Chacón C Etnografias Minimas II
Chacón C Etnografias Minimas II
Chacón C Etnografias Minimas II
Colección de Etnografía
Volumen VI
©Servicio Nacional del Patrimonio Cultural
Colección de Etnografía
Etnografías Mínimas II
Del antrodevagos a los caminos de la vida
Inscripción N° 2020-A-9108
ISBN 978-956-244-491-0
Compilador
Gerardo Mora Rivera
Editora de textos
Pilar de Aguirre Cox
PRESENTACIÓN
11
La pizarra de un palive
Nikolas Stüdemann Henríquez y Mónica Obreque Guirriman
23
II
El accidente
Gerardo Mora Rivera
181
Hace más de diez años se publicó el libro Etnografías mínimas (2007), una co-
lección de 31 etnografías, “breves pero intensas”, escritas por antropólogos
pertenecientes a diversas generaciones, algunos consagrados, otros recién
comenzando y algunos que todavía eran estudiantes. Fue muy gratificante
desarrollar un proyecto que llevó un par de años terminar, porque siempre
lo verdaderamente importante no es lo que se encuentra al final del camino,
sino el camino mismo (esta frase me acompaña desde hace mucho, mucho
tiempo).
Queríamos que el libro fuera una fuente donde alimentar la curiosidad
infinita que mueve a los seres humanos en sus diversas búsquedas, pero sin
dejar de lado, la necesidad que tenemos de hablar de ellas, de los resultados,
de los aprendizajes, de los temores, de las dificultades, de los accidentes y
de las recompensas. La etnografía siempre se trata (y no me cansa decirlo)
de la escritura que elaboramos para hablar de “nuestras” relaciones con “los
otros”, sean estos quienes sean. Siempre somos nosotros y los otros. A veces
nosotros y los otros somos lo mismo. La escritura tiene múltiples formas y
una parte relevante de nuestro oficio es explorar y experimentar con “otras”
formas.
Siempre creí (y conmigo, otros) que el proyecto debía continuar, que
necesitábamos unas Etnografías mínimas II (tomando como ejemplo los textos
de Claude Lévi-Strauss, Antropología estructural, Antropología estructural II). Se
me ocurrió que uno de los autores que participó del primer libro debería ser
quien tomara la posta y recorriera “el mismo camino” (sabemos que nunca es
el mismo). La etnografía más breve fue escrita por Gerardo Mora; se llamaba
“Trasnochado y entumido” y relataba, en diez líneas, la experiencia radical de
sentirse considerado antropólogo “según los otros”. Las cuatro últimas líneas
de su texto son: “Trasnochado y entumido/así me pilló la machi/yo iba por
un mate/ella me trató como antropólogo” (Mora, 2007: 193). Intensa defi-
nición que representaba fielmente el llamado que hicimos cuando solicitamos
las contribuciones para Etnografías mínimas. Gerardo era, sin lugar a duda, la
persona adecuada para continuar con el proyecto.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Daniel Quiroz
Linderos, 17 de agosto de 2020
Referencias bibliográficas
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El comienzo de la etnografía devuelve a la niñez, donde todo es pregunta, donde
las angustias y la incertidumbre operan sobre cualquier racionalidad, donde la
nostalgia se asoma en los sueños, se comienza a vivir en muchos tiempos y lugares
a la vez, la cabeza voladora se desplaza entre el hogar abandonado, los rostros
amados y el terreno del viaje, sus tiempos, sus sentidos, sus estados.
Alejandra Carreño
(Una etnografía en medio del agua: Limpiezas e impurezas entre los te-
neek de San Luis Potosí, México. En Daniel Quiroz (ed.). Etnografías mí-
nimas. Santiago: Andros, 2007)
Así, oficiar este trabajo implica un doble desafío; uno más teórico, podría decirse,
y otro estrictamente personal.
Javiera Bustamante
(El patio 29: Lo mínimo material, el pleno sentido. En Daniel Quiroz
(ed.). Etnografías mínimas. Santiago: Andros, 2007)
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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Hacer etnografía. Otra breve (mínima) introducción
Pablo Wright usa una expresión clara y sutilmente incómoda para identi-
ficarnos: “occidentales marginales”. Ni tan adentro, ni tan afuera. Tenemos
un compromiso con lo incierto que exaspera al racionalismo ortodoxo, al
tiempo que hemos perdido las claves para interpretar el mundo existencial
de nuestro continente, ese donde la “caja” de dioses todavía permanece abier-
ta (Wright, 2008: 39 y 239). Ostentamos privilegios occidentales —hacer
etnografía, por ejemplo— y vivimos en el laboratorio de ensayo/error de
las formas más extremas de capitalismo. Desde la temprana infancia cre-
cemos rodeados de contradicciones y paradojas que luego de pasar por la
uni-versidad se hacen más evidentes, palpables, provocadoras y, a veces,
hasta urticantes o flagelantes. Nuestra etnografía es posible en una tensión
ambigua, hacemos etnografía a medio colonizar (la colonización de nuestro
propio ser no ha concluido) y a medio colonizar (no hemos puesto término
a nuestra tarea colonizadora). Además, lo hacemos en aldeas que persisten
a medio colonizar e intentamos (re)posicionar epistemológica, política y
ecológicamente su conocimiento local.
Ese conocimiento local se refiere a destrezas crecientes, a capacidades que
se esgrimen para alcanzar articulaciones entre prácticas y entornos (Skewes,
2004: 24). Cuando hablamos de “conocimiento local” siempre cabe hacer un
salud por Clifford Geertz y destacar que no estudiamos aldeas, sino en aldeas
(1973). Me permito agregar que hacemos trabajos de campo en aldeas pluri-
versales. Es decir, no estudiamos localidades que tienen posiciones definidas
dentro de una cartografía uni-versal, sino que estudiamos en aldeas que pueden
ser mundos entretejiéndose con otros mundos, incluso a escala planetaria, pues
“ningún ser viviente existe de forma independiente de la Tierra” (Escobar, 2014:
139).
Trabajos que (re)sitúan un conocimiento local ante la agenda dominan-
te son las etnografías de Nikolas Stüdemann y Mónica Obreque, Francisco
Araos, Ricardo Pereira y Ana Vianna, Wladimir Riquelme, Alejandra Lazo y
Diego Carvajal, Celia Cisternas, Felipe Trujillo y, por supuesto, Vivian Lay
Pradel
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Al hacer etnografía no puedo prestar atención a todo, pero debo intentar hacer-
lo con todo. Con mis percepciones corporales, intuiciones, ignorancias, remor-
dimientos, expectativas, conocimientos, taki chuymajampi, 私の心, etcétera.
Esa atención ha de ser honesta, intencionada y apasionada.Y, por lo tanto,
debe despojar de oropeles lo anómalo y lo raro, para centrarse en la percep-
ción de lo distinto sin dar mayor preponderancia a lo que pueda parecer(nos)
más extraño, es decir, ha de atender al exotismo como una estética de lo
diverso (Segalen, 2017). Además, debe detectar/desarticular estereotipos,
los cuales estimulan la falsa sensación de haber satisfecho nuestra necesidad
de entendimiento (Max Neef, 1993: 61).
En palabras de Eduardo Restrepo, “en primer lugar hay que aprender a
percibir (...) una adecuada observación tiene el efecto de visibilizar cosas que
en su aparente obviedad pasan desapercibidas (es decir, no son vistas a pesar
de que suelen estar a la vista de todos todo el tiempo)” (2016: 20, cursivas
en el original).
Quienes se inician en el trabajo de campo suelen recibir gran canti-
dad de categorías para analizar lo observado. A propósito de ello, en 1965
Margaret Mead escribió: “Deben saber que estos instrumentos son tan pre-
liminares como las cámaras que llevan y carentes de significado, a menos
que se ilustren mediante un vivo sentido de lo que está ocurriendo aquí,
ahora” (1981: 262).
Tal como las recomendaciones de Eduardo y Margaret, algunas de las
etnografías desplegadas en este volumen buscan dar claves para hacer etno-
grafía. Me refiero, particularmente, a los capítulos elaborados por Soledad
Martínez, Paula de la Fuente, Carolina Chacón, Carla Rodas e Inés Figueroa
A veces vamos a terreno por motivos laborales, pero lo que allí (nos) sucede
no cabe dentro de lo académico/profesional y desborda lo íntimo. Aunque
también puede suceder lo contrario, una experiencia propia puede transmu-
tar en argumento académico/profesional.
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Hacer etnografía. Otra breve (mínima) introducción
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Referencias bibliográficas
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I
LA PIZARRA DE UN PALIVE
1
Para las palabras en chedugun utilizamos el grafemario Ragileo adaptado a la variante lavkenche de
la lengua mapuche.
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La pizarra de un palive
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
2
Este trabajo de terreno, realizado desde 2015 a 2017, se enmarca en la investigación doctoral del
primer autor (Stüdemann, 2018).
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La pizarra de un palive
Descripción
C: Esta cima pertenece a un xeg xeg (cerro sagrado), que ha sido parcialmen-
te recuperado por las comunidades aledañas desde la propiedad de Forestal
Arauco. El paliwe (cancha de palin) fue instalado como uno de los puntos de
partida en este proceso. Este claro está rodeado por centenares de hectáreas
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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La pizarra de un palive
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Descripción
F) Este palin es celebrado en un fundo que está siendo reclamado por co-
munidades mapuche cercanas. El encuentro se ha convocado en apoyo a este
proceso. En este caso, se ocupó el terreno desde la mañana y se retiraron
antes del anochecer. P) El paliwe fue creado durante el mismo día, con
fuego a manera de tala de roza de los pastizales y pequeños arbustos ahí
existentes. Humo y llamas intranquilizaban a más de algún transeúnte y
al guardia del fundo. El juego es algo informal (pero llevado con ahínco),
entre el equipo local y un combinado de palive de distintos territorios.
Cuando uno se cansa o debe hacer otra tarea, hay suficientes reemplazos.
1: La entrada sorpresiva es a través de cercos, con seguridad y prestancia,
ya que se trata de territorio mapuche. 2: Se dispuso de un refugio donde los
anfitriones cocinaron sopaipillas, carne y cazuela para todos los asistentes
(palive, sus familias y otra gente que acudió en apoyo). 3: Casa del guardia
del fundo. 4: El voye se constituyó meses antes (es una estructura de madera
donde se ubican ramas sobrepuestas, entre otros elementos, que se renue-
van para cada jornada ceremonial), como punto fundamental en la recupe-
ración del territorio. Antes del juego hemos hecho una emotiva rogativa
donde el logko, kimche (sabios) y jóvenes activistas locales introdujeron las
características de la lucha que llevan a cabo, sus motivos y acciones. A su
vez, autoridades de otros territorios dan sus opiniones y apoyo. Se cerró
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La pizarra de un palive
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Descripción
M) El edificio del museo también cuenta con salas disponibles para actividades
de los habitantes de la zona. Además, existen propuestas mapuche para incor-
porar y profundizar aspectos sociopolíticos de su sociedad en la museografía.
R) La ruka es un lugar para reuniones importantes, y también para comercia-
lizar comida y manufacturas (por parte de familias mapuche) durante el verano.
NG) Este espacio se ha constituido como principal porque alberga el gijatun y
otras rogativas celebradas por comunidades del sector y por el propio museo.
Durante el palin, este lugar y sus kvni circundantes fueron el punto central de
reunión, donde se realizaron las rogativas de apertura y cierre, y se trataron
temas territoriales y culturales de los territorios presentes. El purun fue masivo
y animado. Cada familia/grupo cocinó para sus integrantes y koncho. H) Huer-
to comunitario disponible para que las comunidades siembren. P) Este paliwe,
ubicado frente a un xeg-xeg, albergó por primera vez un palin “oficial”. Una
problemática fundamental fue que el museo no cuenta con estructura de auto-
ridades políticas mapuche. Consecuentemente, no pudimos cumplir con todos
los protocolos previos necesarios, relacionados con la inspiración misma del
evento (el pewma [sueño] de un logko o kimche) y con ciertas dinámicas de la
invitación, principalmente. Sin embargo, el apoyo del logko mayor de esta zona,
y del logko de una comunidad aledaña, fueron fundamentales para cumplir con
los protocolos de bienvenida, rogativas, despedidas, como también apoyando
durante el juego con sus conocimientos. Eso sí, desde un principio “nuestros”
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La pizarra de un palive
logko nos advirtieron que solo se trataba de un palin informal, por las razones
ya mencionadas. Se jugó una hora por lado, con un resultado de 3-1 a favor
del museo, equipo que enfrentó a los cayucupilche con una selección de palive
ligados a la institución. Es de remarcar que pocos meses después el equipo de
Cayucupil invitó al juego de vuelta en su mapu (el sistema de koncho funcionó).
1: La participación de mujeres fue activa haciendo música y purun alrededor de
los canelos plantados en los bordes, alentando a su equipo y llamando a la bola
para la raya. 2: Don Juan Viluñir, logko de Cayucupil, arrastraba serios proble-
mas de salud. Sin embargo, se revitalizó al llegar al paliwe y entró como apoyo
jugando a las espaldas de los palive que pelean el pali en la partida (se parte con
la bola en un hoyito, desde donde dos jugadores intentan sacarla y rechazarla
hacia el campo contrario). Lo mismo hizo “nuestro” logko Calbul, haciendo las
veces de koncho de Viluñir. Se instalaron como aleros centrales para recibir la
bola y poner un fuerte y colocado remate hacia adelante. Mi misión fue faci-
litar esto para mi logko, evitarlo para el otro, mientras luchaba además el pali
con mi koncho wixowvño (“capitán del equipo”), y debía cubrir las espaldas
del mío, quien peleaba una y otra vez la bola de partida. 3: El museo, como
espacio público, está abierto para los visitantes. Al costado del paliwe, de pie
y en bancas, algunos turistas y otros interesados pudieron presenciar el jue-
go. 4: La instancia fue aprovechada por dos organizaciones de mujeres mapuche
para realizar un xavkin (intercambio sin dinero de semillas y otros), además de
una charla/discusión en torno a los efectos que pueden tener los tratados de
libre comercio internacional sobre las economías indígenas-campesinas locales.
