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Cap Informacion y Sociedad M Guanipa 2007

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Universidad Central de Vemnezuela


Facultad de Humanidades y Educación
Escuela de Comunicación Social
Departamento de Periodismo
Asignatura: Teoría de la Información Periodística
Material de Lectura con fines y uso académico

Guanipa, Moraima (2007). Información y sociedad. En: Libertad de


expresión. Una discusión sobre sus principios, límites e implicaciones,
Coord. Andrés Cañizález. Caracas: Universidad Católica-Editorial Los
Libros de El Nacional, serie Periodismo y Comunicación. Págs: 33-50
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Información y Sociedad

Moraima Guanipa

Vivimos un presente marcado por la intensidad de los flujos y accesos a la


información. Nunca como hasta ahora las sociedades habían contado con tantos y
tan diversos medios para acceder, almacenar, divulgar e intercambiar información,
desde los antiguos y ya tradicionales medios impresos hasta las nuevas formas
vinculadas con el desarrollo de Internet. De hecho, para algunos teóricos, vivimos
en sociedades informacionales o informatizadas, en sociedades de la información.
Esta presencia de la información en la vida cotidiana pone de relieve la
condición social, pública, que la convierte en un valor socialmente compartido por
una comunidad definida. En otras palabras, la información es un bien social y su
circulación y acceso constituyen un pivote fundamental en toda sociedad
democrática.
No obstante, hablar de información supone, al igual que el término
comunicación, entrar en el fangoso terreno de la diversidad polisémica que
caracteriza a este término. De hecho, hablamos de información en distintos planos:
como contenido de un mensaje, como proceso de mediación social, como
conocimiento acumulable y comunicable, entre otras tantas acepciones. De allí que
sea conveniente aproximarnos a algunas definiciones del término con el cual nos
manejaremos en las próximas líneas.

Información: deslinde conceptual y terminológico

Una primera aproximación obliga a la necesaria diferenciación entre dos


términos usualmente vinculados: comunicación e información. Por lo general se
tiende a fusionar o relacionar sinonímicamente ambos términos, sobre todo cuando
abordamos el estudio de lo relacionado con los llamados Medios de Comunicación
Social. Distintos teóricos de la comunicación y estudiosos provenientes de diversas
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disciplinas se han detenido en realizar diferenciaciones esclarecedoras en relación


con ambos términos.
Una de las más fructíferas definiciones se la debemos al investigador y
teórico de la comunicación en nuestro país, Antonio Pasquali. En su libro
Comunicación y Cultura de Masas (1980a), intenta deslindar las diferenciaciones
entre los dos términos, especialmente a partir del tipo de relación que se establece
en una u otra situación. Mientras la comunicación se caracteriza por una relación
dialógica, "del tipo del consaber", marcada a su vez por la bivalencia que permite
que emisor y receptor intercambien sus roles y en dicho intercambio exista
reciprocidad en el envío y recepción de mensajes (feed-back), en la información el
proceso es de carácter unidireccional básicamente del emisor al receptor, no existe
alternabilidad de roles ni posibilidad de respuesta inmediata por parte del receptor,
por lo que la exigencia del compartir tempo-espacial se diluye y orienta hacia la
relación causística de orden-respuesta.
Distintos autores (Pasquali, 1980; López Veneroni, 1989; Rodrigo Alsina,
1999) plantean que la calidad de la relación comunicativa viene dada por la
posibilidad dialógica que ésta plantea y, en un sentido más antropológico, es una
condición propia del ser humano, en tanto constitutiva de la potencialidad
comunicativa que otorga al hombre su condición de ser hablante y de ser social,
pues la comunicación es el fluido humano para la construcción de vida social, de la
polis (Pasquali. 1980b: 44). La información, en tanto, es entendida más bien como
una cualidad propia de procesos que van desde lo que Pasquali llamó emisores
institucionalizados a receptores masa, es decir a un proceso propio de las
condiciones tecnológicas que hacen posible la vehiculación masiva de mensajes vía
medios de comunicación social.
López Veneroni (1989), siguiendo a Pasquali, sostiene que no es posible
presentar la información como sinónimo de comunicación, debido a que ambos
fenómenos son distintos tanto epistemológicamente como en sus aproximaciones
metodológicas y "por ende, no es válido utilizarlos indistintamente como si se
refirieran a un mismo fenómeno” (López Veneroni, 1989: 23). Haciéndose eco de la
formulación de Pasquali en cuanto a que el proceso comunicativo constituye una
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característica propiamente humana y social, López Veneroni pone de relieve el


