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John Crabtree

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Revista CIDOB d’Afers Internacionals Fecha de recepción: 07.04.

20
n.º 126, p. 139-161 Fecha de aceptación: 05.10.20
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X
DOI: doi.org/10.24241/rcai.2020.126.3.139

Democracia, poder de las élites y


sociedad civil: una comparativa entre
Bolivia y el Perú
Democracy, elite power and civil society:
Bolivia and Peru compared

John Crabtree
Investigador asociado, Centro Latinoamericano, Universidad de Oxford.
john.crabtree@lac.ox.ac.uk.

Cómo citar este artículo: Crabtree, John. «Democracia, poder de las élites y sociedad civil: una
comparativa entre Bolivia y el Perú». Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 126 (diciembre de
2020), p. 139-161. DOI: doi.org/10.24241/rcai.2020.126.3.139

Resumen: A pesar de su proximidad y simi- Abstract: Despite proximity and cultural simi-
litudes culturales, el Perú y Bolivia aportan larities, Peru and Bolivia provide contrast-
ejemplos contrapuestos del poder de las élites ing examples of elite power as opposed to
frente al de los movimientos populares. En los that of popular movements. Peru in recent
últimos años, el Perú ha vivido la consolida- years has seen the consolidation of business
ción del poder empresarial en detrimento de power at the expense of a politically active
una sociedad civil políticamente activa; con civil society; opposition to neoliberal poli-
una oposición a las políticas neoliberales frag- cies has been fragmented and weak. Bolivia
mentada y débil. Bolivia, en cambio, registra has a history of strong social movements
una historia de movimientos sociales fuertes that underpinned successive administrations
que apuntalaron las sucesivas administra- by the Movimiento al Socialismo (MAS).
ciones del partido Movimiento al Socialismo However, these trajectories are not fixed
(MAS). Pero estas trayectorias no son fijas y la and the ability of civil society and elites to
capacidad de la sociedad civil y de las élites control the state fluctuates. The November
de controlar el Estado fluctúa. El golpe de Es- 2019 coup in Bolivia is a reminder of this.
tado de noviembre de 2019 en Bolivia nos lo This article compares the two countries over
recuerda. Este artículo compara los dos países different time periods: that of state-led de-
en períodos diferentes: el del desarrollo lide- velopment prior to 1980, the neoliberal pe-
rado por el Estado, anterior a 1980, el neo- riod in the 1980s and 1990s, and that of
liberal de las décadas de 1980 y 1990 y el post-neoliberalism period after 2000.
del posneoliberalismo a partir del año 2000.

Palabras clave: Perú, Bolivia, élites, poder em- Key words: Peru, Bolivia, elites, business pow-
presarial, movimientos sociales, Estado, demo- er, social movements, state, democracy
cracia

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Democracia, poder de las élites y sociedad civil: una comparativa entre Bolivia y el Perú

Mucho se ha escrito en los últimos años sobre la «profundización» de la demo-


cracia en América Latina; concepto con el que nos referimos al aumento de la par-
ticipación democrática y el colapso de los tradicionales mecanismos de exclusión
política. A partir del año 2000, se han vivido varios intentos de ampliar el grado de
participación y de incorporar nuevos actores a los procesos de toma de decisiones en
el Estado. Sin lugar a duda, este proceso no siempre ha estado exento de problemas,
y las élites arraigadas han buscado maneras de protegerse de lo que a menudo se
denomina «política populista». De hecho, se han dado varios casos de reversión, con
el desplazamiento de movimientos y partidos más progresistas por parte de fuerzas
de derechas vinculadas a los intereses empresariales y/o a las élites. También hay
ejemplos en los que estos intereses han seguido siendo predominantes y la «profun-
dización» democrática apenas –o nada– ha tenido impacto.
En qué medida los grupos de la élite están dispuestos a aceptar las normas de la
política democrática depende del contexto, por lo que ello ha ido cambiando con el
tiempo. Muchos académicos, especialmente los de la escuela de la «consolidación de-
mocrática», afirmaron que la viabilidad de la democracia en América Latina depen-
día de la disposición de las élites a aceptar y acoger la democracia1. Sin embargo, en
los últimos 30 años se han sucedido los casos que han demostrado que la aceptación
de la gobernanza democrática ha estado sujeta a unos límites claros (Bartell y Payne,
1995; Hagopian, 1996). Las políticas democráticas han desafiado el poder de las
élites y estas no han dudado en recurrir a formas de gobierno autoritarias de derechas
cuando actores populares, especialmente partidos de izquierdas y la fuerza laboral or-
ganizada, les han desafiado. Los acontecimientos políticos recientes –especialmente
en Brasil, pero también en otros lugares– muestran los límites de la aceptación por
parte de la élite de los giros hacia la izquierda.
Bolivia y el Perú, países vecinos con muchas similitudes, representan experiencias
contrapuestas en este sentido. A partir del año 2006, el partido boliviano de centroiz-
quierda Movimiento al Socialismo (MAS) tomó medidas para acabar con las viejas
prácticas de exclusión y llevar a las esferas de la influencia política los movimientos
sociales fuertemente organizados en el país. En cambio, en el Perú, los intereses de las
élites –reforzados por las políticas neoliberales de la década de 1990– impusieron su
agenda en la formulación de políticas, especialmente en aquellos ámbitos en los que
tenían mayores intereses materiales, excluyendo a grandes sectores de la población. A
diferencia de Bolivia, en este país las organizaciones de la sociedad civil eran débiles,

1. Una obra clave sobre este tema es el trabajo en tres volúmenes de Guillermo O’Donnell y Schmitter
(1986), que compara las transiciones en América Latina con las parecidas y exitosas transiciones en
España, Portugal y Grecia.

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fragmentadas e incapaces de imponer su agenda sobre la política estatal. En Bolivia,


ante el panorama de enfrentarse a cinco años más de Gobierno del MAS, las élites
lograron recuperar temporalmente el poder en noviembre de 2019 e instauraron
un Gobierno con una ideología claramente de derechas que no solo acogía con los
brazos abiertos los valores empresariales, sino también una agenda social sumamente
conservadora. Este artículo pretende, a partir de la comparación de estos dos casos,
ayudar a elucidar algunas de las dinámicas subyacentes de la «profundización» de-
mocrática en América Latina, de tal manera que contribuya a ampliar la discusión
sobre la democratización en la región. Las diferencias existentes, como se argumenta
aquí, reflejan no solo desarrollos en el pasado reciente, sino también contrastes his-
tóricos entre ambos casos profundamente inveterados.
Si nos referimos, más concretamente, al concepto de profundización demo-
crática en América Latina (y en otros lugares), resulta útil comparar el poder de
las élites con el de la sociedad civil en general y su influencia respectiva sobre
el rumbo de la política estatal. El equilibrio de poderes relativos entre las élites
y la sociedad civil en América Latina ha experimentado lo que podríamos de-
nominar «cambios tectónicos», en aspectos críticos concretos, cuando el poder
relativo de ciertos grupos para influir sobre la toma de decisiones experimentó
cambios significativos. En este punto es útil hacer referencia a la obra de Joe
Foweraker, cuyo libro Polity (2018) complementa un trabajo propio reciente
sobre el Perú (Crabtree y Durand, 2017). Para Foweraker, la calidad demo-
crática es la combinación del poder de la élite (o poder oligárquico) y del que
ejerce el resto de la sociedad. El autor parte de los conceptos aristotélicos del
gobierno en manos de unos pocos (oligarquía) en comparación con el gobier-
no de muchos (democracia) y la necesidad de un Estado exitoso –politeia,
usando el término clásico– para contemplar una combinación de ambos. En
la gobernanza de la politeia estos dos elementos resultan contrapuestos2. Así,
sostiene que los estados latinoamericanos modernos revelan esta tensión. La
política en la región sigue siendo un terreno de disputas entre las agendas de
las élites empresariales y las de la sociedad en general y, tal como argumenta
la literatura sobre la democratización en América Latina, el compromiso de

2. El libro de Foweraker (2018: 1) empieza con la observación de que «la politeia es un sistema político que
abarca tanto la oligarquía como la democracia. La combinación de estas dos esferas diferentes crea un
sistema contradictorio y sincrético que conjuga dos formas de posesión de poder que están amarradas,
no siempre de manera segura, por una combinación concreta de instituciones formales e informales».
Este autor sostiene que los extremos de la desigualdad de América Latina reflejan la persistencia del poder
oligárquico (o elitista) a través de formas como el clientelismo y el patrimonialismo (por ejemplo, insti-
tuciones informales) que tienden a determinar las reglas del juego democrático en pro de sus intereses.