Desde 2016, a raíz de las consultas indígenas realizadas por el CNCA (para la
creación del Ministerio de las Culturas) en el territorio lavkenche al oeste de
3
Las mesas territoriales son espacios de negociación, una estructura política y económica del
Ministerio de Desarrollo que pretende facilitar la administración de diversos recursos estatales hacia
las comunidades mapuche. Abogan por la idea de participación consultiva desde el Gobierno Regional
directamente hacia las comunidades.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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La pizarra de un palive
del territorio mapuche). Con esto recordé los relatos de mi madre y aquellas
experiencias del pasado.
Uno de los momentos importantes y trascendentales para que un palin
cobre fuerza y sea significativo en su realización es que cada palive tome su
koncho, es decir, se posicione frente a un contendor y se genere un lazo indi-
soluble entre ambos. Esto genera un impacto en dos grandes niveles:
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
nivel más íntimo, entre las familias de ambos lov. En cambio, en esa jornada
se instaló una mesa para alrededor de 30 personas, con un mantel blanco,
servicios, platos y servilletas de papel, la cual se dispuso entre el paliwe y los
kvni, donde se sirvió korv (caldo) de carne de vacuno para los asistentes, cosa
que no dio resultado, pues faltó comida y muchos se fueron sin comer. De
esto me percaté al encontrar a dos camarógrafos al lado sur del lugar, quienes
durante toda la jornada estuvieron realizando sus labores de registro audio-
visual. Al acercarme y preguntarles si habían comido, respondieron con un
enérgico “¡no!”, ante lo cual los invité a compartir nuestra comida. Resultó
ser que ambos eran antropólogos, uno de los cuales trabajaba para el CNCA.
¿Qué idea se habrán hecho sobre el palin? ¿Qué habrá resultado del registro
que hicieron? Lo que sí es seguro es que su hambre fue aplacada y acompaña-
da de nuxamkan (conversación profunda).
Se dispuso solo un kvxalwe (fogón), donde se cocinaron los alimentos
y de forma muy natural se rodeó de las papay del lov local, que asistieron
al encuentro, tomaron mate y relataron sus vivencias de antaño. Solo una
familia local levantó una olla de korv de pollo de campo: mi madre (yo acom-
pañé con kovke y mate). Ahí me hizo sentido a cabalidad su relato: “atender al
koncho”, “acompañar al palive”. El koncho (también llamado kon) toma un rol
protagónico el día del encuentro, pues ya no es un “jugador” solamente, sino
que cuando se relaciona con un palive contendor se le otorga un lugar privile-
giado en la familia de su koncho para siempre. Este reconocimiento no solo se
mantiene en el contexto ceremonial del palin, sino en todos sus encuentros
y vivencias en común (si se encuentra a un koncho en un gijatun, por ejemplo,
se compartirá con él los alimentos y se hará pentukun, ¡hasta koyagtun!). En un
plano íntimo y familiar (y de lov), el koncho forma parte de la historia de una
familia, permanece en su rakiduam (pensamiento) a través de las generaciones
y se convierte en parte de relatos como los que les comparto aquí; será parte
de la memoria oral y del camino que se debe seguir para llegar, algún día, a
ser che (persona).
El chaliwun (despedida) se hizo en el paliwe, con un nvxamkan del repre-
sentante de cada lov. No habría vuelta de mano para este palin. Esta es una
práctica bastante común en la vivencia contemporánea del palin, sin embar-
go, son también numerosas aquellas más tradicionales que aún perduran y
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La pizarra de un palive
Descripción
1: Paliwe, con nueve palive por territorio. 2: Kvxalwe, fogón comunitario, pu papay
del lov Lorenzo Ñirriman, mi madre con su chaja. 3: Mari epu kvni mvley, doce
ramadas. 4: Mesa compartida para servir la comida a los participantes. 5: Los
colegas antropólogos en su rol de camarógrafos. 6: Voye (canelo) ceremonial,
Wenvvoye, bandera mapuche; 7, 8 y 9: participantes, aquí se ilustran pocos.
Conclusión
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Referencias bibliográficas
Correa, Martín, Raúl Molina y Nancy Yáñez (2005). La reforma agraria y las tierras
mapuches: Chile, 1962-1975. Santiago: Lom.
López, Carlos (1988). El palin (chueca), un juego imperecedero. Bicentenario de
un insólito encuentro deportivo entre los mapuche: se juegan la vida de Don
Francisco de Borja José de Marán, Obispo de Concepción [1787]. Perspectiva
Educacional, 14.
——— (1992). El palin o chueca de los mapuche en Chile. Contribución a la etnolo-
gía del deporte. Revista Educación Física Chile, 228.
——— (2009). La prohibición del palin o chueca en Chile entre los siglos xvii y
xviii. Ciències de l’Educació i de l’Esport, 25.
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¿CÓMO ENCONTRAR EL MARISCO? FRAGMENTOS ETNOGRÁFICOS
EN EL UNIVERSO RELACIONAL COSTERO
Aprender a mirar
“A mí me dijo esto un buzo cuando yo era pendejo, porque yo era güeno, era
güeno pa trabajar, les ganaba a otros buzos. El buzo que me dijo esto debe
haber tenido mi edad en esos años, unos 40, y me dijo: ‘Sabís, tú soy bueno pa
trabajar, erís rápido y tenís resistencia, pero sabís, te voy a decirte algo, tú no
conocís pa ónde va el marisco.Y yo me sentí mal po, porque cómo me podía
decir eso si yo le gano, pero después con el tiempo caché que era verdad lo
que él me decía. Yo no tenía idea, era rápido, era todo, pero lo que veía no-
más, no buscaba, no sabía buscar, no sabía encontrar, pasaba por donde había
pasado un marisco y no cachaba, no sabía que por ahí había pasado comiendo
un marisco (…).
Ahora te metís acá y con cuea sacai un loco, si sacan así [mostrando con
los dedos] unos loquitos, pa qué te voy a decirte que yo no sacaba loco, sobre
todo cuando los restauranes me pedían, pero yo sacaba loco grande, por eso
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
me pedían. Estos locos sacaban a lo que pillaban, nunca vieron debajo de una
cueva, nunca vieron debajo del huiro.Yo después, con los años que buceé, ya
sabía por dónde había andado un marisco, sí po, ya sabía, todos los días, era
como mi mundo, ahhh, decía, por aquí anduvieron los locos, pa allá tienen
que estar, ya los conocía”.
(Nibaldo, Pichidangui, Región de Coquimbo)
“Yo no soy pescador de nacimiento, llegué al mar por gusto y hay cosas
que yo innové en la pesca. En el buceo también, por ejemplo, cuando me
fui al norte a trabajar el pulpo, yo no sabía cazarlo. Allá me encontré con
fulanos que toda su vida habían trabajado en eso y sacaban 200 o 150 kilos
diarios.Yo, el primer día que bajé saqué uno, pero pegado en la espalda. No
lo podía ver, ese era el problema. Me decían, mira, mira, allí hay un pulpo.
Bajamos, me lo indicaban. Claro, el pulpo hace una pirca, es sumamente
inteligente, hace una pirca perfecta donde se esconde y la última piedra
que coloca es la que lo vende. Porque al sacar la piedra del fondo, la parte
que está enterrada de la piedra es blanca, entonces desentona con las otras
piedras. También el pulpo es muy sucio para comer, echa fuera un montón
de basura, todo lo que él come lo echa para afuera, cuando hay abundancia.
Cuando hay escasez el pulpo se entierra en la arena, ¿cómo lo ve uno? El
pulpo es demasiado curioso, cualquier cosa le llama la atención, y el fierro
que yo uso es puntiagudo, doblado en la punta. Le puse una chasquilla en
la punta, de colores”.
(Manuel Rojas, Carrizal Bajo, Región de Atacama)
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¿Cómo encontrar el marisco? Fragmentos etnográficos en el universo relacional costero
Hacer y experimentar
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
hacia la playa de los Aspillaga están las picás del cuñado, ellos sacan sacos lle-
nos de pulguillas, les va bien.
La manera de distribuirse el espacio es aleatoria, no hay más regla que
la ocupación espontánea. Así, en la medida en que la actividad empieza a
popularizarse, los espacios se van llenando. Imagino la manera de ocupar los
distintos asentamientos, la imitación que expande técnicas y herramientas,
las innovaciones que cada uno aporta (de la bolsa de plástico inicial se pasó
a la botella plástica de dos litros, y de ahí ya se piensa en bidones de cinco
litros). Es especializándose, mejorando las herramientas como se logra mejo-
rar la recolección y aumentar la explotación del recurso. Cada vez que apa-
recen nuevos recursos surgen los mismos mecanismos; difusión e imitación,
innovación que crea especialización, explotación que desemboca en escasez o
manejo controlado del recurso.
El que llegó primero ocupa una parte, igual siempre se dejan espacios pa
que los demás prueben suerte.
La playa está demarcada en la mente del marero, deambulando sus lími-
tes entre las callejuelas polvorientas del asentamiento, en el mundo intersub-
jetivo que crea sentido común y vida cotidiana. De esta manera, a cada uno
le pertenece una parte de la playa donde pone sus trampas, recoge la leña
que el mar botó este año y los miles de curiosidades que la recogida no pudo
llevar nuevamente al mar: chalas, botellas, frascos, juguetes, envases de todo
tipo, hasta neumáticos, seguramente todos artefactos que desembocaron jun-
to con las aguas del Rapel, unos cuantos kilómetros más al norte. En la orilla
son reciclados, reutilizados, volviendo a la vida caballitos y muñecos. El mar
es el proveedor, el patrón y el amigo, gracias a él se vive y gracias a él también
se puede seguir existiendo.
(Las Quiscas, Litueche, Región de O’Higgins)
Habitar y pertenecer
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¿Cómo encontrar el marisco? Fragmentos etnográficos en el universo relacional costero
normalmente dura una baja completa, por eso su nombre de media baja.
Hay, por lo tanto, que apurar el tranco, ponerse rápido el traje de buzo y
entrar al caletón que se forma al costado sur del asentamiento. Van a sacar
chasca, el precio, dicen, es mejor, y cada uno puede sacar cuanto quiere. El
trabajo aquí es libre, las parcelas se utilizan solo para el cortado de cochayu-
yo. Estas son conocidas como un área de bordemar de propiedad individual,
la que es explotada de acuerdo con los requerimientos y el manejo que
quiera hacer el propio marero.
Tal dinámica de explotación de los recursos es una característica especial
de la zona, situación que no se da en otras partes del país, generando una
suerte de modelo sobre el manejo y control de los recursos desde la economía
local. Es el contrato vernacular que norma la explotación de la parcela,
haciendo de las propias habilidades aprendidas y transmitidas socialmente
la base de su explotación. De este modo, cada marero construye un plan
de cortado de cochayuyo, y llegan incluso a contratar a otro marero cuya
parcela sufrió un embancamiento de arena, o bien, baja producción por las
condiciones del mar, generando con esto situaciones de mediería y sub-
contratación. Las parcelas de cochayuyo adquieren características propias
del trabajo campesino, que contradicen las versiones tradicionales de los
hombres de mar acerca de su libertad de trabajo y la incapacidad de orga-
nización.
Están una hora sacando chascas, sin descuidar la búsqueda de algunos
mariscos para acompañar el almuerzo: lapas, caracoles, piures, erizos son
los productos que suelen obtener. De seguro antes los locos eran los que
más adornaban los almuerzos diarios en los rucos, pero su sobreexplotación
hace de este un producto poco visto y profundamente cotizado. Las papas,
los tomates, una bebida, aquí son oro, pues no hay almacén ni supermer-
cado. Si algo se acabó hay que esperar el retorno al pueblo para volver a
probarlo.
Todos los hombres del asentamiento están en el caletón. No llegan mar
adentro, dicen que hace varios días que el mar ha estado malo, mucho oleaje.
Recién hoy se pudo entrar a trabajar. Los vemos sacar chasca y con eso salvan
el día. Hoy todos comieron mariscos. Nosotros, por un lado tallarines con
salsa de lapas y sopa de piures, de entrada un crudo de piure con limón. Nos
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
cuentan que hace unos 15 días que no se comían mariscos, el mar estaba em-
bravecido y la barra muy grande.
Uno de los mareros sale del agua con un chinguillo lleno de chasca que
luego deja en la arena para volver al mar y sacar unos pocos piures y lapas
para el almuerzo. A su vez, los demás mareros, unos seis en total, van salien-
do con sus chinguillos con chasca y mariscos. Solo el Pato se queda un rato
buscando más mariscos para nuestro almuerzo.
Cuando el mar comienza a subir, la recolección de chasca y mariscos
finaliza. Los mareros se separan. Don Arturo, el marero de más edad del
asentamiento, prefiere irse hacia el sur, a la playa de los Aspillaga, va a
mirar unos montones de cochayuyo que dejó secando. Mientras, el mare-
ro más joven, que vimos recolectando chasca, enfila a la roca grande que
cubre el caletón, por la vertiente sur; va a pescar unas viejas, nos dicen.
La herramienta de pesca es un palo largo de unos dos metros aproxima-
damente, a la que se le amarra un anzuelo y un peso cualquiera. La idea
es alcanzar los pequeños caletones que se forman entre las rocas, justo en
el momento en que llega la rompiente. En este ambiente rocoso vive la
vieja y a través de este artefacto los mareros la pescan. En todos los rucos
hay un par de varas largas para la pesca de viejas, pues si se quiere agregar
algún pescado a la olla solo se debe ir antes a pescarlo. Luego de un rato
vemos que el muchacho camina con unas cinco a seis viejas pequeñas, pasa
junto a nosotros mientras lavamos los piures en la artesa comunitaria. El
agua sale de una vertiente que cae de la quebrada, justo detrás del con-
junto de rucos.
Pienso en la dependencia a los recursos, en la idea de cazador recolec-
tor, un estilo de vida configurado en estrecha relación con la naturaleza. Soy
un hombre de orilla, soy buzo y recolector al mismo tiempo o, más bien,
desempeño estas labores de acuerdo al contexto particular en el que me des-
envuelvo. El punto está en que sé trabajar en ambas pegas. Así me vuelvo un
especialista; un recolector de algas y mariscos durante las bajas, un pescador
por las tardes y un buzo cuando el mar está calmo y la baja pronunciada. Un
albañil también cuando hay que arreglar el ruco, conozco el territorio, sé
dónde pisar y hacia dónde ir.
(Las Quiscas, Litueche, Región de O’Higgins)
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¿Cómo encontrar el marisco? Fragmentos etnográficos en el universo relacional costero
Despedida
Referencias bibliográficas
Araos, Francisco (2006). Irse a la orilla: Una aproximación etnográfica a los mareros de
Cardenal Caro (Memoria para optar al título de antropólogo social). Universidad
de Chile.
