2010 - Filosofía - 67 - El Problema Del Ser en Heidegger y en Las Filosofías de La Existencia
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2010 - Filosofía - 67 - El Problema Del Ser en Heidegger y en Las Filosofías de La Existencia
67 FILOSOFÍA
Temario 1993
tema 67
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4. El existencialismo francés
4.1. Jean-Paul Sartre: existencialismo ateo
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INTRODUCCIÓN
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Sören Kierkegaard (1813-1855) es considerado como el padre del existencialismo. Reacciona contra
el idealismo alemán, y más concretamente contra Hegel, a quien acusa de haber olvidado la existen-
cia, al existente, que queda totalmente al margen del sistema. Así, la filosofía de Kierkegaard puede
ser considerada como un llamamiento de atención sobre el individuo en su realidad concreta, en su
singularidad. Antes de entrar en el desarrollo de sus ideas fundamentales, que estarán presentes en
los filósofos de la existencia del siglo XX, las señalaremos brevemente:
1. Primacía de lo individual sobre lo universal.
2. Importancia del sentimiento, como único camino de ponerse en contacto con la existencia au-
téntica.
3. Primacía de lo irracional sobre lo racional.
4. Distinción de las tres esferas: estética, ética y religiosa.
Al colocar al existente en el centro de la reflexión filosófica, Kierkegaard plantea una filosofía de la
subjetividad, que alcanza a todos los grados de la reflexión filosófica, pues si el verdadero sujeto es
el existente, la verdad es subjetiva. Solamente se llega a la verdad por la comprensión del existente
de sí mismo, y esta comunicación de la existencia consigo misma no puede darse por la vía de la
razón. Por tanto, el camino para llegar a la verdad es el marcado por los sentimientos; con ellos se
llega a la perfección esencial del hombre. Ahora bien, para llegar a esta perfección, que es la de la fe,
el existente debe antes haber transitado por las dos esferas anteriores.
La primera de las esferas es la estética. Es la esfera del goce contemplativo, del placer inmediato, en
el que el instante lo es todo. Pero este instante del goce, al pasar, queda en nada, pues eso es lo que
es, nada. Cuando pasa, aparece el dolor, el pecado, el sufrimiento, la desesperación. De ello solamen-
te se escapa con el salto a la segunda esfera: la ética. En ella el goce deja su lugar al deber. La esfera
ética es la esfera de la acción y la violencia, en la que solamente cuenta el sujeto despersonalizado,
impropio o inauténtico, que dirán más adelante los existencialistas. Pero, a la vez, es la esfera de la
felicidad. Una felicidad aparente, pues siempre está amenazada por la caducidad, ya que el sujeto es
caído en la masa, ha perdido su individualidad.
En esta situación aparece el pecado, el resentimiento y la desesperación, y con ello el sentimiento
de la nulidad del tiempo y del yo. Así, surge la necesidad del salto a la tercera esfera, la esfera de la fe,
la esfera teológica, dominada por una pasión desinteresada, pues el sentimiento de la fe no puede
tener interés. En la esfera dominada por la fe, el hombre es enfrentado a la necesidad de elegir entre
el hundirse en la enfermedad mortal, la desesperación, o dar el salto a la fe. En la fe, lo eterno encar-
na al tiempo, lo finito y lo infinito se encuentran, se diluye el instante en la eternidad. El hombre se
conoce a sí mismo por medio de la angustia. En ella, se comprende la realidad de la libertad como
posibilidad.
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XX Noción de existencialismo
Las diferencias entre los distintos planteamientos dentro de las filosofías de la existencia hacen muy
difícil formular una definición aglutinadora. Sin embargo, es posible señalar algunas ideas presentes
en todos los exponentes de esta tradición:
1. El existencialismo y las filosofías de la existencia son, en esencia, ontología. Ésta es entendida
como «hermenéutica de la facticidad», por utilizar la expresión heideggeriana. Toda otra cuestión
filosófica solamente puede ser contestada desde el horizonte marcado por la ontología funda-
mental. Ahora bien, esta ontología fundamental es a su vez existencial.
