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LIBRO TERCERO.

DERECHOS PERSONALES

TÍTULO II: Contratos en general


CAPÍTULO 1: Disposiciones generales
ARTÍCULO 957.- Definición. Contrato es el acto jurídico mediante el cual dos o más partes manifiestan su
consentimiento para crear, regular, modificar, transferir o extinguir relaciones jurídicas patrimoniales.

1. Introducción
En la base de nuestro sistema constitucional se encuentra el principio de libertad, del que se deriva que las personas
puedan celebrar acuerdos sobre sus intereses. La función esencial del derecho civil, es la de proporcionar las
herramientas para que los habitantes de la Argentina puedan concretar proyectos que les posibiliten una mejor calidad
de vida.
Como parte de esa libertad y en razón del diseño constitucional argentino, se da a los particulares la posibilidad de
celebrar contratos que, constituyen una especie de acuerdos a los que pueden arribar las personas para la satisfacción
de sus legítimos intereses. Se trata de vínculos obligatorios, que establecen derechos y obligaciones, distribuyendo
riesgos entre quienes los acuerdan.
Los contratos continúan siendo la principal fuente de obligaciones y generan el entramado por el que circulan los
recursos de todo tipo de los que dispone la sociedad.
Para facilitar y ordenar esa labor jurídica, se regula en este Código la materia de los contratos por medio de una parte
general (Libro Tercero, Título II); otra, dedicada a los contratos de consumo, que son los que, sin agotarse en ello, hacen
a la cobertura cotidiana de necesidades básicas de la población (Libro Tercero, Título III); y una tercera, en la que se
desarrolla la regulación particular de distintos contratos (Libro Tercero, Título IV).

1.1. Los principios contractuales


La regulación general de los contratos se orienta por un conjunto de principios básicos, cuyo respeto hace a la
construcción de vínculos eficaces:
a. Libertad de contratación: se trata de un principio básico, que surge de diversas normas, con límites regulatorios
básicamente demarcados por lo dispuesto en los arts. 12 y 963 CCyC.
b. Fuerza obligatoria: principio por el que el contrato válidamente celebrado es obligatorio para las partes y solo puede
ser modificado o extinguido conforme lo que en él se disponga por acuerdo de partes o en los supuestos previstos por la
ley, según surge del art. 959 CCyC.
c. Buena fe: es, como se ha visto un principio vertebral del derecho privado, especialmente enunciado para los
contratos en el art. 961 CCyC.
d. Conservación del contrato: establecido en el art. 1066 CCyC, se trata de un mandato de optimización orientado a
posibilitar que el vínculo negocial alcance los fines previstos por las partes, más allá de la ineficacia de alguna de sus
previsiones.
e. Principio de relatividad de efectos: es de la esencia de los contratos que las disposiciones enunciadas por las partes
en ejercicio de la libertad de determinación de contenidos que se les reconoce, solo las afecte a ellas y no perjudiquen a
terceros, quienes solo habrán de ser alcanzados en los supuestos expresamente previstos por la ley.

2. Interpretación
2.1. El contrato como especie del acto jurídico
El CCyC define al contrato como una especie del género acto jurídico, acto voluntario y lícito que tiene la particularidad
de que se establece por el consentimiento de dos o más partes; concepto técnico que corresponde a situaciones que se
pueden producir:
a. del modo previsto en los arts. 971 a 983 CCyC, para los contratos paritarios o libremente negociados por las partes;
b. según lo previsto en los arts. 984 a 989 CCyC, en el caso de los contratos celebrados por adhesión a las cláusulas
predispuestas por uno de los contratantes; o
c. conforme lo regulado en los arts. 1096 a 1099 CCyC, en el caso de los contratos de consumo.
La definición presupone que la voluntad a la que se hace referencia debe ser expresada por sujetos capaces;
adecuadamente exteriorizada; no encontrarse afectada por algún vicio (error, dolo o violencia), ni haber dado lugar a un
acto jurídico que adolezca de lesión, simulación o fraude; a lo que se agrega que dicho acto debe respetar las exigencias
que, en materia de objeto y causa, establece el propio Código.
2.2. Las partes que concurren a la formación de un contrato
El acto jurídico que da nacimiento a un contrato siempre se producirá por la reunión de, al menos, dos voluntades que
participan de la formación del consentimiento, cuestión que no debe ser confundida con los efectos generados a partir
de la formación del contrato, que, como tal, podrá ser unilateral, bilateral o plurilateral.
Según el art. 1023 CCyC, se considera parte del contrato a quien lo otorga en nombre propio, aunque lo haga en interés
ajeno; a quien es representado por un otorgante que actúa en su nombre o interés, y a quien manifiesta la voluntad
contractual, aunque ella sea transmitida por un corredor o por un agente sin representación. Una parte puede estar
integrada por una pluralidad de personas —lo que ocurre, por ejemplo, cuando son varios los adquirentes o vendedores
de una cosa—.

2.3. La patrimonialidad del objeto como elemento caracterizante


Como acto jurídico, el contrato tendrá por objeto diversas operaciones que proyectarán sus efectos sobre la realidad en
la que se produce.
La construcción jurídica elaborada por las partes habrá de crear, regular, modificar, transferir o extinguir relaciones
jurídicas patrimoniales (referidas a derechos personales, reales o intelectuales) y tal es el elemento que distingue al
contrato de cualquier otra forma de acuerdo al que pueden arribar dos partes, pues será contrato cuando la relación
jurídica establecida sea patrimonial, aunque no pueda recibir ese calificativo el interés por el que ella se concreta, como
claramente se prevé en el art. 1003 CCyC.
Cuando el Código trata sobre el objeto del contrato, establece que debe ser lícito, posible, determinado o determinable,
susceptible de valoración económica y corresponder a un interés de las partes aunque este no sea patrimonial.

2.4. La importancia de la finalidad


La preposición “para” empleada en el artículo pone de manifiesto la importancia de la finalidad en el contrato. Ella es
esencial, pues todo contrato importa una disposición sobre la libertad que —en tanto no se violen los límites a ella
razonablemente establecidos— debe ser protegida. Quien contrata persigue una determinada finalidad que le interesa
en grado tal que está dispuesto a sacrificar sus posibilidades de destinar recursos personales y materiales a otros fines,
para alcanzar los propuestos.

ARTÍCULO 958.- Libertad de contratación. Las partes son libres para celebrar un contrato y determinar su contenido,
dentro de los límites impuestos por la ley, el orden público, la moral y las buenas costumbres.

1. Introducción
La libertad de contratar es presupuesto de la autonomía, de la potestad de autorregulación de contenido y deriva de lo
previsto en la última parte del art. 19 CN.
Al respecto, cabe señalar que son diversas las situaciones en las que la ley obliga a la celebración de un determinado
contrato como recaudo para la práctica de una actividad, como ocurre con la imposición de un seguro obligatorio para
la circulación del automotor.
Como toda libertad, su ejercicio no es absoluto y encuentra su límite en la afectación perjudicial de los derechos de
terceros ajenos al contrato y en los límites impuestos por la ley, el orden público, la moral y las buenas costumbres,
conceptos cuyo contenido varía en los distintos tramos de la vida de una sociedad.
La libertad de contratar tiene una doble faz, pues en su contracara se encuentra, claro está, la libertad de no contratar,
que también se ve en cierto grado restringida por circunstancias inherentes a una sociedad compleja, plagada de cosas y
de actividades riesgosas, en la que a menudo el legislador, obliga a quien realiza una actividad a celebrar determinados
contratos (de seguros, de servicios médicos, etc.), en miras de la protección de quienes pudieran resultar de algún modo
afectados por su práctica.

2. Interpretación
Esta norma define los límites dentro de los que se despliega la libertad contractual de las partes. Se considera que hay
imposición de límites legales cuando la norma dispone la obligatoriedad de una determinada estipulación o la forma de
realización de una actividad u ordena su prohibición, o cuando establece la ineficacia de lo hecho en violación a una
regulación legal.
En función del orden público, el Estado regula diversos aspectos de las relaciones entre los particulares, que ven
reducida su autonomía.
La remisión a los conceptos de moral y buenas costumbres tiene un mayor grado de indeterminación. Su delimitación
debe hacerse en cada caso concreto, procurando evaluar los estándares medios de la sociedad en un momento
determinado.
En tanto no rebasen tales extremos, las partes son libres para contratar y para definir contenidos o aspectos formales
que resulten adecuados para procurar la finalidad que haga a su interés. Gozan de poder para crear derecho.
ARTÍCULO 959.- Efecto vinculante. Todo contrato válidamente celebrado es obligatorio para las partes. Su contenido
sólo puede ser modificado o extinguido por acuerdo de partes o en los supuestos en que la ley lo prevé.

1. Introducción
La obligatoriedad es presupuesto sistémico para posibilitar la construcción de vínculos contractuales sólidos entre las
personas, pues cabe presumir que muchas de ellas no contratarían de no contar con el respaldo de un sistema legal que
imponga la obligatoriedad de lo acordado y de un sistema de justicia que posibilite una tutela judicial efectiva ante el
incumplimiento de la contraparte, el cambio de circunstancias tenidas en consideración al contratar, la frustración de la
finalidad u otros supuestos de ineficacia contractual.

2. Interpretación
2.1. La necesidad lógica de la obligatoriedad
La obligatoriedad para las partes de lo acordado en un contrato es un axioma legal básico. Los cambios de reglas afectan
la previsibilidad y deben darse cuando existen razones sólidas para ello.
Las partes declaran su voluntad de obligarse en forma bilateral, porque de lo contrario no se trataría de un contrato,
sino de una manifestación unilateral de voluntad.

2.2. Límites a la fuerza obligatoria del contrato


a. Validez del contrato: la norma establece la obligatoriedad de lo acordado por las partes en los contratos, en tanto
ellos hayan sido “válidamente” celebrados.
b. Efecto relativo de lo convenido: las partes pueden regular sus propios intereses, pero no pueden pretender
imponerlos a quienes no consintieron en formar parte del contrato, para lo que encuentran un límite en la vigencia del
principio del efecto relativo de los contratos.

2.3. La mutabilidad de los términos del contrato


a. Alteraciones por acuerdo de las partes: este artículo da cuenta del principio general, que integra el de libertad de
contratar, según el cual la modificación de los términos de un contrato o su extinción voluntaria son resorte de las
partes que lo celebraron, cuyo contenido permanecerá inmutable en tanto no se verifiquen acuerdos modificatorios o
extintivos.
b. Modificaciones de fuente legal: en el Código se prevén institutos que, como el de la lesión, para problemas
originarios, o el de la imprevisión, para conflictos sobrevinientes, posibilitan la generación de cambios a los términos de
un contrato. No se trata de modificaciones que se vayan a producir por el mero imperio de la ley, pues en su resultado
sigue teniendo incidencia la voluntad de las partes.
Por otra parte, más allá de la regulación protectoria desarrollada en materia de contratos de consumo, también se
sancionan día a día normas destinadas a proteger a los vulnerables jurídicos, mencionados en el art. 75, inc. 23 de la
CN, u otras que prohíben determinadas actividades, por razones de interés público.
Y es también necesario recordar que en nuestro país se ha desarrollado a lo largo del tiempo otra regulación
heterónoma, vinculada con la emergencia económica, con efectos habituales aun a las obligaciones en curso. Ella ha
dado lugar a la denominada “doctrina de la emergencia económica”, generada a partir del dictado por la Corte Suprema
de Justicia de la Nación de la sentencia en el conocido caso “Ercolano” en el que la mayoría del tribunal sostuvo que:
“Hay restricciones a la propiedad y a las actividades individuales cuya legitimidad no puede discutirse en principio, sino
en su extensión. Tales son las que se proponen asegurar el orden, la salud y la moralidad colectivas; y hay asimismo
otras limitaciones, como son las que tienden a proteger los intereses económicos, que no pueden aceptarse sin un
cuidadoso examen, porque podrían contrariar los principios de libertad económica y de individualismo profesados por la
Constitución. A esta categoría corresponden las reglamentaciones de precios y de tarifas, inspiradas en el propósito de
librar al público de opresiones o tiranías de orden económico”. Es que la emergencia afecta la base del negocio y, como
consecuencia de ello, impacta en la correspectividad de las prestaciones, generando una excesiva onerosidad
sobreviniente que es corregida por el juez o por la ley.
A partir de allí han sido numerosos los pronunciamientos en los que el Máximo Tribunal convalidó normas que, dictadas
en razón de situaciones de emergencia, generaban alteraciones en las previsiones establecidas por las partes en
contratos de diversa naturaleza, pautándose como recaudos generales para su admisibilidad constitucional que:
a. exista una situación de emergencia definida por el Congreso;
b. se persiga un fin público;
c. las medidas adoptadas sean de carácter transitorio; y
d. se respete el principio de razonabilidad, que el medio empleado sea proporcional y adecuado para el fin público
perseguido.
ARTÍCULO 960.- Facultades de los jueces. Los jueces no tienen facultades para modificar las estipulaciones de los
contratos, excepto que sea a pedido de una de las partes cuando lo autoriza la ley, o de oficio cuando se afecta, de
modo manifiesto, el orden público.

1. Interpretación
Son las partes las que pueden celebrar, modificar o extinguir un vínculo contractual, en ejercicio de la libertad
contractual de la que gozan y que los jueces deben en principio respetar.

1.1. Habilitación del ejercicio de la función jurisdiccional


La norma habilita el ejercicio de la función jurisdiccional con relación a las estipulaciones de un contrato bajo los
siguientes recaudos:
a. Pedido de parte y autorización legal; por ejemplo, ante un supuesto de lesión (art. 332 CCyC) o de imprevisión (art.
1091 CCyC).
b. De oficio, ante la afectación manifiesta del orden público; supuesto en el que la verificación de tal circunstancia por el
juez le impone intervenir en los términos del contrato para privar de eficacia a la estipulación que lo vulnera.

1.2. Intervención limitada a supuestos de ineficacia parcial


El artículo habla de modificación, por lo que supone la posibilidad de intervención en alguno de los aspectos de la
regulación convenida por las partes, sin que se afecte la subsistencia del vínculo contractual, conservado por aplicación
del principio contenido en el art. 1066 CCyC.

ARTÍCULO 961.- Buena fe. Los contratos deben celebrarse, interpretarse y ejecutarse de buena fe. Obligan no sólo a lo
que está formalmente expresado, sino a todas las consecuencias que puedan considerarse comprendidas en ellos, con
los alcances en que razonablemente se habría obligado un contratante cuidadoso y previsor.

1. Introducción
El principio de buena fe se exige en el actuar y la sujeción a él se presume en tanto no se demuestre lo contrario. Se lo
considera un factor de moralización de las relaciones intersubjetivas.
La buena fe es fuente de deberes secundarios de conducta que se agregan a los deberes primarios propios de cada
contrato; es fuente de interpretación, regla de integración, límite al ejercicio de los derechos y puede operar también
como eximente de responsabilidad.

2. Interpretación
2.1. Alcances de la regla de la buena fe en el ámbito contractual
La buena fe tiene gravitación en todas las etapas de la contratación. Ella se exige tanto en la etapa de negociaciones
previas a la concreción de un contrato como en el momento de su celebración, en su etapa funcional o de ejecución y
hasta en la postcontractual, cuando las partes se restituyen bienes empleados en la ejecución del contrato concluido.
La buena fe es, el criterio rector que guía la interpretación de las disposiciones contractuales.

2.2. Obligaciones contractuales derivadas del principio de la buena fe


Quien actúa con buena fe debe, por ejemplo, mantener informada a la otra parte sobre las circunstancias que puedan
incidir en el cumplimiento de las obligaciones a cargo de cada una de las partes contratantes, aun cuando ello no
hubiera sido expresamente enunciado en el contrato que los vincula; debe custodiar los bienes que la otra parte deja en
su esfera de control, en razón de la ejecución del contrato; debe trasladar a la otra parte la información que pueda
incidir en el cumplimiento de las obligaciones a cargo de cada una de las contratantes, etc. Existe un deber básico de
colaboración y de prevención entre las partes.
La buena fe implica un deber de coherencia del comportamiento, que consiste en la necesidad de observar en el futuro
la conducta que los actos anteriores hacían prever, regla que gobierna tanto el ejercicio de los derechos como la
ejecución de los contratos.
La buena fe exige hablar claro, no ocultar información necesaria para la deliberación y requerir también la información
que se considere necesaria para el propio discernimiento. También la buena fe puede exigir, dadas las circunstancias, el
no hablar, el guardar silencio y sujetarse al deber de confidencialidad establecido en el art. 992 CCyC.

2.3. La violación de la buena fe como factor generador de responsabilidad


La buena fe genera confianza y la defraudación de la confianza constituye un factor apto para generar responsabilidad.
La doctrina de la apariencia, la fuerza jurígena de los usos y la interpretación conforme a la buena fe-lealtad son hoy
principios vertebrales del derecho común. Cada uno de los contratantes debe actuar de modo tal de no defraudar la
confianza en él depositada por el otro.
ARTÍCULO 962.- Carácter de las normas legales. Las normas legales relativas a los contratos son supletorias de la
voluntad de las partes, a menos que de su modo de expresión, de su contenido, o de su contexto, resulte su carácter
indisponible.

ARTÍCULO 963.- Prelación normativa. Cuando concurren disposiciones de este Código y de alguna ley especial, las
normas se aplican con el siguiente orden de prelación:
a. normas indisponibles de la ley especial y de este Código;
b. normas particulares del contrato;
c. normas supletorias de la ley especial;
d. normas supletorias de este Código.

ARTÍCULO 964.- Integración del contrato. El contenido del contrato se integra con:
a. las normas indisponibles, que se aplican en sustitución de las cláusulas incompatibles con ellas;
b. las normas supletorias;
c. los usos y prácticas del lugar de celebración, en cuanto sean aplicables porque hayan sido declarados obligatorios por
las partes o porque sean ampliamente conocidos y regularmente observados en el ámbito en que se celebra el contrato,
excepto que su aplicación sea irrazonable.

1. Introducción
Los arts. 962, 963 y 964 CCyC establecen los criterios reguladores del contenido normativo del contrato; esto es, del
conjunto de disposiciones de distinta naturaleza que lo integran en forma expresa o implícita. El Código presenta un
conjunto de normas destinadas a facilitar la construcción de contenidos contractuales por cualquier persona, de modo
tal que a las partes les basta con determinar los datos necesarios para integrar el negocio concreto (lugar y fecha de
celebración; datos de identificación de las contratantes; operación jurídica considerada; etc.) para que pueda
considerarse completo el contenido contractual, pues en todo lo que no estipulen expresamente, resultan de aplicación
las reglas supletorias contenidas en el Código.
En este tramo de la regulación se establecen las reglas para la solución de los problemas generados por la colisión de
normas de distinta naturaleza y jerarquía.

2. Interpretación
2.1. Libertad de determinación de contenidos
Las partes gozan de libertad para determinar el contenido de un contrato; pueden actuar como legisladores particulares
de sus propios intereses y establecer la regulación a la que desean someterse. En todo lo que dejen sin tratar, se aplican
las normas supletorias contenidas en el Código.

2.2. Tipos de normas contractuales


De acuerdo a lo establecido en el Código, podemos distinguir tres tipos de normas en los contenidos contractuales:
a. Normas particulares o de autonomía: se trata de aquellas que las partes pueden libremente crear en ejercicio de la
libertad contractual y de determinación de contenidos de la que gozan. Pueden desplazar a las normas supletorias y
ceden ante las normas indisponibles.
b. Normas supletorias: son normas supletorias las contenidas en la ley, no indisponibles, que se aplican en aquellos
aspectos que no han sido regulados por las partes por vía de alguna norma particular por ellos creada en ejercicio de su
libertad de determinación de contenidos contractuales. La regla, enunciada en el art. 962 CCyC, es que en principio
todas las normas son supletorias de la voluntad de las partes, quienes pueden regular en un sentido distinto al previsto
por el legislador. Las normas supletorias no se imponen a las partes, su función es facilitarles el desarrollo contractual.
La mayoría de las normas que conforman la regulación de los contratos en particular son de ese carácter.
c. Normas indisponibles: son aquellas que se encuentran por encima de las restantes, particulares o supletorias y que
no pueden ser dejadas sin efecto por una norma de autonomía generada por los contratantes.

Según el art. 962 CCyC, para determinar si una norma es indisponible o supletoria debe atenderse a:
a. Su modo de expresión: a menudo, las propias normas establecen la obligatoriedad de su aplicación o declaran el
carácter de orden público de sus contenidos, supuestos en los que resultan indisponibles para las partes.
b. Su contenido: se consideran normas indisponibles las que regulan sobre cuestiones de derecho público; nombre,
estado, capacidad, domicilio, matrimonio, uniones convivenciales, etc.; orden sucesorio, libertad de testar, legítima,
etc.; derechos reales y aquellas cuestiones vinculadas con un concepto dinámico y razonable de moral y buenas
costumbres, entre otros supuestos.
c. Su contexto: se consideran indisponibles las normas que regulan en materia de emergencia, cualquiera sea su
naturaleza.
2.3. El juego entre los distintos tipos de normas
En el art. 963 CCyC se establece el orden de prelación de los distintos tipos de normas allí mencionadas, en caso de
concurrir en la regulación de un vínculo contractual. Esta norma es indisponible para las partes, y establece que, en caso
de superposición de normas, se aplican:
a. en primer término las indisponibles, de la ley especial y de este Código. En caso de concurrencia de una norma de
una ley especial y otra de este Código, el intérprete deberá resolver cuál aplica teniendo en consideración las normas
constitucionales, que se encuentran por encima de ambas;
b. en segundo término, una vez establecida la estructura normativa indisponible, el contenido del contrato puede
completarse con lo que los contratantes acuerden sin afectar ese entramado insoslayable para ellos. Protegido el
interés público vinculado con las normas mencionadas en el apartado anterior, puede desplegarse ampliamente la
libertad contractual de la que gozan las partes.
Si una norma de autonomía se contrapone con lo estipulado en una norma indisponible, corresponde privar a la primera
de efectos e integrar el contrato con lo dispuesto en las normas indisponibles, como lo estipula el art 964, inc a, CCyC;
c. la voluntad de las partes, en todo aquello que omitieran regular, se completa por medio de la aplicación de las
normas supletorias contenidas en las leyes especiales vinculadas con la materia o actividad que haga al objeto del
contrato. En este caso, no hay equiparación entre la ley especial y el Código, pues se da preminencia a lo dispuesto en
aquella sobre lo regulado en este;
d. finalmente, en caso de no existir ley especial o de no encontrarse algún aspecto de la relación entre las partes
regulado en ella, se aplican las normas supletorias de este Código.

2.4. La integración del contrato


La integración del contrato hace a la determinación de su contenido. Ella debe realizarse cuando la regulación adoptada
por las partes por vía de normas particulares de autonomía no es suficiente para abarcar los distintos aspectos
funcionales e interpretativos que exige el vínculo entre los contratantes.
De acuerdo a la estipulación normativa, lo determinado por las partes por vía del ejercicio de su libertad negocial se
integra:
a. con las normas indisponibles, que desplazan la aplicación de cualquier regulación adoptada por los contratantes que
resulte incompatible con ellas;
b. las normas supletorias, que han sido especialmente diseñadas para poder actuar como complemento de las
disposiciones de autonomía que no se les contrapongan; porque a diferencia de lo que ocurre con las normas
indisponibles, nada obsta a que las partes, en ejercicio de su libertad contractual, adopten una solución normativa
distinta de la contenida en una norma supletoria del Código. A diferencia de lo dispuesto en el artículo anterior, aquí no
se distingue entre normas supletorias de una ley especial y normas supletorias del Código, aunque una adecuada
interpretación sistémica indica que también en este caso se apliquen en ese orden; y,
c. los usos y prácticas del lugar de celebración, que deberán ser aplicados: i) cuando así lo hubieran dispuesto las partes
o ii) cuando sean ampliamente conocidos y regularmente observados en el ámbito en que se celebra el contrato, salvo
que su aplicación resulte irrazonable en miras de la obtención de la finalidad perseguida por las partes o quiebre la
relación de onerosidad tenida en consideración, dando lugar a un ejercicio abusivo.

ARTÍCULO 965.- Derecho de propiedad. Los derechos resultantes de los contratos integran el derecho de propiedad del
contratante.

1. Introducción
Los derechos generados por la celebración de un contrato integran el derecho de propiedad de las partes que lo
celebraron que, como lo estableció la CSJN, comprende “todos los intereses apreciables que el hombre pueda poseer
fuera de sí mismo, fuera de su vida y de su libertad. Todo derecho que tenga un valor reconocido como tal por la ley, sea
que se origine en las relaciones de derecho privado, sea que nazca de actos administrativos (derechos subjetivos
privados o públicos), a condición de que su titular disponga de una acción contra cualquiera que intente interrumpirlo en
su goce, así sea el Estado mismo, integra el concepto constitucional de propiedad”.

2. Interpretación
La determinación normativa tiene relevancia desde dos puntos de vista diversos. En primer término, es claro que si los
derechos resultantes de los contratos integran el derecho de propiedad del contratante, resultan de aplicación respecto
de ellos las garantías que protegen el derecho constitucional de propiedad, según el art. 17 de la CN y el art. 21 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos. Pero, por otra parte, ello implica también que esos derechos se
encuentran incorporados al patrimonio del contratante y, por ello, pueden ser objeto de medidas dirigidas contra él por
sus acreedores o bien de expropiación, en los términos admitidos por nuestro sistema legal.
CAPÍTULO 2: Clasificación de los contratos
ARTÍCULO 966.- Contratos unilaterales y bilaterales. Los contratos son unilaterales cuando una de las partes se obliga
hacia la otra sin que ésta quede obligada. Son bilaterales cuando las partes se obligan recíprocamente la una hacia la
otra. Las normas de los contratos bilaterales se aplican supletoriamente a los contratos plurilaterales.

1. Introducción
La clasificación de los contratos permite establecer cuál ha de ser su régimen, en especial en relación a los efectos que
podrá producir; lo que resulta de especial importancia cuando el vínculo contractual es de carácter innominado. La
clasificación establecida en esta parte del Código corresponde a los contratos paritarios, pues los contratos de consumo
se encuentran regulados en el Título III de este Libro Tercero.
Todos los contratos regulados en el Código son consensuales, nacen con el acuerdo de partes, de conformidad a lo
pautado en arts. 971 a 983. No existe ya la categoría de los contratos reales.

1.2. La importancia de la distinción formulada en este artículo


Cuando se abordó la definición del contrato, se dijo que se trataba de un acto jurídico que podemos clasificar como
bilateral, porque siempre se requiere la concurrencia de dos voluntades diversas para darle nacimiento. Aquí se vuelve a
emplear la calificación de “bilateral”, no ya para referirse al "acto jurídico contrato”, sino para describir a los que
generan obligaciones recíprocas, diferenciándolos de los “unilaterales” que solo las generarán a cargo de una de las
partes contratantes. Los contratos bilaterales son los que mayor cantidad de efectos relevantes producen.

2. Interpretación
Puede que, a partir de su celebración, un contrato genere obligaciones a cargo de solo una de las partes, en cuyo caso
diremos que es unilateral; de ambas, supuesto en el que podrá ser bilateral; o de varias, y entonces será plurilateral.
Tal determinación debe hacerse en el momento de su celebración.

2.1. Contratos unilaterales


Son contratos unilaterales los que, en el momento de su celebración, solo generan obligaciones a cargo de una de las
partes intervinientes.
Por ello son unilaterales: la donación (art. 1542 CCyC), el mandato gratuito (arts. 1319 y 1322 CCyC), la fianza (art. 1574
CCyC), el depósito gratuito (art. 1356 CCyC), el mutuo gratuito (art. 1525 CCyC) y el comodato (art. 1533 CCyC).

2.2. Contratos bilaterales


Son bilaterales o con prestaciones recíprocas, los contratos que —desde su celebración— generan obligaciones
recíprocas para todas las partes intervinientes. Se trata de obligaciones que surgen al mismo tiempo y se encuentran
interrelacionadas, de modo que la causa de la obligación de una de las partes es la consideración de una
contraprestación a cargo de la otra. Tal circunstancia es relevante porque una de las obligaciones no puede válidamente
concebirse sin la otra. No se requiere equivalencia objetiva entre las prestaciones.
Son contratos bilaterales, por ejemplo: la compraventa (art. 1123 CCyC), la permuta (art. 1171 CCyC), el suministro (art.
1176 CCyC), la locación (art. 1187 CCyC), el leasing (art. 1227 CCyC), el contrato de obra o de servicios (art. 1251 CCyC),
el transporte (art. 1280 CCyC) y el de consignación (art. 1335 CCyC), entre otros.

2.3. Efectos de los contratos bilaterales


Los efectos propios de los contratos bilaterales se vinculan con la existencia de un intercambio de prestaciones, con la
relación entre ellas, lo que determina que los problemas que se presenten en torno a la equidad o posibilidad de
concreción del intercambio entre partes pueden dar lugar a:
a. la aplicación del instituto de la lesión (art. 332 CCyC);
b. la posibilidad de suspensión del cumplimiento (art. 1031 CCyC);
c. la viabilidad de ejercicio de la tutela preventiva (art. 1032 CCyC);
d. la extinción por declaración de voluntad de una de las partes (arts. 1079, 1080, 1081 CCyC y cc.);
e. la resolución total o parcial por incumplimiento de la otra parte (arts. 1083, 1084 CCyC y cc.), por cláusula resolutoria
expresa (art. 1086) o implícita (arts. 1087, 1088 y 1089 CCyC).

3. Contratos plurilaterales
Los contratos plurilaterales son los que nacen por la concurrencia de la manifestación negocial de tres o más partes,
cuyas prestaciones van dirigidas a la consecución de un fin común. Se ha clasificado a estos contratos en:
a. contratos plurilaterales con causa asociativa en los que se verifica un interés común. Se subdividen en:
1. contrato asociativo societario: cuando se origina una persona jurídica distinta de los socios; y
2. contrato asociativo no societario: cuando presenta una finalidad común, pero no da lugar a la constitución de un
ente distinto; y
b. contratos plurilaterales con causa de cambio: son los menos frecuentes, no dan lugar al nacimiento de una persona
jurídica, pero presentan las complejidades inherentes a la pluralidad estructural.
Los contratos plurilaterales no se agotan en los tipos societarios, pues constituyen también expresión de ellos, entre
otros: el consorcio de propiedad horizontal (arts. 2044 CCyC); los contratos asociativos previstos en el Libro Tercero,
Título IV, Capítulo 16 del Código (art. 1442 CCyC y ss.), los que incluyen a las agrupaciones de colaboración (art. 1453
CCyC), a la unión transitoria (art. 1463 CCyC) y al consorcio de cooperación (art. 1470 CCyC). Cabe también encontrarlos
en los contratos de juego (art. 1609 CCyC) y el de transacción (art. 1641 CCyC).
El proceso de formación del consentimiento de los contratos plurilaterales suele presentar, naturalmente, mayor
complejidad que el propio de los bilaterales, dependiendo ello de la naturaleza de cada vínculo. No hay contrato sin el
consentimiento de todos los interesados, salvo que la convención o la ley autoricen a la mayoría de ellos para celebrarlo
en nombre de todos o permitan su conclusión solo entre quienes lo han consentido (art. 977 CCyC). El emprendimiento
en común del que da cuenta un contrato plurilateral no necesariamente da lugar a una persona distinta.
En los contratos plurilaterales, la nulidad del vínculo respecto de una de las partes no produce la nulidad entre las
demás y el incumplimiento de una no excusa el de las otras, excepto que la prestación incumplida o el vínculo nulo sean
necesarios para la realización del objeto del contrato. La colaboración entre las partes es coordinada, no subordinada.
No existe reciprocidad o interdependencia entre todas las obligaciones nacidas del contrato, sino que ellas concurren a
la obtención de un fin común. Las prestaciones pueden ser de muy distinto valor, por lo que no rigen los conceptos de
equivalencia y correspectividad propios de los contratos de cambio. Los contratos plurilaterales suelen presentarse
como de trato sucesivo o de ejecución diferida en el tiempo.

ARTÍCULO 967.- Contratos a título oneroso y a título gratuito. Los contratos son a título oneroso cuando las ventajas
que procuran a una de las partes les son concedidas por una prestación que ella ha hecho o se obliga a hacer a la otra.
Son a título gratuito cuando aseguran a uno o a otro de los contratantes alguna ventaja, independiente de toda
prestación a su cargo.

1. Introducción
Nuestro derecho da un tratamiento diverso a los actos otorgados a título gratuito y a los realizados a título oneroso,
tiene que ver con una circunstancia vinculada con la protección de derechos de terceros —acreedores o herederos de
quien se desprende de un bien o realiza una prestación a título gratuito—, pero también con la necesidad de asegurar
que quien realiza una liberalidad haya reflexionado adecuadamente sobre ello y no se vea expuesto a la indigencia.

2. Interpretación
El artículo define a los contratos a título gratuito y contratos a título oneroso, clasificación que no debe confundirse con
la del artículo anterior, que diferencia los contratos unilaterales de los bilaterales. En este caso no se tienen en cuenta el
número y reciprocidad de las obligaciones, sino exclusivamente las ventajas comparadas con los sacrificios.
No obstante, es claro que todo contrato bilateral es oneroso, porque cada una de las partes se obliga para que el otro
dé o haga algo y en esa perspectiva de valor de intercambio radica la onerosidad, criterio adoptado para la
diferenciación.
2.1. Los contratos a título oneroso
La mayor parte de los contratos que se celebran a diario son onerosos. El contrato es oneroso si impone sacrificios y
ventajas recíprocas; y es gratuito cuando establece sacrificio para uno y ventaja para otro. La noción de onerosidad se
integra no solo por el provecho, utilidad o ventaja proyectado, sino también por cierta relación de equivalencia que no
necesariamente importa igualdad en términos de precio o de valoración económica del intercambio, porque pueden ser
diversos los factores por los que un determinado negocio sea de interés de una de las partes. Los contratantes acuerdan
un intercambio de obligaciones que satisface el interés de cada uno de ellos, en una forma de equilibrio de base
objetiva, cuyo ajuste fino se hace según los intereses subjetivos en juego. La valoración de los términos de onerosidad
debe hacerse caso por caso.
Cuando se trata de contratos a título oneroso, las atribuciones patrimoniales se dan en relación de causalidad, de modo
tal que el sacrificio de una parte tiene como contraprestación un beneficio que no tiene necesariamente que ir dirigido a
la contraparte, pues puede ser concedido a favor de un tercero. El derecho protege la preservación de su equilibrio por
vía de institutos, como el de la imprevisión (art. 1091 CCyC).
El factor determinante será el interés. Pues, si solo una de las partes lo tiene al celebrar el contrato, ese vínculo negocial
deberá ser clasificado como gratuito; y si lo tienen todas, como oneroso. Son onerosos los contratos bilaterales, pero
también pueden serlo otros, como la donación remuneratoria, de carácter unilateral.
Se advierte que nuestro sistema resuelve las dudas que pueden existir sobre la naturaleza gratuita u onerosa de un acto,
a favor de la onerosidad (por ejemplo: arts. 2135, 2170 CCyC, entre otros), a la que el Código fijó en determinados
contratos como regla, siendo la gratuidad de excepción; así: mandato (art. 1322 CCyC), depósito (arts. 1357 y 1360
CCyC), y mutuo (arts. 1527 y 1529 CCyC).
Cuando se trata de contratos plurilaterales, la evaluación de la onerosidad debe tener en consideración la finalidad
común que surge de la sumatoria de las contribuciones del conjunto, y no exclusivamente las prestaciones a cargo de
cada uno de los sujetos.

2.2. Los contratos a título gratuito


En razón de lo establecido en el art. 1543 CCyC, la regulación de los actos jurídicos a título gratuito se encuentra
disciplinada por el régimen del contrato de donación (arts. 1542 a 1573 CCyC), que es el que tiene la reglamentación
más completa y compleja.
Si bien todo contrato bilateral es oneroso, no todo contrato unilateral es gratuito. La gratuidad es una liberalidad o
beneficio; se da algo sin tener en consideración una contraprestación.
Lo esperable es que el fundamento del otorgamiento de un acto a título gratuito esté constituido por un fin altruista;
pero ocurre a menudo que la finalidad perseguida no es tal, sino que puede ocurrir que quienes lo celebran procuren
sustraer bienes de la acción de los acreedores de alguno de ellos, por lo que la ley establece determinados mecanismos
para limitar los alcances de los contratos a título gratuito con relación a los legítimos intereses de terceros.
Debe tenerse en consideración que quien otorga contratos gratuitos disminuye su patrimonio sin contraprestación, por
lo que puede verse afectado un interés ajeno, como la legítima correspondiente a herederos forzosos, perjudicar a
acreedores y aun conducir a la indigencia al propio autor del negocio, transformándolo en una carga para el Estado. Es
por ello que, en los sistemas de derecho privado, y en este Código, suelen imponerse mayores recaudos para este tipo
de actos jurídicos, forzando una mayor deliberación por parte de quien lo celebra, al tiempo que se diseñan mecanismos
para la protección de los intereses de quienes podrían verse afectados —como las acciones de reducción (art. 2451
CCyC) y colación (art. 2385 CCyC), para el heredero; y las de simulación (art. 333 CCyC) y de declaración de
inoponibilidad (art. 338 CCyC) para los terceros—.
Cabe considerar que los contratos serán gratuitos u onerosos según lo que convengan las partes, salvo en el caso del
comodato (art. 1533 CCyC), en el que la gratuidad se verifica como un elemento estructural.
El legislador presume que son onerosos el mandato (art. 1322 CCyC), y el depósito (art. 1357 CCyC), pero se admite
estipulación en sentido contrario, por lo que nada obsta a que las partes los celebren como contratos a título gratuito.
El mutuo se encuentra diseñado como oneroso “excepto pacto en contrario” (art. 1527 CCyC); en la donación (art. 1542
CCyC), el esquema básico es el de un contrato a título gratuito, pero en el caso de las donaciones remuneratorias, se
deben juzgar onerosas o gratuitas según conste o no en el instrumento lo que se pretende remunerar (art. 1561 CCyC).
Ellas y las donaciones con cargo son consideradas como actos a título oneroso en la medida en que se limiten a una
equitativa retribución de los servicios recibidos o en que exista equivalencia de valores entre la cosa donada y los cargos
impuestos, considerando que el acto fue otorgado a título gratuito en el excedente (art. 1564 CCyC).
En los contratos gratuitos, la persona del beneficiario es esencial, porque a quien realiza una liberalidad no le da lo
mismo quién es el favorecido por tal esfuerzo. Por ello, el error en cuanto a la identidad del co-contratante puede
acarrear la nulidad del acto (art. 267, inc. e, CCyC).
2.3. Importancia del encuadre de un contrato como oneroso o gratuito
La caracterización de un contrato como oneroso o como gratuito es relevante porque:
a. La persona emancipada no puede, ni con autorización judicial, hacer donación de bienes que hubiese recibido a título
gratuito (art. 28, inc. b, CCyC) y requiere autorización judicial para disponer de ellos (art. 29 CCyC).
b. En los contratos a título gratuito constituye error esencial el que recae sobre la persona, si ella fue determinante para
su celebración (art. 267, inc. e, CCyC).
c. Los actos a título gratuito se encuentran más expuestos a la acción por fraude prevista en el art. 338 CCyC, pues para
que proceda con relación a actos a título oneroso se exige que quien contrató con el deudor haya conocido o debido
conocer que el acto provocaba o agravaba la insolvencia del otorgante (art. 339 CCyC).
d. La aplicación del instituto de la lesión (art. 332 CCyC) exige realizar una evaluación concreta sobre la onerosidad de
las contraprestaciones en juego, pues para su procedencia se requiere la existencia de una notoria desproporción
(factor objetivo), verificable al tiempo del otorgamiento del acto y subsistente al de la demanda; la que debe concurrir
con el elemento subjetivo, imprescindible para la procedencia del instituto en un caso concreto.
e. El transmitente a título oneroso está obligado al saneamiento (art. 1033 CCyC), que garantiza por evicción y por vicios
ocultos (art. 1034 CCyC). El adquirente a título gratuito puede, empero, ejercer en su provecho las acciones de
responsabilidad por saneamiento correspondientes a sus antecesores (art. 1035 CCyC).
f. Suele haber mayores recaudos formales para el otorgamiento de actos a título gratuito; por ejemplo, deben ser
hechas en escritura pública, bajo pena de nulidad, las donaciones de cosas inmuebles y las de cosas muebles
registrables (art. 1552 CCyC).
g. La imprevisión (art. 1091 CCyC) resulta aplicable a los vínculos contractuales con componente de onerosidad, el que
puede verificarse, por ejemplo, en el caso de una donación con cargo, cuando la excesiva onerosidad incide en la
posibilidad de cumplimiento del estipulado (art. 1564 CCyC).
h. La frustración de la finalidad (art. 1090 CCyC), definitiva o temporánea tiene a los contratos a título oneroso como su
principal territorio de aplicación.
i. Quien resulta sub-adquirente de buena fe y a título oneroso de un derecho real sobre una cosa mueble, goza de
protección frente a la acción reivindicatoria (art. 2260 CCyC).
j. Resultan válidos los actos de disposición a título oneroso realizados por el heredero aparente a favor de terceros que
ignoraban la existencia de herederos de mejor o igual derecho que aquel con quien contratan, o que los derechos de
este se encontraban judicialmente controvertidos (art. 2315 CCyC).

ARTÍCULO 968.- Contratos conmutativos y aleatorios. Los contratos a título oneroso son conmutativos cuando las
ventajas para todos los contratantes son ciertas. Son aleatorios, cuando las ventajas o las pérdidas, para uno de ellos o
para todos, dependen de un acontecimiento incierto.

1. Interpretación
Dentro de la categoría de los contratos a título oneroso, es posible diferenciar los contratos conmutativos, aquellos en
los que las obligaciones a cargo de cada una de las partes pueden ser determinadas con cierto grado de certeza
cualitativa y cuantitativa al tiempo de la celebración, de los aleatorios, que son aquellos en los que las pérdidas o las
ventajas para una o para todas las partes involucradas, dependen de un acontecimiento futuro e incierto.
La distinción entre ambas categorías se debe efectuar teniendo en consideración la incertidumbre acerca de la
exigibilidad futura de la obligación asumida por una de las partes, cuya existencia, determinación y exigibilidad depende
de la verificación de un acontecimiento incierto, de naturaleza básicamente aleatoria. El contrato podrá ser clasificado
como conmutativo cuando el cumplimiento de las obligaciones a cargo de cada una de las partes se encuentre
determinado desde la celebración y aleatorio cuando ello se encuentre sujeto a un acontecimiento futuro, ajeno a la
voluntad de las partes, como el tiempo de vida de las personas designadas en el contrato oneroso de renta vitalicia
(arts. 1599, 1606 CCyC y cc.) o que efectivamente ocurra un siniestro ajustado al riesgo previsto en un contrato de
seguro (arts. 70, 105, 114, 152 CCyC de la ley 17.418).
Es posible definir la aleatoriedad como la cualidad del vínculo que se verifica cuando, al tiempo de la celebración, no es
posible establecer con certeza cuál habrá de ser el contenido prestacional a cargo de los contratantes. No debe ser
confundida con el riesgo propio de cada contrato o con los factores de incertidumbre que pueden provenir de las
circunstancias económicas o sociales en las que debe desplegar sus efectos el vínculo.
Al considerar sus opciones negociales, las partes pueden identificar los riesgos de cada proyecto y distribuir su carga
según la información de la que disponen y lo que pueden presuponer que serán las circunstancias futuras, con
incidencia en el cumplimiento de las obligaciones; pero en el contrato aleatorio, la adjudicación definitiva del riesgo
depende de un hecho incierto, ajeno a la voluntad de los contratantes.
Puede establecerse una distinción en materia de aleatoriedad, según ella se de: 1) por la naturaleza del acto: contrato
de seguro (ley 17.418), contrato oneroso de renta vitalicia (art. 1606 CCyC), juego (arts. 1609 CCyC); o 2) por decisión de
las partes: compraventa a riesgo (art. 1131, párr. 3, CCyC), compraventa con renuncia de la garantía de evicción y por
vicios redhibitorios (art. 1036 CCyC), cesión de derechos litigiosos o dudosos (arts. 1616 y 1618, inc. b, CCyC), etc.
No debe confundirse el alea con el riesgo, pues mientras la primera aparece como una probabilidad de ventaja o de
pérdida, este se presenta como una probabilidad de daño.
También debe distinguirse el contrato aleatorio del condicional: el contrato es condicional cuando su existencia misma
depende de un acontecimiento incierto, y es aleatorio cuando el hecho condicionante no supedita al contrato, sino
únicamente a las ventajas que de él resultarán para las partes.

2. La aplicación de la imprevisión a los contratos aleatorios


La imprevisión (art. 1091 CCyC), se aplica principalmente a los contratos conmutativos de naturaleza fluyente y a los
contratos aleatorios “…si la prestación se torna excesivamente onerosa por causas extrañas a su alea propia”.
Así, el alea propia de un contrato de seguro es la producción de un siniestro comprendido dentro del riesgo previsto y la
de un contrato oneroso de renta vitalicia es el tiempo de vida de la persona tomada como parámetro para la vigencia de
la obligación de pago de las rentas; de tal modo, si ocurre el siniestro, en el seguro, o si la persona vive más años que los
que el obligado consideraba como probables, en la renta vitalicia, la parte obligada en cada uno de esos contratos no
podrá alegar esas circunstancias como un fundamento admisible para invocar la imprevisión; pero sí podrá hacerlo si se
reúnen los requisitos respecto de un factor distinto, como alguna decisión de gobierno que incida en el valor de la
moneda de pago, circunstancia que resultaría ajena a la incertidumbre propia del contrato, asumida por las partes al
contratar.
ARTÍCULO 969.- Contratos formales. Los contratos para los cuales la ley exige una forma para su validez, son nulos si la
solemnidad no ha sido satisfecha. Cuando la forma requerida para los contratos, lo es sólo para que éstos produzcan sus
efectos propios, sin sanción de nulidad, no quedan concluidos como tales mientras no se ha otorgado el instrumento
previsto, pero valen como contratos en los que las partes se obligaron a cumplir con la expresada formalidad. Cuando la
ley o las partes no imponen una forma determinada, ésta debe constituir sólo un medio de prueba de la celebración del
contrato.

1. Introducción
Las formas son impuestas para determinados actos jurídicos por razones diversas. Las formas escritas refuerzan la
importancia social de ciertos actos, que se traduce en los efectos que se siguen de su observancia y a la prueba de su
existencia; proporcionan mayor certeza y mejor comprensión del sentido y alcance de lo acordado en el texto. El
legislador procura asegurar con ellas el acceso a los términos del acto por las partes contratantes, para que puedan
conocer e invocar sus estipulaciones en la defensa de sus derechos. Y la necesidad de otorgar el acto bajo un
determinado recaudo formal suele conllevar una mayor reflexión de parte de quienes concurren a su celebración. Las
formas impuestas a determinados actos, por ejemplo cuando se exige la escritura pública, permiten a terceros que ven
sus intereses afectados por un negocio jurídico acceder a sus términos cuando encaran su impugnación judicial.
El Código Civil y Comercial se ocupa de la forma en diversas oportunidades. La regla general es la de la libertad de
formas (art. 284 CCyC), por lo que si la ley no designa una forma determinada para la exteriorización de la voluntad de
las partes, estas pueden utilizar la que estimen conveniente, aún cuando ella sea más exigente que la impuesta por la
ley. Las formas y solemnidades de los actos jurídicos, su validez o nulidad y la necesidad de publicidad, se juzgan por las
leyes y usos del lugar en que los actos se hubieren celebrado, realizado u otorgado (art. 2649 CCyC).

2. Interpretación
Los contratos son formales cuando la ley exige una determinada forma, ya sea para la validez del acto, o para que
produzca sus efectos propios o para su comprobación.
El Código establece la categoría de los contratos formales, como excepción al régimen general de libertad de formas, y
la enuncia estableciendo una división tripartita según la finalidad perseguida por la exigencia formal, los contratos
pueden ser clasificados como sujetos a:
a. Formas absolutas. Son las que acarrean la ineficacia absoluta del acto en caso de inobservancia. Si no se
cumple la forma impuesta, el acto se ve privado de todo efecto, resultando absolutamente ineficaz.
En el Código son contratos sujetos a formas absolutas las donaciones de inmuebles de muebles registrables y de
prestaciones periódicas o vitalicias (art. 1552 CCyC).
b. Formas relativas. Decimos que los contratos están sujetos a una formalidad relativa cuando el cumplimiento
de la formalidad no es exigido bajo sanción de nulidad; si bien no quedan concluidos hasta que no se de
cumplimiento a la solemnidad prevista, valen como contratos en los que las partes se obligan a cumplir la
formalidad pendiente. Esta categoría comprende los contratos mencionados en el art. 1017 CCyC, que abarca:
I. los que tienen por objeto la adquisición, modificación o extinción de derechos reales sobre inmuebles cuando
la transmisión no se opera por subasta judicial o administrativa;
II. los que tienen por objeto derechos dudosos o litigiosos sobre inmuebles;
III. los actos accesorios de contratos otorgados en escritura pública; y
IV. los demás contratos que, por acuerdo de partes o disposición de la ley, deben ser otorgados en escritura
pública y no correspondan a la categoría formal absoluta.
En tales supuestos, aun cuando el acto no se hubiera celebrado con la forma legalmente exigida, el
otorgamiento del instrumento previsto constituye una obligación de hacer, que puede ser suplida por el juez en
representación de quien evidencia una actitud remisa al cumplimiento de la obligación; ello, en tanto se
encuentren cumplidas las contraprestaciones o asegurado su cumplimiento, lo que posibilita la conversión
formal del acto, permitiendo que alcance plenitud en sus efectos.
Pueden ser encuadrados en la categoría de contratos formales relativos: el leasing, sobre inmuebles, buques o
aeronaves; el contrato de agrupación de colaboración; el de unión transitoria; el de consorcio de cooperación; el
de cesión de derechos hereditarios; el de cesión de derechos litigiosos referidos a derechos reales sobre
inmuebles; el de cesión de derechos derivados de actos instrumentados en escritura pública; y el contrato de
fideicomiso, cuando se refiere a bienes cuya transferencia debe ser instrumentada en escritura pública.
c. Formas dispuestas con fines probatorios. El legislador también establece formas en previsión de necesidades
probatorias; en cuyo caso, la inobservancia del recaudo formal no afecta al contrato ni a su existencia, que
podrá ser acreditada por otros medios, de acuerdo a lo establecido en el art. 1020 CCyC; pues cuando una
determinada formalidad es requerida a los fines meramente probatorios, los contratos pueden ser probados por
otros medios, inclusive por testigos, si hay imposibilidad de obtener la prueba de que se cumplió con la
formalidad o si existe principio de prueba instrumental —considerándose tal cualquier instrumento que emane
de la otra parte, de su causante o de parte interesada en el asunto, que haga verosímil la existencia del contrato
—, o comienzo de ejecución.
Pueden considerarse contratos en los que un determinado recaudo formal es impuesto con miras a la prueba: el
de locación de cosa inmueble o mueble registrable o de una universalidad que incluya inmuebles o muebles
registrables o de parte material de un inmueble; los contratos bancarios; el de agencia; el de fianza; el de cesión
de derechos cuando no se refiere a actos que deban otorgarse por escritura pública; el de transacción; el de
arbitraje y el de fideicomiso, cuando no se refiere a bienes cuya transmisión requiera del otorgamiento de
escritura pública.
La formalidad exigida para la celebración del contrato rige también básicamente para las modificaciones que luego le
sean introducidas, salvo disposición legal en contrario o que se trate de una modificación referida a un aspecto
claramente accesorio.

ARTÍCULO 970.- Contratos nominados e innominados. Los contratos son nominados e innominados según que la ley los
regule especialmente o no. Los contratos innominados están regidos, en el siguiente orden, por:
a. la voluntad de las partes;
b. las normas generales sobre contratos y obligaciones;
c. los usos y prácticas del lugar de celebración;
d. las disposiciones correspondientes a los contratos nominados afines que son compatibles y se adecuan a su finalidad.

1. Introducción
El poder creativo de las personas lleva a que, a menudo, generen nuevos modelos contractuales, nuevos diseños de
negocio o, como se suele decir en el ámbito financiero, nuevos productos. Cuando ello ocurre y el resultado no
responde a ninguno de los tipos contractuales incorporados a la normativa vigente, es necesario resolver el problema de
la regulación integral del vínculo, pues lo normal es que las partes no hayan cubierto todas las alternativas que se
pueden presentar en la etapa de cumplimiento. De allí la importancia de la regulación contenida en este artículo.

2. Interpretación
En este artículo se distingue a los contratos según cuenten con regulación legal, a los que se califica de nominados, y los
que no se ajustan a alguno de los tipos regulados por ley y son creados por las partes, en ejercicio de su libertad
contractual, a los que se califica como innominados. Son nominados los contratos regulados en este Código y también
otros, disciplinados por leyes especiales, como el contrato de seguro (ley 17.418).
Establece que la regulación de aquellos se ajustará, en primer término, a lo establecido por las partes; en segundo
término, a las normas generales sobre contratos y obligaciones; en tercer término, a los usos y prácticas del lugar de
celebración; y, en última instancia, a las disposiciones correspondientes a los contratos nominados afines que son
compatibles y se adecuen a su finalidad.
Lo que va a determinar que un contrato sea nominado será su sujeción a la disciplina de alguno de los contratos que
cuenten con regulación legal, según la naturaleza del acto y no la denominación que le hubieran asignado las partes.
Cuando el diseño contractual adoptado por las partes no responde a alguno de los tipos legales, la integración de sus
disposiciones deberá hacerse según lo dispuesto en este artículo.

2.1. Parámetros a observar para la integración del contrato innominado


El Código establece un orden para la regulación del contenido normativo de los contratos innominados:
a. La voluntad de las partes. Los contratantes tienen el derecho de ejercer su libertad para celebrar un contrato y
determinar su contenido dentro de los límites impuestos por la ley, el orden público, la moral y las buenas costumbres;
así, pueden crear un nuevo contrato, un nuevo producto jurídico-económico, como lo fueron en su momento muchos
de los habitualmente denominados contratos comerciales modernos.
De haber desarrollado las partes una regulación completa del vínculo contractual innominado, no será necesario
efectuar la integración del contenido, por lo que la tarea a desarrollar se reducirá a la de interpretación del contenido y
de los alcances de los enunciados normativos de autonomía, para determinar cuáles serán sus efectos.
Si la regulación no abarcó algún aspecto que requiere de solución en la etapa funcional, será necesario recorrer las
distintas alternativas establecidas en el artículo.
b. Normas generales sobre contratos y obligaciones. Esta disposición conduce a una adecuada integración del
contenido del contrato en términos de lógica del sistema normativo, que exige, por ejemplo, el respeto de la buena fe;
excluye el abuso de derecho o la forma específica de este, constituida por el abuso de posición dominante y posibilita
una razonable interpretación, con base en la intención común de las partes.
c. Los usos y prácticas del lugar de celebración. Los usos, prácticas y costumbres del lugar de celebración del contrato
resultan un elemento integrador valioso, siempre que no sean contrarios a derecho o que su aplicación sea irrazonable.
Esta disposición permite cubrir aspectos que las partes a menudo no regulan porque lo dan por supuesto, como puede
ocurrir con los estilos o modalidades constructivas en distintas regiones.
d. Las disposiciones correspondientes a los contratos nominados afines que son compatibles y se adecuan a su
finalidad. Si no resultó posible completar la integración del contenido por vía de lo pautado en los incisos anteriores,
debe efectuarse aplicación analógica de las previsiones establecidas para contratos nominados que resulten afines,
ponderando la finalidad perseguida por las partes. De advertir que prevalecen elementos de un determinado contrato,
corresponde aplicar el criterio de absorción y adoptar sus normas para la integración; si lo que se verifica es la presencia
de elementos de varios contratos nominados, cabe aplicar el criterio de la combinación, que permite al juez construir las
normas para el caso, con base en elementos de los tipos contractuales aplicables.

CAPÍTULO 3: Formación del consentimiento


SECCIÓN 1ª: Consentimiento, oferta y aceptación

ARTÍCULO 971.- Formación del consentimiento. Los contratos se concluyen con la recepción de la aceptación de una
oferta o por una conducta de las partes que sea suficiente para demostrar la existencia de un acuerdo.

1. Introducción
El consentimiento es, junto con el objeto y la causa, un elemento esencial del contrato , imprescindible para su
existencia. La determinación del momento en el que queda perfeccionado reviste gran importancia, porque es a partir
de su concreción que cobran virtualidad las obligaciones asumidas por los contratantes.
El proceso de formación del consentimiento requiere de la formulación y del envío de una oferta, la que debe reunir los
requisitos establecidos en el art. 972 CCyC, y cuya aceptación puede ser exteriorizada por el destinatario en forma
expresa o por un comportamiento conclusivo que dé cuenta de la conformidad del aceptante (art. 979 CCyC); si se trata
de un contrato celebrado entre presentes, quedará perfeccionado por la manifestación de la aceptación, y si es
celebrado entre ausentes, tal perfeccionamiento ocurrirá cuando ella sea recibida por el proponente durante el plazo de
vigencia de la oferta (arts. 974 y 980 CCyC).

2. Interpretación de la norma
El régimen que aquí se comenta es de aplicación a los contratos discrecionales paritarios. La formación del
consentimiento en los contratos celebrados por adhesión a cláusulas generales predispuestas se rige por lo dispuesto en
los arts. 984 a 989 CCyC y, en los contratos de consumo, por lo establecido en los arts. 1096 a 1116 CCyC. El
consentimiento es producto del encuentro de voluntades coincidentes de las partes, expresado por la reunión de una
oferta y una aceptación que guardan relación de correspondencia; pues si no se verifica una expresa y plena
conformidad con la oferta, el contrato no queda concluido (art. 978 CCyC). En la mayoría de los casos esa concurrencia
de voluntades genera efectos jurídicos para las partes que participaron de la formación del contrato; pero en otros, el
sistema jurídico priva de efectos al mero consentimiento y exige el cumplimiento de alguna forma solemne como
recaudo para dotarlo de eficacia (ver art. 1552 CCyC).
Las voluntades que concurren a conformar el consentimiento tienen que ser jurídicamente válidas y haber sido
exteriorizadas por alguna de las vías previstas en los arts. 262 a 264 CCyC.
Es necesario distinguir dos supuestos diversos, según que el proceso de formación del consentimiento se inicie con una
oferta formulada a persona determinada o determinable, o principie por una propuesta a persona indeterminada.
a. Consentimiento basado en una oferta dirigida a persona determinada o determinable. El proceso de formación del
consentimiento se inicia con la formulación de la oferta (art. 972 CCyC) y concluye con la recepción de la aceptación (art.
983 CCyC) o el desarrollo por las partes de una conducta que resulte idónea para demostrar la existencia de un acuerdo
(art. 979 CCyC), como ocurre si realizan algún acto que no habrían concretado de no mediar tal circunstancia. El nuevo
diseño normativo mejora y simplifica el régimen anterior, pues, establece la recepción de la aceptación como punto de
referencia para la evaluación de los efectos de las alternativas que puede experimentar la formación del consentimiento
(perfeccionamiento, revocación y caducidad).
Si el destinatario de la oferta propone una modificación, resulta de aplicación lo previsto en el art. 978 CCyC y debe
considerarse formulada una contraoferta o nueva oferta, que determina el reinicio del ciclo negocial, pero con el
oferente originario en posición de aceptante, quien podrá manifestar su aceptación a la propuesta de modificación,
quedando entonces el contrato concluido.
b. Consentimiento perfeccionado con base en una oferta dirigida a personas indeterminadas. En este supuesto el
régimen de formación se ajustará a lo establecido en el art. 973 CCyC; se produce una suerte de inversión técnico-
jurídica de la dirección en la que se desarrolla el establecimiento del vínculo en términos sociales y económicos
habituales. A partir de la determinación legal de cuál de las futuras partes del contrato debe ser considerada la oferente,
resultan de aplicación las reglas establecidas para la oferta a persona determinada.
c. Supuesto de acuerdo parcial. Por vía de lo dispuesto en el art. 982 CCyC, se introduce una innovación importante en
el régimen de los anteriores Código Civil y Código de Comercio, pues se admite que, de expresar todas las partes su
consentimiento sobre los elementos esenciales particulares del vínculo en construcción, el contrato queda concluido,
integrándose según las reglas establecidas en el Capítulo 1 de este Título II, Libro Tercero.

