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Masallé PDF

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¡Ay Masallé!

Juan Carlos Pumilla

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A Raquel

3
Este libro nació a partir de una invitación de Julio Colombato tan generosa
como subyugante. Fue posible gracias a la colaboración de Teresa Pérez,
Alejandra Ongaro, Raquel Pumilla, Isabel Leguiza, Ana María Lassalle, Edgar
Morisoli y Daniel Bilbao.

"El hombre que se aventure a escribir sobre historia


contemporánea debe esperar verse atacado tanto por lo
que ha dicho como por lo que dejó de decir".
Voltaire

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"...No dejes que la sal
que hay en sus lágrimas
te conmueva.
¡ Huye del salitral,
huye contigo... !
No mires hacia atrás.
No te detengas".
(RICARDO NERVI)

Uno no muere de muerte. Muere de Olvido.


Corcovea la luna sobre el lomo del primer hilo del alambrado y un relámpago
de plata se extiende en una cabalgata furiosa y desbocada. A medida que el
camino avanza las dos figuras de la noche agotan sus últimos resuellos. El
largo corcel se adelgaza o agranda según los caprichos de los astros. Estelas
como sedas desgajadas van quedando prendidas en la ramazón del monte
que devora sus jirones con deleite, como una fiera omnipotente que engulle
todo lo que le pertenece. La cabalgata sigue el itinerario de la senda y a veces
un minúsculo fulgor hiere la noche haciendo desaparecer la silueta que
pretende perdurar en sus fragmentos. Vano intento. A lo lejos un rubor color
maíz asoma desde el fondo de la espesura y espanta al espectro animal que

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se refugia en el corazón del monte para no aparecer nunca más. Alguien tose
en el interior del vehículo y el único espectador de la carrera inventa un sueño
de nictálope para permanecer allí, para escudriñar en la oscuridad que ya no
es.
¿De qué color es la mirada del que viene?.
La ciudad se despereza a medida que el sol de otoño va extendiendo
sus rayos en el horizonte. A lo lejos, se elevan delgadas columnas cenicientas
que delatan el trajín intenso de los hornos de ladrillos. Hubo un tiempo en que
el poblado entero amanecía cubierto por un manto de humo incitante y
revelador de ritos cotidianos: el olor a barro cocido y pan tostado van siendo
paulatinamente desplazados por la irrupción de otros fuegos y aromas más
mundanos. La magia de los leños crepitando en los fogones va mutando, por
imperativo de la modernidad, en un vulgar truco de prestidigitación con forma
de pantalla de veinte pulgadas.
Santa Rosa apaga con morosidad sus luces callejeras y el día permite
apreciar con mayor detalle una cuadrícula de contornos amorfos. Algunas
décadas atrás, en la etapa fundacional, un pensamiento minusválido imaginó
un poblado de treinta mil habitantes. Ahora, que esa cifra se duplica, la aldea
se resiste infructuosamente a abandonar sus encantos y la edificación crece
sorteando las vallas naturales y artificiales que vanamente intentan contener la
inexorable expansión. La arquitectura, pretenciosa y engrupida, se escurre a
través de ellas como la luz entre la fronda.
Las orillas altas, otrora reducto de los más humildes, han sido
invadidas por construcciones a dos aguas con piscinas y álamos plateados
desde donde se aprecia el perfil de un conglomerado que, dentro de otros
cincuenta años, se denominará ciudad vieja.
Desde esta elevación, una de las más importantes de los bordes del
inmenso plato hondo en cuyo centro se edificó Santa Rosa, el colectivo
enfrenta la curva final de acceso. El pasajero insomne, en cuyos ojos destella
la curiosidad, aprovecha el badén que el vehículo sortea a paso de hombre
para comparar su visión con el relato de los amigos que lo han precedido en
estos territorios del sur, estas fronteras interiores tan, tan lejanas para la
consideración de los habitantes de la metrópoli.
Al tiempo en que por enésima vez se promete adquirir un reloj a gusto,
con maquinaria, agujas y una tapa protectora, en donde grabar su nombre y

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colocar la foto de algún amor, verifica la hora en la esfera luminosa de la
pulsera de su vecino de asiento y decide que tendrá tiempo para un café antes
de sumergirse en los protocolos de presentación en la casa de gobierno, punto
inicial de su misión en La Pampa.
En el andén de la estación terminal de ómnibus lo recibe un vaho
espeso y acre, producto de la humedad que persiste tras una semana de
intensas lluvias y el amoníaco que se filtra desde los excusados, más el calor
del otoño que almacena la playa de cemento. Una mujer de senos grandes y
tacos altos recostada contra uno de los pilares lo observa calculadora mientras
él aguarda que le entreguen su valija; ante su indiferencia, la dama desdeñada
contrae los labios con disgusto y se marcha con paso cansado a cambiar
palabras con el único taxista que, aburrido, aguarda el próximo micro. Dos
adolescentes cruzan el estacionamiento correteando a los gritos mientras se
empujan mutuamente. Sus carcajadas se amortiguan ante la aparición de un
patrullero que tarda una eternidad en recorrer la calle frontal. El lugar queda
desierto rápidamente y las primeras luces del día iluminan el retiro del último
noctámbulo de pasos inseguros y espaldas encorvadas. Mas allá, se cruza
con otro semejante, que avanza taciturno hacia el centro, con desgano, como
si la perspectiva de cuatro horas tras un escritorio no lo entusiasmara
demasiado. El taxista dice algo gracioso. Su acompañante de labios rojos y
pelo amarillo, lanza una risotada que provoca un sobresalto en el hombre
mayor de saco ajustado que tiene cocido en su manga un brazalete negro.
Otro viajero dormita mientras custodia con sus piernas una ajada valija de
cartón. El canillita que aguarda junto al acceso principal los contempla
especulativamente durante unos segundos y vuelve sus ojos al hombre que
avanza. La noche santarroseña se bate en retirada.
Con el diario local doblado sobre la mesa de la confitería de la terminal
el recién llegado se introduce en los detalles de la actualidad provincial. Este
martes es el segundo día de sol tras las copiosas lluvias. Precipitaciones que
siempre constituyen una bendición para una región donde más del noventa
por ciento de su geografía esta conformada por tierras marginales áridas y
semiáridas. Una bella quinceañera ha sido proclamada reina del mate y el
viajero no puede ocultar una sonrisa pensando en su amigo uruguayo que
sostiene que el único reducto químicamente puro de la verde infusión es
Montevideo. Tras doce horas de esfuerzos los bomberos han logrado sofocar

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el incendio que destruyó parcialmente el Departamento de Catastro de la casa
de gobierno, con lamentables pérdidas de tipo documental que, hasta el lunes
por la noche, no han podido ser mensuradas totalmente. Al fin, en Macachín,
una población ubicada al sureste, el cuerpo de un peón de campo llamado
Valachichi es encontrado calcinado a mil metros de su rancho, también
quemado. Prevalece la hipótesis del suicidio, fácil y previsible en una región
donde estas decisiones por parte de la gente mayor y solitaria no son
infrecuentes. En fin, nadie sabe mucho sobre él y pocos lo extrañarán en la
zona al cabo de algunos meses.
Pliega el matutino al tiempo que retiene el nombre de la localidad
porque ella está anotada en su agenda de apuntes. Macachín, la población
vecina a Salinas Grandes. Desde el día en que sintió mencionarla por primera
vez le pareció gracioso. ¿Habrá algún capitán de las Campañas al Desierto
con ese nombre?. Puede ser, en unos días más sabrá la respuesta.
-¿Periodista, de qué canal?. _La curiosidad del mozo de la terminal
genera la segunda sonrisa de la mañana.
-No, de un diario, El Cronista Nacional.
-Ah.- La decepción del hombre es superada con un encogimiento de
hombros. De todos modos el viajero le cae simpático, ha sido amable y
manifiesta interés a su ofrecimiento de indicarle los lugares más pintorescos
de la ciudad.
-¿A que se refería cuando ordenó mi café para la "mesa del anillo"?.
-Ya se ve que usted es periodista. Mire, le cuento: hasta hace unos
años este lugar era frecuentado por putas y timberos. Luego vino la
remodelación y los edictos negros y se pudrió todo -dice con cierta lástima-. La
cosa es que una noche se encontraban cuatro tahúres jugando al siete y
medio y uno ya los había secado a todos. Desesperado, más por calentura
que por necesidad, uno de los perdedores apostó su anillo de oro 18 quilates,
una pequeña fortuna.
-¿Y?.
-Calmo, hombre, calmo. Resulta que en ese momento se cortó la luz y
al mismo tiempo se sintió el ruido del anillo al caer al suelo. No se imagina el
despelote que se armó.
-¿Y qué pasó?.
El mozo lanza una breve mirada de reconvención y prosigue:

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-Cuando vino la luz, del anillo ni mus. El perjudicado revisó a todos,
hubo algunas piñas pero la cosa es que nunca se supo cómo pudo
desaparecer. Y eso que eran todos malandras. Esta es la mesa. Nunca más
se supo nada, cómo será que de tanto en tanto aparece alguno de los que
estuvieron aquella noche y hace apuestas sobre cómo desapareció aquel
anillo. ¿Se da cuenta?
El visitante hurga en su bolsillo hasta encontrar las monedas para la
consumición y tras un breve titubeo introduce nuevamente la mano para
extraer un billete con el que las envuelve.
-Aquí tiene, gracias por el relato.
-De nada. Vuelva, amigo, que en la heladera tengo más. Esta ciudad
está llena de misterios.

Capítulo 2

La Dirección de Prensa de la casa de gobierno es una amplia sala


amurallada con extensas mesas de metal repletas de papeles. Al fondo,
estableciendo la divisoria de las jerarquías, la mampara de vidrios esmerilados
indica el ingreso a otros dominios. Tras un fichero, una mujer de edad incierta
teje una eterna bufanda indiferente a la pareja de empleados que a su lado
festeja ruidosamente un chiste subido de tono mientras tratan de integrar a las
risas al sujeto de pelo gris, que desgraba trabajosamente algún discurso en
una gastada Lexikon 80. Por una puerta lateral aparece otro hombre mayor,
con un saco marrón de codos cubiertos con una brillosa cuerina que alguna
vez ha sido del mismo color de la tela. Con alivio se desprende de una
voluminosa pila de papeles en el mostrador de acceso y al levantar la vista
descubre la presencia extraña.
¿Qué anda buscando?.
-Hablé ayer con alguien de aquí. Soy del Cronista...
-Ah lo esperábamos. Venga, que lo llevo hasta el secretario de
Información Pública así lo acredita y lo presenta donde usted quiera.

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Ambos salen por un pasillo angosto que desemboca en un espacioso
hall surcado por decenas de empleados que parecen deambular en el
desierto, desorientados y sin rumbo fijo. Un gesto, alguna lejana indicación,
instala un recuerdo en el cerebro del visitante. Es la representación de una
comedia absurda de puertas equivocadas. Un pie gigante desmoronó los
bordes del edificio y se ha iniciado un éxodo incierto sin gritos ni lamentos. Las
carpetas en los brazos empequeñecen hasta parecer minúsculas hojas en
precario equilibrio sobre el lomo de sus portadores. La mutación lo
desconcierta y atrae hasta que un rumor de luz ordena el escenario para dejar
paso al mediodía. Las diminutas criaturas de los pasos perdidos acuerdan un
sendero y corren hacia él para ser engullidas por un enorme agujero negro
que las devorará con fruición.
-¿Le gusta la ciudad?
-¿Eh?
-No se asuste. Le pregunté qué le parece Santa Rosa.
-Recién llegué. Déme tiempo.
Tras franquear una puerta de madera el hombre de Prensa le indica un
sillón, hace una seña para que aguarde un momento y se pierde por otra de
vidrios cubiertos con afiches condenando el hábito de fumar a través de los
cuales se aprecian difusas figuras.
Al cabo de unos minutos el empleado retorna precediendo a un
hombre de edad mediana, prolijamente peinado con raya al medio y una
sonrisa de cartel de dentífrico.
-Encantado, soy Robles. Me dice Álvarez que usted es el periodista
que manda El Cronista para cubrir esta cuestión de Salinas. ¡Menudo lío se
ha armado!... ¿Salvo, no?
-Juan Salvo. Bueno, esa es la intención.
-Bien, bien. ¿Cuál es su idea?.
-Mire, ponerme al tanto del lugar, conocer su historia, entrevistar a
quienes puedan dar alguna opinión y comenzar a enviar notas para terminar,
dentro de dos o tres semanas, a lo sumo, en un suplemento especial. Me
gustaría presentarme al gobernador e iniciar la tarea con él.
-Délo por hecho. Ahora voy a ver a la secretaria privada y reviso su
agenda. Dígame...
-Salvo, Juan Salvo...

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-Dígame, Salvo, ¿viene con alguien más?. Algún fotógrafo.
-No... no. Sólo yo, el equipo vendrá la semana que viene cuando
avance en la historia.
-Bueno, bueno. ¿Cuándo llegó?.
-Hace un rato, en el micro de las seis y media.
-Ajá -el hombre vacila un instante, como si fuera a formular otra
pregunta, y se arrepiente.- esperemé un minuto que voy al despacho del
gobernador.
El secretario se aleja por una puerta lateral y cuando está lo
suficientemente distante Álvarez murmura:
-La pifió amigo, entrevistará al ministro.
-¿Cómo?.
-Que el gobernador no lo atenderá. Lo delegará al ministro...
-¿Por...?
La respuesta queda en el aire ante el regreso del funcionario.
-Qué lástima, Salvo, el gobernador tiene la agenda repleta. Pero me
pidió encarecidamente que se entreviste con el ministro de Gobierno, que lo
espera a las seis de la tarde. ¿Le parece?.
-Bien, le quedo muy agradecido.
-Por nada. Ahora Álvarez le facilitará una guía de los teléfonos directos
de la casa de gobierno y tomará sus datos. -Haga de cuenta que está en su
casa y díganos todo lo que precise que, si está a nuestro alcance, se lo
facilitaremos.
La curiosidad de Salvo se contiene hasta que, junto con Álvarez,
regresa a la sala de prensa. Una vez allí la sonrisa del hombre se anticipa a su
pregunta.
-Se lo dije, la chingó de entrada.
El recién llegado se siente repentinamente molesto, pero su interlocutor
no emplea el tono de quien se burla, sino más bien lo impone de algo
elemental.
-Punto uno -enumera el empleado-, le dijo que no traía fotógrafo. Punto
dos: también le informó que vino en micro.
Salvo junta la punta de los dedos de su mano derecha y los exhibe
para arriba agitándolos.

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-¿No se da cuenta?. No hay fotos, no hay nota. Si su diario lo
considera a usted tan poco importante como para enviarlo en el colectivo de
línea en vez de por avión, consecuentemente él entiende que quien lo debe
recibir es un funcionario menor. Tuvo suerte, lo mandó al ministro y no a algún
subsecretario.
-El cronista refleja en su rostro la comprensión de la situación y
devuelve con una abierta carcajada la explicación.
-Entiendo, gracias. Sabe Álvarez, usted me cae bien.
-Avise, hombre, que me hace poner colorado.
Momentos después, al ingresar al hospedaje que le han recomendado,
justo a una cuadra de la casa de gobierno y a otra de la Terminal, todavía su
semblante exhibe una expresión divertida.

Capítulo 3

Por la tarde el trajín de los pasillos de la casa de gobierno se ha


reducido a su mínima expresión. En la antesala del ministerio Salvo pasa lista
al mobiliario y se detiene en un enorme mapa de la Provincia flagelado por
docenas de alfileres de cabezas de variados colores. Se distrae imaginando
algún extraño ritual vudú en medio de las pampas chatas y en ignotas
venganzas geográficas en que cada coloratura indica una promesa cumplida
en los distintos confines de la provincia. Tan abstraído está en sus
lucubraciones que no percibe que desde la puerta lo examina la secretaria del
titular de la cartera política. Cuando oye pronunciar su nombre se sorprende
como si lo hubieran descubierto en alguna falta y con esa sensación penetra
en el despacho.
El ministro es calvo y de elevada estatura. Con gesto grave, lo espera
parado tras su escritorio, en donde resulta notoria una voluminosa carpeta con
el perfil del escudo de la provincia pirograbado sobre el cuero. Con un ademán
le indica que se siente y solamente cuando él hace lo propio deja conocer el
timbre de su voz.

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-Bienvenido a La Pampa, estamos para servirle. ¿Quiere un cafecito?
El recién llegado acepta y el estupor lo asalta cuando, sin mediar
palabras, un silencioso ordenanza, de saco gris, se introduce en la estancia y
deposita frente a él la humeante taza que porta en su bandeja. ¡Los ritos de la
burocracia son iguales en todas partes! -Piensa y prepara sus preguntas-.
-Sabrá que estoy aquí por esta cuestión que ha revolucionado al país.
El funcionario asiente sin agregar ningún comentario.
-Mi diario fue uno de los primeros medios nacionales que se hizo eco
del trascendido y en consecuencia tiene un interés especial en el tema...
-Usted sabe que aún no hay nada oficial sobre la cuestión.
-De acuerdo, pero sinceramente debo decirle que las especulaciones
en los sectores de poder son muy grandes y, como hipótesis, su provincia
ocupa un lugar preponderante. Yo quiero verificar cuál es la repercusión a
nivel local y cuáles son las características del lugar, esto es... es...
El ministro lo socorre:
-Salinas Grandes, una explotación de sal de las más importantes del
país, de una producción y calidad tan buena o mejor que similares
localizaciones de San Luis o La Rioja. Mire, a nivel extraoficial le digo que aquí
todavía no sabemos mucho y estamos esperando un delegado de interior para
que nos ponga al tanto. Es obvio que se trata de un tema de alta política que
nos hace ser muy prudentes..., quiero decir que no podremos darle muchas
respuestas hasta no tener un panorama más claro. ¿Me entiende?.
-Me doy cuenta. Estaré satisfecho en esta primera etapa de mi trabajo
si ustedes me facilitan el acceso a toda la información que tengan sobre el
yacimiento de sal y las características del poblado.
-Por supuesto -el hombre se relaja y regala la primera palabra amistosa
desde que comenzara el diálogo-. Ya hemos instruido a la gente de Prensa
para que se ponga a disposición. Lamentablemente acabamos de sufrir una
pérdida muy grande en Catastro, pero entre Prensa, la Dirección de Turismo y
el Archivo Histórico usted va a obtener un panorama muy amplio.
-¿Es muy grave lo de Catastro?.
-Más que eso, se quemaron todas las cartas parcelarias de los 22
departamentos pampeanos.
-¿Y cómo fue?.

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-No se sabe. Menos mal que ocurrió el lunes por la mañana, antes que
ingresaran los empleados. Los bomberos dicen que pudo ser un cortocircuito
pero hay otros que sostienen que el papel cuando es muy viejo, produce una
especie de óxido que resulta muy inflamable, como cuando se arde el trigo
almacenado. Pero, bueno, hay que reponerse y trabajar, es inútil llorar por la
leche derramada. Vamos a lo suyo.
-¿Qué me puede decir de Salinas Grandes?
-De la versión, ya le dije, poco y nada. Además, entiendo, no existiría
relación con la actividad productiva... -El funcionario se detiene acuciado por
alguna alarma interior-. ¿O usted tiene alguna otra información?
-No. Excepto lo que se ha publicado. Es por eso que quiero completar
mi panorama sobre el quehacer salinero.
-En ese caso -dice con cierto alivio- me es grato informarle que la
industria de la sal conforma una parte fundamental de nuestro PBI.
-Yo más bien me refería a los antecedentes, a la historia del lugar.
-Ajá, en ese sentido no hay mucho para decir. Como usted sabrá la sal
siempre tuvo su importancia pero solamente en este siglo fue aprovechada a
conciencia.
-¿Y antes?.
-¿Antes?. Antes no había nada, apenas desierto y algunos indios. Esta
provincia se caracteriza por su juventud. Con decirle que la población más
vieja todavía no alcanzó la centuria. Aquí, mi amigo, todo está por hacerse.
Como quien dice: no hay misterios.
Salvo toma tiempo para formular una nueva pregunta pero el
funcionario se le anticipa y levantándose de su asiento comienza a despedirlo.
-Vuelva cuando quiera, las puertas del ministerio siempre están
abiertas para la prensa.
El cronista se despide con un apretón de manos y al llegar a la puerta
se da vuelta.
-Ministro: ¿por qué cree que ha estallado todo este asunto de Salinas?.
No hay respuesta. El hombre delgado se ha vuelto hacia el ventanal
contemplando el atardecer y no escucha -o no quiere escuchar- la pregunta.
En el exterior de la casa de gobierno los ruidos ciudadanos se van
extinguiendo lentamente. Los trabajadores regresan a sus domicilios entre el
crujir de las hojas secas que producen una extraña sinfonía. A lo lejos, los

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sones marciales de una marcha de Souza marcan el final de la transmisión de
la única propaladora que se resiste a caer abatida por los portentosos
atractivos de la invasión multimediática. Una a una las puertas comienzan a
cerrarse y aparecen delgados filamentos de luz en las rendijas de las
ventanas. Poco a poco, lentamente, gana el espacio un fragor de cacerolas,
cucharones y risas contagiosas. La comparación irrumpe insolente e
insoportable: este día, a esta hora, Buenos Aires seguramente renueva su
infierno de ruidos, broncas y agresiones. Los regresos se hacen agobiantes y
tenaces, como las dudas... o las desesperanzas. Aquí, sin embargo, todo es
distinto. El viajero cruza la calle absorto en los datos cotidianos de una ciudad
sencilla y en su abstracción no repara en que a sus espaldas lo acompaña la
melancolía.

Capítulo 4

-¿Y maestro, cómo van sus cosas?.


El mozo de la terminal deposita la taza en la mesa del anillo y queda
esperando un comentario que no se produce. Paciente, vuelve a la carga:
-¿Pensó en el acertijo que le conté?.
Salvo reflexiona un momento, se da por vencido y sonríe.
-La verdad, no se me ocurre cómo pudo desaparecer. ¿No habrá caído
en alguna botamanga...?
-Ya le dije que todos fueron revisados. No, si fuese tan fácil no
constituiría un misterio –apunta en lo que suena como una recriminación-.
-¿Y tiene otros?.
-Ya le dije, esta ciudad está llena de ellos. –cuenta con los dedos-
¿quién fue la novia de los forasteros, de dónde proviene la sirena del Molino,
cómo se fugó el Bocha Molina...?, ¿Quién se robó el cartel de Emulsión Scott?
...¿Quiere conocer alguno?
-Otro día.
-También está el caso de la ahorcadita del Parque Oliver...
-No.
El hombre se rasca la nuca y murmura pensativo.

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-¿Sabe qué pasa con ustedes?.
-¿Ustedes?.
-Si, los que vienen de la gran ciudad. Están tan apurados que se les
escurre la vida por delante y no se avivan. Vamos... tómese otro cafecito.
-No... no, gracias. Dígame dónde queda el Archivo Histórico.
Salvo acepta la breve explicación para llegar al lugar y se levanta.
-Lo que pasa -dice en una mezcla de justificación y reflexión en voz
alta-, es que a algunos ya se nos pasó la vida por delante y ahora se trata de
recuperar terreno.
-Usted sabrá.

El edificio es amplio y luminoso. Las dos acacias de la vereda impiden


apreciar su atractiva fachada recién pintada de blanco. La chapa indicando la
localización del lugar donde se concentran los documentos más antiguos
establece un contrasentido entre la función y la finca. El jovencito que en la
oficina de entrada manipula una voluminosa caja no lo ve ingresar.
Abstraído en su tarea toma del escritorio una cinta de embalar y
comienza a rodear la caja con ella. Infructuosamente, porque la cinta se le
pega entre los dedos y el envoltorio se resiste a doblegarse. Quizás en una
hora -valora Salvo- haya un ganador.
En uno de sus forcejeos el chico se da vuelta y descubre al visitante.
-A quién busca -gruñe con tono ausente de amabilidad-.
Un auténtico pichón de empleado público -piensa el periodista,
divertido-.
-A la directora, vengo de Buenos Aires. Entiendo que Álvarez, de la
Dirección de Prensa, ya anticipó mi visita.
La cara del empleado se dulcifica.
-Si... si. Mire, la vieja ya viene, está ocupada en el fondo ordenando las
cajas. ¿Periodista dijo?.
-Periodista, efectivamente, pero de un diario.
-Ah.
Por el pasillo del fondo aparece una mujer sacudiendo su falda. El
recién llegado despliega sobre la figura que se aproxima una mirada
especulativa. Ella va a decir algo cuando advierte al extraño y vuelve a cerrar
la boca arrepentida. Luego de las presentaciones invita a Salvo a una oficina

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interior, pequeña pero agradable, con cortinados celestes y flores recién
cortadas en los jarrones.
La "vieja" tendrá treinta y cinco... treinta y seis años, especula el
visitante y es poseedora de una belleza enigmática. Al escrutar sus ojos
negros recibe nada más que una mirada gélida. Uno podría enamorarse de
ella con mucha facilidad. Y también odiarla.
-Nos sorprende en plena mudanza, para colmo, yo acabo de asumir,
así que todo es un estreno. No sé si podremos ser de alguna utilidad.
-Bueno sólo requiero referencias históricas de un lugar llamado Salinas
Grandes, está ubicado...
-Ya sé dónde esta Salinas -la mujer hace evidente su disgusto por el
comentario y Salvo lamenta su formulación arrogante-.
-Disculpe. Me intereso por todo lo que se vincule con el lugar: los datos
del poblamiento, fotografías, elementos históricos en fin...
-¿Qué destino le va a dar a ese material?.
-Bueno... en principio notas introductorias durante estos días y luego la
confección de algún suplemento especial.
-Usted debería dirigirse a la Dirección de Turismo –sostiene la mujer
acremente-.
Salvo percibe la sutil reprobación. Las prevenciones en el interior sobre
la prensa nacional son cada vez más crecientes, y muchas veces justificadas.
-No se forje una mala imagen de mi tarea -dice con humildad- no vengo
a realizar una labor publicitaria sino indagar acerca de una cuestión nacional
que puede alterar la historia de este país. Quiero hacer mi trabajo bien..., lo
mejor que pueda.
-La responsable del Archivo se relaja y el entrecejo recobra su encanto
original.
-Bueno, bueno, estamos cada vez más suspicaces y para colmo yo soy
nueva en esto. Lástima que no puedo ofrecerle algo, un café. Todavía no
terminamos de instalarnos.
-No se haga problema. Yo la invito a tomar un café cuando usted
quiera.
El ceño vuelve a fruncirse y el cronista se maldice por segunda vez.
Esta es una mujer para tratar con mucho tacto. Se explica también la razón de

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la ausencia de anillo en su anular. Una dama semejante sería una carga muy
difícil de sobrellevar para cualquier hombre.
-Denos tiempo hasta mañana para que le encontremos algo. ¿Le
molesta volver?
El hombre reprime su comentario y se limita a negar con la cabeza.
Cuando sale del edificio el chico aún lidia con la caja.

Capítulo 5

-Rodolfo, te siento como si estuvieras aquí.


-Maravillas de la cibernética. ¿Llamás desde tan lejos solamente para
decir esta boludez?.
-Prepará el grabador que te paso la primera nota.
-Bueno, cómo van las cosas por ahí.
-No pasa nada. Todos están medio duros para aportar datos. No sé.
Me da la impresión de que todo esto viene mal barajado.
-Juan...
-Qué.
-Relájate y goza. El jefe te manda a cubrir una nota dulce en La
Pampa, milonga y caldén. ¿Qué más querés? Hacé las cosas, hacelas bien
que la mano viene fulera.
¿Hubo despidos?.
-No, aún no... Sordos ruidos oír se dejan. Hacé las cosas bien.
Consejo de un sonso.
-Rodolfo...
-Qué.
-Me revienta tu tonito pedantón. Acordate que sólo me llevás un año.
-Sabés que ocurre, que aquí nadie me pasa bola y no resisto ante una
oreja amiga.
-Lo comprendo abuelo, lo comprendo. Prepare el grabador sivuplé.
-Vos si que tenés mundo Juan.

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Capítulo 6

Todo es blanco, refulgente y de grandes dimensiones. El interior de la


Dirección de Turismo lo impresiona por su luminosidad. En una de las
esquinas, cuatro mullidos sillones aguardan a algún viajero cansado. Vigilando
el sector una cabeza de jabalí con amenazadores colmillos y la de un ciervo
de una.., dos..., catorce puntas se destacan a media altura sobre la
mampostería. En la amplia vidriera que se ofrece a la vista de los paseantes
decenas de afiches, pregonando las bondades de los distintos pueblos,
compiten entre sí. En la otra pared una docena de fotografías prolijamente
enmarcadas registran lugares de interés turístico. Los ojos de Salvo se posan
en una de ellas: una pala frontal carga sal en un enorme camión, hacia atrás,
imponentes, tres parvas inmensas alteran el paisaje y le confieren un toque de
irrealidad, blanco sobre blanco, una tentación para cualquier pintor
vanguardista.
El examen del periodista es interrumpido por el llamado jovial de un
hombre de edad media que exhibe una sonrisa y tras la mano extendida.
-Lo estábamos esperando. Con este asunto anda todo el mundo
alterado, así que mandamos a imprimir nueva folletería de la Provincia y
algunos afiches. Usted es el cuarto hombre de prensa que viene esta semana;
ayer nomás se acaba de ir el equipo del Trece que hizo una cobertura muy
linda. La van a pasar este sábado por la noche.
Salvo escucha con paciencia y amabilidad la extensa parrafada, que le
permite, entre otras cosas, apreciar que ya todos los medios han realizado
informes de circunstancia y que difícilmente lo que obtenga de Turismo va a
aportar una cuota de originalidad a sus informes.
-Además de la folletería... ¿cree usted que algún vehículo me podrá
llevar hasta Salinas?.
-Cuando tenga decidido el viaje nos pega una llamadita y lo
arreglamos. ¿Qué más podemos hacer por usted?.
-¿Hace mucho que están trabajando en el tema?.
-¿Mucho?. Nos enteramos por los diarios. Nadie sabe nada. Parece
que de Gobierno han llamado a alguien del ministerio del Interior para que

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aclare un poco el panorama. Por mí, que se tomen todo el tiempo que quieran:
nunca hemos trabajado tanto como ahora.
-Otra cosa: ¿qué otro dato de interés hay en Salinas además de la
sal?.
El hombre se queda pensando y hace un gesto de desaliento.
-Nada, o muy poco... -su rostro se ilumina repentinamente-, pero
ustedes, los periodistas saben cómo arreglarse. ¿No?.
-Si.
Al retirarse le parece que el jabalí lo despide con una sonrisa
socarrona. Trata de ignorarlo. Muy a su pesar, durante el trayecto hacia la
puerta de salida, siente sobre sus espaldas la pesada presencia de esos
enormes colmillos tan incongruentes en medio de las luces y la asepsia de los
blancos cortinados. En realidad, quizás no fuese una sonrisa sino una mueca
de tristeza.
En la soledad de su pieza despliega sus tesoros sobre la cama y los
observa pensativo reclamando algo, un no sé qué, un acto mágico que le
permita establecer un orden. Quizás, la obtención de un indicio que oriente
sus pasos. Todo..., todo por el logro de una crónica que contribuya a ratificar,
o en todo caso demostrar, que sigue en pie dentro de una profesión que día a
día lo somete a una nueva prueba.
Pensativo pasa y repasa los cuadros comparativos de distancias, la
fotocromía de desplegables profusos en datos de población y de servicios y
mapas de una red caminera que sigue los conceptos de las viejas huellas de
comunicación. Mientras se cepilla los dientes, cuelga un banderín con el
escudo de la provincia en un esquinero del pequeño botiquín y el espejo le
devuelve la imagen, ajada y sin brillo, de un hombre que avanza lenta y
pesadamente por los caminos de la vuelta. De regreso al lecho trata de refutar
estos pensamientos y en medio de esa tarea lo sorprende el sueño.
Mañana..., mañana será otro día.