2. La filosofía existencial da primacía a la subjetividad sobre la objetividad.
3. La experiencia de la muerte se revela al hombre en el sentimiento de la angustia. Los estados de
ánimo alcanzan especial relevancia en las filosofías de la existencia, entendidos como el modo
originario de relacionarnos con el mundo. La muerte lleva a su vez implícita la finitud de la exis-
tencia, y con ello, revela la temporalidad como constitutiva de la existencia.
4. Importancia de la temporalidad e historicidad. Si el hombre es finitud, su elemento constituyente
es la temporalidad.
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XX Fenomenología
El giro que las filosofías de la existencia confieren a la hermenéutica es el que posibilita la elaboración
de una ontología. Y para ello hace falta un nuevo enfoque que permita introducir la problemática del
ser dentro de la filosofía de la vida. Este papel lo cumple la fenomenología.
Edmund Husserl (1859-1938) pretendía con el método fenomenológico dar respuesta a los proble-
mas tradicionales de la epistemología, pero su fin último era ontológico. El lema de la fenomenolo-
gía reza «a las cosas mismas», esto es, a lo que ellas son tal y como son. Pero para llegar al ser hay que
preguntar primero por el hombre, y éste debe ser pensado en su realidad concreta. El hombre, en su
realidad histórica, es el ente que tiene la capacidad de comprender su realidad. Por ello, la fenome-
nología debe ser interpretación de la comprensión de esta realidad. La fenomenología, tal como la
entiende Heidegger y, por su influencia, el existencialismo francés, se define como hermenéutica de
la facticidad, esto es, comprensión e interpretación del existir concreto en cada ocasión.
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La filosofía de la existencia, tal como es comprendida por Jaspers, tiene una función de llamamiento.
Entre las apariencias rastreamos el ser. Pero lo que aparece no es ser, sino fenómeno; para llegar de
éste a aquél es necesario dar un salto absoluto: el salto de lo temporal a lo eterno.
Jaspers, como hemos dicho, reformula las tres esferas kierkegaardianas. Así, la primera esfera sería
la de la existencia empírica, que hace referencia al hombre en su concreción. De esta esfera se da el
salto a la existencia posible, la esfera de la conciencia. La última esfera es la de la existencia real de la
iluminación, la esfera de la trascendencia. El pensamiento existencial es la autocreación por medio
de la realización de la existencia por medio de la iluminación.
La trascendencia es el fondo metafísico del mundo, está fuera del espacio y del tiempo. Es la eternidad,
a la que el existente llega con el salto a lo absoluto, el salto de la inmanencia a la trascendencia. Con
ello, el existente llega a la comprensión de sí mismo como existencia. Así, dice Jaspers (1958) que
«en el trascender metafísico me cercioro de mí mismo por virtud de un salto que supone otro salto: desde
mi hacerme objetivo para mí, a mí como libertad… Esta situación imaginada es el origen de la aclaración
filosófica del auténtico ser-sí-mismo».
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El hombre es un ser limitado. Estos límites le vienen del ser del mundo, por un lado, y de la trascen-
dencia, por otro. Junto al ser en el mundo aparece en Jaspers el estar fuera del mundo, la ek-sisten-
cia. En tanto que el hombre trasciende las esferas de la existencia empírica y la existencia posible,
al situarse en la esfera de la existencia real, se coloca fuera del mundo. El existente solamente es
realmente libre cuando logra trascender la dependencia de lo intramundano. Y ello solamente se
consigue en las situaciones-límite.
Para Jaspers, son situaciones-límite aquéllas en las que el existente toma conciencia de la nada. Para
Heidegger este papel lo cumplirá la angustia, pero en Jaspers son varios los elementos que pueden
hacer emerger la nada frente al existente. En palabras de Jaspers (1993),
«hay situaciones por su esencia permanentes, aun cuando alteren su apariencia momentánea y se cubra
de un velo su poder sobrecogedor: no puedo menos de morir, ni de padecer, ni de luchar, estoy sometido
al acaso, me hundo inevitablemente en la culpa. Estas situaciones fundamentales de nuestra existencia las
llamamos situaciones límites. Quiere decirse que son situaciones de las que no podemos salir y que no po-
demos alterar. La conciencia de estas situaciones límites es después del asombro y de la duda el origen, más
profundo de la filosofía»
pues con la comprensión de los límites propios del hombre, aparece no solamente la conciencia de
la existencia propia, sino también la experiencia de la trascendencia. La posibilidad se convierte en
imposibilidad, pues la existencia está envuelta en un horizonte inalcanzable, esa última esfera de la
trascendencia, la esfera que da sentido a la existencia. De ahí que para Jaspers sea fundamental la
fe filosófica: sin ella no se puede dar ese último salto a la trascendencia que hace comprensible el
sentido del mundo.
