Lectura N.° 2. Diaz, Rodríguez y Valega. Feminicidio
Lectura N.° 2. Diaz, Rodríguez y Valega. Feminicidio
Lectura N.° 2. Diaz, Rodríguez y Valega. Feminicidio
A partir de la segunda mitad del siglo XX, se produjo una etapa intensa de reco-
nocimiento de los derechos de las mujeres frente a las distintas formas de discri-
minación y violencia (Toledo, 2014, p. 142). De esta manera, el derecho trans-
currió por diversas etapas de reformas legales orientadas a la prevención y sanción
de la violencia en contra de las mujeres. En estas etapas el derecho penal sufrió
diversas transformaciones.
Ahora bien, esta última clase de reforma legal es producto de las investigaciones
de las ciencias sociales y de los estudios de género que evidenciaron, como vimos
en el capítulo anterior, la existencia de algunas formas de violencia ejercidas contra
las mujeres que se caracterizan por estar relacionadas con estructuras de subordina-
ción, dominación y desigualdad (Laporta, 2015, p. 163). En Latinoamérica, este
proceso de tipificación se ha constituido como la base para que se adopten estrate-
gias de prevención y protección de las víctimas (Ramos de Mello, 2016, p. 137).
Ley 20480 del 2010 modificó el artículo 390 del Código Penal de manera que el
segundo párrafo del delito de homicidio indica que, si la víctima del delito descrito
en el inciso precedente es o ha sido la cónyuge o la conviviente del autor, el delito
tendrá el nombre de feminicidio. Como vemos, las figuras restrictivas se caracte-
rizan por que su ámbito de aplicación se reduce a una relación matrimonial o de
pareja estable (Toledo, 2014, p. 208).
Este tipo de legislaciones son insuficientes por los siguientes motivos: (i) dejan
fuera de su ámbito de protección a diversos actos contra la vida de las mujeres
que constituyen violencia basada en género, como es el caso de mujeres que son
matadas luego de haber sido acosadas o violentadas sexuales por desconocidos; (ii)
y parten de una comprensión descontextualizada de los factores estructurales que
explican ese tipo de muertes ocasionadas a mujeres y que no dependen del vínculo
de pareja preexistente (Bodelón, 2008, p. 280).
Por su parte, las llamadas figuras amplias son las más extendidas en la región y se
caracterizan porque no restringen su campo de aplicación al matrimonio o relación
de pareja. La legislación pionera de esta clase de regulaciones es la guatemalteca.
Así, el artículo 6 de la Ley contra el Feminicidio y otras formas de Violencia contra
la Mujer del 2008 define al feminicidio como el dar muerte a una mujer por su
condición de tal, en el marco de una relación desigual de poder entre hombres y
mujeres. En contraposición con las figuras restrictivas, este tipo de legislaciones
comprende el fenómeno estructural de violencia hacia las mujeres y permite res-
ponder de manera más idónea frente al mismo.
Otra diferencia que se puede encontrar entre los países de la región es la de utilizar
penas diferenciadas para el feminicidio y los que prescinden de esta diferencia pu-
nitiva. La mayoría de países se encuentra en el primer grupo. Así, por ejemplo, la
legislación colombiana, a través la reforma del Código Penal producida por la Ley
1761 del 2015, contiene circunstancias agravantes del feminicidio que provocan
que en estos supuestos el marco abstracto de la pena sea mayor que en los casos
de homicidio agravado. En cambio, legislaciones como la chilena mantienen la
misma pena.
para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia del 2013 incluye una
serie de contextos típicos en el feminicidio, pero no exige el elemento de subor-
dinación de género. Este tipo de legislaciones es cuestionable, porque permite la
incorporación de supuestos de muertes ocasionadas a mujeres que no constitu-
yen violencia basada en género.
9 Esta cláusula de exención de responsabilidad penal fue contemplada por el Código Penal de 1991,
pero fue derogada en 1998.
10 El Código Penal vigente aun contempla la regulación del delito de aborto a pesar de reproducir
estereotipos de género y no reconocer los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.
11 Expresión de esta neutralidad normativa en el derecho penal peruano es que se admite como
sujeto activo del delito de violación sexual a las mujeres y que pueden ser sujetos pasivos del
mismo, los hombres.