Capítulo 7

-¿Ya está aquí?. Pensaba llamarlo a su pensión.

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-Hospedaje -corrige, pero inmediatamente se da cuenta que esta
pequeña victoria es propia de Pirro-.
La responsable del archivo Histórico sigue tan distante y atildada como
la primera vez. Las flores del jarrón han sido renovadas y donde antes había
envoltorios y pilas de expedientes ahora se encuentran prolijas hileras de
libros acomodados según el orden geográfico que enseñan los manuales de la
nueva bibliotecología.
La mujer se nota incómoda y Salvo pronto descubre la explicación.
-Tengo que confesarle que todavía no he podido encontrar ninguna
referencia a Salinas o a Macachín. Es extraño, todo debió estar en las cajas
que nos trajeron esta semana, de manera que ya he formulado el reclamo a la
gente de maestranza para que revisen bien. No se imagina cómo lo lamento.
-Pero usted cree que habrá algo o es sólo una presunción, porque si
existiere algún archivo yo gustoso lo espero. Pero si no...
La directora es invadida por un rubor que, a juicio del cronista, le queda
muy bien.
-No, existir, existen –replica ofendida mientras manipula en su bolso
para extraer un manojo de llaves que tintinea al atascarse. Nerviosa, vuelca
las pertenencias sobre el escritorio y exhibe triunfal manojo de llaves con el
que abre un archivero que se encuentra en un rincón. De él selecciona varias
fichas que entrega triunfal al cronista despertando su curiosidad-.
-Apuntes de viaje de Zeballos, partes de campaña de misiones
militares, actas de la etapa territoriana. Suena interesante. Bueno –emplea un
tono de fingida resignación- habrá que esperar.
El carmín de su interlocutora se acrecienta.
-También podemos sugerirle caminos alternativos de investigación -el
timbre desafiante brota de las palabras-.
-¿Cómo?.
-Puede hablar con gente del medio que se interesa en la investigación
histórica.
-¿Alguien en especial?.
La funcionaria recobra su compostura a medida que advierte que
recupera la iniciativa.

21
-Podría entrevistar a un viejo investigador que siempre se ha dedicado
a estos temas. Le decimos el Maestro. Estoy segura que él podrá serle de
mucha utilidad. Puede decirle que va de parte nuestra..., de parte mía.
Salvo toma unos segundos para responder con el doble propósito de
pensar alguna respuesta ingeniosa y al mismo tiempo no adjudicarle una
victoria a la burócrata que aguarda expectante. Mientras cavila sus ojos se
posan en los elementos diseminados sobre el escritorio. Lápiz labial, pañuelo,
monedas, tarjetas, facturas del mercado, recibos de alquiler, alicates y la
cubierta de un disco de 45 rpm de Charlie Parker. ¡Vaya, la arpía tiene
corazón!. Levanta la vista y se topa con los ojos de ella.
-¿Le gusta el saxo alto? –pregunta sin obtener respuesta-.
Con una leve ronquera el visitante comienza a decir en voz baja.
-Esto... esto lo estoy tocando...
-...esto lo estoy tocando mañana -concluye la mujer súbitamente
turbada. Retribuye la mirada del hombre y frunce los labios asintiendo, en una
mezcla de grata sorpresa y repentina consideración. Al cabo de algunos
segundos sentencia:
-Todos, todos queremos tanto a Julio -Una nueva luminosidad maquilla
sus mejillas-.
Es el principio de una tregua o un momento de inflexión. A partir de allí
ambos sientan las bases de un diálogo amable que permite al cronista
imponerse de pormenores del quehacer local y a ella de los vericuetos de una
profesión cada vez más asediada por la competencia y la farándula. El saludo
final se limita a un apretón de manos que quizás haya sido unos segundos
más prolongado que lo habitual. Salvo apoya su palma para abrir el picaporte
y esta acción le impide sentir el murmullo.
-¿Qué?.
-Le estoy diciendo que sí.
-Que sí ¿qué?.
-Que sí. Que me puede invitar con ese café que me ofreció el otro día.
En la sala de recepción de la Dirección dos mujeres con guardapolvos
blancos consultan un pesado volumen de tapas de cuero. Salvo pasa delante
de ellas pero no alcanza a escuchar su comentario.
-¿Viste a ese tipo?. ¡Iba riendo solo!.

22
Capítulo 8

Los tres hombres tienen sus piernas hundidas hasta la rodilla en el


agua verdosa e inmóvil. No se han quitado sus pantalones de trabajo y uno se
imagina sus pies calzados por pesadas alpargatas para protegerse del
impiadoso lecho de cristales y piedras. Rodean a una caja de metal o madera
que asemeja una vagoneta, o una carretilla grande. Dos de ellos hunden sus
largas palas en el agua depositando en su interior un pastón blancuzco
mientras el tercero manipula un cernidor. No parecen tener frío, pero el color
del paisaje circundante, la ausencia de pájaros y el cielo plomizo son propios
de una jornada de baja temperatura. Al fondo, en las orillas donde la línea del
horizonte se interrumpe por un monte bajo y espesos matorrales, estivas de
sal se alzan esperando algún vehículo que vendrá a recogerlas. Quizás en ese
rodado se irán los hombres, sudorosos y cansados, con los pies agrietados y
las manos curtidas por el yodo. No habrá satisfacción por la finalización de la
tarea. Al día siguiente, y al otro y al otro tendrán que volver a la rutina furiosa
de quitarle al agua lo que le pertenece.
Salvo contempla el cuadro con interés y se acerca para mirar la firma
del autor.
-Es un Arcuri -apunta una voz potente y ronca a sus espaldas.
-Vuelve la cabeza sobresaltado, repentinamente consciente que ha
quedado en una posición ridícula. Avergonzado intenta verbalizar una disculpa
pero la voz se le adelanta.
-A mí también me gusta, tiene los colores de La Pampa. Hace tiempo
que me acompaña.
-Perdón. No sabía que estaba aquí, entré porque el cartelito de la
puerta decía que pasara cualquiera fuere. Soy Juan Salvo, del Cronista
Nacional, me indicaron su nombre para que le formulara algunas preguntas...
-No se disculpe. Hizo lo correcto.
-Pero..., ¿siempre deja abierto, no tiene miedo a los ladrones?.
-¿Ladrones?, ¿quién se va a llevar algo?. Aquí sólo hay libros y los que
se llevan libros no son ladrones. Son... coleccionistas. Eso, coleccionistas. El
libro sublima cualquier acción. Se lo digo yo, que pocas veces devuelvo uno y
no me siento con ningún cargo de conciencia.

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El hombre avanza por detrás de un enorme escritorio de madera lleno
de volúmenes, papeles, lápices y una vetusta pantalla unida a su base por un
caño corrugado y flexible. Con habilidad sortea una silla y un sillón de cuerina
resquebrajada y deja que el visitante advierta su silla de ruedas.
-Usted dirá.
El reportero se siente atraído por la personalidad del anciano de rostro
enjuto y larga cabellera. El Maestro impone su presencia en la sala grande de
paredes cubiertas por estanterías con ediciones de diverso tenor y tamaño,
fotografías y recuerdos multicolores, objetos raros y matras pardas de flecos
deslucidos.
-Estoy aquí por este asunto de... Salinas Grandes
-Ajá.
-... y no consigo muchos datos, aunque ya conozco lo básico...
-¿Lo básico, eh?. Así que ya sabe lo que es la roca evaporítica y qué
quiere decir chadiche en mapuche. Imagino que conoce cuál es la unidad
económica del departamento Atreucó. Por supuesto que ya averiguó el
significado de Atreucó...
-Bueno... -enrojece-.
--¿Bueno?. Ustedes, los emborrona cuartillas, son todos unos
presuntuosos, saben mucho de nada.
Salvo acusa la ofensa y percibe que el arrepentimiento por haber
venido asciende desde sus pies como una marea incontenible.
Repentinamente el cansancio lo inunda y se vuelve para retirarse. Maldice
haber pisado La Pampa con el pie izquierdo.
-¡Cómo!. ¿Ya se da por vencido?. Lo estoy poniendo a prueba amigo,
si usted quiere investigar debe saber de antemano que no todas son rosas.
Vamos, che, siéntese, que los caminos del conocimientos son arduos y
azarosos.
El dueño de casa le dedica una carcajada y un ademán con el brazo
como de quien espanta una mosca. El periodista se debate por un largo
minuto en el intrincado laberinto de sus pensamientos y dudas y al final opta
por aceptar la invitación, todavía con su rostro colorado por la incomodidad.
Una hora más tarde ambos han acordado un mismo tono de
conversación y Salvo se deleita con la vivaz charla del viejo, subyugante y
lleno de matices sabios.

24
-¿Así que la mitad de la producción nacional de sal proviene de
esta provincia?. ¿No estará aquí la explicación a tanto revuelo?.
-Estoy tan intrigado como usted. Pero mire, aquí se ha desdeñado una
utilización más racional del recurso. De hecho, no existe el correlato de un
aprovechamiento fabril colateral. Ni siquiera se ha tenido en cuenta este
potencial para la instalación de una planta de soda solvay o curtiembres. No,
me parece que hay que buscar la explicación por otro lado.
-Es raro, más, considerando que la región no cuenta con mucha
historia.
El avezado educador contrae su semblante y Salvo comprende
inmediatamente que ha cometido otro desliz.
-¿De dónde sacó eso?. ¡Ya sé, no me diga nada!. Ha estado charlando
con alguno de esos tecnócratas que no saben dónde tienen el culo.
¡Advenedizos, maniqueos!. Son todos iguales -el anciano se acompaña con
grandes ademanes-. El poder es insolente, la modernidad tiene un punto de
vista petulante y egoísta. En su mezquindad no alcanza a comprender que
esta región era un paraíso. Un paraíso poblado por más gente que en la
actualidad. El Salado escurría doscientos metros cúbicos, ¿por qué se cree
que los araucanos se vinieron para aquí?. Y, además, las vaquerías ¿sabe lo
que son las vaquerías? -no espera respuesta-. Cientos y cientos de carretas y
miles de viajeros. Vamos, mi viejo, no repita gansadas.
El informador ensaya un ademán compungido.
-¿Otra vez me va a retar? -dice mientras teatraliza un mohín de
piedad.
El aludido acusa el golpe. Con las manos sobre las ruedas de la silla
interrumpe su perorata y estalla en una sonora carcajada. Ríe fuerte y con
ganas hasta que las lágrimas resbalan por sus mejillas y no para hasta
contagiar al visitante. La risa adquiere un carácter polifónico hasta que al final,
exhaustos, ambos callan rendidos recostados contra el espaldar de sus
asientos.
-Bueno, basta de jarana -propone poniéndose serio-. Hagamos un plan
de trabajo. ¿Qué sabe de las actas del cabildo?.
-¿De las actas del cabildo?.

Capítulo 9

25
Todo es movimiento. La perspectiva de un viaje resulta contagiosa y
excitante. Pasos acelerados, risas, algún enojo. Los semblantes reflejan
impaciencia, se palpa; el conjunto ofrece una dinámica singular, irrepetible.
Las mismas personas en sus hogares, en las plazas o en el trabajo se
comportarían distintas pero aquí, en los andenes de la estación de ómnibus
revelan sus facetas desconocidas. Salvo observa el ajetreo desde su mesa
mientras sorbe cuidadosamente el café que no ha pedido y que el mozo le
trajo ni bien lo vio entrar. Los vidrios del ventanal constituyen una barrera
contra los sonidos exteriores y el viajero contempla las escenas como quien ve
televisión sin volumen. Cada tanto, los clientes que ingresan al lugar dejan
penetrar un vaho caliente de humedad y gas-oil y una brevísima ráfaga de
ruidos, risas y gritos que sobresalta a los desprevenidos.
-¿Cómo hago para llegar a Victorica?.
El mozo tira la servilleta hacia atrás, en un movimiento mecánico que
logra ubicar la tela en forma perfecta, como una charretera, sobre sus
hombros.
-Depende. ¿Quiere hacer un viaje rápido o lindo?.
-¿Cuál es la diferencia?.
-Si opta por lo lindo, cosa que dudo porque ustedes siempre andan
apurados, vaya hasta la estación y tome el tren a Catriló y, desde allí, otro
para Victorica. Es algo especial -se entusiasma- atraviesa todo el caldenar y el
paisaje es hermoso. Los colores del atardecer, el canto de las calandrias
penetrando en los vagones, los matorrales bajos...
-¿Y el rápido?.
-Me lo imaginaba. Mire, tómese el micro del mediodía. Llega en poco
más de dos horas y regresa de allí a la tardecita. Usted..., ¿no estaba
interesado en Salinas? ... ¿Qué diablos va a hacer en Victorica que queda
para el otro lado?.
-Ese..., ese es uno de mis misterios.
El camino pronuncia una curva suave y prolongada y el último caldén
se despide de los ojos del periodista que mira curioso la edificación del acceso
al poblado que, además, constituye una de sus arterias principales. Las casas,
altas y desnudas de revoques confirman la antigüedad del lugar. Jardines
prolijos y el olor a tierra mojada de las calles recién regadas dominan los

26
sentidos. Añosas arboledas lo conducen hasta la vieja casona en la que
funciona la Biblioteca Bartolomé Mitre donde la directora lo recibe con cautela,
mezcla de precaución y sorpresa.
-¿Cómo se enteró que aquí teníamos esos documentos?.
-Me lo dijo un profesor de Santa Rosa...
-¡El Maestro! -el rostro de la docente borra las prevenciones- .¿Cómo
está, hace años que no lo vemos por aquí, desde antes de su... accidente.
-Bueno, aún no lo conozco mucho, pero calculo que bien, a juzgar por
su energía y su genio.
La mujer explica que hubo un tiempo en que el ministerio de Educación
acostumbraba enviar a las bibliotecas populares material reproduciendo
documentación de tipo histórico. Con el paso de los años esta práctica
desapareció y con ella, también los ánimos de conservación. Los papeles
destinados a Victorica habían sobrevivido por una extraña combinación de
casualidad y pasión revisionista. Ha pasado tanto tiempo que ya nadie sabe o
extraña papeles viejos. Con excepción del Maestro, claro.
-¿Hace muchos años que este material está aquí?
-¿Muchos?. Calcule que esto fue una iniciativa del gobierno de Alvear.
¡Vaya si hace mucho tiempo...! Debe haber ingresado a poco de nuestra
fundación.
-Si usted fuera tan amable, yo podría llevarlo para que el Maestro lo
estudie y...
-¿Llevarlo, dice?- exclama la directora con una amplia sonrisa- se trata
nada más ni nada menos de las Actas de Acuerdos del Extinguido Cabildo de
Buenos Aires. ¡Son docenas de tomos!
El rostro del visitante cambia de color y tras un leve tartamudeo trata
de salir de la embarazosa situación.
-Me doy cuenta, quizás... quizás yo podría revisarlos y apuntar algunos
folios...
-Eso está mejor. Si me da tiempo le hago un juego de fotocopias para
dentro de un rato -su impulso es refrenado por un latigazo de preocupación y
queda con la boca abierta esperando palabras que la socorran.
Salvo entiende y sortea la vacilación extendiendo un billete que la
mujer toma con timidez y alivio.
-Gracias.

27
-Por nada. Le agradezco su amabilidad. Si sobra algo, que no será
mucho, déjelo para la cooperadora.
Los pasos del cronista resuenan en el patio cubierto desierto hasta la
jornada siguiente. La acidez de la creolina que se escapa de los baños vaga
por todas las salas.
-Señor...
Se da vuelta sorprendido y encuentra a una mujer morena y delgada, el
rostro surcado por millares de finas arrugas que conspiran para establecer su
edad.
-Señor..., disculpe. Lo sentí hablar de Salinas Grandes con la directora.
Yo... yo quiero decirle que aquí hay una mujer que sabe mucho de Salinas
Grandes.
-¿Quién, dónde?.
-Mire, enfile hacia el Oeste y vaya hasta detrás de Los Pisaderos. Se
llama Felisa, Felisa Paillajné. Ella le dirá. Es fácil de ubicar porque ahí
comienza el bosque y en el primer árbol hay un pañuelo atado.
-¿Y quién le digo que me envía?.
-Dígale que Isabel. Ella sabrá.
El forastero atraviesa la plaza central preocupado por los intensos
nubarrones que van oscureciendo la tarde. En el centro del paseo se demora
unos minutos para leer las placas de bronce de una pequeña pirámide
empeñadas en reflejar los contornos épicos que precedieron a la fundación de
la población más antigua. Recurre a un niño que descansa balanceándose
sobre la cadena que circunda el monumento, mientras ajusta los liguines de su
gomera.
-¿Sabés que hora es?.
El niño lo mira con interés y sin consultar ningún reloj le dice:
-Las seis..., las seis y diez.
-Cuánto tengo hasta Los Pisaderos?.
-Poco, menos de media legua.
¿Cuánto?.
-¿No sabe lo que es media legua?.
-¡Por supuesto! -dice ofendido-, quise decir cuánto tardaría en llegar
hasta allí.
.Veinte minutos. Usted no es de por acá.

28
Abre la boca para responder pero ya el niño se ha ido. En realidad no
ha sido una pregunta. Más bien la expresión de una certeza. Hasta quizás un
reproche. Un trueno suena lejano.
Los Pisaderos es una amplia hondonada con un espejo de agua en su
centro que se amplía en los tiempos de lluvias pródigas. Tiene una belleza
singular que ha sobrevivido a los ornamentos de la civilización preocupados
por testimoniar su carácter histórico. Allí, se dice, se fabricaron los primeros
ladrillos del poblado. Salvo traspone una pequeña loma y desciende por un
medanal tapizado de pasto puna cuya humedad va mojando la pernera de sus
pantalones.
A lo lejos divisa una pequeña edificación de adobe y paja y al costado,
inaugurando un abanico de... ¿algarrobos? Descubre el pañuelo que se mece
por el viento. Al aproximarse a la vivienda un insistente aroma a salvia
impregna su nariz trayendo recuerdos de infancias pueblerinas y momentos
donde quizás la felicidad era cosa cotidiana.
La niña tendrá doce, trece años. Sus cabellos renegridos galopan en
su cara hasta cubrirla totalmente. Dos ramitos de verbena resisten entre una
delgada trenza otorgando a su perfil un efecto singular. Gira y gira entre
breves grititos con la palma derecha cubriendo los ojos y el brazo izquierdo
flameando desmañado. Gira y gira hasta que al final se detiene abruptamente
y rodea al extraño examinándolo con las manos, como lo haría un ciego. Pero
ella no lo es. Salvo agita los dedos delante de sus ojos y es atrapado por una
sensación indescifrable que recorre su espalda. La niña gira, toca su cara, ríe
con tono agudo hasta que al final toma sus manos entre las suyas y lo guía
hasta el centro del espacioso patio que precede a la ceja del monte que rodea
el lugar. A la izquierda un corral de jarilla contiene tres chivas y más aquí,
quebrando la visión del horizonte, un horno de barro despide todavía un leve
aroma a cenizas y levadura. Justo al centro, dominando la escena,
interrumpiendo el atardecer, una anciana levanta lenta y pesadamente un
hacha por sobre su cabeza.
El viento se acrecienta y los espesos nubarrones se oscurecen. Salvo
experimenta un súbito estremecimiento, las manos de la niña están frías y
todo parece irreal, una puesta de sol alucinada. La anciana grita y pronuncia
un breve parlamento ininteligible. Grita y al tiempo que su voz crece el viento

29
bate sus largas polleras negras que cubren sus pies. Todo en ella es oscuro,
hasta el pañuelo que cubre la mitad del rostro.
-¡Corta el giro!, ¡Corta el giro!.
El que escucha contiene la respiración. Hay algo en ese grito..., no es
lamento o ruego. Hay aquí furia y dominio, desafío. El cielo ruge y ella
contesta sus rugidos.
La vieja calla y baja sus brazos. El hacha parte en dos una delgada
línea blanquecina que se aprecia en el suelo, como una herida pálida.
Un trueno precede a un ensordecedor rayo que ilumina el paisaje. La
chiquilla tiembla y su acompañante se le asocia con gran perturbación. La
vieja extrae de su delantal un puñado de sal y la esparce prolija hasta dibujar
una nueva raya cruzando la anterior. Durante un largo minuto contempla el
trazado y pausadamente toma al hacha con sus dos manos, la eleva y repite
la ceremonia.
-¡Corta el giro!, ¡Corta el giro!.
Otro relámpago coincide con el veloz descenso del hacha que parte la
nueva línea del suelo. La mujer queda encorvada, como si hubiese quedado
aprisionada a la tierra y durante algunos minutos la figura, recostada contra la
vista del monte y asediada por breves convulsiones, parece representar el
acto final de un drama feroz.
La niña se desprende de su mano y corre gritando hasta donde la
silueta comienza a erguirse cansinamente. Salvo observa a ambas y nota
cómo una punzada de electricidad recorre su espina dorsal cuando los ojos
penetrantes e inquisitivos lo localizan.
La jovencita forcejea con la de más edad por el dominio del hacha, las
dos comienzan a girar hasta que la primera logra imponerse y cruza el patio
corriendo y haciendo elocuente su algazara mientras esgrime en lo alto la
pesada y filosa herramienta.
Más tarde, en el interior de la vivienda, Salvo repasa las escenas
vividas y se promete que algún día escribirá alguna crónica de esta fantástica
experiencia. El viento hace temblar las pequeñas ventanas y la llama de un
sol de noche vacila. La niña está acurrucada en un rincón murmurando una
letanía incomprensible. La vieja escruta la mirada del extraño y adivina su
pregunta.
-Es inocente -dice, y esa es toda la explicación que prodiga-.

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Salvo pregunta y Felisa responde con frases cortas.
-Usted, usted debe tener cuidado en Masallé. Allí es todo dolor y
muerte. ¡Ay, Masallé!.
-¿De qué debo cuidarme?, ¿de quién?.
-...Hay otra historia, más allá de la historia. Pero todo es..., tan lejos.
Todo es tan lejos. Cuidado. Abajo es, es como si... -calla y cierra los ojos,
extasiada con un recuerdo que la llama a un rincón incierto-.
-¿Qué es Masallé?. ¿Qué tiene que ver con Salinas Grandes?.
-Todo es lo mismo, siempre es lo mismo. Tenga cuidado cuando vaya
hacia atrás... Siempre están los que dicen que la tierra es de ellos y no saben,
pobres, que la tierra es nuestra dueña.
El grito agudo que interrumpe la frase sobresalta al hombre. La niña se
levanta bruscamente mostrando sus pies heridos por el filo del hacha con que
juega. Llora y grita y corre a refugiarse en los brazos de Felisa. Esta le toca la
cabeza y la calma. Con leves palmadas la tranquiliza y le hace un gesto al
forastero para que tome sus manos. Luego sale al patio mientras él aguarda
impotente tratado de ofrecer consuelo a ese ovillito que gime en su regazo.
La precaria puerta de entrada se abre bruscamente y Felisa penetra
empujada por el viento que hace titilar la luz del farol. En su mano aprisiona el
delantal recogido. Se acerca a la mesa y vuelca en ella un puñado de bichos
canastos que causan asombro al que contempla la escena. Con sus dedos
huesudos y largos la vieja abre cada uno de los envoltorios y con sumo
cuidado va tapando la herida como si fuera una venda. Cuando ya el corte
está cubierto la rodea con un trapo limpio y acompaña a la niña hasta una silla
del rincón donde ésta se abraza a sus piernas y se encoge mientras canturrea
con voz queda. Afuera, un perro llora.
Salvo retiene esta imagen y parte en silencio. Cuando se enfrenta con
el pañuelo es invadido por un penetrante olor a tomillo y por más que busca no
obtiene explicación a este cambio a menos que obedezca a la modificación del
viento. Un tímido brillo de la luna se vislumbra entre los espesos nubarrones.
Se despide del rancho y no deja de llamarle la atención que la tela del
¿algarrobo? haya dejado de flamear.
En la sala de espera de la coqueta terminal de ómnibus la directora
aguarda con un voluminoso sobre de papel manila entre sus manos.
-Estaba pensando que se había perdido ¿Qué ha estado haciendo?.

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-Bueno. Fui a visitar a Felisa... Paillajné.
-¿Paillajné? no me suena.
-Es la anciana que vive con la niña... con su nieta, creo, tras Los
Pisaderos.
-Salvo.
-¿Qué?.
-No vive nadie tras Los Pisaderos.
-¡Cómo que no. Yo acabo de venir de allí!. Además -dice triunfal- fue la
portera de su escuela, Isabel, la que me la indicó.
-No conozco a ninguna Isabel. Por otra parte... bueno... hace meses
que no tenemos portera en la escuela. Usted ya sabe...
Súbitamente preocupada la mujer se abraza al sobre como para
protegerlo y el periodista comprende que peligra su entrega.
-No me haga caso. Estaba bromeando.
Ella vacila unos instantes y termina cediendo.
-Adiós. Mis saludos al Maestro.
Mientras el colectivo deja atrás las últimas edificaciones una rara
sensación toca el hombro de Salvo. Se da vuelta hacia la ventanilla y ve, a
orillas del camino, la figura de Isabel casi espectral en la prolongación de su
sombra. Se levanta del asiento mientras ella lo sigue con la mirada hasta que
la curva del acceso le impide la visión. Salvo corre, entre la sorpresa y algunas
quejas de los demás pasajeros, hasta la ventanilla posterior del vehículo y
alcanza a percibir, recortada por la inmensa luna que ilumina el paisaje, la
silueta enjuta empequeñeciéndose a medida que el rodado se aleja para
hundirse en la noche victoriquense.
Vienen de la región donde el sol se pone y este es el último descenso.
Desheredados de la luz ahora van en busca de la comarca del silencio...
Los que vienen no miran hacia atrás. Dejan su solar tras la ilusión del
agua y de la gleba. Espirales de humo se elevan hacia el cielo y el viento de
otoño las hace ondular como si fueran abrazos, o quizás referencias para los
arrepentidos, señales para volver al lugar donde alguna vez la alegría se
conjugó en plural. Pero no habrá regresos, los pasos se entremezclan con
otros pasos, la caravana se adelgaza en el horizonte y uno en uno,
lentamente, atraviesan el siglo. La jarilla los guía. La diáspora ha empezado.
Los que se van no tienen retorno y tan solo los acompañan los recuerdos,

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memoria viva de cantos desangrados. Atrás, en el rescoldo de los sueños,
queda la historia que otros escribirán. Hay risas, son los niños que cantan a la
luna. Allí el pequeño Carriqueo, más acá Pichileufú y aquí la niña que va
leyendo el mensaje de los pájaros con una flor de cardo entre sus manos.
Llegan, el humo de fogones pronuncia un nuevo abrazo. El Salitral, la
Planicie... Poitahué los esperan. El que los ve murmura: bienvenidos, ustedes
han llegado a ninguna parte.

Capítulo 10

Duerme.
Cierra los ojos y prepárate para conquistar el día. No mires hacia atrás
que allí nadie te espera.
Tienes que alcanzar al sol, mi niña. Y esto que digo sostiene un deseo
y un designio.
Lo digo aquí y ahora, en esta desmesura sin nombre que se abriga en
el monte buscando su destino.
Vamos a su luz con la travesía a cuestas y un anhelo de agua
prendido en la garganta. Nos acompaña la esperanza, hija, esa señora gorda
que embarazó el oeste y avanza despacio tras el rumor del viento.
Llegará ese día, niña. Imagino una jornada en que tus hijos o los hijos
de tus hijos alcancen el futuro y jueguen con él y lo arropen como yo lo hago
con tus manos.
Manitos de flor silvestre, princesa, refugio de caricias y de pájaros.
Un día, digo, una jornada sin nubes en donde el gris vacile, un torrente
de color brotando en los chañares.
Canto y me imagino un bosque de manos extendidas, la certidumbre
alzada tocando la mañana.
Ya ves, pequeña, que está todo por verse y entono esta canción para
que te suceda.
Habrá un tiempo de luces tras las sombras. Nunca olvides que el
momento más oscuro de la noche se produce antes del amanecer. Tiempo,
digo, ese fantasma engañoso y embustero que estira los días a su antojo y
corta los sueños por capricho. No ofendas al tiempo, dulce, enfréntalo con
respeto y sin temor. No lo provoques ni te burles. Desafíalo, haz que te
obedezca, y se doblegue, que el tiempo no es nada más que un buen
invento. Una jugarreta de la razón.
Nunca, pero nunca, te ates a un momento que nada más somos una
lágrima en este largo sollozo de la historia.
Duerme. Procura que tus sueños dancen y acaricien promesas. Hazlo
sin premuras y sin vueltas, que los caminos son lentos sólo para los que
regresan.
¿Me escuchas?: canto para que me prolongues y te extiendas. Entono
este son insomne para atrapar la magia... para desafiar ausencias.

33
Canto y te canto. Duerme, portadora de sueños inconclusos que
completarán tus hijos o los hijos de tus hijos caudalosos de herencias.
Vamos, que la felicidad espera. Estira los dedos sin temores tan alto
como tus ilusiones, tan lejos como tu pasado, tan cerca como tus ganas.
Eres la dueña del porvenir, mi reina. Cierra tus ojos para desplegar tus
galas y la luz te amanezca.
No mires hacia atrás, no te detengas.

Capítulo 11

-Señor...
Al darse vuelta Salvo enfrenta un hombre desgarbado y alto. Sus ojos
grandes y grises bailotean en sus cuencos y esta característica, sumada a una
cara huesuda y barba desgreñada le imprimen un efecto inquietante.
-¿Sí?
El hombre pálido mueve sus manos dentro de un enorme impermeable
oscuro y murmura:
-Señor... ¿no ha visto llegar la noche?.
-¿Cómo?.
-Señor... ¿no ha visto llegar la noche?.
El enviado queda un momento pensativo buscando una respuesta que
no acude.
-No... no, lo siento.
El individuo examina sus ojos y al cabo de unos segundos mueve la
cabeza de lado a lado como considerando la contestación. Vuelve sus pupilas
hacia un lugar lejano y parte en busca de ese punto como impulsado por un
resorte. Un hilo de baba corre por su comisura.
Molesto y confuso el cronista se introduce en el hospedaje donde la
conserje le entrega en silencio un sobre de papel manila con su nombre
garrapateado en letra de imprenta en la portada.
-¿Qué es, quién lo dejó?.
-Ni idea. Apareció sobre el mostrador esta mañana -contesta con un
encogimiento de hombros. En sus ojos brilla una chispa suspicaz-.
-¿Algo más?.

34
-Bueno... llamó un ti... un señor medio raro que preguntó si se
hospedaba aquí. Cuando se lo dije colgó
-¿Raro?
-Tenía una voz gangosa, como esas de las películas, que si una la
siente de noche muere de susto... -humedece los labios con la lengua-. Se
nota que usted hace amistades rápidamente.
-No se vaya a creer.
-Lástima.
En la quietud de su cuarto el hombre mira los dos libros que contiene el
sobre. No hay leyendas adicionales. Uno es un manual de geografía de
Enrique Stieben que señala con un pequeño papel blanco el capítulo dedicado
a la explotación salinera en la región. El otro, de hojas amarillentas y
quebradizas es una edición de La Pampa de un tal Jaime W. Molins. La obra
data de principios de siglo y el autor, con un rigor increíble, relata el fruto de
sus observaciones por distintos puntos de la geografía del por entonces
Territorio pampeano. Es una crónica fantástica, con una prosa amena y
plagada de giros literarios reveladores de un amplio dominio del idioma.
¿Molins?. Salvo hurga en sus recuerdos y rescata el retazo de una charla
mantenida muchos años antes con un estudioso acerca de los mecanismos
que desató el pacto Roca-Runciman. Al parecer, el león británico habría
inaugurado en esos tiempos una nueva línea de examen de las lejanas tierras
americanas. La tarea del Foreing Oficce era la de proveer información de
utilidad a los objetivos del Commenwealth. El dato vaga por su mente durante
un largo tiempo hasta que sus ojos se depositan en un párrafo subrayado con
un fino lápiz negro. La información recogida por el meticuloso viajero consigna
que en los yacimientos de Salinas Grandes, en años de buena cosecha, solían
trabajar hasta quinientos obreros mientras que la dotación permanente del
lugar no era nunca inferior a los ciento cuarenta. La narración indica que en el
año de las observaciones, 1922 "un peón, tomado en conjunto con relación a
los diversos menesteres del ingenio, vale por algo más de dos toneladas
diarias. Gana un jornal de tres pesos, estirable a seis en tiempos de cosecha
(...) el rendimiento de mil toneladas por día".
Algunas páginas más adelante otro párrafo llama su atención. Molins
reproduce la charla que ha tenido en la zona de Pico con un anciano peón que
actuó como soldado en las campañas al desierto.

