Tema 5 Los Milagros de Jesús
Tema 5 Los Milagros de Jesús
Tema 5 Los Milagros de Jesús
Capítulo 5
LOS MILAGROS
1
Señor y Cristo
Curso de Cristología - José Antonio Sayés
4
Las objeciones que se han presentado contra la autenticidad histórica del pasaje no son pertinentes. El que se use un lenguaje
profético (cf. E. KASEMANN, Ensayos exegéticos [Salamanca 1978] 209-210) no es un argumento contra su historicidad, pues el
lenguaje profético, como bien dice George (o. c., 249), es un lenguaje anterior a Cristo y empleado frecuentemente por él (cf. Mt.
23, 37; Lc. 13, 34). Según el principio de discontinuidad, debemos observar que sólo por este logion sabemos que Jesús estuvo en
Corozaín. Esta ciudad, que ya no aparece en los evangelios, no tiene significación ni relevancia alguna, como para inventar un
logion por ella. «El hecho de que esta ciudad de Corozaín, observa Mussner, no sea ya mencionada en la restante tradición
evangélica muestra el desinterés de la comunidad cristiana pospascual por esta ciudad» (Ibíd., 22). Se debe constatar también, según
el criterio de discontinuidad, que se reconoce un fracaso en la actividad taumatúrgica de Jesús y no es esto, precisamente, algo que
pudiera inventar la comunidad primitiva (cf. Hch. 2, 22; 10, 38).
5
Cf. J. A. SAYÉS, El demonio, ¿realidad o mito? (Edicep, Valencia 1997).
2
Señor y Cristo
Curso de Cristología - José Antonio Sayés
3
Señor y Cristo
Curso de Cristología - José Antonio Sayés
paz, esa paz que acompaña siempre a Cristo. Y esa misma paz embarga ahora al
endemoniado, que comienza a sonreír. Es una sonrisa que, al principio, parece una
mueca, imposible en un hombre que nunca había sonreído; pero, al fin, llega a ser una
verdadera sonrisa, la sonrisa inconfundible cuando va acompañada de la paz y la
alegría. Sólo hay una clase de alegría, y todos la perciben en ese rostro tan atormentado
anteriormente. Todos enmudecen y, como un susurro, se oye decir: «Pero ¿qué es esto?
¡Una doctrina nueva expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos
y le obedecen; pero ¿quién es este?» (Mc. 1, 27).
Hoy día, los exegetas han llegado a descubrir el estilo personal de Jesús; un
estilo hecho a base de sencillez y de autoridad, de una extrema sencillez y de una
autoridad única. Jesús se mezcla con los niños, los enfermos, los pobres y los
pecadores, hasta el punto de que se encuentra en su ambiente con ellos y llama la
atención y provoca escándalo por su trato con los pecadores. Al mismo tiempo presenta
una autoridad inaudita.
Pues bien, Jesús obra los milagros con una autoridad única: «Yo te lo ordeno,
levántate», «yo te lo digo». No invoca a Yahvé ni hace los milagros en nombre de
Yahvé, como los hacían los profetas en el Antiguo Testamento; los realiza en nombre
propio. Y, al mismo tiempo, lo dominante en la actitud de Jesús es una nota de total
sencillez. Nada de formas mágicas, ninguna intervención quirúrgica, nada de procesos
hipnóticos o de sugestión. Realiza los milagros conmovido en su corazón y siempre en
un contexto religioso. La máxima discreción circunda su actividad taumatúrgica. Nunca
se busca a sí mismo, nunca obra un milagro para deslumbrar. A los curados recomienda
silencio. Cuando el pueblo le exalta, Jesús se marcha. Después de la multiplicación de
los panes obliga a los discípulos a escaparse para huir de la fiebre mesiánica que ha
hecho presa en la gente (Jn. 6, 15). En el momento de obrar la resurrección de la hija de
Jairo dice: «duerme» (Mc. 5, 39), y lo mismo dice de Lázaro (Jn. 11, 6). Cristo nunca
obró prodigios punitivos para deslumbrar o explotar el miedo del pueblo supersticioso,
como vemos en los apócrifos. El único caso que se podría aducir es el de la higuera
maldita (Mt. 21, 18-22); pero, en la mentalidad judía, este episodio es totalmente
comprensible: es una profecía en acción (recurso ampliamente usado en el Antiguo
Testamento), una manera de plasmar simbólicamente una enseñanza o un hecho que
ocurrirá en el futuro. Como la higuera, el pueblo judío será rechazado por su
incredulidad.
El estilo de Jesús aparece no solo en el modo de hacer los milagros, sino en el
sentido que les da. Hay milagros que encajan totalmente en algo que es una constante
en Jesús: su oposición al sistema religioso montado por los fariseos y los sacerdotes.
Leamos la curación del leproso:
«Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: 'Si quieres,
puedes limpiarme'. Compadecido de él, extendió la mano, le tocó y le dijo: 'Quiero,
queda limpio'. Y, al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al
instante, prohibiéndole severamente: 'Mira, no digas nada a nadie, sino vete,
muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés
para que les sirva de testimonio'. Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con
entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que no podía Jesús presentarse en
4
Señor y Cristo
Curso de Cristología - José Antonio Sayés
público en ninguna ciudad, sino que se quedaba en las afueras, en lugares solitarios.