En su obra Acerca de la verdad (1947), Jaspers acuña el término «envolvente» (o circunvalante) para
referirse a la Fe o aquello con lo que el hombre está unido con el origen del ser y quien lleva las rien-
das cuando el entendimiento o la razón creen bastarse por ellos mismos. Esta obra está dedicada
al esclarecimiento de la trascendencia. Jaspers es un filósofo cristiano, lo que deja patente en este
texto al afirmar que Dios es eso que permanece oculto en la trascendencia, dotando de sentido al
mundo. Pero la existencia de Dios es indemostrable, por lo que a él solamente se puede llegar por la
fe filosófica. La fe filosófica tiene cinco principios (Jaspers, 1993).
1. Dios existe.
2. Hay el requerimiento incondicional.
3. El hombre es finito e imperfectible.
4. El hombre puede vivir bajo la dirección de Dios.
5. La realidad del mundo tiene un evanescente ser entre Dios y la existencia.
A la fe solamente se llega por la iluminación, de ahí que ésta sea una de las claves del pensamiento
de Jaspers, pues al ser no se llega por vía racional, sino por la iluminación de la trascendencia.
Jaspers no renunció nunca al pensamiento existencial, aunque no aceptó de buen grado su in-
clusión, por Sartre, dentro del movimiento existencialista. Tras la Segunda Guerra Mundial se aleja
momentáneamente de la metafísica para acercarse más a cuestiones de filosofía práctica, ética y
filosofía política, sin intención de construir un pensamiento moral, sino como reflexión sobre lo su-
cedido en Alemania en la década de los treinta.
Explica la concepción que tiene Jaspers sobre la trascendencia, así como el desarrollo
de esta idea hasta los principios de la fe filosófica. ¿Por qué crees que rechazaba ser
etiquetado como un pensador existencialista?
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De este modo, para poder elaborar la pregunta que interroga por el ser, es necesario esclarecer pri-
mero el modo de ser del ente que tiene como posibilidad formular la pregunta por el ser. Todo ser
y tiempo está dedicado a la analítica del ser-ahí como camino para situarnos en el horizonte desde
el cual preguntar por el ser.
El ser en el mundo es una determinación fundamental del ser-ahí. En esta expresión, el mundo no
debe ser entendido como espacio en el que se desenvuelve el ser-ahí. Ésta sería solamente una de
las acepciones posibles. Pero, en su sentido ontológico, mundo hace referencia a una determinación
existenciaria del ser-ahí. Para diferenciarlo del concepto tradicional del mundo, Heidegger introduce
la mundanidad. Así, con este término Heidegger hace referencia al sentido ontológico que el mun-
do tiene para el Dasein.
Pero el Dasein no está solo en el mundo. Desde él hacen frente los seres «a la mano». El Dasein,
como ser en el mundo, se topa con los útiles. Son «a la mano» en tanto que sirven para algo, son
empleados por el Dasein con alguna utilidad. Las cosas del mundo, los útiles, son en la medida en
que pueden ser empleados para algo, o, dicho de otra manera, son en tanto que significan algo para
el ser-ahí. Así, el conjunto de lo a la mano forma un plexo de relaciones que, en última instancia,
remiten al ser-ahí. El Dasein se relaciona con lo a la mano en la forma del curarse de.
Por otra parte, en el mundo el Dasein se encuentra a su vez con otros entes que también tienen la
forma de ser del ser-ahí. Heidegger elimina el problema de la intersubjetividad colocando al ser-ahí
ya inmediatamente con los otros, que son definidos como «aquellos de los cuales no se distingue
uno mismo, entre los cuales es también uno» (Heidegger, 1998). El Dasein, en tanto que ser con, es
«uno con otro». El ser-ahí se comprende inmediatamente siendo en el mundo con otros entes que
no son «a la mano», y entre los cuales él es uno más. El Dasein se relaciona con los otros en el modo
del procurar por. Pero con esta definición de los otros nos encontramos ante la cuestión de quién
es uno.