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"...yo he visto las arrias indígenas, cargadas de sal, camino de Naicó,
rumbo a las cordilleras. Y le garanto que eran por lo menos cincuenta
cargueras y más de treinta lanzas que les venían pisando los garrones...
Estaba yo entonces, destacado en patrulla volante y bajo las órdenes del
comandante Clodomiro Villar... Éramos diez de la partida, internados campo
afuera, siguiendo los rastros de una indiada, que había pasado tres días atrás.
Como a doce leguas de la laguna Mari Mamuel, la cruzada de un monte de
caldenes nos separó y quedé con los soldados entre unos medanales más
traicioneros sin víveres, sin pilchas y hasta sin tabaco..."
Deslumbrado por lo que acaba de leer rasca su nuca y sonríe
evocando al atildado ministro de Gobierno. Deja que sus pensamientos se
entretengan en establecer quién será el autor del envío. Pasa y repasa los
nombres de todos los que ha conocido y no encuentra respuesta. ¿Alguien
más está enterado de su llegada y del motivo de su misión ¿Quién?.
Cuando sale con rumbo a la casa del Maestro observa en la vereda de
enfrente pero sus ojos no detectan la enigmática presencia del buscador de la
noche. Con el paquete de fotocopias que trae desde Victorica se interna en las
calles de tierra del borde de la ciudad y en su abstracción no advierte la
mirada que sigue sus pasos desde que ha abandonado el hospedaje.

Capítulo 12

-Bueno, tenía razón, la biblioteca de Victorica es una verdadera caja de


sorpresas.
El viejo apenas contesta con un encogimiento de hombros mientras
sus ojos ansiosos repasan los papeles que acaba de entregarle el viajero.
Cada tanto lanza una exclamación y luego sonríe satisfecho. Al cabo de media
hora, Salvo comienza a sentirse fastidiado en su asiento completamente
relegado por los documentos que ha conseguido.
-Lindo pueblo Victorica.
-Ajá.

36
-Y la directora de la biblioteca le tiene gran cariño. Le envía sus
saludos.
-Me lo esperaba.
-El viaje es algo lento pero agradable.
-¿Viajó en tren?- el anciano apenas levanta la vista.
-No. En micro.
-Me lo imaginaba.
El semblante de Salvo se congestiona.
-Maestro...
-¿Si?.
-¿Que sabe de Masallé?.
El profesor deposita suavemente las fotocopias sobre la mesa y
levanta la mirada súbitamente interesado.
-Masallé: ¿de dónde sacó eso?.
-Es una historia larga. Después que usted termine con los papeles se
la cuento.
El anciano queda pensativo y un ramalazo de cólera pinta sus
pómulos. Lo mira hasta que ausculta la incomodidad de Salvo y entonces,
sólo entonces, prorrumpe en una sonora carcajada. El visitante se sorprende y
al fin se contagia hasta que ambos terminan con las lágrimas rodando por las
mejillas.
-Salvo, usted es un pillo.
-Y usted un viejo cascarrabias.
-Bueno, bueno. Está bien. Mire: vuelva mañana así no pierde tiempo
conmigo y avanza en sus otras cosas. Para entonces le prometo un resumen
de lo que tenemos entre estos papeles. Aquí, che, tiene para mil historias.
Sólo hay que saber buscar. Por lo pronto ya veo que faltan las actas de 1600 a
1700.
-¿Tan atrás había actas?
-¡Otra vez con lo mismo! Claro que había actas. Ustedes los
periodistas creen que...
-Está bien, está bien. No empecemos. Tengo un amigo en Buenos
Aires que puede conseguir las que falten.
-Eso está bien y... Salvo.
-Qué.

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-No está mal eso de Masallé. No está nada mal eso de Masallé. Algún
día, cuando terminemos con esta historia, le voy a contar otra.
-No sea rencoroso. No me deje con la intriga.
-No..., no.
-¡Vamos, sólo un anticipo!.
-En ocasiones, para simplificar o hacer más comprensible el tema
decimos mapuches a todos los antiguos habitantes estas tierras. La voz viene
de mapu-tierra y che-gente. En realidad el término engloba diferencias
grupales: los ranculches, de los carrizales, son los que se ubicaron en la parte
anegadiza del río Salado y el río Atuel, en sus bañados; los pehuenches
venían a estar al Oeste del río Salado y más al Este de los ranculches
ubicamos a los mamulches, es decir, los habitantes del monte de caldén. En
las salinas estaban los chadiches (chadi-sal) o voroganos. Estos son los
provenientes de Chile que a sus muertos, después de haber pasado un tiempo
sepultados los volvían a desenterrar. Limpiaban sus huesos, los pintaban de
colores y los depositaban finalmente a orillas del océano Atlántico. Aquí, ¿se
da cuenta? hay un mensaje espiritual subyugante y formidable...
-Esto es..., fantástico.
-¿Le parece?.
-Estoy impresionado.
-Así que Masallé, ¿eh?. Usted va a tener que hablar con mi amigo
Juan.
-¿Quién?.
-Juan. Juan Linyera.

Capítulo 13

Coloca una a una las tacitas blancas sobre la baranda calada de la


máquina de hacer café que deja caer sibilinamente un delgado chorro de
vapor. Forma un cono con los dedos de su mano izquierda y lo enguanta con
una servilleta; luego, coloca en su interior cada pocillo y con un imperceptible
movimiento giratorio seca su interior. Lo hace con tanta rapidez y destreza que
Salvo se detiene a mirarla pero la contemplación no se prolonga por mucho

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tiempo, porque la mujer de rostro ajado y manos hábiles, se siente
descubierta. Corre al interior de la cocina abandonando la estiba de porcelana
que reluce entre los cromados de la máquina a manera de un extraño adorno
navideño. El parroquiano es el único en el amplio salón y eso le produce una
breve satisfacción pues significa que nadie disputará su mesa del anillo. La
playa no registra movimiento de vehículos y sólo se divisa un taciturno agente
de guardia que bosteza aburrido a la espera de las bulliciosas y atractivas
jovencitas que todas las mañanas salen expulsadas de los micros
provenientes de poblaciones cercanas y parten corriendo hacia sus colegios.
-¿Cómo le fue por Victorica?- el mozo lo saluda mientras deposita la
taza sobre la mesa carcomida, saturada de muescas y quemaduras de
colillas.
-No sé qué decirle. En algunos aspectos creo que bien, pero... hasta
ahora tengo más preguntas que respuestas. Y sobre todo, tengo muchos
silencios.
-Es que hay que saber leer en los silencios.
-¿Qué me quiere decir?.
-Lo que escuchó. Que hay un misterio una extraña sabiduría en los
silencios y, si uno tiene el tiempo, las ganas y la inteligencia puede saber a
través de ellos mucho más que si leyera una enciclopedia.
-Usted tiene la virtud de dejarme siempre con cierta intriga...
-En realidad, saber leer los silencios es más bien simple. Lo difícil es
conocer sus motivaciones, descifrarlos.
-¿De dónde saca esas cosas?.
-¿De dónde si no de la vida?. ¿Quiere que le cuente una historia?.
-Me la veía venir -sonríe resignado-. Dele, soy todo oídos.
-La niña tendría catorce..., quince años. Era la mayor de ocho
hermanas. Por supuesto, como se imaginará, una carga para su madre
soltera. Una verdadera carga. Un buen día estaba horneando pan y se
aparece un hombre mayor, puestero de un campo cercano a la vivienda de la
chica. La cosa es que el hombre comienza a hablar bajo con su madre y ella
escucha palabras sueltas que la inundan de temor. ¡La están casando!. De
manera que corre hasta su pieza, hace un atadito con las pocas ropas que
tiene y se va corriendo por entre el monte.
-¿A dónde?.

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-No se apure. ¿Quiere otro café?.
-Salvo repara en la olvidada taza y lleva la infusión a sus labios
notando que está helada.
.No..., no. Siga por favor.
-Ella tiene una amiga en el pueblo que le presta unas monedas. Estos
centavos le alcanzan para tomar el tren que la traerá a Santa Rosa. Aquí, más
vale, pasará todas las peripecias habidas y por haber hasta que un día una
mujer la contrata cama adentro para todas las tareas de la casa.
-¿Disculpe... pero... esto qué tiene que ver con los silencios?.
El mozo hace un gesto de impaciencia y acomoda la servilleta sobre su
hombro en una maniobra que vuelve a maravillar al periodista.
-Entre sus múltiples quehaceres la niña tiene que cebarle mate a la
mujer. Pero con una condición.
-¿Cuál?.
-Que debe hacerlo sin tocar jamás la bombilla con su labios.
-¡Epa!.
-¡¿Se da cuenta?!. Mañas de ricos. La cosa es que la piba se convierte
en una experta de la cebadora de mate sin sorberlo y cuidando que el agua
esté en la temperatura adecuada y que, además, no se lave. Toda una
hazaña. Entre paréntesis, ¿sabe cómo se hace para establecer si el agua está
a punto? -Salvo no contesta-. Bueno, le digo: cada tanto levanta la tapa de la
pava y la observa a contraluz, cuando percibe una nubecita de vapor es que
se encuentra lista para servir. ¡Qué me dice!... Bueno, le sigo contando. Un día
de verano la dueña de casa estaba tomando sol en el patio mientras su bebé
de meses chapoteaba en una de esas piletitas de lona. ¿Las conoce?: son
esas cuadraditas que...
-Las conozco. Siga, siga.
-Bueno. Se imaginará. El calor, la modorra de la sobremesa. La mujer
se queda dormida y sólo se despierta cuando un grito se cuela entre su sueño.
Al abrir los ojos ve a su pequeño que se ha hundido en el agua y está quieto,
demasiado quieto.
-¿Se le murió?.
-Desesperada comienza a dar alaridos y se desmaya. Alertada por el
vocerío la piba de los mates sale al patio y al ver la escena atina a sacar al

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niño del agua y lo pone patas para arriba, como ha visto tantas veces hacer a
su madre cuando alguna de sus hermanas se atoraba.
-¿Y dio resultado?.
-No.
El rostro del visitante se congestiona.
-No. Entonces la chica hace lo que también sabe que se hace en estos
casos. Le tapa la boca con la suya y comienza a darle aire.
-¿Y?
-Y sopla, sopla, sopla hasta que se queda sin aliento. Llora y sopla, y
se cansa y sigue soplando. Hasta que nota el primer latido y ve que ese
pequeño rostro morado se contrae en una mueca y luego en otra que anuncia
el llanto. La niña lo abraza y también llora y así es como los ve la madre
cuando se recupera de su desmayo. Sin palabras le quita el niño de su regazo
y lo abraza, también llora. Todos lloran y lloran. Y... ¿sabe una cosa?:
-Me lo presiento.
-La niña nunca le dijo cómo salvó al bebé. Y digamos también que la
mujer nunca preguntó cómo salió el niño de la tina de goma.
-Es una historia increíble.
-¿Vio?. Al final tanto esfuerzo y el pibe viene a morirse jovencito por
una de esas enfermedades raras que vienen ahora.
-¿Y por qué nunca le dijo que salvó al pequeño haciéndole respiración
boca a boca?. ¿Qué problema iba a tener?. Al contrario...
-¿Cómo saberlo?. Ahí está lo que le decía al principio. Son extrañas las
razones del silencio. Creamé que a mí también me intriga este asunto y cada
tanto me dan ganas de preguntarle.
-¿Preguntarle?.
-Sí. ¿No se lo dije?. Aquella niña es la señora de la cocina. Recién
estaba ahí apilando los pocillos.
Salvo mira al mozo y durante un largo minuto no pronuncia palabra.
-Usted es increíble. Tráigalo.
-¿Traiga qué?.
-Que me traiga ese maldito café que me ofreció, que este es un hielo.
El hombre retorna con el pedido y se da vuelta para retirarse. Salvo
toca su brazo.

41
-¿Sabe una cosa? Usted le erró al oficio. Debió ser cuentista..., o
escritor.
-Como que me llamo Macedonio.
-¿Cómo?.
-Macedonio. ¿Le parece raro?.
-No. No se ofenda. ¿A su padre le gustaba la literatura?.
-Bastante, pero me puso ese nombre más por el anarquista que por el
escritor. Yo, en cambio, pienso que Macedonio era mejor escribiendo sobre
conspiraciones que conspirando. Como Arlt, ¿vio?.
-O como Marechal.
-O como Borges.
-El enviado del Cronista Nacional entreabre sus labios pero le resulta
imposible encontrar palabras para pronunciar. Un viajero de rostro macilento
se sienta en la mesa cercana y Macedonio corre a servirlo. Momentos más
tarde ingresan nuevos pasajeros y el cronista se acerca al mostrador para
pagar su consumición al mozo que trajina con la vajilla.
-Macedonio...
-¿Sí?.
-Gracias.
-No tiene porque darlas señor.
-Por favor, dígame Juan.
-Bueno. Adiós Juan.
-Chau, Macedonio.
Gira para enfrentar la salida y el filamento de una mirada resbala en su
espalda. La mujer de los silencios tiene los ojos pardos y Salvo juega a
adivinar todo lo que ellos han visto mientras va al encuentro de su próxima
cita.

Capítulo 14

Espesas y caprichosas las columnas de humo se escapan de las


boquillas de los hornos de ladrillos. Con la complicidad del viento van
creando la ilusión de un enrejado enmarañado que marca la frontera con la
otra orilla de la laguna. Es el lado Oeste de la ciudad donde naufragan los

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restos de Villa Tomás Mason. El emplazamiento en que las reverberaciones
del sol ya no lastiman los ojos y donde, en consecuencia, se obtiene la mejor
visión del poblado. No en vano esa es la localización que el fundador de Santa
Rosa eligió como epicentro de sus dominios. El techo del mangrullo se deja
ver tras el bosque de eucaliptus y los renuevos que amenazan con verdear. El
pasto deja entrever un sinuoso sendero que conduce hasta la extraña morada.
Tras sortear el último recodo la figura enjuta de Juan Linyera deja de
ser una especulación y confirma la idea preliminar que Salvo se ha formado de
su próximo entrevistado.
El hombre camina ensimismado con las manos enlazadas en su
espalda y cada tanto se inclina para recoger pequeñas piedras y ramas que va
colocando en los bolsillos de un antiquísimo saco marrón. Cuando la sombra
delata al visitante, levanta la vista y esta acción hace brotar en la frente varias
líneas de arrugas.
-Usted es el que viene por lo de Masallé -dice exhalando un largo
suspiro como si hubiera estado conteniendo la respiración hasta ese
momento.
-Bueno..., sí. ¿Cómo lo supo?.
Una sonrisa pícara baila en los ojos del hombre y Salvo siente el peso
de la incomodidad en sus manos, que refugia en los bolsillos.
-Masallé..., ay Masallé. Masallé es un largo quejido.
-¿Ese es su significado?.
-¡No!, no -la sonrisa reaparece-. Ha sido una metáfora presuntuosa.
No: Masallé es... algo más que un lugar; ya usted lo descubrirá, si es que
puede y lo dejan. Allí pocas veces habitó la felicidad. La ambición y el poder
merodearon por la región desde siempre y el resultado es... un largo gemido.
Embrujos del dolor, que le dicen...
La casa está sostenida por largos listones de madera y caña con varios
descansos a los que se accede por una precaria escalera. El piso superior
está constituido por una única habitación rodeada por barandales desde
donde se puede contemplar una panorámica incomparable. El recién llegado
respira agitado por el ascenso y pasea la mirada por el interior para reponerse
y tratar de penetrar en la intimidad de ese hombre que lo desconcierta. En un
rincón un estrecho catre de campaña de patas cruzadas alberga un pesado
portafolios de robusta constitución. Gastado por quién sabe cuántos ajetreos

43
su color contrasta con la manta bermeja bordeada por filas de siete colores
que también están desapareciendo. A su lado una palangana enlozada
sostenida por una base de hierro forjado y, sobre el parante de madera, una
larga crin blanca donde descansa un delgado peine de mango, como si fuese
un olvidado cisne negro. Aquí una mesa de madera de caldén, cuatro bancos
y más allá una hornalla y estanterías donde se apilan, con extrema prolijidad,
piedras de extrañas formas, puntas de flechas, chaquiras multicolores,
plumitas de ignotos pájaros, papeles de color amarillo garrapateados con una
singular caligrafía y libros, libros. Cientos de ellos.
-¿Le cansó la subida?
-No- miente-.
-...Era la residencia de los Vorogas y el acceso a las salinas. Tierras
incitantes que aún hoy conservan su hermosura.
-¿Y qué pasó?.
-Calfucurá posó sus ojos en ellas y en esta mirada se despertó la
obsesión por sus dominios. Hay quienes sostienen que el mismísimo Rosas
no estuvo ajeno a este movimiento.
-Pero... ¿por qué?.
-¿Por qué hacen los hombres lo que hacen?. Probablemente la
respuesta esté en la historia de la humanidad. Masallé tenía sal... y la sal era
oro. Y el oro es dominio y poder -Las arrugas afloran en la frente prologando
un nuevo suspiro-. Arcaica letanía colorada/ o canto de muerte/ borogano./
Médano rojo,/ ¡Ay Masayé!/ Quebrada tribu,/ !Ay Yalmaché¡/ YA, ya, ya,
aaaah.../ Curú Agué,/ Nahuel Quintún, /Calvú Turem, /Curú Locó,/ Carú Agué,/
Millá Pulquí,/ Melín, Alún,/ Calvú Quirqué/ Todos murieron/ ¡Ay arenal , lanzas
y gritos!/ Tembladeral./ La muerte vino, / Malú Mapú,/ a los borogas/ como una
luz./ Los adivinos del carrizal./ Rondeau,/ cacique del medanal,/ capitanejos
sin perdonar,/ gargantas rojas/ del degollar/ y los ancianos/ de nuestro lar/
desechas carnes/ sin palpitar,/ todos rodaron/ bajo el fulgor/ de piedras locas/
del invasor./ Guerrero toro,/ Calfucurá ,/ que nos trajiste/ tu tempestad./ ¡Ay
peregrinos/ de destrucción !/ ¡Ay comerciantes/ de maldición!/¡Ay Cara negra!
¡Flecha de Oro!/ ¡Ay Cara Verde, / Cabeza Negra!/ ¡Canas azules!/ ¡Médanos
rojos!/ ¡Ay Masayé! / Ya, Ya, Ya,... ya... aaaah! .
Juan Linyera calla, exhausto. El cronista lo acompaña en su silencio y
los dos permanecen en ese estado sin atreverse a quebrar con palabras los

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excitantes vericuetos del pensamiento. Cada tanto el poeta quita un platillo de
metal que cubre su copa y la lleva a sus labios. Pero no bebe. Besa sus
bordes mientras la mirada vaga en el horizonte que se alza tras el barandal.
Salvo se levanta y fija sus ojos en el Oeste imaginando la belleza de un
atardecer y en ese instante comprende que el mangrullo ha sido diseñado
para apreciar todo el recorrido del sol... Sorprendido por su descubrimiento
rompe el pacto.
-¿Siempre escribe en este lugar?.
-Hace tiempo que no lo hago. No, en este lugar recuerdo y aguardo...
-¿Qué?
-Las musas. ¿Ve? por allí desaparecieron y por aquí, en el levante,
quizás retornen algún día.
Tras las suaves lomadas del poniente van cobrando altura densas
nubes de humo. Ellas anuncian el comienzo de las tareas de construcción de
las picadas contra los inexorables incendios que sobrevendrán en unos pocos
meses más. El humo, el polvo de los tractores y la caída del sol conforman un
inmenso fresco de la infinitud. El periodista se sumerge en esta idea y otra vez
es sorprendido en su pensamiento.
-Parece un amanecer ¿no es cierto?.
-Pues...
-Hay un instante, uno solo, un momento en que el horizonte dibuja un
camino al sol y se produce una abstracción, una especie de revelación
mágica, en que el atardecer semeja el nacimiento del día. Esta es mi serpiente
de Chichén Itzá. Un fragmento de tiempo en que los claroscuros juegan una
hermosa jugarreta al raciocinio.
El hombre de prensa se queda jugando con las posibilidades de la
imaginación y al cabo de una larga pausa comprueba que se le ha hecho
tarde. Mira infructuosamente buscando algún reloj y repasa la pregunta que
tiene en la punta de los labios y no sabe si podrá formular sin que suene a
intromisión.
--Bueno, me voy, se me ha vuelto tarde... Juan, ¿qué pasará si no lo
hacen?
-¿Si no lo hacen?
-Las musas, digo, qué pasa si no retornan.

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Juan Linyera despega sus labios del borde de la copa y medita
la respuesta.
-Entonces..., entonces, ejecutaré un esguince tuñonesco y me
introduciré en el último mutis. En el diario del día siguiente dirán que el poeta
murió al amanecer. ¿Usted me entiende?.
Esta vez Salvo aprisiona su contestación y comienza a descender la
empinada escalera. Cuando llega a tierra firme mira hacia lo alto para
despedirse de la figura de Juan Linyera que, con las manos en la baranda,
posa sus ojos obsesivos en el lugar desde donde amanece.
Vacila, su corazón vacila, y en cada desencuentro una tibia penumbra
le acaricia la cara. Tropieza, su corazón tropieza, y un galope feroz le penetra
en el pecho agrietando el coraje. Lamenta, su corazón lamenta, y un olvido
especial engañoso y triunfal va trepando a mansalva. Recuerda, su corazón
recuerda, y un aullido, una voz, una débil canción le conmueven el alma,
porque su corazón, más allá del dolor, está vivo y le canta.
Una eternidad más tarde hace girar el picaporte del lugar donde se
aloja. La mujer de la recepción lo inspecciona con ojos inquisidores y
dictamina.
-¡Hombre, se lo ve cansado!. ¿En qué cosas anda?.
-Descuide, son los achaques.
-Bueno -dice melosa- no se lo ve tan viejo.
-No se crea. Es todo maquillaje.
La mujer ríe y sin decir palabras le alcanza de su casillero la llave de la
habitación y un papel con dos mensajes. Debe llamar urgente a Álvarez, de
prensa, y alguien que no se ha identificado quiere saber si va a estar en la
ciudad el fin de semana.

Capítulo 15

Un hombre, con guardapolvos de un desteñido azul, arrastra un


pesado y ancho escobillón con el cual empuja montículos de aserrín embebido
en gasoil. A paso lento avanza encorvado cubriendo cada franja del extenso
pasillo rumbo a las oficinas del segundo piso de la casa de gobierno. Nadie se
atreve a cruzar en su camino y los pocos empleados públicos que transitan

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por allí, respetan el trabajo como si fuese una melga singular. De ella podría
brotar, algún día, quién sabe cuándo, vaya a saber qué cosa. Álvarez espera
que el escobillón acometa con la tercera hilera de baldosas y empuja al
periodista hacia el acceso al despacho.
-Vaya con cuidado que el ambiente está caldeado -murmura en forma
casi inaudible-.
-¿Por alguna razón en especial?.
La repuesta queda flotando en el aire. La delgada figura del ministro
aguarda con la puerta entreabierta y a Salvo le basta una mirada para advertir
que, en efecto, el ambiente está caldeado. Tras un saludo protocolar y
ausente de entusiasmo el funcionario toma un ejemplar del Cronista de su
escritorio y golpeando la página con el dorso de la mano increpa.
-¡Le parece!. ¿Le parece que esta es forma de comportarse para
quienes le han dado todo el apoyo?.
-Perdón -dice confundido- no alcanzo a entender.
El ministro mastica las palabras.
-Le estoy diciendo si es justo que luego de todas las facilidades que le
hemos dado usted nos retribuya con estas notas.
-Bueno, ¿qué me quiere decir?, ¿qué están mal escritas o que no se
ajustan a la verdad?.
-¡Y encima me toma el pelo!. Aquí... aquí - golpea nuevamente la
página como para castigarla- dice cosas que nos dejan muy mal parados.
Desde arriba me ha llamado ayer para pedirme explicaciones.
-Esa es otra cuestión. Me he limitado a comentar las primeras
impresiones de este viaje y los elementos con los que me encontré.
-¡Pero aquí especula que le estaríamos ocultando datos!
-¿Y no es así?.
-Además dice que soy ministro de Gobierno.
-¿Y no es así? -la intriga de Salvo se manifiesta con un arqueo de
cejas-.
-Para que sepa soy titular de la cartera de Gobierno, Educación y
Justicia y como si fuera poco pone todas estas cosas en página impar. Esto es
un... un...
Salvo se levanta e imita la representación ministerial apoyando sus dos
manos en la mesa. Sus pómulos se encienden.

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-Escuche ministro, ¿me ha llamado para retarme?.
-Piense lo que quiera. Le estoy diciendo que pone cosas que no se
ajustan a la verdad.
-¿Me está llamando mentiroso?.
-Me limito a comentar un hecho, nada más.
-Mire: no le debo nada y creo que tiene que estar agradecido.
-¡Pero qué descaro!.
-Sólo he puesto en mis crónicas las dificultades que tengo para
profundizar en esta cuestión. En cierto sentido le he cuidado las espaldas.
-¡Vamos!- la sonrisa suena a sarcasmo.
-Lo que le digo. He puesto que resulta llamativo que estemos ante un
suceso nacional y aquí sólo se puedan obtener respuestas escolares y
postales turísticas.
-¿Y qué otra cosa iba a poner? -desafía-.
-¡Me extraña, ministro!, podría haber escrito que aparece como una
razón deliberada la circunstancia de que no se localicen documentos
fundamentales, no existan referencias, todo sea superficial. Podría haber
dicho que esto es sugestivo y que usted, como ministro político, o esconde
datos adrede o no cumple cabalmente con su función. Con esta suma de
elementos no hay que ser muy inteligente como para comenzar a elaborar la
hipótesis de una intriga o calificar la ineptitud de algunos funcionarios -deletrea
la frase-. Quizás a alguien en el ministerio del Interior le interese leer algo así.
-¿Y por que no lo dijo?- balbucea.
La voz de Salvo suena cansada mientras vuelve a su asiento.
-Porque estoy viejo y cascoteado para emprender algunas luchas.
Porque sólo vine a este lugar imaginando unos días de descanso y una
cobertura dulce y me encuentro con escollos por todos lados. Además...
porque no estoy muy seguro de que mi diario me respalde en algo mayor. No
se por qué -suspira- le estoy contando todo esto.
La confesión opera como un bálsamo en medio de la charla. Es una
especie de catarsis y ambos se quedan en silencio durante largos minutos
sopesando el nuevo giro de la conversación. El ministro carraspea.
-¿Sabe qué pasa?. Estamos todos muy sometidos a alta presión. Este
asunto nos ha desbordado. ¡No vaya a poner esto, se lo suplico!, nadie sabe

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nada, todos parecen conspirar y hasta el gobernador esta desorientado y,
entonces, ¿qué es lo que pasa?.
-¿Qué?.
-Que todos se descargan en este ministerio, como si esto fuera un gran
fusible. Cuando le dije que nos poníamos a disposición de la prensa fui
sincero. Lo que sucede es que no sabemos más de lo que usted ya conoce.
-¿Y qué va a hacer para remediarlo?
-No se pase de la raya. Le estoy diciendo que vamos a procurar todas
las respuestas. Es sólo cuestión de tiempo.
-Bien, pero...
-¿Qué?.
-Que los tiempos que manejan ustedes no son los míos.
-Ese es problema suyo. No vaya a volcar por ir muy ligero.
-Eso suena a advertencia.
-Es un consejo, un buen consejo. Si quiere ponga que además de
postales aquí damos buenas recomendaciones.
Los pisos del largo pasillo relucen y las suelas de goma de Salvo
rechinan mientras se dirige a la salida. Al pasar por el hall central lo espera
Ávarez con los ojos llenos de preguntas.
-¿Y?.
-Tenía razón. Hay calor en el ambiente.
-Ajá -asiente moviendo la cabeza-.
-Yo diría que hemos establecido un histórico pacto de no agresión. Un
empate táctico, digamos.
-Bueno, no es tan malo. Además, hay novedades.
-¿Cuáles?.
-El director de Turismo acaba de confirmar que hay un coche a su
disposición para llevarlo a Salinas mañana por la mañana. Yo lo acompañaré.
-Subestimé al ministro: es más rápido de lo que pensaba.
-Bueno, no lo tome a mal, pero me parece que ustedes, los de la gran
ciudad, tienen una idea del tiempo medio particular.
-¿Sí?.
-Confunden rapidez con eficiencia y creen que el resultado de esta
ecuación se llama tiempo.
-¿Y no es así?.

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-El tiempo, amigo Salvo, es un fenómeno de extraña medición. Casi,
casi como que es fruto de una gran arbitrariedad.
-¿Cuál?.
-La gran arbitrariedad de nuestro propio pensamiento.

Capítulo 16

La comunicación está surcada por ruidos de estática y las voces


suenan distantes.
-Rodolfo, hablá más fuerte que no te escucho, hay una fritura increíble.
-Viste, salame, eso te pasa por alabar la modernidad. ¿Cómo van las
cosas?.
-Más o menos, no avanzo mucho. Aquí siguen esperando a alguien de
Interior que venga a socorrerlos. Por lo demás hoy el ministro me pegó una
apretada por las notas de esta semana.
-Esos son los riesgos de la mayéutica. No te quejés que sarna con
gusto no pica.
-Está bien, pero aquí hay bastante calentura.
-Y bueno, comenzá a pasteurizar tus artículos.
-¡Justo vos me decís eso!.
-Eso es lo que querés escuchar ¿no?.
-No me cargués que ya estoy lleno.
-Está bien, no te chivés. Sólo te estaba comentando lo que hay en el
manual de consejos septentrionales para este tipo de situaciones. En lo que a
mi respecta ya sabés que podés contar conmigo.
-Bueno -dice con tono irónico- eso me deja más tranquilo. Ya te hacía
practicando los primeros auxilios del tartufismo de la última hora.
-Está bien, pero nunca olvides ese sabio pensamiento que sostiene
que el hombre es el único salame que tropieza dos veces con la misma piedra.
¿Captás la sutileza?.
-Mmm.
-No hay que confundir cobardía con preservación ni gordura con
hinchazón. A veces la línea divisoria es más flaca que mi billetera.
-¿Qué me querés decir?.