hecho de que es la mediación tecnológica, atravesada a su vez por intereses de
distintos tipo (ideológicos, políticos, económicos) la que determina los fenómenos
informativos. Para este autor, la comunicación es una característica antropomórfica
de todo ser humano que va más allá de cualquier condicionante o aspecto técnico:
"Uno puede estar más o menos informado, o estar desinformado; en cambio, uno
no puede dejar de comunicarse: no es un deseo voluntario ni una posibilidad que
dependa de la técnica, sino una parte objetiva y propia de la sociabilidad” (López
Veneroni, 1989: 101).
Otra acepción que tiene cabida es la que entiende la información no ya como
proceso, sino más bien como contenido de los mensajes, como "toda unidad del
saber que pueda ser apropiada para su transmisión y que pueda llegar al receptor
sin importar el canal o los medios utilizados para alcanzar ese fin”, en palabras de
Olga Dragnic (1994:140). En la relación comunicativa, ciertamente interpersonal,
básicamente marcada por la simultaneidad, emisor y receptor comparten mensajes
que pueden ser considerados información. Aquí vale traer la diferenciación aportada
por Rodrigo Alsina, cuando sostiene que "la información es sencillamente el
contenido del mensaje, mientras que la comunicación es el proceso global" (Rodrigo
Alsina, 1999:71).
Si informar equivale a transportar un mensaje o dar forma a algo, como lo
indica su acepción etimológica, el proceso está marcado por el peso y las decisiones
del emisor, puesto que es éste el que en última instancia decide las condiciones y
los medios para tal fin. De allí que cuando esta relación se plantea en términos de
los procesos desarrollados por los medios de comunicación, se hable más bien de
un proceso informativo antes que comunicativo como tal. Volvemos con Pasquali
(1980b), quien sostiene que "la expresión medios de comunicación connota
aquellos canales artificiales de transmisión que el hombre ha inventado para enviar
a un receptor (en forma cualitativa y numéricamente eficaz) mensajes significantes
de cualquier naturaleza y expresados en cualquier simbología" (Pasquali,1980a: 54-
55).
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Lo anteriormente expuesto nos coloca en el debate respecto a los llamados


medios de comunicación social (MCS), puesto que por sus características técnicas
e industriales, por su estructura de poder e intereses, son canales y emisores cuyo
proceso de mediación social se enmarca dentro de fenómenos propiamente
informativos. Dado que por sus condiciones los medios no hacen posible la
comunicación con sus receptores, se les considera medios de difusión masiva o
medios de información, pero no de comunicación. Hecha la observación, también
cabe indicar que si se utiliza el término MCS, lo adoptaremos en atención a un
convencionalismo casi tácito al respecto.
Inscrito en las anteriores distinciones terminológicas, cabría referirse al
concepto de información periodística, un tipo de proceso propio de la difusión
masiva de mensajes vía medios de comunicación, cuya especificidad atiende a una
práctica discursiva que potencializa los alcances del fenómeno de la información y
su necesidad social. Una definición de la información periodística la caracteriza
como "la referente a noticias, datos y opiniones, publicadas (difundidas) en forma
regular por medio de palabras e imágenes, con el fin básico de satisfacer el deseo
de conocimiento de la actualidad de quien recibe tal información" (Urabayén, 1988:
13-14).
El periodismo es la práctica social que atiende a esta necesidad de
información actual y pertinente de las sociedades y tradicionalmente se le han
atribuido algunas funciones básicas, entre las cuales estaría propiamente la de
informar, así como también la de interpretar los acontecimientos y ubicarlos en su
contexto. Por último y no menos importante, está otra función que es la de tematizar
o establecer las agendas públicas. Como lo determinaron hace un cuarto de siglo
McCombs y Shaw, los medios no nos dicen tanto qué pensar como sobre qué
pensar y hablar (agenda setting). Bien lo señala Mar de Fontcuberta cuando
sostiene que

los medios de comunicación se han convertido en los principales impulsores


de la circulación de conocimientos. El ciudadano en la civilización actual
convive con ellos y los tiene como punto fundamental de referencia. La gente
habla de lo que hablan la TV, la prensa, la radio, e ignora los acontecimientos
sucedidos más allá de su entorno próximo, que no han merecido la calificación
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de noticiables. La tematización, pues, es el proceso por el cual los medios


seleccionan un tema y lo ponen en conocimiento de la opinión pública
(Fontcuberta, 1993: 35).

Al proveer informaciones y contenidos relevantes y actuales para el público, la


información periodística alimenta una necesidad básica de la población de recibir
información para organizar su vida tanto en el ámbito privado como en el público.
Requerimos información para la toma de decisiones en distintos niveles, por lo que
la oferta informativa atiende a una demanda cada vez más creciente y segmentada
de personas necesitadas de noticias, de narraciones de hechos que les permitan
completar su cuadro personal en el seno de lo social. En este sentido, apunta lo
expresado por Martínez Albertos, al señalar que:

Para que haya noticia periodística -para que se produzca ese fenómeno social
que llamamos periodismo- el primer requisito, por tanto, es que unos emisores-
codificadores seleccionen y difundan unos determinados relatos para hacerlos
llegar a unos sujetos receptores, que guardan dichos mensajes con la
esperanza de hallar en ellos una satisfacción inmediata o diferida, mediante la
cual consiguen elaborar un cuadro de referencias personales válido para
entender el contexto social en el que viven (Martínez Albertos, citado en
Urabayén, 1988: 14).