——— (2015). Habitando la orilla: La recolección de algas en el litoral central de
Chile. Espacio Regional Revista de Ciencias Sociales, 2(12), 137-151.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Araos, F., y A. Duarte (2006). Reflexiones en torno a la ocupación costera. Actas del
17° Congreso Nacional de Arqueología Chilena.
Araos, Francisco, y O. Rojas (2007). Marero: Un recorrido por el bordemar de Cardenal
Caro. Pichilemu: Publicaciones Centro de Desarrollo Sustentable de Pichilemu.
Consejo Regional de la Cultura y las Artes Región de O’Higgins.
Ingold, Tim (2000). The perception of the environment: Essays on livelihood, dwelling and
skill. Londres: Routledge.
-46-
CULTURA CARROCEIRA: CONVIVENCIA Y TRABAJO ENTRE HUMANOS
Y CABALLOS EN LA CIUDAD1
1
Esta etnografía fue traducida por Gerardo Mora y Francisco Araos.
2
Una posible traducción de “carroceiro” es “carretonero”, pero se ha optado por conservar el térmi-
no en portugués dadas sus particularidades locales. (Nota de la traducción).
3
En este texto, los nombres de animales y hombres están en cursiva para resaltar el hecho de que
son sujetos singulares, además de actores sociales históricos relevantes. Como personajes de esta narra-
ción destacamos a Falcão, un caballo que acompaña a Nelio, y Pulguenta, una yegua que acompaña a Babão.
4
Maíz triturado.
-47-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Figura 1. Ronda de rapé entre los carroceiros en Campo Alegre. Práctica observada en varios corrales de
Belo Horizonte (Fotografía de Ricardo Oliveira, Belo Horizonte, julio de 2016).
5
Mezcla de tabaco molido que se puede aromatizar con clave, menta, imburana o canela, entre
otras alternativas. Se almacena en latas de 4 cm de diámetro por 1 cm de altura, elaboradas a partir de
latas de sardinas recicladas. El acto de inhalar rapé es una actividad colectiva de gran importancia para la
sociabilidad carroceira.
-48-
Cultura carroceira: convivencia y trabajo entre humanos y caballos en la ciudad
Figura 2. El carroceiro Nelinho y el caballo Periquito en el corral de São Tomás. (Fotografía de Ricardo
Oliveira, Belo Horizonte, diciembre de 2012).
Figura 3. Comunicación interespecífica entre el carroceiro Babão y la yegua Pulguenta (Fotografía de Ricardo
Oliveira, Belo Horizonte, junio de 2016).
-49-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
6
Con excepción de las comunidades que habitaban el entonces Curral del Rei, removido sin mayo-
res dificultades por la Comisión de Construcción (Costa y Arguelhes, 2008).
-50-
Cultura carroceira: convivencia y trabajo entre humanos y caballos en la ciudad
7
Para más información sobre los procedimientos que históricamente permitieron el acceso de la
clase trabajadora a la tierra en Brasil, cf. Holston, 1993.
-51-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Figuras 4a y 4b. 4a Vista aérea de la Vila São Tomas antes (2011). 4b Vista aérea de la Vila São Tomas después
de la intervención urbanística (2013). Se puede ver el aeropuerto de Pampulha en la parte baja y el Arroyo
del Jaguar, que bordea el corral. (Elaboradas con Google Earth).
-52-
Cultura carroceira: convivencia y trabajo entre humanos y caballos en la ciudad
8
Este reconocimiento involucró, principalmente, la emisión de documentos de licencia de conducir,
cartillas de vacunación para caballos, y el registro y licencia anual de los carros. Además, equipos de exten-
sión universitaria de la Facultad de Veterinaria de la UFMG vacunan periódicamente a los caballos, los que
además reciben atención médico-veterinaria ambulatoria en la clínica de la institución.
-53-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Figura 5. Caballos pasean por los terrenos baldíos en São Tomás (Fotografía de Ricardo Oliveira, Belo
Horizonte, octubre de 2012).
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Cultura carroceira: convivencia y trabajo entre humanos y caballos en la ciudad
Figura 6. Nélio, uniformado, reúne material de construcción por solicitud de un vecino del barrio
Planalto. (Fotografía de Ricardo Oliveira, Belo Horizonte, julio de 2016).
Figura 7. El carroceiro Kelzinho con el caballo Furacão transportando podas de árboles junto al ajudante, Zé
Calango. (Fotografía de Ricardo Oliveira, Belo Horizonte, julio de 2016).
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
-56-
Cultura carroceira: convivencia y trabajo entre humanos y caballos en la ciudad
9
El devenir-caballo y la línea de escape no se refieren a una imitación de uno por otro, ni a una
simple relación entre los dos, sino a lo que constituye el “entre-dos”. Como todo devenir es minorita-
rio, también es micropolítico y actúa como bloque de convivencia de los carroceiros-con-los-caballos y
las vecindades, es decir, con los grupos sociales con los que entran en alianza o antagonismo, amistad o
relaciones de guerra.
10
Como forma de desarrollar lo que él llama la perspectiva del habitar, y con miras a la antropología
como una investigación constante y disciplinada de las condiciones y potencialidades de la vida humana,
Ingold enfatiza que “a caminhada é o modo fundamental como os seres vivos habitam a Terra” (2015: 38) y
que cada ser es la línea de su propio movimiento. Siendo todos caminantes, es a lo largo de los caminos don-
de se hacen posibles las habilidades, las observaciones y la comprensión, con la creatividad en movimiento.
11
Los bota-foras, oficialmente llamadas Unidades Receptoras de Pequeño Volumen (URPV), son 34
centros de concentración de residuos sólidos urbanos en el municipio, gestionados por la Superintenden-
cia Municipal de Limpieza. Desde allí, los escombros, la poda de árboles y los neumáticos son transporta-
dos en baldes por una empresa subcontratada a los Centros de Reciclaje.
12
Una posible traducción de bota-fora puede ser “arroja hacia afuera”. (Nota de la traducción).
13
Las cavalgadas son fiestas muy habituales en el circuito carroceiro. Suelen realizarse en pequeñas
fincas, muchas de ellas ubicadas en las regiones Norte y Venda Nova, y son momentos importantes de
sociabilidad entre carroceiros de diferentes regiones de la ciudad y su región metropolitana.
-57-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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Cultura carroceira: convivencia y trabajo entre humanos y caballos en la ciudad
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Caballos en la ciudad
14
Muchas veces, cuando les preguntamos a los carroceiros cosas como “¿Cuándo compraste este
caballo?”, ellos respondieron: “Él ha estado conmigo durante tres años”, mostrando una relación de com-
pañerismo más que de propiedad/posesión.
-60-
Cultura carroceira: convivencia y trabajo entre humanos y caballos en la ciudad
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Consideraciones finales
15
Catira es una modalidad de intercambio y reciprocidad que involucra bienes y regalos, con pagos
en servicios y/o en cuotas con pagos semanales.
-62-
Cultura carroceira: convivencia y trabajo entre humanos y caballos en la ciudad
Referencias bibliográficas
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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ARREANDO AL FUEGO EN LOS RINCONES DE PUMANQUE1
1
El material etnográfico fue registrado en el marco del Proyecto Fondart Regional N° 406839,
“Puesta en valor de las devociones a la Virgen del Agua Santa, comuna de Pumanque”, en que el autor del
presente texto es coinvestigador. La reflexión es parte de los resultados del Proyecto Fondecyt Regular
N° 1140598, “Antropología del bosque”.
2
Ubicado en la provincia de Colchagua, VI Región del Libertador Bernardo O’Higgins, Chile.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
-66-
Arreando al fuego en los rincones de Pumanque
Por ahí andaba el fuego. Los campesinos conocían su camino y debía ser
arreado4 hacia sectores descampados para ser apagado. El fuego transitaba
por plantaciones de eucaliptus y pinos, las que se encuentran principalmente
en los sectores de La Gloria y Colhue. Fueron completamente devastados
por el incendio. También aparece en terrenos con densos matorrales y pas-
tizales que se han acumulado la última década debido a la sequía. Este mate-
rial orgánico era principalmente consumido por “vacas y caballos que hemos
dejado de reproducir por falta de agua”, explica uno de los campesinos. Este
problema ha mermado la industria ganadera de la comuna, lo cual ha deriva-
do en desempleo, migración hacia otros sectores y reconversión laboral hacia
la apicultura, principalmente.
Relacionado con la escasez de agua, el último camino que tomó el fue-
go fue por árboles secos, los cuales eran fructíferos para que se escondiera
3
Animal asilvestrado que se escapa del rebaño.
4
Expresión campesina con que se describen las formas de apagar el incendio. Proviene de la arrie-
ría, referido a mover los animales por un camino definido por el arriero. Esta expresión grafica la razón
por la cual el incendio no llegó a la zona de los Rincones.
-67-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
y brotara de un momento a otro. Estos eran los caminos que seguían los
campesinos para arrear el fuego, los cuales fueron sugeridos para instalar
cortafuegos a los especialistas de Conaf, bomberos y militares que llegaron a
apoyar. Pero, como en diversas instancias del Chile actual, las sugerencias no
fueron escuchadas. Los propios campesinos se organizaron en cuadrillas para
ir a esos lugares y atajar el fuego en sus bordes. En este sentido, las acciones
colectivas de los campesinos que habitan en la zona de los Rincones fueron
decisivas para que el fuego no llegara a sus hogares.
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Arreando al fuego en los rincones de Pumanque
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Figura 3. Áreas quemadas alrededor de la Virgen del Agua Santa. (Mapa elaborado por Javier Guajardo).
-70-
Arreando al fuego en los rincones de Pumanque
Observar al fuego como una bestia permitió entender sus caminos, definir
dónde esconderlo y, principalmente, cómo debió ser arreado.
La conversación entre los campesinos concluye cuando agradecen a la
Santa Virgen de Lourdes, “dueña de los Rincones”, por proteger el territorio
del incendio. La permanencia de este tipo de creencias está relacionada con
el conocimiento tradicional sobre el territorio, que, en el caso de Pumanque,
permitió extinguir el incendio forestal iniciado por la caída de tendido eléc-
trico en una zona con matorrales y pastizales.
Referencias bibliográficas
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(IN)MOVILIDADES ISLEÑAS, EMOCIONES Y MATERIALIDAD1
El viaje de Álvaro
1
Los autores agradecen a Conicyt por el financiamiento del proyecto Fondecyt de Postdoctorado 3140115.
-73-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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(In)movilidades isleñas, emociones y materialidad
La lancha saldría ese día a las siete de la mañana y Carlos debía a las seis
un cuarto ir en busca de un primer grupo, llevarlo al muelle, descargar, para
luego ir al sector de la casa de Álvaro a buscarlo.
Nosotros lo acompañamos en este recorrido y lo encontramos en la ca-
mioneta. En la camioneta todos van en silencio, pues estaba amaneciendo y
nadie parecía querer conversar. Llegamos al embarcadero y, casi siendo las
siete, caminamos junto a Álvaro hacia la lancha. Nos subimos en silencio y
quedamos en la parte de arriba de la lancha, a pesar de que casi todos (gente
de mayor edad y niños) se van rápidamente hacia abajo por el frío y por una
garuga que, lentamente, caía sobre nosotros.
La lancha parte en silencio, bajo la lluvia, está amaneciendo. Álvaro, no-
sotros y otro joven seguimos en la parte exterior, nos mojamos. La lancha no
va muy llena ese día, a pesar de que se había suspendido el último viaje por
el tiempo.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Figura 3. Lancha de recorrido Isla de Alao “Marbella III”, 2019. (Fotografía de Diego Carvajal).
Nos damos cuenta de que esta posibilidad de ir afuera con lluvia de ama-
necida la pueden experimentar personas jóvenes que dan más interés en ir
solos y al aire libre, a diferencia de gente mayor y su repliegue al interior.
La subida con Álvaro fue rápida, silenciosa, como se observa en jóvenes que
viajan casi siempre solos y sin mucha carga (de ida, principalmente).
Álvaro lleva tan solo una pequeña mochila (resistente al agua, al igual que
sus zapatos), que acomodó al lado del tubo de escape.
La garuga cae lentamente, sin embargo, era intensa y proseguía junto
a nosotros, en las cabezas y caras, pero la resistíamos en el inicio del viaje.
La garuga se instala, aquí, como un objeto más que influye en la experien-
cia que en ese momento estamos teniendo del viaje. Apenas nos subimos,
nos pasan rápidamente los chalecos salvavidas naranjos… a nosotros nos
incomodan.
Álvaro, nosotros y otro joven de unos 17 años seguíamos arriba. Este úl-
timo llevaba una parka para la lluvia y un gorro que lo protegía y donde podía
llevar fácilmente los audífonos blancos para escuchar música (objetos propios
portables). En un momento llegamos a pensar que este joven era amigo de
Álvaro, pero luego nos dimos cuenta de que solo se conocían de vista.
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(In)movilidades isleñas, emociones y materialidad
Álvaro está callado hoy, habla poco… nos dice que aprovechó de viajar
porque con el clima malo todo es peor y no se puede hacer nada. Su voz es
baja y casi todo el rato, sutilmente, hay que acercarse un poco más. Él mete
ambas manos al interior del chaleco salvavidas. Lo hace por el espacio central
y abierto del chaleco. Técnica (objeto y cuerpo) para el frío y así calentar las
manos un rato, o incluso más, como forma de descanso.
Cuenta que, antes de que lo pasáramos a buscar, desde las 5 a.m. estaba
tomando mate con su madre. Hemos visto en nuestra visita que esta práctica
es muy común entre los isleños, es una forma de encuentro, de socialización,
de compartir. Ambos conversaban de lo que él haría en el pequeño viaje, así
como de los cortes de la luz en la isla.
Ahora Álvaro se pone el gorro de la parca, al poco rato se lo saca. El agua
ya iba dejando puntos blancos en su cabello y en la ropa de nosotros. Con-
versábamos en torno a las formas de comunicarse con sus contactos y ami-
gos. La importancia del WhatsApp como manera de mantener un grado de
actualidad con sus relaciones de amistad y los tiempos de espera para poder
concretarlas. Valoración por tecnologías que, desde la ausencia del lugar para
relacionarse, hacen habitar esa misma virtualidad. Por esta vía se establecen
posibilidades reales de contacto, en especial con muchos amigos del interna-
do (de Achao) que vivían en otras islas.
