
ricana, uia. Profesor investigador del Programa de Posgrado en Cien-
cias Sociales de la uia. Especialista en estudios latinoamericanos,
miembro del Sistema Nacional de Investigadores y académico emérito
de la uia. Coordina el Seminario Permanente sobre “Gobernabilidad
e Instituciones Políticas en América Latina”. Es investigador asociado
del Grupo de Trabajo “Estudios sobre Estados Unidos” del Conse-
jo Latinoamericano de Ciencias Sociales, clacso. Entre sus distintas
publicaciones (como autor de libro individual, coordinador, en coau-
toría, capítulos, y artículos) destacan: “Hegemony in the coordinates
of U. S. policy: implications for Latin America”, “Democratic Gober-
nability in Latin America: limits and posibilities in the context of neo-
liberal domination”, “The United States and Latin America: Beyond
Free Trade” y “Chile: obstáculos políticos de la democratización y ma-
lestar de la sociedad”.

Gonzalo Varela Petito

Abogado por la Universidad de la República, Montevideo; maestro en


Sociología por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede
México (Flacso México) y doctor en Sociología por la Ecole des Hautes

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Sobre los autores

Etudes en Sciences Sociales, París. Es profesor titular del Departamento


de Política y Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana-Uni-
dad Xochimilco, México, y pertenece al Sistema Nacional de Investiga-
dores de México. Autor de numerosas publicaciones en México y en otros
países referidas a los sistemas políticos latinoamericanos y a políticas pú-
blicas, entre ellas, destacan los libros: De la república liberal al estado militar.
Crisis política en Uruguay 1968-1973 y, en colaboración con Silvia Dutré-
nit, Tramitando el pasado. Derechos humanos y agendas gubernamentales.

Daniel Vázquez Valencia

Licenciado en Ciencia Política y licenciado en Derecho por la Universi-


dad Nacional Autónoma de México (unam), maestro en Sociología Po-
lítica por el Instituto de Investigaciones “Dr. José María Luis Mora” y
doctor de Investigación en Ciencias Sociales con especialidad en Ciencia
Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede Mé-
xico (Flacso México). Es profesor investigador de la Flacso México, don-
de coordina el Doctorado en Ciencias Sociales. Es integrante del Sistema
Nacional de Investigadores. Entre sus temas de investigación se encuen-
tran: la teoría de la democracia y la relación de los derechos humanos con
la democracia y el mercado. Asimismo, es coordinador de los seminarios
de investigación “Procesos políticos contemporáneos de América Lati-
na”; “Análisis Multidisciplinario de los Derechos Humanos” y “Democra-
cia y Derechos Humanos”.

Ricardo A. Yocelevzky R.

Licenciado en Sociología por la Universidad de Chile, Master of Letters


por la Universidad de Aberdeen, maestro en Ciencia Política por la Fa-
cultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede Chile (Flacso Chi-
le) y doctor en Historia por la Universidad de Warwick, Inglaterra. Es
profesor titular del Departamento de Política y Cultura de la Univer-
sidad Autónoma Metropolitana-Unidad Xochimilco, México. Pertene-
ce al Sistema Nacional de Investigadores de México.

