DERRIDA La Différance
DERRIDA La Différance
DERRIDA La Différance
La Différance
Sin embargo, los rodeos, los periodos, la sintaxis a la que a menudo deberé
recurrir se parecerán, a veces hasta confundirse con ellos, a los de la teología
negativa. Ya se ha hecho necesario señalar que la différance no es, no existe, no
es un ente-presente (on), cualquier que éste sea; y se nos llevara a señalar también
todo lo que no es, es decir, todo; y en consecuencia que no tiene ni existencia ni
esencia. No depende de ninguna categoría del ente, sea éste presente o ausente. Y
sin embargo, lo que se señala así de la différance no es teológico, ni siquiera del
orden más negativo de la teología negativa, que siempre se ha ocupado de librar,
como es sabido, una superesencialidad más allá de las categorías finitas de la
esencia y de la existencia, es decir, de la presencia, y siempre de recordar que si a
Dios le es negado el predicado de existencia, es para reconocerle un modo de ser
superior, inconcebible, inefable. No se trata aquí de un movimiento así, y ello se
confirmará progresivamente. La différance es no sólo irreductible a toda
reapropiación ontológica o teológica –onto-teología-, sino que, incluso abriendo el
espacio en el que la onto-teología -la filosofía- produce su sistema y su historia, la
comprende, la inscribe, y la excede sin retorno.
Sabido es que el verbo «diferir» (verbo latino differre) tiene dos sentidos
que parecen muy distintos; son objeto, por ejemplo en el Littré, de dos artículos
separados. En este sentido el differre latino no es la traducción simple del
diapherein griego y ello no dejará de tener consecuencias para nosotros, que
vinculamos esta charla a una lengua particular y una lengua que pasa por ser
menos filosófica, menos originariamente filosófica que la otra. Pues la
distribución del sentido en el griego no comporta uno de los dos motivos del
differre latino a saber, la acción de dejar para más tarde, de tener en cuenta, de
tener en cuenta el tiempo y las fuerzas en una operación que implica un cálculo
económico, un desvío, una demora, un retraso, una reserva, una representación,
conceptos todos que yo resumiría aquí en una palabra de la que nunca me he
servido, pero que se podría inscribir en esta cadena: la temporización
[temporisation]. Diferir en este sentido es contemporizar, es recurrir, consciente o
inconscientemente a la mediación temporal y contemporizadora de un desvío que
suspenda el cumplimiento o la satisfacción del «deseo» o de la «voluntad»,
efectuándolo también en un modo que anula o templa el efecto. Y veremos -más
tarde- que esta temporización [temporisation] es también temporalización
[temporalisation] y espaciamiento, hacerse tiempo del espacio, y hacerse espacio
del tiempo, «constitución originaria» del tiempo y del espacio, diría la metafísica
o la fenomenología transcendental en el lenguaje que aquí se critica y desplaza.
Ahora bien, si nos referimos una vez más a la diferencia semiológica, ¿qué
es lo que Saussure, en particular, nos ha recordado? Que «la lengua [que no
consiste, pues, más que en diferencias] no es una función del sujeto hablante».
Esto implica que el sujeto (identidad consigo mismo o en su momento,
consciencia de la identidad consigo mismo, consciencia de sí) está inscrito en la
lengua, es «función» de la lengua, no se hace sujeto hablante más que
conformando su habla, incluso en la llamada «creación», incluso en la llamada
«transgresión», al sistema de prescripciones de la lengua como sistema de
diferencias, o al menos a la ley general de la diferencia, rigiéndose sobre el
principio de la lengua del que dice Saussure que es «el lenguaje menos el habla».
«La lengua es necesaria para que el habla sea inteligible y produzca todos sus
efectos.»
Una pregunta semejante supone, pues, que antes del signo y fuera de él,
con la exclusión de todo rastro [trace] y de toda différance es posible algo
semejante a la consciencia. Y que, antes incluso de distribuir sus signos en el
espacio y en el mundo, la consciencia puede concentrarse ella misma en su
presencia. Ahora bien, ¿qué es la consciencia? ¿Qué quiere decir «consciencia»?
