Este documento describe la Eucaristía como el centro de la vida cristiana. Explica que Jesús instituyó la Eucaristía durante la Última Cena para conmemorar su muerte y establecer la nueva alianza. También habla sobre cómo la Eucaristía une a los cristianos con Cristo y entre sí, y anticipa la vida eterna en el Reino de Dios. Finalmente, explica cómo la celebración de la Eucaristía dio origen a la misa dominical.
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Este documento describe la Eucaristía como el centro de la vida cristiana. Explica que Jesús instituyó la Eucaristía durante la Última Cena para conmemorar su muerte y establecer la nueva alianza. También habla sobre cómo la Eucaristía une a los cristianos con Cristo y entre sí, y anticipa la vida eterna en el Reino de Dios. Finalmente, explica cómo la celebración de la Eucaristía dio origen a la misa dominical.
Este documento describe la Eucaristía como el centro de la vida cristiana. Explica que Jesús instituyó la Eucaristía durante la Última Cena para conmemorar su muerte y establecer la nueva alianza. También habla sobre cómo la Eucaristía une a los cristianos con Cristo y entre sí, y anticipa la vida eterna en el Reino de Dios. Finalmente, explica cómo la celebración de la Eucaristía dio origen a la misa dominical.
Este documento describe la Eucaristía como el centro de la vida cristiana. Explica que Jesús instituyó la Eucaristía durante la Última Cena para conmemorar su muerte y establecer la nueva alianza. También habla sobre cómo la Eucaristía une a los cristianos con Cristo y entre sí, y anticipa la vida eterna en el Reino de Dios. Finalmente, explica cómo la celebración de la Eucaristía dio origen a la misa dominical.
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COMUNIÓN CON CRISTO Y LOS HERMANOS
LA EUCARISTÍA
CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA
Entre los sacramentos de la iniciación cristiana, encontramos también la
Eucaristía. Generalmente se piensa que este sacramento requiere un alto grado de conciencia cristiana y está reservado para cristianos prominentes. ¡Esto es un error! Y para demostrar lo contrario, San Carlos de Brasil, a lo largo de su existencia, promovió la comunión frecuente. La Eucaristía no es el sacramento de una élite eclesiástica: debe ser una realidad básica en la vida de cada cristiano. Es un sacramento, un signo de iniciación cristiana, porque ninguno es un cristiano completo si no participa de este sacramento. Bien lo decimos: participar y no solo recibir, porque la actitud correcta hacia el sacramento de la Eucaristía no es la actitud pasiva de quien recibe, sino la participación; es, más bien, asumir activamente una parte de esta realidad. ¿Qué es, entonces, esta realidad? ¿Por qué debemos dar a la Eucaristía un valor tan central en la vida cristiana? Por causa de su origen y significación. La Eucaristía es un acto de conmemoración del momento más importante de la historia humana: la muerte de Jesús en la cruz. En aquel momento fue revelado, sin ambigüedad, que Dios nos ama hasta la muerte, pues Jesús, que en todo lo que hacía expresaba la voluntad amorosa de Su Padre, reveló, muriendo en la cruz, hasta donde va el amor divino, encarnado en la vida humana del Hijo de Dios, igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. La Eucaristía significa entonces este momento de la suprema revelación del amor divino en Jesucristo, al mismo tiempo un ejemplo para nosotros.