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Derechos reservados

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Índice onomástico

A
abc, Guardería (2010) 240 Álvarez, Gregorio 39, 40n, 47n, 51,
Acuerdo de Cooperación Energética 173
petrocaribe 96 Amnistía Internacional 177n, 237n
Agencia Central de Inteligencia (cia) Anaconda Copper Company 77
(eua) 77, 81, 133, 198 Andreotti, Giulio 103
Agencia de los Estados Unidos para Arellano Stark, Sergio 142n
el Desarrollo Internacional (usaid) Arijón, Gonzalo 201
80, 94 Armada (Uruguay), véase Fuerzas
alba, véase Alianza Bolivariana para Armadas, Uruguay, Armada
los Pueblos de Nuestra América Arzobispado de Santiago, Iglesia
Alessandri, Jorge 107 Católica (Chile) 88, 145
Alfonsín, Raúl 168, 232 Asamblea de la Civilidad (Chile) 88
Alianza Bolivariana para los Pueblos Asamblea General (Uruguay), véase
de Nuestra América (alba) 95 Uruguay, Poder Legislativo, Asam-
Alianza Democrática (Chile) 87, 89 blea General
Alianza para el Progreso (alpro) 74, Asamblea General de las Naciones
77, 108 Unidas, véase Organización de
Allende, Isabel 135 las Naciones Unidas, Asamblea
Allende, Salvador 14-17, 20, 36n, General
49, 73-74, 77-81, 83, 85, 94-97, Asamblea Popular de los pueblos de
101-102, 105-107, 109-111, 113- Oaxaca (appo) (2009) 240
116, 118, 118n 119-120, 122, 124, Atenco, Caso (2008) 240
133-135, 135n, 136n, 141, 146-147, Automotores Orletti (Argentina)
150n, 191-194, 196, 216-219 57, 61
Almeyda, Clodomiro 116 Ayala, Abel 67
alpro, véase Alianza para el Progreso Aylwin, Patricio 18, 115, 121-122,
Altamirano, Carlos 104n, 116 148, 153, 156

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

B Derechos Humanos (Corte idh),


Balmaceda, José Manuel 148 Caso Gelman
Banco de Chile 82 Castagnetto, Héctor 67
Banco de Exportaciones-Importa­ Castillo Velasco, Jaime 107
ciones (Eximbank) 80 Castro, Fidel 216, 218
Banco Edwards 82 Cavalli, Eduardo 172
Banco Mundial 80 cejil, véase Centro por la Justicia
Bartulín, Danilo 216 y el Derecho Internacional
Ben Ali 232 celac, véase Comunidad de Estados
Beraud Poblete, Lionel 159n Latinoamericanos y Caribeños
Berlinguer, Enrico 103 Celiberti, Lilian 66n
Bidegain, Maiana 223 Central Nacional de Informaciones
Blanco, Juan Carlos 172 (cni) (Chile) 144
Bordaberry, Juan María 12-13, Centro de Investigación y Seguri-
38-40, 48-49, 55-56, 127, 167, dad Nacional (cisen) (México)
173, 262 239n
Bosh, Juan 74 Centro por la Justicia y el Derecho
Bussi de Allende, Hortensia 136 Internacional (cejil) 174
Centros clandestinos de detención
C (Uruguay) 57, 60, 63, 66-67, 259
Cabañas, Lucio 241 cepal, véase Organización de las
Cacho, Lydia 240 Naciones Unidas, Comisión
Calderón, Felipe 239, 239n Económica Para América Latina
Cámara de Diputados (Chile), véase Cereceda Bravo, Hernán 159n
Chile, Poder Legislativo, Cámara Chargoñia, Pablo 172, 172n
de Diputados Charlo, Pedro 201
Caravana de la muerte (Chile) 142, Chaskel, Pedro 193-194n
142n Che (Ernesto Guevara) 191
Cárcel en la sede de la Jefatura de Chile
Policía de Paso de los Toros, -Constitución de 1980 14, 16, 88,
Tacuarembó (Uruguay) 60, 256 116, 119, 121-122
Carrillo Gil, Colección 137 -Ley 18.097, Orgánica Constitucio-
Carroza, Mario 219 nal de Concesiones Mineras 122
Carta Democrática Interamericana -Ley de Seguridad Interior del
(2001), véase Organización de Esta- Estado 142, 144n
dos Americanos, Carta Democrática -Poder Ejecutivo 133, 156
Interamericana (2001) -Ministerio del Interior 149n, 154
Casa Blanca 80-82, 95 -Poder Legislativo
Casas, Ricardo 201 -Cámara de Diputados 83, 113-
Caso Gelman vs. Uruguay, véase 114, 222n
Organización de Estados Ame- -Congreso 15, 36n, 81, 133, 146,
ricanos, Corte Interamericana de 147, 149, 156