50
-Que no hay que desdeñar al empirismo. ¿Me entendés?.
-Algo..., más bien nada.
-Mirá hermano: existen principios inmutables, como las utopías hasta
que éstas se concretan o son reemplazadas por otras superadoras, y hay
ideas de coyuntura que esa propia coyuntura transforma en aleatorias. En los
tiempos del infantilismo fui víctima de esta enfermedad: todos éramos
inflexibles en las tácticas y flexibles en la estrategia. Así nos fue, muchos
fueron a parar al carajo. Menos mal que uno aprende, o cree que lo ha hecho,
lo que nos permite madurar y crecer. Si no fuera así todavía estaríamos
hablando en arameo o colocando pastito a los Reyes Magos.
-Te entiendo, pero prefiero que me vean preservado y gordo a cobarde
e hinchado.
-Bueno, si te lo vas a tomar a la chacota.
-Está bien. Otra cosa: ¿me podrás conseguir las actas del cabildo
correspondientes al siglo XVII.
-¡Tanto!. Cuidado, no te vayas a caer en el famoso pozo de la historia.
-No te pongas pesado. Además, tratá de buscar algún indicio sobre
cómo surgió esta cuestión de La Pampa y Salinas Grandes.
-Está bien, tomo nota. Decime: ¿cómo te trata la gente de la inmensa
llanura?.
-Ya te voy a contar. Esto está lleno de personajes en busca de un
autor.
-Ya veo, estás atravesando por el meridiano discepoliano.
-Algo así. Prepará el Geloso que te paso la nota para esta semana.
-Bien. ¿Juan?.
-¿Sí?.
-De vez en cuando no está nada mal pensar en ponerle pastito a los
Reyes Magos.
-¿Sabés a dónde te podés ir?.
-Por supuesto. A buscar el Geloso.

Capítulo 17

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Introduce el último cabito del lápiz de tinta que utiliza para sus
correcciones en el sacapuntas atornillado en el borde del escritorio. Mueve
con firmeza la manivela y comprueba con disgusto que del lápiz sólo ha
quedado su extremo de goma. Abre el cajón de la izquierda donde descansan
decenas de rabos. Revuelve y encuentra uno de mediana longitud. Satisfecho
lo toma y se enfrasca nuevamente en sus papeles. Los hay sobre el escritorio,
pegados con alfileres, en los estantes de las bibliotecas, colgando de broches
en la lámpara de mesa y asomando en los cajones inferiores. Nadie puede
negar que el Maestro se ha tomado en serio su tarea. Salvo lo observa y no se
atreve a quebrar la ceremonia de la ávida lectura. Silencioso se acerca hasta
el centro de la habitación y se sienta en la esquina de la única silla que ha
quedado libre de la invasión de cuartillas.
-¿Recién llega?. Lo esperaba antes.
-Disculpe, me demoré porque no había línea con Buenos Aires.
¿Encontró algo interesante? -inmediatamente lamenta la pregunta. El Maestro
levanta la mirada y lo fulmina con ojos de furia. Abre la boca para lanzar una
de sus imprecaciones pero Salvo ya se ha repuesto.- No se gaste, me doy por
retado. Quise decir si hay algún documento que nos pueda ayudar en nuestra
búsqueda.
-Al ver, verás. Recuerde siempre este antiguo axioma. Todo sirve, sólo
hay que hacerlo servir.
-Bien, ¿qué tenemos?.
-Con excepción de las actas que faltan...
-Ya he pedido que me las localicen.
-Bueno, aún sin ellas hay aquí un panorama muy preciso de nuestro
país hace más de tres siglos.
-¡Tres siglos!. Pero en esa época no había ni los gatos.
-No me provoque jovencito. Ni tanto ni tan poco. En realidad Buenos
Aires era una pequeña aldea barrosa y precaria. Muy propio de una
emplazamiento que comienza a edificarse en los suburbios de la nueva
civilización.
-En realidad, hace tres siglos, calculo que toda América sería igual.
Esta se la dejo pasar en honor a su ignorancia. Vea, che, Potosí, a
mediados del siglo XVII era una ciudad de ciento sesenta mil habitantes, más
grande que cualquier metrópoli europea, tal vez excepto París. El área minera

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de metales preciosos, plata y oro, demandaba no sólo alimentos, bebidas y
telas de la más variada calidad y origen, sino también de ganado mular para la
explotación de las minas y el transporte en regiones de montaña. Buenos
Aires, fijesé en lo que le digo, producía alrededor de cincuenta mil mulas
anuales que se comerciaban en el mercado de Salta. También enviaba arreos
de miles de cabezas de ganado vacuno.
-¿Para satisfacer qué demandas?.
-En parte para América y en parte para Europa. Los requerimientos
eran especialmente de cueros, cebo y carne salada para la esclavatura,
llegando a exportarse por vía legal alrededor de un millón de cueros anuales.
¿Qué me cuenta?.
-Me deja sin palabras.
-Y eso no es todo -la cara del Maestro rezuma satisfacción ante la
atención que ha concitado en su visitante-. La producción ganadera de la
llanura pampeana era duramente disputada entre los blancos y los indígenas,
que a su vez la comerciaban con los productores del área chilena por la larga
ruta, la rastrillada de las vacas.
Salvo queda pensativo intentando introducir alguna observación
inteligente para fomentar la sorpresiva locuacidad del Maestro. Piensa, piensa,
pero no logra conformar ninguna pregunta que justifique su intervención. Al
final, se decide:
-Me doy cuenta de que esto no era un desierto pero... igualmente hay
una distancia sideral entre estos confines y el resto de América.
¡Por supuesto!. Basta comparar la arquitectura de nuestro cabildo y el
de Chile. Hace más de tres siglos estábamos, como le dije, en las orillas de la
civilización -desde la perspectiva europea, se entiende-, también estábamos
en los arrabales de la cultura. Baste con señalar que nos referimos a los años
que alumbraron a sor Juana Inés de la Cruz, por ejemplo.
-¿Y en Europa qué pasaba?
El maestro sonríe.
-Eran los tiempos de los tres mosqueteros. ¿A esos los ha sentido
nombrar, no?.
-Le perdono la insolencia sólo por que es usted un anciano, que si nó...
-Vamos, vamos, pregúnteme lo que tiene en la punta de la lengua.
La intriga aflora en la cara del cronista.

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-¿Sí?.
-¡Vamos!. Se sale de la vaina por preguntarme qué cornos tiene esto
que ver con La Pampa, los aborígenes y Salinas Grandes.
-Ya que lo dice...
-Vea: la guerra contra los originales se inicia en el territorio de la
república, con la conquista española en 1536, que es la fecha de la primera
fundación de Buenos Aires, y finaliza trescientos cuarenta y tres años más
tarde con la campaña al "desierto" del ejército nacional en 1879.
-Un conflicto secular.
-Sin quererlo ha formulado una verdad incontrastable: en realidad yo
reduje mi explicación a un segmento histórico para que a usted le fuera fácil
comprenderlo. Pero me es necesario precisar que los términos de esta
contradicción (dos culturas, dos razas, dos formas de concebir al mundo...) no
se han agotado sino que en la actualidad adquieren perfiles diferentes. ¿Va
captando?.
-Esta aclaración me ayuda mucho para entender algunos datos de
nuestra actualidad.
-No sea demagogo, che. Sigamos. Casi tres siglos y medio de guerra
requieren de una explicación comprensible que no puede surgir sólo de una
especulación intelectual. Cada vez más son necesarios elementos de prueba
aceptables y contundentes que permitan la clarificación del problema. Creo
que la historia económica y social puede aportar lo necesario para entender
las razones de tan larga y sangrienta contienda.
-Bueno, vislumbro las razones.
-A ver si coincidimos. Dos centros de ocupación española, Santiago de
Chile en el Oeste, y Buenos Aires en el Este, se disputaron el dominio de este
inmenso confín comprendido entre ambos puntos. ¿Va captando? Este
territorio estaba habitado por pueblos primitivos nómades, cazadores y
recolectores, cuya base alimentaria era el guanaco. Los pueblos aborígenes
instalados al Oeste de la cordillera habían alcanzado un estadio cultural más
avanzado, eran agricultores, sedentarios, utilizaban los metales, conocían la
cerámica y las labores textiles. Ambos grupos resistieron denodadamente el
implacable avance de los europeos.
-De manera que el cabildo decide la conquista de estas tierras para
anticiparse.

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-No se apure. Tal vez nos puede llamar la atención porque siempre
hemos pensado que el hombre blanco en La Pampa aparece exclusivamente
desde el Este. No, el blanco emerge desde el Norte en el siglo XVI. Desde ese
punto de partida el que se introduce por primera vez lo hace desde Cuyo. Es
Francisco de Villagra en 1551.
-¿Y ese quién es?.
-Uno de los tantos aventureros españoles que estaba luchando con
Pedro de Valdivia en la región del otro lado de la cordillera. Valdivia se
encontraba enfrascado en su pugna contra los araucanos tratando de
empujarlos al sur y su enemigo era nada más y nada menos que Caupolicán...
-A ese lo conozco.
--¡Chocolate por la noticia! ... A don Pedro de Valdivia no le iban bien
las cosas contra él. De hecho estaba bastante perdido porque los araucanos
eran guerreros feroces. Entonces, ¿qué hace?, decide solicitar ayuda al Perú
y lo llama a Villagra para que venga a socorrerlo con doscientos soldados.
-Una apoyatura de tipo militar, digamos.
-No se crea. Su tropa está integrada por aventureros que invierten su
capital, más sus armamentos, sus caballos, para multiplicarlos. También
venían servidores yanaconas y esclavos negros.
-Pero... ¿qué pensaban que iban a encontrar?.
-Lo ubico en la época. Ya estamos en mayo de 1551. Villagra viene a
buscar la tierra Yúngulo o la tierra del Linlín o Trapalanda. La Sal, también le
decían: es decir, buscaba la ciudad de los Césares, el país de los Césares.
Ellos pensaban que ese objetivo estaba aquí, en estas tierras. Valdivia, por su
parte, complementa este anhelo con otro, digamos, de tipo geopolítico: unir el
Pacífico con el Atlántico y obtener una ventaja táctica con relación al que
luego sería el virreinato del Río de la Plata. Aquí se inicia, o cobra nueva
dimensión, un capítulo sumamente interesante de lo que podríamos
denominar... la estrategia de la maloca.
-A la que hay que oponer la astucia del maloneo.
El anciano lanza un silbido de admiración y cabecea animado.
-Bueno... usted es una cantera inagotable de... de...
-No lo diga. Lo que pasa es que aprendo rápido.
-Vea: es una simplificación bastante grande pero ningún tratado de
poliorcética lo va a desmentir. No nos olvidemos que ya hay varias décadas de

55
presencia invasora y todo el mundo sabe a qué atenerse. La memoria de
Cortés está muy cerca.
-De manera que esta tierra es centro del conflicto.
-Por cierto, pero no sea impaciente que el relato histórico se desvirtúa
si se vuelve histérico: Valdivia especula con el fracaso de Pedro de Mendoza
y con su posterior muerte de manera que habrá dicho algo así como "¡esta es
la mía!" y con este as bajo la manga no le resulta muy difícil incentivar el
interés de Villagra.
-¿Y éste qué hace?.
-Se viene raudo y presuroso. Con la lógica de que todo río va a parar al
mar se largó con algunos botes y barquichuelos desde el Desaguadero al sur.
Naturalmente por esta vía no desemboca en el mar pero en cambio se
encuentra con la laguna Urre Lauquen y al no hallar una salida busca, busca,
hasta establecerse en Lihué Calel -sorpresivamente interrumpe la exposición y
queda pensativo con la mano sobre el mentón. La intempestiva pausa
introduce en su interlocutor una fuerte intriga que lo hace fluctuar entre la
prudencia y la curiosidad. Al fin gana esta última-.
¿Se le olvidó algo?.
-No, no. Es que se me acaba de ocurrir...
-¿Qué?.
-Que quizás fue allí en donde se inició el romance de Ñahuentú con el
huinca.
-¿Quién?.
-No me haga caso: es una vieja leyenda de amor y luz. Vayamos a lo
nuestro. ¿Lo estoy cansando?.
-No, por favor. Cómo sigue toda esta historia.
-En la inmensa llanura pampeana se desarrolló con facilidad el ganado
traído por los españoles, al principio el equino, y poco más tarde el bovino,
para finalizar con el ovino y otras especies menores. Transcurridos cien años,
se imagina, la llanura pampeana estaba poblada por inmensas manadas de
vacunos y yeguarizos salvajes que se movían libremente buscando pasturas y
agua, de acuerdo a las variables condiciones del clima.
-Hasta donde yo entiendo se podría haber establecido una suerte de
statu quo. Me da la impresión que no hay razones para que eso se altere y
menos para que los indios...

56
-¿Indios dijo? -Salvo traga saliva-. ¿Se da cuenta que esa
denominación no hace más que reproducir el lenguaje de los conquistadores?.
-Esta bien, no se acalore. No me diga ahora que la he utilizado
incorrectamente.
-Puede tener toda la corrección académica que se le antoje, pero no
deja de ser una expresión del invasor y, además, cargado con una gran cuota
de menosprecio. ¿Estamos?.
-Estamos. Le iba diciendo que no me entra en la cabeza el por qué se
altera este estado de cosas y los indígenas, otrora agricultores y artesanos,
modifican sus comportamientos.
-Ajá, bien. Los aborígenes de la pampa, que antes de la llegada de los
españoles tenían dificultades alimentarias, la base era el guanaco y el
avestruz, y de transporte, pues no conocían animales de montar, no tardaron
en domesticar al caballo. Así, se transforman en magníficos jinetes lo que les
facilita entre otras cosas la localización de alimentos abundantes.
-¿Eso es lo que logran al bajar?
Las comisuras se extienden lentamente y al cabo de un momento
irrumpe en una estentórea risotada.
-¡Abajo!, ¡Usted es increíble, plumífero!. Abajo está la tierra y arriba
está el cielo. Eso que usted dice se denomina norte o sur, ¡no diga más
gansadas!. Los ubicados tras los Andes, en denodada lucha con los
españoles, sufrieron un proceso de cambio, un verdadero retroceso cultural.
Empujados hacia el sur, cruzaron la cordillera con destino a las pampas, hacia
los "puelches", gente del Este, con los que se unieron cultural y
biológicamente adquiriendo sus costumbres y usos. El indígena ecuestre,
armado de lanza, estuvo entonces en condiciones de enfrentarse con los
conquistadores y más tarde con los criollos, con mayores posibilidades que al
principio de la contienda. Aquí, entonces está el nudo del conflicto: tenemos
un territorio en disputa y en el medio de él una tentadora abundancia de
ganado. Es la guerra y, naturalmente, la ganará el mejor armado
-¿Naturalmente?.
-¡Me atrapó!. Anotesé una, tinterillo. Digamos que ganó, por múltiples
razones, el que estaba mejor pertrechado.
-No se desanime, siga, por favor.

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-La disputa por la obtención del ganado seguía dos métodos opuestos:
la apropiación violenta, de ambas partes en pugna, que producía y
acrecentaba la guerra y el intercambio pacífico de productos tales como el
azúcar, yerba, tabaco, etc. por ganado en pie, cueros, crines, astas y demás.
La situación era, digamos, de equilibrio inestable. La paz resultaba violada
permanentemente por ambas partes, fracasando tanto los malones como las
avanzadas militares represivas. También los intentos pacíficos y de
evangelización. De todo ello resulta imprescindible conocer fehacientemente
los hechos para lograr un saber concreto por eso le pedí que me consiguiera
los Acuerdos del Extinto Cabildo de Buenos Aires, que tenía jurisdicción legal
en la mayor parte de la región.
-¿Aquí también?.
-Por supuesto. En términos históricos, digamos, hace muy poco que los
pampeanos hemos dejado de pertenecer a la órbita de Buenos Aires.
Nuevamente el rostro de Salvo lo traiciona. El anciano se ruboriza.
-Bueno, es un decir... Lo cierto es que las actuales provincias de Cuyo
y todo el Oeste pampeano pertenecían a Chile hasta que en 1776 Carlos III
crea el Virreinato del Río de la Plata redistribuyendo el territorio. Ahí hubo
bronca.
-¿Por?.
-Imagínese. A Perú le saca sus dominios productores de plata y oro y a
Chile la provincia de Cuyo. De esta manera, con la antigua gobernación de
Tucumán, la de Buenos Aires (que abarcaba la patagonia, Buenos Aires,
Santa Fe, Entre Ríos, todo Uruguay, Corrientes hasta Formosa y todo el
Paraguay), se conforma un territorio de más de cinco millones de kilómetros
cuadrados -Salvo lanza un silbido-. Es una creación bastante extraña máxime
teniendo en cuenta que el sistema virreinal en 1776 ya está viniendo un poco
desde atrás de la historia, es el último virreinato que se crea de los cuatro que
hubo en América.
-¿A qué se debe esta tardanza?.
España estaba completamente vencida, destrozada, había perdido
millones de habitantes y toda su capacidad productiva: la industria, la
agricultura. La tercera parte son sacerdotes o monjas, otra tercera parte está
constituida por militares y la restante por mendigos. De manera que España
debe ampliarse para revertir esta situación y para ello cuenta con Carlos III.

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-De mi época de estudiante lo tengo por un buen rey.
-Bueno, depende de qué lado se lo mire. Los españoles dicen que es el
menos español que han tenido. Era muy capaz, un Borbón asentando su
gobierno en una monarquía absoluta de origen divino. Podríamos decir que
era un rey muy preocupado..., naturalmente muy preocupado por Europa no
por América. Lo que pasa es que él veía en los nuevos territorios la posibilidad
de recuperar el antiguo poderío español.
-Maestro.
-¿Si?
-Disculpe. Entiendo bastante bien los ejes del conflicto. Lo que no
alcanzo a discernir es qué tiene que ver esto con la actualidad y,
fundamentalmente, con Salinas Grandes y todo este balurdo que se ha
armado en estos días.
-Bueno... sobre este entripado que los tiene tan inquietos ahora ¿será
usted el que me tendrá que ilustrar?.
-Yo... esperaba...
-¿Me permite un consejo?. No espere nada, no deje que las cosas le
ocurran. Salga a encontrar sus verdades como un caballero andante, como
un...
-¡Está bien! Quiero que entienda que me encuentro como turco en la
neblina y, salvo usted, nadie me da una mano.
-Le he pedido -su voz se dulcifica- que me consiga las actas del cabildo
desde las primeras décadas del siglo XVII porque en alguno de esos años se
produce un hecho trascendente, algo decisivo en el tema que nos ocupa.
-¿Cuál?.
--El descubrimiento de las Salinas Grandes. Esto es lo que inicia una
nueva ronda de conflictos: su dominio. Ya se ha establecido el "camino de la
sal". O sea que por un lado tenemos un elemento de inmenso valor, la sal, y
por otro se constata el superlativo interés que origina la masiva presencia de
ganado y sus productos.
-Claro, me imagino el valor de la sal como conservador de carne, pero
de ahí a adjudicarle una importancia fundamental.
-Se imagina mal, como siempre. Pero además hay un dato que usted
debe saber.
-Lo escucho -cruza los brazos y se recuesta contra el espaldar-.

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-Que hasta ese momento la sal se transportaba en barco desde
España -la cara del Maestro se llena de satisfacción por la sorpresa que ha
generado en su interlocutor-. Y con respecto a su observación aventurera,
déjeme decirle que la carne salada, el tasajo, tenía un valor alimentario
relativo para los paladares europeos, sobre todo teniendo en cuenta la
abundancia de carne fresca. No, la sal para conservar era destinada al
mantenimiento de las colonias de esclavos. La función decisiva era como
conservadora de cueros. Porque era el cuero el elemento de un valor
increíble, ya le contaré en alguna otra charla, si es que me sigue teniendo
paciencia. Todo esto, sumado a otras cuestiones complementarias,
contrabando, exportaciones, gabelas, etc. ofrecen la clave para la
comprensión del problema histórico que trasciende en el tiempo...
-¿...Cómo?.
-No me interrumpa. Le decía que trasciende en el tiempo ya que
determina en la actualidad la forma de la distribución de la tierra y, por
consiguiente, los resultados de la puesta en producción agropecuaria de la
región.
Salvo queda pensativo. Recuerda el eco de un pensamiento similar: la
clave está en la tierra, la clave es la tierra.
La voz suena cada vez más lejana y él sorpresivamente experimenta
la urgente necesidad de salir a respirar aire fresco y clarificar las ideas.
Las angostas callejuelas están cubiertas por charcos malolientes que
se desangran hacia el bajo deslizando lentamente el deterioro de los adobes
que no resisten las intensas lluvias. Camina con cautela en el atardecer opaco
de nubes oscuras y violetas, violentas y magníficas cubriendo el cielo. Los
pasos son lentos y se depositan con cuidado en las pequeñas islas de tierra
que resisten la correntada. Pasos lentos y precavidos, para no caer en una de
las tantas trampas que los pobladores de las orillas colocan para impedir las
constantes avanzadas de los perros cimarrones. La luz de los candiles se
refleja en la calle y lo guía hasta una barraca en cuyo interior lo asalta un
pesado humo negro que los asistentes no perciben. Charlas y risotadas
inundan el lugar de encuentro. El techo está sostenido por gruesos troncos
que se hunden en el piso recién regado. Tras el inmenso mostrador, otra
abertura conduce a una caballeriza donde gallinas nerviosas disputan los
escasos granos que algún generoso ha repartido hace unos momentos.

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Enfrentado a la fragua, el herrero machaca y machaca una delgada lámina de
metal. Al cabo de un largo y paciente trabajo la coloca sobre las brasas hasta
que enrojece. El acero brilla y ejerce una extraña fascinación entre quienes
contemplan la tarea. Al fin, en el punto justo, el herrero hunde la hoja en la
arena y luego de unos segundos en otro cuenco inundado de aceite que
chisporrotea lanzando un olor penetrante y nauseabundo.
La atención de los presentes se desvía hacia un hombre esmirriado
que con voz aguda convoca a escuchar las novedades del día. Lee su bando
con afectación, como si cantara, prolongando las vocales de cada palabra. La
Real Audiencia, en forma conjunta con la Gobernación, acaban de dictaminar
los valores de los productos para todo el año. Entre murmullos y protestas la
concurrencia se entera que una res en pie en matadero costará doce reales en
tanto otra ubicada en el riachuelo se venderá a catorce. La arroba de cebo
podrá comprarse a un real y un frasco de vino a ocho. El azúcar negra costará
tres reales, uno menos que la libra de yerba. Voces de descontento se alzan
cuando se escucha que los matarifes tendrán que dar los toros necesarios
para la festividad de San Martín y al mismo tiempo deben garantizar una res
por semana al gobernador, otra al obispo, igualmente para el convento y el
Real Hospital. El disgusto crece y el hombre enjuto interrumpe, molesto, su
pregón. Inclina su cabeza y alza sus ojos acuosos, como si el ángulo forzado
de la visión convirtiera a su mirada en más punzante. En esa posición mueve
la cabeza en abanico para contemplar a la asistencia y un silencio sepulcral se
hace eco del gesto. El crepitar de la fragua parece una irreverencia y nadie se
atreve a quebrar la tensión del momento. Desde afuera y lejano un murmullo
indefinido va cobrando vida; al hacerse más fuerte, desvía la atención de los
asistentes. Son risas y chillidos altisonantes, agudos, destemplados. Al
reconocerlos algunos se distienden pero la mayoría se envara. Los chillidos se
acercan y los que se asoman a la entrada de la barraca contemplan los
desarticulados saltos del jorobadito de la aldea. Inundado de barro y
desgarbado golpea los portales con una pesada rama mientras grita
¡ejecución, ejecución! y todos corren y se agolpan para observarlo y
encolumnarse tras su recorrido con rumbo a la Plaza Mayor. ¡Ejecución,
ejecución!. El anuncio interrumpe definitivamente el bando. El pregonero no
deja de manifestar su fastidio al tiempo que también se asocia a la caravana
de los que corren para ganar los lugares privilegiados en el espectáculo que

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se avecina. Las puertas se abren y por ellas salen hombres a medio vestir y
mujeres robustas secando sus manos en los delantales. Todos corren y se
empujan y se pelean por ocupar el centro de la plaza. El jorobadito, que ha
sido el primero, se encarama a los fardos de pasto mientras otros logran
subirse a las ramas más bajas de los pocos árboles que circundan el lugar. ¡
Ejecución, ejecución!. La muchedumbre se apretuja para no perder detalles
del escarmiento y forcejea por los sitios. En el centro del gentío otro pregonero
despliega su bando con lentitud exasperante mientras un muchacho pálido y
delgado toca furioso un redoblante. El jorobadito moja un trozo de pan en un
cuenco mugriento y mastica entre exclamaciones de placer que ya nadie oye.
Todos los ojos están abiertos y finos hilos de baba escurren por las comisuras
de un grupo de viejos desarrapados y barbudos que han logrado las mejores
ubicaciones. El sujeto que habla cita a la Real Audiencia y consigna que el
motivo de la convocatoria es sentenciar a quien se ha atrevido a entrometerse
en las cuestiones de Estado. La muchedumbre ruge y por momentos el fragor
se impone por sobre el redoblante. La arenga prosigue ofreciendo detalles del
delito y la voz se torna más fuerte para convocar al verdugo. El hombre sale
tras el enorme carro de ruedas gigantes que oficiará de cadalso. Trae en sus
manos una gruesa soga engrasada que acaricia con suavidad. Su cara está
descubierta, pero los correajes, sus botas y demás ornamentos delatan su
oficio. Sube al carro mientras el pregonero pronuncia el nombre del que va a
ser ejecutado. Deletrea el nombre como una maldición y lo señala con el dedo
como si fuese una lanza ardiendo. La muchedumbre se exalta de entusiasmo
y empuja, empuja hasta arrastrarlo hacia las ruedas. Empuja y grita mientras
el jorobadito reserva su chillido más penetrante, más atroz.
-¡Salvo, Salvo!.
-¡Eh!.
-¡Vamos hombre, se ha quedado dormido!. ¿Esa es la bolilla que me
da?.
-Disculpe, es que he tenido una semana bastante agitada. Y usted...
¿nunca duerme?.
-La historia es una disciplina que quita el sueño.
-¿Cómo va la lectura?.

62
-Estas actas son fantásticas -revuelve entre la pila de papeles y extrae,
triunfal, uno de ellos-. Aquí tengo algo formidable que tiene relación con lo que
hace un rato hablamos sobre las vaquerías.
-¿Las qué?.
- Atienda bien que esta historia le va a gustar: cuando Garay refunda
Buenos Aires en 1580 también trae ganado vacuno. Si bien al principio era
animal doméstico, muchos de ellos escapaban porque no había con qué
detenerlos. No se olvide que faltarían trescientos años para que se plantaran
los primeros alambrados. Así que no había nada que los contuviera.
Naturalmente adquirían caracteres distintos, es decir, retornaban a sus perfiles
originales: animales que habían sido domesticados y perfeccionados en
Europa, cuando llegaban acá volvían a su antiguo estado salvaje. Lo que
llamamos ganado cimarrón. Esta situación, vinculada al valor del cuero, trajo
aparejado un elemento singular.
-¿Cuál?.
-El primer gremio.
-No me tome el pelo.
-En serio -ríe-. El grupo de ganaderos de Buenos Aires crea una
especie de agremiación, una forma de nucleamiento medieval, cerrado y
corporativo. Su reivindicación consistía en reclamar al cabildo, del cual
además formaban parte, propiedad sobre las crías de esas reses originales.
Me anticipo a su pregunta, los cabildantes no vacilan en conceder razones a la
demanda y auspician la confección de declaraciones juradas en las cuales
figurare el ganado reclamado. Eso les permitía accionar para vaquear, es decir
para cazar el ganado vacuno o equino. En ese momento aparecen las listas -
el Maestro revuelve entre los papeles y extrae uno-: por ejemplo aparece un
señor que dice "mi padre o mi abuelo trajo cuando vino ciento cincuenta
cabezas" y consecuentemente el Cabildo lo autoriza a vaquear, es decir,
buscar ciento cincuenta vacunos y traerlos.
-¿Así de fácil?.
-Más o menos. ¿Quién va a arrear tantos animales salvajes?. Lo que
hacen es traer los cueros. Se entiende que la cifra reclamada se repetía
anualmente, lo que nos da una idea del enorme interés y movilidad de la
época. Aquí ¿ve? -alza triunfal el papel- están las listas de accioneros, son

63
nombres conocidos, nombres que continúan hoy en la misma actividad
ganadera.
-¿Y cómo se las arreglaban? -Salvo no puede contener su impaciencia-
.
-En el momento oportuno, determinados meses del año, el accionero
solicitaba la autorización y organizaba una expedición para ir a cazar vacas.
Era una inversión importante, mucha gente para acompañarlo, además de sus
hijos y mujeres, parientes y los changadores, los célebres gauderios. Vaya
sumando: todos ellos más las carretas, los baqueanos, en fin todo lo necesario
para matar al animal, cuerearlo, estaquear el cuero y traerlo.
-Decenas de personas.
-Centenares. Tenga en cuenta que van a buscar, en conjuntos de
reclamantes, diez, veinte, treinta mil cabezas de ganado... Espere, aquí hay un
dato; es de la Serie II, tomo 4 del año 1719 a 1722, que dice que para traer
cuarenta o cincuenta mil cabezas se necesitan: ciento cincuenta peones
prácticos, mil seiscientos caballos, diez canoas, treinta peones prácticos para
los pasos de ríos, treinta tercios de yerba, seis tercios de tabaco, una botija de
aguardiente.
-Poca bebida para tanto esfuerzo.
-Muy propio de usted ese comentario. Para su coleto le digo que una
botija contiene veinticuatro frascos de dos litros y medio cada uno. O sea que
son sesenta litros. ¡Qué me dice!.
-Todavía me parece poco, pero allá ellos. Disculpe que lo distraiga:
tengo un recuerdo muy borroso de haber sentido en algún lado que el valor
fijado para la res en pie en matadero era de doce reales. Si es así no entiendo
bien la significación que usted le otorga al cuero.
-Con usted no sé si enojarme o reírme. Escuche bien: lo que se busca
centralmente es el cuero de toro. Cómo será de apreciado que sólo un cuero
tiene un precio de ¨¡catorce reales!. ¿Se da cuenta?. Multiplique por miles y
miles. Estamos ante un negocio formidable.
-Nos equivocamos de época.
-Juro -dice pícaro- que daría años de mi vida por verlo cuereando
vacas. Así como lo veo ahora, cansado y ojeroso, no le arriendo la ganancia.
¿Quiere quedarse a dormir?.

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-No, gracias, -se levanta y estira los brazos hacia atras-. Mañana debo
ir a Salinas Grandes.

Capítulo 18

La voz suena ronca y extraña a través del teléfono.


-Velia... ¿qué Velia?-
-¿Conoce a tantas?.
-En realidad... a ninguna. Es que no la ubico.
-Velia García, del Archivo Histórico -la voz se torna abruptamente
gélida y Salvo se asesta un cachetazo en la frente maldiciendo su estupidez.
-¡Uy!, disculpe. No se imagina -balbucea- cuánto lo lamento.
-No tiene nada por qué disculparse -su tono es tan distante como si
hablara a miles de kilómetros-. Lo llamaba para decirle que hemos encontrado
algunas fichas que lo pueden orientar en su investigación, aunque el material
debe haber quedado en alguna otra repartición cuando hicimos el traslado.
Sólo es cuestión de tiempo.
-Le agradezco mucho. ¿Le parece que vaya mañana a leerlas?.
-Puede venir cuando quiera, es una oficina pública.
-Iré -vacila-. Me pregunto si...
-¿Sí?.
-Si sigue dispuesta a acompañarme a tomar un café.
-Pregúnteme mañana.

