Eres Un Robot - Guia de Autoayud - Manuel Triguero
Eres Un Robot - Guia de Autoayud - Manuel Triguero
Eres Un Robot - Guia de Autoayud - Manuel Triguero
UN
ROBOT
Guía de autoayuda
y desarrollo personal
MANUEL TRIGUERO
Primera edición: agosto de 2019
Título: ERES UN ROBOT
Diseño de portada: Mónica Gallart
Copyright © 2019 Manuel Triguero
Todos los derechos reservados.
A mi familia.
A los amigos que tuve.
A los libros que leí…
Índice
Introducción
1. La mente
2. Los pensamientos
3. La programación mental
4. Los hábitos
5. La influencia externa
6. Las experiencias pasadas
7. El conocimiento de uno mismo
8. Quiénes somos
9. La coherencia
10. El mundo interior
11. La observación
12. El foco de atención
13. La quietud
14. Las relaciones
15. El control
16. El cambio
ACERCA DEL AUTOR
Introducción
En cierto periodo de mi vida llegué a experimentar un vacío de tal magnitud que no me afectaba nada de
lo que ocurría a mi alrededor. Me había aislado tanto, tratando de evitar cualquier estímulo externo que
pudiera dañarme, que mi vida se tornó insípida, sin un objetivo claro, sin un propósito aparente. Solo me
limitaba a deambular y a esperar que pasaran los días eternos sin ningún otro afán que seguir
manteniéndome vivo a la espera de que algo interesante sucediera, algo que pudiera impulsarme a
cambiar, a transformar mi vida en algo distinto de lo que había sido hasta ese momento.
En muchas ocasiones sabía que no era yo, no me reconocía en mis conductas. No me sentía a gusto
conmigo mismo cuando algunas veces hacía cosas de las que luego me arrepentía. Me comportaba como
si fuera un robot siguiendo una programación mental que me había creado repitiendo siempre lo mismo.
A pesar de todo ello aún me quedaba una carta a mi favor: siempre he sentido una enorme curiosidad
por el funcionamiento mental del ser humano y por todo lo que guarda relación con su comportamiento.
Constantemente me he preguntado por qué una persona actúa de una determinada manera; por las
causas que hay detrás de todo cuanto sucede.
Llegar a comprender todo esto, de alguna forma, es entenderme a mí mismo, cómo soy yo; aunque haya
diferencias entre nosotros en cuanto a la forma de actuar o de sentir, en muchos aspectos somos iguales.
Por lo que después de largos años de vagar en la incertidumbre, sentí la necesidad de descubrir lo que
de verdad importa: encontrar la finalidad para la que vine a este mundo, hallar el propósito y aquello que
hiciera sentirme yo mismo en todo momento, bajo cualquier circunstancia.
Empecé a indagar en mi propio interior, y a medida que avanzó el tiempo no solo fui descubriendo cuál
era ese propósito, también tuve la oportunidad de averiguar que había un mundo infinito y con una
riqueza increíble dentro de mí. Llegué a un punto en que tuve la convicción de que ese mundo siempre
estuvo ahí, aguardándome, esperando que lo despertara y tomara conciencia de su existencia.
Nunca pude imaginar que por una cuestión de necesidad (llegué a una situación en la que ya no podía
seguir viviendo más conmigo mismo), encontrara en ese mundo todo un universo lleno de posibilidades
incalculables, y menos aún que me descubriera a mí mismo a través del silencio.
Enseguida entendí que desde ahí podía transformarme, controlar de cierta forma mi mente a través del
pensamiento, mediante mi propia observación. Comprendí que tan solo tenía que dejarme arrastrar por la
quietud y fijar mi mirada en ese mundo compuesto de imágenes y emociones que se hallaba dentro.
Gracias a ello descubrí que la mente es el bien más preciado que tenemos, que parte de lo que soy es el
fruto de lo que he pensado acerca de todo lo que me ha acontecido, que la calidad de los pensamientos
influye en lo que acabamos siendo, y que el conocimiento de uno mismo puede cambiar el propio enfoque
de los hechos que sucedieron en el pasado, de los recuerdos que se tienen sobre lo que se ha vivido.
De todo esto, y del resto de cosas que aprendí a través de aquel ejercicio de autoconocimiento al que
me vi obligado por la necesidad de encontrarme a mí mismo, trata este libro.
Tuve el acierto de ir recopilando en unas notas el contenido de todo aquello que descubrí sobre mi
propio mundo interior. En ellas están recogidas las conclusiones a las que llegué en aquellos momentos de
meditación.
Nunca he sentido una paz interior igual que la que experimenté cuando en aquellos instantes me
encontraba a solas conmigo mismo. Fue como acceder a una sabiduría universal que me hizo ser
consciente de que todo aquello que pensaba sobre mí era tan solo una invención del pensamiento.
1. La mente
Nuestra mente es una herramienta imprescindible para nuestra supervivencia y desarrollo en el entorno
en que vivimos. Gracias a ella podemos desarrollar todo nuestro potencial: todas aquellas cualidades que
poseemos y que en muchas ocasiones no somos conscientes de ellas.
Es el bien más preciado que tenemos, por ello nuestra principal preocupación debería ser llegar a un
conocimiento de su funcionamiento, saber los elementos más importantes que la componen, pues
dependiendo de cómo la empleemos así será nuestro transcurrir por la vida en todos los sentidos.
Si bien, no solo sería suficiente conocer los principales componentes que la forman, también es
necesario alcanzar la sabiduría adecuada para saber emplearla y sacar todo su potencial oculto.
Para ello se requiere una constante curiosidad y búsqueda de información que puedan ir aclarándonos
las dudas y aquellas lagunas que en la mayoría de los casos tenemos sobre algunos aspectos que son
claves y que rigen la vida mental.
Por todo ello, habría que decir en primer lugar que la mente está compuesta por una parte inconsciente
y otra consciente. La parte inconsciente abarca aproximadamente el 95% del total, y el resto lo constituye
la parte consciente. Esto explica que la mayor parte del día actuemos como un robot, de una forma
inconsciente, y que el resto del tiempo en el que somos conscientes sea muy escaso.
Es lo que provoca también que existan diferencias entre nosotros en cuanto al modo de enfrentarnos a
la realidad: si lo hacemos de una forma consciente o en cambio actuamos sobre ella como si fuéramos
autómatas, actuando de manera inconsciente la mayor parte del tiempo.
Si el modo de estar ante esa realidad que nos rodea es consciente, todo cuanto provenga del exterior
nos ayudará a ser mejores de lo que somos, a desarrollarnos de una forma más plena y completa. Si
tratamos de permanecer conscientes todo lo que nos sea posible, percibiremos la mayor parte de los
detalles que en muchas ocasiones nos pasan desapercibidos, tanto en el entorno que nos rodea como
dentro de nuestro propio interior. Estaremos más atentos a todo cuanto nos pueda afectar de una forma
directa. Sabremos incluso anticiparnos a las consecuencias que acarrea seguir un determinado impulso o
pensamiento, pues estos están en la base de toda conducta.
En cambio, cuando vivimos de un modo inconsciente nos dejamos arrastrar por toda una serie de
procesos automáticos que nos hemos programado previamente a base de repeticiones de conducta. De
este modo dejamos que sea nuestro propio inconsciente el que nos controle y se haga con el mando
absoluto de nuestras vidas, dirigiéndonos a su gusto y según le convenga.
Y es que la mente, habitualmente, nos dirige allí donde ella quiere sin que nosotros seamos muy
conscientes de ello. Simplemente nos dejamos arrastrar por los impulsos inconscientes y automáticos y
por toda una serie de pensamientos repetitivos que afloran a nuestra conciencia en forma de imágenes.
Dejamos que ellos sean los que nos conduzcan y nos guíen sin apenas plantearnos a dónde nos dirigen,
qué finalidad tienen nuestros hábitos y conductas monótonas que se repiten una y otra vez creando una
programación mental que nos atrapa y nos obliga a actuar siempre de la misma manera.
Tratar de comprender la mente, por tanto, nos ayuda a entender mucho mejor cómo es nuestro
funcionamiento interno, cómo trabaja nuestro inconsciente y aflora su contenido a nuestra conciencia; y
cómo esta presta atención a dichas imágenes que circulan interminablemente y de forma repetida dando
preponderancia a unas y desechando otras no otorgándoles tanta atención.
Del mismo modo, conocer todo este sistema, ser consciente de lo que ocurre, nos proporciona una
herramienta de gran utilidad para controlar nuestros pensamientos y conductas, pues estos mecanismos
son los que están en la base de nuestros comportamientos y hábitos. Comprender cómo funciona nos
ayuda a entendernos a nosotros mismos, a ser más conscientes de nuestras reacciones.
El conocimiento del funcionamiento de nuestra propia mente nos ayuda del mismo modo a tener un
mayor dominio de nuestros impulsos más inconscientes y automáticos. Conociendo nuestro mecanismo
mental podemos llegar al control no solo de nosotros mismos sino también de muchas cosas que suceden
a nuestro alrededor.
LA MEMORIA
Tenemos en nuestro cerebro una capacidad a través de la cual vamos almacenando la información que
recibimos, que percibimos en nuestra experiencia con el mundo.
Esta capacidad es nuestra memoria, que nos permite recoger todas aquellas experiencias vividas; así
como toda la información a la que accedemos diariamente y otros datos, también percibidos por nuestros
sentidos, de los cuales apenas nos percatamos de que están siendo observados pero que nuestro sistema
perceptivo también está captando y almacenando, aunque nosotros no seamos muy conscientes de ello.
En realidad, el contenido con el que se nutre nuestra memoria está basado en todo aquello que hemos
percibido del exterior, de nuestro contacto con el mundo a través de nuestros sentidos, a través de la
percepción. No hay nada en nuestra memoria que no hayamos visto antes, que no hayamos sentido.
Cuando observamos ese contenido, en forma de imágenes y pensamientos, nos damos cuenta de que
toda esa información tiene que ver con nuestro pasado. Es un conocimiento que surge de nuestra
memoria y pertenece a lo que hemos observado, a las experiencias que hemos vivido; así como hayan sido
estas experiencias también serán los pensamientos y las imágenes que fluyan a nuestra conciencia
posteriormente.
La información que adquirimos del exterior queda almacenada en ella, de forma que estará ahí para
cuando la necesitemos. Esta surgirá cuando nos encontremos ante una situación parecida y requiramos
dicha información para poder solventar las dificultades que lleve aparejada la situación a la que nos
enfrentemos.
Todo ese bagaje de datos se mantendrá en nuestra memoria a la espera de ser utilizado. Simplemente,
en un momento determinado, estaremos en una situación relajada, sin atender a demasiados estímulos, y
de repente nos encontraremos con una información sin que la hayamos buscado. Aparecerá, permanecerá
un tiempo limitado y luego se desvanecerá.
A veces, esos contenidos almacenados se mostrarán de forma automática, sin que hagamos un gran
esfuerzo por traerlos a nuestra conciencia; en otros casos, serán contenidos que aflorarán, se harán
visibles, porque nosotros los hayamos buscado, porque nos hayamos preguntado una serie de cuestiones a
través de las cuales esa información aparece, se hace consciente, para que podamos disponer de ella en
esos casos en los que la necesitamos.
De todo el material existente, nuestra memoria selecciona aquel que resulta más significativo. Cuando
la utilizamos a largo plazo y nos disponemos a rememorar cosas del pasado lejano, lo que viene con mayor
facilidad a nuestro recuerdo tiene que ver con aquello que resultó en su día significativo para nosotros,
que causó tal impacto que después de muchos años aún seguimos recordándolo como si fuera el primer
día.
Y es que la información que allí se encuentra tiene que ver con datos que para nosotros son relevantes
de alguna manera; es una clase de información ligada a emociones. Todo aquello que tenga un
componente emocional se queda grabado a fuego en nuestra mente. Y luego aparece de forma
automática, inesperada, en nuestra conciencia. Si lo hace de una manera repetida, al final nos lleva a la
acción, pues esta no es más que el resultado de pensamientos que se repiten una y otra vez en periodos
muy constantes.
Por tanto, aquello que recordamos con más asiduidad está relacionado con acontecimientos que en su
día tuvieron una fuerte carga emocional para nosotros, de modo que no podemos olvidarlo con facilidad, y
ello hace que se repita en nuestra conciencia de forma repetida, casi sin que nos demos cuenta.
Si te fijas, al principio, cuando te quedas inmóvil, sin hacer nada, las primeras ideas que te invaden
tienen que ver con aquello que has hecho recientemente. Compruebas cómo esas ideas se repiten una y
otra vez, incesantemente. En el caso de que continúes detenido sin permitir que esas primeras ideas te
lleven a la acción, aparecerán pensamientos que tienen que ver con acontecimientos algo más lejanos en
el tiempo. Estos se repiten con menos intensidad que los primeros, pues tienen que ver con hechos más
puntuales que en su día sucedieron en un tiempo algo más distanciado del momento presente. Surgen
esos y no otros porque fueron hechos muy significativos para ti, que vinieron cargados de una emoción
que quedó grabada en tu memoria.
Si en ese momento estamos recordando algo desagradable que nos haya ocurrido, los pensamientos
tendrán una connotación negativa, también serán desagradables, nos llevarán a sentir las emociones que
nos provocaron aquellas experiencias que vivimos en el pasado, y experimentaremos las emociones tal y
como las sentimos cuando sucedieron aquellos hechos, cuando en su momento vivimos aquella
experiencia.
Cada vez que traigamos a nuestra conciencia ese hecho, más lo fijaremos en nuestra memoria, más se
reforzará y con el tiempo volverá a surgir sin que nos demos cuenta de ello.
LA PERCEPCIÓN
Todo es percibido, aunque solo una parte de esa información proveniente del exterior es la que
captamos finalmente. Solo nos quedamos con esa parte, puesto que nos resultaría imposible procesar
todos los datos que existen a nuestro alrededor al mismo tiempo.
Por tanto, no toda la información que se encuentra en el exterior llega a nuestra memoria; solo accede
esa parte que captamos, a través de unos filtros que usa nuestro sistema perceptivo para separarla, de
forma que solo obtenemos una parte de la información que nos rodea.
Todo este proceso ocurre de forma muy rápida y automática. Toda la información que captamos pasa
por estos filtros a una velocidad muy veloz sin que apenas nos percatemos de ello.
La mayor parte de las veces no somos conscientes incluso de la información que estamos reteniendo en
nuestra memoria. No nos percatamos, en ese momento, de que en nuestra mente se han introducido unos
datos que tienen que ver con la realidad que estamos viviendo. En esos instantes recibimos información
que, de forma apenas perceptible, entra por nuestros sentidos y que, con el paso del tiempo, también de
esa misma forma, puede llegar a aflorar a nuestra conciencia.
Y es que, en nuestra memoria existe un contenido adquirido conscientemente que ha entrado por
nuestros sentidos y otro que se ha obtenido del mismo modo, por los mismos filtros, pero del que no
hemos sido demasiado conscientes en ese momento.
El filtro principal que utiliza nuestro sistema perceptivo para priorizar una información sobre otra tiene
que ver con la búsqueda de una coherencia. Nuestra percepción, para descartar una determinada
información que llega desde nuestros sentidos recurre al nivel de coherencia que posee dicha información
en relación con la información previa que ya tenemos.
Esos datos que nos llegan deben estar relacionados con los ya existentes. Esa información es posible
que tenga una mayor prioridad con respecto a otra a la hora de ser almacenada y de no ser descartada.
En definitiva, este filtro perceptivo justamente lo que trata de buscar es una coherencia entre los datos
que nos llegan y aquellos ya existentes, que ya se encuentran en nuestra memoria. Trata de buscar en ella
aquella información relacionada para tratar de dar un sentido a la nueva, a la que entra por nuestros
sentidos.
La información proveniente de fuera, para poder ser comprendida, se une con contenidos que ya
poseemos, dando lugar a la interpretación final que hacemos de lo que nos acontece. Cuando comenzamos
a analizar todos esos datos que nos llegan del exterior, lo que hacemos es añadir información que ya
poseemos, por lo que esta información recibida se convierte en un contenido contaminado por nuestros
propios pensamientos.
Al final concluimos que una determinada idea es de esa forma porque en realidad es lo que a nosotros
nos interesa. El punto de vista que acabamos teniendo sobre las experiencias y los hechos que
observamos, al fin y al cabo, es el que siempre nos conviene a nosotros, que en algunas ocasiones se
puede asemejar a la realidad, pero en otras puede que no coincida.
En esa unión, entre la información nueva y la que ya poseemos, nuestra mente busca que haya una
similitud, una coherencia, una semejanza entre los nuevos contenidos y aquellos que ya poseemos.
Cuando observamos algo que nos llama la atención del exterior filtramos, mediante nuestra percepción,
aquellos contenidos que guarden algún tipo de relación con la información que ya hemos adquirido
previamente.
Si somos cada vez más conscientes de todo ese proceso, entenderemos mejor nuestra forma de
discernir y de pensar. Cobrarán sentido muchas decisiones que tomamos en determinados momentos.
Comprenderemos mejor nuestras reacciones ante determinadas circunstancias que nos abarcan. En
realidad, nos conoceremos mucho mejor a nosotros mismos.
En tal caso, sí que seremos conscientes de que en nuestra memoria poseíamos dicha información que
en su momento fue adquirida sin que nos diésemos cuenta, a través de nuestros sentidos, habiendo
pasado previamente por estos filtros mediante los cuales fue seleccionada.
EL CONTENIDO MENTAL
La información almacenada se compone por el contenido propio proveniente del exterior más todos
aquellos elementos que, una vez que dicha información ha pasado por los respectivos filtros perceptivos,
se ha añadido a ese contenido nuevo que hemos percibido gracias a alguna experiencia o a un aprendizaje
reciente que hayamos realizado.
Esos elementos que se añaden a ese nuevo conocimiento proveniente del exterior, ya los tenemos
dentro de nosotros, ya pertenecen a nuestro propio contenido mental. Se añaden a la nueva información
de tal forma que finalmente crean nuestra propia visión de la realidad; por lo que esa visión de la realidad
siempre será subjetiva, formará parte de lo que es nuestra peculiar interpretación de los hechos
observados, que no siempre coincidirá con la situación real, con la verdad de los acontecimientos que
sucedieron.
En la medida en que nosotros realizamos nuestra propia interpretación ‒el procesamiento de la
información recibida‒, esta finalmente queda almacenada en nuestra memoria de una forma subjetiva. No
podemos decir con total seguridad que es la real, la que se ajusta fielmente a los hechos observados.
Esta información, que es subjetiva, está en la base de lo que, posteriormente, serán nuestros
pensamientos: esas imágenes que luego aflorarán a nuestra conciencia de una forma automática, sin que
participemos de manera consciente en ese proceso. En realidad, se convertirá en los pensamientos
futuros que son los que, a fuerza de repetición, nos llevarán a la acción, a la realización de una conducta.
Así es como funciona nuestro contenido mental. En algunas ocasiones se trata de un contenido que
surgirá de forma automática; en otras, aparecerá porque manifestemos un gran interés en recuperar esa
información porque entendamos que la necesitamos para solventar alguna dificultad concreta en un
momento determinado.
También debemos tener en cuenta que este contenido mental va cambiando a medida que vamos
interaccionando con la realidad que nos rodea, a medida que vamos descubriendo nuevos lugares, nuevas
relaciones y experiencias con las que asimilamos e introducimos nuevos conocimientos llenos de
significado dentro de nosotros a través de la percepción y de sus filtros correspondientes.
De esta forma la mente se va estructurando en función del contenido que vayamos introduciendo en
ella, en función de las experiencias que vamos teniendo en el mundo que nos rodea, de cada nueva
información que obtenemos fruto de nuestro aprendizaje. Se va moldeando, adaptando a cada momento
para que sigamos sobreviviendo a los nuevos cambios que se van produciendo en nuestro entorno más
inmediato.
Toda esa información almacenada irá surgiendo poco a poco. Será en realidad la que configure lo que
acabamos siendo, lo que acabamos haciendo. Nuestra programación mental se seguirá reforzando a
medida que vayamos repitiendo los mismos patrones de conducta día tras día ‒los mismos hábitos‒, que
al reiterarse con tanta frecuencia se quedarán incrustados a fuego dentro de nosotros y luego con el
tiempo resultará más difícil tratar de modificarlos o eliminarlos; o implantar otros nuevos con otra clase
de conductas más adaptativas y satisfactorias para nosotros.
LAS CONEXIONES NEURONALES
Por otra parte, también es interesante advertir que nuestro cerebro se regenera a diario, estableciendo
nuevas conexiones neuronales cuando adquirimos una nueva información o reforzando las ya existentes,
en el caso que nos limitemos a repetir siempre los mismos patrones de conducta.
Se van estableciendo así, de esta forma, estas nuevas conexiones correspondientes a los nuevos
contenidos, y de este modo se van desarrollando nuevas estructuras neuronales cada vez más complejas.
De modo que si repetimos las conductas que estén relacionadas con dicha información, dichas estructuras
se verán reforzadas aún más por el simple hecho de la nueva repetición.
Nuestra mente se va modificando de este modo, eligiendo aquellos pensamientos que guarden relación
con las nuevas conductas que vamos implantando. Otorga más relevancia a lo más cercano, a todo aquello
que hayamos hecho recientemente, a todas las ideas e imágenes que tengan que ver con las últimas
conductas que hayamos ejecutado. De manera que los nuevos pensamientos, que posteriormente serán los
que más se repitan en nuestra mente, nos conducirán otra vez a la ejecución de las conductas que
anteriormente hemos llevado a cabo.
Más tarde, una vez creada una adecuada estructura neuronal en relación con las nuevas conductas, los
pensamientos surgirán automáticamente a nuestra consciencia de forma repetitiva e inconsciente. De este
modo, nuestra mente funciona como un círculo vicioso al que es difícil ponerle freno.
Una de las formas de cambiarlo es mediante la introducción de nuevos comportamientos. Al principio
será necesario repetirlos con bastante intensidad para que se queden bien anclados mediante las
conexiones neuronales que se generan a causa de esta reiteración.
En el caso de no adquirir nueva información, nuestra estructura mental seguirá siendo la misma,
continuaremos pensando lo mismo: sobre las mismas cosas, las mismas personas. Las imágenes que
veamos transitar por nuestra conciencia serán siempre las mismas, referidas a las mismas ideas. Los
recuerdos que apunten a nuestras propias experiencias seguirán siendo los habituales, ya que no
tendremos la oportunidad de obtener nuevos datos del exterior, y por tanto la información ya existente en
nuestra memoria seguirá siendo la misma de siempre.
LA ENERGÍA
Cada vez que se produce un nuevo aprendizaje, cada vez que introducimos una nueva información en
nuestro cerebro, además de establecerse nuevas redes neuronales y de fortalecerse las ya existentes, en
el caso de que esa información esté muy relacionada con otra ya presente, irremediablemente hay un
gasto de energía mayor.
Pero nuestro cerebro está diseñado para ahorrar lo máximo posible de energía, por este hecho cuesta
tanto el aprendizaje de nuevos conocimientos, sobre todo cuando estos no guardan mucha relación con los
contenidos ya existentes en nuestra memoria. Cuando sometemos a nuestro cerebro a un gran esfuerzo
para que adquiera esos nuevos conocimientos, es probable que haya momentos en los que el foco de
atención trate de desviarse, de que transcurran imágenes, pensamientos, que tengan que ver con otros
contenidos relacionados con otra información distinta a la que en ese momento estés prestando atención.
Todo ello es provocado por el propio afán de nuestro cerebro de ahorrar energía, puesto que esas
imágenes que se repiten y que pasan por tu conciencia tienen la finalidad de conducirte a la realización
de otras actividades más placenteras para las que tu cerebro ya tiene asimilada toda la información
necesaria para ejecutarlas sin ningún tipo de esfuerzo, sin demasiado gasto de energía.
Este sistema hace que desvíes tu interés cuando tienes que hacer un intento prolongado prestando
atención en algo que necesites. La manera de no distraerse es percibiendo todos esos elementos
distractores que aparecen, observándolos, siendo consciente de que tratan de apartar tu atención para
que dejes esa acción y la cambies por otra. En ese momento hay que parar, advertirlos y dejarlos pasar; y
a continuación seguir con aquello que estábamos haciendo.
Para saber hacer esa pausa, para tener ese control, se hace necesaria una práctica continuada hasta
que tomes el control de ese mecanismo y logres así atender únicamente a aquello que deberías hacer.
Nuestro cerebro en realidad está diseñado para engañarte, para hacerte ver siempre que hay algo más
placentero de lo que estás haciendo, de aquello en lo que estás prestando atención y que está costando un
esfuerzo mantener.
Tu cerebro te ofrece una alternativa ‒en forma de imágenes, de pensamientos y recuerdos‒ para que la
cambies por lo que en ese momento estés haciendo. Trata de orientarte hacia contenidos de los que ya
tienes suficientes conexiones neuronales para no tener que crearlas de nuevo, desde el principio, de
forma que tus acciones sobre esos asuntos se realicen de manera automática, porque ya tienes asimilados
todos los parámetros necesarios para ejecutar esa clase de acciones de forma repetitiva e inconsciente,
sin la necesidad de tener que procesar una nueva información.
De este modo el cerebro cumple así con una de sus mayores finalidades: que es la de ahorrar energía,
evitar a toda costa un esfuerzo mental excesivo que lo ponga en riesgo, porque lo que en realidad busca
es sobrevivir.
Este mecanismo, esta configuración, ya le viene dada con el fin último de subsistir. Si nosotros
diariamente realizáramos sobreesfuerzos que nos llevaran a la extenuación, que nos pusieran
constantemente al límite de nuestras capacidades, con el tiempo podrían tener consecuencias nefastas
para nuestra supervivencia.
Gracias a la configuración con la que viene dotado nuestro cerebro, estos excesivos gastos de energía
son regulados simplemente para que podamos seguir viviendo.
Es un mecanismo que nos avisa, que nos llama la atención para que no insistamos demasiado en hacer
esfuerzos que nos lleven a un excesivo gasto de energía; por ello tendemos siempre a repetir una y otra
vez los mismos hábitos que venimos realizando cotidianamente, insistiendo una y otra vez en las mismas
conductas y comportamientos, teniendo de nuevo los mismos pensamientos e imágenes.
Esto explicaría, del mismo modo, la razón por la que existen esos círculos viciosos mentales en los que
se entra; la razón por la que se vive en un bucle continuo en el cual van apareciendo siempre los mismos
pensamientos que conducen a las mismas conductas y así continuamente. Lo que origina que con el
tiempo se haga más difícil romper con ese ciclo terrible en el que a veces entramos sin ser conscientes de
ello.
Aunque estés en una espiral de sufrimiento y en ese momento no te sientas en paz, tu cerebro puede
que se sienta cómodo así, ya que está en un estado en el que no necesita hacer ningún gasto de energía
extra, pues aquello que está haciéndote sufrir no son más que pensamientos que vienen de tu pasado y
que aparecen en tu conciencia de forma repetida, sin que tu cerebro tenga que realizar demasiados
esfuerzos para que dichos pensamientos e imágenes fluyan y transcurran de este modo. No tiene que
hacer, por tanto, nuevos aprendizajes, ni procesar nueva información, pues ya lo hizo en su momento.
Si llegamos a ser conscientes de esto, podemos entender la razón de nuestros estados mentales; por
qué fijamos la atención en determinados aspectos y no en otros; por qué se repiten muchas veces los
mismos pensamientos; y por qué en otros momentos vivimos en un bucle salvaje del cual es muy difícil
salir.
2. Los pensamientos
Todo lo que pensamos en realidad son imágenes, contenidos que en algún momento fueron percibidos en
el exterior y que almacenamos a través de nuestro sistema perceptivo, por lo que el mundo de los
pensamientos se ve influenciado por todo cuanto ocurre a nuestro alrededor; todo influye, incluso aquellas
pequeñas cosas que parecen insignificantes ante nuestros ojos.
Los pensamientos siempre guardan relación con algún tema determinado, en función de dónde
hayamos puesto nuestro foco de atención; en función de la actividad a la que hayamos dedicado más
tiempo. La mayoría de esas imágenes estarán relacionadas con esa actividad y se sucederán de forma casi
repetitiva, una tras otra, por nuestra conciencia, esperando que al final tomemos la decisión de realizar de
nuevo esa misma actividad con la que están relacionadas.
Y es que, aquello en lo que ponemos el foco de atención se convierte en la fuente de los nuevos
pensamientos, que surgirán repetidamente en nuestra mente unidos al contenido en el que hayamos
puesto ese foco de atención previamente.
En este sentido, están muy relacionados con nuestra actividad externa ‒que llevamos a cabo en el
contacto con la realidad‒, en un doble sentido: por un lado, acabamos haciendo aquello que nuestros
pensamientos más repetitivos quieren que hagamos, y esos pensamientos a su vez surgen, se ven
potenciados, son el fruto de aquello a lo que prestamos atención.
El punto en el que nos focalizamos, por tanto, será la fuente y el origen de los nuevos pensamientos,
que irán surgiendo y se repetirán a medida que vayamos poniendo siempre el mismo foco de atención en
el mismo lugar.
De esta forma, los pensamientos surgirán de manera inconsciente ‒sin que nos demos cuenta de ello‒,
para que, posteriormente, en las distintas actividades sucesivas que hagamos, volvamos a poner el foco de
atención en el mismo sitio. Pues ya habremos creado el hábito en nuestra mente, tanto en lo que se refiere
a la ejecución de la actividad en sí como en cuanto al hábito, que guardará relación con la aparición de
esos pensamientos, con ese contenido o esa actividad.
Por todo lo cual, lo que pensamos es fruto de lo que hacemos cotidianamente, de nuestros hábitos, de
nuestras conductas repetitivas, de aquellas cosas que preferimos realizar en vez de otras que decidimos
no hacer. De forma que la repetición de estas aumenta la frecuencia de aparición de los pensamientos en
nuestra conciencia, porque todo lo que hacemos lo vamos almacenando en nuestra memoria y luego ese
contenido se traduce en pensamientos que surgen a nuestra mente de forma inconsciente,
automáticamente, sin que tengamos demasiado control sobre ellos. De manera que nuestros propios
pensamientos se nutren de las conductas que acabamos realizando.
CLASIFICACIÓN
Existen dos tipos de pensamientos: uno es el que surge de forma automática, no buscada, e inunda
nuestra conciencia de forma repetitiva. Tiene que ver con acciones que hemos realizado recientemente, o
con hechos que hace ya un tiempo que transcurrieron pero que siguen almacenados en nuestra memoria y
que subyacen, en ocasiones, a nuestra conciencia en forma de pensamiento, de una manera automática e
inconsciente.
Del mismo modo, existe otro tipo de pensamiento que es el que, desde el sosiego y la quietud, uno saca
a la luz de su conciencia, cuando de forma consciente trata de enfocarse en un determinado tema. Es, por
tanto, un pensamiento buscado que alude a un contenido que tienes la plena seguridad de que ya existe,
que ya está almacenado en tu memoria, y que tan solo se trata de indagar en él enfocándote en un
determinado tema para que este aflore y se haga visible, y se encadene con otros pensamientos
relacionados y se establezca de este modo una sucesión de ideas, de contenidos, de imágenes que están
relacionados con un determinado asunto que en ese momento te interese por algún motivo en particular.
Con lo cual, tenemos unos pensamientos que son automáticos, no buscados e inconscientes, que se
repiten una y otra vez y cuyo principal objetivo es que termines realizando una acción concreta; y otros,
en cambio, florecen a tu conciencia porque son buscados conscientemente, para dar sentido a un
determinado tema que en ese momento atraiga tu atención.
Si seguimos con la clasificación del tipo de pensamientos que nos podemos encontrar, también es
posible establecer una diferencia entre aquellos pensamientos que por ser tan repetitivos al final acaban
conduciendo a una acción determinada, relacionada con dichos pensamientos; y otros, en cambio, no te
llevan a una acción en particular, a que realices una determinada conducta, sino que simplemente
aparecen, los observas, y a continuación se esfuman y desaparecen, dejando paso a otros pensamientos
que van apareciendo posteriormente, como en una cadena, sin que tengan nada que ver unos con otros.
Son pensamientos que por lo general se refieren a acontecimientos ya pasados, distantes en el tiempo,
pero que aún se conservan en tu memoria porque los hechos con los que están emparejados fueron
significativos para ti cuando ocurrieron en aquel momento; están dotados de una fuerte carga emocional
que hace que se hayan mantenido en tu recuerdo durante todo ese tiempo.
LA SUBJETIVIDAD DEL PENSAMIENTO
Una buena parte de los contenidos de los pensamientos pertenece a una elaboración propia, la que
nosotros hacemos cuando combinamos una serie de reflexiones para formarnos una idea subjetiva y
determinada de algo. Lo hacemos de esta forma para poder identificar y comprender mejor todo aquello
que observamos.
Esta forma de utilizar el pensamiento es muy subjetiva, pues entra en juego nuestra propia creatividad:
la facultad de crear nuestras propias ideas, imágenes propias, sobre un acontecimiento, sobre una
experiencia.
Incluso con el tiempo, la orientación ‒el verdadero sentido de una idea previamente creada por
nosotros‒ la podemos cambiar porque en ese momento tengamos otros intereses; no nos importa mudar
de parecer si con ello salimos beneficiados.
Tanto en los pensamientos que tenemos como en las interpretaciones que hacemos de ellos, entra en
juego por tanto nuestra propia subjetividad. Forma parte de la elaboración de ese pensamiento que surge
a nuestra mente, donde es interpretado de nuevo porque le añadimos nuevos elementos para adaptarlo a
lo que nos conviene en una situación determinada.
Por lo que, un mismo pensamiento, dependiendo del momento, puede llegar a tener un sentido para
nosotros, una utilidad, que puede ser totalmente distinto al sentido que podamos darle en otra situación,
en otro momento, donde nuestras circunstancias y nuestras necesidades sean distintas.
Es decir, dependiendo de la necesidad, a un mismo pensamiento podemos encontrarle una utilidad
diferente, y por tanto podemos otorgarle un sentido distinto al que le hemos dado anteriormente porque
en ese momento nuestras necesidades y circunstancias no eran iguales a las del momento actual.
Con lo cual, esto nos lleva a pensar que, en el interior de nosotros mismos, en realidad, no somos lo
suficientemente objetivos, pues todo el contenido almacenado con el que se crean nuestros pensamientos,
lo utilizamos a nuestro antojo para expresar algo de la forma que nos interese en función del momento,
para entenderlo de la forma que más nos beneficie en cada situación.
Aquello que pensamos siempre va a estar sujeto a la subjetividad, siempre trataremos de pensar aquello
que más nos convenga para cada ocasión. Llegaremos incluso a cambiar de parecer si las circunstancias
cambian y no nos conviene mantener siempre el mismo punto de vista ante esa misma situación.
En este caso, sí que influimos en nuestros propios pensamientos, en el sentido que les damos y en la
interpretación que hacemos de ellos.
PENSAMIENTOS OCULTOS
Los pensamientos, en la medida en que se recuerdan y se visualizan de nuevo se refuerzan, cobran
mayor peso del que tenían antes de aparecer, lo que aumenta las probabilidades de que puedan volver a
producirse más adelante, de una forma más inmediata, pues estos, en la medida en que se hacen
conscientes, por ese mismo hecho se consolidan y cobran preponderancia, visibilidad, dentro de tu mente.
Esto provoca que unos pensamientos tengan un predominio sobre otros.
Hasta que no exista una pausa mediante la que seas consciente de que ocurre esto, otras imágenes que
siempre han permanecido ahí no salen a la luz, no emergen de tu inconsciente, o de tu memoria. Hasta
que no detienes de alguna manera esos pensamientos automáticos y repetitivos, no llegas a ser consciente
de la existencia de otros pensamientos.
En la medida en que estos afloran tomas conciencia de su existencia. Cuando diriges tu foco de
atención sobre un objeto es cuando existe en realidad para ti. Hasta que no lo ves reflejado a través de la
percepción, o en tu propia conciencia, ese objeto ha carecido de existencia para ti hasta ese momento.
Lo mismo ocurre con los pensamientos que permanecen dormidos, de los que no eres consciente al
menos durante un tiempo determinado. Cuando haces una pausa y tratas de observar tu mente, a través
de los pensamientos que van circulando por tu conciencia, entonces estos cobran vida, salen a la luz,
puedes observarlos, recrearte en ellos, pasar más tiempo con las ideas que ellos transmiten, con las
imágenes de las que vienen acompañados.
De esta forma llegas a comprender que estos pensamientos siempre han estado ahí, lo que ocurre es
que has sobrepuesto unos pensamientos en lugar de otros, en función de dónde hayas puesto el foco de
atención, el propósito de tus conductas habituales.
Una vez que afloran estos otros pensamientos que han permanecido ocultos, dormidos, te das cuenta
que te proporcionan una nueva visión de la realidad, de lo que sientes que eres, pues hasta ese momento
lo que has sido es fruto de todos esos pensamientos que se han repetido una y otra vez con mayor
frecuencia en tu propia mente.
Cuando llegas al reconocimiento de que afloran otra clase de pensamientos distintos, te lleva a
considerar otra nueva visión de la realidad externa y de tu propio interior, de lo que sientes que eres
realmente. Si te mantienes centrado en esos otros pensamientos, dormidos hasta ese momento, sentirás
que puede haber cambios, tanto en tu vida externa como en la propia visión que tengas de ti mismo.
En el caso de que decidas mantener estos otros nuevos pensamientos ‒que siempre han estado ahí de
una forma más permanente‒, poniendo durante más tiempo tu foco de atención en ellos, entonces se
establecerán cambios (en tu propia actitud y en la forma de verte a ti mismo) que tú mismo observarás en
tu vida cotidiana, más en consonancia con esos nuevos pensamientos que de una forma consciente
decides que afloren a tu conciencia.
PENSAMIENTOS AUTOMÁTICOS
Nos dejamos llevar por la inercia del momento, por las circunstancias que nos envuelven y que nos
arrastran sin que seamos muy conscientes de ello. Nos llevan allí donde no queremos ir. Sin darnos cuenta
nos vemos repitiendo una y otra vez conductas automáticas que nosotros mismos nos hemos programado
mediante hábitos repetitivos, sin que aparentemente podamos ponerles freno.
Carentes de toda voluntad, nos dejamos arrastrar por los primeros pensamientos que tenemos: aquellos
que surgen a nuestra conciencia de una forma automática, sin que tengamos demasiado control sobre
ellos. En realidad, en ese momento renunciamos a ser nosotros mismos, cuando abandonamos el control
de nuestros impulsos automáticos provenientes de nuestro inconsciente.
Dependemos del momento en que vivimos, nuestros pensamientos también se ven influidos por las
circunstancias de cada momento. Aunque hay un patrón de pensamientos que siempre es el mismo, el que
más se repite de una forma automática e inconsciente. Este puede variar en función del momento y de
cada situación. No tiene por qué ser igual siempre, pero al final es tan repetitivo que nos conduce
irremediablemente a que actuemos en relación con la acción a la que se refieren esos pensamientos.
Si en una situación relajada te pones a pensar detenidamente, sin que muchos estímulos te distraigan
en ese momento, te darás cuenta de cómo aparece en tu conciencia un tren interminable de esa clase
pensamientos, la mayoría de ellos repetitivos, que guardan relación con lo que has prestado atención
recientemente: las últimas horas, el día anterior, las pasadas semanas…
Otros, en cambio, tienen que ver con acontecimientos muy lejanos en el tiempo, seguramente con
hechos que vinieron acompañados de una fuerte carga emocional que impactó sobre ti dejando una huella
imborrable, y es por eso por lo que aparecen en ese momento en tu conciencia.
Esos pensamientos, en realidad, no son más que imágenes que se suceden una tras otra, y cada uno de
ellos genera un estado emocional determinado. Suelen ser imágenes que tienen que ver con experiencias
y recuerdos lejanos, aunque lo habitual es que sean pensamientos que estén relacionados con lo que
hemos hecho recientemente, con lo que hemos visto, lo que hemos hablado.
Cuando aceptas que esas imágenes ―en forma de pensamiento― te atrapen, entras en una espiral en la
que posteriormente es complicado salir, a no ser que te detengas de nuevo a observar lo que está
ocurriendo.
Si te identificas con esta clase de pensamientos, tu sistema mental, que está configurado para buscar
más información similar a ese contenido, tratará de indagar en tu memoria para añadir más datos, más
información, provocando que mantengas en esa imagen tu foco de atención, que a medida que pase el
tiempo se hará más elevado; y todo ello debido a que te has dejado seducir, atrapar por una imagen, por
un pensamiento venido a tu conciencia con la suficiente fuerza como para arrastrarte haciéndote que
prestes toda tu atención en ello.
La mayoría de estos pensamientos que se manifiestan en nuestra conciencia de forma automática no
son más que distractores que nos desvían de aquello que realmente querríamos hacer. Y lo hacen para
que el cerebro consiga su principal finalidad: que es la de conseguir que repitas el mismo hábito siempre,
pues suelen venir provistos de una fuerte carga de energía que lleva a la acción, siempre y cuando tú lo
permitas.
En definitiva, estos pensamientos que afloran de forma automática y repetitiva a tu conciencia son los
que en realidad deciden tus conductas diarias, pues la mayoría de ellos forman parte de tu programación
mental, que es la responsable de tus hábitos y comportamientos habituales.
Se trata de comprender que el mayor número de pensamientos repetitivos se debe a las acciones que
más repetimos, a aquello donde ponemos nuestro foco de atención de una forma más continuada, más
constante y duradera en el tiempo.
La pausa
Aprender a controlarnos es la clave, por donde hemos de empezar en primer lugar. Se consigue no
dejándonos arrastrar por los pensamientos principales que surgen en nuestra conciencia, haciendo una
pausa para no dejarte llevar por lo primero que piensas.
No nos podemos guiar por lo primero que pase por nuestra mente. Nuestros actos deberían obedecer a
una reflexión más profunda de aquello que pensamos. Para ello se requiere hacer esa pausa sobre la
marcha, necesaria, para así poder tomar la mejor decisión en cada momento, la que más se ajuste a lo que
realmente pretendemos. Si no hacemos esa pausa seguramente muchas de las decisiones que tomemos
puede que no se ajusten a lo que en el fondo pensamos que teníamos que haber hecho.
Si logramos hacerla en el transcurrir de los pensamientos continuados, conseguimos cambiar la
dirección de estos logrando que dichos pensamientos dejen de ir en el sentido en el que van y sigan otro
rumbo. Se trata de saber hacer ese paréntesis entre tus propios pensamientos para poder elegir en el
momento oportuno aquellos que más se ajusten a tu verdadero propósito.
Solo es posible conseguirlo de esta forma, en los momentos en los que te invadan pensamientos que
pertenezcan a tu programación mental, que son aquellos que surgen sin que te des cuenta, de forma
desorganizada y repetitiva, que te llevan y te conducen a que cambies de registro y te distraigas
realizando otras conductas distintas a las que te gustaría llevar a cabo.
Solo con poner un poco de pausa en todo aquello que hacemos lograremos controlar el momento, las
situaciones y a nosotros mismos; así como a los primeros pensamientos que se suceden y que nos incitan a
actuar en otra dirección bien distinta a la que realmente nos gustaría.
Con este ejercicio, que puedes practicar de una forma diaria, puedes conseguir también controlar tus
distracciones, limitar aquellos estímulos que habitualmente existen a tu alrededor y que te llevan a
desconectar fácilmente de la actividad que realmente debes hacer para sentirte tú mismo.
Todas esas distracciones, provenientes tanto del exterior como de tu propio interior en forma de
pensamientos automáticos, en realidad a lo que te llevan es a dejar de ser tú, te conducen por un camino
que no quieres transitar pues al final acabas sintiendo que no has sido tú el que ha ejecutado esas
acciones.
Si bien, es cierto que no resulta nada fácil, pues no es posible quedarse impasible en la quietud, en la
inactividad durante demasiado tiempo; tu cuerpo es química, es energía, y por propia fisiología siempre
vas a tender a hacer algo, siempre acabarás ejecutando alguna acción.
Sí que es verdad que ese ejercicio de quietud, observando los pensamientos ―sin actuar―, conduce a
aminorar aquellas conductas y hábitos que queremos eliminar. El problema es cuando volvemos de nuevo
a la acción, a la ejecución de una conducta, otra vez repetimos lo que hemos hecho anteriormente.
Observarlos y dejarlos pasar
Mediante la observación de las imágenes que vienen a tu conciencia, puedes percibir que hay un
conjunto de pensamientos que en algunas ocasiones te conducen a ejecutar una serie de actos con los
cuales puede que no estés muy conforme.
Si percibimos que esos pensamientos se están repitiendo con más intensidad de lo normal, podemos
adelantarnos y esperar a que se sucedan, ya que disminuye su frecuencia de reiteración al no dejarnos
llevar por ellos.
De esta forma, estaremos ejerciendo un autocontrol sobre nosotros mismos que nunca antes hemos
podido realizar. Y aunque estos pensamientos surjan de forma automática, tenemos la posibilidad de que
en nuestra mente se mantengan solo aquellos pensamientos que nosotros decidamos en un momento
determinado.
En esos casos lo recomendable es dejarlos pasar, observándolos, no dejándote arrastrar o influir por
ellos. Son fruto de nuestra programación mental, que nos hace actuar como robots, sin ser nosotros
mismos, sin que podamos hacer aquello que realmente desearíamos. En muchas ocasiones vienen
cargados con una energía tan fuerte que no puedes controlar, de manera que te dejas llevar por ella casi
sin querer.
Si la situación en la que estás es relajada y tienes plena conciencia de lo que en ese momento está
sucediendo en tu mente, y permaneces ahí ―en ese estado―, como un mero observador, dejando que
surjan tales pensamientos pero al mismo tiempo permitiendo que se marchen y que vengan los siguientes,
esos pensamientos que te incitan a la acción de alguna forma se debilitan; aunque, al ser estos muy
repetitivos, para perder totalmente su poder de influencia sobre ti, tendrías que estar un tiempo bastante
prolongado en ese estado, con esa intención de dejar pasar sin actuar.
Para no llevarte por esa inercia, por ese conjunto de pensamientos repetitivos relacionados con algún
tema en concreto, tendrías que convertirte en un observador de tu propia mente, de tus propios procesos
mentales, y hacer esa pausa necesaria y a tiempo para permitir que esos pensamientos, una vez que
surjan, del mismo modo pasen sin que te afecten, sin que puedan influirte.
Para lograr esto primero hay que hacer, mediante la práctica, un ejercicio de observación de todo
cuanto aparece en nuestra conciencia, de manera que tengamos a través de esta atención la oportunidad
de examinarlo, de entenderlo, de analizarlo con detenimiento, de hacer las oportunas valoraciones al
respecto de lo que nos parece esa clase de pensamiento, esa imagen concreta que de repente surge y que
podemos contemplar en nuestra conciencia mediante la observación.
Gracias a la realización de esta práctica podemos controlar dichos pensamientos, dejándolos que
transcurran y que se produzcan los siguientes, limitándonos simplemente a observarlos sin juzgarlos, sin
hacer ningún otro análisis.
La manera de hacerlo es encontrando momentos de tranquilidad y de paz interior desde donde puedas
observar tus propios pensamientos y centrarte en esos espacios en los que no los hay.
Si nos habituáramos a dejarlos pasar sin actuar nos daríamos cuenta de que perderían toda su fuerza,
cada vez serían menos repetitivos y por lo tanto al final se diluirían hasta desaparecer o al menos no
aflorarían a la conciencia con tanta asiduidad; para ello tendríamos que estar durante largo tiempo
realizando ese ejercicio.
Tenemos que ser cada vez más conscientes de dónde ponemos nuestro foco de atención, a qué tipo de
pensamientos estamos dando importancia, qué pensamientos estamos repitiendo con mayor asiduidad,
porque estos serán los que en realidad ocupen la mayor parte del tiempo y el espacio en nuestra propia
conciencia, siendo por ello los que más se repitan, a no ser que decidas voluntariamente cambiar tu
enfoque para ponerlo en otra clase de contenidos, dando así lugar a otro tipo de pensamientos distintos.
Aquí ya entra en juego lo que es tu propia voluntad y sobre todo tu capacidad de autoobservación, de
ser consciente de que esto ocurre. Del interés que tengas en tratar de modificar el curso de tus
pensamientos y, por ende, de tus propias conductas y comportamientos, que eso va en función de cómo te
sientas en cada momento: si encuentras la necesidad de establecer algún cambio en tu vida o por el
contrario entiendes que esta transcurre de una manera normal y no es necesario alterar ni cambiar nada
de lo que está sucediendo, tanto fuera ‒en tu entorno más inmediato‒, como dentro de tu propio interior.
Solo desde la constancia es como este sistema puede cambiarse. Puedes modificar, redirigir tu
pensamiento, adaptar el funcionamiento de tu propio mecanismo mental a tus necesidades, a aquello que
pretendas ser en realidad, que solo puedes saber si te observas a ti mismo, separado de todos los
estímulos externos que puedan distraerte y conducirte a ejecutar alguna otra acción no deseada.
Cuando existen problemas es porque nos delimitamos con los pensamientos, con las imágenes que nos
recuerdan que tenemos un problema, pero en la medida en que observas y los dejas pasar no te estás
identificando con ellos, tan solo los estás contemplando, pero no estás permitiendo que te afecten.
Consecuencias
Solo si detienes esta cadena, puedes encontrarte con un espacio donde tú mismo puedes crear nuevos
pensamientos, generar nuevas ideas y creencias distintas a las que ya posees, a esas que se repiten una y
otra vez en tu conciencia. Podrás llegar a ser creativo, dirigir tu propio pensamiento donde quieras, donde
más te convenga, donde más se adapte a lo que realmente eres o quieras llegar a ser.
Desde ahí ya estarás en disposición de crear algo nuevo: contenidos creativos, pensamientos, imágenes
e ideas que antes no contemplabas, simplemente porque no te habías detenido lo suficiente en ellos.
Puedes decidir en ese momento, de una forma voluntaria y controlada, que sean esos los que han de
predominar en tu conciencia, los que han de dar significado a aquello que pretendes hacer, a tu propósito.
Entonces, cuando surgen, le das más prioridad a unos contenidos que antes aparecían apagados,
escondidos, pero que poseen la suficiente fuerza como para surgir del fondo de tu memoria o de tu
inconsciente para hacerse con el mando de lo que ocurre en tu conciencia.
En la medida en que desvías tu pensamiento de esta forma hacia otros contenidos, hacia otros fines,
estás usando el espacio que existe en tu mente para la creatividad, para la creación de nuevos elementos,
de alguien distinto a lo que has venido siendo hasta ese momento, pues esos nuevos pensamientos que tú
decides que son los que han de predominar, son los que a continuación van a repetirse con más asiduidad
y los que van a orientar y dirigir los comportamientos y las conductas que en lo sucesivo tengas; toda vez
que hagas el ejercicio de otorgar preponderancia a esa clase de pensamientos en detrimento de los ya
habituales, de los que se repiten habitualmente pero que no se ajustan a aquello que realmente deseas
ser, al modelo de persona que te gustaría ser o a las cosas que te gustaría acabar haciendo en realidad.