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las élites incluso con la democracia liberal dista de ser incondicional. Para este
autor, la oligarquía está profundamente afianzada en la América Latina con-
temporánea (ibídem).
El equilibrio de poderes entre los grupos de las élites y el resto de la sociedad
experimentó un cambio tectónico en la década de 1980 y principios de la de 1990,
lo que supuso el fin de lo que en ocasiones se ha denominado el período «populista»
de desarrollo impulsado por el Estado y su sustitución por un modelo neoliberal en
el que los intereses privados prevalecían sobre los públicos, acercándose los intereses
empresariales al centro del poder político. Las políticas de esa época favorecieron a
las élites (o a los que se encontraban en una situación privilegiada para aprovechar
las oportunidades que se creaban), mientras que otros intereses que en su día habían
tenido poder (como los sindicatos) quedaron relegados a los márgenes (Silva y Rossi,
2018). Fue en ese momento cuando
Las políticas democráticas han desa- América Latina, durante mucho tiem-
fiado el poder de las élites y estas no po ya la región con mayor desigualdad
han dudado en recurrir a formas de go- del planeta, lo iba siendo cada vez
bierno autoritarias de derechas cuando más. Este proceso tuvo su paralelo en
actores populares, especialmente parti- otros lugares del mundo, en particular
dos de izquierdas y la fuerza laboral en las regiones desarrolladas: Europa
organizada, les han desafiado. Bolivia Occidental y América del Norte. Pero
y el Perú, países vecinos con muchas lo que nos interesa aquí no es solo la
similitudes, representan experiencias desigualdad de ingresos o de tenencia
contrapuestas en este sentido. de activos, sino las desigualdades en
el acceso al poder político. Así pues,
la noción de democracia está ligada a cómo diferentes grupos buscan influir en la
gestión del Estado y el uso de los recursos públicos. Cuando la res-publica (la cosa
pública) se subsume en la prevalencia de los intereses privados (lo que podríamos
denominar la res-privada) debido al desequilibrio del poder político, la calidad de la
democracia necesariamente se resiente.

La era del desarrollo impulsado por el Estado


(hasta la década de 1980)

Aunque el Perú y Bolivia quedaron muy por detrás de otros países lati-
noamericanos por lo que respecta a la clase de políticas destinadas a pro-
mover la industrialización local bajo los auspicios del Estado, ambos países
experimentaron importantes avances en el período previo a la década de los

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setenta que dieron un nuevo papel al Estado en la búsqueda del desarrollo.


Sin embargo, hubo importantes diferencias en la manera en que se dieron
estos pasos en cada caso.
En Bolivia, la revolución de 1952 acarreó un cambio abrupto para el papel del
Estado y, con ello, para la relación tanto con el sector privado como con la organi-
zación popular. Hasta ese año, el sector privado estaba dominado por la minería y
el prominente papel desempeñado por los tres «barones del estaño» del país: Patiño,
Hochschild y Aramayo (Klein, 2011). Aunque no es típico de América Latina, las
industrias exportadoras más importantes de Bolivia estaban en manos de capitalis-
tas locales, pero con fuertes conexiones internacionales. Durante gran parte de la
primera mitad del siglo xx (aunque con interrupciones significativas), la élite mine-
ra ejerció un control considerable sobre el Estado, especialmente sobre las políticas
económicas que favorecían sus intereses. Dada la escasa industrialización del país,
las élites principales (u oligarquía) eran agrarias, propietarias de vastas extensiones
de tierra (tremendamente infrautilizadas), cuyos intereses eran satisfechos por los
que estaban en el poder, si bien su poder económico llevaba tiempo en decadencia.
Los inmigrantes europeos llevaron consigo intentos aislados de industrialización,
ayudados por la naturaleza de país sin litoral de Bolivia y su distancia a fuentes de
suministro clave3. Sin embargo, a partir de la década de 1930 en adelante, apare-
cieron nuevos actores que cuestionaron el control político ejercido por las élites
tradicionales. La derrota en la Guerra del Chaco con Paraguay (1932-1935) dio
lugar al surgimiento de unas Fuerzas Armadas nacionalistas con planes reformistas.
La nacionalización del petróleo en 1937 (antes que la de México) fue un indicio
de este nuevo espíritu, al igual que la Constitución de 1938, que realzó el papel del
Estado y subsumió la inviolabilidad de la propiedad privada a cuestiones de nece-
sidad social. El crecimiento del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR),
mayoritariamente de clase media, en la década de 1940, muy influido por el pe-
ronismo en Argentina, se fundamentó en las ideas del nacionalismo económico,
y forjó alianzas con otros sectores, especialmente con un incipiente movimiento
obrero radicalizado.
La revolución de 1952 supuso un giro de 180 grados en la influencia de las
élites sobre la política. La nacionalización de la industria minera y la creación
de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) pusieron fin abruptamente al
poder de los barones del estaño y sus aliados. Igualmente, la reforma agraria
abolió el sistema de haciendas y, con ello, se aniquiló el poder residual de los

3. Sobre el papel de los inmigrantes en particular y el desarrollo de grupos de poder elitistas, véase
Fernando Molina (2019).

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terratenientes. En su lugar, el vacío político lo llenaron radicales de clase media y