ARTÍCULO 972.- Oferta. La oferta es la manifestación dirigida a persona determinada o determinable, con la intención
de obligarse y con las precisiones necesarias para establecer los efectos que debe producir de ser aceptada.

1. Interpretación
El Código mejoró la regulación establecida en el anterior, desechando el empleo de la confusa expresión “promesa” y
reemplazando la exigencia de reunión de “todos los antecedentes constitutivos de los contratos” por la del enunciado
de “las precisiones necesarias para establecer los efectos que debe producir de ser aceptada”.

1.1. Concepto de oferta


La oferta es un acto jurídico unilateral y recepticio que exterioriza la voluntad de quien la formula, y está destinada a la
celebración de un contrato.

1.2. Caracteres de la oferta


a. Intención de obligarse. La oferta debe contener una declaración de voluntad seria, destinada a crear,
modificar o extinguir un contrato. No constituyen ofertas las declaraciones formuladas en broma; con fines
docentes; los pedidos de información sobre un determinado producto o servicio; las propuestas “sin
compromiso” o similares, de las que no surja la intención del emisor de asumir ineludiblemente un compromiso
contractual, generador de obligaciones.
b. Remisión a persona determinada o determinable. Su carácter recepticio determina su transmisión a persona
determinada o determinable, lo que exige de un sujeto identificado por su nombre o bien que pueda ser
identificado por parámetros que permitan su individualización y que impidan considerar a la propuesta como
dirigida a persona indeterminada.
c. Suficiencia. La oferta, para poder ser considerada tal, debe estar referida a un contrato especial y contener los
elementos necesarios para establecer los efectos que se derivarán de su aceptación. No es necesario que prevea
todos y cada uno de los aspectos jurídicos inherentes al vínculo obligacional que se procura establecer, pues la
integración normativa del contrato puede concretarse por vía de lo establecido en el art. 964 CCyC; pero debe
satisfacer los recaudos mínimos imprescindibles para que el contrato pueda considerarse concluido a partir de
una eventual aceptación de los términos de la propuesta enviada al destinatario.
Los instrumentos mediante los cuales una parte, o todas ellas, dan cuenta de su consentimiento para negociar
cuestiones relativas a un futuro contrato solo tienen la fuerza obligatoria de una oferta si cumplen con sus requisitos
(art. 993 CCyC).

ARTÍCULO 973.- Invitación a ofertar. La oferta dirigida a personas indeterminadas es considerada como invitación para
que hagan ofertas, excepto que de sus términos o de las circunstancias de su emisión resulte la intención de contratar
del oferente. En este caso, se la entiende emitida por el tiempo y en las condiciones admitidas por los usos.

1. Introducción
El nuevo Código incorpora la regulación de la oferta dirigida a personas indeterminadas en los contratos paritarios, de la
que carecía el Código Civil derogado y lo hace según el criterio propiciado por la doctrina para este tema, que se aparta
de la regulación contenida en el antiguo Código de Comercio.

2. Interpretación
Este artículo regula la invitación a formular ofertas, que se tiene por efectuada cuando se realiza una oferta dirigida a
personas indeterminadas, al público en general, como la que se formula cuando se publica un aviso clasificado haciendo
saber de la intención de vender alguna cosa. No obstante, prevé que el emisor dé cuenta de una intención clara de
contratar, en cuyo caso valdrá directamente como oferta, sujeta a los usos del lugar en el que se formula.
El Código Civil y Comercial valida la oferta a persona indeterminada, teniéndola por reformulada como una invitación a
ofertar, y le asigna alcances diversos a los de la producida en el ámbito de los contratos de consumo, en cuyo ámbito es
obligatoria.
La invitación a ofertar es una declaración de voluntad, unilateral, dirigida a una pluralidad de personas o al público en
general, invitando a los destinatarios a iniciar tratativas o a formular a su emisor una oferta de concreción de un
contrato.
El artículo regula la oferta dirigida a persona indeterminada en el ámbito negocial de los contratos paritarios; en los de
consumo la oferta dirigida a consumidores potenciales indeterminados obliga a quien la emite durante el tiempo en que
se realice.
Fuera del ámbito de las relaciones de consumo, la invitación a ofertar formulada por medios publicitarios —por
ejemplo, publicación de un aviso clasificado— no obliga contractualmente a quien la emite y constituye una invitación a
ofertar.

ARTÍCULO 974.- Fuerza obligatoria de la oferta. La oferta obliga al proponente, a no ser que lo contrario resulte de sus
términos, de la naturaleza del negocio o de las circunstancias del caso.
La oferta hecha a una persona presente o la formulada por un medio de comunicación instantáneo, sin fijación de plazo,
sólo puede ser aceptada inmediatamente.
Cuando se hace a una persona que no está presente, sin fijación de plazo para la aceptación, el proponente queda
obligado hasta el momento en que puede razonablemente esperarse la recepción de la respuesta, expedida por los
medios usuales de comunicación.
Los plazos de vigencia de la oferta comienzan a correr desde la fecha de su recepción, excepto que contenga una
previsión diferente.

1. Interpretación
El sistema jurídico mantiene la exigencia de aceptación inmediata de la oferta formulada verbalmente, como preveía el
CC, pero adapta la norma a la realidad negocial actual, pues considera la formulación de ofertas por medios de
comunicación instantáneos, como los que proporcionan las tecnologías de la informática y las comunicaciones (TICs).
Respecto de la oferta dirigida a persona no presente, incorpora una regulación con la que no contaba el Código Civil,
pues allí solo se preveía para esos casos la formación del consentimiento por medio de agentes o de correspondencia
epistolar.
El régimen se estructura en torno al sistema de la recepción de la aceptación, punto nodal para la consolidación del
vínculo contractual.

1.1. Tipos básicos de oferta


El artículo regula la fuerza obligatoria de la oferta dirigida a persona determinada, categoría dentro de la que es posible
distinguir tres tipos básicos de formulación:
a. Oferta simple. La oferta simple no está sujeta a modalidad alguna, por lo que puede ser revocada en cualquier
momento; se entiende que pierde vigencia cuando transcurre el tiempo razonable necesario para recibir la aceptación,
de acuerdo a las circunstancias del caso y del medio de comunicación empleado.
b. Oferta a plazo. En este supuesto el emisor se compromete a mantener los términos de la oferta por un lapso
determinado, computado desde la recepción de la propuesta por el destinatario.
c. Oferta irrevocable. La determinación de la irrevocabilidad de la oferta es una facultad del oferente, quien renuncia
unilateralmente a la prerrogativa de retractación que le acuerda el art. 975 CCyC.
En este caso no se fija un plazo por el que el emisor se obliga a mantener la propuesta; pero es claro que tal
compromiso no puede prologarse eternamente, por lo que si un límite temporal razonable no surge de la naturaleza del
negocio del que se trate, el oferente o sus herederos pueden solicitar su fijación (art. 887 CCyC).

1.2. Carácter obligatorio de la oferta


Si se parte del concepto normativo de oferta contenido en el art. 972 CCyC, la atribución de fuerza obligatoria a la hecha
a persona determinada o determinable guarda lógica sistémica.
Se prevé en el artículo que la oferta pueda ser formulada sin carácter obligatorio, en razón de sus términos, de la
naturaleza del negocio o de las circunstancias del caso. La disposición resulta la contracara de lo establecido en el art.
973 CCyC.

1.3. Oferta de respuesta inmediata


En el segundo párrafo de la norma se establece que la oferta hecha a una persona presente o la formulada por un
medio de comunicación instantáneo, sin fijación de plazo, solo puede ser aceptada inmediatamente.
La noción técnico-jurídica de persona presente o de persona ausente, a los efectos de la formación del consentimiento,
no es física o territorial, sino temporal. Persona presente es la que se encuentra en aptitud de dar una respuesta
inmediata, aún cuando se encuentre a distancia de su interlocutor, como ocurre entre quienes mantienen una
comunicación telefónica, por chat o por videoconferencia; si existe un intervalo temporal entre la formulación de la
oferta y la respuesta, la oferta debe ser considerada como formulada a “persona que no está presente”, y el proponente
queda obligado hasta el término del plazo que resulte razonable para la recepción de la respuesta, según el tipo de
negocio del que se trate y los usos y prácticas a él vinculados.
1.4. Perfeccionamiento del consentimiento
Según el art. 980 CCyC, la aceptación perfecciona el contrato: a) entre presentes, cuando es aceptada; y b) entre
ausentes, si es recibida por el proponente durante el plazo de vigencia de la oferta.
La oferta simple se efectúa sin sujeción a modalidad alguna, por lo que es susceptible de retractación en los términos
del art. 975 CCyC.

1.5. Cómputo del plazo de vigencia de la oferta


La oferta puede contener la expresión de un plazo de vigencia, el que debe computarse a partir de su recepción por el
destinatario (art. 983 CCyC). El de la recepción es el criterio de mayor empleo en el derecho comparado; pero el emisor
puede estipular el inicio del cómputo en una fecha posterior determinada.

1.6. Obligación de mantenimiento de la oferta


La oferta debe ser mantenida durante el tiempo de su vigencia o por el que “puede razonablemente esperarse la
recepción de la respuesta expedida por los medios usuales de comunicación”, ello en razón de su carácter vinculante y
de la obligación de su emisor de actuar con buena fe; ello, sin perjuicio del ejercicio de la facultad de retractarla en los
términos del art. 975 CCyC, si no se hubiera enunciado como irrevocable por un determinado lapso.
La obligación de mantener la oferta formulada como irrevocable se extiende a quien la enunció y a sus herederos, salvo
que se trate de una obligación en la que la persona del emisor resulte esencial. Si la oferta no fue enunciada como
irrevocable, en caso de muerte de su emisor debe estarse a lo previsto en el art. 976 CCyC, pues es la oferta enunciada
como irrevocable la que no caduca por muerte o incapacidad del proponente o del destinatario, salvo que la naturaleza
del negocio u otras circunstancias excluyan tal eficacia.

ARTÍCULO 975.- Retractación de la oferta. La oferta dirigida a una persona determinada puede ser retractada si la
comunicación de su retiro es recibida por el destinatario antes o al mismo tiempo que la oferta.

1. Interpretación
La norma posibilita la retractación de la oferta dirigida a persona determinada y establece que ella será eficaz si su
emisor logra que sea recibida por el destinatario antes o al mismo tiempo que la oferta que se intenta privar de efectos.
La retractación es una manifestación de voluntad unilateral, enunciada por su autor con la finalidad de privar de efectos
a una oferta por él emitida con anterioridad. Para resultar jurídicamente eficaz, la retractación debe ser recibida por el
destinatario en tiempo anterior o contemporáneo a la recepción de la oferta.
La retractación puede ser formulada por el emisor de la oferta o sus sucesores. El régimen de retractación de la oferta
no requiere de la distinción entre ofertas revocables e irrevocables, pues si la retractación llega al destinatario antes o al
mismo tiempo que la oferta, enerva totalmente sus efectos, con independencia de los términos de su formulación.

ARTÍCULO 976.- Muerte o incapacidad de las partes. La oferta caduca cuando el proponente o el destinatario de ella
fallecen o se incapacitan, antes de la recepción de su aceptación.
El que aceptó la oferta ignorando la muerte o incapacidad del oferente, y que a consecuencia de su aceptación ha hecho
gastos o sufrido pérdidas, tiene derecho a reclamar su reparación.

1. Interpretación
1.1. Las alternativas derivadas de la vida y la salud de los contratantes
Una de las circunstancias que pueden producirse en el proceso de formación del consentimiento entre ausentes es que
una de las partes involucradas muera o se incapacite. El artículo establece básicamente que la oferta caduca de
producirse la muerte o incapacidad del oferente o del destinatario de la oferta antes de la recepción de la aceptación
por el oferente. Prevé, también, el reembolso de los gastos y pérdidas que pudo haber sufrido quien aceptó la oferta
ignorando su caducidad.
El ciclo de la formación del consentimiento queda consolidado con la recepción de la aceptación por el oferente, tras la
que las circunstancias mencionadas en la norma no incidirán en la vida del vínculo contractual, el que tampoco podrá
ser afectado por la formulación de una retractación. Sí habrá un supuesto de ineficacia, claro está, en caso de tratarse
de un contrato que haya establecido una obligación en la que la persona del fallecido o incapacitado fuera esencial;
pero ello, al ser sobreviniente, no incide en la existencia del contrato sino en su posibilidad de cumplimiento.
Lo previsto en la norma solo puede presentarse en la contratación entre ausentes, pues cuando ella tiene lugar entre
presentes, el contrato queda concluido en forma instantánea.
La caducidad se diferencia de la retractación en que la primera opera de pleno derecho, mientras que esta última exige
una declaración de voluntad expresa del oferente. Ambas pueden generar efectos jurídicos hasta que el oferente recibe
la aceptación; a partir de allí, el contrato queda concluido como tal.
El artículo en estudio se refiere a la incapacidad de ejercicio (arts. 31 a 50 CCyC), pues para referirse a las que alcanzan a
determinados sujetos con relación a determinados actos jurídicos, el cuerpo normativo emplea la expresión
“inhabilidades para contratar”.
La caducidad extingue el derecho de que se trate, pero en los casos de incapacidad de ejercicio cabe estar a lo previsto
en el art. 2569 CCyC y admitir que mientras se cuente con plazo para ello, la manifestación pueda ser efectuada por
quien sea designado representante del incapaz.

1.2. Resarcimiento de gastos y pérdidas


Si el destinatario de la oferta la aceptó ignorando la muerte o incapacidad del oferente y, en razón de ello, realizó gastos
o sufrió pérdidas vinculadas con el cumplimiento de las obligaciones a su cargo en un contrato que consideraba
concluido, tiene derecho a reclamar resarcimiento. El Código protege la buena fe, previendo un resarcimiento limitado a
los gastos en los que pudo haber incurrido y a las pérdidas que pudo haber sufrido; ello, sin mención a la probabilidad
objetiva de obtención de un beneficio económico (art. 1738 CCyC).

ARTÍCULO 977.- Contrato plurilateral. Si el contrato ha de ser celebrado por varias partes, y la oferta emana de distintas
personas, o es dirigida a varios destinatarios, no hay contrato sin el consentimiento de todos los interesados, excepto
que la convención o la ley autoricen a la mayoría de ellos para celebrarlo en nombre de todos o permitan su conclusión
sólo entre quienes lo han consentido.

1. Interpretación
En el artículo se regula la formación de los vínculos negociacles correspondientes a contratos plurilaterales. Son vínculos
complejos, a partir de los que puede darse lugar al nacimiento de una persona jurídica —como ocurre en el caso de las
asociaciones civiles, en el de las fundaciones y en el de los diversos tipos societarios previstos en la Ley 19.550 General
de Sociedades—, o no, como sucede en el caso de los contratos asociativos —contratos de colaboración; de
organización o participativos; con comunidad de fin, que no son sociedad ni constituyen personas jurídicas (art. 1442
CCyC)—.
Dos alternativas básicas pueden darse en la constitución de este tipo de contratos; ambas requieren el consentimiento
de todos los interesados, salvo que la convención o la ley autoricen a la mayoría a celebrarlo en nombre de todos o
permitan su conclusión entre quienes lo consintieron, a saber:
a. Concurrencia de ofertas emanadas de distintas personas. La de la concurrencia de ofertas emanadas de distintas
personas es, por ejemplo, la modalidad de conformación de las asociaciones civiles, las simples asociaciones o las
sociedades anónimas cuando se constituyen por acto único (art. 166 de la Ley General de Sociedades) y también por la
que se conforman contratos asociativos, como son las agrupaciones de colaboración, las uniones transitorias y los
consorcios de cooperación. Cabe considerar que, a partir de un acto constitutivo inicial, el vínculo puede quedar abierto
a la incorporación de otros participantes, con limitaciones admisibles, como las que suelen estipularse en las sociedades
de responsabilidad limitada, que tienen un tope de cincuenta socios (art. 146 LSC) o en las sociedades colectivas,
comanditas simples, de capital e industria y en participación, supuestos en los que la muerte de un socio produce la
resolución parcial del contrato con relación al vínculo establecido con el fallecido, sin que puedan incorporarse sus
herederos, solución distinta de la que puede adoptarse en la sociedad colectiva o en la comandita simple, en las que sí
es posible prever la incorporación de aquellos (art. 90 LSC).
b. Oferta emanada de un único centro de interés pero dirigida a varios destinatarios. Esta es la vía prevista para, por
ejemplo, la constitución de las sociedades anónimas por suscripción pública de acciones, las que se conforman a partir
de la acción de los promotores quienes, formulan una propuesta dirigida al público en general, con intervención de la
autoridad de control, la que da lugar a la posterior firma de contratos de suscripción (art. 172 LSC).
En razón de lo establecido en el art. 982 CCyC, cabe considerar que el contrato plurilateral puede tenerse por concluido
cuando todas las partes intervinientes, con la formalidad que en cada caso corresponda, expresan su consentimiento
sobre todos los elementos esenciales particulares.

ARTÍCULO 978.- Aceptación. Para que el contrato se concluya, la aceptación debe expresar la plena conformidad con la
oferta. Cualquier modificación a la oferta que su destinatario hace al manifestar su aceptación, no vale como tal, sino
que importa la propuesta de un nuevo contrato, pero las modificaciones pueden ser admitidas por el oferente si lo
comunica de inmediato al aceptante.

1. Introducción
En el proceso de construcción de un vínculo contractual, la aceptación es la imprescindible contracara de la oferta. De
ella depende la generación de un consentimiento válido.
2. Interpretación
Este artículo establece que para que la aceptación tenga eficacia debe expresar plena conformidad con la oferta, en
grado tal que cualquier modificación introducida a la propuesta original por el destinatario importa la formulación de la
oferta de un nuevo contrato (contraoferta), el que quedará concluido si el oferente inicial comunica de forma inmediata
la aceptación de la contrapropuesta a su emisor. Quien recibe una oferta dispone entonces de varias posibilidades:
guardar silencio, rechazarla, proponer una reformulación de sus términos o aceptarla. Si acepta, su manifestación debe
ser: a) lisa y llana; y b) oportuna, formulada durante el lapso de vigencia de la oferta. Ello sin perjuicio de la posibilidad
de considerar a la aceptación tardía como una oferta formulada por el destinatario de la propuesta anterior.

ARTÍCULO 979.- Modos de aceptación. Toda declaración o acto del destinatario que revela conformidad con la oferta
constituye aceptación. El silencio importa aceptación sólo cuando existe el deber de expedirse, el que puede resultar de
la voluntad de las partes, de los usos o de las prácticas que las partes hayan establecido entre ellas, o de una relación
entre el silencio actual y las declaraciones precedentes.

1. Introducción
En este artículo se establecen cuáles son las formas jurídicamente relevantes en las que puede exteriorizarse la
aceptación; pero, en especial se establecen los efectos del silencio ante la comunicación de una oferta, cuestión de
notoria importancia para la limitación o eliminación de prácticas abusivas por las que una parte pueda querer conferir al
silencio de la otra el sentido de una aceptación de la oferta, imponiéndole vínculos no deseados.

2. Interpretación
La aceptación de una oferta puede producirse de diversas maneras:
a. Aceptación expresa: se produce por manifestación verbal, por escrito o por signos inequívocos que dan cuenta de
una declaración afirmativa.
b. Aceptación tácita: se da cuando el destinatario lleva adelante una conducta que no desarrollaría de no haber
aceptado la oferta, incompatible con su rechazo. Los principios Unidroit reconocen este tipo de comportamientos como
manifestaciones de aceptación de la oferta. Ello se produce, por ejemplo, cuando una parte ejecuta, y la otra recibe, la
prestación ofrecida o pedida; o cuando el mandatario ejecuta la obligación a su cargo, lo que, por expresa previsión del
Código, importa aceptación, aún sin mediar declaración expresa.
c. Aceptación por el silencio: en razón de lo establecido en este art. y en el art. 263 CCyC, el silencio guardado por el
destinatario de la oferta no puede ser en principio considerado como aceptación, salvo que, por la relación existente
entre las partes o por la vinculación entre el silencio actual y las declaraciones precedentes, pudiera considerarse que el
receptor de la oferta debía expedirse. Es posible que, por la relación existente entre los sujetos de la comunicación o
por su dinámica de vinculación previa, corresponda considerar como válida entre ellos una estipulación del oferente en
el sentido que, de no rechazar el aceptante la propuesta dentro de determinado lapso razonable, esta deba
considerarse aceptada; lo que carecería de fuerza obligatoria de no ser el indicado el contexto en el que se formuló la
aserción (art. 1065, inc. a, CCyC).

ARTÍCULO 980.- Perfeccionamiento. La aceptación perfecciona el contrato:


a. entre presentes, cuando es manifestada;
b. entre ausentes, si es recibida por el proponente durante el plazo de vigencia de la oferta.

1. Introducción
El concepto de presencia o de ausencia, en lo que a la formación del consentimiento respecta, no responde a un criterio
de proximidad física sino que es de naturaleza técnico- jurídica y se vincula con la existencia de un lapso, convenido o
impuesto por las circunstancias en las que se produce la comunicación, entre la recepción de la oferta y la posibilidad de
formulación y recepción de la aceptación. No se trata de distancia física, sino jurídica. Se consideran celebrados entre
presentes los contratos en los que no hay solución de continuidad entre la oferta y la respuesta a ella; y entre ausentes,
aquellos en los que media un plazo entre una y otra manifestación, sin importar, en razón de las posibilidades que
ofrecen las TICs la localización física de los sujetos involucrados en el intercambio.
Cuando se verifica la existencia de un lapso entre la oferta y la aceptación, se presenta el problema de la determinación
de cuándo, en qué tramo de la circulación de información y del intercambio, corresponde considerar concluido el
contrato. La solución a ese problema puede alcanzarse por cuatro sistemas distintos:
a. Sistema de la declaración: por el que se considera concluido el contrato por la aceptación de la oferta, sin necesidad
de ninguna exteriorización de la voluntad;
b. Sistema de la expedición: en él se requiere que la declaración de aceptación de la oferta sea enviada al oferente,
considerándose concluido el contrato en el momento en el que se remite tal aceptación;
c. Sistema de la recepción: por este se considera concluido el contrato cuando la comunicación que da cuenta de la
aceptación es recibida por el oferente, sin que sea necesario que éste haya efectivamente tomado conocimiento de su
contenido y,
d. Sistema de la información: se considera formado el consentimiento cuando el oferente conoce el contenido de la
aceptación.
En el CC el sistema era complicado y no se ajustaba a las necesidades del tráfico moderno, pues en el mundo de los
negocios la correspondencia se presume conocida desde que es entregada en el domicilio del destinatario.

2. Interpretación
La norma establece dos regímenes distintos de perfeccionamiento del consentimiento, según que la transmisión de la
propuesta contractual haya sido formulada entre presentes o entre ausentes.
a. Comunicación de la oferta entre presentes: el Código exige plena correspondencia entre la oferta y la aceptación,
pero introduce una variante que flexibiliza tal requerimiento y posibilita que el contrato quede de todos modos
concluido si el oferente acepta en forma inmediata y lo comunica; se presupone una comunicación abierta entre las
partes.
b. Comunicación de la oferta entre ausentes: el contrato queda concluido si la comunicación de aceptación de la oferta,
tal como fue formulada, es recibida por el emisor de la oferta durante el plazo de vigencia de esta. El sistema de la
recepción es el adoptado por los Principios de Unidroit y por la Convención de Viena de 1980 sobre Compraventa
Internacional de Mercaderías (ley 22.765, arts. 18.2 y 24); es también el predominante en el derecho continental
europeo, adoptado por los códigos alemán, italiano, portugués y holandés.

ARTÍCULO 981.- Retractación de la aceptación. La aceptación puede ser retractada si la comunicación de su retiro es
recibida por el destinatario antes o al mismo tiempo que ella.

1. Introducción
En el lapso que en ocasiones insume el proceso de formación del consentimiento, pueden ocurrir circunstancias que
lleven a que quien emitió una aceptación de la oferta se arrepienta o se vea obligado a retractarla, por un cambio
operado en sus circunstancias.

2. Interpretación
La retractación de la aceptación es una manifestación unilateral de voluntad cuya intención es la de privar de efectos
jurídicos a otra manifestación de voluntad anterior, formulada por la misma parte —el mismo sujeto o sus herederos—,
por la que se comunicó la aceptación de una oferta.
La retractación de la aceptación será jurídicamente eficaz si llega a conocimiento del oferente antes o al mismo tiempo
que la aceptación que procura dejar sin efecto. Tal situación puede darse si el emisor emplea un medio de mayor
celeridad de comunicación que el utilizado para la transmisión de la aceptación. Quien pone en conocimiento una
retractación debe adoptar los recaudos que le permitan luego acreditar la comunicación y el momento en la que se
produjo. En razón de lo establecido en el art. 983 CCyC, la recepción se tiene por producida cuando su destinatario la
conoce o debía conocerla.

ARTÍCULO 982.- Acuerdo parcial. Los acuerdos parciales de las partes concluyen el contrato si todas ellas, con la
formalidad que en su caso corresponda, expresan su consentimiento sobre los elementos esenciales particulares. En tal
situación, el contrato queda integrado conforme a las reglas del Capítulo 1. En la duda, el contrato se tiene por no
concluido.
No se considera acuerdo parcial la extensión de una minuta o de un borrador respecto de alguno de los elementos o de
todos ellos.

1. Introducción
En la realidad negocial las partes suelen considerar que cerraron un contrato, aun cuando técnicamente resten aspectos
por determinar para la determinación integral de su contenido según lo por ellas querido.

2. Interpretación
2.1. Eficacia jurídica de un acuerdo parcial
El régimen regulado en este artículo plantea una innovación en el orden jurídico interno del derecho privado argentino,
pues para el Código Civil era necesario un acuerdo total sobre todos y cada uno de los puntos objeto del vínculo
contractual, sin distinción entre los esenciales y otros.
El tema tiene estrecha vinculación con el Código suizo de las Obligaciones, donde se establece que, de alcanzar las
partes un acuerdo sobre las cláusulas esenciales del contrato, se lo considera perfeccionado aun cuando no hubieran
acordado aspectos accesorios o secundarios, los que podrán, de ser ello necesario, ser fijados por el juez teniendo en
cuenta la naturaleza del contrato.
En razón de lo establecido en el artículo del CCyC, el contrato se considera concluido si las partes expresan su
consentimiento sobre los elementos esenciales particulares, integrándose su contenido de acuerdo a las reglas
establecidas al respecto en el Capítulo 1.
No obstante, con lógica sistémica relativa al respeto del principio de libertad contractual, en caso de duda, el contrato
se tendrá por no celebrado.
Mientras que en los contratos preliminares se acuerda el procedimiento a observar para la celebración de un contrato
futuro, en el supuesto de acuerdo parcial, se verifica la existencia de un intento de conclusión actual de un contrato,
labor en miras de la cual los contratantes alcanzan un convenio parcial sobre los elementos esenciales particulares, con
conciencia de quedar así obligados, produciéndose la integración en la forma dispuesta en el artículo.
Así, en el régimen actual, de verificarse el consentimiento sobre los elementos esenciales particulares del contrato,
puede considerarse este concluido, debiendo integrarse el contenido por las reglas del Capítulo.

2.2. La minuta y sus efectos jurídicos


Es habitual que durante los procesos de negociación de un contrato las partes elaboren borradores o documentos con
un proyecto más acabado, que no llega a ser el contrato, los que reciben la denominación de minuta. Dentro de ese
concepto suelen incorporarse documentos de contenido diverso, pues por un lado, se atribuye esa denominación al
instrumento que da cuenta de los acuerdos parciales alcanzados en un proceso de negociación, por los que se fija su
contenido para poder avanzar hacia el perfeccionamiento del contrato sin reabrir el debate sobre puntos ya acordados.
Se trata, en esos casos, de un documento propio del ciclo precontractual que sirve, además, para demostrar la
existencia de las tratativas y su estado de avance.
Pero esa denominación se da también a las “minutas perfectas”, documentos que contienen explícitamente el propósito
de obligarse, pero a los que les falta algún elemento, dejado por los negociantes para determinación ulterior.

ARTÍCULO 983.- Recepción de la manifestación de la voluntad. A los fines de este Capítulo se considera que la
manifestación de voluntad de una parte es recibida por la otra cuando ésta la conoce o debió conocerla, trátese de
comunicación verbal, de recepción en su domicilio de un instrumento pertinente, o de otro modo útil.

1. Interpretación
La norma dispone que la recepción por el destinatario de la comunicación —sea que se trate de una oferta, aceptación o
retractación, de cualquiera de ellas— se considera perfeccionada cuando este la conoce o debió conocerla porque la
información se encontraba ya a su disposición.
Si bien la norma contiene una referencia al conocimiento del contenido de la manifestación de voluntad de una
contraparte, de su lectura se desprende que no determina una variación al sistema de la recepción, base del diseño del
régimen de formación del consentimiento previsto en el Código. Es que a la ley le basta con que el destinatario hubiera
estado en aptitud de conocer el contenido, aunque no hubiera efectivamente accedido a sus términos, lo que permite
establecer que es claro que no se está tomando en consideración el momento en el que se produce tal conocimiento
efectivo, sino aquel a partir del que es posible, que es el de la recepción de la comunicación. Así, habrá recepción desde
que la comunicación llega al ámbito donde es posible para el destinatario conocerla.
La regulación establecida en la norma corresponde a los usos y prácticas de nuestra sociedad, en la que las
comunicaciones se presumen conocidas cuando llegan al domicilio, a la casilla de correo electrónico o al sistema de
comunicaciones establecido con el destinatario.

SECCIÓN 2ª: Contratos celebrados por adhesión a cláusulas generales predispuestas

ARTÍCULO 984.- Definición. El contrato por adhesión es aquel mediante el cual uno de los contratantes adhiere a
cláusulas generales predispuestas unilateralmente, por la otra parte o por un tercero, sin que el adherente haya
participado en su redacción.

ARTÍCULO 985.- Requisitos. Las cláusulas generales predispuestas deben ser comprensibles y autosuficientes.
La redacción debe ser clara, completa y fácilmente legible.
Se tienen por no convenidas aquellas que efectúan un reenvío a textos o documentos que no se facilitan a la
contraparte del predisponente, previa o simultáneamente a la conclusión del contrato.
La presente disposición es aplicable a la contratación telefónica, electrónica o similares.

ARTÍCULO 986.- Cláusulas particulares. Las cláusulas particulares son aquellas que, negociadas individualmente,
amplían, limitan, suprimen o interpretan una cláusula general. En caso de incompatibilidad entre cláusulas generales y
particulares, prevalecen estas últimas.
1. Introducción

1.1. El contrato por adhesión a cláusulas generales predispuestas.


Nociones generales. Caracteres
El contrato por adhesión a cláusulas predispuestas o condiciones generales es aquel en que la configuración interna del
mismo (reglas de autonomía) es dispuesta anticipadamente solo por una de las partes (predisponente, profesional,
proveedor, empresario, etc.), de modo que si la otra decide contratar, debe hacerlo sobre la base de aquel contenido.
Lo expuesto constituye una restricción al principio de libertad de contratación, en perjuicio de quien contrata con una
empresa creadora del texto contractual.
De ello se deduce que la contratación predispuesta porta los siguientes caracteres: unilateralidad, rigidez, poder de
negociación a favor del predisponerte y el riesgo de aprovecharse de tal circunstancia para consolidarlo a través de
cláusulas inequitativas contrarias al adherente.
La ordinaria determinación bilateral del contenido del vínculo, que caracteriza a la contratación discrecional y que se
desenvuelve desde la etapa de tratativas, queda sustituida por un simple acto de adhesión a un esquema
predeterminado unilateralmente.

1.1.1. Unilateralidad y rigidez


Tal vez la unilateralidad sea uno de sus rasgos más característicos. La configuración interna del contrato viene modelada
solo por una de las partes, precisamente identificada como el predisponente, lo que significa que el adherente no
participa en la redacción ni influye en su contenido.
Otro elemento caracterizante del contrato por adhesión lo constituye la rigidez del esquema predeterminado por el
empresario. Ello significa que su contraparte carece del poder de negociación consistente en contar con la posibilidad
de discutir o en intentar influir en la redacción del contrato o tan siquiera de una cláusula.
El tramo íntegro de las tratativas precontractuales en punto al contenido de las condiciones generales se halla
suprimido.

1.1.2. Poder de negociación


La predisposición contractual es inherente al poder de negociación que concentra el “profesional”, y que generalmente
(no siempre) coincide con la disparidad de fuerzas económicas.
La desigualdad económica no parece ser una característica que atrape a todos los supuestos, pues quien ostenta poder
económico también formaliza contratos por adhesión en calidad de adherente. De allí que aparezca como más
convincente distinguir a las partes según el poder de negociación de que dispongan. Predisponer un contrato presupone
poder de negociación y ello solo lo ejerce el profesional. Adherir a un contrato presupone que se carece de dicho poder.
Y esa carencia se sitúa en cabeza del adherente/consumidor o usuario.

1.2. Estado de vulnerabilidad del adherente. Consecuencias


La alternativa de la que dispone el adherente consiste en no contratar —hipótesis excepcional, pues habitualmente se
halla en estado de compulsión, del cual no puede sustraerse, pues necesita del bien o servicio que presta el
predisponente, referentemente en ocasión del ejercicio de un monopolio de hecho o de derecho— o, en su defecto,
contratar, en cuyo caso debe adherir en bloque al contenido redactado por el profesional.
Lo expresado de ninguna manera significa que un contrato por adhesión deja de serlo si el adherente tuvo la posibilidad
de contratar con otro “que no le impusiera la reducción de responsabilidad”.
En primer lugar, porque no hace a la esencia del contrato por adhesión que el predisponente sea titular de un
monopolio. En segundo lugar, porque esa línea de reflexión sustrae al adherente la escasa libertad de que dispone, la de
contratar con quien quiere.
Lo hasta aquí expresado supone, como consecuencia, la existencia de un riesgo, que consiste en que, quien detenta el
poder de negociación, aproveche tal condición para reafirmarlo a través de cláusulas que, integrando la configuración
interna (contenido) del contrato, apuntalen la posición dominante de la que disfruta el profesional.

1.2.1. Consecuencias del estado de vulnerabilidad del adherente.


El abuso en la predisposición contractual Lo que queremos decir es que si el contrato por adhesión presupone
desigualdad formal, destrucción de la relación de paridad, el abuso contractual lo acentúa.
Ello significa que las técnicas contractuales predispuestas son (o pueden llegar a ser) constitutivamente
desequilibrantes.
En ese caso, la injusticia es inherente a las mismas. Su procedencia es ingénita (proviene de adentro del contrato).
Y si el desequilibrio es connatural a las formulaciones a tipos uniformes o constantes, los controles (cualquiera de ellos),
programados para bloquear el abuso o el desequilibrio, deben ser suministrados desde afuera del contrato. Y su
propósito debe conducir a restablecer (garantizar) la justicia contractual, o sea, un justo equilibrio de los intereses en
disputa.
No se nos oculta que ni siquiera en los dominios de la contratación discrecional es posible aludir a una
autodeterminación sin límites, entendida aquella como el poder jurídico de la que dispone cada parte para autorregular
sus intereses según su voluntad. Esa inteligencia cede al tiempo que comprendamos que, siendo el contrato un negocio
jurídico bilateral, donde constitutivamente participa otro, la resultancia, ineludiblemente, será una declaración de
voluntad común, lo que presupone que cada quien porta una voluntad, simultáneamente auto y heterodeterminada.
Ello significa que, en la contratación paritaria, las ventajas excesivas a las que aspira una parte son controladas (desde
adentro) por la contraparte. Si la correspondencia de la ventaja que pretende el primero importa un sacrificio que el
segundo estima justificado, lo acepta. Caso contrario, si lo considera injusto o excesivo, lo rechaza. Lo expuesto
presupone la existencia de controles recíprocos (situados predominantemente en la etapa formativa del contrato y,
excepcionalmente en la etapa de ejecución, cuando se intenta revisarlo), hasta alcanzar un programa de ventajas y
desventajas acordadas. Pareciera ser, entonces, que a la primera garantía de justicia objetiva del contrato la suministran
las partes. Pues bien, ello no es factible en el contrato por adhesión, donde al quedar (por esencia) suprimida la
negociación, queda eliminado el control interno.

1.3. Control exógeno sobre las condiciones generales


Aparece entonces el orden jurídico y el poder de los jueces como el único y último refugio.
El primero, a través de una dilatación del derecho necesario, que se traduce en límites inherentes al contenido
predispuesto mediante la consagración de normas imperativas y semi-imperativas.
El segundo, acudiendo a una interpretación del contrato que no desatienda ni se aparte de las directivas esenciales
(principios fundamentales) que gobiernan el derecho dispositivo, reformulando su función, no reparando en él como
una mera muletilla, operativa solo para el caso de ausencia de reglas de autonomía, como un derecho subsidiario. Las
normas dispositivas expresan un juicio de valor, pues aseguran una equilibrada composición de los intereses
enfrentados, ya que cumplen un rol ordenador en consideración a lo que es normal y corriente y, por tanto, se
conforman a los principios que mejor preservan la relación de equivalencia. Y habrá que distinguir, entre aquellas, las
que, por no regular cuestiones esenciales a la economía del contrato, portan eficacia supletoria, de las que, por afectar
la misma estructura del sinalagma, carecen de efectos subsidiarios.
Y también aceptar la revisión del contrato en cada ocasión en que se manifieste la existencia de cláusulas que importen
una alteración excesiva al equilibrio tan deseado.

1.4. Formación del contrato por adhesión


Una de las notas salientes de los contratos por adhesión está referida a su formación. Si bien es cierto que nos hallamos
en presencia de una declaración de voluntad común destinada a reglar los derechos de las partes, y que se manifiesta
por medio de una oferta y de una aceptación, el esquema predispuesto o formulario impreso de oferta, impreso por el
predisponente, tiene un destinatario genérico, el público consumidor o usuario, y no va dirigido a persona determinada.
Sirve a una pluralidad indeterminada de personas y recién se individualiza con el perfeccionamiento de cada contrato
particular.
Ocurre que el consumidor o usuario adhiere a un esquema contractual que le viene (le llega) predeterminado. Y lo hace
a través de una manifestación de voluntad particular y concluyente, que se traduce en una oferta. De tal manera que
esta parte del adherente, quien propone contratar en base a las cláusulas o condiciones generales predispuestas por el
profesional o empresario —quien a pesar de que la oferta lo es sobre la base de un formulario de cuyo contenido es su
autor exclusivo, se reserva el derecho de aceptarla en consideración a las condiciones específicas que le son ofrecidas,
especialmente referidas a la persona del adherente—, lo que se enuncia como “riesgo subjetivo”.
De lo expuesto surgen las siguientes etapas que integran el iter formativo:
a. El predisponente provee al oferente una solicitud de propuesta ya impresa, reservándose, obviamente, el derecho de
aceptarla o no.
b. El consumidor o usuario, oferente o adherente, con la firma de la propuesta inicia el iter formativo, pues con ella
emite su declaración recepticia de voluntad, dirigida a iniciar la formación definitiva del contrato.
De lo expuesto surge que la etapa a la que hemos hecho referencia (la inicial), la del consumidor que adhiere,
presupone que hasta ese momento no hay contrato nacido a la vida jurídica.
En efecto, sería contrario a la realidad ignorar que la solicitud u oferta que contiene las condiciones generales es
creación (se origina por obra) del predisponente; de tal suerte que el formulario participa de la naturaleza de una
invitación colectiva (indeterminada) y permanente a proponer. Hasta entonces solo existe un acto preparatorio
emanado del predisponente.
Es a través de una manifestación particular del adherente, dirigida al predisponente —por ejemplo, la firma y
presentación de la propuesta de un contrato de seguro—, la modalidad que adopta el impulso del iter formativo del
contrato por adhesión.
Lo contrario, afirmar que el predisponente es el oferente y el adherente, el aceptante, importa lo mismo que suponer
que el empresario o profesional se halla en estado de oferta permanente y que el consumidor, al suscribirla, no hace
sino aceptarla.
En efecto, la adhesión exteriorizada a través de la presentación de una solicitud o de un impreso con contenido
predispuesto no traduce per se aceptación, y por ende no hace perfecto el contrato.
La realidad constata todo lo contrario: aun cuando la oferta esté constituida por una solicitud cuyo contenido ha sido
predispuesto por el profesional o empresario, ello no comporta para él obstáculo alguno que le impida reservarse y/o
ejercitar el derecho de aceptarla o no.
c. La aceptación del predisponente hace perfecto el contrato. Lo expresado presupone que el consumidor previamente
ha adherido al texto de las condiciones generales predispuestas que le fueron suministradas por el primero. Y si el
contrato alcanza a perfeccionarse es porque el profesional o empresario acepta la oferta en su plenitud, lo que incluye
las condiciones particulares, o sea los elementos específicos de la relación singular.
A título de ejemplo, la alta frecuencia siniestral del asegurable, el mayor riesgo que importa formalizar un seguro de
previsible posibilidad siniestral, son algunas de las razones que impulsan al asegurador a rechazar la oferta dirigida por
el adherente (asegurando). Y ello a pesar de que la oferta lo haya sido sobre la base de condiciones generales
predispuestas por el mismo centro de interés que no acepta contratar.

1.5. Naturaleza jurídica de las condiciones generales


Importancia de la cuestión
Determinar cuál es la naturaleza jurídica de las cláusulas predispuestas tiene consecuencias prácticas en orden a:
a. la interpretación de las mismas. Distintas serán las reglas o directivas a las que habrá de acudirse según optemos por
la concepción normativa o por la contractualista;
b. los límites impuestos a la autonomía de la voluntad por el derecho objetivo, muy especialmente el configurado por
las normas imperativas y las semi-imperativas.

1.5.1. Naturaleza jurídica de las condiciones generales. Tesis normativa.


Crítica Afirma que las condiciones generales de la contratación, por el dato de su obligatoriedad indiscutible para las
partes y por su trascendencia al suplir las lagunas de la ley en sectores enteros del tráfico mercantil, ofrecen un carácter
muy semejante al de la ley.
Agrega que, para decidir sobre la naturaleza de estas condiciones generales de contratación, habrá que considerar su
grado de difusión y objetividad y, cuando este sea muy amplio, dichas condiciones podrían asimilarse al uso mercantil
normativo.
Sus sostenedores concluyen señalando que son fuente de derecho consuetudinario y que, ejemplificando con el
contrato de seguro, suministran el contenido uniforme en cada riesgo de todos los contratos (ramas) posibles.
A la crítica que se formula a la tesis normativa podríamos sistematizarla así:
a. El Estado de derecho es incompatible con la atribución a los empresarios de un privilegiado poder normativo.
b. Las condiciones generales carecen de los caracteres internos y externos de la norma de derecho objetivo. Les falta la
validez normativa, la obligatoriedad del derecho objetivo, puesto que el empresario que las establece no está facultado
para crear derecho.
c. Las condiciones generales de póliza aprobadas por la autoridad de control no transforma su naturaleza jurídica, ni
tiene por efecto hacer del acto aprobado un acto del aprobante, pues la aprobación no es un elemento integrante del
acto, sino que se agrega a este y mantiene su independencia.
En esa dirección, se tiene expresado que el carácter contractual de las condiciones generales no se ve obstaculizado
porque las cláusulas hayan sido aprobadas por la autoridad administrativa (en el caso, la Superintendencia de Seguros
de la Nación), pues tal dato no mueve a concluir que las mismas hayan sido elevadas al plano legislativo o que tengan
eficacia per se para derogar las disposiciones imperativas que las contradigan.
d. Las condiciones generales de póliza no constituyen usos, pues no importan una expresión de voluntad generalizada,
como lo es la ley, sino una expresión unilateral, la de quien las elabora, en contradicción con la voluntad y sentir de los
clientes. Por lo demás, los usos tienen un nacimiento anónimo, al contrario de lo que acontece con las condiciones
generales, que son obra de empresas que aparecen identificadas.
e. La calificación de las condiciones generales como ius ex contractus favorece su inimpugnabilidad, pues la tendencia a
“normativizar” el contenido de ellas no responde a un academicismo gratuito, sino a la interesada necesidad de
obstaculizar aquella censura jurisdiccional.

1.5.2. Naturaleza jurídica de las condiciones generales. Tesis contractualista


Quienes afirman que las condiciones generales de póliza constituyen derecho contractual sustentan la tesis en las
siguientes consideraciones:
a. Son el conjunto de reglas que un particular (empresario, grupo o rama de industriales o comerciantes) ha establecido
para fijar el contenido de los contratos que, sobre un determinado tipo de prestaciones, se propone celebrar. Ello
significa que, perfeccionado el contrato, son cláusulas contractuales.
b. En la misma línea de reflexión se señala que la circunstancia de que las condiciones generales hayan sido creadas por
una sola de las partes no excluye su carácter contractual. Es que, partiendo de la base de que hay contrato cuando una
persona acepta la oferta que otra hace, la adhesión, desde el punto de vista jurídico, no puede ser distinguida de la
aceptación de una oferta, pues en los contratos por adhesión hay una verdadera prestación de consentimiento donde el
vínculo contractual se genera voluntaria y libremente.
c. La circunstancia de que no se vean precedidas de tratativas previas no invalida la tesis contractualista, pues la ley no
exige que el acuerdo contractual sea el precipitado de una libre discusión y de largos tratos; sobre todo —se señala—,
ningún texto exige que las dos partes tengan una intervención igual en la génesis del contrato; todo lo que se exige es
que ambos interesados consientan, que exista acuerdo entre ellos en punto al nacimiento de las obligaciones.
d. El capítulo referido a las condiciones generales aparece en escena simultáneamente con el desarrollo de los contratos
por adhesión, de allí que se las haya calificado muy gráficamente como las “cláusulas de un contrato redactado por
adelantado”.

1.5.3. Naturaleza jurídica de las condiciones generales


Ya hemos anticipado antes de ahora nuestro apoyo a la tesis contractualista. En una primera aproximación al tema,
debemos comenzar por señalar que la posición que adoptamos surge del reconocimiento de algunas premisas
esenciales:
a. Las condiciones generales vinculan a las partes en los términos (y con las limitaciones) del art. 1197 CC, aun cuando su
contenido no sea factible de ser discutido, y la adhesión deba serlo en bloque, a la totalidad del contenido predispuesto.
Lo expresado se hace extensivo aun a los contratos cuyas condiciones generales deban ser aprobadas previamente por
la autoridad administrativa, pues tal aprobación solo significa que el órgano de control “no tiene nada que oponer” al
contenido del contrato.
b. Los empresarios carecen de poder normativo. Este argumento que, si se quiere, es de carácter constitucional,
conduce por sí solo al rechazo de la tesis normativa.
c. En lo que a nuestro tema se refiere, no existe posibilidad jurídica de un vínculo entre predisponente y adherente cuya
fuente no sea la norma jurídica o el contrato.
Si las condiciones generales o cláusulas predispuestas no constituyen derecho objetivo, va de suyo que deben ser
consideradas derecho contractual.
A las otras razones que, a mayor abundamiento, suministramos en apoyo de nuestra postura podríamos agruparlas de
la siguiente manera:
a. El contrato por adhesión a condiciones generales pone en evidencia que las partes ostentan distinto poder de
negociación —de allí que se contraponga al “contratante fuerte” con el “contratante débil”—, pero la estructura del
contrato se mantiene inalterable.
b. El consumidor o usuario emite una oferta cuyo contenido ha sido predispuesto por el empresario en formularios
impresos. El contrato se perfecciona una vez que el predisponente emite su declaración de voluntad consistente en una
oferta o solicitud redactada sobre las bases dispuestas anticipadamente por el empresario y que este la acepte.
c. La naturaleza íntima del contrato no se modifica. Queremos decir que la formación del acto, consistente en la
adhesión a un contenido predeterminado con anterioridad y no discutido previamente, no priva al negocio de su
naturaleza contractual pues, en definitiva, hay una declaración sobre la cual las dos partes consienten, no pudiendo
desconocerse que la adhesión, aunque consista en la aceptación incondicionada de pactos establecidos por otro, es, al
menos formalmente, un acto de libre voluntad que no puede ser constreñido.
d. La necesidad de que se adhiera libremente a un esquema predispuesto por otro configura a las condiciones generales
como derecho contractual, pues sería innecesaria la adhesión si estas fuesen normas objetivas.

2. Interpretación

2.1. El contrato por adhesión en el CCyC. Definición de “contratos por adhesión” y requisitos de las “cláusulas generales
predispuestas”. Quid de las “cláusulas particulares”
Cabe señalar que el Código introduce las tres categorías de contratos existentes: el contrato discrecional o paritario, el
contrato por adhesión a cláusulas predispuestas y el contrato de consumo. Hasta su presentación, normativamente no
existía una definición del contrato por adhesión. Obviamente no se hallaba en el CC, ni tampoco en la Ley de Defensa
del Consumidor. En esta última, se lo menciona en el art. 38, sin definirlo. Solo se hace una referencia al control de
incorporación, estableciéndose que la autoridad de aplicación deberá vigilar que los contratos por adhesión no
contengan cláusulas abusivas. En el CCyC se ha incluido una Sección que contiene seis artículos, del 984 al 989, que
tratan el tema con carácter general.
2.2. Concepto de contrato por adhesión
Como resulta de la lectura del art. 984 CCyC, al referirse a esta categoría, el Código alude a “ contrato”, por lo que
suprime todo debate en torno a la naturaleza jurídica de su contenido, o sea, de las cláusulas predispuestas. En segundo
lugar, se desprende de la definición la existencia de dos partes: por un lado, el predisponente, que es quien redacta el
documento contractual o se sirve de la redacción efectuada por un tercero. Por otro lado, la contraparte del
predisponente es el adherente, que no solo no ha participado en la creación del texto contractual sino que tampoco ha
influido en su contenido.
Y ello se explica en que uno de los caracteres salientes de la noción del contrato por adhesión se halla constituido por el
hecho de que el adherente carece de poder de negociación, a tal punto que no puede redactar ni influir en la redacción
de la cláusula. Dicho de otro modo, las cláusulas se presentan al adherente ya redactadas por el predisponerte.

2.3. Requisitos de los contratos por adhesión


Cabe indicar que el Código hace prevalecer la importancia de la inteligibilidad y la completividad de la cláusula de modo
que, para la comprensión de su lectura, se haga innecesario un reenvío a otra cláusula. Sobre el particular, cabe señalar
que a la claridad debe unírsele la legibilidad para que las cláusulas predispuestas que contienen restricciones dirigidas al
adherente no pasen desapercibidas y, para ello, deben aparecer destacadas del resto del documento contractual.
Justamente, los contratos impresos en formularios se destacan por su inusitada extensión, traducida en un inagotable y
profuso clausulado, en ocasiones ininteligible, por lo que para favorecer su edición se emplean textos redactados en
pequeños caracteres. Pero, considerando que no todo el articulado se halla constituido por cláusulas potencialmente
lesivas, concluimos que solo ellas deben ser redactadas en caracteres notorios, ostensibles, lo suficiente como para
llamar la atención del adherente/consumidor. Deben aparecer patentes, ostensibles, visibles, aparentes, palmarias,
evidentes en el contexto total, fácilmente advertibles, lo que requiere una impresión en caracteres más considerables y
de apariencia más visible que el resto del texto, con una tinta destacada, o subrayadas, aisladas o enmarcadas. Es
ineludible que se noten. Y ello debe ser así, al punto que la consecuencia que, como directiva de interpretación, debe
aparejar el defecto de legibilidad de una cláusula restrictiva, leonina, gravosa o abusiva es la de tenerla por no escrita, lo
que significa “no convenida”, o el de su inoponibilidad al adherente/consumidor. Lo expresado constituye el efecto que
apareja asumir la responsabilidad de redactar unilateralmente el documento contractual: la obligación de redactar claro
constituye la fuente de la responsabilidad civil en que incurre quien efectúa una defectuosa declaración.
El objeto de la referida obligación tiene por contenido redactar cláusulas claras, serias e inequívocas, idóneas para ser
entendidas por sí por el adherente. Y llena este requisito el texto redactado con palabras cuyo sentido objetivo puede
ser establecido sin lugar a dudas según el uso idiomático común o del comercio.
Por lo demás, se ha enfatizado en la necesidad de un conocimiento pleno y cabal del texto contractual, al punto que se
declara como no convenidas las cláusulas que contengan reenvíos a textos que no se faciliten previamente al adherente.
Con relación a la contratación telefónica o electrónica, la fuente ha sido el art. 80, inc. b, segunda parte, del decreto-ley
1/2007 vigente en España por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de Defensa de los Consumidores y
Usuarios.

2.4. Cláusulas particulares


En el art. 986 CCyC se incorpora una frase con la que, modernamente, se denomina al clásico contrato discrecional: el
negociado individualmente. Creemos que la denominación es la más acertada porque refiere a uno de los caracteres
más salientes de la negociación tradicional, que es la que hoy ocupa una función residual en la contratación. En efecto,
hoy prevalecen los contratos por adhesión y los contratos de consumo que, predominantemente, se forman por
adhesión y, excepcionalmente, se negocian individualmente. La disposición, además de definir el significado de la
“cláusula particular”, incorpora una regla de interpretación proficua en su aplicación por los tribunales y que tiene su
fundamento en la preferencia que se otorga a la cláusula negociada en tanto constituye el resultado de la libre
contratación por sobre la cláusula general que constituye el resultado de la predisposición contractual.
En segundo lugar, añadimos que las cláusulas particulares que tienen por fin sustituir, ampliar, suprimir o modificar una
cláusula general, predominantemente traducen una expresión de voluntad que atiende al mecanismo tradicional en la
formación del contrato.
En ese caso, prevalecen por sobre la condición general que deviene derogada.
Pero sucede frecuentemente que las fórmulas empleadas, manuscritas o mecanografiadas, omiten expresar que el
propósito tenido en miras al incluirlas consiste en suprimir o modificar la cláusula predispuesta o condición general con
la que se halla en estado de incompatibilidad.
De tal manera que, al momento del conflicto, el intérprete se encuentra en presencia de una cláusula predispuesta y,
por tanto, impresa (desde su origen) y con una cláusula particular que la contradice o altera su alcance.
Para este supuesto, la directiva de interpretación contractual que impera consiste en que las cláusulas particulares
deben considerarse como una deliberada modificación o supresión, según el caso, de la cláusula predispuesta general. Y
el fundamento está dado en que la primera refleja, de ordinario, el acuerdo que fue objeto de negociación. En efecto,
en la discrepancia entre una cláusula general y otra particular, habrá de estarse a esta última, en razón no solo de que
apunta a alterar, suprimir o aclarar el contenido de la primera, suministrándole un contenido más concluyente y
concretamente adaptado al caso de que se trata, sino de que es tarea relevante del intérprete no perder de vista que la
cláusula manuscrita o mecanografiada se estipula al tiempo de la conclusión del contrato, mientras que la cláusula
predispuesta general viene formulada (redactada) previamente por el predisponente, sin consideración al negocio
concreto, por lo cual cabe concluir que la regla de autonomía particularmente concertada revela la auténtica y real
intención de las partes de derogar, en el caso singular, la cláusula general redactada por el profesional uniformemente
para sus futuros contratos.

ARTÍCULO 987.- Interpretación. Las cláusulas ambiguas predispuestas por una de las partes se interpretan en sentido
contrario a la parte predisponente.

1. Introducción
A la previsión normativa antes considerada, relativa a la prevalencia de las cláusulas particulares sobre las cláusulas
generales predispuestas, se añade la previsión contenida específicamente en el art. 987 CCyC, por la que se establece la
regla de interpretación de las cláusulas ambiguas en los contratos celebrados por adhesión a cláusulas predispuestas
por una de las partes.
La categoría de los contratos por adhesión a cláusulas predispuestas porta sus propias directivas de interpretación, que
el Código ha receptado y que se hallan incluidas en el art. 37, apart. 4 de la Ley de Defensa del Consumidor. En efecto,
en esta última se establece que “cuando existan dudas sobre el alcance de su obligación, se estará a la que sea menos
gravosa”. Por nuestra parte, entendemos que la regla que transcribimos a continuación es consistente con los criterios
actuales referidos a los efectos de la ambigüedad.
Cabe señalar, una vez más, que la modalidad que adopta la formación del contrato predispuesto —la predisposición
unilateral del contenido— impide acudir a criterios subjetivos, como podría ser la indagación de la intención común de
los contratantes mediante la reconstrucción del pensamiento y de los propósitos de los autores de la regla contractual.
De allí la necesidad de que la directiva en análisis sea examinada a través de criterios predominantemente objetivos y
con extremado rigor, ya que en razón de que el predisponente reserva para sí la creación del texto (documento)
contractual, lo debe hacer de forma tal que el destinatario (adherente) comprenda su significado utilizando esfuerzos
comunes, con extensión proporcionada al alcance del negocio.

2. Interpretación
2.1. Directivas de interpretación de los contratos por adhesión.
Las cláusulas ambiguas
Es el predisponente quien debe asumir los riesgos de una defectuosa declaración. Para alcanzar esta conclusión,
debemos señalar que su fundamento está dado en que es él quien dispone de los medios a su alcance para evitar toda
duda por no haberse expresado con claridad.
Esta no se refiere solo a facilitar la legibilidad de la lectura sino, además, a la claridad sustancial, la referida a la
significación relevante, desde los aspectos fácticos, económicos y jurídicos.
La claridad o precisión en el lenguaje son acepciones que se contraponen a la ambigüedad, y a la cláusula ambigua
deberá entendérsela como aquella susceptible de varios sentidos o expresada sin precisión, equívocamente,
confusamente, con oscuridad.
A veces, la ambigüedad se predica de la insuficiencia misma de un texto vago e impreciso, redactado genéricamente. Lo
expresado en el texto, puede traducirse en la necesidad de que todo sistema de interpretación requiera de un principio
que satisfaga la equidad y preserve la relación de equivalencia.
La regla contra proferentem importa una aplicación del principio de buena fe que conduce a sancionar a quien ha
infringido el deber de expresar su declaración comprensiblemente. Acontece que las palabras usadas deben
autoabastecerse. Ello significa que deben ser idóneas, suficientes, claras, aptas por sí para ser reconocidas por el
destinatario. Las declaraciones deben ser comprendidas y llenan este requisito las expresadas con palabras cuyo sentido
objetivo puede ser establecido, sin lugar a dudas, según el uso idiomático común o del comercio.
Todo ello justifica trasladar al predisponente las consecuencias que derivan de la imprecisión o vaguedad en la
redacción de las cláusulas.
Y las consecuencias no son otras que la eliminación de la cláusula dudosa u oscura o —lo que es lo mismo— su
interpretación contraria a los intereses del predisponente.
Ocurre que, al hallarse el contratante débil apartado de los mecanismos de configuración interna del contrato, obtiene
una ventaja que se instala, como control judicial indirecto, y que consiste en que el riesgo contractual lo asume el
predisponente, lo que implica atribuirle responsabilidad por las consecuencias que derivan de la falta de diligencia en la
creación del esquema negocial, cuando adolece de ambigüedad, falta de claridad u oscuridad.
ARTÍCULO 988.- Cláusulas abusivas. En los contratos previstos en esta sección, se deben tener por no escritas:
a. las cláusulas que desnaturalizan las obligaciones del predisponente;
b. las que importan renuncia o restricción a los derechos del adherente, o amplían derechos del predisponente que
resultan de normas supletorias;
c. las que por su contenido, redacción o presentación, no son razonablemente previsibles.