La difusión y el consumo de información periodística mediante su más


acabado y popular producto, la noticia, le otorga una relevancia social al hecho
noticioso. Hoy se habla del ritual social de la noticia, de la selección y jerarquización
informativa que medios y periodistas realizan cotidianamente y que constituyen los
espacios de circulación de relatos y opiniones con los cuales se alimenta la
actualidad. "Lo que los medios de comunicación social hacen es ofrecernos el
presente social”, escribe Lorenzo Gomis, dado que buena parte de las referencias
vitales con las cuales nos manejamos pasan por los MCS (Gomis, 1991:14). Su
preeminencia en la vida contemporánea resulta innegable y constituye a su vez
quizás una de las más reconocidas y no menos cuestionadas marcas simbólicas y
culturales de las sociedades actuales.
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Medios masivos: pivotes industriales y de la socialización

Este entronizamiento de los MCS en el presente es el resultado de un largo


proceso que abarca casi cinco centurias, si se tiene presente que la imprenta
aparece a finales del siglo XV y que a su vez el siglo XXI se inició bajo la impronta
de los desarrollos tecnológicos asociados a Internet y las telecomunicaciones. La
humanidad pasó de las primeras ediciones periódicas de carácter anual en el siglo
XV a diarios on line, actualizados minuto a minuto, en este siglo. Se trata, pues, de
un salto tanto cuantitativo como cualitativo en términos de medios y posibilidades
informativas para la humanidad.
El desarrollo de los medios está asociado indisolublemente a los avances e
innovaciones técnicas que hicieron posible la ampliación de las potencialidades
informativas presentes en medios ya tradicionales como la prensa. La máquina de
vapor, el telégrafo, el cable submarino, a finales del siglo XIX permitieron el pase de
la prensa artesanal a la industrial y el surgimiento de un tipo de información de
carácter internacional a la cual se accedía por medio de las agencias de noticias, la
primeras de las cuales se fundaron en Francia (Havas) en 1835 e Inglaterra
(Reuters) en 1841 y a las que siguió la Associated Press en Estados Unidos, en
1848.
Los procesos de urbanización e industrialización tuvieron a su vez un correlato
en la prensa, al producirse una asimilación de los avances técnicos en la
masificación de los productos informativos. En Estados Unidos, hacia 1833 se inicia
un período de predominio de los llamados "periódicos de a centavo" ("penny
papers"), que aprovechaban los cambios tecnológicos en las máquinas de
impresión para producir un periódico barato y caracterizado por tener un precio
popular, estar escritos en un lenguaje accesible, con una diagramación y
presentación atractiva. En su contenido, estos diarios mantenían una
autopromoción constante y buscaban la fidelidad e identificación de sus lectores
mediante la realización de campañas de denuncias y servicios, las cuales también
derivaron en algunos casos hacia formas escandalosas del periodismo
sensacionalista y amarillista.
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Pero no sería hasta la I Guerra Mundial (1914-1918), cuando la información


periodística, especialmente la de carácter internacional, cobraría una relevancia
creciente que se mantiene hasta nuestros días. Hasta ese momento las sociedades
podían prescindir de la información más allá de sus propios ámbitos, pero la I Guerra
fue la primera de carácter mundial “porque no dejó a ninguna región libre de sus
efectos” (Alvarez, 1976). El mundo comprendió que estábamos muchos más
comunicados e interrelacionados de lo que creíamos: “Estamos impregnados del
flujo mundial de información” (Alvarez, 1976).
Este proceso de difusión informativa venía proyectándose desde el siglo XIX,
cuando la prensa abandonó su carácter artesanal y doctrinario para derivar hacia
productos informativos y formas periodísticas marcadas por la inmediatez y el
surgimiento de valores noticiosos que volvieron más autónomo el campo del
periodismo respecto al modo de presentar las informaciones: notas construidas bajo
un esquema que jerarquización noticiosa de orden decreciente que se conoció como
"pirámide invertida", en la que lo más importante debía concentrarse en los primeros
párrafos del texto periodístico y atendiendo a responder las llamadas 5WH (qué,
quién, cuándo, dónde, cómo, según sus siglas en inglés) propias de la retórica del
discurso periodístico.
Se impuso también una práctica periodística que exigía para sí misma un
distanciamiento de los hechos y una separación entre éstos y la opinión. Esto llevó
al imperio de la Doctrina de la Objetividad, según la cual la información no debía
estar teñida de la opinión del periodista y los hechos debían ser relatados de manera
aséptica. Este desiderátum que se impuso como regla básica del ejercicio
profesional del periodismo, si bien aspiraba a atender a un reclamo ético de
veracidad y apego a los hechos, derivó en la presentación de informaciones
descontextualizadas e incapaces de ofrecer las necesarias interpretaciones
requeridas para que la sociedad pudiera formarse sus propios juicios y valorar los
hechos en sus perspectivas.
Por centurias, la prensa escrita copó el escenario de la información en sus
distintos niveles, desde los contenidos propagandísticos hasta los propiamente
periodísticos. La cultura letrada, punta de lanza de los valores proclamados por la
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Ilustración hizo del libro y de la prensa las expresiones de avanzada de una