Si nos dejamos llevar por lo primero que consideramos, probablemente no seamos nosotros los que
actuemos. En muchas ocasiones nos arrepentimos de haber seguido lo primero que pensamos, de no
haberlo meditado un poco antes de haber tomado la decisión de actuar. En tal caso, si hubiéramos hecho
esa pausa necesaria para poder separar el pensamiento automático y repetitivo ‒que nos lleva hacer lo
que no queremos hacer‒, no caemos en el error de actuar inconscientemente como hacemos en muchas
ocasiones.
Podrás ser tú el que controle la situación, el devenir de tus propios pensamientos, pues serás el que
decida el contenido y la frecuencia en la que estos van a ir apareciendo, te harás con el control de alguna
manera dirigiendo el sentido de esos pensamientos. En ese momento dejarán de surgir de forma
automática, descontrolada, serás más consciente de cada uno de ellos y los conducirás hacia un
determinado tema.
Podemos, por tanto, mediante la realización de esa pausa en la que nos detenemos y somos conscientes
de todo cuanto ocurre en nuestra mente, dirigir nuestra atención hacia donde nosotros queramos,
controlando esos pensamientos con los que no estamos muy conformes y que nos llevan a realizar
conductas que no deseamos.
De esta forma lograrás frenar toda esa vorágine de pensamientos repetitivos que surgen a tu conciencia
como un tren interminable que parece no tener fin. En ese punto eres tú el que controla tu propia mente,
lo que sucede en tu conciencia y la calidad de los pensamientos que transcurren por ella.
Comenzarás a crear un nuevo ser, a dirigir tu pensamiento y a renovar y crear otra clase de imágenes
mentales que estén más relacionadas con lo que realmente eres y no con lo que han hecho de ti las
circunstancias o tus propias concepciones y creencias erróneas acerca de ti mismo y del funcionamiento
de la sociedad que te envuelve.
Si te limitas a seguir como un robot todos y cada uno de los pensamientos que surgen y que se repiten
en tu conciencia; si continúas siguiendo ese tren de pensamientos automáticos y repetitivos, sin llegar a
ponerle freno de alguna forma, acabarás haciendo siempre lo mismo, seguirás siendo el que siempre has
sido y no podrás modificar aquello que pueda estar dañándote, ocasionándote algún tipo de sufrimiento o
malestar emocional.
Dejar que transcurran es la mejor terapia posible que podemos practicar con nosotros mismos. Todo
aquello que observas, pero dejas pasar no te afecta.
En la medida en que no te dejas llevar por esos pensamientos compruebas, con el tiempo, que
disminuyen su intensidad y su frecuencia repetitiva, hasta el punto que se diluyen y desaparecen, aunque
no se eliminan del todo de tu memoria, permanecerán ahí pero no tendrán tanta visibilidad y no aflorarán
de forma tan repetitiva por tu conciencia.
Notarás que ya no te dejas gobernar por los pensamientos automáticos que te han venido guiando hasta
ahora. Sentirás que poco a poco van perdiendo su poder de dominio sobre ti al observarlos, ejercicio que
puede llevarte a tal grado de autoconocimiento que puedes decidir voluntariamente qué pensamientos
seguir y calibrar la importancia que tiene cada idea que surge en tu mente.
Comprobarás que esos pensamientos irán perdiendo fuerza, su carga de energía con la que afloran, y
con el tiempo, si permites que pasen y no te dejas arrastrar por ellos, observarás que dejan de perder su
frecuencia hasta el punto en que, poco a poco, se irán debilitando y ocultando, y permitiendo que sean
otros distintos los que empiecen a surgir con más frecuencia a tu conciencia.
Observarás cómo los pensamientos que más se repiten empiezan a dejar de tener su poder de influencia
sobre ti, cómo pierden su poder en la medida en que los observas y te detienes. Empezarás a ver la vida
desde otro punto de vista mucho más calmado y reflexivo, lo que conlleva otra actitud y otra forma de
proceder más sosegada y con mayor control sobre ti mismo y sobre lo que acontece a tu alrededor.
Si logras parar a tiempo toda esa vorágine de pensamientos automáticos que afloran a tu conciencia,
llegarás a tener otra perspectiva de la realidad y de ti mismo. Será una visión que estará más cercana a la
verdad, a lo que eres en realidad, sin estar contaminada por los pensamientos y las imágenes que has ido
almacenando en tu memoria proveniente de los estímulos externos que has ido percibiendo a lo largo del
tiempo, que hacen que tus pensamientos provengan de tu pasado, de los contenidos que has ido
acumulando a través de tu experiencia.
Mediante esta práctica lo entenderás todo de una forma más clara, más evidente. Conseguirás
descubrir las razones por las que eres la persona que eres, en este momento, y aquella que puedes llegar
a ser si cambias ese mecanismo mental automático que tú mismo te has creado, inconscientemente,
repitiendo una y otra vez los mismos patrones de comportamiento sin darte cuenta de las consecuencias
que ello conlleva.
Solo de esta manera vendrán a continuación otra clase de pensamientos más deseados por ti, más
acordes con las conductas que quieres realizar, con aquello que quieres hacer en realidad, con la actitud
que te gustaría tener más en consonancia con tu verdadero propósito, con el auténtico, con el que
descubres a través de la observación de tu propio mundo interior, en ese espacio de paz y de quietud en el
que te encuentras contigo mismo y descubres quién eres y aquello que has venido a hacer en esta vida, en
el que hallas tu camino y la forma de recorrerlo siendo siempre tú el que dirige tus pasos y no otro.
Y es que, el ruido de tu inconsciente continuamente te está bombardeando para que abandones esa
senda y tu auténtico propósito, para que sigas siendo el que has sido hasta ahora: alguien que se ha
dejado arrastrar por sus propios impulsos y sus pensamientos inconscientes, por sus hábitos repetitivos.
Aprenderás mucho más de ti mismo de este modo, mucho más de lo que puedas leer en cualquier libro
o de lo que puedas escuchar de maestros espirituales o de personas expertas en desarrollo personal.
3. La programación mental
Cada persona obedece a una serie de hábitos que ha ido creando en su día a día al repetir unos patrones
de comportamiento muy parecidos. Estos hábitos son los que conforman su programación mental y los
que obligan a esa persona al día siguiente a que actúe de la misma manera, de una forma automática,
inconsciente y repetitiva.
Y es que, hay una serie de conductas que siempre son las mismas y que forman el núcleo duro,
digámoslo así, de dicha programación mental, y otras que son más puntuales, menos repetitivas, que
también pertenecen a dicha programación mental, pero de una forma no tan arraigada; estas últimas
serían más fácilmente modificables, más sencillas de eliminar.
Todo ello va creando en nosotros una programación que está detrás de todas las imágenes e ideas que
acompañan a nuestros pensamientos. Forma la estructura de la mente a cada paso, en cada momento. Es
un movimiento dinámico que se va actualizando en función del sentido de nuestras conductas. En ella se
van insertando elementos nuevos derivados de la información perteneciente a la incorporación de
conductas recientes.
Se va actualizando todos los días, por tanto, de forma constante, pero manteniendo prácticamente igual
el mismo patrón conductual compuesto por aquellos comportamientos que más se repiten. Con lo cual,
esta programación mental se crea a base de repeticiones diarias de una serie de conductas que siempre
son las mismas.
¿Que hace que unas conductas se repitan más que otras? La principal razón tiene que ver con el
resultado esperado. Aquellas conductas que ofrecen un resultado, un refuerzo inmediato, tienden a
repetirse con más frecuencia que aquellas otras cuyo efecto no es tan próximo, es más incierto o más
lejano en el tiempo.
Tendemos a delegar aquellas actividades que no nos ofrecen una satisfacción inmediata, prefiriendo
aquellas otras acciones que nos lleven a un resultado rápido; esto es lo que provoca que inicialmente se
produzca una acción repetitiva de determinadas conductas.
Posteriormente se crean, mediante la acción redundante de dichas acciones, un número considerable
de conexiones neuronales que a medida que estos actos se repitan van aumentando, ocasionando toda una
estructura en torno a ellos. Al crearse tal cantidad de conexiones neuronales, unidas a las sustancias
químicas que estas generan, todo ello provoca una tendencia prácticamente automática a repetir de
nuevo la misma conducta.
Cuando realizamos la acción, esta reforzará las estructuras neuronales ya establecidas que han sido las
causantes de que esos pensamientos e ideas relacionadas con dicha actividad, circularan de forma
repetitiva por nuestra conciencia. Una vez que dichas conexiones neuronales se ven reforzadas, estos
pensamientos e imágenes volverán de nuevo a circular por nuestra conciencia en otro momento, y así
sucesivamente.
Este es el mecanismo por el que se crea o modifica la programación mental, que hace que actuemos de
este modo tan reiterado y automático hasta el punto de llegar a perder incluso el control de las propias
acciones que realizamos.
Esto explicaría, también, que en muchos momentos del día actuemos de una forma involuntaria o
inconsciente, ejecutando determinados comportamientos con los que en algunos casos no estamos de
acuerdo ni nosotros mismos, de los que luego nos arrepentimos por haber gastado nuestro tiempo y
energías en ellos.
En realidad, todas esas acciones que acabas ejecutando son el producto, el resultado, de aquello que
pasa por tu mente, que te obliga a realizar una serie de acciones; aunque tú, en el fondo, no estés muy de
acuerdo pero que al final acabas efectuando por simple hábito, porque tu programación mental así lo
exige y porque tienes ya las suficientes estructuras neuronales como para sentirte obligado a hacerlo.
Esto nos conduce actuar de una manera instantánea prácticamente la mayor parte del tiempo. Si nos
mantuviéramos en una inactividad absoluta, dicha programación, en forma de pensamientos, también se
seguiría ejecutando; pues esta, a través de pensamientos continuados que se sucederían uno tras otro
como un tren interminable por nuestra conciencia, se mantendría en un segundo plano.
Es decir, aunque nosotros no ejecutemos las conductas que en cada momento estén incluidas en
nuestra programación mental, esta sigue presente mediante los pensamientos que afloran a la conciencia,
aunque nosotros no actuemos, reforzando así, una y otra vez, las conexiones neuronales ya establecidas
en torno a dichas conductas.
En realidad, se establece un círculo vicioso del que resulta muy difícil escapar. Según este mecanismo,
una persona cuando inicia el día, la conducta que ejecute en primer lugar posiblemente sea la misma que
realizó el día anterior y así sucesivamente.
Esta programación es algo que no vemos, no aparece una pantalla en nuestra mente como si fuera un
esquema resumido de lo que vamos a hacer. Es invisible a nuestros ojos, pero es la que gobierna nuestra
vida sin que nos demos cuenta de ello. Es la que nos lleva irremediablemente, en muchas ocasiones, a
encadenar y repetir una serie de conductas con unas consecuencias desastrosas para nuestra adaptación
a la vida que nos rodea.
Desconocemos, por tanto, el poder y la influencia que esta tiene sobre nosotros. Es por eso por lo que
mantenemos durante largos períodos de tiempo prácticamente los mismos hábitos, renunciando a
cambiarlos incluso cuando estos no nos proporcionan ningún tipo de bienestar sino más bien todo lo
contrario, cuando nos producen desasosiego y malestar continuo.
Cuando repetimos una acción de forma constante dejamos de tener el control de alguna manera. Ya no
somos nosotros los que estamos ejecutando esa acción concreta. Es el programa mental ―que se halla en
nuestro inconsciente― el que se encarga de repetir una y otra vez dichos comportamientos, muchas veces
de una manera en la que no somos conscientes de ello, de lo que estamos haciendo en ese momento.
Cuando todo eso ocurre, es como si no fuéramos nosotros mismos, como si en ese momento no
fuéramos aquel que nos gustaría ser. Y es que dentro de nosotros existe esa programación automática que
hemos ido creando a lo largo de los años en base a repeticiones de patrones de conducta que es la que
nos marca la dirección en todo momento, la que nos obliga a actuar de una forma determinada, siguiendo
la línea de unos pensamientos establecidos que siempre son los mismos porque se repiten una y otra vez a
lo largo de nuestra conciencia, sin que aparentemente podamos ponerles freno; o al menos esa es la
primera impresión que al principio podemos tener.
Por lo que no vemos más allá de lo que nos acontece. Simplemente nos limitamos a percibir, a sentir y a
dejarnos llevar por nuestra programación mental sin que nos interese lo más mínimo las razones que hay
detrás de todo ello; de cada conducta que realizamos; de cada emoción que sentimos; de cada
pensamiento o imagen que en ese momento circule por nuestra mente.
CÓMO SE CAMBIA
Si permaneces inmóvil, sin hacer nada, tu programación mental continuará siendo la que es. No
cambiará, permanecerá ahí sin modificarse, pues los pensamientos que tienen que ver con esa
programación mental establecida seguirán aflorando a tu conciencia. Con lo cual, aunque no se ejecute
una acción concreta, ese programa se verá de todas formas reforzado por los propios pensamientos que a
cada instante irán aflorando. Es decir, no solamente se reforzará con la acción sino también con la fuerza
de tu propio pensamiento.
Puedes lograr no dejarte llevar por ese bombardeo constante, por ese tren interminable de
pensamientos, pero tan solo puedes conseguirlo durante un tiempo determinado. Cuando te mantienes en
calma (quedándote inactivo evitando repetir cualquier conducta que tenga que ver con esa programación)
y vuelves de nuevo a activarte y a realizar una acción; esta, de nuevo, tendrá que ver con la programación
mental que estás tratando de suprimir.
Es por ello por lo que esta técnica no es la más apropiada para modificar dicha programación mental,
ya que tras la inactividad de nuevo vuelven las conductas y acciones de las que está compuesta y que se
pretenden eliminar.
La programación mental puede no variar demasiado si no hay muchos cambios en la vida cotidiana que
no hagan replantearse en un momento dado el estilo de vida. Si ocurren acontecimientos o experiencias
que impacten de una forma importante en la vida, es posible que en un momento determinado se tome
conciencia de los hábitos adquiridos que puedan haber influido en el desenlace de esos hechos. En tales
casos, una persona puede que se llegue a plantear modificar algunos patrones de comportamiento para
evitar en el futuro que puedan repetirse las mismas consecuencias.
Es con el tiempo como habitualmente vamos siendo conscientes de ello y también gracias a algunas
circunstancias que en ocasiones acontecen, que llegan a tener tal impacto sobre nosotros que hace que
nos replanteemos tanto nuestro devenir por la vida como la forma en la que estamos en el mundo: si esta
concuerda con nuestro propio modelo de referencia o no.
Otro medio por el que se logra modificar la programación mental es la de fijar una conducta y repetirla
constantemente de una forma intensa, durante varios días. Una conducta que tenga que ver con la nueva
programación mental que se desee implantar. Ello posibilitaría la eliminación de la programación vigente
hasta ese momento.
Es decir, no porque no se ejecute ningún comportamiento y se quede uno impasible e inactivo quiere
decir que con ello vaya a eliminar el programa de conductas por el que ha estado funcionando hasta ese
momento; pues este no se elimina ‒ante esa inactividad permanece en suspensión, hibernando‒, no se
modifica porque haya inactividad, a nivel consciente siempre estarán aflorando pensamientos e ideas que
tienen que ver con las acciones y las conductas de la programación mental por la que en cada momento se
está funcionando. La única forma de eliminar un hábito ya impuesto es instaurando otro nuevo hábito.
De este modo se puede lograr cambiar cualquier programa que en un momento determinado esté
gobernando tu vida, que te esté dirigiendo desde que te levantas, que te esté controlando desde el primer
momento del día.
En cualquier caso, aunque esta programación no se logre eliminar del todo, siempre se puede hacer un
intento por evitar realizar, ya desde las primeras horas, aquellas conductas que contengan ese programa,
procurando, con un poco de voluntad, mantener la calma, tratando de no ejecutar ninguna de esas
acciones, en silencio, viendo cómo por la conciencia van surgiendo ideas, pensamientos repetitivos que
tienen que ver con esa programación mental y que te incitan, mediante la repetición de aparición, a que
vuelvas realizar de nuevo las mismas conductas, y por lo tanto a seguir manteniendo los mismos hábitos
de los que está compuesta.
Solo es posible darnos cuenta de que todo esto sucede si establecemos una pausa para observarnos a
nosotros mismos, para ver lo que acontece dentro de nuestro propio mundo interior, el mundo de los
pensamientos y del funcionamiento de nuestra mente. Es la única manera de poder dar solución a esa
forma de actuar tan mecánica que tenemos, fruto de una programación que nos hemos construido poco a
poco, a lo largo del tiempo, a través de la repetición de patrones de conducta.
De esta forma seremos más conscientes de lo que ocurre en nuestro interior. Nos encontraremos en una
mejor posición para lograr que nuestra vida cambie modificando esos hábitos que hacen que no llevemos
la vida que en el fondo pretendemos. Hasta que no somos conscientes de que esto funciona así, no
estamos en disposición de cambiar, de empezar a funcionar de otro modo más acorde a lo que somos o a
lo que queremos llegar a ser.
Estos serían tan solo unos primeros puntos de inflexión para lo que podría constituir el cambio de
nuestro sistema de conductas. Si bien, para que el verdadero cambio se produzca, no solo hay que ser
consciente, no solo vale llegar a la convicción de que dicha programación hay que cambiarla, luego hay
que ponerse manos a la obra y trabajar para su modificación, para eliminarla e instaurar una nueva; esta
parte sería la más complicada.
Cuando esto se logra, para nosotros supone un gran cambio en todos los sentidos. Vemos la realidad de
otra forma. Empezamos a apreciar el significado de algunas cosas que suceden y a las que antes no
prestábamos atención. Comenzamos a apreciar que los mismos acontecimientos que antes nos afectaban
ya no tienen tanto poder de influencia sobre nosotros. Cómo lo que antes provocaba un fuerte cambio
emocional ya no tiene tanto ímpetu sobre nuestra propia voluntad.
4. Los hábitos
Un hábito se produce por un encadenamiento de conductas que al ejecutarse ocasionan un resultado casi
inmediato, logrando con ello que se genere una reiteración constante de dichas acciones hasta que el
número de conexiones neuronales llega a ser tan grande que al final ese hábito tenderá a repetirse
diariamente, de forma automática e inconsciente.
Entrará a formar parte de lo que son nuestros procesos automáticos que se alojan en nuestro
inconsciente, todo ello debido únicamente a la repetición de una determinada conducta. Una vez anclado
y convertido en un proceso involuntario, posteriormente resultará bastante difícil eliminarlo o disminuir
su intensidad.
Con lo cual podemos decir que existen una serie de procesos automáticos ―llamémosle a partir de
ahora hábitos― que forman parte de tu inconsciente y que están basados en la ejecución de un conjunto
de conductas habituales para las que tu cerebro no se tiene que esforzar excesivamente, pues se trata de
una cadena de pautas que ya están arraigadas mediante la repetición, gracias a la cual el cerebro cumple
de esta manera una de sus principales funciones: el ahorro de energía.
Por esta razón en tu vida diaria hay más posibilidades de repetir lo que habitualmente has venido
haciendo que de ejecutar un nuevo comportamiento, que supone la adquisición de una nueva información
y por tanto un mayor esfuerzo para procesar esos nuevos datos.
Esto permite incluso la opción de realizar otras tareas al mismo tiempo; por ejemplo, cuando vas
conduciendo un coche y mantienes una conversación con la persona que en ese momento está a tu lado.
Hay una parte de ti que está ejecutando esos procesos automáticos inconscientes que te permiten
conducir el vehículo, mientras que al mismo tiempo puedes seguir el hilo de dicha conversación con esa
otra persona.
A medida que practicamos una y otra vez la misma acción, nos perfeccionamos en su ejecución de modo
que a medida que va transcurriendo el tiempo la vamos realizando de una forma más perfecta, con mayor
calidad y con menos errores. Si continuamos insistiendo, vamos corrigiendo y aprendiendo por ensayo y
error cómo ejecutarla de la mejor manera posible en cada ocasión que tengamos de repetirla.
Un hábito puede estar formado por conductas repetitivas que sean buenas para nosotros, como por
ejemplo practicar un deporte diariamente, pero puede haber otros patrones de comportamiento en
cambio que consiguen ser dañinos, que no nos causan ningún beneficio, sino que más bien pueden estar
haciéndonos perder un tiempo valioso y un gasto de energía en fines que no conduzcan a nada, donde no
obtenemos ningún resultado.
EL REFUERZO DEL RESULTADO
Si realizas una acción, pero no tienes el fruto esperado de una forma inmediata, es posible que dejes de
ejecutarla y que tardes tiempo en volver a ella, a no ser que sea algo urgente y de extrema necesidad, por
lo que seguirás intentándolo hasta dar con algún resultado que pueda ser satisfactorio para ti. Todo
depende de la recompensa y de la necesidad de efectuar esa tarea.
Por tanto, una vez que nos disponemos a la acción estamos atentos al resultado, mantenemos la
expectativa de obtener un refuerzo positivo mediante la realización de esa acción, de esa conducta en
concreto. De forma que si encontramos el efecto esperado mantenemos esa misma conducta que la
repetimos en el tiempo hasta que esta deja de tener las consecuencias que deseamos.
En realidad, ajustamos nuestras acciones según vamos observando el resultado que tienen, las
consecuencias que obtenemos con ellas. Las mantenemos en el tiempo si esos efectos son positivos y
satisfactorios para nosotros o las eliminamos y tardamos en ejecutarlas si no se ajustan a los resultados
que esperamos.
Y es que sentimos que detrás de cada pequeño acto que emprendemos, relacionado con cada actividad,
obtenemos de inmediato un resultado que nos impulsa a seguir ejecutando esa conducta sin que nos
importe demasiado el paso del tiempo. El refuerzo del resultado obtenido es lo que en realidad nos
engancha a seguir manteniendo de forma repetida dicha acción sin que sintamos la necesidad de parar.
Por tanto, mantenemos y repetimos una conducta cuando observamos que obtenemos un resultado
inmediato, dejando a un lado aquellas en las que no conseguimos recompensa alguna, o cuando esta no
parece que vaya a ser cercana.
Simplemente la repetimos porque dicha conducta pertenece a una programación mental que nos hemos
creado nosotros mismos en base a reiterar ese comportamiento, porque hemos aprendido mediante esa
persistencia que dicha acción conduce a un resultado, y si se produce ese resultado concreto se refuerza
esa conducta y su reincidencia. De manera que se arraiga, en forma de hábito, dentro de nuestro propio
inconsciente. Se convierte en un proceso automático que repetimos una y otra vez sin ser conscientes en
muchos casos de lo que estamos haciendo.
En el caso de que no obtengamos el refuerzo de un resultado esperado, es posible que dejemos de
repetir esa conducta determinada. En tal caso, empezaremos a considerar otra clase de comportamiento
que nos pueda conducir a ese resultado deseado. Y así estaremos, por ensayo y error, probando una serie
de conductas hasta encontrar aquella por la que podamos obtener los efectos que se esperan.
La continuidad de nuestras acciones depende en gran medida de este factor. Es la razón que explica
nuestros hábitos, es ahí donde se fundamentan y lo que hace que se repitan una y otra vez y que nos
cueste tanto desembarazarnos de muchos de ellos, pues se crea en torno a estos un número tal de
estructuras y conexiones neuronales que se hace difícil separarlas de un día para otro.
Para saber detectar si estamos obteniendo el resultado que deseamos con la repetición de una
conducta, no hay mejor indicador que la fluidez con la que hacemos una acción. Cuando estamos inmersos
en una actividad que nos atrapa, de tal forma que apenas somos conscientes del paso del tiempo y de lo
que sucede a nuestro alrededor, significa que hemos encontrado una fluidez por la que no nos detenemos
‒no nos bloqueamos‒ y permanecemos atentos a dicha actividad sin que nada nos distraiga. Vemos cómo
los pensamientos y las conductas se encadenan una tras otra sin que sintamos la necesidad de evadirnos
con ninguna otra cosa.
La fluidez que alcanzamos es tal que pasan las horas muy rápidamente, perdemos totalmente el sentido
del tiempo. No atendemos a otra cosa que no sea aquello en lo que tenemos puesto en ese momento
nuestro foco de atención. Esta fluidez en la acción se logra cuando observamos que alcanzamos un
resultado inmediato.
CÓMO INSTAURAR UN NUEVO HÁBITO
En el caso de que deseemos instaurar un nuevo hábito, un nuevo patrón de comportamiento, debemos
ocuparnos primero del resultado que vamos a obtener con la acción que realicemos. En el caso de que
veamos que no vamos a tener un resultado claro o evidente o a muy corto plazo, debemos, en tal caso,
empezar a ser conscientes que va a ser difícil fijar dicho comportamiento e instaurarlo como hábito.
Tenemos por tanto que tratar de buscar, en primer lugar, la forma en la que podemos encontrar la
recompensa de aquello que vayamos a hacer. Tenemos que saber, ante todo, cuál va a ser, si
conseguiremos algún tipo de resultado, si lo obtendremos mediante una conducta concreta o varias. Hasta
que no tengamos esto claro, no estaremos en disposición de crear un hábito y de alcanzar la esperada
fluidez en aquello que deseemos alcanzarla.
En realidad, se trata de anticiparnos a los resultados. De ser conocedores y prever las consecuencias
que vienen acompañadas con cada conducta. Si las consecuencias son las que esperamos, o al menos
guardan una similitud con aquello que deseamos, es muy posible que consigamos establecer un hábito a
fuerza de repetir una y otra vez dicha conducta siempre que venga acompañada del resultado que
anhelamos.
En todo caso, la clave por la que podemos deducir que se crea un hábito consiste en esperar un
resultado, tanto si es a corto como a largo plazo. Lo importante es atisbar claramente que con la
repetición de una conducta concreta se obtendrá tarde o temprano una determinada recompensa. Es la
principal razón para mantener la conducta y conseguir el hábito.
LOS HÁBITOS SON DISTINTOS CON EL TIEMPO
No siempre repetimos los mismos patrones de comportamiento. En cada periodo de nuestra vida
tenemos hábitos que son distintos. Estos se van modificando a medida que va pasando el tiempo, en
función de la nueva información que vamos adquiriendo a través de la experiencia y de nuestro contacto
con la realidad.
Posiblemente nuestros hábitos cuando somos jóvenes no son los mismos que en otra edad más avanzada
de la vida; puede que no tengan nada que ver unos con otros.
Nuestro estilo de vida, por ende, también es distinto y muchos de nuestros pensamientos del mismo
modo se van modificando con el paso de los años. Muchas de nuestras creencias dejarán de tener tanta
relevancia para nosotros y comenzarán a tener fuerza otras a las que antes no les prestábamos tanta
atención, o simplemente no creíamos en ellas, pero las vamos incorporando a nuestro sistema de
pensamiento por las nuevas experiencias que vamos adquiriendo.
Por tanto, podríamos decir que este se va modificando también con el paso del tiempo, cobrando fuerza
algunas ideas que antes pasaban desapercibidas para nosotros en detrimento de otras a las que en su
momento prestábamos más atención.
Todo va cambiando, nuestras relaciones tampoco son las mismas de un periodo a otro de nuestra vida.
Influyen las circunstancias que nos rodean, la movilidad a la que algunas veces nos vemos obligados por
el cambio de residencia, el cambio de trabajo… Todo hace que constantemente estemos conociendo
nuevas personas y estableciendo nuevos lazos de amistad con aquellos que nos rodean con más
frecuencia.
Todas estas circunstancias influyen en nuestros propios hábitos, donde apreciamos también grandes
cambios a medida que van pasando los años, como en el resto de las cosas.
LA MENTE Y LOS HÁBITOS
En realidad, nuestra mente funciona determinada por los propios hábitos que hemos adquirido. Somos
nosotros, con nuestras particulares conductas, los que determinamos nuestro propio funcionamiento
mental, la clase y el contenido de nuestros pensamientos. Por lo que juega un papel importante, en
nuestro estilo de vida, los patrones de comportamiento más habituales: aquello que repetimos una y otra
vez casi sin darnos cuenta.
De este modo se crean unas nuevas estructuras neuronales en torno a una conducta concreta. De
manera que, gracias a este sistema, vamos repitiendo ese hábito una y otra vez, y en cada reiteración se
va arraigando aún más en nosotros, en nuestro mecanismo mental, hasta que llega un momento en que
realizamos esa conducta de una forma casi involuntaria e inconsciente, como un proceso automático que
pertenece a una programación que vamos desarrollando a medida que repetimos esos patrones de
comportamiento que siempre son parecidos.
Todo va enlazado: los pensamientos con las acciones y viceversa. En función del número de
reproducciones que realicemos de una acción así será la creación de conexiones sinápticas a nivel
neuronal. En función de estas nuevas conexiones neuronales, fruto de la repetición de una acción
concreta, surgirán los nuevos pensamientos relacionados con esa acción determinada.
Detrás de todos esos comportamientos repetitivos, por tanto, se encuentran los pensamientos que
surgen a nuestra propia conciencia, que son fruto a su vez de los propios actos que más repetimos. Y es
que, estos pensamientos que surgen a la conciencia de una manera repetitiva y automática se ven
reforzados por la acción. De forma que cada vez que ejecutamos un comportamiento determinado, esos
pensamientos se fortalecen y esto hace que se multiplique la frecuencia de aparición. Cuantas más
acciones realicemos sobre un tema en concreto más pensamientos tendremos posteriormente sobre ellas,
y por lo tanto mayores posibilidades habrá de que acabemos repitiéndolas posteriormente.
La repetición continuada de dichas conductas se convertirá en hábito, y en función del tiempo que
repitamos y mantengamos ese hábito así será luego la dificultad para poder modificarlo o eliminarlo, en el
caso de que no estemos conformes con las consecuencias que ocasione mantener ese determinado patrón
de comportamiento.
Entonces entramos en una vorágine de conductas repetitivas a las que nos cuesta trabajo ponerles
freno; pues funcionamos como robots, siendo mínimamente conscientes de aquello que realizamos
diariamente, de forma que hacemos cosas sin detenernos a reflexionar sobre las causas que están detrás y
las consecuencias que pueden llegar a tener.
El caso es que al final acabamos efectuando un conjunto de acciones automáticas, sin control, sin
apenas tiempo para pensar aquello que hacemos y en las consecuencias que puede acarrear tanto para los
demás como para nosotros mismos.
Esto es en realidad lo que determina el número de pensamientos que fluirán a nuestra conciencia, así
como el contenido de estos. A medida que va pasando el tiempo vamos modificando nuestro
comportamiento y por tanto también nuestro funcionamiento mental. El contenido de nuestros
pensamientos, como consecuencia, también se va modificando en función de las nuevas conductas que
vayamos adquiriendo.
LOS IMPULSOS Y LOS HÁBITOS
Dejarse llevar por lo primero que piensas puede no ser buena idea, puede que luego te arrepientas de
no haber reflexionado algo más antes de haberlo hecho. Y es que, nos dejamos llevar por nuestros
impulsos, que aparecen cuando menos lo esperamos y nos conducen sin remedio a hacer aquello que en el
fondo no desearíamos hacer pero que acabamos haciendo por no tener un control sobre nosotros mismos
lo suficientemente fuerte.
Estos impulsos nacen de nuestro inconsciente, al que previamente hemos alimentado con todas las
experiencias que hemos tenido, con nuestros hábitos automáticos y repetitivos que hemos adquirido a
base de repetir conductas incesantemente. Algunas veces surgen como medio defensivo, otras
simplemente para que gastemos una energía que tenemos acumulada y que es necesario soltar.
Si perdemos el control, estos impulsos se apoderan de nosotros, de nuestra propia voluntad sin que nos
demos cuenta de ello y acabamos obedeciendo a sus pautas dejándonos arrastrar allí donde estos nos
lleven.
Cada vez que somos agresivos nos dejamos llevar por estos impulsos inconscientes. No percibimos con
claridad cuál es su mecanismo, pero sí podemos observar que un modo de actuar agresivo es fruto de la
frustración que algunas veces sentimos al no ver cómo se traduce en resultado aquello que hacemos, o
cuando este no es el esperado o no se adapta a las expectativas que teníamos antes de realizar una
determinada acción. De ahí nace, principalmente, el impulso agresivo.
Cuando este se manifiesta se apodera de nosotros y nos lleva a actuar de un modo descontrolado, que
no es el modo natural de comportarnos.
Cada vez que damos rienda suelta a estos impulsos estamos poniendo la base, casi sin querer, para la
creación de un hábito en ese sentido. Si nos dejamos llevar por un impulso y lo repetimos en varias
ocasiones creamos las conexiones neuronales suficientes para que la conducta resultante se establezca
como un hábito adquirido por el uso y la repetición. Hasta que llegamos al punto de llevarlo a la práctica
de una forma automática, casi sin querer.
En muchas ocasiones todos obedecemos a nuestros impulsos más inmediatos, nos dejamos llevar por
ellos sin tratar de ponerles freno. A no ser que su ejecución nos ocasione alguna experiencia traumática, o
algún daño que veamos a simple vista.
DIFERENCIAS INDIVIDUALES
En cuanto a la creación y mantenimiento de un hábito encontramos que existen diferencias
individuales.
Existen aquellos que logran atrasar la recompensa sin que ello les afecte, sin disminuir la intensidad de
sus conductas; aunque estas no estén obteniendo resultados visibles y a corto plazo. No les influye para
nada el hecho de no obtener los resultados esperados en un primer momento, continúan probando otras
opciones hasta dar con la conducta apropiada. Son capaces de prolongar el resultado esperado
realizando acciones sin recompensa.
Se piensa, incluso, que aquellos que tienen esta capacidad y esta forma de proceder, son los que
posteriormente alcanzan metas más altas, pues no les importa ni les influye demasiado no obtener
resultados a corto plazo. Tienen la convicción, en todo caso, de que, con el tiempo, si siguen insistiendo en
dichas conductas, los resultados llegarán tarde o temprano.
De alguna forma, aquellos que esperan y tienen la suficiente paciencia como para que no les afecte la
falta de inmediatez de un resultado en concreto, tienen una gran madurez a la hora de gestionar los
resultados y el tiempo, tienen una visión totalmente distinta de la planificación y la consecución de sus
objetivos.
Entienden que el sentido de sus acciones es a largo plazo y no se fijan tanto en la inmediatez de lo que
hacen sino más bien en la recompensa que pueden alcanzar si esperan pacientemente realizando esa
misma tarea; aunque no encuentren esos resultados inmediatos que la mayoría esperarían en su caso.
Para ello se requiere una gran dosis de fe en uno mismo, de confianza y esperanza en que finalmente se
logrará con el tiempo aquello que se pretende, siempre que se haga desde la constancia del trabajo bien
realizado.
A veces esto se adquiere porque alguien te lo enseña; otras veces, debido a las experiencias que uno
vive, se aprende por sí mismo.
En otros casos, no existe esta predisposición a actuar de esta forma y la persona puede continuar con
una actitud equivocada durante toda su vida, sin enmendar los errores ni corregir el rumbo cuando se
hace necesario dar un golpe de timón a aquello que hacemos y a la actitud que mantenemos ante ello. Y
es que existen otras personas, en cambio, que se rinden en cuanto no observan que sus conductas vienen
acompañadas de los resultados que esperan. En ese mismo instante abandonan cualquier otra posibilidad
que les pueda deparar probar una nueva solución, otro recurso distinto. Convencidas de que hagan lo que
hagan no van a obtener ningún tipo de resultados, enseguida desisten, dejan de mantener la frecuencia
necesaria para que se genere un nuevo hábito en esa dirección, por lo que continúan manteniendo los de
siempre.
Hay quien, detrás de cada acción, de cada conducta, obtiene unas conclusiones bastante favorables y
positivas que le ayudan mucho a perfeccionar esa acción en concreto. Sabe hacer una lectura positiva, por
tanto, de aquello que le acontece y esto se ve reflejado en el propio perfeccionamiento que desarrolla en
la ejecución de sus acciones. Otros, en cambio, no logran hacerlo.
Son dos formas de afrontar una misma situación, dos líneas a seguir en función de las características
individuales de cada persona.
Estas dos formas de afrontar esa misma realidad vienen marcadas, sin duda, por las influencias del
entorno en el que cada persona se desenvuelve, por sus características genéticas y también por la
educación recibida y el contexto familiar en el que ha vivido desde que nació.
Depende también de la personalidad de cada cual, de las circunstancias en las que uno vive, de las
experiencias que haya tenido anteriormente y del resultado obtenido en cada una de las acciones que ha
realizado en el pasado, de los frutos obtenidos por su trabajo.
Hay un buen número de factores que influyen en mantener una actitud u otra frente a las dificultades
que la vida nos va planteando. Las diferencias dependen tanto de las características individuales como de
factores externos que hayan podido influir sin que hayamos sido muy conscientes de ello en los momentos
en los que actuamos.
En estos casos encontramos que existen diferencias individuales bastante pronunciadas y significativas.
Serían dos formas de afrontar la frustración que supone la no obtención de resultados inmediatos a la
ejecución de cada comportamiento, de cada intento que se realiza de cara a obtener algo.
La forma de afrontar la propia frustración es la clave del éxito o no que se pueda tener en el futuro. Es
cierto que la forma de hacer frente a este sentimiento puede educarse, aprenderse, modificarse, con la
práctica continuada y con una adecuada información al respecto. Lo importante, en tal caso, es detectar
que esta forma de afrontar una situación problemática afecta irremediablemente al resultado final que
acabemos obteniendo. Por lo que es importante poner el foco de atención en nuestro propio nivel
emocional cuando actuemos esperando un resultado concreto, sobre todo en el momento en que este no
llegue o no aparezca como deseemos.
Ese sería el momento clave para tomar las riendas, cuando percibimos lo que sentimos, para no
dejarnos llevar por ese estado de frustración ‒en el caso de que no suceda aquello que nosotros
deseamos‒, para que no nos conduzca a abandonar la realización de esa tarea en concreto.
Se trata de estar alerta, en constante observación, para actuar de este modo a tiempo, antes de que
nuestro propio sentimiento de frustración nos controle y nos lleve allí donde no queremos ir. Consiste
primero en observar y en segundo lugar en dejar pasar sin que afecte lo más mínimo al estado emocional
que sentimos con cada acción que realizamos, con cada resultado que no vemos.
BENEFICIOS DE SU CONOCIMIENTO
Nos dejamos llevar por el día a día, por nuestros hábitos cotidianos, apenas nos detenemos a observar
lo que ocurre, tanto fuera como dentro de nosotros mismos. Repetimos una y otra vez los mismos
patrones de comportamiento sin darnos cuenta de las consecuencias que ocasionan.
A veces, podemos percibirlo fácilmente cuando nos sobrevienen esos momentos en los que no estamos
contentos con nosotros mismos, cuando vemos que existe una gran distancia entre el ideal de persona que
queremos llegar a ser y lo que somos en realidad.
Esa distancia se ve reflejada en nuestro propio estilo de vida, en nuestros hábitos cotidianos. A causa de
los mecanismos que posibilitan que esos hábitos estén alojados en nuestra mente, concretamente en su
parte inconsciente, que ocupa el mayor espacio de la actividad mental y va dictando, mediante la
programación mental que creamos en base a repetir una y otra vez la misma conducta, aquello que
hacemos sin darnos cuenta, de manera que nos lleva a proceder de una forma que algunas veces no
deseamos.
Por ello es importante llegar a un conocimiento más o menos básico de nuestros propios hábitos que
pueda conducirnos a alcanzar una vida más plena y saludable, pues dicha información nos puede ayudar a
corregir aquello que pueda estar provocándonos un gran malestar y una vida no lo suficientemente plena.
Llegar a ser conscientes de estos mecanismos, conocer su funcionamiento, nos ayuda a desarrollar aún
más nuestro potencial, a ser más nosotros mismos y a saber desenvolvernos en la vida con una mayor
claridad y seguridad.
En definitiva, nos puede llevar a ser más felices, al tener pleno conocimiento de lo que en cada
momento hacemos, de lo que pensamos y sentimos en cada circunstancia.
CÓMO CAMBIARLOS
Una vez que esos patrones de conducta los convertimos en hábito, posteriormente encontramos una
gran dificultad para poder modificarlos, pues se habrán arraigado, mediante la práctica diaria, como un
proceso automático más en nuestro propio inconsciente, lo que nos conducirá a realizarlos casi de forma
automática, involuntaria, sin que nos demos cuenta de ello mientras los ejecutamos diariamente.
En nuestro propio funcionamiento mental encontramos la razón de que exista una gran dificultad para
hallar el mecanismo para modificar y dar un giro a todo ese proceso que nos lleva a ejecutar una y otra
vez esos patrones de conducta, de hábitos adquiridos con los que en muchas ocasiones no estamos muy de
acuerdo en el fondo, que nos llevan a actuar de tal manera que a veces no estamos conformes con esa
forma de comportarnos.
Por ello, el control conductual, que en muchas ocasiones se hace necesario, solo es posible desde
nuestra propia voluntad. Desde un acto de tomar conciencia de las consecuencias que conlleva una
determinada conducta y realizar un esfuerzo por nuestra parte para tratar de modificar ese
comportamiento. De esta forma nos resultará mucho más fácil el cambio.
Ser conscientes
Hay personas que se dejan arrastrar por sus hábitos sin tener ninguna intención de modificar nada. De
manera que continúan haciendo lo mismo en las mismas circunstancias toda su vida, sin ser muy
conscientes de las consecuencias que acarrea actuar de una determinada manera y de continuar
haciéndolo a lo largo del tiempo.
Desconocen por tanto la existencia de esa otra parte que está dentro de ellos mismos, en la que pueden
descubrir todo un mundo lleno de posibilidades para dar un giro a sus vidas modificando todos aquellos
pensamientos que sean necesarios para lograr cambios efectivos para encontrar una mayor satisfacción
en aquello que realizan cotidianamente.
Una forma por la que nos resultará más sencillo cambiarlos es siendo conscientes. Nos ayudará a
entender cómo se forman estos hábitos y a conocer el mecanismo de nuestra propia programación mental
que habita en nuestro inconsciente.
En algunas ocasiones somos conscientes de nuestros malos hábitos, sobre todo cuando las cosas no van
como nosotros desearíamos, y entonces nos esforzamos en cambiarlos; si están muy arraigados parece a
priori una tarea algo complicada.
Todo se origina con la repetición de una actividad en concreto: una acción que nos llama mucho la
atención, que repetimos una y otra vez hasta que la convertimos en hábito, se queda arraigada con tal
fuerza que llega el momento en que la ejecutamos de forma automática, sin ser muy conscientes algunas
veces de lo que estamos haciendo.
Simplemente nos dejamos llevar por la inercia de nuestros propios pensamientos que nos impulsan
irremediablemente a hacer siempre lo mismo, a las mismas horas, todos los días.
En realidad, apenas somos conscientes de lo que hacemos a lo largo del día. Solo al final, cuando este
va acabando, hacemos un balance de nuestra forma de proceder. Entonces, de alguna manera, nos
evaluamos en ese momento preguntándonos si lo que hemos realizado ha servido para cumplir nuestros
objetivos o no. Si ha tenido alguna utilidad lo que hemos hecho, si es que hemos hecho algo, y si ha ido en
la línea de lo que pretendemos ser en realidad. Una vez realizada dicha autoevaluación, estaremos
conformes con nosotros mismos o no, eso depende de las conclusiones a las que lleguemos, si han sido
positivas o no para nosotros.
Al día siguiente, es probable que volvamos a repetir de nuevo las mismas conductas, los mismos hábitos
que realizamos el día anterior, a no ser que en dichas conclusiones hayamos visto que hay algo anómalo,
algo que no se corresponda con nuestro verdadero propósito. De no ser así, es posible que continuemos
realizando lo mismo y así sucesivamente.
No es nada sencillo a primera vista, a no ser que empecemos a ser conscientes de las consecuencias
negativas que puede acarrearnos si mantenemos en el tiempo aquellos hábitos que nos dañan.
Ser observadores
Otra fórmula es mediante la autoobservación de nuestros propios pensamientos. En la medida en que
seamos observadores de aquello que pasa por nuestra mente y nos detengamos sin actuar, dejando que
pasen aquellos pensamientos que nos conduzcan a acciones no deseadas, controlaremos nuestro propio
comportamiento, nuestro modo de actuar.
En nuestra mente surgen alrededor de unos 60.000 pensamientos diarios, de los cuales el 94% se
repiten y el 80% son negativos. Aquellos que se repiten con mayor intensidad son los que finalmente te
obligan a realizar una serie de conductas relacionadas con esos pensamientos. Son como un tren
interminable al cual parece ser complicado ponerle freno, controlarlo, llegar a dominarlo; a no ser que
seas consciente de ello y te detengas a observar. Entonces podrás poner fin a ese continuo flujo de
pensamientos repetitivos que al final te obligan a que acabes ejecutando una determinada conducta.
Solo podemos conseguirlo si nos observamos a nosotros mismos y analizamos si aquello que estamos
haciendo de forma tan repetitiva nos ocasiona algún bien o en cambio está siendo lesivo para nosotros. En
tal caso podemos ponernos a la tarea de tratar de remediarlo de alguna forma, si es posible.
Solo con que seamos algo observadores nos daremos cuenta de ello a su debido tiempo.
Y es que, hasta que no logramos realizar una pausa y nos paramos a observar aquello que está
ocurriendo dentro de nosotros, no somos conscientes de este mecanismo, de esta forma de funcionar y,
por lo tanto, no podemos ponerle freno, en el caso de que no estemos conformes con esa forma de
proceder tan repetitiva.
Debemos aprender, por tanto, a ser observadores de todo esto que nos acontece para ser más
conscientes de las consecuencias que conlleva la repetición continuada de toda esa serie de acciones que
en muchas ocasiones nos llevan a la consecución de resultados inesperados y no deseados. Para darnos
cuenta de todos aquellos aspectos que influyen en nosotros de cara a actuar de una manera o de otra.
No es fácil saber realizar o entrenarse en aprender a hacer esa pausa antes de actuar, puesto que el
modelo de sociedad que observamos no se corresponde con este principio y con esta nueva forma de estar
en el mundo.
El control conductual mediante la propia observación no es nada fácil, puesto que estamos configurados
para seguir casi de forma inmediata cada pensamiento que tenemos, sin detenernos. Para que este control
sea efectivo, se requiere de una práctica continuada, un autoconocimiento que solo es posible desde la
observación de uno mismo, de una forma habitual y a través de situaciones buscadas en las que debe
reinar el silencio y la paz interior, para poder así conectar con uno mismo y advertir claramente todo
aquello que a cada paso va circulando por nuestra conciencia de una forma automática, repetitiva.
Si lo conseguimos podremos tener una herramienta más para poder controlar ese mecanismo mediante
el cual una serie de pensamientos repetitivos nos abordan y nos llevan a realizar aquello que no
queremos.
De este modo iremos aprendiendo, a través de nuestro propio análisis, la forma de hacer las cosas.
Observándonos a nosotros mismos en cada conducta que realizamos, comprobando las consecuencias que
tiene cada acción repetida: si son unas consecuencias favorables o no para nosotros, si obtenemos con
dicha acción los resultados esperados o no.
La importancia de las emociones
Poder cambiar nuestros hábitos depende también de cómo nos sintamos con respecto a aquello que
estemos viviendo en cada instante. Esto marcará si vamos a tratar de repetirlo o no. Si experimentamos
unas emociones positivas con ello, buscaremos esa misma situación más veces para volver a sentir de
nuevo las mismas emociones y la satisfacción personal que estas acarrean.
En cambio, si lo que experimentamos es algo desagradable, trataremos de evitar esa situación para que
no se repita y no volvamos a sentir de nuevo esa clase de emoción. Es cuestión de supervivencia de
nuestro sistema emocional.
Bien es cierto que muchas veces insistimos una y otra vez en aquello que nos hace daño y lo
mantenemos en el tiempo casi de forma ilimitada hasta que se arraiga en nosotros ese hábito, de tal
manera que posteriormente no podemos deshacernos de él tan fácilmente. Puede pasar luego mucho
tiempo para poder quitarnos totalmente un mal hábito que llevemos repitiendo con mucha asiduidad.
Es en realidad un círculo vicioso el que se produce entre comportamientos y pensamientos que resulta
complicado parar y ponerle freno, a no ser que nos lleve a un hastío y a un dolor por los que finalmente
decidamos romperlo y establecer una nueva cadena de conductas más positivas para nuestros intereses.
La repetición de esas nuevas conductas generará nuevos pensamientos e ideas que empezarán a surgir en
nuestra conciencia de forma repetida y constante, sin que apenas nos demos cuenta.
Información que se obtiene de las relaciones
El control conductual también se puede conseguir mediante la información que obtenemos en nuestras
relaciones con los demás de aquello que viene a ser nuestro comportamiento, nuestro modo de actuar
habitual. Si de la información de los demás deducimos que nuestra conducta no es aceptada, que no
tenemos la aprobación de los otros cuando ejecutamos un determinado acto, esa misma información que
recibimos nos impulsa, una vez que la analizamos con tranquilidad, al cambio. Somos seres sociales y lo
último que queremos es sentir la desaprobación de aquellos que nos rodean, de aquellas personas con las
que nos relacionamos habitualmente y de las que obtenemos unos fuertes lazos de amistad que no
queremos perder.
5. La influencia externa
Todo tiene una explicación lógica, tanto cuando hacemos algo como cuando dejamos de hacerlo. Todo
viene condicionado por nuestro funcionamiento interno y por las influencias del exterior que de alguna
manera también nos afectan; aunque no lo queramos.
Muchas cosas que existen a nuestro alrededor pasan normalmente desapercibidas para nosotros, pero
no dejan de tener su importancia puesto que también forman parte de nuestra realidad y nos influyen del
mismo modo que todas esas otras en las que ponemos nuestro foco de atención continuamente.
Todos estos estímulos externos se transforman en contenido para nuestra propia mente. Contenido que
posteriormente aflora a nuestra conciencia de forma automática sin que nos demos apenas cuenta y se
transforma en conductas que repetimos una y otra vez sin ser muy conscientes de ello.
Desde hace ya mucho tiempo se viene hablando de una mente colectiva o social mediante la cual la
mayoría sigue las mismas pautas de pensamiento impuestas, vigentes en cada momento; aunque no nos
resulta posible darnos cuenta de esto si vivimos inmersos en el estrés y la prisa. Vivimos conforme a unos
determinados hábitos que de alguna manera vienen también determinados por la propia sociedad en la
que vivimos.
Nos dejamos arrastrar por las circunstancias externas, ellas son las que muchas veces nos marcan el
camino a seguir. Mantenemos los dictados que nos impone la sociedad en la que vivimos y el entorno en
que nos movemos.