1. Introducción
Cabe reconocer que el Código intenta y logra suministrar al contrato por adhesión un tratamiento pleno, ingresando a la
regulación de todos los temas que le son inherentes y diferenciando, con rigor, la disciplina de esta categoría de la del
contrato de consumo —con la que, no obstante, en ocasiones, se identifica: cuando el contrato de consumo se
perfecciona por adhesión a cláusulas predispuestas—. Veremos a continuación cómo en una misma norma se enuncian
dos cláusulas abiertas previstas en los incs. a y b, y una referencia a una subcategoría de cláusulas abusivas que no son
otras que las cláusulas sorpresivas.

2. Interpretación
2.1. Las cláusulas abusivas
En primer lugar, la definición de cláusulas abusivas, fue incorporada por el Código al Título III, que regula los contratos
de consumo, concretamente al art. 1119 CCyC, que establece lo que sigue: “Sin perjuicio de lo dispuesto en las leyes
especiales, es abusiva la cláusula que, habiendo sido o no negociada individualmente, tiene por objeto o por efecto
provocar un desequilibrio significativo entre los derechos y las obligaciones de las partes, en perjuicio del consumidor”.
En segundo lugar, el análisis de la definición lo haremos más adelante, cuando analicemos el contrato de consumo.
En tercer lugar, cabe señalar que el art. 988 CCyC, al establecer dos supuestos en los que las cláusulas se tendrán por no
escritas, alude a dos cláusulas abiertas en las que el Código opta por reproducir el texto del art. 37, incs. a y b, de la Ley
de Defensa del Consumidor.
Ello significa que el Código, a través de la disposición examinada, ingresó de lleno al control judicial de las cláusulas
abusivas.
Sobre el particular, cabe señalar que si bien es cierto que existen diversos sistemas de control sobre las cláusulas
abusivas, el que mejor satisface, por su plenitud, un sistema de control judicial es aquel que:
a. incluye una cláusula abierta;
b. incluye un elenco de cláusulas nulas de pleno derecho; y
c. incluye otro de cláusulas presumiblemente nulas o factibles de ser declaradas nulas luego de una apreciación judicial.
Las dos últimas deberán ser contenido de listas que deberán incluirse en la ley especial.
Como quiera que sea, la decisión de que ambos elencos de cláusulas se hallen incluidos en un Código o en una ley
especial conforma una cuestión de política legislativa. En la actualidad predomina el hecho de que los referidos elencos
constituyan contenido de códigos del consumidor o de leyes especiales, tendencia a la que se sumó, en su momento, la
Comisión de Reformas.
En cuanto a la cláusula abierta o cláusula general, se caracteriza por tratarse de una disposición legal de carácter
imperativo, que tiene por objeto o por efecto el control de legitimidad directo de los preceptos de autonomía que
integran los contratos.
Su contenido halla fundamento en la preservación de la equidad y en el principio de buena fe, en el equilibrio del
sinalagma, en las reglas esenciales que gobiernan el derecho dispositivo, en la intangibilidad de los derechos de los
consumidores en tanto débiles jurídicos, y en la finalidad misma del contrato tal como las partes lo han tenido en vista al
concluirlo. Es aplicable a todas las hipótesis que se le subsuman, pero específicamente a los supuestos no incluidos en el
elenco de cláusulas ineficaces de pleno derecho o en el enunciado de cláusulas presumiblemente nulas o factibles de ser
declaradas nulas judicialmente.
Operan como una red de protección en tanto impiden que se evadan de dicha calificación aquellas hipótesis no incluidas
en los elencos de cláusulas calificadas como abusivas. Y, dada su amplitud, presupone que las listas de cláusulas —
negras o grises— sean meramente indicativas.

2.2. Cláusulas abiertas en el Código Civil y Comercial de la Nación


En cuanto a las dos cláusulas abiertas a las que se alude en el art. 988 CCyC, cabe computarlo como una mejora
ostensible al texto del art. 37, incs. a y b, de la Ley de Defensa del Consumidor. En efecto, tal como está redactado este
último, cabe formular una objeción conceptual, ya que aludir a las “cláusulas que desnaturalizan las obligaciones” y a las
“cláusulas por las que se amplían los derechos del predisponerte o se restrinjan las del consumidor” parecieran expresar
lo mismo ya que no hay modo de desnaturalizar las obligaciones o la relación obligacional que no sea ampliando
significativamente los derechos del predisponerte o suprimiendo sus obligaciones o restringiendo los derechos del
consumidor o ampliando sus obligaciones. En pocas palabras, provocando un desequilibrio contractual.
Tal como se halla redactado el Código (art. 988, inc. a, CCyC), se advierte que se reproduce parcialmente lo que dispone
el art. 37, inc. a, de la ley 24.240, ya que se alude expresamente como cláusulas abusivas a aquellas que “desnaturalicen
las obligaciones del predisponente”. Como se advierte, la Ley de Defensa del Consumidor refiere a “las cláusulas que
desnaturalicen las obligaciones…”, sin indicar a quién hacen referencia.
En cambio, el Código, con un criterio más realista y con una redacción más clara, indica inequívocamente que son
cláusulas abusivas aquellas “que desnaturalicen las obligaciones del predisponente”.
Como quiera que sea, “las cláusulas que desnaturalizan las obligaciones” son aquellas que alteran o desfiguran el
vínculo obligacional, en tanto presupone dos centros de interés.
El art. 988, inc. b, CCyC establece que constituyen cláusulas abusivas: “las que importen renuncia o restricción a los
derechos del adherente, o amplíen derechos del predisponerte que resulten de normas supletorias”. Una vez más, el
Código ha mejorado significativamente el texto del art. 37, inc. b, tomando como fuente la previsión contenida en el art.
968, inc. d, del Anteproyecto de 1998.
La expresión ”desnaturalización” de la relación a la que se halla obligado el predisponerte refiere a tres hipótesis:
a. ampliando los derechos del proveedor/profesional con daño al consumidor;
b. modificando, en su favor y en algún sentido, la obligación a la que se ha comprometido en su carácter de
proveedor/profesional;
c. ampliando las obligaciones del consumidor o restringiendo o suprimiendo sus derechos.
Y, de todo ello, resulte un desequilibrio significativo de los derechos y las obligaciones recíprocas de tal entidad
(manifiesto), que quede comprometido el principio de la máxima reciprocidad de intereses, al afectarse la relación de
equivalencia.
Cuando la cláusula observada no se halle enunciada en un elenco de reglas nulas de pleno de derecho o en un
enunciado de cláusulas presumiblemente nulas, el examen de los caracteres que perfilan el abuso presupone en el
intérprete un amplio poder discrecional en punto a la evaluación del desequilibrio significativo.
En cuanto a las cláusulas que amplíen los derechos del predisponerte/proveedor o restrinjan los derechos del
adherente/consumidor que resulten de normas supletorias, no requieren mayores explicaciones añadidas a las ya
expuestas. Bastaría con afirmar de ellas que constituyen el fundamento del desequilibrio contractual.

2.3. Cláusulas sorpresivas. El texto en el CCyC. Noción


En cuarto lugar, el art. 988, último párrafo, CCyC —el identificado con la letra c— constituye una novedad en nuestra
legislación, pues hace referencia a las cláusulas sorpresivas al aludir en la disposición al carácter más saliente y
definitorio de las mismas: la imprevisibilidad.
Dice así: “… c) las que por su contenido, redacción o presentación, no fuesen razonablemente previsibles”.
Sobre el particular, cabe señalar que las cláusulas sorpresivas constituyen una subcategoría o, si se prefiere, un
desprendimiento de las cláusulas abusivas. De allí que su examen requiera, con carácter previo, unas consideraciones
generales y el ensayo de una noción.
Las cláusulas sorpresivas participan del género de las cláusulas abusivas. Los contratos por adhesión pueden llegar a
contener cláusulas excepcionales, imprevisibles según las circunstancias y la materia objeto del contrato. La cláusula se
habrá de calificar de sorpresiva cuando su uso no sea habitual al contratar sobre la base de cláusulas predispuestas. En
ese caso, no vincula al adherente, por no integrar el contenido usual o previsible del contrato.
Se trata de cláusulas tan insólitas que el adherente no imagina que integrarían el contenido del contrato.
Avanzando en estos desarrollos, pareciera que contribuye a perfilar más nítidamente el concepto de cláusula sorpresiva,
el cotejo que se efectúe entre la materia (objeto) del contrato y su contenido o marco regulatorio, con la configuración
interna de la cláusula cuestionada.
Estimamos que la calificación de insólita, de inesperada, o inaudita de la referida cláusula, debe ser una conclusión
natural del antedicho examen comparativo, del que resulte que su incorporación al contrato importa inequidad e
irrazonabilidad.
No es suficiente que la cláusula sorpresiva sea inesperada. Es preciso que se trate de una situación de acentuada
inequidad (desequilibrio) y de subrayada anormalidad. Debe tratarse de una cláusula que no es normal incluir entre las
cláusulas predispuestas con las que se opera; no se cuenta razonablemente con su inclusión. De allí que,
apriorísticamente, no pueda formularse una lista de “cláusulas sorprendentes”. A lo sumo, podrán enunciarse algunas
conocidas. Y, a medida que sean incluidas repetidamente, dejarán de constituir una sorpresa.
En consecuencia, de lo hasta aquí expuesto, podemos sistematizar el criterio para considerar sorpresiva una cláusula
predispuesta:
a. En primer lugar, se debe realizar un análisis total del “iter negocial”, desde el comienzo de las negociaciones hasta la
etapa formativa, lo que incluye la publicidad y, por ende, las expectativas (representación mental) normales generadas
en el adherente de acuerdo con la materia introducida al “campo” contractual.
b. La cláusula sorpresiva es aquella que se contradice (se halla en contraste) de modo trascendente con las expectativas
legítimas y normales (razonables) que genera en el adherente un contrato de la naturaleza del concluido y que aparece
insólitamente en el contenido del negocio, provocando una desnaturalización de la relación de equivalencia.
Respecto de las cláusulas “inesperadas”, se establece que las estipulaciones inusuales en las condiciones generales de
los contratos no forman parte del contrato, si son desventajosas para la otra parte y no hay razones que justifiquen su
existencia en dichas circunstancias (art. 864, inc a, CC).

2.4. Caracteres y control sobre las cláusulas sorpresivas


La razón por la que el ordenamiento jurídico reacciona contra esta categoría de cláusulas es porque constituyen un plus
por sobre la generalidad de las cláusulas abusivas. En efecto, estas últimas se caracterizan por desnaturalizar el vínculo
contractual con daño al consumidor, y que no siempre, pero de ordinario, aparecen en los textos contractuales.
En cambio, las cláusulas sorpresivas, además de lo expuesto, son inusuales, insólitas. Debutan, se inauguran en la
hipótesis concreta, aun cuando se demuestren precedentes en textos contractuales que instrumentan otros tipos
contractuales.
Las cláusulas sorpresivas no forman parte de las reglas de autonomía propias del contrato en cuestión. No se cuenta con
ellas. Aparecen subrepticiamente. Se trata de cláusulas que ingresan clandestinamente. Su inclusión en el contrato,
justamente, presupone que el predisponente cuenta con que el adherente no las espera, por lo que su expectativa
consiste en tomarlo desprevenido. Es una cláusula que exhibe una desmesurada deslealtad.
Si ello es así, la cláusula sorpresiva contiene una alta dosis de inmoralidad, más allá de que, por abusiva, alcance
categoría de regla, formal o materialmente ilícita. De allí que el ordenamiento jurídico reaccione en su contra, de la
misma manera que lo hace con las cláusulas abusivas, teniéndolas por no escritas, como no formando parte del
contrato.
Para contrarrestar este efecto se ha intentado, doctrinariamente, ir más allá. Ya no basta, para que adquieran eficacia,
con la firma específica de cada cláusula leonina. Ahora se afirma que se hace necesario llamar la atención del adherente
sobre su inclusión en el texto, luego hacerlas suscribir y, finalmente, tenerlas por incorporadas por la circunstancia que
el cliente haya tenido razonable noticia de las mismas.
Al abuso contractual en el marco de los contratos por adhesión no es factible legitimarlo con la adopción de formas
solemnes (la firma de la cláusula), ni con ficciones de conocimiento, ni con presunciones de consentimiento. Lo real es
que no existen fórmulas que excluyan el control judicial (de legitimidad o equidad) sobre las cláusulas abusivas en
cualquiera de sus variantes.
El art. 1118 CCyC establece que “las cláusulas incorporadas a un contrato de consumo pueden ser declaradas abusivas
aun cuando sean negociadas individualmente o aprobadas expresamente por el consumidor”. En esta última disposición
se advierte el rigor protectorio del sistema consagrado en el Código. Por lo demás, el artículo anterior, el 1117 CCyC,
establece que el régimen de las cláusulas abusivas en los contratos de consumo, se aplica a los contratos por adhesión,
por lo que al sistema protectorio se lo ha extendido a todos los supuestos imaginables.

ARTÍCULO 989.- Control judicial de las cláusulas abusivas. La aprobación administrativa de las cláusulas generales no
obsta a su control judicial.
Cuando el juez declara la nulidad parcial del contrato, simultáneamente lo debe integrar, si no puede subsistir sin
comprometer su finalidad.

1. Introducción
La efectividad de la tutela especial establecida en nuestro sistema constitucional con relación a los consumidores y
usuarios requiere de un sistema efectivo de control de las cláusulas abusivas introducidas en los contratos, que asegure
el acceso a la Justicia por parte de los consumidores y usuarios, a fin de que puedan procurar la tutela de sus derechos,
sin perjuicio de la eventual aprobación administrativa de cláusulas generales cuya aplicación les resulte perjudicial.

2. Interpretación
2.1. Intervención judicial en los contratos por adhesión
La norma prevé la intervención judicial para el control de las cláusulas abusivas en los contratos formados por adhesión
a cláusulas predispuestas por una de las partes contratantes.
El criterio enunciado, según el cual la aprobación administrativa de determinados modelos de cláusulas generales no
obsta a su control judicial, es consistente con lo establecido en el art. 1122 CCyC con relación a los contratos de
consumo y con el principio general, inherente al sistema de frenos y contrapesos propio de la división de Poderes de
gobierno, por el que los actos de la Administración pueden ser revisados por el Poder Judicial.
El artículo pone de manifiesto el entrelazamiento de lo público y lo privado en diversos sectores de la materia
contractual en los que por tiempo se han detectado abusos, plasmados en los repertorios de jurisprudencia. Queda así
establecido que la evaluación de los efectos que en un conflicto concreto puede tener la aplicación de cláusulas
contenidas en condiciones generales aprobadas por la autoridad administrativa de un área (como pueden ser la
Secretaría de Comercio e Industria de la Nación; la Superintendencia de Seguros de la Nación o la Superintendencia de
Servicios de Salud de la Nación, entre muchos otros supuestos posibles), es materia justiciable.

2.2. Nulidad e integración


Ante una cláusula a la que se le atribuye el carácter de abusiva, el juez tiene dos caminos:
a. establecer, con base en lo pautado en el art. 987 CCyC, una interpretación que le reste toda potencialidad lesiva de
los derechos del adherente; o bien
b. declarar la nulidad de la disposición.
De alcanzar una interpretación posible que permita preservar la cláusula sin que de ello se derive afectación a los
derechos del adherente, debe estarse a esa solución, por aplicación del principio general de conservación del contrato.
Si no es posible la solución interpretativa, y en tanto no se trate de una cláusula medular del contrato, cuya invalidación
acarrearía la de este en su integridad, el juez debe declarar la nulidad parcial, integrando el contenido según las reglas
enunciadas en el art. 964 CCyC, a cuyo comentario remitimos. En caso de ser el contrato celebrado por adhesión a
cláusulas predispuestas, también un contrato de consumo, la integración deberá ajustarse a lo previsto en el art. 1122,
inc. c, CCyC y, de tratarse de una situación jurídica abusiva derivada de contratos conexos, a lo pautado en el art. 1075
CCyC, en razón de la remisión efectuada en el inc. d del mencionado art. 1122 CCyC.

SECCIÓN 3ª: Tratativas contractuales

ARTÍCULO 990.- Libertad de negociación. Las partes son libres para promover tratativas dirigidas a la formación del
contrato, y para abandonarlas en cualquier momento.

1. Introducción
La libertad de negociación es la forma primera, la más básica, de la libertad de contratar a la que se refiere el art. 958
CCyC. Garantizada por nuestro sistema constitucional, se presenta aquí como la libertad de iniciar tratativas para
evaluar si se concreta o no un vínculo contractual, así como la información, confiabilidad y un conjunto de factores que
variarán según las circunstancias y los sujetos involucrados. Tiene, esta libertad, un aspecto positivo y uno negativo,
pues mientras implica el derecho, la facultad de iniciar tratativas con quien también esté dispuesto (aspecto positivo),
conlleva la posibilidad de abandonarlas, de decidir no contratar (aspecto negativo), ello en tanto tal actitud sea ejercida
de buena fe.

2. Interpretación
Lo que el artículo prevé es la promoción de tratativas dirigidas a la formación de un contrato, que tienen lugar desde
que las partes entran en contacto con miras a su perfeccionamiento, hasta que alcanzan un contrato preliminar (art. 994
CCyC), concretan un contrato definitivo (arts. 957, 971 CCyC y conc.) o alcanzan un acuerdo parcial conclusivo (art. 982
CCyC). No hay en la materia límites temporales ni plazos de caducidad legalmente establecidos.
Las tratativas contractuales o precontractuales constituyen diálogos, intercambios de información y evaluaciones de
factibilidad preliminares que preceden a la asunción de obligaciones contractuales y permiten a los negociantes
establecer los términos del contrato que procuran celebrar. A menudo se materializan e integran por un conjunto de
actividades desarrolladas con una finalidad coherente, que suelen partir de sondeos básicos entre las partes y se
despliegan luego en intercambios de información acerca de propósitos o necesidades, inspecciones, evaluaciones de
calidad, presentaciones, etc.; actividades todas destinadas a avanzar, en un clima de confianza, hacia el
perfeccionamiento de un negocio jurídico. Se discuten en ellas tanto aspectos jurídicos como metajurídicos de la que
podría ser una relación funcional entre las partes, procurando alcanzar una regulación satisfactoria para los distintos
intereses comprometidos. Un contrato alcanzado por medio de negociaciones serias, en las que las partes han evaluado
los distintos aspectos de sus necesidades e intereses, conviniendo entre ellas al respecto, tiene mayor posibilidad de
transitar el período funcional sin conflictos.
La norma sigue los lineamientos del art. 2º.1.15. de los Principios de Unidroit —Instituto Internacional para la
Unificación del Derecho Privado, soft law tenido en consideración en la elaboración del Código—, que establece que
“Las partes tienen plena libertad para negociar los términos de un contrato y no son responsables por el fracaso en
alcanzar un acuerdo”, salvo que ello ocurra por mediar mala fe. El Draft Common Frame of Reference europeo
establece, el principio por el que toda persona es libre de entrar en negociaciones y no es responsable por el fracaso del
acuerdo. Se trata de un criterio prevalente en las regulaciones legales de las economías de mercado.
La libertad de desvinculación de las negociaciones prevalece sobre la de obligarse, lo que queda de manifiesto por lo
establecido en el art. 993 CCyC.
ARTÍCULO 991.- Deber de buena fe. Durante las tratativas preliminares, y aunque no se haya formulado una oferta, las
partes deben obrar de buena fe para no frustrarlas injustificadamente. El incumplimiento de este deber genera la
responsabilidad de resarcir el daño que sufra el afectado por haber confiado, sin su culpa, en la celebración del
contrato.

1. Introducción
El deber de actuar de buena fe es un principio general del derecho privado que en este Código se encuentra enunciado
en el art. 9º del Título Preliminar, como pauta sistémica, y para los contratos se prevé en el art. 961 CCyC. Su imposición
en la etapa negocial que puede preceder a la celebración de un contrato responde tanto a una necesidad lógica como a
la de reforzar el criterio para evitar abusos, juegos especulativos y situaciones que pueden darse en un tramo de la
vinculación entre las partes en el que puede que alguna de ellas considere que puede actuar como si ningún deber legal
ciñera su conducta.

2. Interpretación
2.1. La buena fe en etapa de tratativas
La finalidad de las tratativas es la concreción de un contrato y es por ello que se considera antijurídica toda conducta
que, de un modo injustificado, frustre la posibilidad de alcanzarlo.
Las tratativas no tienen efecto vinculante, al menos no en los términos del art. 969 CCyC, que se refiere a los contratos
ya concluidos; pero sí tienen la ligazón que genera el deber de obrar con buena fe, respaldada por la función coercitiva
de las consecuencias derivadas de su inobservancia. La buena fe implica un deber de coherencia del comportamiento,
que consiste en la necesidad de observar en el futuro la conducta que los actos anteriores hacían prever. Ella exige
hablar claro e intercambiar adecuadamente la información necesaria para la toma de decisiones por cada una de las
partes involucradas en el proceso de construcción de un vínculo contractual.
Encontramos un antecedente directo de esta estipulación en el Proyecto de 1998, tan tenido en cuenta por los
integrantes de la Comisión, en cuyo art. 920 se establecía: “Deber de buena fe. Las partes deben comportarse de buena
fe para no frustrar injustamente las tratativas contractuales, aunque todavía no haya sido emitida una oferta. El
incumplimiento de este deber genera responsabilidad por daño al interés negativo”.
En los Principios Unidroit se establece que si bien las partes negociantes no son responsables por el fracaso en alcanzar
un acuerdo, la que “… negocia o interrumpe las negociaciones de mala fe es responsable por los daños y perjuicios
causados a la otra parte”; aclarándose luego que “… se considera mala fe que una parte entre en o continúe
negociaciones cuando al mismo tiempo tiene la intención de no llegar a un acuerdo”. Según el Draft Common Frame of
Reference europeo, toda persona involucrada en negociaciones preparatorias de un contrato tiene el deber de
conducirlas en consonancia con las exigencias de la buena fe y la transparencia y, por tanto, de no generar la ruptura de
las mismas infringiendo este principio.
La norma establece que la violación al deber de buena fe se encontraría determinada por la frustración injustificada de
las tratativas, expresión que debe considerarse referida a un accionar abusivo o contrario a la buena fe, y no a un simple
cambio de opinión o de interés que no pueda ser incluido en esos criterios de determinación de antijuridicidad.

2.2. La responsabilidad derivada de la violación al deber de buena fe en etapa de tratativas


La norma sancionada no limita la responsabilidad al daño al interés negativo, como lo hacía expresamente la del
Proyecto de 1998.
Si bien podría considerarse que, dado el principio de libertad para contratar o no hacerlo, la frustración de la posibilidad
de alcanzar la celebración de un contrato no debería dar lugar a responsabilidad, pues ello constituiría una suerte de
limitación a aquella, otra ha sido la orientación de nuestro derecho. La discusión de esta cuestión se desarrolló
especialmente a partir de la publicación, en 1860, de la primera edición, en alemán, de la obra de Rudolf von Ihering,
“De la culpa ‘in contrahendo’…” —obra que se difundió con mayor amplitud desde la publicación de la edición francesa
de 1893—, en la que se establecía la existencia de una responsabilidad precontractual; más tarde, el italiano Faggella
consideró que podía existir responsabilidad aún antes de la emisión de la oferta, la que podía darse a partir del
momento en que uno de los tratantes, ya en forma expresa, ya tácita, consienta que el otro realice un trabajo
preparatorio, generando confianza en el otro, por lo que el retiro intempestivo de las tratativas generaba la
responsabilidad del resarcimiento de los gastos y del costo efectivo de la obra de la otra parte.
Dichos autores operaron sobre la idea de una responsabilidad de base contractual; mientras que para una parte
sustantiva de la doctrina y la jurisprudencia nacionales, al no haberse alcanzado un contrato, la responsabilidad en esta
etapa debía ser evaluada según las reglas propias de los vínculos extracontractuales, con base en la culpa aquiliana o
por aplicación de la teoría de la responsabilidad legal o por la del abuso en el derecho a no contratar. No obstante, las
implicancias que en nuestro derecho tenía el encuadre de un supuesto de responsabilidad como contractual o
extracontractual ha perdido relevancia práctica con la sanción del CCyC; ello por la práctica homogeneidad de régimen
de ambos tipos de responsabilidad (art. 1716 CCyC y cc.), a excepción de lo establecido en el art. 1728 CCyC.
Quien sostiene que el contrario obró con mala fe debe, en principio, aportar las pruebas que lo acrediten, pero el juez
que intervenga en el proceso puede distribuir la carga probatoria de diferente modo, teniendo en cuenta qué parte se
encuentra en mejor situación de aportar un determinado elemento probatorio, como se prevé en el art. 1735 CCyC.

ARTÍCULO 992.- Deber de confidencialidad. Si durante las negociaciones, una de las partes facilita a la otra una
información con carácter confidencial, el que la recibió tiene el deber de no revelarla y de no usarla inapropiadamente
en su propio interés. La parte que incumple este deber queda obligada a reparar el daño sufrido por la otra y, si ha
obtenido una ventaja indebida de la información confidencial, queda obligada a indemnizar a la otra parte en la medida
de su propio enriquecimiento.

1. Introducción
El contenido de las tratativas varía según la función económico-social de la operación jurídico-económica de la que se
trate; pero, en la generalidad de los casos, el intercambio de información constituye su actividad vertebral y, en ese
contexto, a menudo las partes deben revelarse entre sí secretos comerciales o industriales, o aún debilidades, cuya
divulgación puede generarles perjuicios.
Es claro que en un época en la que los grandes números de la economía mundial se han trasladado al terreno de los
intangibles, de la información, de los derechos sobre procesos industriales y de provisión de bienes y servicios, al
conocimiento y al know how industrial o comercial que posibilita el desarrollo de una actividad, la información
confidencial relativa a un determinado proceso industrial o diseño de negocio constituye un valor económico relevante,
protegido por el sistema jurídico en todas las sociedades de mercado.

2. Interpretación
2.1. El deber de confidencialidad
El principio básico en la materia es que la información intercambiada por las partes en un proceso de negociación no es
confidencial. Para que se la considere tal, debe ser proporcionada con ese carácter, ya sea por manifestación expresa o
tácita, pero inequívoca.
Quien determina la confidencialidad de la información es quien la proporciona; aunque puede que las partes
establezcan el carácter confidencial general de todo el proceso de negociación que desarrollen.
Dos son las restricciones que debe observar quien recibe información confidencial:
1. no revelarla, en principio, a nadie, pues la norma no hace distinciones; aunque es claro que las partes pueden, en
ejercicio de su libertad contractual, pautar lo que estimen pertinente al respecto; y
2. no usarla inapropiadamente en su propio interés; por ejemplo, copiando una determinado modelo de negocio al que
tuvo acceso en tratativas que luego no condujeron a la celebración de un contrato con quien proporcionó la
información.
En el art. 2º.1.16. de los Principios Unidroit, referido al deber de confidencialidad se establece que “Si una de las partes
proporciona información como confidencial durante el curso de las negociaciones, la otra tiene el deber de no revelarla
ni utilizarla injustificadamente en provecho propio, independientemente de que con posterioridad se perfeccione o no
el contrato. Cuando fuere apropiado, la responsabilidad derivada del incumplimiento de esta obligación podrá incluir
una compensación basada en el beneficio recibido por la otra parte”.
La Ley 24.766 de Confidencialidad, establece en su art. 1º que las personas físicas o jurídicas podrán impedir que la
información que esté legítimamente bajo su control se divulgue a terceros o sea adquirida o utilizada por terceros sin su
consentimiento, de manera contraria a los usos comerciales honestos, mientras dicha información sea secreta, tenga
por ello un valor comercial y haya sido objeto de medidas razonables para la preservación de su carácter secreto. La ley
se aplica a la información que conste en documentos, medios electrónicos o magnéticos, discos, ópticos, microfilmes,
películas u otros elementos similares (art. 2º) y para que aquella deba considerarse confidencial, basta la prevención en
tal sentido, la que de por sí impone a quien la recibe el deber de abstenerse de usarla y de revelarla sin causa justificada
o sin consentimiento de la persona que guarda dicha información o de su usuario autorizado (art. 3º).
Numerosos contratos de gran difusión actual en el mercado, como el de franquicia, tienen un enorme componente de
información confidencial sobre procedimientos, gestión y otros factores que, en su combinación, determinan el éxito de
un determinado modelo de negocio y es en su secreto donde se encuentra gran parte de su valor económico para quien
los ha desarrollado. A menudo esa información, que puede ser comprendida en el concepto de know how, debe ser
compartida en la etapa de negociaciones previas a la concreción de un contrato y es necesario proteger su circulación
por medio de dispositivos normativos específicos como la Ley de Confidencialidad, ya mencionada, o la Ley 24.481 de
Patentes de Invención y Modelos de Utilidad, entre otras normas.

2.2. Responsabilidad por violación del deber de confidencialidad


La información confidencial suele ser el activo principal de muchas empresas y sistemas y es por ello que quien habrá de
proporcionarla suele exigir que quien la reciba acepte un pacto o acuerdo de confidencialidad en el que pueden
preverse penalidades para el caso de incumplimiento; pero, aun cuando no haya mediado este, basta que la
información sea brindada como reservada, confidencial o no destinada a la difusión y utilización por quien la recibe,
para que se pueda verificar un supuesto de responsabilidad en caso de uso inapropiado.
La evaluación de la conducta de las partes con relación al manejo de la información debe hacerse con sujeción al
principio de buena fe, que es el que vertebra el sistema, desde lo precontractual y hasta lo postcontractual. La norma
prevé en el tema dos variantes en la obligación de reparar, generada por la violación del deber de confidencialidad en la
etapa precontractual:
1. en primer término, quien incumple este deber queda obligado a reparar el daño sufrido por la otra parte; la norma no
efectúa distinciones, por lo que deberá resarcirse todo daño que se verifique, con nexo adecuado de causalidad con la
violación, comprendiéndose las consecuencias inmediatas y las mediatas previsibles (arts. 1726 y 1727 CCyC) y
2. si, quien incurrió en la violación de confidencialidad obtuvo con ello una ventaja, debe “… indemnizar a la otra parte
en la medida de su propio enriquecimiento”, lo que importa un agregado, un plus, a la indemnización que se pueda
verificar por el daño padecido por la parte afectada por la violación, disponiendo el traslado de los beneficios obtenidos
con la información, a su titular.

ARTÍCULO 993.- Cartas de intención. Los instrumentos mediante los cuales una parte, o todas ellas, expresan un
consentimiento para negociar sobre ciertas bases, limitado a cuestiones relativas a un futuro contrato, son de
interpretación restrictiva. Sólo tienen la fuerza obligatoria de la oferta si cumplen sus requisitos.

1. Introducción
Las tratativas precontractuales pueden ser llevadas adelante por equipos de negociadores y analistas, con riesgo de
cierta dispersión en el manejo de la información, por lo que una adecuada unidad de dirección por cada parte en el
proceso impone cierto orden, del que suelen ser parte algunos documentos que se firman a medida que se logran
avances en la determinación de futuros contenidos contractuales, sin que se considere aún alcanzado el consentimiento
necesario para considerar existente el contrato. El Código ha regulado en este artículo los alcances de tales
instrumentos.

2. Interpretación
El Proyecto de 1998, en su art. 921 establecía: “Cartas de intención. Los instrumentos mediante los cuales una parte, o
todas ellas, expresan asentimiento para negociar sobre ciertas bases, limitado a cuestiones relativas a un futuro
contrato, son de interpretación restrictiva. Solo tienen la fuerza obligatoria de la oferta si cumplen sus requisitos…”.
La carta de intención es una forma de documentar el avance de las negociaciones, con la mirada centrada en la
eficiencia de las tratativas en curso. Puede tener distintas finalidades:
a. declarativa y probatoria: registrando puntos sobre los que los negociantes arribaron a un acuerdo y otros, sobre los
que se mantiene el disenso. Carecen de obligatoriedad jurídica y cumplen una función ordenadora y probatoria;
b. obligatoria: cuando se adiciona una obligación de negociar, que generalmente consiste en un deber de diligencia
específico de carácter procedimental o sustancial;
c. determinadora de objetivos: cuando las partes establecen los objetivos que procuran alcanzar en las negociaciones;
d. determinadora de la identidad de las partes y representantes: lo que es de gran importancia en las negociaciones de
contratos complejos, en los que interviene una pluralidad de sujetos, asesores y técnicos por cada parte y es necesario
tener en claro quien, entre todos ellos, cuenta con el poder legal de decisión por el interés por el que una parte negocia.
Entre los distintos deberes y obligaciones que suelen pautarse en estos documentos, pueden mencionarse: el deber de
confidencialidad; el de lealtad; el de información, todos subsumidos en el genérico de obrar con sujeción al principio
vertebral de buena fe, aunque algunas especificaciones suelen ser beneficiosas, por aportar claridad al contenido de las
conductas debidas. A menudo, en procesos de negociación extensos, las partes establecen acuerdos parciales que no
constituyen un contrato concluido; pero evitan volver atrás sobre cuestiones ya conformadas.
Rige en la materia el principio de libertad de formas, establecido en el art. 1015 CCyC, aun cuando lo negociado sea un
contrato de los mencionados en el art. 1017 CCyC, pues no debe confundirse proceso de negociación con contrato.
En la parte final del artículo se establece la regla según la cual lo establecido en las minutas solo tiene fuerza obligatoria
si cumple con los requisitos de la oferta (art. 972 CCyC), lo que constituye un refuerzo específico de la libertad de
negociación enunciada en el art. 990 CCyC, en su aspecto negativo.

SECCIÓN 4ª: Contratos preliminares

ARTÍCULO 994.- Disposiciones generales. Los contratos preliminares deben contener el acuerdo sobre los elementos
esenciales particulares que identifiquen el contrato futuro definitivo. El plazo de vigencia de las promesas previstas en
esta Sección es de un año, o el menor que convengan las partes, quienes pueden renovarlo a su vencimiento.
ARTÍCULO 995.- Promesa de celebrar un contrato. Las partes pueden pactar la obligación de celebrar un contrato
futuro. El futuro contrato no puede ser de aquellos para los cuales se exige una forma bajo sanción de nulidad. Es
aplicable el régimen de las obligaciones de hacer.

ARTÍCULO 996.- Contrato de opción. El contrato que contiene una opción de concluir un contrato definitivo, otorga al
beneficiario el derecho irrevocable de aceptarlo. Puede ser gratuito u oneroso, y debe observar la forma exigida para el
contrato definitivo. No es transmisible a un tercero, excepto que así se lo estipule.

1. Introducción
En los tres artículos de esta sección se regulan los contratos preliminares o preparatorios, de especial —pero no
excluyente— utilidad para el desarrollo de proyectos negociales de gran envergadura. Se emplean cuando no resulta
material o jurídicamente posible o conveniente para las partes celebrar directamente el contrato definitivo. Los códigos
civil y comercial derogados carecían de estipulaciones específicas al respecto.

2. Interpretación
El contrato preliminar es un acto jurídico cuyo objeto es la determinación de los elementos esenciales particulares de un
contrato futuro, cuya celebración constituye su causa. El contrato preliminar actúa como un vínculo instrumental y
temporario con relación al contrato definitivo cuya posible concreción es su fin.
La promesa de celebración de un contrato futuro, bajo cualquiera de las dos modalidades que se mencionan a
continuación, obliga por el plazo por el que fue formulada; el que puede ser de un año o menor y ser renovado a su
vencimiento, o prorrogado por un lapso inferior al del plazo inicialmente estipulado, según lo acuerden las partes. El
fundamento de esta limitación se encuentra en la preservación de la libertad contractual, por lo que, en caso de duda,
las cláusulas de autonomía que varíen dicho plazo deben ser interpretadas restrictivamente, en el sentido de la
liberación del obligado.
Dos son, básicamente los contratos preliminares:
1. la promesa de contrato futuro, a la que se refiere el art. 995 CCyC, y
2. el contrato de opción, regulado en el art. 996 CCyC.

2.1. Promesa de contrato futuro


Puede celebrarse para comprometer la realización de un futuro contrato que no sea de los que requieren una forma
bajo sanción de nulidad, como ocurre con la donación de inmuebles, de cosas muebles registrables y de prestaciones
periódicas o vitalicias (art. 1552 CCyC).
El contrato preliminar alcanza plena eficacia cuando se celebra el contrato definitivo, que exige un nuevo proceso de
formación del consentimiento. Dada tal circunstancia, cabe establecer que la función del contrato preparatorio es la de
compeler a la formación del nuevo vínculo y, en caso de no cumplir alguna de las partes con la obligación a su cargo, en
la última parte del art. 995 CCyC se establece la aplicación del régimen de las obligaciones de hacer (arts. 773 a 778
CCyC), que prevé la ejecución forzada, con intervención sustitutiva del juez en el supuesto del art. 1018 CCyC, de
verificarse los requisitos allí establecidos.

2.2. Contrato de opción


Se trata de un contrato preliminar por el que las partes se obligan a celebrar un futuro contrato, cuyos elementos
esenciales particulares determinan, otorgando a una de ellas, a varias o a todas, según el tipo de vínculo del que se
trate, la facultad irrevocable de concluir el contrato por vía de la aceptación, la que debe ser ejercida dentro del plazo
de un año o del menor que convengan.
De uso normal en la compraventa inmobiliaria y en el mercado bursátil, su regulación en la parte general permite, con
buen criterio, emplazarlo como un mecanismo negocial de aplicación general tanto a los contratos onerosos como a los
gratuitos.
El contrato de opción debe observar la forma requerida para el contrato definitivo; lo que determina, por ejemplo, que
si la finalidad del contrato de opción es la celebración de un contrato de compraventa inmobiliaria, deba realizarse en
escritura pública (art. 1017, inc. a, CCyC).
En el contrato de opción la identidad de las partes contratantes es un elemento determinante, pues en la base de tal
compromiso se encuentra, o bien una determinada confianza en el otro, o bien un determinado interés, que no
necesariamente habrá de perdurar
en caso de sustitución de quien actúa por una de las partes. Es por ello que el Código, en la parte final del art. 996 CCyC,
establece la regla de la intransmisibilidad a terceros de la posición contractual; quedando abierta para las partes la
posibilidad de estipulación en contrario, ya incluida como cláusula originaria, ya como disposición posterior a la
celebración del contrato de opción.
SECCIÓN 5ª: Pacto de preferencia y contrato sujeto a conformidad

ARTÍCULO 997.- Pacto de preferencia. El pacto de preferencia genera una obligación de hacer a cargo de una de las
partes, quien si decide celebrar un futuro contrato, debe hacerlo con la otra o las otras partes. Si se trata de
participaciones sociales de cualquier naturaleza, de condominio, de partes en contratos asociativos o similares, el pacto
puede ser recíproco. Los derechos y obligaciones derivados de este pacto son transmisibles a terceros con las
modalidades que se estipulen.

ARTÍCULO 998.- Efectos. El otorgante de la preferencia debe dirigir a su o sus beneficiarios una declaración, con los
requisitos de la oferta, comunicándole su decisión de celebrar el nuevo contrato, en su caso de conformidad con las
estipulaciones del pacto. El contrato queda concluido con la aceptación del o de los beneficiarios.

1. Introducción
Mientras que en la Sección anterior el Código regula contratos cuya finalidad es la concreción de un contrato futuro, en
esta se establecen las pautas normativas para determinadas estipulaciones contractuales que en el régimen anterior
eran contempladas en la regulación general del contrato de compraventa, aun cuando pueden aplicarse a otros
contratos —en este Código se lo regula específicamente en los arts. 1165 y 1166 CCyC, para la compraventa; y en el art.
1182 CCyC, para el contrato de suministro—. Por ello, su tratamiento en la Parte General de la regulación de los
contratos importa una notoria mejora en la técnica normativa y evita la necesidad de desarrollar fundamentos
analógicos para la aplicación a otros contratos de una solución antes prevista para un tipo determinado.
El sentido básico del pacto de preferencia es el de posibilitar que determinados negocios se mantengan bajo el ámbito
de control de quienes en un determinado momento participan de ellos, otorgándoles la posibilidad de adquirir los
derechos de los que sean titulares otras partes, antes de dar ingreso a terceros.

2. Interpretación
2.1. La estipulación de un pacto de preferencia
El Código establece que el pacto de preferencia da nacimiento a una obligación de hacer a cargo de una de las partes
por la que, de decidir ella celebrar un contrato con relación a la operación jurídica considerada, deberá concluirlo con
quien o quienes sean acreedoras de tal obligación.
El contenido de la cláusula que establece el pacto está librado a la decisión de las partes; para ser tal, simplemente debe
prever que la o las obligadas otorguen prelación a la o a las otras partes en la adquisición de los derechos. Por lo
general, el pacto se encuentra contenido en el contrato original o base, pero nada obsta a que se perfeccione por vía
accesoria, observando las formalidades que exija el contrato principal.
La norma prevé que dicha obligación pueda ser asumida por las partes con carácter recíproco cuando la operación
jurídica considerada trate sobre participaciones sociales de cualquier naturaleza, partes alícuotas en un condominio,
participaciones en contratos asociativos o supuestos similares, expresión que debe interpretarse en el sentido de dar tal
posibilidad a quienes tienen ya algún interés jurídico o económico en un negocio o con relación a un bien, para que
puedan incrementar su participación con la incorporación de la porción del obligado por el pacto, antes de dar lugar al
ingreso de terceros al negocio.
En la última parte del art. 997 CCyC se prevé la transmisibilidad a terceros de los derechos y obligaciones derivados de
este pacto, la que deberá ajustarse a las modalidades y formas que se hubieran estipulado para ello en el contrato base.
La libre transmisibilidad es la regla general, aun cuando en la parte final del primer párrafo del art. 1165 CCyC se prevé
para el contrato de compraventa que el derecho que otorga el pacto es personal y no puede cederse ni pasa a
herederos. El plazo establecido para la formulación de la respuesta debe ser razonable, adecuado a las circunstancias
del contrato; al respecto, cabe tener en consideración que quien va a recibir la propuesta no es ajeno al negocio base,
que conoce, pero debe poder contar con el tiempo adecuado para poder reunir información actualizada y adoptar una
decisión. Es conveniente que ese lapso, al igual que la modalidad que se empleará para efectuar la comunicación de la
oferta, sea previsto en la estipulación de la cláusula para evitar luego discusiones. También es recomendable que, si las
partes quieren dar algún alcance concreto al silencio del beneficiario ante la comunicación de la oferta por el obligado,
determinen ello con precisión y preestablezcan la penalidad que deberá pagar quien no cumpla con la obligación
pactada.
Lo establecido con relación a la transmisibilidad determina que no se esté ante una estipulación en la que la identidad
del beneficiario se considere esencial. El pacto obedece a una cuestión de conveniencia negocial.

2.2. Efectos del ejercicio del pacto de preferencia


Si la parte que se encuentra obligada por un pacto de preferencia, el otorgante, decide llevar adelante una operación
comprendida en los términos de este, debe comunicar tal circunstancia a quien o quienes sean beneficiarios de la
estipulación, dando cuenta de los requisitos de la oferta, entre los que deberá determinarse el precio; la aceptación de
dicha oferta concluye el nuevo contrato cuyo contenido se ve integrado por la vinculación con el que contiene el pacto
de preferencia.
El pacto no da una acción para obligar al otro a transmitir sus derechos, sino a preferir al beneficiario, en caso de decidir
realizar dicha transmisión. Si el beneficiario no acepta la oferta o vence el plazo en ella estipulado, el oferente queda
liberado de su obligación de asignación preferencial y puede contratar con terceros. En caso de incumplimiento del
pacto, la operación podrá ser válida, lo que deberá ser valorado en cada caso concreto; pero el obligado deberá
indemnizar al beneficiario del pacto por los daños que su incumplimiento pudo haberle generado.

ARTÍCULO 999.- Contrato sujeto a conformidad. El contrato cuyo perfeccionamiento depende de una conformidad o de
una autorización queda sujeto a las reglas de la condición suspensiva.

1. Introducción
Es habitual que en algunos ámbitos negociales, como el de la intermediación en la compraventa inmobiliaria, se
alcancen acuerdos sujetos a la conformidad del titular del derecho sobre el que trata la operación jurídica a celebrar.
Ello puede ocurrir, también, cuando se contrata con relación a intereses de niños u otros incapaces, cuando se requiere
autorización judicial. La regulación contenida en este artículo es de aplicación en tales supuestos.
Lo establecido en este artículo se diferencia del subsistema normativo contenido en la Sección anterior en que se trata
de contratos cuya finalidad es la celebración de otro contrato distinto, mientras que aquí se refiere a un contrato ya
diseñado, cuya eficacia depende de la aprobación de lo hecho por un tercero ajeno a quienes lo elaboraron. Se
diferencia también lo aquí establecido de lo dispuesto con relación al pacto de preferencia, en que mientras este es un
acuerdo o estipulación contenida en un contrato base para posibilitar cierta endogamia en la transmisión de derechos;
aquí se prevé la aprobación de lo actuado con relación a la construcción de un nuevo vínculo para que tenga plena
eficacia.

2. Interpretación
El contrato sujeto a conformidad, habitualmente denominado contrato ad referendum, es un negocio en el que la
declaración de voluntad de una de las partes, o de ambos, debe ser integrada por la declaración de voluntad del titular
de un derecho en cuyo interés se actúa o de la decisión de un juez, para que el acto jurídico pueda considerarse
concluido.
Queda, pues, sujeto a una condición suspensiva, como ocurre en el Código con el contrato por cuenta de quien
corresponda, art. 1030 CCyC, o las compraventas sujetas a condición suspensiva, mencionadas en el art. 1160 CCyC; por
lo que:
1. pendiente la condición suspensiva, el titular del derecho sujeto a condición puede solicitar medidas conservatorias,
recayendo sobre el transmitente el deber de actuar según las reglas de la buena fe, de modo de no perjudicar a la
contraparte (art. 347 CCyC);
2. ante el cumplimiento de la condición, las partes deben cumplir recíprocamente las obligaciones convenidas, de
acuerdo a la naturaleza, fines y objeto del acto jurídico concertado (art. 348 CCyC); y
3. de no cumplirse la condición suspensiva, las partes quedan liberadas de obligaciones entre sí, debiendo restituirse lo
que se hubieran entregado, con sus accesorios, de haberse ejecutado alguna prestación antes de la verificación del
cumplimiento de la obligación, a excepción de los frutos percibidos (art. 349 CCyC).

CAPÍTULO 4: Incapacidad e inhabilidad para contratar


ARTÍCULO 1000.- Efectos de la nulidad del contrato. Declarada la nulidad del contrato celebrado por la persona incapaz
o con capacidad restringida, la parte capaz no tiene derecho para exigir la restitución o el reembolso de lo que ha
pagado o gastado, excepto si el contrato enriqueció a la parte incapaz o con capacidad restringida y en cuanto se haya
enriquecido.

1. Introducción
Las nulidades en materia de contratos están previstas con la finalidad de privar de eficacia a los actos realizados en
contra del orden público, la moral o las buenas costumbres o con afectación de los intereses de una persona incapaz
(art. 386 CCyC). Se trata de supuestos con un régimen distinto, pues mientras aquellos deben ser siempre privados de
efecto, estos lo serán de verificarse determinadas circunstancias. Pero lo relevante es que, como ocurre en general en
materia de actos jurídicos, no todo vale ni puede subsistir en el medio económico y social en el que las personas
desarrollan sus vínculos, sino que el derecho procura que perduren los vínculos sanos, que no afecten ni el interés de la
comunidad ni los derechos de sujetos en situación de vulnerabilidad.
2. Interpretación
La norma regula los efectos que se siguen a la declaración de nulidad de un contrato, por haber sido otorgado por
persona incapaz de hecho o con capacidad restringida.
Con relación a la declaración de nulidad a la que se alude, dispuesta en protección de los intereses del incapaz, deben
distinguirse dos supuestos, según que la celebración del contrato sea:
1. anterior a la inscripción en el Registro de Estado Civil y Capacidad de las Personas de la sentencia que declara la
incapacidad, caso en el que pueden ser declarados nulos los actos en los que a la existencia de perjuicio al incapaz se
sume alguno de los siguientes factores:
a. enfermedad mental ostensible al tiempo del otorgamiento;
b. mala fe del otro contratante; o
c. acto a título gratuito (art. 45 CCyC); y
2. posterior a la inscripción de la sentencia en ese registro, caso en el que el acto es nulo sin necesidad de verificar la
concurrencia de los factores antes mencionados (art. 44 CCyC).
En este Código, la determinación de la incapacidad psíquica o mental se hace con relación a determinados actos y
respecto de personas mayores de trece años que padecen una adicción o una alteración mental permanente o
prolongada grave, siempre que se estime que del ejercicio de su plena capacidad puede resultar un daño a su persona o
a sus bienes (art. 32 CCyC y cc.).
En el diseño del Código, los riesgos de la declaración de incapacidad derivados de estos casos se trasladan a la parte
capaz; pues, en el artículo se dispone que, verificado el otorgamiento de un acto por una persona incapaz, en cualquiera
de los supuestos antes mencionados la parte capaz debe, en principio, asumir las consecuencias patrimoniales de esa
declaración de incapacidad, viéndose en principio privada de la posibilidad de exigir la restitución o el reembolso de lo
pagado o gastado; salvo que, por el contrato, la parte incapaz se haya visto enriquecida, supuesto en el que el
reembolso operará en la medida del enriquecimiento.
No obstante lo que a primera vista parece desprenderse de la norma, si como consecuencia de la celebración del
contrato el incapaz incorporó a su patrimonio bienes que subsisten en él al tiempo de la declaración de nulidad,
corresponderá la restitución, pues su posesión determina un enriquecimiento objetivo con relación a la situación
anterior.

ARTÍCULO 1001.- Inhabilidades para contratar. No pueden contratar, en interés propio o ajeno, según sea el caso, los
que están impedidos para hacerlo conforme a disposiciones especiales. Los contratos cuya celebración está prohibida a
determinados sujetos tampoco pueden ser otorgados por interpósita persona.

ARTÍCULO 1002.- Inhabilidades especiales. No pueden contratar en interés propio:


a. los funcionarios públicos, respecto de bienes de cuya administración o enajenación están o han estado encargados;
b. los jueces, funcionarios y auxiliares de la justicia, los árbitros y mediadores, y sus auxiliares, respecto de bienes
relacionados con procesos en los que intervienen o han intervenido;
c. los abogados y procuradores, respecto de bienes litigiosos en procesos en los que intervienen o han intervenido;
d. los cónyuges, bajo el régimen de comunidad, entre sí.Los albaceas que no son herederos no pueden celebrar contrato
de compraventa sobre los bienes de las testamentarias que estén a su cargo.

1. Introducción
En resguardo del orden público y para evitar que determinados sujetos puedan aprovecharse de las ventajas que puede
darle una posición pública o privada con relación a intereses ajenos, se establecen supuestos específicos de
inhabilidades para contratar.
Ellas pueden considerarse comprendidas en el concepto amplio de la habitualmente denominada “incapacidad de
derecho”, expresión sin adecuado rigor técnico que da cuenta de un supuesto en el que una persona que no padece
ninguna limitación para actuar y decidir por sí lo mejor para sus intereses, se ve impedida de hacerlo en determinados
supuestos concretos.

2. Interpretación
2.1. La regla general en materia de inhabilidades para contratar
El art. 1001 CCyC establece la regla general a aplicar a los supuestos de inhabilidades para contratar para todos aquellos
casos en que se encuentren impedidos de hacerlo por disposiciones especiales. Ello comprende las situaciones previstas
en el art. 1002 CCyC y otras, que surgen de disposiciones diversas como los arts. 1341, 1348, 1535, 1676 CCyC o de los
arts. 32, 133 y 271 de la Ley de Sociedades Comerciales, entre otros supuestos normativos con similares alcances
invalidatorios.
Lo que se persigue es evitar que determinados sujetos, que se encuentran en una posición que les da alguna ventaja
concreta frente a otros intereses con los que se encuentran vinculados o por los que deben velar, se aprovechen de la
situación para obtener una ventaja particular.
La norma apunta a una relación de intereses en conflicto, por lo que para restarle eficacia a un determinado acto no se
atiende solo a la identidad de la persona que lo realiza, sea humana o jurídica, sino al interés por el que actúa; por lo
que el acto se verá privado de efectos si sus consecuencias resultan finalmente imputables a un sujeto de derecho que
no podría realizarlo por estar alcanzado por una inhabilidad legal. Es necesario atender a la realidad sustantiva del
negocio jurídico, corriendo el ropaje aparente, que puede corresponder a un acto simulado, a un mandato oculto o a
otros supuestos en los que se emplea una determinada cobertura jurídica para eludir una prohibición legal, actuando en
fraude a la ley.

2.2. Las inhabilidades especiales del art. 1002


Como se ha visto, el enunciado de supuestos de inhabilidades especiales para contratar, contenido en el art. 1002 CCyC,
no tiene carácter taxativo, pues disposiciones similares, referidas a diversas relaciones jurídicas, surgen de una
pluralidad de normas que integran el ordenamiento jurídico argentino. Todos los incisos presuponen la posibilidad de
aprovechamiento de una determinada posición de ventaja o de poder.
a. Funcionarios públicos en general:
El primero de los supuestos se refiere a la inhabilidad establecida respecto de los funcionarios públicos, en sentido
general, a quienes se les impide contratar respecto de bienes de cuya administración o enajenación están o han estado
encargados.
La norma alcanza a todo funcionario público, cualquiera sea el poder en el que desempeñe funciones, por lo que no solo
cabe considerar alcanzados por esta prohibición a los dependientes del Poder Ejecutivo del que se trate —es una
disposición de derecho común y, por ello, se aplica en todo el país, a funcionarios públicos de todos los niveles y
estructuras— sino también a los que cumplen funciones en el ámbito legislativo o judicial, ello sin perjuicio de lo
dispuesto en el inciso siguiente.
b. Sujetos vinculados con la administración de justicia:
Con un mayor nivel de especificidad, en el segundo inciso se impide a un conjunto de servidores del sistema de justicia
celebrar contratos respecto de bienes relacionados con procesos en los que han tenido intervención; prohibición que
comprende también a los abogados y procuradores, mencionados en el tercer inciso, y a los albaceas que no son
herederos, quienes no pueden celebrar contrato de compraventa sobre bienes que integran el acervo hereditario de las
sucesiones testamentarias en las que intervienen, según se establece en el último párrafo de la norma.
c. Cónyuges bajo el régimen de comunidad:
En el cuarto inciso se impide a los cónyuges que adoptaron el régimen patrimonial de comunidad de bienes, celebrar
contratos entre sí. El de comunidad de bienes es el régimen básico, de aplicación en caso de no optar los cónyuges por
el de separación de bienes (conf. art. 463 CCyC); supuesto este en el que no existe impedimento para que los
integrantes de la unión matrimonial celebren contratos entre sí.

CAPÍTULO 5: Objeto
ARTÍCULO 1003.- Disposiciones generales. Se aplican al objeto del contrato las disposiciones de la Sección 1ª, Capítulo
5, Título IV del Libro Primero de este Código. Debe ser lícito, posible, determinado o determinable, susceptible de
valoración económica y corresponder a un interés de las partes, aun cuando éste no sea patrimonial.

ARTÍCULO 1004.- Objetos prohibidos. No pueden ser objeto de los contratos los hechos que son imposibles o están
prohibidos por las leyes, son contrarios a la moral, al orden público, a la dignidad de la persona humana, o lesivos de los
derechos ajenos; ni los bienes que por un motivo especial se prohíbe que lo sean. Cuando tengan por objeto derechos
sobre el cuerpo humano se aplican los artículos 17 y 56.

ARTÍCULO 1005.- Determinación. Cuando el objeto se refiere a bienes, éstos deben estar determinados en su especie o
género según sea el caso, aunque no lo estén en su cantidad, si ésta puede ser determinada. Es determinable cuando se
establecen los criterios suficientes para su individualización.

ARTÍCULO 1006.- Determinación por un tercero. Las partes pueden pactar que la determinación del objeto sea
efectuada por un tercero. En caso de que el tercero no realice la elección, sea imposible o no haya observado los
criterios expresamente establecidos por las partes o por los usos y costumbres, puede recurrirse a la determinación
judicial, petición que debe tramitar por el procedimiento más breve que prevea la legislación procesal.
1. Introducción
El objeto es, junto con el consentimiento y la causa, uno de los elementos esenciales del contrato; ellos son requeridos
para su existencia.
Al ser el contrato una especie del género acto jurídico, es lógica y de buena técnica la remisión efectuada a la regulación
del objeto de este, con relación al que, en el art. 279 CCyC, se establece que puede estar constituido por hechos o por
bienes; precisándose que el objeto de un acto jurídico no debe ser un hecho imposible o prohibido por la ley, ni
contrario a la moral, a las buenas costumbres, al orden público o lesivo de los derechos ajenos o de la dignidad humana,
ni un bien que por un motivo especial se haya prohibido que lo sea. Aun cuando el Código mantiene la distinción de
bienes dentro y fuera del comercio (art. 234 CCyC) a la que aludía el art. 953 CC, se emplea aquí la referencia a la
prohibición legal, mucho más simple y clara.
Hemos considerado pertinente reunir, en este primer tramo del comentario, las disposiciones de los arts. 1003 a 1006
CCyC, pues ellas se vinculan para posibilitar la construcción y limitación del concepto de objeto del contrato, que estará
constituido por bienes o hechos, siempre que no se encuentren comprendidos o afectados por alguna de las exclusiones
que establece la ley. Siempre que satisfaga los requisitos básicamente enunciados en los arts. 279, 1003, 1004 CCyC y
concs., las partes pueden escoger el objeto que les plazca o mejor satisfaga sus intereses y necesidades.