Seguimos arriba, aun cuando el agua sigue cayendo. Esto quizás es común
de resistir para Álvaro, pero después de un rato nos afecta a todos. Quere-
mos bajar a cubrirnos, estamos mojados, pero no sabemos cómo decírselo
a Álvaro.
Siendo ya las siete cuarenta queda una media hora para llegar, según dice
Álvaro.
De pronto, él se mueve para observar hacia abajo y nos invita a que nos
pongamos en la escalera. En el segundo escalón de arriba hacia abajo, pues
de ese modo evitaríamos el agua y el frío. Ahora estábamos al costado de la
escalera, frente a frente. Sin embargo, cuando la gente subía debíamos afir-
marnos con nuestras espaldas y manos. Entre los que suben y nosotros no hay
tensión, al facilitarles un poco más la subida en esa empinada escala. Estando
en la escala requeríamos del apoyo de nuestros brazos, de lo contrario, no
podríamos estar sostenidos.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Figura 4. Lancha de recorrido Isla de Alao “Marbella III”, 2019. (Fotografía de Diego Carvajal).
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(In)movilidades isleñas, emociones y materialidad
En el muelle de Achao
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
A B
Figura 5. A. Lancha de recorrido Isla de Alao “Marbella III”, 2019; B. Pueblo Achao, 2017;
C. Muelle Achao, 2019. (Fotografías de Diego Carvajal).
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(In)movilidades isleñas, emociones y materialidad
A B
Figura 6. A. Muelle Achao, 2019; B. Muelle Achao, 2019. (Fotografías de Diego Carvajal).
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
por ahí, al mismo tiempo que por los objetos que lo rodean (bordes, escali-
natas, sillas, etc.), que permiten a los insulares la espera, la orientación, el
encuentro y el contacto con lo que está más allá.
En el muelle, además de su materialidad, vemos cómo se despliegan y
concentran enunciaciones y contactos físicos, como el uso de celulares, de
sus aplicaciones de mensajería y de llamadas organizadoras de llegada. Una
sonoridad que vibra entre lo material e inmaterial, y que constituye la di-
mensión auditiva que lo envuelve.
-82-
LA FIESTA DE SAN PEDRO DESDE LA CALETA LAS CONCHAS,
LOS VILOS1
Caleta Las Conchas, situada en una pequeña orilla costera de Los Vilos, ama-
nece en un despejado día de invierno, pero hoy no es cualquier día. Hoy es
27 de junio de 2015, y es la fecha escogida por los pescadores artesanales de
esta caleta para celebrar y venerar a San Pedro, su representante religioso,
pero también de cierta forma su “colega”. Pedro pescador es el resto del año
uno más de ellos, pero, cuando se celebra su figura sagrada, su santidad está
por sobre la cotidianeidad.
Figura 1. Fiesta en la caleta Las Conchas desde el altar de San Pedro. (Fotografía de Sebastián Cerpa).
1
Experiencia investigada en el marco del Fondart Regional Coquimbo 2015, Folio 69125. “Lo divi-
no y lo humano: Apropiaciones, reconocimientos y representaciones culturales de San Pedro en la pesca
artesanal de la Región de Coquimbo”.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Figura 2. Baile chino de los pescadores de la caleta Las Conchas. (Fotografía de Sebastián Cerpa).
-84-
La fiesta de San Pedro desde la caleta Las Conchas, Los Vilos
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
pausados y coordinados, que repiten una y otra vez mientras avanzan. Han
ensayado desde hace semanas, y no solo han preparado sus trajes, sino que ade-
más han coordinado toda la logística de la instancia, una producción que surge
desde ellos para la comunidad.
Figura 3. Pescadores pasean a San Pedro por las calles de Los Vilos. (Fotografía de Sebastián Cerpa).
-86-
La fiesta de San Pedro desde la caleta Las Conchas, Los Vilos
Referencias bibliográficas
Miranda, Fabiola, Camila Aravena, Celia Cisternas, Rodrigo Díaz y Javier Valdés
(2015). Pescadores artesanales y San Pedro en la Región de Coquimbo. Entre el trabajo la
creencia y la devoción. Fondart Regional Coquimbo.
-87-
LAS MANIFESTACIONES MÍTICAS DE LA MINERÍA EN COLLIGUAY1
Solo había una persona que sabía dónde estaba la mina. Esa persona sacaba
oro puro, con cincel quebrando la piedra. Era el único que sabía dónde
estaba la mina, y cuando le faltaba platita iba de noche para que nadie lo
viera. Pero un día un pastor de ovejas lo vio. Se dio cuenta de dónde esta-
ban las piedras y de cómo sacaba el oro. El hombre lo mató ahí mismo, y lo
enterró ahí mismo también. Hay una persona sepultada ahí y por eso está
embrujada la mina.
Noé, quien ha vivido por más de 80 años en la zona, relata así una de las
misteriosas manifestaciones con que cotidianamente se hace referencia a la
minería del oro en el valle de Colliguay. Lo secundan en la construcción de
esta atmósfera un grupo de hilanderas, quienes advierten al comensal de los
peligros que acechan cerro adentro. “Hay perros que persiguen a quienes me-
rodean, hay gente que sube buscando un yacimiento de oro y solo encuentran
la muerte”. La codicia, sentencian, se paga caro.
Esconden entonces estos cerros de la Región de Valparaíso, varios kiló-
metros lejos del centro de Quilpué, más que solamente piedras preciosas. Son
estos paisajes el escenario de crímenes pasionales y también el cobijo de refu-
giados políticos de todas nacionalidades que agradecen la dificultad de acceso
1
Este relato corresponde a una versión mínima de un capítulo que nunca se escribió en la em-
presa de redacción de una tesis de antropología social sobre el agua, la apicultura y el bosque nativo. Se
extienden los agradecimientos al proyecto Fondecyt Regular 1140598 por su apoyo para la realización
del trabajo etnográfico que sustenta la narración. Todas las citas en comillas son fragmentos de entrevistas
con antiguos habitantes de la zona, quienes amablemente cedieron su tiempo, confianza y conocimiento al
antropólogo que, sin quererlo, se suma a la larga lista de personas de afuera que llegan al valle en busca de
riquezas que llevarse a casa. Esta vez no son piedras, sino tesoros de otro tipo, los que me llevo a Santiago.
Nunca fue escrito el capítulo en la tesis, quizás como parte del embrujo que hace esquivo al botín aurífero.
Este texto es un intento, entonces, de romper el embrujo.
-89-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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Las manifestaciones míticas de la minería en Colliguay
seguir intentándolo, incluso para quienes saben que el peligro acecha. Con-
fiesa Noé: “Muchas personas han venido a buscarla, incluso nosotros mismos
anduvimos muchas veces buscando la mina. Pero el cerro es tan grande, que
quién sabe dónde está ahora”.
“¡Tiene razón, el viejo Noé!”, exclamaría Pedro, quien vive en el sector
más alto de Colliguay, en lo que fácilmente podría ser la última residencia
humana del valle. A espaldas de su hogar, la cordillera se muestra imponente
y el tendido eléctrico encuentra su fin. Esta locación le ha permitido, durante
los últimos 82 años, escuchar al cerro, oír sus historias y saber tenerle respe-
to. En más de alguna ocasión ha logrado sostener conversaciones profundas
con los silbidos del viento que se cuela por las montañas. En estas reuniones
ha escuchado la voz lamentosa de un pirquinero fallecido que tomó por resi-
dencia definitiva la cordillera, presa de los peligros de explorar y picar.
Suman y siguen, entonces, las muertes trágicas detonadas por la codicia,
apilando cuerpos en la inmensidad. Serán estas presencias las que resguarden
el secreto dorado del valle. Lo harán acompasadas con la enseñanza moral de
que la codicia trae desgracia, de que a la cordillera se le respeta, y de que la
fortuna y la riqueza son esquivas y temperamentales.
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ATISBOS DE UNA REUNIÓN SINDICAL
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
1
Zone d’aménagement différé. Jerga del urbanismo que inicialmente denotaba una zona de renovación
urbana o rural, ligada en general a proyectos de gran envergadura. Hoy, la sigla denota también una zone
à défendre, una zona a defender de grandes proyectos que amenazan el medioambiente, los territorios y
las actividades económicas y sociales tradicionales, juzgados inútiles, innecesarios o ridículamente caros
por la sociedad civil y grupos medioambientalistas. El mejor ejemplo es el proyecto del aeropuerto Notre
Dame de Landes, cerca de Nantes.
-94-
Atisbos de una reunión sindical
II
2
Otros sindicatos son la FNSEA, la Coordination Rurale y Modef. La Confédération Paysanne reúne
más o menos al 9% de los agricultores.
3
Organismos Genéticamente Modificados.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
4
Con esto quiero describir al “paysan boulanger”, aquel que controla todo el proceso de producción:
cultiva los cereales, y hace la harina y el pan, que vende luego directamente.
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Atisbos de una reunión sindical
con desconfianza. Los ejemplos propuestos por los panelistas, sin embargo,
muestran un entusiasmo y un compromiso con el trabajo que denota por sí
solo la seriedad y el amor a la tierra, sea propia o no. Estos nuevos campe-
sinos vienen a dar un dinamismo y a aumentar las cifras de la población en
regiones donde la necesidad es imperante, por no decir urgente. Me parece
que lo que los reúne a todos es una cierta noción de autonomía, tanto en el
modo de producción y de comercialización como en una reapropiación de
sus propias capacidades de generar una actividad económica.
Estos y estas jóvenes dan cuenta de modelos agrícolas que ponen en evi-
dencia una ruptura radical con la agricultura intensiva que se desarrolló a
partir del fin de la Segunda Guerra y durante los “treinta gloriosos”: una
agricultura altamente mecanizada, dependiente de agroquímicos y de semi-
llas privadas, constantemente obligada a la inversión y al agrandamiento de
las superficies de explotación, así como una comercialización ligada a la gran
distribución y a la exportación. Estos nuevos campesinos, por el contrario,
están más cercanos a una agricultura campesina tradicional de horticultura
y de poliganadería, en su mayoría en agricultura biológica u orgánica, con
tendencia a una visión global de la granja, con influencias de la agricultura
biodinámica, de la permacultura o de prácticas como el no trabajo de la tierra
o suelos vivos. Algunos paysans-boulangers utilizan incluso semillas población
para cultivar cereales como el trigo, la espelta o el centeno, es decir, semillas
que no están sumidas a derechos intelectuales; con esto, buscan controlar
toda la cadena de producción, desde la reproducción de semillas hasta la co-
mercialización del producto final.
Estos jóvenes agricultores utilizan medios de comercialización variados
y que rompen con el modelo impuesto las últimas décadas: buscan por sobre
todo circuitos de venta cortos que les permiten imponer sus propios precios y
conseguir así una remuneración justa por su trabajo. Aprovechando la tenden-
cia creciente del aprovisionamiento local, fresco y siguiendo las estaciones del
año, los circuitos cortos visibilizan una comercialización sin intermediarios,
signo de calidad y frescura. Los mercados locales son el mejor ejemplo: la
venta directa revaloriza la producción y el estatus de los agricultores.
Otro modo de comercialización importante son las AMAP, Association de
Maintien de l’Agriculture Paysanne (asociación de conservación o apoyo a la
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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Atisbos de una reunión sindical
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Atisbos de una reunión sindical
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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II
CAMINARES, AFECTIVIDADES Y ETNOGRAFÍA: PASOS ENTRE EL
PLACER, EL MIEDO Y LA RABIA EN SANTIAGO DE CHILE
Pasos de entrada
Andar a pie es una actividad afectiva. Cuenta Rebeca Solnit que “una cos-
tumbre esquimal ofrece a una persona enrabiada alivio caminando en línea
recta por el paisaje hasta sacar la emoción de su sistema” (Solnit, 2015:
21-22). Al caminar, los pensamientos y los sentimientos adquieren “un di-
namismo que se acompasa al ritmo de los pasos y el ambiente” (Martínez,
2018: 40). Emergen sentimientos y emociones que pueden estar relacio-
nadas tanto con nuestro propio mundo interno como con aquello que el
paisaje nos presenta. A veces vamos más ensimismados, a veces ponemos
atención en lo que la calle nos pone delante, a veces transitamos entre un
estado y otro.
Este proceso de acompasarse conlleva un riesgo, ya que la persona que
camina no puede controlar del todo lo que encontrará ni las sensaciones que
resultarán de esos encuentros. El filósofo Jan Masschelein (2010), por ejem-
plo, describe el acto de caminar como un acto de ex-posición (el cuerpo
pierde posición). El cuerpo sin posición, pasajero y en tránsito, es un cuer-
po permeable que se afecta y afecta. Los antropólogos Tim Ingold y Jo Lee
Vergunst indican que al caminar ocurren “procesos de experiencia vivida y
encarnada en los que el medio ambiente se transforma y se imprime en el
cuerpo” (2006: 73). Al acompasarse con el ambiente, las personas que cami-
nan terminan por formar parte de los lugares que recorren. Podemos saber
-105-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Narraciones afectivas
1
La primera versión de este texto fue escrita en inglés para la conferencia anual de la Asociación
Internacional de Historia de Transporte, Tráfico y Movilidad (T2M), realizada en Ciudad de México en
2016, y se tituló “Movilidades: Espacios de flujo y fricción”. El texto fue escrito en medio de mi proceso
de análisis y escritura del trabajo de campo realizado en Santiago de Chile entre 2015 y 2016, en el marco
del doctorado que estaba cursando en el University College London, financiado por el programa Becas
Chile de Conicyt. Ahora, al reescribir el texto, lo he modificado casi en su totalidad, por lo que he deci-
dido aprovechar la oportunidad y traducirlo al español. Esto me da mayor libertad al escribir. Evaluamos
con el compilador la posibilidad de mantener el texto en inglés con el fin de reflejar más fielmente la
situación de la cual surgió. Sin embargo, he decidido traducirlo con la intención de aportar al debate sobre
movilidad urbana en el contexto del cual estas experiencias forman parte.
-106-
Caminares, afectividades y etnografía: pasos entre el placer, el miedo y la rabia en Santiago de Chile
Placer
Comuna de El Bosque
Camino junto a Trinidad, una mujer de 41 años. Vive con dos de sus tres hijos
y su pareja. Trabaja desde la casa cosiendo cortinas de baño y otros accesorios
plásticos para una fábrica.