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Uno no es nadie y a la vez es cualquiera. Es el modo cotidiano de ser en el mundo del Dasein. El uno
son todos, son los otros que dominan e imponen su señorío, es la dictadura del «se», que arrastra
al Dasein a la impropiedad de la existencia, que le niega su poder ser propio, ocultándolo. Con ello,
el Dasein se ve libre de la responsabilidad de la existencia. El ser-ahí es inmediata y cotidianamente
siempre caído en el uno, esto es, en la impropiedad.
XX El «ahí» de la propiedad
Heidegger señala como modos existenciarios de la propiedad el encontrarse, el comprender y el
habla. El encontrarse hace referencia a los estados de ánimo. El ser-ahí es siempre en un estado de
ánimo, incluso cuando nos invade una total indiferencia, o nos encontramos en un estado de ánimo
indefinible. Para Heidegger, los estados de ánimo son el modo originario de relacionarnos con el
mundo. La función que el filósofo alemán otorga a los estados de ánimo quedan reflejados en las
siguientes palabras: «el estado de ánimo hace patente cómo le va a uno. En este cómo le va a uno
coloca el estado de ánimo al ser en su ahí» (1998). Es decir, los estados de ánimo abren al ser-ahí el
hecho de que es, abren la existencia como facticidad, ponen al ser-ahí ante su «estado de yecto»,
de arrojado al mundo. «La expresión estado de yecto busca sugerir la facticidad de la entrega a la
responsabilidad» (1998), esto es, el yecto mienta al proyecto, o lo que es lo mismo, el encontrarse
necesita del comprender.
Así, aparece en la ontología heideggeriana el segundo componente existenciario del ahí propio. En
el comprender, el ser-ahí es abierto a sí mismo como posibilidad. El ser-ahí es un ser arrojado al mun-
do, que tiene la obligación de elegir entre las posibilidades que se abren ante él, elegir unas y des-
echar otras, y como tal, es libre para elegir. De ahí la facticidad de este hecho. La existencia, el Dasein,
es comprendida como «poder-ser». Y es justamente este poder ser lo que posibilita la elección entre
la propiedad y la impropiedad de la existencia.
El comprender lleva implícita la posibilidad de la interpretación, y, con ello, Heidegger señala al ter-
cer modo de la propiedad, el habla. Éste se comprende como la articulación de la comprensibilidad.
En tanto que modo existenciario, es lo que posibilita el lenguaje. A él también pertenecen el oír y el
callar. Pero en este habla existenciario tiene un papel relevante el silencio.
«La silenciosidad es un modo del habla que articula tan originariamente la comprensibilidad del ser-ahí, que de
él procede el genuino «poder oír» y «ser uno con otro» que permite «ver a través» de él». (Heidegger, 1998)
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que el encontrarse y el comprender se coimplican, las habladurías, a las que ya no les queda nada
por comprender, y la avidez de novedades, para las que nada está cerrado, se complementan. Entre
ambas, crean la falsa sensación de una existencia auténtica.
Avidez de novedades y habladurías llevan a la ambigüedad, tercera forma de la impropiedad. En ella,
se nublan las posibilidades de un comprender originario, pues el Dasein no es capaz de distinguir
entre lo que está comprendido genuinamente y lo que no. Así es como el uno consigue imponer
su dictadura, impidiendo al Dasein un ver originario, cerrando lo abierto por los estados de ánimo, y
dando a comprender todo sin haberlo comprendido realmente. Dice Heidegger (1998) que
«ambiguamente es el ser-ahí siempre ahí, es decir, en ese público estado de abierto del ser uno con otro,
donde las más vocingleras habladurías y la más inventiva avidez de novedades mantienen en marcha la
faena, allí donde cotidianamente sucede todo y en el fondo nada».
Estos tres caracteres, tomados en su conjunto, conforman la caída del ser-ahí, que se define como la
huída ante el sí mismo.