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Índice onomástico

-Congreso Pleno (1970) 105-109, ción de Estados Americanos, Co-


120 misión Interamericana de Derechos
cia, véase Agencia Central de Inteli- Humanos
gencia (eua) Comisión Nacional de los Derechos
cidh, véase Organización de Estados Humanos (cndh) (México) 240,
Americanos, Comisión Interameri- 242
cana de Derechos Humanos Comisión Nacional de Prisión Política
cisen, véase Centro de Investigación y Tortura (Chile) 148, 154, 155n
y Seguridad Nacional (México) Comisión Nacional de Verdad y
Citigroup 82 Reconciliación (Chile) 143n, 148,
cndh, véase Comisión Nacional de los 150, 153, 154n
Derechos Humanos (México) Comisión Nacional sobre la Desa-
cni, véase Central Nacional de Infor- parición de Personas (conadep)
maciones (Chile) (Argentina) 168-169, 232n
cnt, véase Convención Nacional de Comisión para la Paz (Uruguay) 59,
Trabajadores (Uruguay) 177, 179, 256
Código de Justicia Militar (Chile) 144n Comisión Valech (Chile) 18, 144n,
Código de Justicia Militar (México) 154-155, 255
241n Comité de Cooperación para la Paz
Colby, William 81 (Chile) 145
Comando por el No (Chile) 89 Comunidad de Estados Latinoameri-
Comisión Asesora para la Calificación canos y Caribeños (celac) 96
de Detenidos Desaparecidos, conadep, véase Comisión Nacional
Ejecutados Políticos y Víctimas sobre la Desaparición de Personas
de Prisión Política y Tortura 155, (Argentina)
156n, 255 Concertación (Chile), véase Concerta-
Comisión Church, véase Estados ción de Partidos por la Democracia
Unidos, Congreso, Senado, Comi- (Chile)
sión Church Concertación de Partidos por el No
Comisión de Asuntos Políticos (Chile) 119
(Uruguay), véase Fuerzas Armadas, Concertación de Partidos por la
Uruguay, Comisión de Asuntos Democracia (Chile) 15-16, 89-92,
Políticos 105, 119-120
Comisión de Iglesias sobre Asuntos Congreso (Chile), véase Chile, Poder
Internacionales, Comité Ejecutivo Legislativo, Congreso
145 Congreso (México), véase México,
Comisión Económica Para América Poder Legislativo, Congreso
Latina (cepal), véase Organización Congreso Pleno (1970) (Chile), véase
de las Naciones Unidas, Comisión Chile, Poder Legislativo, Congreso
Económica Para América Latina Pleno (1970)
Comisión Interamericana de Derechos Consejo de Seguridad Nacional (nsc)
Humanos (cidh), véase Organiza- (eua) 80

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

Consejo de Gobierno (Uruguay), véase Democracia Cristiana, véase Partido


Uruguay, Poder Ejecutivo, Consejo Demócrata Cristiano (Chile)
de Gobierno Díaz, Porfirio 187-188
Consejo de Ministros (Uruguay), véase dina, véase Fuerzas Armadas (Chile),
Uruguay, Poder Ejecutivo, Consejo Dirección de Inteligencia Nacional
de Ministros Dirección de Inteligencia Nacional
Consejo de Seguridad Nacional (dina)(Chile), véase Fuerzas
(cosena) (Uruguay), véase Uruguay, Armadas, Chile, Dirección de
Poder Ejecutivo, Consejo de Seguri- Inteligencia Nacional
dad Nacional Doctrina Allende 120, 122
Consejo Mundial de Iglesias 145
Contreras, Manuel 156 E
Convención Americana de Derechos Echeverría, Luis 137, 240
Humanos, véase Organización de Edwards, Agustín 82
Estados Americanos, Convención Ejecutivo (México), véase México,
Americana de Derechos Humanos Poder Ejecutivo
Convención Nacional de Trabajadores Escoto, Nelson 66n
(cnt) (Uruguay) 17, 32, 34n, 37n, Escuadrones “Caza Comunistas” 67
42, 127, 131-132 Escuadrones “Caza Tupamaros” 67
Coordinadora Nacional por la Escuadrones de la muerte (Uruguay)
Nulidad de la Ley de Caducidad 57, 64
(Uruguay) 170 Escuela de Chicago 14, 85
Corte Interamericana de Derechos Escuela de Mecánica de la Armada
Humanos (Corte idh), véase Or- (esma)(Argentina) 63
ganización de Estados Americanos, esma, véase Escuela de Mecánica
Corte Interamericana de Derechos de la Armada (Argentina)
Humanos Espinoza, Pedro 156
Corvalán, Luis 116 Estados Unidos, Congreso, Senado,
cosena, véase Uruguay, Poder Comisión Church 78n
Ejecutivo, Consejo de Seguridad Exxon Mobil 95
Nacional
Costa-Gavras, Constantin 193, 198 F
Cuesta, Luisa 170 Facultad de Administración y Econo-
Cuevas, Raúl 196 mía de la Universidad Técnica del
Estado (Chile) 86n
D femospp, véase Fiscalía Especial para
Danús, general 122 Movimientos Sociales y Políticos
Declaración Universal de los Derechos del Pasado
Humanos (1948), véase Organiza- Ferreira Aldunate, Wilson 38n, 58,
ción de las Naciones Unidas, De- 168
claración Universal de los Derechos ff. aa. (Uruguay), véase Fuerzas
Humanos (1948) Armadas (Uruguay)