el movimiento obrero que competían por el control sobre el MNR. En particu-
lar, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSMTB), funda-
da en 1944, y la flamante Central Obrera Boliviana (COB) fueron actores clave
en el Gobierno. Durante un breve período, por lo menos, es justo afirmar que
estos controlaron efectivamente el Estado, desplazando los intereses elitistas. Al
mismo tiempo, el Gobierno del MNR introdujo el sufragio universal –27 años
antes que en el Perú–, lo que provocó un cambio considerable en la naturaleza
de la política en favor de las masas que anteriormente habían quedado excluidas.
Con todo, la etapa «revolucionaria» de la revolución boliviana resultó ser
breve (Malloy y Thorn, 1971). En las décadas de 1950 y 1960 surgieron nue-
vas élites, algunas con estrechos vínculos con el MNR y otras profundamente
enfrentadas a este (como en las tierras bajas del este de Santa Cruz). El modelo
desarrollista que perseguía el MNR pretendía usar la inversión pública para mo-
dernizar la economía del país y fomentar la iniciativa privada. La retirada de los
planes protosocialistas de los mineros y de la COB fue motivada por los Estados
Unidos, que habían visto los hechos del año 1952 con alarma. Aprovechando
las dificultades económicas a las que se enfrentaban los gobiernos del MNR,
reafirmaron su influencia, especialmente para abrir una brecha entre estos y el
movimiento obrero (Field, 2014). En la década de 1960, tanto bajo el manda-
to del MNR hasta 1964 como de los militares posteriormente, la política, sin
duda alguna, pasó a adoptar un rumbo mucho más favorable a los negocios. La
máxima expresión de ello fue Santa Cruz, donde el sector privado prosperaba a
fuerza de préstamos estatales (la mayoría de los cuales nunca fueron devueltos)
diseñados para fomentar el desarrollo agroindustrial. Así pues, tal como afirman
Conaghan y Malloy (1994: 42), «1952 preparó el camino para la remodelación
del capitalismo boliviano».
La dictadura militar del general Hugo Banzer (1971-1978), procedente de
Santa Cruz, confirmó el cambio de equilibrio entre estas nuevas élites y los
movimientos sociales como los mineros. Aunque estaban en la cima de una
redistribución de rentas cada vez más desigual, estas élites eran pequeñas en
cuanto a número, estaban débilmente constituidas y eran incapaces de combatir
la fuerza de los trabajadores organizados. Tampoco pudieron imponer un mo-
delo de negocio que resultara duradero y sirviera a sus intereses a largo plazo.
Con todo, fueron capaces de ganar influencia política y usarla según sus pro-
pios intereses, a menudo sirviéndose de recursos e infraestructura del Estado.
Al final, sin embargo, fue la fuerza de los mineros la que terminó por derribar
el Gobierno de Banzer en 1978, lo que vino acompañado de un período de
inestabilidad política en el que, entre otros, las Fuerzas Armadas y los sindicatos
competían por el control. Así, el rápido crecimiento del poder empresarial en

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la década de 1970 en la mitad oriental del país, especialmente en Santa Cruz,


resultó incapaz de proyectarse por todo el país, al tiempo que las élites de La
Paz siguieron dependiendo profundamente del Estado y no estaban dispuestas a
presionar por políticas que socavaran el modelo estatista de desarrollo. Paralela-
mente, el crecimiento de la minería privada se había beneficiado de las políticas
de los gobiernos sucesivos en las décadas de 1960 y 1970, y surgieron nuevos
grupos mineros influyentes que adquirieron prominencia política en la década
siguiente, especialmente Comsur, la empresa dirigida y propiedad de la familia
Sánchez de Lozada.
Por su parte, la historia peruana es diferente en muchos aspectos de la bolivia-
na. A pesar de los desafíos populistas, la fuerza de la élite peruana –asentada en
la agricultura y la minería– pudo mantener el control político a lo largo de gran
parte de este período, con gobiernos
civiles oligárquicos o gobiernos en Pese a algunas similitudes, las dife-
los que las Fuerzas Armadas prote- rencias entre Bolivia y el Perú en este
gían sus intereses. El desafío más im- período fueron notables. En el Perú,
portante vino de la Alianza Popular donde el sector privado estaba más de-
Revolucionaria Americana (APRA), sarrollado, las empresas demostraron
que estuvo cerca de desterrar estos ser capaces de aguantar los desafíos
intereses en 1931. La APRA, igual de los regímenes estatistas. En Bolivia,
que el MNR en Bolivia, tenía una en cambio, las agendas radicales –aun-
orientación antioligárquica y refor- que por poco tiempo– afloraron para
mista, pero, a diferencia del MNR, controlar el Estado y el sector privado
nunca consiguió el control del po- era mucho más débil y con una base de
der público. La izquierda en el Perú poder limitada.
seguía siendo una fuerza electoral
marginal, por lo menos hasta la década de 1980; aunque los partidos de derechas
tampoco lograron afianzarse4.
El boom económico posterior a la Segunda Guerra Mundial aportó sustento
económico para las élites del Perú. En ese período se vivió una importante di-
versificación en sectores como la agricultura, la pesca y la minería. A diferencia
de Bolivia, el modelo de desarrollo de no intervención (laissez-faire) no fue se-
riamente cuestionado, por lo menos hasta la década de 1960 (Thorp y Bertram,
1978). Fue entonces cuando, a finales de los cincuenta y principios de los sesen-
ta, a medida que se ralentizaba el auge de las exportaciones, hubo indicios de un
cambio hacia estrategias de diversificación más intervencionistas, especialmente

4. Klarén (2000) aporta una de las mejores panorámicas resumidas de la historia peruana.

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en la producción. La Ley de Promoción Industrial de 1959 condujo a una tími-


da reorientación de los objetivos económicos, pero la producción que promovió
creció desde un nivel bajo y estaba controlada en gran medida por la inversión
extranjera, especialmente de Estados Unidos. Ello vino acompañado por un cre-
cimiento en la intervención estatal sobre la planificación económica, aunque con
un alcance modesto. El Gobierno reformista de Belaunde (1963-1968) supuso
una ruptura con el pasado y llevó adelante planes de diversificación económica y
reforma agraria. No obstante, no fue hasta después de la destitución de Belaunde
por el golpe militar de 1968 cuando se afianzaron los auténticos planes para la
modernización bajo el mandato del general Juan Velasco Alvarado. Igual que en
Bolivia en 1952, en el Perú a partir de 1968 hubo un cambio claro y perceptible
del equilibrio de poderes entre los grupos empresariales y la sociedad civil en
general, aunque el impulso procedía de arriba y no de abajo.
El Gobierno de Velasco (1968-1975) fue transformador5. La reforma agraria,
anunciada inmediatamente después del golpe de Estado de Velasco, pretendía
acabar con el poder de la antigua oligarquía agraria, aunque esta ya había perdido
mucha fuerza e influencia en las décadas anteriores. Respecto a su alcance, fue la
reforma agraria más radical de América Latina, y buscaba redistribuir la tierra no
solo en las tierras altas sino también en los valles litorales, mucho más produc-
tivos, donde intereses que anteriormente habían sido influyentes se oponían a
la reforma. El Gobierno también emprendió un programa de nacionalizaciones,
cuyo objetivo principal fueron los intereses de propietarios extranjeros, espe-
cialmente en los sectores de la minería, el petróleo y la banca. En consecuencia,
la intervención estatal en la economía aumentó considerablemente y las élites
políticas perdieron mucha capacidad de acceso al Estado y poder de influencia
(por ejemplo, a través del control de los medios de comunicación). Dichas élites
fueron sustituidas, al menos en parte, por un nuevo aparato burocrático que pre-
tendía ratificar la autonomía del Estado y se suprimió la competencia partidista.
El Gobierno militar generó un movimiento popular mucho más empodera-
do y, aunque buscó el control y la participación directa a través de mecanismos
institucionales como el Sistema Nacional de Movilización Social (Sinamos), los
envites radicales pronto desbordaron la capacidad del Estado de mantener el
control: con planes socialistas arraigados en los sectores rural (impulsados por la
reforma agraria), productivo y en los asentamientos marginales que iban prolife-
rando cada vez más en la periferia de las principales ciudades. Fue esta creciente

5. Las obras de referencia sobre los gobiernos militares peruanos (1968-1980) siguen siendo Lowenthal
(1975) y Lowenthal y McClintock (1983). Véase también Aguirre y Drinot (2017).