Capítulo 19

La calandria se mece en la rama de un rugoso algarrobo, oculta del


camino por un cerco de cortaderas. Canta y se hamaca con la brisa suave de
la mañana. De repente los resoplidos del rodado subiendo la cuesta la
alarman y levanta vuelo. Salvo alcanza a divisarla y extiende sus dedos para

65
preguntar su nombre pero ya el conductor ha conquistado la cima y encara la
nueva huella como si fuese un desafío. El periodista se queda con el brazo en
el aire y se siente ridículo pero Álvarez no lo mira. Maneja la traqueteada
Estanciera con su codo apoyado en la ventanilla de la puerta y acompaña la
charla con ademanes que alejan su otra mano del volante para pesar del
hombre de Buenos Aires que hace malabares con el termo y la calabaza que
le han confiado para matizar el viaje.
-¿Sabe que para ser porteño le salen bastante lindos los amargos?.
-Pss. El secreto está en la temperatura del agua.
¡No me diga!.
Estimulado, se apresta a ofrecer una clase magistral de sus
conocimientos pero lo distrae un espectáculo sobrecogedor. El caldenar se va
tornando oscuro y de pronto, negro. Los esqueletos calcinados semejan
extrañas figuras. El viajero se estremece. Son decenas, centenas, miles de
criaturas agitadas y despavoridas que parecen haber sido sorprendidas en
plena carrera, en desesperada huida de las llamas. Los troncos doblegados y
las ramas extendidas como queriendo asir un nuevo espacio constituyen una
escena trágica, la representación patética de un libreto atroz e inexorable.
Monte, fuego y ultraje. Retorcida, desgajada, crepitante el alma vegetal se
vuelve negra hasta convertirse en carbón y en alarido. El sonido se hunde en
el corazón de la pradera y un eco de silencios crispa el aire y devuelve un
miserere en la mañana.
El conductor presiente la turbación de su acompañante y explica.
-Es cosa de todos los años y ¿sabe qué? nunca termino de
acostumbrarme.
- ¿Nos falta mucho?
-Un poco, este paraje se llama Potrillo Oscuro, más allá está Miguel
Riglos y ahí nomás, luego del cruce, Macachín. Desde allí a Salinas sólo son
un par de leguas.
La camioneta arremete otra cuesta y el horizonte es sesgado por una
inmensa ola de médanos plateados de olivillos. Los dos hombres permanecen
ensimismados, acunados por los resoplidos del motor. A lo lejos se divisa un
cartel indicando un cruce de caminos y Álvarez junta su índice con el pulgar
para tranquilizar a su acompañante.
-Salvo... ¿a qué va a Salinas?.

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-¿Qué pregunta es esa?.
-Digo, ¿qué respuestas espera encontrar?.
-Bueno, algo que me ayude a comprender el porqué de tanto despelote
y tanto misterio. En fin, cualquier indicio que contribuya a obtener una buena
crónica.
-¿Y nada más?.
Medita una respuesta y se toma un largo minuto para responder.
-Ahora que lo pienso creo que hay algo más, pero es tan..., tan
impreciso, intangible que no sé describirlo con palabras. Disculpe la
ambigüedad es que hay algo definitivamente extraño y tan atractivo que
resulta excitante ir en su busca.
-¿Y cuando encuentre palabras para sus emociones con qué ojos las
traducirá?.
-¿Quiere decir con qué tipo de mirada?.
-Exacto.
-Siempre he creído que hay una sola...
-Se equivoca.
-Me estoy presintiendo una historia. Vamos, suéltela, que se me ocurre
que dio todo este rodeo sólo para poder contarla.
-Ya que insiste -pone cara de inocencia-: en 1833, ¿le suena la fecha?.
-Lamentablemente; siga.
-En ese año desembarca en Tierra del Fuego la nave inglesa Beagle.
Los ocupantes observan el comportamiento de los nativos y quedan
sorprendidos por sus peculiaridades. Por ejemplo, alguien les regala una pieza
de tela y ellos proceden a distribuirla equitativamente entre todos los que la
necesitan.
-¿Y cuál es la anécdota?.
-Que el que registra el episodio relata en sus escritos algo así como
que los Yámana son los hombres más desgraciados del mundo a causa de
"la perfecta igualdad que reina entre los individuos..., nadie puede ser más rico
que su vecino. Parece imposible que el estado político de Tierra del Fuego
pueda mejorar en tanto no surja un jefe cualquiera, provisto de un poder
suficiente (...) pero esto es difícil mientras todos esos pueblos no adquieran la
idea de propiedad, que les permitiría manifestar superioridad y acrecentar
poder...".

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-¡Qué concepto más loco!, ¿quién dijo eso?.
-Un jovencito llamado Charles... Charles Darwin.
-Me deja sin palabras.
-Mejor, así le cuento algo más: casi un siglo antes, en 1769, los onas
hacen gala de su hospitalidad para con los tripulantes de otra nave inglesa
que venía con el propósito de relevar datos, tomar prisioneros y preparar
condiciones para una presencia inglesa más activa en la región. El capitán de
la nave, un tipo llamado Cook, deja registrada luego su impresión.
-¿Cuál?.
-"Es el grupo de gente -sostiene- más miserable que existe hoy sobre
la tierra". ¿Qué me cuenta?.
-Estoy sorprendido pero..., todavía no le veo relación con nuestro viaje
a Salinas...
-Ahora verá: más o menos para 1739, un maestre español pertrechado
por los cabildantes pasó a cuchillo a hombres, mujeres y niños de la
comunidad de Caleiyán, en las cercanías de sierra de la Ventana, que queda
unas pocas leguas más arriba- dice señalando con el dedo hacia adelante-.
Algunos sobrevivientes logran refugiarse en las tolderías del cacique Cacapol,
quien formula una reflexión sobre la voracidad de los cristianos blancos.
-¿Qué dice?.
-¿Le picó la curiosidad, eh?. Cacapol, o Cangapol, como se lo ha
denominado. Quizás le suene el nombre porque su imagen, junto a la de su
compañera Hienne, fue la viñeta que se utilizó en la portada de la cartografía
de Tomás Falkner en 1772. En aquel discurso se pregunta, "...de quién es el
aire, de quién el agua de las lagunas y los ríos, la sal, la leña, los piches,
guanacos y avestruces y hasta los baguales y vacas del campo (...), ¿de
alguno?, ¿de la tribu?, ¿de alguna otra?, ¿ó de todos?, para qué toda la gente
respire, beba, coma, para vivir. ¿Qué sucedería si un indio entre sus
hermanos, o una tribu entre tantas, pretendiera ello para sí solo...? ¿cómo
subsistirían los demás?. ¿Se les había ocurrido a ellos impedir a los cristianos
que llevaran la sal de Salinas en carros cargados que marchaban en hilera de
leguas? (...) ¿quiénes destruían el ganado?, ¿no habían encontrado en sus
correrías tantas veces el campo cubierto con el despojo de los animales
sacrificados por los cristianos para quitarles los cueros y llenar con ellos
embarcaciones que se iban, mientras la carne, el alimento de todos, quedaba

68
tirada y pudriéndose?. ¿Quién se llevaba el poco ganado que iba quedando
para herrarlo, pretendiendo que así le pertenecía?. ¡Oh, los huincas perversos
e insaciables!...".
Álvarez gira la cabeza y mira fijamente a Salvo que ha quedado
absorto, sumido en una maraña de pensamientos intrincados.
-Me ha dejado sin palabras.
-¿Vio?. Y eso no es todo. Este discurso de Cangapol es recogido, tal
como se lo conté, por un investigador, Schoo Lastra que hace una
interpretación de estas palabras. ¿Le gustaría saber cuál?.
-¡Vamos, Álvarez, deje de tomarme el tiempo!.
-Está bien, no se acalore. Schoo dice que "la carencia del sentido de la
propiedad, con sus consecuencias lógicas como la falta de estímulo para
imponerse la ley del trabajo, fue causa principal de la extinción de la raza...".
Este es el punto al que quería llegar: resulta sugestivo que un siglo tras otro
persista la misma visión del que observa desde afuera. Una mirada forastera
plagada de ideas economicistas y utilitarias. ¿No le parece?.
-De acuerdo, de la misma manera que también mantiene su coherencia
a través de los siglos -más allá de las distancias y la diferencia étnica- el
razonamiento de los aborígenes.
-¡Exacto!. Por eso le dije lo que le dije. Porque usted viene, en otro
siglo, a interpretar y obtener respuestas en una realidad y una historia que
desconoce e importa mucho si la observación que hará tendrá ojos ajenos,
solamente comprometidos con su formación citadina y occidental o...
-¿O qué?.
-O sabrá mirar con ojos generosos y grandes.
-Confíe en mi Álvarez, no me complique más las cosas. ¿De dónde
sacó todo esto?.
-Me lo enseñó hace tiempo un hombre sabio que aprendió el lenguaje
sin palabras de la llanura.
-¿En la Universidad?.
-Mm. Algo así..., en la Cátedra del Desierto. -La camioneta traspasa
una amplia portada de acceso a un camino más angosto y el chofer lanza un
suspiro.
-¡Al fin, llegamos!.

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Capítulo 20

La mujer que aguarda junto al portal de la intendencia es robusta y alta,


de cachetes rosados que le otorgan al rostro un aire de matrona renacentista.
Cuando estrecha las manos de los recién llegados lo hace con firmeza y la
jovialidad de su mirada apenas es resentida por delgadas arrugas que se
forman al entrecerrar sus ojos.
-¿No viene nadie más?.
¿Le parecemos pocos?.
-Y yo que me pasé toda la noche aguantando la toca esperando a los
fotógrafos -lanza una carcajada y palmea con rudeza a Álvarez que se asocia
a las risas-.
-Si quiere la dibujo -propone Salvo internándose en el humor general.
-Bienvenidos a Macachín, los esperábamos más temprano. Ustedes
dirán en qué podemos ayudarlos. Ya le dije ayer por teléfono a Álvarez que
aquí hay mucho alboroto pero nadie sabe nada. De la casa de gobierno lo
único que me dicen es que va a venir no se quién del ministerio del Interior,
como si nos hicieran falta más visitas...
-¿Hay archivos en la municipalidad sobre la historia del lugar?
-Bueno -titubea- debo confesarle que los documentos que teníamos se
han perdido. Nadie sabe cómo. Es una lástima: recuerdo un informe de
Pablo Zizur, piloto de una de las tantas caravanas que venían al lugar, allá
por..., bueno hace mucho tiempo, que era muy interesante pero, ya le digo, no
lo tenemos más.
-¿Tenía muchos datos?.
-De todo, en aquella época eran muy meticulosos, así que estaban las
mediciones, los detalles de los cañadones, las distancias a Buenos Aires, un
relevamiento de los manantiales, que entre paréntesis ya quedan muy pocos,
etc.
-Es extraño -murmura Salvo- cómo desaparecen las cosas en los
últimos tiempos. Usted... señora...
-¡Pero qué paisana soy que todavía no me he presentado!. Ya sabe por
Álvarez que soy la intendente. Dígame Clarita, Clarita F. de Iturralde.
.¿Y la F?.

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Es de Fewersenger ¿se atreve a pronunciarlo?. Yo soy una auténtica
exponente del aporte inmigratorio a esta zona -dice lanzando otra risotada al
tiempo que palmea sus caderas-.
Los dos hombres sonríen pero algo en la cara de la mujer les congela
la expresión. Sus ojos se clavan en la calle y al girar la vista hacia ese punto
los visitantes observan un coche negro de vidrios polarizados que a paso de
hombre atraviesa la cuadra perdiéndose de vista en la otra manzana.
-¡Esos hijos de puta! -exclama Clarita- tienen preocupados a medio
mundo.
-¿Quiénes son?.
-Nadie lo sabe. Aparecieron hace unas semanas, no se dan a conocer
y tienen a toda la gente en ascuas.
-¿Y la policía?.
-Ahí me dicen que no han hecho nada como para que tengan que
intervenir. Pero... ¿sabe lo que creo?.
-¿Qué?.
-Que ellos también tienen miedo. Bueno -sacude sus manos en el aire-
no demos por el pito más de lo que el pito vale. ¿Que van a hacer ahora?.
-Nos vamos a Salinas, almorzamos allá y pegamos la vuelta en
seguida.
-¡Que lástima!. Si tuvieran más tiempo les muestro las nuevas obras de
cordón cuneta que están quedando muy lindas.
-Otra vez Clarita, otra vez -consuela Álvarez al ver la cara compungida-
.
-¡La próxima vengan con fotógrafo! -grita para superar el ronquido de la
Estanciera y les regala la última carcajada-.

El vehículo se detiene en la parte más empinada de la prolongada


loma, desde donde, se divisa hacia abajo, casi todo el contorno de la laguna.
El cuenco exhibe un leve color rosado brillante por efecto de los cálidos rayos
del sol que cae a pleno.
-Acá estamos -musita Álvarez sin obtener repuesta-.
Salvo pasea la vista por el extenso valle y siente en su interior cierto
recogimiento. Al fondo se divisan las pequeñas construcciones de los obreros
y demás habitantes de la villa cercadas por una masa de enormes eucaliptus

71
que otorgan al lugar una extraña quietud. Más aquí decenas de operarios,
pequeños a la distancia, trajinan entre los camiones y las cintas elevadoras
que complementan las enormes estivas de sal. Monumentos blancos que
refulgen a la luz lanzando miríadas de reflejos tornasoles. Hacia el Este,
contenida por la línea del monte que marca la frontera del horizonte, el amplio
espejo de la laguna. Está poblado de flamencos que cada tanto alzan vuelo
para internarse en un profundo cañadón que incita con sus misteriosos
atractivos. El hombre de Buenos Aires está abismado ante el espectáculo
magnífico en plena pampa, la abrupta irrupción del blanco entre el verdear del
monte y los pardos de la tierra arisca que los bordea. Un festival del color y la
hermosura. Por algún extraño mecanismo del pensamiento viene a su
memoria la prolija descripción de Molins: "... minutos después, desde una
lomada que bordea la rivera, se domina la cuenca extendida como un inmenso
manto color gris. Estamos en presencia de uno de los más cuantiosos
criaderos de sal de La Pampa. El panorama es absolutamente nuevo. Se diría
un lago de nieve, donde el cielo indeciso de la tarde ha impuesto su brumosa
palidez...".
Ambos se encuentran al resguardo de una estrecha hondonada
rodeada de renuevos. Hacia abajo y a la izquierda se distingue una pequeña
construcción totalmente quemada y un poco más a lo alto, al amparo de un
añoso eucaliptus una casilla de madera y chapas resiste, solitaria e insólita,
las inclemencias del tiempo y los vahos salinos. Álvarez ha descargado la
camioneta y armado un pequeño campamento en cuyo centro comienza a
humear un fogoncito que alimenta con ramas secas mientras sopla hacia su
centro. A su lado una parrilla portátil descubre sus próximas intenciones y
Salvo festeja por anticipado la posibilidad de comer, por primera vez en años,
un asado al aire libre.
-¿A ese ranchito le habrá caído un rayo?.
Álvarez responde sin desviar la vista de su pirámide de ramas en cuyo
vértice ha colocado un trozo de grasa que comienza a chirriar.
-No se sabe muy bien. El mismo día también murió calcinado el peón
que lo habitaba.
-Ya recuerdo, el día que llegué salió un suelto en el diario local.

72
-Así es. Era un hombre solo, muy humilde y huraño cuyos padres y
abuelos vivieron siempre en la zona. Lo que no dijo aquella crónica es que la
policía no quedó muy convencida.
-¿Por?.
-El cadáver apareció allá abajo, ¿ve?, junto a aquel grupo de
piquillines.
-Entonces habrá sido un suicidio.
-Esa fue la primera impresión, pero ahí está la cosa.
-Vamos Álvarez, no me haga esperar.
-La intriga de la cana se justifica porque no pueden hacer calzar los
tiempos.
-¿Qué tiempos?.
-Si me interrumpe nunca voy a terminar de contarle. No dan los
tiempos en la presunta cronología del hecho: parece que entre la quema del
rancho y la incineración del hombre se produjo un chaparrón regular.
-¿Y?.
-Ahí está la cosa. Los policías encontraron que el rancho estaba
mojado así como el cadáver que se hallaba desnudo.
-Perfecto ¿dónde está el misterio?
-En que se constató que sus ropas diseminadas alrededor
permanecían secas.
Sus cejas se arquean y el empleado estatal denota en su semblante el
gozo que le produce el haber despertado el interés de su oyente.
-¿Y esa casilla de ahí arriba?.
-Una crotera.
-¡Otra vez me está cargando!.
-¿Sabe lo que es un croto?.
-¡Claro!, desde chico que siento hablar de ellos pero nunca he visto
uno.
-Bueno, ahora se va a dar el gusto. Aquí es costumbre en los puestos
y estancias construir esas casillas con alimentos y agua en su interior.
Entonces, vienen los linyeras y tienen donde cobijarse y pasar unos días antes
de seguir viaje. Algunos se hacen conocidos en la zona porque tienen una
especie de itinerario fijo, van escapándole al frío y regresan al mismo lugar
con los primeros calores.

73
-¿Y quienes son?.
-De todo. Los hay solitarios, desempleados, fugitivos, desilusionados
de la vida, anarquistas... uf, la lista es larga.
-¿Y hay uno allí, en este momento?.
-Si, hace unos instantes he visto su sombra.
-¿Cómo será?.
-Cuando esté el asado lo sabrá, porque lo voy a invitar a comer.
El vuelo de una lorada los distrae y ambos se enfrascan en una amena
charla sobre costumbres rurales. Salvo cada tanto lanza exclamaciones y
presiente que buena parte de la exposición es inventada con el único afán de
sorprenderlo. Pero no le importa, aprecia a ese hombre y súbitamente está
feliz en ese lugar como hace tiempo no lo ha estado en ninguno. Desde la
camioneta los acompaña una melodía que brota de los roncos parlantes de la
radio.
-Esa guitarra me gusta ¿qué es?.
-Un tema muy apropiado para esta hora. Se llama Brasita de Fogón y
está ejecutado en un temple especial.
-¿Un qué?.
-Una manera singular de afinar la guitarra mediante la cual se obtiene
una nota con las cuerdas al aire.
-Suena interesante.
-Se llama Temple del Diablo. Algunos dicen que esta es una forma
paisana de templar pero hay otros que sostienen que es una afinación que
quedó depositada como legado cultural en las costas del salado tras la llegada
de los españoles. Porque usted sabrá que hasta nuestro territorio se extendió
la presencia de España ¿no?.
-Álvarez, ¿usted sabe lo qué es la Trapalanda?...

De sus ropas extrae una navaja de barbero que refulge al espejarse


con el sol. La toma con cuidado y delicadeza, como toma un violinista su arco.
Luego, apoya el filo contra el labio inferior y en un solo movimiento ascendente
corta el trozo de carne que sostiene con la izquierda y comienza a masticar
lentamente, como si no tuviera hambre. Salvo contempla admirado la escena y
lo hace sin disimulo porque el hombre come con los ojos detenidos en un
punto lejano, tan distante que va más allá de la línea del horizonte. Su rostro

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está cubierto por una barba hirsuta y cana que cubre casi totalmente la piel
curtida por miles de vientos. La gorra de visera alguna vez fue cuadriculada y
sus bordes sobados brillan tanto como la hoja con que corta. El resto del
atuendo está constituido por un sobretodo oscuro que arrastra por el suelo y
unas botas ajadas carentes de cordones. Ha aceptado la invitación sin decir
palabra y mastica sentado en una piedra un poco más atrás que los hombres
que cambian opiniones sobre las salinas.
-Por aquí pasó Zeballos -murmura y los otros dos giran sus cabezas
sorprendidos por esa voz cavernosa que irrumpe a sus espaldas-.
-¿Qué?.
-Pero el capítulo más rico de la historia es el que protagonizaron los
jacobinos de Mayo -Salvo abre la boca pero una guiñada de Álvarez
desalienta cualquier interrupción-. Allí se puso de relieve la capacidad de
estadista de Mariano Moreno. ¿Cómo? se preguntarán ustedes. Bueno,
cuando triunfa la revolución esos hombres deben asumir un compromiso
histórico: edificar un país, extenderlo, hacerlo productivo, potenciar sus
riquezas naturales. Sucede que en Montevideo no se apoya la gesta de los
patriotas, y esta circunstancia, para muchos irrelevante -mira a Salvo y éste se
revuelve incómodo- será de suma importancia. Además de Salinas Grandes la
otra gran proveedora de sal es Carmen de Patagones y sucede que los de allí,
¡banda de tartufos y crumiros!, son gente aliada a los de Montevideo. De
manera que Moreno debe anticiparse a cualquier maniobra que entorpezca
sus planes de desarrollo y, en previsión de que la producción de Carmen de
Patagones les sea vedada, encomienda un exhaustivo examen de estas
salinas que estamos viendo. El sabía todo lo que estaba en juego, todo lo que
dependía del dominio del emplazamiento. Otro que también lo supo, mucho
después, fue el propio Calfucurá, que no en vano mantuvo su reinado, pese a
todos y contra todos, durante casi cuarenta años.
-Pero lo hizo a costa de su contienda con los vorogas -se anima Salvo-.
-Es cierto -masculla pensativo-. Fue una variante cruenta, un verdadero
gambito de sal. Pero allí confluyen otros elementos de extremada complejidad.
-Diga, diga -estimula Álvarez-.
-Calfucurá hace pagar al cacique Rondeau su colaboración a las
campañas punitivas de Rosas. En este punto confluyen y se expresan un
sinnúmero de factores que en alguna medida explican otros antecedentes y

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episodios más recientes de nuestra historia, las tropas nacionales se nutrieron
de elementos aborígenes y negros. Esta es una cuestión de gran singularidad,
muy especial. Hay que analizarla con sumo cuidado y con un mayor
abundamiento de datos. No se puede mirar a la historia con un solo ojo, hay
que contemplarla teniendo en cuenta todos los factores confluyentes: las
disputas tribales, el encanto que despierta el dominador, la coyuntura, la
relación de fuerzas, etc. Quizás alguien se anime algún día a formular una
aproximación a los conflictos de esa época. De esta manera quizás podamos
comprender actitudes posteriores, como la conducta de Namuncurá, por
ejemplo, o la base social que logran algunos tiranuelos de turno, por citar un
ejemplo... Gracias por el convite.
En un solo movimiento despliega las piernas que ha mantenido
cruzadas todo el tiempo y se pone de pie tocando su gorra. Con esta flexión
se despide de los dos viajeros que tratan de articular, sin lograrlo, alguna
pregunta, alguna palabra que sirva para retener al hombre que ingresa a la
casilla y no vuelve a salir.- Los faldones de su sobretodo han borrado su huella
en la arena.
Avanza Callvucurá/ por la tierra, verde, / rumbo a Masallé./ La luna del
cielo voroga/ lágrima bermeja se quiere volver./ La caravana llegó,/ zarcillos de
plata,/ collares de luz./ La tribu confiada miraba/ por los ojos mansos del
cacique Alún.../ ¡Ya, ya, yaaa ! .../ la luna llalmache se vuelve a quemar. El
pampa cae en la arena/ y sangra en los toldos a flor de la sal!./ El médano se
volvió/ diablo y remolino,/ degüello y tropel/. La lanza de los peregrinos/ hundió
su rojura en el Masallé./ El toro Callvucurá/ alzó en la comarca/ su trono de
sal./ Ardieron las pampas salobres,/ Piedra Azul peleando con chuzas al sol!...
El sol se ha inclinado hacia el oeste y Salvo juega con su sombra al
arrimar tierra con el pie para sepultar los restos del fogón. Álvarez asciende
hasta el lugar, resoplando y con el rostro congestionado por el esfuerzo.
-¿Tiene hijos?.
-Si, pero viven con su madre, en España.
-¿Y nietos?.
-Aún no pero creo que ya se están encargando del asunto.
-Bueno, tome, ya buscará la manera de quedar bien con algún niño -
dice extendiéndole una bolsa de plástico con cristales de sal en su interior-.
-¿Sal?.

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-Sí. Contiene una especie de bichito que se llama artemia salina. Es la
que le va otorgando esa tonalidad rosada que parece como si madurara.
Cuando se diluye en el agua aparece y hace cabriolas como un pez juguetón.
Algún día alguien se llenará de oro comercializándolo en el mercado nacional.
Desde un frondoso olmo decenas de gorriones levantan vuelo y ambos
son atraídos por el despliegue, que tiene su justificación: lenta,
exasperadamente lenta surge la silueta de un automóvil negro de vidrios
oscuros. El vehículo avanza por la senda superior de la lomada y pasa tras
ellos sin que los intentos por visualizar a alguno de sus ocupantes ofrezca
resultados. Salvo experimenta un escalofrío y Álvarez lo sigue con la mirada
hasta que enhorqueta su muñeca en la curva de su antebrazo derecho al
mismo tiempo que agita repetidamente el puño cerrado en un gesto tan
antiguo como inútil, porque ya el rodado ha terminado su recorrido por la
senda y se oculta en la otra lomada. Álvarez masculla unas palabras
ininteligibles.
-¿Qué?.
-Quizás usted debiera averiguar de quién son estas tierras.
-¿Cómo?.
-¡Ufa, Salvo!, dejesé de joder con esas estúpidas preguntas.
-Disculpe, es un reflejo para ganar tiempo para pensar. Siga, por favor.
-No. Perdóneme usted. Estos tipos me sacaron de quicio. Por lo que le
he escuchado la cuestión de la tierra ha estado ligada a las obsesiones de
dominio y de poder. Por eso se me ocurre que no sería mala idea averiguar de
quiénes son estos predios que rodean las salinas. Aquí ¿sabe? ha habido
mucha movilidad.
-Por los traspasos de dominio...
-Exacto. Las campañas al desierto fueron financiadas con créditos
externos -hace una pausa pensativo-. Bueno... este concepto es engañoso: en
realidad la asistencia financiera provino de Europa pero también de América.
Capitales de Montevideo, de sectores acomodados de otros puntos y aún de
nuestro país, confluyeron en el mismo objetivo. Por supuesto que no fue un
acto de beneficencia: esos dineros serían resarcidos con los territorios
conquistados. De manera que la estructura de la propiedad adoptó hace casi
un siglo la fisonomía que le imprimió esta circunstancia. A ello debemos
sumarle lo que cada protagonista de la incursión recibió en concepto de

77
premios. Desde allí se fue modelando un perfil de la propiedad que no sufre
alteraciones por muchos años. Tenemos hasta aquí un sector social con
distintos grados de alcurnia y tradición con un gran arraigo por sus
posesiones.
-Es que tienen mucho para defender.
-Y para festejar. Calcule usted que las campañas al desierto
significaron un despojo a la comunidad aborigen del país que los
investigadores estiman en más de treinta millones de hectáreas.
- ¡A la flauta!
-Y eso no es todo, también se indica que en esa época veinticuatro
personas recibieron parcelas que oscilaron entre doscientas y seiscientas
cincuenta mil hectáreas.
-¿Y estos son los actuales dueños de las tierras?
-No, al menos en esa magnitud y aquí en La Pampa. El proceso de
industrialización posterior produce un nuevo tipo de propietario: es el que
invierte en tierras como valor agregado de su actividad central. Aquí se
registra un nuevo corte.
-¿Hay más?.
-Claro. La modificación del modelo exportador por uno de tipo
importador hace emerger un nuevo sector que se combina o reemplaza a los
habituales. Es el que proviene del capital financiero, que también invierte en
tierras aprovechando la pauperización del campo. Este es el fenómeno de los
últimos años, por lo que no resultaría ocioso saber quiénes se beneficiarían o
perjudicarían con estas cosas nuevas que se anuncian.
-Álvarez, le agradezco el dato; usted es un tipo especial ¿sabe?.
-¡Avise!. A cuántos les dirá lo mismo.

Capítulo 21

Macedonio hace un guiño cómplice al hombre y guía a ambos hasta la


mesa del anillo. El bar está completamente vacío y tampoco se registra
demasiado movimiento en la terminal. La mujer pasea su vista críticamente
por el lugar y frunce la nariz.
-Nunca había entrado a esta confitería -dice cautelosa-.

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-Pues no sabe lo que se ha perdido -responde Salvo que
inmediatamente se arrepiente de su tono canchero y busca nuevas palabras
para sepultar las anteriores-. Quiero decir que el mozo y el sitio están llenos
de historias cautivantes sobre sucesos que me han ayudado mucho a conocer
esta ciudad.
-Si usted lo dice...
-Quizá..., quizá a usted le hubiese gustado ir a otra parte.
-No. Me parece bien. Además, es tan sólo un momento porque debo
hacer algunas cosas.
El hombre súbitamente mira su muñeca y por enésima vez se repite la
intención de comprar un reloj a su gusto. Comienza a tartamudear una
disculpa pero ella se anticipa.
-¿Está apurado?.
-No. Es que debo hacer una llamada. Es sólo un momento...
-Bueno, vaya que lo espero.
Se levanta con pensamientos confusos sobre las actitudes femeninas y
recurre al mozo para que le indique el lugar de algún teléfono público.
--Aquí nomás a la salida, en la administración. Vaya tranquilo que la
dama estará en buena compañía.
La voz familiar en el teléfono lo gratifica con un remanso de paz.
-¿Conseguiste las actas?.
-Las recibirás esta noche, mañana a más tardar. Pero no fue fácil.
-¿No?.
-Algún tipo de arriba ha confiscado un montón de material vaya a saber
con qué intenciones así que debí acudir a mi célebre encanto latino.
-¿Qué hiciste?.
-Le dije a la archivera gordita de la Biblioteca que era la más linda de la
comarca y que si me facilitaba una copia su belleza sería contemplada con
admiración en el restaurante más caro de la Recoleta.
-¡Vos sos loco, de dónde vas a sacar guita!.
-Error, amigo. De dónde sacará usted guita, porque pedí un vale en el
diario a su nombre.
-Canalla.
-¡Cuidado con las palabras porque a nuestra bibliotecaria también le
gustan los bombones y salir a bailar.

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-Chantaje vil. Está bien, me rindo. ¿Supiste algo de Salinas?.
-Nada, aquí hay un hermetismo total. Nadie se hace cargo de la
versión y, si insistís, te hacen notar el disgusto que en algunos círculos causa
la extremada curiosidad. Entre paréntesis, a dónde pensás llegar con esos
acuerdos del Cabildo.
-Lo más a fondo posible.
-¡Cuidado!. Que no te pase lo que a Sara.
-¿Sara?.
-La mujer de Lot, que por mirar tan atrás quedó convertida en una
estatua de sal.
-Una observación muy alentadora.
-Y por ser vos y por esta vez, gratuita.
-¿Te siguen gustando los acertijos?.
¡Por supuesto!. Ya estoy terminando con mi thriller porteño y hasta
parece que hay un editor interesado. ¿Por qué me preguntás?.
-A ver si te pongo en situación: una timba medio rea, cuatro malandras
jugando, dos tipos tras el mostrador y algunos mirones. Alguien ha apostado
un anillo de oro, un de sello bastante caro en la época. De pronto se corta la
luz, se siente el tintinear del anillo al caer al suelo y ¿a que nos sabés?.
-Cuando vuelve la iluminación, del anillo ni mus.
-¿Cómo adivinaste?.
-No adiviné, lo supe. Ese fue un truco de a dos muy frecuente en
algunos garitos del puerto hace algunos años.
-¿Y cómo lo hacen?.
-Uno corta la luz y otro hace caer el anillo al suelo cuidando que no
rebote haciendo una campana con sus dedos. Una vez que hizo ruido lo
aprisiona con la mano y...
-¿Y qué?.
-La impaciencia te va a dar un disgusto el día menos pensado.
-Vamos Rodolfo, no te pongás pesado.
-Se lo traga.
-¿Se lo traga?.
-Como le he dicho, caballero.
-¡Es increíble!. Pero..., pero... ¿se lo traga?
-No debe ser tan grave. Papillón nunca se quejó.