12 En efecto, más allá de las modificaciones legislativas, en la práctica muchos operadores de justicia
interpretan los tipos penales a partir de estereotipos de género. Por ejemplo, si bien el delito de
uxoricidio ha sido reemplazado por el delito de homicidio por emoción violenta, suele ser utilizado
mayoritariamente para atenuar la pena del cónyuge varón que causa la muerte de su cónyuge o
pareja mujer adúltera y no al revés. Al respecto, puede revisarse el punto 2.2. del capítulo 3 del
presente texto. En igual sentido, a pesar de que el delito de violación sexual no exige la conducta
honesta o irreprochable de la víctima mujer, en la práctica siguen existiendo sentencias que desa-
creditan la ausencia de consentimiento a partir del comportamiento social o sexual de la mujer.
No obstante, como señala Laporta (2012), esta clase de tipificación penal es defi-
ciente, ya que no da una definición completa del concepto de feminicidio que lo
comprenda como una forma de violencia basada en género. Por el contrario, se
limita a definirlo como la violencia practicada por la pareja o expareja de la víctima
(p. 60). Esta comprensión, como se deriva de lo expuesto en el primer capítulo
de este libro, resulta insuficiente, pues la violencia hacia las mujeres constituye un
problema público de causas estructurales que trascienden al ámbito individual.
Por ello, la Ley No 30068, publicada el 18 de julio del 2013, estableció la tipifica-
ción autónoma del tipo penal de feminicidio en el artículo 108o-B, de manera que
lo comprendiera como una manifestación de violencia basada en género. En efecto,
la norma estableció la conducta prohibida de la siguiente forma:
1. Violencia familiar;
2. Coacción, hostigamiento o acoso sexual;
3. Abuso de poder, confianza o de cualquier otra posición o relación que le
confiera autoridad al agente;
4. Cualquier forma de discriminación contra la mujer, independientemente
de que exista o haya existido una relación conyugal o de convivencia con el
agente.
Por su parte, el 6 de enero del 2017 se publicó el Decreto Legislativo No 1323 que,
si bien mantuvo invariables los componentes esenciales del tipo penal, incluyó
como agravante el hecho de que la víctima fuera adulta mayor y cambió el término
de padece discapacidad a tiene discapacidad, lo que respondió a la adaptación al
modelo social de la discapacidad de conformidad con la Ley No 29973, Ley Gene-
ral de la Persona con Discapacidad. Asimismo, añadió como agravante, además del
sometimiento a trata de personas, el serlo a cualquier tipo de explotación humana.
También, agregó el agravante del inciso 8) vinculado a la comisión del hecho delic-
tivo por parte del sujeto en conocimiento de la presencia de hijas o hijos de la víc-
tima o de niños, niñas o adolescentes que se hubieran encontrado bajo su cuidado.
Adicionalmente, esta modificación permitió la inhabilitación conforme al artículo
36o del Código Penal, sin que se limite su aplicación al inciso 5) del mismo.
14 Ello es así en la medida en que la modificación al tipo penal reconoce a las mujeres adultas mayores
como pertenecientes a un grupo en situación de vulnerabilidad, al incorporarlas en el agravante
del inciso 1). Además, porque la modificación reconoce que la discapacidad no se padece (como
señalaba el tipo penal anterior), sino que se tiene en tanto esta no es una enfermedad, según el
modelo social de la discapacidad reconocido normativamente en nuestro país por la Ley No 29973.
También, porque se añade el agravante del delito cuando se cometa en la presencia de los hijos(as)
de la víctima o de cualquier niño, niña o adolescente (NNA) que se encontrara bajo el cuidado de
la misma; de manera que modificación reconoce que es relevante la protección integral a los NNA
y que el interés superior del niño debe ser tomado en consideración.
Es decir, esta última modificación añadió dos agravantes: (i) la actuación por par-
te del agente en estado de ebriedad, bajo efecto de drogas tóxicas, estupefacientes,
sustancias psicotrópicas o sintéticas; y (ii) la agravante de comisión del delito con la
presencia de cualquier niña, niño o adolescente, y no solo de los hijos de la víctima o
niños que hubieran estado bajo su cuidado, como se establecía anteriormente.
15 Es necesario señalar que la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Vi-
olencia Hacia las Mujeres, en vigencia para el Estado peruano desde 1996, ya definía a la violencia
contra las mujeres basada en género y contemplaba el derecho a una vida libre de violencia.