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presión social lo que, en 1975, alentó a generales más conservadores a tomar el


poder, deponer a Velasco y restringir el experimento de cambio dirigido por el
Estado. Privadas del poder y afectadas negativamente por las reformas militares,
las élites empresariales buscaron reagruparse a partir de 1975, aprovechando los
cambios liberalizadores introducidos por las Fuerzas Armadas bajo el mandato
del general Francisco Morales Bermúdez (1975-1980) y, después, por el Gobier-
no civil de Fernando Belaunde (1980-1985). Con Velasco, muchos sufrieron la
expropiación de sus propiedades o fueron forzados a vivir con sus trabajadores
en las llamadas «comunidades industriales». El Gobierno habría buscado forzar
el ritmo de la industrialización alentando al capital doméstico (o la burguesía
nacional) a pasar del sector agrario al industrial, con el objetivo de crear un
sistema de diálogo a través del cual tuviera lugar este cambio. Sin embargo, la
estrategia fracasó en gran medida, puesto que las empresas locales fueron reti-
centes a invertir, aunque hubo excepciones. El crecimiento del grupo Romero
–propietario del Banco de Crédito y de importantes empresas agroindustriales–
hasta convertirse en el imperio empresarial más grande del el Perú en la década
de 1980, tuvo su origen en la identificación de las oportunidades comerciales
disponibles.
Mientras que la crisis de la deuda de 1982, los desastres climáticos (el fe-
nómeno del Niño) y la expansión del Sendero Luminoso pusieron trabas a
los impulsos privatizadores del Gobierno de Belaunde, su sucesor Alan García
(1985-1990) retomó una estrategia de desarrollo dirigido por el Estado a través
de acuerdos con el sector privado. No obstante, una vez más, el experimento fra-
casó, en particular debido al intento (erróneo y fallido) de García de nacionalizar
la industria bancaria privada. Su Presidencia acabó en una hiperinflación y en la
proliferación de la violencia política, lo que obligó al Estado, efectivamente, a
doblegarse (Crabtree, 1991). También se vivió el surgimiento de un movimiento
opositor de derechas más definido que, a pesar de representar los intereses em-
presariales y de estar encabezado por el escritor Mario Vargas Llosa, no fue capaz
de reunir el suficiente apoyo popular para alcanzar el poder en 1990.
Pese a algunas similitudes entre Bolivia y el Perú en este período de desarro-
llo dirigido por el Estado, las diferencias fueron notables. Con el impulso de
la presión popular desde abajo, el año 1952 en Bolivia supuso una ruptura en
la evolución del poder estatal en que las agendas radicales –aunque por poco
tiempo– afloraron para controlar el Estado. Esta experiencia de empoderamien-
to arrojó una sombra alargada sobre las generaciones futuras. En el Perú no se
produjo un punto de ruptura así cuando el Gobierno militar de 1968 buscó
frustrar y controlar el incipiente radicalismo a través de reformas estructurales,
aunque ello sí contribuyó enormemente a la movilización social. Por otra parte,
el Estado boliviano, que seguía teniendo dificultades para imponer su agenda,

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era un campo de batalla entre influencias poderosas, en particular, el poder fluc-


tuante de los sindicatos y el Ejército. En el Perú, donde el sector privado estaba
más desarrollado, las empresas demostraron ser capaces de aguantar los desafíos
de los regímenes estatistas bajo los mandatos de Velasco y García. En Bolivia,
en cambio, el sector privado era mucho más débil y su base de poder limitada
fue incapaz de proyectarse nacionalmente. En ninguno de los dos países, sin
embargo, emergieron partidos de masas de derechas capaces de alcanzar el poder
político mediante elecciones.

La era del neoliberalismo (mediados de la


década 1980 hasta 2000)

Es posible trazar ciertos paralelismos entre ambos países en la década de


1980, cuando el modelo de desarrollo dirigido por el Estado cedió ante el
neoliberalismo. Los dos se enfrentaron a dificultades graves para el reembolso
de la deuda contraída durante la década de 1970 y atravesaron episodios de hi-
perinflación. En Bolivia, esto ocurrió a principios de los años ochenta, durante
el Gobierno de centroizquierda de Hernán Siles Zuazo (1982-1985), y termi-
nó en un programa de estabilización de amplio alcance bajo el mandato de su
sucesor, Víctor Paz Estenssoro. En el Perú, acontecimientos similares –podría
decirse que más graves debido a cómo el conflicto con Sendero Luminoso dejó
al descubierto la debilidad del Estado– acarrearon a principios de los noventa
otra reestructuración radical bajo el Gobierno de Alberto Fujimori. La magni-
tud de la crisis económica e institucional en cada país no dejó otra alternativa
que emprender políticas –apoyadas con entusiasmo por empresas y acreedores
extranjeros– destinadas a enterrar las estrategias de desarrollo dirigido por el
Estado, con el fin de cambiar las placas tectónicas del equilibrio de poderes
entre las élites empresariales y los movimientos populares decisivamente hacia
las primeras.
En Bolivia, el ajuste estructural iniciado por el Gobierno de Paz Estenssoro
buscaba liberalizar la economía y reducir el tamaño del sector público, en una
economía que, desde 1952, había sido una de las más estatistas de América
Latina. Igual que la desregulación y la liberalización comercial, estos cambios
(promulgados por el Decreto Supremo 21060) aniquilaron muchas empresas
públicas, incluyendo particularmente a Comibol, con el cierre de minas clave y
el despido de unos 26.000 mineros. Esto, en efecto, cercenó el poder ejercido
desde la década de 1940 por la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de

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Bolivia (FSTMB) y socavó profundamente el poder de la COB, de la cual la


FSTMB era la columna vertebral, al oponerse a las reformas liberalizadoras. Mu-
chos mineros despedidos emigraron a zonas urbanas como El Alto o al Chapare,
donde fueron absorbidos en el floreciente sector del cultivo de la coca (Grisaffi,
2019). El sector privado fue el principal beneficiario de estos cambios, tras haber
sufrido con dureza las huelgas y las movilizaciones acontecidas anteriormente
durante el Gobierno de Siles. La Confederación de Empresarios Privados de
Bolivia (CEPB) desempeñó un papel fundamental en el diseño y la implemen-
tación del paquetazo, así como a la hora de orquestar una campaña publicitaria
y educativa crítica con el modelo de desarrollo anterior (Conaghan, 1995). Fi-
guras clave del sector privado desempeñaron un papel destacado en la Admi-
nistración de Paz Estenssoro, la más visible de las cuales fue Gonzalo Sánchez
de Lozada, propietario de la empresa
minera privada más grande de Boli- En Bolivia, el neoliberalismo se introdujo
via (Comsur) y principal artífice de gradualmente y, aunque los movimientos
los ajustes. populares sufrieron sus consecuencias,
Con la desarticulación de la prin- persistieron las tradiciones y las estructu-
cipal fuente de oposición y la rela- ras organizativas sobre las que se asen-
tiva estabilización de los precios (a taban. En el Perú, la política neoliberal
pesar del enorme coste social), cuajó de Fujimori, quien recurrió a un modelo
un consenso más sólido tras la agen- de gobierno cada vez más personalista y
da liberalizadora, que se reafirmó autoritario, supuso un cambio de rumbo
cuando Sánchez de Lozada alcanzó abrupto y radical.
la Presidencia en 1993. Su progra-
ma de reformas de segunda generación, el llamado Plan de Todos, tenía como
premisa la idea de que la sostenibilidad del modelo requería forjar un consen-
so en la sociedad boliviana compartiendo hasta cierto punto los beneficios de
la liberalización6. Su plan para privatizar las empresas bolivianas que aún eran
públicas, especialmente Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) –la
compañía petrolífera estatal–, giraba en torno a un esquema mediante el cual se
atraían inversores extranjeros para administrarlas, de manera que el sector públi-
co boliviano se quedaba una participación del 50%, que se usaría para financiar
un plan de pensiones universal7. Su política de Participación Popular, basada en
un ambicioso plan de creación de nuevos municipios, también estuvo orientada
a levantar un puntal de apoyo político.