Lo más a menudo en la forma misma del «querer decir» no se ofrece al
pensamiento bajo todas sus modificaciones más que como presencia para sí,
percepción de sí misma de la presencia. Y lo que vale de la consciencia vale aquí
de la existencia llamada subjetiva en general. De la misma manera que la
categoría del sujeto no puede y no ha podido nunca pensarse sin la referencia a la
presencia como upokeimenon o como ousia, etc., el sujeto como consciencia
nunca ha podido anunciarse de otra manera que como presencia para sí mismo. El
privilegio concedido a la consciencia significa, pues, el privilegio concedido al
presente; e incluso si se describe, en la profundidad con que lo hace Husserl, la
temporalidad transcendental de la consciencia es al «presente viviente» al que se
concede el poder de síntesis y de concentración incesante de las marcas.
Es acaso así como el juego heracliteano del en diapheron eauto, del uno
diferente de sí, difiriéndose consigo, se pierde ya como una marca [trace] en la
determinación del diapherein en diferencia ontológica.
Pensar la diferencia ontológica sigue siendo sin duda, una tarea difícil
cuyo enunciado ha permanecido casi inaudible. También prepararse más allá de
nuestro logos, para una différance tanto más violenta cuanto que no se deja
todavía reconocer como epocalidad del ser y diferencia ontológica, no es ni
eximirse del paso por la verdad del ser ni de ninguna manera «criticarlo»,
«contestarlo», negar su incesante necesidad. Es necesario, por el contrario,
quedarse en la dificultad de este paso, repetirlo en la lectura rigurosa de la
metafísica en todas partes donde normaliza el discurso occidental, y no solamente
en los textos de la «historia de la filosofía». Hay que dejar en todo rigor
aparecer/desaparecer la marca [trace] de lo que excede la verdad del ser. Marca
[Trace] (de lo) que no puede nunca presentarse, marca [trace] que en sí misma no
puede nunca presentarse: aparecer y manifestarse como tal en su fenómeno.
Marca [trace] más allá de lo que liga en profundidad la ontología fundamental y la
fenomenología. Siempre difiriendo, la marca [trace] no está nunca como tal en
presentación de sí. Se borra al presentarse, se ensordece resonando, como la a al
escribirse, inscribiendo su pirámide en la différance.
Consideremos por ejemplo, el texto de 1946 que se titula Der Spruch des
Anaximander. Heidegger recuerda ahí que el olvido del ser olvida la diferencia
del ser y el ente: «Pero la cosa del ser (die Sache des Seins), es ser el ser de lo
ente. La forma lingüística de este genitivo con multivalencia enigmática nombra
una génesis (Genesis), una proveniencia (Herkunft) del presente a partir de la
presencia (des Anbwesenden aus dem Anwesen). Pero, con la muestra de los dos,
la esencia (Wesen) de esta proveniencia permanece secreta (verborgen). No
solamente la esencia de esta proveniencia, sino también la simple relación entre
presencia y presente (Anwesen und Anwesendem) permanece impensada. Desde
la aurora, parece que la presencia, y el ente-presente sean, cada uno por su lado,
separadamente algo. Imperceptiblemente, la presencia se hace ella-misma un
presente... La esencia de la presencia (Des Wesen des Anwesens) y así la
diferencia de la presencia y el presente es olvidada. El olvido del ser es el olvido
de la diferencia del ser y el ente (traducción en Chemins, págs. 296-297).
Más «vieja» que el ser mismo, una tal différance no tiene ningún nombre
en nuestra lengua. Pero «sabemos ya» que si es innombrable no es por provisión,
porque nuestra lengua todavía no ha encontrado o recibido este nombre, o porque
sería necesario buscarlo en otra lengua, fuera del sistema finito de la nuestra. Es
porque no hay nombre para esto ni siquiera el de esencia o el de ser, ni siquiera el
de «différance», que no es un nombre, que no es una unidad nominal pura y se
disloca sin cesar en una cadena de sustituciones que difieren.