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Índice onomástico

Fiscalía Especial para Movimientos -Servicio de Información de Defensa


Sociales y Políticos del Pasado (sid) 60-62, 65-67
(femospp) 240 -Servicio de Inteligencia de la Fuerza
Fox, Vicente 240 Aérea 129
Francia, Aldo 193 -Supremo Tribunal Militar 59
frap, véase Frente de Acción Popular Fuerzas Conjuntas (Uruguay), véase
(Chile) Fuerzas Armadas (Uruguay),
Frente Amplio (Uruguay) 11, 19, 37, Fuerzas Conjuntas
37n, 38, 38n, 58, 69n, 131, 173,
191, 197-198, 222n G
Frente Antifascista (Chile) 116 Galeano, Eduardo 166, 166n, 167
Frente de Acción Popular (frap) Garay, Aldo 201
(Chile) 106, 110 García Irureta Goyena de Gelman,
Frente Patriótico Manuel Rodríguez María Claudia 62, 62n, 174
(Chile) 88, 117 Gatti, María Esther 201
Frente Popular (Chile) 77 Gelman García, Macarena 62, 166,
Frenz, Helmut 145 174
Frey Montalva, Eduardo 81 González, Aurelio 224
Frez, general 122 González, Felipe 104n
Friedman, Milton 85, 86n Goulart, Jõao 49, 191
Frigorífico Nacional (Uruguay) 33n Guevara, Ernesto, véase Che
Fuerza Aérea (Uruguay), véase Guijón, Patricio 217-219
Fuerzas Armadas, Uruguay, Gutiérrez, Ibero 67
Fuerza Aérea Gutiérrez, Mateo 222, 222n
Fuerzas Armadas (Chile) 14, 16, 84, Gutiérrez Ruiz, Héctor 62, 167n,
90-91, 102, 123, 133, 141, 143, 144, 173, 222n
152, 156-157, 159 Guzmán, Jaime 114, 119, 121
-Dirección de Inteligencia Nacional
(dina) 61, 144 H
-Regimiento Tacna 76 Handler, Mario 187n, 197, 197n, 222
Fuerzas Armadas (Uruguay) 11-13, Harberger, Arnold 85
38, 39, 39n, 40, 48-51, 51n, 52-53, Helms, Richard 81
56-57, 59, 64-65, 68, 69n, 128-129, Herrera, Felipe 136
131, 169-170, 172n Human Rights Watch 237n
-Armada 60, 66
-Comisión de Asuntos Políticos I
51 Ibáñez del Campo, Carlos 123, 147-148
-Fuerza Aérea 60, 62, 66, 129 icau, véase Instituto de Cine y Audio-
-Fuerzas Conjuntas 66 visual de Uruguay
-Junta de Comandantes en Jefe 51, ielsur, véase Instituto de Estudios
60, 66-67 Legales y Sociales del Uruguay
-Junta de Oficiales Generales 51 Iglesia Católica (Chile) 88, 145