ORIGEN: LA ÚLTIMA CENA
Históricamente hablando, la celebración de la Eucaristía tiene su origen en
un acontecimiento muy humano. Jesús de Nazaret, sabiendo que Su actuación y doctrina resultarían en Su muerte, debía que celebrar con sus discípulos y amigos la fiesta pascual de los judíos. Esta celebración incluyó, entre otras cosas, la manducación familiar del cordero pascual. La primera noche de la Fiesta de los Panes sin Levadura, una antigua fiesta primaveral de origen campestre, los judíos se reunían en familia, si era posible en Jerusalén, para comer un cordero con hierbas amargas, sin romperle los huesos. En el judaísmo, a este rito recibió el significado de recordar el éxodo de Egipto. Según el Libro del Éxodo (12: 7), fue con la sangre de este cordero pascual que los judíos pintaron sus puertas para que el ángel exterminador pasara y visitara solo las casas de los egipcios. La manducación del cordero pascual era un rito central del judaísmo, extremadamente rico en simbolismo y de tenor mesiánico. Pues la conmemoración de la liberación de Egipto suscitó en los judíos la aspiración a una nueva liberación: la venida del Mesías, el Ungido de Dios, que debía instaurar el Reino de Dios. Jesús, celebrando la comida pascual con los suyos, usó este simbolismo para transformarlo en una enseñanza sobre su propia muerte, que sabía que había llegado. Tomó el pan, pronunció sobre él la bendición de la mesa, llamada acción de gracias (en griego eukharistia), que el padre de familia normalmente pronunciaba recordando los beneficios de Iahweh en la historia de su pueblo. Pero cambió el sentido de la comida cuando, partiendo el pan, dijo: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en mi memoria" (Mt 26, 26; Mc 14, 22; Lc 22, 19; 1Cor 11, 24). Asimismo, con respecto al vino, que al final de la comida pasaba a todos los participantes, lo identificó con su sangre derramada por muchos, recordando así al misterioso siervo sufriente de Iahweh que, según Isaías (cap.53) ), asume a su muerte los pecados de muchos (Mt 26, 27-28; Mc 14, 24; Lc 22, 20; 1Cor 11, 25): "Bebe de todo esto, porque ésta es Mi sangre, la sangre del Nuevo Pacto, que es derramado por muchos para remisión de los pecados. Cada vez que bebáis de él, hacedlo en memoria de mí". Explica el significado de por muchos, agregando, según el modelo del Antiguo Testamento (Is 53, 12), las palabras "para la remisión de los pecados", según 1P 2, 24: "Sobre el madero, llevó nuestros pecados, a fin de que, muertos para nuestros pecados, viviésemos para la justicia".
EUCARISTÍA Y COMUNIÓN
De esta acción de gracias de Jesús en la Última Cena surge el primer
sentido de la Eucaristía para nosotros: a partir de ahora se convierte en una conmemoración de Jesús, que murió por todos nosotros en la cruz (1Cor 10, 16- 17). Sin embargo, el pan y el vino lo traen al presente. Es Su Cuerpo y Sangre, y es bíblicamente hablando, Su Persona. A este rito también lo llamamos Comunión, a saber: Comunión con Jesús en Su vida y muerte y, a través de Él, con todos los que están en Comunión con Él, con todos los verdaderos creyentes. Es necesario entender esta comunión no mágicamente, como una especie de fluido emanando fuerzas misteriosas. Debemos entenderlo, en primer lugar, de manera histórico-personalista, como unión con una persona concreta en su actividad histórica, específicamente con Jesús, en su vida, en su enseñanza y en su muerte. Comunión en la Eucaristía es reconocer a Jesús como líder y modelo y estar dispuesto a colaborar en la realización de lo que quiere: el Reino de Dios, la voluntad amorosa de Dios para todos los hombres. Es estar al lado del Crucificado y reconocer que tenía razón, dando su vida.
PARTICIPAR DE LA MANERA DE EXISTIR DE JESÚS
Por esta razón, el cuarto evangelista, describiendo la Última Cena, no trae
las palabras eucarísticas de Jesús, sino que cuenta lo que sucedió al comienzo de la comida: que Jesús asumió el trabajo de los siervos, lavando los pies de sus discípulos. Y cuando Pedro protestó contra esta aniquilación de su Maestro, Jesús respondió: "Si no te lavo, no tendrás parte conmigo" (Jn 13, 8). En otras palabras: si Pedro no acepta que Jesús es el siervo sufriente que morirá en la cruz, no está en comunión con Él (Jn 13: 1-11). Aquí aparece claramente la consecuencia última del gesto de Jesús en la Última Cena: dando el pan y el vino como su Cuerpo y Sangre o lavando los pies de los discípulos, El expresa que Su muerte es el supremo acto de amor divino y que nosotros nos debemos asociar a este amor, celebrando la memoria de esta Cena y de esta muerte salvadora que ella simboliza (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20; Jn 6, 53-56; 1Cor 11, 24-25) y actuar según su ejemplo (Jn 13, 12-17).