Estamos a primeros de diciembre. Una vez más, me siento nerviosa
durante el trayecto a la casa de Trinidad. Mi preocupación se calma un poco
tras tocar el timbre y verla abrir la puerta sonriendo. Los fantasmas de las
historias que he escuchado sobre este barrio se esfuman y solo veo a Trinidad
sonriente frente a mí. Hoy caminaremos juntas a la iglesia. Son las ocho y
cuarto de la tarde. Durante todo el día he estado inquieta pensando qué
clase de precauciones debería tomar al venir aquí a estas horas. Fui adverti-
da por los mismos vecinos de no venir ni muy temprano ni muy tarde. Sin
embargo, decidí venir de todas formas, ya que es verano y hay luz natural
hasta tarde. Pero, sobre todo, confío en Trinidad. Si ella me invitó, enton-
ces debe ser seguro. Antes de salir, Trinidad toma dos cigarros que había
dejado previamente preparados sobre la mesa y me ofrece uno. Acepto, a
-107-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
pesar de haber dejado de fumar hace algunos años. Siento que hay algo en
esa experiencia de fumar y caminar de la que quiero ser parte. Dejamos el
departamento, encendemos los cigarros y empezamos a andar. Es una cálida
tarde de primavera. Estaba tan ensimismada en mi preocupación que no
había reparado en ello en mi camino hasta aquí. La luz del sol, al ir bajando,
se refleja en la copa de los álamos, los pájaros cantan, el cielo es de un azul
profundo. Es la primera vez que me siento relajada caminando por aquí.
Trinidad también se ve relajada: su paso, la actitud de su cuerpo, los temas
de conversación. Creo que a través del cigarro y su invitación a fumar ella
me ofrece una vía para participar del lugar de una nueva manera. Es curioso
si pienso que el lugar sigue siendo el mismo: mucha gente en la calle; algu-
nos hombres parados en las esquinas vigilando; y yo, atenta a lo que ocurre
alrededor y tomando ciertas precauciones, como siempre. Por ejemplo, es-
condo mi cámara al pasar delante de los hombres parados en la esquina y
también cuando entramos en un pequeño almacén a comprar unas mentitas
para después del cigarro.
Normalmente asocio el fumar con sensaciones de relajo, y eso podría ex-
plicar el cambio en mis sensaciones y actitud. Pero creo que lo que ocurrió va
más allá de eso. Los cigarros nos dieron el poder de caminar por ahí sintiendo
que teníamos el derecho de hacerlo. Nos dieron el poder de caminar placen-
teramente, disfrutando. En cierta forma, los cigarros y el simbolismo que el
acto de fumar entraña influyeron en el modo en que el lugar nos afectaba y
en nuestra manera de responder a las condiciones del lugar. Nosotras mismas
participamos del lugar de otro modo expresando un ritmo diferente, relajado
e imbuido de sentimientos placenteros. Debido a que nuestra percepción del
lugar ocurrió a través de un ritmo y actitud diferentes, el lugar nos afectó,
también, de una manera distinta. Por supuesto que algo desagradable podría
habernos ocurrido de todas formas y ni los cigarros ni nuestro ritmo hubiesen
podido protegernos en última instancia. Sin embargo, hasta cierto punto lo
hicieron. Me protegieron de mis propias imaginaciones acerca de ese lugar y
me dieron una vía para encarnar y actuar el lugar de una nueva manera. A la
vez, protegieron a Trinidad de sus preocupaciones cotidianas. Recuerdo esa
tarde y esa caminata como una de las experiencias más placenteras que tuve
durante el trabajo de campo.
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Caminares, afectividades y etnografía: pasos entre el placer, el miedo y la rabia en Santiago de Chile
Figura 1. Caminando y fumando con Trinidad. (Montaje de fotogramas elaborado por Soledad Martínez).
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Miedo
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Caminares, afectividades y etnografía: pasos entre el placer, el miedo y la rabia en Santiago de Chile
seguridad, por lo que nos mantenemos alerta. Caminamos por una calle
residencial solitaria alrededor de la una de la mañana, vamos casi llegando a
la casa de Juan Onofre. A lo lejos divisamos a un grupo de hombres jóvenes
reunidos en la acera de en frente. Tienen unos 15 o 20 años. Uno de ellos
se da cuenta de nuestra presencia y todos clavan su mirada en nosotros. Por
algún motivo, hemos capturado su atención. Uno de ellos se mueve, lenta-
mente, y da algunos pasos en nuestra dirección, dejando claro que nuestra
presencia no les es indiferente. Aún estamos lejos, pero cambiamos nuestro
tema de conversación y comenzamos a comentar acerca del posible riesgo
de este encuentro.Yo expreso estar asustada. La actitud del chico que se nos
acerca no me parece neutral, está dirigida a nosotros. Nos está comunicando
un límite: camina lentamente enseñándonos su territorio. Quizás nuestra
presencia también les hace sentir amenazados o intrigados. En el peor es-
cenario, nos están “tasando” para ver si vale la pena asaltarnos. A esa hora,
en esa calle solitaria, en esa parte de Santiago y tras los otros sucesos que
nos han ocurrido en ese mismo trayecto, todo nos parece posible. Seguimos
caminando y una vez que nos aproximamos lo suficiente, dejamos de con-
versar. Todo se vuelve instintivo. Los códigos que intercambiamos son ges-
tos: se disputa una batalla a través de nuestros ritmos. Sin decir una palabra,
los tres coordinamos nuestros ritmos, formando una unidad. Aceleramos el
ritmo. Nuestros pasos se estampan vigorosamente sobre el asfalto. Es como
si todos juntos diésemos un mismo paso a la vez. De esa manera investimos
nuestra marcha de confianza. Esta es nuestra manera instintiva de responder
a este encuentro que nos parece amenazante: no dejar ver señal alguna de
vulnerabilidad, de modo de no parecer una posible víctima. Sentimos que
nuestro ritmo nos protege. Siento mi cuerpo imbuido de adrenalina: una
suerte de vértigo y un voluntarioso deseo de que nada interrumpa nues-
tra trayectoria. Juan Onofre rompe nuestro silencio, justo cuando pasamos
frente a ellos, contando en voz alta una historia absurda sobre un guarén
que había visto andando por el centro de Santiago hace unos días. Reímos
exageradamente pretendiendo ignorar las miradas de los jóvenes. De algu-
na manera les estamos comunicado que no nos intimidan, o al menos eso
buscamos. Una vez que los dejamos atrás, ya unos cuantos metros adelante,
mantenemos el siguiente diálogo:
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Amigo:Yo creo que lo que los frenó fue nuestro ritmo: ¡pa, pa, pa!
Yo: Seguro.
Juan Onofre: Es que eso es bueno, muy bueno. Genial.
Amigo: Así como weones formados.
Juan Onofre: Claro, porque ahora les conviene más agarrar al weón que
va en bicicleta para allá, si es que anduvieran en esa, que anda solo, que es
más viejo.
Amigo: Igual estuvo buena esa weá. Como que nos coordinamos y empeza-
mos a caminar así: ¡pa pa pa!
Yo: Una weá muy animal, yo creo. Ellos eran tres, nosotros somos tres.
Ellos son de aquí...
Amigo: No andamos solos y estamos juntos.
Figura 2. El camino de regreso a casa de Juan Onofre. (Fotograma elaborado por Soledad Martínez).
Rabia
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Caminares, afectividades y etnografía: pasos entre el placer, el miedo y la rabia en Santiago de Chile
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Existe un rico debate acerca de la aplicabilidad del concepto de gentrificación en contextos como
el latinoamericano. Para conocer más detalles, ver Janoschka (2016).
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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Caminares, afectividades y etnografía: pasos entre el placer, el miedo y la rabia en Santiago de Chile
que caminar por ahí era agradable. Mientras hablábamos, ambos comenzaron
a imaginar cómo sería tener una casa ahí. Recuerdo mis propios sentimientos
enfrentados al ver que ellos no sentían una inmediata incomodidad al ver que
hay personas que pueden vivir con tanto siendo que otros viven con tan poco
(tal como el sentimiento que describía sentir Antonio cuando paseaba por
el barrio Italia). En vez de percibir junto a ellos las posibilidades del lugar:
árboles, pasto, vistas de la ciudad, calles sin cableado visible, tranquilidad,
sensación de seguridad (probablemente éramos nosotros la “posible amena-
za”), limpieza, etc., mi caminar tomaba distancia, de alguna manera evitan-
do ser parte de ese lugar que me generaba tantos reparos y una sensación
de inadecuación, ya que al caminar por ahí me era inevitable pensar en otras
áreas de Santiago en las que las personas viven con menos de lo mínimo que
necesitan.
Quizás la emoción de rabia era una reacción muy personal y no se co-
rrespondía con lo que mis participantes sintieron al caminar por esos barrios.
Lo que pude observar en ellos era el estado afectivo de ensoñación y un áni-
mo relajado y alegre. Una de ellas, Rafaela (mujer de 55 años que vive en un
barrio de ingresos económicos medios, pero que al momento de la investiga-
ción atravesaba por severas dificultades económicas), comenzó a hablar sobre
la rabia que podía generar caminar por estos lugares. Pero su comentario era
que ella no sentía ni rabia ni envidia al caminar por ahí. Más bien, se sentía
feliz de que otras personas pudieran vivir en tan buenas condiciones y que,
al final del día, todos sufrimos de alguna manera u otra, y el dinero no puede
comprar la felicidad. Aunque ella no sentía rabia, comprendía que esa sensa-
ción puede aflorar por la magnitud de las diferencias que se perciben, incluso
para una persona que vive en un barrio de ingresos económicos medios como
Ñuñoa. Este comentario de Rafaela me hace pensar que la rabia que sentí no
es tan solo “mi problema”. Sentimientos de rabia tienden a aparecer cuando
se comparan situaciones tan dispares. Esas diferencias afectan la experiencia
de caminar, lo que en mi caso produjo una suerte de distanciamiento y re-
flexión. Creo que trabajar mi propia sensación de rabia me ayudó a explorar
la manera como la experiencia de la desigualdad se construye sensorial y
afectivamente a través de las experiencias que colectamos durante nuestros
recorridos a pie cotidianos.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Pasos de salida
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Caminares, afectividades y etnografía: pasos entre el placer, el miedo y la rabia en Santiago de Chile
quien camina hace eco de los seres y materiales que encuentra al caminar,
ese resonar expresa su propia experiencia y conocimiento de esos espa-
cios. De esta manera, al caminar produce un conocimiento encarnado de
los lugares.
En una ciudad con grandes desigualdades socio-espaciales como Santiago,
conocer las afectividades que emergen al caminar nos enseña sobre la dimen-
sión experiencial de la desigualdad, que a menudo se investiga comparando
índices y midiendo la distribución de ingresos y recursos. En este caso, es el
cuerpo de quien camina el que da cuenta de las desiguales condiciones de la
vida en la ciudad. Los tres casos que he presentado muestran diversas intensi-
dades afectivas que iluminan la intersección entre las prácticas cotidianas del
caminar y la desigualdad urbana: pasos entre el placer, el miedo y la rabia.
La práctica etnográfica requiere de una conciencia afectiva de las situacio-
nes que se viven durante el trabajo de campo, esa no es novedad. El valor de las
historias que he presentado aquí es el de resaltar esa conciencia y, así, ayudar a
generar otras perspectivas para la comprensión de la vida en la ciudad.
Referencias bibliográficas
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EL ARCHIVO, LA FUENTE Y LA ETNOGRAFÍA
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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El archivo, la fuente y la etnografía
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
que tomar para nombrar al pueblo originario que habita algunos sectores de la
Araucanía y más. Araucano, mapuches o mapuche. Dependiendo del período del
que se trate, si escribo mapuche en lugar de araucano, violento la fuente y mi
trabajo bien podría ser juzgado por caer en anacronismos. El problema estriba
en que frente a mí hay un otro que demanda reconocimiento y respeto por su
diferencia cultural. Punto clave en ese asunto es nombrarse, autonombrarse.
En suma, el uso de categorías temporalmente discordantes, junto con
ser uno de los posibles puntos de desencuentro entre antropólogos e histo-
riadores, también entraña el viejo debate acerca de la relación entre inves-
tigador/a y sujeto de estudio. Tal vez ambas aristas se vinculan. Quizás, las
muchas veces que me he sentado en una cocina sureña son las razones por las
cuales me es más fácil violentar la fuente.
Hace casi cuatro décadas, Tilly no solo habló de desencuentros, sino tam-
bién de vías posibles para tender puentes disciplinarios. Su propuesta lleva el
nombre de etnografía retrospectiva. Consiste en un “esfuerzo por reconstituir
un modo de vida mediante los mejores equivalentes históricos de las obser-
vaciones de los/as etnógrafos/as, para luego usar el modo de vida reconsti-
tuido como contexto para la explicación de la acción colectiva” (1978: 210).
Daniel Quiroz (2015) ha desarrollado esta aproximación metodológica en
sus trabajos balleneros recientes.
Hay más caminos. En su trabajo acerca de la relación entre el Estado
chileno y el pueblo mapuche, centrado en la comunidad indígena Nicolás
Ailío, Florencia Mallon cuenta su primer encuentro con Heriberto Ailío
y José Garrido, el presidente y secretario de la comunidad al momento de
realizarse el trabajo de campo. En esa oportunidad, la autora llevaba unas co-
pias de los documentos encontrados en el archivo, las que compartió con los
dirigentes, quienes, a su vez, comentaron “incidente por incidente, agregando
información a lo que había sobre la página” (2004: 22). Finalmente, acor-
daron hacer dialogar los documentos del archivo con la memoria, dado que
este ejercicio podría traer beneficios para ambas partes. Para la comunidad,
podría hacerlos recuperar elementos olvidados de su historia local; para la his-
toriadora “era una oportunidad valiosísima, puesto que el escuchar las voces y
perspectivas de los protagonistas de esta dramática historia, les daba vida a los
documentos polvorientos que había estado rastreando” (Mallon, 2004: 22).
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El archivo, la fuente y la etnografía
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El archivo, la fuente y la etnografía
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1
Se trata de la Congregación de las Hermanas de la Providencia, la Congregación de Hermanas
Maestras de la Santa Cruz, la Congregación de Hermanas Misioneras Catequistas de Boroa y la Congrega-
ción de las Hermanas Franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús de Gengenbach.