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

Illia, Arturo 49 Lemmon, Jack 193


inegi, véase Instituto Nacional de Letelier, Orlando 150, 150n, 156
Estadística y Geografía (México) Ley de Caducidad de la Pretensión
Informe Rettig 150n, 159n Punitiva del Estado (1986), véase
Instituto de Cine y Audiovisual de Uruguay, Ley 15.848, Caducidad de la
Uruguay (icau) 222 Pretensión Punitiva del Estado (1986)
Instituto de Estudios Legales y Socia- Ley General de Víctimas (2012)
les del Uruguay (ielsur) 171 (México), véase México, Ley General
Instituto Nacional de Estadística y de Víctimas (2012)
Geografía (inegi) (México) 235 Ley 18.097, Orgánica Constitucional
de Concesiones Mineras (Chile),
J véase Chile, Ley 18.097, Orgánica
Jacob, Mario 198n, 222 Constitucional de Concesiones
Jefatura de Policía de Montevideo, Mineras
Uruguay 66 Ley 18.831, Pretensión Punitiva del
Johnson, Lyndon B. 42, 251 Estado, Restablecimiento para los
Jubette, Estela 172 delitos cometidos en aplicación del
Junta de Comandantes en Jefe terrorismo de Estado… (2011)
(Uruguay), véase Fuerzas Armadas (Uruguay), véase Uruguay, Ley
(Uruguay), Junta de Comandantes 18.831, Pretensión Punitiva del
en Jefe Estado, Restablecimiento para los
Junta de Oficiales Generales (Uru- delitos cometidos en aplicación del
guay), véase Fuerzas Armadas terrorismo de Estado… (2011)
(Uruguay), Junta de Oficiales Ley de Seguridad del Estado y el
Generales Orden Político Interno (1972)
Junta Militar 51 (Uruguay), véase Uruguay, Ley de
Justicia Militar (Uruguay) 13, 38, 58, Seguridad del Estado y el Orden
59, 62, 63n Político Interno (1972)
Juventud Uruguaya de Pie 49 Ley de Seguridad Interior del Estado
Juventud del Partido Nacional, (Chile), véase Chile. Ley de Seguri-
Comando Rolando Matus (Chile) dad Interior del Estado
111n, 112 Lincoln, Abraham 188, 213
Lindkvist, Jan 198
K Littin, Miguel 193
Kennecott Cooper Company 77, 94 Logia Tenientes de Artigas (Uruguay)
Kennedy, John F. 42, 108, 251 51n
Khadr, Omar 195 Luksic, Grupo 82
Kissinger, Henry 81-82, 132
M
L Madero, Francisco I. 187
Lagos, Ricardo 154 Madres y Familiares de Detenidos
Legaspi, Alejandro 222 Desaparecidos (Uruguay) 170