2. Interpretación
El art. 1003 no enuncia un concepto de objeto del contrato; remite a la regulación del acto jurídico y establece los
requisitos que debe reunir, estableciendo que, para que exista un contrato válido, su objeto debe ser:

a. Lícito:
La operación jurídica considerada por las partes debe referirse a hechos que no estén prohibidos por las leyes, sean
contrarios a la moral, al orden público, a la dignidad de la persona humana o lesivos de derechos ajenos o a bienes que
no se hayan prohibido que sean objeto de negocios jurídicos (art. 1004 CCyC).
En caso de tratarse de derechos sobre el cuerpo humano, debe estarse a lo dispuesto a los arts. 17 y 56 CCyC. El primero
establece que el titular de derechos sobre el cuerpo humano solo puede disponer de ellos siempre que se respete algún
valor afectivo, terapéutico, humanitario o social, según lo dispongan leyes especiales; encontrándose prohibidos por el
segundo los actos de disposición sobre el propio cuerpo que ocasionen una disminución permanente de su integridad o
resulten contrarios a la ley, la moral o las buenas costumbres, salvo que sean necesarios para un mejoramiento de la
salud de la persona (por ejemplo, amputación de una extremidad) y, excepcionalmente, de otra persona (por ejemplo,
ablación para trasplante), de conformidad a lo dispuesto por el ordenamiento jurídico.
Es importante distinguir la ilicitud del objeto de la ilicitud de la causa. Aquella se verifica, por ejemplo, en el caso de un
contrato sobre herencia futura, prohibido en el art. 1010 CCyC; esta, cuando un contrato de objeto lícito, como una
compraventa inmobiliaria, puede ser parte de una operación destinada a sustraer bienes de la acción de los acreedores
del vendedor.
Son diversos los supuestos de ilicitud que surgen de las categorías enunciadas en los artículos comentados:
I. Hechos prohibidos por las leyes: se trata de prohibiciones específicas determinadas por vía legislativa y a menudo en
forma específica, como cuando se encuentra autorizada la comercialización de una droga para fines medicinales, pero
se la prohíbe fuera de tal supuesto.
II. Hechos contrarios a la moral: la norma debe considerarse referida a la moral media de la población. El concepto es
dinámico porque lo que se considera moral o inmoral cambia de un tiempo a otro de la evolución social. Debe aplicarse
un estándar objetivo, y no la visión particular del intérprete.
III. Hechos contrarios al orden público: se ha proporcionado la noción de orden público en el comentario del art. 12
CCyC, al que corresponde remitir. Será de objeto nulo todo contrato cuyo objeto contraríe el orden público vigente al
tiempo de su celebración.
IV. Hechos contrarios a la dignidad de la persona humana: el Código contiene diversas normas destinadas a proteger la
dignidad de la persona humana, como derecho personalísimo (art. 52 CCyC). Son numerosos los supuestos en los que
una persona puede llegar a consentir un vínculo contractual del que se deriva para ella una situación violatoria de su
dignidad, evaluada en sentido objetivo, pero el derecho priva de validez a las relaciones jurídicas establecidas sobre tal
avasallamiento. (178)
V. Hechos lesivos de los derechos ajenos.
Vi. Determinados hechos vinculados con la disposición de una persona sobre el propio cuerpo.

b. Posible:
La posibilidad debe evaluarse al tiempo de la celebración del contrato, pues la imposibilidad sobreviniente afecta la
factibilidad de cumplimiento, pero no priva de objeto a la estructura del contrato, sea ella permanente (art. 955 CCyC) o
sea ella temporaria (art. 956 CCyC).
La posibilidad establecida como requisito en este artículo se refiere tanto al aspecto material como jurídico, apreciados
ambos según las circunstancias, posibilidades técnicas y legislación vigentes al tiempo de celebración del contrato.
Como ejemplos tradicionales de uno y otro supuesto se enuncian el contrato en el que una de las partes asume el
compromiso de tocar el cielo con las manos —imposibilidad material—, y de la jurídica, hipotecar un automotor.

c. Determinado o determinable:
El objeto de la prestación debe encontrarse determinado al tiempo de la celebración del contrato o bien establecerse en
este el mecanismo por el que podrá alcanzarse tal determinación al tiempo del cumplimiento, supuesto de
indeterminación relativa temporal.
Si el objeto se refiere a bienes, estos deben estar determinados en su especie o género, pudiendo quedar su cantidad
sujeta a determinación, como cuando se vende lo producido de una cosecha futura de trigo de determinada calidad,
obtenida de una porción de campo delimitada (art. 1005 CCyC). La cosa objeto de una compraventa puede ser
individualizada con precisión, como cuando se dan los datos de dirección, matrícula o catastrales de un inmueble o estar
identificada su especie o género; si la obligación es de género, en ausencia de determinación convencional del
procedimiento de elección, ella debe ser hecha por el deudor y debe recaer en una cosa de calidad media (art. 762
CCyC); si la obligación es de género limitado (art. 785 CCyC), corresponde aplicar la regulación de las obligaciones
alternativas (art. 779 CCyC).
Se considera que el objeto de un contrato es determinable cuando se establecen criterios suficientes para su
determinación, cuestión que dependerá de las características del objeto contractual de que se trate en cada caso (art.
1005 CCyC).
Según se establece en el art. 1006 CCyC, las partes pueden acordar que la determinación del objeto sea efectuada por
un tercero, generalmente un experto en el área sobre la que trate la operación considerada, cuya actuación deberá
ajustarse a lo que hubieran convenido las partes y, supletoriamente, a los usos y costumbres.
En caso de ser imposible la elección o de no haber ajustado el experto su decisión a los parámetros acordados por los
contratantes, puede requerirse la determinación judicial; la que deberá tramitar por el procedimiento más breve que
prevea la ley procesal de aplicación en la jurisdicción en la que se haga el planteo. En caso de tratarse de cuestiones
metajurídicas, donde se requieren conocimientos técnicos para una adecuada elección, lo lógico es que el juez designe
un perito en la materia para que informe sobre la reunión de los parámetros establecidos para la elección.

d. Susceptible de valoración económica:


El objeto del contrato debe ser susceptible de valoración económica, cuestión distinta de la del interés que guía al
contratante, quien puede actuar motivado por móviles ajenos a consideraciones económicas, pero de todos modos,
tutelados por el ordenamiento legal.

e. Ajustado a un interés patrimonial o extrapatrimonial de las partes:


El objeto del contrato debe responder a un interés real, existente, sea patrimonial o extrapatrimonial. El interés
extrapatrimonial se entiende dado en los contratos atinentes a derechos sobre el cuerpo humano o sus partes, a los que
no se reconoce valor económico, sino afectivo, terapéutico, científico, humanitario o social; así, en los contratos
relativos al cuidado de la salud, como el celebrado para la realización de una intervención quirúrgica, el aspecto
patrimonial que pueda encontrarse involucrado responde a un interés prevalente, extrapatrimonial, por el cuidado de la
salud del paciente.

ARTÍCULO 1007.- Bienes existentes y futuros. Los bienes futuros pueden ser objeto de los contratos. La promesa de
transmitirlos está subordinada a la condición de que lleguen a existir, excepto que se trate de contratos aleatorios.

1. Introducción
A menudo se celebran contratos sobre bienes futuros, cuya obtención se prevé, al cabo de un proceso de investigación,
prospección, creación o producción. Así, a diario se realizan en nuestras ciudades operaciones de compra de inmuebles
por construir o, en otros ámbitos, se contrata el uso y goce de espacios en centros comerciales aún no abiertos al
público o la búsqueda, localización y extracción de productos naturales o el desarrollo de un fármaco cuya patente
quedará en beneficio de quién financia la investigación, etc.

2. Interpretación
La norma establece la posibilidad de realizar contratos sobre bienes futuros, quedando su perfeccionamiento sujeto a
una condición suspensiva: que los bienes lleguen a existir, salvo que el contrato sea aleatorio, en cuyo caso no se lo
considera subordinado a tal condición, como ocurre cuando se contrata a un equipo de investigación para que
desarrolle una vacuna o un fármaco y no existe certeza sobre la posibilidad de lograr el resultado esperado.
La compraventa de cosa futura es un supuesto específico de contratación sobre un bien aún no existente, que el Código
trata en el art. 1131 CCyC, dando por entendida la sujeción de la eficacia contractual a que la condición suspensiva de
que la cosa llegue a existir, para lo que el vendedor debe realizar las tareas y esfuerzos que resulten del contrato, o de
las circunstancias, para que ello ocurra en el tiempo y condiciones convenidos; la norma prevé también la asunción por
el comprador del riesgo de que la cosa no llegue a existir. En el art. 1551 CCyC se establece la nulidad de la donación
hecha sobre bienes futuros del donante.

ARTÍCULO 1008.- Bienes ajenos. Los bienes ajenos pueden ser objeto de los contratos. Si el que promete transmitirlos
no ha garantizado el éxito de la promesa, sólo está obligado a emplear los medios necesarios para que la prestación se
realice y, si por su culpa, el bien no se transmite, debe reparar los daños causados. Debe también indemnizarlos cuando
ha garantizado la promesa y ésta no se cumple. El que ha contratado sobre bienes ajenos como propios es responsable
de los daños si no hace entrega de ellos.

1. Introducción
El CCyC mantiene el principio general ya contenido en los arts. 1177 y 1178 CC, según el cual los bienes ajenos pueden
ser objeto de los contratos. Como es regla en materia de contratos, las partes deben obrar con buena fe y es por ello
que quien contrata sobre un bien ajeno como si fuera propio, debe indemnizar a la contraparte por los perjuicios que
pueda sufrir por el incumplimiento.
Dado que en su contenido no se efectúa distinción alguna, la norma se aplica a todo tipo de contratos en los que se
prevea la entrega de un bien, cualquiera sea el título por el que ella se haga.

2. Interpretación
El artículo establece como principio general que los bienes ajenos pueden ser objeto de los contratos.
De acuerdo a lo estipulado en la norma, corresponde distinguir dos supuestos básicos:
1. que el promitente haya contratado sobre bienes ajenos como propios, supuesto en el que, de no producirse la
entrega, debe indemnizar a la otra parte, por mediar una violación a la regla de la buena fe que debe regir en la
formación y ejecución del contrato; y
2. que para ambas partes esté claro que el promitente no tiene la disponibilidad jurídica del bien al tiempo de la
celebración del contrato, supuesto que, a su vez, da lugar a dos variantes:
a. que el promitente haya garantizado el éxito de la promesa, en cuyo caso, de no cumplir, debe indemnizar a la otra
parte; y
b. que no haya asumido tal garantía, situación en la que solo está obligado a emplear los medios necesarios para que la
prestación se realice; de no alcanzarse tal concreción. En este supuesto deben distinguirse, a su vez, otras dos
situaciones:
i. que ello haya sucedido por culpa del promitente, quien entonces deberá indemnizar a la otra parte; y
ii. que no haya mediado tal culpa, supuesto en el que no se deberá tal indemnización.
De tal modo, ante la falta de concreción de la entrega del bien ajeno, el promitente deberá indemnizar a la otra parte
cuando actuó como si el bien ajeno fuera propio al tiempo de la celebración; cuando, teniendo en claro las partes que el
bien era ajeno, garantizó el cumplimiento de la promesa y no se concreta; y cuando, sin haber dado tal garantía y
sabiendo ambas partes que el bien era ajeno, el cumplimiento no se alcanza por haber mediado culpa de quien efectúa
la promesa.
Nada obsta a que la contraparte renuncie a todo derecho a recibir una indemnización en caso de no concretarse la
entrega del bien, asumiendo el riesgo de la operación.

ARTÍCULO 1009.- Bienes litigiosos, gravados, o sujetos a medidas cautelares. Los bienes litigiosos, gravados, o sujetos a
medidas cautelares, pueden ser objeto de los contratos, sin perjuicio de los derechos de terceros.
Quien de mala fe contrata sobre esos bienes como si estuviesen libres debe reparar los daños causados a la otra parte si
ésta ha obrado de buena fe.

1. Introducción
Nuevamente, la regla es la buena fe, que delinea el camino que deben recorrer quienes establecen vínculos
contractuales. En el régimen del Código, a diferencia de lo que ocurría en el art. 1179 CC, no se alude a la figura del
delito de estelionato.

2. Interpretación
El contenido de la norma deja en claro que no existe obstáculo para que el objeto del contrato esté constituido por
bienes litigiosos, sujetos a medidas cautelares o a gravámenes. También deja en claro que tal contratación no deberá
afectar los derechos de terceros, como puede ser la parte que obtuvo la traba de una medida cautelar o resulta
acreedora de una hipoteca o prenda, según el tipo de bien del que se trate, supuestos en los que la ejecución del crédito
podrá seguir a la cosa aun cuando ella haya sido transmitida. En el segundo párrafo del artículo se prevén las
consecuencias del obrar de mala fe de quien contrata sobre esos bienes como si estuviesen libres, estableciendo que
debe reparar los daños causados a la otra parte si este ha obrado de buena fe. Se trata de un supuesto en el que quien
transmite a otro un bien, le oculta dolosamente que está sujeto a alguna forma de restricción jurídica, no de un caso en
el que exista connivencia entre las partes contratantes para defraudar los intereses de un tercero, situación
expresamente excluida de la previsión resarcitoria, como surge de la parte final de la norma, que establece que la
indemnización procede solo si la otra parte obró de buena fe.
El supuesto de afectación de la buena fe previsto en la norma puede darse en casos en los que no medie publicidad
registral de la afectación, pues es claro que el co-contratante no podrá invocar su buena fe frente al asiento registral
que pudo consultar y conocer; la omisión de tal cotejo daría cuenta de un obrar negligente y su alegación no constituiría
más que la invocación de la propia torpeza, jurídicamente inadmisible. Lo que el artículo prevé es una situación de
ocultamiento, de creación de una situación de apariencia que induzca a la otra parte a considerar que no existen
terceros que puedan invocar derechos sobre la cosa.

ARTÍCULO 1010.- Herencia futura. La herencia futura no puede ser objeto de los contratos ni tampoco pueden serlo los
derechos hereditarios eventuales sobre objetos particulares, excepto lo dispuesto en el párrafo siguiente u otra
disposición legal expresa.
Los pactos relativos a una explotación productiva o a participaciones societarias de cualquier tipo, con miras a la
conservación de la unidad de la gestión empresaria o a la prevención o solución de conflictos, pueden incluir
disposiciones referidas a futuros derechos hereditarios y establecer compensaciones en favor de otros legitimarios.
Estos pactos son válidos, sean o no parte el futuro causante y su cónyuge, si no afectan la legítima hereditaria, los
derechos del cónyuge, ni los derechos de terceros.

1. Introducción
El fundamento de la prohibición es de orden público y se encuentra en que los pactos en los cuales se especula con la
muerte de una persona resultan contrarios a la moral pública, al tiempo que podrían generar variaciones en el orden
legal de las sucesiones y en la legítima hereditaria, cuyas normas son en gran medida indisponibles para las partes. Los
contratos sobre herencia futura suelen tener lugar cuando una persona cede sus derechos eventuales de una sucesión
aún no abierta, por encontrarse viva la persona de la que se trata. En doctrina se incluyen en tal categoría los pactos por
los que se instituye contractualmente a otra persona como heredera o legataria; los que establecen la renuncia de una
persona a una herencia futura del co-contratante o de un tercero; aquellos por los que se acepta una herencia futura y
los pactos distributivos, por los que los presuntos herederos acuerdan la división de la herencia, con o sin intervención
del causante. El CCyC incorpora una previsión que atiende a razones de conveniencia social, como es la relativa a la
conservación de la unidad económica vinculada con una empresa o explotación familiar, regulación novedosa, no
prevista en el CC, que también prohibía los pactos sobre herencia futura, sin perjuicio de la indivisión hereditaria
contemplada en el art. 51 de la ley 14.394.

2. Interpretación
La norma establece el principio general según el cual no está permitida la realización de contratos sobre herencia futura
o sobre derechos hereditarios eventuales sobre objetos particulares, con excepciones.
Si bien en el artículo se mantiene la prohibición ya establecida en el art. 1175 CC, se introducen supuestos de excepción,
en los que sí se admite la formulación de pactos exigibles que involucran futuros derechos hereditarios y se establecen
compensaciones entre los legitimarios. Ellos son los relativos a los pactos celebrados con miras a la conservación de la
unidad de gestión empresaria de una explotación productiva o de participaciones societarias de cualquier tipo, o a la
prevención o solución de conflictos en ese ámbito. Es claro que se trata de una previsión de amplios alcances, aplicable
tanto a casos de sociedades regulares como irregulares o de hecho y posibilita la continuidad de la actividad empresarial
familiar, con las ventajas que ella puede conllevar no solo para los herederos sino también para el interés de la
sociedad, preocupada en la conservación de las fuentes de trabajo y en la buena dinámica de un mercado fuerte.
Tales pactos —que son válidos tanto si participan de ellos el futuro causante y su cónyuge como si no lo hacen— tienen,
empero, un límite determinado por tres factores:
1. el respeto de la legítima hereditaria;
2. los derechos del cónyuge; y
3. los derechos de terceros.
Para superar los problemas de afectación de los derechos de los herederos involucrados, la norma prevé expresamente
la determinación de compensaciones entre legitimarios.
Fuera de tales situaciones excepcionales, los contratos otorgados sobre herencias futuras serán nulos, de nulidad
absoluta (art. 387 CCyC). Se trata de una norma imperativa, de orden público, indisponible para las partes, que
establece un supuesto de objeto prohibido.
Si el contrato comprende una herencia futura y otros bienes, será nulo en lo atinente a aquel contenido y,
eventualmente, podrá subsistir con relación a este, de ser ello posible de acuerdo a sus características.

ARTÍCULO 1011.- Contratos de larga duración. En los contratos de larga duración el tiempo es esencial para el
cumplimiento del objeto, de modo que se produzcan los efectos queridos por las partes o se satisfaga la necesidad que
las indujo a contratar.
Las partes deben ejercitar sus derechos conforme con un deber de colaboración, respetando la reciprocidad de las
obligaciones del contrato, considerada en relación a la duración total.
La parte que decide la rescisión debe dar a la otra la oportunidad razonable de renegociar de buena fe, sin incurrir en
ejercicio abusivo de los derechos.

1. Introducción
Algunas actividades económicas requieren del largo plazo para el logro de los objetivos perseguidos por las partes. A
menudo las inversiones realizadas tardan tiempo en amortizarse y en posibilitar un razonable margen de ganancias para
los contratantes o es necesario un lapso prolongado para la concreción de objetivos extrapatrimoniales tenidos en
consideración por la partes al contratar.
También ocurre que en vínculos prolongados, como los propios de los contratos de concesión o de franquicia, una de las
partes —el concesionario o el franquiciado— ajusta su actividad a las pautas determinadas por el concedente o
franquiciante y ello ocurre en grado tal que, a menudo, los consumidores consideran que se trata de una única persona;
circunstancia que determina que una ruptura intempestiva del vínculo por parte del sujeto más fuerte coloca a la
contraria en una situación económica sumamente dificultosa, por las limitaciones objetivas existentes para su
posibilidad de reconversión, lo que puede llevarla a la quiebra, con pérdida de puestos de trabajo.
Los vínculos contractuales fluyen en el tiempo, por lapsos en los que en el mercado ocurren cosas, varían circunstancias,
con afectación de los términos de equilibrio, de la onerosidad originaria. De allí la importancia del acento puesto en el
deber de renegociar antes de plantear una conclusión del vínculo.
Dichas circunstancias determinan que el legislador haya evaluado la especial situación planteada en este tipo de
contratos.

2. Interpretación
El Código alude en este artículo a los contratos de larga duración, que no se encuentran mencionados como tales en el
capítulo referido a la clasificación general. Tales contratos son aquellos en los que, o bien se pacta un plazo extenso (por
ejemplo, contrato de concesión, que tiene un plazo mínimo de cuatro años, según el art. 1506 CCyC) o, superado el
plazo contractual, el vínculo perdura, transformándose en un contrato por plazo indeterminado (art. 1506 CCyC, último
párrafo), o bien no se estipula plazo resolutorio, manteniéndose el vínculo en tanto perdure el interés de ambas partes.
A menudo, tales contratos prevén facultades rescisorias para una o para ambas partes, en una regulación
aparentemente igualitaria, que no es tal si evaluamos la asimetría entre partes que habitualmente presentan estos
contratos. Para morigerar tal asimetría es que, por ejemplo, en el art. 9° de la Ley 26.682 de Medicina Prepaga, se
establece que los usuarios pueden rescindir en cualquier momento el contrato celebrado, sin limitación y sin penalidad
alguna, mientras que los prestadores solo pueden hacerlo cuando el usuario incurra, como mínimo, en la falta de pago
de tres cuotas consecutivas o cuando haya incurrido en reticencia dolosa, falseando los datos de su declaración jurada
de ingreso al sistema prestacional provisto por la empresa.
Este artículo establece el carácter esencial del tiempo, el que estará determinado por el necesario para el cumplimiento
del objeto estipulado, de modo tal que se produzcan los efectos queridos por las partes o se satisfagan las necesidades
que las indujeron a contratar.
Salvo supuestos de limitación legal, como el ya señalado, el mero enunciado de una cláusula rescisoria no conlleva
abuso. Lo que sí puede resultar abusivo es el ejercicio de esa estipulación, situación que podría darse, por ejemplo,
cuando un concedente ejerce la facultad rescisoria antes de haber dado al concesionario la posibilidad de amortizar la
inversión realizada; o sin el debido preaviso (arts. 1492, 1493, 1508, 1522 CCyC y conc.). Se desprende del contenido del
artículo la existencia de un deber de colaboración entre las partes de los contratos de larga duración, el que debe ser
ejercido con respeto por la reciprocidad de las obligaciones del contrato, evaluada por resultado, ex post, teniendo en
cuenta su duración total.
Y es en atención al particular vínculo establecido entre las partes en un contrato de larga duración que se establece que
la parte que decide la rescisión debe dar a la otra una oportunidad razonable de renegociar de buena fe. No debe
tratarse de un formulismo, de una comunicación sin intención real de posibilitar tal renegociación, para que pueda
considerársela enunciada de buena fe. Quien tiene intención de rescindir debe proporcionarle a la contraria,
información suficiente para que pueda reformular sus obligaciones de modo tal de posibilitar la máxima reciprocidad de
intereses entre los contratantes. Esta posibilidad que la ley impone como requisito de un proceder leal y justo se suma
al preaviso exigido para el adecuado ejercicio, no abusivo, de las facultades rescisorias.

CAPÍTULO 6: Causa
ARTÍCULO 1012.- Disposiciones generales. Se aplican a la causa de los contratos las disposiciones de la Sección 2ª,
Capítulo 5, Título IV, Libro Primero de este Código.

ARTÍCULO 1013.- Necesidad. La causa debe existir en la formación del contrato y durante su celebración y subsistir
durante su ejecución. La falta de causa da lugar, según los casos, a la nulidad, adecuación o extinción del contrato.

ARTÍCULO 1014.- Causa ilícita. El contrato es nulo cuando:


a. su causa es contraria a la moral, al orden público o a las buenas costumbres;
b. ambas partes lo han concluido por un motivo ilícito o inmoral común.
Si sólo una de ellas ha obrado por un motivo ilícito o inmoral, no tiene derecho a invocar el contrato frente a la otra,
pero ésta puede reclamar lo que ha dado, sin obligación de cumplir lo que ha ofrecido.

1. Introducción
A diferencia de lo que ocurría con el CC, que trataba el tema causa al abordar el régimen de la obligaciones en general,
este CCyC, con técnica superadora, lo aborda al regular el acto jurídico (arts. 281, 282 y 283 CCyC) y al tratar la teoría
general del contrato.
La causa queda identificada para esta regulación como uno de los elementos esenciales del acto jurídico y, con ello, del
contrato; superándose así una larga polémica de nuestra doctrina, zanjada a favor del neocausalismo, según claramente
se desprende del contenido del art. 281 CCyC, que establece que la causa es el fin inmediato autorizado por el
ordenamiento jurídico, que ha sido determinante de la voluntad, concepto también integrado por los motivos lícitos
exteriorizados e incorporados al acto, en tanto sean esenciales para ambas partes.
La regulación específica en este tramo del diseño normativo es, además, razonable, pues el contrato es en sí finalidad y
es en función de ella que las partes sacrifican parte de su libertad, de sus recursos económicos, de tiempo y de esmero
personal, lo que amerita una adecuada regulación que posibilite el respeto de tal esfuerzo común.
La causa contemplada comprende tanto la causa fin típica de todo vínculo contractual nominado (por ejemplo, el
intercambio cosa por precio en la compraventa), como la causa fin motivacional perseguida en común por las partes, lo
que queda claro a partir de lo establecido en el segundo inciso del art. 1014 CCyC.

2. Interpretación
2.1. Remisión al régimen del acto jurídico
En el art. 1012 CCyC, con coherencia sistémica, el legislador dispone la aplicación a la especie “contrato“ de las normas
que regulan el tema de la causa en el género acto jurídico, arts. 281 a 283 CCyC. Allí se regulan dos principios relevantes
para la materia contractual, que son los siguientes:

2.1.1. Presunción de causa


Establecido en el art. 282 CCyC, determina que aún cuando la causa de un determinado negocio jurídico no se
encuentre en él expresada, se presume la existencia de ella. De tal premisa se derivan dos alternativas, pues es claro
que la causa no expresada puede ser lícita o ilícita. La licitud debe ser presumida, en tanto no se pruebe lo contrario,
pues para el art. 281 CCyC la causa es una finalidad lícita; pero si se determinara la ilicitud, pasaría a ser de aplicación lo
previsto en el art. 1014 CCyC, que más adelante analizaremos.

2.1.2. Falsa causa


Surge del mismo art. 282 CCyC, en cuanto establece que, en los casos en los que media expresión de la causa, de ser la
expuesta falsa, el acto será de todos modos válido si se funda en otra causa verdadera.
Lo previsto en la norma es un supuesto de simulación relativa lícita (art. 334 CCyC). Ante la verificación de una causa
falsa, quien quiere sostener el vínculo contractual deberá probar la existencia de una causa verdadera; ella deberá ser
lícita pues, de lo contrario, nuevamente la cuestión se resolverá según lo pautado en el art. 1014 CCyC.

2.2. Necesidad de causa


En el art. 1013 CCyC se establece el principio de necesidad de causa de los contratos, pautándose que ella debe existir
en el momento de la formación y durante la celebración, y subsistir durante la ejecución.
La existencia de causa lícita en la formación del vínculo contractual es imprescindible, por tratarse de un elemento
necesario para la existencia misma del contrato. Su afectación o desaparición en la etapa funcional puede dar lugar a la
ineficacia contractual, por frustración de la finalidad, cuestión prevista y regulada en el art. 1090 CCyC.

2.3. Causa ilícita


Según se establece en el art. 1014, la causa es ilícita cuando:
1. es contraria a la moral, el orden público o las buenas costumbres, criterio de valoración sobre el que existe entre
nosotros abundante labor doctrinaria y jurisprudencial; y
2. ambas partes concluyeron el contrato por un motivo ilícito o inmoral común, lo que puede darse cuando un contrato
con finalidad típica lícita —como una locación o una compraventa— es celebrado por las partes para el soporte de
actividades ilícitas, prohibidas por ley. Pero si solo una de ellas persigue un fin ilícito o inmoral, el contenido antijurídico
de su conducta le impide invocar el contrato frente a la parte que obró de buena fe, la que sí puede reclamar la
restitución de lo que entregó, sin estar constreñida a cumplir las obligaciones asumidas.
La regulación de la ilicitud de la causa pone en evidencia el deber de las partes en los contratos de ajustar su conducta a
la regla moral y a la legislación vigente.

CAPÍTULO 7: Forma
ARTÍCULO 1015.- Libertad de formas. Solo son formales los contratos a los cuales la ley les impone una forma
determinada.

ARTÍCULO 1016.- Modificaciones al contrato. La formalidad exigida para la celebración del contrato rige también para
las modificaciones ulteriores que le sean introducidas, excepto que ellas versen solamente sobre estipulaciones
accesorias o secundarias, o que exista disposición legal en contrario.

1. Introducción
La forma hace a la exteriorización de la voluntad de las partes. En el derecho moderno las formas son impuestas por
diversas razones, entre las que pueden mencionarse: mayor certeza de los hechos; mayor y mejor determinación del
objeto del contrato; necesidad de asegurar a una de las partes —generalmente la más débil en la relación jurídica—
contar con el enunciado de las cláusulas que contienen las obligaciones establecidas en una determinada relación
jurídica; registro de actos de los que puede derivarse la afectación de terceros, como los acreedores de las partes;
mayor control por parte del Estado con relación a determinados negocios jurídicos, tanto por razones tributarias como
por el control de operaciones que pueden ser empleadas como vehículo para el lavado de dinero proveniente de ilícitos
de diverso tipo; necesidad de asegurar que un determinado acto de disposición se celebre con sujeción a recaudos que
requieran o posibiliten una mayor reflexión, etc.
El principio general que rige en la materia es el de la libertad de formas, por lo que la imposición de estas es excepcional
y la ley la establece por alguna de las finalidades mencionadas, vinculadas con cuestiones de orden público.
En este Código la forma y la prueba se encuentran reguladas en la parte general del acto jurídico —en la que se
establece el principio de libertad de formas (art. 284 CCyC), se determinan los efectos de la imposición de una
determinada forma (art. 285 CCyC), se regulan las vías para la expresión escrita (art. 286 CCyC), se distinguen los
instrumentos privados y los particulares no firmados (art. 287 CCyC), y se disponen los efectos de la firma, con previsión
de la de los instrumentos generados por medios electrónicos (art. 288 CCyC)— y en la parte general del contrato, que
integran este Capítulo.

2. Interpretación
En el art. 1015 CCyC se establece el criterio para la identificación de los contratos formales, categoría que remite a lo
regulado en el art. 969 CCyC. Según lo establecido en la norma, serán contratos no formales aquellos que no están
sujetos por la ley a requisito formal alguno, y formales, los que sí. Dentro de los contratos formales, aquellos para los
que la ley impone la forma como requisito de validez, serán nulos en caso de inobservancia de la forma. Cuando no se
establece tal sanción de nulidad, no producirán plenitud de efectos sino hasta que se cumpla con la exigencia formal;
pero, no obstante, valdrán como contratos en los que las partes se obligaron a cumplir con ella.
La libertad de formas determina que, de no mediar imposición legal, las partes no se encuentren obligadas a observar
una determinada forma para el otorgamiento de un acto; pero ello implica también que tienen la libertad de
establecerla, aun cuando ella no sea exigida por el ordenamiento jurídico, como surge del inc. d del art. 1017 CCyC.
Nada obsta, por ejemplo, a que una compraventa de cosa mueble no registrable sea formalizada en escritura pública,
como puede ocurrir en el caso de un bien de gran valor económico, una joya o una obra de arte.
La norma contenida en el art. 1016 CCyC —que, como norma general, exige que la forma requerida para la celebración
del contrato rija también para la modificaciones ulteriores que le sean introducidas, salvo que sean accesorias o
secundarias o que exista disposición legal en contrario— presenta vinculación lógica con las razones por las que, tal
como se ha explicado, se establecen las formas en el derecho moderno; pues lógico es que las modificaciones
sustantivas que puedan introducirse con relación a un determinado negocio jurídico (sean ellas de objeto, de sujeto o
de otros elementos medulares según el tipo de contrato) puedan ser también precisadas con las seguridades que se
derivan de los recaudos formales, generalmente vinculados con la exigencia de la forma escrita.

ARTÍCULO 1017.- Escritura pública. Deben ser otorgados por escritura pública:
a. los contratos que tienen por objeto la adquisición, modificación o extinción de derechos reales sobre inmuebles.
Quedan exceptuados los casos en que el acto es realizado mediante subasta proveniente de ejecución judicial o
administrativa;
b. los contratos que tienen por objeto derechos dudosos o litigiosos sobre inmuebles;
c. todos los actos que sean accesorios de otros contratos otorgados en escritura pública;
d. los demás contratos que, por acuerdo de partes o disposición de la ley, deben ser otorgados en escritura pública.

1. Introducción
El ordenamiento jurídico exige la escritura pública —cuyo régimen se encuentra regulado en los arts. 299 a 309 CCyC—
cuando existen razones que hacen necesario un registro del acto que asegure el control de legalidad que todo escribano
debe realizar y la posibilidad de acceso a los términos del negocio jurídico por terceros, incluido el Estado. El enunciado
de la norma simplifica el del Código Civil, no porque se hayan eliminado los restantes supuestos a los que aludía el art.
1184 CC, sino porque han sido objeto de regulación en otros tramos del cuerpo normativo, como ocurre con las
convenciones matrimoniales (art. 448 CCyC); la renuncia de herencia (art. 2299 CCyC); la constitución de renta vitalicia
(art. 1599 CCyC); la cesión de derechos hereditarios (art. 2302 CCyC) o el otorgamiento de mandato de representación
para la celebración de actos que deben ser celebrados en escritura pública (art. 363 CCyC). En el caso de la partición
extrajudicial de bienes, puede ahora ser hecha por la forma que los herederos acuerden (art. 2369 CCyC), aunque si
comprende bienes inmuebles, entendemos que debe ser hecha por escritura publica, en razón de lo establecido en el
inc. a del art. 1017 CCyC. Finalmente, al no haber sido reguladas las sociedades civiles en este Código, no subsiste el
supuesto al que se refería el art. 1184, inc. 3, CC.

2. Interpretación
La norma establece cuatro supuestos en los que los contratos deben ser otorgados por escritura pública:

2.1. Cuando tienen por objeto la adquisición, modificación o extinción de derechos reales sobre inmuebles, con excepción
de los casos de venta por subasta pública
La disposición supera el enunciado del CC, que aludía solo a la transmisión, previendo ahora los actos de modificación o
extinción de derechos reales sobre inmuebles, de acuerdo a lo que reclamaba calificada doctrina. La exigencia se vincula
con la amplia oponibilidad de los derechos reales, que conlleva la adopción de recaudos que faciliten su publicidad y
registro (art. 1893 CCyC).
En el tramo final del inciso se hace excepción de los casos en que el acto es realizado mediante subasta proveniente de
ejecución judicial o administrativa, lo que resulta lógico por dos razones:
a. el otorgamiento de una escritura pública requiere de la intervención de un escribano, quien debe realizar el control
de legalidad del acto y verificar la satisfacción de los distintos requisitos que lo hagan posible, labor que, en los casos de
subasta, realiza la autoridad que la ordena; y
b. la inscripción registral que se realiza a partir de la intervención notarial, que en el caso de subasta también es
dispuesta por la autoridad que la dispone, cubriéndose con ello la exigencia de publicidad propia de los derechos reales.

2.2. En el caso de los contratos que tienen por objeto derechos dudosos o litigiosos sobre inmuebles
Derecho dudoso es aquel que carece de certidumbre, y litigioso, el que se encuentra en debate en un proceso judicial.
La disposición es lógica derivación de lo establecido en el inciso anterior y del criterio de adopción de mecanismos
publicitarios en lo relativo a la transmisión de inmuebles. En razón de lo aquí establecido, deberán otorgarse en
escritura pública, por ejemplo, toda compraventa, permuta, donación, cesión o transacción relativa a derechos sobre
bienes inmuebles.

2.3. Cuando el acto es accesorio de un contrato otorgado en escritura pública


En razón de lo establecido en esta norma, cuando un acto integra lo determinado en un contrato otorgado en escritura
pública —por ejemplo, aceptación de una donación de bien registrable o ratificación de una operación formalizada por
medio de tal recaudo instrumental—, deberá ser otorgado en escritura pública.
La referencia a la accesoriedad da cuenta de un acto que carece de razón autónoma, pues su finalidad está subordinada
a la de otro negocio jurídico que complementa.
2.4. Cuando por acuerdo de partes o disposición de la ley, el acto debe ser otorgado por escritura pública
Esta disposición no se encontraba enunciada en los códigos reemplazados por este cuerpo normativo. Si bien la
referencia a la imposición formal por disposición legal podía ser soslayada por el legislador, cabe considerar que la ha
enunciado para dejar establecido que los supuestos en los que se debe emplear la escritura pública para la
formalización de un contrato no se reducen a los establecidos en este Código, sino que pueden surgir de leyes
especiales. En cuanto a lo relativo al acuerdo de partes, se prevé el establecimiento de una solemnidad específica por
voluntad de las partes contratantes, la que determinará la ley de circulación posterior del negocio jurídico, aun cuando
opere la sustitución de sujetos por vía, por ejemplo, de una cesión de posición contractual. Al respecto, debe señalarse
que tal imposición formal será válida en tanto no constituya una cláusula abusiva de un contrato de adhesión o de
consumo, en perjuicio del adherente o del consumidor, imponiendo un recaudo formal de mayor costo y complejidad
para, por ejemplo, tener por operada la rescisión del vínculo negocial.

ARTÍCULO 1018.- Otorgamiento pendiente del instrumento. El otorgamiento pendiente de un instrumento previsto
constituye una obligación de hacer si el futuro contrato no requiere una forma bajo sanción de nulidad. Si la parte
condenada a otorgarlo es remisa, el juez lo hace en su representación, siempre que las contraprestaciones estén
cumplidas, o sea asegurado su cumplimiento.

1. Introducción
La norma responde a la realidad del tráfico negocial de nuestro país, en el que es habitual que las partes en contratos
que tienen impuesto algún recaudo formal específico, obrando de buena fe, los celebren sin satisfacerlo, como ha sido
tradicional que ocurriera con la compraventa inmobiliaria, en la que suele firmarse un boleto de compraventa —ahora
específicamente previsto en los arts. 1170 a 1171 CCyC— en el que quedan establecidos los términos de la operación y
el compromiso de los celebrantes de otorgar la escritura pública.
De lo que se trata en este artículo es de una forma de conversión del negocio jurídico, vía por la que se procura
preservar su utilidad práctica y conservar su finalidad jurídico-económica.
Existe una comunidad de fines entre el acto convertido y el nuevo, que satisface las exigencias formales enunciadas por
las partes o por la ley.
El otorgamiento del instrumento pendiente debe ajustarse a lo previsto en los arts. 773 a 777 CCyC en materia de
obligaciones de hacer.

2. Interpretación
2.1. La conversión instrumental
El artículo, en línea con lo establecido en el art. 285 CCyC, regula un supuesto de conversión del acto jurídico por el que
se considera que el contrato concluido sin sujeción a la forma debida vale como establecimiento de una obligación de
hacer: la de concretar las partes la conducta que resulte necesaria para que se satisfaga la forma exigida. Ello exige de la
colaboración de las distintas partes contratantes, quienes deberán aportar la información y documentación que se les
requiera para poder lograr esa finalidad prevista por el legislador.
Según se establece en la norma, dicha conversión es posible en los casos en los que la ley no imponga para el contrato
una forma determinada bajo sanción de nulidad, como ocurre, por ejemplo, con las donaciones de inmuebles, de
muebles registrables y de prestaciones periódicas o vitalicias (art. 1552 CCyC).

2.2. Conversión instrumental coactiva


En el tramo final del artículo se establece una norma en la que la ley común proyecta efectos en materia de
procedimientos judiciales, no delegada por las provincias en el gobierno federal; pero lo hace a fin de lograr
uniformidad en la solución en todas las jurisdicciones del territorio nacional en una cuestión que hace directamente al
cumplimiento y satisfacción de los derechos sustantivos a los que se refiere este Código.
Así se prevé que, si la parte condenada a otorgar el instrumento es remisa en el desarrollo de las conductas necesarias
para concretar el acto debido, el juez puede sustituirla en su representación, siempre que las contraprestaciones estén
cumplidas o se asegure su cumplimiento.
No se trata de una consecuencia que se vaya a dar automáticamente ante cualquier caso en el que una de las partes no
otorgue el acto. Lo establecido por la norma requiere de un proceso judicial en el que se dé oportunidad al obligado a
ser oído y de ejercer plenamente su derecho de defensa, de dar las razones por las que entiende que no están dadas las
condiciones para el otorgamiento del acto, o de dejar expuesta su reticencia, en caso de no mediar ellas. En este último
supuesto, el juez deberá intimarlo a cumplir dentro de un plazo razonable y solo en caso de no hacerlo el obligado,
actuará en su representación.
Se trata de un supuesto en el que la ley impone una representación a cargo de un órgano del Estado, ante determinadas
circunstancias y para asegurar la satisfacción de un derecho.
Tal procedimiento podrá ser seguido siempre que se encuentren cumplidas las contraprestaciones debidas entre las
partes o que se asegure su cumplimiento al tiempo del otorgamiento del acto. De no verificarse tal situación, el contrato
deberá darse por resuelto, con las consecuencias que de ello derivan.

CAPÍTULO 8: Prueba
ARTÍCULO 1019.- Medios de prueba. Los contratos pueden ser probados por todos los medios aptos para llegar a una
razonable convicción según las reglas de la sana crítica, y con arreglo a lo que disponen las leyes procesales, excepto
disposición legal que establezca un medio especial. Los contratos que sea de uso instrumentar no pueden ser probados
exclusivamente por testigos.

1. Introducción
La producción de efectos jurídicos se encuentra condicionada a la existencia de hechos aptos para provocarlos; si el
presupuesto fáctico se encuentra controvertido, la prueba resulta necesaria, esencial. De lo que se trata en este capítulo
es de la prueba relativa a la existencia y alcances de un contrato; no del cumplimiento o incumplimiento de sus
prestaciones, sino de la cuestión relativa a su existencia y efectos.
La ley, con un enunciado menos casuístico que el de su antecesora, abre aquí amplias posibilidades probatorias, no
limitadas a los medios de los que actualmente se dispone sino a cualquier otro que en el futuro puedan generarse por
los avances científicos y tecnológicos; al tiempo que establece un límite razonable a la posibilidad de acreditar un
vínculo contractual por medio de testigos.
Naturalmente, la regulación contenida en este capítulo debe considerarse directamente vinculada con lo establecido en
materia de prueba de los actos jurídicos, en especial en todo lo relativo a la forma instrumental, sus requisitos y efectos.
Es claro que la prueba del contrato será necesaria solo en caso de darse controversia con relación a su existencia.
El régimen general impone que las pruebas sean suministradas por la parte que invoca la existencia de un determinado
hecho; pero en materia contractual debe tenerse en consideración quién se encuentra en mejores condiciones de
aportar elementos que permitan al juez evaluar el conjunto de circunstancias en las que se pudo haber celebrado o no
un contrato; para lo que puede aplicarse una distribución de pruebas como la prevista en el art. 1735 CCyC para los
supuestos de daño, teniendo en consideración la situación de cada parte contratante y el razonable balance de la
relación.

2. Interpretación
2.1. Medios de prueba para la acreditación de la existencia de un contrato
Según lo establecido en el art. 1019 CCyC, los contratos pueden ser probados por todos los medios aptos para alcanzar
una razonable convicción según las reglas de la sana crítica y con sujeción a lo que disponen las leyes procesales.
Dado que el dictado de las normas procesales es potestad propia de cada provincia o de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, por tratarse de materia no delegada en el gobierno federal, la regulación específica de la cuestión relativa a cómo
se producirá la prueba queda sujeta a la regulación local, aun cuando es claro que, en razón del principio establecido en
el art. 31 CN, la norma de derecho común da una amplitud que, en modo alguno, puede ser limitada por la local, más
allá de los supuestos de excepción que la propia ley sustantiva enuncia.

2.2. Criterio de valoración de las pruebas sobre la existencia de un contrato


El artículo prevé que las pruebas que se produzcan con relación a la existencia y alcance de un contrato sean evaluadas
según las reglas de la sana crítica, que son de naturaleza lógica y se nutren de las máximas de la experiencia, requieren
de fundamentación y constituyen un límite a la libre valoración.
Tal evaluación según reglas lógicas autoriza a tener en consideración tanto pruebas directas como las que surgen de la
elaboración de presunciones basadas en indicios directamente probados por algún medio admisible y lícito.
De acuerdo a lo establecido en la norma, tal valoración probatoria podrá tener en consideración todo tipo de prueba, en
tanto la ley no imponga una determinado medio probatorio en especial, pues de ser así, deberá estarse a su
acreditación.

2.3. Eficacia de la prueba testimonial


La eficacia de la prueba testimonial se encuentra restringida, pero no suprimida, en los casos en los que existe
costumbre social de celebrar contrato por escrito. Adviértase que no se ha dicho que ello sea así cuando la forma escrita
sea impuesta por ley, sino que lo establecido ha sido que “…sea de uso instrumentar…”. En tales casos, la prueba
testimonial debe ser necesariamente complementada por otros medios de prueba concordantes, pues lo que la ley veda
es la prueba exclusiva por testigos.
La disposición es lógica, pues si bastara la prueba testimonial para tener por acreditado un contrato, podrían tener lugar
maniobras de sujetos que, en asociación ilícita, coordinaran su conducta para invocar, algunos, la existencia de un
contrato que otros, cómplices, permitirían probar con sus falsas declaraciones, elaborando una estafa destinada a
generar obligaciones a un tercero que nunca contrató. Por ello, el criterio de valoración de la prueba debe ser en tales
casos sumamente estricto y requerir de otros indicios o elementos convictivos sólidos y relevantes.
Por lo dicho, la prueba testimonial tiene, en los casos en los que es de uso instrumentar el acuerdo, una eficacia
subordinada a la existencia de otros elementos probatorios coincidentes o concordantes.

ARTÍCULO 1020.- Prueba de los contratos formales. Los contratos en los cuales la formalidad es requerida a los fines
probatorios pueden ser probados por otros medios, inclusive por testigos, si hay imposibilidad de obtener la prueba de
haber sido cumplida la formalidad o si existe principio de prueba instrumental, o comienzo de ejecución.
Se considera principio de prueba instrumental cualquier instrumento que emane de la otra parte, de su causante o de
parte interesada en el asunto, que haga verosímil la existencia del contrato.

1. Introducción
Como ya se ha señalado, a menudo el derecho impone determinadas formas a observar por las partes en la celebración
de un contrato, cuestión generalmente vinculada con razones de orden público. En ocasiones, como ocurre con la
donación de inmuebles, de cosas muebles registrables y de prestaciones periódicas o vitalicias (art. 1552 CCyC), la forma
es impuesta como requisito de validez del contrato y, sin ella, él no puede considerarse existente; en otras, es impuesta
a los fines probatorios, como ocurre, por ejemplo, en los casos de locación de cosa inmueble o mueble registrable o de
una universalidad que incluya inmuebles o muebles registrables o de parte material de un inmueble (art. 1188 CCyC); en
los contratos bancarios (art. 1380 CCyC); en el de agencia (art. 1479 CCyC, último párrafo); en el de fianza (art. 1579
CCyC); en el de cesión de derechos cuando no se refiere a actos que deben otorgarse por escritura pública (art. 1618
CCyC); el de transacción (art. 1643 CCyC); en el de arbitraje (art. 1650 CCyC) y en el de fideicomiso, cuando no se refiere
a bienes cuya transmisión requiera del otorgamiento de escritura pública (art. 1669 CCyC); también el contrato de
seguro debe probarse pro escrito (art. 11 de la ley 17.418). Este artículo aumenta la exigencia probatoria establecida en
el anterior para los contratos que es uso instrumentar por escrito, pues admite la prueba testimonial solo cuando se
satisfacen determinados requisitos.

2. Interpretación
El artículo se refiere a un supuesto específico de prueba sobre la existencia y alcances de un contrato, el referido a
aquellos en los que la formalidad es requerida a los fines probatorios.
La prueba principal y básica será, en estos casos, siempre el propio instrumento; pero la norma admite que la existencia
del acto jurídico se pruebe por otros medios, incluido el de la prueba testimonial, en tres supuestos distintos, que
pueden coincidir o no en un mismo caso —lo que se desprende del uso de la conjunción disyuntiva “o”— y que dan
lugar a indicios probatorios que pueden ser complementados por otros medios, posibilitando al juzgador formar
convicción sobre la existencia del contrato, según las reglas de la sana crítica. Esos supuestos son:
a. Cuando existe imposibilidad de obtener la prueba de haber sido cumplida la formalidad: lo que puede darse en caso
de mediar destrucción, sustracción o extravío del instrumento, o también, de darse algún supuesto invencible de acceso
al documento.
b. Si existe principio de prueba instrumental: lo que ocurre, por ejemplo, si quien sostiene la existencia del contrato
presenta facturas, recibos, remitos, cartas de porte, constancias de transferencias bancarias o cualquier otro tipo de
instrumento que tendría su origen en la existencia del vínculo contractual invocado, sin perjuicio de que ellos permitan
tener por corroborado también el comienzo de ejecución. Puede tratarse de instrumentos públicos, privados o
particulares no firmados y constar en soporte papel o tratarse de documentos electrónicos (art. 287 CCyC).
c. Si existe comienzo de ejecución: se verifica cuando se corrobora la realización de determinadas prestaciones que
pueden considerarse comprendidas en las obligaciones generadas por el vínculo contractual invocado y no en otro
existente entre las partes; de modo tal que no habrían tenido lugar de no haber mediado la celebración del contrato
que se quiere probar.
Es importante que, aun cuando las partes cuenten con el instrumento en el que consta la existencia del contrato, el que
puede ser sometido a reconocimiento por aquel a quien se atribuye su autoría, en caso de no haber sido este celebrado
por medio de escritura pública o de no contar con firmas certificadas por escribano, prevean el ofrecimiento de prueba
de respaldo (por ejemplo, pericia caligráfica) para el caso que este sea negado por la contraria en el juicio.

CAPÍTULO 9: Efectos
SECCIÓN 1ª: Efecto relativo
ARTÍCULO 1021.- Regla general. El contrato sólo tiene efecto entre las partes contratantes; no lo tiene con respecto a
terceros, excepto en los casos previstos por la ley.

ARTÍCULO 1022.- Situación de los terceros. El contrato no hace surgir obligaciones a cargo de terceros, ni los terceros
tienen derecho a invocarlo para hacer recaer sobre las partes obligaciones que éstas no han convenido, excepto
disposición legal.

1. Introducción
Nuestro sistema normativo da libertad a los particulares para generar normas contractuales, que regularán relaciones
jurídicas específicas entre ellos. Como lógico contrapeso de ese poder jurígeno, el Código limita los efectos que puede
proyectar cada vínculo a las obligaciones asumidas por esas partes, dejando a salvo la situación de terceros, a excepción
de los supuestos estrictamente previstos por la ley, en las que estos pueden verse beneficiados.
Pero el contrato no es solo una relación jurídica y económica, sino que a menudo tiene proyección en el ámbito social, y
puede verse afectado en su ejecución, cuestión que suele estar prevista en normas locales de carácter administrativo,
como las que regulan los horarios en los que pueden producirse ruidos que puedan afectar a terceros, como los que se
derivan de una obra en construcción. Hay un grado de afectación que se asocia con lo que podemos considerar la
normal tolerancia de actividades ajenas en una sociedad y otro, el que proyecta efectos perjudiciales hacia terceros, en
forma más o menos repetitiva, habitual o permanente, generando el derecho de estos de hacer cesar esas conductas y
de obtener resarcimiento, porque la regla general es que la cosa concluida entre unos no puede afectar a otros.
También puede ocurrir que determinados contratos se realicen con fines de posicionamiento en el mercado y que, de
ellos, se derive alguna circunstancia que no cuente con el favor de la ley, como cuando hay abuso de posición
dominante, en cuyo caso los terceros afectados pueden efectuar planteos con sustento en las normas que regulan la
competencia.
No obstante lo expuesto, es claro que el contrato celebrado entre dos partes debe ser también respetado por terceros,
quienes deben abstenerse de interferir u obstaculizar su ejecución. Integra el derecho de propiedad de las partes y se
encuentra comprendido en la garantía constitucional de este, por las diversas vías por las que ella puede ser
desplegada.
Si terceros se ven afectados en forma ilegítima, injusta o supererogatoria por los efectos de una relación jurídica
contractual establecida entre partes, podrán —por las vías legales pertinentes— solicitar las medidas que puedan ser
necesarias y conducentes para hacer cesar esa incidencia indebida, por las vías legales pertinentes, en caso de verse
perjudicados por ella.
La noción de parte se encuentra técnicamente establecida en el art. 1023 CCyC, de este mismo capítulo.

2. Interpretación
2.1. El principio de relatividad de efectos
El art. 1021 CCyC enuncia lo que en doctrina se conoce como “principio de relatividad de efectos de los contratos”,
según el cual estos pueden proyectar efectos, derechos y obligaciones solo con relación a los sujetos que conforman las
partes contratantes, pero no con relación a terceros ajenos al vínculo entre ellos establecido.
Ahora bien, son numerosos los supuestos de contratos en los que algunos terceros, cuyas voluntades no concurren a la
celebración, pueden verse alcanzados por los efectos, por disposición legal, que es a lo que se refiere el último tramo
del artículo. Ello ocurre, por ejemplo, en el caso de los beneficiarios de un seguro de vida (art. 143 de la ley 17.418); de
los integrantes del grupo familiar en el caso de un contrato de medicina prepaga celebrado por quien aparece como
titular (arts. 13 y 14 de la Ley 26.682 de Marco Regulatorio de la Medicina Prepaga); o en el de los fideicomisarios en un
contrato de fideicomiso (art. 1672 CCyC).
Como se ha indicado en la introducción, también pueden darse situaciones en las que terceros formulen planteos por la
afectación que se les derivaría de algún diseño de ingeniería jurídica en el que se empleen uno o varios contratos con la
finalidad de obtener el control de una parte del mercado, en violación de las normas de defensa de la competencia,
situación que puede autorizar la formulación de planteos administrativos y el ejercicio de acciones judiciales destinadas
a enervar sus efectos.

2.2. La situación de los terceros con relación al contrato


De acuerdo a lo establecido en el art. 1022 CCyC, el contrato sí podrá generar créditos a favor de terceros, mas no
obligaciones, y aquellos serán exigibles en la medida que se verifiquen los presupuestos establecidos en el contrato y
sus términos sean aceptados por el beneficiario, quien no puede ser obligado a aceptar un beneficio en cuya ideación y
diseño no fue parte.
En contraposición, los terceros no pueden intervenir en la vida del vínculo contractual, pretendiendo derivar de él
obligaciones que no han sido convenidas por las partes, salvo supuestos de disposición legal específica.
Deben considerarse terceros quienes no tienen vínculo jurídico directo con el objeto del contrato, situación en la que
también se encuentran, en principio, los herederos hasta que son llamados a suceder.
No obstante, es claro que determinados terceros no son ajenos a la suerte de un contrato que puede tener a otros
sujetos como partes principales y es así, por ejemplo, que en el contrato de fideicomiso el juez puede autorizar al
fiduciante, al beneficiario o al fideicomisario a ejercer las acciones que el fiduciario omita llevar adelante sin que medie
motivo suficiente (art. 1689, párr. 2, CCyC).
En algunos contratos, como el de medicina prepaga o los educativos, la autoridad pública suele imponer al proveedor de
servicios, obligaciones que no se encontraban comprendidas en la contratación original, que puede datar de años atrás.
Específicamente, ello ocurre en el contrato de medicina prepaga cada vez que se incorpora una nueva prestación al
Programa Médico Obligatorio que debe cumplir, generando así obligaciones cuya satisfacción puede ser requerida por
algún beneficiario de los distintos sistemas de contratación (conf. art. 7º de la ley 26.682).

ARTÍCULO 1023.- Parte del contrato. Se considera parte del contrato a quien:
a. lo otorga a nombre propio, aunque lo haga en interés ajeno;
b. es representado por un otorgante que actúa en su nombre e interés;
c. manifiesta la voluntad contractual, aunque ésta sea transmitida por un corredor o por un agente sin representación.

ARTÍCULO 1024.- Sucesores universales. Los efectos del contrato se extienden, activa y pasivamente, a los sucesores
universales, a no ser que las obligaciones que de él nacen sean inherentes a la persona, o que la transmisión sea
incompatible con la naturaleza de la obligación, o esté prohibida por una cláusula del contrato o la ley.

1. Introducción
El CCyC introduce la delimitación del concepto de parte, superando en ello la regulación de los códigos que sustituye.
Quien concurre a la celebración de un contrato puede actuar en interés propio o en interés ajeno, como sucede en el
caso de los representantes; las normas en comentario precisan el concepto de parte, referido a la persona, humana o
jurídica, a quien habrá de efectuarse la imputación de las consecuencias jurídicas derivadas de la contratación y, en caso
de tratarse de una persona humana, qué efectos se proyectarán a sus sucesores en caso de muerte.

2. Interpretación
2.1. El concepto de parte en un contrato
En tres incisos, en el art. 1023 se precisa el concepto de parte de un contrato, con clara intención de proteger la buena
fe de la otra parte contratante; circunstancia que surge en forma evidente de lo dispuesto en el inc. a, en el que se
atribuye carácter de parte a quien negocia con otro en razón de un interés ajeno no exteriorizado, como cuando se
actúa en ejecución de un mandato sin representación (art. 1321 CCyC). Tal supuesto de actuación es admisible en tanto
no se trate de un mandato otorgado con finalidad de soslayar una prohibición legal y el efecto establecido es que quien
ha actuado frente a otros como si negociara por sí, debe asumir frente a aquellos las obligaciones establecidas en el
contrato; ello, sin perjuicio de los supuestos de subrogación que puedan tener lugar, conforme la regulación del
mandato.
El segundo supuesto, del inc. b, es el del mandato con representación, que obliga al mandante frente a terceros, en los
términos previstos en el art. 366 CCyC y disposiciones concordantes de este Código.
Finalmente, el tercer supuesto es el que corresponde a una voluntad imputable al comitente, cuando ella es
exteriorizada por medio de un corredor o agente, quienes se encuentran vinculados con aquel por contratos de
corretaje (art. 1345 CCyC) o de agencia (art. 1479 CCyC), negocios jurídicos en los que no media representación.
En todos esos supuestos, lo relevante es quién resulta contraparte en la celebración de un contrato para quien actúa de
buena fe; es esa persona, humana o jurídica, quien se verá alcanzada por los efectos del contrato.

2.2. La situación de los sucesores universales de un contratante fallecido


Los contratos solo pueden transmitir efectos a terceros, tanto activa como pasivamente, cuando su objeto concierne a
bienes transmisibles por vía hereditaria, lo que no ocurre en los siguientes casos:
a. Cuando establecen obligaciones inherentes a la persona que fallece, como ocurre cuando un cantante famoso se ha
comprometido a dar una serie de conciertos y muere antes del cumplimiento, circunstancia en la que cabe considerar
desaparecido el interés de la contraparte, para la que la identidad artística y pública del contratado resultaba esencial.
En el art. 776 CCyC se establece que una prestación puede ser ejecutada por persona distinta del deudor, a no ser que
de la convención, de la naturaleza de la obligación o de las circunstancias resulte que este fue elegido por sus cualidades
para realizarla personalmente, situación que se presume en los contratos que suponen una confianza especial.
b. Cuando la transmisión sea incompatible con la naturaleza de la obligación, como sucede con la generada por un
contrato de mandato (art. 1329, inc. e, CCyC).
c. Cuando la transmisión se encuentre prohibida por una cláusula del contrato, de la ley, como sucede cuando
expresamente se enuncian limitaciones a la posibilidad de transmisión, algo habitual en contratos de sociedad de tipo
personal y en contratos donde una de las partes estipula tal limitación, para mantener un control general del negocio,
como sucede habitualmente en el contrato de franquicia.

2.3. Transmisión de derechos por terceros beneficiarios


Por lo general, cuando en un vínculo contractual se establecen determinadas prerrogativas jurídicas a favor de terceros,
su ejercicio no se transmite a sus herederos, salvo que medie una cláusula concreta en tal sentido, como ocurre en el
caso de la estipulación a favor de tercero (art. 1027 CCyC).

SECCIÓN 2ª: Incorporación de terceros al contrato

ARTÍCULO 1025.- Contratación a nombre de tercero. Quien contrata a nombre de un tercero sólo lo obliga si ejerce su
representación. A falta de representación suficiente el contrato es ineficaz. La ratificación expresa o tácita del tercero
suple la falta de representación; la ejecución implica ratificación tácita.

1. Introducción
Por tiempo, los nuncios, mensajeros o agentes constituyeron el vehículo idóneo para larealización de contratos a
distancia, cuando las comunicaciones no posibilitaban inmediatez.
Tal situación ha variado sustancialmente con el desarrollo de las TICs, las tecnologías de la informática y las
comunicaciones, que permiten que dos personas, ubicadas en las antípodas del planeta, mantengan una comunicación
cara a cara en prácticamente tiempo real. No obstante, el proceso cultural de penetración y asimilación de esas
tecnologías es gradual y no se da en todos los ámbitos y lugares, muchas veces por ausencia de soporte logístico
suficiente, por lo que es acertado que el Código Civil y Comercial mantenga la regulación de los casos en los que una
persona contrata a nombre de otro, con o sin representación.
En el título de este capítulo se habla de incorporación de terceros al contrato y cabe señalar que, más allá de lo
expuesto en el párrafo anterior, hoy es habitual el desarrollo de negocios jurídicos vinculados con lo que se ha
denominado “tercerización” de actividades, la que a menudo se da bajo la forma de una subcontratación por la que
determinadas tareas a cumplir por una de las partes, según las obligaciones por ella asumidas en un determinado
contrato, son encomendadas a terceros, lo que resulta válido en tanto no exista prohibición expresa en el contrato y
cuando media ratificación.

2. Interpretación
2.1. Los alcances de la representación
La regla general es que quien contrata a nombre de otro solo obliga a este si ejerce su representación. Dicha
representación puede ser voluntaria, legal u orgánica, de acuerdo a lo establecido en el art. 358 CCyC y, de conformidad
con lo dispuesto en el art. 359 CCyC, los actos celebrados por el representante en nombre del representado y en los
límites de las facultades conferidas por la ley o por el acto de apoderamiento, producen efecto directamente para aquel.
La representación, cualquiera sea su naturaleza, alcanza a los actos objeto del apoderamiento, a las facultades
otorgadas por la ley y a los actos necesarios para su ejecución (art. 360 CCyC), por lo que no es preciso que todos ellos
se encuentren detallados en los actos por los que se exterioriza la existencia de un poder para la actuación de un
determinado sujeto en nombre de otro.