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El archivo, la fuente y la etnografía
Referencias bibliográficas
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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VOLVIENDO A LOS “ORÍGENES”: EXPERIENCIA ETNOGRÁFICA
CON ARTESANOS Y ARTESANAS DE CALLE LARGA
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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Volviendo a los “orígenes”: experiencia etnográfica con artesanos y artesanas de Calle Larga
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Volviendo a los “orígenes”: experiencia etnográfica con artesanos y artesanas de Calle Larga
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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Volviendo a los “orígenes”: experiencia etnográfica con artesanos y artesanas de Calle Larga
medio para comprenderlos, pero graficarlas a través de una foto era una
forma de captar su materialidad, su concreción.
Texto etnográfico
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Referencias bibliográficas
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REFLEXIONES CORTAS DE APRENDIZAJE SOBRE LA COMUNIDAD
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Una pausa… tras la despedida de las muchas amigas que hice en el taller, me
dedico a comer un sándwich… luego se continúa hablando de la verticalidad,
de las asambleístas, de los cuidados, del papel de la mujer colocada por el
patriarcalismo… nos hablan como si todas y todos fuéramos madres y padres
sin distinción alguna, y nos preguntan sobre el cuidado de la casa y el reco-
nocimiento que se debe dar a limpiar o cocinar… recuerdo y pienso… qué
hubiera reflexionado Aurelio respecto a la colaboración, respecto a la ayuda
entre las personas para seguir manteniendo el gran cuerpo sano.
Caminando, caminando, qué cansancio… de repente cae una piedra de las altu-
ras del cerro… un escalofrío sube por mi espalda, recuerdo que en anteriores
días casi me cae una piedra, tamaño de una casa, mientras buscaba la señal de
celular… caminos peligrosos.
Aurelio, ¿cómo caminas tanto, por todas partes? Te admiro mucho, yo
ya estoy muriendo en este momento… Aurelio se para y comienza a mirar a
los alrededores… Me mira con ternura y me señala arriba, abajo y los costa-
dos… allí, en ese momento, como si la brisa le hablara al oído, se queda ca-
llado, escucha los pájaros y habla: “Todo tiene vida, es como un cuerpo, como
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Reflexiones cortas de aprendizaje sobre la comunidad
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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Reflexiones cortas de aprendizaje sobre la comunidad
Ya pasó casi un día de que partí de la comunidad leca para dirigirme a la ciu-
dad intermedia de Apolo… Tengo miedo de no conseguir dónde dormir…
de repente una casa a la distancia… una nueva construcción… me encuentro
con los albañiles del lugar, me ven cansada y me invitan a comer y a dormir
esa noche en la construcción.
Estoy muy agradecida, tenía mucha hambre y sed después de caminar varios
kilómetros alimentada de los chocolates que me sobraron del taller… tomando
poca agua y siguiendo a un burro que me indica el camino… amigo burro.
Alisto mi cama para dormir esa noche, utilizo mi mochila de almohada y
agradezco encontrar un lugar donde poder dormir esa noche.
Realmente las poblaciones lecas se encuentran muy lejos… recuerdo
que muchos lecos me indicaban que los doctores no quieren ir a lugares tan
lejanos y que ellos se curan solos.
Dos días a pie… es muy difícil ingresar donde ellas y ellos se encuentran.
-141-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Saco mi libreta y con la poca luz que tengo de la luna y de mi celular que
encendí en ese momento, escribo en el cuaderno de campo: los pobladores
lecos estaban muy felices de mi visita, pocas personas ingresan a esta comu-
nidad, me reciben con alegría y escuchan todo lo que les digo. Me alojan en
la casa de un dirigente y me invitan comida, siempre tan amables. Luego de
comer me veo con uno de los pobladores lecos, me lleva a conocer las plantas
medicinales… es impresionante el conocimiento que tienen de la mayoría de
las plantas de sus alrededores, yo no sabría distinguir una planta de otra…
esta planta sirve para, esta otra planta secada al sol se envuelve en el lugar
fracturado, esta planta con esta flor ayuda a problemas de sangrado, etcétera.
Tantos datos, es difícil escribir caminando dentro de la selva amazónica,
me siento muy cansada… me siguen detallando para qué sirve cada planta y
cada corteza de árbol.
Al retorno comenzamos a hablar de otros temas, de otras poblaciones,
de otras situaciones, y luego comenzamos a reflexionar sobre los aportes de
algunos proyectos: este proyecto de plantas medicinales es necesario porque
no llegan los doctores hasta acá, no quieren entrar, está muy lejos, las plan-
tas, los árboles nos curan. Un conocimiento que estamos perdiendo. Pero
no queremos vender estos conocimientos, con estos nos curamos gratuita-
mente. Los conocimientos que están vendidos son los conocimientos de los
doctores, por eso cobran caro y muchos les tenemos miedo, parece que ha-
blaran en otro idioma. La naturaleza nos cura gratuitamente, las plantas nos
enseñan, los animales nos enseñan y los conocemos, y nosotros no cobramos
por lo que sabemos.
Mientras nos reunimos con las comunidades indígenas de otros países, la au-
toridad de Taypi Cañuhuma conversa conmigo: “Muchas personas aquí no co-
nocen nada de lo que les rodea, señorita, ¿cómo no pueden conocer?, ¿cómo
pueden vivir sin conocer? Por eso tienen problemas, por eso este cambio en
el clima”. La autoridad para de conversar conmigo y se dirige a otro grupo
donde debe trabajar sobre una temática… me pongo a pensar y recuerdo
que, en pasados días, en la comunidad (que se encuentra debajo del nevado)
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Reflexiones cortas de aprendizaje sobre la comunidad
Abril de 2017, en alguna parte del Perú, casi llegando a la frontera con Bolivia
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EL NIÑO EN LA PILETA DEL MONUMENTO A SCHNEIDER (O MUCHOS
RETAZOS PARA UNA ETNOGRAFÍA “FLOTANTE”)1
1
Mis agradecimientos a Daniel Opazo y David Maulén por su guía en mi búsqueda bibliográfica so-
bre el monumento. A Gerardo Mora por esta invitación, que me permitió revisitar una antigua inquietud
etnográfica. A Dominga Ortúzar, por las coincidencias.
2
“El tipo de actitud que el etnógrafo urbano debe mantener en relación con un objeto por definición
inesperado ha sido denominado por Colette Pétonnet, adoptando un concepto tomado del psicoanálisis,
‘observación flotante’, y consiste en mantenerse vacante y disponible, sin fijar la atención en un objeto
preciso sino dejándola ‘flotar’ para que las informaciones penetren sin filtro, sin aprioris, hasta que hagan
su aparición puntos de referencia, convergencias, disyunciones significativas, elocuencias…, de las que el
análisis antropológico pueda proceder luego a descubrir leyes subyacentes” (Delgado, 1999: 49-50). En este
caso, desde luego, se trata de un ejercicio muy acotado, pero que en su intención alude a este tipo de actitud
etnográfica propuesta por Pétonnet y recogida por Delgado.
3
En un guiño-homenaje al proyecto Learning to love you more, de la artista Miranda July.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
4
Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile.
5
Una abreviación a la rápida de la palabra fuente.
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El niño en la pileta del monumento a Schneider (o muchos retazos para una etnografía “flotante”)
El niño
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El niño en la pileta del monumento a Schneider (o muchos retazos para una etnografía “flotante”)
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El niño en la pileta del monumento a Schneider (o muchos retazos para una etnografía “flotante”)
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
6
El escultor se refiere al edificio Costanera Center.
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El niño en la pileta del monumento a Schneider (o muchos retazos para una etnografía “flotante”)
Para algunos es solo un lugar de paso, con una escultura de origen des-
conocido. Este velo me ha llevado a ir por piezas, indagando en su sentido en
antiguos y fragmentados apuntes de clases, en conversaciones aisladas, en los
objetos que deja u olvida la gente en su paso, en niños fugaces ocupando la
pileta, que hoy contiene menos agua y expele un olor a agua estancada muy
leve, perceptible al acercarse a ella. Pienso que también esta es una etnogra-
fía “flotante”, que fija su mirada en aquellos lugares, textos, imágenes hacia
donde algo o alguien habla de este monumento.
En el camino se suman ausencias y preguntas. Un parque truncado. El
niño que no está. La pileta —la improvisada piscina— ya casi sin agua. Qui-
zás hasta el próximo verano. Habrá que volver. Volver, observar y preguntar.
Mirar de lejos
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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El niño en la pileta del monumento a Schneider (o muchos retazos para una etnografía “flotante”)
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
¡Clic!
Los hombres que mantienen el jardín se recortan hacia el fondo con sus
chaquetas naranjas en las afueras de la plazoleta. El sonido de su faena se
hace sentir. Uno de ellos rodea el círculo mayor y enciende los regadores
mientras sostiene su celular (y también una conversación mediante este).
Más tarde hablamos y en este breve cruce de palabras me confirma que
el espacio ha sufrido modificaciones, pero que a su juicio siempre ha sido
“fácil” cruzar. Bueno, pienso más tarde, el que haya sido fácil para él no es
indicativo de la presencia de un semáforo o de un paso de cebra. También me
dice que a la hora que viene no ha observado mucho uso del espacio, sin em-
bargo, no sabe si esto cambiará por las tardes. Antes de emprender camino
de forma definitiva, hablo con un joven que enfilaba por la isla en dirección
hacia Américo Vespucio. No le pregunté su nombre, pero sé que camina
habitualmente por el sector. “El espacio está transformado”, dice mientras
juega con los audífonos. “Antes”, un antes de temporalidad imprecisa, no
había semáforo, el acceso no era tan fácil, por lo que él “llegaba y pasaba
por la calle nomás”. Ello coincide con mi recuerdo. Menciona, además, que
no le llama la atención el monumento. Para él es “una plaza nomás”. Usa el
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El niño en la pileta del monumento a Schneider (o muchos retazos para una etnografía “flotante”)
espacio desde siempre como un lugar de paso, como un atajo. Coincide con
las apreciaciones de algunos transeúntes del pasado, cuando este espacio
lucía tan distinto.
Vuelvo a casa con los recuerdos revueltos y el pensamiento efervescente.
No logro aislar qué me llama más la atención: el monumento, el espa-
cio circundante, la relación de las personas con estos. Están los que pasan
(los que miran) y los que observan. Aquellos que “observan” se vinculan de
otras formas con el monumento, apropiándoselo y completándolo de una
u otra forma con sus propias lecturas, prácticas y usos, como en el caso del
niño bañista o del mimo que busca la sombra. En relación con lo anterior,
la licenciada en Estética Dominga Ortúzar señala que el artista “imaginó
siempre su obra como un constante diálogo con el entorno natural y hu-
mano. Sus palabras reconocen tal afán cuando sostiene que “el hecho de
incorporar la obra plástica al medio urbano representa el cumplimiento de
una permanente aspiración. Es la salida a la calle y a los seres humanos, a
este encuentro tan esperado de tú y yo, a establecer este diálogo que a veces
se asimila al sentido de la vida misma’” (Ortúzar, 1981, en Ortúzar, 2013).
Quizás sea el momento de seguir juntando fragmentos, observaciones y
prácticas, considerando a los habitantes urbanos como (según la interpreta-
ción de Brugnoli, 2011) sujetos activos donde esta obra acontece. Observar en-
tonces tanto a quienes observan como a quienes no. Indagar en los encuentros
y los diálogos. Volver (ahora sí que sí). Veamos si en el transcurso de los años
esta historia/etnografía mínima construida a retazos (textuales, temporales,
biográficos) terminan constituyendo un producto académico. Por lo pronto,
es un lugar donde seguir ensayando, sin presiones de ningún tipo, esa “sensi-
bilidad etnográfica” en torno a un monumento que, por alguna razón, no deja
de removerme desde hace tantos años.
Referencias bibliográficas
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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III
ORGANIZACIONES COOPERATIVAS EN NUNAVIK, ETNIA INUIT.
TERRITORIO ÁRTICO CANADIENSE
1
Este viaje se realizó en el marco de un convenio entre Irecus de la Universidad de Sherbroke y
Proasocia de la Universidad de Chile, un proyecto financiado por ACDI de Canadá, sobre transferencia
de conocimiento y desarrollo tecnológico entre cooperativas de base indígena inuit con cooperativas de
base indígena mapuche y aymara, desarrollado desde 2006. Este proyecto culminó en 2008 a través de
Ciescoop, de la Universidad de Santiago.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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Organizaciones cooperativas en Nunavik, etnia inuit. Territorio ártico canadiense
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Organizaciones cooperativas en Nunavik, etnia inuit. Territorio ártico canadiense
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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Organizaciones cooperativas en Nunavik, etnia inuit. Territorio ártico canadiense
una imagen del ártico, y déjenme decirles que “no”, los inuit no viven en iglús,
sino en casas tipo container equipadas para el frío extremo. En la antigüedad
vivieron en iglús y también construyeron casas con pieles de lobos marinos,
pero eso se usa solo como exhibición turística.
Las casas container brillan con el sol del ocaso del atardecer, cuando
son las 15:30 y aterrizamos en un terreno escampado cubierto de nieve.
Kuujjuaq se encuentra aún más al norte de Kangirsualujjuap Kunga, por
lo que su clima es todavía más extremo, de modo que nos recibe con 10
grados menos. La localidad es pequeña, por lo que una vez que bajamos de
la avioneta es posible llegar caminando a nuestro refugio. Otra opción son
las motos de nieve, dado que los automóviles no pueden circular por las
bajas temperaturas. Al caminar pareciese que no se encontrara ni uno de los
2.500 habitantes de Kuujjuaq; no hay nadie a la vista, tan solo perros sibe-
rianos vienen a nuestro encuentro.
Nuestro refugio es el hotel que administra la Federación de Cooperativas
del Nuevo Quebec, una instalación tipo loft moderna, que recibe a turistas
de todas las nacionalidades y cuenta con comodidades que lo hacen un lugar
confortable y de lujo. Al llegar, nos reciben sus administradores, socios de
la Cooperativa, y nos invitan a pasar a una instalación amplia, luminosa y, lo
mejor, calefaccionada a 23 grados todo el día y toda la noche.