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Índice onomástico

mapu, véase Movimiento de Acción mln o mln-t, véase Movimiento


Popular Unitaria (Chile) de Liberación Nacional-Tupamaros
Martínez de Perón, María Estela (Uruguay)
49 Modak, Frida 135
Matilde Neruda, véase Urrutia de Moffit, Ronnie 150
Neruda, Matilde Montañez, Pedro 40
mdp, véase Movimiento Democrático Montoneros 63, 63n, 191
Popular (Chile) Morales, Evo 94
Medidas Prontas de Seguridad (Uru- Mota, Mariana 175, 176n, 264
guay) 56, 58, 262 Movimiento de Acción Popular Unitaria
Medina, Hugo 69n, 169 (mapu) (Chile) 106, 118n
Melo Cuesta, Nebio 170 Movimiento de Izquierda Revolucio-
Méndez, Sara 62, 166 naria (mir) (Chile) 110, 112, 191
Mesa de Diálogo sobre Derechos Movimiento de Liberación Nacional-
Humanos (Chile) 152, 157 Tupamaros (mln o mln-t) (Uru-
México guay) 37-38, 50n, 58, 62, 66, 128,
-Ley General de Víctimas (2012) 191, 198
241, 241n Movimiento Democrático Popular
-Poder Ejecutivo 241 (mdp) (Chile) 87-89
-Poder Judicial Movimiento Nacionalista Patria y
-Suprema Corte de Justicia Libertad (Chile) 49, 111, 111n, 112
de la Nación 237, 239-241 Movimiento Nacionalista Revolucio-
-Poder Legislativo nario (Bolivia) 40n
-Congreso 236n, 241 Movimiento por la Paz con Justicia
Michelini, Zelmar 62, 167n, 173, y Dignidad (México) 241, 241n,
222n 242n
Ministerio de Defensa (Uruguay), Mujica, José 69, 198
véase Uruguay, Poder Ejecutivo,
Ministerio de Defensa Nacional N
Ministerio del Interior (Chile), véase Neruda, Pablo 102, 137, 137n
Chile, Poder Ejecutivo, Ministerio Nixon, Richard M. 42, 81, 119, 132,
del Interior 251-252
Ministerio del Interior (Uruguay), Nüremberg, Juicio de 151, 257
véase Uruguay, Poder Ejecutivo,
Ministerio del Interior O
mir, véase Movimiento de Izquierda Occhetto, Achille 104n
Revolucionaria (Chile) ocoa, véase Organismo Coordinador
Miranda, Fernando 165-166 de Operaciones Antisubversivas
Miranda, Hugo 136 (Uruguay)
Mistral, Gabriela 102 ocss, véase Organización Campesina
Mitchell, John 81 de la Sierra del Sur del estado de
Mitrione, Dan 198 Guerrero, México

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

oea, véase Organización de Estados -Comisión Interamericana de Dere-


Americanos chos Humanos (cidh) 142-143,
Oficina de la Alta Comisionada de las 152n, 171, 174, 176n
Naciones Unidas para los Derechos -Convención Americana de Dere-
Humanos, véase Organización de chos Humanos 174
las Naciones Unidas, Oficina de la -Corte Interamericana de Derechos
Alta Comisionada de las Naciones Humanos (Corte idh) 69n, 174-
Unidas para los Derechos Humanos 176, 230, 233, 241, 241n, 264
opep, véase Organización de Países -Corte Interamericana de Derechos
Exportadores de Petróleo Humanos (Corte idh), Caso
Organización de las Naciones Unidas Gelman 69n, 174n, 176-177
(onu) -Sistema Interamericano de Dere-
-Asamblea General 101, 120, 177n chos Humanos 19, 174
-Comisión de Derechos Humanos
152n, 234, 234n P
-Comisión Económica Para América Pacheco Areco, Jorge 13, 36-37,
Latina (cepal) 108 55-56
-Declaración Universal de los Pacto del Club Naval (Uruguay) 168
Derechos Humanos (1948) 151, Pactos Internacionales de Derechos
253, 257 Civiles y Políticos y Económicos,
-Oficina de la Alta Comisionada Sociales y Culturales (1966),
de las Naciones Unidas para los véase Organización de las Naciones
Derechos Humanos 232 Unidas, Pactos Internacionales
-Pactos Internacionales de Dere- de Derechos Civiles y Políticos y
chos Civiles y Políticas y Eco- Económicos, Sociales y Culturales
nómicos, Sociales y Culturales (1966)
(1966) 253 Palacio de la Moneda (Chile) 85n,
Organización de Países Exportadores 133-134, 195, 216-218
de Petróleo (opep) 103 Parlamento (Chile), véase Chile, Poder
Operación Zanahoria Uruguay Legislativo, Parlamento
opr-33 (Uruguay) 50n, 202 Parlamento (Uruguay), véase Uruguay,
Organismo Coordinador de Ope- Poder Legislativo, Parlamento
raciones Antisubversivas (ocoa), Partido Acción Nacional (pan)
(Uruguay) 57, 60, 66-67 (México) 237
Organización Campesina de la Sierra Partido Amplio de la Izquierda Socia-
del Sur (ocss) del estado de Guerre- lista (pais) (Chile) 119
ro, México 238 Partido Blanco, véase Partido Nacional
Organización de Estados Americanos (Uruguay)
(oea) Partido Colorado (Uruguay) 58, 69n,
-Asamblea General 233 168
-Carta Democrática Interamericana Partido Comunista de Chile (pcch)
(2001) 254 87, 116, 118, 123, 133