Encontramos una enorme dificultad para estar por encima de los cánones impuestos, que nos vienen de
fuera, por parte del mundo que nos rodea. Debemos dar un salto enorme y costoso para sobrepasar las
limitaciones que ya nos vienen dadas por el contexto en el que vivimos, por los condicionantes familiares y
en muchas ocasiones por nosotros mismos, por nuestra propia mentalidad, que nos lleva a desaprovechar
todo lo bueno que hay en nosotros, todas nuestras potencialidades y dones con los que venimos al mundo.
Es irremediable, en este sentido, la influencia que ejerce en nosotros todo cuanto proviene del exterior,
de nuestro entorno más inmediato. No podemos huir de esa influencia (de los estímulos que nos avasallan
de continuo provenientes del exterior, del mundo en que nos desenvolvemos) a la hora de llevar a cabo
nuestras acciones y nuestras relaciones con las personas que nos rodean.
La influencia del ambiente en el que vives es muy importante en todas las decisiones que tomes, en la
forma de comportarte y de relacionarte con los demás; incluso también influye en la forma de verte a ti
mismo, puesto que esta visión también viene condicionada por la información que tienes sobre ti del
exterior, concretamente de las personas que te rodean, de lo que intuyes que los demás piensan de ti: idea
o creencia que puede estar equivocada, puesto que no dejaría de ser tan solo un pensamiento que te creas
cuando te dejas llevar por tus sentimientos o tu interpretación de lo que observas en los demás.
Vivimos dependiendo de los juicios de fuera, que percibimos de los otros sobre nuestra propia persona
‒es a lo que otorgamos mayor importancia‒, y descuidamos el valor de nuestro propio criterio: la
evaluación que hacemos de nosotros mismos sin que haya una influencia externa.
Nuestra autoestima depende de cómo interpretemos los comentarios que los demás hagan sobre
nosotros. Nos guiamos única y exclusivamente por ellos. No nos detenemos demasiado en contrastar
dicha información para cerciorarnos de si son ciertos o no.
Otorgamos, por tanto, demasiado valor a toda la información que nos viene de fuera. En muchas
ocasiones no confiamos, en realidad, en nuestros propios juicios y razonamientos, dejándonos guiar por
las opiniones de las personas más cercanas sin tener en cuenta lo que piensa aquella que debería ser la
más importante: tú mismo. Así, muchas decisiones se toman influidas por aquello que estiman los demás y
no tanto por lo que nosotros realmente deseamos hacer.
Si bien, en la mayoría de los casos nos adaptamos a cualquier circunstancia, por difícil que esta sea,
para poder seguir sobreviviendo, para continuar la lucha diaria por mantenernos aquí.
Tanto a nivel físico como a nivel mental hemos ido evolucionando a medida que ha ido transcurriendo el
tiempo para lograr ser seres humanos más perfectos, más acoplados a las inclemencias externas, a las
dificultades a las que nos enfrentamos cotidianamente en cada circunstancia en la que vivamos.
EL APRENDIZAJE
El arsenal de conocimientos que tenemos depende, de alguna manera, de uno mismo, de su formación,
de la cultura propia y de aquella que nos rodea, en la que nos ha tocado vivir. También son el resultado del
nivel de socialización que cada persona haya tenido, pues en el contacto con los demás también se
aprende y se adquieren muchos contenidos y habilidades necesarias para la solución de los problemas que
cotidianamente pueden presentarse de forma inesperada.
En muchas ocasiones copiamos los modelos que observamos en el exterior, cuando prestamos atención
a las conductas que los demás realizan ante las mismas acciones que tenemos que realizar nosotros. Nos
percatamos de cómo las ejecutan para hacer lo mismo, siempre y cuando observemos que, con esa forma
de actuar, para esa situación en concreto, se obtienen los resultados que de alguna manera nosotros
también esperamos.
Con la experiencia y la práctica también conseguimos alcanzar una serie de habilidades que vamos
perfeccionando con el tiempo y que nos permiten ir sobreviviendo en el entorno que nos rodea.
El contacto con el exterior
En la medida en que nos relacionamos con nuestro entorno vamos adquiriendo una serie de habilidades
básicas para poder seguir desarrollándonos como seres humanos, para ir sobreviviendo a las dificultades
cotidianas dando solución a todo lo que se nos plantea.
Todo aquello que pertenece a nuestro conocimiento, aunque no se revele conscientemente porque no
exista la necesidad, se ve influido por nuestro nivel de aprendizaje y de competencias adquiridas a través
de nuestra experiencia y del contacto con el exterior.
Y es que, el vínculo con el mundo externo tiene mucho que enseñarnos, no solo podemos contar con la
información que provenga de nuestro mundo interior. También es importante la que recibimos de fuera
para poder llevar a cabo una vida equilibrada y alcanzar con ello una consonancia y bienestar realmente
saludables.
Todo en nosotros va evolucionando a medida que vamos aprendiendo en el contacto con nuestro
entorno, a través de los aprendizajes que obtenemos mediante nuestras experiencias cotidianas en las que
tratamos de solventar como medianamente podemos las dificultades que se nos van presentando a diario.
Toda esa información que obtenemos del exterior supone la base de nuestro conocimiento, que se
almacena en nuestra memoria para siempre; que luego surgirá de forma automática cuando lo
necesitemos para solucionar alguna dificultad a la que nos enfrentemos en nuestro quehacer cotidiano.
Aunque seamos, en última instancia, nosotros los que decidamos la visión y la interpretación de aquello
que observamos, parte de esa información que contribuye a que saquemos nuestras propias conclusiones
proviene del exterior. Por lo que influye el contexto y el entorno en los cuales percibimos y obtenemos
dicha información.
Estos pueden variar según sean las circunstancias del momento, de forma que pueden llegar a no ser
siempre los mismos, e incluso pueden no repetirse si las situaciones que vives impiden que vuelvas a estar
otra vez de nuevo en ese mismo lugar.
También se dará la circunstancia de que conozcas nuevos espacios y entornos, y que en esos momentos
seas consciente que lo que aprendiste anteriormente puede valerte de poco para esa nueva situación, por
lo que te sentirás obligado a tener que adaptarte y aprender una nueva información más apropiada para
ese nuevo contexto.
Todos esos datos que obtenemos del entorno y de los demás los vamos asimilando lentamente,
conforme al paso del tiempo, y se quedan guardados ahí, dentro de nosotros, hasta que los precisemos
cuando surja una circunstancia para la que necesitemos nuevas herramientas y conocimientos. En
ocasiones vendrán a nuestra conciencia en forma de pensamientos aislados, cuando por alguna
circunstancia nos acordemos de los momentos en los que asimilamos dicha información.
Ese conocimiento siempre estará ahí para nosotros, y se unirá a la nueva información que vayamos
incorporando a través de los contenidos de las nuevas experiencias que vayamos viviendo con el paso del
tiempo. Gracias a esta actualización permanente podremos elaborar nuevas teorías e hipótesis acerca de
aquello que nos preocupe en cada momento, o que tenga que ver con aquello donde hayamos puesto
nuestro foco de atención.
La solución de problemas
Toda la información que obtenemos, a través de las experiencias que vamos viviendo, se va
almacenando en nuestra memoria. Son contenidos que entran a través de nuestra percepción,
relacionados con todo aquello que tenemos la posibilidad de observar y que se encuentra a nuestro
alrededor, en el entorno en el que vivimos y allí donde nos relacionamos, donde ejecutamos nuestras
acciones cotidianas.
Posteriormente aflora cuando la necesitamos para resolver algún tipo de dificultad, cuando estamos
frente a algo que tenemos que solventar, algún problema que solucionar.
En otras ocasiones, esa información que ya tenemos y que hemos ido acumulando a través de nuestra
experiencia pasada, no es suficiente para solucionar aquello en lo que tengamos alguna adversidad, por lo
que nos encontraremos con una situación en la que nos sentiremos bloqueados, paralizados, sin saber la
estrategia exacta que tenemos que desarrollar para continuar. Percibiremos en esos momentos un
bloqueo mental que nos coarta y no nos permite desarrollar todo nuestro potencial que llevamos dentro
de nosotros.
En tales casos nos sentimos un poco perdidos, ya que puede que tardemos un tiempo bastante
considerable en dar con la respuesta o la conducta adecuada para solucionar los contratiempos.
A veces podemos estar toda una vida repitiendo los mismos hábitos, aun sin estar de acuerdo con ese
tipo de conductas, por no dar con la solución para tratar de modificarlos y cambiarlos por otros más
beneficiosos y saludables para nosotros.
En realidad, la solución de problemas depende de la información que obtenemos. De ahí parten todas
las estrategias que nosotros podemos desarrollar para dar salida a las soluciones ante aquellas
dificultades que son algo más problemáticas y difíciles de solventar.
Dependiendo del nivel de información que tengamos sobre ese tema en concreto, sobre el que
ejecutamos las conductas y donde tenemos puesto nuestro principal foco de atención, así serán la calidad
de nuestros actos relacionados con esa cuestión específica.
Llegaremos a un perfeccionamiento en esa tarea en función del grado de conocimiento que vayamos
obteniendo con la propia ejecución de la misma y con la información que a la vez nos llegue del exterior
cuando realizamos cada acción.
La manera de leer la información obtenida del exterior será relevante y necesaria para poder ir
ajustando nuestro modo de actuar, para que este sea más eficaz en lo sucesivo y tengamos de esta forma
las menores dificultades posibles.
Hay quien no presta atención a la información que el entorno le devuelve cuando realiza una acción,
perdiendo así la oportunidad de llevar a cabo un análisis eficaz del alcance que tiene su modo de actuar,
su manera de ejecutar las acciones relacionadas con un determinado tema. Y todo ello es porque no es lo
suficientemente observador, le pasa desapercibida esa información que proviene del exterior y que es
necesaria para modificar, si se da el caso, sus propias acciones.
La subjetividad
Todo el contenido del conocimiento almacenado gracias a la experiencia se mezclará con la información
ya existente, lo que nos ayudará a ir formando nuestras propias teorías e hipótesis acerca de las cosas que
suceden, tanto en el exterior como dentro de nosotros.
Muchas de esas teorías pueden llegar a resultar novedosas, originales, pues solo las elaboramos
nosotros de una forma subjetiva en base a la información que vamos recibiendo del exterior y al
conocimiento que ya poseemos, acumulado a lo largo del tiempo.
Podemos llegar a hacer nuestras propias teorías acerca del funcionamiento del mundo, de cómo son las
personas que nos rodean. Teorías que pueden llegar a estar equivocadas pues solo serán conjeturas que
nosotros sacamos de una forma subjetiva, en base a la unión de toda esa información con la que ya
contamos.
A medida que vamos teniendo más experiencias y por tanto más aprendizajes, estas teorías y conjeturas
acerca del funcionamiento del mundo se va modificando, puede que con el tiempo se vuelvan totalmente
distintas a las originales, a las que en un primer momento tuvimos.
Nuestras experiencias y la lectura que hagamos de cada una de ellas va modificando el contenido y el
sentido de nuestros pensamientos: aquello que en un momento determinado dábamos por sentado,
aquello que teníamos la seguridad de que era así ‒de esa forma y no de otra‒, puede verse modificado por
la entrada de un nuevo contenido a nuestra mente, fruto de las nuevas experiencias que vamos teniendo
en nuestra interacción con el entorno que nos rodea.
Aprendizaje continuo
En ocasiones podemos captar información que queda grabada dentro de nosotros sin que seamos
conscientes de ello. Esos datos, en forma de contenido relevante, luego surgirán en un momento
determinado y nos sorprenderá contar con dichos conocimientos cuando nos percatemos de que los
poseemos y de que aparecen para ayudarnos a solucionar alguna dificultad que tengamos en ese
momento.
Y es que, todo para nosotros es un continuo aprendizaje, incluso aquellas cosas que dejamos pasar sin
poner el foco de atención en ellas por considerarlas poco importantes, nada relevantes para lo que
hacemos en cada momento o lo que pretendamos hacer en el futuro.
En ese aprendizaje continuo vamos encaminando nuestra forma de actuar y nuestras actitudes según
los resultados que vamos obteniendo con nuestro comportamiento, con nuestra forma de hacer las cosas.
A veces tenemos la sensación de que no llegamos nunca a la estabilidad de nuestras conductas, de lo que
hacemos, pues en realidad todo es un proceso de aprendizaje en el que, por ensayo y error, las vamos
adaptando constantemente a nuestro modo de actuar y de estar en el mundo que nos rodea.
CÓMO DETENER LA INFLUENCIA EXTERNA
No resulta tan fácil desprendernos de esta influencia externa, pues vivimos en sociedad y para ser seres
adaptados debemos seguir los parámetros que esta nos marca, si tenemos en cuenta el riesgo que
corremos si nos desviamos de las pautas y los cánones sociales impuestos en cada cultura.
Es difícil, por tanto, separarnos del mundo que nos rodea, establecer un distanciamiento de todas
aquellas cosas que nos distraen y con las que estamos en permanente contacto.
En la interacción que llevamos a cabo con nuestro mundo exterior es difícil separarnos y establecer un
distanciamiento de todos esos estímulos que nos envuelven, que forman parte de nuestra vida cotidiana.
Al fin al cabo convivimos con ellos, les prestamos atención y la mayoría de las veces nos dejamos guiar por
ellos. Nos fiamos de todo lo que observamos.
Mediante la observación
No estamos habituados a realizar esa pausa necesaria para detenernos y observar nuestros
pensamientos, lo que hace que actuemos de un modo automático, guiados por la influencia externa de lo
que nosotros creemos que pueden ser las opiniones de los demás sobre lo que somos, sobre lo que
hacemos o lo que vamos a hacer más adelante.
El mundo externo, con toda su influencia y sus circunstancias que nos inundan a cada paso, suele ganar
la partida en este caso a nuestro mundo interior, a la utilización que podemos llegar a hacer de nuestra
propia observación a la hora de tomar decisiones o decidir a qué pensamientos podemos darle paso y a
cuáles no.
A medida que vamos siendo más conscientes de nosotros mismos, somos capaces de percibir muchos
más elementos que antes pasaban desapercibidos. Nos damos cuenta de muchas variables que existen a
nuestro alrededor y que influyen más de lo que pensamos. Estos otros elementos, apenas perceptibles
para nosotros pero que siempre han estado ahí, forman parte también de lo que existe a nuestro
alrededor, aunque no lo percibamos a simple vista.
Por lo que hay factores del exterior que nos afectan sin que nos demos cuenta, solo con el paso del
tiempo y viendo cuáles son las consecuencias de determinados actos podemos ser conscientes de esos
otros elementos que también estaban ahí pero que en ese momento pasaron desapercibidos porque no le
dimos la importancia que tenían en ese momento.
Hasta que no nos detenemos a observar lo que acontece a nuestro alrededor y en el interior de nosotros
mismos, no somos capaces de percatarnos de lo determinados que estamos por las fuerzas externas que
nos rodean. Solo podemos ponerles freno desde la práctica continuada de la autoobservación y desde el
autoconocimiento.
Por ello, es importante establecer esa separación entre lo que es nuestra interacción con el mundo
exterior, con lo que observamos fuera de nosotros -donde hay una gran cantidad de estímulos que pueden
afectarnos e influirnos- y la relación que debemos tener con nuestro propio mundo interior, donde
podemos observar claramente cuál es nuestra auténtica personalidad, quienes somos realmente, así como
nuestros propios pensamientos y todas esas emociones que sentimos ante cualquier hecho que nos
acontece.
Siendo uno mismo
Para dejar a un lado la influencia externa no te dejes llevar por lo que los demás puedan pensar de ti;
más bien guíate por tus propios sentimientos, por aquello que creas siempre más idóneo, bajo cualquier
circunstancia. Tú sabes mejor que nadie lo que te beneficia y lo que te perjudica, lo que te hace mal.
Sé siempre tú mismo, en todo momento, muestra a todos tu esencia, la persona que realmente eres, sin
que te afecte lo que los demás puedan pensar de ti. Las opiniones de los demás tan solo son el reflejo de
cómo se ven a sí mismos; a veces no son más que proyecciones de todos sus complejos y limitaciones.
Cuando juzgas a alguien en verdad a quien estás juzgando es a ti mismo. Son afirmaciones dirigidas
hacia tu persona. Sin darte cuenta estás asignando aquello que sientes por dentro a los demás. Esta clase
de juicios no son más que una definición de ti mismo, de cómo te ves en realidad.
No debemos dejarnos influir por aquello que acontece en nuestro entorno, aunque sean muy intensos
los estímulos a los que nos veamos sometidos y sean muchas las distracciones a las que nos expongamos,
porque si logramos permanecer siempre del lado de nuestra autenticidad, todas las respuestas que demos
de cara al exterior serán siempre las que nosotros realmente deseamos dar, por lo que nunca llegaremos a
arrepentirnos; como así sucede cuando actuamos guiados por una programación mental que nosotros
mismos nos hemos creado, de una forma inconsciente, involuntaria, mediante la repetición de patrones de
comportamiento. Lo que conlleva a que en un momento determinado lleguemos a realizar conductas, a
que respondamos ante determinados estímulos de una forma poco consecuente con lo que entendemos
que somos, poco coherente con la forma de actuar que deberíamos de tener en tal caso, en relación a esa
situación.
No permitas que las circunstancias externas te arrastren allí donde no quieras ir. No dejes tu destino a
la suerte o a los golpes de fortuna. Siempre hay algo que puedes hacer para mejorar, para cambiar lo que
sientas que no va en la dirección correcta. Todo es modificable. Con un poco de voluntad por nuestra
parte hasta las cosas más difíciles se acaban consiguiendo.
6. Las experiencias pasadas
Todo aquello que vivimos tiene unas consecuencias internas para nosotros que luego se ven reflejadas en
el nivel de pensamientos que tenemos respecto a ese asunto en concreto, en la calidad de dichos
pensamientos y en el resto de imágenes que circulan por nuestra conciencia relacionadas con cada
experiencia. También en nuestro nivel de conocimientos: en la información que ya está dentro de nosotros
y que posteriormente será necesaria para poder tomar decisiones en un momento determinado.
Gran parte de nuestro conocimiento proviene de nuestra experiencia, de los datos acumulados a través
del tiempo fruto de nuestra curiosidad por aprender, fruto de las relaciones que establecemos con los
demás.
Habrá experiencias para las que no estemos preparados en algunos momentos, pero en otros en cambio
sí que podemos vivirlas perfectamente sin que estas nos afecten o puedan dañar nuestro bienestar
emocional. Pero esto solo lo vamos comprobando con el paso del tiempo, a poco que seamos algo
observadores de nosotros mismos y de aquello que acontece a nuestro alrededor.
De las experiencias que adquirimos del mundo que nos rodea aprendemos a sobrevivir y a adaptarnos
aún mejor si cabe a nuestro entorno. De alguna forma son necesarias porque nos ayudan a resolver
problemas y a desarrollarnos de una forma más completa como personas que tienen que vivir en sociedad
y necesitan de la experiencia tanto propia como de la de los demás para poder seguir avanzando y
aprendiendo con cada circunstancia y cada hecho que le va aconteciendo.
Las experiencias vividas en el pasado nos afectan más de lo que nosotros desearíamos. En realidad, son
las que marcan nuestra forma de actuar ante lo que nos sucede cotidianamente. Según cómo hayan sido
esas experiencias será nuestra forma de afrontar las circunstancias en las que vivimos.
Si nuestro balance es negativo, a la hora de afrontar una situación concreta nos debilita y nos llena de
inseguridad de cara a afrontar eso mismo en el presente y en el futuro. Si no hemos tenido buenos
resultados previamente ya estamos marcados de alguna manera y no actuamos con la confianza que lo
haríamos si previamente hubiéramos tenido unos efectos más positivos.
El conocimiento, o la información adquirida a través de las nuevas experiencias, marca la forma que
tenemos de enfrentarnos a los hechos y la interpretación que en cada momento vamos haciendo de las
experiencias que vivimos.
Las experiencias que adquirimos van llenando de nuevos contenidos nuestra memoria y nos ayudan a
tener más conocimientos y habilidades para resolver problemas. Nos vamos haciendo más sabios a
medida que obtenemos más experiencias, y aquello que no sabíamos resolver en un momento dado, más
adelante, cuando alcanzamos los conocimientos necesarios, descubrimos cómo resolverlo sin dificultad.
También influyen en el conocimiento de nosotros mismos: cuanta mayor experiencia y formación
tengamos mayores serán las posibilidades de acercarnos al entendimiento de lo que realmente somos, y
esto también influye en la forma de afrontar los hechos que más pueden impactarnos a nivel emocional.
La experiencia, en este caso, juega un papel fundamental, pues gracias a ella obtienes la información
necesaria para anticipar los contenidos que puedan aparecer en tu mente. Serán contenidos que estarán
relacionados con aquello que pretendas realizar en cada momento, tendrán que ver con el tema en el que
estés enfocado en cada situación. Conociendo esto se puede prever fácilmente qué pensamientos surgirán
y se repetirán de una forma automática y descontrolada.
Las experiencias vividas también nos proporcionan una sabiduría del mundo y de la vida cada vez más
realista, más cercana a la verdad. Para algunas personas esta clase de información la tienen más
avanzada que otras; por la educación recibida; por el contexto en el que han vivido; por las experiencias
pasadas… Logran obtener un conocimiento que les permite tener una visión más realista de todo cuanto
acontece a su alrededor.
En cambio, hay otras que para alcanzar esa visión realista y madura de la realidad tienen que vivir más
años y tener muchas más experiencias impactantes para obtener esa sabiduría, esa información necesaria
para actuar de una forma más lógica y madura.
Con el paso del tiempo todos nos vamos conociendo un poco mejor, pues las experiencias que vivimos
nos enseñan aquello que desconocemos tanto de nosotros mismos como del mundo que nos rodea. Cuando
esto ocurre, hay quien aprovecha toda esa información obtenida de su experiencia a su favor. Si bien, hay
otros que no llegan a ser conscientes de la importancia que tiene el saber obtenido de su propia
experiencia, y por tanto no sacan provecho de todo ese conocimiento proveniente del exterior, cuando han
ejecutado alguna acción o han vivido alguna experiencia concreta.
CÓMO INTERPRETARLAS
En el preciso instante donde se une la nueva información ‒que obtenemos mediante nuestra
percepción‒ con la anterior, con la que ya tenemos, tiene lugar un procesamiento donde organizamos los
nuevos datos, en el que otorgamos un valor y un significado a cada experiencia. En ese momento
decidimos si eso que hemos experimentado es bueno o es malo para nosotros; si eso que hemos aprendido
nos será útil o no en el futuro. Tratamos de atisbar la verdadera intención de aquella persona, por
ejemplo, con la que mantuvimos una conversación no hace mucho, cuando nos dijo aquello que en ese
momento recordamos.
Si prestamos atención, no es solo la información que obtenemos del exterior, ni la clase de experiencias
que vivimos en cada momento de nuestra vida, también cuentan las indicaciones que proviene de los
datos que disponemos de todo aquello que ya hemos experimentado. Cuando ambas partes se unen dan
lugar a nuestra propia interpretación de los hechos, que no tiene por qué coincidir con lo que realmente
ocurrió.
Todo guarda relación, por tanto, con las experiencias que vivimos, con la información que entra dentro
de nosotros proveniente del exterior, pero también con la elaboración que hacemos de esa información a
nivel interno, pues luego todo ese contenido está sujeto a nuestra interpretación particular, creando así
nuestra propia realidad, nuestra peculiar interpretación de los hechos que en muchas ocasiones no se
asemeja a aquello que en realidad aconteció.
Si pusiéramos un conjunto de personas ante una misma situación, tratando de controlar todas las
variables para que esa realidad ocurra en las mismas condiciones para todas, nos daríamos cuenta que
posteriormente, cuando le preguntáramos a cada una de ellas sobre aquello que han experimentado, cada
cual nos detallaría esa misma situación de forma diferente.
Y es que, la información recibida en ese momento ha tenido que pasar por el filtro personal de cada de
una ellas. Dicha información es procesada desde la subjetividad, a ella se le unen los datos provenientes
de todas y cada una de las experiencias experimentadas anteriormente.
Por tanto, la información proveniente del exterior no es tan definitiva como parece. Lo que realmente
importa es la forma de procesarla, nuestra propia visión personal, las conclusiones a las que llegamos de
lo que nos sucede. Esto es lo que marca la diferencia y lo que nos predispone a actuar de una
determinada manera, que no tiene por qué ser igual que la de aquellos que también han vivido esa misma
experiencia.
En realidad, lo importante no son las experiencias vividas sino las conclusiones que nosotros, a través
de nuestro pensamiento reflexivo, sacamos de esas experiencias: las interpretaciones que aplicamos a los
hechos que en su día acontecieron y que tuvimos la oportunidad de vivir en primera persona.
Las interpretaciones que usamos cuando nos referimos a las experiencias pasadas son las que marcan
nuestra forma de comportarnos, nuestra forma de afrontar nuestro futuro. Si en su momento hubo una
serie de hechos que nos sobrepasaron y sobre los cuales no supimos actuar, no encontraremos la manera
de afrontarlos debidamente; esto influirá en nuestra propia psique, en nuestra personalidad y en las
relaciones con los demás.
Por ello, no todo debemos relegarlo al paso del tiempo y a las experiencias pasadas. Nos pueden ayudar
a descubrir muchas incógnitas que antes desconocíamos y ayudarnos a actuar de una forma más
coherente bajo unas mismas circunstancias, pero luego también estamos nosotros y nuestra inquietud por
obtener una información útil de cada experiencia que nos sirva en el futuro.
Nuestro propio desempeño juega un papel fundamental. Para ello se requiere un esfuerzo continuado
para indagar en nuestro interior y contrastar los datos que ya tenemos con los que nos llegan de forma
novedosa a través de las nuevas experiencias y de los nuevos hechos que observamos.
Requiere que nos detengamos, que tengamos esa pausa, esa quietud necesaria para poder valorar cada
momento y comparar las nuevas situaciones con las ya vividas, para saber si compensa, si merece la pena
mantener las mismas acciones que en su día tuvimos ante esas mismas experiencias.
El tiempo de experiencia nos capacita para saber hacer este paréntesis, pero también es importante
que nosotros colaboremos mediante la voluntad y tratando de ser cada vez más conscientes de todo
aquello que ocurre tanto a nivel externo como en el interior de nosotros mismos.
Se trata de ir aprendiendo con la vida, con lo que esta nos enseña con cada paso que damos. Del nivel
de captación de sus enseñanzas dependerá luego nuestro transcurrir por ella: el nivel de felicidad que
alcancemos, la clase de relaciones que tengamos.
EL PASADO ES MODIFICABLE
A medida que va pasando el tiempo, la lectura que uno hace de las propias experiencias vividas se va
modificando gracias a la nueva información que llega de los nuevos aprendizajes, de los conocimientos
recientes que se van adquiriendo. De modo que una misma experiencia puede llegar a ser interpretada de
diferente manera en la actualidad de cómo se hizo en el pasado.
La persona es la misma, pero con el paso del tiempo va aprendiendo unos nuevos criterios, una nueva
información y otras premisas que pueden llevarle a valorar de forma muy distinta una misma situación, un
mismo acontecimiento ya vivido anteriormente.
De manera que, cuando recordamos nuestro pasado, en muchas ocasiones puede que no coincida con
los hechos reales que acontecieron, ya que en realidad la información que guardamos de él no deja de ser
una interpretación que hicimos en su momento y que ha permanecido en nosotros a lo largo del tiempo
En este sentido, el pasado es modificable: cuando se recuerda un hecho se tiene la posibilidad de no
hacerlo de la misma forma todas las veces. En un momento determinado puedo extraer unas conclusiones;
pero en otro, al recordar ese mismo acontecimiento, puedo llegar a sacar otras muy distintas, logrando de
esta forma sobrescribir continuamente aquello que en su día aconteció.
En definitiva, con el paso del tiempo se tiene otra forma de ver la realidad, una misma realidad, y esto
causa en nosotros evidentemente un impacto diferente, dependiendo del momento.
Las conclusiones a las que lleguemos de aquello que nos acontece serán muy distintas a las que un día
tuvimos ante esos mismos hechos. Es importante, porque dependiendo de cómo interpretemos cada cosa
que nos ocurre así será luego nuestra forma de reaccionar ante circunstancias parecidas.
Nuestros recuerdos en realidad no son más que pensamientos sobre aquello que ya aconteció, pero
estos van entremezclados con ideas, imágenes, que no son más que interpretaciones de lo que pasó y
puede que no coincidan necesariamente con la realidad de los hechos que acompañaron a esa experiencia
determinada.
Por lo tanto, nuestro pasado en cierta medida no deja de ser también una ilusión ‒al igual que nuestro
futuro‒, pues tan solo es eso: pensamientos que en muchas ocasiones no coinciden con los hechos que
ocurrieron tal y como sucedieron.
Con el tiempo, siempre cabe la posibilidad de que nosotros mismos hagamos una nueva lectura, una
nueva interpretación de todo lo que nos ha acontecido y de cómo sucedió, sacando conclusiones mucho
más positivas de aquello que en su momento no dio los resultados esperados.
Siempre cabe retrotraernos al pasado para hacer una nueva valoración de los hechos, así como una
nueva interpretación de los resultados. Podemos de esta manera reescribir nuestro pasado, recordar
nuestras vivencias y extraer conclusiones distintas a las que en su momento realizamos.
7. El conocimiento de uno mismo
Nuestro mundo mental es apasionante, aún nos quedan muchas cosas por descubrir de nosotros mismos.
A medida que vamos evolucionando también se van desarrollando nuevos procedimientos y métodos
científicos que nos van acercando más al conocimiento y al entendimiento de lo que somos.
Es inevitable que vivamos en un continuo desarrollo a todos los niveles, tanto a nivel científico ‒este
desarrollo proviene del exterior, de la sociedad‒, como a nivel personal. Este último solo depende de
nosotros, del grado de autoconocimiento al que lleguemos a través de la autoobservación y la
introspección que podamos realizar con el concurso de nuestra propia voluntad.
Y es que, en nuestro interior y en nuestra capacidad para conocernos se esconde la mayor riqueza a la
que podemos acceder. No hay mayor conocimiento que aquel que alude a lo que realmente somos.
Nuestra principal finalidad es mejorarnos como seres humanos en todos los aspectos posibles, y por
donde se ha de empezar es por el conocimiento de uno mismo, por saber detectar cuáles son nuestras
verdaderas potencialidades para sacarlas a la luz y desarrollarlas.
Conocernos a nosotros mismos significa encontrarnos con nuestro verdadero propósito y con nuestra
propia identidad. Implica saber para qué hemos venido aquí, a este mundo, y quiénes somos realmente.
CUALIDADES ESCONDIDAS
Gracias a la revolución del conocimiento que vivimos en la actualidad, estamos aprendiendo muchas
funciones que tiene nuestro cerebro que nos ayudan a entenderlo, a saberlo utilizar de una forma más
eficiente y adaptada a las exigencias del medio en el que nos desenvolvemos.
De este modo, hemos avanzado bastante en el conocimiento de nuestro mundo mental, lo que nos ayuda
a entender aún mejor cómo somos, nuestra vida interior y el modo como nos comportamos en nuestro
contacto con el mundo exterior, en la esfera de las interacciones que establecemos con aquellos que nos
rodean.
El conocimiento de todo esto supone una mejor comprensión de lo que podemos llegar a ser si
desarrollamos todo ese potencial que tenemos escondido dentro de nosotros y que, gracias a esta nueva
información, podemos utilizar para llegar a ser mejores seres humanos de lo que somos, con menos
imperfecciones y contradicciones.
Esto ha supuesto para nosotros también una evolución a nivel psíquico, a medida que nos desarrollamos
vamos adquiriendo nuevas habilidades mentales para resolver problemas.
Hemos adquirido, con la expansión del conocimiento, nuevas estrategias que nuestros antepasados no
poseían. Las hemos obtenido gracias al intercambio de información, mediante nuevas técnicas y
procedimientos avanzados que antes no teníamos. Gracias a todo esto, hemos aprendido nuevas
habilidades para desarrollar nuestra mente, hemos conocido ejercicios que no sabíamos que existían para
poder desarrollarla, para expandirla y hacerla aún más poderosa de lo que es.
Estos nuevos conocimientos, que han ido a la par de los nuevos descubrimientos que han tenido lugar
en esta época, nos han servido para potenciar aún más todas aquellas habilidades que anteriormente han
permanecido dormidas por no ejercitarse lo suficiente por la falta de conocimiento previo acerca de la
existencia de todo ese potencial escondido, que poseemos pero que no éramos conscientes de su
existencia.
Y es que, existe una cantidad infinita de cualidades que constituyen todo nuestro verdadero potencial
pero que permanecen apagadas porque aún no hemos puesto nuestro foco de interés en aquello para lo
que están destinadas.
Por circunstancias de la vida, en ocasiones nos tenemos que enfrentar a nuevos desafíos y entonces
aparecen una serie de conocimientos en nosotros que pensábamos que no teníamos y que nos ayudan a
solventar algunos problemas que nos surgen de imprevisto, que no preveíamos que pudiéramos tener en
un determinado momento o circunstancia.
Únicamente en momentos muy particulares y extremos sacamos a relucir todas esas cualidades
escondidas, y en muchas ocasiones nos sorprendemos de aquello que podemos llegar a hacer y que no
sabíamos. Gracias a momentos críticos, vividos bajo situaciones extremas, estas capacidades afloran
desde el interior de nosotros para hacernos ver que podemos sobrevivir y solucionar las distintas
dificultades que se nos van presentando en nuestro día a día.
Solo a través del conocimiento de nosotros mismos podemos darnos cuenta de todas esas capacidades
que poseemos pero que aún no hemos desarrollado lo suficiente, o aún no hemos descubierto del todo;
hay todo un mundo lleno de posibilidades dentro de nosotros todavía por descubrir. Si somos lo
suficientemente observadores atisbaremos todas aquellas cualidades que poseemos y las desarrollaremos
convenientemente a nuestro favor.
No solo se trata de observar aquello que hacemos bien, sino también aquello por lo que sentimos una
enorme pasión: las actividades con las que más disfrutamos y en las que antes se nos pasa el tiempo sin
que apenas nos demos cuenta de ello. Deberíamos prestar especial atención hacia aquello que más nos
atrae, aquello en lo que fluimos totalmente. Una vez que lo detectemos se trata de que lo potenciemos al
máximo, repitiendo con más asiduidad ese tipo de acciones y no otras.
Se trata de sacar lo mejor de nosotros en todo momento, de realizarnos totalmente como personas y de
cumplir con el propósito para el que hemos venido a este mundo.
No debemos dejarnos arrastrar por las influencias externas, por las circunstancias que nos avasallan y
no nos permiten que podamos desarrollar nuestras auténticas potencialidades; que son muchas, pero que
permanecen escondidas por falta de voluntad por nuestra parte o por miedo.
Estas potencialidades salen a la luz en la medida en que las descubrimos en un ejercicio de
autoobservación y autoconocimiento, que solo es posible si nos detenemos en el momento justo a hacer
esa pausa necesaria en la que nos encontramos con nosotros mismos y descubrimos lo mejor que hay en
nuestro interior; y lo sacamos posteriormente a la luz en un ejercicio de coherencia que puede traernos
una paz que nunca antes hemos experimentado.
Hay dentro de nosotros un enorme potencial por descubrir. Podemos pasar toda nuestra vida sin
desarrollarlo convenientemente. Hay muchas cualidades dentro de nosotros que pueden pasar
desapercibidas. Nos olvidamos de aquellas cosas que podemos realizar, que no hacemos por miedo al
fracaso. Debemos despojarnos de todos esos prejuicios que tenemos, así como del conjunto de
pensamientos negativos que nos coartan y nos limitan a la hora de emplear todas nuestras aptitudes.
Nuestra capacidad creadora nos puede llevar a descubrir cosas que nunca antes podríamos haber
imaginado que existían. Todo este potencial se encuentra dentro de nosotros, lo que ocurre es que
permanece oculto, escondido detrás de toda esa amalgama de pensamientos constantes que tenemos y
que están relacionados con aquello que hemos hecho recientemente y que tapan de alguna manera otros
pensamientos, otra clase de imágenes que no salen a la superficie porque estos pensamientos repetitivos
tienen una prioridad a la hora de aflorar a nuestra conciencia, por el simple hábito.
Existe tal riqueza dentro de nosotros que si sabemos explorarla podemos conseguir unos beneficios
inmensos para nuestro propio bienestar y nuestra salud mental.
Es todo un mundo por explorar el que se encuentra en nuestro mundo interior. Solo con la
autoobservación que podemos realizar de nosotros mismos lograremos conocernos mejor y aprovechar de
este modo todo nuestro potencial.
CÓMO SE LOGRA
No es tan fácil encontrarnos a nosotros mismos por la cantidad de información acumulada que
interfiere distrayéndonos, por el cúmulo de pensamientos que, al ser tan repetitivos, nos obligan a acabar
realizando aquello que en el fondo no deseamos y que nos vemos obligados a hacer por los hábitos
adquiridos en base a repeticiones de patrones de conducta.
Para conseguirlo, es importante que la persona siempre haya tenido una cierta curiosidad por su propio
funcionamiento mental; que haya indagado por su propia cuenta, de forma autodidacta, para tratar de
encontrar las explicaciones oportunas a su modo de comportarse, que la persona haya estado siempre
interesada en comprender sus reacciones y sus pautas de comportamiento en las relaciones que establece
con el exterior.
Y no solo eso, también se hace importante que esa persona haya atravesado una serie de experiencias
que le hayan impulsado a cambiar ciertos hábitos no saludables o tóxicos.
El grado de conocimiento al que podemos llegar de nosotros mismos también depende, por tanto, de las
circunstancias y las vivencias que tenemos, que nos empujan irremediablemente a establecer cambios en
nuestro modo de comportarnos, en muchas actitudes que tomamos frente a las dificultades, que al no ser
óptimas ni válidas para solventar estas nos vemos obligados a tratar de hacer cambios, sobre todo a nivel
interno, para encontrar nuevas estrategias con las que podamos dar solución a aquello que nos causa
sufrimiento o algún malestar no deseado.
De esta forma, por esta obligación que supone tener que cambiar algunos aspectos de nuestra vida
interior, nos damos cuenta con el tiempo que empezamos a ser diferentes en muchos aspectos de nuestra
vida y de nuestra personalidad. Sentimos que ya no reaccionamos de la misma manera ante las mismas
situaciones que antes nos agobiaban, que nos bloqueaban y ante las que no sabíamos qué hacer, cómo
enfrentarnos a ellas.
Seguimos siendo nosotros, pero notamos ciertos cambios ante las mismas dificultades, ante los mismos
hechos. Es como si nos enfrentáramos ante las mismas situaciones, pero con otras estrategias distintas a
las que antes empleábamos.
La observación
El encuentro contigo mismo puede producirse a diario, en pequeños momentos del día. Tan solo
consiste en estar atentos, buscando esa pausa, ese momento de quietud desde donde has de tratar de
observarte. En verdad, es como hacer una pequeña meditación diaria que en realidad no es otra cosa que
la observación de ti mismo, de aquello que pasa por tu mente sin juzgarlo.
Para ello tenemos que saber permanecer en el silencio, observando todo cuanto ocurre dentro de
nosotros mismos, en una situación en la que nada nos distraiga. Solo entonces podremos atisbar nuestro
verdadero rumbo, encontrarnos con nuestra autenticidad, con nosotros mismos.
Solo en un espacio de paz y de quietud, observándote a ti mismo, descubrirás quién eres en realidad,
así como todas aquellas cosas que puedes realizar, que pueden cambiar tu destino y el modo de vida que
llevas.
Si dejas un espacio para ti te convertirás en tu mejor amigo. Esta amistad contigo mismo será infinita.
Empezarás a quererte más de lo que piensas, más de lo que nunca has imaginado.
Este autoconocimiento se adquiere con el tiempo y con la práctica diaria, mediante la observación
constante y precisa, a través de momentos buscados donde reinen la paz interior, la quietud y el silencio.
El espacio sin pensamiento
El conocimiento de uno mismo se produce en ese lugar en el que no hay pensamiento, donde no estás
identificado con ninguna forma, ni existe ninguna imagen que te distraiga de ti mismo. Es un espacio de
silencio donde sientes que solo estás tú y nada más. En ese momento no te juzgas, no existe lo malo ni lo
bueno, ni lo que deberías haber hecho ni lo que podrías hacer.
No hay ninguna idea que trate de atraparte y de distraerte, de conducirte hacia otro lado. Es un sitio al
que quieres volver, una vez que lo descubres, para estar allí el máximo tiempo posible. Ahí se produce un
encuentro con lo que eres, no con lo que han hecho de ti las circunstancias.
El encuentro contigo mismo se produce en ese lugar, donde no existe el ego. Hallarte contigo mismo, en
ese espacio de quietud, es como volver al origen, donde comenzaste, es volver atrás para poder
reiniciarte.
Es situarte en el lugar desde donde surgen nuestros pensamientos y nuestras emociones, es ir al foco
mismo del nacimiento de todo lo que eres y de lo que has sido anteriormente.
Conectarte con ese espacio sin pensamiento es distanciarte de todo lo que es el ruido mental que hay
en tu mente, es empezar a priorizar aquello que más se adapta a tu auténtico ser: a tu verdadera esencia,
a lo que eres en realidad.
Desde ahí puedes llegar a generar una nueva actitud que luego se verá reflejada en tus acciones
diarias, en el contacto con el mundo que te rodea, en cada una de las circunstancias en las que te
desenvuelvas.
Todo esto es posible si logras hacer este ejercicio contigo mismo, haciendo este esfuerzo por llegar a tu
propio autoconocimiento, por alcanzar la fuente de donde todo parte, el origen de lo que eres, de tu
propio ser, de tu propia esencia.
Todo ello es posible si te acostumbras a convivir con el silencio y con tu propia paz interior, si aprendes
a buscarla en el fondo de ti mismo; porque siempre se ha encontrado ahí, lo que ocurre es que aún no has
sido consciente de que esto existe en ti, de que permanece oculto por toda esa vorágine de contenidos que
subyacen procedentes de tu memoria y que empañan tu conciencia y tu mente, de modo que no percibes
lo que hay detrás de ese escenario que es tu conciencia, que es el lugar donde se origina todo lo que luego
haces en el exterior.
De ahí parten todas las conductas que realizas y que definitivamente, por repetición, conviertes en
hábitos que al mismo tiempo crean una programación mental a la que acabas obedeciendo de una forma
inconsciente, no controlada. Lo cual te lleva finalmente a convertirte en aquello que no te gustaría ser.
Acabas haciendo aquellas cosas que no te gustaría hacer por seguir esa programación mental que tú
mismo has creado en base a repetir una y otra vez los mismos patrones de comportamiento de una forma
descontrolada, automática y repetitiva, por dejarte llevar por los pensamientos que surgen en tu
conciencia.
Por lo que, si no le pones freno de alguna forma, continuarás siendo el que eres durante toda tu vida,
sin dar pie a cambiar aquello que sea necesario para un mayor bienestar y una mayor adaptabilidad a la
sociedad en la que vives, y para seguir avanzando y construyendo caminos de superación personal a
través de los que puedas llegar a ser mejor de lo que eres.
Todo esto no es posible si no te conoces a ti mismo, si no llegas a ese autoconocimiento que solo se
puede producir en el contacto que has de establecer contigo mismo dentro de tu propio interior, en tu
conciencia, en esos espacios sin pensamiento donde solo existe tu propia paz interior, la quietud y el
silencio.
Es ahí donde se produce el encuentro contigo mismo y desde donde es posible realizar el cambio total
en tu vida, en todas sus facetas, pues ese es el espacio desde donde todo parte, donde todo se origina,
desde donde se pueden controlar tus propios pensamientos; así como todas las imágenes que ves en tu
conciencia, las ideas que puedas tener acerca de un determinado tema y todas tus creencias, muchas de
ellas erróneas.
Pensamientos escondidos
Si sabemos despojarnos de los primeros pensamientos que tenemos, aquellos que nos sobrevienen a
nuestra mente sin pretenderlo, dejándolos pasar sin permitir que nos lleven a la acción, descubriremos
que detrás de estos pensamientos más habituales y repetitivos se esconden otros que tienen que ver más
con lo que somos realmente, que parecen más cercanos a nuestro verdadero ser, y que en el momento en
que dejamos de atender a esos pensamientos más habituales comienzan a fluir por nuestra conciencia de
forma que hacen que nos demos cuenta de su existencia.
Estos otros pensamientos escondidos, que tienen que ver más con lo que somos realmente, son los que
en definitiva nos ayudan a entendernos y a conocernos mejor a nosotros mismos, pues tienen una mayor
profundidad y están más relacionados con lo que somos en realidad, o al menos con lo que pensamos que
somos en lo más profundo de nosotros.
Para que estos pensamientos afloren necesitamos de esta práctica a través de la cual dejamos pasar los
pensamientos que más se repiten, los más comunes, de forma que en ese espacio que se vacía a medida
en que no permitimos que nos lleven a la acción, empiezan a surgir otra clase de pensamientos que tienen
que ver más con lo que es nuestro mundo interior, más acordes con lo que sentimos que somos.
A través de esta práctica podemos llegar a un contacto con nosotros mismos cuando decidamos, cada
vez que nos dispongamos a observarnos de esta forma dentro de una situación de escucha, a través del
silencio y la quietud.
Si profundizamos y nos detenemos en esos otros pensamientos que parecen escondidos, o que dan la
sensación de que están dormidos hasta que algo los despierta, descubriremos la enorme riqueza que se
esconde dentro de nosotros mismos, pues estos pensamientos, hasta ahora novedosos, propician una
nueva visión a la que no estamos acostumbrados, puesto que nuestro foco de atención habitualmente
permanece centrado en esos otros pensamientos más habituales y repetitivos.
Cuando descubrimos estos otros pensamientos ocultos, nos damos cuenta de que hay todo un mundo
lleno de posibilidades dentro de nuestro propio interior. Nos ayuda a ser conscientes de todo el potencial
que tenemos y que en muchas ocasiones aún está por aprovechar, por la falta de conciencia y de
conocimiento que hemos tenido siempre al estar centrados únicamente en los primeros pensamientos que
siempre sobrevuelan por nuestra mente sin que sepamos controlarlos adecuadamente, pues parecen un
tren interminable de imágenes que se suceden sin que, aparentemente, sepamos ponerles freno.
QUÉ CONSEGUIMOS
El conocimiento de uno mismo es un mundo tan apasionante que parece que nunca tiene fin, siempre
surge una nueva información, un nuevo hallazgo que ayuda a comprenderte mejor. Encontrarnos a
nosotros mismos es el mayor descubrimiento que podemos llegar a hacer, el más considerable logro.
Es el mayor tesoro que tenemos, por lo que debemos potenciarlo al máximo, sacarle todo el provecho
que podamos, pues al final es lo que determinará lo que acabemos siendo en nuestra vida, en todas las
cosas que hagamos y en las relaciones que establezcamos con los demás.
Todo vendrá determinado por el nivel de conocimiento que tengamos de nosotros mismos, es lo que
marcará la calidad de nuestras acciones más inmediatas y de todo lo que nos propongamos con vistas al
futuro inmediato. Todo dependerá del grado en que nos conozcamos a nosotros mismos, del conocimiento
que tengamos de nuestro propio interior, del funcionamiento de nuestra mente y del control de nuestras
propias emociones.
Si haces el esfuerzo todos los días por conocerte un poco mejor, observando lo que ocurre dentro de ti y
alrededor tuyo, lo agradecerás con el tiempo. Es el mayor conocimiento que puedes adquirir, el más útil
para ti y el que puede llevarte más lejos, pues se trata de una información que tiene que ver contigo
mismo.
A partir de este vendrán todos los demás, este es el prioritario, el que está por encima del resto. Es la
mejor información que se puede llevar consigo, pues la puedes utilizar en cualquier instante, para
cualquier cosa que hagas, ya que en todo tú eres el que participas, el que realiza las acciones. En función
de este conocimiento así será tu bienestar y tu salud mental.
Todo lo que puedas conocer de ti será positivo para el futuro. Obtendrás una nueva información que te
servirá más adelante, cuando la necesites. Este conocimiento hasta que no se hace consciente es como si
no existiera para nosotros, aunque siempre haya estado ahí, oculto a nuestra conciencia. Una vez que se
hace consciente nos percatamos de su existencia y podemos usarlo para nuestro bien más adelante. Una
vez que reconocemos su existencia podemos tener la facilidad de recuperarlo y usarlo en el momento que
lo necesitemos.
No hay mayor riqueza que el conocimiento de uno mismo. Nada tendrá sentido, ni ningún valor para
nosotros si no sabemos quiénes somos en realidad.
No malgastará el tiempo el que lo emplea en conocerse a sí mismo. Es la base desde la que se ha de
partir para lograr nuestro bienestar real, no esa satisfacción pasajera que a veces nos confunde y nos
separa de nuestro verdadero destino.
Conoces tu esencia
En el encuentro contigo mismo descubres el origen, el punto desde donde todo empieza. Puedes volver
a ese lugar en todo momento, a cada instante que lo necesites para comenzar de nuevo, para redirigir tu
propia conducta y tus hábitos repetitivos que no te conducen a nada. Puedes ser el dueño de ti mismo sí
descubres lo que realmente eres y la función que has venido a desempeñar.
Todo tiene un significado, obedece a una causa, y el que se conoce asimismo estará más cerca de saber
interpretarlos, dar con el significado exacto que pueda haber detrás.
Entonces podrás encontrarte contigo mismo, comprenderte y entender el estilo de vida que has tenido
hasta ahora, cuáles han sido las causas de tu modo de actuar, de tu modo de vivir, de tus actitudes y de las
emociones que has experimentado en relación a algunos pensamientos.
Conocerte a ti mismo es encontrarte con tu verdadero ser, con lo que eres en realidad. Tiene como
consecuencia una vida más plena y conforme a lo que eres y a lo que quieres llegar a ser. Desde aquí todo
puede ser observado de otra forma, con otra mirada más coherente y cercana a la verdad, a lo que es.
En ese momento descubres cuáles son tus verdaderos intereses, lo que realmente te apasiona, y
empiezas a darle importancia a lo que más te conmueve, dejando a un lado lo que no te llena y lo que te
hace perder el tiempo y tus energías.
Entonces descubres que es la mejor manera de sentirte en paz contigo mismo, que desde el
autoconocimiento puedes descubrir tu verdadera esencia, tu auténtico ser, que no se deja arrastrar por
los pensamientos repetitivos del inconsciente.
Empiezas a sentirte que eres alguien mucho más renovado, más identificado con lo que eres en
realidad, que ya no se deja influir por lo que sucede fuera ni por los pensamientos negativos de tu mente
repetitiva.
De este modo, al final acabas realizando solo aquellas tareas que realmente te satisfacen y que están
conformes con aquello que en el fondo pretendes ser, pues el conocimiento de nosotros mismos nos lleva a
actuar de otra forma mucho más meditada y coherente con lo que realmente deseamos. Somos otra clase
de personas, ciertamente, cuando llegamos a un conocimiento profundo de lo que somos.