Y acudían a él de todas partes» (Mc. 1, 40-45).
Jesús no se limita a curar, sino que manda al leproso que se presente a los
sacerdotes para que comprueben su limpieza. En tiempos de Jesús, la lepra era
considerada como un castigo por determinados pecados. El leproso era tenido como
castigado de Dios y estaba excluido del templo y de la comunidad de Israel. Socialmente
estaba muerto. Era un impuro en sentido cultual. En este contexto realiza Jesús el
milagro, lleno de indignación por la injusticia que se cometía en Israel contra los
leprosos.
Asimismo, las curaciones de Jesús en sábado llevan el sello característico
de su actitud antirrabínica (Mc. 1, 21-28; Lc. 4, 31-34; Mc. 3, 1-6; Mt. 12, 9-14; Lc. 6, 6-
11). Hay milagros que se desarrollan dentro de un clima de conflictividad con los
fariseos y los escribas. Y esta polémica de Jesús es una constante en su vida. Jesús
acepta la teología del sábado, pero afirma también que la gloria de Dios no pasa por el
hundimiento del hombre en virtud del cumplimiento ritual. Leamos una curación que
aparece en Marcos:
«Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano
paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice
al hombre que tenía la mano seca: 'Levántate ahí en medio'. Y les dice: '¿Es lícito en
sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?'. Pero ellos
callaban. Entonces, mirándoles, con ira, apenado por la dureza de su corazón, le dice
al hombre: 'Extiende la mano'. Él la extendió y quedó restablecida su mano. En
cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra él para ver
cómo eliminarlo» (Mc. 3, 1-6).
Finalmente, hay en la actuación de Jesús en sus milagros una nota de
compasión y de misericordia que no puede ser olvidada. No entendería a Jesús quien
simplemente viese en él una autoridad única y trascendente. Jesús en sus milagros
aparece siempre profundamente humano. Se conmueve ante el dolor. Es interesante
saber que Cristo lloraba, porque nadie que no sepa llorar es humano. Una educación
equivocada y absurda prohíbe el llanto a los hombres; pero no hay humanismo sin
llanto. Jesús rompió a llorar en Getsemaní con grandes sollozos, dice Marcos (Mc. 14,
72). Y ante la muerte de su amigo Lázaro se echó a llorar (Jn. 11, 35). Fue la
primera vez que le vieron llorar los hombres. Jesús se estremeció, estalló en sollozos y
lloró como un niño. Probablemente, en muchas ocasiones, Jesús tuvo que contener las
lágrimas, haciendo un esfuerzo. Jesús se conmovía ante la enfermedad. En muchas
ocasiones, los evangelios relatan: «Y, conmovido, se acercó...».
Cuando se habla de los milagros de Jesús, hay que evitar siempre un doble
extremo. Popularmente, se concibe, a veces, el milagro como un simple prodigio
deslumbrante al margen de toda connotación salvífica. Y en reacción a esta mentalidad,
hoy día no pocos teólogos resaltan la dimensión salvífica de tal modo, que prescinden
por completo de la dimensión apologética del milagro. Pero ambas propiedades, la
salvífica y la apologética, configuran el milagro tal como aparece en la Biblia.
1. Dimensión apologética
5
Señor y Cristo
Curso de Cristología - José Antonio Sayés
6
Señor y Cristo
Curso de Cristología - José Antonio Sayés
celeste (Jn. 10, 25) y observa: «Si no hubiera hecho yo entre ellos obras cual ningún
otro hizo, no tendrían pecado» (Jn. 15, 24). Aquí, por tanto, alude Jesús al carácter
extraordinario y excepcional de sus obras como prueba o testimonio de que es el
enviado de Dios. Sus obras son suficientes para probar su origen divino (Jn. 5, 36).
Jesús deja claro el valor probativo de sus obras: «Si no hago las obras de mi Padre, no
me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras y así
sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn. 10, 37-38).
Así pues, en los evangelios, las obras de Jesús aparecen como algo que prueba,
por su carácter trascendente, su origen divino. Pero ¿se pueden conocer tales
obras en su dimensión trascendente?
Hoy día ha caído ya, ciertamente, la vieja objeción de que Dios no puede variar
las leyes naturales que él mismo ha creado. Se entiende que, si Dios obra por encima
del curso de las leyes naturales, no lo hace por capricho, sino por un motivo claro, como
es el de dar a conocer su intervención en nuestra historia. Es preciso que, si Dios
interviene en nuestro mundo, se haga reconocible como tal.
Hoy la objeción contra el milagro proviene de pensar que, en el fondo, no
sabemos, hasta, dónde puede llegar la fuerza de la naturaleza humana. Ciertas
curaciones de Jesús, se dice, atribuidas quizá apresuradamente a una fuerza
sobrenatural, podrían ser explicadas, en la actualidad, desde una fuerza humana. No
llamemos milagro, dicen algunos, a lo que quizá en el futuro pueda explicarse por la
misma fuerza de la naturaleza o de la sugestión. .