6. Estas ideas se parecían a las del «capitalismo popular» desarrolladas en Chile y otros sitios.
7. Para más detalles, véase Bauer y Bowen (1997).

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Democracia, poder de las élites y sociedad civil: una comparativa entre Bolivia y el Perú

Este proyecto resultó ser problemático, en especial, bajo el Gobierno de


Hugo Banzer, que volvió al poder como presidente electo en 1997. A finales de
los noventa, resurgieron influyentes movimientos sociales organizados en tor-
no a demandas concretas, aunque diferentes de las reivindicaciones laborales
que habían caracterizado el período anterior. La emergencia del movimiento
cocalero en el Chapare fue una respuesta a la guerra contra la droga desatada
por Banzer a instancias de Washington. Asimismo, la llamada Guerra del Agua
de Cochabamba fue la respuesta directa al intento de privatizar el suministro de
agua de la ciudad (Olivera y Lewis, 2004). Otros movimientos sociales también
reflejaron disputas en torno a políticas del Gobierno relacionadas con el uso y
la apropiación de recursos naturales (Crabtree, 2005). El recién fundado MAS
demostró ser muy efectivo en explotar estos polos de oposición y proporcionar
vínculos ideológicos y organizativos entre ellos. También se aprovechó del des-
crédito en el que había caído el sistema de partidos (que se había impuesto a par-
tir 1985) por su fracaso en ser el portavoz del creciente descontento público con
las políticas gubernamentales. Ante este panorama, el sector privado fue incapaz
de aportar respuestas convincentes, especialmente por el fracaso de las políticas
neoliberales a la hora de generar los beneficios para el empleo prometidos en el
Plan de Todos. Aunque este se reforzó, estaba lejos de ser hegemónico. Así, el
sistema de partidos surgido de la crisis de 1985, y que había aportado un míni-
mo de estabilidad política, no consiguió mantener la legitimidad del proyecto de
reforma liberalizadora. La magnitud de la amenaza a la «nueva normalidad» se
hizo evidente en 2002, cuando el MAS, con Evo Morales como candidato, pasó
de estar fuera de todas las quinielas a prácticamente ganar a Sánchez de Lozada
en los comicios de 2002. El MAS, cuyo apoyo se basaba en los resurgentes mo-
vimientos sociales bolivianos, aportó el liderazgo político y su fuerza electoral
para cuestionar el modelo neoliberal.
En el Perú, mientras tanto, poco después de haber sido elegido presidente,
Alberto Fujimori lanzó un paquete de medidas liberalizadoras en 1990 (conoci-
das como el «paquetazo») con el apoyo de Washington y las instituciones finan-
cieras internacionales (FMI y Banco Mundial). Este paquetazo resultó ser uno de
los ajustes más radicales y rápidos de toda América Latina e implicó la privatización
de prácticamente todas las compañías públicas, una desregulación radical de los
mercados, la apertura de los mercados peruanos a las importaciones y generosos
incentivos a la inversión exterior, especialmente en el sector clave de la minería.
Se rechazó todo vestigio de la época de la industrialización por sustitución de
importaciones (ISI) en favor del crecimiento orientado al exterior (Wise, 2002;
Arce, 2010). Estas medidas fueron duras, pero tuvieron éxito en la contención
de la inflación y (finalmente) en el impulso al crecimiento. Sin embargo, no
encajaban bien con el respeto a las normas democráticas, y el régimen adoptó

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una postura cada vez más autoritaria que buscaba alejar la toma de decisiones del
escrutinio público y las presiones populares.
La izquierda peruana se encontraba en una situación difícil para resistir tales
cambios. Izquierda Unida, que en su día había tenido una gran fuerza electoral,
resultó ser un báculo de caña quebradizo. Con sus graves fracturas internas, no
fue capaz de formar una alternativa seria en 1990 –tampoco en elecciones suce-
sivas– y su base social se vio socavada por el doble desafío de la hiperinflación
y la violencia política. La fuerza laboral organizada resultó ineficaz para resistir
el desplome del nivel de vida de los trabajadores a finales de la década de 1980,
y fue víctima de la posterior privatización de las empresas públicas. La guerra
interna con Sendero Luminoso, además, destrozó las organizaciones agrarias
construidas desde la izquierda en décadas anteriores y, a la vez, suscitó malestar
político, lo que fue aprovechado por la derecha y ayudó a apuntalar el apoyo a
Fujimori y sus políticas. A finales de los noventa, mientras que en Bolivia la or-
ganización popular sobrevivió y resurgió como fuerza política, en el Perú –como
se verá– los movimientos sociales siguieron atomizados y apartados de las esferas
de la toma de decisiones.
Así pues, el sector privado peruano salió reforzado, tanto económica como
políticamente, de las crisis de finales de los ochenta, y estableció una estrecha
relación mutuamente beneficiosa con el Gobierno de Fujimori. Las reformas
liberalizadoras de los años noventa implicaron el traspaso masivo de bienes del
sector público al privado, por lo que los grupos empresariales prosperaron y
pudieron estrechar lazos –aunque informalmente– con el Estado, consiguien-
do una poderosa influencia en las esferas de toma de decisiones que más les
interesaban. Este desplazamiento en la tectónica del poder en favor de la clase
empresarial permitió a esta aumentar su control hegemónico sobre el Estado
en detrimento de la sociedad en general, y difundir un potente relato sobre las
virtudes de la iniciativa privada para promover el desarrollo nacional (Crabtree y
Durand, 2017). Es más, a diferencia de Bolivia, la etapa neoliberal del Perú efec-
tivamente sobrevivió a su principal artífice, ya que la restauración de la demo-
cracia en 2000 no acarreó un cambio de modelo económico. Bajo el Gobierno
de Alejandro Toledo (2001-2006), y a pesar de algunas reformas democráticas,
el modelo neoliberal se mantuvo intacto; con el de Alan García (2006-2011) se
reforzó más, especialmente respecto a la liberalización comercial y a la atracción
de la inversión extranjera; e incluso con el de Ollanta Humala, cuya candidatura
a la Presidencia en los comicios de 2006 y de 2011 se basaba en la oposición
al neoliberalismo, este se apresuró a deshacerse de las políticas heterodoxas al
asumir el cargo. Desde 2001, todos los ministros de Economía –que ejercen
un poder enorme en el Perú– han sido nombrados por sus vínculos con redes
bancarias y negocios globales.

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Democracia, poder de las élites y sociedad civil: una comparativa entre Bolivia y el Perú

De esta forma, mientras que en Bolivia el neoliberalismo se introdujo gra-


dualmente, en el Perú fue el resultado de un cambio de rumbo abrupto y
radical. En el primero, el Gobierno de Sánchez de Lozada buscó introducir
reformas que ayudaran a sostener políticamente el modelo, pero Fujimori,
menos preocupado por crear consensos, recurrió a un modelo de gobierno
cada vez más personalista y autoritario. Además, el impacto a largo plazo de
la violencia política del Perú no se daba en Bolivia, y cuesta imaginar que
una organización como Sendero Luminoso pudiera haber arraigado en este
país8. En el Perú, el sector privado se benefició enormemente del proceso
de privatización y la posterior reanudación del crecimiento impulsado por
las exportaciones. En Bolivia, aunque los movimientos populares sufrieron a
consecuencia del neoliberalismo, persistieron las tradiciones y las estructuras
organizativas sobre las que se asentaban; contrariamente al Perú, donde las
crisis políticas y económicas de la década de 1980 les asestaron un golpe casi
fatal del que tuvieron que luchar para recuperarse9.