Le das importancia a lo que realmente va en consonancia con tu verdadera forma de ser, dejando a un
lado a ese personaje que acostumbras a representar ante los demás que no se corresponde con lo que
eres en realidad
Sin este conocimiento todo lo observaríamos desde el nivel superficial, sin poder profundizar en lo que
hay detrás de lo que percibimos, lo que entra por nuestros sentidos. No podríamos percatarnos de la
esencia de las cosas, de aquello que se esconde detrás de lo que vemos.
Una vez que descubras algo de ti mismo que antes desconocías, querrás seguir averiguando muchas
más cosas acerca de cómo eres y de tus propias reacciones en determinadas situaciones. Tu intención
será la de continuar conociéndote, obteniendo más datos acerca de ti mismo hasta llegar a saber quién
eres en realidad y lo que has venido a hacer aquí.
Te vuelves más observador de ti mismo, usando más tiempo para comprenderte y para escudriñar toda
la riqueza que hay dentro de tu mundo interior. Buscando para ello espacios de quietud y de silencio
donde empiezas acostumbrarte a estar a solas contigo mismo para saber cómo eres en realidad.
A la larga te verás recompensado por hacer ese esfuerzo de atender a tu interior y descubrir qué
significa exactamente cada emoción, lo que quieres decir con cada palabra que expresas, o con cada gesto
que empleas a través de tu lenguaje corporal.
Tienes otra actitud
A medida que progresamos en ese conocimiento interior de nosotros mismos, vamos comprendiendo
nuestro propio comportamiento, así como todos los momentos que han hecho de nosotros el ser que
somos en la actualidad; así como el resto de circunstancias tanto externas como internas.
Desde esa comprensión podemos enfrentarnos a la realidad de una forma más pausada, más sosegada,
dejando que algunas cosas que antes nos afectaban ahora pasen sin que nos influyan demasiado.
Miraremos el mundo desde otra nueva realidad más profunda y más cercana a la verdad. Entenderemos
por qué somos como somos y por qué en muchas ocasiones dejamos de hacer aquello que deberíamos
hacer, y por qué no nos sentimos en paz con nosotros mismos cuando eso ocurre.
El conocimiento de uno mismo es el arma más poderosa. Con ella se puede hacer frente a todo lo que
nos ocurra, se van conociendo las claves de todo lo que sucede, tanto en tu entorno más inmediato como
dentro de tu propio interior.
El conocimiento de uno mismo es el principal recurso que uno tiene para hacer frente a cualquier tipo
de adversidad en el devenir de su vida cotidiana.
Cuando alguien se conoce bien sabe cómo reaccionar ante esas adversidades, cómo enfrentarse a ellas,
pues descubre las consecuencias que conlleva determinadas actitudes ante la vida; las que llevan a buen
puerto y las que no; las que hay que abandonar lo más pronto posible y las que hay que instaurar para
llevar una vida más acorde con lo que somos, o con aquello que queremos llegar a ser.
Esta es la gran ventaja de encontrarte contigo mismo: que puedes modificar aquello con lo que no estás
conforme en tu vida, puedes lograr tener otra clase de actitud ante los hechos, ante las experiencias a las
que te enfrentas cotidianamente; y otra forma de ser y de estar en el entorno que te rodea, en el que
habitualmente te desenvuelves y desarrollas tu vida cotidiana.
Te da otra nueva perspectiva de cara a enfrentar los hechos y las circunstancias que te envuelven.
Otorgas un nuevo significado a todo aquello que te rodea, dándole un nuevo sentido a aquello que antes
no lo tenía, adquiriendo al mismo tiempo una mayor comprensión y conocimiento de ti mismo que te
ayudará a ser mejor de lo que eres como ser humano.
Nuestra postura ante la vida y ante los demás cambia totalmente, llegando a tener otra visión de la
realidad mucho más positiva y cercana a lo que somos, a cada cosa que observamos y nos sucede.
Todo esto te llevará a tener una nueva perspectiva, una nueva forma de estar en el mundo con una
nueva actitud con la que hacer frente a las dificultades que te va poniendo la vida cotidiana, la que
desarrollas en tu entorno más inmediato, con las personas que habitualmente te rodean y con las que te
relacionas.
Encontrarte contigo mismo puede llevarte a que seas consciente de muchos errores que puedes estar
cometiendo y que gracias a este conocimiento puedes ver con claridad. Lo que te da la oportunidad de
poder modificar a tiempo y rectificar muchas conductas e incluso pensamientos e ideas, y aquellas
creencias que no sean las más adecuadas para lo que es el desempeño correcto de tu vida dentro del
contexto que te rodea.
Aprendemos a ser mucho más conscientes de nuestros actos y pensamientos, lo que nos lleva a tener
una posición diferente ante las situaciones que nos envuelven a cada paso.
El que no se conoce comete muchos errores y numerosas acciones que le perjudican y que afectan a su
propia felicidad.
Nos capacitamos, gracias a este autoconocimiento, para valorar más lo que realmente importa,
desechando aquello que nos lastra, que no nos permite progresar y ser nosotros mismos. Enseguida nos
damos cuenta de lo que nos bloquea, de lo que no nos permite alcanzar nuestros sueños.
En este sentido, tendremos la posibilidad de eliminar aquellos malos hábitos que puedan estar
ocasionándonos algún tipo de malestar o desadaptación; es la mejor inversión que uno puede hacer.
Conoces el camino más idóneo
Solo si nos conocemos podremos encontrar lo mejor de nosotros mismos. Todo está en nuestro interior,
es allí desde donde todo parte, tanto los aciertos como las equivocaciones. Allí se encuentran las mejores
decisiones, así como el camino más idóneo que debemos tomar a cada paso.
Si te encuentras contigo mismo verás claramente cuál es ese camino y tú propósito, la tarea que has
venido a realizar en esta vida. Será la mejor manera de guiarte por la vida, de saber conducirte con
coherencia por la senda que va apareciendo a medida que vayas creciendo y viviendo en el mundo que te
rodea.
Nuestro propio autoconocimiento nos conducirá por ese camino que siempre quisimos recorrer, del cual
en muchas ocasiones nos desviamos por nuestro mal funcionamiento mental, por el desconocimiento que
tenemos de nosotros mismos, por no ser nosotros cuando más lo necesitamos, cuando nos dejamos llevar
por lo que no somos.
Sabremos perfectamente dónde están los límites, lo que se debe hacer y lo que no, las personas con las
que debes rodearte y con las que no, dónde debes gastar tu valioso tiempo y lo que debes hacer con tu
energía, que llega un momento en que se agota y no se puede malgastar en aquello que no nos aporte
ningún beneficio.
Conoces tu potencial
Cuando te encuentras con tu propio ser, con lo que eres en realidad, existe una reconciliación contigo
mismo. Entiendes que este descubrimiento te abre un campo de infinitas posibilidades, que tu forma de
estar en el mundo ya no será la misma y que lo entenderás todo desde otro prisma.
Esto implica ser cada vez más consciente de todo el potencial que llevas escondido en tu interior y que
aún no has sacado a relucir, hallar muchas cualidades que hay en ti que aún no descubriste.
Encontrarte te arrastra a sacar lo mejor de ti mismo, tus mejores capacidades, te conduce a gastar tu
energía de una forma más equilibrada y más precisa.
Te comprenderás mucho mejor y tomarás decisiones más sabias cuando la situación lo requiera, porque
el conocimiento de ti mismo será mayor y sabrás utilizar muchas más potencialidades que no sabías que
existían dentro de ti, desarrollar todas esas cualidades que estaban sin explotar, que ya existían pero que
no habías detectado nunca antes.
La confianza y la seguridad en ti mismo se harán más grandes a medida que potencies ese
autoconocimiento, puesto que la información sobre ti mismo seguirá siendo cada vez mayor a medida que
vayas practicando esta situación mediante la que te observes sin juzgarte, sin que nada pueda distraerte,
centrado únicamente en ti mismo para conocerte y descubrir el origen de donde todo parte, el origen de
lo que eres y de lo que puedes llegar a ser.
Allí donde pones el foco de atención alcanzas la sabiduría sobre ese tema en concreto. Cuando tu centro
de atención está enfocado hacia ti mismo, hacia tu mundo interior, puedes alcanzar el conocimiento sobre
aquello que se encuentra en tu interior, en lo más profundo de ti mismo.
Si te centras en ese autoconocimiento, poniendo tu foco de atención en ello, lograrás desarrollar unas
facultades hasta ahora desconocidas pero que siempre han estado ahí, y sacarás a la luz muchos
contenidos y pensamientos que antes no sabías que existían acerca de cómo eres, acerca de tus
cualidades, de tus habilidades y de aquello que podrías hacer: de lo que estarías capacitado para hacer
pero que no has hecho por haberte dejado llevar por las falsas creencias que tú mismo te has ido creando
en base a razonamientos equivocados que has tenido en el contacto con las circunstancias que has vivido,
con los hechos que te han sucedido y con las personas con las que te has relacionado.
En definitiva, el nivel de desarrollo personal que alcancemos dependerá de lo que nos hayamos
preocupado por nosotros mismos, por indagar en nuestro interior para encontrar las explicaciones
pertinentes acerca de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Aquí juega un papel fundamental el
nivel de curiosidad que tengamos sobre el conocimiento de nuestro propio funcionamiento.
Comprendes lo que te rodea
Cuando te conoces a ti mismo sabes otorgar el valor real que tiene cada acontecimiento que te sucede.
Aprendes a separar lo importante de lo accesorio, de lo superfluo, de lo que sobra, de lo que no es
importante.
Cuando nos encontramos con nosotros mismos todo cambia, descubrimos una nueva forma de ver las
cosas, desde otra perspectiva más razonable y más cercana a la realidad.
Si te conoces a ti mismo estarás más en contacto con la verdad de las cosas, más cerca de la existencia
de todo cuanto te rodea, y tus decisiones serán mucho más fiables y más acordes con lo que quieres ser.
Comprenderás muchas cuestiones que ahora no entiendes.
Prestarás más atención a cada detalle de tu vida, sabiendo valorar cada circunstancia en su justa
medida, sin que estas estén por encima de tu propia felicidad.
Entenderás mejor todo cuanto te rodea, a las personas que se relacionan contigo, aquellas que están
más próximas dentro de tu contexto habitual en el que te desenvuelves. La comprensión del resto del
mundo será mayor si llegas a un mejor autoconocimiento mediante la observación de ti mismo.
Por lo que te desenvolverás de una forma más eficiente cuando las circunstancias se compliquen y vivas
momentos de dificultad en los que no te resulte tan fácil encontrar soluciones a los problemas que puedan
surgirte en esos momentos.
El que se conoce asimismo tiene más amplitud de miras, entenderá mejor por qué suceden las cosas,
estará más adaptado al entorno en el que vive.
Si no hay en primer lugar un conocimiento sobre nosotros mismos no entenderemos tampoco la forma
en la que se establecen las relaciones, la manera de comunicarnos unos con otros; o lo que hay detrás del
lenguaje tanto verbal como no verbal cuando nos expresamos.
Descubrirás, por tanto, la mejor manera de relacionarte con los demás, cómo interaccionar con tu
entorno para llevar a cabo una vida más plena y más satisfactoria para ti y para todos los que te rodean.
Si nos conocemos a nosotros mismos entenderemos el significado de muchas reacciones que tenemos
ante los demás; algunas veces pueden resultar desconocidas incluso para nosotros mismos. Y es que, en
algunos momentos, en nuestro contacto con el resto también dejamos de ser nosotros.
Cambias la visión del pasado
El conocimiento de nosotros mismos, al que podemos llegar, nos puede cambiar por completo todas
nuestras premisas que antes teníamos acerca de cómo funcionan las cosas. Nos puede cambiar la visión
que tenemos de los hechos que hemos experimentado, por lo que podemos llegar a modificar las
conclusiones que en su momento sacamos de algunas experiencias que vivimos anteriormente,
posibilitando de esta forma realizar una nueva lectura de los hechos sacando unas nuevas derivaciones
que pueden modificar la visión que teníamos de lo que en su día aconteció.
El conocimiento de ti mismo puede cambiar tu propio enfoque de los hechos que sucedieron en el
pasado, de los recuerdos que tienes sobre lo que has vivido.
8. Quiénes somos
Parte de lo que somos es el fruto de lo que hemos pensado acerca de todo lo que nos ha acontecido. La
calidad de esos pensamientos influye, en cierta medida, en lo que acabamos siendo exteriormente. Si
pensamos que somos de una determinada manera, eso será lo que manifestemos al exterior. Nos
convertiremos en un personaje que tratará de seguir las pautas de lo que interiormente pensamos acerca
de nosotros mismos.
Si bien, no podemos guiarnos por los pensamientos que tengamos de nosotros, puede que no tengan
nada que ver con lo que somos en realidad. El pensamiento acerca de lo que somos tan solo es eso, un
mero pensamiento; igual que ese podría ser otro, depende de las circunstancias y del momento en que nos
encontremos.
Esos pensamientos que tenemos acerca de lo que somos pueden ir variando, al igual que vamos
cambiando nosotros mismos en función de las experiencias que experimentamos a cada paso. Todo esto
hace que las ideas que tengamos acerca de nosotros se vayan modificando, fluctúen en función de la
lectura que vamos haciendo de todo aquello que nos ocurre.
De alguna manera también somos el resultado de nuestra propia programación mental, de forma que en
muchas ocasiones no somos nosotros cuando actuamos sino el personaje que han creado nuestros propios
hábitos.
Sin que seamos muy conscientes de ello labramos nuestro propio destino con cada pequeño
comportamiento que tenemos, con cada leve pensamiento que permitimos que surja (que se mantenga y
se repita) en nuestra conciencia, y que fluya una y otra vez sin ser conscientes de las consecuencias que
ello conlleva.
En realidad, no somos todas esas distracciones que nos inundan diariamente y que nos llevan a ejecutar
repetidamente una serie de hábitos como autómatas, por los que acabamos siendo muchas cosas, pero no
lo que realmente somos.
Somos nosotros cuando nos percatamos de ello, cuando nos damos cuenta de este mecanismo que hace
que nos comportemos como robots programados previamente por nosotros mismos.
Somos el fruto de nuestras experiencias
Somos también, en parte, el fruto de lo que hemos vivido: un cúmulo de experiencias que hemos ido
acumulando a lo largo del tiempo que nos permiten ir seleccionando las decisiones en base a los
resultados que hayamos obtenido anteriormente.
Todas esas experiencias que hemos vivido nos influyen, por tanto, en lo que somos; así como el análisis
que hacemos de todas y cada una de esas experiencias y de los nuevos contenidos que surgen por la unión
de la información que ya poseemos con la que adquirimos en cada una de esas vivencias que tenemos, a
través de los estímulos que observamos en los distintos entornos en los que nos movemos y nos
relacionamos.
Todo ello da lugar a nuestra propia visión de la realidad y a conformar así un conocimiento que nos
permite ir sobreviviendo, solucionando los distintos problemas que cotidianamente nos van aconteciendo.
Lo que hemos observado en el exterior, la información que hemos obtenido de nuestro entorno, va
estableciendo en alguna medida lo que somos.
Si bien, aquellas conclusiones que sacamos acerca de lo que somos con esa información proveniente del
exterior, de la que hemos captado a través de nuestros sentidos en nuestro contacto con nuestro entorno
más inmediato, no siempre es exacta y se acerca a la verdad.
Somos distintos cada día
Todo es cambiante: el entorno en el que vives, las personas que te rodean e incluso hasta tú mismo, en
función del momento en el que vivas. A cada nueva información se producen nuevos cambios dentro de ti
que hacen que ya seas diferente al que eras antes de obtener esa nueva información.
Nuestro pensamiento varía, por lo que nosotros también cambiamos. No somos exactamente igual que
el día anterior, ni somos lo mismo al día siguiente. Estamos en continua transformación, aunque nuestra
esencia siga siendo la misma y permanezca siempre ahí, invariable al paso de los años. En verdad, lo que
cambia son los pensamientos relativos a lo que creemos que somos.
Somos distintos en cada momento, cada día, aunque repitamos cada vez los mismos patrones de
comportamiento. En realidad, no hacemos las cosas siempre exactamente igual. No somos iguales que la
persona que las ejecutó el día anterior, puesto que de un día para otro hemos incorporado nueva
información. Hemos estado expuestos ante una serie de estímulos que han hecho que una nueva
información captada a través de nuestra percepción se haya incorporado dando un nuevo contenido, una
nueva forma, a nuestros propios pensamientos.
De manera que las imágenes que circulan por tu mente también pueden tener alguna variación, puede
que no sean idénticas a las que fluyeron a tu conciencia el día previo.
Hacemos las mismas cosas, prácticamente, pero a nivel mental podríamos decir que no somos los
mismos que el día anterior por esa nueva incorporación de información que hemos obtenido a través de
nuestro contacto con el exterior, con los estímulos que hemos observado y con las personas con las que
nos hemos relacionado.
Todo esto hace que no seamos iguales todos los días; aunque estemos haciendo lo mismo
aparentemente. Cada día para nosotros supone una nueva experiencia que se transforma en nuevos
contenidos que se incorporan a las destrezas y conocimientos que ya poseemos. A través de esta
acumulación de datos nuevos que vamos incorporando podemos llegar a cambiar incluso de perspectiva,
podemos cambiar en este sentido nuestra forma de ver las cosas y nuestra manera de actuar ante unos
mismos hechos, bajo unas mismas circunstancias.
Todos los días estás experimentando, sin saberlo, nuevos cambios en ti que te hacen ser diferente de lo
que fuiste el día anterior. Todo esto sucede sin que seas muy consciente de ello, pero siempre se están
modificando esos pensamientos con cada cosa que haces o dejas de hacer, con las actitudes que tomas
ante la vida y ante los hechos que te suceden.
La información que ya poseemos se une con la nueva, por lo que no siempre llegamos a las mismas
conclusiones, pues se produce una variación en algún detalle que hace que el resultado final obtenido de
la observación no siempre sea el mismo.
También influye en nuestra forma de percibir los acontecimientos el momento en que nos encontremos.
En función de nuestro estado de ánimo no sacamos las mismas conclusiones, a pesar de que sea un mismo
estímulo el que percibamos con un mismo contenido.
En función de cómo nos encontremos en cada momento nuestras conclusiones acerca de lo percibido
serán distintas, aunque sea lo mismo lo que observemos.
Todo esto nos lleva a concluir que no siempre somos los mismos, que vamos cambiando y modificando
nuestra mente a cada paso según las experiencias y los conocimientos que vamos adquiriendo.
No somos los mismos de un instante a otro, y menos de un día para otro. Todo va cambiando y fluyendo
a través del paso del tiempo y de las interacciones que tenemos con el mundo que nos rodea y con nuestro
propio mundo interno.
No somos lo que creemos
Una cosa es lo que creemos ser y otra lo que somos en realidad. Puede haber una gran diferencia, no
coincidir ambas cosas, ser aspectos muy distantes uno del otro. Lo que creemos ser depende de nuestros
pensamientos, del concepto que creamos sobre nosotros mismos a través de ellos.
Lo que verdaderamente somos es algo más permanente, no depende de los pensamientos ni se ve
influido por el tiempo ni por las circunstancias que atravesemos en cada momento.
Lo que realmente eres tiene que ver más con tu propio ser, con tu esencia, que va más allá de tus
pensamientos; está por encima de ellos. No se puede señalar con el dedo para indicar su ubicación e
identificarlo, no tiene un lugar determinado.
Una cosa es lo que creemos de nosotros mismos en base a la información proveniente del exterior y
otra lo que somos realmente, que nada tiene que ver con una creencia o un determinado pensamiento.
Tampoco somos lo que aparentamos ser. Somos alguien muy distinto del actor que aparece ante los ojos
de los demás. Ese tan solo es un personaje que hemos creado para poder estar en el mundo y
relacionarnos, para poder ser identificados de alguna manera y establecer así una comunicación con
aquellos que nos rodean.
Quiénes somos en realidad
Aquello que somos no se puede definir a través del pensamiento, es algo que está más allá del
pensamiento. Para descubrirlo deberemos establecer con frecuencia un mayor contacto con nuestro
mundo interior. Entonces lo entenderemos claramente, sin necesidad de tener que recurrir a ningún
término para poder definirlo o explicarlo.
Todo aquello que te ha venido de fuera te ha moldeado y ha hecho ser lo que eres; pero ese no eres tú,
cuando eres tú realmente es cuando te encuentras a ti mismo en tu propio interior.
Ahí, donde nada puede influirte, donde no hay formas con las que identificarte, estás realmente tú. Lo
demás son pensamientos, imágenes que tienen que ver con experiencias del pasado y que son las que te
han ido conformando y creando las circunstancias en las que vives.
Este es el más poderoso descubrimiento que un ser humano puede realizar: llegar a conocer su esencia,
lo que es en verdad, no lo que las circunstancias y sus propios pensamientos le han obligado a ser.
Lo que realmente somos se esconde en un nivel mucho más profundo al que no es fácil acceder. Es algo
que solo se puede descubrir a través del encuentro con uno mismo, desde el autoconocimiento, cuando
conectamos con nuestro propio espacio interior desde donde podemos observar nuestros pensamientos y
los momentos en los que no hay pensamientos, donde nos encontramos a solas con nuestro verdadero ser,
observándonos, dentro de nuestro propio mundo interno.
Lo que somos no se puede reducir solo a lo que hacemos a lo largo del día o a los pensamientos que
tenemos, aunque ambas cosas estén muy relacionadas. Nosotros somos algo más, afortunadamente. Lo
que hacemos tan solo es una parte de nosotros, aquella que se manifiesta al mundo, que interacciona con
la realidad que nos rodea, en cada instante. Hay otra parte de nosotros que permanece escondida, que no
se ve, que no se manifiesta, pero sabemos que está ahí.
Tiene que ver con tu verdadero yo, con la persona que eres en realidad. Es tu verdadera esencia, lo que
eres realmente sin la influencia de los pensamientos ni de las experiencias pasadas. Ese eres tú.
La parte interna que observa lo que hacemos, incluso nuestros propios pensamientos, es nuestro
verdadero yo. Somos, en ese caso, nosotros mismos en su total esencia.
Cuando esa parte de nosotros que observa ‒nuestro verdadero yo‒ juzga lo observado, empieza a
utilizar los pensamientos que puedan surgir en cada ocasión, entonces pierde su esencia, pues se
identifica con los pensamientos, se deja arrastrar por ellos y se convierte en ego, en el personaje que
representa el papel en el exterior.
Cuando somos nosotros realmente es cuando observamos sin juzgar, sin dejarnos arrastrar por los
pensamientos, cuando conectamos con el espacio sin forma de nuestra conciencia, donde no hay ninguna
influencia externa ni ningún concepto con el que podamos identificarnos; algunos a ese estado lo llaman
presencia.
Cuando realmente somos nosotros es cuando actuamos siguiendo las pautas internas de nuestro
verdadero yo, de lo que somos en realidad. Estas pautas las podemos descubrir en nosotros mismos
mediante la autoobservación, en momentos de paz interior y de quietud donde no haya influencia de
ningún estímulo externo que pueda distraernos y alejarnos de nosotros mismos.
Tu verdadera esencia, por tanto, está más allá del pensamiento y del tiempo. Se encuentra en el espacio
sin pensamiento de la conciencia, desde donde observas sin juzgar, no influido por nada que provenga del
exterior ni del interior.
Si perdemos nuestra identidad perdemos todo. No seremos nosotros los que actuemos, será otro muy
distinto al que realmente queremos ser o llegar a ser. Nos dejaremos guiar por lo primero que pensemos,
por lo que antes se nos ocurra, sin un breve análisis de las consecuencias que ello conlleva. Sin darnos
cuenta de que actuar guiados por los primeros impulsos nos conduce a cometer errores que a veces son
difíciles de subsanar.
Hasta que no somos nosotros mismos no somos conscientes de la riqueza enorme que hay dentro de
nuestro propio mundo interior, de las posibilidades infinitas que brinda nuestra mente para convertirnos
en otras personas muy distintas de las que manifestamos ser a primera vista.
Tenemos un potencial indefinido dentro de nosotros, aún por explorar, solo hace falta conocerlo,
adentrarnos dentro de nuestro propio mundo interior mediante la observación y el autoconocimiento para
descubrir todo aquello que somos realmente y lo que podemos llegar a ser.
CÓMO SER NOSOTROS
Hay muchas razones dentro de ti para intentar ser tú mismo siempre, en todo momento. La principal de
todas es no perderte en el vacío, deambular por la vida sin saber realmente quién eres y dejándote llevar
por tus propios pensamientos, actuando como un robot, sin voluntad propia, sin personalidad definida y, lo
más importante, sin ser tú mismo, sin hacer las cosas desde la autenticidad, desde tu verdadera esencia.
Solo desde el encuentro y el conocimiento de uno mismo se pueden llevar a cabo las modificaciones
necesarias para llegar a ser realmente nosotros en todo lo que hacemos, en todo lo que pensamos y
sentimos. Solo es posible desde ese lugar, desde esa posición.
También influye, en lo que acabamos siendo de cara al exterior, el grado de autoconocimiento al que
lleguemos, siempre y cuando haya existido en nosotros la curiosidad por descubrirnos a nosotros mismos,
por saber cómo funcionamos, por conocer un poco mejor nuestro universo interno.
Tan solo se trata de practicar y acostumbrarnos a indagar en nuestro interior para darnos cuenta de
que hay algo más allá de nuestra apariencia, de la imagen que al final proyectamos al exterior, que en
nada se parece en muchas ocasiones al modelo de persona que nos gustaría ser.
Somos nosotros mismos cuando observamos sin juzgar nada, cuando tan solo nos limitamos a percibir
lo que sucede sin pasarlo por el filtro interno del razonamiento.
Vivir de forma consciente
Solo si nos acostumbramos a vivir de una forma consciente podemos encontrar una puerta a nuestro
verdadero ser, a lo que somos realmente.
No es fácil lograr, en el mundo tan ajetreado que vivimos, ese estado de conciencia necesario para
vislumbrar lo que estamos siendo. Casi no tenemos un momento para reflexionar si eso que estamos
siendo tiene que ver con lo que nos gustaría ser. Si guarda alguna similitud.
Si tuviéramos ese momento de reflexión estaríamos más cerca de modificar aquello que fuera necesario
para lograr una coherencia entre el personaje que aparece ante los ojos de los demás y lo que somos en
realidad. Estaríamos más predispuestos al cambio, a quitar al personaje que solo representa un papel y
poner en su lugar al ser auténtico que hay detrás de esa máscara.
Pero el estilo de vida que llevamos no nos da mucho pie a ello, ciertamente. Andamos de un lado para
otro sin apenas reparar en ello, guiados e impulsados por las circunstancias que nos rodean en cada
momento.
La vida, de esta forma, se convierte en un tren interminable de actos que repetimos una y otra vez
como seres programados desde fuera, pero con la suficiente capacidad para romper ese círculo, ese
programa mental que viene propiciado desde el exterior pero que cuenta también con nuestra
colaboración para hacerse definitivamente efectivo.
Espacio para encontrarte contigo mismo
Solo somos nosotros mismos cuando conectamos con nuestro mundo interior, desde donde observamos
nuestros pensamientos y somos conscientes de nuestras emociones, de lo que sentimos en ese instante
preciso, que tiene que ver con aquello que pensamos en ese momento.
Por ello es importante contar con un espacio donde realmente seas tú. Se hace necesario que busques
momentos en los que te encuentres a ti mismo, sin que nada del exterior pueda distraerte.
Un espacio en el que solo estés tú, a solas contigo mismo, para que puedas situarte, para que no
pierdas nunca de vista tu propia identidad, lo que eres realmente; pues esto, en el contacto con el mundo
exterior, puede diluirse con facilidad, puede olvidarse en el sentido de que puedes dejarte llevar por lo
que dicten los demás, y en ese caso dejas de ser tú mismo, te conviertes en alguien que no eres en
realidad. Todo ello por dejarte llevar por la masa; por lo que los demás opinan; por lo que los demás
hacen, no por lo que a ti realmente te gustaría hacer, no por la persona que a ti te gustaría ser.
Por ello, es importante no dejar a un lado ese encuentro contigo mismo donde sientas que eres tú
realmente y no un producto de la sociedad o del entorno en el que vives.
Si existe una práctica diaria en la que busques ese espacio para encontrarte y desde ahí separarte del
resto y diferenciarte, cada día te resultará más fácil, más sencillo saber situarte, tanto en tu mundo
externo como interno. Cada vez te resultará más fácil no perder tu identidad.
Podrás seguir siendo lo que eres, en cada momento, independientemente de las circunstancias externas
que te rodeen, en las que vivas en cada instante.
La influencia de los demás
Gran parte de la personalidad que manifestamos en el exterior ya nos viene impuesta de cierta forma
desde fuera. Tratamos de adaptarla convenientemente a lo que esperan los demás, que confían que nos
comportemos según los cánones establecidos sin que nos desviemos un milímetro para ser aceptados
como seres normales, sin ninguna tara o rareza que pueda apartarnos de nuestro grupo de referencia.
Todo aquel que trata de desviarse de lo socialmente establecido es tomado como alguien raro. Será
etiquetado y estará encasillado ahí, a no ser que cambie su actitud o alguna faceta de su personalidad.
Pero lo que realmente importa es si la persona se siente a gusto consigo misma y sabe vivir al margen
de las opiniones de los demás. Si no le influyen demasiado los dictámenes ni las críticas de los que le
rodean. Entonces podrá tener la posibilidad de acercarse un poco más al ideal de persona que quiere
llegar a ser. Cuanto más cerca de ello se encuentre, más segura se sentirá y con mayor confianza
afrontará los quehaceres de su vida cotidiana.
A la hora de tratar de conseguir ser nosotros mismos debemos tener en cuenta que la influencia que
ejercen los demás es muy importante, tiene un gran impacto sobre nosotros aquello que vemos hacer a
otras personas o aquello que opinan. La forma en la que se desenvuelven realizando determinadas
actividades que nosotros también hacemos, por lo que nos comparamos observando su ejecución y luego
analizando cómo lo haríamos nosotros.
Tanto lo que observamos en los demás como lo que les oímos decir a través del uso del lenguaje, tiene
un gran impacto sobre nosotros, de manera que posteriormente puede influirnos en la forma de ser y de
actuar.
Esto puede enriquecer nuestra propia identidad, pues son elementos que podemos ir añadiendo como
recursos propios, o bien puede hacer que la perdamos, en el caso de que tratemos de imitar y ser como
esas otras personas que observamos.
En este último caso es fácil que nuestra identidad se diluya tratando de copiar modelos que vemos
continuamente; por ejemplo, aquellos que nos presentan de una forma continuada y repetitiva los medios
de comunicación. Es posible que podamos perder nuestra identidad tratando de ser como esas personas
que observamos, como esos modelos.
Debemos conseguir poco a poco, de alguna manera, mantenernos al margen de todas esas influencias,
tanto a nivel interno como externo, para que a la hora de actuar tratemos de ser nosotros mismos y lo
hagamos de la mejor manera posible, siguiendo nuestro sentido común y aquellos conocimientos
adquiridos mediante la práctica y la experiencia que hemos logrado obtener del pasado.
9. La coherencia
Cuando no nos encontramos en paz con nosotros mismos hay algo que no funciona en nuestro interior: el
ideal de persona que queremos ser no se corresponde con lo que realmente somos ni con lo que hacemos.
Hay una falta de sintonía. Cuando hay mucha diferencia uno se da cuenta de ello, puede resultar
relativamente fácil. En tal caso debemos preguntarnos por qué existe tal diferencia entre lo que somos y
lo que nos gustaría ser, entre el personaje real y el ideal imaginado.
Vemos que por un lado existe un personaje que es el resultado de nuestros actos inconscientes, de
nuestra programación mental adquirida a base de repeticiones de conducta; y por otro la persona que nos
gustaría ser en realidad y que en muchas ocasiones nada tiene que ver con ese personaje, que en algunos
aspectos puede que se asemeje, pero en otros no.
En el caso de que haya una gran diferencia, que esta distancia sea demasiado grande, ocasionará en
nosotros un terrible desasosiego, una gran frustración, al observar que no acabamos de ser aquello que
nos gustaría ser. En lugar de ello acabamos siendo otra persona, y todo esto debido al propio
funcionamiento mental, sin control e inconsciente, que nos lleva a tener esa gran contradicción dentro de
nosotros mismos.
Encontramos, por tanto, que hay dos personajes: uno el que interactúa con el exterior y otro el que
observa y juzga, el que decide si un comportamiento ha estado bien o traerá consecuencias en el futuro.
En ocasiones hay una enorme divergencia entre ambos personajes, puede que no coincidan prácticamente
en nada. Puede existir, a veces, una gran diferencia entre el personaje que es representado en el
escenario y el que hay detrás de las bambalinas.
Si el grado de contradicción es muy alto, este se manifiesta también entre aquello que hacemos y lo que
pensamos. En tal caso aquí también encontraríamos una gran incongruencia entre nuestros actos y lo que
realmente pensamos, produciéndose una gran distancia entre lo que yo creo que debería hacer y lo que
finalmente acabo haciendo.
El hecho de tener una serie de hábitos y que los repitamos cotidianamente no quiere decir que estemos
de acuerdo con ellos, incluso podemos llegar a realizarlos de una forma tan mecanizada y automática que
en el mismo momento de la ejecución podemos estar siendo conscientes de que esas conductas no son las
que deberíamos realizar, pero aun así continuamos repitiéndolas, de forma repetitiva e incontrolada.
Si nos observamos detenidamente comprobaremos que hay muchas conductas que se nos escapan y
que repetimos inconscientemente sin que en ese momento nos demos cuenta de las consecuencias
negativas que pueden llegar a tener; o a ocasionar sobre nuestro propio bienestar. A veces sentimos que
vivimos como en una nube que se deja llevar por el viento, en la dirección que sople en cada momento,
que somos nosotros mismos tan solo una mínima parte del tiempo.
Estas incongruencias solo pueden ser observadas si nos detenemos y miramos nuestra forma de actuar
detalladamente.
Tenemos una parte dentro de nosotros que es la que observa nuestro comportamiento. A veces puede
estar de acuerdo, en sintonía con lo que hacemos; otras veces no, existiendo en este caso una falta de
coherencia.
Somos por un lado los que ejecutamos las conductas, que a veces se corresponden con lo que deseamos
realmente; por otro lado, existe otro yo dentro de nosotros que es el que observa aquello que hacemos.
Si existen esas dos partes, ¿quiénes somos realmente? ¿El que ejecuta las conductas o el que observa lo
que hacemos? Estoy convencido que el que observa se corresponde con lo que realmente somos, y el que
realiza las acciones no siempre se corresponde con eso que pensamos que somos. A veces puede existir
una total coherencia entre ambos, aunque esto no siempre sucede.
En algunos momentos notamos claramente que no somos más que un personaje que lleva a cabo
acciones en el exterior, sobre todo cuando actuamos en contra de nuestros propios principios, o cuando no
estamos muy de acuerdo con algo que hayamos hecho sin haber sido muy conscientes a la hora de haberlo
realizado. Entonces percibimos con claridad la diferencia existente entre ese personaje que realiza las
acciones y el que posteriormente juzga si dichas acciones se acomodan o no con lo que realmente tendría
que haber hecho, en función de los valores y de las creencias existentes almacenadas ya en la memoria.
En tal caso, percibimos que aquel que observa es distinto que el que realiza las acciones en el exterior.
El personaje que actúa en el exterior no es más que el fruto de los pensamientos repetitivos que
transcurren por la conciencia, que obliga a actuar a este personaje que nos representa fuera de una forma
automática y repetitiva.
Entonces, si no somos realmente nosotros cuando actuamos, en el caso de que nuestra acción no vaya
en la línea de lo que verdaderamente desearíamos hacer, ¿quién es esa persona que está actuando sin
obedecer a ese yo interno? No es más que alguien que sigue una programación mental creada por ella
misma a base de repeticiones de conducta; no es más que el fruto de una serie de hábitos encadenados,
almacenados en su inconsciente que obligan a esa persona a no ser lo que realmente es, o lo que desea
ser.
Esta forma de comportarse, que puede no corresponderse con lo que esa persona realmente es, no es
más que la consecuencia del flujo repetitivo de pensamientos que fluyen a su conciencia como
consecuencia de actos repetitivos provenientes de sus propios hábitos.
Cuando aparecen dichos pensamientos y se repiten una y otra vez hasta que la persona acaba cediendo
al empuje de dichas imágenes, en forma de pensamiento, finalmente acaba realizando una acción que va
en línea con esos pensamientos, que son el resultado de dichos pensamientos.
Una vez ejecutada dicha acción o conducta, en su yo interno ‒cuando existe un momento de calma‒, la
persona juzga y valora si la conducta realizada va en la línea de su propósito, de aquello que desea ser en
realidad.
En el caso de que sí vaya, habrá una coherencia entre esa acción y lo que esa persona es. En el caso de
que no, existirá una incoherencia que llevará a esa persona a no estar conforme consigo misma, a un
estado de no paz interior. Sentirá que algo no concuerda, que no va en la buena dirección.
Sentirá la necesidad de cambiar o no, eso lo irá dictando el tiempo y las consecuencias que vaya
experimentando en función de los resultados que logre fruto de su forma de comportarse.
CAUSAS DE LA FALTA DE COHERENCIA
Si acostumbras a mantenerte consciente podrás observar que en ocasiones puede haber una
contradicción entre tu ser interno, el que no se manifiesta, y el personaje que desempeña su papel en la
realidad externa.
Puede existir una falta de coherencia entre ambos. Y es que, el personaje externo, el que representa un
papel, siente la obligación de adaptarse a las exigencias de su entorno más inmediato. Está supeditado a
lo que los demás puedan pensar de él, al qué dirán.
Además, actúa casi de forma automática, inconsciente, podríamos decir, adaptándose y tratando de
desempeñar un papel que los demás esperan que represente. Siempre trata de adecuarse a los demás
para sentirse aceptado dentro de su grupo de referencia, para no verse rechazado; eso sería mortal para
su propia supervivencia.
Siempre está en una constante observación de los demás para saber en todo momento los que estos
esperan de él, para que su comportamiento, su lenguaje y hasta su propio pensamiento vaya en esa misma
línea. En función de cómo se adecúe a su entorno más próximo, así será su nivel de adaptación y su nivel
de satisfacción personal.
Este personaje que representamos, a nivel externo, es el que trata de interactuar en el medio que le
rodea, es el que trata de relacionarse con los demás. Habitualmente hace lo que la mayoría hace, o al
menos lo que hace el grupo donde está inserto.
Se trata de un personaje con el que tenemos que convivir irremediablemente, aunque muchas veces no
estemos muy de acuerdo con muchas decisiones que toma sin previo aviso, sin que apenas tengamos
poder de controlarlo.
El ideal de persona que nos gustaría ser puede que vaya en consonancia con alguien que concibamos
realizando unas determinadas acciones con otra actitud distinta de la que aparentemente manifestamos:
puede que imaginemos a una persona mucho más feliz y con una mayor confianza en sí misma, más
segura, con una mayor autoestima y para la que no hay un reto imposible, que va por la vida
relacionándose con todos sin hacer distinción y sin prejuicios.
Ese alguien puede ser muy distinto del que eres en realidad: alguien que al final es la consecuencia de
los pensamientos que se repiten con más insistencia en cada momento; alguien que es el fruto de las
propias conductas que más se reiteran a lo largo del día, de una cadena sin fin, de un círculo vicioso que
nos lleva a ser el fruto de nuestros pensamientos. Pensamientos que de alguna forma son el resultado de
aquello que hacemos repetidamente, casi sin control, de manera habitual.
En otros casos, las circunstancias de cada momento también nos van delimitando y nos conducen a
actuar de una determinada manera que a veces puede coincidir con lo que realmente somos, pero otras
no. En las ocasiones en las que no coinciden observamos que hay una falta de armonía entre el personaje
que se manifiesta ante los demás y lo que somos realmente.
De alguna forma, también somos el resultado de esas circunstancias que nos envuelven, del contexto en
el que vivimos, de las personas de las que nos rodeamos, de aquello que observamos habitualmente, de
aquello en lo que ponemos nuestro foco de atención.
Conductas y hábitos descontrolados
Llegamos a un punto en el que perdemos el control sobre nuestra propia conducta. Ese personaje que
interactúa y se manifiesta en el exterior puede llegar a realizar comportamientos y hábitos con los que no
estemos muy de acuerdo. Simplemente nos dejamos llevar por ellos porque en un momento determinado
puede que nos resulte lo más cómodo, no hacer ningún esfuerzo por modificar el rumbo y redirigir así
nuestro comportamiento hacia otras conductas mucho más saludables que nos proporcionen un mayor
equilibrio.
Quizás el presente o los quehaceres de la vida cotidiana nos distraen y nos conducen hacia otro lugar,
hacia otra forma de ser que no se corresponde con lo que realmente somos.
De esta forma estamos siendo guiados por nuestra propia mente ‒de manera automática, sin que
seamos muy conscientes de ello‒ hacia lugares que en realidad no deseamos, ejecutando acciones con las
que, en el fondo, no estamos de acuerdo y de las que luego nos arrepentimos. Todo ello viene determinado
por una manera de actuar inconsciente y repetitiva, que es a la que estamos acostumbrados.
Cuando nos observamos y nos analizamos a nosotros mismos nos percatamos de toda esa serie de
conductas que entendemos que no las deberíamos de haber hecho. En ese momento tendríamos que
haber actuado de otra manera, en aquella circunstancia o en aquel lugar determinado y con aquellas
personas en concreto.
Todo esto es porque llegamos a realizar conductas de una forma descontrolada, automática, sin ser muy
conscientes en un momento dado de lo que estamos haciendo, de forma que puede ocurrir que en un
momento concreto nos lleguemos a arrepentir de lo que hicimos en una situación específica.
No te sientes conforme contigo mismo cuando sigues los pensamientos automáticos y repetitivos que
surgen de tu inconsciente sin que te des cuenta de ello, cuando no ejerces ningún tipo de control en ese
momento. Como consecuencia, al final te encuentras ejecutando una serie de conductas repetitivas que no
son más que el resultado de esos pensamientos automáticos que a lo único que te conducen es a mantener
una serie de hábitos que van conformando con el tiempo tu propia identidad.
De manera que al final te encuentras con un personaje que se relaciona, que realiza actividades en la
sociedad en la que le ha tocado vivir pero que no es la persona que le gustaría ser, no es él mismo.
Es muy fácil que nos dejemos arrastrar por lo que no somos, lo hacemos prácticamente a diario. Es
frecuente que nuestra programación mental, que hemos ido creando mediante hábitos repetitivos nos
impulse a ejecutar una serie de conductas que hagan de nosotros alguien que en el fondo no queremos
ser. Es probable que luego nos arrepintamos de todas esas acciones que hemos realizado por habernos
dejado llevar por nuestros propios impulsos incontrolables e inconscientes, por enfocarnos en
pensamientos que no están acordes con el modo de vida que en el fondo deseamos.
Lo que piensan los demás
Dependemos mucho del qué pensarán, qué dirán nuestros padres o los demás, si hacemos tal o cual
cosa, o si dejamos de hacer esto o lo otro. No nos fijamos en lo que debería ser nuestro principal foco de
atención: nosotros mismos. No nos detenemos a valorar si aquello que hacemos es coherente con la
persona que realmente queremos llegar a ser.
Anteponemos, por regla general, el juicio que puedan hacer los demás sobre nuestra propia valoración.
En este sentido, pensamos que es más importante lo que piensen los demás que nosotros mismos, y
actuamos o dejamos de actuar en función de esa premisa. La mayoría de nuestros actos no pasan por el
filtro de nosotros mismos, de nuestra propia evaluación personal, de lo que pensamos realmente sobre eso
que vamos hacer: si nos ocasionará algún beneficio o por el contrario nos perjudicará.
Todo esto nos lleva a pensar que la mayoría del tiempo en realidad no somos nosotros, sino que más
bien tratamos de representar el personaje que hemos creado para poder así interaccionar con las
personas que nos rodean, de manera que esa interacción sea adaptativa para nosotros, nos sirva para
poder seguir manteniendo las relaciones con esas personas y poder seguir obteniendo resultados
satisfactorios en aquello que hacemos, sobre todo cuando implica la participación de los otros, cuando
necesitamos de alguien más para poder alcanzar algo, para poder conseguir alguna cosa que necesitemos.
Nos cuesta ser nosotros mismos en todo momento, nos dejamos arrastrar por lo que los demás puedan
pensar de nosotros. Tratamos de adaptarnos a lo que ellos esperan que hagamos y a veces esa forma de
comportarnos no va en consonancia con lo que en el fondo deseamos ser.
Nos limitamos a representar el personaje que los demás esperan que representemos, y en función del
contexto somos de una determinada forma o de otra.
Por otro lado, estamos habituados a vivir en sociedad, y por tanto a seguir y copiar los modelos que
observamos. Lo cual nos lleva a actuar copiando perfiles que nos son habituales, conocidos, que nos
atraen por alguna razón, sobre los que podemos llegar a sentir una cierta admiración en un momento
determinado. Esto provoca que nos olvidemos de nosotros mismos, de lo que pensamos que realmente
deberíamos hacer ante una circunstancia concreta o ante las personas que no son habituales en nuestro
entorno inmediato, para seguir siendo nosotros mismos mientras actuemos.
CONSECUENCIAS DE LA FALTA DE COHERENCIA
Todo lo que ocurre nos afecta más de lo que pensamos. A veces nos influyen más las cosas que no nos
ocurren que las que realmente suceden. Todo, para bien o para mal, toca nuestro estado de ánimo,
nuestras propias emociones. A veces no somos muy conscientes de ello, pero cualquier detalle, por
mínimo que sea, provoca en nosotros un torbellino de pensamientos y emociones que pueden
desestabilizarnos y hacernos sentir de una manera determinada.
Cualquier pensamiento, cualquier imagen que veamos o hecho que nos sucede, tiene un impacto sobre
nosotros. No somos muy conscientes de ello, pero todo tiene una consecuencia emocional que casi
siempre nos pasa desapercibida. Nuestra memoria se encarga de recogerla para hacernos recordar lo que
debemos sentir cuando volvamos a estar ante esa misma situación.
Un determinado estado de ánimo es consecuencia de todo aquello que se ha hecho previamente: si has
obrado conforme a lo que querías hacer te sentirás en paz contigo mismo, no necesitarás reprocharte
nada; si en cambio tus conductas no han ido en la línea que marcan tus convicciones o lo que realmente
querías hacer, no te sentirás bien contigo mismo y eso se transmitirá de igual modo a tus propias
emociones.
Por ello es importante practicar la coherencia, que no es otra cosa que llevar una vida en armonía con
lo que somos en realidad, conforme con nuestras auténticas creencias, en relación a nuestro verdadero
propósito y adaptada a la identidad que deseamos tener.
Cuando no existe esa coherencia entre lo que somos y lo que deseamos ser, sentimos un desasosiego
interior que no nos permite encontrar la paz con nosotros mismos. No nos sentiremos bien en ningún
lugar donde vayamos. Vendrán a nuestra mente pensamientos recurrentes que nos recordarán que
aquello que estamos haciendo no se corresponde con lo que deberíamos hacer.
Si nuestros hábitos no van en la dirección que deberían ir, esta sensación la tendremos con mucha
frecuencia y se repetirá de tal modo que al final nos conducirá a la idea de cambiar algunas cosas en
nuestra vida para llegar de esta forma a sentirnos mejor.
Nuestra motivación depende de lo que hayamos hecho previamente. Si nuestra vida no ha ido en la
línea de lo que en el fondo deseamos, nos sentiremos desmotivados, no creeremos firmemente en nosotros
por la falta de correspondencia de nuestro estilo de vida con lo que realmente esperamos ser.
Para nosotros es importante que haya una coherencia entre nuestras conductas y lo que en realidad
deseamos llegar a alcanzar. Si vemos que no hay una semejanza entre ambas cosas no estaremos
conformes con nosotros mismos. Sentiremos una enorme inquietud y un desasosiego que nos alejará de la
paz interior.
A veces, puedes hacer cosas con las que no estás muy de acuerdo, pero las haces sin querer, sin ser
muy consciente de ello, y con el paso del tiempo te arrepientes pues pruebas las consecuencias que ha
tenido aquello que hiciste en su momento. Seguramente esas conductas cuando las realizaste no estaban
en consonancia con lo que realmente deseabas hacer en aquel instante, caíste en el error de dejarte llevar
por tus pensamientos automáticos que en esa situación invadieron tu conciencia de forma repetida y que
te obligaron a hacer aquello que en realidad no querías hacer.
Algunas veces puede ocurrir que esa conducta guarde relación con lo que realmente quieres realizar,
pero en otros casos puede que esté muy distanciada de lo que piensas que deberías de haber hecho. En
este último caso encontrarás una incongruencia entre lo que acabas haciendo y lo que en el fondo te
hubiera gustado hacer. Esa incongruencia viene derivada de la falta de control de tu propio pensamiento.
Si permites que los estímulos externos te atrapen y te dejas guiar por ellos y lo sigues sin condiciones
allí donde ellos te lleven, seguramente tus actos serán mucho más inconscientes y te conducirán a realizar
aquello que en el fondo no deseas hacer, guiado por los primeros impulsos que tengas de forma
automática.
Cuando no se actúa desde esta coherencia, con el tiempo uno se percata de ello, lo que provoca un
desasosiego y un malestar que llevan a la insatisfacción, a no quererse a uno mismo.
Cuando no existe esa coherencia sobreviene el sufrimiento, no estar en paz contigo mismo; la
contradicción, que en muchas ocasiones conduce a deambular por la vida sin una identidad, sin ningún
propósito.
CÓMO LOGRAR LA COHERENCIA
En la medida en que vamos sintiendo esa falta de coherencia en nuestras vidas, mayor es el deseo de
cambiar todo aquello que no nos resulta útil para seguir progresando. En ese afán de superación tratamos
de cambiarnos a nosotros mismos de cara a conseguir un mayor nivel de cohesión entre lo que somos y lo
que deseamos ser.
A medida que transcurre el tiempo vamos comprobando los beneficios de esta toma de conciencia en la
que observamos nuestras propias contradicciones y encontramos al mismo tiempo la forma de resolverlas:
cambiando algunas actitudes y comportamientos en forma de hábitos.
Empezamos a ser cada vez más conscientes que solo seremos nosotros mismos si no nos dejamos llevar
por las circunstancias que nos rodean, esas que nos empujan a ser lo que no somos, a hacer lo que no
queremos y a pensar lo que no deseamos.
Si nos dejamos llevar por las circunstancias externas en cada momento, puede que nuestros actos no
sean los correctos, puede que actuemos precipitadamente, sin ser muy conscientes de lo que hacemos en
cada instante.
Mediante la paz interior
Solo en una situación de paz interior podemos llegar a este control de nosotros mismos. Solo de este
modo lograremos desechar todo aquello que nos distrae, todo aquello que nos aparta de nuestro
verdadero camino, el que siempre quisimos recorrer.