«No hay nombre para esto»: leer esta proposición en su banalidad. Este
innombrable no es un ser inefable al que ningún nombre podría aproximarse: Dios
por ejemplo. Este innombrable es el juego que hace que haya efectos nominales,
estructuras relativamente unitarias o atómicas que se llaman nombres, cadenas de
sustituciones de nombres, y en las que, por ejemplo, el efecto nominal
«différance» es él mismo acarreado, llevado, reinscrito, como una falsa entrada o
una falsa salida todavía es parte del juego, función del sistema.
Desde esta risa y esta danza, desde esta afirmación extraña a toda
dialéctica, viene cuestionada esta otra cara de la nostalgia que yo llamaré la
esperanza heideggeriana. No paso por alto lo que esta palabra puede tener aquí de
chocante. Me arriesgo no obstante, sin excluir implicación alguna, y lo pongo en
relación con lo que La palabra de Anaximandro me parece retener de la
metafísica: la búsqueda de la palabra propia y del nombre único. Hablando de la
«primera palabra del ser» (das frühe Wort des Seins), escribe Heidegger: «La
relación con el presente, que muestra su orden en la esencia misma de la
presencia, es única (ist eine einzige). Permanece por excelencia incomparable a
cualquier otra relación, pertenece a la unicidad del ser mismo (Sie gehört zur
Einzigkeit des Seins selbst). La lengua debería, pues, para nombrar lo que se
muestra en el ser (das Wesende des Seins), encontrar una sola palabra, la palabra
única (ein einziges, das einzige Wort). Es aquí donde medimos lo arriesgado que
es toda palabra del pensamiento [toda palabra pensante: denkende Wort] que se
dirige al ser (das dem Sein zugesprochen wird). Sin embargo, lo que aquí se
arriesga no es algo imposible; pues el ser habla en todas partes y siempre y a
través de toda lengua.»
Jacques Derrida
* Juega Derrida con la doble connotación diferente/diferencia y
diferente/desavenencia, que, en castellano, está también incluida en el término
«diferencias». (N. del T)
[«El olvido del ser forma parte de la esencia del ser velada por el propio olvido.
Forma parte tan esencial del destino del ser, que la aurora de este destino
comienza como desvelamiento de lo presente en su presencia. Esto quiere decir
que la historia del ser comienza con el olvido del ser, dede el momento en que el
ser se repliega con su esencia: la diferencia respecto a lo ente. Cae la diferencia.
Queda olvidada. Lo que se desencubre es lo diferente, lo presente y la presencia,
pero no en tanto que eso diferente. Por el contrario, se borra hasta la primera
huella de diferencia, dede el momento en que la presencia se manifiesta como lo
presente y encuentra su origen en un supremo presente.» Trad. cast. de Helena
Cortés y Arturo Leyte en «Caminos de bosque», Alianza, Madrid, 1996, pág. 329
[«Pero al haber sido olvidada la diferencia del ser respecto a lo ente sólo puede ser
experimentada cuando ya se desvela en la presencia de lo presente y, de este
modo, imprime una huella que permanece guardada en el lenguaje al que llega el
ser.» Trad. cast. de Helena Cortés y Arturo Leyte en «Caminos de bosque»,
Alianza, Madrid, 1996, pág. 329-330.]
[«La traducción de to khreôn por “el uso” no ha surgido sólo de una meditación
etimológica y léxica. La elección del termino uso nace de una traslación anterior
del pensar, que intenta pensar la diferencia en la esencia del ser, en el inicio
destinal del olvido del ser. La palabra «uso» ha sido dictada al pensar en la
experiencia del olvido del ser. Probablemente, to khreôn nombra un rastro de lo
que queda verdaderamente por pensar en el término “uso” rastro que desaparece
de inmediato en el destino del ser, el cual se despliega en la historia del mundo
como metafísica occidental.» Trad. cast. de Helena Cortés y Arturo Leyte en
«Caminos de bosque», Alianza, Madrid, 1996, pág. 341.]