El poder de los movimientos sociales en el


siglo xxi

La divergencia de los caminos seguidos por el Perú y Bolivia alcanzó su


máxima expresión en 2006, cuando Evo Morales, líder de los cocaleros del
Chapare, prestó juramento como presidente de un Gobierno cuyo origen está
precisamente en los sectores del movimiento popular que se habían opuesto
más hostilmente a las políticas del neoliberalismo. El ascenso del MAS reveló
el fracaso de las reformas de los años noventa para forjar apoyos políticos só-
lidos y duraderos a través de la consolidación de un partido institucionaliza-
do profundamente arraigado en la sociedad. El surgimiento de movimientos
sociales que se oponían a aspectos concretos de la política gubernamental, a

8. Las tradiciones bolivianas de sindicalización campesina iban en contra de las nociones de la lucha
armada como camino viable hacia el poder político, lo que subraya la validez de participar en las
elecciones. En las décadas de 1960 y 1970 se acometieron varios intentos de guerra de guerrillas,
pero con un efecto limitado.
9. Los sindicatos más resistentes solían ser los que se mantenían en el sector público, especialmente
en sectores como la sanidad y la educación. La izquierda, despojada de mucho de su apoyo social
anterior, cosechó malos resultados en sucesivas elecciones.

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partir de finales de los noventa, desmintió la idea de que el Decreto Supremo


21060 y las reformas de segunda generación de la década de 1990 habían
terminado con la resistencia popular. El alcance y la extensión de esta oposi-
ción destaparon la debilidad del intento de erigir una nueva Administración
en Bolivia basada en principios neoliberales. Entre 1999 y 2006, los movi-
mientos populares consiguieron reorganizarse, multiplicarse y construir un
proyecto político que implicó la revocación de dichas prioridades políticas.
A través de campañas electorales y otras formas de movilización, el MAS
consiguió coordinar campañas dispares y fusionarlas en un movimiento que
buscaba romper con el statu quo10. Así, el Gobierno que tomó el poder en
2006, procedente de dichos movimientos sociales, se comprometió a aplicar
un modelo de intervención estatal y defensa de la soberanía nacional, des-
oyendo las recomendaciones políticas que procedían de Washington. Tam-
bién buscó cuestionar los sistemas de poder político que habían dominado
hasta mediados de la década de 1980 e incorporar sectores que previamente
habían sido excluidos en las funciones decisorias del Estado11.
Cabe afirmar, pues, que el año 2006 representa un importante punto de
inflexión, quizá el más importante desde 1952. Sin duda, contrasta con la
historia peruana, que en 2006 volvió a llevar a Alan García al poder con unos
planes muy conservadores basados en la oposición a la «marea rosa» de alter-
nativas de izquierda de otros lugares de América Latina. De hecho, la victoria
electoral de Morales prometió más cambios de largo alcance en Bolivia que la
mayoría de los otros países de la marea rosa. La decisión del Gobierno de au-
mentar el control estatal sobre el sector de los hidrocarburos (semiprivatizado
bajo el Gobierno de Sánchez de Lozada) era una muestra de lo que estaba por
llegar. Para el sector empresarial, 2006 supuso un gran revés, al cortársele el
acceso a la toma de decisiones estatales. Sin un partido instrumental capaz
de representar sus intereses, el sector, especialmente en Santa Cruz, tomó
las calles usando redes locales de derechas. Esta oposición alcanzó su punto
álgido en 2008, cuando el Comité Pro Santa Cruz, en el que los grupos em-
presariales estaban bien representados, exigió una autonomía del Gobierno
central que estuvo cerca de la secesión. Sus reivindicaciones se repitieron en
todos los puntos de las tierras bajas del este del país.

10. Actualmente, existe una vasta literatura sobre los orígenes del MAS y su llegada al poder en 2006.
Algunos trabajos, a modo de ejemplo, son Anria (2019), Madrid (2012) y Zuazo (2008).
11. La manifestación más evidente de ello fue la tarea de la Asamblea Constituyente (2006-2008) de
redactar la nueva Constitución.

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Democracia, poder de las élites y sociedad civil: una comparativa entre Bolivia y el Perú

Ante esta situación, tras su reelección en 2009, Morales buscó un modus


vivendi con las élites de Santa Cruz, consciente de los peligros políticos la-
tentes que planteaban y de la necesidad de darles voz dentro del Gobierno.
Por su parte, las élites empresariales también se percataron de que Morales
no sería derrocado fácilmente y que, con la recuperación de la economía por
el auge de las materias primas, podían ganar dinero. Un signo temprano de
distensión fue la decisión en 2009 de proporcionar garantías a los intereses
agroindustriales de Santa Cruz contra la expropiación de tierras. No obstan-
te, fue el 2011 el año decisivo a la hora de forjar vínculos estructurados y
cooperativos entre los empresarios y el Gobierno12, con considerables cam-
bios políticos para la expansión de la frontera agrícola de Santa Cruz con el
fin de impulsar la producción alimentaria y las exportaciones de soja. Esta
distensión ocurrió en paralelo con
La divergencia de los caminos seguidos otras políticas que causaron fric-
por el Perú y Bolivia alcanzó su máxima ciones con los movimientos socia-
expresión en 2006, cuando Evo Morales, les, surgiendo escisiones en el seno
líder de los cocaleros del Chapare, prestó del Pacto de Unidad –la coalición
juramento como presidente de un Gobierno en la que el MAS salió elegido en
cuyo origen está precisamente en los secto- 2006– en forma de movimien-
res del movimiento popular que se habían tos específicos que perseguían sus
opuesto más hostilmente a las políticas del propios intereses. Mientras tanto,
neoliberalismo. el Gobierno se sintió identificado
con la necesidad de fomentar las
industrias extractivas. El llamado conflicto TIPNIS –respecto a la construc-
ción de una carretera que atravesaba una reserva indígena en las fronteras
entre los departamentos de Cochabamba y Beni– causó importantes divi-
siones (Postero, 2017). Aun así, gran parte del apoyo campesino al MAS se
mantuvo fiel a la agenda del partido. A pesar de las numerosas acusaciones
de que los movimientos sociales se habían dejado manejar y corromper por
el Gobierno, estos mantuvieron en gran medida la autonomía a la hora de
perseguir sus propios intereses concretos (Crabtree y Chaplin, 2013)13.
La situación en el Perú, como ya se ha comentado, resultó ser muy di-
ferente. Los movimientos sociales que surgieron con fuerza a finales de los
años setenta y principios de los ochenta y que habían apuntalado Izquierda
Unida, se vieron gravemente debilitados por la violencia política y las tur-