Ciertamente, hemos de responder que no sabemos hasta dónde puede llegar la
sugestión o la fuerza misma de la naturaleza, pero sabemos hasta dónde no puede
llegar: el agua no se convierte en vino por sugestión, los panes no se multiplican por
una palabra de mando y una oración. Y, para determinar si un fenómeno en
concreto es milagro o no, basta con utilizar un criterio como el que el padre Dhanis
aduce con buen juicio:
- Que se trate de un hecho que supere el curso de la naturaleza, observada en
muchas y variadas ocasiones.
- Que tal fenómeno no tenga paralelos en el mundo profano.
- Que se excluya la intervención de posibles factores humanos que pudieran
explicarlo.
Así, por ejemplo, la conversión del agua en vino es algo que supera lo que
comúnmente conocemos en este campo, no se da nada similar en el mundo profano y
es claro que Jesús no utilizó procedimiento alguno químico que pudiera explicar dicha
conversión.
2. Dimensión salvífica
Pero los milagros de Cristo no sólo tienen este valor probativo o apologético,
sino un indudable valor salvífico. Semeion y érgon (signo y obra) en san Juan indican
los dos aspectos fundamentales que presentan los milagros de Jesús. El milagro, como
obra excepcional, acredita a Jesús como Dios entre nosotros, pero al mismo tiempo es
un signo por el que Dios interpela al hombre de cara a su conversión.
Hay en el milagro un significado teológico profundo, una invitación
a la conversión, una interpelación al corazón humano.
Ha sido, sobre todo, san Juan el que ha desarrollado este aspecto de los
milagros de Cristo, de modo que, en los tres grandes milagros que nos presenta,
7
Señor y Cristo
Curso de Cristología - José Antonio Sayés
muestra un significado salvífico que va más allá de la mera superación de las leyes
de la naturaleza. Así, por ejemplo, multiplicación de los panes (Jn. 6) aparece en
conexión con la Eucaristía, alimento espiritual del hombre; la curación del ciego de
nacimiento Un 9) nos presenta a Jesús como luz: la resurrección de Lázaro (Jn 11)
presenta a Jesús como resurrección y vida.
Pero no es solo san Juan el que desarrolla estos aspectos salvíficos del milagro.
En los mismos sinópticos, los milagros de Cristo tienen siempre un contexto religioso
como signos de la llegada del reino (Mt. 11, 2-6; Lc. 7, 18-23; Mt. 12, 27-28; Lc. 11, 19-
20). Jesús se queja de que ante sus milagros no se hayan convertido las ciudades de
Corozaín y Betsaida (Mt. 11, 21-22; Lc. 10, 13-14). Jesucristo espera una reacción de
conversión. Tanto su palabra como sus obras son signos de salvación.
Leamos el relato de curación del paralítico:
«Entró de nuevo en Cafarnaún: al poco tiempo había corrido la voz de que
estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él
les anunciaba la palabra. Y le vienen a traer un paralítico llevado entre cuatro. Al no
poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él
estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el
paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: 'Hijo, tus pecados te son
perdonados'».
Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por
qué este habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo
Dios?». Pero al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su
interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir
al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate, toma tu camilla y
anda? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de
perdonar los pecados -dice al paralítico-: A ti te lo digo, levántate, toma tu camilla y
vete a tu casa».
Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo
que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios diciendo: «Jamás vimos cosa
parecida» (Mc. 2, 1-12).
Como vemos, hay una curación, pero esta curación aparece al mismo tiempo
como signo de una curación interior: el perdón de los pecados que Cristo confiere.
Por ello, Jesucristo ejecuta sus milagros en un contexto religioso y se niega de
plano a realizar milagros allí donde no hay fe o disposición interior de conversión.
Jesucristo no busca nunca lo prodigioso por lo prodigioso. Esto es lo que ocurre en su
pueblo, Nazaret. Se niega a hacer milagros, porque no encuentra el clima religioso
adecuado (Mc. 6, 1-6), y se niega también al número de circo que le pide Heredes (Lc.
23, 8). Los judíos, por su parte, le piden una gran señal que produzca la admiración de
todos los pueblos ante el brillo espectacular y deslumbrante del reino. Jesús responde
que no se les dará otra señal que la de Jonás (Lc. 11, 29; Mt. 12, 39-40).
Cuando a Jesús se le pide lo prodigioso por lo prodigioso, parece que responde:
¿esto solo es lo que queréis de mí? Y se retrae.
Por ello aceptamos la definición que Dhanis nos ofrece y que integra las dos
dimensiones del milagro: la trascendencia física y el aspecto semiológico. He aquí la
definición: «El milagro es un prodigio que, aconteciendo en la naturaleza e insertado
8
Señor y Cristo
Curso de Cristología - José Antonio Sayés
9
E. DHANIS, o. c., 202.