Heidegger (1998) define el cuidado como el «pre-ser-se-ya-en (el mundo) como ser-cabe los entes
que hacen frente dentro del mundo». Con esta definición Heidegger está haciendo referencia a
tres caracteres de la existencia que ya hemos visto, y que ahora se presentan como componentes
estructurales del cuidado, a saber, existencia, facticidad y caída. El Dasein se encuentra en su «estado
de yecto», arrojado en el mundo (facticidad), pero además, si su ser es posibilidad, debe hacerse a
sí mismo (existencia), de ahí el «pre-ser-se», pues, para Heidegger, mientras es, el Dasein es también
algo que todavía no es, pero que puede llegar a ser. En tercer lugar, el ser-ahí es ser-cabe (junto) lo
intramundano (caída).
Los tres componentes estructurales del cuidado se coimplican. De la misma forma que el yecto
mienta el proyecto, pre-ser-se (existencia) y ser ya (facticidad) se implican el uno al otro. Pero no
solamente eso, sino que, dado que el Dasein es inmediatamente «uno mismo», es necesario incluir
la caída.
Los modos de relacionarse con el mundo, a su vez, son también modos del cuidado. El curarse de lo
ante los ojos, y el procurar por los otros, junto al cuidado de sí mismo, conforman este ser del ser-ahí.
Heidegger comprende la muerte como una posibilidad del Dasein. Es posibilidad, porque en el mis-
mo momento en que se concreta, el Dasein deja de ser-ahí. Por ello, en su sentido ontológico-exis-
tenciario solamente puede ser comprendida como «ser relativamente a la muerte». Así, Heidegger
define la muerte como la posibilidad más singular, irreferente e irrebasable del ser-ahí. Pero, en tanto
que posibilidad, puede ser comprendido de modo impropio o de modo propio.
La comprensión del ser relativamente a la muerte impropio se resume en la fórmula «uno también
morirá», pero de momento no. La incertidumbre de la muerte queda neutralizada con su certeza,
pues, efectivamente, uno sabe de la muerte. Pero esta comprensión presenta un alto grado de ambi-
güedad, pues es el Dasein el que muere. Es decir, con ella se está haciendo referencia a lo que nunca
muere, al uno. Y es que el uno tiene que poner todos sus empeños en la ocultación del ser para la
muerte, pues es en esta comprensión desde donde su dictadura está en juego, pues es desde la
muerte como posibilidad desde donde el Dasein puede encaminarse a la propiedad.
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La conciencia moral llama al Dasein a la propiedad y al sí mismo. Ella es la que permite la conexión
entre el «ser relativamente a la muerte» y el «poder ser». En la cotidianidad, es el uno el que ha elegi-
do, el ser-ahí se ve arrastrado sin que nadie haya elegido, pero el uno oculta también la ambigüedad
de esta elección. Para escapar de la dictadura del «se», el Dasein debe retroceder en busca de la
elección que él no hizo, y, sin embargo, eligió. Pero la posibilidad de este retroceder descansa en una
elección previa, esto es, elegir la posibilidad de ser sí mismo. Para ello, es necesaria la atestiguación
de la posibilidad de la existencia propia. Tal atestiguación es llevada a cabo por la conciencia moral:
«la conciencia da a comprender algo, abre» (1998). Así, en la conciencia aparecen los modos de ser
del ahí propio, encontrarse, comprender y hablar, en la forma de la vocación de la conciencia.
La conciencia, para ser escuchada en medio de las habladurías y la avidez de novedades, voca en el
modo del callar. El cuidado se sirve del silencio de la conciencia para avocar al Dasein a la propiedad
de la existencia. Con ello, el ser-ahí se comprende como deudor, como culpable, pues el Dasein lleva
en sí el germen del no ser. De él depende la decisión de asumir la finitud como componente esen-
cial de su existencia. De ahí que la voz de la conciencia sea la angustia. Comprender la invocación
significa querer tener conciencia. Pero en ella el Dasein se ve ante una elección radical: oír o ignorar
lo vocado por la conciencia. Ante esta elección, el ser-ahí puede huir buscando refugio en la fingida
tranquilidad del uno, o puede asumir su situación en cuanto ser en el mundo, es decir, asumir la cul-
pa, la finitud y la inhospitalidad del mundo. En definitiva, puede decidirse por el «ser posible» propio.
Esto es lo que Heidegger llama «estado de resuelto».