12. Wolff (2016) resulta particularmente útil.


13. Para un punto de vista más reciente, véase Anria (2019).

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bulencias económicas de finales de los años ochenta, y por la fuerza con la


que Fujimori implementó sus políticas neoliberales en la década de 1990. A
partir del año 2000, los principales signos de resistencia a la política guber-
namental se dieron en aquellos sectores en los que el desarrollo de las indus-
trias extractivas amenazaba los intereses de la comunidad, especialmente en
la minería (en las tierras altas) y los hidrocarburos (en la selva amazónica).
Otros sectores impulsaron acciones de retaguardia, como los cocaleros que
se opusieron a los planes de erradicación del Gobierno. Con todo, la izquier-
da peruana resultó ser incapaz de coordinar estas acciones –hacer encajar
todas las piezas– para aportar liderazgo y una ideología encaminada a la
protección de los recursos naturales contra el capitalismo desbocado, por lo
que los movimientos sociales siguieron atomizados y con proyección única-
mente local. Algunos acontecimientos, como el enfrentamiento en Bagua
(región del Amazonas) en 2009 y el conflicto por el Conga en Cajamarca en
2011, tuvieron claras repercusiones en la política nacional, pero no como
para provocar cambios importantes en las prioridades políticas generales. La
necesidad de inversión extranjera, especialmente en la minería, seguía siendo
un dogma inalterable en los debates sobre política14.
Todo ello no significa que la opinión pública estuviera firmemente com-
prometida con un modelo que sin duda beneficiaba a unos sectores más que
otros o, de hecho, a algunas regiones más que otras. Las ediciones anuales
del Latinobarómetro muestran la fuerza del sentimiento antisistema en el
Perú, así como la desconfianza tanto en las élites políticas como en la for-
ma en que estas gestionan las instituciones democráticas. Tal insatisfacción
subyacía en la victoria electoral de Humala en 2011, pero le faltó expresión
política, ya que este, rápidamente, se vio obligado a retroceder en su agenda
adaptándose al poder de facto de los intereses comerciales establecidos. Los
partidos de izquierda, marginados políticamente desde finales de la década
de 1980, no estaban en condiciones de ofrecer un liderazgo alternativo a un
electorado desencantado. De hecho, el Perú vio en la década de los noventa
cómo partidos de todos los colores se veían reducidos a vehículos electorales
con una estructura rudimentaria y poca o ninguna presencia organizada en
la sociedad.

14. Para un análisis comparativo de las respuestas al extractivismo dentro de la región andina y fuera
de esta, véase Bebbington (2013).

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Democracia, poder de las élites y sociedad civil: una comparativa entre Bolivia y el Perú

¿Nuevos cambios tectónicos?


En los últimos años, el poder relativo de ambos sectores –las élites empresa-
riales y los movimientos sociales– ha cambiado una vez más en los dos países.
La capacidad de las élites empresariales para dominar la toma de decisiones
políticas en el Perú ha sido puesta recientemente en entredicho por los escán-
dalos de corrupción que salieron a la luz con las investigaciones del caso Lavo
Jato en Brasil, que implicaban las actividades de las principales empresas cons-
tructoras y sus contrapartes peruanas (Durand, 2018). El hecho de exponer que
una sucesión de gobiernos desde la década de 1980 había recibido sobornos de
empresas constructoras desacreditó sectores clave de la comunidad empresarial.
El Poder Judicial y otros órganos del aparato del Estado habían desempeñado
un papel activo a la hora de ocultar
En los últimos años, el poder relativo de y, de hecho, promover tales activi-
las élites empresariales y los movimientos dades15. Una retahíla de presidentes
sociales ha cambiado una vez más en am- y otras figuras políticas de primer
bos países. En el Perú, la capacidad de las nivel han sido identificadas por su
élites para dominar la toma de decisiones participación en actividades ilegales
políticas ha sido puesta en entredicho por con intereses empresariales, para fi-
los escándalos de corrupción. En Bolivia, el nanciar sus campañas electorales,
resurgimiento del poder de las élites llevó a para su enriquecimiento personal o
la destitución de Morales en noviembre de con ambos fines. Estas revelaciones
2019, aunque el MAS ha vuelto al Gobier- condujeron a un cambio en la po-
no tras las elecciones de octubre de 2020. lítica pública, especialmente tras la
dimisión de Pedro Pablo Kuczynski
como presidente en marzo de 2018. Su sucesor, Martín Vizcarra, buscó empren-
der una limpieza en la vida pública y, aunque su Administración no era de nin-
gún modo antiempresarial, el poder de las empresas que antes era indiscutible
dio paso a una postura más crítica16. Los intentos de antiguos fujimoristas de
explotar el conservadurismo social (con asuntos como el aborto y el matrimonio

15. La corrupción en el Gobierno y el Poder Legislativo y el Judicial se vio alentada por el narcotráfico
y otras actividades ilícitas tanto en el Perú como en Bolivia. Con el fin de llevar a cabo sus negocios,
los implicados debían comprar el apoyo de los que tenían autoridad, quienes, a su vez, demostraron
estar dispuestos a recibir sobornos.
16. El derrocamiento del Gobierno de Vizcarra en noviembre de 2020 fue el resultado de una oposición
de intereses, fuertemente representados en el Congreso, que se sintieron amenazados por la política
anticorrupción. Atacaron al presidente por actos suyos supuestamente corruptos cuando se desem-
peñó como gobernador de la región de Moquegua entre 2011 y 2014.

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homosexual) en gran medida fracasaron para crear un partido de derechas de


base popular. Aun así, el poder político del sector privado ha salido reforzado,
mientras que los movimientos sociales y la izquierda apenas suponen una ame-
naza inmediata17.
Bolivia, por su parte, presentaba un panorama contrario. En este país, el re-
surgimiento del poder de las élites llevó en última instancia a la destitución de
Morales como presidente en noviembre de 2019 y su sustitución por un Gobier-
no abiertamente vinculado al poder de los intereses de la élite, especialmente de
Santa Cruz, cuya influencia había sido relegada durante los 14 años de mandato
de Morales18. Durante su tercer mandato seguido, como se ha señalado, se re-
forzó la influencia de las élites empresariales sobre la toma de decisiones en el
Estado, en que las autoridades estatales hicieron considerables concesiones a las
reivindicaciones empresariales. No solo el Gobierno apreciaba la importancia
de la inversión privada como complemento a la del Estado, sino que también
las organizaciones empresariales se mostraban cada vez más confiadas en su ca-
pacidad de presionar por sus reivindicaciones de maneras concretas. Aun así,
la destitución de Morales se debe en gran parte a los errores tácticos en los que
incurrió el Gobierno y, en concreto, el propio presidente al querer presentarse
a un cuarto mandato a pesar del voto negativo registrado en el referéndum de
febrero de 201619.
El «golpe de Estado» que acabó destituyendo a Morales de su cargo, propagado
por intereses de Santa Cruz, fue muy bien recibido por el sector privado. La CEPB
no ocultó su satisfacción con la destitución de un Gobierno que consideraba ex-
cesivamente intervencionista y comprometido con los intereses de los trabajadores
y la COB. Los altercados posteriores a las controvertidas elecciones, celebradas en
octubre de 2019, recordaban a los que habían sacudido el país en 2008, pero que
Morales había conseguido dominar. No obstante, la vuelta del MAS al Gobierno

17. Las movilizaciones que acompañaron la caída de Vizcarra fueron expresión de un descontento
popular, pero espontáneo y poco estructurado.
18. El Comité Pro Santa Cruz, que mantenía fuertes vínculos con intereses empresariales clave, des-
empeñó un papel fundamental en la deposición de Morales, especialmente su entonces presidente,
Fernando Camacho.
19. El referéndum de 2016 supuso una ajustada victoria para los opositores a la campaña de Morales
para la reelección, lo que condujo a un creciente movimiento de oposición liderado, en su mayor
parte, por el expresidente Carlos Mesa (2003-2005). Este quedó segundo en los comicios de 2019
y alzó la voz enérgicamente para declararlos fraudulentos. La veracidad de tales declaraciones seguía
generando dudas en el momento de escribir estas líneas. El resultado declarado dio a Morales la
primera posición con un margen de diferencia del 10% respecto a Mesa, lo que le permitió afirmar
que había ganado en primera ronda.