modernidad que se consolidaba a partir de los dramáticos procesos de
urbanización, construcción de nuevas ciudadanías y transformaciones de distinto
orden (político, social, económico, etc.). La aparición de la radio y la televisión, a
comienzos del siglo XX supondrían una profundización de esta presencia de la
información vía MCS. Los radioperiódicos, los noticieros televisivos aparecieron
como nuevos productos populares de sociedades cada vez más atravesadas por la
lógica de la cultura masiva, la cultura generada desde y por los medios, como bien
supieron vislumbrar los teóricos de la Escuela de Frankfurt, Adorno y Horkheimer
en los años 40 del siglo XX.
Fueron precisamente Adorno y Horkheimer quienes acuñaron el término de
Industria Cultural, para referirse a ese espacio de realización cultural y simbólica,
caracterizado por su reproducción seriada y por su estrategia mercantil y en el cual
hacen vida común tanto los medios masivos (diarios, revistas, televisión, radio, etc.)
como expresiones del espectáculo y de las artesanías producidas en serie. En este
contexto, la información periodística también sufrió las transformaciones propias del
paso de una práctica periodística cada vez más tecnificada y revestida con las
estrategias del mercado y del espectáculo al que nos tiene acostumbrados hoy en
día.
Y si bien las experiencias socioculturales del presente tienen una inevitable
huella mediática, al punto de que como ha hecho ver Daniel Bell, los procesos de
socialización se construyen antes en los medios que en la familia o en la escuela
(Martín Barbero, 1993), no debe desoírse la constatación a la que llegaron teóricos
como Jesús Martín Barbero, para quien es la cultura de masas la que posibilita la
comunicación entre las distintas clases sociales y son los medios, como el cine y la
radio y en menor medida la prensa, los que participaron “en el otorgamiento de
ciudadanía a las masas urbanas”. En las primeras décadas del siglo XX, más que
lo económico- ideológico, el papel de los medios fue decisivo en el proceso de
construcción de una vivencia cotidiana de nación así como resultó decisivo en la
apropiación que de ellos y de sí mismos hicieron las masas populares (Martín
Barbero, 1993: 178).
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Periodismo, medios y agenda pública

La presencia de los medios, sus productos y géneros coloca a la información


en un espacio privilegiado de las dinámicas socioculturales que día a día alimentan
nuestro presente. A pesar de las razonadas críticas que se le ha formulado la
mediación de los MCS, es innegable que la información es un proceso que,
vinculado al consumo informativo de mensajes periodísticos vía medios de
comunicación, está asociado a la transmisión y preservación de la cultura misma y
es factor determinante en la construcción de los valores para la democracia. De allí
que sea el periodismo, como práctica social vinculada al manejo y difusión
informativa, un aspecto clave en el ejercicio del derecho a la información.
No obstante, cabe indicar lo señalado por Jesús María Aguirre cuando
sostiene que resulta clave distinguir entre el derecho a la información y la
comunicación en el marco de la libertad de expresión para ciudadanos y periodistas,
puesto que tienen pertinencias distintas: “Aquel [el de los ciudadanos] es un derecho
de todos en cuanto ciudadanos que gozan de derechos políticos y sociales, y éste
[el de los periodistas] está determinado a la calificación de determinados ciudadanos
para rendir un servicio de carácter público a través de medios institucionalizados y
bajo condiciones socialmente legitimadas” (Aguirre, 2003:60).
El derecho a la información de los ciudadanos y el de los periodistas se
alimentan mutuamente y su cruce resulta esencial para la buena salud de la
democracia. Coloca a la función periodística en una perspectiva crucial en cuanto a
sus alcances y responsabilidades en el seno de la sociedad contemporánea, pues
como señala el catedrático español José Luis Martínez Albertos:

Para que haya verdaderamente información es necesaria una doble libertad


de los promotores de la opinión y la libertad de los receptores. Si falla
cualquiera de estas dos libertades no estamos ante el fenómeno social de la
información, sino que estamos en presencia de un fenómeno distinto, aunque
parecido, llamado propaganda o relaciones públicas, según los casos. Sólo
hay información cuando existe un profundo respeto a la libertad de adhesión
de los receptores. Y los encargados de respetar esa libertad son tanto el
Estado como los grupos sociales propietarios de la prensa, y también los
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mismos técnicos de la información, es decir los periodistas (Martínez Albertos,


1978:108).