La segunda crítica que se ha esbozado en contra del delito destaca que dicha figura
supone un supuesto trato discriminatorio y una violación a la igualdad respecto
de dos colectivos: primero, los varones y, segundo, otros grupos en situación de
vulnerabilidad. Sobre los primeros, se ha dicho que la creación de un tipo penal au-
tónomo que protege la vida de las mujeres supone que el legislador valora menos la
vida de los varones, quienes no gozan de una protección penal especial. Además, se
ha señalado que el delito de feminicidio implica que solo los varones serán agentes
activos del delito, con lo cual se vulnera el principio de culpabilidad.
Una tercera posición considera que el derecho penal debe hacer frente a la violencia
de género, pero no a través de un tipo penal autónomo como el delito de feminici-
dio, sino a partir del establecimiento de una agravante genérica. Para estos autores
es preferible utilizar una agravante general por los siguientes motivos: (i) el delito
de feminicidio solo se puede aplicar al autor y no al partícipe; (ii) la circunstancia
agravante se puede aplicar a cualquier tipo de participación; (iii) la circunstancia
agravante opera a través de elementos objetivables y, por tanto, más fáciles de ser
probados; (iv) los jueces están acostumbrados a trabajar con circunstancias agra-
vantes; y (v) la circunstancia agravante evita cualquier cuestionamiento constitu-
cional (Meini, 2014a, p. 209). Por lo demás, se ha señalado que una agravante
genérica basada en «motivos discriminatorios» permitiría cubrir distintos delitos y,
por ende, tener un mayor radio de acción frente a la violencia de género (Ramírez,
2011, p. 337).
Finalmente, hay quienes han señalado que el uso de figuras como el feminicidio
refuerzan el hecho de que las mujeres sean vistan como personas desvalidas (Lau-
renzo, 2015, p. 796) y como sujetos que siempre requieren la tutela de los hom-
bres (Bergalli y Bodelón, 1993, p. 57). Por este motivo, cuando las mujeres que
denuncian casos de violencia basada en género no responden a ese perfil de víctima
—mujer desvalida y necesitada de tutela—, los operadores de justicia cuestionarían
su condición de víctima y las revictimizarían (Bodelón, 2008, p. 287).
tamiento prohibido por este. Como se indicó en el primer capítulo de este libro, el
feminicidio hace alusión no solo al hecho de matar a una mujer, sino, sobre todo, a
que dicha acción se encuadra en un contexto en el que la víctima quebranta o se le
impone un estereotipo de género. En ese sentido, las muertes propias del feminici-
dio surgen como respuesta al hecho de que una mujer no acata un mandato cultu-
ral que le impone determinados comportamientos, atributos o roles subordinados.
En este punto, es relevante preguntarnos ¿qué sucede cuando las mujeres se en-
cuentran socialmente obligadas a cumplir con dichos estereotipos? Se produce un
orden estructural que las oprime y subordina, y las relega a una posición social in-
ferior a la de los varones. En otras palabras, la imposición de estereotipos de género
—sea a través de prácticas poco evidentes o de herramientas más visibles como la
violencia— provoca que se reduzca las posibilidades de las mujeres de elegir libre-
mente durante sus vidas (hooks, 2004, p. 37), siendo empujadas culturalmente a
cumplir con pautas que las ubican en una posición jerárquica inferior a la de los
hombres en sociedad. A esta afectación al derecho a la igualdad se le conoce como
subordinación o discriminación estructural.
Por estas razones, el legislador peruano ha optado por crear un delito autónomo
que responde a una situación especial de comisión. El recurso a esta técnica legis-
lativa no es ajeno al derecho penal por cuanto existen distintos ejemplos de delitos
autónomos con penas más severas, que incluyen el desvalor del injusto de un tipo
penal base agravado por distintas situaciones. Esto sucede, por ejemplo, con el
robo y el hurto. Sobre estos tipos penales, si bien tienen una relación criminológica
o fenomenológica, es claro que el robo tiene una sustantividad propia (Gómez,
2005, p. 4) porque lo que convierte a un tipo penal en autónomo o distinto es la
especialidad de su injusto (Gómez, 2005, p. 49).