2.2. Ausencia de representación suficiente


La existencia de supuestos de actuación no autorizados y las limitaciones o la extinción del poder son oponibles a
terceros si estos las conocen o pudieron conocerlas por medio del despliegue de una conducta diligente (art. 361 CCyC).
La valoración de estas situaciones debe realizarse teniendo en cuenta:
1. el principio general sistémico de buena fe;
2. el deber de información adecuada que se deriva de la vigencia de ese principio de buena fe; y
3. la diligencia debida y ejercida por las partes. El desarrollo de conductas destinadas a generar en otro convicción
respecto de la existencia de facultades de las que en realidad se carece, puede conducir a la ineficacia del vínculo así
contraído, por mediar dolo o, según las circunstancias, error.

2.3. Subsanación de la ausencia de representación suficiente previa


De acuerdo a lo previsto en el tramo final de la norma, la falta de representación puede ser subsanada por vía de la
ratificación expresa o tácita, la que se daría en caso de ejecutar el sujeto considerado en el negocio jurídico como
representado, alguna conducta vinculada con el contrato celebrado en su nombre, que no habría desplegado de no ser
su intención consentir el acto.
Como lo establece el art. 369 CCyC, la ratificación suple el defecto de representación y luego de ella la actuación se da
por autorizada con efecto retroactivo al día del acto, sin afectación de los derechos de terceros que hayan contratado
con relación al bien objeto del contrato con anterioridad a la ratificación, para quienes ella y sus efectos primarios
resultan inoponibles.
La ratificación puede hacerse en cualquier tiempo, pero los interesados pueden requerirla, fijando un plazo para ello
que no exceda de quince días. El silencio frente al requerimiento se debe interpretar como negativa (art. 370 CCyC).
ARTÍCULO 1026.- Promesa del hecho de tercero. Quien promete el hecho de un tercero queda obligado a hacer lo
razonablemente necesario para que el tercero acepte la promesa. Si ha garantizado que la promesa sea aceptada,
queda obligado a obtenerla y responde personalmente en caso de negativa.

1. Introducción
La dinámica de mercado exige que, en ocasiones, un sujeto asuma el compromiso de obtener un hecho de un tercero
para poder avanzar en la negociación de un contrato. En otros casos, directamente alguna persona actúa por un interés
ajeno, contando con obtener la ratificación de su titular. En este artículo se regulan los efectos propios de tales
situaciones, según su resultado.

2. Interpretación
Dos son las alternativas que la norma prevé para el caso de darse una promesa de hecho ajeno, según la actitud del
promitente:
1. que se haya comprometido a realizar las gestiones destinadas a obtener la conformidad y ejecución del hecho por
parte del tercero, supuesto en el que asume una obligación de actividad (art. 774, inc. a, CCyC), por la que debe actuar
con la diligencia apropiada, comprometiendo sus buenos oficios y la aplicación de los mejores esfuerzos,
independientemente del éxito que pueda alcanzar; y
2. que haya garantizado la aceptación del compromiso por el tercero, en cuyo caso se obligó a un resultado concreto,
con independencia de su eficacia (art. 774, inc. c, CCyC).
El obligado responde en ambos supuestos. En el primero, si no actúa con la debida diligencia y ello determina la
ineficacia de su gestión. En el segundo, si no obtiene el resultado que garantizó.
El tercero cuyo hecho se procuraba obtener no queda obligado en ninguna de esas hipótesis; recién lo estará, pero por
eventual incumplimiento, en caso de consentir la celebración de un contrato destinado a obtener el cumplimiento de la
que de él se espera obtener.

ARTÍCULO 1027.- Estipulación a favor de tercero. Si el contrato contiene una estipulación a favor de un tercero
beneficiario, determinado o determinable, el promitente le confiere los derechos o facultades resultantes de lo que ha
convenido con el estipulante. El estipulante puede revocar la estipulación mientras no reciba la aceptación del tercero
beneficiario; pero no puede hacerlo sin la conformidad del promitente si éste tiene interés en que sea mantenida. El
tercero aceptante obtiene directamente los derechos y las facultades resultantes de la estipulación a su favor. Las
facultades del tercero beneficiario de aceptar la estipulación, y de prevalerse de ella luego de haberla aceptado, no se
transmiten a sus herederos, excepto que haya cláusula expresa que lo autorice. La estipulación es de interpretación
restrictiva.

ARTÍCULO 1028.- Relaciones entre las partes. El promitente puede oponer al tercero las defensas derivadas del
contrato básico y las fundadas en otras relaciones con él. El estipulante puede:
a. exigir al promitente el cumplimiento de la prestación, sea a favor del tercer beneficiario aceptante, sea a su favor si el
tercero no la aceptó o el estipulante la revocó;
b. resolver el contrato en caso de incumplimiento, sin perjuicio de los derechos del tercero beneficiario.

1. Introducción
La estipulación a favor de terceros es, tradicionalmente, la figura más importante para la incorporación de terceros al
contrato y ha aparecido habitualmente asociada con el diseño de diversos contratos, como el de seguro de vida; las
donaciones con cargo a favor de terceros; el contrato oneroso de renta vitalicia; etc. También ha sido empleada por una
parte de nuestra doctrina para dar fundamento jurídico a las redes prestacionales de servicios de salud a favor de los
adherentes al sistema por ellas implementado.
Se trata de una estructura contractual particular, ligada por relación de conexidad causal con otra, que opera como
relación jurídica base. Con la incorporación metodológica del tema en la regulación de la parte general de los contratos
queda superada la crítica que había recibido el CC por tratar la cuestión en el régimen general de las obligaciones.

2. Interpretación
2.1. La estipulación a favor de terceros
La estipulación a favor de terceros es un contrato mediante el cual el deudor, denominado promitente, se compromete
frente a otra persona denominada estipulante, a ejecutar una prestación en beneficio de un tercero.
Ella produce un derecho de crédito directo del tercero frente al promitente y se la ha señalado como uno de los
supuestos básicos de excepción al principio de relatividad de efectos de los contratos —el que no es tal, desde que para
que produzca efectos se requiere la aceptación del tercero—. De acuerdo a lo establecido en el tramo final del art. 1027
CCyC, la estipulación es de interpretación restrictiva, por lo que en caso de duda debe tenerse por no otorgada la
ventaja a favor del tercero.

2.2. Las partes en la estipulación a favor de terceros y las acciones entre ellas
La estructura subjetiva de la estipulación a favor de tercero está integrada por:
a. el estipulante, que es quien enuncia el sentido y los alcances de la estipulación;
b. el promitente, que es quien se obliga frente al estipulante a ejecutar las prestaciones a favor del tercero; y
c. el beneficiario, quien será acreedor de las prestaciones convenidas entre el estipulante y el promitente, aun cuando
resulta un tercero en la celebración del negocio jurídico entre ellos; no debe ser el representante del estipulante, sino
un sujeto con un interés distinto.
Entendemos que a partir de la recepción de la aceptación transmitida por el tercero beneficiario al promitente, aquel
adquiere un rol semejante al de parte en el vínculo contractual establecido por iniciativa del estipulante con relación a la
estipulación a su favor, la que bien puede integrar un contenido de alcances más amplios, cuyas restantes estipulaciones
serán ajenas al beneficiario.
Mientras que el estipulante y el promitente deben encontrarse determinados al tiempo de la celebración del acto
jurídico que da nacimiento a la estipulación, el beneficiario puede encontrarse determinado o ser determinable,
pudiendo ser una persona futura.

2.2.1. Acciones entre el tercero y el promitente


Luego de aceptada la estipulación en su favor, el tercero puede demandar al promitente por cumplimiento, acción a la
que este puede oponer tanto las defensas derivadas del contrato básico como las fundadas en sus relaciones con él (art.
1028, párr. 1, CCyC).

2.2.2. Acciones entre el estipulante y el promitente


El estipulante puede exigir al promitente el cumplimiento de la prestación, ya sea a favor del beneficiario aceptante; ya
sea a su favor, si este no la aceptó o si medió revocación antes de la aceptación. Puede también resolver el contrato por
incumplimiento, ello sin perjuicio de los derechos del tercero beneficiario, a quien puede reconocerse legitimado para
ejercer la acción directa prevista en el art. 736 CCyC.

2.3. Revocación de la estipulación a favor de tercero


El estipulante puede revocar la estipulación mientras no reciba la aceptación del tercero beneficiario, para lo que debe
contar con la conformidad del promitente, cuando este tenga interés patrimonial o extrapatrimonial en su perduración,
cuestión que debe establecerse caso por caso.
De tal modo, cuando no existe tal interés, la revocación operará como un acto unilateral recepticio; pero cuando aquel
se verifique, adquirirá la naturaleza de un acto complejo, que requiere la conformidad de estipulante y de promitente
por lo que se dará como una suerte de rescisión bilateral del vínculo contractual base.
Nuevamente aquí, al igual que en el proceso de formación del consentimiento entre ausentes, el criterio adoptado es el
de la recepción, que debe tenerse por operada cuando la comunicación estuvo a disposición del destinatario, aun
cuando no haya tomado efectivo conocimiento de su contenido.

2.4. Aceptación de la estipulación


La estipulación a favor de tercero exige que el beneficiario acepte asumir el rol que se le adjudica en el diseño negocial
establecido entre el estipulante y el promitente. En principio, la aceptación deberá producirse en la forma establecida
en el negocio base que da lugar a la estipulación pero, a falta de disposición, rige el principio de libertad de formas. Ella
podrá enunciarse en forma expresa o tácita, dentro del plazo determinado establecido en el acto jurídico cuyas
estipulaciones acepta el tercero; en caso de no haberse indicado uno, deberá articularse en la primera oportunidad que
autorice la naturaleza de la obligación, de acuerdo a sus características y finalidad.
Salvo estipulación en contrario, cualquiera de las partes puede poner la existencia de la estipulación en conocimiento
del tercero, a fin que manifieste si la acepta.
Los derechos del beneficiario existen desde la concreción del pacto entre estipulante y promitente, sujetos a la
condición de la aceptación. Salvo cláusula expresa que lo autorice, la facultad del tercero beneficiario de aceptar la
estipulación y de prevalerse luego de ella, no se transmite a los herederos.
2.5. Transmisión de la posición contractual del tercero
Salvo disposición expresa en contrario, las facultades del tercero beneficiario, tanto de aceptar la estipulación, como de
prevalerse de ella ejerciendo los derechos que le confiere o bien accionando contra el promitente para que ellos se
hagan efectivos, no se transmite a los herederos del beneficiario. Ello, por cuanto se considera, en principio, que la
estipulación tiene en especial consideración la persona del tercero que se quiere beneficiar con ella.
De tal forma, salvo estipulación en contrario, la muerte del beneficiario previsto en la estipulación opera una suerte de
caducidad de ella con relación a ese sujeto. Nada obsta, empero, a que en el contrato base entre estipulante y
promitente se prevean beneficiarios sucesivos para el caso de verificarse tal situación con relación al inicialmente
indicado en el acto jurídico originario.

ARTÍCULO 1029.- Contrato para persona a designar. Cualquier parte puede reservarse la facultad de designar
ulteriormente a un tercero para que asuma su posición contractual, excepto si el contrato no puede ser celebrado por
medio de representante, o la determinación de los sujetos es indispensable.
La asunción de la posición contractual se produce con efectos retroactivos a la fecha del contrato, cuando el tercero
acepta la nominación y su aceptación es comunicada a la parte que no hizo la reserva. Esta comunicación debe revestir
la misma forma que el contrato, y ser efectuada dentro del plazo estipulado o, en su defecto, dentro de los quince días
desde su celebración.
Mientras no haya una aceptación del tercero, el contrato produce efectos entre las partes.

1. Introducción
El contrato para persona a designar tiene lugar cuando uno de los contratantes, el estipulante, se reserva el derecho o la
facultad de designar, dentro de un plazo establecido, a quien ocupará luego su posición contractual en el negocio. Este
contrato carecía de regulación en el orden normativo previo a la sanción de este Código.
Suele ser un recurso empleado por intermediarios, quienes actúan en nombre e interés propios, de especial uso en
operaciones de compraventa de inmuebles y de automotores —las denominadas compras “en comisión”—, quienes
adquieren un bien sin satisfacer los recaudos formales específicos, que completarán una vez que encuentren un
comprador al que adjudicar la cosa.

2. Interpretación
2.1. Contratos que pueden celebrarse para persona a designar
El Código admite la realización de contratos para persona a designar por cualquier parte y en tanto no se trate de
contratos que no pueden ser celebrados por medio de representantes o en los que la determinación de los sujetos que
integrarán cada parte sea indispensable en el momento de la celebración, como ocurre cuando la persona que habrá de
cumplir las obligaciones surgidas del contrato resulta esencial en razón de sus cualidades personales.

2.2. Recaudos formales de la designación


En razón de lo establecido en el art. 1016 CCyC, la forma que debe observarse para la integración del vínculo contractual
es la misma del contrato base y el artículo en comentario impone que ella sea también observada para la formulación
de la comunicación dirigida a la contraparte en el contrato original, lo que bien puede concretarse en un único acto al
que asistan todos los interesados.

2.3. Plazo para la comunicación de la designación


El plazo para la determinación del sujeto designado y la comunicación a la contraparte será el estipulado en el contrato
original y, si nada se especificó al respecto, será el de quince días desde su celebración.

2.4. Efectos de la identificación del designado


La designación del sujeto que ocupará la posición contractual operará con efecto retroactivo, por lo que quien entra a la
relación lo hace en los mismos términos en los que participaba de ella el sustituido, como acreedor o deudor
respectivamente.
La sustitución se opera cuando el tercero acepta su integración al vínculo contractual preestablecido con intervención
de quien le cede su posición contractual y ello es comunicado a la contraparte en el contrato original o base.

2.5. Efectos cuando se encuentra pendiente o frustrada la designación


En razón de lo dispuesto en el último párrafo de la norma —en el que se dispone que mientras no medie aceptación de
un tercero, el contrato produce efectos entre las partes— cabe determinar que hasta tanto no se concrete la
comunicación al co-contratante de la identidad de quien habrá de sustituir al contratante originario, este deberá
cumplir las prestaciones que pudieran resultar exigibles.
En caso de no producirse la aceptación por un tercero que sustituya al contratante original que hizo la reserva de
designación ulterior de persona, este contratante quedará obligado en los términos del contrato base.

ARTÍCULO 1030.- Contrato por cuenta de quien corresponda. El contrato celebrado por cuenta de quien corresponda
queda sujeto a las reglas de la condición suspensiva. El tercero asume la posición contractual cuando se produce el
hecho que lo determina como beneficiario del contrato.

1. Introducción
El contrato por cuenta de quien corresponda es un contrato representativo, de habitual empleo en el ámbito comercial,
en el que el celebrante no actúa en interés propio, por lo que no es parte, sino ajeno.
Se da en casos en los que el contratante se encuentra en la necesidad de tener que contratar sobre cosas de las que es
tenedor, para luego identificar a quien resulte ser el dueño de ellas.

2. Interpretación
Al quedar el contrato por cuenta de quien corresponda sujeto a las reglas de la condición suspensiva, quien lo celebra
puede solicitar, pendiente la condición, que se adopten medidas conservatorias de los bienes objeto del contrato. Hasta
tanto se cumpla la condición, las partes deben comportarse de acuerdo con el principio de buena fe (art. 347 CCyC).
La condición suspensiva a la que se refiere la norma es la identificación del titular de derechos sobre las cosas objeto de
la contratación, quien —según se establece en el tramo final del artículo— asume la posición contractual de quien actuó
por su interés.
Este supuesto se diferencia del correspondiente al contrato por persona a designar, regulado en el art. 1029 CCyC, en
que en este caso hay una subordinación a una condición suspensiva, inexistente en aquel; y, en ese caso, de no
producirse la designación del sujeto por quien se contrató, el negocio jurídico subsiste en cabeza del otorgante, lo que
no ocurre en este caso.

SECCIÓN 3ª: Suspensión del cumplimiento y fuerza mayor

ARTÍCULO 1031.- Suspensión del cumplimiento. En los contratos bilaterales, cuando las partes deben cumplir
simultáneamente, una de ellas puede suspender el cumplimiento de la prestación, hasta que la otra cumpla u ofrezca
cumplir. La suspensión puede ser deducida judicialmente como acción o como excepción. Si la prestación es a favor de
varios interesados, puede suspenderse la parte debida a cada uno hasta la ejecución completa de la contraprestación.

1. Introducción
La norma contiene estipulaciones basadas en los mismos principios que la excepción de incumplimiento regulada en el
CC y está destinada a preservar la efectividad de las contraprestaciones que hace al equilibrio de los contratos
bilaterales. Se aplica en supuestos en los que aún hay esperanza de cumplimiento, con riesgo de incumplimiento, frente
a cuyos efectos intenta preservarse una de las partes.
La suspensión se adopta ante la posibilidad seria de un incumplimiento parcial sustancial o total de las obligaciones a
cargo de la contraparte; situación prevista en el art. 71 de la Convención de las Naciones Unidas sobre Compraventa
Internacional de Mercaderías y en el punto 7.3.4 de los Principios de Unidroit sobre los contratos comerciales
internacionales.

2. Interpretación
Para que proceda la suspensión del cumplimiento se requiere:
1. que se trate de un contrato bilateral (art. 966 CCyC); y
2. que el cumplimiento de las prestaciones a cargo de cada una de las partes deba producirse en forma simultánea; por
lo que la previsión no resulta de aplicación en los casos de contraprestaciones sucesivas.
El planteo de la suspensión puede hacerse en forma extrajudicial o judicial —lo que se deriva del empleo del “puede” en
su redacción—, supuesto en el que podrá articularse por vía de acción o de excepción dilatoria, con efectividad hasta
que la parte eventualmente remisa dé cumplimiento u ofrezca seriamente cumplir.
En el supuesto de existir una pluralidad de interesados en el cumplimiento de una prestación, puede suspenderse el
cumplimiento de la parte debida a cada uno hasta tanto se haya ejecutado completamente la contraprestación; ello,
claro está, en caso de tratarse de obligaciones de prestación divisible. En caso de ser la prestación indivisible (art. 815
CCyC), la suspensión operará por entero contra cualquiera de los acreedores, en razón de la naturaleza de la obligación.

ARTÍCULO 1032.- Tutela preventiva. Una parte puede suspender su propio cum- plimiento si sus derechos sufriesen una
grave amenaza de daño porque la otra parte ha sufrido un menoscabo significativo en su aptitud para cumplir, o en su
solvencia. La suspensión queda sin efecto cuando la otra parte cumple o da seguridades suficientes de que el
cumplimiento será realizado.
1. Introducción
La norma, siguiendo la línea de la función preventiva del daño de la que dan cuenta los arts. 1710 a 1715 CCyC,
incorpora una regulación novedosa para nuestro derecho privado, por la que se prevé un supuesto de autoprotección
de una de las partes contratantes ante situaciones objetivamente verificables que hacen peligrar la posibilidad de
cumplimiento de la contraria y que podrían determinar que, en caso de cumplir con la prestación a su cargo, quien
invoca la tutela podría sufrir un perjuicio patrimonial.

2. Interpretación
A diferencia de lo establecido en el art. 1031 CCyC, en esta norma no se requiere simultaneidad en las
contraprestaciones; basta que una parte declare su intención de no cumplir; que actúe de modo tal que una persona
razonable pueda establecer que no cumplirá su obligación; que se vea afectada su aptitud para cumplir —lo que puede
ocurrir, por ejemplo, por la pérdida de derechos para la explotación de determinados recursos naturales— o que
evidencie una situación de insolvencia, para que la otra pueda considerarse habilitada para efectuar el planteo de una
tutela preventiva.
La suspensión es tal y no una resolución del vínculo contractual, por lo que perdurará en tanto subsista la situación de
riesgo por déficit de aptitud patrimonial de la contraria o su actitud reticente al cumplimiento, la que cesará cuando se
produzca el cumplimiento o la destinataria de la medida dé seguridades suficientes de su concreción.
Obviamente, de no alcanzarse tales seguridades en un tiempo razonable según el tipo de prestación de la que se trate,
la situación podrá devenir en ineficacia definitiva, dando lugar a las acciones propias de la función resarcitoria, por
agotamiento de la preventiva.

SECCIÓN 4ª: Obligación de saneamiento


Parágrafo 1º: Disposiciones generales

ARTÍCULO 1033.- Sujetos responsables. Están obligados al saneamiento:


a. el transmitente de bienes a título oneroso;
b. quien ha dividido bienes con otros;
c. sus respectivos antecesores, si han efectuado la correspondiente transferencia a título oneroso.

ARTÍCULO 1034.- Garantías comprendidas en la obligación de saneamiento. El obligado al saneamiento garantiza por
evicción y por vicios ocultos conforme a lo dispuesto en esta Sección, sin perjuicio de las normas especiales.

1. Introducción
La fuente de la obligación de sanear los vicios jurídicos o materiales ocultos, existentes en la cosa al tiempo de la
entrega, es la transmisión. Es, a partir de ella, que nace la obligación de sanear.
Evicción y vicios ocultos son especies de la garantía general de saneamiento. Este Código regula los aspectos comunes
de ambas, considerando su ámbito de aplicación, naturaleza jurídica y efectos. En la evicción se regulan los requisitos de
admisibilidad de la acción, el régimen de defensa en juicio, la cesación de la responsabilidad y la prescripción. En el
parágrafo tercero, dedicado a los vicios ocultos o redhibitorios, se ocupa del ámbito de aplicación, la modificación de la
garantía, su caducidad y las acciones por responsabilidad.
A diferencia del CC, que ubicaba la cuestión de la garantía de saneamiento en medio de los contratos en particular, este
Código la regula en la parte general de los contratos, mejorando con ello la metodología empleada. Tal como se hacía en
el Proyecto de 1998 se incluyen, en primer término, disposiciones generales y luego, normas específicas para la
responsabilidad por evicción y por vicios ocultos. La regulación se integra con lo dispuesto sobre evicción en otras partes
del Código, entre las que se encuentran los contratos en particular: dación en pago (art. 943 CCyC); permuta (art. 1174
CCyC); locación (art. 1220 CCyC); donación (arts. 1556 y 1557 CCyC); fianza (art. 1598 CCyC); cesión (arts. 1628 a 1631 y
1639 a 1640 CCyC); cesión de herencia (art. 2305 CCyC); partición (arts. 2404 a 2406 CCyC); evicción con relación a los
donatarios (art. 2419 CCyC); partición por testamento (art. 2423 CCyC); y evicción en los legados (art. 2503 CCyC).

2. Interpretación
2.1. Sujetos responsables por la garantía de saneamiento
De acuerdo a lo regulado en el art. 1033 CCyC, están obligados a responder por saneamiento:
a. Quien transmite bienes a título oneroso:
La garantía se dará en todos los supuestos en los que medien transmisiones a título oneroso y comprende las
donaciones con cargo (arts. 1562 y 1563 CCyC) o remuneratorias (art. 1561 CCyC) que, de acuerdo a lo establecido en el
art. 1564 CCyC, se consideran como actos a título oneroso en la medida en que se limiten a una equitativa retribución
de los servicios recibidos o en que exista equivalencia de valores entre la cosa donada y los cargos impuestos. No
obstante, cabe señalar que en la donación sin componente de onerosidad, el donante puede responder por
saneamiento en los supuestos contemplados en los arts. 1556 a 1558 CCyC.
b. Quien ha dividido bienes con otros:
Cuando varias personas son cotitulares de los mismos bienes, no poseen una parte determinada de ellos, sino una parte
indivisa, una porción ideal. La división de bienes produce la determinación material de lo que a cada uno corresponde y
por vía de lo aquí dispuesto se procura mantener la equidad en la distribución, la que se vería afectada si quien recibe
un determinado bien se ve luego vencido por un tercero en juicio sobre su titularidad o sufre un detrimento patrimonial
en razón de un vicio oculto de la cosa, situación que el ordenamiento jurídico prevé, estableciendo la garantía, también
en este caso.
c. Los antecesores de quienes se encuentren comprendidos en los dos supuestos anteriores, si la transferencia que
realizaron fue a título oneroso:
En razón de lo establecido en este inciso, si el adquirente de un bien es a título gratuito y carece de acción contra su
transmitente inmediato, podrá accionar contra cualquiera de los antecesores de este, avanzando en la cadena de
transmisiones hasta llegar a quien era el titular del derecho al tiempo de la aparición del vicio en el derecho o en la
materialidad de la cosa. Lo que resulta justo pues, de lo contrario, la existencia de un acto a título gratuito en una
secuencia de transmisiones liberaría de responsabilidad a quien transmitió originalmente un derecho viciado.

2.2. Garantías comprendidas en la obligación de saneamiento


En este tramo del Código se trata de la obligación de saneamiento, que es la que tiene el transmitente, de reparar el
daño que sufre el adquirente si es vencido en el derecho por un tercero (evicción) o si la cosa transmitida tiene un vicio
en su materialidad (vicio oculto o redhibitorio). Se trata, pues, de una garantía referida a los aspectos jurídicos y de otra
relativa a la faz material de la operación realizada entre las partes.

ARTÍCULO 1035.- Adquisición a título gratuito. El adquirente a título gratuito puede ejercer en su provecho las acciones
de responsabilidad por saneamiento correspondientes a sus antecesores.

1. Introducción
Si bien el campo normal de ejercicio de la garantía de saneamiento es el de los actos jurídicos en los que se verifican
transmisiones a título oneroso, por excepción puede aplicarse en el de las efectuadas a título gratuito.

2. Interpretación
Si bien el adquirente a título gratuito no puede reclamar a quien le transmitió el derecho viciado, sí puede ejercer en su
provecho las acciones de responsabilidad por saneamiento correspondientes a sus antecesores. Además, responde en
los casos previstos en el título de la donación (arts. 1556 a 1558 CCyC): cuando expresamente asumió esa obligación; si
la donación se hizo de mala fe, lo que ocurre cuando el donante sabía que la cosa donada no era suya, ignorándolo el
donatario; si la evicción se produce por causa del donante y si se trata de una donación mutua, remuneratoria o con
cargo, supuestos en los que el donante deberá indemnizar al donatario los gastos en los que este hubiera incurrido con
motivo de la donación, más los daños, si se trata de una evicción por hecho sobreviniente imputable al donante. En el
caso de los vicios ocultos, el donante solo responde si de su parte hubo dolo, debiendo también resarcir los daños que
hubiere causado al donatario.

ARTÍCULO 1036.- Disponibilidad. La responsabilidad por saneamiento existe aunque no haya sido estipulada por las
partes. Éstas pueden aumentarla, disminuirla o suprimirla, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo siguiente.

ARTÍCULO 1037.- Interpretación de la supresión y de la disminución de la responsabilidad por saneamiento. Las


cláusulas de supresión y disminución de la responsabilidad por saneamiento son de interpretación restrictiva.

ARTÍCULO 1038.- Casos en los que se las tiene por no convenidas. La supresión y la disminución de la responsabilidad
por saneamiento se tienen por no convenidas en los siguientes casos: si el enajenante conoció, o debió conocer el
peligro de evicción, o la existencia de vicios; si el enajenante actúa profesionalmente en la actividad a la que
corresponde la enajenación, a menos que el adquirente también se desempeñe profesionalmente en esa actividad.

1. Introducción
La responsabilidad por saneamiento resulta un elemento natural de los contratos a los que se aplica, en los que rige
supletoriamente, aun cuando no hubiera sido establecida. Es, en principio, disponible por lo que también puede ser
alterada en sus alcances básicos y aun suprimida, según los casos y con las limitaciones que el ordenamiento jurídico
dispone.

2. Interpretación
2.1. Disponibilidad de la regulación en materia de responsabilidad por saneamiento
De acuerdo a lo establecido en el art. 1036 CCyC, la responsabilidad por saneamiento, que comprende la de evicción y la
relativa a los vicios ocultos de la cosa, existe como un elemento natural de los contratos a los que se aplica, que, como
se ha visto en los comentarios a los artículos anteriores, son básicamente aquellos en los que se verifica una transmisión
a título oneroso y algunos supuestos específicos de donación en los que hay un componente oneroso; también rige en
los casos en los que, sin mediar tal onerosidad, el donante asumió la garantía o actuó con mala fe o dolo, consistente en
el ocultamiento de los vicios que conocía y sobre los que debía informar al adquirente.
No se trata de materia en la que, en principio, esté interesado el orden público, por lo que el Código autoriza a las
partes a variar los alcances de la responsabilidad, ya sea aumentándola, disminuyéndola en algún grado o para algún
supuesto específico, o suprimiéndola. La interpretación restrictiva impuesta para la evaluación de las cláusulas
limitativas determina que no corresponda tener por operada la disminución o supresión de la garantía de saneamiento
por vía de una cláusula de limitación de responsabilidad de carácter general, enunciada sin particular referencia a las
responsabilidades específicas reguladas en esta sección del Código. Asimismo, en razón de lo establecido en el art. 1062
CCyC, el contenido de la cláusula por la que se disponga debe ser interpretado según la literalidad de los términos en
ella utilizados.

2.2. Criterio de interpretación de las cláusulas modificatorias de la responsabilidad por saneamiento


Sin perjuicio de la disponibilidad de la materia, en todo supuesto en que se limite de algún modo la responsabilidad del
transmitente, ya sea disminuyéndola, ya sea suprimiéndola, la interpretación de la disposición debe realizarse con
carácter restrictivo y aun tenerse por no convenida en caso de tratarse de contratos celebrados por adhesión a cláusulas
predispuestas (art. 988, inc. b, CCyC) o de consumo (art. 1117 CCyC), lo que en muchos casos tendrá lugar en situaciones
en las que también resultará de aplicación la norma de exclusión contenida en el art. 1038, inc. b, CCyC.
Se señaló que, en principio, no se encontraba involucrado en la materia el orden público, pero él constituye el
fundamento de la norma contenida en el art. 1038 CCyC, que prevé que toda limitación de la responsabilidad por
saneamiento deba tenerse por no convenida en dos supuestos:
1. si el enajenante tuvo posibilidad de conocer el riesgo de evicción o la existencia de vicios ocultos en la cosa, aun
cuando no haya tomado conciencia de ellos, porque no puede válidamente invocar su falta de diligencia como
eximente; y
2. si el enajenante es un profesional en el área de la actividad de mercado de la que se trate y la contraparte no, pues de
ser ambos profesionales en la materia a la que se refiere la enajenación, la cláusula de limitación será válida; lo que
establece una exigencia de diligencia acorde con lo normado en el art. 1725 CCyC, que determina que cuanto mayor sea
el deber de obrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas, mayor será la diligencia exigible al agente y la
valoración de la previsibilidad de las consecuencias. Claro está, también deberá tenerse por válida la supresión de la
responsabilidad cuando el enajenante no sea un profesional del área en la que se desarrolla el negocio y el adquirente sí
lo sea.

ARTÍCULO 1039.- Responsabilidad por saneamiento. El acreedor de la obligación de saneamiento tiene derecho a optar
entre:
a. reclamar el saneamiento del título o la subsanación de los vicios;
b. reclamar un bien equivalente, si es fungible;
c. declarar la resolución del contrato, excepto en los casos previstos por los artículos 1050 y 1057.

1. Introducción
Las opciones establecidas en este artículo a favor del acreedor por saneamiento constituyen un adelanto respecto de la
regulación preexistente, que solo permitía, en materia de evicción, extinguir el acto y requerir la restitución del precio
con más daños y perjuicios, en algunos supuestos.

2. Interpretación
De acuerdo a lo regulado en esta norma, el acreedor de la obligación de saneamiento tiene la facultad jurídica de elegir
entre dos opciones que conducen a la conservación del vínculo contractual y una tercera, que le pone fin. Así, puede:
a. Reclamar el saneamiento del título o la subsanación de los vicios:
La subsanación del vicio puede darse, en caso de evicción, por ejemplo, por la adquisición que el transmitente haga del
bien de quien sea su dueño tras haberlo entregado como si fuera propio al acreedor de la garantía. En el caso del vicio
redhibitorio, ella puede producirse por vía de la reparación del vicio a costa del transmitente.
b. Reclamar un bien equivalente, en caso de ser el transmitido de naturaleza fungible:
La sustitución por el transmitente de cosa fungible por otra de igual especie que no se encuentre afectada por reclamos
jurídicos de terceros o por defectos ocultos en su materialidad, según el caso, constituye una vía idónea para la
satisfacción de la garantía de saneamiento.
c. Declarar resuelto del contrato:
El artículo no prevé la posibilidad de resolución parcial, con reducción del precio, que contemplaba el Proyecto de 1998.
La resolución puede aquí pedirse en tanto no se hubiera producido la prescripción adquisitiva (art. 1050 CCyC) o el vicio
oculto fuera subsanable y tal subsanación fuera ofrecida por el transmitente (art. 1057 CCyC).

ARTÍCULO 1040.- Responsabilidad por daños. El acreedor de la obligación de saneamiento también tiene derecho a la
reparación de los daños en los casos previstos en el artículo 1039, excepto:
a. si el adquirente conoció, o pudo conocer el peligro de la evicción o la existencia de vicios;
b. si el enajenante no conoció, ni pudo conocer el peligro de la evicción o la existencia de vicios;
c. si la transmisión fue hecha a riesgo del adquirente;
d. si la adquisición resulta de una subasta judicial o administrativa.
La exención de responsabilidad por daños prevista en los incisos a) y b) no puede invocarse por el enajenante que actúa
profesionalmente en la actividad a la que corresponde la enajenación, a menos que el adquirente también se
desempeñe profesionalmente en esa actividad.

1. Introducción
Se prevé en esta norma la posibilidad, para el acreedor de la garantía de saneamiento, de reclamar por los daños y
perjuicios que pudo haber sufrido como derivación del negocio alterado por la existencia de vicios.

2. Interpretación
El artículo enuncia, de modo general, el derecho del acreedor de la responsabilidad por saneamiento —prevista en el
art. 1039 CCyC— de reclamar el resarcimiento de los daños y perjuicios que pudo haber sufrido, del que gozará, salvo
que se verifique alguna de las siguientes circunstancias:
a. Que el adquirente haya podido conocer el peligro de la evicción o la existencia de los vicios y no haya tomado
conocimiento de ellos en razón de una conducta poco diligente de su parte.
b. Que el enajenante no haya podido conocer el peligro de evicción o la existencia de vicios, supuesto en el que la
garantía opera limitando a la cobertura relativa al bien, mas no a los daños que pudieron haberse derivado para el
adquirente de la evicción o de los vicios ocultos. Se tiene en consideración la buena fe del transmitente.
c. Que la transmisión haya sido hecha a riesgo del adquirente, supuesto en el que se considera que hizo su evaluación y
asumió tal circunstancia, a menudo con disminución del precio. Esta cláusula debe tenerse por no escrita cuando se
trata de un contrato celebrado por adhesión a cláusulas predispuestas por el enajenante (art. 988, inc. b, CCyC) o de
consumo (art. 1117 CCyC).
d. Que la adquisición haya resultado de una subasta judicial o administrativa; ello, sin perjuicio de la eventual
responsabilidad del Estado en caso de haber mediado defectos en el trámite que hubieran generado una publicidad
defectuosa.
Según se establece en el párrafo final del artículo, en los casos mencionados en los apartados a) y b), la responsabilidad
no podrá ser invocada por quien desarrolla como actividad profesional la transmisión de bienes de la naturaleza del que
se trate; ello, salvo que ambas partes sean profesionales en la misma área de mercado.

ARTÍCULO 1041.- Pluralidad de bienes. En los casos en que la responsabilidad por saneamiento resulta de la
enajenación de varios bienes se aplican las siguientes reglas:
a. si fueron enajenados como conjunto, es indivisible;
b. si fueron enajenados separadamente, es divisible, aunque haya habido una contraprestación única.
En su caso, rigen las disposiciones aplicables a las cosas accesorias.

1. Introducción
La norma regula el supuesto en el que entre la parte enajenante y la adquirente se ha transmitido un conjunto de bienes
y, eventualmente, solo uno o algunos de ellos se encuentran afectados por supuestos de evicción o de vicios
redhibitorios.

2. Interpretación
Cuando diferentes bienes son enajenados como un conjunto que constituye el objeto de un contrato —por ejemplo, los
componentes de un juego de vajilla—, la verificación de un supuesto de evicción o de vicio oculto con relación a alguno
de ellos habilita a la aplicación de lo dispuesto en los arts. 1039 y 1040 CCyC respecto del conjunto todo; ello en razón
de aplicarse las disposiciones que rigen en materia de obligaciones indivisibles, que no son susceptibles de
cumplimiento parcial (art. 813 CCyC). Se trata de un supuesto en el que la indivisibilidad es dispuesta por la ley (art. 814,
inc. c, CCyC).
Si la pluralidad de bienes no fue enajenada como conformando un conjunto sino por separado, se tratará de
obligaciones divisibles (art. 805 CCyC), aun cuando haya habido una única contraprestación. En tal caso, la
responsabilidad por saneamiento podrá hacerse efectiva respecto del bien afectado sin riesgo para el resto de la
operación. En este último caso, se aplica a la solución el régimen legal de las cosas accesorias (art. 230 CCyC).

ARTÍCULO 1042.- Pluralidad de sujetos. Quienes tienen responsabilidad por saneamiento en virtud de enajenaciones
sucesivas son obligados concurrentes. Si el bien ha sido enajenado simultáneamente por varios copropietarios, éstos
sólo responden en proporción a su cuota parte indivisa, excepto que se haya pactado su solidaridad.

1. Introducción
La norma regula la situación que se presenta cuando entre la producción de la circunstancia que genera la afectación
jurídica o material que hace aplicable la garantía general de saneamiento, y la adquisición por quien la plantea, existe
una sucesión de transmisiones.

2. Interpretación
De acuerdo a lo establecido en este artículo, la responsabilidad que recae sobre los sucesivos enajenantes de un bien se
disciplina por el régimen de las obligaciones concurrentes, que este Código, en un avance legislativo respecto de los que
sustituye, regula en los arts. 850 a 852 CCyC.
Si el bien se encontraba en condominio entre diversos sujetos que integraban la parte enajenante, salvo que se haya
pactado su solidaridad frente al adquirente, todos ellos responden en proporción a su cuota parte indivisa; por lo que,
de darse este supuesto, el acreedor de la garantía de saneamiento que quiera obtener la restitución del precio o el pago
de una indemnización, deberá demandar a todos ellos en la proporción que a cada uno corresponda.

ARTÍCULO 1043.- Ignorancia o error. El obligado al saneamiento no puede invocar su ignorancia o error, excepto
estipulación en contrario.

1. Introducción
La norma es una lógica derivación del principio establecido en el art. 8º CCyC, en el Título Preliminar de este Código, que
enuncia el principio de inexcusabilidad, según el cual la ignorancia de las leyes no sirve de excusa para su cumplimiento,
si la excepción no está autorizada por el ordenamiento jurídico.

2. Interpretación
Toda vez que la garantía de saneamiento es debida aun cuando el transmitente ignore la existencia del vicio que puede
afectar la legitimidad de la transmisión o la materialidad de la cosa, es claro que la ignorancia o error a la que se refiere
el artículo es la relativa a la existencia de la garantía de saneamiento.
Por lo establecido, la garantía regirá aun cuando medie ignorancia o error del enajenante respecto de la existencia y
alcances de aquella. Quedan a salvo los supuestos regulados en el art. 1040 CCyC.

Parágrafo 2º: Responsabilidad por evicción

ARTÍCULO 1044.- Contenido de la responsabilidad por evicción. La responsabilidad por evicción asegura la existencia y
la legitimidad del derecho transmitido, y se extiende a:
a. toda turbación de derecho, total o parcial, que recae sobre el bien, por causa anterior o contemporánea a la
adquisición;
b. los reclamos de terceros fundados en derechos resultantes de la propiedad intelectual o industrial, excepto si el
enajenante se ajustó a especificaciones suministradas por el adquirente;
c. las turbaciones de hecho causadas por el transmitente.

ARTÍCULO 1045.- Exclusiones. La responsabilidad por evicción no comprende:


a. las turbaciones de hecho causadas por terceros ajenos al transmitente;
b. las turbaciones de derecho provenientes de una disposición legal;
c. la evicción resultante de un derecho de origen anterior a la transferencia, y consolidado posteriormente. Sin
embargo, el tribunal puede apartarse de esta disposición si hay un desequilibrio económico desproporcionado.
1. Introducción
En términos generales, y sin perjuicio de las variaciones de régimen previstas para situaciones concretas, la evicción
como garantía constituye la obligación de quien transmitió un derecho a título oneroso, por la que debe asistir o
sustituir en un proceso judicial al adquirente frente a todo planteo de causa jurídica anterior o contemporánea al acto
de transmisión, que podría conducir a que se lo privara total o parcialmente del derecho adquirido; ella comprende,
asimismo, la obligación subsidiaria de indemnizarlo en caso de incumplimiento o de intervención infructuosa.

2. Interpretación
De acuerdo a lo establecido en el art. 1044 CCyC, la responsabilidad por evicción asegura la existencia y la legitimidad
del derecho transmitido; vale decir que este se encuentra en la esfera de disponibilidad del enajenante para el acto de
que se trata.
Esa responsabilidad alcanza a:
1. Toda turbación de derecho, total o parcial, que recae sobre el bien, por causa anterior o contemporánea a la
adquisición, sea ella canalizada por una acción reivindicatoria o por cualquier tipo de reclamo que pueda incidir en la
posibilidad de goce pleno del bien. Ello se da en todos los supuestos en los que un tercero invoque un mejor derecho.
Quedan excluidos de la garantía los planteos que se formulen por causa posterior a la transmisión, las turbaciones de
derecho provenientes de una disposición legal (art. 1045, inc. b, CCyC) y los supuestos de evicción resultante de un
derecho con origen anterior a la transferencia, consolidado luego de ocurrida ella, como es el generado por un planteo
de prescripción adquisitiva victorioso; supuesto en el que el juez puede apartarse de la disposición para establecer una
solución equitativa, de generar ella un desequilibrio económico desproporcionado.
2. Los reclamos de terceros, fundados en derechos resultantes de la propiedad intelectual o industrial, salvo que el
enajenante se hubiera ajustado a especificaciones suministradas por el adquirente, como lo prevé el art. 42, inc. 2,
apart. b) de la Convención de Viena de 1980, sobre Compraventa Internacional de Mercaderías.
3. Toda turbación de hecho causada por el propio transmitente, pues las provenientes de terceros ajenos al
transmitente quedan excluidas de la garantía en razón de lo previsto en el art. 1045, inc. a, CCyC.
De acuerdo a lo expuesto y a lo regulado en los restantes artículos de la Sección, para que proceda la responsabilidad
por evicción, deben satisfacerse los siguientes requisitos, establecidos en los arts. 1033 y 1044 CCyC:
a. que se trate de un acto oneroso de transmisión de derechos o de la división de bienes entre cotitulares (art. 1033, inc.
a y b, CCyC);
b. que exista turbación de derecho que recaiga sobre el bien o de turbación de hecho proveniente del propio
enajenante (art. 1044, inc. a y c, CCyC), pues las provenientes de terceros son ajenas a la aplicación de este instituto (art.
1045, inc. a, CCyC) y deben ser enfrentadas por vía del ejercicio de las acciones posesorias reguladas en el Libro Cuarto,
Título XIII de este Código;
c. que la causa de la evicción sea anterior o contemporánea a la adquisición (art. 1044, inc. a, CCyC).

ARTÍCULO 1046.- Citación por evicción. Si un tercero demanda al adquirente en un proceso del que pueda resultar la
evicción de la cosa, el garante citado a juicio debe comparecer en los términos de la ley de procedimientos.
El adquirente puede seguir actuando en el proceso.

ARTÍCULO 1047.- Gastos de defensa. El garante debe pagar al adquirente los gastos que éste ha afrontado para la
defensa de sus derechos. Sin embargo, el adquirente no puede cobrarlos, ni efectuar ningún otro reclamo si:
a. no citó al garante al proceso;
b. citó al garante, y aunque éste se allanó, continuó con la defensa y fue vencido.

1. Introducción
El ámbito donde habitualmente se hace efectiva la garantía de evicción es el del proceso judicial. Es por ello que el
CPCCN contiene disposiciones que atañen a él. No obstante, no se advierte obstáculo para que la citación sea formulada
por el adquirente ante el planteo de un reclamo extrajudicial serio por un tercero, aun cuando no se trate de una
citación a mediación prejudicial o del traslado de una demanda.
El transmitente debe, por un imperativo del propio interés, y en razón de los deberes que conlleva el principio de buena
fe, socorrer al adquirente a quien transmitió la cosa, aportando su conocimiento respecto de las defensas y argumentos
que pueden ser articulados frente al reclamo formulado por un tercero.

2. Interpretación
Se dispone, en el art. 1046 CCyC, que el enajenante, garante de la responsabilidad de evicción, tiene el deber jurídico de
comparecer al proceso cuando es citado en razón de la demanda planteada por un tercero contra el adquirente del
bien, quien podrá seguir actuando en el proceso más allá de la intervención del transmitente.
Esa citación determinará que el garante deba pagar al adquirente los gastos en los que razonablemente haya tenido que
incurrir para la defensa de sus derechos; salvo que se trate de alguna de estas situaciones:
1. el garante no haya sido citado al proceso por el adquirente, quien entonces deberá cargar con las consecuencias de la
inejecución de tal carga procesal; o
2. el garante, citado, se haya allanado a la acción planteada por el tercero, no obstante lo cual al adquirente continuó
con el proceso y fue vencido.
La citación, aun cuando el enajenante no comparezca a estar a derecho, determina la oponibilidad a él de la sentencia
que se dicte en el proceso. Si el adquirente es vencido, nace en cabeza del enajenante debidamente citado la obligación
de restituir a aquel el precio recibido, los gastos en los que debió incurrir para ejercer su defensa y, si el transmitente es
de mala fe, la indemnización de los perjuicios que pudo haber sufrido en razón de la adquisición devenida ineficaz,
incluyendo las mejoras.

ARTÍCULO 1048.- Cesación de la responsabilidad. En los casos en que se promueve el proceso judicial, la
responsabilidad por evicción cesa:
a. si el adquirente no cita al garante, o lo hace después de vencido el plazo que establece la ley procesal;
b. si el garante no comparece al proceso judicial, y el adquirente, actuando de mala fe, no opone las defensas
pertinentes, no las sostiene, o no interpone o no prosigue los recursos ordinarios de que dispone contra el fallo
desfavorable;
c. si el adquirente se allana a la demanda sin la conformidad del garante; o somete la cuestión a arbitraje y el laudo le es
desfavorable.
Sin embargo, la responsabilidad subsiste si el adquirente prueba que, por no haber existido oposición justa que hacer al
derecho del vencedor, la citación oportuna del garante por evicción, o la interposición o sustanciación de los recursos,
eran inútiles; o que el allanamiento o el laudo desfavorable son ajustados a derecho.

1. Introducción
Este artículo regula la cesación de la responsabilidad por evicción por la que un adquirente que gozaba de la garantía, la
pierde en razón de alguna conducta que le es jurídicamente atribuible.

2. Interpretación
Para la subsistencia de la responsabilidad por evicción se requiere de una conducta diligente del adquirente en la
realización de las medidas necesarias para hacer efectiva la garantía debida por el enajenante.
Por ello, la responsabilidad cesa:
1. Si el adquirente no cita al transmitente dentro del plazo que establezca para ello la ley procesal local, aplicable en la
jurisdicción donde tramite el juicio; ello, salvo que demuestre que no existía oposición justa posible ante el derecho
invocado por el vencedor, como se prevé en el último párrafo del artículo.
2. Si el garante, citado en tiempo y forma por el adquirente, no comparece a estar a derecho en el proceso judicial y
este, actuando de mala fe, no opone las defensas pertinentes —se entiende que las que pudieran ser de planteo
sobreviniente a la contestación de la demanda—, no sostiene las defensas que planteó al contestar la demanda o luego
no plantea ni sostiene los recursos ordinarios de los que disponga contra un fallo desfavorable. Cabe señalar que la
norma se refiere a procesos ordinarios, por lo que la omisión de la interposición de un recurso de naturaleza
extraordinaria, tanto dentro del ámbito de las normas de procedimiento provincial o de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, o del Recurso Extraordinario Federal, no obsta a la vigencia de la garantía y que, también en este caso, por lo
establecido en el último párrafo del artículo, ella subsiste si el adquirente prueba que no había planteo justo que realizar
frente al demandante.
3. Si el adquirente se allana a la demanda sin que medie para ello conformidad del garante; o somete la cuestión a
arbitraje y el laudo le es desfavorable —salvo que pruebe que el allanamiento o el laudo se ajustaron a derecho, según
se prevé en el último párrafo del artículo—. Lo que se busca en el primer supuesto enunciado en este apartado es evitar
la connivencia que pudiera existir entre el tercero demandante y el adquirente, para obrar en perjuicio de los intereses
del transmitente.

ARTÍCULO 1049.- Régimen de las acciones. El acreedor de la responsabilidad dispone del derecho a declarar la
resolución:
a. si los defectos en el título afectan el valor del bien a tal extremo que, de haberlos conocido, el adquirente no lo habría
adquirido, o su contraprestación habría sido significativamente menor;
b. si una sentencia o un laudo produce la evicción.

1. Introducción
De concretarse, la evicción frustra objetivamente el interés del adquirente que contrató con relación al bien, lo que
puede llevarlo a declarar la resolución de la operación en los supuestos establecidos en la norma.

2. Interpretación
Por lo pautado en este artículo, el acreedor de la obligación de responsabilidad puede en dos circunstancias declarar
resuelto el negocio jurídico por el que se le transmitió la cosa:
1. si los problemas jurídicos que presenta el título del bien afectan su valor en grado tal que, de haberlos conocido el
adquirente, no lo hubiese adquirido o hubiese pagado por él un precio significativamente menor; y
2. si el adquirente sufre la evicción del bien, vencido por sentencia o laudo arbitral.

ARTÍCULO 1050.- Prescripción adquisitiva. Cuando el derecho del adquirente se sanea por el transcurso del plazo de
prescripción adquisitiva, se extingue la responsabilidad por evicción.

1. Introducción
El paso del tiempo posibilita la adquisición del dominio de un bien y de ello se deriva el saneamiento de un título
originalmente viciado.

2. Interpretación
El paso del tiempo puede sanear un título defectuoso, tornando en titular del dominio de un bien a quien lo tiene en su
poder en razón de una transmisión de parte de quien no era titular dominial de la cosa al tiempo de la celebración del
contrato. Esa adquisición posterior consolida el derecho y sanea jurídicamente el acto de transferencia que podía ser
objeto de reclamos por terceros que invocaran mejores derechos sobre el bien objeto de la operación.
La norma tiene lógica sistémica, porque la adquisición del dominio por prescripción extingue el derecho de cualquier
tercero a reclamar un mejor derecho sobre el bien.

Parágrafo 3º: Responsabilidad por vicios ocultos

ARTÍCULO 1051.- Contenido de la responsabilidad por vicios ocultos. La responsabilidad por defectos ocultos se
extiende a:
a. los defectos no comprendidos en las exclusiones del artículo 1053;
b. los vicios redhibitorios, considerándose tales los defectos que hacen a la cosa impropia para su destino por razones
estructurales o funcionales, o disminuyen su utilidad a tal extremo que, de haberlos conocido, el adquirente no la habría
adquirido, o su contraprestación hubiese sido significativamente menor.

ARTÍCULO 1052.- Ampliación convencional de la garantía. Se considera que un defecto es vicio redhibitorio:
a. si lo estipulan las partes con referencia a ciertos defectos específicos, aunque el adquirente debiera haberlos
conocido;
b. si el enajenante garantiza la inexistencia de defectos, o cierta calidad de la cosa transmitida, aunque el adquirente
debiera haber conocido el defecto o la falta de calidad;
c. si el que interviene en la fabricación o en la comercialización de la cosa otorga garantías especiales. Sin embargo,
excepto estipulación en contrario, el adquirente puede optar por ejercer los derechos resultantes de la garantía
conforme a los términos en que fue otorgada.

ARTÍCULO 1053.- Exclusiones. La responsabilidad por defectos ocultos no comprende:


a. los defectos del bien que el adquirente conoció, o debió haber conocido mediante un examen adecuado a las
circunstancias del caso al momento de la adquisición, excepto que haya hecho reserva expresa respecto de aquéllos. Si
reviste características especiales de complejidad, y la posibilidad de conocer el defecto requiere cierta preparación
científica o técnica, para determinar esa posibilidad se aplican los usos del lugar de entrega;
b. los defectos del bien que no existían al tiempo de la adquisición. La prueba de su existencia incumbe al adquirente,
excepto si el transmitente actúa profesionalmente en la actividad a la que corresponde la transmisión.

1. Introducción
A menudo ocurre en el tráfico negocial que se transmiten cosas que no tienen en la realidad la calidad material o la
funcionalidad que se les atribuye, por lo que quien las recibe a título oneroso se encuentra con que no resultan aptas
para la finalidad razonablemente tenida en consideración al celebrarse el contrato. La responsabilidad por vicios ocultos
proporciona una vía de solución para tales situaciones, posibilitando tanto que quien recibió un bien lo conserve, con
disminución del precio que pagó por él —a menudo, como ocurre con la adquisición de inmuebles, quien lo recibió y ya
se estableció no tiene interés en dejarlo, en encarar una nueva búsqueda y mudanza y prefiere una solución alternativa
— o que deje la operación sin efecto.
La responsabilidad por vicios ocultos de la cosa es inherente a los contratos onerosos y está destinada a proteger los
intereses del adquirente, permitiéndole exigir una disminución del precio o dejar sin efecto la operación en caso de
presentar el bien defectos que lo hagan impropio para su destino.
Lo que en este parágrafo del Código se considera es el defecto en la materialidad de la cosa, de una entidad suficiente
como para cercenar gravemente su utilidad o hacerla impropia para su destino.
La garantía rige básicamente en los contratos a título oneroso (art. 967 CCyC, 1ª parte); pero los subadquirentes a título
gratuito que hubieran obtenido el bien de un adquirente a título oneroso, pueden disponer de la garantía y ejercerla
contra quien hizo una anterior transmisión viciada.
Si las partes no prevén nada sobre la obligación de saneamiento, debe tenérsela por existente en la relación contractual
(art. 1036 CCyC).
Fuera de esta regulación se encuentra la establecida en la Ley de Defensa del Consumidor para la regulación de la
responsabilidad por vicios de toda índole cuando afecten la identidad entre lo ofrecido y lo entregado o su correcto
funcionamiento.

2. Interpretación
2.1. Vicios ocultos y vicios redhibitorios
Todo defecto no ostensible en la materialidad de una cosa puede ser considerado vicio oculto, género que comprende a
los vicios redhibitorios, definidos en el art. 1051, inc. b, CCyC, como los defectos que hacen a la cosa impropia para su
destino por razones estructurales o funcionales o bien que disminuyen su utilidad a tal extremo, que —de haberlos
conocido— el adquirente no la habría adquirido o hubiera dado por ella una contraprestación de menor valor.
El primer tramo del concepto coincide con el enunciado tradicional del instituto, pero luego el Código, con una
innovación interesante, incorpora el defecto estructural o funcional que disminuye o elimina la aptitud de la cosa, lo que
es de especial aplicación a la adquisición de bienes generados por la innovación tecnológica.

2.2. Alcance de la responsabilidad por vicios ocultos


La norma establece que la responsabilidad por defectos ocultos se extiende a los que no se encuentren comprendidos
en las exclusiones determinadas en el art. 1053 CCyC, que deja fuera del ámbito de la garantía los defectos que el
adquirente conoció o debió haber conocido por medio de un examen diligente, adecuado a las circunstancias en las que
se efectuó la transmisión, en tanto no hubiera hecho reserva expresa de incluirlos entre los supuestos abarcados por la
responsabilidad, según los usos del lugar de entrega cuando para la evaluación se requiriera preparación científica o
técnica.
Las partes pueden ampliar la garantía mencionada, dando trato de vicios redhibitorios a los que, en principio, no se
encuentran por su naturaleza comprendidos en esa categoría, incluyendo en ella a:
1. ciertos defectos específicos, aun cuando el adquirente debiera haberlos conocido, lo que es de utilidad para
posibilitar la concreción de operaciones negociales cuando por ese mecanismo se otorga al adquirente una garantía
especial que determina su consentimiento —así, puede incluirse el deterioro provocado por una humedad visible en la
pared de un inmueble, para el caso de su agravamiento—;
2. cierta calidad de la cosa transmitida o la inexistencia de defectos —supuesto de asunción amplia de riesgos por el
enajenante—; y
3. las garantías especiales proporcionadas por el fabricante o quien interviene en la comercialización de la cosa
(distribuidor, concesionario, vendedor, etc.), supuesto en el que, salvo estipulación en contrario, el adquirente puede
optar por ejercer los derechos resultantes de esa garantía, en cuyo caso no podrá hacer uso de las acciones previstas en
el art. 1039 CCyC, ni del reclamo por daños del art. 1049 CCyC.
De tal modo, la responsabilidad por defectos ocultos comprende:
1. Los defectos no comprendidos en las exclusiones del art. 1053 CCyC, referidas a los defectos del bien que el
adquirente conoció o debió haber conocido mediante un examen adecuado a las circunstancias del caso al tiempo de la
adquisición y los defectos del bien que no existían al tiempo de la adquisición. Así, la garantía alcanza a:
I. los defectos ocultos del bien que el adquirente no pudo haber conocido mediante un examen adecuado al tiempo de
la entrega (art. 1053, inc. a, CCyC);
II. los defectos ocultos del bien con relación a los que se haya hecho reserva expresa (art. 1053, inc. a, CCyC); y
III. los defectos ocultos del bien que existían al tiempo de la adquisición (art. 1053, inc. b, CCyC).
2. Los vicios redhibitorios, defectos que hacen a la cosa impropia para su destino o disminuyen su utilidad en grado tal
que, de haber sido conocidos por el adquirente, este no habría contratado como lo hizo; categoría que puede
comprender:
i. defectos ocultos que no revistan dicha envergadura pero a los que las partes decidan dar el tratamiento jurídico de los
vicios redhibitorios (art. 1052, inc. a CCyC);
II. defectos cuya atención haya sido expresamente garantizada por el enajenante, aunque el adquirente debiera haber
conocido su existencia (art. 1052, inc. b, CCyC); y
III. defectos con relación a los que los partícipes de la cadena de comercialización del bien otorgaron garantías
especiales (art. 1052, inc. c, CCyC).
No serán defectos ocultos:
1. los defectos aparentes, ostensibles o manifiestos que el adquirente pudo haber conocido por medio de la práctica de
un examen ordinario. En caso de ser requerida una preparación científica o técnica para la evaluación, se aplicarán los
usos del lugar de la entrega, a fin de determinar qué puede considerarse vicio oculto y qué no, así ocurre, por ejemplo,
con la compra de hacienda; y
2. los defectos que al momento de la adquisición no existían y sobrevienen después del momento de la adquisición de la
cosa y que, en modo alguno, se encontraban presentes en ella al tiempo de la tradición.
La prueba sobre la existencia del defecto al tiempo de la tradición incumbe al adquirente, salvo que el enajenante sea
un profesional del área de mercado, en cuyo caso se invierte la carga. De tratarse de una cuestión que requiere
especiales conocimientos, dicha prueba deberá también estar destinada a acreditar tal circunstancia.

ARTÍCULO 1054.- Ejercicio de la responsabilidad por defectos ocultos. El adquirente tiene la carga de denunciar
expresamente la existencia del defecto oculto al garante dentro de los sesenta días de haberse manifestado. Si el
defecto se manifiesta gradualmente, el plazo se cuenta desde que el adquirente pudo advertirlo. El incumplimiento de
esta carga extingue la responsabilidad por defectos ocultos, excepto que el enajenante haya conocido o debido conocer,
la existencia de los defectos.