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Índice onomástico

Partido Comunista de Uruguay (pcu) Plan Cóndor 57, 61, 66, 166, 225
17, 58, 60, 62-63, 127, 127n, 128, Plan Laboral (Chile) 86
132, 224 Plan Nacional de Desarrollo (Uruguay)
Partido Comunista Italiano (pci) 30n, 41
104n Plan Político de la Junta de Coman-
Partido Demócrata (eua) 42, 251 dantes, 1971 (Uruguay) 58
Partido Demócrata Cristiano (Chile) Poder Ejecutivo (Chile), véase Chile,
14-16, 74-75, 77, 83, 87, 89, 104- Poder Ejecutivo
109, 113-117, 121 Poder Ejecutivo (Uruguay), véase
Partido Nacional (Chile) 109, 111, Uruguay, Poder Ejecutivo
111n, 112, 114 Poder Legislativo (Chile), véase Chile,
Partido Nacional (Uruguay) 33, 33n, Poder Legislativo
38, 58, 62, 168, 222n Poder Legislativo (Uruguay), véase
Partido Por la Democracia (ppd) Uruguay, Poder Legislativo
(Chile) 119 ppd, véase Partido Por la Democracia
Partido Radical (Chile) 106 (Chile)
Partido Revolucionario Institucional Presidencia de la República (Uruguay),
(pri) (México) 32, 238n, 240 véase Uruguay, Poder Ejecutivo,
ps-Almeida (Chile) 89 Presidencia de la República
Partido Socialista de Chile (psch) 87, pri, véase Partido Revolucionario
104n, 112, 116, 119, 133 Institucional (pri) (México)
Partido Socialista Obrero Español
104n Q
Patria y Libertad, véase Movimiento Quadros, Jânio 191
Nacionalista Patria y Libertad (Chile) Quinteros, Elena 172
Paz, Carmen 135-136 Quinteros, Tota 172
Penal de Libertad (Establecimiento
Militar de Reclusión Nº 1) (Uru- R
guay) 59, 60, 256 Radilla, Rosendo 230, 241, 241n
Penal de Punta de Rieles (Estableci- Radio Magallanes 132n, 132-134
miento Militar de Reclusión Nº 2) Ramos Filippini, Manuel 67
(Uruguay) 60, 202, 256 Reeds, John 213
Peña, Carlos 114n Regimiento Tacna, véase Fuerzas
Perón, Juan Domingo 32n Armadas, Chile, Regimiento
petrocaribe, véase Acuerdo de Coo- Tacna
peración Energética petrocaribe Riquelo, Simón 62, 166
Petrolera Shell 94 Rodríguez, Roger 165n, 167
Pinochet, Augusto 16, 18, 51, 82, 86, Rodríguez, Universindo 66n
86n, 87-91, 101, 115-117, 121-122, Rodríguez Grez, Pablo 122
132, 141, 144, 157, 159-160, 193- Ruibal Pino, Jorge 175-176, 176n,
194, 196 265
Plan Camelot 77 Ruiz, Raúl 193-194n

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay

S Supremo Tribunal Militar (stm)