ANTICIPACIÓN DE LA VIDA ETERNA
La Eucaristía tiene otro sentido además. Dijimos que la celebración de la
Pascua suscitaba en los judíos esperanzas mesiánicas. También este aspecto, Jesús lo evoco y transformó en Su gesto en la última Cena diciendo que no tomaría más vino hasta que lo tomase en el Reino de Dios (Mt 26, 29; Mc 14, 25; Lc 22, 16; 1Cor 11, 26). Esto significa que Jesús consideraba esta cena como una despedida provisional, un signo a ser conservado hasta que volviera para instaurar plenamente el Reino de Dios. En este sentido, la Eucaristía es para nosotros un recuerdo continuo de lo transitorio de nuestra situación terrenal y material, que debe todavía ser purificada y completada por la manifestación gloriosa del Reino de Dios, actualmente escondido por el egocentrismo y orgullo de un mundo que siempre de nuevo quiere ser un mundo sin Dios. Por eso decimos que la cena eucarística es la comida de la vida eterna: no solo nos recuerda que la verdadera comida debe ser la del Reino de Dios, sino que también nos llama a desistir de nuestra auto-suficiencia para que, unidos con Jesús, aceptemos la voluntad de Dios como único sentido de nuestra vida y así, desde ya, participemos del Reino de Deus, aunque este todavía no aparezca manifiesto. Lo que se acaba de decir está resumido en la oración que Santo Tomás de Aquino compuso para la fiesta del Corpus Christi: "Oh, divino convite, en el que nos alimentamos de Cristo y conmemoramos Su Pasión, nuestra mente es repleta de gracia y recibimos la prenda de la gloria futura".
LA SANTA MISA Y LA CELEBRACIÓN DEL DOMINGO
La celebración de todo aquello que acabamos de describir es la santa misa.
Esbocemos rápidamente su historia. Los primeros discípulos de Jesús continuaban, después de Su muerte, visitando la sinagoga judaica, para allí escuchar las lecturas y los comentarios de los rabinos. Hacían esto todos los sábados, según la costumbre judía. En la noche del mismo día, en el primer día de la semana (según el calendario judaico, la noche después del sábado -18h- ya hace parte del primer día de la semana), conmemoraban en una comida comunitaria - la Cena Pascual de Jesús con los suyos. Pues era en la noche del primer día de la semana, de sábado para domingo, que nuestro Señor Jesucristo resucitó. Por eso, los cristianos dieron al primer día de la semana - que debería llamarse primera-feria - el nombre de domingo, día dominical, o día del Señor. Más tarde, cuando los cristianos se desligaron del judaísmo oficial, las dos celebraciones mencionadas - la celebración de la Pascua y la celebración de la Cena – se unirán. Así nace la misa, celebrada originariamente en la noche del sábado para domingo, o sea, por tanto, en el comienzo del primer día de la semana, llamado en adelante domingo. En esta celebración, os cristianos conmemoraban la Resurrección de Cristo y vivían en la esperanza del octavo día, lo que pasará cuando no haya más semanas o días: el día de la venida gloriosa de Jesucristo. Trasladando la asamblea litúrgica del sábado al primer día de la semana, el día del Señor, o domingo, los cristianos trasladarán también el día de descanso semanal, consagrado a Dios. Para los judíos, este día era y es todavía el sábado (Ex 20,8; Gn 2, 2-3). Los cristianos lo hicieron, pues, coincidir con la conmemoración semanal de la Resurrección de Jesús, el domingo. Reunirán así en una misma conmemoración las dos dimensiones fundamentales de nuestra existencia: la creación y la salvación. El domingo, se conmemora por el descanso humano, el momento en que Dios llevó a cabo Su creación inicial. Y en la santa misa se conmemora el día en que llevó a cabo la obra da salvación por la Resurrección de Jesucristo. Y todavía el domingo, en su sentido de octavo día, mantiene viva la esperanza del día en que Dios será todo en todos (1Cor 15, 28). Es claro, por lo tanto, que para el cristiano el domingo no puede ser apenas una diversión, menos todavía una mera ocasión para recuperar trabajo atrasado. Debe ser un momento para alimentar las dimensiones profundas de su vida, procurar en el verdadero descanso el sentido de su existencia como criatura. Y, en la celebración de la santa misa, profundizar la conciencia de ser co-resucitado con Cristo. Sin este ritmo regular en su vida, el cristiano pronto se debilita y se olvida de los aspectos más fundamentales de su vida. Por ello, también se insiste en que las personas que, por motivos profesionales u otros no pueden participar en el descanso y la misa dominical, cumplan estas obligaciones en otro día laboral o los sustituyan por un momento prolongado de reflexión y oración en el sentido que acabamos de exponer. La santa misa se compone de dos momentos principales: la liturgia de la Palabra e la liturgia de la Eucaristía.