ARTÍCULO 1055.- Caducidad de la garantía por defectos ocultos. La responsabilidad por defectos ocultos caduca:
a. si la cosa es inmueble, cuando transcurren tres años desde que la recibió;
b. si la cosa es mueble, cuando transcurren seis meses desde que la recibió o puso en funcionamiento.
Estos plazos pueden ser aumentados convencionalmente.
La prescripción de la acción está sujeta a lo dispuesto en el Libro Sexto.

1. Introducción
En algún momento el defecto oculto se hace ostensible: afloran humedades o grietas en los inmuebles, presentan
problemas funcionales las máquinas o se evidencia una enfermedad congénita en un animal. Tal afloramiento marca el
punto de partida para el cómputo de los plazos establecidos para el ejercicio de las acciones conferidas para hacer
efectiva esta responsabilidad.

2. Interpretación
2.1. La denuncia del defecto
En el art. 1054 CCyC se impone al adquirente la carga de denunciar la manifestación del defecto oculto dentro de los
sesenta días de haberse hecho este ostensible. Se trata de una carga y no de una obligación; un imperativo del propio
interés del adquirente quien, de no dar cuenta de la aparición del defecto, pierde la posibilidad de hacer efectiva la
responsabilidad del transmitente, operándose un supuesto de caducidad que solo puede verse enervado por la
acreditación de una circunstancia: que el enajenante haya conocido o debido conocer la existencia del defecto;
supuesto en el que, con fundamento en la buena fe del adquirente, se puede soslayar el término fatal.
En caso de manifestarse el derecho en forma gradual, el plazo de todos modos se cuenta desde que se hizo evidente y
también rige el supuesto de excepción por conocimiento debido del enajenante.
Dadas las consecuencias derivadas de la falta de denuncia expresa en el plazo indicado, es conveniente que ella se
efectúe por algún medio fehaciente cuyo empleo pueda ser luego acreditado en juicio, de ser ello necesario.

2.2. Caducidad de la garantía


Lo previsto en el art. 1055 CCyC es un régimen de caducidad que, como tal, y a diferencia de lo que ocurre en materia de
prescripción, extingue el derecho. La finalidad de la norma es poner un límite temporal a la extensión de la
responsabilidad por vicios redhibitorios del enajenante a título oneroso. Ella será de tres años desde la entrega, en el
caso de inmuebles; de seis meses desde la tradición o puesta en funcionamiento de la máquina o artefacto, en el caso
de cosas muebles. Las partes pueden ampliar esos plazos de común acuerdo.
El plazo de prescripción de la acción de responsabilidad será de un año (art. 2564, inc. a, CCyC).

2.3. El procedimiento a seguir por el acreedor de la garantía


Si se trata de un vicio oculto que hace a la cosa impropia para su destino, el adquirente debe formular denuncia dentro
de los 60 días de haberse hecho evidente y dentro de los tres años de la tradición de la cosa, si se trata de un inmueble,
o dentro de los seis meses de recibida o puesta en funcionamiento, si se trata de cosa mueble. Esos plazos de
caducidad, de tres años y de seis meses, pueden ser ampliados por acuerdo de partes, pero no reducidos.
Si se está ante un defecto que se hace ostensible en forma gradual, el plazo para la formulación de la denuncia se
cuenta desde la primera evidencia de su existencia. En caso de sucesivas transmisiones, los plazos mencionados cuentan
para cada nuevo adquirente.
A ello se suma el plazo de prescripción anual regulado en el art. 2564, inc. a, CCyC; por lo que se requiere, entonces, que
el defecto se haga ostensible dentro del plazo de caducidad establecido para el bien del que se trate —mueble o
inmueble— y que se formule denuncia ante el transmitente dentro de los sesenta días de hacerse evidente y, a partir de
entonces, el adquirente cuenta con un año para interponer la acción.

ARTÍCULO 1056.- Régimen de las acciones. El acreedor de la garantía dispone del derecho a declarar la resolución del
contrato:
a. si se trata de un vicio redhibitorio;
b. si medió una ampliación convencional de la garantía.

ARTÍCULO 1057.- Defecto subsanable. El adquirente no tiene derecho a resolver el contrato si el defecto es subsanable,
el garante ofrece subsanarlo y él no lo acepta. Queda a salvo la reparación de daños.

1. Introducción
En el régimen del CC se preveían la acción estimatoria de reducción del precio, que posibilitaba la subsistencia del
contrato, por readecuación de sus términos, y la acción redhibitoria por la que se dejaba sin efecto el contrato. La
solución ahora incorporada en el Código innova sobre aquellas previsiones.

2. Interpretación
2.1. Supuestos de resolución del contrato por vicios ocultos
Según la previsión contenida en la norma en comentario, el acreedor de la garantía por vicios ocultos puede declarar
resuelto el contrato cuando se verifica la existencia de un vicio redhibitorio —aquel que hace a la cosa impropia para su
destino por razones estructurales o funcionales o bien disminuye su utilidad de modo tal que, de haberlo conocido, el
adquirente no habría realizado la operación o la habría concretado por una contraprestación de menor valor— y cuando
las partes convinieron una ampliación de la garantía en los términos previstos en el art. 1052 CCyC.
La resolución es admisible solo cuando se trata de vicios redhibitorios, y no de defectos ocultos que no puedan ser
calificados de tales por ser subsanables, según se establece en el art. 1057 CCyC —por el que la negativa a aceptar la
subsanación no obsta a la reparación de los daños que pudo haber sufrido el adquirente como adecuada derivación de
la provisión de un bien defectuoso—.

2.2. Régimen de las distintas acciones factibles


Debe distinguirse, según se trate de defecto oculto subsanable o no subsanable:
1. El acreedor por defecto oculto no subsanable puede:
a. si el bien es fungible, reclamar uno equivalente (art. 1039, inc. b, CCyC);
b. resolver el contrato (arts. 1039, inc. c, y 1056 CCyC), siempre que se trate de un vicio redhibitorio, por ser tal o por
haberle dado las partes esa consideración;
c. sumar a esas acciones el reclamo por daños y perjuicios, siempre que no haya conocido o podido conocer la existencia
de vicios, que la transmisión no haya sido hecha a riesgo del adquirente o que no resultase de subasta judicial o
administrativa (art. 1040 CCyC).
2. El acreedor por defecto oculto subsanable, por su parte, puede:
a. reclamar la subsanación del vicio (arts. 1039, inc. a, y 1057 CCyC);
b. si el bien es fungible, reclamar uno equivalente (art. 1039, inc. b, CCyC);
c. resolver el contrato (arts. 1039, inc. c, y 1057 CCyC), siempre que el enajenante no haya ofrecido la subsanación,
aunque ella no fuera aceptada y
d. adicionar el reclamo por daños y perjuicios que resulta acumulable para el supuesto de defectos no subsanables (art.
1040 CCyC).
La acción por daños no resulta viable:
I. si el adquirente conoció o pudo conocer la existencia del vicio, salvo que el enajenante fuera un profesional del sector
del mercado propio de la operación y, quien recibe la cosa, no;
II. si el enajenante no conoció o no pudo conocer la existencia del vicio, con la misma salvedad del punto anterior—se
privilegia la buena fe—;
III. si la transmisión fue hecha a riesgo del adquirente; y
IV. si la adquisición resulta de una subasta judicial o administrativa de carácter forzoso.
ARTÍCULO 1058.- Pérdida o deterioro de la cosa. Si la cosa perece total o parcialmente a causa de sus defectos, el
garante soporta su pérdida.

1. Introducción
El artículo regula la asignación de riesgos por pérdida total o parcial de la cosa como consecuencias de sus defectos y lo
hace estableciendo una excepción al régimen general en materia de obligaciones de dar.

2. Interpretación
La regla general en materia de obligaciones de dar cosa cierta para constituir derechos reales es que es el dueño quien
soporta los riesgos de la cosa (art. 755 CCyC), por lo que la norma, similar a la del Proyecto de 1998, constituye un
supuesto de excepción a ella; en tanto establece que, si la cosa perece total o parcialmente a causa de sus defectos, es
el garante, y no el adquirente, quien debe soportar su pérdida.
La norma no hace referencia a la pérdida total o parcial de la cosa por caso fortuito o culpa del adquirente.
El adquirente de una cosa perdida por sus defectos ocultos podrá, en razón de lo establecido en el art. 1058 CCyC, optar
por:
I. reclamar un equivalente, si el bien perdido es fungible (art. 1039, inc. b, CCyC);
II. resolver el contrato (arts. 1039, inc. b, y 1057 CCyC); y
III. agregar a la vía que elija el reclamo por daños y perjuicios, salvo que el adquirente hubiera conocido el riesgo de
evicción o la existencia de vicios; que el enajenante no hubiera podido conocer tales circunstancias; que la transmisión
hubiera sido hecha a riesgo del adquirente o que ella se hubiera operado por subasta judicial (art. 1040 CCyC).

SECCIÓN 5ª: Señal

ARTÍCULO 1059.- Disposiciones generales. La entrega de señal o arras se interpreta como confirmatoria del acto,
excepto que las partes convengan la facultad de arrepentirse; en tal caso, quien entregó la señal la pierde en beneficio
de la otra, y quien la recibió, debe restituirla doblada.

ARTÍCULO 1060.- Modalidad. Como señal o arras pueden entregarse dinero o cosas muebles. Si es de la misma especie
que lo que debe darse por el contrato, la señal se tiene como parte de la prestación si el contrato se cumple; pero no si
ella es de diferente especie o si la obligación es de hacer o no hacer.

1. Introducción
Se denomina seña, señal o arras a la entrega de una cosa mueble o de una suma de dinero que una de las partes
contratantes realiza a favor de la otra u otras, con alguna de las siguientes finalidades: reforzar el cumplimiento o
permitir el arrepentimiento de cualquiera de los contratantes.
Se trata de un elemento accidental de los contratos bilaterales y plurilaterales. Su estipulación no requiere de fórmulas
sacramentales, sino de la entrega de una cosa, que puede realizarse en cualquier momento antes del cumplimiento;
esto es, antes de la celebración, en forma contemporánea con ello o luego, para reforzar el compromiso asumido.
Hasta ahora se distinguía entre nosotros la señal prevista en el art. 1202 CC, que daba lugar al arrepentimiento y era
considerada penitencial, de la del art. 475 del Código de Comercio, de carácter confirmatorio; aunque nada impedía
pactar una seña confirmatoria en materia civil o una penitencial en materia comercial. Este Código prevé ambas
modalidades, con un régimen flexible.

2. Interpretación
2.1. Forma de constitución de la señal
Se establece en el art. 1060 CCyC que, como señal o arras, puede entregarse dinero o cosas muebles; entrega que, en
razón de lo establecido en el art. 1059 CCyC, se interpreta como confirmatoria del acto, excepto que las partes
convengan la facultad de arrepentirse.
Quien recibe la seña es depositario de lo entregado, calidad que se mantendrá hasta que se determine la suerte del
vínculo contractual.

2.2. Señal confirmatoria


El carácter confirmatorio de la seña determina que ella constituya una señal de la conclusión de un acuerdo en firme,
que robustece el vínculo jurídico establecido entre las partes. De acuerdo a lo establecido en el art. 1060 CCyC, si lo
dado es de la misma especie de lo que luego deba darse por el contrato, la señal se tendrá como parte de la prestación;
pero no si ella es de diferente especie o la obligación es de hacer o no hacer, en cuyo caso da cuenta de la celebración
del contrato, pero deberá luego restituirse a quien la entregó.
2.3. Seña que faculta el arrepentimiento
Si las partes determinan que las arras son entregadas con la facultad de arrepentirse, dicho arrepentimiento podrá tener
lugar hasta que se dé principio de ejecución a las obligaciones establecidas en el contrato, por vía de la realización de
actos que no tendrían lugar de no ser la intención de las partes avanzar en el cumplimiento —por ejemplo, designación
del escribano que habrá de intervenir en el otorgamiento de una escritura; depósito del saldo de precio; envío de
instrucciones especiales para la entrega, etc., conformadas por la contraria—.
En cuanto a la forma de operarse, variará según cuál sea la parte que se arrepiente. Si es quien entregó las arras, el
arrepentimiento generará la pérdida en beneficio de la contraria de lo entregado. Si es quien las recibió, deberá
entregar al constituyente el doble de lo recibido.
Nada obsta a que las partes convengan otro régimen para regular la posibilidad de arrepentimiento. La seña opera, en
este caso, como una condición resolutoria y ello permite diferenciarla de la reserva, de uso habitual en la
intermediación inmobiliaria, pues ella actúa como una condición suspensiva que sujeta la viabilidad de la operación a la
conformidad de la contraparte con una determinada propuesta negocial (art. 999 CCyC).

CAPÍTULO 10: Interpretación


ARTÍCULO 1061.- Intención común. El contrato debe interpretarse conforme a la intención común de las partes y al
principio de la buena fe.

1. Introducción
La interpretación de los contratos es una actividad lógica, ejecutada según las pautas legales establecidas básicamente
en este Capítulo, que tiene por finalidad la búsqueda y determinación del significado y alcance del contenido del
contrato según lo querido por las partes en oportunidad de su celebración.
En este tramo del Código se trata de la interpretación de los contratos negociados, paritarios, y no de la de los contratos
por adhesión a cláusulas predispuestas o de los de consumo, que tienen sus propias reglas de interpretación, orientadas
a morigerar los efectos de la asimetría del vínculo existente entre las partes. Como también tienen reglas específicas de
interpretación los contratos conexos, como surge del art. 1074 CCyC.
La adopción de compromisos contractuales por las personas importa para ellas el ejercicio de la libertad que nuestro
sistema constitucional establece como garantía para los particulares, pero también una renuncia a emplear los medios
afectados al cumplimiento de las obligaciones asumidas a otras actividades, un sacrificio en términos de libertad.
En materia de contratos, se ven en juego los distintos perfiles que la libertad presenta en la sociedad; pero, cualquiera
sea el que se aborde, es claro que se trata de un derecho fundamental, que debe ser especialmente protegido. Una de
las vías para hacerlo es la de determinar, en caso de discrepancia entre las partes, el recto sentido del contenido del
contrato, de aquello que buscaban y por lo que decidieron asumir obligaciones por las que limitaron voluntariamente la
amplia libertad de la que gozaban. De allí la importancia vertebral de la finalidad en materia de contratos.
El lenguaje natural empleado en la redacción de los contratos tiene limitaciones generadas por fenómenos como la
ambigüedad, la polisemia, la oscuridad, la vaguedad y la indeterminación relativa de algunas de las palabras
habitualmente utilizadas. Y como las palabras son ”caballos de Troya” de las ideas, a menudo una discrepancia respecto
del alcance de un término puede conducir a una variación relevante de las consecuencias de las obligaciones
establecidas en un contrato.
Frente a tales complejidades, la labor interpretativa tiene por función la de determinar el alcance de las palabras por las
que las partes expresaron su voluntad, generando el consentimiento. Las normas de interpretación limitan las
facultades de quien debe interpretar, estableciendo pautas a las que debe ceñirse, producto de la experiencia, de los
usos y costumbres, y de cierto consenso básico jurídico decantado a lo largo del tiempo.
El CCyC sintetiza en las normas de este Capítulo los principios y reglas aceptados por nuestra doctrina y jurisprudencia,
en su labor de aplicación e interpretación de las normas contenidas básicamente en el art. 1198 CC y en los arts. 217 y
218 CCom., derogados en su aplicación por las nuevas normas.
Una actividad es la de determinar los derechos y las obligaciones establecidos por las partes, de eso se trata la
interpretación; otra es la de calificar, que consiste en determinar si el vínculo contractual de que se trate se ajusta a
alguna matriz contractual nominada y, en su caso, determinar a cual y, finalmente, existe otra actividad, prevista en el
art. 964 CCyC, destinada a completar el contenido normativo del contrato en aquello que no hubiera sido objeto de
expresa consideración por las partes o que, habiéndolo sido, resulte incompatible con una norma indisponible para
ellas.

2. Interpretación
En el artículo se determina que la interpretación del contenido y alcances de un contrato debe estar orientada por dos
reglas básicas en la materia: el principio de buena fe, al que ya se ha hecho referencia en los comentarios a los arts. 9º y
961 CCyC, y la intención común de las partes.

2.1. Intención común de las partes


En la interpretación de los contratos debe indagarse cuál fue la intención común, lo que no significa sino determinar
cuál fue la finalidad que las partes concordaron.
La finalidad es un elemento vertebral de todo contrato, pues es claro que las partes contratan, comprometen su
actividad y recursos, para el logro de un objetivo determinado, sin el que el vínculo carece de eficacia. El contrato es la
regulación del procedimiento pautado para alcanzar un determinado fin.
El intérprete debe colocarse en un punto de evaluación que supere el del interés particular de cada contratante para
establecer cuál fue la finalidad compartida, expresa o implícita, que determinó el consentimiento, pues es ella la
relevante para la interpretación del contrato, más allá de la evaluación de la voluntad expresada por cada parte.

2.2. Principio de buena fe


La considerada en materia de contratos es la buena fe-confianza o buena fe-lealtad, que debe ser evaluada según un
estándar objetivo medio, el de “un contratante cuidadoso y previsor” (art. 961 CCyC, a cuyo comentario se remite),
categoría cuyo molde habrá de ser llenado en cada caso concreto, según sus circunstancias.
Cabe considerar que en el empleo de los términos, en la asignación del sentido y en la valoración de los alcances, las
partes actúan de acuerdo a este principio y ello debe regir la evaluación del intérprete.
La buena fe es regla fundamental de interpretación y de integración de los contratos.

ARTÍCULO 1062.- Interpretación restrictiva. Cuando por disposición legal o convencional se establece expresamente
una interpretación restrictiva, debe estarse a la literalidad de los términos utilizados al manifestar la voluntad. Este
artículo no es aplicable a las obligaciones del predisponente y del proveedor en los contratos por adhesión y en los de
consumo, respectivamente.

1. Introducción
A partir de este artículo, el Código establece un conjunto de principios que, agregados a los lineamientos establecidos
en el artículo anterior, deben guiar la tarea del intérprete del contenido normativo de un contrato. En este caso,
determina el criterio con el que deben ser evaluados los alcances de las disposiciones por las que las partes o la ley
establecen la necesidad de una interpretación restrictiva.

2. Interpretación
A menudo la ley impone una interpretación restrictiva. Así ocurre, por ejemplo, en materia de cartas de intención (art.
993 CCyC); de estipulación a favor de tercero (art. 1027 CCyC); de cláusulas de supresión y disminución de la
responsabilidad por saneamiento (art. 1037 CCyC); de aceptación de la donación (art. 1545 CCyC) y de alcances de la
transacción (art. 1642 CCyC), entre otros. Pero ella puede ser también convenida por las partes cuando negocian un
contrato paritario, lo que es en principio válido, salvo que se trate de los supuestos de exclusión que la propia norma
enuncia al establecer que no resulta de aplicación cuando lo que se establece como de interpretación restrictiva es lo
relativo a las obligaciones del predisponente en un contrato por adhesión a cláusulas predispuestas o a las del
proveedor en un contrato de consumo; disposición que guarda lógica sistémica con lo establecido en los arts. 987, 988,
1117, 1119 y concs. de este Código.
No obstante, es posible que la literalidad de los términos requiera de la aplicación de alguno de los criterios de
interpretación fijados en los artículos siguientes, en especial en los casos de oscuridad.

ARTÍCULO 1063.- Significado de las palabras. Las palabras empleadas en el contrato deben entenderse en el sentido
que les da el uso general, excepto que tengan un significado específico que surja de la ley, del acuerdo de las partes o de
los usos y prácticas del lugar de celebración conforme con los criterios dispuestos para la integración del contrato.
Se aplican iguales reglas a las conductas, signos y expresiones no verbales con los que el consentimiento se manifiesta.

1. Introducción
El lenguaje tiene un grado de indeterminación relativa del que a menudo no se tiene conciencia. Las palabras
constituyen la materia del discurso jurídico; ellas expresan conceptos cuyos límites y alcances no siempre son
ponderados de igual modo por los distintos intereses involucrados en la celebración de un contrato. Pero el derecho
debe solucionar conflictos y para ello establece reglas que a menudo responden a necesidades prácticas, como la
enunciada en este artículo que, con las salvedades que apunta, privilegia el sentido general que cabe asignar a las
palabras, antes que el particular con el que alguna de las partes pudo haberla utilizado.
2. Interpretación
La tarea interpretativa en materia de contratos se encuentra pautada; ella debe iniciarse por el análisis gramatical y
semántico de las palabras según el sentido que les asigna el uso general, salvo que:
a. la ley les asigne un significado específico, distinto del propio del uso general —son numerosos los ejemplos que
pueden darse en distintas ramas del derecho—; o que
b. ese significado diverso haya sido establecido por acuerdo de las partes —a menudo los contratos complejos
establecen una sección en la que se determina el sentido que debe asignarse a los términos en ellos empleados—; o que
c. ese significado específico surja de los usos y prácticas del lugar de celebración, en cuanto sean aplicables, porque
hayan sido declarados obligatorios por las partes o porque sean ampliamente conocidos y regularmente observados en
el ámbito en que se celebre el contrato, excepto que su aplicación sea irrazonable (conf. art. 964 CCyC, que dispone los
criterios a seguir para la integración del contrato).
De acuerdo a lo establecido en el último párrafo del artículo, las mismas reglas se aplican a las conductas, signos y
expresiones no verbales por los que las personas manifiestan el consentimiento; algunas de ellas habrán de dar cuenta
de una manifestación tácita de voluntad, como cuando una persona lleva adelante una conducta que no habría
realizado de no haber contratado con determinados alcances; otras constituyen otra forma de expresión, como los
signos empleados para formular posturas en las subastas, admisibles en tanto no se encuentren prohibidos para el caso.
Si se emplean distintos idiomas, por ejemplo en un contrato internacional, las partes pueden acordar que uno de ellos
prevalezca sobre el otro u otros.

ARTÍCULO 1064.- Interpretación contextual. Las cláusulas del contrato se interpretan las unas por medio de las otras, y
atribuyéndoles el sentido apropiado al conjunto del acto.

1. Introducción
La interpretación contextual o sistémica considera al contrato como una unidad coherente de sentido, lo que posibilita
evaluar el sentido con el que las palabras son empleadas en los distintos tramos de su texto, empleando uno para
interpretar a otra. El Código ha seguido en este tema a las Reglas de Unidroit (art. 4.4).
Lo aquí pautado es de aplicación cuando existen dudas sobre los alcances de determinada estipulación de las partes,
porque de no existir ella, se aplica directamente lo que surge de la letra de la norma convencional.

2. Interpretación
De acuerdo al principio de interpretación contextual, el texto de un contrato se considera elaborado con un criterio
uniforme, que asigna similar significado a la misma palabra o expresión, en las distintas cláusulas en las que ella es
empleada. La norma responde a una necesidad de orden práctico: dar solución a los problemas de interpretación que
puedan darse al intentar establecer el alcance y sentido de un término en una cláusula de un contrato, estableciendo
que este puede ser determinado por medio de la utilización clara en un sentido que de él se haya hecho en otra cláusula
del mismo contrato.
Puede ocurrir, como un efecto no deseado del “cortar y pegar”, que en la elaboración de un contrato se empleen
modelos de distintos contratos, en los que una misma palabra ha sido empleada de modo diverso y que el intérprete se
encuentre ante un texto que asigna diversos sentidos a una misma expresión; supuesto en el que deberá descartar la
posibilidad de dar solución a la cuestión por vía de la interpretación contextual, para recurrir a lo pautado en el art. 1065
CCyC.

ARTÍCULO 1065.- Fuentes de interpretación. Cuando el significado de las palabras interpretado contextualmente no es
suficiente, se deben tomar en consideración:
a. las circunstancias en que se celebró, incluyendo las negociaciones preliminares;
b. la conducta de las partes, incluso la posterior a su celebración;
c. la naturaleza y finalidad del contrato.

1. Introducción
Los criterios de valoración enunciados en este artículo deben ser empleados cuando no es posible resolver un problema
de interpretación por medio de la interpretación contextual. El Código establece como principal fuente de
interpretación el significado de las palabras y subsidiariamente puede recurrirse a las circunstancias, conductas y
finalidad del contrato; pero siempre que las partes en un contrato paritario no hayan determinado que la única fuente
admisible sería la literalidad de sus palabras. Tal diseño da cuenta de la aplicación a la interpretación de los contratos de
la regla de la subsidiariedad, por la que prevalece lo escrito y solo subsidiariamente puede recurrirse a la consideración
de otros elementos, cuando lo plasmado en el papel no es suficiente, —como ocurre, por ejemplo, cuando lo acordado
en las negociaciones no coincide con lo trasladado en el texto final del contrato—.
2. Interpretación
El artículo establece que cuando no sea posible determinar el sentido de las palabras empleadas en el contrato por
medio del cotejo del asignado a ellas en las distintas cláusulas del acuerdo, el intérprete debe tomar en consideración:
a. las circunstancias en las que se celebró, incluyendo las negociaciones preliminares: esas negociaciones pudieron
haber dado lugar a documentos aptos para proporcionar información sobre el sentido asignado a las expresiones por las
partes, como puede ser una “carta de intención” (art. 993 CCyC), del que surja un sentido claro de alguna palabra que
genera discrepancias interpretativas.
A ese material puede sumarse la valoración de cualquier otro documento o dato contextual que permita al intérprete
formar criterio acerca del sentido que las partes asignaron a las expresiones por ellas empleadas.
b. la conducta de las partes, incluso posterior a su celebración: se trata del principio de interpretación de hecho o
fáctica, por el que se pondera la conducta de las partes, al tiempo de la celebración o durante la ejecución, como un
elemento interpretativo valioso acerca de los alcances de lo convenido. Así, por ejemplo, si en un contrato se estableció
un plan de financiación en veinte cuotas, sin especificar los plazos otorgados para cada una de ellas, y el deudor efectúa
el primero a los quince días y el segundo a los treinta, sin objeción alguna del acreedor, la norma queda interpretada por
los propios contratantes en el sentido que los pagos debían ser quincenales; otro tanto puede ocurrir con el domicilio de
pago; la moneda en la que se estipuló la obligación, etc.
c. la naturaleza y finalidad del contrato: los contratos presentan una finalidad típica y tienen también una finalidad o
funcionalidad económica determinada y así podemos hablar de contratos de cambio, de previsión, etc. Pero puede que
también las partes tuvieran en consideración una finalidad motivacional, de índole subjetiva, compartida como causa
determinante de la contratación. El intérprete debe indagar en esos factores y, a partir de la información que reúna al
respecto, elaborar un cuadro de situación que le permita determinar la naturaleza del contrato del que se trate y la
finalidad perseguida por las partes en ese contrato en concreto.

ARTÍCULO 1066.- Principio de conservación. Si hay duda sobre la eficacia del contrato, o de alguna de sus cláusulas,
debe interpretarse en el sentido de darles efecto. Si esto resulta de varias interpretaciones posibles, corresponde
entenderlos con el alcance más adecuado al objeto del contrato.

1. Introducción
En nuestro sistema jurídico las partes gozan de libertad para contratar y determinar el contenido de los negocios
jurídicos que realizan. Con ello contribuyen, por lo general, al bienestar general y a la dinámica de la sociedad y del
mercado. Tales factores determinan que sea de interés del orden jurídico el preservar el contrato más allá de las dudas
que pudieran verificarse con relación a su validez o a la de alguna de sus estipulaciones.

2. Interpretación
Según el principio de conservación del contrato enunciado en el art. 1066 CCyC, las situaciones dudosas que pudieran
darse con relación a la ponderación de la validez del contrato o de alguna de sus cláusulas, deben interpretarse en el
sentido de darle efectos.
Esto es, en caso de duda, el juez no debe privar de validez a lo estipulado por las partes; pero solo en caso de duda, pues
de ser clara la invalidez, debe declararla, aun de oficio, en caso de afectar ella el orden público.
En caso de existir diversos sentidos posibles, alguno de los cuales conduce a la determinación de la ineficacia de todo o
parte del contrato, el intérprete debe optar por la valoración que resulte más adecuada al objeto del contrato.

ARTÍCULO 1067.- Protección de la confianza. La interpretación debe proteger la confianza y la lealtad que las partes se
deben recíprocamente, siendo inadmisible la contradicción con una conducta jurídicamente relevante, previa y propia
del mismo sujeto.
1. Introducción
La buena fe lealtad constituye el parámetro al que deben ajustar recíprocamente las partes su conducta desde el
momento en el que inician las negociaciones, en la celebración y durante la ejecución, lo que impone que sea también
criterio de interpretación del contenido del contrato. La coherencia entre la conducta previa y los actos posteriores de
un contratante es expresión del respeto de esa buena fe y por ello deben ser desestimadas las manifestaciones y
conductas autocontradictorias.
El principio que veda ir contra los propios actos, al que se refiere la norma, tiene tradición jurídica entre nosotros y se
incorpora ahora expresamente al derecho común. Su fundamento se asienta en la confianza que la conducta anterior ha
generado, según el sentido objetivo que de ella se desprende, confianza en que quien la ha emitido, permanecerá en
ella, pues lo contrario importaría incompatibilidad o contradicción de conductas emanadas de un mismo sujeto, que
afectan injustamente la esfera de intereses de quien suponía hallarse protegido pues había depositado su confianza en
lo que creía un comportamiento agotado en su dirección de origen.
2. Interpretación
La norma impone al intérprete orientar sus valoraciones en el sentido de proteger la confianza y la lealtad que las partes
se deben recíprocamente, desestimando como admisibles aquellas ponderaciones que validen una conducta que, por
entrar en contradicción con otra anterior de la parte de la que emana, resulta jurídicamente inadmisible. Para que la
conducta anterior pueda considerarse contradictoria con la actual, ella debe partir del mismo sujeto y ser jurídicamente
relevante; esto es, no viciada, vinculada con la misma relación jurídica de la que se trate y a algún aspecto importante
de ella, no a una cuestión accesoria o tangencial.

ARTÍCULO 1068.- Expresiones oscuras. Cuando a pesar de las reglas contenidas en los artículos anteriores persisten las
dudas, si el contrato es a título gratuito se debe interpretar en el sentido menos gravoso para el obligado y, si es a título
oneroso, en el sentido que produzca un ajuste equitativo de los intereses de las partes.

1. Introducción
En el Código de Comercio derogado se adoptaba el criterio por el cual, en caso de duda, debía estarse a la solución que
liberara al deudor (principio de favor debilis, art. 218 CCom.).
En este Código se ha refinado el criterio, discriminando el criterio a aplicar según se trate de actos otorgados a título
gratuito o de actos otorgados a título oneroso.

2. Interpretación
Agotadas las instancias interpretativas desarrolladas con base en los principios y reglas aludidos en los artículos
anteriores, sin que por medio de ellas se haya logrado superar la duda existente con relación al contenido y alcances de
una expresión del contrato, se establece un criterio de solución dispar, según se trate de contratos a título oneroso o a
título gratuito, distinción enunciada en el art. 967 CCyC.
Si se trata de un contrato a título gratuito, debe adoptarse la interpretación de su contenido que resulte menos gravosa
para el obligado; ello teniendo en consideración que efectúa una liberalidad sin considerar una contraprestación a
cambio.
Y si se trata de un contrato a título oneroso, debe adoptarse la solución que, a criterio del intérprete, produzca un ajuste
equitativo de los intereses de las partes, la mayor reciprocidad posible.
Así, mientras que lo que se debe buscar en el caso de los actos a título gratuito es limitar la obligación a cargo de quien
dispone la liberalidad; en los actos a título oneroso, desde que las ventajas de una de las partes le son concedidas en
función de lo que ella se obliga a hacer o ha hecho a favor de la otra, debe adoptarse la solución que maximice las
posibilidades de equilibrio entre las contraprestaciones.

CAPÍTULO 11: Subcontrato


ARTÍCULO 1069.- Definición. El subcontrato es un nuevo contrato mediante el cual el subcontratante crea a favor del
subcontratado una nueva posición contractual derivada de la que aquél tiene en el contrato principal.

ARTÍCULO 1070.- Disposición general. En los contratos con prestaciones pendientes éstas pueden ser subcontratadas,
en el todo o en parte, a menos que se trate de obligaciones que requieren prestaciones personales.

1. Introducción
La subcontratación no tenía regulación general en los Códigos anteriores, aunque sí dentro del contrato de locación, en
el que es de uso habitual.
La subcontratación se encuentra expresamente tratada en:
a. la locación de cosas, contrato en el que la sublocación se encuentra regulada en los arts. 1214 a 1216 CCyC;
b. el leasing, en el que el tomador del leasing puede arrendar el bien (art. 1238, párr. 2, CCyC);
c. el contrato de obra y servicios, en cuya regulación se prevé que el contratista o prestador de servicios pueda
valerse de terceros para ejecutar el servicio, salvo que hubiera sido elegido por su cualidades personales (art.
1254 CCyC); en la franquicia, en el que se prevé que el franquiciado con autorización del franquiciante y el
franquiciado mayorista, puedan otorgar subfranquicias (art. 1518, inc. a, CCyC); en el contrato de agencia, en el
que se prevé la institución de subagentes por el agente que cuenta con consentimiento del empresario (art.
1500 CCyC) y en el de concesión, en el que se prevé que el concesionario pueda, de contar con la autorización
del concedente, designar subconcesionarios, agentes o intermediarios de venta.
Por vía de este mecanismo contractual, un subcontratante puede desglosar sus derechos con relación a un determinado
bien, para hacer aprovechamiento de ellos en uno o varios subcontratos con personas que resultan terceros respecto de
un contrato original, del que el subcontratante obtuvo su legitimación para entablar nuevos vínculos contractuales
derivados.
2. Interpretación
2.1. El subcontrato
Según la norma el subcontrato es un nuevo contrato derivado de otro principal.
Sus partes son el subcontratante y el subcontratado y, a partir del consentimiento entre ellos alcanzado, aquel crea a
favor de este una nueva posición contractual. Surge con claridad del artículo que, aun cuando se hable de un nuevo
contrato, este es derivación de otro principal, del que resulta accesorio; por lo que el subcontrato subsiste y es eficaz en
tanto lo sea el contrato base.
Se trata de una suerte de desprendimiento del contrato base que no debe confundirse con la cesión de posición
contractual regulada en los arts. 1636 a 1640 CCyC.

2.2. Límites a la subcontratación


De acuerdo a lo establecido en el art. 1070 CCyC, la subcontratación puede darse siempre que existan prestaciones
pendientes de cumplimiento en el contrato principal o base, las que pueden ser objeto de un contrato derivado que
comprenda la totalidad o parte de ellas. Pero tal subcontratación no podrá tener lugar cuando las obligaciones a cargo
de quien sería subcontratante en el contrato derivado, requirieran de prestaciones personales.
Dicho carácter personal puede surgir de la naturaleza de la prestación debida pero puede ser también estipulado por las
partes, aun cuando pudiera considerarse que se está ante una obligación en la que la persona del deudor no resulta
esencial. Así deben considerarse los casos en los que se prohíbe la subcontratación.

ARTÍCULO 1071.- Acciones del subcontratado. El subcontratado dispone:


a. de las acciones emergentes del subcontrato, contra el subcontratante;
b. de las acciones que corresponden al subcontratante, contra la otra parte del contrato principal, en la extensión en
que esté pendiente el cumplimiento de las obligaciones de éste respecto del subcontratante.
Estas acciones directas se rigen por lo dispuesto en los artículos 736,737 y 738.

ARTÍCULO 1072.- Acciones de la parte que no ha celebrado el subcontrato. La parte que no ha celebrado el
subcontrato mantiene contra el subcontratante las acciones emergentes del contrato principal.
Dispone también de las que corresponden al subcontratante contra el subcontratado, y puede ejercerlas en nombre e
interés propio.

1. Introducción
La subcontratación da lugar a relaciones jurídicas de carácter transitivo entre las partes en el contrato principal y en el
contrato derivado, lo que habilita al ejercicio de acciones entre ellos, cuestión regulada en los arts. 1071 y 1072 CCyC.
Dado que el subcontrato es derivación de un contrato principal a partir del que se genera la relación jurídica entre
subcontratante y subcontratado, se denomina “contratante” y “subcontratante” a las partes en la relación jurídica base,
y “subcontratante” y “subcontratado” a quienes lo son en el vínculo elaborado a partir del primero.

2. Interpretación
2.1. Acciones establecidas a favor del subcontratado.
Acción directa contra el contratante principal
Respecto a las acciones establecidas a favor del subcontratado, el mismo dispone de:
a. Las acciones emergentes del subcontrato: de acuerdo a lo regulado en el art. 1071 CCyC, el subcontratado puede
ejercer contra el subcontratante las acciones surgidas del subcontrato que, como se vio, crea una nueva posición
contractual derivada del contrato principal.
b. Las acciones del subcontratante contra el contratante en el contrato principal: en el inc. b del art. 1071, el Código
atribuye al subcontratado la posibilidad de demandar al contratante en el contrato original por vía de acción directa. La
acción directa es de carácter excepcional, y es por ello que en el artículo se la enuncia expresamente; ella se puede dar
en tanto exista una suerte de encadenamiento de deudas; pues se requiere un crédito exigible del subcontratado contra
el subcontratante, al que debe sumarse una deuda correlativa exigible del tercero demandado a favor del deudor
(subcontratante) de quien demanda (subcontratado), debiendo tratarse de créditos homogéneos en la naturaleza de las
prestaciones y expeditos (art. 737 CCyC). Se requiere citación a juicio del deudor. El subcontratado, quien acciona contra
el deudor de su deudor por vía de la acción directa, demanda por derecho propio y en su exclusivo beneficio, por lo que
no habrá de ejecutar la integridad del crédito que el subcontratante pueda tener contra el contratante, sino en la
medida de su propio crédito, que queda embargado por la mera notificación de la demanda (art. 738, inc. a, CCyC); el
monto percibido ingresará luego directamente a su patrimonio. El contratante original demandado podrá oponer al
subcontratado tanto las defensas que tenga contra él como las que podría ejercer contra el subcontratante. El
contratante quedará liberado frente al subcontratante por el pago que dentro de este marco de acción realice al
subcontratado.

2.2. Acciones del contratante


Según se establece en el art. 1072 CCyC, el contratante en el contrato principal, quien no ha sido parte en el
subcontrato, conserva las acciones emergentes del contrato del que es parte contra el subcontratante; pero también
puede accionar contra el subcontratado por lo que este adeude al subcontratante y en la medida del crédito que ese
contratante pueda invocar, dándose una situación similar a la expuesta con relación a lo regulado en el art. 1071, inc. b,
CCyC lo que se desprende del enunciado de la parte final del segundo párrafo del artículo, donde se aclara que esas
acciones pueden ser ejercidas por el contratante en nombre e interés propio.

CAPÍTULO 12: Contratos conexos


ARTÍCULO 1073.- Definición. Hay conexidad cuando dos o más contratos autónomos se hallan vinculados entre sí por
una finalidad económica común previamente establecida, de modo que uno de ellos ha sido determinante del otro para
el logro del resultado perseguido. Esta finalidad puede ser establecida por la ley, expresamente pactada, o derivada de
la interpretación, conforme con lo que se dispone en el artículo 1074.

1. Introducción
La importancia de esta normativa reside fundamentalmente en la tipificación y regulación de un sistema negocial
adoptado para la financiación de compra de diferentes productos, que van desde electrodomésticos hasta automotores
o viviendas o para permitir que el consumidor alcance la prestación de un servicio.
La pluralidad contractual conectada por una finalidad común previamente establecida y a cuya consecución tienden
todos los vínculos, se caracteriza por esa atadura inescindible, por la cual, si bien cada contrato es aparentemente
autónomo, en rigor, se ha celebrado teniendo en miras a otro contrato usualmente simultáneo que procura facilitar.
Es el típico caso del contrato de compraventa que es facilitado por el mutuo que permite dicha adquisición.

2. Interpretación
2.1. La inusual adopción de una definición
Por simple tradición se pensaba que las definiciones no eran propias de una ley, menos de un Código.
Por eso es importante que se haya adoptado una definición que fije la concreta significación del fenómeno de la
conexidad y haya acotado sus límites inequívocos para eludir confusiones con otros supuestos. Porque eso depara
seguridad jurídica, facilita la aplicación de la ley y, la solución de controversias.

2.2. La concreta caracterización


La definición que propone el art. 1073 CCyC se integra con dos elementos configurantes : la pluralidad (dos o más
contratos autónomos) y la finalidad económica común (el objetivo supracontractual).
LIBRO TERCERO - DERECHOS PERSONALES - TÍTULO II - Contratos en general

2.2.1. Pluralidad
El primero de los elementos es que existan dos o más contratos coligados o dependientes.
Tales contratos han de ser actos jurídicos válidos, y, además, todos se encuentran vinculados.
Esto significa que aun cuando se trata de negocios aparentemente autónomos, todos procuran el logro de un resultado
común o negocio único, que no se podría alcanzar sin la interacción de cada uno de dichos contratos.
No se exige simultaneidad temporal ni instrumentación única.
Por lo general, la instrumentación es sucesiva o casi simultánea (se firma el contrato de compraventa e inmediatamente
después el mutuo), másla instrumentación es variada y esto presenta dificultades.
Basta solo pensar en la múltiple instrumentación que en muchos casos se impone al comprador, al que el tercero
financiador le impone no solo la firma de un mutuo, a veces exigiéndole un fiador, sino que también se le impone la
firma de tantos pagarés como cuotas tenga el préstamo. La característica abstracción de esos títulos de crédito lleva a
que, en muchos casos, el consumidor pueda padecer dos problemas diferentes.
El primer problema es que si el financiador endosa tales títulos, en caso de que el producto o prestación no sea la
adecuada o prevista y se resuelva la compraventa u otro contrato, el consumidor no tendrá ya la cosa ni disfrutará del
servicio, existe el riesgo, de que el endosatario de los pagarés igualmente le reclame el pago de aquellos, pues es ajeno
al negocio subyacente y a su resolución. De modo que el consumidor no tendrá negocio vigente que le reporte beneficio
(no tendrá disponible la cosa ni el servicio), pero de todos modos, tendrá que pagar los pagarés librados, sin perjuicio de
las tortuosas acciones y reclamos que en un muy largo tiempo pudieran darle una solución.
El segundo problema es similar. El consumidor no resuelva el contrato, sino que disfrute del bien adquirido sin ningún
tipo de problemas ni vicios. Mas es posible que, luego de pagadas todas las cuotas del mutuo, se presente el
endosatario reclamando el pago de dichos títulos. De modo que el consumidor que ha pagado el mutuo, se verá
igualmente obligado, dada la ya mencionada abstracción cambiaria, a pagar los pagarés que instrumentaban las
sucesivas cuotas de dicho préstamo de consumo. En definitiva: el comprador pagará dos veces; una, el precio de la cosa
reflejado en el mutuo pagadero en sucesivas cuotas y otra, el monto de los vencimientos instrumentados en los
pagarés.
Esa multiplicidad de instrumentos no es recaudo para la conexidad, mas, como se ha visto antes, usualmente aparece
plasmada en la celebración de los contratos conectados por una finalidad común.
2.2.2. Finalidad económica común
El otro elemento necesario para la conexidad reside en la finalidad económica común previamente establecida.
Esa finalidad económica supracontractual es distinta de la causa fuente y causa fin de cada contrato conectado.
Cada uno de los contratos podrá presentar un objetivo concretamente identificable y hasta aparentemente autónomo,
existe un motivo por lo menos, diferente al de cada negocio individual, que lleva a las partes a buscar una interrelación
para alcanzar un único y diferente objetivo al de cada negocio individual.
Es por ello que la ley busca regular la situación de aquellos contratos independientemente celebrados pero que
confluyen en la búsqueda de una finalidad inicialmente prestablecida, cuya persecución supone que la celebración de
uno será determinante de la celebración del otro u otros contratos.
La conexidad estará dada por el grado de funcionalidad que cada contrato tenga correlativamente con los otros a fin de
alcanzar el objetivo común.

2.3. Fuentes
El art. 1073 CCyC establece como fuentes de la finalidad económica común perseguida por la conexidad, a la ley o la
autonomía de la voluntad.
La conexión contractual podrá ser determinada por la legislación que pudiera aludir a algún sistema o grupo de
contratos dirigidos a la búsqueda de una finalidad.
También podrá ser establecida tal conexidad por la voluntad expresa o tácita de los contratantes.
El primero de los supuestos no presentará dudas en la medida de que los contratantes denuncien claramente la
finalidad común perseguida y el papel que cada contrato individual representa en dicha persecución.
En caso de dudas o en los que nada adviertan los contratantes, la interpretación contextual definirá la existencia de
dicho objetivo común.

ARTÍCULO 1074.- Interpretación. Los contratos conexos deben ser interpretados los unos por medio de los otros,
atribuyéndoles el sentido apropiado que surge del grupo de contratos, su función económica y el resultado perseguido.

1. Interpretación
1.1. Interpretación de los contratos
El principio contextual aplicable a la interpretación de los contratos en general (art. 1064 CCyC) se hace extensivo a los
contratos conexos.
La interpretación contextual por medio de la cual se exige analizar el acto en su conjunto remite al análisis e
interpretación de las cláusulas de un contrato confrontándolas con las restantes que lo componen y establece que cabe
efectuar un análisis del contexto en que ha sido celebrado y debería ser cumplido.
Igual principio se plasma para los contratos conexos, al disponer que su interpretación deberá efectuarse uno por medio
de los otros, atendiendo a su función y resultado económico general, o sea que será necesaria una apreciación dentro
de un marco global.

ARTÍCULO 1075.- Efectos. Según las circunstancias, probada la conexidad, un contratante puede oponer las excepciones
de incumplimiento total, parcial o defectuoso, aún frente a la inejecución de obligaciones ajenas a su contrato.
Atendiendo al principio de la conservación, la misma regla se aplica cuando la extinción de uno de los contratos produce
la frustración de la finalidad económica común.

1. Introducción
La idea de que los efectos contractuales son relativos y solo se proyectan respecto de los contratantes cede también en
esta nueva regla destinada a proteger al consumidor, el que es el protagonista más débil en todo el sistema contractual
conectado.
En esta materia (los contratos conexos), los efectos se propagarán a todos los contratantes. Por lógica consecuencia de
ello, las defensas podrán ser oponibles a cualquiera de dichos protagonistas por igual y con solo demostrar la conexidad.
Solo de ese modo, aceptando tal propagación de los efectos, se puede garantizar adecuadamente la protección del
sujeto contratante que tenga un conflicto particularmente enfocado o concentrado en uno de los contratos, pero que se
encuentra obligado por múltiples prestaciones encadenadas por una finalidad común a todos los contratos que forman
el sistema.

CAPÍTULO 13: Extinción, modificación y adecuación del contrato


ARTÍCULO 1076.- Rescisión bilateral. El contrato puede ser extinguido por rescisión bilateral. Esta extinción, excepto
estipulación en contrario, sólo produce efectos para el futuro y no afecta derechos de terceros.

1. Introducción
El cumplimiento de las obligaciones asumidas por las partes es la vía natural de extinción de un contrato eficaz. Pero
puede que, en los contratos en los que el vínculo fluye en el tiempo, que no son de ejecución instantánea, tras su
celebración se produzcan cambios en los intereses tenidos en cuenta por las partes al contratar y que eso determine
que, decidan ponerle fin por medio de una rescisión bilateral, el primero de los supuestos de ineficacia.
Hablamos de ineficacia toda vez que un contrato válido no alcanza los objetivos previstos por las partes al tiempo de su
celebración, lo que puede ocurrir por factores atribuibles a alguna de ellas o por la incidencia de circunstancias ajenas
que alteran lo previsto.

2. Interpretación
La rescisión bilateral es un contrato sujeto a las reglas de los actos jurídicos bilaterales, aun cuando se lo emplee para
dejar sin efecto contratos unilaterales, pues la bilateralidad alude aquí a las voluntades que concurren a la formación del
consentimiento para el acto extintivo.
La voluntad por la que se expresa la rescisión bilateral debe exteriorizarse por los medios previstos para la celebración
del contrato que las partes procuran extinguir.
Se aplica para la extinción de todo tipo de contratos, aun de los que tienen eficacia real, por lo que si por la rescisión
bilateral se deja sin efecto el título por el que se constituyó un derecho real, se extinguirá también este.
La rescisión produce efectos desde el momento en que es convenida por los contratantes y por lo que las partes
estipulen en ella, en tanto no afecte a terceros. Siempre que no se incurra en tal afectación, se extinguen las
obligaciones y los derechos reales a los que se hubiera dado lugar en la relación entre las partes, sin modificación de lo
ya ejecutado. Ella no tiene efecto respecto de terceros que hayan adquirido derechos en virtud de la existencia del
contrato de que se trate.
La carga de la prueba sobre la existencia de la rescisión recae sobre quien la invoca.

ARTÍCULO 1077.- Extinción por declaración de una de las partes. El contrato puede ser extinguido total o parcialmente
por la declaración de una de las partes, mediante rescisión unilateral, revocación o resolución, en los casos en que el
mismo contrato, o la ley, le atribuyen esa facultad.

1. Introducción
La extinción de un vínculo contractual puede darse por consentimiento de las distintas partes contratantes, quienes por
vía de una rescisión bilateral alcanzan un mutuo disenso o distracto por el que, en ejercicio de la misma libertad por la
que contrataron, dejan sin efecto el vínculo jurídico que, en su momento establecieron, en cuyo caso hablamos de
rescisión bilateral; pero puede producirse también a partir de la voluntad de una parte, por vía de la rescisión unilateral,
la revocación o la resolución.
Los términos rescisión, resolución y revocación tienen un significado particular, con efectos y circunstancias de
aplicación distintos para cada uno de tales supuestos.

2. Interpretación
2.1. Rescisión unilateral
La rescisión unilateral es un medio de extinción de un contrato que depende de la exteriorización de voluntad de una de
las partes contratantes y puede ser ejercida cuando ello se encuentra habilitado por una norma legal o convencional.
Lo que se produce por lo general es un cambio en el interés de la parte que la formula o un agotamiento por desgaste
de la relación entre las partes, aun cuando no medie incumplimiento alguno.
Como el agotamiento de las relaciones de larga duración es una posibilidad que no debe ser descartada desde el inicio,
es de buena práctica en el diseño de contratos paritarios de obligaciones fluyentes el incorporar una cláusula que
permita la rescisión unilateral, la que no podrá ser ejercida en forma abusiva en aquellos vínculos en los que el
transcurso del tiempo es esencial para el cumplimiento del objeto, en los que la parte que decide la rescisión debe dar a
la otra la oportunidad razonable de renegociar de buena fe, sin incurrir en ejercicio abusivo de los derechos.
2.2. Revocación
La revocación es un medio de extinción de los actos jurídicos que, en el caso de los contratos, se presenta como la
facultad de una de las partes de dejar sin efecto el vínculo en los casos previstos por el legislador. Opera por medio de
una declaración unilateral de voluntad que tiene por fin inmediato extinguir la relación jurídica.
La revocación es un medio de extinción de un contrato en que se concluyó el proceso de formación del consentimiento,
a diferencia de la retractación, por la que se deja sin efecto una oferta en el proceso de formación del consentimiento
contractual (art. 975 CCyC).
Al igual que la rescisión, la revocación opera a partir de su ejercicio, para el futuro (art. 1079, inc. a, CCyC) y deja
subsistentes los efectos producidos en el período transcurrido desde la existencia del contrato y hasta su extinción.
Son casos de revocación previstos en este Código en materia de contratos: el de la donación, cuando es planteada por
incumplimiento del cargo o por ingratitud, y la que deja sin efecto el contrato por verificarse supernascencia de hijos
(art. 1569 CCyC) o la derivada del cambio de objeto de una fundación, cuando se estableció la revocación de la donación
de los bienes aportados en caso de producirse dicho cambio (art. 218 CCyC); el supuesto de extinción del mandato por
revocación del mandante (art. 1329, inc. c, CCyC) y, en el fideicomiso, la revocación por el fiduciante que se reservó
expresamente esa facultad, en tanto no se trate de un fideicomiso financiero en el que se inició la oferta pública de los
certificados de participación o de los títulos (art. 1697 CCyC).

2.3. Resolución
La resolución es un acto jurídico unilateral que genera la extinción del vínculo contractual en etapa de cumplimiento,
por causas sobrevinientes. Opera retroactivamente, aunque con excepciones, y puede ser total o parcial.
El hecho resolutorio pudo ser previsto por las partes o por la ley (art. 1089 CCyC); ser expreso (art. 1086 CCyC); o surgir
tácitamente (arts. 1087 y 1088 CCyC).
La resolución depende de la previsión legal o del acuerdo de las partes, formulado en el momento de su celebración;
ellas pueden estipular la cláusula resolutoria que consideren conveniente. Ella puede darse por cumplimiento de una
condición resolutoria; por cumplimiento de un plazo resolutorio o por alguno de los supuestos de ineficacia previstos
como resolutorios en este Capítulo del Código, en los que opera con efecto retroactivo, quedando a salvo los derechos
constituidos a favor de terceros de buena fe a título oneroso.
Se encuentran aplicaciones de la resolución en materia de compraventa; en el contrato de suministro; en el contrato de
agencia; en el de concesión y en el oneroso de renta vitalicia.

ARTÍCULO 1078.- Disposiciones generales para la extinción por declaración de una de las partes. Excepto disposición
legal o convencional en contrario, se aplican a la rescisión unilateral, a la revocación y a la resolución las siguientes
reglas generales:
a. el derecho se ejerce mediante comunicación a la otra parte. La comunicación debe ser dirigida por todos los sujetos
que integran una parte contra todos los sujetos que integran la otra;
b. la extinción del contrato puede declararse extrajudicialmente o demandarse ante un juez. La demanda puede
iniciarse aunque no se haya cursado el requerimiento previo que pudo corresponder; en tal situación se aplica el inciso
f);
c. la otra parte puede oponerse a la extinción si, al tiempo de la declaración,el declarante no ha cumplido, o no está en
situación de cumplir, la prestación que debía realizar para poder ejercer la facultad de extinguir el contrato;
d. la extinción del contrato no queda afectada por la imposibilidad de restituir que tenga la parte que no la declaró;
e. la parte que tiene derecho a extinguir el contrato puede optar por requerir su cumplimiento y la reparación de daños.
Esta demanda no impide deducir ulteriormente una pretensión extintiva;
f. la comunicación de la declaración extintiva del contrato produce su extinción de pleno derecho, y posteriormente no
puede exigirse el cumplimiento ni subsiste el derecho de cumplir. Pero, en los casos en que es menester un
requerimiento previo, si se promueve la demanda por extinción sin haber intimado, el demandado tiene derecho de
cumplir hasta el vencimiento del plazo de emplazamiento;
g. la demanda ante un tribunal por extinción del contrato impide deducir ulteriormente una pretensión de
cumplimiento;
h. la extinción del contrato deja subsistentes las estipulaciones referidas a las restituciones, a la reparación de daños, a
la solución de las controversias y a cualquiera otra que regule los derechos y obligaciones de las partes tras la extinción.

1. Introducción
En esta norma se enuncian las reglas a las que, salvo estipulación convencional en contrario, debe ajustar su conducta
quien quiere hacer efectiva la extinción de un contrato por rescisión unilateral, revocación o rescisión.

2. Interpretación
2.1. Opción entre cumplimiento o extinción
De acuerdo a lo establecido en el inc. e, la parte que se encuentra en condiciones de efectuar la extinción del contrato
puede optar entre formular tal planteo o requerir su cumplimiento y la reparación de los daños moratorios.
La notificación de la voluntad extintiva se puede producir tanto en ámbito extrajudicial como judicial y, con lógica
sistémica, en el inc. g se establece que la demanda, ante un tribunal por extinción del contrato, impide la posterior
exigencia de cumplimiento, pues el vínculo dejó de existir de pleno derecho desde que la comunicación se hizo efectiva
(inc. f); pero nada obsta a que se demande por cumplimiento y, subsidiariamente, por resolución del contrato.
La decisión por una u otra vía, la del cumplimiento o la de la extinción, y el ejercicio del jusvariandi en la formulación de
los planteos, depende de la subsistencia o no del interés de la parte en el agotamiento de los efectos del contrato.

2.2. Comunicación de la voluntad extintiva


El derecho por el que una parte plantea la extinción del vínculo contractual por alguna de las vías mencionadas —
rescisión unilateral, revocación o resolución— se ejerce mediante una comunicación que debe efectuar sea la otra
parte. Dicha comunicación debe involucrar, a todos los sujetos que integren cada parte.
La comunicación puede ser judicial o extrajudicial.
No se exige recaudo formal alguno, pero lo razonable es que se haga por algún medio que pueda ser luego invocado
como prueba en un eventual proceso (carta documento, acta notarial, etc.). De acuerdo a lo que surge del inciso
siguiente, también puede acudirse directamente a la vía judicial, en la que la notificación del traslado de la demanda
operará como comunicación suficiente.
Perfeccionada la comunicación, la extinción se produce de pleno derecho (inc. f). En razón de lo establecido en el art.
980 CCyC, corresponde considerar que la comunicación entre ausentes se perfecciona cuando es recibida por su
destinatario.
En los casos en los que la ley exige un requerimiento extrajudicial previo, de promoverse la acción judicial, el
demandado tendrá derecho a cumplir hasta el vencimiento del plazo de emplazamiento.
Las partes podrán convenir que la extinción se produzca tras un lapso determinado o un procedimiento previo de
renegociación u otras alternativas.

2.3. Vías para la declaración de extinción


Quien quiera provocar la extinción del contrato por manifestación unilateral tiene la opción de hacerlo en forma
extrajudicial, por medio de una comunicación idónea, o bien de plantear directamente una demanda judicial. De optar
la parte por la vía judicial, será de aplicación lo establecido en el inc. f.
En los contratos bilaterales, la extinción puede ser impedida por vía de la defensa prevista en el inc. c, y no obsta a ella
la imposibilidad de restituir de la parte destinataria del planteo, la que puede dar lugar al resarcimiento pertinente.

2.4. Defensa de incumplimiento del requirente


La parte contra la que se dirige la comunicación puede oponerse a la extinción si quien la plantea no ha cumplido con la
prestación a su cargo o no está en situación de hacerlo.
El supuesto previsto en la norma puede darse solo en caso de tratarse de un contrato bilateral.
La oposición puede ser planteada tanto en caso de comunicación extrajudicial como en el de la judicial, supuesto en el
que se articulará como una excepción de incumplimiento contractual. En el caso del intercambio extrajudicial, la
opositora deberá procurar formular su manifestación por una vía idónea para su posterior acreditación en juicio, de ser
ello necesario.
2.5. Efectos de la extinción
La extinción concluye el vínculo contractual, pero no se trata de un supuesto de nulidad, por lo que las estipulaciones
oportunamente acordadas entre las partes conservan su vigencia, subsistiendo las referidas a las restituciones, a la
reparación de daños, a la solución de controversias y a cualquiera otra que regule los derechos y obligaciones de las
partes tras la extinción.
En esta etapa, y hasta concluir con los intercambios y pagos que las partes deban hacerse como consecuencia de la
extinción, los contratantes deben obrar con sujeción al principio de buena fe que gobierna las relaciones jurídicas en
especial, las establecidas en base a vínculos contractuales.

ARTÍCULO 1079.- Operatividad de los efectos de la extinción por declaración de una de las partes. Excepto disposición
legal en contrario:
a. la rescisión unilateral y la revocación producen efectos solo para el futuro;
b. la resolución produce efectos retroactivos entre las partes, y no afecta el derecho adquirido a título oneroso por
terceros de buena fe.

1. Interpretación
La extinción produce efectos diversos según el supuesto del que se trate.
Así, la rescisión unilateral y la revocación producirán efectos solo para el futuro, lo que indica que las prestaciones
cumplidas hasta la extinción se mantienen incólumes, así como los derechos constituidos a favor de terceros.
También salvo disposición legal en contrario, la resolución, en cambio, determina la revisión de lo ya transcurrido entre
las partes; pero, se dejan a salvo los derechos adquiridos a título oneroso por terceros de buena fe.