Sanguinetti, Julio María 41n, 58, 69n, (Uruguay), véase Fuerzas Armadas,
168-169 Uruguay, Supremo Tribunal Militar
Santana, Nelson 62, 66
Schneider, René 146 T
Senado, Comisión Investigadora sobre Tencha, véase Bussi de Allende,
Actividades de Terroristas, Escua- Hortensia
drón de la Muerte, véase Uruguay, Tenientes de Artigas, véase Logia
Poder Legislativo, Cámara de Tenientes de Artigas (Uruguay)
Senadores, Comisión Investigadora Thieme, Roberto 111n
sobre Actividades de Terroristas, Tomic, Radomiro 123
Escuadrón de la Muerte Torres, Juan José 191
Sendic Antonaccio, Raúl 50n Torres Silva, Fernando 159n
Seregni, Líber 58 Tournier, Walter 222
serpaj, véase Servicio Paz y Justicia Tribunales Militares (Uruguay) 59
Servicio de Inteligencia de la Fuerza Triple A (Argentina) 49
Aérea (Uruguay), véase Fuerzas Tupamaros, véase Movimiento de
Armadas, Uruguay, Servicio de Liberación Nacional-Tupamaros
Inteligencia de la Fuerza Aérea (mln o mln-t) (Uruguay)
Servicio Médico Legal de Chile 157,
219 U
Servicio Paz y Justicia (serpaj) 167n unasur, véase Unión de Naciones
Sicilia Ortega, Juan Francisco 241n Sudamericanas
sid, véase Fuerzas Armadas, Uruguay, Unidad Popular (Chile) 11, 14-16,
Servicio de Información de la 20, 37, 37n, 73, 78-83, 93-95, 97,
Defensa 102, 105-107, 109-111, 113-116,
Silva Henríquez, Raúl 145 118-119, 124, 133, 141-142, 146,
Sistema Interamericano de Derechos 192-193, 197-198, 263
Humanos, véase Organización Unión de Naciones Sudamericanas
de Estados Americanos, Sistema (unasur) 96
Interamericano de Derechos Universidad de la República (Uruguay)
Humanos 68, 173, 177, 179, 203, 256
Socialdemocracia (Chile), véase Partido Urrutia de Neruda, Matilde 137
Demócrata Cristiano (Chile) Uruguay
Soto, Helvio 193 -Constitución de la República
Suprema Corte de Justicia de la Na- (1967) 55n
ción (México), véase México, Poder -Ley 15.848, Caducidad de la
Judicial, Suprema Corte de Justicia Pretensión Punitiva del Estado
de la Nación (1986) 19, 69, 69n, 167
Suprema Corte de Justicia (Uruguay), -Ley 18.831, Pretensión Punitiva del
véase Uruguay, Poder Judicial, Estado. Restablecimiento para los
Suprema Corte de Justicia delitos cometidos en aplicación del

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Índice onomástico

terrorismo de Estado… (2011) Z


175, 264 Zaffaroni, Mariana 201, 202
-Ley de Seguridad del Estado y el Zapata, Emiliano 187-188
Orden Político Interno (1972) 59
-Poder Ejecutivo 11-12, 33-35, 35n,
36n, 38, 40, 48, 48n, 49, 51-52,
54, 56-58, 169-170, 172, 177
-Consejo de Gobierno 35
-Consejo de Ministros 39, 48, 48n,
55n
-Consejo de Seguridad Nacional
(cosena) 39, 39n, 56
-Ministerio de Defensa Nacional
60, 65-66, 172n
-Ministerio del Interior 60, 66-67
-Poder Judicial
-Suprema Corte de Justicia 170n,
171, 171n
-Poder Legislativo
-Asamblea General 58
-Cámara de Senadores. Comisión
Investigadora sobre Actividades
de Terroristas, Escuadrón de la
Muerte 67
-Presidencia de la República 13,
58-60, 173n, 179
usaid, véase Agencia de los Estados
Unidos para el Desarrollo Interna-
cional

V
Valech, Sergio 154
Valenzuela Erazo, Germán 159
Vázquez, Tabaré 62, 69, 69n, 173, 179
Velasco, Belisario 115
Velasco Alvarado, Juan 36n, 191
Videla, Rafael 51, 172
Villa, Francisco 187

W
Woodward, Miguel 197

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Política y memoria. A cuarenta años de los golpes de Estado en
Chile y Uruguay se terminó de imprimir en mayo de 2015
en los talleres de Editores e Impresores FOC, S.A. de C.V.,
Los Reyes núm. 26, Jardines de Churubusco, 09410 México,
D.F. Edición, diseño de interiores y maquetación: Flavia
Bonasso; asistencia editorial: Alma Delia Paz. Para su
elaboración se usaron tipos Jenson.

El tiraje consta de 600 ejemplares.

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