3.1.6. La temporalidad
La temporalidad para Heidegger es el sentido del ser del Dasein. Pero para poder comprender esto
debemos tener en cuenta que el concepto de tiempo heideggeriano poco tiene que ver con la
concepción tradicional. Es decir, Heidegger no piensa en un tiempo lineal, sino que presente, pasa-
do y futuro son en el Dasein. El pasado es constitutivo del Dasein en tanto que éste se encuentra a
sí mismo como yecto, ya arrojado en el mundo. Como tal, está proyectado sobre sus posibilidades,
esto es, el futuro, en tanto que, siendo en el mundo, precursa la posibilidad última e irrebasable. Por
último, el Dasein no puede ser cabe si no es presente. Así, los tres componentes de la temporalidad
conforman el ser del Dasein, de modo que la temporalidad se convierte en el sentido ontológico
del cuidado.
Nos queda por destacar el carácter ek-stático de la temporalidad. Esta ek-staticidad se entiende
como estar fuera de sí, en tanto que la temporalidad es determinada por el hacia sí del futuro, el
retorno-sobre del ser-sido y el residir-junto-a del presente.
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No obstante, con el análisis llevado a cabo en El ser y el tiempo, Heidegger llega a la temporalidad
como constitutiva de aquel ente que se interroga por el ser, pero no alcanza a preguntar por el tiem-
po, y, por tanto, tampoco logra reformular la pregunta por el ser. Años más tarde dirá que el lenguaje
no llega para poder abarcar el ser en toda su complejidad. Sin embargo, no debemos olvidar que
esta obra no está acabada. De las seis secciones que debería tener, Heidegger escribió dos. Pero
en vez de seguir por el camino marcado en Ser y tiempo, decidió tomar otras sendas en busca de la
respuesta a la pregunta que interroga por el ser.
El giro dentro del pensamiento heideggeriano tiene lugar al comienzo de los años 30, como él mis-
mo señala en la Carta sobre el humanismo (1946). Este giro tiene como textos fundamentales De la
esencia de la verdad y De la esencia del fundamento. En el primero de ellos lleva a cabo una revisión y
ampliación de su idea de la verdad como desocultamiento, tal como aparece expuesto en la obra de
1927. En el segundo vuelve a plantearse el problema de la diferencia ontológica, esto es, la diferencia
entre el ser y el ente, introduciendo la idea de lo trascendente como algo propio del existente.
Desde entonces Heidegger repiensa la tradición metafísica, elaborando lo que se ha llamado «histo-
ria del ser», sin olvidar los hallazgos de El ser y el tiempo. Heidegger recorre el camino del pensar des-
de los orígenes de la filosofía, rastreando la confusión del ser con el ente, esto es, el momento en el
que el pensamiento dejó de ocuparse del ser para preguntar por el ente. De ahí la importancia que
para el segundo Heidegger tienen los pensadores presocráticos, pues dicha confusión se da con
Platón. Entre los presocráticos destaca especialmente Parménides. La famosa sentencia parmenídea
«pues lo mismo es pensar y ser» (DK 28 B3) indica el camino para este giro heideggeriano, ya que,
según el pensador alemán, el pensar es siempre pensar en el ser. Cuando Heidegger (2000) dice que
«el lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre», lo que está haciendo es resaltar una
vez más la radicalidad de la pregunta ontológica, cuestión además propiamente humana, pues el
hombre es el único ser óntico-ontológico. El hombre es el único que pregunta por su ser, pero el ser
espera el momento en el que el pensar recupere originariamente esta pregunta, momento en el que
será posible el advenimiento del ser. Heidegger cambia el sentido de Dasein, que en El ser y el tiempo
era comprendido como existencia, para ser comprendido ahora como ek-sistencia, poniendo ahora
el acento en el ahí como un «mantenerse en el claro del ser». La existencia será comprendida en
adelante como ek-sistencia exs-tática, estar ahí fuera, al descubierto de la verdad del ser. Al modificar
la comprensión del concepto de Dasein, se ve modificada a su vez la comprensión de su modo de
ser, el cuidado, pasando a ser ahora cuidado del ser, o, con las famosas palabras de Heidegger (2000),
«el hombre es el pastor del ser».