ARTÍCULO 1080.- Restitución en los casos de extinción por declaración de una de las partes. Si el contrato es
extinguido total o parcialmente por rescisión unilateral, por revocación o por resolución, las partes deben restituirse, en
la medida que corresponda, lo que han recibido en razón del contrato, o su valor, conforme a las reglas de las
obligaciones de dar para restituir, y a lo previsto en el artículo siguiente.
ARTÍCULO 1081.- Contrato bilateral. Si se trata de la extinción de un contrato bilateral:
a. la restitución debe ser recíproca y simultánea;
b. las prestaciones cumplidas quedan firmes y producen sus efectos en cuanto resulten equivalentes, si son divisibles y
han sido recibidas sin reserva respecto del efecto cancelatorio de la obligación;
c. para estimar el valor de las restituciones del acreedor se toman en cuenta las ventajas que resulten o puedan resultar
de no haber efectuado la propia prestación, su utilidad frustrada y, en su caso, otros daños.

1. Introducción
En los arts. 1080 y 1081 CCyC se determina el régimen de las restituciones a efectuar entre las partes en un contrato
total o parcialmente extinguido por alguna de las vías que pueden tener lugar a partir de una manifestación unilateral;
esto es, de la rescisión unilateral, la resolución y la revocación.

2. Interpretación
2.1. Régimen general de restitución
La regla general en materia de restitución de bienes por extinción de un contrato está enunciada en el art. 1080 CCyC,
en el que se establece que, de extinguirse el vínculo contractual por declaración de una de las partes, ellas deben
restituirse lo que han recibido en razón del contrato y, de no ser posible la restitución en especie, el valor de lo recibido,
conforme a las reglas establecidas para las obligaciones de dar para restituir y a lo previsto en el art. 1081 CCyC, de
aplicación a la extinción de los contratos bilaterales.
Si la cosa objeto de la prestación se ha extinguido o la prestación se ha consumido, solo es posible la restitución del
valor de la prestación a favor de la parte acreedora de la obligación.
Según las reglas establecidas en los arts. 759 a 761 CCyC:
a. el deudor debe restituir la cosa al acreedor, quien se encuentra legitimado para exigir su entrega;
b. si son varios los acreedores, la restitución a uno debe hacerse previa citación fehaciente de los otros que la hayan
pretendido;
c. si es obligación de restituir cosa cierta mueble no registrable y el deudor hizo tradición de ella a otro por título
oneroso, por tradición o constitución de prenda, el acreedor no tiene derecho contra los poseedores de buena fe, salvo
que la cosa hubiera sido robada o perdida —siempre tiene acción contra los poseedores de mala fe—; y
d. si la cosa es inmueble o mueble registrable, el acreedor tiene acción real contra terceros que sobre ella
aparentemente adquirieron derechos reales, o que la tengan en su posesión por cualquier contrato hecho contra el
deudor. No obstante, es claro que ello se dará en tanto el acreedor de la restitución de la cosa tenga un derecho real
sobre ella. Si el tercero no pretende ejercer sobre la cosa una posesión legítima,el acreedor puede ejercer contra él
acciones posesorias.

2.2. Régimen de restitución en los contratos bilaterales


En el caso de los contratos bilaterales, y de no haber convenido las partes otra cosa, el Código exige que la restitución
de contraprestaciones entre las partes sea recíproca y simultánea. De no ser posible la restitución inmediata por una de
las partes, podrá diferirse el intercambio hasta tanto sea factible o la parte que sufre el impedimento temporal otorgue
una garantía adecuada.
Las prestaciones divisibles cumplidas quedan firmes y producen sus efectos en la medida que resulten equivalentes y
hayan sido recibidas sin reserva respecto de su efecto cancelatorio de la obligación. La recepción sin reservas produce
los efectos del pago y la parte que recibió la prestación de mayor valor debe la diferencia entre ambas a la otra parte.
Si una prestación indivisible fue cumplida y la contraprestación divisible fue cumplida en forma parcial, ambas partes
deben restituirse lo dado, debiendo el deudor de la prestación divisible compensar la diferencia.

ARTÍCULO 1082.- Reparación del daño. La reparación del daño, cuando procede, queda sujeta a estas disposiciones:
a. el daño debe ser reparado en los casos y con los alcances establecidos en este Capítulo, en el Título V de este Libro, y
en las disposiciones especiales para cada contrato;
b. la reparación incluye el reembolso total o parcial, según corresponda, de los gastos generados por la celebración del
contrato y de los tributos que lo hayan gravado;
c. de haberse pactado la cláusula penal, se aplica con los alcances establecidos en los artículos 790 y siguientes.

1. Introducción
El CC no contenía disposiciones particulares para el supuesto de daño derivado de la extinción de un contrato, por lo
que se aplicaban a ella las normas relativas al incumplimiento de las obligaciones.
La regulación específica responde a las particularidades propias de la conclusión de una relación contractual.
Es claro que la reparación del daño a la que alude la norma habrá de darse de existir este, de configurarse los
presupuestos que habilitan el resarcimiento, lo que no necesariamente habrá de verificarse en todo supuesto de
extinción por rescisión unilateral, revocación o resolución.

2. Interpretación
2.1. Régimen normativo en materia de reparación de daños por extinción de un contrato
En el artículo se mencionan tres grupos de normas que confluyen en la regulación de la reparación del daño derivado de
la extinción del contrato: las establecidas en este Capítulo, las enunciadas en el Título V del Libro III y las disposiciones
especiales para cada contrato (por ejemplo, arts. 1221 o 1261 CCyC).
Entre las normas de este Capítulo en las que se establecen disposiciones específicas en materia de resarcimiento del
daño, se encuentran: el art. 1078, incs. c y h; y los arts. 1079,1080 y 1081 CCyC.
En cuanto a las disposiciones del Título V de este Libro Tercero, resultan de aplicación las referidas a la función
resarcitoria, con la previsión específica del art. 1728 CCyC, por el que se establece que, en los contratos, se responde
por las consecuencias que las partes previeron o pudieron haber previsto al momento de su celebración, aclarándose
allí que, en caso de existir dolo del deudor, la responsabilidad se fija tomando en cuenta esas consecuencias también al
momento del incumplimiento.
Finalmente, entre las disposiciones específicas sobre daños, contenidas en los contratos en particular, es posible
mencionar los artículos: 1151 CCyC, sobre régimen de daños en la compraventa; 1174 CCyC, sobre responsabilidad por
evicción en la permuta;1184 CCyC, sobre resolución en el contrato de suministro; 1258, 1261 y 1271 al 1277 CCyC,
inclusive, en el contrato de obra y servicios; 1291, 1292, 1293, 1294, 1295, 1297, 1309, 1310 y 1313 al 1316 CCyC,
inclusive, en el contrato de transporte; 1364, 1370, 1371 y1376 CCyC, en el contrato de depósito; 1383 y 1399 CCyC en
contratos bancarios; 1477CCyC, en consorcios de cooperación; 1494 CCyC, en agencia; 1509 CCyC, en concesión;1520 y
1521 CCyC, en franquicia; 1529 y 1530 CCyC, en mutuo; 1540 CCyC, en comodato;1557, 1558, 1563 y 1570 CCyC, en
donación; 1583, 1584 y 1585 CCyC, en fianza; 1607 y1608 CCyC, en contrato oneroso de renta vitalicia y 1674 a 1676
CCyC, inclusive, y1687 CCyC, en contrato de fideicomiso.

2.2. Reembolso de gastos


Los gastos realizados por la parte afectada por el incumplimiento de la contraria se reembolsan, no se indemnizan.
La mención al reembolso total o parcial tiene su razón de ser en que es posible que solo se haya pagado una parte y
también porque, en los contratos bilaterales, la extinción puede determinar que algunas prestaciones queden firmes y
por ellas no corresponda reembolso alguno.
También puede proceder el reembolso total o parcial de los gastos generados por la celebración del contrato y de los
tributos que se hubieran tenido que pagar en razón de él.

2.3. Supuesto de pacto sobre cláusula penal


La cláusula penal mencionada en el inc. c del artículo es la que se establece a favor del acreedor de la prestación o de un
tercero, en previsión del incumplimiento de todas o algunas de las prestaciones comprendidas en las obligaciones a
cargo de las partes y, se regirá por lo previsto en el art. 790 CCyC y ss., entre los que el art. 793 CCyC establece que esa
penalidad convenida suplirá la indemnización por daños cuando el deudor fue constituido en mora, sin que el acreedor
tenga derecho aotra indemnización.
En caso de cumplimiento parcial de las prestaciones, de no haberse previsto ello al estipularla cláusula penal, ella
deberá ser disminuida proporcionalmente.
En caso de consistir la cláusula penal en el pago de una suma de dinero, existir pluralidad de obligados y no haberse
previsto solidaridad entre ellos, cada uno deberá su parte.

ARTÍCULO 1083.- Resolución total o parcial. Una parte tiene la facultad de resolver total o parcialmente el contrato si la
otra parte lo incumple.
Pero los derechos de declarar la resolución total o la resolución parcial son excluyentes, por lo cual, habiendo optado
por uno de ellos, no puede ejercer luego el otro. Si el deudor ha ejecutado una prestación parcial, el acreedor sólo
puede resolver íntegramente el contrato si no tiene ningún interés en la prestación parcial.
ARTÍCULO 1084.- Configuración del incumplimiento. A los fines de la resolución, el incumplimiento debe ser esencial en
atención a la finalidad del contrato. Se considera que es esencial cuando:
a. el cumplimiento estricto de la prestación es fundamental dentro del contexto del contrato;
b. el cumplimiento tempestivo de la prestación es condición del mantenimiento del interés del acreedor;
c. el incumplimiento priva a la parte perjudicada de lo que sustancialmente tiene derecho a esperar;
d. el incumplimiento es intencional;
e. el incumplimiento ha sido anunciado por una manifestación seria y definitiva del deudor al acreedor.
ARTÍCULO 1085.- Conversión de la demanda por cumplimiento. La sentencia que condena al cumplimiento lleva
implícito el apercibimiento de que, ante el incumplimiento, en el trámite de ejecución, el acreedor tiene derecho a optar
por la resolución del contrato, con los efectos previstos en el artículo 1081.

1. Introducción
En estos artículos se regulan las vías a seguir por el acreedor de una prestación establecida en una obligación
contractual, ante el incumplimiento de la otra parte, estableciéndose el régimen de la resolución como vía para concluir
vínculos que, por haberse tornado ineficientes en su funcionalidad, conducen a la ineficacia del contrato.

2. Interpretación
2.1. Alternativas ante el incumplimiento
La parte en un contrato que se ve afectada por un incumplimiento de la contraria puede optar entre exigir el
cumplimiento, con más el daño provocado por la demora en concretarlo, o bien puede plantear la resolución del
contrato, provocando con ello la extinción del vínculo.

2.2. Para no hablar de “iusvariandi”


A la posibilidad de variar un planteo de cumplimiento, solicitando luego la resolución, se la ha denominado
tradicionalmente en nuestro medio jurídico como “iusvariandi”.
En el actual Código presenta el siguiente régimen: planteado el cumplimiento, puede luego solicitarse la resolución,
pero no a la inversa. Y planteada la resolución, puede ella solicitarse en forma total o parcial. Para que proceda la
resolución en forma total, se requiere que el incumplimiento sea esencial, en los términos que más adelante se
precisarán.
En este caso, el planteo resolutorio veda la posibilidad de posterior cambio al otro.

2.2.1. Demanda por cumplimiento


En razón de lo establecido en el art. 730, inc. 1, CCyC, el acreedor de una obligación tiene derecho a emplear los medios
legales para que el deudor le procure aquello a lo que se ha obligado; entre ellos, puede iniciar demanda judicial
destinada a obtener la satisfacción de su crédito.
De dictarse sentencia favorable, por la que se condene al deudor al cumplimiento, y en razón de lo establecido en el art.
1085 CCyC, ella contendrá implícito el apercibimiento de que, ante el incumplimiento del pronunciamiento, en el
trámite de ejecución, el acreedor tendrá derecho de optar por la resolución del contrato, con los efectos previstos en el
art. 1081 CCyC.
El que el acreedor adopte una u otra vía dependerá de la subsistencia de su interés en el cumplimiento, tal como fue
convenido y en la razonable posibilidad de alcanzarlo por vía de una ejecución forzada. De pronunciarse por la
resolución, podrá llevar adelante los trámites necesarios para concretar la satisfacción de su crédito en los términos
delart. 730, inc. c, CCyC.

2.2.2. Resolución total o parcial


El acreedor afectado por el incumplimiento de la contraria puede plantear la resolución total o parcial del contrato,
según la medida de su interés y el carácter del incumplimiento.
Pero, planteada una no puede luego solicitarse el encuadre en la otra. Pero si hubo ejecución parcial solo puede
plantearse la total en caso de ya carecer el acreedor de interés en aquella, lo que puede darse de no haber sido
cumplida una prestación sustantiva. En contraposición, la ejecución de una prestación parcial relevante autoriza al
deudor a discutir la procedencia de una resolución total.

2.3. Supuestos de incumplimiento esencial


El Código enuncia diversos supuestos en los que el legislador ha considerado que media incumplimiento en una
prestación esencial:
A). cuando el cumplimiento estricto de la prestación es fundamental dentro del contexto del contrato, lo que puede ser
determinado tanto por la confrontación de lo debido con la economía general del contrato como por así haberlo
convenido las partes, quienes pueden establecer el carácter esencial del cumplimiento de una prestación en
determinados términos. Cuando no ha mediado determinación de las partes, la evaluación del carácter esencial o no de
la prestación puede efectuarse por el método de la supresión hipotética, determinando si el acreedor habría de todos
modos contratado de no haberse comprometido el cumplimiento de ella;
B). cuando el cumplimiento tempestivo de la prestación es condición del mantenimiento del interés del acreedor, lo que
se da claramente en las obligaciones de plazo esencial, como puede serlo, por ejemplo, la provisión de servicios para
una boda y la fiesta posterior (vestimenta de los contrayentes; servicio de comida, etc.);
C). cuando el incumplimiento priva a la parte perjudicada de lo que sustancialmente tiene derecho a esperar; cuestión
que tiene que ser evaluada según las reglas del art. 961 CCyC, de aplicación a toda la materia contractual, por el que los
contratantes tienen derecho a considerar que la contraria se ha obligado a lo formalmente expresado y a todas las
consecuencias que pueden considerarse comprendidas en las obligaciones asumidas, con alcance a aquello a lo que
razonablemente se habría obligado un contratante cuidadoso y previsor;
D). cuando el incumplimiento es intencional, lo que configura dolo, pues en materia obligacional este se da cuando
media incumplimiento deliberado, no excusable, cuestión especialmente considerada en el art. 1728 CCyC, en materia
reparatoria;
E). cuando el incumplimiento ha sido anunciado por una manifestación seria y definitiva formulada por el deudor al
acreedor. Se trata aquí de “auto-mora”, de un supuesto en el que el deudor, pudiendo cumplir, manifiesta su voluntad
de no hacerlo, definitivamente, configurando con ello un supuesto de dolo, también encuadrable en el art. 1728 CCyC,
ya mencionado.

ARTÍCULO 1086.- Cláusula resolutoria expresa. Las partes pueden pactar expresamente que la resolución se produzca
en caso de incumplimientos genéricos o específicos debidamente identificados. En este supuesto, la resolución surte
efectos a partir que la parte interesada comunica a la incumplidora en forma fehaciente su voluntad de resolver.

1. Introducción
En este artículo se regula lo que la doctrina tradicionalmente denomina como pacto comisorio expreso, la primera
forma de cláusula resolutoria concebida en nuestro derecho.
El pacto expreso conserva funcionalidad en todos los casos en los que a la dinámica del contrato no le resulta
conveniente o suficiente estar a los términos operativos del pacto implícito; a diferencia del CC, que prohibía este tipo
de estipulación en la prenda, el anticresis y la venta de cosas muebles, la aplicación del instituto es en este Código
amplia, limitada solo por las exclusiones propias de los contratos por adhesión a cláusulas predispuestas y de consumo,
en caso de configurarse un supuesto de ejercicio abusivo.

2. Interpretación
2.1. Concepto, ámbito de aplicación y contenido de la cláusula resolutoria expresa
La cláusula resolutoria es una estipulación de las partes en un contrato por las que ellas establecen el procedimiento
que deberá observarse para concretar la extinción del vínculo jurídico, por incumplimiento de obligaciones a cargo de
una de ellas.
Se aplica a todo tipo de contratos, sin perjuicio de lo establecido respecto de los bilaterales, en el art. 1087 CCyC.
La cláusula resolutoria expresa debe ser clara. Puede ser de carácter general, o bien puede identificar las prestaciones
que pueden dar lugar al ejercicio de la facultad resolutoria, a las que corresponde, en principio, considerar esenciales en
los términos delart. 1084 CCyC.

2.2. Procedimiento de ejercicio


Tal como surge de la norma, para que la cláusula resolutoria produzca efectos, la parte interesada debe comunicar a la
incumplidora su voluntad resolutoria en forma fehaciente —esto es, comprobable, lo que puede hacerse por medio de
una nota cuya recepción sea firmada y datada por la contraparte; por una carta documento según la ley de correos o
por medio de intervención notarial adecuada—.
Con lógica sistémica, cabe considerar que sus efectos operan desde que el destinatario recibió la comunicación o estuvo
en condiciones de tomar conocimiento de su contenido (conf. arts. 980 y 983 CCyC).
No es necesaria la instancia judicial, la cláusula opera de pleno derecho; en caso de mediar un proceso judicial y de
dictarse en él sentencia dando por resuelto el contrato, ese pronunciamiento producirá efectos desde el momento de la
recepción por el destinatario de la comunicación fehaciente efectuada por el acreedor, haciendo saber su decisión de
resolver el contrato.

2.3. Efectos
Las partes pueden convenir libremente en la cláusula resolutoria expresa los efectos que atribuirán a la resolución total
o parcial del contrato, lo que puede ser de gran utilidad para la dinámica contractual, pues puede posibilitar al acreedor
extinguir con celeridad y eficacia un vínculo que no resulta funcional para alcanzar los fines tenidos en mira al contratar,
para poder obtener la ejecución por otro sin riesgo a la superposición con la parte desplazada.
Pero en caso de nada haber previsto las partes al respecto, de no haber establecido ellas las consecuencias del ejercicio
de la cláusula resolutoria expresa, serán de aplicación las previsiones contenidas en los arts. 1081 a 1084 CCyC.

ARTÍCULO 1087.-Cláusula resolutoria implícita. En los contratos bilaterales la cláusula resolutoria es implícita y queda
sujeta a lo dispuesto en los artículos 1088 y 1089.
ARTÍCULO 1088.- Presupuestos de la resolución por cláusula resolutoria implícita.La resolución por cláusula resolutoria
implícita exige:
a. un incumplimiento en los términos del artículo 1084. Si es parcial, debe privar sustancialmente de lo que
razonablemente la parte tenía derecho a esperar en razón del contrato;
b. que el deudor esté en mora;
c. que el acreedor emplace al deudor, bajo apercibimiento expreso de la resolución total o parcial del contrato, a que
cumpla en un plazo no menor de quince días, excepto que de los usos, o de la índole de la prestación, resulte la
procedencia de uno menor. La resolución se produce de pleno derecho al vencimiento de dicho plazo. Dicho
requerimiento no es necesario si ha vencido un plazo esencial para el cumplimiento, si la parte incumplidora ha
manifestado su decisión de no cumplir, o si el cumplimiento resulta imposible. En tales casos, la resolución total o
parcial del contrato se produce cuando el acreedor la declara y la comunicación es recibida por la otra parte.

ARTÍCULO 1089.- Resolución por ministerio de la ley. El requerimiento dispuesto en el artículo 1088 no es necesario en
los casos en que la ley faculta a la parte para declarar unilateralmente la extinción del contrato, sin perjuicio de
disposiciones especiales.

1. Introducción
Es de la esencia de los contratos bilaterales el mantenimiento de la situación de reciprocidad en el cumplimiento de las
obligaciones a cargo de cada una de las partes. Si ella no se da por causa de un incumplimiento imputable a alguna de
ellas, es justo que se dé a la otra la posibilidad de liberarse del vínculo, recobrando la disponibilidad de la porción de su
libertad que sujetó a una relación cuya disfuncionalidad la torna ineficaz.
Para los contratos bilaterales, se regula el régimen de la cláusula resolutoria implícita, denominación que el CCyC asigna
al conocido por nuestra doctrina como pacto comisorio tácito.
Por vía de una cláusula expresa, las partes pueden modificar los efectos de la cláusula resolutoria implícita, de carácter
supletorio.

2. Interpretación
2.1. Pacto resolutorio implícito, contratos a los que se aplica
En caso de que las partes en un contrato bilateral no hayan previsto una cláusula resolutoriaexpresa, redactada a su
medida, con sujeción a sus concretos intereses y previsión de los efectos en el caso, se aplica la vigencia supletoria, que
es la de la cláusula resolutoria implícita, cuya regulación será de aplicación a todo lo no previsto en materia resolutoria
por los contratantes. De tal modo, en el contenido normativo de un mismo contrato pueden convivir una cláusula
resolutoria expresa con una implícita que habrá de aplicarse a lo no previsto por aquella.
La cláusula resolutoria implícita en los contratos bilaterales queda sujeta a lo previsto en los arts. 1088 y 1089 CCyC.

2.2. Requisitos para la aplicación de la cláusula resolutoria implícita


Según lo establecido en el artículo 1088 CCyC, la resolución por cláusula resolutoria implícita exige:
a. un incumplimiento de carácter esencial que, en caso de ser parcial, prive sustancialmente a la parte que lo invoca de
lo que tenía derecho a esperar en razón del contrato, según el principio de la buena fe;
b. que el deudor no esté en mora. Si ambas partes están en mora, en principio no procede la resolución, salvo que la
mora de una de ellas sea irrelevante;
c. que el acreedor emplace al deudor bajo apercibimiento de resolución total o parcial, en los términos indicados en el
apartado c), que se explicará en el punto 2.3, siguiente.

2.3. Procedimiento de aplicación


En el art. 1088, inc. c, CCyC se establece el procedimiento para la aplicación de la cláusula resolutoria implícita. Ella exige
un emplazamiento al deudor, un requerimiento que contenga el apercibimiento de dar por resuelto el vínculo
contractual en caso de no mediar cumplimiento en un plazo no menor a 15 días, que podrá ser menor si ello resulta de
los usos o de la índole de la prestación, como puede suceder, por ejemplo, si se contrata a una empresa para que instale
el stand de exposición de una empresa en una feria comercial que abrirá sus puertas en cinco días y se desarrollará
durante diez, sin que la requerida haya iniciado las tareas de instalación comprometidas, supuesto en el que no sería
razonable intimar por el lapso de 15 días y, a falta de un pacto resolutorio expreso, sí debe intimarse por un lapso
menor.
En caso de intimarse por un plazo menor al de 15 días sin que exista fundamento razonable para ello, el emplazamiento
debe considerarse formulado por ese lapso, pues no corresponde admitir un agravamiento de la situación del deudor y
de su posibilidad de cumplir con la obligación a su cargo. Por otra parte, ella es la solución que mejor se compadece con
el principio de conservación del contrato (art. 1066 CCyC).
El emplazamiento al que se refiere la norma es una intimación, un requerimiento perentorio que debe efectuarse:
1. individualizando la relación jurídica de la que se trate y sus partes;
2. interponiendo una clara intimación a cumplir: se trata de un enunciado coactivo claro que no pueda ser confundido
con una invitación al mejor esfuerzo posible;
3. otorgando el plazo previsto en la norma o el que resulte adecuado, según los usos y la naturaleza de la obligación;
4. enunciando el apercibimiento de resolución, pues de no existir este puede tratarse de una mera intimación al
cumplimiento sin efecto extintivo;
5. indicando la existencia de daños y perjuicios por los que se demandará, de ser ello pertinente.
Ese emplazamiento deberá ponerse en conocimiento de la parte destinataria por medio fehaciente, como se prevé en el
art. 1086 CCyC, que asegure la posibilidad de conocimiento de su contenido por el deudor (por ejemplo, carta
documento o requerimiento notarial, sin perjuicio de la notificación por nota con recepción firmada por el obligado).
El requerimiento no es necesario:
1. si ha vencido un plazo esencial para el cumplimiento (por ejemplo, si no se ha cumplido con la entrega de la torta de
bodas para la fecha del casamiento);
2. si el deudor hizo saber que no cumpliría deliberadamente;
3. si el cumplimiento resulta imposible, supuestos en los que la resolución, sea ella total o parcial, se produce cuando el
deudor recibe la comunicación por la que el acreedor la declara; y
4. si se da el supuesto previsto en el art. 1089 CCyC.

2.4. Efectos
La resolución opera de pleno derecho y sus efectos se retrotraen al momento de la constitución en mora. El deudor
tiene derecho a cumplir hasta el término del plazo.
Durante el plazo de gracia, el deudor está en mora, por lo que debe el resarcimiento del daño moratorio, según la
naturaleza de la prestación de la que se trate.
No es necesaria la intervención judicial; pero en caso de promoverse acción, ella puede iniciarse aunque no se haya
cursado el requerimiento previo. De mediar emplazamiento previo, la sentencia retrotraerá sus efectos a la fecha de la
recepción de la comunicación por el deudor. De no haberse seguido ese trámite extrajudicial, la fecha a considerar será
la de la notificación de la demanda al obligado.

2.5. Resolución por ministerio de la ley


La resolución por ministerio de la ley es la que se produce cuando la ley autoriza a una de las partes, ante determinadas
circunstancias en ella previstas según el tipo de relación jurídica de la que se trate, a declarar unilateralmente la
extinción del contrato.

ARTÍCULO 1090.- Frustración de la finalidad. La frustración definitiva de la finalidad del contrato autoriza a la parte
perjudicada a declarar su resolución, si tiene su causa en una alteración de carácter extraordinario de las circunstancias
existentes al tiempo de su celebración, ajena a las partes y que supera el riesgo asumido por la que es afectada. La
resolución es operativa cuando esta parte comunica su declaración extintiva a la otra. Si la frustración de la finalidad es
temporaria, hay derecho a resolución sólo si se impide el cumplimiento oportuno de una obligación cuyo tiempo de
ejecución es esencial.

1. Introducción
El CCyC incorpora la frustración de la causa fin del contrato como un supuesto de ineficacia contractual.
La causa fin no solo debe existir al tiempo de la formación del contrato, pues se trata de un elemento esencial para su
existencia, sino perdurar durante su ejecución, como surge del art. 1013 CCyC.
Se trata de un instituto que opera sobre el concepto de frustración de la causa fin de los contratos. Se requiere pues un
contrato que, habrá de tener causa fin, uno de los elementos esenciales de esta categoría de actos jurídicos. Dado que
el artículo en comentario no establece ninguna restricción al respecto, cabe considerar al instituto aplicable también a
los contratos unilaterales, a los gratuitos y a los aleatorios. Sí es necesario que se trate de un contrato de cumplimiento
diferido, sea de plazo suspensivo o de tracto sucesivo, porque en los de ejecución instantánea no es lógicamente posible
la frustración, pues ella requiere de una variación extraordinaria de circunstancias ocurrida en el tiempo.
La frustración opera sobre la causa fin, tanto en su modalidad típica (la que es idéntica en todos los contratos del mismo
tipo) como en la motivacional (la particular de cada contrato), en tanto ella haya sido incorporada por las partes al
contrato, en forma expresa o implícita —como ocurría en los “casos de la coronación”—. Si lo afectado fuera el
cumplimiento material de la prestación debida, se estaría ante un caso de caso fortuito o fuerza mayor, y no de
frustración de la causa.

2. Interpretación
2.1. Requisitos para la resolución por frustración de la finalidad
La frustración requiere:
1. un contrato válido subsistente al tiempo del planteo;
2. la existencia de una causa, típica o motivacional, que pueda considerarse objetivada en el contrato;
3. la incidencia de un hecho sobreviniente, inesperado, grave, ajeno a las partes, que afecte la posibilidad de concreción
de esa causa de modo permanente y no meramente temporal y supere el riesgo asumido por la parte afectada;
4. inexistencia de mora relevante o de culpa o dolo vinculados con la generación de la frustración causal, de la parte que
efectúa el planteo;
5. planteo de parte.
El acto jurídico queda privado de causa, al menos para una de las partes; pero como la causa no es elemento dela
voluntad subjetiva, como la intención, sino de la estructura del acto (art. 281 CCyC), su afectación impide contar con un
negocio jurídico estructuralmente idóneo para subsistir.
No ocurre aquí lo que sucede con la imprevisión, en la que la prestación se hace excesivamente onerosa. En la
frustración desaparece el móvil, la razón del contrato y esa es el motivo por el que la norma no habilita la revisión para
restablecer el equilibrio, como sí ocurre en los supuestos de excesiva onerosidad sobreviniente. Lo que se verifica en
este caso es la imposibilidad absoluta de alcanzar la finalidad buscada, aun cuando pueda ejecutarse la prestación.
Por otra parte, la frustración se diferencia del caso fortuito en que este impide el cumplimiento de la prestación,
mientras que en aquella no hay imposibilidad, lo que se ve alterado es la posibilidad de concretar el fin perseguido por
medio de ella.

2.2. Contratos a los que se aplica


La norma no distingue los tipos de contratos a los que se aplica, por lo que cabe considerar que puede ser invocada en
todo tipo de vínculo en el que se vea frustrada la finalidad considerada.
Si dos o más contratos son conexos, pues están causalmente vinculados, la frustración de la causa en uno de ellos afecta
a los demás (art. 1075 CCyC).

2.3. Procedimiento
La resolución es operativa desde que la parte comunica la declaración extintiva a la otra, lo que, entendemos, debe
tenerse por producido desde la recepción de la comunicación por el destinatario.
En caso de tener que tramitarse luego un proceso judicial, la sentencia retrotraerá efectos al momento de esa
comunicación. Si no medió tal comunicación extrajudicial y se demandó directamente los efectos correrán desde la
notificación de la demanda.

2.4. Efectos
En cuanto a los efectos de la frustración, su admisión conduce a la resolución del vínculo contractual y, dado que el
evento frustrante, es ajeno a la conducta de las partes, no da lugar a resarcimiento, aunque sí quedarán firmes las
prestaciones cumplidas, no así las pendientes; ello, sin perjuicio de los pagos que corresponda hacer con relación a lo
devengado y aún no pagado, antes de producirse la frustración.
Si se entregó algún adelanto en razón de una prestación que no podrá ya ser cumplida, corresponde su restitución. Las
partes pueden acordar la compensación de gastos.

ARTÍCULO 1091.- Imprevisión. Si en un contrato conmutativo de ejecución diferida o permanente, la prestación a cargo
de una de las partes se torna excesivamente onerosa, por una alteración extraordinaria de las circunstancias existentes
al tiempo de su celebración, sobrevenida por causas ajenas a las partes y al riesgo asumido por la que es afectada, ésta
tiene derecho a plantear extrajudicialmente, o pedir ante un juez, por acción o como excepción, la resolución total o
parcial del contrato, o su adecuación. Igual regla se aplica al tercero a quien le han sido conferidos derechos, o
asignadas obligaciones, resultantes del contrato; y al contrato aleatorio si la prestación se torna excesivamente onerosa
por causas extrañas a su álea propia.
1. Introducción
La teoría de la imprevisión es un instituto de justicia contractual destinado a abordar situaciones en las que el
cumplimiento de una prestación convenida en un contrato se ha hecho excesivamente oneroso para alguna de sus
partes, o para todas ellas, por razones ajenas a los contratantes.
Es de aplicación cuando un hecho sobreviniente, imprevisible y extraordinario coloca al deudor de una obligación de
fuente contractual, ajeno a la producción de la circunstancia incidente, ante una gran dificultad para cumplir la
prestación convenida, sin llegar a tornar ese cumplimiento imposible, lo que constituiría un caso fortuito, idóneo como
tal para extinguir la obligación.
La concepción liberal clásica del contrato anatematizó la excesiva onerosidad sobreviniente porque consideró que
conllevaba una alteración de la plena vigencia del principio de autonomía de la voluntad; la aplicación de este instituto
da cuenta de una visión más justa y equitativa de los problemas que, a menudo, sobrevienen a los vínculos establecidos
por las personas a través de los contratos.

2. Interpretación
2.1. Contratos a los que se aplica
De acuerdo a lo regulado en el art. 1091 CCyC, el instituto de la imprevisión solo se aplica a ciertos contratos a título
oneroso:
a. los conmutativos de ejecución diferida o permanente; y
b. los aleatorios, de ejecución diferida o permanente, cuando la excesiva onerosidad resulte de causas ajenas a su alea
propia.
La imprevisión no se aplica a:
a. los contratos onerosos que no sean de ejecución diferida o de duración, como los de ejecución instantánea; ello,
porque es en el tiempo que pueden producirse circunstancias que alteren lo presupuesto por las partes como futuro
razonable al tiempo de contratar;
b. los contratos aleatorios, cuando la excesiva onerosidad ingrese en el alea normal del contrato, como surge de la parte
final del artículo —por ejemplo, la longevidad extrema de la persona cuya vida fue tomada en consideración para la
determinación de la vigencia del contrato oneroso de renta vitalicia, generalmente el beneficiario—; y
c. los contratos a título gratuito.

2.2. Requisitos
Para que pueda aplicarse la imprevisión a una situación de alteración de la relación de onerosidad de un contrato, se
requiere:
1. una alteración extraordinaria de las circunstancias existentes al tiempo de la celebración;
2. que esa alteración sea sobreviniente al nacimiento del vínculo contractual, en el que deben subsistir obligaciones
pendientes de cumplimiento al tiempo del planteo;
3. que sea ajena a la parte afectada, quien no debe haberla provocada por su dolo o culpa ni debe, en razón de su mora
relevante, haber privado a la contraria de la oportunidad de adoptar medidas de seguridad o de resguardo idóneas;
4. que genere una excesiva onerosidad sobreviniente que afecte el cumplimiento de las obligaciones a cargo de, al
menos, una de las partes; y
5. que el hecho sea ajeno al riesgo asumido por la afectada, quien puede haber renunciado a la invocación de la teoría
en forma general o particularizada para determinados supuestos, lo que puede admitirse solo en contratos negociados
en forma paritaria y no en contratos de consumo, cuando se impone la renuncia al consumidor.
La excesiva onerosidad en los términos de cumplimiento de una obligación puede darse cuando:
1. aumenta para una parte el valor del sacrificio, manteniéndose inalterable el de la ventaja;
2. permanece idéntico el valor del sacrificio, disminuyendo el de la ventaja; o
3. ambos valores sufren alteraciones en sentido inverso, desequilibrándose la economía interna del contrato, su
equilibrio.

2.3. Procedimiento
En el régimen del CCyC, según el art. 1091, el afectado se encuentra legitimado para demandar la resolución o el
reajuste equitativo de los términos del contrato.
Pero el CCyC, en forma innovadora, reconoce expresamente legitimación para formular planteos vinculados con las
soluciones previstas en la norma para las situaciones de excesiva onerosidad sobreviniente al tercero a quien, en el
contrato, le han sido conferidos derechos o asignadas obligaciones.
El planteo puede ser hecho en el ámbito extrajudicial o en proceso judicial y, en este caso, por acción iniciada por el
afectado para lograr de su contraparte una revisión de los términosdel contrato, o por medio de una excepción por ella
interpuesta ante una demanda de cumplimiento planteada por la otra parte. En el ámbito judicial, el afectado por
laexcesiva onerosidad puede solicitar el dictado de una medida cautelar que, de permitirlo la naturaleza del contrato,
suspenda los plazos de cumplimiento hasta tanto se agote el debate o varíen las circunstancias desequilibrantes.

2.4. Efectos
2.4.1. Supuesto de readecuación
Los efectos dependerán del planteo que efectúe el afectado. Si opta por la adecuación de los términos del contrato y
ella es alcanzada en la negociación con la otra parte, se produce una reformulación que podrá llegar a tener efectos
novatorios si esa es la voluntad de las partes (conf. art. 934 CCyC y conc.), lo que no necesariamente afectará los
derechos de terceros, en tanto ellos participen del acuerdo (art. 940 CCyC). Salvo previsión específica en contrario, el
reajuste no tendrá efectos retroactivos.
En el reajuste no se modifica el contrato desde su inicio, sino solo en lo relativo al desquicio, por lo que si se
intercambiaron prestaciones, pagaron cuotas, etc., no deben quedar alcanzadas por los efectos inmediatos de ese
acuerdo. Los pagos hechos con sujeción a los requisitos mencionados en el art. 897 CCyC y recibidos sin reservas tienen
efecto liberatorio (art. 880 CCyC).
La readecuación de los términos del contrato no debe ser una mera operación aritmética, sino que debe estar orientada
a reconfigurar justamente las obligaciones alteradas por el hecho externo al vínculo.

2.4.2. Supuesto de resolución


Operada la resolución por imprevisión, total o parcial, las prestaciones cumplidas quedan firmes. Resulta de aplicación la
teoría del consumo jurídico, por la que en los contratos de ejecución continuada la resolución no alcanza los efectos ya
cumplidos. Corresponde asimilar a los efectos recíprocamente cumplidos los que debieron haberse ya cumplido al
tiempo en que sobreviene la circunstancia generadora de la excesiva onerosidad.
Salvo posibilidad de división, en los contratos de ejecución diferida la resolución debe, en principio, extenderse
retroactivamente hasta el momento de la celebración.
Cuando el caso imprevisible aparece luego de haber el perjudicado cumplido con su prestación, pero antes de cumplir la
suya el beneficiado, el aniquilamiento del contrato traerá como consecuencia que el demandado deberá restituir lo
recibido y quedará liberado de cumplir con su prestación.

TÍTULO III: Contratos de consumo


CAPÍTULO 1: Relación de consumo

ARTÍCULO 1092.- Relación de consumo. Consumidor. Relación de consumo es el vínculo jurídico entre un proveedor y
un consumidor. Se considera consumidor a la persona humana o jurídica que adquiere o utiliza, en forma gratuita u
onerosa, bienes o servicios como destinatario final, en beneficio propio o de su grupo familiar o social.
Queda equiparado al consumidor quien, sin ser parte de una relación de consumo como consecuencia o en ocasión de
ella, adquiere o utiliza bienes o servicios, en forma gratuita u onerosa, como destinatario final, en beneficio propio o de
su grupo familiar o social.

ARTÍCULO 1093.- Contrato de consumo. Contrato de consumo es el celebrado entre un consumidor o usuario final con
una persona humana o jurídica que actúe profesional u ocasionalmente o con una empresa productora de bienes o
prestadora de servicios, pública o privada, que tenga por objeto la adquisición, uso o goce de los bienes o servicios por
parte de los consumidores o usuarios, para su uso privado, familiar o social.

1. Introducción
La materia que hace al contenido de estos contratos corresponde a derechos que, en el ordenamiento jurídico
argentino, tienen específico rango constitucional (art. 42 CN).
La regulación ha adoptado como criterio el de fragmentación del tipo general de contrato, que influye sobre los tipos
especiales, de modo tal que, por ejemplo, podemos tener un contrato de compraventa que se rija por las disposiciones
generales que se han venido analizando en los capítulos anteriores y otro directamente disciplinado por las de este
título.
Se han establecido mínimos legales que actúan como un “núcleo duro” de tutela, los que pueden ser ampliados por la
legislación específica, mas no limitados. En la interpretación de las normas, de las relaciones jurídicas y de los contratos,
lo establecido en el Código debe ser considerado el mínimo legal previsto para la protección.
Se trata de un ámbito donde las relaciones jurídicas entre los particulares se encuentran atravesadas por el interés
público y limitadas por el orden público protectorio; pues es claro que en un sinnúmero de actividades cotidianas los
consumidores se encuentran expuestos a riesgos que no pueden controlar, para lo que se hace necesaria la intervención
de agencias u órganos públicos que aseguren el control de la actividad, generalmente por medio de entes reguladores o
de superintendencia, a fin de evitar perjuicios para los consumidores, débiles en la relación jurídica.
Las definiciones y principios contenidos en este Título del CCyC receptan los existentes en la legislación especial en la
materia, depurando su redacción y terminología según las observaciones formuladas por la doctrina y la jurisprudencia
especializadas.

2. Interpretación
La regulación del contrato de consumo requiere de una definición legal que depende de la caracterización de la relación
de consumo.
Relación de consumo es el vínculo jurídico entre un proveedor y un consumidor. Se considera consumidor a la persona
física o jurídica que adquiere o utiliza bienes o servicios como destinatario final, en su propio beneficio o de su grupo
familiar o social. Queda equiparado al consumidor quien, sin ser parte en una relación de consumo, como consecuencia
o en ocasión de ella, adquiere o utiliza bienes o servicios en forma gratuita u onerosa como destinatario final, de su
grupo familiar o social.
El contrato de consumo se caracteriza porque una de sus partes es un consumidor final de bienes o el usuario de
servicios (art. 1093 CCyC). Puede serlo, la persona individual o jurídica ubicada al agotarse el circuito económico y que
pone fin, a través del consumo o del uso, a la vida económica del bien o servicio. Resulta indistinto que el uso o la
utilización de bienes y servicios se efectúe a título personal o familiar, o sea, para el uso privado.
En el art. 1093 CCyC en el que expresa que el “contrato de consumo es el celebrado entre un consumidor o usuario final
con una persona humana o jurídica que actúe profesional u ocasionalmente o con una empresa productora de bienes o
prestadora de servicios, pública o privada, que tenga por objeto la adquisición, uso o goce de los bienes o servicios por
parte de los consumidores o usuarios, para su uso privado, familiar o social”.
Y como el art. 1092 CCyC establece que la “relación de consumo es el vínculo jurídico entre el proveedor y el
consumidor” cabe, en el sentido indicado afirmar, por ejemplo, que el usuario de servicios bancarios o de telefonía
celular o el asegurado, cuando contrata para destinar el bien o servicio a su consumo final o al de su grupo familiar, es
consumidor.
El consumidor individual o persona jurídica que requiere protección es aquella que carece de intenciones que apunten a
que el bien o el servicio continúen su vida económica en actividades de fabricación, producción, distribución o
prestación. En cambio, es consumidor la persona jurídica (por ejemplo, una empresa) que celebra contratos de seguro
a. que amparen bienes como destinatario final, en beneficio de la empresa; o
b. que protejan los riesgos a los que se hallan expuestos bienes con los que agotará el proceso económico.
La cuestión para determinar cuándo un contrato es contrato de consumo es de gran trascendencia práctica por las
consecuencias que acarrea —entre ellas, no solo la prescripción, sino también todos los deberes de protección
instituidos en el CCyC, como, por ejemplo, lo relativo al deber de información (art. 1100 CCyC); lo relacionado con la
prestación de los servicios; las cláusulas abusivas (art. 1117 CCyC). Deberá tenerse presente que los plazos de
prescripción establecidos en el CCyC son aplicables “en ausencia de disposiciones específicas” (art. 2532 CCyC).

ARTÍCULO 1094.- Interpretación y prelación normativa. Las normas que regulan las relaciones de consumo deben ser
aplicadas e interpretadas conforme con el principio de protección del consumidor y el de acceso al consumo
sustentable.
En caso de duda sobre la interpretación de este Código o las leyes especiales, prevalece la más favorable al consumidor.

ARTÍCULO 1095.- Interpretación del contrato de consumo. El contrato se interpreta en el sentido más favorable para el
consumidor. Cuando existen dudas sobre los alcances de su obligación, se adopta la que sea menos gravosa.

1. Introducción
La norma despliega un principio de alcance general para todo el sistema normativo, según el cual toda norma que
regule relaciones de consumo debe ser aplicada e interpretada conformecon el principio de protección del consumidor
y el acceso al consumo sustentable.
Se trata de una disposición de orden público protectorio, imperativa en su aplicación e indisponible para las partes.

2. Interpretación
2.1. Protección del consumidor
Según el art. 42 CN, el consumidor debe ser protegido en su salud, seguridad e intereses económicos y es a la
satisfacción de esas finalidades que debe apuntar la interpretación de las normas relacionadas con la materia, las que a
menudo son dictadas por organismos con poder de policía en distintas áreas del mercado, como la Secretaría de
Comercio e Industria, el Banco Central de la República Argentina, la Superintendencia de Seguros de la
Nación o la de Servicios de Salud, entre otros, tanto en el orden nacional como provincial o de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.

2.2. Acceso al consumo sustentable


La protección de los más altos intereses de la comunidad determina que sea hoy insoslayable exigir que toda actividad
productiva o de comercialización de bienes y servicios respete las exigencias propias de la preservación de un medio
ambiente sustentable, lo que exige que en la comercialización de productos de consumo se prevean los mecanismos
necesarios para el reciclado o la disposición adecuada de los residuos que puedan generarse.

2.3. Principio de interpretación ”pro consumidor”


Lo que el precepto exige es que, en caso de contarse con más de una posibilidad interpretativa para una determinada
disposición contractual en un contrato de consumo, debe el intérprete siempre adoptar la alternativa que resulte más
favorable para el consumidor.
La situación favorable puede vincularse con una menor onerosidad de la prestación a su cargo o con la ampliación del
contenido prestacional al que tiene derecho en razón de las obligaciones asumidas por el proveedor, entre otros
supuestos.

CAPÍTULO 2: Formación del consentimiento


SECCIÓN 1ª: Prácticas abusivas

ARTÍCULO 1096.- Ámbito de aplicación. Las normas de esta Sección y de la Sección 2ª del presente Capítulo son
aplicables a todas las personasexpuestas a las prácticas comerciales, determinables o no, sean consumidores o sujetos
equiparados conforme a lo dispuesto en el artículo 1092.

1. Introducción
Las normas contenidas en esta Sección 1° y en la siguiente, deben ser consideradas de orden público protectorio y, por
ello, indisponibles para las partes. De ello se deriva que toda limitación establecida en un contrato o relación de
consumo a su aplicación, debe tenerse por no escrita.
Los cuatro artículos de esta Sección 1a se refieren a las prácticas comerciales abusivas.

2. Interpretación
Según lo dispuesto en este artículo, las normas de orden público contenidas en las Secciones 1ª y 2ª de este Capítulo 2
del Título III del Libro Tercero, son de aplicación no solo a quienes sean parte en un contrato de consumo, sino también
a todos aquellos que se encuentren expuestos a las prácticas comerciales, determinables o no, sean consumidores o
sujetos equiparados, según lo establecido en el art. 1092 CCyC, que se refiere a quienes, sin ser parte de una relación de
consumo, adquieren o utilizan bienes o servicios, en forma gratuita u onerosa, como destinatario final, en beneficio
propio o de su grupo familiar o social.
Ello determina que corresponda exigir a los proveedores de bienes y servicios de consumo el respeto permanente de las
normas imperativas contenidas en estas dos Secciones, destinadas a proteger la libertad de contratar, el trato digno,
equitativo y no discriminatorio, la provisión de adecuada información a los consumidores.
Los bienes de consumo tienen dos fases en su vida: la producción y la comercialización. Las prácticas comerciales se
refieren a la etapa de comercialización.
Las prácticas comerciales son todos los mecanismos, técnicas y métodos que sirvan, directa o indirectamente, para
facilitar la salida de la producción. Se trata de un concepto amplio que incluye el marketing, las garantías, los servicios
postventa, la ejecución del contrato y la extinción de las obligaciones derivadas de los contratos. Se trata del tramo
intermedio que existe entre la oferta y la demanda o el proceso mediante el cual los productos son lanzados
adecuadamente al mercado o todas las medidas que se destinan a promover la comercialización de productos y
servicios, y que porta como dato principal el de la publicidad, además de todos los incentivos de venta. El marketing
estimula el consumo, pues refiere a la etapa previa a la comercialización, que se da a través de anuncios publicitarios,
campañas comerciales consistentes en promociones y propaganda.
De allí que se afirme que, sin marketing y sus componentes (que acabamos de referenciar), no habría sociedad de
consumo. A la masificación de la producción le sigue la comercialización en masa que conduce al crédito para el
consumo que constituyen créditos en masa. Del marketing, lo que interesa al derecho del consumidor son la publicidad
y las promociones de ventas.

ARTÍCULO 1097.- Trato digno. Los proveedores deben garantizar condiciones de atención y trato digno a los
consumidores y usuarios. La dignidad de la persona debe ser respetada conforme a los criterios generales que surgen de
los tratados de derechos humanos. Los proveedores deben abstenerse de desplegar conductas que coloquen a los
consumidores en situaciones vergonzantes, vejatorias o intimidatorias.

1. Introducción
Existe un vínculo de filiación muy claro entre la dignidad y los derechos humanos. Los derechos humanos están
centrados sobre la dignidad.
Y se ha traducido esta nueva dimensión en un análisis de la libertad. Así, la dignidad y los derechos humanos estarían
ubicados a un mismo nivel, es decir, el de la persona humana. Los derechos humanos tienen por objeto, básicamente, la
defensa del individuo contra la arbitrariedad del poder, especialmente la del Estado.
La libertad aparece entonces como el concepto fundador de los derechos humanos.
2. Interpretación
Sobre la base de la previsión contenida en el art. 42 CN, el Código establece la obligación del proveedor de garantizar
condiciones de atención y trato digno a los consumidores y usuarios e impone el deber de respetar su dignidad, según
los criterios generales establecidos en los tratados de derechos humanos.
Específicamente, en el artículo se le impone al proveedor el deber de abstenerse del desarrollo de conductas que
coloquen a los consumidores en situaciones vergonzantes, vejatorias o intimidatorias. Por ejemplo, de no respetarse las
pautas de trato y respeto propias de determinadas culturas o religiones; en caso de no proveer un centro de salud a un
paciente de vestimentas adecuadas para cubrir su cuerpo cuando debe circular o ser trasladado por sus instalaciones
para que se le practiquen estudios médicos que requieren que se despoje de sus vestimentas; cuando se colocan
cámaras de seguridad en el espacio donde habrán de probar ropas los clientes de una tienda; cuando se adoptan
actitudes intimidantes o vejatorias para requerir a un cliente de una tienda o supermercado que permita ser revisado
ante la sospecha de un hurto; cuando sus conversaciones o expresiones son registradas en audio o video sin que se le dé
aviso de ello, etc.
Lo previsto en la norma también abarca la exposición a prácticas vergonzantes o lesivas de la dignidad de terceros,
como pueden ser personas vinculadas con el proveedor por un nexo laboral o contractual distinto del establecido por el
consumidor
Lo propio acontece con la prohibición de publicidad que sea abusiva, discriminatoria o induzca al consumidor a
comportarse de forma perjudicial o peligrosa para su salud (art. 1101, inc. c, CCyC).

ARTÍCULO 1098.- Trato equitativo y no discriminatorio. Los proveedores deben dar a los consumidores un trato
equitativo y no discriminatorio.
No pueden establecer diferencias basadas en pautas contrarias a la garantía constitucional de igualdad, en especial, la
de la nacionalidad de los consumidores.

1. Introducción
El principio de no discriminación cobra especial relevancia en materia de consumo, pues la satisfacción de las
necesidades básicas de la población se produce, por medio de relaciones de consumo.
El derecho a la no discriminación está reconocido por la Ley Mexicana de los Derechos de los Consumidores (1993), que
otorga el derecho a un trato no discriminatorio ni arbitrario por parte de los proveedores (art. 4°, inc. c). Y el Código
brasileño de Defensa del Consumidor, prohíbe, como abusiva, la publicidad que contenga discriminaciones de cualquier
naturaleza (art. 37, inc. 2). En la misma línea y específicamente, se requiere asegurar una protección especial
(soluciones específicas) en favor de los consumidores carecientes y necesitados, y de los que sufren situaciones de
inferioridad, subordinación e indefensión.
La Ley General Española para la Defensa de los Consumidores y Usuarios (1984) regula específicamente el derecho a la
protección jurídica, administrativa y técnica, en las situaciones de inferioridad, subordinación e indefensión (art. 2°, inc.
1-f).

2. Interpretación
2.1. Trato equitativo y no discriminatorio
El trato equitativo es el trato razonablemente igualitario. Un proveedor puede tener alguna atención especial con
relación a un buen cliente, lo que es propio de las prácticas comerciales, pero no puede incurrir en conductas que
conlleven una desigualdad sustantiva de trato o un trato discriminatorio respecto de algún consumidor o usuario.

2.2. Las categorías del trato discriminatorio


En nuestro sistema jurídico, la Ley Penal Antidiscriminatoria (23.592), establece en su art. 1° que “Quien arbitrariamente
impida, obstruya, restrinja o de algún modo menoscabe el pleno ejercicio sobre bases igualitarias de los derechos y
garantías fundamentales reconocidos en la Constitución Nacional, será obligado, a pedido del damnificado, a dejar sin
efecto el acto discriminatorio o cesar en su realización y a reparar el daño moral y material ocasionados.” Y precisa que
“… se considerarán particularmente los actos u omisiones discriminatorios determinados por motivos tales como raza,
religión, nacionalidad, ideología, opinión política o gremial, sexo, posición económica, condición social o caracteres
físicos…”, categorías sensibles que permiten presumir la existencia de una conducta discriminatoria; presunción que
puede ser desvirtuada por el proveedor, en algunos supuestos acotados, si acredita, por ejemplo, que no permite el
ingreso a una actividad de riesgo de personas con determinada discapacidad, ello con la finalidad de proteger su salud y
no de someterlos a un trato inequitativo o violatorio de sus derechos.

2.3. La cuestión relativa a la nacionalidad


En el art. 20 CN se establece la igualdad de derechos civiles entre los nacionales y los extranjeros y en el art. 4º CCyC, se
establece la obligatoriedad de las leyes para todos los habitantes de la República, sean ellos ciudadanos o extranjeros,
residentes, domiciliados o transeúntes, sin perjuicio de lo dispuesto en leyes especiales, lo que determina una paridad
por lo que las distinciones basadas en la nacionalidad de los consumidores no podría ser considerada sino arbitraria y, a
partir de lo pautado en este artículo, que enuncia una regla de orden público, será ilegal.

2.4. El derecho de admisión


El derecho de admisión, para no ser discriminatorio, debe basarse en cuestiones razonables y de aplicación objetiva, las
que sí pueden aceptarse con las categorías sensibles cuando están destinadas a proteger al destinatario de la limitación
o el buen orden en la prestación del servicio.
Así, es habitual que se limite el acceso de menores de edad a determinados espectáculos y cabe también considerar
razonable que el explotador de un local comercial disponga las medidas necesarias para que se impida el ingreso o se
excluya a una persona alcoholizada que altera las normas de convivencia en el lugar. Pero es claro que no será admisible
que se prohíba el ingreso y permanencia en un local comercial de alguien en razón de su religión u origen étnico o
nacionalidad.

ARTÍCULO 1099.- Libertad de contratar. Están prohibidas las prácticas que limitan la libertad de contratar del
consumidor, en especial, las que subordinan la provisión de productos o servicios a la adquisición simultánea de otros, y
otras similares que persigan el mismo objetivo.

1. Introducción
Las formas de comercialización pueden someter a los consumidores a formas de cautividad que deben ser excluidas de
las prácticas admisibles; ello, en razón de la necesidad de preservar la libertad de las personas.

2. Interpretación
Diversas modalidades de contratación pueden generar limitaciones a la libertad de contratar de los consumidores.
Específicamente, en el artículo se prevé otra situación de limitación de la libertad contractual, como es la que se da
cuando el proveedor impone al consumidor la exigencia de adquirir determinados bienes o servicios a cuya satisfacción
subordina la provisión de los contratados, lo que suele presentarse bajo el formato de “cláusulas sorpresivas” (ver
comentario al art. 988 CCyC).

ARTÍCULO 1100.- Información. El proveedor está obligado a suministrar información al consumidor en forma cierta y
detallada, respecto de todo lo relacionado con las características esenciales de los bienes y servicios que provee, las
condiciones de su comercialización y toda otra circunstancia relevante para el contrato. La información debe ser
siempre gratuita para el consumidor y proporcionada con la claridad necesaria que permita su comprensión.

1. Introducción
La información suficiente y adecuada es requisito para el ejercicio de la libertad de contratación del consumidor a la que
se refiere el art. 1099 CCyC. La obligación de proporcionarla, impuesta al proveedor, está destinada a morigerar o
suprimir la asimetría existente entre las partes en una relación de consumo, basada en gran medida por la distinta
posibilidad de acceder a información real, certera, sobre las características del producto o servicio del que se trate.

2. Interpretación
2.1. Obligación informativa del proveedor
Según se establece en la primera parte del artículo, recae sobre el proveedor la obligación de suministrar al consumidor
información respecto de las características esenciales de los bienes y servicios que provee.
Esa información debe ser proporcionada en forma cierta y detallada; para lo que el proveedor deberá disponer los
medios que resulten necesarios para satisfacer tales exigencias normativas.
Debe ser clara, expuesta en términos comprensibles, en idioma claro.
El contenido de dicha información deberá referirse a las características esenciales de los bienes y servicios, las
condiciones de comercialización y toda otra circunstancia que pueda ser objetivamente relevante para que su
destinatario pueda evaluar la conveniencia o no de adquirir el bien o servicio del que se trate. Se trata de posibilitarle
tomar una decisión ponderada, con base en información clara y suficiente que le permita razonablementeformar un
juicio de valor.

2.2. Accesibilidad de la información


En el tramo final del artículo se establecen dos pautas básicas para garantizar la accesibilidad de la información:
1. que ella sea gratuita; y
2. que sea proporcionada con la claridad necesaria para su comprensión.

ARTÍCULO 1101.- Publicidad. Está prohibida toda publicidad que:


a. contenga indicaciones falsas o de tal naturaleza que induzcan o puedan inducir a error al consumidor, cuando
recaigan sobre elementos esenciales del producto o servicio;
b. efectúe comparaciones de bienes o servicios cuando sean de naturaleza tal que conduzcan a error al consumidor;
c. sea abusiva, discriminatoria o induzca al consumidor a comportarse de forma perjudicial o peligrosa para su salud o
seguridad.

1. Introducción
En una sociedad de mercado los medios publicitarios no solo informan sobre la existencia de determinados productos o
servicios, sino que inducen a su consumo, en ocasiones exagerando sus virtudes. Es por ello que en el Código se
establecen determinadas reglas.
Constituye publicidad todo medio de información destinado a permitir a un cliente potencial formarse una opinión
sobre los resultados que pueden ser esperados del bien o del servicio que le es propuesto, así como sobre las
características de los bienes o servicios ofertados. Así entendida la publicidad, de modo amplio, se extiende al mensaje
escrito en la prensa, oral en la radio o aun visual en la televisión. Puede resultar igualmente de información contenida
en los documentos comerciales o inscripciones sobre el embalaje de un producto.
Si el mensaje publicitario es engañoso por omisión, por error o, por deliberada falsedad, merece tres consideraciones
jurídicas:
a. puede inducir a contratar a quien de haber sido destinatario de una información veraz, no lo habría hecho;
b. provoca la frustración del interés que el consumidor tenía legítimamente derecho a esperar del bien o servicio objeto
del contrato;
c. importa una peligrosa tergiversación del equilibrio de mercado, con insalvable detrimento de los intereses
individuales y colectivos, no solo de los consumidores, sino también de los proveedores profesionales de bienes y
servicios que no acuden a ese tipo de prácticas desleales.
Es un hecho notorio que el conocimiento por parte de la comunidad de la existencia de la mayor parte de los bienes y
servicios que se ofrecen en el mercado, y sus características, se alcanza a través de la información publicitaria empleada
en medios masivos de comunicación.La publicidad existe para informar pero, por sobre todo, para persuadir. Ella vende
bienes y servicios, convirtiéndolos previamente en sueños y en imágenes. Su importancia en una economía de mercado
es enorme, al punto que es virtualmente imposible concebir a una sin la otra.
Todas las disposiciones en esta materia son de orden público, por lo que los actos que las contravienen son nulos de
nulidad absoluta (art. 386 CCyC).