80
Regresa al bar divertido y comprueba con sorpresa que Macedonio
concita todo el interés de su acompañante. Cuando termina el relato el mozo
se queda serio, esperando, y la mujer responde con una carcajada, limpia,
cristalina, espontánea, que deja a los dos gratamente recompensados.
-¿Hizo su llamado?.
-Sí. Macedonio: le voy a decir algo sobre el episodio del anillo.
-¿De qué se trata? -una lengua de interés destella en sus pupilas-.
Con cierto regocijo se apresta a revelar el secreto pero a medida que
elige las palabras más adecuadas es invadido por un sentimiento indescifrable
que crece desde su corazón y se aloja en su garganta. De pronto, se le vuelve
claro que además de la silenciosa expectativa de quienes quedaron
pendientes de sus palabras, desde el mostrador, refugiada tras una pirámide
de pocillos, lo observa impasible la mujer de los silencios. Carraspea, toma
aliento y decide:
-En realidad... quiero pedirle que le cuente a mi amiga aquella historia,
estoy seguro que le va a encantar.
-Muy bien, pero en la próxima visita, así va creciendo el suspenso.
Los tres sonríen y Macedonio se aleja hacia la barra, feliz por la
ampliación de su auditorio.
-Salvo.
-¿Sí?.
-Este lugar me gusta mucho, le agradezco la invitación.
-Me alegro. Si..., si le parece -vacila -. Si te parece volvemos mañana.
-Creo que... -titubea y Salvo cruza los dedos-. Creo que te aceptaré la
invitación.
-Te paso a buscar por el Archivo o...
-Mejor por mi casa, aquí te escribo la dirección. A las ocho, ¿de
acuerdo Juan?.
-Buenísimo -dice sin ocultar su entusiasmo-. Velia..., tenés algún
sobrinito.
-Sí, ¿por?.
-Te llevaré un regalo para él. Es algo que me dieron en Salinas.

Capítulo 22

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Las vecinas riegan los jardines y parte de los frentes de las viviendas.
Lo hacen con tal meticulosidad que poco a poco las callecitas del barrio
quedan totalmente cubiertas y un agradable y particular olor a tierra mojada va
impregnando la tarde. Luego, cada una ubicará su silla y las veredas se
poblarán de un murmullo tranquilo y cordial en el que abundarán los chismes,
las broncas por los precios de la canasta familiar y tal vez algún recuerdo de
épocas lejanas en las que, se coincide, todo era distinto.
-Tenga cuidado al doblar en la bocacalle que hay un pozo grande como
una casa -previene el Maestro a Salvo que resopla conduciendo la silla de
ruedas por el centro de la calzada. El viejo está de buen talante y no se cansa
de retribuir los saludos que brotan alegres de todos los portales-.
-Si sigue saludando no va a poder decirme nunca qué cosas descubrió
en mi ausencia -reprocha dejando traslucir un atisbo de envidia-.
-No sea rezongón, che. Si continuamos girando alrededor de las
mismas manzanas pronto habremos visto a todos y ya podremos conversar
tranquilos.
La fisonomía del visitante contrasta con el semblante casi eufórico del
anciano que en ningún momento ha dejado de abrazar una corpulenta pila de
papeles que ha seleccionado momentos antes de salir de paseo. Entre las
manifestaciones de cariño del vecindario repasa las actas y cada tanto lanza
exclamaciones que motivan la intriga del que empuja la silla. Éste intenta leer
por sobre el hombro al mismo tiempo que procura no tropezar.
-¿Encontró algo?.
-¡Qué si encontré: esto es oro en polvo!.
-Entonces no sea egoísta y cuénteme.
-Bueno, escuche: aquí tengo un dato de una expedición que ordena el
Virrey Vértiz en 1778.
-El "Virrey de las Luces".
-"... de las luces"... o de las sombras.
-¿Es un juego?.
-Le explico: Vértiz es nacido en Mérida, el es un americano al que
España ha investido con esa jerarquía, pero al fin de cuentas es un
americano.
-¿Y con eso?.

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-Que este señor americano pone todas sus luces en perseguir a Tupac
Amaru, a su familia y a su movimiento. Esto mas bien lo convierte en el señor
de las tinieblas.
-¡No me diga!.
-Sí le digo. No me interrumpa si quiere saber más: Vértiz concede
permiso para ir a Salinas y en esta expedición se emplean seiscientas carretas
aperadas con ¡doce mil bueyes y dos mil seiscientos caballos todo ello asistido
por cerca de mil hombres y la escolta de cuatrocientos soldados!.
-¡A la perinola!.
-La caravana fue resguardada por cerca de mil hombres que realizaron
el viaje bajo la escolta de cuatrocientos soldados al mando de un Maestre de
Campo. ¿Se da cuenta de la falacia que conlleva el concepto de desierto
cuando se calificaba -y se califica- a estos territorios?. Aquello era un ir y venir
incesante de gente.
-Ya me doy cuenta.
-Las expediciones se iniciaban generalmente desde la Guardia de la
Frontera de Luján, lo que hoy es Mercedes, y tenían lugar habitualmente
durante los meses de octubre y abril.
-¿Por qué?.
-Porque en esas épocas decrece el nivel de agua en la laguna y se
facilita su extracción. Pero, además, por otra razón de importancia superlativa:
hay que procurar acelerar el secado de la sal porque contiene bacterias que
la inutilizan como preservador de carnes.
-La artemia salina -dice Salvo como al descuido y con suficiencia-.
-El anciano da vuelta su silla y le dedica un aplauso silencioso.
-¡Caray, Salvo, usted nunca termina de sorprenderme!. ¿Cómo supo
eso?.
-Es que el periodismo es una cantera inagotable de conocimientos. Si
me esfuerzo puedo enseñarle algo más -desliza, mientras examina el corte de
sus uñas con aire distraído-.
-No se haga el chistoso. Lo cierto es que la sal debe estacionarse por
lo menos un año para cumplir con su cometido, de manera que eso otorga una
idea de su importancia y del valor agregado que representa. De ello depende
que los cueros de toro se apolillen o no.
-De ahí la importancia estratégica de Salinas.

83
-Claro, calcule que los datos de fines del siglo XVIII consignan una
exportación de más de un millón de cueros entre el mercado legal y otro tanto
por contrabando. Ahí estaba la raíz del poder.
-Maestro... ¿usted sabía que Mariano Moreno había prestado atención
a Salinas Grandes?.
Estupefacto, el anciano se atraganta y el esfuerzo que le demanda
hacer brotar la voz colorea su semblante.
-¡El engreimiento de los ignorantes!, ¡creen que todos son ignorantes!.
¡Por supuesto que sé del interés de Moreno! ¿Por quién me toma?.
-Por un simpático cascarrabias. No se chive, que lo estoy probando.
Miente descaradamente, pero ¡qué se le va a hacer!. Usted es
ininputable-. La rispidez del momento es sorteada y el de más edad afloja sus
hombros-.
-Puede descargar su ira sobre mí -desliza compungido- pero debo
recordarle que aún no me ha contestado.
-Tenga cuidado con esa piedra y escuche: Moreno y los patriotas están
dispuestos a enfrentar los desafíos de la americanización y el nuevo rol que la
historia les ha confiado. De tal forma que uno de los primeros imperativos es
hacerse fuertes y extender su influencia. Esto implica conocimientos de los
nuevos territorios. Tenga en cuenta que hasta ese momento los relevamientos
de estas regiones eran muy precarios. Al punto que en esos primeros años del
siglo XIX de Salinas sólo se sabía lo que habían aportado investigadores y
viajeros como Luis de la Cruz, en 1806...
-O Pablo Zizur en..., ¡pucha, no me acuerdo!..
-En efecto, Pablo Zizur, piloto de una de las caravanas que viene a la
zona en 1786. Usted es un caso de escopeta Salvo.
-Y... Uno hace lo que puede.
-Bueno, le iba diciendo que Moreno se preocupa por desarticular las
alianzas que los comerciantes españoles de la zona de Patagones (los otros
proveedores de sal, luego de la procedente de Cádiz) mantenían con sus
pares de Montevideo y al mismo tiempo conocer en detalle el potencial de
Salinas. Así es que envía al coronel Pedro Andrés García con la
recomendación de efectuar un análisis integral.
-¿De qué características?.

84
-Ahora le cuento pero antes déjeme decirle que la expedición le
demanda seis meses. Lo acompañan cincuenta milicianos con dos oficiales
subalternos debidamente pertrechados. Van, además, veinticinco carretas y
tres carruajes con cañones. García produce un informe sumamente rico y
estas acciones seguramente marcan un punto de inflexión entre dos épocas:
la colonia y el comienzo de la argentinización. Su diario de viaje refleja
rigurosamente todas las instrucciones que Moreno le ha dado; esto es, que es
necesario que estudie la calidad del suelo, la del pasto, la cantidad de ganado,
la posibilidad de instalar un fuerte en Salinas, que pregunte mucho a los
aborígenes, que hable mucho con ellos. En fin, las preocupaciones de una
mente brillante.
- ¿No es demasiado pedir para un militar?.
-No para éste militar. García es un hombre de ideas propias, un
intelectual. No en vano es elegido para la tarea. El es un hombre de Mayo,
alguien que comparte con Moreno la necesidad de extenderse, crear poblados
y desarrollar una política de integración. "Mil pueblos florecientes, en medio de
los campos, serán un monumento más glorioso que cuantos ha levantado la
vanidad de los conquistadores", dice tras recibir la orden que firman Moreno y
Saavedra.
-Un pensamiento de estadista.
-¡Por supuesto!. Acorde al momento histórico. Le agrego que al
entregarle las instrucciones la Junta sostiene que lo hace impulsada "por la
necesidad de arreglar las fortificaciones de nuestra frontera y la influencia que
debe tener este arreglo en la felicidad general que ocupa los desvelos de esta
Junta".
-¿Y García cumple con todo esto?.
-Hasta donde puede porque, ¿se imagina?, Semejante bombardeo de
preguntas causaban extrañeza primero y prevenciones después entre los
indagados. De todos modos, el informe es muy valioso y lo será, seguramente,
para su crónica.
-Espero que así sea. ¿Y qué hay sobre las actas que envió mi amigo?
-Esas, Salvo, son realmente fantásticas.
-Cuente, cuente.
El anciano revisa en su regazo y extrae un papel que exhibe en lo alto.

85
-Aquí ¿ve? -agita el documento y cuando Salvo se detiene para verlo lo
cambia de mano.
-¡Eepa!. ¡Vamos, nos sea chiquilín!..-replica desconcertado-.
El periodista comienza a girar alrededor de la silla y a cada vuelta el
Maestro hace una finta.
-¡Vamos!.
-¡Ole!.
-Vamos!.
-¡Ooole!.
El perseguidor imprevistamente modifica el sentido de su evolución y
sorprende al hombre con la mano en alto. Le arrebata el papel con un grito de
júbilo e inicia la ejecución de una danza y una canción de triunfo alrededor de
la silla para estupor, extrañeza o regocijo, de los vecinos que han interrumpido
sus charlas para deleitarse con el espectáculo de la esquina.
-A ver qué tenemos por aquí -dice recostándose sobre la rueda.
-Lea despacio y en voz alta, que quiero sentirlo bien.
-Veamos -imposta la voz y la vuelve grave con acento español-: "
Cabildo del 23 de febrero de 1668. En la Ciudad de la Trinidad Puerto de
Buenos Ayres en beinte y tres de Febrero de mill y seiscientos y sesenta y
ocho años el Cabildo Justicia y Reximiento desta dicha Ciudad con asistensia
del Capitan Don Pedro de Ocampo Correxidor della a saver los Capitanes
Alonso Esteban de Esquibel y Don Fernando de Astudillo, Alcaldes
Hordinarios el Capitan Don Juan del Pozo y Silva Alcalde Provincial de la
Santa Hermandad, Miguel Alvarez de Cobarrubias Alguacil Mayor, Pedro de
Roxas y Acevedo Luis de Rivadeneyra Rexidores, se juntaron a haser cabildo
estraordinario para lo que se hara mension que es lo siguiente. Ley ...¿qué tal
lo hago?
-No querrá saberlo. No pierda tiempo... Me reservo el adjetivo..
-Ya que he despertado vuestro aplauso, sigo: Yo el presente
Escrivano en este Cavildo un despacho y recaudo del Señor
Presidente en que da noticias a este dicho cavildo como se a
descubierto mediante la ynfinita misericordia de Dios Nuestro Señor en
la jurisdizion desta ciudad cinquenta o sesenta leguas della una laguna
de mas de una legua de largo de sal fabricada al benefizio de la
naturalesa Y que en la presente ocasion de la mucha carestya que ay

86
de sal en que padese la Republica mucha y extrema nesesidad, y que
juntamente se pueda con algun medio adelantar la obra desta Santa
Iglesia Cathedral Y que se confiera lo referido y la forma que tubieren
por mas conbeniente , para que se consiga y de los medios que se
acordare, se le de quenta como mas en particular se contiene en dicho
despacho -el qual esto leydo y entendido por dichos capitulares- se
confirio largamente sobre el particular y se acordo de un acuerdo y
conformidad lo siguiente que el Señor Presidente desta Real Audiencia
puede dar y de lizencia a todos los vezinos y moradores desta dicha
ciudad para que puedan sacar y traer la sal que les paresiere, con tal
que para benderla no exeda del presio de a peso por un almud y que el
un real del dicho peso sea para la obra de la fabrica desta santa Iglesia
Cathedral y que para el seguro desta paga se prevenga y de la horden
nesesaria y por que no aya fraudes y todos registren la que trujeren se
ymponga alguna pena, y la de perdimiento de la sal que se
aprehendiere - Y que el vezino u otra persona que no la trajere para
vender contribuya el dicho real por cada almud- o caso que por esta via
no tenga forma, en atenzion de que las salinas o son bienes de su
majestad o de las Ciudades, se disponga que el que la trajere , de la
misma cantidad de la quinta parte para el dicho efecto de la dicha
fabrica, y con qualquiera se destos gravamenes y siendo tan del
servicio de Dios lo referido y que siendo comun la dicha salina del
jenero de contribusion de los mismos vezinos sale y debieran haserlo
para la dicha fabrica y no se debe tener por molesto, y mas
eximiendoseles por ese camino de los excesivos precios a que se
benden oy la sal y no se halla, y ser este presio señalado conforme al
que esta dispuesto por el arancel desta ciudad...". ¡Maestro, esto es
formidable!.
-Se lo dije.
-Así que en 1668 comenzó todo. Me imagino el alivio en Buenos Aires
y la satisfacción del gobernador...
-José Martínez de Salazar, que además ejercía la presidencia de la
Real Audiencia. Se imagina bien porque este hallazgo les iba a permitir aliviar
su dependencia de Cádiz.

87
-Y, además, pondría en una posición de relativa mejora a Buenos Aires
con respecto al papel que le asignaba la corona española.
-Con el agregado que fortalecería el propio poder interno.
-Claro, seguro que esto marcaría una nueva situación en la región.
-Para pesar de Chile que vería resentido su dominio.
-A partir de un nuevo centro de poder.
-Es seguro, ya que el valor de la sal es superior al valor del oro de
Potosí..., pero ¡qué estamos haciendo!.
-Imaginando.
-Exacto, todo es pura especulación, por tanto son burbujas de nada.
Todo esto hay que confirmarlo.
-No estaría mal iniciar el estudio de la cuestión luego que hayamos
concluido con nuestro asunto -se euforiza Salvo-.
-No. No estaría nada mal.
-¡Cuente conmigo!. ¿Me va a decir ahora lo que contienen las otras
actas?.
-Más tarde. Vayamos a casa que estoy cansado.
-¡Usted -el azoramiento no le deja lugar para ordenar una réplica
contundente-, usted está cansado!. ¿Y yo?
-¿Cómo voy a saberlo si no me lo dice?.
El interior de la casa está tibio y mientras Salvo abre las ventanas el
profesor introduce, Despaciosamente como si en esta acción se jugara algo
esencial, yerba en el interior de una calabaza. Luego, la invierte agitándola
mientras la cubre con la palma de la mano. Al cabo de varias maniobras la
destapa y sopla el polvillo depositado en sus dedos mientras la paciencia del
cronista, que ha terminado su tarea, se debate entre el nerviosismo y la
resignación. Sólo cuando verifica que no hay más impurezas el hombre tapa
con el pulgar de su mano derecha el orificio de la bombilla y en un leve
forcejeo con la yerba la introduce hasta que toca fondo. La delicada operación
se completa al verter agua caliente en una de las esquinas de la calabaza y es
en este punto, sólo en este punto, en que las facciones reconcentradas se
distienden en una expresión de satisfacción que se acompaña con un suspiro.
-Ya que no hace nada puede leer en voz alta el acta que está sobre la
mesa.

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El malestar de Salvo arranca una sonrisa. El cronista revuelve entre la
pila de papeles y elige uno surcado por infinidad de anotaciones laterales.
-¡Aquí está!. ¿Es el que corresponde al cabildo del 19 de setiembre de
1714?. ¿Lo leo entero?.
-No. Solamente el párrafo subrayado con lápiz rojo.
-Bien: "...Se ponga el reparo que piden los daños Que se esperan
padezer en esta repp. ca, si como hasta aquí de Algunos Años a esta parte se
Continua el desorden (Que lastimosamente han Ocasionado Y ocasionan, Y
actualmente estan executando los Yndios Aucaes de la Juridizion de el reyno
de chile...". ¿Aucaes?.
-Son los araucanos. Esta es la denominación que utilizaron los
quechuas para caracterizar a los rebeldes y a los indómitos. Siga, por favor.
-"... en las tierras realengas Jurisdizion desta Ciudad que no solo
Roban los Ganados de estos acsioneros para llevarlos al Reino de chile si no
que tambien cometen otros delitos Ynsultos Y maldades, matando, Y hiriendo,
quando Se les ofreze Ocasion asi a los Vezinos de esta Ciudad Como a los de
Otras, Que Yendo a sus faenas de Graza sebo, Y baquerias por quitarles el
avio que llevan de Cavallos Y otras Cosas les presentan la Batalla los dichos
Yndios Armados con Lanzas, flechas Y otras Armas que Usan Y los Pobres
Vezinos Yndefenzos se Ven obligados a retirarse perdiendo Sus Carretas,
Bueyes, Cavallada Y todo lo que llevan teniendo a gran fortuna escapar Con
las Vidas, como mas largamente Consta por la Ynformazion que en devida
forma prezento Con la Solemnidad nesesaria en dro por Cuya Causa
Generalmente esta experimentando esta Repp. ca la mucha nesesidad de
Grasa, Sebo Y Carnes -Y cada dia Sera Mayor Si esta no se remedia por que
no ai Vezino que se atreva a Yr a la Campaña donde se halla algun Ganado
por la Gran Ostilidad que asen los dichos Yndios Aucaes que asta las Salinas
Se an Yntrodusido Y la que se hubiere de traer para el avasto de esta
Ciudad..." -Salvo llega al final de la línea y se queda sin aliento-. ¡Uff, me
cansé!.
-Lo hizo muy bien. ¿Se va completando su panorama?.
-¡Por supuesto!. El escenario es Salinas... -vacila-.
-¿Qué le ocurre?
-Es... que me cansa mucho descifrar el español antiguo y además
leerlo en voz alta. Suena artificial y forzado.

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-¡Conque esas tenemos! -arquea las cejas y lo mira directamente-.
¿Hay algún prócer al que le tenga estima?
-¡Por supuesto!. ¿Y eso qué tiene que ver?
-Dígamelo.
-Castelli -decide, desafiante-.
-Eso está bien. Eso está muy bien. ¿Cómo cornos se le antoja que
hablaría Castelli?
-Bueno... -balbucea- calculo que lo haría con acento español -reconoce
en voz baja-.
-Probablemente italiano. Pero tenga en cuenta que a Castelli hablar le
resultaba mucho más difícil que a usted.
-Entiendo. No me mortifique más. ¿Qué es lo que pasa luego?.
Observa con ojo crítico el interior de la calabaza y con un delicado
movimiento modifica la orientación de la bombilla. Vierte el agua sobre el
sector opuesto y sólo cuando está satisfecho, al comprobar la aparición de
burbujas de espuma en la abertura, se dispone a responder con parsimonia.
-El Cabildo insume casi un siglo en resolver problemas logísticos
derivados de su descubrimiento. Primero la beligerancia de las tribus de la
región, luego su desconocimiento del terreno y más tarde sus propias
contradicciones.
-¡No me diga!.
-Sí le digo: ya leyó las actas en que se deciden incursiones para
vaquear y traer sal. Bueno, en las actas restantes surge con claridad que,
como resultado de estas primeras avanzadas los que llegan a Buenos Aires
destinan sus cargas a la especulación y van almacenando en las haciendas
cercanas cargamentos importantes a la espera de las fluctuaciones de los
precios -el anciano levanta la vista y sonríe-. Me anticipo a su ladino
comentario. Ahórrese la suspicacia.
-Cualquier parecido...
-¿No pudo resistirlo eh?
-¿Y luego?.
-La segunda cuestión es la persistencia de dificultades para acceder a
la sal. De manera que durante buena parte de esas décadas el Cabildo
desarrolla una política ambivalente: en ocasiones envía contingentes a
reprimir y limpiar de "indios bárbaros" los accesos a salinas. Cuando el

90
resultado de estas campañas punitivas fracasa, ensaya una línea de
aproximación... digamos, demagógica.
-Regala colchones.
-Parecido. Trata de congraciarse con algunos capitanejos y celebra
acuerdos con ellos tras la promesa de otorgarles ciertas prerrogativas.
-¿Y ese método da resultado?.
-No hay constancias pero, al menos queda documentada la gran
atención que el tema suscita. Aquí, sin ir más lejos -revuelve en los papeles y
consulta sus anotaciones- llega a la conclusión que "el único medio es el de
nombrar por guarda dellas a los yndios Gentiles panpas nombrados
Manipilquan y Yatil, que habitan asia las Serranias muy distante desta dicha
Ziudad para que haga correria y que de cualquiera mobimiento o notizia
supiere la partisipe a la Señoria de este Cabildo...".
-Notable.
-Y hay más: el Cabildo inventa una nueva figura, una especie de
agente secreto, mezcla de guerrero y diplomático.
-¡Vamos!.
-No. Es en serio. En este acta -agita el papel- sostiene que para la
tarea de "atraer" y convencer a sus contactos es necesario disponer de un
fondo para los "costos que se juzgaren ser precisos" y veinticinco hombres
bien pertrechados...
-¿Y el espía?.
-Al mando de esta misión designa a un capitán, retenga bien este
nombre, Juan Cabral que recibe sus instrucciones formuladas "pribadamente
en Varias Vezes" el 19 de febrero de 1717. Cómo habrá sido de importante
para los cabildantes esta iniciativa que se decide que "ante cualquier dificultad
y desconfianza se quedara por prenda, y en rehenes En los toldos los dichos
dos Yndios o alguno de ellos vaja a esta Ziudad a llenar las hordenes y
disposisiones que se le hubiere de Suministrar y haviendose oido esta
proposision por los Señores de este Cabildo...".
-Toda una misión. En cuanto a Cabral...
-A eso iba: veintisiete años después, en la reunión del 20 de junio de
1744, el Procurador General se expide sobre un tema de tremenda
gravitación. Al parecer se ha elevado a consideración del cuerpo una petición
para arrendar las salinas...

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-¿Arrendar?.
-Entendió bien. Alguien invoca antecedentes de conocimiento y
actividad en los yacimientos al punto tal que desde el mes de marzo de ese
año ha realizado -le extiende el papel por sobre la mesa-. Léalo usted, que le
sale bien.
El cronista aclara la voz y comienza la lectura.
-"seis entradas a las Campañas de pacificacion de los yndios ynfieles
pampas y en mantener algunos Casiquez en las Vezes que se han benido a
esta Ciudad con sus parciales gratificandoles para que se ratifiquen en la paz
y traigan los Campos Christianos que llevaron a Su poder como lo han hecho
y que Se Estan disponiendo los Animos de los mas prales Casiquez para que
den formal obediencia a su Magestad y que espera el suplicante su reduccion
a nuestra Santa fe y Chatolica practicandose lo que dice tiene estipulado con
los Padres Jesuitas de esta Ciudad por la gran satisfaccion que tienen los
yndios de dicho Suplicante, y que estos no Aseguran la paz sino concurre
perzonalmente el dicho Don (...) y que estando en disposicion de hazer esta
entrado acompañado de los Casiquez que elijiere sin pensionar a los haveres
reales, ni al becindario con costo alguno ...". Realmente son buenas
credenciales -concluye-.
-Y no es todo. También promete, si el Cabildo accede, destinar una
fanega de sal por cada carreta conducida y a beneficio de la ciudad.
-Es una oferta tentadora. ¿Por qué, entonces, se niegan?.
-Por razones jurídicas y de alta política. El Procurador explica que no
es competencia del Cabildo "ni a otro Juez, ministro de esta Ciudad el
enajenar arrendar, ni dispensar sobre dichas Salinas salvo que aya o se
muestre especialmente decreto, O real disposición de el soberano en Asumpto
de ellas".
-No está mal.
-Claro. Más adelante se concluye que la razón central es que las
salinas son realengas " y lo fueron antes y despues de su descubrimiento que
Este acaecio en tiempo que Gobernaba esta Plaza el ex. mo Señor Don
Agustin de Robles". No sé si alcanza a advertir que lo que aquí se expone es
un concepto que hoy causaría revuelo: que el Estado debe tener dominio
sobre todas las cuestiones que hacen a su desarrollo y a su futuro.

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-Una razón de Estado -murmura Salvo-. Me imagino la frustración del
que quería arrendar. ¿Quién era?.
-Un tal Cabral, Christobal Cabral.
-¿Casualidad?.
-¿O parentesco?.
El hombre de prensa madura infinidad de pensamientos sobre la
información que el anciano le suministra con gran satisfacción. Imagina
intrigas, codicias, pujas de poder... Tan abstraído está en sus lucubraciones
que no escucha el comentario del Maestro.
-¿Perdón?.
-Le decía que para ser periodista usted no es muy curioso.
-¿Por qué me lo dice?.
-Porque ni antes ni ahora me ha hecho la pregunta clave.
-¿Cuál?.
--¿Quién descubrió las salinas?.
-Bueno... -un tinte de vergüenza se marca en sus pómulos-. Di por
descontado que no había constancias.
-Mal hecho.
-Ahora no me deje con la intriga. ¿Quién fue?. ¿Algún otro Cabral?.
-No. Fue un pampa que seguramente acostumbraría a realizar trabajos
para el Cabildo.
-¿Cómo lo sabe?.
-Porque en este mismo documento, el de rechazo a la petición de
arrendamiento, se consigna por vez primera esta circunstancia ocurrida
setenta y seis años antes, se le adjudica el tratamiento de "Don" -levanta el
acta para que lo vea-. Aquí está: Don Pedro Belachichi.
-Así que éste fue el gran descubridor. ¡Qué raro que no haya figurado
en ninguna acta anterior durante tantos años!.
-Y más aún teniendo en cuenta que a partir de aquí se inicia una
nueva etapa para el virreinato. Pero no cabe duda que en 1668 esta diligencia
de Belachichi fue muy pero muy apreciada.
-¿Es una conjetura o una afirmación?.
-Me baso en la recompensa que el gobernador de Robles dispone por
esta acción. Ordena una especial "gratificación" y deja constancia de ella.

93
El hombre de Buenos Aires arruga el entrecejo y queda
sorpresivamente ensimismado.
-Maestro: aquí hay algo que no funciona.
-¿Va a salir con otra de las suyas?.
-No. Es en serio. En estos documentos se cita a de Robles como
gobernador en el año del descubrimiento.
-En efecto.
-Bueno -acota exhibiendo una amplia sonrisa de triunfo- sucede que en
aquel año el gobernador, si me atengo a su informe -no deja de ocultar la
sorna-, era otro. Un tal Martínez de Salazar.
El maestro súbitamente empalidece, se rasca la nuca, revisa los
papeles y termina admitiendo.
-Tinterillo. Ha descubierto un error histórico. ¡Lo felicito!.
-Bueh. Uno hace lo que puede. ¿Qué habrá pasado?.
-Lo ignoro. Quizás tantas décadas después el escribiente olvidó el
dato. O lo consignó confiado en su memoria o, simplemente, no quedaron
demasiadas constancias sobre Martínez Salazar y el recuerdo de De Robles
haya sido más fuerte. Lo cierto es que usted parece pero no es.
Gracias. En otro orden de cosas: ¿quién habrá sido este Belachichi?.
El profesor alza los brazos y ejecuta un aspaviento triunfal.
-Estaba esperando esta pregunta -hace girar la silla hasta la biblioteca
más cercana y, tras leer los lomos de infinidad de carpetas, extrae una a la
que sopla la cubierta para quitar el polvo almacenado-. No veía la hora de
llegar a este momento. Estos documentos obtenidos por amigos en la
Universidad de Córdoba referidos a constancias del siglo XVII en esta -acerca
los ojos al papel para descifrar su contenido- se encuentra una primera
referencia al apellido Vilachichiz. Es una cédula del gobernador José Martínez
de Salazar del 12 de febrero de 1666 que los menciona en un escrito de la
ciudad de Trinidad del Puerto de Buenos Aires con las siguientes palabras:
"Los indios Vilachichís que están en las cabezadas de Luján y el cacique Don
Ignacio con su gente que está y ha estado en lo que llama Areco se han de
juntar y poner en la reducción que siempre ha sido del Bagual (...) ".
-Extraordinario.
-Y hay más: en 1673 se lleva a cabo un levantamiento de datos que
estuvo a cargo del teniente Sebastián Cabral de Ayala...

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-¡Otro Cabral!.
-...que determina que los "indios de tasa" alcanzaban a veinte y otros
catorce se encontraban fugitivos. El cacique del grupo era Juan Vilachichí.
Pero, al empadronarse los indígenas de esa encomienda se los menciona
"Vilachiches" y "Vilachichíz". Se asienta que son indios pampas y que se
hallaban ubicados sobre el río Luján a catorce leguas de Buenos Aires. Estos
partes son tan prolijos que figura todo el detalle del censo, con los nombres,
datos de edad, estado matrimonial, etc. Velachichi es el nombre clánico y, tras
él, aparecen otros apellidos tales como Galán, Chaquiaga, Chaquel, Milchor,
Iguachquen, Tebal, Iquematta, Yacabo, Yabachubecu y... -El quejido sordo
alarma al narrador que al girar los ojos descubre la demudada faz de su
interlocutor-. ¿Che, qué le pasa?.
La expresión del periodista se torna intensamente pálida de repente y
aferra fuertemente sus manos a los costados de la silla. Abre la boca como
buscando aire desesperadamente pero ningún sonido emerge. El historiador
experimenta un sobresalto y comienza a rodear la mesa para socorrerlo pero
ya el color está retornando.
-Maestro -dice con voz trémula-.
-¿Qué?.
-Yo..., yo he visto ese nombre hace poco.
-Imposible.
-Si, lo he visto. Estaba en la crónica del diario que compré el primer día
que llegué a Santa Rosa.
-¿Que decía?.
-Velachichi, o Velaichichi, o algo así. Es el puestero que encontraron
quemado en Salinas Grandes.
Súbitamente el anciano se envara y pone su índice sobre los labios
reclamamando silencio. Con extrema cautela desliza la silla hasta la puerta de
entrada y coloca su oreja sobre la madera. Queda en esta posición un minuto,
que al visitante le parece un siglo, a la par que una oleada de temor e
inseguridad crece en su interior. Intenta levantarse de su asiento pero una
mano imperativa lo detiene. El viejo corre la silla hacia atrás y abre
repentinamente la hoja para escudriñar las sombras del exterior. Queda un
momento allí y luego lanza un suspiro mientras retorna a su lugar.
-¿Qué pasa?.

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-Había alguien allí... escuchando.
.P... pero... ¿cómo lo supo?.
-Fue el tero del vecino. Él es quien dio la alarma.
-No entiendo.
-No hace falta -comenta en un tono con el que pretende aparentar
tranquilidad-. ¿En dónde estábamos?.
-Le estaba contando de... Velachichi.
-¡Ah! -asiente preocupado-. Salvo... Al fin ha dado con algo grande.