Desde ese espacio en el que somos nosotros mismos, podemos empezar a transformarnos en aquello
que siempre quisimos ser, orientando de esta forma nuestra vida hacia una coherencia entre lo que
hacemos cotidianamente y aquello que en realidad deseamos, que sería lo que algunos llaman nuestro
propósito interno.
Evidentemente, cuando no existe esa gran distancia entre lo que soy y aquel que me gustaría ser, existe
un mayor bienestar psíquico; una mayor paz interior. Uno es más consecuente y eso se refleja en la
seguridad con que realiza sus propias acciones.
De este modo, buscando el equilibrio y una paz interior que nos lleven a estar a gusto con nosotros
mismos ‒con todo lo que hacemos en cada momento‒, avanzaremos cambiando todo aquello que nos
resulte incongruente, que tenga una falta de correspondencia en nuestra vida. Esta es la manera de poder
llegar a ese nivel de bienestar emocional que nos hace falta para sentirnos mejor.
Mediante la observación de nosotros mismos
De alguna manera, nos observamos a nosotros mismos para evaluarnos, para saber si podemos llegar a
confiar plenamente en nosotros, para comprobar si nuestras conductas van en la línea de aquello que
deseamos ser.
Desde la observación de nosotros mismos podemos mantenernos en el verdadero camino que deseamos
recorrer. Será más difícil que nos desviemos hacia otras actividades que nada tengan que ver con lo que
realmente anhelamos.
Cuando empezamos a dar preponderancia a nuestro verdadero yo, a ese yo consciente que juzga y
observa desde nuestra propia conciencia aquello que hacemos, observamos con una claridad meridiana si
lo que hacemos se corresponde realmente con lo que esperamos ser.
Entonces, desde esa posición privilegiada, desde la que nos observamos a nosotros mismos, podemos
estar listos para establecer un nuevo rumbo, una nueva dirección a nuestras vidas en el caso de que
consideremos que sea necesario.
A través del encuentro contigo mismo puedes ser consciente de todo esto que ocurre dentro de tu
propio interior, en el espacio de tu consciencia. Observando y entrando dentro de ese espacio es posible
cambiar este mecanismo haciendo que funcione de otro modo más acorde a lo que realmente somos o a lo
que queremos llegar a ser.
Cuando conectamos con nuestro propio mundo interior enseguida nos damos cuenta del sentido que
tienen los hechos que nos acontecen y la situación en la que vivimos, cosa que no ocurre si nos dejamos
arrastrar por ellos y no observamos desde la quietud todo eso que sucede.
Si no haces esa pausa para observar, es posible que te dejes arrastrar por las circunstancias que te
rodean. Al final acabarás siendo una víctima de ellas y no la persona que dirige su propia vida y su propio
destino. Terminarás siendo lo que no eres en realidad, habiendo tenido la oportunidad de encontrarte
contigo mismo dentro de tu espacio interior, donde dejas de ser tus propios pensamientos y te encuentras
con tu verdadera esencia, con lo que eres realmente.
Si te detienes, por tanto, a observar primero lo que está ocurriendo, podrás tomar la decisión que más
te convenga, tendrás un terreno ganado para ser tú mismo en cada momento del día. Cometerás muchas
menos equivocaciones puesto que tus acciones serán más sopesadas y conscientes. Te acercarás aún más
a lo que eres, a lo que realmente deseas hacer en cada momento.
Mediante pensamientos y conductas más conscientes
Podemos dar otro rumbo a nuestra vida si dirigimos nuestra energía hacia lo que realmente deseamos
hacer y no a lo que nos sentimos impulsados por nuestra programación mental. Se trata de caminar en la
dirección correcta, aquella que en el fondo queremos seguir.
Si intentamos que nuestros pensamientos vayan en la línea de lo que deseamos ser, nuestra vida tendrá
una mayor coherencia y encontraremos una paz con nosotros mismos que hará que nos sintamos mejor en
todas las situaciones.
No debemos dejarnos influir por toda esa clase de pensamientos nocivos que en ocasiones afloran a
nuestra mente y que nos impiden actuar de la forma en la que deberíamos, conforme a lo que realmente
sentimos y queremos llegar a ser.
Esto se logra no dejándote llevar por los primeros pensamientos que tengas, para no acabar realizando
la acción que esté relacionada con esos pensamientos, lo que te llevará a realizar otra clase de acciones
relacionadas con otros nuevos pensamientos.
Para ello, no solo debemos ser observadores de todo lo que ocurre a nuestro alrededor a nivel externo,
sino también en nuestro mundo interno (antes de ejecutar cualquier acción), puesto que los pensamientos
que en ese momento puedan estar presentes en nuestra consciencia nos pueden influir de cara a actuar
en un sentido o en otro.
Las conductas y hábitos, resultantes de esos nuevos pensamientos, ejercerán una enorme influencia
posteriormente sobre nosotros que nos animarán a repetirlos.
En cualquier caso, serán conductas y comportamientos más acordes con la persona que tú quieras ser,
son acciones y comportamientos que ejecutarás, pero de una forma más voluntaria, más consciente de lo
que haces, más acordes con tu verdadera esencia, con lo que eres en realidad o con lo que te gustaría
hacer. Depende del entrenamiento y de las veces que lleves esto a la práctica, así será el conocimiento
que adquieras de ti mismo y de los logros que alcances.
Aunque en ocasiones esto no resulte nada fácil, estarás más cerca de ser tú en esos momentos, pues
llegarás a un conocimiento de ti mismo que te permitirá identificar aquellas conductas externas con las
que no te sientes identificado, con las que no te sientes a gusto porque no son aquellas que realmente
desearías ejecutar. Esta consciencia de lo que ocurre te ayudará a superarte y a creer en muchas más
cosas de las que crees ahora.
Cada vez irás desechando, con mayor facilidad, todos esos pensamientos automáticos y repetitivos que
no conducen a nada, que nos llevan a hacer siempre lo mismo y que nos limitan en nuestro modo de
actuar, de pensar.
Tenderemos, por tanto, a ser cada vez más coherentes en la medida en que adaptemos nuestro propio
comportamiento a lo que deseamos hacer en realidad, con unos pensamientos más acordes con lo que
somos, con nuestro verdadero yo.
Para ello debemos estar lo suficientemente atentos como para darnos cuenta de esta forma de
comportarnos, automática e inconsciente, para entender que hay otra forma de actuar más pausada y
centrada en nuestra propia autoobservación y en aquello que en el fondo pensamos realmente, que en
muchas ocasiones no tiene nada que ver con los primeros pensamientos que vienen a nuestra conciencia y
por los que nuestra programación mental nos impulsa a actuar de una forma inmediata, sin apenas darnos
cuenta de las consecuencias que puede conllevar una determinada manera de proceder o de
comportarnos.
En el control de nosotros mismos está la clave, es en ese momento cuando decidimos ser nosotros,
cuando nos mantenemos siendo fieles a lo que somos, a lo que hemos venido a hacer aquí realmente.
Es en esa pausa cuando decidimos qué pensamientos seguir, cuando tomamos la dirección que nos lleva
a ser nosotros o bien a ser aquel que no nos gusta ser; aquel con el que no estamos conformes; aquel que
tan solo es consecuencia de una programación mental, de unos hábitos adquiridos mecánicamente que
nada tienen que ver con lo que es en realidad.
Si aprendemos a pausar nuestro pensamiento, antes de actuar, este estará más acorde con nuestra
verdadera intención, con la persona que deseamos ser, o a la que pretendemos llegar a ser en el fondo.
Solo de esta forma conseguiremos autocontrol, mantenernos en la autenticidad, siendo siempre aquello
que queremos ser. Haciendo lo que pensamos que debemos hacer, no cayendo en la incongruencia de
ejecutar o acabar realizando una conducta distinta a la que realmente nos gustaría efectuar.
Para llegar a esta situación la persona requiere de un buen conocimiento de sí misma que le lleve a
conocer sus debilidades y a gobernar su propia conducta, para que esta se adecúe al ideal de persona que
quiere llegar a ser.
Entonces se verá capacitada para hacer esa pausa tan necesaria, para poder controlar todo aquello que
pasa por su conciencia. Se ejercitará en observarlo y en dejarlo pasar sin que le afecte. De esta forma
empezará a ser alguien muy distinto del que ha venido siendo hasta ahora, alguien más auténtico, más
cercano a lo que realmente es.
Seremos mucho más coherentes, pues todo lo que hagamos irá en la línea de lo que somos y de lo que
queremos llegar a ser. Percibiremos que en todo habrá una mayor fluidez, que todos esos pensamientos
que nos provocan interrupciones y bloqueos irán disminuyendo, irán perdiendo poco a poco su influencia
sobre nosotros.
10. El mundo interior
Dentro de nosotros existe un mundo en continua ebullición, compuesto por todo un entramado de
circuitos, conexiones y estructuras que dan lugar a un torrente permanente de pensamientos y emociones,
que gradualmente circulan por nuestra mente en muchas ocasiones sin que nosotros los provoquemos de
forma voluntaria; esto sucede diariamente a lo largo de todas las horas del día.
Es un espacio apasionante de imágenes que surgen de manera acelerada y se repiten y se desvanecen a
medida que va transcurriendo el tiempo. Es como un universo caótico, desorganizado, sobre el que se
hace necesario establecer un orden, una clasificación de prioridades, una lógica y una nueva estructura.
Es nuestro mundo interior.
Es como otra vida escondida que deberíamos sacar fuera para tratar de analizarla, en vez de seguir
permaneciendo en la película diaria en la que a veces estamos inmersos y no nos reconocemos, de forma
que llegamos a sentirnos vacíos cuando comprobamos que en muchas ocasiones no somos nosotros
mismos.
El mundo interior es cambiante: los pensamientos que tenemos un día pueden ser diferentes de los que
tengamos al día siguiente; lo mismo ocurre con las emociones. Por tanto, nada es fijo en nosotros. No hay
una estabilidad en nuestra mente, por así decirlo. A cada paso esta se va comportando de una forma
distinta en función de dónde pongamos nuestro foco de atención.
DIFERENCIAS ENTRE MUNDO EXTERNO E INTERNO
Si nos paramos a pensar y a calibrar las consecuencias que tienen los acontecimientos que observamos
diariamente, no somos muy conscientes de que existen dos realidades bien distintas: una viene
determinada por el mundo exterior, por el mundo que nos rodea en el entorno en el que vivimos. Es el
mundo de las personas con las que nos relacionamos, los lugares que visitamos, donde recibimos los
estímulos que percibimos de todo cuanto observamos; y otro mundo es el interno, que es nuestro mundo
interior, compuesto por nuestros pensamientos y emociones y por todo aquello que nos propone nuestra
mente, por lo que observamos dentro de nuestra propia conciencia en esos momentos donde nos
encontramos con nosotros mismos y descubrimos todo ese mundo interno y la riqueza que se esconde en
él.
Si indagamos con la suficiente tranquilidad y siendo observadores, podremos descubrir mucha más
información acerca del mundo y de nosotros que ya se encuentra dentro de cada uno pero que no suele
aflorar normalmente si no la buscamos de forma intencionada y voluntaria.
La información, los pensamientos e imágenes que surgen habitualmente y con mayor frecuencia, tienen
que ver con aquello donde tenemos puesto nuestro foco de atención habitualmente, guardan relación con
las acciones que de forma cotidiana realizamos de una manera repetitiva e inconsciente, sin que nos
demos cuenta de ello.
Si aprendemos a conectar con nuestro mundo interior podremos observar que se trata de una realidad
diferente a la que observamos aparentemente. En el exterior muchas cosas que suceden captan nuestra
atención provocando que todos nuestros sentidos se dirijan hacia ese hecho. En cambio, si observamos
con detenimiento esa pantalla ‒que es nuestra conciencia‒, por la que van circulando pensamientos uno
tras otro, esos estímulos que se suceden en forma de imágenes en realidad dependen de dónde hayamos
puesto anteriormente nuestro foco de atención.
Son de alguna manera una consecuencia de lo que hemos hecho o pensado previamente; a diferencia de
la realidad externa, en la que un estímulo puede aparecer ante nosotros sin que previamente hayamos
tomado partido en ello, sin que lo hayamos provocado con anterioridad.
En ese sentido, hay una parte de esos pensamientos e ideas que surgen a nuestra conciencia sin que
nosotros lo hayamos inducido y que nos influyen de tal manera que nos llevan a la acción.
UN LUGAR DONDE TRANSFORMARNOS
En ese espacio a veces hay silencio, no hay pensamientos, pero al mismo tiempo es un lugar de una
enorme riqueza y variedad, pues desde ahí podemos reconducir nuestros pensamientos allí donde
deseemos.
Es un mundo aún por descubrir el que todos tenemos dentro de nuestro propio interior. Con el paso del
tiempo vamos reconociendo algunas características que en él se encuentran. Nos damos cuenta de la
clase de pensamientos que habitualmente tenemos, que nos hacen ser lo que somos, actuar de una
determinada manera, en un sentido determinado.
Nuestro espacio interior es inmenso y ahí tenemos un lugar para nosotros desde el que podemos
empezar a transformarnos, para ser lo que deseamos ser.
En él todo es analizado desde otro prisma distinto, más cercano a la verdad. Tu mundo interior es el
lugar de donde todo parte, desde donde todo se inicia, tanto los buenos como los malos propósitos.
En el interior de nosotros mismos encontramos el verdadero camino, la verdadera razón de ser de
nuestra existencia, el propósito por el que debemos luchar todos los días al levantarnos.
Todo se pone en marcha desde tu mundo interior y es desde ahí donde comienza la verdadera
transformación, el cambio real, para dejar a un lado los malos hábitos e implantar nuevos
comportamientos y costumbres que te lleven al encuentro de ti mismo y a lo que quieres hacer en la vida,
a tus verdaderos deseos.
UN ESPACIO DONDE ALCANZAMOS LA SABIDURÍA
Ahí encontrarás todo lo que necesitas para desentrañar todos aquellos misterios que aún te quedan por
resolver, aquellos que aún no has sido capaz de aclarar.
En la inmensidad de tu mundo interior se encuentra toda la información que requieres para poder
avanzar en el camino de la vida, para hallar la solución a todas aquellas dificultades que se van
presentando ante ti.
Es un punto de partida y también un espacio desde el que podemos contemplar con otra mirada todo
aquello que sucede, gracias al cual podemos llegar a alcanzar la sabiduría y el verdadero entendimiento
de las cosas.
En nuestro interior están todas las claves para entender mejor lo que somos, las razones por las que
hemos llegado a ser de la forma que somos en la actualidad; por qué sentimos de la manera en que lo
hacemos y las razones por las que no podemos controlarnos a nosotros mismos en muchas ocasiones en
las que dejamos de tomar el mando de nuestras propias acciones y comportamientos.
En nuestro mundo interior se hallan las explicaciones necesarias para todo lo que hacemos o dejamos
de intentar por la existencia de pensamientos negativos, o de unas determinadas creencias que nos llevan
a ver la realidad de una forma negativa, destructiva y poco adaptativa para nosotros.
DONDE ERES TÚ MISMO
Dentro de ti mismo, de tu propio mundo interior, lejos de la realidad externa de las cosas que te rodean,
no hay nada que pueda afectarte, influirte, distraerte de lo que eres. Te encuentras y te reconcilias
contigo mismo. Es un espacio de paz y de descanso donde estás a solas contigo mismo y con nadie más.
Es donde somos realmente nosotros y donde podemos sentir solo aquello que queremos sentir, ese
lugar donde dejamos de ser el personaje que se manifiesta en el exterior para ser nosotros, lo que hay
detrás de la máscara.
Es un mundo donde puedes llegar a ser tú mismo siempre, donde se encuentran todas las posibilidades,
todas las opciones probables que pueden ayudarte a mejorar como persona.
Y es que hay algo en tu interior que te conecta contigo mismo, que te lleva a que seas tú realmente,
lejos de toda influencia externa. Es como estar en contacto con todas las cosas al mismo tiempo.
Estar en conexión con tu mundo interior es una sensación única e inigualable que quieres repetir una y
otra vez, volver a ese espacio de quietud y de silencio donde eres tú mismo siempre, donde aprecias una
paz infinita que no sientes con ninguna otra cosa que provenga del exterior.
Es el punto donde puedes cambiar la dirección y el camino, donde consigues encontrarte contigo mismo
y descubrir tu verdadero propósito.
CÓMO SE ACCEDE
Toda la información que vamos obteniendo del exterior sirve para ir construyendo nuestro modo de ser
y de actuar. En esta construcción de nuestro propio personaje que nos va a representar a nivel externo,
tan solo tenemos en cuenta la información de los estímulos que provienen del exterior, sin fijarnos en la
información, que es la más valiosa, que proviene de nuestro propio mundo interior, que está formado por
nuestros pensamientos y emociones.
No recurrimos a ese lugar mediante la observación para construirnos, para decidir los pasos que hemos
de dar a continuación, antes de ejecutar una acción o emprender alguna actividad en la que andemos
envueltos. Solo utilizamos como referencia la información proveniente del exterior, únicamente ponemos
nuestro foco de atención en el tipo de reacción que puedan tener los demás ante nuestra siguiente acción,
cuando vamos a ejecutar una conducta ante los ojos de los otros.
Si nos detenemos por un instante a observarlo seremos conscientes de ello; así como del tipo y la
calidad de pensamientos que tienen lugar en cada momento.
Para nosotros, la información más valiosa es la que se esconde, la que no es tan habitual. Esta clase de
información está más relacionada con nosotros mismos, con nuestro mundo interior. No suele ser habitual
para nosotros, por lo que nuestro foco de atención está más bien ligado a elementos, acciones que tienen
que ver más con el mundo exterior, con aquello que tenemos que realizar fuera en el contexto de nuestro
entorno habitual.
No es frecuente, por tanto, que surjan en nuestra conciencia ideas acerca de cómo somos, más bien la
mayoría de pensamientos automáticos e inconscientes están relacionados con aquello que tenemos que
hacer, con las acciones que debemos realizar en cada momento, o en el momento siguiente.
Esta clase de pensamientos, que son más frecuentes y tienen que ver con aquello que tenemos que
hacer en nuestro mundo externo, son más automáticos porque la mayoría de ellos forman parte de la
programación mental que nos hemos construido nosotros mismos. Son más repetitivos porque
corresponden a la mayoría de acciones en las que incidimos diariamente.
Aquellos pensamientos que tienen que ver más con nosotros mismos, aquellos relativos a nuestro
propio mundo interior, son menos habituales porque no solemos poner nuestro foco de atención en ese
tipo de contenidos, por falta de tiempo, porque no estamos habituados a ello o porque no hemos sentido
nunca la necesidad de indagar sobre nosotros mismos para tratar de descubrir aquello que nos ocurre.
En la medida en que empezamos a poner nuestro foco de atención en esta clase de pensamientos que
tienen que ver con nosotros, observamos que su frecuencia empieza a aumentar en el mundo de nuestra
conciencia. Empezamos a percatarnos de que surgen más a menudo cuando dedicamos un tiempo a la
observación de nosotros mismos.
En función del tiempo que dediquemos a practicar esta situación así será la frecuencia en que se
repitan estos pensamientos que antes permanecían escondidos porque nunca antes habíamos puesto
nuestro foco de atención en ellos.
Surgirán, de este modo, representaciones acerca de nosotros, de cómo somos, que nos sorprenderán
por su carácter novedoso y por lo que supondrá para nosotros estos nuevos contenidos en forma de
pensamientos.
Cuando consigues establecer el hábito de indagar dentro de tu propio interior, percibes, a medida que
va transcurriendo el tiempo, que vas alcanzando una mayor fluidez en la generación de aquellos
pensamientos que sí deseas que aparezcan con frecuencia, al tratar de hacer el esfuerzo de buscarlos
dentro de ti mismo. Con la práctica estos surgirán más fácilmente a medida que vaya transcurriendo el
tiempo.
Al principio tendrás que hacer un esfuerzo, porque no se trata de pensamientos automáticos que
aparezcan por sí solos provenientes del inconsciente, sino que en este caso tendrás tú que impulsarlos
favoreciendo su aparición, seleccionando los que entiendas que son los más convenientes para definir y
etiquetar aquello en lo que deseas prestar tu atención, el foco de tu interés.
Se trata de que aprendamos de todo ese conocimiento que está escondido ‒que no aflora si no ponemos
el foco de atención dentro de nuestro propio mundo interior‒, y lo saquemos fuera para analizarlo de una
forma más detenida; para aprovechar toda esa riqueza que se halla escondida, para que pueda ayudarnos
a ser mejores en todos los sentidos: tanto en nuestra relación con el mundo que nos rodea como en la
relación que podamos tener con nosotros mismos.
Deteniéndonos para observar
Tenemos todo un mundo por descubrir dentro de nuestro propio interior, tan solo es necesario indagar
con detenimiento y quietud sobre aquello que nos sucede internamente.
Cuando nos enfrentamos con una experiencia, con algún hecho, deberíamos tener la sana costumbre de
detenernos por un instante para observarnos y ver qué posición tomamos frente a eso: cómo
reaccionamos, qué clase de emociones experimentamos en ese instante.
De esta forma sabremos identificar mucho mejor nuestras emociones, podremos conocer las causas por
las que unas surgen en un determinado momento, en una situación concreta; y otras en cambio se
reprimen, esperando salir en otra ocasión.
De momento contamos con una herramienta muy útil para poder empezar: la observación de toda esa
información que brota a nuestra conciencia en forma de pensamientos, la plena atención en ese momento,
el control que se logra con ello, sobre la propia conducta, pues al detenernos a observar esa información
en la pantalla de nuestra conciencia no nos dejamos arrastrar hacia la acción, hacia aquello que propone
que hagamos; y eso ya es, en sí mismo, un logro, que si lo practicamos con frecuencia podemos llegar a un
nivel de control sobre nosotros mismos bastante elevado.
Con un poco de voluntad y con la práctica diaria podemos realizar este ejercicio de indagar en nuestro
propio interior observando aquello que pasa por nuestra conciencia. Llegaremos a un estado de paz
interior del cual no querremos salir.
Es posible otra vida, tan solo hay que buscar en el interior de nosotros mismos para descubrirla, para
conocer los secretos que en ella se guardan. La observación será, en este caso, la herramienta más valiosa
para poder entrar en este mundo interior tan desconocido para nosotros, para poder acceder a ese
espacio lleno de creatividad y de paz donde somos nosotros los que decidimos qué clase de pensamientos
pueden dominarnos y cuáles no.
Todo lo que necesitamos ya se encuentra en nuestro propio interior. Si sabemos despojarnos de todo
aquello que nos sobra aparecerá lo que resulta útil. Ya poseemos todas las herramientas necesarias, tan
solo se trata de adentrarnos en nosotros mismos para descubrir los secretos que hay escondidos en
nuestro mundo interior; así como todo nuestro potencial, que podríamos desplegar si no fuera porque nos
dejamos llevar por millones de distracciones que existen a nuestro alrededor y que atrapan nuestra
voluntad llevándonos a gastar todas nuestras energías en una serie de hábitos que absorben el tiempo y
nuestras capacidades.
En verdad, en nuestro mundo interno existen muchos misterios por descubrir. Algunos mecanismos
mentales pueden ser analizados, salen a la luz, gracias a la propia observación que podemos hacer sobre
nosotros mismos a través de nuestro propio autoanálisis.
Este lo vamos haciendo con el tiempo ‒en la mayoría de los casos‒ y con el resultado de las
experiencias que vamos teniendo, que son las que en realidad nos van enseñando cómo ir perfeccionando
nuestras propias acciones y corrigiendo aquello que nos perjudica.
Existe dentro de nosotros una riqueza infinita por descubrir, tan solo hace falta un poco de voluntad
para adentrarnos dentro de nosotros mismos y averiguar todos esos misterios que allí se esconden y que
son infinitos.
Todo esto es posible si te acostumbras a encontrarte contigo mismo mediante la observación,
descubriendo ese mundo que aún está por explorar, que contiene muchos misterios que todavía te quedan
por descifrar.
Desde el estado de quietud
Solo en ese estado de quietud podremos llegar a realizar esa tarea adecuadamente, solo en ese
momento de paz interior podemos contactar verdaderamente con nosotros mismos.
Para entrar en él es necesario aprender a estar en silencio y en contacto con la quietud, estado que solo
se logra si consigues parar para observarte a ti mismo desde la serenidad y la paz interior.
Tan solo es necesario que busques el silencio y encuentres en esa quietud tu gran aliada, pues esta te
llevará a la paz interior que necesitas para comunicarte contigo mismo en ese espacio de la conciencia
donde no hay pensamientos, donde eres tú el que decide qué camino tomar y por dónde dirigir el resto de
pensamientos que a partir de ese momento puedan surgir de tu propio interior.
Para ello es importante que aprendamos a desconectar del exterior, empleando esos momentos en los
que estemos a solas con nosotros mismos para poder explorar mejor dentro de nuestro propio mundo
interior, donde se halla sin duda lo mejor de nosotros y están todas las claves necesarias para desentrañar
los misterios de la vida y de aquellas otras cosas que no logramos comprender. Pues solo podemos hacerlo
en esos momentos en los que estamos a solas con nosotros mismos y observamos los procesos que
suceden en nuestra conciencia.
Solo cuando estás a solas contigo mismo puedes darte cuenta de toda esa riqueza, de todas las
posibilidades que existen dentro de ti y que aún están por explotar, por sacar fuera.
Puedes darte cuenta de todo ello desde esa quietud, en esos momentos donde nada te distraiga, en el
que te encuentras a solas contigo mismo y estás centrado tan solo en lo que ocurre en tu propia
conciencia.
En realidad, todo depende de una simple decisión: la de considerar que es desde esa conciencia desde
donde podemos transformarnos a nosotros mismos. Es el único lugar desde donde puede surgir un nuevo
ser mucho más fuerte e indestructible que no se deje arrastrar por las circunstancias o por las influencias
que vengan del exterior, con una nueva forma de estar en el mundo mucho más serena y con una actitud
más observadora de todo cuanto le acontece tanto a nivel externo como interno.
En todo caso, la concentración cobra una gran importancia. Se logra a medida que vayas practicando
esta situación. Tu mente aprenderá a enfocarse en ese punto con mayor facilidad a medida que vaya
pasando el tiempo y te acostumbres a estar en esa situación de quietud, a solas contigo mismo.
BENEFICIOS DE SU CONOCIMIENTO
Si logramos tener la actitud necesaria para observar nuestro mundo interior, descubriremos la enorme
riqueza que existe dentro de nosotros mismos. Será tan satisfactorio que querremos estar siempre ahí.
Desde tu mundo interior tienes otra perspectiva de las cosas que ocurren fuera, en tu entorno más
inmediato. Lo ves todo con otros ojos. Es como situarse en el punto de partida desde el que brotan todas
las cosas que luego suceden. Es el punto inicial, desde donde todo comienza, de donde todo parte.
Si bien, para muchos puede pasar desapercibido durante toda su vida porque no han tenido la
oportunidad de detenerse a pensar sobre sí mismos, sobre aquello que ocurre dentro de su foro interno,
en su propia mente. No se han detenido nunca a explicarse la razón de sus propios pensamientos, de las
imágenes que transcurren por su conciencia de forma repetitiva.
Hay quien no se detiene a preguntarse la razón por la que suceden y se experimentan algunas
emociones que llegamos a sentir en algunas circunstancias particulares ‒especiales para nosotros‒, y que
nos inundan y se apoderan de nosotros haciéndonos sentir de una determinada manera.
Hay quien aún no se ha preguntado la razón de sus reacciones impulsivas e inconscientes que le llevan
a ejecutar determinados actos de forma involuntaria, no deseada, de los que luego, cuando ha pasado esa
situación, llegan a arrepentirse porque consideran que en ese momento no han sido ellos mismos sino que
se han guiado por impulsos incontrolables que le han venido de repente y que no saben muy bien por qué
se han apoderado de ellos, no pudiendo evitar unas determinadas conductas que en el fondo no querían
realizar.
Aún hay personas que no se han preguntado la razón de su negatividad o de su frustración, la razón por
la que en algunos momentos se sienten bloqueadas y no pueden continuar ejercitando una determinada
tarea que en un principio les ilusionaba pero que al cabo de poco tiempo empiezan a ver de otra forma, de
una manera más negativa, que les conduce abandonar y a no continuar con aquello que en principio les
hacía mucha ilusión.
Te lleva a conocerte
El conocimiento de tu mundo interior es el único modo de encontrar la sabiduría sobre ti mismo,
aquella que lleva a conocerte cómo eres en realidad, que te lleva a entender tus propios mecanismos de
conducta y de pensamiento que están detrás de tus hábitos, de tu forma de ser, de tu actitud ante la vida y
ante los demás; así como de tu forma de relacionarte con el mundo que te rodea: con aquellas personas
que forman parte de tu círculo de relaciones más próximo.
Sin la conciencia de ese espacio interior es imposible que llegues a conocerte a ti mismo de una forma
completa. No puedes llegar al pleno autoconocimiento, a descubrir el funcionamiento de tu propio
mecanismo mental que hace que obedezcas de forma inconsciente a una programación mental que tú
mismo te has creado en base a repetir patrones de comportamiento una y otra vez, de una forma
automática e inconsciente.
Al final se refleja en las conductas repetitivas que realizas cotidianamente, en tu vida diaria, que se
transforman en hábitos que con el tiempo se afianzan y luego resulta muy complicado poder cambiar.
No eres consciente de que puede ocurrir todo eso si no descubres cómo funciona tu propia mente, si no
observas el contenido de los pensamientos que circulan por tu conciencia, de las ideas que tienes
habitualmente, si no contemplas las imágenes que afloran repetitivamente y que te conducen a la acción;
porque es así como estás configurado, es tu propia condición humana la que te lleva a actuar de esta
forma, a contar con ese mecanismo mental que funciona de esa manera.
Aprenderemos infinitas cosas acerca de nosotros que antes no sabíamos gracias a esta nueva
información que siempre estuvo ahí pero que ha permanecido oculta por la falta de atención por nuestra
parte.
Es algo así como un mundo desconocido que hay que tratar de descubrir con las herramientas
necesarias para poder llegar a un mayor conocimiento de nosotros mismos, de aquello que nos sucede y
de la forma de reaccionar ante muchas circunstancias que nos rodean.
Gracias a este descubrimiento podremos desenvolvernos mucho mejor en el contexto en el que vivimos,
pudiendo hacer frente de una forma más adecuada a aquellas experiencias que sean más impactantes
para nosotros. Con la práctica podemos llegar a controlar esos impulsos inmediatos que a veces se
apoderan de nosotros y que nos llevan a actuar de una forma descontrolada e inconsciente.
Puedes construir un nuevo mundo de este modo. Una nueva forma de enfrentarte a la realidad y de
estar en ella, con otra mirada más cercana a la verdad de lo que sucede, en la realidad externa que te
rodea.
Veremos con total claridad las razones de muchos comportamientos y actitudes que tenemos ante la
vida y ante muchas circunstancias que nos envuelven. Nos comprenderemos mucho mejor a nosotros
mismos. Entenderemos las razones por las que nos comportamos de una determinada forma ante ciertas
situaciones que nos sobrevienen de imprevisto y en la que muchas veces no sabemos cómo actuar
claramente.
Es la única manera de entender todos esos mecanismos que funcionan dentro de nosotros que nos
llevan a cometer actos y conductas de una forma descontrolada, inconsciente y automática, sin que
seamos nosotros los que tengamos el mando de nuestra propia vida, de nuestro propio comportamiento.
Es todo un mundo por descubrir. Una vez que te adentras dentro de él te entiendes mucho mejor a ti
mismo, tus comportamientos, la forma de sentir tus propias emociones, que aparecen unidas a cada
pensamiento, a cada imagen que transcurre por tu conciencia.
Comprenderás muchas cosas que se esconden dentro de ti que hasta ahora no te habías cuestionado
porque no sabías que existían. Te llegarás a plantear nuevas cuestiones que antes no te planteabas por
carecer de la base suficiente, de los conocimientos que puedes adquirir de tu propio mundo interno.
Si todo ese mundo interior que llevamos dentro de nosotros mismos lo supiéramos sacar fuera, sin duda
contribuiríamos a un mundo mejor, pues llegaríamos a una comprensión de nosotros mismos que en la
actualidad desconocemos y ello sin duda contribuiría a su vez a una mayor comprensión de todo cuanto
nos ocurre y nos rodea.
Ser más auténticos
Nos acercaremos más a lo que somos, tendremos otra forma de atender, de enfocarnos en lo que
realmente importa, dejando a un lado lo superfluo y lo que conduce a la distracción y a no ser nosotros
mismos. Estaremos más cerca de lo que realmente somos que de lo que estamos siendo.
Conectar con nuestro mundo interior es contactar con nosotros mismos, con nuestra verdadera esencia.
Desde ahí todo es posible, se abre todo un mundo lleno de posibilidades infinitas ante nosotros. Es un
buen punto de partida desde el que empezar a construir la persona que siempre quisimos ser.
Podemos crear un nuevo mundo modificando aquello que debemos cambiar para mejorar como seres
humanos, y emplear todo nuestro potencial que está escondido dentro de nosotros. Utilizando todas
aquellas posibilidades que nos da nuestra mente podemos llegar realmente a transformar el mundo y a
cambiarlo por uno mejor, donde todos podamos llegar a ser más auténticos, más coherentes con nosotros
mismos, con lo que queremos ser.
Esta transformación solo es posible si parte de nuestro mundo interior, desde lo que somos realmente,
no desde lo que han hecho de nosotros nuestros propios hábitos.
Es posible un mundo mejor, libre de las ataduras de nuestro ego. Podemos llegar a vivir desde la
autenticidad, no dejándonos arrastrar por nuestros impulsos inconscientes y por aquello que no queremos
hacer, controlando, en la medida de lo posible, aquellos pensamientos e imágenes que nos conducen a ser
otra persona que no queremos ser.
Podemos empezar a ver la realidad desde otra perspectiva distinta: no nos sentiremos tan vacíos como
muchas veces nos percibimos. Nos encontraremos completamente llenos de paz y de armonía. Seremos
plenamente conscientes de lo que hacemos en todo momento. Tomaremos cada vez más la iniciativa para
poder acometer aquellas acciones que nos lleven a donde realmente queremos estar.
Desde ahí puedes hacer un balance de lo que eres o de lo que has sido hasta ahora, para saber si se
corresponde con tu verdadera identidad, con aquella que en realidad deseas tener. Es un espacio idóneo
para realizar tu propósito o para ver si este se adecúa a aquello que haces en tu vida cotidiana o no se
corresponde con lo que realmente eres, o con lo que te gustaría llegar a ser.
Esta nueva información cambiará, sin duda, nuestra forma de ser y nuestros comportamientos, pues nos
ayudará a ser más conscientes de lo que somos realmente y de aquello que hacemos en nuestra realidad
cotidiana. Si esto último se asemeja al contenido de esa nueva información de la que empezamos a ser
conscientes, seguiremos manteniendo los mismos pensamientos y ejecutando las mismas conductas.
En el caso contrario, si esa nueva información que surge no se parece en nada a lo que pensamos y
hacemos habitualmente, trataremos de cambiar esos viejos hábitos para implantar nuevos pensamientos y
conductas, para que sean más acordes con lo que entendemos que somos realmente.
De este modo, nuestra forma de comportarnos comenzará a estar más en consonancia con nuestro
verdadero ser, con nuestro auténtico propósito, pues al ser más conscientes de nosotros mismos y poseer
más información acerca del funcionamiento de nuestro propio mundo interior trataremos de ajustar de
una forma más coherente nuestros pensamientos a nuestras acciones.
Lo cual nos ayudará a sentirnos cada vez mejor con nosotros mismos, nos llenará de una paz interior
nunca antes sentida. Nos sentiremos más conformes con lo que hacemos en el exterior y con la clase de
pensamientos que tendremos en cada momento.
Podremos, en definitiva, acercarnos más al ideal que tenemos de nosotros mismos, a lo que queremos
llegar a ser. Nos uniremos más a la autenticidad, seremos más equilibrados y gozaremos de una salud
mental mucho mayor.
Muchas de nuestras incongruencias desaparecerán, así como muchos actos que realizamos
involuntariamente, de forma incontrolada, de los que luego somos conscientes posteriormente.
Puedes controlar tu pensamiento
Tu espacio interior es un mundo por descubrir, un mundo donde caben todas las posibilidades, donde
cualquier pensamiento puede surgir a tu mente, a tu conciencia, y puedes observarlo con objetividad,
pero sin identificarte con él, sin que este te influya o te lleve a la acción repetitiva.
En ese intervalo de tranquilidad se establece un encuentro contigo mismo. Es el punto desde donde se
pueden tomar las mejores decisiones posibles puesto que en ese espacio nada influye, no te ves afectado
por ninguna fuerza externa que en ese momento pueda afectarte. Tan solo estas tú, ahí, contigo mismo,
sin que ningún pensamiento del pasado pueda obligarte a que pienses en un sentido determinado.
Es un lugar donde todo es posible, donde puedes determinar la situación de tu vida, hacia dónde
quieres conducirte, el lugar donde quieres llegar. En ese momento eres tú quien decide el tipo de
reflexión que deseas tener. Eres el conductor de tu propio pensamiento: dejas de estar guiado, dirigido
por las imágenes inconscientes y repetitivas que te obligan a desviar el foco de atención hacia un tema
determinado.
Encontrarás un nuevo espacio dentro de esa conciencia para poder crear y guiar el pensamiento de una
forma más ajustada a lo que eres, teniendo como consecuencia un mayor control de tus propias
emociones pues estas van unidas a cada forma de pensamiento que fluye por tu mente.
Alcanzando a controlar esto, comprobarás, en la medida en que interactúes con el exterior, que muchas
reacciones también cambiarán ante situaciones que antes te producían un nivel emocional determinado.
Puede ayudarte a cambiar
Hasta que no estableces contacto con ese otro mundo interior que llevas dentro, no eres consciente de
las posibilidades que tienes para poder modificar muchas facetas de tu vida que hasta ahora te han podido
estar limitando, haciéndote pensar en falsas creencias mediante razonamientos equivocados acerca de
muchas de las cosas que te rodean y de ti mismo, de tus propias capacidades para poder lograr aquellas
metas que más te atraen.
En ese momento te encontrarás contigo mismo, serás tú el que te observes, entonces valorarás si tu
camino es el adecuado o si hay que cambiar de rumbo dando una nueva dirección que te lleve hacia el
lugar donde siempre deseaste estar.
Todo es posible desde el conocimiento de tu propio mundo interior, puedes decidir qué dirección tomar.
Desde este punto de partida podemos retomar la senda que siempre quisimos recorrer, dejando a un lado
el camino por el que hemos transitado obligados por nuestros impulsos más básicos.
En ese espacio de creatividad puedes analizar la persona que eres, puedes observarla claramente y
modificar aquello que no te gusta de ti mismo, de tus propios pensamientos e ideas, de tus hábitos y
comportamientos repetitivos que realizas en tu vida diaria de forma inconsciente, sin poder encontrar la
voluntad necesaria para detenerlos.
Nos encontramos permanentemente expuestos ante todo un torbellino de patrones de comportamiento
que se repiten una y otra vez y que a veces nos llevan a ser aquello que no queremos ser, a un destino que
no se corresponde con nuestro verdadero propósito, con aquello que somos en realidad.
Si alcanzamos el conocimiento de nuestro mundo interior ya nada nos distraerá, no nos dejaremos
arrastrar por nuestros hábitos y nuestras conductas automáticas, que no son más que la consecuencia de
la programación mental que nos creamos sin querer repitiendo siempre lo mismo. Y es que, sin ser
muchas veces conscientes de ello, convertimos en hábito aquello que realmente no deseamos.
11. La observación
La observación de nosotros mismos se produce cuando somos conscientes de nuestras sensaciones en
cada acto que realizamos, en cada pensamiento que tenemos, en cada emoción que sentimos; cuando a
partir de ahí analizamos y extraemos las consecuencias que tiene cada cosa que nos sucede.
Si estás presente en todo momento observarás detenidamente todo cuanto ocurre a tu alrededor, te
darás cuenta de los pequeños detalles que en muchas ocasiones pasan desapercibidos, cuya existencia no
apreciamos, ya que nuestro foco de atención está puesto en un solo punto y descuidamos el resto de las
cosas que existen a nuestro alrededor y que también influyen en el transcurrir de los hechos y de todo
aquello que finalmente acaba aconteciendo.
Todo tiene una causa, una razón de ser, nada es aleatorio ni sucede por casualidad; aunque a veces
nosotros no queramos encontrarle una explicación a aquello que vemos o a lo que nos sucede.
Todo tiene un significado y un motivo, las cosas no pasan porque sí. Todo tiene un principio que origina
cada situación, cada instante, cada circunstancia; nada es lo que parece. Detrás de cada cosa hay un
mundo inimaginable de mensajes ocultos que explican su fuente y su origen. Hay que ir siempre más allá
de lo que simplemente observamos.
Si nos detenemos a contemplar todo cuanto nos rodea comprobaremos que aquello que observamos
está ahí por una serie de circunstancias que han hecho que en ese momento esté ante nosotros. Solo
vemos el objeto que tenemos delante pero no todo lo que ha tenido que acontecer para que ese objeto
pueda ser observado en ese momento y esté ahí, al alcance de nuestra percepción.
Tan solo nos quedamos con lo que advertimos, con lo que nuestros sentidos perciben, pero no con lo
que lo ha originado, con todas aquellas cosas que han tenido que suceder para que esté ante nosotros en
ese preciso instante, posibilitando que podamos observarlo y percibirlo. Todo un mundo de circunstancias
que han facilitado que sea posible que ese objeto esté ahí, en ese momento. No somos conscientes de ellas
ni perdemos el tiempo en tratar de descubrir las razones por las que ese elemento está presente ante
nosotros.
Solo nos quedamos con lo que percibimos en cada momento, lo demás tampoco nos interesa demasiado.
No nos preguntamos por las razones que han hecho que cada cosa que nos rodea en cada momento
aparezca ante nosotros.
Lo mismo ocurre con nuestros actos, con nuestra conducta, con esos hábitos que ejecutamos
repetidamente. En la mayoría de los casos tampoco nos detenemos a indagar, a observar las
circunstancias que los han hecho posible.
Tampoco nos preocupa demasiado la razón por la que se repiten unas determinadas conductas y no
otras, y por qué ciertos pensamientos surgen de una forma más constante a nuestra conciencia en
detrimento de otros, que no afloran pero que sabemos que deben de estar por ahí, en algún lugar de
nuestra memoria o de nuestro inconsciente. Puesto que en algún momento sí que hemos sido conscientes
de ellos y sabemos que existen, pero que no aparecen con tanta frecuencia como lo hacen otra clase de
pensamientos más habituales.
Existe una razón que podemos descubrir mediante la observación atenta y la conciencia plena. En ese
estado seguro que surgirá una explicación para cada cosa, para lo que acontece externamente como para
lo que observamos a nivel interno, dentro de nosotros mismos.
Por tanto, cuando queramos saber la explicación de lo que ocurre solo basta con encontrar ese
momento para observarnos a nosotros mismos. Si somos pacientes podremos vislumbrar claramente lo
que hay detrás de las cosas que nos suceden, pues dicha información está dentro de nosotros, ya la
tenemos, lo que ocurre es que en muchas ocasiones por el ruido mental o porque nuestro foco de atención
no está puesto exactamente ahí, nos cuesta o no somos conscientes de ello.
De esta forma, si somos pacientes conseguiremos encontrar esa información, esa explicación que en
cada momento necesitamos para saber lo que realmente ocurre, tanto fuera como en nuestro propio
interior.
Dentro de nosotros mismos están todos los datos necesarios para la solución de los problemas, toda la
información que necesitamos.
Debemos ser lo suficientemente hábiles como para saber captar los mensajes que hay detrás de cada
hecho que nos sucede, de cada situación que vivimos, de cada experiencia que tenemos, de las relaciones
que mantenemos con las personas que nos rodean. Tenemos que ser observadores de lo que nos acontece
para poder así hacer una lectura real de aquello que sucede a nuestro alrededor y también dentro de
nuestro propio interior.
LA OBSERVACIÓN DEL PENSAMIENTO
Nuestros propios pensamientos pueden ser observados desde la objetividad, libres de todo prejuicio. Y
en la medida en que los observamos y permanecemos ahí, sin llevar a cabo ninguna acción recurrente,
referida a dichos pensamientos, estos van perdiendo su poder, no encuentran su finalidad: que actuemos
conforme a la dirección que ellos nos marcan.
Al no conseguir su objetivo, simplemente se desvanecen, se van apagando, aunque vuelvan a repetirse
de nuevo, pero ya con menos intensidad cada vez, hasta que se van diluyendo en nuestra conciencia y
dejamos de actuar con cada pensamiento o idea que tengamos, con cada imagen y emoción que aparezcan
en nuestra mente.
Si en ese transcurrir de pensamientos e imágenes que observamos en la pantalla de nuestra conciencia,
permanecemos inactivos, como un mero observador, estos poco a poco se van debilitando, dejan de ser
repetitivos y van perdiendo ese poder que nos impulsa de inmediato a romper esa situación de quietud y
de paz para realizar la acción concreta que lleva consigo esa imagen o ese pensamiento. En ese momento
es a esa acción a la que le hemos dado prioridad, en otros momentos puede ser otra.
Solo podemos ser conscientes de que esto funciona así cuando nos detenemos a observar aquello que
en cada momento se encuentra presente en nuestra conciencia, dejando que transcurran dichos
pensamientos en forma de imágenes, sin hacer nada. Observaremos cómo en ese momento podemos
contar con la posibilidad de elegir qué acción realizar.
Ya no estaríamos guiados por nuestra propia programación mental que hemos adquirido en base a
repeticiones. En este caso y en tal circunstancia podemos tener la opción de elegir si realizamos una
determinada acción o no, si la dejamos para otra ocasión. Podemos decidir que ese no es el momento
adecuado; hecho que no ocurre cuando nos mantenemos activos o no estamos en ese estado de
conciencia.
Tan solo se trata de observar y discriminar lo que tú decidas que es importante dando relevancia y
permitiendo que sea eso lo que permanezca por más tiempo en tu conciencia. Si te fijas tan solo en
aquellas imágenes que puedan perjudicarte, serán estas y no otras las que se mantengan en tu conciencia
por más tiempo ocupando el lugar de aquellas otras que podrían beneficiarte, propiciarte un bien mayor.
Observar el fluir de tus propios pensamientos te lleva a ser consciente de que todo ese mundo interior
es caótico: surge un pensamiento tras otro sin estar en muchas ocasiones enlazados, sin tener nada que
ver unos con otros. Te percatas de que hay muchos que se repiten con más frecuencia y que al mismo
tiempo aparecen otros que nada tienen que ver con los anteriores.
Es una información que se encuentra ahí, pero parece no estar lo suficientemente bien organizada. En
ocasiones, puedes observar que hay un conjunto de pensamientos que siguen una misma línea, que tienen
que ver con un mismo tema: son grupos de pensamientos que se entrelazan y repiten, que tienen que ver
con algo a lo que seguramente le has prestado atención recientemente. Es por eso por lo que se reiteran y
fluyen a tu conciencia de nuevo.
Estos pensamientos, relacionados con las conductas recientes, se combinan con aquellos otros más
puntuales que tienen que ver con experiencias vividas en el pasado que en su momento dejaron en ti una
huella a modo de emoción y es por eso por lo que se quedaron fijados en tu memoria y en ocasiones
surgen de nuevo a tu conciencia.
Eres tú el que decide, nadie puede hacerlo por ti, en este caso. Debes estar atento, por tanto, a lo que
acontece en tu interior. Lo más importante que sucede lo hace allí.
Lo que ocurre en el exterior no es tan importante. Es más relevante el procesamiento interno que tiene
lugar en tu mente que lo que ocurre fuera de ella. Por esto debes poner todo tu interés en el contenido
que en cada momento circula por tu conciencia. De él depende el significado y la interpretación que
otorguemos a todo cuanto suceda fuera de nosotros.
El control de los pensamientos
Solo mediante la observación podemos llegar a un control de lo que sucede en nuestro propio interior.
Podemos darnos cuenta de aquello que ocurre a nivel mental, de los pensamientos que están teniendo
lugar en cada momento, de aquellos que más se repiten y de los que nos conducen a la acción
irremediablemente, sin que seamos muy conscientes de ello.
De esta forma podemos llegar a un dominio de lo que sucede en nuestro propio interior. Logramos
darnos cuenta de aquello que acontece a nivel mental, de los pensamientos que están teniendo lugar en
cada momento, de aquellos que más se repiten y de los que nos conducen a la acción de forma manifiesta,
todo esto sin que seamos muy conscientes de ello.
Conseguimos bloquear aquellos pensamientos que nos entorpecen, que nos anulan, que nos hacen
actuar de forma contraria a lo que realmente deseamos.
Hay una forma de liberarse de todo ello: observándonos a nosotros mismos, tratando de no juzgar nada
de todo lo que pase por nuestra consciencia, todo ese cúmulo de emociones que a cada momento sentimos
en función de los pensamientos que nos van surgiendo.
Se trata de observar sin juzgar, sin etiquetar nada, sin encasillar aquello que advertimos, tan solo
estamos nosotros ante aquello que pensamos, no hay nada que se interponga en ese instante.
Y es que nuestra mente es un continuo fluir de información de forma automática a nuestra conciencia.
Nosotros no hacemos nada para detener ese proceso automático. Solo cuando nos detenemos y
observamos cómo funciona, así como los pensamientos que están teniendo lugar, podemos llegar a tener
un control sobre ello.
Si logramos llegar a ese nivel de observación podremos tener la ocasión de decidir entre un
pensamiento u otro; entre una estrategia u otra; entre una idea u otra.
Todo depende de que sepamos, mediante la práctica, realizar esa pausa necesaria dentro de nuestro
propio interior, en nuestro mundo mental, para poder tener la ocasión de hacer esa elección en los
momentos en los que lo necesitemos.
Todo esto se consigue mediante la práctica continuada, a través de la observación de uno mismo, si
existe voluntad de superación y de autocontrol por nuestra parte.
De este modo podemos crear nuevos pensamientos más acordes con lo que realmente somos y con las
ideas que en cada momento queramos realzar. Es un espacio de creatividad, puesto que logramos dirigir
nuestro pensamiento allí donde deseemos, podemos buscar en nuestra memoria las palabras necesarias
para ser capaces de ir describiendo aquello en lo que queramos enfocarnos.
Ya somos nosotros los que dirigimos y controlamos nuestra mente, nuestra propia conciencia. Nosotros
decidimos, en ese momento de autobservación, qué pensamientos e imágenes pueden aflorar y
permanecer en nuestra conciencia y cuáles no.