[El feminicidio] se refiere al tipo penal que castiga los homicidios de muje-
res por el hecho de ser tales en un contexto social y cultural que las ubica en
posiciones, roles o funciones subordinadas, contexto que favorece y expone a
múltiples formas de violencia. (fundamento 11)
En una línea argumentativa similar, Prieto del Pino (2017) señala —respecto del
delito de maltrato ocasional tipificado en el Código Penal español— que es razo-
nable entender que un acto lesivo supone un daño mayor cuando el agresor actúa
conforme a una pauta cultural discriminatoria y, por esa razón, dota a su compor-
tamiento violento de un «efecto añadido» (p. 124). En esa medida, el delito de
feminicidio no sanciona al varón por ser varón ni protege a la mujer por ser mujer,
ni, mucho menos, expresa que la vida de las mujeres tenga mayor valor que la de
los varones. El tipo penal desvalora un hecho: la muerte de mujeres en un contexto
de subordinación social que no le es trasladable a los varones, por cuanto no se en-
cuentran en una situación de discriminación estructural. En realidad, solo quienes
se resisten a aceptar la existencia de la violencia basada en género como fenómeno
estructural que afecta la igualdad material pueden afirmar que el feminicidio dis-
crimina a los varones (Laporta, 2012, p. 112).
Es preciso indicar, además, que no existe fundamento para excluir del círculo de
autores del delito a las mujeres; por el contrario, es perfectamente posible que una
mujer cometa un delito de feminicidio pues la comisión de la violencia basada en
género no es restrictiva de los varones. En ese marco, debe reconocerse que el tipo
penal no se restringe, como algunos han argumentado (Reátegui, 2017, pp. 48-
50) a relaciones heterosexuales y mucho menos que, la frase «el que» que inicia la
descripción típica, solo se refiere a los varones.
El plus del injusto del delito, y lo que con ello comunica, nos conduce a afirmar,
además, que no resulta suficiente el establecimiento de una agravante genérica para
sancionar la manifestación más grave de violencia basada en género contra las mu-
16 El Tribunal Constitucional, siguiendo en parte lo dicho por Claus Roxin (1997), ha señalado que
estos fines constitucionales se distribuyen de manera diferente en las distintas etapas en la que op-
era el sistema penal: en el plano abstracto, el fin primordial es la disuasión general; en el plano de
aplicación concreta de la pena, la renovación de la confianza ciudadana, la afirmación de la vigencia
del derecho a la seguridad de la víctima y disuasión del delincuente en concreto; y en el plano de
ejecución, la rehabilitación (Tribunal Constitucional, 2005b, fundamentos 37-40). Sin embargo,
esta afirmación debe ser matizada en lo relacionado al fin disuasivo y al fin rehabilitador. Sobre el
fin preventivo general negativo o disuasivo general, se debe indicar que este no es posible en todos
los supuestos de criminalidad. Así, si se toma en cuenta que los delitos sofisticados no pueden ser
efectivamente sancionados en la mayoría de los casos, y que en otros casos otros factores —falta
de oportunidades, carencias económicas, ausencia de autocontrol, entre otras— pesan más que el
temor a la pena, es evidente que el fin disuasivo no es un fin principal del derecho penal. Por este
motivo, el fin preventivo general negativo cumple un rol secundario, ya que no se permite legiti-
mar al derecho penal en todos los supuestos. Del mismo modo, el fin preventivo especial positivo
tampoco permite justificar la intervención del derecho penal en todos los casos. En primer lugar,
porque el derecho penal incluye penas que no pueden fácticamente rehabilitar al delincuente.
Además, ¿cómo se puede rehabilitar un delincuente con una pena de inhabilitación o con una pena
de multa? En este sentido, se debe tomar en cuenta que el artículo 139, inciso 22, de la Consti-
tución no indica que este sea un fin de todo el derecho penal, sino de la ejecución de una pena en
particular: la pena privativa de libertad. En segundo lugar, el modelo rehabilitador contemporáneo
indica que el entorno carcelario no es el más idóneo para la rehabilitación del delincuente (Cid,
2009). En este sentido, el modelo rehabilitador obligaría a elegir la pena que favorezca más al de-
sistimiento criminal del delincuente, sin importar la gravedad de los actos cometidos. No obstante,
esto tampoco sucede ni puede suceder en nuestro ordenamiento jurídico. En esta línea, si bien el
o acción positiva, sino ante una intervención del derecho penal frente a actos que
afectan, además de la vida, la igualdad como bien jurídico conjunto (Alonso, 2008,
p. 24).