El periodismo es una práctica social que en su desarrollo también sufrió y


asimiló las transformaciones tecnológicas propias de la internacionalización de la
información y de la expansión casi planetaria de las empresas de medios,
convertidos en la actualidad en conglomerados transnacionales. En un contexto de
intenso flujo informativo, donde las alzas y bajas en la bolsa de Tokio, por colocar
un ejemplo, impactan de manera inmediata y dramática en otros países, esa
expresión particular de la información de carácter masivo conocida como
periodismo, lejos de diluirse se fortalece y expande.
La función periodística va más allá de la simple búsqueda, procesamiento y
difusión de informaciones. Incluso el proceso de selección que convierte a
periodistas, editores y dueños de medios en “gatekeepers” (Gomis, 1991), en
guardabarreras informativos llamados a escoger determinados hechos noticiables y
convertirlos en noticia, se expresa en la puesta en circulación de informaciones que
alimentarán la agenda pública, el menú informativo del día a día. Esto supone una
creciente responsabilidad pública toda vez que el periodismo “es una práctica
investida tanto del poder que da la información como de su capacidad potencial para
aportar al ejercicio de la ciudadanía. La noticia periodística comparte con la
educación la función de difusión y consolidación de imaginarios, símbolos, valores
y tradiciones” (Martini, 2000: 25).
Al darle difusión a unos hechos y desechar otros en atención a criterios
relativos –y en ocasiones cuestionados- de noticiabilidad y relevancia social, el
periodismo asume la función delegada por la sociedad, por lo que los medios
ofrecen una visión del presente social convertido en informaciones que a su vez
alimentan la agenda pública, en tanto señalan de qué hablar. Pero este proceso
que teóricamente responde al término de “agenda setting”, también cumple una
función de consenso, puesto que como ha señalado McCombs, coautor de esta
proposición teórica (Leyva Muñoz, 2001), los medios también ayudan a que la
sociedad construya acuerdos, en tanto promueven que las personas hablen y se
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pronuncien sobre los mismos temas. Esta función de búsqueda del consenso, al
que alude McCombs, es un aspecto clave para toda democracia.
El periodismo y los medios sirven y orientan la esfera pública, entendida ésta
como “la conjunción de influencias recíprocas entre el resto de ámbitos de la
sociedad civil (política, economía, asociaciones); un espacio superpuesto a los otros
y que les permite entrar en relación, haciendo viable no sólo la circulación entre
ellos, sino la interpenetración y la circulación de intereses, valores y normas”
(Ortega y Humanes, 2000: 52). De hecho, los medios no sólo son formadores de
opinión pública sino que a su vez “son formados por la opinión pública” (Martini,
2000), lo cual implica una interrelación entre medios, ciudadanía, Estado y políticos.
Si se atiende al proceso de conformación de la llamada opinión pública, un
término conceptualmente escurridizo que va más allá de los climas de opinión en
ambientes electorales o de diatriba política, para constituir el corazón del ejercicio
democrático del diálogo y el consenso entre los ciudadanos, se pueden anotar los
elementos que de acuerdo con Rául Rivadeneira Prada la caracterizan:

a) La opinión pública es comunicación producida por el procesamiento de


información que se introduce en un clima de opinión.
b) El objeto [tema] de que trata es siempre de interés grupal.
c) Necesita acceso libre a la información.
d) Tiende a producir efectos que sean visibles en los niveles de decisión y
poder y no sólo en la política.
(Rivadeneira Prada, 1995: 46)

El proceso informativo que propician los medios no es tan lineal ni unívoco si


se toma en cuenta que los ciudadanos a su vez procesan los mensajes informativos
y mediáticos de maneras diversas y en distintos niveles. No obstante, también cabe
advertir que los medios, al estar atravesados por la lógica mercantil y trabajar bajo
estrategias de creciente espectacularización noticiosa, especialmente en los medios
radioeléctricos, han transformado el escenario público “en una esfera en la que lo
público se ha apropiado de la notoriedad mediática puesta al servicio de intereses
privados” (Humanes y Ortega, 2000: 53).
Lo anterior resulta particularmente inquietante si se toma en cuenta que en
sociedades como las latinoamericanas, la agenda pública está permeada por una
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crisis profunda de liderazgo político, por la pérdida de credibilidad en las