La Carta sobre el humanismo es un punto y aparte en el pensar heideggeriano. En ella analiza El ser y
el tiempo a la luz del giro de los años 30. Pero además es un nuevo punto de partida para la reflexión
heideggeriana posterior, pues se pone en primer plano la importancia del lenguaje, cuya relación
con el ser será el centro del pensar heideggeriano de los años 50, lo que quedará plasmado en la
publicación de De camino al habla (1959).
¿En qué consiste la «diferencia ontológica» que tanto preocupa al segundo Heidegger?
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Pero la tendencia del existente, que al igual que en Heidegger es cotidianamente en la inautentici-
dad, es a disfrazar la angustia. De ahí lo que llama Sartre mala fe. La mala fe se define como negativi-
dad que, en vez de dirigirse hacia fuera, se dirige hacia la interioridad misma de la existencia, hacia la
conciencia. Así, la existencia se niega a sí misma la libertad y la responsabilidad, la enmascara.
Junto al en sí y al para sí están los otros, que se descubren como condición de su propia existencia.
La conciencia, al encontrarse consigo misma, se encuentra a la vez en el mundo con otras concien-
cias. El para sí se encuentra en el mundo con el en sí, con el no-yo. Pero de pronto se topa con la
mirada de otro yo, que no soy yo, y sin embargo, también es un yo. En la mirada del otro lo descubri-
mos como conciencia, como una existencia con sus proyectos, ante el cual también se abren posibi-
lidades, y que también tiene la responsabilidad de la libertad de elegir entre ellas. La conciencia del
otro me objetiva, yo siento cómo mi subjetividad es convertida en objeto. Con ello, siento invadido
mi mundo, me siento desposeído de mi mundo. Y la única respuesta que puedo dar al otro yo es con
la mirada, cosificar al otro, objetivarlo de la misma forma que yo soy objetivado.
Ahora bien, en relación con los otros, aún cabe otra posibilidad, que el otro me reconozca como
subjetividad, como otro yo distinto de su yo. Es posible que se dé una reciprocidad de sujetos libres.
Aunque el acceso a la otra conciencia es imposible, el reconocimiento del otro como algo distinto
de lo en sí queda posibilitada por la mirada.
Sartre defiende que el existencialismo es el nuevo humanismo del siglo XX. Al negar la existencia de
Dios, está afirmando que el único universo que existe es el universo de la subjetividad humana. El
existencialismo sartreano es una filosofía de la libertad.
Sartre fue la voz del existencialismo durante los años 40. En los años 60, construye una filosofía de la
historia, más cercana al materialismo histórico que al existencialismo.
Gabriel Marcel (1889-1973), al igual que Heidegger, rechaza la clasificación sartreana que lo colocaba
dentro del existencialismo cristiano. No se considera existencialista. Su preocupación es metafísica
y epistemológica, es decir, qué es y cómo se conoce la realidad. Sin embargo, dos acontecimientos
históricos hacen girar el pensamiento de Marcel hacia la pregunta por el ser del hombre. La expe-
riencia de la Primera Guerra Mundial le hizo renunciar al idealismo. La Segunda Guerra Mundial le
hace girar hacia cuestiones antropológicas. Así, el objetivo de Marcel es estudiar las condiciones
metafísicas y fenomenológicas de la existencia personal.
Marcel diferencia dos tipos de reflexión, dos zonas superpuestas de pensamiento, la intelectiva y la
ontológica, la del problema y la del misterio. En un primer grado, el de la inteligencia, la reflexión ac-
cede a los actos conscientes de la vida psíquica. Pero en esta reflexión de la inteligencia no se puede
ganar nada sin objetivarlo, pero con la objetivación se pierde el sujeto. La inteligencia no llega al ser,
pues éste se encuentra más allá de sus posibilidades. Esto conduce a la desesperación. La reflexión
de segundo grado nos coloca en el seno mismo del ser en su realidad inefable. Esta reflexión nos
introduce en el «pensamiento pensante». A ella se llega por el recogimiento, en el silencio el hombre
llega a su yo como ser pensante.
El ser oculto, que se manifiesta intuitivamente en el recogimiento, se hace presente en ciertas situa-
ciones como la fidelidad, la esperanza y el amor. En ellos se abre paso a través de las objetivaciones
conscientes. Así emerge el ser.
