Cuento Fantástico
Cuento Fantástico
Cuento Fantástico
Había una vez una pareja de ancianos muy pobres que vivía junto a la playa
en una humilde cabaña. El hombre era pescador, así que él y su mujer se
alimentaban básicamente de los peces que caían en sus redes.
Un día, el pescador lanzó la red al agua y tan sólo recogió un pequeño pez. Se
quedó asombradísimo cuando vio que se trataba de un pez de oro que además
era capaz de hablar. El anciano sabía que si lo soltaba perdería la oportunidad
de venderlo y ganar un buen dinero, pero sintió tanta pena por él que
desenmarañó la red y lo devolvió al mar.
– No me puedo creer lo que me estás contando… ¿Tú sabes lo que vale un pez de
oro? ¡Nos habrían dado una fortuna por él! Al menos podías haberle pedido algo
a cambio, aunque fuera un poco de pan para comer.
El buen hombre recordó que el pez le había dicho que podía concederle sus
deseos, y ante las quejas continuas de su mujer, decidió regresar al a orilla.
– ¡Por supuesto! Vuelve con tu esposa y tendrás pan más que suficiente para
varios días.
– Muchísimas gracias.
– ¡Imagino que ahora estarás contenta! ¡Esta casa nueva es una monada y
más grande que la que teníamos!
– Pero…
– Siento ser tan pesado pero mi mujer sueña con una casa y una vida más
lujosa.
– Amigo, no te preocupes. Hoy mismo tendrá una gran casa y todo lo que
necesite para vivir en ella ¡Incluso le pondré servicio doméstico para que
ni siquiera tenga que cocinar!
Creía que lo había visto todo cuando su mujer apareció ataviada con un
vestido de tul rosa, y enjoyada de arriba abajo. No venía sola sino
seguida de tres doncellas y tres lacayos.
– ¡Esto es increíble! ¡Jamás había visto una casa tan grande y tan bonita!
¡Y tú, querida, estás impresionantemente guapa y elegante!… Imagino
que ahora sí estarás satisfecha… ¡Hasta tenemos criados!
– Atraparlo es difícil, así que lo mejor será ir por las buenas. Ve al mar y
dile al pez de oro que quiero ser la reina del mar.
– ¿Tú… reina del mar? ¿Para qué?
– ¡Claro que puedes, así que lárgate a la playa ahora mismo! O consigues el
cargo de reina del mar para mí o no vuelves a entrar en esta casa ¿Te
queda claro?
Dio tal portazo que el marido, atemorizado, salió corriendo y llegó hasta
la orilla una vez más. Con mucha vergüenza llamó al pez.
– Mi mujer insiste en seguir pidiendo ¡Ahora quiere ser la reina del mar
para ordenarte que vivas en nuestra casa y trabajes para ella!
¡Adiós al sueño de tenerlo todo! Muy a su pesar los dos tuvieron que
continuar con su vida de trabajo y sin ningún tipo de lujos. Nunca
volvieron a saber nada de aquel pececito agradecido y generoso que les
había dado tanto. La ambición sin límites tuvo su castigo.