instituciones públicas y en los partidos políticos y por la aparición de figuras
“apolíticas” y antipartidos que alcanzan notoriedad y asumen un creciente poder
incluso en instancias del Estado (Restrepo, 1995).
En medio de este clima de convulsión y cuestionamiento de la vida política y
de los modelos democráticos, la función periodística corre el riesgo de derivar hacia
versiones estereotipadas de la vida pública, hacia la trivialización informativa y la
espectacularización. Algunos teóricos han definido este momento como propio del
“infoentretenimiento”, generador de nuevas expectativas para sectores mayoritarios
de la población que se caracterizan por “una escasa credibilidad en las instituciones
y los partidos políticos, y se enfrentan con graves problemas en la vida cotidiana
(desempleo, inseguridad y violencia)” (Martini, 2000:20). Este es un universo
mediático marcado por la idea de que la información, en tanto mercancía, debe
atender a las estrategias propias de la industria del entretenimiento y en dicha lógica
se insertan tanto medios como periodistas y actores políticos.
No en vano, autores como Javier Dario Restrepo (1995) apelan a la urgencia
de un recentramiento del periodismo como servicio público, para evitar que la
actividad política degenere en mercadotecnia electoral y se le restituya al debate
político la dignidad que éste debería tener en las sociedades democráticas. Para
ello se requiere un nuevo tipo de relaciones entre políticos y medios de
comunicación en las que prevalezca el interés público y no el poder de los medios
ni los de sectores vinculados con el poder político o económico. Porque bien lo decía
Antonio Pasquali: “Lo que está amenazado no son los partidos políticos sino la
democracia misma. Hay que darle prioridad a la educación (enseñar a pensar)”
(Pasquali, 1995: 83), puesto que según este autor, no se trata de salvar los partidos
sino la dignidad política del convivir.
Para medios y periodistas, el reto es la pluralidad, recuperar la credibilidad y
la independencia al servicio del interés público. Para los políticos, sería gobernar
bien, una aspiración cara y lejana que garantiza la alianza entre políticos y
ciudadanos (Muraro, 1997)
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Por su parte, Edgar Morin apuesta a un equilibrio, una ecología entre


información, medios y democracia. Con ello se garantizaría el respeto a la
diversidad de ideas y el pluralismo para el ejercicio del derecho de las minorías a
su propia existencia y expresión. Escribe este autor francés: “así como hay que
proteger la diversidad de las especies para salvar la biosfera, hay que proteger la
de las ideas y opiniones, y también la diversidad de las fuentes de información y de
los medios de información (prensa y demás medios de comunicación) para salvar
la vida democrática” (Morin, 2001:108).

Poder y monopolios: restricciones a la información

Si resulta verdad de perogrullo sostener la importancia de la información y su


libre acceso y difusión para la buena salud de las sociedades democráticas, no es
menos cierto que también la información enfrenta de manera permanente intentos
de restricciones y control tanto desde el interior de los propios medios como desde
los poderes políticos y económicos.
Con independencia de las situaciones específicas que vive la información en
cada país, vale indicar que el cuido y respeto que socialmente se otorga al derecho
a la información y a la práctica legitimada de su difusión vía medios de
comunicación, constituyen en la actualidad un índice de madurez ciudadana y de
libertad política de la democracia. Sin embargo, no siempre el ejercicio de este
derecho, especialmente en lo atinente a la función periodística, resulta libre de
restricciones puesto que en los hechos y en ocasiones al margen de los preceptos
constitucionales y legislativos existentes, se ejercen toda suerte de presiones y
limitaciones.
Actualmente y debido al creciente escrutinio internacional que
organizaciones diversas realizan sobre gobiernos y Estados con relación al ejercicio
de la libertad de expresión y el derecho a la información, las estrategias restrictivas
hacia medios y periodistas resultan más sutiles pero igualmente efectivas en sus
propósitos. Incluyen la aprobación de instrumentos legales que coartan el acceso y
la difusión de mensajes periodísticos e informativos; el chantaje en el uso de
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mecanismos políticos como la asignación de divisas y recursos para la compra de


insumos de los medios; la compra de afinidades por la vía del ofrecimiento de cargos
y curules en los distintos ámbitos estatales y las amenazas y el cierre de medios por
sanciones punitivas de carácter tributario o legal. En tales circunstancias, más que
la censura directa, se promueve la autocensura de los propios medios y periodistas,
so pena de aplicación de sanciones de diverso tipo.
Por otra parte, los medios de difusión son particularmente sensibles a las
presiones ejercidas por parte del sector privado, en especial los grupos vinculados
a los anunciantes y a las empresas de publicidad que a su vez constituyen su
principal sostén económico, en proporciones que pueden superar el 50% de sus
fuentes de ingresos. Esto coloca a los medios en posiciones de fragilidad y
vulnerabilidad económica para hacer frente a la difusión de informaciones que
puedan ser vistas como contrarias a los intereses de los anunciantes. Un ejemplo
paradigmático es el boicot del cual fue objeto el diario capitalino El Nacional en
1961, cuando los anunciantes congregados en la Asociación Nacional de
Anunciantes, ANDA, decidieron en pleno retirarle la pauta publicitaria al periódico
por tener una política editorial que consideraban favorable a la por entonces
triunfante revolución cubana. Por dos años el periódico resistió sin publicidad, hasta
que la posibilidad de quiebra por pérdidas llevó a la claudicación del medio con
medidas que incluyeron el cambio en su política editorial y línea informativa, así
como la salida de su director-fundador, el escritor Miguel Otero Silva, quien fue
sustituido por Raúl Valera, representante de los intereses de Nelson Rockfeller en
nuestro país (Díaz Rangel, 1974: 40).
A las presiones publicitarias también cabe sumar el uso indiscriminado de
formas propagandísticas y publicísticas que, mediante el enmascaramiento de sus
contenidos bajo el ropaje del discurso periodístico (publi-reportajes), promueven el
consumo de bienes y servicios diversos. Con ello no sólo se defrauda la credibilidad
del público sino que también se utilizan estrategias poco éticas que desvirtúan la
función social de la información periodística.
La tendencia oligopólica y monopólica en la estructura de propiedad de los
medios también constituye un elemento a considerar en cuanto a las posibles
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limitaciones de acceso a la información por parte de la ciudadanía. Los medios, al