16:30 horas. Anochece en Kuujjuaq. Se levanta a esta hora uno de los
espectáculos naturales más sorprendentes: la aurora boreal. Equipada nue-
vamente con toda la ropa necesaria, salgo del confortable hotel para apre-
ciar aquellos brazos de nubes de colores múltiples danzando al compás de
una armonía casi fantasmal. El viento acompaña su danza con un silbido y
va moviendo estas ondas danzarinas arriba y abajo. Maravillada y sorpren-
dida, activo mi lógica de antropóloga y levanto la hipótesis de que dicho
fenómeno natural tan espectacular debe tener algún correlato en el campo
de creencias y mitología de los inuit. Le comento a Liza mi idea y le pido
que le pregunte a Bobby Snowball si la aurora boreal representa algo sa-
grado para los inuit, a lo que él contesta muy en seco: “Hay cosas que no se
preguntan”. Obviamente hice caso, pero por mi cuenta investigué sobre la
religiosidad inuit, que es de tipo animista y chamanista, cuyas concepciones
sobre el origen del mundo, el hombre y los animales se relacionan con el agua
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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Organizaciones cooperativas en Nunavik, etnia inuit. Territorio ártico canadiense
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Organizaciones cooperativas en Nunavik, etnia inuit. Territorio ártico canadiense
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
señalar que el territorio de Nunavik cuenta con pozos petroleros que abas-
tecen de combustibles a sus habitantes, los cuales también son administrados
por la Federación de Cooperativas.
En la moto de nieve nos adentramos en bosques de pinos totalmente cu-
biertos de nieve y llegamos al campamento, que se levantaba entre árboles ne-
vados. Mi primer pensamiento fue que, si estuve a punto de morir unos días
atrás, acampar en medio de este bosque sería muerte segura. Sin embargo, cuan-
do dispusieron para mí la tienda de campaña, para mi sorpresa la temperatura se
elevaba por sobre los 15 grados en su interior. Un material térmico demasiado
refinado construía la carpa más sofisticada en la cual he alojado en mi vida.
De forma muy hábil, los inuit lograron prender fuego en mitad de la
nieve, alrededor del cual nos sentamos a escuchar cantar a un hombre en
lengua inuktitut. Luego nos retiramos cada uno a su tienda, pues comenzó
a nevar, y pude ver de cerca las cristalinas figuras que forman los copos de
nieve cuando caen. Fue una noche mágica, con fuego, con la aurora boreal
en el cielo, con el silbido del viento y con nieve que aún caía de los altos
pinos alrededor. Miré la luna que se asomaba y pensé que es la misma que
veo yo desde mi casa en Santiago. Tantas realidades distintas bajo el mismo
techo estrellado, pensé.
Por siete días más se extendió mi estadía en Kuujjuaq, en donde logré
“romper el hielo” con los inuit y compartir con personas humildes, bellas,
fuertes, esforzadas, trabajadoras, preocupadas y sobrevivientes a un clima
extremo. Al subir nuevamente a la avioneta que nos regresaría a George
River y luego a Montreal, un grupo de inuit se despidió de forma muy
amable y me entregó bellos obsequios en artesanía de piedra softstone y
cuero de lobo. Me costó mucho decir adiós, en especial porque se dice
“tangeracikamken”.
La vuelta a Chile me costó, pues tuve que pasar de los -30 grados constan-
tes en el ártico, a los 30° de calor de los días de diciembre en Santiago. Mucho
aprendizaje traje conmigo, pero lo que más resuena es que en Santiago paso
frío en los inviernos no porque las temperaturas sean muy bajas, sino porque
yo no estoy lo suficientemente preparada para ello.
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EN TINTA MAYA: ETNOGRAFÍA TURÍSTICA PORYUCATÁNY RIVIERA
MAYA
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
resistencia indígena. Diariamente, las mujeres bajan de los cerros con sus
bordados y tejidos. Venden su ceguera a 20 pesitos mexicanos.
En la plaza de Valladolid, una niña juega con un globo de helio. Viste un
traje de princesa Frozen. Las chanclas que usa son añosas. Eran de su hermana.
¿Hemos llegado a los mismos sitios que cubren América Latina?
Los pueblos han sido desplazados de sus tierras por la industria turística,
Xcaret —nombre robado de un territorio maya—, inventando nuevos pobla-
dos para las personas despojadas, o “marginadas”. Esto nos lo cuenta Ángel,
guía turístico de Chichén Itzá, o Xichén It’zá, en la corrección lingüística rea-
lizada por él. Es la historia de Pisté, cuya población hace 20 años vivía en la
quinta maravilla del mundo, y luego del boom turístico, fueron relocalizados
en la periferia del sitio arqueológico.
Lo sagrado se iguala a una Coca-Cola.
Tras las narrativas zapatistas, estamos frente a un mal gobierno. La priva-
tización de las tierras, como en muchas partes, es salvaje. De ese salvajismo
gringo very much dollar. El USD endurece la palabra, la mirada, la intención.
Corta las relaciones humanas al ser el mediador de ellas.
¿Y dónde estamos nosotras?
Somos tourists, porque tenemos dólar. Y medimos sobre 1,60. Porque
con el cuerpo también entramos a esa categoría.
Estamos enTulum, una playa privada-paradisíaca. Un DJ pone música elec-
trónica de fondo, para asemejar un ambiente chic-lounge. O maya-chic-lounge.
¿Qué dirán las olas?
¿Qué pensará el mar?
Las nubes lo saben,
Al tapar el sol con sus dedos.
Caminamos por la avenida principal de Tulum hacia el sur, sobre la ca-
rretera 307 que comienza en Cancún, centro turístico de México, y finaliza
en Chetumal, capital del estado de Quintana Roo. Es de noche y el ambiente
es húmedo y cálido. A un lado de la ruta, por la ciclovía pedalean principal-
mente turistas.
Ya en el boulevard, distintos bares y discotecas se asoman. En una esquina,
suena una estridente música electrónica. Beben y bailan en la calle, en gran
parte europeos. A una cuadra de distancia, en un estrecho segundo piso lleno
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En tinta maya: etnografía turística por Yucatán y Riviera Maya
de humo, luces y espejos, suena cumbia mexicana, y quienes bailan son jóve-
nes y parejas de chaparros.
Aquí nadie es de acá
Son parte del mosaico
Del error.
Elogio a la indiferencia
Pensar desde este lugar, donde se forjó uno de los imperios más impresio-
nantes del mundo, donde se observó detenidamente la naturaleza, donde se
mantienen retazos de olores, de vida, de música, de colores, de posturas,
hace que se despierten todos tus sentidos, alineándose con todos estos estí-
mulos; tu cuerpo vibra con los mismos sabores y sonidos que sintieron miles
de mujeres pertenecientes a estas tierras mesoamericanas.
Pero este mundo inmerso en la historia e identidad mexicana se entre-
mezcla con los millones de turistas que llegan al año a visitar las playas de are-
na blanca y los sitios que develan los miles de años de historia del continente.
Tal como señalan Comaroff y Comaroff (2012), los herederos vivos de un
patrimonio identitario reivindican su identidad como propiedad, y proceden a
administrar con medios empresariales, crean con ella una marca y la venden
bajo formas reconocidas y occidentalmente consumibles.
Lo maya no solo se muestra en las imponentes pirámides, sino que estas
están repletas de vendedores —también mayas— que nos ofrecen constan-
temente souvenirs: calaveras pequeñas de colores, pirámides en miniatura,
tortugas hechas con obsidiana, poleras con el calendario maya, aros, col-
gantes, máscaras, y tantos otros objetos que hacen alusión a este imaginario
ancestral-prehistórico.
Pero hay una barrera. Hay un ser maya que se esconde debajo de lo que
se quiere vender como lo que es ser maya. La identidad a partir del turismo
se convierte en un bien transable, y a la vez en una máscara. Hay algo que
se quiere mostrar, pero también hay un secreto al que nunca se accederá
con dólares. Las prácticas culturales (re)creadas para la actividad turística
no tienen solamente un valor de cambio dentro de las comunidades, sino
que estas comunidades, al representar su identidad —objetivando su propia
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Referencias bibliográficas
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PICHÓN DE ÓLOGO PAMPA
El escenario
Llegué a Lihue Calel después de pasar la noche tomando cerveza con Javier.
Está por partir a Venezuela, tal vez venga a visitarme. Fue extraño llegar,
estaba cansado y no me sentí bienvenido por la gente del parque. Desayuné
salamín con pan que compré en la ruta y dormí una siesta. Cuando desperté
fui al baño varias veces. Tiré el salamín. El resto del día fue lidiar con la an-
gustia. El calor es insoportable, la soledad casi total.
Por la tarde conversé con Juanita Talia en Puelches. Cuando volví ha-
ciendo dedo, Luis, un camionero que me llevó, me dijo: “Mañana habrá
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
viento, mirá atrás cómo está de rojo el cielo. Cuando está así de rojo es
porque habrá viento”. Esa noche casi se me vuela la carpa. Pero antes de
acostarme hallé paz haciendo fuego, asando carne, tomando vino y fuman-
do tabaco. Dormí bien salvo por el ngürü que me rasguñaba la carpa y el
viento.
Escribo en la estación de servicio que se encuentra en la ruta al borde
del parque. Almuerzo un sándwich de milanesa. 12:30 del mediodía. Camino
entre las sierras de Lihue hacia el parque. Está nublado, cayeron un par de
gotas, corre brisa fresca. Se descansa un poco del calor. Estado anímico: paz
interior mezclada con melancolía. De pronto huelo. Huelo tierra húmeda,
pasto, fuego y carne asada a lo lejos.
Por la tarde conocí a Crisanto, un hombre que nació y vivió siempre
en la zona. Primer informante clave contactado. Me dijo que vaya a charlar
cuando quiera.
18:30 h. No pasa nadie por la ruta para ir a Puelches.
Es extraño. De día parece un pueblo fantasma, todos se refugian en sus
casas. Pero cuando comienza a caer el sol Puelches se despierta. Por el calor,
la gente vive de noche, sacan sus sillas a la vereda y conversan, los negocios
abren de noche, todo ocurre de noche.
Ceno una picada con sidra con Juanita Talia y Nora, exdirectora de la
escuela. Nora conoció a mi papá como pediatra en Santa Rosa. Contó que
una vez le llevaron a su nieta porque había comido un kilo de uvas. Las dos
me contaron sobre conflictos y divisiones políticas en el pueblo. Luego salgo
a caminar.
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Pichón de ólogo pampa
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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EL ACCIDENTE1
Como era habitual al inicio del año académico, los coi (“coinvestigadores”)
del proyecto Fondecyt 1130431 nos reunimos con José Luis Martínez, el IR
(“Inka Rey” o “investigador responsable”), para conversar avances, pendientes
e inflexiones. Entre estas últimas se contaba un encuentro que él había tenido
en el MUSEF2 de La Paz, Bolivia, cuando acudió a hacer registro de kerus.
En esa ocasión, José Luis conoció a Andrea Goytia, arqueóloga que había
visitado una comunidad donde, actualmente, viven kerus coloniales. El lugar
se llama Soraga, es un ayllu ubicado en el margen sur del departamento de
Oruro, en plena puna seca. Mi comprensión de que los kerus viven surgió con
1
El trozo de vida aquí presentado se desenvolvió al alero del proyecto fondecyt 1130431, “Sistemas
andinos de registro y de comunicación y semiosis andina colonial”. Agradezco a Daniel Quiroz y Alejandra
Rässe, quienes me motivaron a escribir (sobre) estos hechos (y también respecto de otros en el pasado).
Una primera versión de esta narración la recibió Koen de Munter. Otra versión, casi final, llegó a Soledad
Martínez.
2
Museo Nacional de Etnografía y Folklore (www.musef.org.bo).
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
vasos de madera que fueron hechos a partir del siglo xvi, con preciosas es-
cenas en las que se relataron visualmente algunos antiguos mitos fundacio-
nales del Tawantinsuyu, o se pintaron momentos de la rebelión de Manqho
Inka contra el dominio español, plantean con fuerza el tema de cómo las
sociedades andinas coloniales se vieron obligadas a repensarse y represen-
tarse, construyendo nuevos relatos acerca de su pasado y elaborando nue-
vas memorias acerca de ellos mismos (Martínez, 2013: 556).
Ese mismo año regresamos con Andrea para conocer la participación de los
kerus en la fiesta de la Virgen del Rosario, la cual quedó parcialmente descrita
3
Yo escribía /qero/, a la usanza propia de los estudios andinos. Pero en Soraga me dijeron que allí
era /keru/, que la otra denominación la reconocían como propia de “lugares más quechua”. Por eso esta
etnografía habla de kerus.
-182-
El accidente
Ese verano, con cuatro años de edad, Niñalobo me acompañó a terreno. Fue
nuestro primer viaje a solas, en el cual forjamos una lealtad y una complici-
dad mutuas que persisten hasta hoy.
Para ella, la Puna pasó a ser un lugar-en-su-mundo, tal como lo era para
mí desde mis primeros mochileos por Atacama. Su recuerdo más presente:
cada tarde llevaba las ovejas al monte con una amiga que conoció en la escuela
de Soraga.
No ha sido fácil embarcar a Lady Eboshi en este viaje. Para mí, es el último
terreno que haré dentro del proyecto Fondecyt 1130431. Tal vez no pueda
volver en mucho tiempo a la Puna y me parece una buena oportunidad
para compartir con mi familia una de mis mayores pasiones. Niñalobo ansía
rehacer el recorrido Santiago-Soraga, pero esta vez junto a su mamá y a su
4
Personajes protagónicos de algunas de las películas favoritas de Niñalobo por ese entonces.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
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El accidente
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
y la tomé en upa. Revisé su cabeza y encontré una herida de casi una pulgada
de extensión, aparentemente superficial. La acogí en mi pecho y su sangre
cubrió mis brazos.
Lady Eboshi estaba parada dentro del auto, asomada por la ventana por
donde debe haber salido volando el huevito. Le mostré a la bebé, que lloraba
a gritos, y le dije que estaría bien, que no era grave.Yo estaba tranquilo, pare-
cía un accidente aparatoso, pero sin consecuencias vitales.
Pronto aparecieron otros vehículos llenos de muchas personas preocu-
padas por nosotros. Me regalaron un sombrero para la wawa. Ayudaron a
Niñalobo y a Andrea a salir del carro. Llamaron a la ambulancia y a la policía.
Noté que Niñalobo estaba recogiendo nuestras cosas junto a otros ni-
ños.Todo nuestro equipaje (ropa, dispositivos, etcétera) estaba desperdigado.