En la primera parte, la celebración de la Palabra, fueron asumidas no
solamente las lecturas judaicas, sino también los textos escritos por los primeros discípulos e testigos de Jesús: los Evangelios y las Cartas de los Apóstoles. Enla segunda parte - Eucaristía - encontramos: primero, una ofrenda de pan y vino, que debe expresar nuestra voluntad de participar en la obra de la gracia de Dios en Jesucristo y en Su sacrificio. Después, el sacerdote reza o canon de la misa (también llamado anáfora, oblación), iniciado por el prefacio. En esa oración, el sacerdote recuerda el signo del amor divino que Jesús nos dio en Su muerte. Pronuncia sobre el pan y el vino las palabras que Jesús pronunció en la Última Cena, haciendo que, por la gracia de Dios, el pan (hostia) y el vino (del cáliz) nos coloquen en comunión verdadera y real con Jesús, que vive gloriosamente en Su existencia de resucitado, Su existencia pascual. En esta celebración, El mismo está glorioso y misteriosamente presente en el pan y en el vino de la consagración; es verdadero cuerpo, alma y divinidad. Renovación eficaz y representativa de la Eucaristía que Jesús pronunció en la noche de Su muerte, esta oración es llamada la oración eucarística. Al fin de esta oración, todos rezan juntos la oración que Jesús enseñó, el Padre-Nuestro. Sigue entonces la comunión: los fieles, después del sacerdote comulgan, aproximándose al altar, que representa al mismo tiempo la mesa de la Última Cena, el Monte Gólgota, en que Jesús murió y el sepulcro en el cual fue sepultado e del cual resucitó. Comen y beben este pan y vino que son Jesús, divinamente presente, y comulgan, participan de Su vida de resucitado. Al mismo tiempo se hacen responsables de continuar la presencia de Jesús en el mundo por su propia actuación de cristianos conscientes, viviendo de su Espírito Santo. Es evidente que estas realidades presuponen fe, confianza, entrega y adhesión total a la persona de Jesucristo, a quien los fieles consideran como Aquel que en su vida, muerte y resurrección, nos reveló el rostro de Dios de una manera auténtica. Como ya sugirió la ofrenda de pan y vino, esta comunión es un verdadero compromiso de participar en todo lo que Jesús hizo en su vida, su sacrificio y su resurrección. La Misa siempre tiene un tono de confianza y alegría, incluso la Misa de difuntos. Porque ella nos hace entrar en la realidad de la Resurrección. Por eso, la Iglesia también exige que, para participar plenamente en la Misa (comulgando), el cristiano esté libre de pecado grave y de cualquier pecado que realmente lo aleje de Jesucristo y de Dios. A veces, la hostia consagrada se distribuye para la comunión fuera de la misa. Esto ocurre en el caso de la comunión de los enfermos, que no pueden salir de casa, o en los cultos celebrados por los diáconos cuando no hay un sacerdote disponible para celebrar la misa como es debido. Estos casos son, naturalmente, prolongamientos de la misa en la que la hostia fue consagrada. Estas son formas de dar a las personas que no estuvieron presentes en la Misa la oportunidad de participar en la celebración eucarística. Según este mismo principio, la Iglesia adora solemnemente a Jesucristo en la Hostia consagrada, anteriormente en la Misa.
CONCLUSIÓN - Se puede decir entonces que el sacramento de la
Eucaristía celebrado en la Santa Misa es el memorial de la buena obra de Jesucristo, especialmente del sacrificio de su vida en la cruz, signo supremo del amor de Dios por nosotros. Conmemoramos esta muerte salvadora repitiendo, según Su propia voluntad, las palabras que El pronunció en Su Eucaristía (acción de gracias) de la Última Cena, y así Él mismo se hace presente entre nosotros en Su existencia pascual. Recibiendo la hostia y el vino, comulgamos en esta realidad, para que en Su espíritu podamos continuar en nuestra vida cristiana, la obra que Él inició, para mostrar al mundo el verdadero rostro de Dios, que es el amor, uniendo así nuestra propia vida, con el sacrificio de Jesús, que nos liberó del callejón sin salida del egoísmo humano. Haciendo esto, entramos ya con un pie en la vida verdadera, la vida de Dios mismo, esperando y anticipando el día en que esta vida se torne definitiva.