estar marcados por su carácter industrial y empresarial, son lanzados a la
competencia y al mercadeo en los mismos términos que empresas de otros ramos.
En el caso venezolano, los medios tanto impresos con radioeléctricos pertenecen a
grupos familiares de larga data en el negocio, algunos de los cuales se han
diversificado en el campo comunicacional hasta constituirse en emporios de
carácter internacional como el Grupo Cisneros (Venevisión, DirecTV). Este hecho
no es exclusivo del país y responde más bien a un fenómeno común en
Latinoamérica donde grupos familiares manejan los más importantes medios del
continente, como hace varias décadas lo advirtió Jesús Martín Barbero:
Empezamos a saber quién traduce: la aristocracia ganadera de los Mitre en
Argentina, la banca y la gran industria de los Edwards en Chile, o esa mezcla
de ambos que son los Santos y los Ospina Pérez en Colombia, donde 2
presidentes de los últimos años han sido directores del periódico El Tiempo, y
donde cinco presidentes de los últimos 40 años llevan el apellido de algunas
de las 6 familias dueñas de la prensa en el país (Martín Barbero, 1978:153).

Asistimos a una paradoja ya señalada por autores como Manuel Castells,


según la cual mientras los medios tienden a una mayor competencia y
concentración empresarial, la audiencia por el contrario, se ha segmentado y
diversificado. “La televisión se ha comercializado más que nunca y cada vez se y
ha vuelto más oligopólica en el ámbito mundial” (Castells, 2001). Este autor nos
recuerda que en el mundo, los mayores conglomerados son Time Warner en fusión
con America On Line (AOL), Disney, Viacom/CBS, Bertelsman, Seagram, entre
otras. En el caso de Europa la realidad no es muy distinta
La concentración de medios lejos de disiparse, es una realidad que crece y
se alimenta a sí misma, pero al mismo tiempo asoman como instituciones cuya
elevada credibilidad se mantiene en algunos países, especialmente en el marco del
debilitamiento de las instituciones públicas y el rechazo a los partidos políticos,
como espacios para el diálogo ciudadano. Ante este panorama no hay quien deje
de preguntarse sobre la idoneidad de poner en práctica mecanismos para controlar
el poder de los medios. Autores como Eleazar Díaz Rangel sostienen que ese
desmedido poder (de los MCS) puede ser controlado mediante leyes restrictivas,
pero “en ningún caso es recomendable en tanto son una inevitable aproximación a
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la censura estatal y a los abusos de los funcionarios responsables de su aplicación”


(Díaz Rangel, 1997: 443).
Dado el poder y la importancia que adquieren los medios en el manejo de la
información con sentido público, es necesario que éstos persigan ganar una mayor
independencia para ejercer en libertad responsable este derecho que la sociedad
les ha delegado, para lo cual se plantea la necesidad de un mayor autocontrol de
los medios mediante iniciativas como la figura del Ombudsman (defensor del
público) y la autovigilancia ética, entre otros. Denis McQuail (1998) ha identificado
algunos indicadores de la independencia de los medios que bien podrían exigírsele
a éstos:

- Independencia de: propietarios/cadenas, gobierno, restricciones internas,


anunciantes, fuentes, grupos de presión
- Independencia para: la creatividad artística, la abogacía (defensa del interés
público), rol crítico, diversidad.
(McQuail, 1998: 170).

La democratización y la defensa del derecho a la Información deben


comenzar por casa: por la propia empresa periodística y por los periodistas, máxime
cuando al interior de los MCS, se perciben escasos canales de participación de
periodistas en la toma de decisiones y una casi nula influencia de periodistas en la
línea editorial y política informativa. No obstante, medios y periodistas
independientes son una garantía para la vigencia de los derechos de expresión y
de información.