Podemos determinar si un pensamiento es bueno o malo, el tipo de consecuencias que conlleva ‒
seríamos algo así como unos vigilantes de nuestros propios procesos mentales‒, e incluso crear un filtro
para dejar pasar la información que nos interese en cada momento y desechar la que ya no nos resulte
verdaderamente útil para alcanzar nuestros objetivos.
Para ello se hace necesario tener un control total sobre nosotros mismos, acostumbrarnos a observar
ese espacio que existe en nuestro interior desde el cual podemos controlar nuestros propios pensamientos
y en consecuencia las conductas que se deriven de ellos.
Cuanto más tiempo permanezcamos en ese estado, observando, mayor será el control que adquiramos
sobre nosotros mismos y, por ende, sobre nuestra propia vida.
La manera de modificar estos pensamientos, por tanto, es observando nuestra propia conciencia, esa
pantalla en blanco de nuestra mente que se va llenando de forma interminable de reflexiones e imágenes
que circulan una y otra vez en una cadencia repetitiva que parece que no tiene fin.
Si somos observadores nos daremos cuenta de que muchos de esos pensamientos se repiten
constantemente, sobre esos es donde debemos poner nuestro foco de atención si es que queremos llegar a
establecer algunas modificaciones en nuestro modo de pensar y de actuar.
A medida que nos acostumbremos a observar nuestros propios pensamientos, tendremos la oportunidad
de ir creando otros nuevos y sustituyéndolos por aquellos otros que vayan quedando anticuados y que
hayan sido los causantes de que seamos como somos en ese momento.
Podemos por tanto crear nuevos pensamientos, descartar los anteriores, los antiguos, los que no nos
proporcionen una utilidad real, lo cual nos puede conducir a tener una nueva visión de la realidad, tanto
externa como interna, mediante la que observaremos lo que acontece desde otra perspectiva.
El sentido de los pensamientos
Tenemos conciencia de lo que observamos e incluso podemos decidir voluntariamente no seguir
prestando nuestra atención a un punto determinado para dejar de seguir obteniendo información de ahí.
Podemos también, si logramos adiestrarnos en la práctica que conlleva hacer una pausa cuando un
pensamiento surge a nuestra conciencia, decidir si lo seguimos o dejamos pasar sin que nos afecte, sin
que nos lleve a la acción. Pero todo lo que es el procesamiento interno de la información, la forma en la
que se ejecutan esos filtros a través de los cuales pasan los nuevos contenidos, se hace de una forma
automática, sin que tengamos conciencia de ello. Posteriormente, los datos resultantes se almacenarán en
nuestra memoria.
Para saber la forma que finalmente ha adquirido esa información a la hora de ser guardada, tendremos
que recuperarla, hacerla consciente, y a partir de ahí observar el verdadero sentido que le hemos dado
para entender las características y la forma en la que se procesó cuando entró por primera vez ese
contenido en nosotros a través de nuestra percepción.
Todo esto solo puede conseguirse mediante la observación de nuestros propios pensamientos, cuando
pasan por nuestra conciencia en forma de imágenes. Si nos detenemos a observarlos nos daremos cuenta
de cómo se procesaron antes de convertirse en pensamientos, cuando tan solo eran una mera información
proveniente de nuestros propios filtros perceptivos.
En realidad, el sentido de un pensamiento determinado se lo damos nosotros, a veces de forma
inconsciente como hemos visto anteriormente o bien de forma consciente, cuando nos detenemos ante un
pensamiento y buscamos deliberadamente otros parecidos para acabar elaborando nuestra propia
interpretación, nuestra propia teoría, que tendrá que ver con los contenidos a los que se refiera ese
pensamiento en concreto.
Se trata tan solo de aprender a observarte a ti mismo, a ser cada vez más consciente de todo lo que
ocurre en tu propia mente, de tus pensamientos y emociones que circulan por tu conciencia de forma
repetitiva y sin control alguno.
Si la interpretación de la información que te llega es equivocada, las conclusiones que obtienes sobre
aquello que sucede también es errónea, todo depende de la visión que se tenga de los acontecimientos. Es
lo que hará, de alguna una manera, que luego actuemos en un sentido o en otro, de forma que nuestra
elaboración de lo que sucede es la que marcará nuestra manera de actuar y la calidad de los
pensamientos que tengamos posteriormente.
Es importante, por tanto, detenerse a pensar por un momento cómo reaccionamos ante determinadas
situaciones, pues la forma de captar la realidad que en cada momento nos rodea nos influirá en las
acciones posteriores que empleemos y en nuestra futura interacción con ella.
EL ESPACIO VACÍO
Desde que empezamos a observarnos a nosotros mismos prestando atención a lo que ocurre en nuestra
mente, en nuestra conciencia, en un primer momento podemos darnos cuenta de la dificultad que
tenemos para despejar esta, pues en ella existen aún pensamientos recientes, incluso otros que están
tratando de aflorar y tenemos que esperar un tiempo para que todas esas imágenes se vayan disolviendo
poco a poco y dejen un espacio cada vez mayor libre de pensamientos mediante el cual llegamos a
apreciar esa paz interior que solo se siente en esos momentos en los que no hay pensamiento ni
distracción alguna.
Cuando no hay pensamiento solo existe ese espacio sin forma, es como si estuvieras percibiendo toda la
verdad, toda la esencia de lo que eres. No hay ninguna imagen que distorsione esa verdad, la realidad de
lo que eres, ni ningún estímulo que te distraiga y te aparte de ti mismo.
En esos momentos en los que aparece ese espacio en blanco entre los pensamientos, hay una mayor
quietud, a través de la cual comprobamos que no hay nada que dirija nuestra atención. Es un punto en el
que tu paz interior se hace aún más grande, sientes que nada puede afectarte puesto que no hay ninguna
imagen recurrente, ningún pensamiento ni positivo ni negativo que pueda influirte. En ese preciso
instante, en el que hay ese espacio vacío entre pensamientos, es cuando puedes conectar contigo mismo.
Cuando eres tú realmente.
Cobrará importancia, en este caso, el nivel de autoobservación al que lleguemos, en esos momentos de
calma y de tranquilidad en los que somos nosotros mismos, en los que nos encontramos con nuestro
verdadero ser, a solas con nuestra conciencia y con los pensamientos que por allí circulan y también con
esos espacios en los que no hay pensamiento, donde tan solo existe un vacío en el que experimentamos
una paz que nos aleja de toda influencia externa que pueda distraernos en ese momento. Podrás observar
que todo se detiene, que no hay nada que pueda influirte ni obligarte a hacer aquello que no quieres
hacer.
Centrándote en ellos consigues que los pensamientos repetitivos dejen de sucederse. En ese momento
es como si no existiera el tiempo. Te sientes en paz, en una situación de calma y serenidad desde la cual
puedes hacerte con el control de ese tren interminable de pensamientos que hacen que tu mente esté en
continua ebullición y en un descontrol total y absoluto.
Es un espacio de silencio desde el cual podremos seleccionar, decidir lo que entendamos que es mejor
para nosotros. Es un punto de partida que no se ve influido por nada, por ningún estímulo, por ningún
pensamiento. Es una zona de no pensamiento. Es un punto de inicio desde el cual podremos comenzar las
acciones que verdaderamente debemos llevar a cabo.
En ese espacio sin pensamiento se encuentra el origen de donde todo parte, de lo que eres. Puedes
regresar a él cuando quieras para estar a solas contigo mismo y conocerte mejor, para llegar a tu propio
autoconocimiento y cambiar aquello que te hace ser otro muy distinto de lo que eres en realidad.
Desde ese espacio, donde te encuentras contigo mismo, puedes cambiar aquello con lo que no estés
conforme, que te haga mal, que te perjudique; puedes variar el sentido del pensamiento, frenar la
frecuencia de este, en el caso de que sean muy repetitivos y automáticos; puedes controlar todo aquello
que pase por tu conciencia, pero si lo conviertes en una práctica cotidiana y buscas momentos de paz y de
quietud, donde puedas estar a solas contigo mismo y sin que nada ni nadie te distraiga.
LA INFORMACIÓN ESCONDIDA
Los distintos contenidos que captamos mediante nuestra percepción se van almacenando según un
orden de entrada y en función del grado de impacto que ha causado en nosotros, en nuestro contacto con
cada experiencia concreta.
Posteriormente, esos contenidos aflorarán con el tiempo, poco a poco, a nuestra conciencia, y en el caso
de que se repitan con frecuencia serán los causantes de que acabemos ejecutando unas determinadas
conductas relacionadas con esos mismos contenidos, con esas mismas imágenes que hemos ido
almacenando a través de nuestro contacto con la realidad del mundo que nos rodea.
Todos los hechos que hemos vivido en primera persona están ahí, archivados, esperando abrirse camino
en la mente y brotar en nuestra conciencia para que los rememoremos y los tengamos presentes de una
manera o de otra.
Algunos surgirán con más frecuencia; otros se quedarán en el olvido permanente. Aquellos que más se
repetirán estarán relacionados con aquello en lo que pongamos con mayor frecuencia nuestro foco de
atención, en función de los contenidos que en cada momento de nuestra vida nos interese.
Según el tiempo que dediquemos a esa clase de contenidos, así será la asiduidad con la que surjan en
nuestra mente los pensamientos relacionados con ese tema.
En realidad, siempre han permanecido ahí pero no cobran importancia hasta que aparecen en la
pantalla de la conciencia. Y entonces empiezan a repetirse, en función del tiempo que destines a fijarte en
ellos, a darles relevancia. Si se reiteran con mucha asiduidad es posible que se acaben convirtiendo en
conductas, pues te conducirán irremediablemente, si no haces nada por evitarlo, a ejecutar la acción
relacionada con dichos pensamientos.
Solo vienen datos a nuestra mente sobre algún contenido en concreto cuando estamos centrados en un
tema que tiene que ver con ese contenido. Algunas veces somos conscientes de una información con la
que no contábamos pero que surge para ayudarnos a entender aún mejor ese asunto o esa circunstancia,
ante la que estamos expuestos en ese momento.
Se trata de una información escondida, oculta para nosotros, pero que al parecer siempre ha estado ahí
para cuando la necesitáramos. Por eso surge, en algunas ocasiones, sin que la hayamos buscado. Lo hace
de forma imprevista y supone en algunos casos la solución a un determinado problema que en ese
momento se nos esté planteando y cuya dificultad nos sobrepasa, de forma que no encontramos
aparentemente una salida satisfactoria. Entonces aparece esa información relacionada con ese tema,
mediante la cual damos una salida adecuada a ese problema que se nos plantea en esa determinada
circunstancia.
Y es que detrás de lo que vemos se esconde un trasfondo que también forma parte de eso que
observamos pero que pasa desapercibido en la mayoría de los casos. Eso que no es aparentemente visible
para nosotros es importante para comprender lo observado, para entender su funcionamiento, de manera
que, si nos quedamos solo en la apariencia, en lo superficial, no llegamos nunca a captar de forma
completa aquello que se presenta ante nuestros ojos.
A veces nos sorprendemos a nosotros mismos de aquello que podemos llegar a hacer, de muchas cosas
que podemos crear a través de nuestro pensamiento y de nuestro propio autoconocimiento. Si indagamos
dentro de nosotros mismos nos daremos cuenta de que existe todo un mundo lleno de posibilidades, de
pensamientos poco frecuentes pero que siempre han estado ahí, dormidos e inactivos a la espera de ser
activados por nuestro mecanismo mental y nuestra actividad externa.
Existen, del mismo modo, un número casi infinito de imágenes, de ideas, que se mantienen ahí, ocultas,
a la espera de surgir en alguna ocasión que lo necesitemos porque las circunstancias así lo demanden.
Entonces, si se da el caso, las veremos como una novedad y nos extrañaremos de haber tenido esa idea
en esa ocasión en concreto, o esa ocurrencia para solventar una determinada dificultad con la que nos
hayamos topado en un momento determinado.
Nos sorprenderemos a nosotros mismos de la capacidad de supervivencia que tenemos, de todo el
potencial que llevamos dentro y que permanece ahí, escondido y oculto, esperando su oportunidad para
resurgir y ayudarnos cuando sea necesario y las circunstancias externas así lo demanden.
El estado de activación normal, que es el que empleas en tu vida cotidiana a la hora de realizar las
distintas actividades que ejecutas cotidianamente, tan solo te permite estar centrado en aquello en lo que
mantienes tu foco de atención, pero no te permite observar esas otras facetas, otras características de la
realidad que también están ahí y que del mismo modo te afectan y te influyen.
Al mantener tu nivel de atención en un solo punto haces que pasen desapercibidos otros elementos que
son importantes para ti y que tienen que ver con otras cosas que también están a tu alrededor.
Tendrías que dejar el foco de atención que en ese momento estés usando para percibirlos, pues también
están ahí pero no te das cuenta de su existencia hasta que no pones tu mirada en ellos.
Y es que, hay aspectos que pasan desapercibidos para nosotros pero que son importantes y configuran
luego posteriormente la base de nuestros pensamientos, de los contenidos que luego fluyen desde nuestra
memoria y que se han ido almacenando allí en función de la impresión que hayan causado en nosotros.
Practicar la observación
Para que dicha información surja y nos ayude ante los momentos de dificultad debemos relajarnos y
observar nuestros pensamientos de una forma detenida y pausada, siendo conscientes en todo momento
de nosotros mismos para que fluya todo ese potencial que se encuentra escondido en nuestro interior pero
que aún no hemos desarrollado por no ser conscientes de su existencia.
Si practicamos de forma constante esta observación atenta y tranquila, tanto del exterior como de
nosotros mismos, nos daremos cuenta de esas otras cosas que apenas son perceptibles pero que siempre
han estado ahí, como elementos importantes para ayudar a comprender el significado de lo que
observamos.
Para llegar a este nivel de observación debemos estar atentos a la hora de percibir cualquier cosa,
objeto, acontecimiento, que suceda ante nosotros. Posteriormente debemos sacar nuestras propias
conclusiones uniendo la información proveniente del exterior con la que ya tenemos.
Para ello lo primero es observarte, para ver qué ocurre dentro de tu propio interior, en el mundo de tus
pensamientos y emociones. Descubrirás una gran riqueza en él: conocimientos que no sabías que existían
acerca de ti mismo y de la realidad que te rodea. Solo han estado ahí, ocultos, dormidos, y despiertan
cuando pones tu foco de atención en ellos, se activan cuando te detienes a prestarles tu tiempo y
atención.
Debemos convertirnos en observadores de nosotros mismos y de los demás. No perder de vista lo que
sucede a nuestro alrededor; apreciar hasta el más mínimo detalle; pararnos a contemplar un paisaje hasta
descubrir el verdadero significado que en ese momento está teniendo para nosotros. Si nos
acostumbráramos a realizar este ejercicio cotidianamente, estaríamos más cerca de la realidad, de lo que
ciertamente acontece, más allá de lo que sucede en apariencia, que en muchas ocasiones nada tiene que
ver con la auténtica realidad.
Es algo que deberíamos poner en práctica, progresivamente, hasta convertirlo en hábito. Nos cambiaría
la forma de ver la vida y de entender las experiencias. Seguramente nos ahorraríamos muchos
malentendidos al tener una información mucho más completa y confiable de cuanto nos rodea y sucede
ante nosotros.
Vemos un escenario, que es lo que nuestros sentidos perciben de una forma más inmediata, y no
pasamos de ahí. Con esta capacidad de observación, sabiendo que siempre hay algo más detrás, que todo
lo que acontece tiene un significado que muchas veces desconocemos, podemos tener un contacto con
aquello que nos rodea mucho más real y menos engañoso.
Existen quienes tienen muy desarrollada esta capacidad: los que, con facilidad, se percatan al instante
de lo que hay más allá de un simple gesto o de una palabra. Son personas que han logrado desarrollar a lo
largo de su vida esa facultad gracias a que han sido bastante observadoras y han estado siempre muy
atentas a aquello que no se ve aparentemente. En sus miradas se delata esa indagación siempre
permanente de lo que ocurre, de cada gesto, de cada expresión. No dejan nada al azar. A todo le
encuentran un significado y en la mayoría de los casos aciertan.
BENEFICIOS DE LA OBSERVACIÓN
En la observación que puedes hacer, tanto del exterior como de ti mismo, se pueden encontrar las
claves del funcionamiento de muchas cosas que pueden parecerte desconocidas en un primer momento. Si
te detienes a observarlas, comprobarás la importancia que tienen esos pequeños detalles que en muchas
ocasiones pasan desapercibidos ante nuestros ojos, pero que son importantes para que una determinada
situación se desarrolle o para que una acción tenga una consecuencia concreta y no otra.
Si te acostumbras a observar, no solo lo que ocurre en tu mundo interno sino también aquello que
sucede en tu entorno más inmediato, podrás distinguir todo aquello que hay a tu alrededor que puede
influirte de una forma determinante y conducirte a realizar, del mismo modo, también una serie de
acciones con las que, en el fondo, puede que no estés muy conforme. Puedes llegar a ser consciente de
todo aquello que tiene la fuerza de influirte en el desarrollo de tus propias emociones y en el afloramiento
de los pensamientos que surgen a tu conciencia.
Dicha influencia dependerá de la lectura que hagas posteriormente de todo aquello que hayas
observado, de la información que sepas extraer de lo que se hace consciente en ti, en función de donde
hayas puesto tu centro de atención en cada momento.
Gran parte de esa información ya la poseemos porque anteriormente, en experiencias pasadas, ya
hemos observado ese mismo contenido o esos estímulos, aunque la realidad siempre es cambiante y a
menudo podemos encontrar pequeños matices y diferencias en distintos momentos, pues también
nosotros cambiamos y este cambio también afecta a la forma en que observamos, aunque sea sobre un
mismo contenido o estímulo.
Solo obtendremos resultados desde la práctica diaria si esta la hacemos como corresponde: dentro de
un espacio de silencio y paz interior que debemos buscar en los momentos donde entendamos que pueda
haber menos distracciones para nuestros sentidos. Con el tiempo iremos notando cambios en nosotros
bastante significativos.
En la solución de problemas
Dentro de nosotros están todas las claves para ir solventando los problemas cotidianos que nos van
aconteciendo. Tan solo se trata de que observemos a nuestro alrededor y en el interior de nosotros
mismos para darnos cuenta de todas las posibilidades que tenemos de cara a solventar las dificultades.
Todo el conocimiento que se deriva de la propia autoobservación nos resulta de una enorme utilidad
para la resolución de problemas en nuestra vida cotidiana.
La autoobservación conlleva todos estos beneficios, los cuales te servirán de una enorme ayuda en el
futuro, cuando en una situación concreta te veas necesitado de más recursos para resolver alguna
dificultad que no puedas solventar con los medios habituales.
Te permitirá contar con muchas más habilidades que se encuentran dentro de ti y que han pasado
desapercibidas por no haberte fijado anteriormente en ellas. Han estado siempre ahí, esperando que las
despertaras y que afloraran a la conciencia. Hasta que no llega ese momento tu potencial que se
encuentra en ti no despierta totalmente, no puedes utilizar todas tus capacidades de una forma plena,
completa.
Te darás cuenta, en ese instante, de todo aquello que puedes realizar, que te ves con la capacidad de
hacer pero que antes no pasaba por tu imaginación que podrías hacer.
Nunca es tarde para empezar a realizar esta práctica y darte cuenta de lo que eres realmente y de lo
que puedes conseguir si te conoces un poco más a ti mismo, observándote y siendo consciente de lo que
ocurre en tu mente cuando te enfrentas a una situación determinada en la que tienes que tomar una
decisión importante para poder continuar actuando.
Para nosotros cada percepción es un nuevo aprendizaje, de cada cosa que observamos obtenemos una
información que nos ayuda a comprender cada vez mejor aquello que existe a nuestro alrededor. Por eso
las personas más observadoras obtienen una mayor información del exterior, por lo que sus herramientas
para la resolución de problemas serán también más grandes. De este modo sus habilidades para solventar
los inconvenientes también se verán acrecentadas en la medida en que disponen de un mayor
conocimiento que obtienen de su capacidad de observación y análisis posterior de toda esa información
que adquieren tanto a nivel externo como interno.
En el control de los pensamientos
Una vez que empezamos a tener datos de lo que somos realmente, a medida que vamos practicando
nuestra propia observación mediante la meditación, percibimos que, según va transcurriendo el tiempo,
hay cosas del exterior y del interior de nosotros mismos que cada vez nos van afectando menos, que no
nos sentimos tan dominados por los pensamientos que circulan por nuestra conciencia, que empezamos a
dejarlos pasar a medida que practicamos esta observación sin dejarnos influir por ellos y sin actuar no
siguiendo la línea que nos marcan.
Cuando observamos nuestros pensamientos, pero nos quedamos ahí, sin actuar, sin dejarnos llevar por
ellos, vemos cómo estos pierden todo su poder, pues ya no nos afectan. Dejan de actuar sobre nosotros, ya
no nos conducen a ejecutar aquello que no queremos. Sentimos un alivio, una calma y una serenidad que
nos llevan a creer que tenemos el control de la situación y de nosotros mismos.
Este tipo de práctica te dará la ocasión de seleccionar los pensamientos desechando aquellos que no te
causen ningún beneficio y que no te conduzcan a nada. Se reflejará sobre todo en el tipo de
comportamientos y de acciones que empezarás a realizar como consecuencia de la implantación de otra
clase de pensamientos mucho más positivos y acordes con lo que realmente deseas ser.
Si dejas transcurrir los pensamientos, que no son más que imágenes repetitivas procedentes de tu
pasado, en ese momento te sentirás en paz contigo mismo. Descubrirás la consecuencia que tiene
obedecer a una idea determinada, las ventajas de detenerse primero a analizar con detalle dicha idea
antes de emprender alguna acción.
A medida que continuamos con esta práctica nos percatamos de que, poco a poco, vamos teniendo un
mayor control sobre nosotros mismos, que la fuerza con la que estos pensamientos azotan a la conciencia
va decayendo, va disminuyendo su intensidad y el poder que ejercen sobre nosotros, sobre nuestra
voluntad.
Si practicamos este ejercicio a diario llegaremos a tener una vida más consciente, tendremos un mayor
control sobre nosotros y sobre nuestros propios comportamientos. Dejaremos de repetir aquello que nos
hace daño y que no nos beneficia, crearemos nuevos hábitos mucho más saludables y más acordes con lo
que deseamos ser, teniendo una existencia mucho más en consonancia con nuestro verdadero propósito.
Desde ese punto podemos establecer un cambio real en el caso de que lo necesitemos, si sabemos
observar aquello que ocurre, la forma que toman nuestros pensamientos y las imágenes que se repiten
provenientes de nuestro propio inconsciente.
Observarte a ti mismo tiene todas estas ventajas, pero solo podrás ver los resultados si lo practicas de
forma continuada y constante, entonces será cuando observes verdaderos cambios en ti que te ayudarán a
mejorar en muchas facetas de tu vida.
Mediante la práctica de la meditación y la autoobservación podemos conseguir grandes cambios,
centrándonos en aquellos pensamientos que sean más beneficiosos, de modo que podemos modificar la
programación mental que nosotros mismos nos hemos construido a través del tiempo y de la repetición
continuada de patrones de conducta inconscientes.
En el conocimiento de uno mismo
Todo ello lo comprenderemos con una mayor claridad si nos conocemos, gracias a esta práctica de
autoobservación que podemos realizar de forma periódica y que nos ayudará a sentirnos muchísimo mejor
con nosotros mismos y con todo aquello que nos rodea.
Encontraremos una mayor armonía en todo lo que existe, en todo lo que observamos y sentimos, en
aquello que pensamos y vemos, también dentro de nuestro propio mundo interior.
Gracias a esta práctica, mediante esta autoobservación, podemos conseguir grandes logros en nuestro
propio autoconocimiento. Podemos avanzar de tal forma que alcancemos un nivel de información sobre
nosotros mismos que antes no teníamos y que nos puede servir para lograr grandes cambios en el futuro,
cuando nos veamos necesitados de ellos.
Lograremos tener un mayor control mediante la observación de nuestra propia actividad mental, que no
es más que la observación de nosotros mismos mediante la que nos conocemos de una forma más eficaz y
profunda.
Por eso es importante observarnos, analizar a qué pensamientos estamos prestando atención, a cuáles
damos más preponderancia, cuáles son los que más se repiten, los que más fluyen a nuestra conciencia.
De este modo, podremos tener una mayor facilidad para poder controlarlos.
Todos estos factores pueden llegar a ser controlados si existe en nosotros una voluntad real para el
cambio, para poner freno desde nuestro propio mundo interior a todos aquellos impulsos que nos llevan a
ser lo que no queremos ser, a hacer aquello que no queremos realizar.
Los cambios se notarán con el tiempo, a medida que vayamos realizando esta práctica. Notaremos que
nos afectarán cada vez menos algunas cosas que antes nos alteraban, preocupaciones que se apoderaban
de nosotros y que hacían que estuviéramos todo el día centrados en esa clase de pensamientos,
desviándonos de otro foco de atención más conveniente.
Tu concentración en aquello que hagas será mucho mayor, puesto que lograrás apartarte de lo que te
distrae al ser consciente y anticipar esos estímulos que captan tu atención y que te desvían del camino y
de aquello que piensas en el fondo de ti mismo que deberías hacer en cada momento, en cada
circunstancia concreta.
Llegarás a adquirir una calma y una tranquilidad para afrontar las situaciones también distinta, que te
llevará a tener una nueva visión de la realidad y de todo cuanto te rodea, de las circunstancias externas
en las que vives.
En la autenticidad
Te proporcionará un control y un conocimiento sobre ti mismo nunca antes imaginado por ti: llegarás a
ser otra persona en las mismas circunstancias, con la misma gente que te rodea, pero de una forma más
auténtica, más en contacto con tu verdadera esencia, con lo que eres en realidad.
Nos llevará a ser mejores de lo que somos en todos los sentidos: seres más completos, más auténticos y
originales, más cercanos a lo que realmente somos.
Esto no lo podemos llegar a saber si no nos observamos a nosotros mismos y entendemos los
mecanismos internos que nos hacen funcionar de una determinada manera, que nos hacen reaccionar de
un modo concreto ante unas circunstancias determinadas.
No solo nos posibilita llegar a conocernos, sino que también nos permite tener la ocasión de poder
controlarlos y modificarlos a nuestro gusto, de forma que se adapten a la persona que realmente
queremos ser, a lo que somos en el fondo de nosotros mismos.
Nos ayudará a ser mejor de lo que somos, más coherentes con nosotros mismos, a tener una forma de
estar en el mundo más auténtica. El hecho de que seamos cada vez más conscientes de nosotros mismos y
de todo cuanto ocurre a nuestro alrededor hará que nuestras decisiones estén más relacionadas con lo
que somos o con lo que queremos llegar a ser.
Nos propiciará un mayor control sobre nosotros mismos, tanto a nivel conductual como mental, pues
lograremos apaciguar todo ese tren interminable de pensamientos automáticos y repetitivos que nos
inundan a cada paso y que nos convierten, a través de las acciones que se derivan de dichos
pensamientos, en alguien muy distinto a lo que realmente somos, muy distante de lo que es nuestra
verdadera esencia, nuestro verdadero ser.
Actuarás con una mayor seguridad y confianza en ti mismo a la hora de realizar las acciones de la vida
cotidiana. El hecho de ser y de vivir consciente te da una visión más amplia a la hora de actuar, pues te
ayuda a tener en cuenta otras variables que antes pasaban desapercibidas, por lo que tus acciones serán
mucho más eficaces y conformes a tu verdadera identidad.
Para llevar una vida más consciente debemos observar con detenimiento todo lo que ocurre a nuestro
alrededor y también dentro del interior de nosotros mismos. Entonces tomaremos el control, seremos
verdaderamente nosotros, no nos dejaremos arrastrar por lo que no somos, ni por nuestros impulsos
inconscientes.
Detenernos a observar aquello que ocurre dentro de nosotros tiene todos estos beneficios. De otro
modo, seguiremos actuando como robots, de forma totalmente inconsciente y descontrolada. Por lo que no
estaremos satisfechos con el resultado final, con lo que acabamos siendo fruto de nuestros
comportamientos inconscientes y repetitivos.
Empiezas a ser tú mismo en la medida que comienzas a controlar lo que sucede en tu mente, lo que
transcurre por tu conciencia. Es importante que prestes atención a los contenidos que allí aparecen, pues
estos son los que determinarán lo que acabarás haciendo y lo que sentirás en función de los pensamientos
que surjan en relación con esos contenidos.
En las relaciones sociales
Tendrás una nueva visión del mundo y de las personas que te rodean, con las que te relacionas
habitualmente; por lo que esta práctica también influye en todo lo que son tus relaciones sociales con las
personas que habitualmente te comunicas.
Nos ayudará, por tanto, a relacionarnos de una forma más eficiente, a estar más adaptados a la
sociedad que nos rodea y de la que formamos parte.
La realización de esta práctica puede conducirnos a una nueva forma de estar en el mundo, a una nueva
manera de comunicarnos con aquellas personas que nos rodean en nuestro entorno más inmediato.
Tan solo si nos detenemos a observar podremos percatarnos de lo que sucede internamente, lograremos
ser conscientes de nuestras propias emociones, de las reacciones que tenemos ante algunos hechos
concretos; así como las que tienen los demás. Este poder de observación que se adquiere con la práctica
otorga una sabiduría personal que es muy útil a la hora de relacionarnos tanto con los demás como con
nosotros mismos.
En la conducta
La vida es una continua autoobservación de nosotros mismos y de los demás, mediante la que vamos
aprendiendo a saber estar en cada momento, en cada circunstancia que nos sobreviene, considerando las
consecuencias que tiene aquello que hacemos: si son positivas o no para nosotros, si tienen algún
resultado o no.
De este modo, vamos perfeccionando nuestras acciones, nuestras conductas, de cara a la obtención de
resultados que entendemos que pueden ser positivos para nosotros. En la medida que vamos obteniendo
un desenlace positivo, vamos repitiendo esos mismos patrones de comportamiento hasta que llega un
momento que por repetición los convertimos en hábitos.
Pero esta valoración solo la podemos hacer si aprendemos a observar nuestros propios pensamientos, si
somos conscientes de cómo se entrelazan dentro de esa programación mental que hemos creado; si
conocemos el tipo de acciones a las que nos conduce cada pensamiento, cada imagen que se repite en
nuestra mente.
Solo basta con ser un poco observadores para darnos cuenta del funcionamiento de este mecanismo
para así poder detenerlo y a continuación dirigirlo hacia donde nosotros realmente queramos; de esta
forma podemos modificar muchas conductas.
Teniendo esta capacidad observadora podemos dilucidar lo que ocurrirá si actuamos de una
determinada forma. Tendremos la posibilidad de adelantarnos, por así decirlo, al futuro, a lo que puede
acontecer si seguimos determinados patrones de conducta o continuamos insistiendo en un pensamiento
concreto que se repita constantemente, de forma automática.
12. El foco de atención
Cuando ponemos nuestro foco de atención en algo, es porque aquello que realizamos tiene una serie de
componentes que resultan tan satisfactorios para nosotros que no nos importa continuar repitiendo una y
otra vez esa misma acción.
Aquello que repetimos y que absorbe toda nuestra atención puede llegar a ser grato porque en ello
encontramos una fluidez en la acción, no vemos que exista una barrera que nos impida seguir actuando.
Es una actividad en la que no hallamos ningún tipo de bloqueo. Encontramos que no hay nada que nos
impida seguir realizando esa conducta.
Son acciones encadenadas una tras otra que fluyen y que nos hacen perder la noción del tiempo, que no
nos frustran; no hay ninguna clase de negatividad que en ese momento nos influya y nos impida seguir
realizándolas.
Descubrimos en una actividad determinada un refuerzo porque en cada pequeña acción que hacemos
―que tiene que ver con esa actividad― siempre comprobamos que existe un resultado que en la mayoría
de los casos es el esperado por nosotros.
La consecuencia de este refuerzo nos lleva a la repetición y a la propia satisfacción al comprobar que
una acción concreta ejecutada lleva consigo ese efecto inmediato y fácilmente observable.
En este caso, y por estas razones, es muy posible que el foco de nuestra atención se mantenga durante
periodos muy largos, cuando volvemos a ejecutar esa acción concreta.
Aquello que no tiene una consecuencia inmediata para nosotros, una satisfacción, provoca que
inconscientemente dirijamos nuestro foco de atención hacia aquello que ya sabemos que sí nos va a
producir una recompensa, hacia aquello que nos va a proporcionar ese resultado algo más inminente.
Sí que es cierto que si una persona llega a ser consciente de las repercusiones que conlleva poner el
foco de atención en algo que le perjudique, puede ayudarle a modificar una determinada conducta y a
orientar su foco de atención hacia otro asunto que le reporte un mayor bienestar.
Lo que nos atrapa y hace que mantengamos la atención durante largos periodos de tiempo en un solo
punto, tiene que ver también con la facilidad que encuentra nuestro cerebro en ejecutar dicha tarea
porque se haya repetido anteriormente un gran número de veces o porque sea una tarea en la que
encontramos una satisfacción inmediata, por la que obtenemos un resultado esperado.
Si vemos con claridad ese refuerzo continuamos haciéndola sin importarnos que pase el tiempo,
seguimos permaneciendo absortos en dicha actividad porque sabemos que tarde o temprano conseguimos
lo que pretendemos.
Por tanto, si la acción conlleva una recompensa gratificante, lo más probable es que continúes con esa
tarea durante un tiempo más prolongado y no abandones tan fácilmente ese foco de atención. En función
del refuerzo y la recompensa que tengas en cada acto, así será el tiempo que dediques a ello. Si estás con
tus cinco sentidos enfocado en aquello que haces, difícilmente pueda haber algo que te distraiga.
La novedad también juega un papel muchas veces decisivo a la hora de desviar nuestra atención de
aquello que viene siendo habitual. Lo nuevo despierta curiosidad en nosotros, de manera que fijamos
nuestra atención en todo aquello que resulta novedoso; siempre y cuando nuestros sistemas de
procesamiento no tengan que hacer un esfuerzo excesivo en captar toda esa información nueva que llega
por nuestros sentidos; siempre y cuando no implique un aprendizaje en el que nuestro cerebro tenga que
esforzarse más de lo habitual.
En tal caso, nuestro foco de atención trata de orientarse de nuevo hacia aquellas otras tareas y
pensamientos que resulten más familiares, más habituales.
Puedes estar centrado ante lo nuevo durante un tiempo, pero si ese tiempo de exposición es excesivo
vuelves otra vez a lo que resulta más familiar, a lo que ya conoces, allí donde tengas que hacer menor
gasto de energía por tener toda la información asimilada y procesada.
Prestamos más atención a aquellos estímulos que nos resultan más habituales, más familiares. Nuestro
cerebro está configurado para gastar la menor energía posible, y siempre tendemos a estar enfocados en
los mismos estímulos ―lo cual supone un menor gasto energético―, puesto que los datos contenidos en
esos estímulos ya han sido registrados en nuestra memoria y procesados previamente.
Es así como está configurado nuestro cerebro, es lo que clarifica el mecanismo de nuestros hábitos, que
no son más que conductas que repetimos automáticamente porque nuestro cerebro prefiere repetir esas
conductas antes que esforzarse en aprender otras nuevas, pues implica mayor esfuerzo y un mayor gasto
de energía. Es la razón que explica que nuestros pensamientos sean tan repetitivos y similares.
DIFICULTAD PARA MANTENER EL FOCO DE ATENCIÓN
En aquellas acciones en las que observamos claramente que existe una enorme dificultad en obtener un
resultado, tanto a corto como a largo plazo, es fácil que desistamos a las primeras de cambio. Todo
depende del refuerzo del resultado, que se cumpla o no esa expectativa.
Es habitual que encontremos dificultades para mantener nuestro foco de atención al no encontrar una
fluidez en lo que hacemos. Las acciones que lleva implícita una tarea pueden llegar a bloquearse por la
falta de resultados aparentes, por la falta de consecuencias positivas.
En tales casos, sentimos cómo nuestra atención se va diluyendo poco a poco, a medida que va pasando
el tiempo, hasta que al final de una forma casi automática tomamos la decisión de abandonar esa tarea
porque no encontramos en ella un resultado, no provoca en nosotros ningún tipo de satisfacción y por lo
tanto decidimos dirigir nuestro foco de atención hacia otro asunto, hacia otra tarea o alguna otra idea
algo más satisfactoria.
En tal caso es frecuente que nos distraigamos con cualquier detalle, con cualquier estímulo que capten
nuestros sentidos. Habrá momentos en los que nos percatemos de la dificultad de mantener el foco de
atención y que tendamos a distraernos con otras clases de pensamientos que no tienen nada que ver con
el tema al que verdaderamente queremos enfocar nuestra atención.
Cuando te distraes con facilidad, tu mente no está centrada en aquello que debes hacer y te conduce
hacia otro lugar muy distinto. Y es que nos dejamos llevar por los estímulos externos que nos invaden
constantemente y nos distraen de aquello que deberíamos hacer.
Transcurrido un periodo de tiempo nos percatamos de ello y nos lamentamos del tiempo perdido en
actividades que a nada conducen, que nos hacen perder un tiempo valioso; así como toda esa energía que
empleamos en realizar dichas acciones.
No estamos entrenados para hacer frente a todo ese ataque de estímulos que sufrimos constantemente.
No estamos acostumbrados a priorizar aquellos que nos causan algún beneficio sobre los que nada nos
aportan.
El caso es que nos dejamos llevar por la inercia del momento y por las circunstancias ejecutando
conductas de las que algunas veces nos arrepentimos, yendo a lugares a los que en realidad no queríamos
ir, repitiendo pensamientos que no nos aportan ningún beneficio.
Tu mente está diseñada para hacerte funcionar en modo automático, para hacer el menor gasto posible
y no esforzarse demasiado en aprender contenidos adicionales. Te ofrecerá alternativas para que al poco
tiempo te distraigas y dejes de prestar atención a lo nuevo, para continuar con los mismos hábitos y las
mismas conductas de siempre. Por lo que es probable que te distraigas con facilidad, puesto que tu mente
no está preparada para mantener demasiado tiempo el foco de atención en ese espacio en particular.
Está entrenada, en cambio, para dejarse llevar, distraerse con los pensamientos que se repiten una y
otra vez y es fácil que te dejes llevar y que acabes realizando todas esas conductas que están relacionadas
con los pensamientos que van surgiendo y que se van repitiendo, pues esto entra dentro de tu propia
configuración, de tu propia condición humana; es así como funciona tu mente.
Se hace difícil permanecer durante mucho tiempo con tu atención puesta en un solo punto, lo normal es
que pasado un tiempo te distraigas con otros estímulos que haya a tu alrededor, todo depende del tiempo
que lleves expuesto a esa tarea, del cansancio acumulado y de la propia satisfacción que estés
encontrando en aquello que haces.
Y es que no resulta fácil estar centrado en algo durante mucho tiempo. Tal y como está configurada
nuestra mente podemos distraernos con facilidad, casi sin querer, sin darnos cuenta. La tarea tendría que
ser demasiado absorbente para no dejarnos llevar por otros pensamientos distintos, por otros estímulos
externos que provoquen el cambio del foco de atención. Algunas tareas tienen un enorme poder de
atracción sobre nosotros en contraposición a otras que no lo tienen tanto.
CÓMO MANTENER EL FOCO DE ATENCIÓN
Cuando pones tu foco de atención en algo, tu mente solo está centrada ahí, todos tus sentidos se
emplean en la consecución de un solo objetivo: que es el de captar toda la información posible de aquello
en lo que estás enfocado en ese instante.
Puede parecer que no existe ninguna otra cosa que aquello en lo que está puesto tu foco de atención,
todas tus energías están puestas en lo que capta en ese momento tu interés. En ese instante el tiempo
pasa sin que apenas puedas percatarte de ello, notas cómo estás absorto en ese momento concreto, donde
puede parecerte que nada existe a tu alrededor. Estás por tanto inmerso en una concentración absoluta
en la que todas tus facultades mentales están a disposición de aquello que en ese momento estás
realizando.
Es difícil que algo pueda distraerte en esos momentos, sientes que te gusta lo que estás haciendo, por
eso continúas y pasa el tiempo sin que apenas te des cuenta de ello.
Tan solo se trata de insistir, es la única forma de conseguir resultados reales. Todo se aprende, queda
grabado en nuestra memoria a base de repeticiones. Aquello que reiteramos con más insistencia es lo que
se fija con mayor rapidez, sobre todo si viene acompañado de un fuerte contenido emocional. Es así como
se produce el aprendizaje de muchos contenidos y de la mayor parte de la información que poseemos
proveniente del exterior, de nuestro entorno más inmediato.
Por ello, es importante dónde pongamos nuestro foco de atención repetidamente, pues esto creará el
contenido que luego se repetirá en nuestra conciencia una y otra vez convirtiéndose así en la base de lo
que acabamos siendo; pues aquello que realizamos repetidamente nos convierte en lo que somos en cada
momento.
Lo que observas del exterior es tan importante o más que aquello que existe dentro de tu propio
interior, de aquello que puedes observar dentro de ti cuando te detienes a contemplar esos pensamientos
que surgen de forma automática y que se hacen conscientes.
En realidad, esos pensamientos o la mayor parte de ellos se refieren a contenidos que han venido del
exterior y que has captado mediante la percepción y la atención.
Por tanto, es importante dónde fijemos nuestra atención, puesto que aquello que observemos formará
parte de nosotros en el futuro, nos influirá de tal forma que puede delimitarnos o bien ayudarnos a
potenciar aún más nuestras propias cualidades.
Nuestro foco de atención no necesariamente tiene que estar relacionado con la ejecución de una
determinada acción. También podemos enfocarnos en un tema en concreto a nivel mental sin que
actuemos, sin que esto nos lleve a la realización de una determinada conducta.
Para nuestra mente no hay distinción, a nivel cerebral existen los mismos efectos. Da lo mismo ejecutar
una acción que pensar o imaginar que esa misma acción la estamos realizando, las consecuencias vienen
a ser las mismas. El impacto es igual. Solo nos basta con que observemos la imagen en nuestra mente de
algo que nos emocione para que sintamos lo mismo que si esta fuera real.
Pero si importante es, en ese sentido, el control de los pensamientos que podemos atisbar en nuestra
conciencia, también lo es el control de las conductas que realizamos cotidianamente, pues estas de alguna
manera están en el origen, son la fuente también de la aparición y el surgimiento de esos pensamientos
que luego se van a repetir con mayor frecuencia y que nos obligarán, mediante esta cadena sin fin, a que
sigamos manteniendo el hábito de enfocarnos en el mismo lugar siempre, día tras día, de que acabemos
ejecutando las conductas que están relacionadas con esa actividad determinada.
Observar y dejar pasar
Para lograr mantener el foco de atención hay que tratar de seguir concentrado en la propia mente, en lo
que allí ocurre, sin dejarte influir por ningún pensamiento, idea o imagen que aparezca de forma
repetitiva o inesperada.
Se trata, por tanto, de detenerse a observarlos y dejarlos pasar sin más hasta que vayan
desapareciendo y perdiendo todo su poder e influencia.
Entonces empezarás a notar un mayor control sobre la situación y sobre ti mismo. Te adueñarás de tu
propio espacio interior tomando las riendas de todo lo que ocurra en tu conciencia; será como volver al
origen de lo que eres.
Si desde el principio hubiéramos tenido claro que teniendo el control sobre ese espacio dominaríamos
el resto de cosas que nos sucediera, seguramente nuestra vida sería ahora bien distinta de lo que es.
Esta práctica para ti debe ser como un entrenamiento continuo para poder ver resultados. Si
acostumbras a centrar tu atención en todo aquello que pasa en tu conciencia y en los pensamientos que
están teniendo lugar en cada momento, con el tiempo aprenderás a parar esa cadena con mayor facilidad,
lo irás consiguiendo en la medida en que lo vayas practicando.
Al principio solo podrás mantener el foco de atención en este proceso por un tiempo limitado, puesto
que tu mente tenderá a seguir ofreciéndote esos pensamientos automáticos a lo que estás acostumbrado.
Será con el paso del tiempo y con la práctica como podrás mantener tu atención y el control de una forma
más continuada y eficaz.
Sabremos controlar las distracciones que nos inundan diariamente a cada paso y de forma repentina.
Las detectaremos antes de que traten de conducirnos hacia otro foco de atención. Sabremos mantener la
paz y la serenidad cada vez durante más tiempo y esto se convertirá en hábito, y transformará nuestra
existencia dotándonos de otro carácter, de otro propósito y otra identidad.
Aunque seguiremos sintiendo esa necesidad de distraernos, porque estamos acostumbrados a que
nuestra mente funcione de esa forma las veinticuatro horas. Tiene que ver con la manera en la que
estamos configurados, de nuestro funcionamiento natural; pero podemos perfeccionarlo y adecuarlo para
que tenga una actividad mucho más óptima para nosotros mediante la práctica y la costumbre por nuestra
parte de permanecer en ese estado en el que observamos lo que ocurre y controlamos ese flujo de
pensamientos repetitivos, observándolos y permitiendo que se sucedan uno tras otro sin vernos afectados
por ello.
Por tanto, en el momento en que surjan pensamientos que traten de desconectarte del foco de atención
que en realidad deseas, debes tratar de relajarte lo máximo posible manteniendo la calma y la paz,
dejando que esos pensamientos distractores pasen sin que te afecten y te obliguen a seguirlos para llevar
a cabo las acciones que quieren que realices.
Evitar las distracciones
No es fácil distanciarnos de la realidad que nos rodea, esta tiene un sinfín de estímulos que nos
avasallan a cada paso y nos distraen de aquello en lo que queremos poner nuestro foco de atención. Se
hace necesario, por tanto, estar atentos a todo aquello que nos pueda distanciar de lo que queremos
realizar, anticipándonos a los propios estímulos e influencias que hacen que nos desviemos de las acciones
que en el fondo queremos y deseamos llevar a cabo.
Se trata de estar alerta para que todos esos estímulos externos no nos puedan influir, para seguir con
nuestra tarea dejando pasar las distracciones que nos puedan sobrevenir, sobre todo en los momentos de
mayor cansancio, cuando apenas nos quedan fuerzas para continuar en una tarea si llevamos demasiado
tiempo en ella.
No es sencillo concentrarse cuando tu mente divaga entre muchas distracciones y no está centrada en
un solo punto. Para que cueste menos la concentración, debería ser siempre el mismo punto donde
deberíamos enfocar nuestra mente, si son varios es normal que nos distraigamos con facilidad.
Para evitar la distracción es importante que aquello que hagamos lo hagamos todos los días, así nuestra
mente se centrará con mayor facilidad.
El foco de atención, por tanto, debe ser el mismo siempre, para que nuestra mente, de forma
automática, se mantenga enfocada por más tiempo. De esta forma trabajará en función de cómo sepamos
dirigirla, manejarla. Nosotros, al fin y al cabo, somos lo que decidimos dónde poner el foco de atención, en
qué actividad ocupar el tiempo y nuestra energía.
Si la entrenamos de este modo ella sola adquirirá los mecanismos automáticos para habituarse a un
determinado modo de pensar, a un tipo de pensamientos que van a ir en una dirección determinada,
siempre relacionados con los mismos contenidos o al menos con un tipo de información muy parecida.
Tenemos la capacidad suficiente como para salir adelante solucionando todos aquellos temas que se nos
van presentando en el día a día, pero para ello se hace necesario estar centrados en el foco de atención
que cada situación requiera en cada momento. Si andamos distraídos en otros quehaceres y no hacemos
caso a lo que nuestra vida realmente demanda, andaremos perdidos sin un horizonte, sin un propósito, sin
una identidad a la que agarrarnos. Deambularemos sin saber quiénes somos realmente, copiando las
conductas de los demás, de aquellos que nos rodean, siendo otros pero nunca nosotros mismos.
Depende de tu voluntad
La mayoría de las veces tú decides la información que entra dentro de ti, determinas el contexto donde
te desenvuelves la mayor parte del tiempo y de ti depende que pongas el foco de atención en una cosa o
en otra, en un objeto o en otro.
En este sentido, es importante y entra en juego tu voluntad y tu capacidad de decisión a la hora de
elegir las situaciones y aquello a lo que vas a prestar atención, aquello en lo que vas a centrarte, dónde
vas a obtener esa información que luego formará parte de ti, puesto que una vez que la captes la llevarás
siempre consigo; eres tú el que toma el control de todo cuanto ocurre dentro de ti.
Tendrás también que ser tú, por medio de tu voluntad y a través de tu interés por cambiar, el que
obligue a tu cerebro a prestar atención a los nuevos contenidos y a la nueva información que deseas que
se implante, de cara a producir un cambio en todas las direcciones.
13. La quietud
Cuando te encuentras a solas contigo mismo en la quietud, descubres un espacio para conocerte y
observarte, para plantearte muchas cuestiones que pasan desapercibidas cuando estás rodeado de otras
personas en la rutina frecuente, ejecutando los hábitos diarios.
En la quietud hallas el verdadero conocimiento y la paz interior, desde la cual puedes conectar con lo
que eres y con lo que has venido a hacer aquí, con tu verdadero propósito.
Es un espacio de tranquilidad donde dejan de influirte muchas cosas que te afectan. En ella tan solo te
limitas a estar en paz contigo mismo, sin permitir que ninguna idea te atrape y te conduzca allí donde no
quieres ir.
La quietud es un medio que te ayuda, que te posibilita dejar de ser alguien programado desde la
sociedad y desde sí mismo de forma inconsciente. Alguien que se dedica a repetir acciones dentro de una
amalgama de hábitos que forman parte de una programación que tú mismo te creas a base de repetir
patrones de comportamiento desde que te levantas hasta que te acuestas. Hábitos que vienen propiciados
por lo que tú crees que la sociedad te exige pero que no son adaptativos para ti porque carecen de un fin
determinado. Simplemente se generan para que gastes ahí tu energía y no lo hagas en otra clase de
actividades más coherentes.
QUÉ SE LOGRA
Cuando te encuentras a solas contigo mismo percibes muchas más cosas que cuando te encuentras
activo, interactuando con el medio exterior.
Llegas a percibir lo que existe a tu alrededor con otra mirada y por supuesto todo lo que proviene de tu
propio interior. Posees mucha más calma para observarlo todo desde otra perspectiva más objetiva y
cercana a la verdad de las cosas.
Tienes más tiempo para detenerte en los pequeños detalles que en una situación normal, donde pueden
pasarte desapercibidos muy fácilmente.
Es una situación en la que sientes que tienes el control, te da una posición en la que puedes observar de
forma privilegiada lo que acontece dentro de ti.
Sientes cómo muchas cosas dejan de afectarte, de influirte. Tan solo estás tú ahí en ese momento, a
solas contigo mismo, sin apenas percepción del tiempo.
Todo fluye con naturalidad, de una forma más nítida. Sientes que estás más cerca de solucionar tus
problemas, pues esa quietud te hace ver con claridad mucho más meridiana todo lo que existe alrededor
de una circunstancia. Te hace tener una visión más global de las cosas.
Si desconectamos por un momento con el mundo que nos rodea podemos llegar a tener otra visión,
verlo desde otra perspectiva, desde otro punto de vista.