Cabe señalar que no perdimos ningún objeto, aunque varias cosas se dañaron,
en particular el violín de Niñalobo.
A ratos Niñalobo daba palabras de aliento a Andrea y se asomaba a mirar
a su mamá. Lady Eboshi balbuceaba incoherencias, su rostro estaba sudoroso
y su cuerpo, casi inerte, ahora yacía enroscado al fondo del vehículo. En ese
momento sentí miedo. Miedo de su muerte.
Un policía preguntó quién iba manejando. Me presenté ante él y le en-
tregué mis documentos. Al guardar la billetera tomé mi teléfono. Mandé un
mensaje de audio a Paula Martínez, amiga y también coi del proyecto, para
que en Santiago se enteraran de los sucesos.
De una camioneta, mitad ambulancia mitad carro de bomberos, bajó
una paramédico que se hizo cargo de mi wawa mientras un par de bomberos
intentaban sacar a Lady Eboshi del auto. Después de varios intentos lo logra-
ron tras arrancar a palancazos la puerta trasera.
Ambas fueron llevadas en la camioneta ambulancia/bomberos en direc-
ción a Oruro. No supe hacia dónde iban con exactitud, ni si Lady Eboshi tenía
conciencia de lo que estaba pasando. Miedo ante esa incertidumbre.
Enormes nubes grises abarcaron súbitamente el paisaje. Un fuerte viento
comenzó a azotarnos con pequeñas gotas de agua. Niñalobo se acercó a de-
cirme: “El viento y la lluvia vienen a celebrar la vida”.
La emoción cedió el turno a una preocupación: ¿Qué haría con todo el
equipaje? Los policías ofrecieron llevarnos junto a nuestros bártulos en una
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El accidente
de sus camionetas. Nos subimos al vehículo policial justo antes de que llegara
la prensa. Mientras hacían tomas del vehículo siniestrado, uno de los policías
contó una historia a los corresponsales.
Luego, el policía se subió apresurado por la lluvia, que ahora comenzaba
a tomar cuerpo.
Niñalobo: “Papá, quiero llorar”.
La abracé con fuerza.
Yo: “Llora todo lo que quieras”.
Niñalobo: “Ahora no puedo, mi hermanita va camino al hospital y tengo
que ayudarla”.
Cerró los ojos y comenzó a conversar con la bebé. Le explicó —como
suele hacerlo— todo lo que había pasado y lo que ella creía que podía pasar.
Sentí un dolor emotivo carcomiendo mi pecho.
La tomé en brazos para que pudiéramos caber todos y, mientras la poli-
cía me hacía gentiles preguntas sobre nuestro itinerario y destino, Niñalobo
comenzó a vomitar. Ya le había pasado por la mañana y no era raro que le
sucediera en viajes largos en automóvil.
Pedí a la policía que nos llevara hasta un hotel céntrico que ya conocía,
y así lo hicieron. Nos ayudaron a bajar todo y los dependientes del hotel nos
recibieron sin preguntar detalles.
Uno de los policías me dijo que debíamos “hacer algunos trámites, pero
sin la niña”. Lo conversé con Niñalobo y le pedí a Andrea que se quedara
acompañándola en el hotel.
Volví a la camioneta policial, pero su atmósfera había cambiado. Los poli-
cías ya no eran gentiles. Me dijeron que debía hacer desaparecer el carro para
que no existiera delito. Que si había delito yo me iría preso “y usted ya sabe
cómo quieren a los chilenos por acá”. Me dijeron que ellos podían ayudarme
a hacer desaparecer el auto, que podrían hacerlo por U$6.000, una cifra que
para un académico chileno como yo no debiera ser muy alta, sobre todo con-
siderando que mi familia estaba en riesgo.
Mientras me hablaban comenzaron a dar vueltas trazando una espiral
sobre el mapa de Oruro, avanzando hacia el sector sur de la ciudad. Las líneas
férreas y la Virgen del Socavón fueron las referencias a las que presté atención
para ubicarme.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Les insistí, varias veces, en que yo no disponía de esa cifra y que solo
deseaba conocer el diagnóstico de mis familiares heridos. Ellos insistieron en
su propuesta tantas veces como las que me negué.
Sentí que nos acercábamos al centro y volvimos a pasar sobre la línea férrea,
esta vez en dirección hacia la Virgen. Un par de cuadras después nos detuvimos
frente a un recinto hospitalario. Clínica Cristo Rey, se leía afuera. “Aquí está su
familia”, me dijeron con voz parca. Ellos se dirigieron a la recepción a pregun-
tar si habían llegado una madre con su hija heridas. No me detuve a esperar la
respuesta. Caminé por el pasillo que desembocaba en la recepción, buscándolas.
Rápidamente reconocí el llanto de mi wawa. Entré a una salita sin mi-
rar los carteles que rotulaban la puerta. Allí estaba, sentada sobre una cami-
lla con un esparadrapo y una gasa ensangrentadas a modo de espeluznante
moño. Al verme dejó de llorar, me ofreció sus brazos y se durmió apenas la
acurruqué entre los míos.
Pregunté por Lady Eboshi. Me dijeron que estaba en Rayos y que estaba
consciente. Asumí, como un trago amargo, que esa información constituía
un buen indicio.
El médico me preguntó si la bebé había perdido la conciencia o había
vomitado luego del accidente. Le dije que no y le conté rápidamente lo suce-
dido. Mientras hacía esto pude darme cuenta de que, tras el vidrio catedral de
la ventana que daba a la sala de espera, dos siluetas de policía me esperaban.
El médico los hizo entrar y les explicó que yo debía quedarme, pues
a la bebé debían practicarle exámenes que requerían del consentimiento y
presencia de uno de los padres, y que la madre no estaba en condiciones de
hacerlo. Los policías abandonaron la sala con gesto contrariado.
Entonces el médico me explicó que, como yo era responsable de un
accidente vehicular donde resultaron personas lesionadas, debía permanecer
detenido hasta que el juez resolviera mi situación. Pero, dado que la policía
no me había llevado de inmediato a la comisaría, entonces ahora ellos debían
esperar la orden del juez para tomarme preso. Además, me advirtió que in-
tentarían obtener dinero de cualquier manera.
Luego me explicó que debían anestesiar a la bebé para hacerle una reso-
nancia magnética con el objetivo de “descartar”. Suelo pensar que la medicina
corre demasiados riesgos para descartar otros, pero decidí seguir adelante.
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El accidente
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Daba una sensación rara el oír cómo cada cual contaba con lujos de deta-
lles, las sacadas de mierdas que propinaron a cuanta persona que cayó en
la oficina, por contravenciones graves como gritar desaforadamente en vía
pública, no querer pagar la cuenta de una pensión, dormir en la calle, ser
denunciado como ladrón, peleas callejeras, prostitución clandestina en la
Condehuyo, sospecha de robo y otros delitos menores, de los cuales se
sacó nomás tajada, para que cada uno sea valorado por el servicio prestado
cuidando el bienestar de la gente (2005: 48).
Alcancé a avanzar unos pocos pasos sobre Velasco cuando divisé de reojo
que la camioneta se acercaba a baja velocidad, con un tipo asomado por la
ventana del copiloto.
—Hola, amigo. ¿Se acuerda de nosotros? Somos los que lo ayudamos en
la carretera. Venga, suba. Tenemos que seguir conversando.
—No puedo, tengo que comprar pañales para mi wawa.
—Nosotros sabemos dónde venden.
—No, si aquí cerquita hay un lugar, no se preocupe.
—Es que usted nos preocupa, amigo. Nos preocupa usted y su familia.
Me di cuenta (¿o recordé?) que Velasco era una calle de doble sentido
vehicular hasta mitad de cuadra. En ese punto el vehículo debería detenerse
o virar a la izquierda. Justo allí había un pequeño boliche que destacaba por
la luz que escapaba a través de la ventanilla de la pequeña puerta. Entré al
boliche. Saludé al dependiente. Miré apresuradamente las existencias del
local y volví a salir. La camioneta había doblado a la izquierda y estaba de-
tenida a media cuadra. ¿Se habrán bajado? ¿Me estarán observando? Apuré
el tranco por Velasco hacia el Mercado Central, comencé a sentirme perse-
guido y expuesto. Me puse a conejear por pequeñas callejuelas tratando de
llegar a la plaza 10 de Febrero. La Virgen del Socavón, iluminada sobre el
cerro, orientaba mis pasos mientras yo trataba de disimular mi caminar en
una noche no tan oscura como hubiera querido.
Llegué al hotel. Me recibieron con atención y cariño. Nuestro equipaje
estaba dispuesto en una cómoda habitación. Tomé agua, pasé al baño, empa-
qué lo que pudiera servir y volví a la calle. Esta vez hice otra ruta, para evadir
y para conocer.
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El accidente
21 de diciembre, Oruro
Al día siguiente Niñalobo cayó enferma del estómago, con fiebre alta y desva-
ríos. Lady Eboshi respondía bien a los tratamientos, pero todo sería más lento
y largo de lo esperado. Por otro lado, los médicos se sorprendieron al ver a
la wawa dando pasos firmes entre una camilla y otra rumbo a la puerta de la
habitación. Con Lady Eboshi comentamos que quería escapar para encontrar
una familia que sí la supiera cuidar.
Al mediodía comenzó a llegar ayuda. El cónsul envió apoyo financiero
desde La Paz y varias amistades iniciaron gestiones para contener el tema
policial. En lo práctico, pasé ese día dándole comida en la boca a toda mi fa-
milia y frecuentando la farmacia de la esquina para comprar insumos clínicos.
Entre medio recordé que no había comido nada después del volcamiento. Me
alimenté y me duché.
Esa tarde entró a nuestra habitación “un ángel”, como habría dicho mi
mamá. Una persona a quien admiro mucho había enviado a una entrañable
amistad suya para protegernos.Y así sucedió.
24 de diciembre
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Navidad
Amaru gaiden
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El accidente
Jueves 29 de diciembre
Fuimos con Niñalobo al Mercado de las Brujas a buscar una mesa. Es decir,
fuimos a buscar una ofrenda para (r)establecer una relación con “seres tute-
lares” por medio de un “pago”, el cual puede incluir “objetos confecciona-
dos a base de azúcar y cigarrillos; figurillas representacionales en miniatura;
conchas marinas y otros elementos minerales; y confeti y challas de colores;
entre otros (...) seleccionados de acuerdo al gusto y la identidad del desti-
natario de la ofrenda, generando una composición que resulta atractiva a sus
comensales”, quienes la consumen “a través de su quema o entierro directo”
(Mansilla, 2016: 198).
Le pedí a Niñalobo que escogiera a quién pedirla, y así lo hizo. La señora
escuchó atentamente nuestra historia y armó una mesa frente a nosotros,
mientras nos iba contando el sentido de cada parte de la misma. Además,
señaló que debíamos quemarla un martes o un viernes, en el lugar del ac-
cidente.
5
Como cada vez que se trata de criaturas andinas, agradezco a la investigadora Carla Díaz por darme
las claves necesarias para encontrar estas referencias.
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Volver al lugar
Cuando la señora del Mercado de las Brujas dijo que debíamos quemar la
mesa en el lugar del accidente, recordé una etnografía que leí hace algunos
años donde se narraba el caso de una señora que murió pues no pudo volver
a un lugar de cierto bosque en el que había contraído un mal. No me atreví a
buscar bibliografía en ese momento. Hoy consigno algunas de las referencias
que encontré mientras elaboraba esta etnografía mínima:
Agarrado por la tierra (Oraken catjata, hallpa hapisqan). Este mal ocurre
cuando una persona (...) tropieza con el suelo (...). El paciente debe co-
mer la tierra del lugar donde perdió su alma (Cuadro, 2008: 9, negritas y
cursivas en el original).
Isluga, Tarapacá, Norte Grande de Chile
El assustu es provocado por las almas de los muertos, son ellas quienes lo
originan y es a ellas a quienes se puede restituir. Para hacerlo, y curarse,
se necesita regresar al lugar donde se padeció el trauma y “revolcarse en el
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El accidente
piso según ritmos prescritos, a menudo dibujando una cruz con el cuerpo y
recitando una fórmula de restitución del mal”. (Gallini, 1992, en Castaldo,
2004: 53, cursivas y comillas en el original).
Isla de Cerdeña, Italia
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
No llores, papi,
deja que la pena
se la lleve el fuego,
el humo,
el viento.
Te perdono.
(Notas de campo)
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El accidente
daños causados, sino que lo tipificaron como uno mucho más grave: “homici-
dio y lesiones graves y gravísimas” (art. 261)6, lo que implicaría mi detención
inmediata y me expondría a la pena de reclusión.
Ante las circunstancias familiares, acepté la recomendación de que re-
gresáramos a Chile. Una vez en Santiago terminé de volcarme por dentro y
comenzó otra parte de la historia.
Fracturas óseas antes no detectadas, dolores corporales, cicatrizacio-
nes, rehabilitación kinesiológica, temores inexplicables, desorientación es-
pacial, problemas para redactar, ahogos repentinos, deudas impagables y
proyectos suspendidos o ralentizados comenzaron a repletar mi existencia.
Todo lo anterior, enmadejado con una vida familiar más intensa y un coti-
diano extradoméstico que pareció continuar sin enterarse de lo que estaba
pasando.
6
Para conocer más sobre el artículo N° 261 del Código Penal y las implicancias de su aplicación,
recomiendo consultar el proyecto de grado de Quiroga (2017).
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Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
Referencias bibliográficas
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La vida del investigador es parte de y transcurre tal como la vida de los
lugares en los que trabaja. El método y la investigación no están por encima de
nuestras condiciones, aunque a veces así pareciera por efecto de nuestras escrituras
y actitudes. La etnografía nunca es aparte de la vida.
Soledad Martínez
PARTICIPAN EN ESTE VOLUMEN
-201-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
-202-
Participan en este volumen
-203-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
-204-
Participan en este volumen
como asistente de investigación del Centro UC Desarrollo Local (Campus Villarrica, PUC)
y docente colaborador en los Departamentos de Geografía y Antropología de la Universidad
Alberto Hurtado. Se dedica a temas de devastación, paisajes culturales, religiosidad popular,
memorias socioecológicas y documental etnográfico.
-205-
Etnografías Mínimas II. Del antrodevagos a los caminos de la vida
-206-
Se terminó de imprimir esta primera edición,
de trescientos ejemplares, en el mes de octubre de 2020
en Andros Impresores.
Santiago de Chile.