La distinción heideggeriana entre el modo de ser en la propiedad y la impropiedad se convierten
en ser y tener. El mundo del tener, para Marcel, es el de los objetos exteriores a mí mismo, las cosas
que poseo y que me son de utilidad. Pero no solamente esto, sino también mis ideas y mi cuerpo
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pertenecen a la esfera del tener. En este mundo se da una tensión entre el deseo y el temor, pues
mientras no poseo algo, lo deseo, y, sin embargo, cuando lo tengo, temo su pérdida. Por su parte, el
mundo del ser, en el que el existente renuncia al apego a las posesiones, y el objeto poseído pasa a
formar parte del propio ser. Pero, a diferencia de Heidegger, el ser en el que piensa Marcel es un ser
abierto a la auténtica trascendencia, a Dios. En este sentido se acerca más al pensamiento de Jaspers,
para quien el existente llega a la comprensión del ser por medio de la comunicación. Para Marcel, el
ser se hace patente en comunión con otros seres.
Para llegar al ser de Dios, al ser divino, es necesaria una decisión libre, la aceptación de nuestro ser
tal como se nos da en la comunicación con los demás y con el ser de Dios. Ahora bien, el ser del
hombre es un misterio, pues el lenguaje humano no puede llegar a él, porque la existencia se escapa
a la conceptualización y la objetivación. Al intentar expresar lo que el ser del hombre es, se pierde la
subjetividad y, con ella, la existencia.
La existencia es el modo de ser del hombre. Para Marcel, ésta se caracteriza por sus cinco elementos
constitutivos, a saber, encarnación, temporalidad, intersubjetividad e intimidad.
El hombre es un ser encarnado, un ser corporal que está inserto en el mundo. Marcel establece
una distinción entre el cuerpo-objeto, aquél que se le aparece a la conciencia espacialmente; y el
cuerpo-sujeto, el cuerpo se da como experiencia interna. Pero, en tanto que existencia encarnada,
está sujeta a la temporalidad. La existencia se hace a sí misma en el tiempo. De la misma forma que
no puede conceptualizarse el tiempo, tampoco es posible una objetivización del tiempo, la reflexión
de la inteligencia no puede acceder a él, pues el tiempo pertenece a esos fenómenos que el filósofo
francés califica como «misterio», a los que solamente se puede llegar existencialmente. El tiempo
puede ser experimentado como cerrado o como abierto. Con la experiencia cerrada del tiempo
el hombre se ve como un ser para la muerte, surgiendo así una inquietud por el paso del tiempo,
haciendo del hombre un ser desesperado por el tiempo que se consume. La experiencia abierta del
tiempo, por el contrario, pone de manifiesto la posibilidad que el hombre, en tanto que existencia
es, y que debe hacer. Es decir, en esta experiencia el hombre se comprende como un ser que es
haciéndose.
La intersubjetividad es una condición metafísica de la existencia personal, pues el hombre, en tanto
que es, es ya con otros hombres. La intersubjetividad se desarrolla en el encuentro con el tú, en la
comunidad humana y en la relación con Dios. La relación intersubjetiva se establece por medio de
una de las situaciones que hacen emerger al ser: mediante el amor.
Por último, señala Marcel la intimidad. El hombre en ese recogimiento hacia la esfera del ser se
comprende como homo viator, como ser itinerante en busca de su plenitud, a la que no posee. La
libertad humana es ganada en esta búsqueda de la plenitud. Lo que el hombre encuentra en su
intimidad es la trascendencia, la unión del ser y los valores, que guían la libertad. Es aquí también
donde el hombre encuentra su carácter sagrado, donde descansa su dignidad, aquello que lo hace
diferente. Y, sin embargo, esta peculiaridad humana está en peligro. Según Marcel, tras la experiencia
de las dos guerras mundiales, tras la experiencia de la bomba atómica y el avance de una técnica
cada vez más destructiva, el hombre se ha convertido en un ser agonizante.
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CONCLUSIÓN
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BIBLIOGRAFÍA
Obras clásicas
Obras de referencia
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RESUMEN
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AUTOEVALUACIÓN
4. ¿Cuáles son los componentes estructurales del cuidado según la ontología de Ser y tiempo?
a. Encontrarse, comprender, habla.
b. Existenciariedad, facticidad, caída.
c. Estado de yecto, ser-relativamente-a-la-muerte, temporalidad.
d. Avidez de novedades, fuga, angustia.
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