Tienes puesto el foco de atención más en ti que en cualquier otra cosa, pero tu capacidad perceptiva
parece que se amplía y tienes una visión mucho más completa de la realidad, de todo cuanto acontece
tanto fuera como dentro de tu propio interior.
Cuando nos detenemos y buscamos el silencio, algo sucede dentro de nosotros mismos. Parece que todo
se para en ese momento, los pensamientos siguen sucediéndose, pero muchos estímulos que había a
nuestro alrededor y que estaban captando nuestra atención pierden su influencia sobre nosotros y dejan
de atraernos, y desistimos de poner allí nuestro foco de atención que en ese momento se dirige a nuestro
espacio interior, a nuestro mundo interno, donde hay muchas cosas que nos siguen influyendo pero que
son observadas de otra forma más serena, más detenida.
Control del pensamiento
En la quietud uno puede darse cuenta de lo que ocurre en la mente, de los pensamientos que
transcurren por la conciencia. El estado normal de actuar repetitivamente, realizando siempre las mismas
conductas, no nos da pie, no nos facilita esa posibilidad de una forma tan clara como lo hace ese estado de
quietud y de observación.
Si logramos encontrar ese remanso de paz y de sosiego, seremos más conscientes de nosotros mismos y
de lo que estamos haciendo, podremos entender mucho mejor por qué surgen algunos pensamientos a
nuestra conciencia mientras que otros en cambio se quedan aletargados en nuestra memoria esperando a
surgir en otro momento.
Observaremos que la mayoría de pensamientos que afloran de forma automática están relacionados con
aquellas acciones que hemos realizado últimamente.
Solo cuando hay un momento de verdadera quietud podremos observar el funcionamiento de nuestra
mente, el fluir de los pensamientos, de las imágenes, a nuestra conciencia.
Cómo esas imágenes se repiten una y otra vez; cómo tienen que ver con experiencias que hemos tenido
en nuestro pasado y que han venido cargadas con un impacto emocional que ha hecho que se quedaran
grabadas en nuestra memoria para siempre.
Para todo ello se requiere que contemos con esa calma que podemos entrenar cada día, la cual nos
puede ayudar a tomar conciencia de esto que ocurre en el interior de nuestra propia mente.
Cuando te encuentras a solas contigo mismo te das cuenta de la importancia que tienen algunos
pensamientos, de muchas actitudes que tienes ante la vida que si no te detienes no eres consciente de
ellas.
Por eso es recomendable tener todos los días al menos un momento de quietud y de paz, y un lugar
donde puedas encontrarte contigo mismo para observarte y mirar con otros ojos todo aquello que te esté
sucediendo.
Solo en esa serenidad puedes observar este flujo de pensamientos teniendo la oportunidad de
valorarlos, de detenerte en ellos, de dejarlos pasar, de que fluyan, de no acabar haciendo aquello que
sugieren que hagas. Te da, desde luego, otra perspectiva, como si te observaras a ti mismo desde fuera.
Todo se ve desde otra óptica. Puedes tener la posibilidad incluso de dirigir tus propios pensamientos
eliminando aquellos que no sean de tu agrado o que entiendas que no te producen ningún beneficio y
aceptar aquellos que sean más de tu preferencia por entender que se ajustan más a aquello que deseas
hacer.
El tiempo de reacción ante la aparición de cada nuevo pensamiento se hace mayor, tienes más espacio
para tomar una decisión sobre cada nueva idea que surge a tu mente. Por tanto, será más difícil que te
dejes llevar por cada pensamiento que aflore a tu conciencia.
Si mantienes tu atención sobre ti mismo, en ese estado de escucha interior y de observación de todo
cuanto ocurre en tu mente, te resultará más fácil encaminar tu vida, pues esta comenzará a dirigirse allí
donde realmente deseas y no donde te lleven tus pensamientos provenientes de tu programación mental
inconsciente y repetitiva.
Entrar con frecuencia en este estado nos ayuda a organizar mejor nuestras ideas y pensamientos, nos
ayuda a distribuir mejor el contenido de nuestra propia mente al existir la pausa necesaria para que toda
la información que va fluyendo se vaya organizando de una forma más eficaz. Por lo que llegamos a tener
una mayor claridad en los pensamientos que observamos, en las imágenes que fluyen y en el resto de
contenidos que van transcurriendo por nuestra conciencia.
El silencio es un espacio de enorme creatividad, desde donde podemos iniciar las ideas que deseemos
sin dejarnos llevar por los pensamientos automáticos y repetitivos que afloran de nuestro inconsciente,
para que continuemos gastando nuestra energía vital en acciones programadas por nosotros mismos, en
base a repeticiones descontroladas fruto de nuestros hábitos cotidianos.
En un estado de completa relajación, nuestros pensamientos surgen del nivel más profundo, más
cercano a lo que somos. Se apacigua el ruido mental propiciado por pensamientos repetitivos. Surgen a
nuestra conciencia otra clase de reflexiones, menos habituales y más cercanas a lo que es nuestra
esencia, más en consonancia con lo que somos realmente. No aparecen de forma tan repetitiva e
incesante como los pensamientos habituales sino de una forma más armoniosa, más lenta, propiciando un
estado de paz interior que ayuda a mantener ese encuentro contigo mismo que tan solo se produce en ese
espacio de quietud y de silencio.
Por tanto, existe en ese estado una mayor armonía, pues la influencia del exterior, del mundo externo,
es menos intensa en el sentido de que en esa situación no estás atendiendo a los estímulos externos que
puedan venir de fuera en ese momento. Estás más centrado en aquello que proviene de tu propio mundo
interior, del mundo de tus pensamientos, en la forma como estos tienen de aflorar a tu conciencia.
En el silencio logramos parar nuestra actividad mental de alguna manera. Podemos percibir que, si
detenemos esos pensamientos automáticos que más se repiten, estos dejan de aparecer con tanta
frecuencia permitiendo en su lugar otros que parecen estar escondidos pero que no han aflorado hasta
ese momento porque los pensamientos habituales han ocupado un lugar preponderante, un espacio donde
deberían aparecer esos otros pensamientos para que seamos conscientes de ellos y podamos observarlos.
La única forma de poner freno a toda esta vorágine de pensamientos repetitivos es pararse en la
quietud, aprender a ser cada vez más conscientes de todo cuanto ocurre, saber hacer esa pausa en el
momento preciso que nos ayude a separar aquello que nos beneficia de lo que nos perjudica.
Solo podemos hacerlo a solas con nosotros mismos, en el silencio y en un estado de paz interior que nos
permita mantener la quietud necesaria para encontrar el equilibrio en nuestras propias decisiones. Si lo
hacemos de una forma repetida conseguiremos en poco tiempo grandes logros que notaremos enseguida
en nuestro propio estilo de vida y sobre todo en nuestra forma de actuar y de estar en el mundo.
A veces tan solo consiste en parar y dejarse arrastrar por el silencio y la quietud. Esto puede llevarte a
un mundo desconocido para ti hasta ahora. Si te abandonas en el silencio, puedes llegar a encontrar un
espacio dentro de ti lleno de creatividad, propenso para crear nuevas ideas y nuevos pensamientos; así
como una nueva visión de la realidad.
Puedes desde ahí llegar a un control sobre tus propios pensamientos y sobre la dirección que estos
tomen, así como de su contenido y su frecuencia de repetición. Logras limitar las imágenes que aparecen
en tu mente que hacen que veas solo esa parte de la realidad y no todo el conjunto.
Podemos aclarar, de este modo, con mayor clarividencia todas esas dudas que no sabemos cómo
resolver. Desde ese estado de quietud nos resulta mucho más fácil distinguir aquellos pensamientos que
nos pueden conducir a un buen resultado de aquellos que nos llevan a cometer una y otra vez los mismos
errores.
Si consigues permanecer en un estado de relajación solo unos minutos al día, comprobarás cómo fluye
todo de otra manera; no te sentirás tan bloqueado por tus propios pensamientos; encontrarás cierta dosis
de paz a través de la que percibirás una armonía que no hallas en una situación normal, en la que
acostumbras a estar activo y en tensión y más pendiente de otras cosas que acontecen a tu alrededor.
En un estado de tranquilidad y de paz parece como si todo estuviera en orden, como si no hubiera
tantos problemas; como si los pensamientos no tuvieran tanto poder sobre ti ni fluyeran con tanta rapidez
como lo hacen normalmente.
Conocernos a nosotros mismos
La quietud te ayuda a estar más en contacto con tu propio interior, a descubrir que hay todo un mundo
desconocido ahí dentro; a indagar más; a entender que es la base de lo que somos y de lo que hacemos
cotidianamente y de aquello en lo que nos acabamos convirtiendo. Observarlo es la mejor manera de
conocernos, de entender cómo funcionamos.
Desde el estado de quietud todo se ve de otra forma, bajo otro prisma muy distinto de como lo
observamos de forma habitual. Es un espacio desde el que advertimos detalles que se nos escapan cuando
percibimos normalmente.
En tal estado tenemos la pausa y el tiempo necesario para darnos cuenta en seguida de las causas que
han originado nuestras propias ideas y el conjunto de pensamientos que las han propiciado; del origen de
las imágenes que más se repiten y las razones por las que experimentamos las distintas emociones que
nos inundan en cada momento.
En realidad, se trata de un estado que nos pone en contacto con el origen de todas las cosas, nos hace
ver con detenimiento aquello que pasa desapercibido normalmente ante nuestros ojos. Desde ahí tenemos
una visión más clara de la realidad que nosotros mismos nos creamos al unir la información proveniente
de nuestros sentidos con la que ya teníamos almacenada.
Logramos tener una relación mucho más cordial con nosotros mismos, pues de esta manera
conseguimos conocernos de una forma más detallada. Llegamos a comprender la razón por la que en
muchas ocasiones fijamos nuestra atención en una misma idea hasta que esta se convierte en obsesiva y
repetitiva; entendemos mucho mejor la razón de nuestras conductas impulsivas, de nuestros hábitos,
tanto los que nos dañan como los que nos causan un beneficio; estamos más cerca de poder cambiar
muchas actitudes y comportamientos que no nos conducen a ningún lado, que no nos llevan a ningún fin
concreto y que nos hacen perder el tiempo y el consiguiente gasto de energía.
Estar en la quietud te lleva a ir más allá de lo que hay detrás de tu personaje, de tu ego. Te lleva a
encontrarte contigo mismo, a conocerte aún más si cabe; a aprender a controlarte; a estar más cerca de
encontrar la explicación de todo cuanto ocurre, tanto fuera como dentro de ti mismo.
En esos momentos de paz extrema, de silencio y quietud, puedes encontrarte con lo que realmente
eres, con tu verdadero ser. Se establece un encuentro contigo mismo en un espacio al que siempre
querrás volver, pues no hay nada negativo en ese momento ni nada que pueda distraerte, separarte de ese
instante.
Mediante esta técnica puedes llegar a conocer muchas cosas de ti mismo, muchos mecanismos internos
que hacen que te comportes de una determinada manera o de otra. De esta forma encontrarás muchas
explicaciones por las que comprenderás mucho mejor aquello que eres o lo que has sido hasta ahora.
Entender todos estos mecanismos de funcionamiento de tu mundo interno, potencia un mayor
conocimiento de ti mismo y por lo tanto te ayudará a mejorar en todos los niveles de tu vida, tanto a nivel
externo como interno, tanto en lo que se refiere a lo que son las relaciones con los demás como en
factores de tu propia personalidad.
Nos ayuda a estar más en contacto con nuestra verdadera esencia, con lo que somos realmente, por lo
que nos conduce a actuar con una mayor coherencia interna, en sintonía con nuestro auténtico ser y con
nuestro verdadero propósito.
Cuanto más tiempo estés en contacto con ese espacio que hay dentro de ti, más conexión tendrás con tu
propio ser, con tu propia esencia. No te dejaras arrastrar tanto por las historias de tu pasado y por las
elucubraciones de tu futuro. Nada te separará de lo que eres o de lo que quieres llegar a ser. Nada te
distraerá en tu camino de búsqueda de ti mismo.
En esos momentos en los que te encuentras contigo mismo, eres tú realmente el que piensa y toma las
decisiones. Si no partes de ese espacio y de esa quietud, será realmente tu propio ego el que tome las
decisiones y te guíe allí donde en realidad no quieres ir, obligándote a ser aquello que no quieres ser. No
llegarás a estar conforme con lo que haces realmente.
Solo serás el fruto de tu propia programación mental, repitiendo una y otra vez los mismos hábitos sin
que puedas ponerles freno en ningún momento. Te dejarás conducir por tu propio inconsciente, que es
donde se alojan los patrones de comportamiento repetitivos, dejando de ser tú el que tome las decisiones
más importantes para tu vida.
En todo caso, no estarás conforme con lo que harás, notarás que algo te falta, que no estás completo
con esa forma de ser y de actuar.
Si lo buscamos con frecuencia llegaremos a transformarnos verdaderamente. Toda nuestra vida
cambiará para mejor. Percibiremos el cambio a medida que vaya transcurriendo el tiempo si practicamos
esta situación de forma periódica. Nuestra mente se adaptará a este nuevo hábito y en poco tiempo
comenzaremos a percibirnos a nosotros mismos de otra forma.
Solo en el silencio podrás encontrarte contigo mismo, con lo que eres en realidad, dejando que fluya tu
pensamiento y las ideas que aparecen en tu conciencia sin identificarte con ninguno de ellos, sin dejarte
llevar por las ideas que allí surjan, sin creerte nada de lo que ves.
Llegar a ese estado no parece una tarea sencilla a primera vista, pero con la práctica del silencio y la
quietud podemos adentrarnos en nuestro propio mundo interior, en el mundo de los pensamientos que
circulan por nuestra mente donde las emociones nos revelan un significado y cada imagen aparece como
una consecuencia de un contenido que quiere manifestarse, abrirse paso para que fijemos toda nuestra
atención en él.
Empiezas a aprender que en el silencio te encuentras contigo mismo, que solo desde la quietud puedes
redirigir tu vida hacia aquello que realmente importa, a lo que te hace feliz.
Comprenderemos, del mismo modo, mucho mejor, de una manera más detallada y completa, cómo
funcionamos y cómo somos en nuestras relaciones y ante las circunstancias y las experiencias que nos
suceden, ante hechos inesperados que nos ocurren.
Adivinaremos de una forma más precisa todas esas reacciones que tenemos en nuestro contacto con los
otros, en nuestras relaciones; así como las reacciones que tienen los demás cuando establecemos contacto
con ellos, pues detrás de cada gesto, de cada palabra, del lenguaje utilizado, hay una causa, una razón de
ser que explica que se utilicen esos y no otros exactamente.
Podrás descubrir la riqueza que hay en tu interior.
Control de nuestra conducta
Todo son ventajas si logras encontrar ese momento todos los días y consigues parar el tiempo por un
instante. Serás mucho más consciente de la vida y de todo cuanto te rodea. Te ayudará a entender muchas
de tus conductas que a veces ni tú mismo comprendes. Todo ello te proporcionará otro saber, otra forma
de estar en el mundo y otra forma de vivir y de actuar.
Desde el estado de quietud observamos toda esa información desde una posición más objetiva y serena,
sin distracciones de ningún tipo. Podemos valorarla con más detenimiento y sacar las mejores
conclusiones posibles sin el impedimento de la prisa y las circunstancias externas que en muchas
ocasiones nos obligan a tomar decisiones precipitadas de las que luego nos arrepentimos por no
acomodarse a lo que realmente somos o pretendemos ser.
Observar todo cuanto te rodea, pero sin dejarte influir por aquello que ves, sin dejarte llevar por las
impresiones que percibes de tu entorno no actuando impulsivamente ‒conducido y obligado por la
primera reacción que tengas ante algo que está aconteciendo en ese momento‒, puede ser logrado si nos
acostumbramos a vivir desde la calma y la quietud, sin adelantarnos a aquello que ya está aconteciendo,
sin precipitarnos en nuestros planteamientos y conclusiones sobre aquello que observamos.
En ese espacio tenemos una visión más global y más completa de los resultados que obtenemos de
nuestras acciones, de las consecuencias que conlleva actuar de una determinada manera. Y por lo tanto
obtenemos un mayor margen para mejorarnos a nosotros mismos empleando dicha información en las
acciones siguientes, progresando de este modo con cada acción que ejecutamos.
No hay mayor encuentro que el que se produce contigo mismo en la soledad y en el silencio. Puedes
hacer un balance de tu vida, reconocer los errores que has cometido; así como ser consciente de todo
aquello que puedes hacer para mejorar en el futuro. Ideas que no nos sobrevienen si estamos inmersos en
la cotidianidad de nuestros hábitos, por lo que en la mayoría de las veces no disponemos de apenas
tiempo para detenernos a reflexionar y mucho menos a analizar con detenimiento aquello que nos ocurre.
En ese momento logras detener el círculo vicioso en el que estás inmerso, en las conductas habituales
que repites una y otra vez como si fueras un robot programado. Consigues romper esa inercia que te lleva
a no ser tú mismo sino alguien que repite un mismo programa una y otra vez de forma inconsciente.
Del silencio y de la quietud surgen las mejores ideas, otra clase de pensamientos mucho más positivos
para nosotros que pueden ayudarnos a modificar muchos hábitos y actitudes que tengamos y que nos
puedan estar dañando sin que seamos muy conscientes de ello.
Esta pausa, tan necesaria, nos lleva a tener el control cada vez más sobre nosotros mismos, sobre
aquello que ocurre en nuestra propia mente. Al final nos convierte en otra clase de personas muy distintas
a la que somos habitualmente en nuestro contacto con el mundo y la realidad.
Nos posibilita que podamos parar de forma inmediata esa cadena interminable, a modo de círculo
vicioso, y que implantemos y acabemos ejecutando otra clase de conductas más acordes con nuestro
propósito interno, con aquello que deseamos ser en realidad.
El silencio nos ayuda a observar cada situación con otro punto de vista. Nos impulsa a estar en el
mundo con una mayor presencia, con un mayor nivel de control de lo que sucede, tanto a nivel externo
como interno. Es una buena base para poder desempeñarnos mejor, posteriormente, en todas aquellas
cosas que hagamos, pues seremos más conscientes de nuestros actos y de las consecuencias que conlleva
actuar de una determinada manera.
Si te habitúas a estar a solas contigo mismo, en ese espacio de paz interior en el que te conviertes en
observador de todo lo que allí acontece, obtendrás un poder que antes no poseías que contribuirá a un
mayor control de tu vida en lo sucesivo, en todo aquello que emprendas y realices conforme a tu propósito
tanto externo como interno.
Todos estos cambios pueden ser generados desde esa situación de quietud y paz interior, desde donde
podemos llegar a tener un dominio sobre nuestra propia conciencia y sobre los pensamientos que
transcurren por ella.
Gestionar las emociones
El contacto habitual con el silencio nos dota de una calma que se hace necesaria a la hora de gestionar
nuestras propias emociones. Nos facilita esa pausa conveniente para percibirlas, para preverlas
adelantándonos incluso a ellas y gestionarlas de una forma mucho más adaptativa para nosotros.
La búsqueda del silencio puede ser un buen antídoto para el sufrimiento, para lograr que este se
detenga. Si logramos detener toda influencia externa también aprenderemos, de la misma forma,
mediante la práctica del silencio, a detener aquellos pensamientos que nos causan dolor.
La situación de relajación, de silencio y de quietud, ya de por sí es propensa para que se genere una
clase de pensamientos que potencian tu propia paz interior. En ese estado de quietud tu mente siempre
tratará de buscar una coherencia con el estado emocional que en cada momento tengas; a no ser que tú
mismo, a través de técnicas como la relajación y la meditación, vayas modificando ese estado
progresivamente de forma que lo cambies a otro distinto.
En ese caso también se modificará la frecuencia y el contenido de los propios pensamientos que a partir
de ese momento comiencen a surgir y que observarás en tu conciencia.
Por lo que tenemos la capacidad de modificar nuestro propio estado emocional a través de estas
técnicas y herramientas. Podemos lograr de este modo modificar la clase de pensamientos que surgirán
en torno a cada estado determinado que tengamos o que logremos crear en cada momento, tanto
voluntaria como involuntariamente.
Cada estado emocional viene propiciado como consecuencia de aquello que nos sucede en el exterior,
por los acontecimientos a los que estamos expuestos, por las experiencias que nos suceden y también por
la forma en la que nos sentimos a nivel interno, dentro de nuestro propio interior.
Ambas partes generan un estado emocional que a su vez propicia y genera pensamientos relacionados
que potencian y ayudan a mantenerlo durante un tiempo determinado sin que seas muy consciente de
ello.
Esto solo es posible percibirlo mediante la relajación, en una situación de silencio y de quietud y
poniendo el foco dentro de tu mundo interno, en todo lo que allí acontece en cuanto a pensamientos y
emociones se refiere.
Solo es factible en una situación de concentración en la cual no te influya nada del mundo exterior,
cuando no tengas ningún tipo de distracción en el sentido de que ningún estímulo externo pueda
separarte de ese foco de atención que debes mantener en ti mismo.
Esto te llevará a tener otra clase de actitud, otra forma de afrontar las cosas, otra mirada, y una
serenidad y una calma que antes no tenías y que ahora pueden surgir del interior de ti mismo. Gracias a
esta práctica no te dejarás guiar tanto por tus propias emociones sino por lo que realmente deseas o
entiendes que es lo correcto en cada momento.
CÓMO SE ALCANZA
Solo cuando uno se detiene y mira por un momento en su interior puede descubrir toda la riqueza que
hay allí y que permanece oculta aparentemente, ya que no prestamos la debida atención puesto que
nuestros sentidos están más centrados en aquello que ocurre más a nuestro alrededor que dentro de
nosotros mismos.
Para conseguir la tranquilidad más plena hay que aislarse de todo ruido, de cualquier distracción que te
impida concentrarte en ti mismo, en aquello que ocurre dentro de tu mundo interno. Con la práctica
puedes ir adquiriendo un método eficaz por el que te irá costando cada vez menos adquirir esta calma y
este sosiego que se requieren para contactar con ese espacio interior, desde donde todo se ve con otra
perspectiva, de una forma más objetiva y cercana a la verdad.
Para evadirnos totalmente de la realidad necesitamos buscar espacios de silencio, donde nada pueda
molestarnos y distraernos, alejados de todo estímulo externo que pueda captar nuestra atención y que nos
obligue a abandonar esa mirada hacia nosotros mismos.
Es importante que sepamos desconectar diariamente del ruido, de todo lo que nos distrae de nuestro
verdadero camino, el que debemos recorrer siendo nosotros mismos.
Todo esto es posible solo desde la quietud más extrema, sin que nada te distraiga en ese momento, sin
que nada te perturbe, aislado en la paz más absoluta, a solas contigo mismo, observándote, sin prisas de
ningún tipo. De este modo, sí es posible generar cambios dentro de tu propia mente, dentro de tu propio
sistema de pensamiento.
El problema es que no podemos permanecer inactivos durante demasiado tiempo, ya que nuestro
cuerpo contiene una energía que nos empuja irremediablemente a hacer algo con toda seguridad, por lo
que al final acabamos haciendo alguna acción que tendrá que ver con alguna idea o pensamiento que haya
transcurrido, aunque haya sido de una forma puntual, por nuestra conciencia.
En muchas ocasiones nos sentimos acelerados a causa del propio devenir de los acontecimientos, o por
hábito, o porque nos contagiamos de aquellas personas que nos rodean que funcionan a un nivel de
activación muy alto. Y sin darnos cuenta pensamos que nosotros también debemos que tener ese ritmo de
acción, la misma celeridad para realizar las actividades de la vida cotidiana.
Pausa para observarnos
Para lograr el estado de quietud solo hay que saber parar y observar nuestra mente, que es como un
caballo indomable que con el paso del tiempo vamos conociendo. De esta forma vamos estudiando sus
debilidades y la forma de tomar sus riendas.
Solo es suficiente parar para percibirlo. Para darte cuenta de que hay algo más dentro de ti, que está
esperándote y que solo puedes encontrar si decides tomarte un tiempo para ti cada día practicando ese
encuentro contigo mismo desde la quietud y el silencio.
Solo es posible este conocimiento si logramos realizar esa pausa necesaria buscando un momento de
silencio donde nada nos distraiga y entremos en contacto con lo que somos, observando aquello que se
encuentra dentro de nosotros mismos.
Mediante la práctica se consigue realizar adecuadamente este ejercicio, por el cual logramos la paz
interior observando nuestros propios pensamientos y emociones.
Todo va muy rápido, de ahí la dificultad de poder controlar esos procesos mentales donde se toman las
decisiones que nos hacen ejecutar las conductas que finalmente acabamos desarrollando.
Para ello se requiere una gran dosis de paciencia y de práctica en la autoobservación, desde la cual
podemos aprender a establecer ese respiro necesario para conseguir los cambios oportunos que pueden
llevarnos a ser cada vez más conscientes de lo que ocurre, de lo que observamos tanto a nivel externo
como en el interior de nosotros mismos.
Debemos ejercitarnos en hacer diariamente ese paréntesis, necesario para aprender a ser cada vez más
conscientes de aquello que ocurre en nuestro propio interior. Para aprender a dilucidar fácilmente aquello
que nos proporciona un beneficio en contraposición con lo que nos perjudica.
Es cuestión, tan solo, de centrarse en ese espacio donde no hay pensamientos y mantenerse ahí. Todo lo
que surja de ahí siempre será bueno para ti, pues será algo qué nacerá de tu propia esencia, no estará
contaminado por las percepciones de la realidad ni por los filtros que tu propia mente utiliza para depurar
toda esa información proveniente del exterior antes de enviarla a tu memoria.
Todo consiste en la práctica que tengas, de encontrarte contigo mismo habitualmente buscando ese
estado de paz y de silencio para observar todo aquello que sucede dentro de ti, en tu conciencia, el lugar
de donde todo parte, donde aparecen tus pensamientos y donde existen espacios donde no hay
pensamiento, que son propensos para la creatividad y para la regeneración de ti mismo, para que
aparezca un nuevo ser mucho más coherente y humano y más cercano a lo que en realidad eres.
Solo es posible hacer este ejercicio periódicamente con un poco de voluntad por nuestra parte, siendo
conscientes de la mejora que podemos llegar a alcanzar y de los beneficios que podemos obtener al ser
conscientes de cómo nos afecta cada pequeño detalle, cada imagen que visualizamos, cada emoción que
sentimos propiciada por cada situación concreta a la que nos exponemos.
Es cuestión de un poco de empeño por nuestra parte para hacer esa tregua en el torbellino de acciones
en el que vivimos en nuestra vida cotidiana. Es cuestión de proponérselo, para empezar a vivir una vida
más plena y llena de sentido y de significado, sin dejarnos llevar por los impulsos internos.
LA PAZ INTERIOR
Solo cuando encuentras la paz interior puedes descubrir cuál es la inmensidad de tu mundo interno.
Aprenderás que dentro de tu propio interior hay todo un mundo lleno de posibilidades, que ahí está toda
la información de lo que eres, que se encuentra archivada en tu memoria y que proviene de todas y cada
una de las experiencias de tu pasado. Entendiendo y conociendo lo que realmente eres puedes
proyectarte hacia el futuro, hacia lo que realmente quieres llegar a ser; se trata de conocerse primero
para llegar a ser después.
La paz interior nos ayuda a poner el foco de atención sobre nosotros mismos, y esto a su vez nos lleva al
conocimiento de cómo somos.
Existe otra forma de ver las cosas desde nuestra interioridad, desde nuestra propia paz interior, desde
donde podemos observar todo aquello que ocurre dentro de nosotros, en nuestra propia mente.
Desde la paz interior puedes observar tu vida con una mayor precisión, llegando a ser más consciente
de lo que eres y de lo que deberías dejar de ser. Observas con mayor claridad el lugar donde quieres
llegar y la forma de conseguirlo. En ese momento nada te perturba, nada te afecta ni te influye, ni te
desvía de lo que eres.
Conseguirás de esta forma una paz interior jamás sentida antes. Te conducirá a tratar de repetir esa
situación en lo sucesivo, muchas más veces, pues será una situación en la que, cada vez que vuelvas, te
encontrarás contigo mismo siempre, con tu esencia, con lo que eres en realidad.
A medida que te vayas observando, tu paz interior se irá agrandando, se extenderá dentro de ti hasta
que se convierta en algo cotidiano y te transforme en otra persona más auténtica y fiel a tu verdadera
esencia.
Es en ese remanso de paz cuando podemos encontrarnos, cuando podemos tener la oportunidad de
decidir hacia dónde dirigirnos, de tener la ocasión de orientar nuestra propia vida, de encaminar el rumbo
fallido.
Desde ese punto podemos iniciar un nuevo camino, una nueva dirección que nos lleve hacia lo que
realmente queremos ser.
Tendrás la ocasión de tomar el control sobre lo que ocurre en tu mente, y sobre todo aquello que te
influye proveniente del exterior que te lleva a ser aquel que no eres en realidad, que te conduce a
comportarte de una forma incongruente con lo que realmente sientes. Al aumentar nuestra capacidad de
dominio sobre nosotros mismos nos guiaremos por la vida con un mayor equilibrio y seguridad.
Habrá por tanto un mayor dominio de los pensamientos y de toda esa vorágine de imágenes que se
suceden una tras otra repetidamente por nuestra conciencia. Lograremos cambiar el rumbo de nuestros
razonamientos, haciendo que esta vez afloren aquellos otros que se encuentren más cerca de nuestra
identidad real, de lo que siempre quisimos ser.
Solo es posible desde nuestra propia paz interior modificar y realizar estos cambios de unos juicios por
otros, aminorar y frenar la aparición de los pensamientos que más se repiten en nuestra conciencia.
A medida que vaya pasando el tiempo y que transformes esta práctica continuada en un hábito, desde
ese espacio de quietud y de paz interior que llevan a un control del propio pensamiento, puede surgir un
nuevo ser con otra mentalidad y otra actitud ante la vida mucho más positiva y constructiva; alguien más
auténtico y en consonancia con lo que quieres ser.
Percibiremos que las circunstancias externas nos influirán en mucha menor medida. Entenderemos
mucho mejor las causas de todo cuanto nos acontece. Seremos cada vez más conscientes de todo lo que
hay detrás, de lo que se oculta en el trasfondo de las cosas, de cada detalle.
Será un espacio de paz al que querremos volver siempre, en todo momento. Será nuestro refugio desde
el cual conseguiremos esa calma tan necesaria en tantas ocasiones para hacer frente a las dificultades
que la propia vida nos presenta.
Y es que, desde la propia paz interior todo se ve de otra forma, te afecta menos todo lo que pasa por tu
mente: los pensamientos, las imágenes y el resto de contenidos que surgen a veces sin pretenderlo.
Ves las dificultades de la vida desde otra perspectiva más tranquilizadora, más calmada. Sabes realizar
las pausas necesarias en los momentos oportunos, cuando hay que realizarlas, para no dejarte llevar por
los primeros impulsos que puedes llegar a sentir ante una determinada circunstancia.
Cuando hay paz en tu interior estás más cercano a la objetividad de las cosas, a verlo todo con una
mayor claridad, sin que muchos elementos del exterior te influyan. Lo ves todo desde una posición
privilegiada, lo que te da una mayor claridad a la hora de juzgar los hechos que acontecen, las
experiencias que tienes. Puedes llegar a hacer una lectura más fiable de aquello que te ocurre, de las
causas que están propiciando que continúes con unos hábitos determinados.
El que logra realizar esta práctica comprobará que tiene grandes beneficios para su bienestar y su
salud mental.
Cómo se alcanza
La paz interior es algo que se consigue mediante un hábito que tiene que ver con llevar una vida
coherente con uno mismo. Cuidando que aquello que haces vaya en relación con lo que realmente piensas.
Se alcanza mediante la coherencia entre los actos y aquellos pensamientos relacionados con el ideal de la
persona que quieres llegar a ser.
Cuando realizo una acción que va en consonancia con aquello que pienso que es lo mejor que podría
hacer en ese instante, me siento conforme conmigo mismo. Esto proporciona una tranquilidad y una paz
que no se encuentra, no se obtiene, cuando de forma inconsciente se cae en conductas repetitivas que al
final te obligan a realizar acciones de las que uno luego se arrepiente, y que distan mucho de las que se
deberían de haber hecho. En este último caso no se cuenta con la certeza de haber actuado conforme a lo
que realmente se tenía que hacer, lo que provoca una inquietud que llena de inseguridad y desconfianza a
la persona cuando obra de esta manera.
La paz interior es algo que hay que ganarse todos los días, con una actitud consecuente con el ideal de
persona que queremos llegar a ser.
Del mismo modo, se alcanza siempre que tenemos la convicción de que hacemos lo correcto, aquello
que teníamos que hacer en ese momento determinado. A veces, lo correcto para mí no tiene por qué
coincidir con lo que es correcto para otra persona, ahí puede haber disparidad de opiniones.
Es cierto que para llegar a alcanzarla también es indispensable conocerse primero: saber la persona
que quieres ser y si va en consonancia tu conducta actual con ese ideal. Para esto, como se ve, también es
importante el propio autoconocimiento. Es tan esencial llegar a él que determina y nos proporciona la
posibilidad de sentirnos bien con nosotros mismos, lo cual nos llena de una paz interior a la cual debemos
aspirar en todo momento, pues nos colmará de un bienestar mucho más intenso que cualquier otra
vivencia más pasajera y superflua.
Cuando se vive en la quietud y en la observación de nosotros mismos es mucho más fácil llegar a ese
conocimiento y a esa paz interior, pues tenemos la posibilidad de desechar todos aquellos pensamientos
que nos conducen a actuar de una forma contradictoria, distinta a lo que realmente queremos ser.
Es un ejercicio que puede aprenderse mediante la práctica continuada. Si nos ejercitamos en ello todos
los días obtendremos resultados positivos. Tan solo se trata de dedicar un tiempo a observarnos mirando
con atención los pensamientos que fluyan a nuestra conciencia y dejándolos pasar, deteniéndonos solo en
aquellos que guarden relación con lo que queremos ser, con aquellos que nos lleven a acciones coherentes
con nuestro propio ideal de persona.
Acabaremos llevando una vida mucho más plena y llena de sentido, más coherente y adaptada al
modelo de ser humano que pretendemos ser.
Ello solo es posible mediante la práctica continuada y repetida, gracias a la cual aprenderemos a
realizar diariamente esa pausa que nos lleve a ese estado de quietud desde el cual podremos observar
todo cuanto ocurre, desde el que alcanzaremos el control de cada situación y de nosotros mismos.
Si te paras, de alguna manera también se para el tiempo y encuentras ese espacio necesario para ver
con objetividad el estado en que te encuentras: si tu vida es satisfactoria o en cambio vives en un mundo
de desasosiego e infelicidad.
14. Las relaciones
Nuestro destino viene condicionado de alguna manera por los demás, sobre todo por aquellas personas
que nos rodean y que son más cercanas a nosotros. Muchas de las decisiones que tomamos están en
función de esas personas; elecciones que posibilitan o implican que tomemos una dirección determinada
en nuestra propia vida, en aquello que en un momento concreto nos propongamos como meta personal.
El hecho de que dependamos en algunas ocasiones de otras personas o que otras personas dependan de
nosotros, hace que muchas de las decisiones que tomamos sean cruciales para nosotros y para nuestro
destino, que estén influenciadas por aquellas personas que nos rodean y con las que tenemos un contacto
más personal.
Nos guiamos a la hora de actuar en la mayoría de los casos solo por referencias externas, donde
únicamente tenemos en cuenta nuestro entorno más inmediato, lo que pensarán las personas que nos
rodean habitualmente y sobre las que entendemos que debemos causar una buena impresión, una buena
imagen. Pensamos que si conseguimos esto nos ayudará a seguir manteniendo nuestras relaciones
habituales con estas personas, con las que ya tenemos establecidos toda una serie de lazos de amistad
desde hace tiempo.
INFLUENCIA EN EL CONOCIMIENTO DE NOSOTROS MISMOS
En parte somos lo que hacemos, lo que repetimos una y otra vez, incansablemente. Es lo que nos
convierte en una clase de persona determinada, lo que permite que los demás puedan etiquetarnos e
identificarnos.
Con nuestras acciones habituales nos comunicamos con el mundo y con el resto de personas que nos
rodean. A través de ellas nos relacionamos con el exterior; vamos ocupando un lugar en el mundo; nos
socializamos con el resto, con aquellas personas que están más cercanas a nosotros. Por nuestros actos
los demás nos conocen, se relacionan con nosotros, se hacen una idea de cómo somos y de cómo podemos
reaccionar dentro de la interacción que establezcan con nosotros.
En nuestra relación con el resto vamos observando sus reacciones; así como lo que pensamos de
nosotros mismos en cuanto a la forma de relacionarnos con los demás, teniendo en cuenta aquello que nos
dicen sobre lo que piensan de nosotros, sus respuestas ante lo que hacemos manifestadas a través de su
lenguaje tanto verbal como no verbal.
Vamos perfilando, de este modo, nuestra personalidad y nuestra forma de actuar ante los demás
mediante ensayo y error. Corregimos aquello que entendemos que no nos ayuda de cara a mejorar y
potenciar nuestras relaciones con el fin de aumentarlas en la medida de lo posible para que cada vez estas
sean más fructíferas y satisfactorias para nosotros.
No es posible conocernos completamente si no contamos con la información que aquellas personas que
nos rodean nos aportan acerca de nosotros mismos, de lo que somos en realidad.
Gracias a esta información podemos tener una idea aproximada de lo que somos realmente, del impacto
que tienen nuestras actitudes y conductas. Mediante este conocimiento que se genera en la interacción
que establecemos con los demás, podemos averiguar muchos aspectos acerca de la realidad y del mundo
que nos rodea que de otra forma desconoceríamos totalmente.
La influencia de los demás es más importante de lo que pensamos. Parte de lo que somos lo hemos
aprendido de la observación que hemos realizado desde nuestro nacimiento sobre aquellas personas que
nos han rodeado y que han estado cerca de nosotros.
Cuando interaccionas con los demás puedes aprovechar la información que estos te facilitan que tenga
que ver contigo. De alguna manera nos conocemos, obtenemos información acerca de nosotros mismos,
en la relación con los demás, en la interacción que establecemos con aquellas personas que nos rodean
habitualmente dentro de lo que es el entorno en el que nos desenvolvemos, en el que hacemos nuestras
actividades cotidianas.
Gracias a esa información podemos llegar a conocernos plenamente, logramos entender las
consecuencias que tienen determinadas reacciones que tenemos y muchas otras revelaciones que
obtenemos tanto del lenguaje verbal como no verbal en la comunicación que establecemos con los demás.
Por ello necesitas ese contacto frecuente con las personas que te rodean, para comprender de este
modo, gracias a ese vínculo que estableces con los otros, el funcionamiento de tus propias emociones, que
posibilitará encauzarlas de una forma más adaptativa, más saludable, pues cuentas con la información
que estos te proporcionan: cómo ellos te ven y cómo te ves a ti mismo a través de su mirada.
Todos esos datos se procesarán en tu mundo interior y se reunirán con otra información que ya posees.
Sacarás tus propias conclusiones acerca de quién eres, del papel que juegas en la sociedad en la que
vives, en el mundo que te rodea, y gracias a ello lograrás tener tu propia identidad como persona
mediante la que podrás identificarte y tener claro el camino que has de recorrer para ser tú mismo, a la
vez que te sentirás adaptado en el medio que te rodea.
Será una información valiosa para entender finalmente cómo somos, qué tenemos que hacer para
mejorar nuestras relaciones, cuáles son nuestras carencias, cómo mejorar nuestra comunicación cuando
nos dirigimos al resto de la gente que nos rodea para que nuestro mensaje de aquello que queremos
transmitir llegue de forma correcta a su receptor y cumpla con el objetivo que nosotros pretendemos con
esa información concreta.
En la relación que establecemos con los demás tratamos de comprobar si las características de ese
personaje que creamos para interaccionar en la sociedad que nos ha tocado vivir son adecuadas para
poder relacionarnos con el resto o bien hay que establecer alguna modificación porque entendamos, a
través de la información que los demás nos devuelven, que nuestra forma de ser y de actuar no es la
apropiada para poder adaptarnos convenientemente a nuestro entorno más cercano.
Toda esta información es enriquecedora, pero puede perderse, diluirse, si luego no tenemos ese espacio
para nosotros en el que procesemos esa información y hagamos una lectura tranquila de todo ese
contenido que hemos obtenido del exterior y que puede ayudarnos a corregir muchas deficiencias y
limitaciones que nosotros mismos hemos podido crearnos a través de nuestros propios pensamientos, de
nuestras creencias erróneas; que pueden permanecer durante mucho tiempo dentro de nosotros si no
obtenemos la adecuada información del exterior proveniente de la vinculación que alcanzamos en el
contacto con los otros, con las personas que nos rodean.
Del mismo modo también es importante la percepción de tu mundo externo, del entorno que te rodea,
de las personas con las que te relaciones. Todo ello te aportará una información que se hace necesaria
para entenderte mejor a ti mismo, para saber desempeñarte con acierto y eficacia en todo aquello que
emprendas, en todo aquello que quieras ser o quieras hacer.
INFLUENCIA EN LA SOLUCIÓN DE PROBLEMAS
Tenemos que contar con el conocimiento que los demás nos aportan con su experiencia para poder
seguir avanzando, solucionando los problemas que se nos van presentando. Es la única manera de seguir
adelante, de otra forma estaríamos estancados siempre en el mismo lugar, pues para resolver algunas
dificultades no tendríamos las suficientes herramientas y habilidades y no avanzaríamos. Ello limitaría
nuestro desarrollo tanto social como personal.
El conocimiento de los demás es importante para seguir adelante, para solventar las dificultades que
vayan apareciendo en el camino.
Si tenemos un contacto habitual con la realidad obtendremos más habilidades y conocimientos para
solucionar las dificultades que se nos van presentando en cada momento.
Cuanta más conexión tengamos con el mundo en el que vivimos, con el entorno que nos rodea, más
realistas seremos a la hora de afrontar los desafíos que se nos presenten. Mayores serán nuestras
relaciones con los demás, por lo que tendremos una vida mucho más rica y placentera en todos los
sentidos.
El beneficio que nos aportan los demás, las personas que nos rodean y con las que tenemos contacto
habitualmente en nuestro entorno más inmediato, es incalculable a todos los niveles. Hemos aprendido a
resolver muchas situaciones porque para nosotros han servido de modelos y nos hemos fijado en ellos
cuando se han enfrentado a esas mismas situaciones.
Incluso influyen cuando decidimos dejar de hacer algo porque ya conocemos las consecuencias que
puede acarrear si continuamos con la idea de seguir actuando, simplemente porque esas consecuencias
ya las hemos visto en los demás mediante la observación y la información que hemos obtenido en la
relación con ellos.
Por tanto, el contacto con los demás nos ayuda a situarnos en el mundo que nos rodea, nos facilita
conocimientos para que nos desenvolvamos de una forma más efectiva resolviendo los problemas
cotidianos que nos van surgiendo a medida que establecemos contacto con todo aquello que nos rodea.
Los demás también son importantes puesto que pueden darnos su apoyo en momentos de necesidad. El
hecho de sentirnos respaldados cuando lo necesitamos hace que nos levantemos con más facilidad,
nuestra propia motivación personal aumenta si contamos con la ayuda de otras personas que quieran
prestarnos su atención en los momentos de mayor dificultad.
De los demás aprendemos y también somos ayudados. Por tanto, en todos los casos hay que tender
siempre al establecimiento y mantenimiento de relaciones sociales puesto que los otros juegan un papel
fundamental en aquello que somos y en lo que acabamos siendo. Juegan un papel primordial en los
conocimientos que podemos llegar a tener acerca de todo aquello que nos rodea.
INFLUENCIA EN LA ADAPTACIÓN A LA SOCIEDAD
Para nosotros es muy importante sentirnos que estamos adaptados a la sociedad en la que vivimos, en
el entorno que nos rodea, en el que desarrollamos nuestra vida habitualmente y donde tenemos nuestros
contactos sociales habituales que nos ayudan a sentir que formamos parte de una sociedad que nos
acepta siempre y cuando respetemos las normas sociales vigentes. Somos conscientes de que si nos
salimos de esas normas podemos tener problemas o causarlos a aquellos que tenemos más cerca.
En realidad, vamos tratando de adaptarnos poco a poco, a medida que nos vamos desarrollando, al
entorno donde nos va tocando vivir. Todo es una continua adaptación y para ello tomamos como referencia
toda la información que proviene tanto de nuestro exterior como del interior de nosotros mismos, de lo
que pensamos que somos en cada momento y del impacto que creemos que tienen nuestras acciones y
nuestras actitudes ante las personas que nos rodean habitualmente.
Es un devenir continuo de información de uno y otro lado. Tenemos que ir gestionando todas esas
indicaciones al mismo tiempo para ir sacando sobre la marcha conclusiones de cara a realizar
posteriormente algunos cambios en el caso de que estos sean necesarios.
CONSECUENCIAS DE VIVIR AISLADOS
La persona inactiva que realiza pocas acciones de cara al exterior tiene muchas más dificultades para
las relaciones, para que estas puedan ser satisfactorias, pues las personas cercanas que tenga al lado
tendrán dificultades para poder situarla, saber cómo es. Desconocerán a qué se dedica, no podrán
ubicarla en una posición que permita tener un cierto grado de conocimiento para poder interaccionar con
ella de un modo satisfactorio; y todo ello derivado del desconocimiento propiciado por la falta de actividad
de aquella.
Por ello, es importante siempre tratar de no aislarse demasiado de quienes nos rodean, de nuestro
círculo más próximo. Se hace necesario mantenerse siempre activo de cara al exterior para poder
conservar siempre viva la llama de nuestras relaciones sociales.
Uno solo puede realizarse en la medida en que se siente insertado en la sociedad, en el entorno más
inmediato que le rodea en cada periodo de su vida, en función de las circunstancias concretas que le
acompañen en cada momento.
Somos seres sociales y nos realizamos en la medida en que estamos en contacto con el otro. Ello nos
ayuda a irnos conociendo mejor, pues la información que los demás nos proporcionan nos posibilita un
mayor conocimiento de nosotros mismos.
No es bueno perder el contacto con la realidad, con el mundo exterior. Lo aconsejable es compaginar la
observación de tu mundo interior, la atención a tu vida interna, con tu propio desempeño en tu vida
externa, en el entorno que te rodea, en el contexto en el que vives. Pues alrededor de esto también se
encuentran las claves para poder desenvolverte de una forma más clara y auténtica en el entorno en el
que habitas.
Por tanto, es importante tu contacto con el mundo y con los demás, con las personas que te rodean; y al
mismo tiempo también es aconsejable no apartarse de esa relación que debes tener contigo mismo,
dentro de tu mundo interno, en ese espacio donde te encuentras para observarte, para analizarte y ver si
ese personaje que actúa en el exterior se corresponde con lo que eres realmente, con tu auténtico ser, o
con aquello que te gustaría ser y que aún no eres.
Es necesario compaginar esos dos mundos para que haya una verdadera armonía en tu vida, es la única
forma de alcanzar un verdadero equilibrio entre lo que piensas realmente y lo que al final acabas
realizando. Es la única forma de que haya una coherencia entre ambas cosas. Para ello se hace necesario
el conocimiento adecuado de tu propio mundo interior, de los pensamientos y de la función que estos
cumplen y de la manera que tienen de fluir a tu conciencia.
Y es que no puedes vivir aislado, separado de tu mundo externo, no puedes distanciarte de los demás:
ellos cumplen una función muy importante para que te puedas desarrollar en toda tu plenitud. No puedes
vivir al margen de ellos, dejarías de tener una información muy valiosa cada día para comprenderte mejor
a ti mismo y conocerte, para saber dónde te encuentras en cada momento.
No puedes vivir sin esa parte externa de ti, sin toda la riqueza que te proporcionan las relaciones
interpersonales, pues estas son básicas para tu desarrollo evolutivo. Por lo que todo contacto que
establezcas con tu mundo externo siempre será positivo para ti, será un nuevo aprendizaje, un nuevo paso
para conocerte aún más, para ser aún mejor de lo que eres, para llegar aún más lejos de donde crees que
puedes llegar.
Si no cuentas con los demás estarás vacío, sentirás que falta algo en tu vida. Ellos te proporcionan esa
parte emocional que necesitas para sentirte completo como persona. Hay determinadas emociones que no
puedes llegar a sentir en su plenitud si no es con el concurso de los demás, si no cuentas con la existencia
de los otros, y por tanto no puedes prescindir de ellos, pero tampoco puedes pretender que todo tu mundo
gire alrededor de las personas que te rodean, hay que lograr un equilibrio entre ambas cosas.
Todo este conocimiento es importante porque nos ayuda a mejorarnos a nosotros mismos como
personas y todo aquello que tenemos proyectado realizar en el futuro. Nos ayuda a progresar como seres
humanos, por lo que no podemos perder nunca de vista el contacto con los demás, la importancia que
tienen las relaciones personales, pues somos seres sociales que para desarrollarnos plenamente
necesitamos del contacto con los otros.
Si vivimos aislados no seremos seres completos, siempre notaremos una carencia, sentiremos que nos
faltará algo si no contamos con aquello que nos aportan los demás, las personas que nos rodean, con las
que establecemos lazos de amistad donde expresamos nuestra afectividad.
Sin esta faceta no podríamos completarnos como personas, nos convertiríamos en seres aislados, con
muchas carencias y dificultades para establecer una comunicación fluida de cara al exterior. Tendríamos
grandes limitaciones a la hora de desenvolvernos en la sociedad cuando tuviéramos que solucionar algún
problema para el que necesitáramos de la ayuda de los otros, de la colaboración de alguien que tuviera las
habilidades para poder solventar esa dificultad con la que nos encontráramos, pues tenemos que ser
conscientes que nosotros no podemos resolverlo todo, no siempre contamos con toda la información que
se necesita para solucionar las dificultades que van apareciendo en nuestra vida.
Si nos alejamos del mundo, de la realidad que nos rodea habitualmente, desconocemos muchas cosas
necesarias para desenvolvernos convenientemente en el entorno en el que vivimos y tendremos mayores
dificultades en afrontar aquellos problemas que nos puedan surgir en cualquier momento, cuando
tratamos de actuar en esa realidad.
Tendríamos enormes inconvenientes si decidiéramos prescindir de los otros en nuestra vida, si
elimináramos por completo las relaciones personales y sociales. Careceríamos de las habilidades
suficientes para entablar unas adecuadas relaciones con las personas con las que podríamos establecer
algún tipo de contacto.
Si vivimos aislados, lo normal es que al final no estemos conformes con nosotros mismos, puede ocurrir
que nos sintamos extraños, poco adaptados a la sociedad en la que nos ha tocado vivir.