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Democracia, poder de las élites y sociedad civil: una comparativa entre Bolivia y el Perú

tras otras elecciones en octubre de 2020 subraya la incapacidad de la élite boliviana


de construir para sí misma una base popular. El Gobierno interino de Jeanine Añez
–que había buscado revertir muchas de las políticas de Morales–, como resulta-
do de la presión popular, finalmente se vio obligado a convocar unas elecciones,
tras una serie de intentos previos para evitarlas. Como resultado, el candidato del
MAS, Luis Arce, obtuvo una contundente victoria con el 55% de los votos. Sin
embargo, en el momento de finalizar este artículo, quedaba por ver cómo respon-
dería la élite de Bolivia –especialmente la de Santa Cruz– y, de hecho, hasta qué
punto el nuevo Gobierno buscaría llegar a algún tipo de acuerdo con ella. 

Conclusiones

En este artículo se han analizado los límites de la «profundización» democrá-


tica en el Perú y Bolivia representados por la influencia de los intereses de las
élites (u oligarquía) y debidos a los cambios en la tectónica del poder ejercido por
estas y por los movimientos populares a lo largo del tiempo. A pesar de algunas
similitudes, ambos países brindan algunos contrastes destacables en el poder
relativo de estas dos fuerzas en diferentes momentos de los últimos 80 años,
en las diferentes fases del ciclo de desarrollo histórico. Esta visión a largo plazo
muestra cómo esas relaciones de poder pueden cambiar, a menudo, de manera
impredecible. La historia boliviana señala las debilidades de las élites, en compa-
ración con las del Perú, para imponer sus prioridades políticas sobre los actores
del Estado; asimismo, indica la perseverancia de los movimientos sociales y su
capacidad para mantener y –en ocasiones– imponer su agenda y reemplazar el
poder de las élites por completo. Por su parte, la historia peruana ejemplifica las
continuidades del poder de las élites, incluso en momentos en que estas estaban
a la defensiva (como bajo el Gobierno de Velasco).
Por lo que respecta al mantenimiento y a la intensificación de la gobernanza de-
mocrática, los dos países muestran lo difícil que ha resultado alcanzar algo de equi-
librio para que los intereses empresariales cuadren con los de los sectores populares
y así contribuir a estabilizar la política y legitimar el Gobierno. El reciente giro de
los acontecimientos en Bolivia sugiere que las élites solo toleran de manera limitada
los gobiernos que buscan modificar las reglas de la participación en la economía
y redistribuir los beneficios sociales, a pesar de los intentos de estos por atraer al
sector privado; demuestra, a la vez, el poder electoral de los movimiento populares
de derrocar gobiernos de la derecha que representan sectores de un élite muy mi-
noritaria. El sector privado, en ninguno de los dos países, ha conseguido crear un
partido político con un amplio atractivo capaz de ganar unas elecciones. El MNR

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lo intentó en Bolivia en la década de 1990, pero no lo consiguió, mientras que en


el Perú las estructuras de partido que se han presentado a las elecciones desde el
año 2000 carecen de base social sólida y, por lo tanto, disfrutan de una legitimidad
limitada. Las organizaciones populares, en cambio, sí han conseguido alcanzar el
poder en Bolivia –en los años cincuenta y en el año 2006–, pero se les antojó difícil
cultivar una relación estable y basada en el respeto mutuo con el sector empresarial.
Los intentos de las élites empresariales en ambos países por ensanchar su
atractivo político en un marco general democrático no han logrado ganar mu-
cho terreno. En el Perú, los simpatizantes del fujimorismo han apelado a diver-
sos tipos de conservadurismo religioso, sobre todo entre los grupos evangélicos
en rápida expansión; en Bolivia, por su parte, los que depusieron a Morales en
2009 apelaron a valores católicos tradicionales y racistas como contrapunto a las
tendencias proindígenas de Morales. Con todo, en ambos casos fue difícil esta-
blecer prácticas e instituciones políticas en las que el poder de las élites estuviera
dispuesto a adaptarse a los cambios en el poder político que implicaran mayor
participación, inclusión y redistribución de los recursos.
Tal como sugiere Foweraker (2018), el fortalecimiento de las instituciones
democráticas en estos países, y en América Latina en general, dependerá de en-
contrar la fórmula por medio de la cual las élites y los movimientos populares
–separados por desavenencias sociales de profundas desigualdades– sean capaces
de encontrar una meta común. Mientras tanto, la «profundización» democrá-
tica, es decir, la creciente participación de personas previamente excluidas en la
toma de decisiones, topará con la constante oposición de las élites establecidas
cuando el poder de la voice desafíe el statu quo.

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Traducción del original en inglés: Maria Gené Gil y redacción CIDOB.

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R E V I S TA D E C I E N C I A S S O C I A L E S
68 vol. XXIV (3er. cuatrimestre)
No. 68
septiembre-diciembre 2020
Cuatrimestral

Presentación del dossier La representación del Sur en la elección del alcalde de


DOSSIER

TEMAS
Políticas exteriores y de defensa sudamericanas: Quito. ¿Déficit de isotropía o escasez de respeto?
hacia un nuevo regionalismo Alfredo Santillán
Anabella Busso y Samuel Alves-Soares
Ciudades contrapeso al centralismo unitarista en
Ocaso del regionalismo posneoliberal en Sudamérica: Santa Cruz, Guayaquil y Concepción
Sudamérica: las deudas de la marea rosa en Esteban Valenzuela-Van Treek
la conducción política de la Defensa y Claudia Vaca
Emilse Eliana Calderón
Familia migrante, escuela y comunidad en los Andes
Democracia y educación: notas sobre equinocciales: continuidades y cambios en la identidad
la enseñanza militar en Argentina y Brasil cultural
Ana Penido, Suzeley Kalil Mathias y Eduardo Mei Marta Rodríguez-Cruz

Acuerdos Mercosur-Unión Europea desde la


perspectiva de la política exterior Argentina
Alejandro Simonoff

La Defensa como política fiscal durante


el Gobierno de Mauricio Macri (2015-2019)
Sergio Gabriel Eissa

La Amazonía en el pensamiento militar brasileño: Número anterior:


concepciones y acciones estratégicas del Ejército ICONOS 67: Desaparición de personas en el mundo
y la Armada en la década de 1990 globalizado: desafíos desde América Latina
Dilceu Roberto Pivatto-Junior
y Raul Cavedon-Nunes Número siguiente:
ICONOS 69: Estrategias comunitarias frente a conflictos
socio-ambientales: más allá de la resistencia
La trata de personas en los Andes: dinámicas
TEMAS

socio-espaciales en las fronteras de Perú


Íconos. Revista de Ciencias Sociales está incluida en los siguientes índices
Manuel Dammert-Guardia, Lucía Dammert y
científicos: Academic Search Premier; Directory of Publishing Opportunities
Katherine Sarmiento (CABELL’S); Clasificación Integrada de Revistas Científicas (CIRC); Citas
Latinoamericanas en Ciencias Sociales (CLASE); DIALNET; Directory of
Buen vivir y agricultura familiar en el Totonacapan Open Access Journal (DOAJ); Emerging Source Citation Index (ESCI) Web of
poblano, México Science; ERIHPLUS; FLACSO Andes; Fuente Académica Plus; Hispanic
Mauricio Torres-Solis, Benito Ramírez-Valverde, José American Periodical Index (HAPI); International Bibliography of the Social
Pedro Juárez-Sánchez, Mario Aliphat-Fernández y Science (IBSS); Informe Académico Thompson Gale; International Institute of
Gustavo Ramírez-Valverde Organized Research (I2OR); LatAm-Studies, LATINDEX- catálogo; MIAR;
Political Science Complete; REDALYC; REDIB; SciELO Ecuador; Sociological
Abstracts; Social Science Jornals. Sociology Collection; Ulrich’s Periodical Directory;
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