2. Interpretación
La norma despliega, en tres incisos, diversos supuestos de publicidad prohibida.

2.1. Publicidad falsa


Se comprende en ella a la que contenga falsedades que induzcan (juicio en concreto) o puedan inducir (juicio en
abstracto) a error al consumidor, en tanto recaigan sobre elementos esenciales del producto o servicio.
Es propio de la actividad comercial el ensalzamiento de algunas virtudes reales o supuestas de un producto y ello no
generará la inclusión de la publicidad en la norma si no recae sobre aspectos esenciales, como puede ser el de la función
concreta y efectiva del producto o servicio.
El carácter engañoso puede presentarse de distintas maneras, a veces bajo maquillajes muy sutiles, ya en forma
positiva, a través de lo que la publicidad “dice” explícitamente o “sugiere” a través de imágenes o bien por omisión,
cuando se silencian aspectos relevantes que, de buena fe, deberían ser difundidos para una cabal información del
potencial consumidor o usuario.
La publicidad engañosa está en pugna, además, con tres principios fundamentales del derecho del consumo: el de
equilibrio, el de veracidad y el de confianza en la apariencia desplegada. Y por último, se erige en un instrumento de
distorsión del mercado, al permitir que ciertos proveedores profesionales puedan obtener, por este tipo de prácticas,
réditos económicos indebidos, a expensas de otros que actúan honestamente.

2.2. Publicidad comparativa


La publicidad comparativa se halla prohibida en tanto formule comparaciones de bienes o servicios que conduzcan al
consumidor a obrar con error. Se halla prevista en el art. 1101, inc. b, CCyC. Podría afirmarse en una primera visión de
conjunto, que la publicidad comparativa es aquella que se funda en contrariar la verdad; pero esta afirmación es
insuficiente, pues la publicidad engañosa también participa de ese carácter. Cabe señalar que para que la publicidad
comparativa sea legítima es preciso que su contenido sea objetivo; que la comparación lo sea entre elementos
esenciales y verificables y, finalmente, que sea exacta. Si la publicidad comparativa contraría los tres elementos que la
componen, es ilícita.
La publicidad comparativa ha sido normativamente definida como aquella que suministra una comparación de bienes o
servicios identificados o identificables, implícita o explícitamente que se hallan en competencia o de bienes y servicios
ofrecidos por la competencia.

2.3. Publicidad abusiva


El Código, finalmente, alude a la publicidad abusiva, en una disposición cuya fuente es el art. 37, inc. c, del Código de
Defensa del Consumidor de Brasil que determina que “es abusiva (…) la publicidad discriminatoria de cualquier
naturaleza, que incite a la violencia, explote el miedo o la superstición, se aproveche de la deficiencia del análisis y
experiencia de los menores, desprecie los valores ambientales, o sea capaz de inducir al consumidor a comportarse de
forma perjudicial a su salud o seguridad”.
El enunciado es meramente indicativo y se añade que la publicidad discriminatoria del ser humano puede hallarse
referida a la raza, al sexo, a la preferencia o inclinación sexual, a la condición social, a la nacionalidad, a la profesión y a
las convicciones religiosas o políticas.
También es abusiva la publicidad que utiliza el miedo o la superstición para persuadir al consumidor para adquirir
productos o servicios.

ARTÍCULO 1102.- Acciones. Los consumidores afectados o quienes resulten legalmente legitimados pueden solicitar al
juez: la cesación de la publicidad ilícita, la publicación, a cargo del demandado, de anuncios rectificatoriosy, en su caso,
de la sentencia condenatoria.

1. Introducción
El diseño de políticas destinadas a dar transparencia y razonables reglas de desarrollo para la actividad publicitaria de
difusión de bienes y servicios destinados a consumidores no tendría eficacia real si no se dotara a los posibles afectados
de acciones destinadas a asegurar el respeto de las reglas establecidas en la materia.

2. Interpretación
2.1. Las acciones para la rectificación de la publicidad ilícita
El Código reconoce a favor de los consumidores afectados, o de quienes se encuentren legalmente legitimados, como
pueden serlo las asociaciones de defensa de los intereses de los consumidores y usuarios, acciones judiciales destinadas
a hacer cesar la publicidad ilícita, así como para obtener una rectificación de la información indebida, o de la sentencia,
por parte del responsable.
El juez podrá disponer, con carácter cautelar, preventivo:
1. la cesación de la publicidad, cuando su difusión se encuentran aún en curso al tiempo de la promoción de la acción; o
2. la publicación de anuncios aclaratorios o rectificatorios, que impidan que otras personas puedan ser inducidas a error
en su valoración de lo difundido por medio de la publicidad; cuando ella ha cesado pero es probable que diversas
personas estén en curso de contratar en razón de la información errónea que les habría sido aportada.
Concluido el proceso, el juez podrá disponer la publicación de la sentencia a costa del proveedor responsable de la
información inadecuada.

2.2. La publicidad engañosa, comparativa y abusiva como ilícito civil


La publicidad engañosa, la comparativa y la abusiva se hallan prohibidas, por lo que la conducta de su autor es
antijurídica en los términos del art. 1717 CCyC, por lo que este se halla obligado a reparar el daño causado (art. 1716
CCyC).
La publicidad referida tiene por objeto promover bienes y servicios por lo que la prohibición alcanza al
proveedor/profesional quien se beneficia con el mensaje y, en principio, a la agencia publicitaria que lo haya creado.
ARTÍCULO 1103.- Efectos de la publicidad. Las precisiones formuladas en la publicidad o en anuncios, prospectos,
circulares u otros medios de difusión se tienen por incluidas en el contrato con el consumidor y obligan al oferente.
1. Introducción
La realidad negocial determina que a diario las personas celebren contratos de consumo con base en la información que
obtuvieron de la publicidad, por lo que es razonable que ella se considere incorporada a los términos del contrato, a fin
de evitar que se vean luego defraudados.

2. Interpretación
La finalidad de esta disposición es la de vincular al oferente por sus “precisiones” publicitarias, cuando las mismas
inciden sobre un contrato de consumo ya celebrado.
Tal conexión se extiende a que la publicidad integre el contenido del contrato y, por tanto, a que el oferente se halle
obligado por las “precisiones” contenidas en el mensaje publicitario.
En razón de lo establecido en esta norma, las “precisiones publicitarias”, al integrarse al contrato constituyen
obligaciones que integran la trama contractual y generan el consiguiente deber de prestación.
De lo hasta aquí expresado se deduce que una sistematización de los recaudos suficientes para calificar como vinculante
la publicidad comercial, debe incluir:
a. la necesidad de que los documentos publicitarios hagan referencia inequívoca al objeto (materia) del contrato; debe
existir correspondencia entre las características del bien o del servicio que resultan de la oferta con las del anuncio
publicitario; y
b. una indispensable claridad y precisión en la información relativa a los bienes o servicios que se ofrecen los que, por lo
demás, deben ser proveídos o suministrados por el oferente.
Entre las normas específicamente protectoras de los derechos de los consumidores y usuarios debemos incluir, como
directiva básica, el principio de buena fe y las reglas secundarias de conducta, exigibles entre las partes desde la etapa
precontractual. De allí que la publicidad quede incorporada como regla de protección, cualquiera sea el medio o la
forma empleado para expresarla, en tanto genera en el consumidor o usuario una seria y razonable expectativa de
prestación, similar a la publicitada u ofertada.

CAPÍTULO 3: Modalidades especiales


ARTÍCULO 1104.- Contratos celebrados fuera de los establecimientos comerciales. Está comprendido en la categoría
de contrato celebrado fuera de los establecimientos comerciales del proveedor el que resulta de una oferta o propuesta
sobre un bien o servicio concluido en el domicilio o lugar de trabajo del consumidor, en la vía pública, o por medio de
correspondencia, los que resultan de una convocatoria al consumidor o usuario al establecimiento del proveedor o a
otro sitio, cuando el objetivo de dicha convocatoria sea total o parcialmente distinto al de la contratación, o se trate de
un premio u obsequio.

ARTÍCULO 1105.- Contratos celebrados a distancia. Contratos celebrados a distancia son aquellos concluidos entre un
proveedor y un consumidor con el uso exclusivo de medios de comunicación a distancia, entendiéndose por tales los
que pueden ser utilizados sin la presencia física simultánea de las partes contratantes. En especial, se consideran los
medios postales, electrónicos, telecomunicaciones, así como servicios de radio, televisión o prensa.

1. Introducción
Las técnicas de mercadeo no esperan que el consumidor concurra al local del proveedor: salen a buscarlo a su domicilio,
a su lugar de trabajo, a los espacios públicos por los que circula; por distintos medios y en distintos soportes; en
ocasiones, en eventos organizados para atraerlo. En esas circunstancias, el consumidor resulta a menudo sorprendido o
bien adquiere un producto sin tenerlo materialmente a la vista. Se trata de prácticas mercantiles que restringen la libre
espontaneidad del público, presionando sobre su decisión de contratar, o en la elección de la contraparte.
Es el caso de las ofertas efectuadas fuera de los locales comerciales. Su especie lo constituye el contrato celebrado fuera
del domicilio del vendedor. Se trata de la venta a domicilio.
Por ello la regulación de estas técnicas de comercialización, denominadas “no ortodoxas”, tiende a imponer una serie de
recaudos rigurosos que condicionan la eficacia de los contratos celebrados en su consecuencia:
1. Acentuación de la rigidez formal, exigiendo la instrumentación escrita del negocio y una serie de contenidos
imperativos;
2. Reconocimiento del derecho del consumidor a revocar incausadamente su aceptación, lo que los transforma en
contratos bajo condición resolutoria ya que, en casode devolución de la cosa se considera que no hubo contrato;
3. Imposición de un control administrativo específico como, por ejemplo, el otorgado al Banco Central sobre las
operaciones de venta a crédito (art. 36, in fine, LDC; decreto 142.277/1943 y leyes 22.315 y 23.270), o respecto de la
Inspección General de Justicia para los sistemas de ahorro previo.
Todo ello sin perjuicio de la integración al sistema de protección jurídica del consumidor, de los regímenes en materia
de:
a. ahorro previo (decreto 142.277/4193 y leyes 22.315 y 23.270);
b. ofertas con premios (art. 10 de la Ley 22.802 de Lealtad Comercial);
c. de aplicación, a las técnicas “no ortodoxas” de comercialización, de las normas y principios generales sobre justicia
contractual del CCyC.
Como ya ocurría en la Ley de Defensa del Consumidor, el legislador ha considerado pertinente establecer una regulación
especial para tales supuestos de comercialización.

2. Interpretación
2.1. Concepto de contratos celebrados fuera de los establecimientos comerciales
En el art. 1104 CCyC se regulan diversos supuestos de contratos celebrados fuera de los establecimientos comerciales
del proveedor. Se entienden por tales aquellos que resultan de una oferta o propuesta sobre un bien o servicio
concluido en el domicilio o lugar de trabajo del consumidor, en la vía pública, o por medio de correspondencia, así como
los que resultan de una convocatoria al consumidor o usuario al establecimiento del proveedor o a otro sitio, cuando el
objetivo de dicha convocatoria sea total o parcialmente distinto al de la contratación, o se trate de un premio u
obsequio.
La definición doctrinaria de la venta fuera de los establecimientos comerciales es aquella que, con un sentido amplio,
afirma que consiste en “ir al encuentro de la clientela para ofertarle bienes o servicios.
La ventaja que ofrece al consumidor consiste en que le evita desplazarse. La desventaja es la agresividad con que se la
ejerce dado que toma al consumidor por sorpresa en su domicilio o en su lugar de trabajo, quien no siempre ofrece
resistencia a la oferta y adquiere, sin reflexión previa, objetos que no le resultan útiles.
Los contratos celebrados fuera del establecimiento comercial se presumen sometidos a las normas de protección del
derecho del consumo, por lo que la prueba contraria incumbe al proveedor.
En cuanto al “cliente/consumidor a domicilio”, en principio se trata de una persona física que si contrata lo hace por
necesidad. Ello no impide una venta a domicilio a una persona jurídica. Cualquiera sea el caso, contratan por necesidad
de consumo. En ambos casos, la protección deberá alcanzar a quien contrate fuera del ámbito de su actividad
profesional/ habitual. También los contratos celebrados a distancia, especialmente los realizados a través de medios
electrónicos.

2.2. La oferta a domicilio


La oferta a domicilio constituye una estrategia de comercialización, sustentada en la técnica de acecho y en el efecto
sorpresa, para lograr la representación de aparentes ventajas al consumidor. Ello en razón de que se debilita su posición
en el mercado al restringirse su facultad de reflexión, impidiéndole comparar calidad y precio con otros bienes o
servicios del ramo ofrecidos por los competidores.
Para bloquear los efectos que se derivan de las referidas técnicas, existen soluciones normativas por las que se acentúa
la rigidez formal del contrato, exigiendo una serie de:
a. especificaciones informativas;
b. solemnidades impuestas para la instrumentación del contrato, bajo pena de nulidad; y
c. contenidos imperativos que deben incorporarse entre las estipulaciones del negocio.

2.3. Contratos celebrados a distancia


En el art. 1105 CCyC se define a los contratos celebrados a distancia como aquellos concluidos entre un proveedor y un
consumidor con el uso exclusivo de medios de comunicación a distancia.
Se consideran medios de comunicación a distancia los que pueden ser utilizados sin la presencia física simultánea de las
partes contratantes, los medios postales, electrónicos, telecomunicaciones, servicios de radio, televisión o prensa (el
enunciado es similar al contenido en el art. 33 LDC).
Lo que caracteriza a la venta a distancia es que los medios mencionados pueden ser empleados sin la presencia
simultánea de las partes contratantes.
Son características esenciales de la venta a distancia, como lo es la venta por correspondencia:
a. que comprador y vendedor no se hallen presentes simultáneamente;
b. que la oferta se realice por los medios enunciados;
c. que la aceptación se transmita por los mismos medios; y
d. que con fundamento normativo, el consumidor o usuario pueda ejercer el derecho de revocar su aceptación.
Las técnicas de comunicación a distancia se definen como todo medio que habilite la celebración del contrato entre un
consumidor y un proveedor, sin la presencia física simultánea de ninguno de ellos. O, dicho de otro modo, sin la
presencia física del vendedor. La utilización de una técnica de comunicación a distancia es lo que sustituye la presencia
física de las partes. Podemos decir que son contratos a distancia los celebrados por medio de:
a. el correo: en este caso, el impreso consistente en un catálogo, en una circular o en un anuncio por la prensa escrita,
constituye el soporte de la oferta. El impreso puede serlo con o sin destinatario;
b. la contratación telefónica, que constituye un medio de gran difusión, especialmente utilizado por empresas de
telefonía móvil y bancaria, en este último caso predominantemente en la oferta de préstamos y de tarjetas de crédito.
El teléfono puede serlo con intervención humana o sin ella. A esta categoría pertenecen lasofertas por prensa,
televisión, radio y a través de mecanismos informáticos.

2.4. Contratos excluidos


No constituyen contratos a distancia los celebrados mediante distribuidores automáticos o locales comerciales
automatizados, ni las ventas realizadas en subastas. En los dos primeros, la razón no se halla en la circunstancia que las
partes no se encuentran física y simultáneamente una frente a la otra, como acontece en todos los contratos a
distancia.
En los locales automatizados, el consumidor actúa de conformidad con las instrucciones que le son dadas por el
proveedor e inmediatamente el bien o la prestación le son suministrados al primero. Lo expresado, los excluye como
contratos celebrados a distancia. Esta situación parece ser la misma que en la contratación telefónica cuando la
aceptación es dada en forma inmediata y, por lo tanto, se la considera un contrato entre presentes y no concluido a
distancia.

2.5. Prácticas abusivas


Una práctica abusiva verificada a menudo en la contratación fuera de los establecimientos comerciales es la del envío de
un producto al consumidor, sin que este lo haya solicitado previamente y por el que se le indica que, indistintamente,
puede pagar el precio o devolver el bien.
La gravedad de esta práctica resulta de la circunstancia que el proveedor aprovecha la falta de disposición, la falta de
tiempo o la dejadez del consumidor para reintegrar el bien, con la previsible consecuencia que termina percibiendo el
precio.

ARTÍCULO 1106.- Utilización de medios electrónicos. Siempre que en este Código o en leyes especiales se exija que el
contrato conste por escrito, este requisito se debe entender satisfecho si el contrato con el consumidor o usuario
contiene un soporte electrónico u otra tecnología similar.

ARTÍCULO 1107.- Información sobre los medios electrónicos. Si las partes se valen de técnicas de comunicación
electrónica o similares para lacelebración de un contrato de consumo a distancia, el proveedor debe informar al
consumidor, además del contenido mínimo del contrato y la facultad de revocar, todos los datos necesarios para utilizar
correctamente el medio elegido, para comprender los riesgos derivados de su empleo, y para tener absolutamente claro
quién asume esos riesgos.

ARTÍCULO 1108.- Ofertas por medios electrónicos. Las ofertas de contratación por medios electrónicos o similares
deben tener vigencia durante el período que fije el oferente o, en su defecto, durante todo el tiempo que permanezcan
accesibles al destinatario. El oferente debe confirmar por vía electrónica y sin demora la llegada de la aceptación.

1. Introducción
La difusión del empleo de TICs (Tecnologías de la Información y las Comunicaciones) en la sociedad, y en el mercado en
especial, determina que pueda considerarse hoy masivo el empleo de medios telemáticos para la celebración de una
multiplicidad de negocios jurídicos vinculados con relaciones de consumo. En esta parte del Capítulo, dedicado a las
operaciones desarrolladas fuera de los locales comerciales del proveedor, se regula lo relativo al empleo de tales medios
y a la información adicional que debe ser proporcionada en su utilización.
El comercio electrónico constituye un mecanismo específico de los contratos concluidos a distancia.
Se halla constituido por un intercambio de datos por medios electrónicos relacionados con la actividad comercial
habitual del proveedor, como compraventa de bienes o prestación de servicios lo que incluye las tratativas
(negociaciones) precontractuales y la prosecución de las mismas lo que incluye la celebración del contrato y el pago
electrónico.
En cuanto a la prueba del contrato, si no se exige una forma especial para la celebración del contrato, las partes pueden,
en función del principio de libertad de formas, convenir celebrarlo por medio de ordenadores.
El contrato se hallará contenido en los pulsos electromagnéticos y puede quedar almacenado en la memoria de la
computadora o en un soporte magnético, lo que se ha dado en denominar “documento electrónico”, en tanto
constituye la representación del acuerdo y se halla dotado de la corporalidad propia del pulso electromagnético. El
documento seguirá siendo electrónico mientras continúe en la memoria de la computadora, o magnético si está
contenido en un disco o cinta.
Como la percepción directa del contenido del documento se logrará con un dispositivo de salida (outputdevices), como
ser, la impresión en papel o su visualización en pantalla, el tema de la forma a los fines probatorios abre capítulo a dos
posibilidades:
a. si el legislador no exige una forma determinada, el contrato podrá ser probado en su forma electromagnética, en
tanto forma convencionalmente pactada;
b. si no es así, en la práctica el contrato podrá ser probado mediante el escrito que emite la impresora que implica una
reproducción, un soporte, ya que el contrato se halla contenido originariamente en los pulsos electromagnéticos.
En ese caso nos hallaremos con un instrumento particular no firmado que representaría las voluntades negociales.
Sobre el documento electrónico se tiene expresado que se trata de un “documento escrito”, dado que es la “fijación
sobre un soporte físico de un mensaje en un lenguaje destinado a la comunicación y a mantenerse en el tiempo”.

2. Interpretación
2.1. Exigencia de instrumentación por escrito y medios electrónicos
En razón de lo establecido en el art. 1106 CCyC, siempre que en este Código o en leyes especiales se exija que el
contrato conste por escrito, este requisito se debe entender satisfecho si el contrato con el consumidor o usuario
contiene un soporte electrónico u otra tecnología similar.
Como la Ley 25.506 de Firma Digital asimiló ese mecanismo de firma de documentos a la firma manuscrita, el Código da
a los documentos electrónicos similar tratamiento que el recibido por los documentos en soporte papel. Se trata de la
recepción jurídica de uncambio que se viene dando en la sociedad, un profundo cambio cultural, que provoca una
suerte de desmaterialización de lo instrumental, sin pérdida de valor jurídico.
La norma contiene una cláusula abierta a la incorporación de nuevas tecnologías que permitan obtener registros
similares.

2.2. Información sobre los medios electrónicos


Según lo pautado en el art. 1107 CCyC, cuando las partes se valen, para la celebración de un contrato de consumo a
distancia, de técnicas de comunicación electrónica o similares, el proveedor debe informar al consumidor sobre:
a. el contenido mínimo del contrato;
b. la facultad de revocar;
c. todos los datos necesarios para el correcto empleo del medio elegido;
d. todos los datos necesarios para que quede en claro cuáles son los riesgos derivados del empleo del medio y quién
asume esos riesgos.
El proveedor deberá asegurar información clara, comprensible, sobre lo relativo al contrato, su contenido y elementos
esenciales y sobre la posibilidad de revocar, específica de la contratación fuera de los locales comerciales; se trata de los
elementos sustantivos.
Pero también, por requerimiento sustantivo, deberá informar sobre cuestiones relacionadas con el procedimiento de
contratación. El medio empleado presenta riesgos, como los de captura ilícita de datos por terceros, muchos de los
cuales pueden ser morigerados por el proveedor por medio de la adopción de mecanismos de comunicación segura y de
encriptación, cuestiones sobre las que debe informar al consumidor, para que él decida si lleva adelante o no una
operación por el medio elegido según el nivel de seguridad ofrecido.
En la oferta realizada por el proveedor, este deberá identificarse, especificar las características esenciales o especiales
del bien o del servicio, el precio, separado de él, el costo del transporte, forma de pago, modalidades que adoptará la
entrega, el plazo de vigencia de la oferta, duración del contrato, si procede, cuando se trate de contratos de duración y
de ejecución permanente, la facultad de revocar, así como y especialmente, para los contratos celebrados por medios
electrónicos, la información debe contener los necesario para utilizar correctamente el medio elegido, para comprender
los riesgos derivados de su empleo y para tener absolutamente claro quién asume esos riesgos.

2.3. Ofertas por medios electrónicos


Podría considerarse, con cierta lógica, que estas modalidades de contratación se estructuran como invitaciones a
ofertar, en los términos del art. 973 CCyC; pero es claro que estamos ante un supuesto específico, en el que el legislador
entendió que el proveedor formula una oferta y el consumidor es quien tiene el rol de aceptante de ella, lo que surge
del contenido del art. 1108 CCyC.

2.3.1. Período de vigencia de las ofertas por medios electrónicos


El legislador exige que las ofertas formuladas por medios electrónicos mantengan su vigencia durante el lapso
establecido por el proveedor oferente, cualquiera sea el tiempo por el que permanezcan accesibles o bien, de no
haberse estipulado un plazo de vigencia concreto, por el de su accesibilidad. Así, si el proveedor indicó que mantenía un
determinado precio de un producto por el término de diez días y el consumidor tomó noticia de ello, tiene derecho a
aceptar la oferta en esos términos por dicho período, aunque la propuesta deje de ser accesible por el medio, por
ejemplo por la página web del oferente, al tercer día de emplazada en el sitio. De no darse un compromiso en firme por
un lapso determinado, el mero retiro de la oferta implica su caducidad, de modo tal que los consumidores podrán
aceptar mientras puedan encontrar la propuesta por el medio, por ejemplo, en el sitio en Internet del proveedor.

2.3.2. Obligación de confirmación electrónica inmediata de la recepción de la aceptación por el oferente


El ciclo que cierra con un requisito no establecido para otro tipo de contratos, en los que el consentimiento queda
perfeccionado por la recepción de la aceptación de una oferta o por una conducta concluyente de las partes (art. 971
CCyC y cc.), pues aquí se impone al oferente comunicar por la misma vía y en forma inmediata, sin demora, la llegada de
la aceptación. Se trata de un requisito para dar claridad y seguridad al consumidor; peroque no hace al
perfeccionamiento del contrato, que debe considerarse concluido por la recepción de la aceptación por el oferente, aun
cuando él no dé cuenta de ella al consumidor.
Tal criterio evita, por otra parte, situaciones lesivas de los intereses del consumidor, como las derivadas del empleo de
medios electrónicos de pago que pueden generar débitos en su cuenta, aun cuando el proveedor no haya cumplido con
esta exigencia normativa.
Tal interpretación, habrá de contribuir a que los empresarios que eligen esta vía para la formulación de ofertas adopten
los recaudos necesarios para cumplir con el aviso exigido por la norma, por no obtener ninguna ventaja en dilatarlo o
soslayarlo.

ARTÍCULO 1109.- Lugar de cumplimiento. En los contratos celebrados fuera de los establecimientos comerciales, a
distancia, y con utilización de medios electrónicos o similares, se considera lugar de cumplimiento aquel en el que el
consumidor recibió o debió recibir la prestación. Ese lugar fija la jurisdicción aplicable a los conflictos derivados del
contrato. La cláusula de prórroga de jurisdicción se tiene por no escrita.

1. Introducción
La venta fuera de los establecimientos comerciales del proveedor, a distancia o por medios telemáticos, puede generar
dudas con relación a la jurisdicción en la que corresponderá dirimir los conflictos que puedan suscitarse entre las partes,
cuestión determinada en este artículo.

2. Interpretación
Según lo establecido en el art. 1109 CCyC, cuando los contratos son celebrados fuera de los establecimientos
comerciales, a distancia, y con utilización de medios electrónicos o similares, se considera lugar de cumplimiento aquel
en el que el consumidor recibió o debió recibir la prestación.
Lo establecido es relevante en punto a, por ejemplo, la determinación del derecho aplicable en contratos con puntos de
contacto internacional en los que las partes no han determinado cuál será la regulación que los regirá (art. 2652 CCyC).
Ese lugar fija, la jurisdicción aplicable a los conflictos derivados del contrato, supuesto en el que la cláusula de prórroga
de jurisdicción, admisible en materia patrimonial, se tiene por no escrita; pues a menudo, por imposición del proveedor,
se intenta por ella obligar al consumidor a litigar lejos de su domicilio, en lugares donde la empresa con la que contrató
sí cuenta con estructura.
No obstante, cuando el contrato tiene punto de contacto internacional, el consumidor puede elegir entre interponer la
demanda ante los jueces del lugar de celebración del contrato, del de cumplimiento —de prestación de servicio o
entrega de bienes—, del de cumplimiento de la obligación de garantía, del domicilio del demandado o del lugar donde
el consumidor realiza actos necesarios para la celebración del contrato (art. 2654 CCyC).

ARTÍCULO 1110.- Revocación. En los contratos celebrados fuera de los establecimientos comerciales y a distancia, el
consumidor tiene el derechoirrenunciable de revocar la aceptación dentro de los diez días computados a partir de la
celebración del contrato.
Si la aceptación es posterior a la entrega del bien, el plazo debe comenzar a correr desde que esta última se produce.
Si el plazo vence en día inhábil, se prorroga hasta el primer día hábil siguiente.
Las cláusulas, pactos o cualquier modalidad aceptada por el consumidor durante este período que tengan por resultado
la imposibilidad de ejercer el derecho de revocación se tienen por no escritos.

ARTÍCULO 1111.- Deber de informar el derecho a la revocación. El proveedor debe informar al consumidor sobre la
facultad de revocación mediante su inclusión en caracteres destacados en todo documento que presenta al consumidor
en la etapa de negociaciones o en el documento que instrumenta el contrato concluido, ubicada como disposición
inmediatamente anterior a la firma del consumidor o usuario. El derecho de revocación no se extingue si el consumidor
no ha sido informado debidamente sobre su derecho.
ARTÍCULO 1112.- Forma y plazo para notificar la revocación. La revocación debe ser notificada al proveedor por escrito
o medios electrónicos o similares, o mediante la devolución de la cosa dentro del plazo de diez días computados
conforme a lo previsto en el artículo 1110.

1. Introducción
Todos los temas relativos a la revocación del contrato han sido materia de regulación en el CCyC, empezando por el
reconocimiento del derecho, de su carácter irrenunciable, de su ejercicio, del plazo, del cómputo y del efecto de las
cláusulas que aludan a la imposibilidad del ejercicio del derecho.
La insatisfacción o el cambio de idea se hallan implícitas en la decisión del consumidor, por lo que consideramos que
este no se halla obligado a fundar su decisión. De allí que se le denomine “retractación incausada” o “discrecional”.
El ejercicio por el consumidor de su derecho de retractación importa la extinción de pleno derecho del contrato de
crédito destinado a asegurar el financiamiento. No debe ser fundada. Basta con un simple desistimiento sin necesidad
de justificar las razones de su decisión. Como ya quedó expresado antes de ahora, el consumidor que ejerce el derecho
de retractación debe reintegrar el bien inmediatamente y en buen estado.
El derecho de revocación no debe ser confundido con el arrepentimiento. En efecto, el contrato a distancia se concluye
bajo la denominación de “bon de commande”, o sea con orden de pedido y si el comprador acepta el bien, la operación
se retrotrae al día de la conclusión del contrato. Y por el contrario, el adquirente que no acepta el bien, hace que la
venta jamás se haya concluido. Lo expresado significa que toda venta a distancia deviene una venta bajo condición de
examen previo. El plazo de reflexión de diez días al que alude la disposición puede ser prolongado si existe conformidad
de partes, pero no puede ser limitado en el tiempo aunque medie acuerdo ya que se trata de un plazo irrenunciable
establecido por una disposición indisponible.
El inconveniente que pone de manifiesto la contratación a distancia es la imposibilidad real del consumidor de observar
el bien, de contrastarlo, de verificar sus características, antes de la celebración del contrato. Ello fundamenta el derecho
de revocación que se le concede.
Este derecho de retractación, de carácter discrecional, debe ser ejercido solo por el consumidor, contrariamente a lo
que acontece con el proveedor quien no podría invocar tal derecho para desvincularse de sus obligaciones.

2. Interpretación
2.1. El derecho a la revocación en los contratos celebrados con consumidores fuera de los establecimientos comerciales
de los proveedores
En el art. 1110 CCyC se establece el derecho irrenunciable de los consumidores a revocar la aceptación por la que
concluyeron en principio contratos celebrados fuera de los establecimientos de los proveedores.
La referencia al carácter irrenunciable de tal derecho, así como la invalidez de todo pacto por el que se limite o
imposibilite el ejercicio de este derecho, establecida en el último párrafo del artículo, pone en evidencia su carácter de
norma del orden público, indisponible para las partes.
El plazo para el ejercicio de ese derecho es de diez días, computados desde:
a. la celebración del contrato; o
b. desde la entrega del bien, cuando la aceptación es posterior a ella.
Ese plazo se cuenta por días corridos y si el del término cae en día inhábil, queda automáticamente prorrogado al hábil
siguiente. Debe considerarse el calendario de días hábiles o inhábiles correspondiente al del lugar del cumplimiento,
pues en ocasiones ellos difieren de una provincia a otra.

2.2. El deber de información con relación al derecho a la revocación


El legislador ha querido asegurar el conocimiento del derecho a revocar por parte del consumidor y es por ello que ha
establecido algunas reglas prácticas, que constituyen obligaciones a cargo del proveedor, que es quien predispone la
documentación que se va a emplear y a entregar al consumidor.
Al respecto, se establece que en toda la documentación que se entregue al consumidor en el proceso de negociación y
en la conclusión del contrato debe encontrarse expuesto en caracteres destacados el derecho del consumidor de
revocar su aceptación y que tal manifestación debe figurar como disposición inmediatamente anterior a la firma del
consumidor o usuario.
También se establece que el consumidor gozará de este derecho aunque el proveedor no le haya informado en la forma
indicada.

2.3. Forma y plazo para notificar la revocación


En cuanto al ejercicio de la facultad de revocación conferida al consumidor, ella debe ser notificada al proveedor:
a. por escrito;
b. por medios electrónicos o similares; o
c. por la devolución de la cosa dentro del plazo de diez días, computado según lo establecido en el art. 1110 CCyC.
Naturalmente, la cuestión del medio empleado tendrá incidencia sobre las posibilidades probatorias posteriores. Es
importante, en estos casos, que el consumidor pueda contar con una constancia, número de operación u otro registro
que le permita luego contar con elementos para intentar acreditar la formulación de la revocación en caso de negativa
del proveedor.

ARTÍCULO 1113.- Efectos del ejercicio del derecho de revocación. Si el derecho de revocar es ejercido en tiempo y
forma por el consumidor, las partes quedan liberadas de sus obligaciones correspectivas y deben restituirse recíproca y
simultáneamente las prestaciones que han cumplido.

ARTÍCULO 1114.- Imposibilidad de devolución. La imposibilidad de devolver la prestación objeto del contrato no priva
al consumidor de su derecho a revocar. Si la imposibilidad le es imputable, debe pagar al proveedor el valor de mercado
que la prestación tiene al momento del ejercicio del derecho a revocar, excepto que dicho valor sea superior al precio
de adquisición, en cuyo caso la obligación queda limitada a este último.

ARTÍCULO 1115.- Gastos. El ejercicio del derecho de revocación no debe implicar gasto alguno para el consumidor. En
particular, el consumidor no tiene que reembolsar cantidad alguna por la disminución del valor de la cosa que sea
consecuencia de su uso conforme a lo pactado o a su propia naturaleza, y tiene derecho al reembolso de los gastos
necesarios y útiles que realizó en ella.

1. Introducción
Cuando el proveedor elige comercializar sus bienes fuera de sus establecimientos comerciales, a distancia, por medios
telemáticos, estableciendo canales de compra por Internet, asume los riesgos de la operación, entre los que el sistema
jurídico coloca el de revocación de la operación por el consumidor.

2. Interpretación
2.1. Efectos de la revocación
La norma establece los efectos del ejercicio de la facultad de revocación por el consumidor que contrató por medio de
una operación realizada fuera del establecimiento comercial del proveedor.
Las obligaciones correspectivas refieren al reintegro por el proveedor de las sumas recibidas, sin retención de gastos
(art. 1115 CCyC), aunque sí, parece razonable, el costo de la devolución del bien. La disposición no establece plazos, lo
que presupone la necesidad de que lo sea “lo antes posible”.
De lo hasta aquí expuesto, surge evidente que, anoticiado el proveedor de la revocación del contrato, las partes se
hallan habilitadas para exigir la restitución de lo entregado.

2.2. Imposibilidad de devolución


La facultad de revocación establecida a favor del consumidor no se ve limitada en su ejercicio por la imposibilidad de
restituir la prestación objeto del contrato.
Si tal imposibilidad se produjo sin culpa del deudor, nada adeudará al proveedor, pues el sistema legal coloca en cabeza
de este los riesgos de este tipo de operaciones. Si le es imputable al consumidor, por haberse perdido la cosa por su
culpa o dolo, deberá pagar al proveedor el valor de mercado de la prestación al momento del ejercicio del derecho a
revocar, en tanto no supere el precio de adquisición; por lo que, el consumidor podrá tener que pagar un monto menor
al de la suma pagada por el producto o servicio, pero nunca más.

2.3. Los efectos de la revocación en el contrato financiado


La cuestión no ha sido regulada en el CCyC.
Existen precedentes legislativos donde se establece que en caso de que el precio de un bien o de un servicio haya sido
total o parcialmente cubierto mediante un crédito concedido por el proveedor, o en caso de que el precio haya sido
total o parcialmente acordado mediante un crédito concedido al consumidor por un tercero previo acuerdo celebrado
entre el tercero y el proveedor, el contrato de crédito quedará resuelto sin penalización en caso de que el consumidor
ejerza su derecho de revocación (art. 6.4 de la ley 47/2002 que transpuso la directiva comunitaria 7/97 relativa a la
protección de los consumidores en materia de contratos a distancia). Como se advierte, nos hallamos en presencia de
un contrato conexo, lo que significa que a estar a lo dispuesto por el art. 1075 CCyC nos hallamos frente a un supuesto
de frustración de la finalidad económica del contrato.

2.4. Liberación de todo tipo de gastos para el consumidor


Según se establece en el art. 1115 CCyC, el ejercicio del derecho de revocación no debe generar gasto alguno para el
consumidor. Se establece que este no solo no tendrá que rembolsar cantidad alguna por la disminución de la cosa por
su uso conforme a lo pactado o a su propia naturaleza, sino que tendrá derecho al reembolso de los gastos necesarios y
útiles que realizó en la cosa.

ARTÍCULO 1116.- Excepciones al derecho de revocar. Excepto pacto en contrario, el derecho de revocar no es aplicable
a los siguientes contratos:
a. los referidos a productos confeccionados conforme a las especificaciones suministradas por el consumidor o
claramente personalizados o que, por su naturaleza, no pueden ser devueltos o puedan deteriorarse con rapidez;
b. los de suministro de grabaciones sonoras o de video, de discos y de programas informáticos que han sido
decodificados por el consumidor, así como de ficheros informáticos, suministrados por vía electrónica, susceptibles de
ser descargados o reproducidos con carácter inmediato para su uso permanente;
c. los de suministro de prensa diaria, publicaciones periódicas y revistas.

1. Introducción
La aplicación irrestricta de la facultad de revocación conduciría a situaciones o soluciones disvaliosas en determinados
supuestos en los que el producto es confeccionado según requerimiento del propio consumidor o su utilización importa
una suerte de agotamiento de sus posibilidades.

2. Interpretación
El derecho de revocar establecido a favor del consumidor en los supuestos previstos en los arts. 1104 y 1105 CCyC
encuentra como límite razonable la comercialización de tres tipos de productos distintos.

2.1. Productos confeccionados por encargo del consumidor


Cuando el producto entregado al consumidor es confeccionado según las especificaciones suministradas por el
consumidor o diseñado específicamente para él —por ejemplo, según sus características biométricas— o se trata de una
cosa que, por su naturaleza, no pueden ser devueltos o pueden deteriorarse con rapidez, como puede ser un alimento
perecedero.

2.2. Grabaciones, software y bases de datos


Tampoco puede el consumidor ejercer el derecho de revocación cuando lo provisto son grabaciones de audio o video o
software informático que pudo haber sido bajado e instalado para su uso por el consumidor a su sistema informático —
tal el sentido que corresponde atribuir a la expresión “decodificado”— o bien de ficheros o bases de datos provistos por
vía electrónica, cuando pueden ser descargados o reproducidos en forma inmediata para su uso permanente por el
consumidor, por instalación en su sistema.

2.3. Publicaciones
Tampoco procede el ejercicio de la facultad de revocación cuando lo provisto al consumidor son publicaciones, sean
ellas periódicas o no y cualquiera sea el medio, ya se trate de las impresas o de las presentadas en formato electrónico.
Como se trata de un supuesto de limitación a la facultad de revocación, establecida a favor del consumidor,
entendemos que ella debe ser interpretada restrictivamente y que, por ello, la estipulación normativa debe
considerarse referida a publicaciones periodísticas y de entretenimiento de publicación contemporánea a su adquisición
por el consumidor, pero no a las de antigua data, destinadas a nutrir una colección, habitualmente adquiridas por
catálogo o por vía de la publicidad y la oferta efectuada en sitios de Internet especializados en la materia.

CAPÍTULO 4: Cláusulas abusivas


ARTÍCULO 1117.- Normas aplicables. Se aplican en este Capítulo lo dispuesto por las leyes especiales y los artículos 985,
986, 987 y 988, existan o no cláusulas generales predispuestas por una de las partes.

1. Introducción
La regulación de las cláusulas abusivas hace al núcleo duro de la defensa de los derechos de los consumidores y
usuarios. Es por medio de ellas que suelen perpetrarse las mayores violaciones de sus derechos y la consagración
normativa de principios protectorios constituye materia de orden público protectorio.

2. Interpretación
El Código formula aquí una regulación integrativa, con un sistema protectorio integrado por las normas contenidas en
leyes especiales y por las referidas a los contratos celebrados por adhesión a cláusulas generales predispuestas, que
pueden o no ser también contratos de consumo y cuyos principios, especialmente los contenidos en el art. 988 CCyC, a
cuyo comentario cabe remitir, resultan de aplicación a los contratos de consumo, aun cuando no hayan sido celebrados
por adhesión.

ARTÍCULO 1118.- Control de incorporación. Las cláusulas incorporadas a un contrato de consumo pueden ser
declaradas abusivas aun cuando sean negociadas individualmente o aprobadas expresamente por el consumidor.

1. Introducción
El Código refuerza la protección contra la aplicación de las cláusulas abusivas con miras en el interés público
comprometido y más allá de cualquier admisión de ellas por el consumidor.
Se trata de un criterio sistémico, que sigue los lineamientos establecidos por la posición doctrinaria más amplia en la
materia, por el que se procura cerrar las posibles fisuras del sistema, que pueden ser aprovechadas por quienes abusan
de su posición dominante al tiempo de contratar. De allí que no constituya cualidad de la cláusula abusiva y resulte
indiferente a) que la regla cuestionada haya sido negociada individualmente o no y se descarta como carácter
definitorio que b) haya sido impuesta al consumidor por un abuso del poder económico del profesional que le confiere
una ventaja excesiva. El desequilibrio significativo relevante para la calificación de vejatoriedad es el normativo y no el
económico.

2. Interpretación
De acuerdo a lo establecido en la norma, en los contratos de consumo no se admiten mecanismos de convalidación de
las cláusulas abusivas. Ellas se encuentran determinadas por su naturaleza y, verificada su existencia, corresponde
excluirlas del sistema normativo.
Expresamente, el artículo determina que aun cuando el contenido de la cláusula sea negociado individualmente con el
consumidor, desprendiéndolo de la uniformidad estandarizada del modelo general, o aprobada especialmente por este
en el contexto de la adhesión a un formato de cláusulas predispuestas, esas estipulaciones pueden ser declaradas
abusivas.

ARTÍCULO 1119.- Regla general. Sin perjuicio de lo dispuesto en las leyes especiales, es abusiva la cláusula que,
habiendo sido o no negociada individualmente, tiene por objeto o por efecto provocar un desequilibrio significativo
entre los derechos y las obligaciones de las partes, en perjuicio del consumidor.

1. Introducción
De acuerdo a lo que se establece en esta norma, en los contratos de consumo el desequilibrio, que en algún grado
puede ser deliberado en los contratos paritarios, es abusivo, aun cuando surja de cláusulas individualmente negociadas.
Las cláusulas abusivas presuponen la mala fe del contratante que las predispone; pues por su objeto o por su efecto,
engendran una grave ruptura del equilibrio contractual, lo que permite considerar la existencia de una finalidad abusiva,
inequitativa, antijurídica.

2. Interpretación
2.1. El equilibrio contractual
En el artículo se establece como regla general que debe considerarse abusiva a toda cláusula que genere un
desequilibrio contractual en perjuicio del consumidor. Ese equilibrio debe ser juzgado en términos tanto de onerosidad
como de una razonable distribución de los riesgos, que en una relación de consumo deben recaer centralmente en el
proveedor.

2.2. La incorporación de una cláusula abusiva


Según la norma, la cláusula abusiva será tal tanto cuando haya sido impuesta por un mecanismo de adhesión como
cuando haya sido negociada individualmente con el consumidor.
No es elemento caracterizante de la cláusula lesiva el que ella haya sido impuesta por un abuso del poder económico
del profesional, pues la experiencia demuestra que cuando el portador del poder económico es el consumidor, ello no
obsta a su sometimiento al contenido predispuesto del contrato ya que lo relevante es el poder de negociación.
Y la cláusula abusiva lo será tanto cuando haya sido enunciada con el objetivo de generar un desequilibrio en perjuicio
del consumidor como cuando produzca ese efecto, aun cuando no haya sido tal la finalidad de su introducción.

ARTÍCULO 1120.- Situación jurídica abusiva. Se considera que existe una situación jurídica abusiva cuando el mismo
resultado se alcanza a través de la predisposición de una pluralidad de actos jurídicos conexos.

1. Introducción
En este artículo se introduce normativamente un concepto innovador y realista en nuestro sistema jurídico, como es el
de situación jurídica abusiva.

2. Interpretación
Según el artículo, existe una situación jurídica abusiva cuando nos hallamos frente a un supuesto de desequilibrio en
perjuicio del consumidor que se alcanza a través de la predisposición de una pluralidad de actos jurídicos conexos;
situación que se da cuando se elabora un entramado contractual, un sistema de vínculos jurídicos y económicos conexos
que determina una situación de cautividad o de limitación de derechos y facultades del consumidor o usuario.

ARTÍCULO 1121.- Límites. No pueden ser declaradas abusivas:


a. las cláusulas relativas a la relación entre el precio y el bien o el servicio procurado;
b. las que reflejan disposiciones vigentes en tratados internacionales o en normas legales imperativas.

1. Introducción
La norma enuncia límites a la calificación de abusiva de una cláusula, con lógica sistémica basada en la jerarquía de las
normas establecidas en nuestro sistema normativo.

2. Interpretación
2.1. Límites legales a la calificación de abusiva de una cláusula
Este artículo impone un límite objetivo a la posibilidad de declaración de una cláusula como abusiva, excluyendo de ella
a:

2.1.1. Las relativas a la relación entre el precio y el bien o el servicio procurado


La calificación de una cláusula como abusiva no se sustenta argumentalmente en el equilibrio entre el precio afrontado,
por una parte, y el bien o servicio, por otra.
La expuesta es la solución normativa que surge de la directiva 93-13, CEE: “Artículo 4º,inc. 2º: La apreciación del
carácter abusivo de las cláusulas no se referirá (...) a la adecuación entre precio y retribución, por una parte, ni a los
servicios o bienes que hayan de proporcionarse como contrapartida, por otra, siempre que dichas cláusulas se redacten
de manera clara y comprensible”.
Ello no significa que, a los fines de la identificación de una cláusula abusiva, sea irrelevante el desequilibrio que resulte
de la ecuación económica del intercambio pues, por ejemplo, en el marco de la directiva 93-13, CEE, constituye cláusula
que puede ser declarada abusiva aquella que establezca que el precio de las mercancías se determine recién en el
momento de su entrega u otorgue al vendedor o proveedor el derecho de aumentar los precios, “sin que en ambos
casos el consumidor tenga el correspondiente derecho a rescindir el contrato si el precio final resultare muy superior al
precio convenido al celebrar el contrato” (Anexo I, letra 1). Como se advierte en el ejemplo precedente, solo en ese caso
la cláusula es vejatoria, pero el desequilibrio económico de la relación no constituye, por sí, un elemento definitorio o
caracterizante de abuso contractual.

2.1.2. Las que reflejan disposiciones vigentes en tratados internacionales o en normas legales imperativas
En este caso, el eventual carácter abusivo que pueda atribuirse a una determinada estipulación se ve desplazado como
hipótesis jurídicamente admisible en razón de la superior jerarquía normativa de las normas que imponen la cláusula,
las que constituyen parte de la
“unidad sellada” del sistema jurídico, cuyo contenido no puede ser alterado por normas generadas por las partes,
cualquiera sea su forma de incorporación.
Por lo general, la situación habrá de ser la inversa a la prevista en el inciso, pues normalmente, las disposiciones
vigentes en tratados internacionales o en normas legales imperativas desplazarán a cláusulas abusivas, que se tendrán
por no escritas, en protección de los derechos de los consumidores y usuarios.

2.2. Otras cláusulas excluidas de la calificación de abusivas


No revisten carácter de abusivas aquellas cláusulas de las que de su aplicación resulten:
a. ventajas o sacrificios análogos para ambas partes, ya que la relación de equivalencia o el principio de la máxima
reciprocidad de intereses se halla preservado;
b. perjuicios solo para el predisponente, ya que este último no podría hacer valer la desventaja que resulta de un
contenido contractual del que es su único autor;
c. desequilibrio no excesivo ni manifiesto ya que el equilibrio contractual no implica una simetría a rajatabla entre
ventajas y sacrificios. De allí que la desnaturalización de la relación que desemboque en abuso requiere que la inequidad
sea acentuada, que exista desproporción significativa;
d. que hayan sido negociadas por ambas partes, como ser:
1. la definición del objeto principal o materia sobre la que se contrata; y
2. la adecuación entre el precio o retribución afrontado por el consumidor con el bien o servicio suministrado por el
proveedor, si ambos elementos (a y b) se hallan expresados con claridad (art. 4º, ap. 2, directiva 93-13, CEE.; art. 1469,
ter, Cód. Civil italiano).

ARTÍCULO 1122.- Control judicial. El control judicial de las cláusulas abusivas se rige, sin perjuicio de lo dispuesto en la
ley especial, por las siguientes reglas:
a. la aprobación administrativa de los contratos o de sus cláusulas no obsta al control;
b. las cláusulas abusivas se tienen por no convenidas;
c. si el juez declara la nulidad parcial del contrato, simultáneamente lo debe integrar, si no puede subsistir sin
comprometer su finalidad;
d. cuando se prueba una situación jurídica abusiva derivada de contratos conexos, el juez debe aplicar lo dispuesto en el
artículo 1075.
1. Introducción
Por razones de política económica, el Estado ejerce poder de policía en materia de contenidos contractuales
correspondientes a relaciones de consumo, procurando tutelar los derechos de los consumidores y usuarios. Lo hace a
través de distintos órganos que generan normas administrativas que pueden legitimar la validez de cláusulas que, no
obstante, pueden ser impugnadas judicialmente. La vía judicial constituye resguardo de tutela para los derechos de los
consumidores y usuarios.

2. Interpretación
2.1. Las reglas del control judicial
En el artículo se establece un conjunto de reglas que disciplinan la intervención judicial enlas relaciones de consumo.
Ellas determinan que:
1. la aprobación administrativa de modelos contractuales, condiciones generales,
etc., no impide el control judicial de dichos contenidos;
2. en ejercicio de ese control, el juez debe tener por no convenidas las cláusulas abusivas, excluyéndolas de la regulación
de la relación jurídica de la que se trate;
3. en caso de ser factible la declaración de nulidad parcial, por invalidación de la cláusula calificada de abusiva, el juez
debe integrar el contenido contractual, de acuerdo a las pautas establecidas en el art. 964 CCyC, teniendo en cuenta el
principio protectorio que rige en materia de relaciones de consumo; y
4. en caso de tratarse de contratos conexos, el juez debe aplicar lo dispuesto en el art. 1075 CCyC, a cuyo comentario
cabe remitir.
En Argentina, el ejercicio del control administrativo sobre las cláusulas abusivas es básicamente realizado a través de la
Secretaría de Comercio Interior, que es la autoridad nacional de aplicación de la ley 24.240, modificada por ley 26.361.
Los gobiernos provinciales y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires actúan como autoridades locales de aplicación,
ejerciendo el control y vigilancia sobre el cumplimiento de la ley y sus normas reglamentarias; aunque a menudo
también emiten disposiciones relativas al control.
2.2. La decisión judicial en materia de control
En el CCyC aparecen disposiciones que incluyen frases tales como “Se tienen por no convenidas” (art. 1122 inc. b, CCyC);
o “Se deben tener por no escritas” (arts. 988, 344, 1276, 1292, 1374, 1381, 1388, 1403, inc. b, 1414, CCyC) o “Quedan
sin ningún valor” (art. 392, CCyC) o “No producen efecto alguno” (art. 1130, CCyC) o “Queda sin efecto” (art. 356, CCyC).
La frase que también se utiliza en el derecho comparado es la de “Se la reputa no escrita”. Ello hace indispensable
indagar sobre el sentido y alcance de dichas frases, cuestión frente a la que anticipamos la existencia de dos criterios:

2.2.1. Régimen de autonomía ante el juez


Esta tesis comienza preguntándose si la situación de derecho que resulta de la decisión del juez existía antes del
pronunciamiento o si la referida situación ha sido creada por la sentencia en razón de su prexistencia.
Para calificar una sentencia declarativa o constitutiva, la cuestión es saber si el juez, determinando los efectos jurídicos
de la regla de derecho que aplica, simplemente constata un estado de derecho prexistente o si, por el contrario, crea
uno nuevo. En el primer caso, la sentencia crea un estado nuevo de derecho. En el segundo no hace sino constatar un
estado prexistente. Sobre ese punto, la sentencia de “reputado no escrito” se distingue del juzgamiento de nulidad.
La sentencia de “reputado no escrito” es declarativa de un estado de derecho prexistente.
La cláusula “reputada no escrita” está desprovista de valor obligatorio desde antes de la sentencia. En cambio, la
declaración de nulidad es constitutiva de un estado de derecho nuevo. La referida sentencia consiste en una simple
declaración de ausencia de fuerza obligatoria de una disposición contractual. Constata una situación de derecho
prexistente y no crea una novedad. La sanción de “reputada no escrita” opera por sí misma: la cláusula litigiosa es
privada de valor obligatorio desde el perfeccionamiento del contrato y, por consecuencia, independientemente de una
pretensión judicial. Por tanto, si aparece un diferendo entre las partes, sobre el carácter de la cláusula, el rol del juez se
limita a constatar la fuerza obligatoria de la cláusula.
La sentencia de “reputada no escrita” es pues declarativa de un estado de derecho prexistente.

2.2.1.a. Objeciones y régimen que afirma la nulidad de la cláusula “reputada no escrita”


El CCyC establece “que los casos que este Código rige deben ser resueltos según las leyes que resulten aplicables” (art.
1º CCyC), así como que “la ley debe ser interpretada teniendo en cuenta sus palabras, sus finalidades” (art. 2º CCyC),
debiendo “resolver los asuntos que sean sometidos a su jurisdicción” (art. 3º CCyC), considerando que los derechos
deben “ser ejercidos de buena fe” (art. 9º CCyC).
Por lo demás, el efecto vinculante a que se refiere el art. 959 CCyC tiene como límites la posibilidad de que la/s
cláusula/s del contrato sea/n modificada/s “en los supuestos en que la ley lo prevé” (art. 959 CCyC).
Y precisamente ello es lo que acontece con las cláusulas abusivas en que se determina imperativamente que se las
“debe tener por no escritas”.
Si los contratos deben ser interpretados conforme la “intención común de las partes” (art. 1061, CCyC) así como por la
“finalidad del contrato” (art. 1065, inc. c, CCyC), va de suyo que la intención del predisponerte al incorporar cláusulas
abusivas no es otra que consolidar su posición dominante en el contrato, aprovechándose de la debilidad y
vulnerabilidad del adherente/consumidor. Para ello se prevalece de su condición de único redactor del contenido del
contrato lo que lo transforma en la parte que ostenta el poder de negociación; se vale del dolo pues, como ya lo hemos
afirmado, todas las cláusulas abusivas son dolosas (art. 271 CCyC) y constituyen violencia como vicio de la voluntad (art.
276 CCyC). De lo que se desprende que el adherente/consumidor no es libre en los términos del art. 958 CCyC.
Todo ello desemboca en la ilicitud de las cláusulas abusivas y, consiguientemente, en la nulidad relativa del contrato
(art. 388 CCyC) y en su principal efecto, consistente en “volver las cosas al estado en que se hallaban antes del acto
declarado nulo” (art. 390 CCyC).

2.2.1. b. El sistema de control judicial por cláusula abierta


Si bien es cierto que existen diversos sistemas, el que mejor satisface, por su plenitud, un sistema de control judicial es
aquel que:
a. incluye una cláusula abierta;
b. un elenco de cláusulas nulas de pleno derecho; y
c. otro de cláusulas factibles de ser declaradas nulas luego de una apreciación judicial.
La cláusula abierta se caracteriza por tratarse de una disposición legal de carácter imperativo que tiene por objeto o por
efecto el control de legitimidad directo de los preceptos de autonomía que integran los contratos. Su contenido halla
fundamento en la preservación de la equidad y del principio de buena fe, en el equilibrio del sinalagma, en las reglas
esenciales que gobiernan el derecho dispositivo, en la intangibilidad de los derechos de los consumidores, en tanto
débiles jurídicos, y en la finalidad misma del contrato, tal como las partes lo han tenido en vista al concluirlo (a). Es,
aplicable a todas las hipótesis que se le subsuman, pero específicamente a los supuestos no incluidos en el elenco de
cláusulas ineficaces de pleno derecho o en el enunciado de cláusulas factibles de ser judicialmente declaradas nulas.
Operan como una red de protección en tanto impiden que se evadan aquellas hipótesis no incluidas en los elencos de
cláusulas calificadas como abusivas (b). Y, por último, dada su amplitud, presupone que las listas de cláusulas —negras o
grises— sean meramente indicativas (c).

2.2.1.c. Las cláusulas abiertas en el sistema jurídico argentino


Ambas cláusulas abiertas incluidas por la ley argentina (art. 37,incs. a y b, de la ley 24.240) y por el CCyC (art. 988 CCyC)
son: aquellas por la que se establece que “se tendrán por no convenidas” o “por no escritas” las cláusulas que a)
desnaturalizan las obligaciones, y aquellas que b) importen renuncia o restricción de los derechos del consumidor o
amplíen los derechos de la otra parte.
Ambas significan que alteran o desfiguran el vínculo obligacional en tanto presupone dos centros de interés.
La expresión “desnaturalización de la relación obligacional” debe entenderse en el sentido de que, por aplicación de una
o más cláusulas, se altere significativamente la relación:
— a) ampliando los derechos del profesional con daño al consumidor; b) reduciendo o suprimiendo las cargas u
obligaciones del profesional; c) reduciendo u suprimiendo los derechos del consumidor; d) ampliando las cargas u
obligaciones del consumidor— y de todo ello resulte un desequilibrio significativo de los derechos y las obligaciones
recíprocos de tal entidad (manifiesto), que quede comprometido el principio de la máxima reciprocidad de intereses, al
afectarse la relación de equivalencia. Cuando la cláusula contestada no se halle enunciada en un elenco de reglas nulas
de pleno derecho, el examen de los caracteres que perfilan el abuso presupone en el intérprete un amplio poder
discrecional en cuanto a la evaluación del desequilibrio significativo.
Tal como la entendemos, la cláusula abierta constituye un mecanismo que facilita el control de legitimidad pues tiene
por efecto la declaración judicial consistente en tener por no convenidos los preceptos de autonomía que importen
restricción a los derechos del consumidor o amplíen los del proveedor. Ambos supuestos constituyen aplicaciones de
obligaciones desnaturalizadas.

2.2.1.d. Nulidad parcial


Pacíficamente, la cuestión se decide por la nulidad de la cláusula abusiva y por la conservación del contrato, “si es que
éste puede subsistir sin las cláusulas abusivas”.
Argentina participa del criterio legal expuesto dado que el efecto que sigue a la declaración de abusiva de una cláusula,
se halla constituido por la nulidad parcial del contrato, en razón de que se la tiene por no convenida. Precisamente, el
art. 37 de la ley 24.240 comienza por aquel: “Sin perjuicio de la validez del contrato se tendrán por no convenidas...”.
A su turno, el art. 988 CCyC establece que “se deben tener por no escritas”.
Con relación a las mencionadas taxativamente en el texto legal como “no convenidas”, la cláusula limitativa de
responsabilidad por daños y la que consagre la inversión de la carga de la prueba, dado su carácter manifiesto, torna
inexorable la declaración de nulidad.
Cuando se halle cuestionada la eficacia de cláusulas que no sean las enunciadas precedentemente, el juez deberá
realizar un test de confrontación entre las cláusulas cuya legitimidad se conteste y las normas constitucionales, legales y
principios generales. Ello constituye un control de legitimidad y equidad. Se trata de las cláusulas objetadas por
desnaturalizar las obligaciones o por renuncia o restricción a sus derechos, por lo que requieren de una investigación o
apreciación judicial dado su carácter no manifiesto.
Como consecuencia de la declaración de nulidad parcial, el juez “simultáneamente integrará el contrato, si ello fuera
necesario” (arts. 37, in fine, y 989 CCyC).
En cuanto a la posibilidad material o efectiva de aplicación de la nulidad parcial, el Código Civil y Comercial suministra
una pauta (nulidad completa o parcial) y un criterio apto a ese propósito (art. 389 CCyC).
Por lo que habrá que acudir solo a las directivas de interpretación como la de:
a. relevancia de la finalidad práctica perseguida por las partes;
b. prevalencia del principio de conservación del acto y su correlato el de la incomunicabilidad de la nulidad y la
c. divisibilidad de la prestación.

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