La soledad que tiene sentido, aquella que es enriquecedora, es la soledad buscada conscientemente
para encontrarnos y conocernos a nosotros mismos. La soledad que no es buscada, sino que nos viene
impuesta por las circunstancias, sin que nosotros la deseemos, nos produce un daño emocional y un
sufrimiento que deberíamos evitar a toda costa.
Somos seres sociales y como tales siempre tenderemos a buscar a los demás para relacionarnos y llevar
una vida de convivencia con los otros, con aquellos que están próximos. Es el único medio para poder dar
un sentido pleno a nuestra vida.
Sin el concurso de los demás no es posible llevar una existencia plena, totalmente satisfactoria, que
pueda llenarnos completamente. Sin el contacto con los demás tarde o temprano llegaríamos a la
conclusión de que nos falta algo en nuestra vida, que no es posible vivirla en soledad.
Alguien que viva su vida aislado, sin contacto con los otros, evidentemente poseerá muchas menos
habilidades y actitudes que aquel que ha estado rodeado siempre de otras personas que han podido
enseñarle muchos conocimientos de los que carecía y muchas alternativas de cara a la solución de sus
problemas cotidianos y habituales. Carecerá de una información que también es importante para su
propia supervivencia y que solo se encuentra en la socialización que se consigue llevar a cabo con las
personas que te rodean en el entorno habitual. Todo aquel que renuncie a esto último verá debilitado su
potencial para sobrevivir y solventar algunos problemas y dificultades que le pueden ir aconteciendo en
su vida cotidiana.
Somos seres sociales, no podemos vivir aislados del resto. Esto frenaría nuestra propia evolución como
seres humanos, no seríamos tan completos si decidimos vivir desde la individualidad, sin tener contacto
con la sociedad y con los demás. Las relaciones sociales nos ayudan a adaptarnos mejor al mundo en el
que nos ha tocado vivir, nos ayudan a ser más eficaces en todo cuanto hacemos, puesto que siempre
contaremos con la referencia de lo que hemos aprendido de los demás a la hora de hacer las cosas,
aprendizaje que adquirimos mediante la observación de los modelos que para nosotros son los demás,
sobre todo los más cercanos.
LOS JUICIOS SOBRE LOS DEMÁS
La persona que no emite juicios sobre los demás está en paz consigo misma, es un reflejo de que su
vida transcurre sin demasiadas alteraciones y de que no siente la necesidad de desahogarse enjuiciando a
los otros. No lo necesita, pues en ella no existe ningún tipo de negatividad ni de frustración que hagan
necesario sacar fuera pensamientos negativos acerca de los demás y sobre sí misma.
La persona que es negativa consigo misma también lo es con los demás, traslada la negatividad que
siente dentro de su propio interior hacia el exterior, hacia las personas más cercanas, aquellas que le
rodean habitualmente. Proyecta rápidamente su estado emocional al exterior y lo transmite a aquellos que
tiene más cerca, los cuales en la mayoría de las ocasiones no pueden evitar contagiarse por esas mismas
emociones negativas.
Debemos prestar atención, por tanto, a los juicios que emitimos sobre los demás, pues estos en realidad
no son más que el fiel reflejo de cómo nos vemos a nosotros mismos. Esto solo lo captan aquellos que son
muy observadores, puede pasar desapercibido para el resto.
15. El control
Llegar al control de uno mismo conlleva una cierta práctica que se puede ir adquiriendo poco a poco. Se
hace necesario para ello centrar la atención en los procesos que ocurren internamente cuando una
circunstancia se nos presenta pidiéndonos que actuemos, que hagamos algo al respecto. Ante esto, a
veces reaccionamos de forma automatizada, sin tener demasiado control sobre la situación, sin que
seamos nosotros mismos cuando ejecutamos una respuesta ante esa situación.
En todo caso, es importante que aprendamos a detenernos a tiempo, antes de cada reacción, aunque
tan solo sea un pequeño instante, para valorar y calibrar la forma de responder ante cada hecho concreto:
si es mejor esperar a tomar una decisión o actuar directamente ya, en ese momento, en función de lo que
demande esa situación que se nos presente en el momento en que esta suceda.
Ante determinados hechos, a veces, no es muy recomendable hacer lo primero que se te ocurra; en
otras ocasiones distintas puede que sí. Eso, en todo caso, lo dictará cada circunstancia y la manera en la
que esta suceda, lo que demande cada momento y la necesidad que tengamos de hacer esto o aquello.
La experiencia, en este caso, será la que dictamine cual es la mejor opción si es que tenemos alguna
elección, aunque también podemos contar con nuestra propia voluntad para conseguir pausar la decisión
por breves instantes, para poder tomar así la mejor alternativa posible.
Todo depende de saber detenernos a tiempo, pausando por un momento nuestras primeras reacciones
ante las demandas externas; de aprender a frenar a tiempo ese ímpetu que a veces nos invade y por el
que nos dejamos arrastrar perdiendo el control de nosotros mismos.
El hecho de hacer una pequeña parada antes de acometer una acción te servirá de ayuda para llegar al
control de ti mismo. Comprobarás con el tiempo que ya no actúas a la desesperada, que no sigues de
forma instintiva los primeros impulsos, sino que tus acciones se vuelven más calmadas y pausadas, que tu
comportamiento se torna más consciente a cada paso.
Esto se consigue con el autocontrol, haciendo ese paréntesis, en un estado de quietud y silencio donde
te observas a ti mismo siendo consciente de lo que está ocurriendo interiormente. Si esto lo practicas de
forma diaria obtendrás un autodominio bastante elevado sobre ti mismo y sobre tu propio pensamiento,
sobre tu propia mente.
Para ello se requieren unos altos índices de concentración. Se precisa que ningún estímulo externo te
distraiga, entonces entrarás en un estado de paz y de quietud donde eres tú el que tiene la posibilidad de
controlar todo esto que ocurre a nivel mental; también te da la posibilidad de tomar otra clase de
decisiones distintas a las que los pensamientos automáticos te invitan a tomar.
Se trata también de tomar conciencia de nosotros mismos; así como de nuestros comportamientos, de
nuestras actitudes, de aquello que sentimos cuando vivimos una determinada experiencia, del grado en
que esta nos afecta, de nuestra forma de reaccionar tan impulsiva a veces ante algunos hechos.
Para ello debemos adentrarnos dentro de nuestro propio mundo interior, que está compuesto tanto de
nuestros propios pensamientos como de las emociones que sentimos en cada momento y que en realidad
van unidas a la aparición de cada pensamiento. Siendo conscientes de cómo funciona todo este sistema
nos resulta más sencillo controlarlo, hacer que funcione de un modo mucho más adaptativo para nosotros.
Gracias a todo esto podemos llegar a un dominio de nosotros mismos que puede proporcionarnos una
mayor estabilidad emocional y conductual en la realización de nuestras propias acciones cotidianas.
De esta forma, para hacerte con el control de tu propia vida y de tu destino, si decides la clase de
pensamientos que han de permanecer y han de repetirse de forma continuada en tu mente, llegarás a
lograr una autorregulación completa sobre ti mismo; dejarás de guiarte por los primeros impulsos que
tengas ante los hechos que te vayan aconteciendo cotidianamente; renunciarás a seguir los primeros
pensamientos que te surjan ante una determinada circunstancia; valorarás la importancia que tiene
detenerse para hacer esa pausa necesaria y decidir en cada momento qué es lo mejor para ti, observando
claramente las consecuencias que puede acarrear seguir un pensamiento concreto o repetir una conducta
establecida que al final se convierte en hábito.
LA OBSERVACIÓN Y LA QUIETUD
Esto solo se consigue mediante la práctica continuada de la propia observación y la quietud, que son
como herramientas que nos sirven para actuar con una actitud más pausada y reflexiva.
Todo parece girar siempre en la misma dirección a no ser que detengamos la rueda ‒los automatismos
de nuestra conducta repetitiva‒ y empecemos a ser conscientes del momento en el que estamos viviendo
y de lo que sucede a nuestro alrededor. Se trata de observar con detenimiento en ambas direcciones para
saber establecer el punto donde debemos permanecer para seguir siendo nosotros mismos en cada
situación.
Es posible el autocontrol si somos capaces de observarnos a nosotros mismos ejecutando las tareas, de
contemplar del mismo modo nuestros pensamientos y la calidad y el sentido de los mismos.
Comprenderemos rápidamente dónde nos llevan nuestras ideas y todas esas imágenes que circulan por
nuestra mente de forma alocada, sin control, sin que podamos remediarlo. Solo llevando a la práctica este
ejercicio podemos llegar al dominio de nosotros mismos, de todo aquello que nos separa de lo que somos
en realidad.
Y esto se logra mediante la observación de uno mismo. Se consigue mediante esa práctica en momentos
de quietud, en los que no haya nada que pueda distraerte del exterior y separarte de lo que eres. Tan solo
se trata de pararse a observar aquello que en ese momento está presente en tu conciencia porque ha
aflorado de tu interior por alguna razón.
El hecho de ver todo ese proceso desde la tranquilidad y la quietud nos ayuda a prever y controlar esos
impulsos que en muchas ocasiones surgen de nuestro propio inconsciente y que nos llevan a la acción sin
poder controlarnos a nosotros mismos. Aparecen con tal carga de energía que se apoderan de nosotros de
tal manera que controlan nuestra propia voluntad y no conseguimos dejar que pasen sin más.
BENEFICIOS
Llegar a este nivel de autocontrol es llegar al autoconocimiento de uno mismo, saber cómo funciona
nuestro mecanismo mental y cómo actuar para modificar aquello que ocasiona malestar y sufrimiento.
Seremos mucho más conscientes de todo cuanto nos rodea y estaremos cada vez más cerca de entender
por qué suceden algunas cosas a las que antes no le encontrábamos ninguna explicación.
Si aprendemos a hacer esa pausa, tan necesaria en muchas ocasiones, antes de dejarnos arrastrar por
determinados pensamientos, comprobaremos, a medida que vaya pasando el tiempo, que podemos llegar
a controlar cada una de las situaciones que nos rodean. Alcanzaremos un mayor autocontrol y la manera
de estar en el mundo será muy distinta.
Nuestra mente se habituará a esta nueva forma de ser y de estar en el mundo, gracias a que hemos
aprendido a tener un mayor dominio sobre nosotros mismos y sobre lo que nos sucede internamente, en
nuestra consciencia.
A partir de ahí, si logras conseguir esto encontrarás toda una vida llena de posibilidades, entenderás
que muchas barreras a las que te enfrentas cotidianamente en realidad te las has puesto tú mismo a
través de tu propio pensamiento, que en realidad son ilusiones provenientes de tu inconsciente que puede
que no tengan nada que ver con la verdad.
Comprenderás que hasta ese momento, en realidad, te has dejado llevar por los espejismos de tu
mente, por aquellas creencias que tú mismo te has formado a partir de tus propias conclusiones subjetivas
que has ido elaborando de tu propia experiencia.
Todo ese conjunto es lo que ha hecho que tú seas de una determinada manera, aunque en el fondo de ti
mismo sigas pensando que no eres así realmente, que eres de otra forma, que hay algo más dentro de ti
que es distinto al personaje que se manifiesta en el exterior, en el contacto con los demás.
De otro modo, si no ponemos remedio a esto estaremos actuando como un robot que sigue las pautas de
una programación que nosotros mismos nos hemos creado a través de la repetición de conductas y
patrones de comportamiento, creando unos hábitos que nos conducen a actuar de una forma automática y
sin que podamos tener el control de la situación en ningún momento.
El autodominio te ayudará en aquellos momentos en los que tengas que actuar con calma y sopesando
tus acciones para no cometer ningún error del que luego puedas arrepentirte.
Cuando llegas a tener un mayor control sobre el número y el tipo de pensamientos en los que enfocarte,
empezarás a notar cambios en muchas facetas de tu vida, tanto a nivel conductual como emocional. En
verdad, dominar lo que ocurre en tu mente supone una gran evolución a nivel personal, un gran cambio
para ti. Será una de las mejores maneras de superar aquellos bloqueos que te limitan y que te impiden
avanzar y realizar aquello que en el fondo deseas hacer.
Otra forma de afrontar la realidad
Si aplicamos esta práctica a nuestro estilo de vida, llegaremos a tener otra percepción de la realidad
muy distinta. Ya no serán tanto los hechos externos los que nos influirán, sino la forma que tengamos de
reaccionar ante esos acontecimientos en la medida que nos dejemos arrastrar por ellos o no.
Por tanto, comprobaríamos que la clave no está tanto en lo que nos sucede, sino en la manera que
tenemos de gestionar internamente aquello que nos viene dado de fuera. Supondría, por tanto, un enorme
cambio para nosotros a la hora de afrontar los hechos y actuar ante la realidad.
Solo si nos hacemos con el control de nosotros mismos conseguiremos estar en el mundo de otra forma,
con otra actitud, con otra mirada. La vida ya no será algo que pase ante nosotros, pues tendremos un
mayor control sobre aquello que nos suceda. Sabremos dilucidar dónde está lo prioritario, lo que
realmente importa. Pondremos nuestras energías en aquello que realmente valga la pena. No nos
dejaremos arrastrar, ni mucho menos, por las primeras impresiones y opiniones, ni por lo que deseemos
inicialmente.
Cuando tomamos el control de nuestra propia vida, todo parece tener un sentido y un significado.
Entendemos perfectamente por qué suceden las cosas. Empiezas a verlo todo desde otro punto de vista
más objetivo y más cercano a la realidad. Dejan de preocuparte aquellas cosas que rompen tu tranquilidad
y tu paz interior; lo ves todo desde otra perspectiva.
Mayor coherencia
Aprenderemos a poner el foco de atención en nosotros mismos y no tanto en lo que suceda fuera, para
así poder dar una respuesta más acorde a lo que realmente somos o a nuestro ideal de lo que queremos
ser.
Encontraremos una mayor armonía en lo que hagamos. Todo tendrá una misma dirección más
coherente, más en consonancia con aquello que realmente deseamos hacer, que en muchas ocasiones no
acabamos haciendo por el simple hábito de seguir repitiendo siempre lo mismo, lo que resulta más
cómodo para nuestro cerebro pero que, a la larga, se convierte, en la misma medida, también en lo más
perjudicial para nosotros.
Si te dejas arrastrar por tus pensamientos y todas aquellas emociones que sientes en cada momento,
nunca tendrás el control de la situación ni de ti mismo. Vivirás inmerso en unos patrones de
comportamiento que harán de ti una persona muy distinta a la que realmente te gustaría ser.
Este control de ti mismo te da otra posición ante las experiencias que se presenten en tu quehacer
cotidiano. Desde esa posición puedes llegar a elegir qué ruta tomar ante un determinado hecho, ante una
situación concreta, teniendo el suficiente tiempo para poder elegir la opción que entiendas que es más
adecuada para ti y para lo que realmente quieres hacer.
Tu forma de actuar será más coherente con lo que eres, tendrás una forma de estar en el mundo más
auténtica y natural. No existirán dobleces: te manifestarás ante los demás tal y como eres en realidad, sin
la necesidad de representar a otro personaje que no se corresponda contigo, con la persona que piensas
que eres en el fondo de ti mismo.
En los hábitos
Las ventajas de actuar de este modo serán enormes. Nos daremos cuenta de las consecuencias de obrar
de esta manera con el paso del tiempo. Lo notaremos en nuestra actitud y en nuestros comportamientos.
Podremos modificar nuestros hábitos con mayor facilidad desechando aquellos que tengan malas
consecuencias sobre nosotros.
Una vez que encontremos el punto exacto desde donde poder tomar el control de nosotros mismos, tan
solo se hace necesario que pongamos nuestra propia voluntad al servicio del cambio que deseamos
realizar. Desde esa posición todo es más sencillo de modificar.
Aquello que consigamos dependerá de todos estos factores, que influirán de forma drástica en el
cumplimiento de todos aquellos objetivos que nos marquemos.
16. El cambio
Nos hemos dejado arrastrar por el ruido mental, por fingidas apariencias, por nuestro falso yo que es el
ego, y no hemos atendido a lo que realmente somos. Hemos estado en contra de nosotros mismos, incluso
sin saberlo, provocándonos un desasosiego interior que nos ha llevado a la infelicidad y para el cual no
hemos encontrado remedio.
Hasta que no nos encontramos con nosotros mismos y descubrimos dónde está la llave de nuestra paz
interior no nos percatamos antes de ello, porque nos dejamos arrastrar por la prisa y las circunstancias
externas que nos inventamos para llegar a tener una razón para seguir viviendo, para tener un motivo por
el que hacer las cosas.
Con los años vamos dando más importancia a conocernos un poco mejor de lo que lo hemos hecho
anteriormente, si es que alguna vez lo hemos intentado en serio. En esos momentos comprobamos las
grandes posibilidades que tenemos para hacer grandes cambios en nuestra propia vida, somos
conscientes del gran potencial que llevamos guardado dentro y que por no haber puesto en él nuestro
foco de atención ha permanecido dormido durante años, sin haber podido salir a la luz porque otros
pensamientos, tóxicos para nosotros, se han apoderado de nuestra mente y nos han conducido a actuar
siguiendo una programación mental creada mediante una repetición automática de conductas
inconscientes que se han transformado en hábito con el paso del tiempo, y que cada vez son más difíciles
de combatir y eliminar por el arraigo tan profundo que logran establecer dentro de nosotros sin que
sepamos nada de ello.
Otras personas llegan a cambiar por la simple curiosidad, porque les llama la atención el
funcionamiento de su propia psicología y analizan y reflexionan, y se observan, y entonces encuentran
herramientas para poder modificar muchas de las creencias y pensamientos que hasta ese día tenían. Si
aquello que advierten no les reporta ningún beneficio mantenerlo, tienen la posibilidad de modificarlo,
incluso de eliminarlo definitivamente.
POR QUÉ CAMBIAR
Lo habitual es que repitas y repitas siempre las mismas conductas en función de la hora del día en que
te encuentres. Prácticamente tu vida viene a ser la misma siempre.
Puede que no encuentres algo significativo que te saque de la rutina, por lo que merezca la pena
romper con todo y empezar a generar nuevas conductas y comportamientos distintos que te lleven a otra
clase de hábitos.
Si encontraras ese motivo intentarías dejar atrás todas estas rutinas que en realidad tampoco te
benefician mucho. Implementarías otras nuevas de cara a cambiar el estilo de vida que estás llevando en
la actualidad.
Posiblemente te convertirías en una persona distinta. Muchas cosas cambiarían en tu vida, pero
necesitas ese pequeño empujón que te libere de las cadenas y las ataduras de la rutina y de los hábitos
que diariamente repites una y otra vez.
Necesitarías, por así decirlo, un motivo lo suficientemente fuerte como para comprometerte, esforzarte
día a día para cambiar de forma drástica lo que viene siendo tu vida diaria.
A veces piensas que ese motivo debe ser externo, que algo tiene que sucederte que provenga del
exterior para que te animes a cambiar, a modificar tus propios comportamientos, pero por otro lado
también eres consciente de que ese motivo no necesariamente tiene que estar ahí fuera.
El sufrimiento
A veces preferimos no cambiar y mantener una misma actitud permanentemente porque no hemos
llegado a sufrir aún las consecuencias. Cuando entendemos que lo que hacemos no es bueno para
nosotros y sentimos que las cosas no van como deberían, entonces es cuando nos llegamos a plantear un
cambio, nos cuestionamos qué es lo que está ocurriendo y qué es lo que nos ha llevado a estar en esa
situación.
Entonces decidimos buscar soluciones, explicaciones para encontrar una salida que nos devuelva el
bienestar y nos solucione la dificultad que en ese momento estemos atravesando.
No anticipamos, por lo tanto, aquellas cosas que debemos hacer para cambiar, no lo hacemos hasta que
llega el momento en el que se hace necesario corregir el rumbo de nuestro comportamiento de cara a
modificar una serie de consecuencias que observamos y que entendemos que a la larga nos pueden
perjudicar impidiéndonos llevar una vida feliz y satisfactoria.
No somos capaces de intuir que existen algunas actitudes ante la vida que con el tiempo nos pueden
influir negativamente. Tan solo cuando vemos las consecuencias negativas que tiene actuar de una
determinada manera es cuando nos percatamos del error que hemos cometido, y es en ese momento
cuando comenzamos a buscar soluciones, algunas de las cuales implican llevar a cabo un cambio en la
manera de actuar e incluso hasta en la forma de pensar.
En muchas ocasiones, hasta que no se vive en una situación de necesidad extrema hay muchas
personas que no se ven impulsadas al cambio, no encuentran un motivo lo suficientemente fuerte como
para ponerse a trabajar para modificar las cosas. Simplemente nos dejamos arrastrar por la rutina ‒por el
bucle en el que nos vemos inmersos en muchas ocasiones‒ y no nos detenemos a analizar, a reflexionar si
los comportamientos que estamos teniendo hoy tendrán unas consecuencias negativas para nosotros el
día de mañana.
Solo cuando llegan las consecuencias y las observamos, y las experimentamos en nosotros mismos,
somos conscientes de ello. Por tanto, a veces el cambio se hace de forma obligada, por necesidad, o
porque no queda otro remedio.
Vivimos dejándonos llevar por las circunstancias de cada momento. Cuando pasa algún tiempo ocurre
que echamos una mirada atrás y observamos con detenimiento los errores cometidos. A veces parece que
es demasiado tarde para reaccionar o para intentar enmendarlos, y se nos hace muy costoso ponernos
manos a la obra para dar un giro a nuestras vidas y no volver a cometer las mismas equivocaciones que
algunas veces nos llevan a vivir una vida sin demasiado sentido.
Esto suele ocurrir cuando atravesamos alguna etapa de nuestra vida en la que no estamos demasiado
conformes con nosotros mismos, y entonces buscamos una salida que nos ayude a desprendernos de esas
circunstancias que en ese momento nos atenazan.
Esa intención de mejorarnos a nosotros mismos no suele aparecer cuando tenemos la sensación de que
todo nos va bien. No encontramos, en tal caso, la necesidad de cambiar nada; para nosotros está bien todo
tal y como está. Solo buscamos las causas de lo que nos pasa cuando no estamos conformes con lo que
está sucediendo, por lo que inmediatamente tratamos de buscar una solución para tratar de evitar el
sufrimiento.
Por lo tanto, tratamos de buscar el cambio cuando nos sentimos obligados, por necesidad de dejar atrás
aquello que nos daña y que nos impide ser felices. Es como una forma de sobrevivir, como una
herramienta más para nosotros que nos permite seguir existiendo a pesar de los infortunios y de todas
aquellas calamidades que padecemos en nuestro trayecto por la vida.
De todo ello vamos aprendiendo a lo largo del tiempo, tratando de no repetir los mismos errores. Si el
nivel de sufrimiento ha sido muy alto es más difícil que repitamos aquello que nos ha causado daño y que
no ha sido bueno para nosotros. Ponemos más empeño en tratar de evitar aquellos hábitos que más nos
han perjudicado y han contribuido a nuestro sufrimiento.
Todo depende del nivel de intensidad del daño sufrido. De este modo, podemos estar repitiendo algunos
patrones de comportamiento durante muchos años si estos no nos producen demasiados perjuicios, o en el
caso de que mantengamos la creencia de que no nos producen demasiados inconvenientes.
Podemos también estar engañándonos a nosotros mismos creyendo que determinadas actitudes y
conductas no nos dañan, para luego comprobar con el paso del tiempo que efectivamente sí que nos
estaban provocando una alteración que en ese momento no veíamos pero que más adelante hemos tenido
la ocasión de padecer sus consecuencias.
En los momentos de mayor tribulación existe un mayor esfuerzo por encontrar un camino de mejora
que nos ayude a seguir sobreviviendo. En los momentos de mayor dificultad, por lo general, tendemos a
preocuparnos con más ahínco en buscar soluciones a nuestros problemas. Tratamos de plantearnos dudas
que antes ni tan siquiera existían en nuestra mente. Estamos más atentos a lo que sucede, aquello que
puede estar causándonos algún tipo de daño.
Es cuestión de supervivencia. Es más difícil que nos planteemos buscar una salida cuando entendemos
que todo nos va bien. El ser humano es así, por lo general.
También ocurre que muchas personas, ante las dificultades, se dejan vencer por el negativismo y la
frustración y rápidamente abandonan toda la esperanza que se requiere en algunos momentos para
conseguir salir adelante.
El cambio radical de conducta se produce cuando sufrimos las consecuencias de un estilo de vida que
hemos tenido pero que no nos sirve, no es válido para aquello que pretendemos ser. Entonces nos
apresuramos ‒esto es lo más frecuente‒ en buscar una salida que sea satisfactoria para nosotros, que nos
haga abandonar ese estilo de vida y esos hábitos que nos perjudican y que están impidiendo nuestra
propia satisfacción personal y nuestro propio bienestar.
Aquí entra en juego también, como elemento importante para impulsar el cambio deseado, la necesidad
que tengamos de establecer esas modificaciones que se pueden requerir en un momento determinado
para cambiar el estado de una situación personal, una manera de convivir con esos pensamientos tóxicos
que te hacen daño y que te llevan a no ser tú mismo, que te conducen a actuar como un autómata, como
un robot, como alguien programado que no es consciente del todo de lo que hace y de las consecuencias
que acarrean sus actitudes y sus acciones.
Con el tiempo vamos siendo cada vez más conscientes de lo que nos ocurre, de las consecuencias que
tiene actuar de una determinada manera, de dar preponderancia a unos determinados pensamientos
sobre otros, de mantenernos demasiado tiempo centrados en unas emociones que pueden ser tóxicas, que
nos hacen daño sin que seamos conscientes del poder que tienen sobre nosotros, de cómo influyen en
nuestra manera de ver el mundo y en nuestra forma de hacer las cosas.
La evolución
Si no rompemos con nuestros hábitos ahora no evolucionaremos, no adquiriremos nuevos aprendizajes.
Nos limitaremos a repetir siempre lo mismo, lo que ya hemos aprendido. Para nuestro cerebro será lo más
cómodo porque así no tiene que realizar ningún esfuerzo, pero para nosotros será una limitación, pues no
tendremos la ocasión de aprender una nueva información que nos haga evolucionar y dar un paso cada
día más adelante.
Si te dejas arrastrar por los pensamientos negativos siempre seguirás en el mismo lugar. Tu vida se
detendrá siempre en el mismo círculo vicioso y vivirás en un bucle del que será difícil salir. Si no
introduces cambios y no rompes la cadena de juicios negativos no aprovecharás todo tu potencial ni los
recursos que ya se encuentran en ti pero que aún no han salido a la luz porque no has indagado lo
suficiente y aún no has descubierto los tesoros que se encuentran ahí, dentro de ti mismo.
Los objetivos
Dependemos de lo que hacemos, somos el fruto de nuestras acciones. Una determinada conducta
repetida continuamente tiene unos resultados sobre nosotros que van configurando lo que somos, en este
caso lo que hacemos en la sociedad, en el mundo en que nos ha tocado vivir.
Dependiendo de la calidad de nuestras acciones, así será nuestra calidad de vida. Si nuestras acciones
no son constructivas, no se dirigen a un fin beneficioso para nosotros, estaremos perdiendo un tiempo
valioso en otro tipo de cosas que posiblemente no nos conduzcan a nada y de las que luego nos
arrepentiremos por el tiempo derrochado en ellas y por la energía gastada, por no lograr un resultado
positivo.
Con el tiempo evaluamos estos actos, aquello que hacemos, analizamos el impacto que está teniendo
sobre los demás y también sobre nosotros mismos; el tipo de comportamiento y actitudes que tenemos
ante las cosas que nos acontecen cotidianamente. Si observamos que con nuestras conductas no estamos
consiguiendo los objetivos que perseguimos, aquello que nos hemos marcado como meta última,
entendemos que tenemos que rectificar sobre la marcha y cambiar aquello que no funciona, aquel
repertorio de acciones que no tienen el fruto esperado.
CÓMO CAMBIAR
Nuestra vida es un continuo perfeccionamiento, una constante superación de nosotros mismos en la
que establecemos un diálogo interior mediante el que vamos analizando todo aquello que nos va
ocurriendo en el día a día, sacamos conclusiones de lo que nos acontece y a partir de ahí definimos
nuestro plan de acción, tomamos decisiones acerca de cómo actuar en una determinada circunstancia
ante un problema específico; y por ensayo y error vamos aprendiendo lo que debemos dejar de hacer y lo
que tenemos que empezar a instaurar como nueva conducta, como nuevo comportamiento, de cara a que
esas situaciones que no queremos que se repitan vuelvan a producirse.
Una vez que la persona pone en práctica una determinada conducta, pensando que con ella va a
cambiar la situación, puede por un lado comprobar si existe una mejora o en cambio observar si todo se
mantiene igual; o incluso si va a peor, lo que le llevará a concluir que por ese camino no es viable una
solución, que hay que tratar de buscar otra estrategia que sea más eficaz.
Las experiencias no sirven de nada si no aprendemos de aquello que nos pretenden transmitir, de la
enseñanza que se deriva de cada una de ellas. Si no aprendemos con cada paso que damos estaremos
siempre en el mismo sitio, sin avanzar, en el bloqueo absoluto y en el estancamiento permanente.
El cambio también depende de la necesidad que cada uno tenga porque no le haya ido bien hasta ese
momento, o bien porque aquello que ha hecho no le ha bastado, no le ha sido suficiente como para llegar
a alcanzar los objetivos que se propuso previamente. Si la persona tiene un gran afán por superarse y por
conseguir los objetivos que se ha marcado, tratará de establecer las modificaciones que sean necesarias
para poder alcanzarlos, y si con los nuevos cambios no tiene los resultados esperados tratará de seguir
intentándolo realizando aquellas correcciones que sean necesarias en su actitud para conseguir los fines
propuestos.
Del mismo modo también cambiamos en función del contexto, obligando a que varíen también nuestros
pensamientos y nuestras actitudes. Si todo lo que hacemos está en función de las circunstancias de cada
situación concreta al final encontramos que no hay coherencia, que no actuamos conforme a lo que
realmente somos, a lo que en el fondo pensamos que debemos hacer para seguir siendo nosotros mismos
cada vez que actuemos.
Mediante la información
Un pequeño detalle puede cambiar todo en ti, puede activar nuevas funcionalidades que pueden
modificar tu visión de la realidad; de forma que empieces a realizar conductas distintas y a cambiar viejos
hábitos que han estado haciendo de ti alguien muy distinto de lo que realmente eres. Este pequeño detalle
puede aparecer gracias al conocimiento y a la información sobre el funcionamiento de nuestro propio
sistema mental.
La información que adquiramos por todos los medios posibles siempre es beneficiosa, puesto que nos
ayuda a esclarecer, a conocer el desempeño de nuestra propia mente y a entender que nosotros mismos
podemos influir en dichos procesos mentales.
Tendremos las herramientas necesarias para corregir aquellas desviaciones que se han producido a
causa del desconocimiento de nosotros mismos. La falta de información acerca del funcionamiento mental
puede llevarnos a cometer una y otra vez los mismos errores.
El ser humano, a los pocos meses de nacer, ya cuenta con más de 100.000 millones de neuronas. Por
tanto, tenemos la capacidad de poder ir resolviendo los problemas que a lo largo de la vida se vayan
produciendo. Lo que ocurre es que hay personas que no encuentran en un momento determinado la
solución exacta para resolver esas dificultades, se dejan inundar por la frustración y se quedan ahí,
atascadas, sin avanzar ni evolucionar, porque no han sabido encontrar la solución a sus problemas; otras
personas en cambio, ante los mismos inconvenientes, no se quedan bloqueadas sino que siguen
avanzando, ven cómo su vida fluye y más adelante se enfrentan a otra clase de contratiempos distintos y
de esta forma van subiendo un nuevo escalón, un nuevo peldaño más.
La diferencia en la resolución de problemas es ocasionada por el tipo de información que cada persona
ha ido adquiriendo a través de su experiencia y del contacto con la realidad. Si la persona, ante una
dificultad, no posee una información adecuada, es difícil que pueda superar los inconvenientes; en
cambio, otras poseen esa información: el conocimiento necesario para poder superar estos sin demasiados
problemas. Si la clave está en tener la información necesaria, cabe plantearnos por qué algunas personas
poseen esa información necesaria para solventar algunas situaciones complicadas y otras no.
Mediante la observación
Estando atentos y enfocándonos en lo que ocurre dentro nuestro propio interior, de nuestra conciencia.
Es el lugar desde el que siempre debemos partir para poder dar un giro, un cambio mental que nos ayude
a liberar todas esas cargas que sobrellevamos innecesariamente y que nos provocan infelicidad y un gran
desasosiego interno, que nos llevan a estar permanentemente a disgusto con nosotros mismos.
Con un poco de curiosidad y esfuerzo por nuestra parte, si nos acostumbramos a hacer este ejercicio de
introspección para trabajar desde nuestra interioridad y establecer cambios en nosotros mismos,
empezaremos a ser conscientes de que muchas cosas comenzarán a cambiar.
Solo somos conscientes de ello si nos detenemos y nos encontramos con nosotros mismos, en una
situación desde la que sea posible observar todo lo que acontece en nuestro interior, que es el fiel reflejo
de lo que luego ocurre en el exterior de nuestra propia vida.
Por todo ello parece necesario que seamos buenos observadores y que sepamos reaccionar a tiempo,
dándonos cuenta de aquello que nos puede perjudicar en un momento determinado.
Solo lo podremos lograr si practicamos esta situación de autoobservación de una forma continuada. Es
la única manera de que se arraigue en nosotros esta nueva forma de actuar, este nuevo aprendizaje.
La observación de uno mismo conduce al conocimiento de lo que somos. El conocimiento de lo que
somos nos lleva a encontrarnos con nosotros mismos, con nuestro verdadero ser. Y a partir de ahí
podemos establecer los cambios necesarios para encaminar nuestra vida hacia nuestro verdadero
propósito.
En la medida en que te observas a ti mismo y logras hacer esta pausa en tu propio pensamiento, puedes
llegar a controlarte, a cambiar tu vida desde tu propia mente, a modificar tus comportamientos y
actitudes y también hasta tus propias emociones, que en muchas ocasiones se disparan sin que podamos
tener un control sobre ellas.
Si esta práctica la realizas todos los días, en verdad verás resultados espectaculares en tu propia vida.
En muy poco tiempo los cambios se irán haciendo ‒a medida que pasen los días‒ cada vez más visibles: en
tu forma de actuar, en tu forma de comportarte, en la actitud, en la manera de estar en el mundo en el
que te relacionas y en el entorno que te rodea.
Notarás que empiezas a realizar algunas cosas que antes no hacías y que las tenías relegadas por falta
de motivación o de seguridad en ti mismo, o de confianza, y que gracias a esta práctica comenzarás a
realizar dando pie a nuevas conductas y nuevos hábitos que lograrán que alcances un mayor bienestar
contigo mismo. Te dotarán de una mayor creencia en ti mismo, una mayor motivación.
Evidentemente, tu actitud cambiará en el caso de que no estés muy conforme con la que hayas estado
teniendo anteriormente. Todo esto lo notarás en pequeños detalles de tu vida cotidiana, en el quehacer de
tus pequeñas acciones diarias y habituales. Cada vez que hagas este ejercicio notarás que puedes ejercer
un mayor control sobre tus propios pensamientos, sobre la frecuencia de estos; así como de su contenido
y de su calidad.
Podemos ponerle freno a esta forma de funcionar si empezamos a ser cada vez más conscientes de todo
cuanto sucede, tanto a nuestro alrededor como en nuestro propio interior. Haciendo esa pausa necesaria
para detenernos a observar aquello que acontece en nuestra propia conciencia, prestando atención a
todos esos pensamientos que se suceden uno tras otro de forma repetitiva y automática.
Si actuamos de ese modo aprenderemos a conseguir un autocontrol sobre nosotros inimaginable. Solo
lo alcanzaremos mediante la práctica de la observación, desde la quietud, en un estado de paz interior
que irá siendo cada vez más profundo a medida que nos vayamos ejercitando en ello.
Si no posees esa facultad, ni la ocasión de analizar aquello que te ocurre, de las reacciones que tienes
ante los demás, se hace prácticamente imposible que puedas cambiar aquello que necesitas. No es posible
dar un giro a tu vida en el caso de que sea necesario si no observas aquello que ocurre a tu alrededor.
Aquello que debe impulsarte a la transformación, que ha de ayudarte a cambiar ya está en ti, solo
tienes que escudriñar, adentrarte un poco más en tu interior para localizarlo. Creo que todas las
soluciones ya están dentro de cada uno de nosotros, la dificultad está en saber detectarlas. Para ello se
hace necesario que sepamos parar y que empecemos a observar lo que realmente está sucediendo dentro
de nosotros, en nuestra propia mente.
Porque todo eso que ocurre es lo que luego nos convierte en lo que somos. Ahí están las razones de
todos nuestros problemas y también las soluciones, tan solo se trata de poner el foco no tanto en el
exterior sino más bien en el interior de nosotros mismos, y más concretamente en nuestra propia
conciencia.
Mediante el control de los hábitos
Todo parece estar determinado, pero no es así. Existe en nosotros una enorme capacidad para poder
cambiar el rumbo de aquello que nos perjudica y que nos ocasiona malestar.
Existe la opción de no dejarte llevar por tus hábitos y tomar la iniciativa controlándote a ti mismo,
siendo consciente de todos aquellos impulsos irracionales que te llevan actuar en un sentido contrario a
como deberías hacerlo.
De ti depende coger el mando de tu propia vida para orientarla hacia el lugar donde realmente quieres
ir y no donde tu mente inconsciente pretende llevarte sin que te des cuenta de ello.
Debemos poner el foco de atención sobre todo en aquellos comportamientos más repetitivos que en
realidad son los que constituyen nuestros hábitos y son los que finalmente forman una programación
mental, que si no es buena para nosotros traerá consecuencias nefastas para nuestra vida.
A veces, llevar a la práctica este cambio no es nada fácil, pues tenemos que romper primero con esos
hábitos tan arraigados que existen dentro de nosotros.
Podemos experimentar tal transformación que tendremos las facultades de desechar aquellos hábitos
que no tengan ninguna utilidad real para nosotros, que nos hacen consumir tiempo y energía pero que en
realidad no nos llevan a ningún lado, no nos hacen avanzar ni ser mejores sino todo lo contrario: nos
obligan a estar estancados, bloqueados; a permanecer siempre en el mismo lugar, impasibles, haciendo
siempre las mismas cosas, repitiendo una y otra vez los mismos patrones de comportamiento sin la opción
de poder cambiar nada por nuestra parte, con la voluntad totalmente anulada y hasta nuestra propia
iniciativa.
Esta práctica, por lo tanto, supone un punto de inflexión de cara a transformar tu propia vida en otra
muy distinta a la que ha venido siendo. En el caso de que desees o necesites cambiar algunos elementos
de esta con los que no estés conforme, o entiendas que no merece la pena continuar con ellos, este es un
medio de modificar todos esos mecanismos, así como aquellos comportamientos no deseados que ejecutas
automáticamente sin que apenas puedas darte cuenta de ello a causa de que te has programado mediante
esos hábitos que llevas a cabo inconscientemente de forma repetida, todos los días; los cuales te han
llevado a convertirte en alguien que en realidad no quieres ser, en alguien con el que no estás muy de
acuerdo. Existiendo por lo tanto una falta de coherencia entre aquello que acabas realizando en tu vida
cotidiana y lo que en realidad, en el fondo de ti mismo, te gustaría hacer.
Por este medio puedes transformarte a ti mismo logrando una vida más plena y satisfactoria,
desechando todo aquello que te hace perder el tiempo y tus energías.
Mediante el control del pensamiento
Puedes tomar conciencia, del mismo modo, de tus pensamientos negativos, que te llevan a
desaprovechar las oportunidades que te brinda la vida y a emplear las horas en cosas que no tienen
ningún sentido ni ningún fin.
Si te haces con el mando de tus propios pensamientos corregirás aquello que entiendas que no te hace
bien y emplearás todos tus esfuerzos en tratar de mejorarte cada día, y en superar aquellas barreras que
te impiden ser el que realmente pretendes ser. Si no te concedes diariamente un espacio de quietud y de
paz para poder frenar todo ese torbellino de imágenes que circulan por tu mente repetidamente, seguirás
siendo un robot que se limita a repetir una y otra vez lo que le dicta su propia programación mental,
construida en base a repeticiones incontroladas de las mismas conductas y pensamientos.
La clave quizá esté en aprender a detener todo ese flujo de pensamientos repetitivos que forman parte
de nuestra programación mental, y que posibilitamos que existan y que sigan repitiéndose gracias a que
siempre nos dedicamos a reiterar los mismos comportamientos y las mismas rutinas.
Si observáramos detenidamente todos y cada uno de esos pensamientos que pasan por nuestra
conciencia destacaríamos que la mayoría de ellos vienen a ser siempre los mismos. El mayor porcentaje
son siempre las mismas imágenes, que se repiten una y otra vez y que se relacionan con aquello que más
reiteramos.
Si la situación es problemática y ocasiona un gran malestar pueden darse los condicionantes para que
esa persona esté más centrada en la búsqueda de soluciones, y por tanto el discurrir de pensamientos e
ideas que tengan que ver con estas se hace mucho más constante y fluido. De forma que a medida que
pasa el tiempo van aumentando su frecuencia y su intensidad hasta que llega el momento en que se
transforman en nuevas conductas para intentar alcanzar de esa manera el cambio deseado.
Mediante la ayuda externa
Hay quienes se hunden en el caos más absoluto; no son capaces de encontrar una salida satisfactoria
después de haber intentado muchas soluciones sobre aquello que les bloquea. A veces, es un error querer
salir por sí mismo de un problema, sobre todo cuando no se tienen las herramientas o los conocimientos
necesarios para poner solución sobre aquello que pueda estar constituyendo una dificultad.
Estas personas necesitan de la ayuda de amigos, familiares, gente experta, para poder realizar un
cambio en sus vidas, en el caso de que detecten que hay algunas cosas que no funcionan como deberían. Y
gracias a la ayuda de estas otras personas es como pueden dar un giro a todas esas dificultades y
superarlas, con dicho apoyo y con la suficiente dosis de paciencia que se requiera en cada caso.
Se hace necesario, en tales circunstancias, recurrir a alguien experto que pueda facilitar una ayuda y
un consejo que permita dar con las claves de la solución. En ocasiones, el respaldo de un amigo puede ser
útil también. En todo caso, si alguien entiende que no puede salir solo de algún problema, es mejor que
recurra al apoyo de otra persona y no trate de aislarse y dejarse llevar por el abandono y la tumba de la
soledad.
Aunque dentro de nosotros están las soluciones a todos y cada uno de nuestras dificultades. Si
necesitamos recurrir a la ayuda de otras personas no es tanto para que nos digan cómo tenemos que
resolver los problemas sino más bien para que nos ayuden a descubrir las soluciones, las habilidades y
todo el potencial que ya poseemos pero que aún no hemos sacado a la luz porque no sabemos que ya se
encuentra dentro de nosotros mismos.
La ayuda por tanto está relacionada más bien con un apoyo externo para que la persona trate de
descubrir las soluciones que ya se encuentran dentro de ella misma. Esta asistencia estaría basada más
bien en entrenar la práctica de la autoobservación que esa persona puede llegar a realizar para descubrir
de este modo todo su potencial que ya se encuentra dentro de sí misma.
Cuando recurrimos a la atención y al apoyo de otra persona, debemos ser conscientes de que lo mejor
que nos puede aportar son sus conocimientos relativos a la forma en que debemos actuar, para llegar a un
autoconocimiento tal que nos permita conocer en todo momento las herramientas (que ya poseemos)
mediante las cuales podamos superar las dificultades diarias que aparecen a cada paso, en las
interacciones que establecemos con nuestro entorno más inmediato.
De esta manera, una vez que la persona logra ser más consciente de ella misma, alcanza una mayor
predisposición para su propia autonomía de cara a la solución de sus propias dificultades. No necesitará,
en tales casos, en el futuro, de la ayuda de otras personas para superar los problemas que puedan surgir
en las distintas situaciones en las que viva en cada momento.
Por tanto, el verdadero cambio se realiza desde nosotros mismos, cuando no hay ninguna influencia
externa que nos pueda derivar hacia algún otro lugar donde no queremos ir. Solo podemos
transformarnos desde esa posición si realmente queremos llegar a un verdadero cambio, estable y
duradero, sin marcha atrás. Es una conversión desde la autenticidad de lo que eres, desde el
conocimiento profundo de tu propio ser, desde tu verdadera esencia.
Siendo conscientes
En nosotros está la posibilidad de modificar aquello que entendamos que no funciona correctamente en
nuestra vida: aquello que no nos proporciona felicidad sino más bien todo lo contrario, malestar y
sufrimiento.
Solo consiste en darnos cuenta de lo que nos hace daño, lo que nos hace mal, y a partir de ahí poner los
mecanismos necesarios para llegar al cambio real que en nosotros se producirá.
Hasta que no seamos conscientes de lo que ocurre, tanto a nuestro alrededor como en el interior de
nosotros mismos, hasta que no nos damos cuenta de las consecuencias que tiene un hábito o un
determinado patrón de comportamiento repetitivo, no estamos en disposición de establecer un cambio en
nuestras vidas por el cual podamos mejorar lo que somos como personas y aquello que hacemos
cotidianamente, aquello en lo que empleamos nuestro tiempo.
Se trata de atender cada vez más a las cosas con una mirada más profunda, más reflexiva y consciente,
para que esto nos ayude a tener una visión más acertada de la realidad. Nos ayudará a enfrentar los
hechos de otra forma, con otra actitud mucho más madura y cercana a la verdad. Por lo que
disminuiremos, en este sentido, el nivel de sufrimiento y aumentaremos nuestro bienestar, nuestra salud
psíquica, teniendo una visión más realista de lo que acontece realmente. Se trata de estar en contacto con
la realidad, pero de una forma más consciente.
Desde el dominio de nuestra propia conciencia, de nuestra propia mente, podemos lograr cambiar
algunas cosas que ahora pueden parecernos imposibles: podemos transformarnos en una persona mucho
más auténtica, más fiel a sí misma, más real y menos dominada por su ego.
Dominarnos significa controlar la información que fluye desde el inconsciente a nuestra conciencia,
observándola y dejándola ir al mismo tiempo, no dejándonos arrastrar por ningún pensamiento, por
ningún impulso que nos lleve hacia otra dirección distinta a la que realmente queremos ir.
El dominio de nuestra conciencia nos lleva a un control nunca antes visto ni experimentado por
nosotros anteriormente, nos conduce a lograr ese control sobre nuestra propia conducta.
La persona cuando es consciente de que la solución está en su interior seguirá buscando, seguirá
indagando hasta encontrar esa idea eficiente que le ayude a modificar aquellos aspectos que estén
incidiendo de una manera negativa en su bienestar y salud psíquica.
Mediante la Voluntad
Encontrar la verdadera razón de lo que nos ocurre nos puede ayudar a actuar sobre las causas para
evitar que en un futuro estas nos vuelvan a impedir que actuemos; aunque proceder para tratar de
solucionar un problema es algo más complejo que la mera explicación mediante la observación de lo que
nos ocurre: una cosa es que yo sepa que tengo un problema y otra que conozca la forma de solucionarlo.
Hay una gran distancia entre ambas cuestiones. A veces, uno puede ser consciente durante toda su vida
de que algo no funciona, pero no hace nada al respecto para ponerle solución porque no ha hallado el
modo de hacerlo, no ha encontrado una salida, nadie le ha explicado cómo se hace y tampoco ha tenido la
oportunidad de obtener la información necesaria para llevar a cabo esa tarea.
El caso es que su vida puede transcurrir con ese problema, como si llevara una mochila a cuestas y
estar así permanentemente. De vez en cuando puede tener pensamientos relacionados con posibles
soluciones, pero se quedarán solo ahí; se sucederán uno tras otro por la conciencia hasta que se irán
desvaneciendo y al poco tiempo aparecerán otros nuevos pensamientos que sustituirán a estos y que nada
tendrán que ver con la solución a esa dificultad.
Al final la persona se queda a medio camino y no ejecuta esas ideas que por un instante han
transcurrido por su conciencia, que seguro que serían válidas para conseguir un cambio a una nueva
realidad.
Es complicado poner freno al funcionamiento repetido de nuestra propia mente: tenemos que hacer
frente a toda una estructura que se crea a lo largo de los años, transformarla, quitar aquello que no nos
gusta y crear un nuevo sistema mental más acorde con aquello que realmente queremos ser.
Este cambio no puede producirse de un día para otro, se requiere bastante paciencia y una enorme
voluntad de transformación para modificar, mediante la práctica, nuestras propias costumbres y muchas
de las rutinas que repetimos diariamente.
En ti está la capacidad de disponer de tu propia voluntad para controlar ese mecanismo, para utilizarlo
de la forma que tú consideres más conveniente, toda vez que eres consciente y que descubres que existe
porque lo has percibido y te has dado cuenta mediante tu propia autoobservación, mediante la
introspección y el autoconocimiento.
Es cierto que en muchas ocasiones, siendo conscientes de aquello que no funciona, de aquello que se
hace necesario cambiar, no nos ponemos a la tarea, no encontramos la suficiente motivación para el
cambio sabiendo que hay que hacerlo tarde o temprano porque de lo contrario nuestra vida no va a
mejorar, se va a mantener igual a no ser que a través de un pequeño esfuerzo por nuestra parte
modifiquemos ciertos patrones de comportamiento que nos llevan por un determinado camino que no
queremos transitar.
Esos patrones de conducta los mantenemos en el tiempo, aun sin estar muy de acuerdo con ellos, por el
hábito adquirido mediante la repetición de una misma conducta día tras día.
Por tanto, no solo se requiere ser consciente de lo que ocurre tanto fuera como dentro de nuestro
propio interior, sino también debemos contar con el deseo y la voluntad para hacer los esfuerzos
necesarios para lograr los cambios pertinentes.
Si llegamos a comprender esto, estaremos más cerca de realizar las modificaciones oportunas sobre
aquello que en algún momento determinado no nos convenga o no sea satisfactorio para nosotros.
Se hace necesario que la persona esté motivada para poder realizar esta transformación que pueda
llevarle a su propia superación personal, a otra forma distinta de afrontar las cosas de como lo ha hecho
anteriormente.
ACERCA DEL AUTOR
Manuel Triguero es Psicólogo. Su trabajo como orientador le ha permitido atender a cientos de personas
de forma individualizada. Su pasión es el desarrollo personal a través del autoconocimiento. Mediante su
propio autoanálisis, hace tiempo que investiga la capacidad para identificar aquello que sentimos, así
como la forma de superarnos a nosotros mismos gracias al conocimiento de nuestra propia mente.
A través de este libro comparte las conclusiones de su experiencia en la autoconciencia, con la finalidad
de que mejoremos como seres humanos en todos los aspectos posibles. En nuestro interior y en la
capacidad para conocernos se esconde la mayor riqueza a la que podemos acceder. No hay mayor
conocimiento que aquel que alude a lo que realmente somos.
DEL MISMO AUTOR