Capítulo 23

Una indescriptible sensación de inquietud mezclada con excitación lo


acompaña durante todo el camino de regreso hacia el centro de la ciudad. La
percepción de estar ante algo importante y al mismo tiempo superior a sus
fuerzas se presenta ante sus ojos como una encrucijada decisiva, un desafío
imposible de eludir sin la certeza de su culminación. Las luces titilantes de
neón del hospedaje lo socorren de sus cavilaciones.
La mujer escruta sus facciones y ensaya un guiño cómplice.
-¡Querido, usted vive cansado!, ¿qué anduvo haciendo?
-Es mi personalidad. ¿Tengo alguna llamada?.
-Ese tal Álvarez, dijo que usted tenía su teléfono.
-Si. Aquí lo tengo -despliega sobre el mostrador infinidad de papelitos
de diverso tamaño y selecciona uno-. Hágame el favor de llamar a este
número.
La voz del otro lado de la línea suena alterada.
-Ha tocado un punto sensible. Se saldrá con la suya.
-No entiendo.
-Que se sacará el gusto de conocer a nuestro primer mandatario. Le ha
dado cita para hoy..., en su residencia. ¿Qué tal?.
-No sé qué decirle. Después le cuento..., ahora necesito otro favor.
-Diga.
-Conoce a alguien que me pueda ayudar en cuestiones vinculadas con
dominios, tierras fiscales, rentas o algo así. Usted me entiende.
Un prolongado paréntesis precede a la respuesta.

96
-¿No estará sospechando que...?
-Algo así.
-Vaya mañana, a la hora de la salida del personal, a la placita que está
frente a la estación de trenes. ¿La ubica?.
-Sí. ¿Y que hago?.
-Espere en uno de los bancos que están rodeados por un cerco de
tamariscos hasta que llegue una amiga que trabaja en la Justicia y que sabe
mucho de esos temas.
-¿Cómo se llama?.
-Humm. Digamos... Alejandra. Nada más.
-¿Cómo haré para reconocerla?.
-¿Usted sigue usando esa ridícula corbata de rombos?.
-Sí.
-Entonces ella lo reconocerá. Salvo...
-¿Qué?.
-Ándese con cuidado.
-Esa es la única recomendación que escucho desde que llegué aquí.

Capítulo 24

-Feromona, ¿sabe lo que es la feromona? - no espera respuesta,


investiga por unos segundos a su escucha por sobre el borde de los anteojos
de medio cristal y el silencio incierto que recibe como respuesta le arranca un
imperceptible tic que a Salvo se le antoja de desprecio -. Feromona, reténgalo,
que alguna vez le puede ser útil.
El hombre se inclina sobre el delgado estante en donde decenas de
almácigos de diversas variedades de orquídeas aguardan su atención
cotidiana. El interior del invernadero mantiene una humedad pegajosa y el
cronista reprime por segunda vez la intención de aflojar el nudo de la corbata.
Se siente incómodo y en desventaja ante el individuo que habla sin desviar
apenas la atención de sus flores, como si todo lo demás, incluso la charla
fuese secundaria.
-Nunca sentí ese término.
-Es el sudor del miedo.

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-¿Cómo?.
El hombre toma un rociador de una repisa superior y la agita ante los
ojos del visitante.
-Aquí ¿ve?. Lo utilizamos contra las hormigas.
-No entiendo.
-Es bien simple: colocamos en un frasco un puñado de hormigas vivas
y a continuación, muy Despaciosamente, inundamos el recipiente con agua
caliente hasta llenarlo. Las hormigas se desesperan y van segregando lo que
constituye su reacción natural ante la inminencia de la muerte. Esta es la
feromona, con ella rociamos todos los senderos y ¿sabe una cosa?.
-No.
-En donde diseminamos ese líquido no aparecen las hormigas. Es una
especie de cartel de advertencia, de mensaje al futuro ¡cuidado, que aquí se
esparció la muerte!. Interesante ¿no?.
-Gobernador... ¿me está queriendo decir algo?.
-No, solamente le estoy dando una lección que puede servirle en el
futuro.
-No cultivo plantas.
-Pero puede tener miedo. Mire: el miedo, a menudo, es muy lacónico;
no se anuncia, no es rimbombante, va penetrando despacito y, cuando uno se
da cuenta que lo ha contraído, ya es tarde. Ojalá todos pudiéramos contar con
un cartel indicador que nos guíe por los senderos correctos.
-Nunca me he perdido.
-¿Nunca?.
-Bueno -vacila ante la gélida mirada-. A veces ando un poco
desorientado.
-Como estos días, ya veo.
-Exacto, su provincia... Más bien algunas cosas de su provincia me
desconciertan.
-Y usted, al mismo tiempo ha desconcertado a varios.
-¿Cómo?.
- Es muy preguntón y le ha metido intranquilidad a mi ministro.
-Sólo escribí lo que veía.
-Error. Escribió lo que pensaba. Porque usted no vio nada, como
tampoco ve nada ese maricón que tengo al frente de gobierno. Vea, Salvo. A

98
mi me importa un bledo todo lo que escriba, mientras no me alarme mi propio
hormiguero, ¿me entiende?.
-En realidad...
-Puede seguir dictando sus estúpidas crónicas llenas de interrogantes
e investigue hasta donde pueda o le de el cuero...
-Pero...
-Pero no me confunda a la gente que ya está bastante desorientada
con esta cuestión absurda que nadie entiende.
-¿Usted tampoco?.
-Tenga cuidado con lo que dice, jovencito. No sé muy bien qué está
pasando ni quién inventó esto de Salinas. Pero le digo una cosa -levanta el
índice y lo agita delante de su nariz-, no permitiré que nada me saque de
curso ni me desestabilice la estantería. De manera que haga lo que quiera en
tanto no intervenga en mis cuestiones internas.
-¿Usted leyó mis notas?.
-No, pero me las contaron e hicieron arrugar a mi ministro y despertó
interrogantes ociosos en otro montón de gente, como si ya no tuviéramos
problemas de qué ocuparnos.
-¿Cómo cuáles?.
-La cuestión de Salinas, ¿le parece poco?. Ese es un presente griego
que ya veré quién me lo manda.
-¿Alguno más?.
-El incendio de catastro.
-Es cierto, su ministro ha dicho que es grave.
-¿Grave?, ¡gravísimo!, pero ese estúpido timorato sólo ve la pérdida de
papeles.
-¿Y no fue eso?.
-¡Qué va!. Si no hay papeles no hay propiedad, no sabemos a quién le
vamos a recaudar, ¿se da cuenta?. El secretario de Hacienda camina por las
paredes. De pronto La Pampa no tiene límites internos, ni departamentos, ni
predios localizados. Esto qué es: que no hay contribuyentes. Todo es un viva
la Pepa y ese es el riesgo.
-¿Cuál?
-Que algunos vivos se vengan a aprovechar de la situación. Eso, me
expresé claro, es lo que no voy a permitir. No sé cuál será la virtud periodística

99
de sus crónicas. Como yo las veo sólo son un atractivo para intereses
indeseables.
-¿Me hizo venir para decirme todo esto o para que me cuide con lo que
escribo.
-Lo hice venir para tranquilizar a mis funcionarios de cuarta. Pero
también para otra cosa.
-¿Si?...
-Para decirle que alguien está fumigando feromona y no todos tienen
paraguas.
Al salir de la quinta gubernamental el viento fresco va secando su
espalda y despegando la camisa del saco. Salvo rechaza el automóvil que el
gobernador le ofrece para regresarlo al centro de la ciudad y comienza a
desandar las treinta cuadras que lo separan de su hospedaje. Avanza
pensativo entre la apretada hilera de altos eucaliptus que protegen la cinta
asfáltica. A mitad de camino el cansancio lo invade y lamenta su negativa.
Pocos rodados circulan y ninguno que ostente el cartel salvador de taxi.
Malhumorado arquea las cejas. El día está gris y desangelado, oscuro como la
sombra que crece a sus espaldas.

Capítulo 25

La sirena del molino harinero suena puntual y estridente. Momentos


más tarde los amplios portales se abren expulsando a decenas de operarios
que, como hormigas, van cruzando las vías en los prolijos senderos de la
costumbre que los llevarán con destino a las villas de ambos lados de la
ciudad.
Un muchacho de gorra visera sostiene su bicicleta con sólo una mano
sobre el asiento y la hace avanzar con destreza sobre el delgado y
serpenteante caminito de gramilla. Al llegar al andén principal de la solitaria
estación se detiene y espera. Una joven cuya silueta recorta el sol, se anuncia
desde el otro lado de la vieja edificación. El le acaricia el rostro y ella juega a
quitarle los broches con que ha plegado la botamanga de sus pantalones.
Ríen, chocan sus frentes, cambian abrazos y logran que Salvo sienta una
punzada de envidia y nostalgia. Molesto, percibe una creciente sensación de
incomodidad ante la perspectiva que los jóvenes lo descubran observándolos.

100
Afortunadamente, concluyen la ceremonia del saludo cotidiano y se enlazan
para avanzar hacia el norte hasta perderse tras los enormes depósitos de
granos de la estación ferroviaria. Los ojos del cronista los siguen hasta que la
pesada figura de un vagón herrumbrado se interpone. Vuelve a recostarse
sobre el asiento de madera. Cierra los párpados para juguetear con las
cabriolas que el sol produce en su retina. Los abre y al hacerlo descubre a la
muchacha que lo mira con interés.
-Usted es Salvo.
-Disculpe -dice tartamudeando- estaba distraído.
-Ya veo. Bueno, usted dirá.
El hombre procura un respiro para reacomodarse y elegir una
introducción adecuada ante el abanico de posibilidades que ha estado
rumiando desde hace horas. No la encuentra.
-Usted, usted ya ha hablado con Álvarez.
-Si, pero prefiero que sea usted el que me explique.
-Verá -vuelve a vacilar-. Es un tanto difícil de resumir.
-Tómelo con calma -ayuda- comience por el principio.
-La cuestión es que..., bueno, que tengo la sospecha que hay un juego
de intereses vinculado a tierras públicas y...
-¿Qué tipo de intereses?.
-Ambiciones, poder, lo usual.
-¿Y eso lo inquieta?.
-Es que me parece que estoy ante algo gordo, muy comprometido y,
ciertamente, delictivo.
-¿Tiene alguna prueba, algún indicio?.
-Me da la impresión que un pobre hombre tuvo la mala fortuna de vivir
en un lugar apetecido por otros.
-¿En tierras fiscales?.
-Aparentemente sí. El dilema está en poder resolver de qué manera
estos predios podrían ser transferidos sin inconvenientes y sin levantar mucha
polvareda.
La joven se coloca los anteojos y termina de acomodarlos empujando
con el índice el centro de la montura de carey. Lanza un suspiro antes de
responder. Salvo aprovecha para estudiarla: lleva un guardapolvos gris que
oculta sus formas y de los enormes bolsillos emergen sobres de papel manila

101
doblados, puntas de lápices de tinta y hasta un par de tijeras. Va calzada con
zapatos cerrados y bajos. Concluye en que pasaría desapercibida en cualquier
lugar. Una auténtica oficinista..., si no fuera por sus prolijas trenzas de pelo
renegrido y unos enormes ojos celestes que ganan holgadamente la batalla
contra la fealdad del armazón.
-Una maniobra que podría tener resultados consiste en ampararse en
el decreto ley 14.557 que faculta al Poder Ejecutivo a adjudicar en venta los
predios fiscales rurales y urbanos a sus ocupantes actuales.
-¿Cómo se podría demostrar ocupación?
-Se entiende por tal a quienes residan habitualmente en la zona o
hayan residido durante diez años como mínimo o explotado el predio
directamente o por intermedio de personas de su familia y con capital propio...
Además, haber radicado el capital en mejoras y haciendas de un modo que
quede asegurada la correcta explotación.
-Pero yo estoy pensando en una ocupación fraguada.
-En ese caso, bastaría demostrar que se está cumplimentando el
artículo ―D‖.
-¿Qué dice?.
Bueno... -hurga en su bolsillo y extrae una libreta de tapas de hule que
consulta con ligereza-: en la ley 14.159 y su decreto reglamentario 57566 se
expresa "que será especialmente considerado el pago por parte del poseedor
de impuestos o tasas que gravan el inmueble, aunque los recibos no figuren a
nombre de quien invoque la posesión". ¿Se da cuenta?.. Imaginemos que
alguien viene a La Pampa, le pone el ojo a un predio fiscal y comienza a pagar
como si lo ocupara. Su único dilema consistiría en hacer desaparecer los
rastros anteriores del predio.
El semblante de Salvo cambia de color por acción de la adrenalina.
-¡El incendio de Catastro y parte del archivo de Rentas!.
-Llamas muy oportunas ¿no le parece?
-¿Y qué otro escollo podría enfrentar una maniobra semejante?.
-Que en esas tierras ya exista un ocupante.
-¿Con qué características?.
Que viva allí desde mucho tiempo atrás.
-El hombre en que pienso tiene una raíz de trescientos años en la
zona.

102
-Usucapión.
-¿Perdón?.
-Es un modo de adquirir el dominio. Es una palabra que viene del latín
usucapio de usus o posesión y capere, tomar o adquirir el dominio a través de
la prolongada posesión en concepto de dueño.
-¿Y ese criterio está vigente?.
-Mire, le estoy hablando de normas legales que han sido sancionadas
hace muy pocos años. Con decirle que la última data de 1958.
-Presumo que antes el problema de la tenencia de la tierra habrá sido
terreno fangoso.
-Tiene razón -hunde nuevamente sus manos en los bolsillos y extrae
una fotocopia profusamente subrayada-. Por mucho tiempo la palabra es
proscripta del uso forense, de la jurisprudencia y de la doctrina pero fue
readmitida en la convicción de que encierra en sí la máxima expresividad: la
que le adjudicaba el derecho romano y que le conté recién -se detiene para
tomar aire y corroborar con sus apuntes-: se basa en un interés de orden
público, perdone si me extiendo. El factor tiempo juega roles importantísimos
en la vida del hombre y es elemento determinante en sus relaciones jurídicas
para dar lugar al nacimiento, modalidades y extinción de las mismas. Se
pierden o ganan derechos por el simple decurso del tiempo dado en
situaciones especiales. El orden público (que es su fundamento) está abonado
por razones de carácter filosófico, social y económico. ¿Le resulta muy
farragoso?
-No..., en realidad, sí pero no se preocupe que algo me quedará.
-Ya habrá algún día -dice compasiva- en que tendremos un lenguaje
legal comprensible para el resto de los mortales. Sigo: así como el ser
humano, al hacer evidente, en forma por demás posesiva, su derecho
inalienable a los senos de la madre, grávidos de leche fecunda, evidencia
también un derecho igualmente inalienable e incuestionable a ocupar un lugar
en el ubérrimo seno de la madre tierra. Hay, pues, analogía entre el seno
nutriente de la madre humana y el vasto seno de la madre tierra. Así lo
concibe el derecho natural.
-Muy gráfico y hasta casi poético para ser una terminología tan técnica.
¿De dónde sacó todo esto?.
-Estudio. El que quiere saber tiene que hacerlo.

103
-Me doy cuenta. Continúe, por favor.
-Es de ahí que el derecho de propiedad de la tierra tiene una base
jurídica. En el instante mismo del alumbramiento nace el derecho al suelo del
ser humano, pero también nace el terrible problema de cómo, cuándo y en qué
medida se le reconoce ese incuestionable derecho.
-Un dilema de siglos.
-Así es: resulta manifiesta la justicia de convertir en titular del derecho
a quien durante el transcurso de muchos años se ha conducido como si
realmente le correspondiera la titularidad del dominio; la de acordar validez y
seguridad a las situaciones de hecho, documentando el trabajo y el
mejoramiento de los bienes, en tanto se castiga a quien egoístamente
abandona lo suyo y prescinde del interés colectivo.
-Creo que esto es exactamente lo que estaba buscando.
-Entonces -se entusiasma- le va a gustar saber que la importancia de
la usucapión es grande y significativa desde dos puntos de vista: por medio de
ella se sanean los títulos. No es menester rastrear en la historia de cada
situación si el que transmitió el derecho era o no titular del mismo. Es
suficiente con la constatación del transcurso de veinte años con las
condiciones que exige la ley. En caso contrario sería necesario ir remontando
los orígenes en forma abrumadora hasta encontrar la fuente primera del título.
Con la usucapión se logra, también, la seguridad jurídica, condición esencial
para el Derecho.
-¿Nada más que veinte años?.
-Antes era de treinta años pero el decreto ley modificatorio del artículo
24 de la ley 13159 tuvo en vista corregir los abusos a que dio lugar la
posibilidad de que la invocación de posesiones treintañales falsas terminaran
en el reconocimiento judicial de la adquisición del dominio, debido a los
regímenes procesales sin ninguna garantía a que se sujetaba tal
reconocimiento.
-Pero... ¿si prosperara una demanda falsa en contra de un legítimo
ocupante, de muchos años, éste cómo se podría defender?.
-Ahí está lo criterioso de la modificación del artículo 24. Luego de
enunciar los recaudos ineludibles para el juicio de usucapión expresa que -
recurre otra vez a la libreta y lee ajustándose los anteojos-: "las disposiciones
precedentes no regirán cuando la adquisición del dominio por posesión

104
treintañal (ahora de veinte años) no se plantea en juicio como acción, sino
como defensa". Vale decir que si el eventual demandado por reivindicación es
un usucapiente, no está obligado a la presentación de certificados de dominio,
a las exigencias de los códigos procesales locales con relación a personas
desconocidas, a la presentación de mensuras, etc. ... ¿va entendiendo el
sentido?
-¡Por supuesto! ¿Y a qué está obligado?
-Le es suficiente decir, al contestar la demanda por reivindicación, en
virtud del artículo 3962 que opone la usucapión sobre la base de los artículos
4015 y 4016 del Código Civil o, según el caso, el artículo 3999 y luego probar
la usucapión como defensa.
-¿Entonces?.
-Las especulaciones corren por su cuenta. Yo me limito a las
circunstancias demostrables...
Salvo experimenta una rara sensación, como si una pesada carga se
volcara imprevistamente sobre su cuerpo. La idea que venía titilando en su
conciencia es ahora un fuego que lo abrasa. Respira hondo.
-Entonces... -la súbita revelación lo abruma. Su cuerpo es víctima de
una breve convulsión. Eleva la voz-, entonces... no hay más remedio que
eliminar este escollo por otras vías. ¡Pobre Velaichichi!.
-Es usted quien lo dice -se defiende, sin convicción-.
Una muralla de silencio se interpone entre ambos. La joven guarda
cuidadosamente sus apuntes y el cronista siente que algo se quiebra en su
interior. La muerte, antigua y definitiva ha merodeado a sus anchas. Impávida
e implacale ante el hombre anónimo cuyo destino fue fijado hace siglos.
El uno y el otro alzan la vista y cruzan una mirada triste. Ella encoge
los hombros en un movimiento que expresa resignación o condolencia. Él
cabecea varias veces para sustraerse de la tensión que ha generado el
descubrimiento. Acaricia con la mirada el andén vacío y decide que todavía
hay mucho camino para recorrer.
-Me ha quedado una intriga.
-¿Sobre la usucapión?.
-No. Es algo aparte que quizás sepa: tengo interés por saber si Álvarez
es poseedor de un libro de Jaime Molins.

105
-Nunca he visto a ese autor en su biblioteca. ¡Uy, qué tonta soy! -
chasquea su puño contra la palma-. Me olvidaba que tengo otra cosa más
para decirle.
-La escucho.
Calza los lentes por enésima vez y elige un papel escrito con una
tipografía cursiva, en la que cada carácter se va enlazando con el siguiente.
Ello le confiere al texto un aire encantador que está ausente en las modernas
máquinas eléctricas que ingresan a las redacciones en los últimos tiempos.
La muchacha recita como una oración:
-"Somos todos iguales, de la misma sangre./ La gente de los montes y
las gentes de las sales/ inútil es que digan los unos a los otros: Valemos más./
El Gran Hombre de los Llanos no los distinguirá./ Todos somos iguales-dice-
de la misma sangre./ Estos y aquellos saben hacer sus rogativas./ Puesto que
los hice nacer en los campos,/ que participen por igual en sus beneficios,/ sin
decir los unos de los otros: Valemos más./ Todos somos iguales, de la misma
sangre. Esa es la verdad./ Una tribu no se diferencia de otra tribu,/ si viven
igualmente en sus toldos de cueros,/ y los guerreros son igualmente rebeldes,
y las mujeres son igualmente sumisas./ Mirad la cara de un mamulche; y mirad
luego la cara de un chadiche./ Son semejantes, como la mano diestra es
semejante a la siniestra./ No digan pues: nosotros valemos más./ Somos todos
iguales, de la misma sangre. Esa es la verdad." ¿Le gustó?.
-Si. ¿Qué es?.
-Forma parte de un cancionero mapuche que recopiló Hernán Deibe.
¿Tiene sentido para usted?.
-Sí. Dígale a Álvarez que tiene sentido para mí.
Se despiden con un apretón de manos y el hombre la ve perderse tras
los galpones del ferrocarril. Alejandra cruza ensimismada el molinete que
antecede a la barrera del paso a nivel. En la esquina, un motor arranca.

Capítulo 26

106
Te hemos descubierto me dijo. Ahora existes, dijo y apoyó su palma
sobre mi cabeza. El hombre pálido hizo otro gesto y murmuró palabras a las
que no presté atención preocupado por hacerle saber sin ofenderlo que soy
desde el fondo del tiempo. Aquí nacieron mis padres y abuelos. En este lugar
los abuelos de mis abuelos descifraron los misterios de las piedras. Fue aquí
donde los abuelos de los abuelos de mis abuelos midieron el cielo y contaron
los astros. Los antiguos, de quienes descienden aquellos abuelos dieron un
significado al cielo y al espacio. Aquellos..., aquellos que hace muchas lunas,
cientos de ellas, determinaron éste es, este será nuestro año nuevo.
Te llamaremos Pedro, me dijo. Serás Pedro en honor al fundador. Pedro, para
saber quién eres. Para identificarte. Para que seas distinto a los demás. Dijo y
yo moví, ahora sí, la cabeza negando. Porque yo soy Velachichi, ese nombre
que te resulta tan difícil pronunciar. Velachichi o Velachichiz, si quieres. Ve-la-
chi-chi, entiendes. Soy y pertenezco a este nombre que me identifica y da
sentido a mi vida. Velachichi, vecino y hermano en el destino de los
Tubichamini, del grupo mbeguá, del lugar que queda en la entraña del bosque.
Allí, donde el sol se acuesta. Te llamaremos Pedro, agregó.
Te evangelizaremos dijo el hombre pálido. Te convertiremos para que dejes
de ser hereje y bárbaro, para que seas un buen Pedro, murmuró acariciando
un breve atado de papeles. ¿Ahí está tu Dios? Pregunté asombrado e
incrédulo. Porque debe ser un Dios muy pequeño para caber en una hoja de
papel. Mi Dios ilumina todos los confines, dijo el hombre pálido con orgullo.
¿Tu Dios se llama Sol?, inquirí. Elevó la voz en una especie de plegaria y
sostuvo: mi Dios está en todas partes y nadie lo ve. ¿Tu Dios es el viento?. Mi
Dios alumbra los lugares oscuros. ¡Ah, tu Dios es la luna! Mi Dios castiga sin
palo ni piedra, agregó triunfal. Entonces... ¿tu Dios es el fuego? Mi Dios está
en las alturas y todo lo ve. Ya sé: tu Dios es el pájaro. No, dijo el hombre
pálido, mil veces no, vociferó el hombre pálido. Yo respiré aliviado al saber
que su Dios no es el sol, ni la luna ni el pájaro del amanecer, ni el fuego ni el
viento. Porque esos son mis dioses, dioses de aire libre, imposibles de
capturar en un papel.
Yo soy el que manda, el imbatible, dijo socarrón y victorioso el pálido hombre
golpeando sus caderas con el artefacto azulado que escupe fuego por la boca.
Esta es mi razón y mi fuerza, sostuvo el hombre pálido. El mismo que desnudo
es un montón de carne fláccida, el hombre de abultado abdomen y cuero

107
peludo y maloliente. Ese ridículo hombre pálido es débil y la demostración de
esa debilidad está en ese extraño aparato que luce en sus correajes. Yo soy el
fuerte, dijo.
Te diremos Pedro. Serás Pedro, dijo el hombre fuerte del dios de papel que
descubre lo que ya existe. Pedro en honor al fundador de esta ciudad, dijo al
recibir el puñado de sal que traigo desde lejos, desde los confines que algún
día llamarán pampa, donde se esconde la luna de diciembre. Pedro, el que
descubrió la sal para nosotros, dijo inquieto mirando a los costados. Serás
Pedro, el de la sal y así te registraremos, dijo.
Pero soy Velachichi, vecino y hermano en el destino de los Tubichamini. Cada
vez que el hombre pálido exhala el aire para decir Pedro, para vomitar Pedro,
cada vez que esas cinco letras me tocan la espalda mi sangre se subleva. En
ocasiones, cuando involuntariamente volteo al oír ese nombre un trozo de
pasado se me escurre. Cada vez que Pedro es pronunciado la vida se
insolenta y la memoria sufre y se desgarra. Soy Velachichi o Velachichiz si se
te antoja. Un hombre manso y bueno de dioses de aire libre. Una libertad que
se condena cuando el hombre pálido dice Pedro y apoya su palma sobre mi
cabeza.

Capítulo 27

Camino al centro una aguda puntada de hambre se instala en el


estómago del periodista. Decide comer algo ligero en el bar de la Terminal
antes de visitar al Maestro para contarle las novedades.
Ubicado en su mesa repara que ha venido a atender su pedido un
hombre de mediana edad. Es de pelo negro y parado, pómulos pronunciados
y tez morena que hace resaltar sus dientes.
-¿Y Macedonio?.
-No sabemos qué le ha pasado. El patrón mandó un pibe hoy a su casa
para averiguar y la encontró tapera. Estamos intrigados, porque siempre avisa.
-Pueda ser que venga a la tarde, porque le prometió a una amiga
contarle algunas historias.
Los labios del mozo se abren en una amplia sonrisa.

108
-¡No hay como él para contar historias pueblerinas!. Pero no se haga
problema señor: si no viene yo le digo a su amiga algunos cuentos de luces
malas y tinguiriricas.
-¿Qué cosa?
-¿Le picó, eh?. Venga a la tarde y lo sabrá.

La ciudad enriquece en sonidos y olores a medida que el caminante


profundiza en las afueras. Los bordes de Villa Santillán abundan en tendales y
gallineros. Algunas huertas, pero pocas porque los pampeanos son
carnívoros. Una farola triste se mece por la ventisca que augura frío. Los niños
se cansan de errarle con sus pedradas y parten a discutir un _picado en el
potrero de la otra cuadra. Tin..., tinqui, tínguiqui... ¿Cómo diablos dijo?. La
promesa del mozo sobre los tin... ha tenido la virtud de divertirlo pero a medida
que avanza las preocupaciones regresan a las coordenadas correspondientes.
Tinguiqué... ¿Pero qué hora será?. Procura una respuesta mirando al cielo.
Este le responde con un manto de nubarrones ominoso y violeta. Una cosa es
segura: es tarde, cada vez más tarde.
Sentada en el tapial de la casa del profesor hay una niña de pelo
cobrizo, recogido sobre la nuca con un inmenso moño rojo. Mancha su boca
con un lápiz de tinta mientras repasa el contenido de un cuaderno de lomo
entelado.
-¿No está el Maestro?.
Levanta sus ojos y queda mirando al recién llegado con desparpajo.
Mordisquea su lápiz mientras lo examina.
-No. ¿Y vos quién sos?.
-Bueno -titubea- soy, soy un amigo que vengo a hacerle algunas
consultas.
-Ah -contesta y cierra la boca-.
-¿Y vos quién sos?.
-Yo soy Jaquelina. Mi mamá me puso así por la novela pero a mí me
gusta más Elizabeth, como la del cine. Vine hace un rato a que me corrija los
deberes pero no lo encontré. Es raro, porque sabía que yo iba a venir. Seguro
que se ha ido al centro a cobrar la jubilación o algo así.
-¿Hace eso seguido?
-¿Qué?

109
-No dejar ningún mensaje.
-Es la primera vez.
-¿Podrías decirle algo de mi parte?.
-Depende.
-Haceme el favor de contarle que Salvo tiene novedades muy
importantes.
-Si eso es todo, está bien. ¿Qué es lo que hacés?
-Soy, soy periodista... de Buenos Aires
-¡Qué bueno!. ¿Es cierto que adentro del obelisco hay fantasmas?.
-Pues... no lo sé.
-¿No dijiste que eras periodista?.
Algo ofendido el cronista se vuelve para regresar pero a los pocos
pasos lo detiene la vocecita cargada de ironía.
- ¿De dónde venís no acostumbran a saludar al llegar y al irse?.
-Tenés razón. -dice confundido y ruborizado-. Adiós Elizabeth.
-Chau, Salvo.

¿Es que todos desaparecen? ¿En estos momentos, cuando más se


los necesita? Rumiando mil hipótesis vuelve al centro por las mismas calles.
Las matronas recogen sus ropas y arrojan maíz en los patios amplios y
sombreados, puntualmente barridos y asentados a baldazos. Tras los ligustros
una docena de niños quiebran ramitas y juegan a ser pájaros. Un trueno
imprime ligereza a sus pasos y cruza los dedos para que nada haga naufragar
su cita con Velia. ¿A quién, a quién contar ahora todo lo que sabe y le
quema?.
Momentos más tarde, sentado en la cama de la habitación, ordena
todas sus anotaciones, les adjudica un orden cronológico. Garabatea una
síntesis que lo ayude en la charla que va a tener con Buenos Aires ni bien
consiga comunicación. Como adivinando sus intenciones una voz desde la
mesa de entradas le avisa que tiene una llamada.
-¿Rodolfo?.
-¿Y quién otro se va a acordar de vos allá en esas desmesuras?.
-Escuchá bien lo que voy a decirte porque es como una papa caliente
en la boca.

110
Con esmero narra el resultado de sus investigaciones. Por momentos y
como una suerte de estímulo recibe como respuesta exclamaciones o algún
carraspeo. Pone empeño en formular una síntesis objetiva. Aunque desde el
inicio sabe que su informe estará teñido de las múltiples emociones que ha
experimentado desde su llegada a La Pampa. Cada tanto toma un respiro
para precisar algún dato. En su pecho crece una sensibilidad especial, inusual
en los últimos tiempos. Este estado lo retrotrae a vivencias de un pasado que
cada vez le parece más lejano. Al concluir, queda en silencio para no
condicionar los procesos reflexivos de su amigo. La bocina del teléfono huele
a tabaco y sus manos transpiran. La pared del frente ofrece una mancha de
humedad escapada de un cuadro de Miró. Una araña se descuelga aviesa en
el rincón y la contempla maravillado por su habilidad.
-¿Sabés una cosa Juan?.
-Decime.
Tengo el presentimiento que te has metido en algo muy pero muy
pesado y, me duele tener que apuntártelo, estás muy pero muy solo.
-Estás abusando del pleonasmo, compañero y, además, no estoy solo.
¿Por qué crees que recurro a vos?. Vamos, dile a tu amigo todo lo que
discurre por tu caleto
. -Está bien. Paso a paso. Primero: denominar la serie de crónicas
"Clave de Sal" no está nada mal, pero debieras ponerle un subtítulo para que
parezca más una elaboración periodística y no el título de una película de
suspenso. Segundo: está muy bien la cronología de tus observaciones con
relación a los hechos...
-Pero...
-Pero son todos elementos conjeturales. Para que esa crónica funcione
tenés que demostrar algo, ofrecer la contundencia de un hecho revelado e
incontrastable. El periodismo de investigación no puede ser una disciplina
apodíctica.
-¡Lo que son las cosas, el anciano que me ayuda me dijo algo
semejante pero con respecto a la historia!.
-Me va gustar conocer a ese hombre.
-Bueno..., ¿cómo sigo?.
-Hincale el diente a lo de ese Velaichichi.
-Me queda muy a trasmano y ya está metida la policía.