Por otro lado, conviene referirse a la crítica, según la cual el delito de femini-
cidio no logra alcanzar fines preventivos y, por consiguiente, debe recurrirse a
herramientas distintas del derecho penal para hacerle frente a la violencia contra
las mujeres. El cuestionamiento señalado no es nuevo; de hecho, desde los años
setenta la llamada criminología crítica ha resaltado la gran dificultad que tiene el
derecho penal para prevenir el delito17. La tipificación del feminicidio no niega
los límites del derecho penal. Por el contrario, el modelo comunicativo antes
detallado reconoce los mismos y, por lo tanto, supone que el Estado prevenga
la violencia basada en género a través de medidas orientadas a transformar la
estructura socio-cultural sexista que origina este tipo de actos. Por lo anterior,
el cuestionamiento al uso del derecho penal como herramienta para derrotar la
violencia de género no encuentra asidero.
Cabe señalar que un sector de la doctrina penal solo utiliza este argumento para
criticar la intervención del derecho penal frente a la violencia basada en género,
mientras que en otros casos —como el de los delitos económicos, la criminalidad
organizada y la corrupción— abogan por la modernización de los principios limi-
tadores y la consecuente ampliación del derecho penal. Como bien indica Bodelón
(2008), pareciera que detrás de esta argumentación está la diferenciación entre bie-
nes jurídicos considerados superiores en relación a los que protegen a las mujeres de
modelo rehabilitador debe jugar un rol importante en el ordenamiento jurídico-penal, esté siempre
será secundario frente al fin comunicativo del derecho penal.
17 Así, por ejemplo, Baratta (2004) criticó los fines rehabilitadores con base en el efecto estigmatiza-
dor y de etiquetamiento desencadenados por la actuación del sistema penal (pp. 98-100) y negó,
a partir de lo esbozado por las teorías de la anomia y de las subculturas criminales, que el derecho
penal tenga la posibilidad de afianzar valores éticos superiores (Baratta, 2004, pp. 73-74). En un
sentido similar, otros autores muestran como la intervención penal, lejos de alcanzar la prevención
especial, puede generar mayor reincidencia (Cid, 2007). Del mismo modo, los fines preventivos
generales negativos se enfrentan al hecho de que no todo acto delictivo es motivado por el puro cal-
culo costo-beneficio (Cid y Larrauri, 2001, p. 52) y, por tanto, muchas personas, en determinados
contextos, son «in-disuadibles» (Akers, Sellers, y Jennings, 2016, p. 20). Asimismo, otros autores
han señalado que el control social formal implementado por el sistema penal se muestra más débil
y menos efectivo que las sanciones informales impuestas por el entorno social del delincuente
(Akers, et al., 2016, p. 23), lo que debilitaría su justificación como aparato de prevención general.
A todo ello se suma el llamado ejercicio selectivo del poder punitivo, el cual afecta sobre todo a los
delincuentes con mayores carencias sociales y económicas (Zaffaroni, Alagia, y Slokar, 2006, p. 22).
la violencia de género estructural (p. 292). Sin embargo, esto último es insostenible
jurídicamente si se toma en cuenta el reconocimiento constitucional que tiene el
derecho a las mujeres a una vida libre de violencia.
A fin de realizar el estudio del tipo penal de feminicidio, conviene recordar la des-
cripción típica de su supuesto base contenida en el Código Penal actual:
1. Violencia familiar.
2. Coacción, hostigamiento o acoso sexual.
3. Abuso de poder, confianza o de cualquier otra posición o relación que le
confiera autoridad al agente.
4. Cualquier forma de discriminación contra la mujer, independientemen-
te de que exista o haya existido una relación conyugal o de convivencia
con el agente.
El análisis que se presenta a continuación parte del respeto al principio de legalidad
y, por tanto, interpreta el delito desde sus elementos típicos, claro está, sin descono-
cer que el feminicidio se trata de una forma de violencia basada en género.
El bien jurídico es todo interés necesario para la realización de los derechos fun-
damentales del individuo y del funcionamiento de un Estado Constitucional que