Los flujos informativos y construcción de una agenda global

Por otra parte, la expansión moderna de los medios, el surgimiento de nuevos


flujos informativos e informáticos a través Internet, produjeron a finales del siglo XX
un cambio radical en cuanto a la intensificación de los procesos de información en
todo el planeta. Hoy, el avance de los sistemas de interconexión mundial y las
telecomunicaciones, ha impuesto temas de carácter global (Sida, golpes de Estado,
droga y narcotráfico, miseria, etc.) que a su vez conforman una suerte de agenda
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global impulsada por las transnacionales informativas a lo largo y ancho del mundo
(Colombo, 1998).
Sin embargo, estos temas y su abordaje están en manos de consorcios
transnacionales de la información sobre los cuales ya daban cuenta en los años 70
los países del llamado Tercer Mundo, los cuales por entonces plantearon en el seno
de la ONU, la Unesco y la Unión Internacional de Telecomunicaciones la necesidad
de establecer un Nuevo Orden Internacional de la Información (NOII) para hacer
frente a los desequilibrios informativos presentes en el intercambio noticioso con los
países desarrollados. Estos planteamientos estaban a su vez articulados por el
impulso que en lo geopolítico tuvo el Movimiento de Países No Alineados, a favor
de un Nuevo Orden Económico Internacional.
La inquietud pasó a la década de los 80 cuando en la Unesco se promovió la
conformación de la Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de la
Comunicación, presidida por Sean MacBride y la cual presentó en 1980 el informe
conocido como “Un solo mundo, voces múltiples”, cuyo contenido abogaba por la
defensa y promoción del derecho a la comunicación libre y equilibrada.
La idea central de la propuesta era ampliar derechos humanos específicos y
arropar bajo el concepto del derecho a la comunicación los derechos a ser
informado, a informar, a la intimidad, a participar en la comunicación pública
(MacBride, 1980). El equipo interdisciplinario en el que participaron, entre otros, el
Premio Nobel Gabriel García Márquez, partía de la constatación del enorme poder
de la comunicación para promover la democratización de las sociedades.
El informe proponía la creación de un Nuevo Orden Mundial de la Información
y la Comunicación (NOMIC) y se recomendaba la adopción de medidas para el
incremento de las fuentes de información que necesitan los ciudadanos en la vida
diaria; revisión de las leyes y regulaciones existentes para reducir las limitaciones y
restricciones en las prácticas de la información; la abolición de la censura o el control
arbitrario de la información y el establecimiento de medidas legales eficaces contra
el proceso de concentración y monopolización (MacBride, 1980: 235-236)
Centro de un debate intenso y prolífico que agotó una década, el informe
MacBride fue saludado con iguales reservas por especialistas de países
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industrializados como por los del llamado Tercer Mundo. También es necesario
apuntar que abrió los diques contenidos para un debate internacional respecto a los
derechos comunicacionales, a la necesidad de mayor autonomía e intercambio
informativo entre los países, especialmente de la región. Su impulso llevó a algunas
acciones pioneras en América Latina, aunque tímidas y aisladas, como fueron la
creación de la Agencia Latinoamericana de Servicios Especiales de Información
(ALASEI), que no alcanzó a funcionar; la Asociación de Sistemas Informativos
Nacionales (ASIN), fundada en 1979 por el expresidente venezolano, Carlos Andrés
Pérez, “que en sus mejores tiempos agrupó a México, Venezuela, Colombia,
Nicaragua, Perú, Ecuador y Bolivia, operando técnicamente desde la agencia IPS
con sede en Costa Rica. Y ULCRA (Unión Latinoamericana y del Caribe de
Radiodifusión) que desde 1985 propicia el intercambio de programas de radio entre
radiodifusoras y algunas televisoras públicas de la región" (Garretón, 2003: 200).
En un presente marcado por la intensidad de los flujos informativos a nivel
global, también se intensifican los retos que nuestras sociedades tienen con el
ejercicio del derecho a la información. En especial, cuando el cambio producido por
las redes e Internet no se queda sólo en lo económico y las redes globales de
capital, sino que también tocan nuestra cotidianidad al sumirnos en sociedades
informacionales o Sociedades de la Información en las que “la generación, el
proceso, la transmisión de información se convierten en fuentes fundamentales de
productividad y poder, debido a las nuevas condiciones tecnológicas”, como ha
sentenciado Manuel Castells (1997).
Quizás quepa repensar la información y los medios desde estas nuevas
realidades que hoy resultan ineludibles y que nos dicen de la necesidad de nuevas
políticas de comunicación e información para contrarrestar el reinado del mercado
por encima de la necesidad de la información como bien social.
Aunque con el necesario matiz que requieren las afirmaciones tajantes, bien
vale tener presente que, como sostiene Félix Ortega “el dilema sigue siendo,
también hoy, barbarie o civilización. Y las vías de penetración de una y otra son los
medios de comunicación de masas” (Ortega, 1994: 262). Y la información juega en
ello un papel innegable.
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