LA MISA DE AYER Y HOY
Cuando pensamos que la santa misa es el centro de la vida cristiana, que la
riqueza da vida espiritual de la Iglesia y la santidad de sus miembros a ella están ligados, cuando observamos por la Historia que muchas herejías nacieron de desvíos doctrinales relativos a la Eucaristía, concluimos por la importancia extraordinaria de ese sacrificio del Nuevo Testamento. Desde aquel jueves en que Jesús lo instituyó, viene siendo permanentemente celebrado. Es un acto en el que la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, ofrece el sacrificio de este (Jesucristo), en el Espírito Santo, al Padre. No se trata de un acto de culto prestado a Dios por el individuo. Romano Guardini lo dice con precisión y claridad: "No es él (el individuo) el sujeto de la oración y de la acción litúrgica. Tampoco es la simple suma de un gran número de fieles que (la misa) nos presenta en una iglesia como expresión material de la unidad parroquial en el tiempo, el espacio y el sentimiento. El sujeto de la liturgia es la unión de la comunidad cristiana como tal, algo más que la simple suma de individuos, es la Iglesia. La liturgia es el culto público y oficial de la Iglesia, ejercido y regulado por ministros elegidos a través de la unidad espiritual colectiva como tal, y esto se estructura en este culto”. (El Espíritu de la Liturgia, R.J., L.C., trad. 1943, pág. 25). Creemos que el XVI Concilio de nuestra Iglesia, no pensaría diferente. Pues, con razón, la liturgia es tenida como el ejercício del múnus sacerdotal de Jesucristo; y es ejercido el culto público integral por el cuerpo místico de Cristo, cabeza y miembros. Y por tales razones es que se establece explícitamente que a reglamentación de la sagrada liturgia es de la competencia exclusiva de la autoridad de la Iglesia. Esta autoridad cabe tan solamente al Santo Concilio que, reunido por los auspicios del divino Espíritu Santo, delibera sobre tan importante asunto. La adaptación de la liturgia, sin que se mude lo que en ella es substancial, según normas ya aceptadas en la Iglesia, por los usos y costumbres de cada diócesis, depende del Obispo, que lo hará con equilibrio y serenidad, no usando indebidamente su autoridad, una vez que la liturgia no es propiedad de usos y costumbres, sino que es Cristo quien nos habla a través de la fe y de los actos. Podemos decir todavía que sea obispo o sacerdote, estos a su vez son representantes legítimos de la Iglesia y por esa misma razón nunca agregue, quite o cambie nada por su cuenta a la liturgia. Eso sería una herejía. El sacerdote, que preside las ceremonias y realiza la consagración, representa al Señor, originariamente representado por el obispo. En especial, en la oración eucarística, el sacerdote propiamente actúa como el Señor, "in persona Christi". Infelizmente, el carácter eclesial y el carácter sacrificial, "el memorial de Su muerte y Resurrección", son a veces olvidados y, no son raros los casos en que la santa misa es deformada como si se tratase de una mera reunión de solidaridad entre fieles o manifestación de reivindicación política. La liturgia de la Misa, sin embargo, sigue siendo la gran fuente de espiritualidad cristiana. Un mejor conocimiento de la naturaleza de la Misa, de la fuente inagotable de gracias que es la Cena del Señor, podría ayudar mucho al perfeccionamiento de los cristianos. Y, con eso, el clima moral de la sociedad en la que vivimos se volvería más saludable. Esta introducción, un tanto larga, es hecha para nos lleva a la consideración de que el sacrificio de la misa, instituido por Jesucristo, realizado por los Apóstoles desde los primeros tiempos, conserva los mismos elementos esenciales. Después de que se agregaren elementos oriundos de la piedad y devoción de los fieles - algunos de los elementos fueron desgastados por el tiempo -, la estructura básica permaneció la misma. Informaciones históricas disponibles describen la realización de la Cena del Señor, en los primeros siglos, como constando de los mismos elementos hoy considerados esenciales. Desde San Pablo, aunque los textos aún no estaban codificados, encontramos la descripción de la Cena del Señor. En el siglo II, San Justino ya describe los pormenores de la liturgia de los recién bautizados y la liturgia dominical. El obispo de