Superliga
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Desde el domingo pasado, cuando se anunció la creación de la “Superliga” parece que las
conversaciones, tanto de barra de bar (tan añoradas en estos tiempos) como de oficina, han
cambiado, para dejar de lado, aunque solo nos lo podamos permitir momentáneamente, la
COVID-19 y pasar a hablar de lo injusta o bonita que podría ser una competición como la que
nos han contado. En el siguiente documento os dejo mis reflexiones como simple observador y
aficionado al deporte, sobre el terremoto que se ha ocasionado en el mundo del futbol:
En primer lugar, creo que negar el futuro éxito que podría tener este torneo es una grave
equivocación y, para ello, sólo hace falta que nos fijemos en el modelo Euroleague Basketball
para encontrar la respuesta. Salvando las distancias y duplicando por mucho los números que
maneja la máxima competición europea de baloncesto, la “Superliga” pretende (o pretendía)
ser un modelo de negocio parecido. En este sentido, encuentro muy débiles las voces que
abogan por decir que la esencia de los grandes partidos se funda en la exclusividad de los
mismos, reflejada en qué pocas veces vemos un partido entre las grandes potencias del
continente. Me parece un argumento con poco recorrido, y vuelvo a recurrir al baloncesto
para justificar mi parecer, y es que dudo que algún aficionado a la Euroleague se canse de
poder ver cada semana un Barça vs. CSKA o un Madrid vs. Efes. Podríamos incluso ir más allá
aunque penséis que lo siguiente es diferente, pero ¿acaso los aficionados a Moto GP se cansan
cada semana de ver una pelea entre los mismos pilotos para el podio? La respuesta a todo ello
es qué si la competición reúne a los mejores (o los que se autodenominan mejores) y los
enfrenta entre ellos, ¿a quién no enamorará?
Ahora bien, ¿son las élites empresariales deportivas tan fuertes como para cargarse el modelo
de futbol que, con sus pros y sus contras, tenemos actualmente? No dudo en que estos clubes
puedan asociarse libremente y crear una asociación, pero entonces esto querría decir
inevitablemente (la UEFA así lo ha comunicado) que están fuera del sistema, y que,
consecuentemente, el paradigma del futbol queda en jaque. El sistema actual está basado en
lo que denominamos el mérito deportivo y, ahora vienen unos pocos a decirnos que este sine
qua non del deporte se esfuma porque ellos mismos han creado un nuevo modelo en el que se
repartirán unas cantidades ingentes de dinero que les harán más ricos, si cabe, de lo que ya
eran. En definitiva, lo que nos han demostrado es que el quid de la cuestión se basa en la
diferente percepción del futbol que tienen los aficionados y los directivos, ya que para los
primeros es pasión y sentimiento y para los segundos es, sin dejar de lado las anteriores,
negocio.
En conclusión, el parecer que me acaba dejando todo lo sucedido en estos últimos días, es que
los 12 clubes fundadores, creyendo que comían aparte, infravaloraron el poder de la opinión
del aficionado y del ecosistema del que forman parte y, aunque estoy de acuerdo en que las
tendencias actuales demandan un nuevo modelo de competición, esta solución solo pasa por
un entendimiento de todas las partes.
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