111
-Entonces a lo del incendio en Catastro.
-¿Por dónde empiezo?.
-Dejo constancia -ríe con ganas- que me guardo el comentario que me
dejás servido en bandeja.
-No te hagás el vivo.
-Comenzá por describirme el escenario.
-De acuerdo. La casa de gobierno es como un enorme y flamante
transatlántico instalado en medio de un medanal.
-Surrealismo pampa. ¿Cómo está ubicada?.
-Está al borde del área más poblada y su proa se enfila hacia el Oeste
mientras que la popa está en dirección al Este.
-¿Y el sector de Catastro da al Norte?.
-Pues... sí. ¿Cómo lo supiste?.
-No hagas preguntas sonsas y seguí.
-El área incendiada está establecida en el segundo piso y tiene amplios
ventanales que dan al exterior.
-¿Con cortinas?.
-Parece, por lo que me contaron, que tenía unas cortinas de una tela
parecida a la arpillera pero mucho más finoli. Estaban recogidas porque como
hay orden de economizar electricidad tratan de utilizar al máximo la luz
natural.
-¿Y el acceso al lugar?.
-Hay un pasillo general pero sólo se accede por una escalera que
estaba clausurada por reparaciones y un ascensor que permanecía en la
planta baja. El siniestro ocurrió un lunes, después de un fin de semana largo
porque el viernes clausuraron todas las actividades por fumigación. De
manera que nadie, absolutamente nadie, pudo penetrar en el lugar desde el
jueves por la tarde.
-¿Y el incendio cuándo fue?.
-El lunes, a poco de salir el sol, antes del ingreso de los empleados.
-¿Cómo es la sala?.
-Es muy amplia, dividida en sectores por archivos y estanterías.
-¿Y la iluminación y la instalación eléctrica?.
-Fluorescentes arriba y una llave general en el pasillo. Pero...
-¿Pero qué?.

112
-La hipótesis del cortocircuito se descarta porque todas las noches
desconectan la corriente del sector, precisamente para evitar incendios.
-¿Tienen una matera, como en todas las oficinas públicas?.
-Si. Los empleados armaron una haciendo un búnker con tres muebles.
Pero al agua la calentaban con un calentador de resistencia.
-¿Cigarrillo?.
-En la zona se prohibe fumar por la cantidad de papel seco
almacenado. ¿Voy bien?.
-Ahá. Describime qué es lo que tenían en el lugar.
-Bueno, allí se almacena todo el registro cartográfico de la provincia
más parte del archivo de Rentas vinculado con los títulos inmobiliarios y ese
tipo de cosas. En fin, había mapas, cartas parcelarias, biblioratos, carpetas,
rollos de papel vegetal, mesas de dibujo, escritorios inmensos, etc.
-¿Y qué más?.
El piso es de baldosas que limpian con una mezcla de aserrín y gas oil.
-Típico.
-Y ya no me queda más nada... excepto.
-¿Qué?.
-Las reglas, lápices y lapiceras de diversos colores, lupas de estudio,
proyectores de diapositivas y ampliadoras de imágenes, curvímetros...
-¿Curqué?.
-Curvímetros. Es un aparatito que sirve para medir las distancias en los
mapas.
-¿Cómo funciona?.
-Es una especie de cortador de planchas de ravioles con un contador
mecánico que se regula según el tipo de medición. Pasás la ruedita por un río,
por ejemplo, y al final del recorrido el contador te canta la longitud.
-Interesante... -Rodolfo se sume en una larga pausa que exaspera a su
interlocutor.
-¿Qué pasa viejo?.
-Pues que..., se me ha cruzado una idea... ¿Tenés a mano un parte
meteorológico de esa semana?.
-¿Un qué?. ¿Estás loco!. ¿De dónde voy a conseguir eso?.
-Pensá. O llamame un día de estos -retruca con tono fingidamente
despreocupado-

113
El cronista busca desesperadamente alrededor maldiciendo la
ausencia de la recepcionista y, cuando está a punto de claudicar, recuerda.
-¡El diario!.
-¿Qué?.
-¡El diario que compré al llegar, en algún lugar lo tengo!. ¡No cuelgues
que ya vengo!.
Deja el tubo sobre el mostrador y corre a su pieza. Atormentado
comprueba que en la mesa de luz sólo está la folletería que le han dado, los
resúmenes de cuentas de sus gastos y el consabido desorden de alguien a
quien la prolijidad no lo desvela. Se recuesta sobre la pared y repasa la
habitación palmo a palmo. Al final, una expresión de alegría corona su
observación. Despoja a la única silla de esterilla de una pirámide de
pantalones, medias y camisas para rescatar el ajado y olvidado matutino local.
Regresa tropezando por el angosto pasillo mientras se desprende de las
páginas de deportes, sociales y nacionales.
-¡Lo tengo!.
-Con calma, Juan.
-¡Aquí está!. Parece que llovió durante todos los días anteriores. La
oficina meteorológica pronosticó buen fin de semana pero al parecer sólo
cambió el tiempo el domingo a la tarde. Eso es todo. ¿Te sirve?.
-Juan: lo que se me ocurre es algo tan sencillo como ingenioso. No
digo que fuera así. Pero muy bien podría haber sido así.
-¡Dale, no te detengas!.
-Una especie de bomba de tiempo.
-Rodolfo, no me jodás que no estoy para boludeces.
-Escuchá bien: el o los tipos saben que no habrá actividad durante tres
días largos y entonces ¿qué hacen?. ¿Eh?
-¡Vamos, largá!.
Colocan una lupa de estudio en la posición correcta y se quedan a la
espera de que salga el sol. Como cuando éramos chicos, ¿te acordás?.
-¿Así de fácil?.
-Una maniobra simple, bella, limpia y que no deja huellas. ¿Te gusta?.
-¡Me encanta!. ¿Y ahora qué hago?.

114
-Esperás hasta mañana a que abran la casa de gobierno. Te vas al
lugar y corroborás todos estos datos. Luego me llamás para pasarme la
primicia y te quedás a aguardar la corona de laureles.
-¡Hermano, no sé cómo agradecerte!.
-Pss. Ya buscaremos la forma.
El enviado especial corre a su habitación a bañarse y vestirse para su
cita con Velia lleno de un entusiasmo adolescente. Frente al espejo
comprueba el nudo de su corbata y, pasa la mano como si fuera un amuleto
por el banderín que le han regalado en Turismo.
Llevando la bolsa con sal en su mano canturrea rumbo al exterior.
-¡Rico, qué bien se lo ve!.
-Es mi encanto latino.
-¿Dónde va con tanto apuro?.
-Es que me están esperando.
-Pero ¡qué lastima que ha comenzado a garuar!. ¿No quiere quedarse
aquí al resguardo?.
-Gracias, pero voy cerca. Otra vez será.
-Bueno, usted se lo pierde.
Una llovizna fina casi imperceptible acaricia su rostro y al buscar el
refugio de las paredes descubre la figura grotesca que se apoya en la entrada
de un zaguán.
-Señor.
-¡Usted otra vez!. ¡Váyase al carajo!.
-Señor. La noche ya ha llegado.
Fastidiado lo ignora y sigue su paso. Cruza la calle con rumbo a la
vereda en donde la acumulación de agua que escurre el pavimento es menor.
-Salvo.
-¿Qué? -voltea desconcertado-.
Algo, quizás la extraña pronunciación de su nombre, la gravedad de la
voz o la súbita aparición debieron haberlo alertado. Sus cansados reflejos lo
traicionan y con tristeza comprende que es el final. Protege su pecho con
ambos brazos en un ademán estéril, insuficiente para detener el furioso
itinerario del delgado puñal que se hunde sin dificultad. La fuerza de la
estocada lo arroja contra la pared. Tras un instante comienza a resbalar
lentamente. Al desplomarse sus piernas se entrecruzan en un ángulo

115
imposible, un extraño signo de interrogación para corolar una frase no escrita
en el final de una calle ignota de la ciudad que anochece. Su boca ha querido
articular un grito que no ha brotado y permanece contraída en un rictus de
estupefacción, grande e inútil como sus ojos inmensamente abiertos. No hay
en ellos miedo. Tan sólo el último destello pensativo y melancólico de un
hombre que ha visto casi todo..., o todo de la vida. Del que ha mirado de frente
la llegada de la muerte. El mango del puñal emerge como un mojón sobre la
cruz de sus brazos. Los crispados dedos aprisionan una delgada línea de sal
que enrojece. Pausadamente, los cristales se disuelven con la lluvia que da
cauce y caudal a un río púrpura que madura y brilla bajo la mortecina luz del
farol de la esquina.

FIN

CABILDO DEL 23 DE FEBRERO DE 1668

En la Çiudad de la Trinidad Puerto de Buenos Ayres en beynte y tres de Febrero de mill y


seisçientos y sesenta y ocho años el Cabildo Justiçia y Reximiento desta dicha Ciudad, se
juntaron a haser cabildo extraordinario para lo que se hara mension que es lo siguiente.

116
Ley Yo el presente Escribano en este Cavildo un despacho y recaudo del Señor
Presidente en que da notiçia a este dicho cavildo como se a descubierto mediante la ynfinita
misericordia de Dios Nuestro Señor en la juridizion desta çiudad çinquenta o sesenta leguas
della una laguna de mas de una legua de largo de sal fabricada al benefizio de la naturaleza Y
que en la presente ocasion de la mucha carestya que ay de sal en que padese la Republica
mucha y extrema necesidad, y que juntamente se pueda con algun medio adelantar la obra
desra Santa Iglesia Cathedral Y que se confiera lo referido y la forma que tubieren por mas
conbeniente, para que se consiga y de los medios que se acordare, se le de quenta como mas
en particular se contiene en dicho despacho -el qual esto leydo y entendido por dichos
capitulares- se confirio largamente sobre el particular y se acordo de un acuerdo y conformidad
lo siguiente que el Señor Presidente desta Real Audiençia puede dar y de lizençia a todos los
vezinos y moradores desta dicha çiudad para que puedan sacar y traer la sal que les paresiere,
con tal que para benderla no exeda del presio de a peso por un almud y que el un real del dicho
peso sea para la obra de la fabrica desta santa Iglesia Cathedral y que para el seguro desta
paga se prevenga y de la horden necesaria, y por que no aya fraudes y todos registren la que
trujeren se ymponga alguna pena, y la de perdimiento de la sal que se aprehendiere-Y que el
vezino u otra persona que no la trajere para vender, contribuya el dicho real por cada almud- o
caso que por esta via no tenga forma, en atenzión de que las salinas o son bienes de su
magestad o de las Çiudades, se disponga que el que la trajere, de la misma cantidad de la
quinta parte para el dicho efecto de la fabrica, y con qualquiera destos gravamenes y siendo tan
del servicio de Dios lo referido y que siendo comun la dicha salina el jenero de contribusion de
los mismos vezinos sale y devieran hacerlo para la dicha fabrica y no se debe tener por
molesto, y mas eximiendoseles por este camino de los exçesivos precios a que se bende oy la
sal, y no se halla, y ser este presio señalado conforme lo que esta dispuesto por el araçel desta
çiudad.
Y asi mesmo se acordo que lo susodicho sea y se entienda por el tiempo que durare, la
obra y fabrica de dicha santa Iglesia Cathedral.
Y tambien se acordo que siendole de conveniencia y utilidad para ayuda del aumento de
los efectos de la dicha fabrica el que el primer viaje que se hubiere de hazer a dicha salina, a
traer sal della, le haga la persona a cuyo cargo esta dicha fabrica, o quien su señoria dicho
señor Presidente hordenare, con la cantidad de carretas que señalare, con que gosara dicha
fabrica, desta primer ocasion de primera y mejor y mas breve venta de la dicha sal sin que hasta
que su señoria de nueba lizençia y horden en conformidad de lo antesedente, baya otra
persona.- Y que esto es lo que se les ofrese proponer y resuelven al dicho recaudo y horden de
dicho señor Presidente.- Y mandaron se le de cuenta dello por este mismo cabildo luego para
que se ponga en execuzion lo que fuere servido y convenga.- Y lo firmaron.

CABILDO DEL 19 DE SETIEMBRE DE 1714


PETICION DEL PROCURADOR GENERAL DE LA CIUDAD PARA SOLICITAR LAS
MEDIDAS
DE URGENCIA QUE CONTENGAN A LOS INDIOS AUCAS.

Muy Illustre Cavildo-


el cap.ª Andres Gomes de la Quintana Vezino Y procurador General de esta Ciu.d en la
mejor forma que proseda en drô. Antte V.SS.ª paresco Y digo que Cumpliendo Con mi
obligazion Y atendiendo a que esta no se dscarga Si Con el mayor Cuidado Y prontitud no
acudo a poner en la Considerazion de V.SS.ª, los negosios que en Virtud de este mi escripto me
ha persido reprezentan para que Con exactísima Providenzia Se ponga el reparo que piden los
daños Que se esperan padezer en esta repp.ca, si como hasta aquí de Algunos Años a esta
parte se Continua el desorden (Que lastimosamente han Ocasionado Y ocasionan, Y
actualmente estan executando los Yndios Aucaes de la Juridizion del reino de chile, en las
tierras realengas jurisdizion de esta Ciu.d que no solo roban los ganados de estos acsioneros
para llevarlos al Reino de chile sino que tambien cometen otros delittos Ynsultos Y maldades,
matando, Y hiriendo, quando se les ofreze Ocasion así a los Vezinos desta Ciu.d Como a los
de Otras, Que yendo a sus faenas de Graza sebo, Y baquerias por quitarles el avio q.e llevan
de Cavallos Y otras Cosas les presentan la Batalla los dhos. Yndios Armados con Lanzas
flechas Y otras Armas q. Usan Y los Pobres Vezinos Yndefenzos se Ven obligados a retirarse
perdiendo Sus Carretas, Bueyes, Cavallada Y todo lo que llevan teniendo a gran fortuna
escapar Con las Vidas, como mas largamente Consta por la Ynformazion q. En devida forma
prezento Con la Solenidad nesesaria en drô. Por Cuya Causa Generalmente esta
experimentando esta Repp.ca la mucha necesidad de Grasa, Sebo Y Carnes- Y cada dia Sera

117
Mayor Si esta no se remedia por q. No ay Vezino q. Se atreva á Yr a la Campaña donde se
halla algun Ganado por la Gran Ostilidad q. asen los dhos. Yndios Aucaes que asta las Salinas
Se an Yntrodusido Y la que se hubiere de traer para el avasto desta Ciu.d se transportara Con
mucho riesgo=Todo lo qual Se a de Servir V.SS.a Representar al S.or Coronel D.n Alonzo de
Arze y Sora Governador Y Cap.n General de estas provinzias para q. Con Vista d dha.
Ynformazion Se sirva dar la probidenzia ness.a poniendo el reparo Combenien.te â necesidad
tan Urgente. Y Juntamente Se a de Servir .
PETICION DEL PROCURADOR GENERAL DE LA CIUDAD PARA QUE SE CASTIGUE A
LOS INDIOS AUCAS QUE HAN INVADIDO LA JURISDICCION DE LAPROVINCIA Y
ASOLADO LOS CAMPOS

Ylustre Cabildo Justicia y Regim.to-


El Cap.n D.n Alonzo de Beresosa y Contreras Vecino, y Procurador General de esta
Ciu.d en la mejor forma Que aya Lugar en dro. Y a la uttilidad y bien pp.oo de dha. Mi partte
Combenga paresco ante V. S. Y Digo Que en cumplim.to de mi obligacion me a parecido Antte
todas Cosas y Como la mas ardua Y esencialisima para halivio general de ttoda esta republica
poner en la Concideracion de V. S.a el miserable estado en que se halla por fartarle Los
Principales manttenimienttos de Carnes Sebo y Grasa ôcacionado de las repetidas ostilidades
Que en ttodo el año prxosimo pasado an estado executtando los Ymdios Ynfieles de nacion
Auca y Serranos con Diferentes Personas asi D. Esta Ciu.d Como de las sircunvecinas Que an
entrado a cojer Vacas y hacer Sevo y Grasa en las Campañas de esta Jurizdicion Quitandoles
Las Cavalgaduras y aperos Y Demas havios y Sobrettodo erido y muerto Algunas Personas
Como todo mas largamente costa de los Auttos obrados Sobre la materia a q. me refiero Y
Ultimam.te lo susedido el mes de Diziembre proximo Pasado Con la tropa del Thenientte
Ambrosio Gil negrette a quienes el Primer dia que empezaron a recojer Vacas (aunque en tpo.
Fuera del asignado) les salieron dhos. Yndios Y les quitaron grande cantidad de Cavallos y
pusieron en fuga toda la gentte que llevo y muchos Con riesgo de la Vida, con Cuyo suseso es
grandícimo el reselo que a todos los Vecinos les a entrado para no hatreberse a entrar a dhas.
Campañas faena ninguna de q. Resultaran gravísimos Daños a los avitadores Y en espeçial a
los pobres quienes a la ora de esta andan Por ttodas Las Calles buscando a donde Comprar
medio Real de grasa y no lo hallan ni Jusgo Se hallara persona que este año Se pueda obligar a
dar habasto de Carnes por no tener en las estancias Canttidades algunas de ganado Vacuno a
que se añade Venir Zerca el tpo. De quaresma y De no remediarse tantto Daño Con la
brvedad y presteza que Pide Caso tan grave Sobre no haver en estas tierras ningun Azeyte,
que pueda Suplir la falta de dha. Graza, es sin Duda que no Se podra Sin mucho travajo
manttener ni Cumplir con el Santto precetto del ayuno ni los Vecinos Y moradores ni las
Santtas Comunidades Que De sus Limosnas Se manttienen en Cuya atencion y de cer Verdad
Zierta todo lo Expresado Se a De servir V.S.S.a hacer Las reprecenttaciones que le parecieren
mas Combenientes Con Cuantta eficasia Sea posible al S.or Governador Para que se Sirva
mandar apercevir La jentte Que pareciere Combeniente asi españoles Como yndios mulatos
libres de los alistados en Las Compañias del numero de esta Ciu.d para q. el dia tres de Febrero
prxosimo Venidero esten Pronttos Con sus armas y Cavallos en el Paraje Que su Señoria les
Señalare para que se busq.n los referidos delinquenttes y se castiguen conforme a dro. Devajo
de la hordenes que fuere Servido Y le parecieren mas Combenienttes al Servicio de ambas
Magestades y que estas Siendo Su señoria Servido Se den al cap.n D.n Joseph Ruis e
Arellano Alcalde Provincial de la Santa Ermandad de esta Ciu.d persona de conocido Zelo del
bien publico Sirviendoce de nombrarle por Cavo Superior de toda la jentte que hubiere de Yr a
dha. Entrada en todo Lo qual tengo por cierto Consiste la pacifica.on de las Campañas de los
dhos. Salteadores que las Ynfestan y Conosido alivio de esta republica a que tengo por cierto
atendera dho. S.or Governador por el Zelo que supongo Le asiste Dando todas las
provindecias Que jusgare Combenir para Su mejor y mas breve consecucion. Y sobre que
hablando con la beneracion q. Devo. Protesto a V.SS.a y a cada uno de sus Capitulares que
fueren Parte o motivo de la menor omicion en que se de la Providencia que llevo exprezada:
todos los Daños, y menoscavos que se siguieren asi a toda esta republica Como a cada uno de
sus Individuos y De repetirlas Como y Cuando contra quien. Y ante quien Con dro. pueda y
Deva para cuyo efecto pido Se me De testimonio de este escripto y lo que a el Se probeyere
Por lo cual= A VSS.a pido Y suplico que en bista de esta mi representtacion luego y Sin la
menor Dilacion se pace a hacer las que combengan al S.or Governador de esta Provincia de
no hallarce su SS.a Precentte Y en ttodo probea y mande Como llevo Pedido, que es Justicia
la cual pido devajo de las protestas Arriva expresadas y Juro lo ness.o en dro. , &=Alonzo de
Beresosa Y Contreras=Otrosi digo que respecto del estado en que se halla La Republica y
nesesitar de la precisa asistencia del Procurador General en los aquerdos de VS., para Poder
pedir Y reprecenttar Lo que combenga, a su Utilidad Y bien publico Lo cual no puedo hacer por
hallarme, preso de madato De los oficiales Reales Se a de Servir VSS., aberme por escusado

118
leguitimamente dandome por Libre de la obligacion de dho. óficio y pasar A nombrar persona
que lo exersa pido justicia U supra=Alonzo de Beresosa y Contreras= Doi fee y Verdadero
testimonio que en acuerdo se selebro oy dia de la fecha se precentto esta Petticion y los
Señores habiendola oydo acordaron Se copie en el libro de acuerdos y Se continue La sumaria
Contra los yndios Aucaes y demas agresores q. se refieren en el poniendose en ella este
escripto y acavada Se llevace para en su Vista hacer al S.or Governador las representtaciones
q. combengan al Pro comun de esta republica.

CABILDO DEL 20 DE JULIO DE 1744


ESCRITO DEL PROCURADOR GENERAL EN EL QUE ALEGA QUE LAS SALINAS NO
PUEDEN SER
ARRENDADAS POR EL CABILDO

Ilt.e Cav.do Just.a y Regim.to = el Proc.or Grâl. actual de esta Ciu.d paresco ante
V.s.a en la forma q. mas combenga, al bien comun de ella y su beçindario y digo q. en Acuerdo
Capitular q. Selebro V. s.a el dia lunes trese del corr.te Se trató Sobre un memorial q. presentó
al S.or Gov.or y Cap.n Grâl. el Mrê de Cam.o Actual D.n Christobal Cabral y su señoria
parece la remitio â dho. Acuerdo Cuio Contenido Se reduçe â expresar q. desde el mes de
Marzo de este / presente año tiene permiso de dho. S.or Gov.or para hazer Viaje a las
Salinas a conducir Sal para el Abasto de esta Ciu.d para resarcir en parte el caudal q. tiene
consumido En seis entradas q. dize tiene hechas a las Campañas a la pacificaz.n de los yndios
ynfieles pampas, y en mantener algunos Casiquez en las Vezes q. se han benido a esta Ciu.d
con sus parçiales gratificandoles para q. se ratifiquen en la paz y traigan los Camp.os
Christianos que llebaron â Su poder como lo han hecho y q. Se Estan disponiendo los Animos
de los mas prâles Casiquez para q. den formal obed.a a su Mag.d y q. espera el suplicante su
reduccion a nrâ. S.ta fee Chatolica practicandose lo q. dice tiene estipulado con los Padres
Jesuitas de esta Ciu.d por la gran satisfacçion q. tienen los yndios de dho. Suplicante, y q.
estos no Aseguran la paz si no concurre perzonalm.te el dho. D.n Critobal Cabral y q. estando
en disposicion de hazer esta entrada acompañado de los Casiquez que elijiere sin / pensionar
a los haveres reales, ni al becindario con costo alguno â lllegado a su noticia q. V. s.a en su
Ilt.e Ayuntam.to quiere dar dhas. salinas por via de Arrendam.to a algunos yndividuos que
solicitan estanco de Esta espeçie, y sin embargo de todo Concluie ofreciendo una fanega de sal
por cada Carreta de las que fueren en su conducta para utilidad de la Ciu.d y comun benefiçio :
hasta aqui la Expreciones de dho. memorial sobre cuia pretendida lic.a y facultad en la forma q.
la pide tubo V. s.a en dho. Acuerdo larga conferençia reduçiendose a botaciones la deçiçion
de la materia la q. no hubo por la discordançia de Votos y pareceres de los S.res yndividuos q.
concurrieron al congreso ; y Yo en nom.e de la utilidad comun Contradije repetidam.te la no
condescendencia a tan yregular pretencion bajo de las potextas q. Verbalm.te expuse, y
haziendolo aora en forma digo : lo prim.ro q. no es facultativo a V. s.a ni a otro Juez ministro
de esta Ciu.d el enagenar arendar, ni dispensar sobre dhas. Salinas (salbo q. aya ô se muestre
especialm.te decreto, Ô real disposiçion de el soberano en Asumpto de ellas) y es la razon
porque Estas salinas Son Verdaderamente realengas y lo fueron antes, y despues de su
descubrim.to q. Este acaecio en tpô. q. Gobernaba esta Plaza el ex.mo S.or D.n Agustin de
Robles por un yndio Panpa a q.n llamaban D.n Pedro Belachichi a q.n por Esta Accion
gratifico dho. S.or Gov.or y desde Entonces se empesó a practicar el Uso de ellas
combocandose cada año por bando de Gov.no a todo el Vecindario para q. acudiessen â
conduçir la q. quisiessen, y que los Veçinos en comun como Dueños de ellas bendiessen para
el comun Abasto / de Suerte q. Assi como los montes Silbestres de leña bañados pasteos y
Aguadas son por leyes Reales Comunes al beçindario y ningun Juez ynferior al Rey puede
hazer mrd. repartim.to tasito, ni exprezo de semejantes parajes So pena de ynsanable nulidad
por ser en diametro Opuesto a la ley (como se berificó y practicó el año pasado de Setez.os y
quarente, y dos por el S.r Juez de composiçion de tierras y baldios En ocaz.on de aver
presentado D.n Juan de Narbona dos mercedes q. le avia hecho el ex.mo S.r Gov.or D.n
Bruno de Zabala en tierras de Bañados y Aguadas declarandolas Irritas, y nulas Sin q. le
pudiesse Sufragar los grandes serviçios q. ha hecho â D.s y al Rey en esta Ciu.d el
expresado D.n Juan de Narbona) del mismo modo sera ypso facto nula cualquier mrd.
pribilegio o dispenzaçion q. se quisiese hazer a qualesquier particular yndivi / duo contra el
prâl. y Legitimo Acreedor â estas Salinas como lo es el comun de el becindario ; esto supuesto
(como que es yndubitable) no funda bien el dho. Mrê. de Cam.o aquellas palabras de Su
memorial que dizen : a llegado a mi notiçia, q. el Cav.do quiere dar dhas. Salinas por Via de
Arrendam.to â Algunos Yndividuos, q. Solicitan estanco de esta especie. porq. si tal
Resoluz.on se ha despachado por V. s.a ô escrito en los libros de Acuerdo, no ha llegado, a
mi noticia; pues en el presente año a lo menos no he fallado a los Cav.dos q. Se han
Selebrado, y no Se ha hecho tal nobedad; por lo q. me persuado q. dho. Mrê. de camp.o se

119
avra llebado de alguna baga notiçia q. llegasse â Sus oydos = mas presiendiendo de otras
muchas razones q. hazen a fabor de Esta Beçindad en la Sugeta materia (q. por no Ser difuso y
Urgitr tanto la Brebe resoluçion de el caso) no ay duda en q. dho. Mrê. de camp.o a practicado
los Servicios q. expone en Su / citado memorial con dispendio de Su caudal en la campañas q.
ha hecho Sobre la pacificaz.on de los yndios y consecuçion de la paz (q. aunq. los Ascientos y
tratados de ella no constan como deven constar Sobre q. por aora omito el representar lo q.
combiene Sobre este particular, y lo haré en el primer acuerdo q. tenga V. s.a) y las
Asistençias de Bastimentos, y lo demas de redempcion de los cauptivos q. ha practicado las
Vezes q. han benido algunos parçiales con sus casiquez, Sobre cuios Servicios. celo, y
aplicaz.on al Serviçio de Ambas magestades mereze una eterna gratitud hablo, en este
particular con toda yngenuidad aunq. tal cual emulo quiera Obscurezer la razon y la Verdad, y q.
por estos Serviçios berdaderam.te grandez Se ha hecho digno y mereçedor de
correspondientes premios; pero Sin q. se contrabenga a las Reales Leyes, y sin q. se falte a la
clara Just.a de el becindario q. está en posecion / de ella por el drô. q. llebo referido y que por
los grandez Servicios q. en las mismas Ocaziones q. cita el mismo Mrê. de Campo, y en otras
ynfinitas que han Concurrido â todas â Su costa, y mençion y q. tambien Se hallan con los
mismos costos y gastos. en prebencion del bando q. se publicó en este año para q. todos los
dhos. Vez.os q. pudiessen Se apromptassen al efecto de yr a la Salinas en cuio estado Se
han conserbado Con sus costos, y gastos esperando la prompta providençia q. se quedó de
dar a tpô. oportuno como lo es el pres.te y no Será razon q. pierdan estos gastos y los demas
q. han hecho a su costa, y mencion de los Servicios q. llebo referidos y que assi como el dho.
Mrê d campo pide el estipendio de las Salinas en remuneraz.on de Sus Serviçios razon Será
q. en ygual grado Se mire al de el comun de los Vez.os pues no desmerecen de Esta
atencion mayormente no aviendo Capitan / quando no ay Soldados y por lo consiguiente
estando expuesta esta Ciu.d a los anteçedentes ynfortunios de los yndios Barbaros y q.
presisamente el dho. Mrê. de campo acostumbrará a la defenza auxiliado de este comun
Becindario como Sprê. Se á acostumbrado a costa, y mencion de ellos y no Será agravio el que
assi como Se exponen a los trabajos en comp.a de dho. Mrê. de campo tambien logren de los
beneficios q. por razon de servicios Se le quieran apropiar y mas en este caso en q. son
acreedores de mejor drô. el comun becindario q. otro particular segun las citaziones q. llebo
expuestas, y cuando se le quiera atender a dho. Mrê. de Cam.po Sera Solo en la forma de
q. en la tropa q. Se dispuçiere para las Salinas a la qual an de yr todos los Vez.nos q. quisieren
pueda llebar, ô conduzir de su quenta las carretas y carros q. quisiere y traer la Sal q. pudiere
Sin costo, ni contribuz.on alguna; / pues con este Arbitrio (q. es muy regular y sin
contrabencion de Ley ni perjuicio del Becindario. ni otro daño, ô agrabio podrá en parte resarcir
los expendios referidos, en su memorial y mayorm.te no siendo dudable, q. en la Salida q. hizo
a dhas. Salinas el año proximo pasado sin q. preçediesen las solemnidades de el Bando
combocatorio de Gov.no en este modo lucrasse alguna cosa con q. soportar los expresados
gastos; pues el dho. Mrê. de Cam.o solo, y sin otro Vez.o alguno llebo porçion de carretas en
dha. Ocaz.on y las trajo cargadas de Sal a su Salbo conducto en cuia atençion suplico a V.
s.a se sirva combocar a sus S.res yndividuos â Acuerdo, y conferida la materia resolver a
fabor de el bien comun del becindario en fuerza de las Leyes, servicios a su costo, y mençion y
razones, q. expongo en este mi pedim.to y con todo representar al S.or Gov.or y cap.n Grâl.
lo Justo de esta pretençion y de lo contrario hablando devidam.te y con la atençion q. V. s.a se
mereze, protexto la nulidad de todo lo q. en contrario se Actuare, y de Usar en nom.re de el
comun de esta Ciu.d de todos los recursos, y medios en q. me ampara la razon Just.a y leyes
Reales y p.a ello Se copie en los libros de Acuerdo este mi pedim.to Jurono ser de malicia y
en lo nesess.o &.a = Luis de Escobar =
Concuerda con su orig.l q. esta Archibado en la caja de tres llabes, y en Conformidad de
lo Acordado autorizo la pres.te en B.s Ay.s a Veinte, y seis de Jullio de mill Setez.os
quarenta y quatro a.s
(Hay un signo.) Antonio Orençio del Aguila y rios.— Sc.no de S. M. p.co y Cav.do ynt.no

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