Roma, Gregorio (590-604), a quien se debe el canto gregoriano, ya dio al conjunto de la misa su forma definitiva, en el “Ordo Romanus I”. En la medida que se avanza en la historia de la misa, se encuentran interesantes hallazgos. Muy curioso es un texto del IV siglo, con lo cual San Cirilo de Jerusalén instruía a los fieles a que se presentaren reverentes para recibir la comunión, tomando en las manos a partícula consagrada. Así lo describe: "Cuando avanzas, no camines con las manos abiertas delante de ti, los dedos apartados. Mas, haz de tu mano izquierda un trono para la derecha que debe recibir al rey. Después, con la palma de esta mano, haz un cóncavo y toma posesión del cuerpo de Cristo, diciendo amén". (F. Amiot - A missa e sua história - S. P., Flamboyant, tr. 1958). Esa forma litúrgica que algunos suponen es una innovación, es una tradición de quince siglos, reintroducida últimamente en algunas de nuestras diócesis en su liturgia. Es bueno aclarar a los nostálgicos lo que hoy se hace en algunas diócesis, o sea, el recibir la partícula directamente en la boca y de forma no más reverente que la otra, que esta forma también es tradicional; también es válida. Es una forma defendida por venerables obispos de siglos pasados, como Santos Cirilo y Métodio, bien como por los Santos Juan Nacianceno Y Juan Capistrano. Cabe aquí recordar que todo lo que es accidental no es substancial. Y aquellos que defienden cualquier tesis de legitimidad en cuanto a las formas litúrgicas, deben basarse en la antigüedad y no solo en los usos y costumbres locales de sus diócesis, una vez que la diócesis por sí misma no es la Iglesia, más si parte de la Iglesia. A lo largo de los siglos, diversas ceremonias u oraciones fueron siendo excluidas o incorporadas a la liturgia. Tales elementos accidentales no mudaran lo esencial en la celebración eucarística. Todavía, la Iglesia procuró dar una relativa estabilización a esa liturgia. Con el Concilio de Trento (1545-1563), fue providenciada la reformulación para adoptar una liturgia uniforme para todo el rito latino. Y, en 14 de julio de 1570 entró en vigor el nuevo misal, conocido como Misal de San Pio V. Entretanto, algunas órdenes religiosas y algunas diócesis, como la Diócesis de Milán, quienes poseían una liturgia que se remontaba a más de doscientos años, se les permitió conservarlas. Esta reforma litúrgica duró cuatro siglos. Para la Iglesia Católica Apostólica Brasileña, la reforma litúrgica tuvo lugar en primera instancia cuando San Carlos de Brasil rompió con la ICAR y, movido por el dictamen jurídico de 1948 - presentado por la ICAR, que acusó a la ICAB de copiar todo, incluido el rito litúrgico -, luego decreta el conocido Decreto de Ritos y Vestiduras. Cabe señalar aquí que, con respecto al uso de la lengua vernácula en misas y otras ceremonias religiosas, San Carlos de Brasil ya lo había adoptado antes, ya que este era uno de sus ideales, cuando todavía era obispo de la otra Iglesia. San Carlos de Brasil ya decía, en sus escritos al entonces primer Obispo de Lages - Santa Catarina, de recordada memoria, Dom Antídio José Vargas: "Deseo ardientemente que la Iglesia, que la Madre Iglesia, sea entendida y comprendida por los fieles, y que estos sean llevados a aquella plena, conciencia y activa participación de las celebraciones litúrgicas que la propia naturaleza de la liturgia exige y a la cual, por fuerza del Bautismo, el pueblo cristiano, generación escogida, sacerdocio real, pueblo santo, pueblo de conquista (1Pd 2, 9), tiene derecho y obligación". (San Carlos de Brasil en carta dirigida a Dom Antídio José Vargas, en 1949). Esa participación, entretanto, no significa que los fieles pueden intervenir a cualquier momento en la ceremonia o en la oración de la misa. Hay momentos propios para la intervención de los fieles laicos, sea con oraciones, cantos o lecturas. Esto ocurre principalmente en la primera parte de la misa, esto es, durante los ritos de apertura y la liturgia de la palabra. Son raras las oportunidades de manifestación de los fieles durante el prefacio y la oración eucarística. Los gestos y posturas son exteriorizaciones de los fieles en esta segunda parte de la misa, en que traducen su participación interior de la celebración eucarística. De resto, cuando el sacerdote realiza el ofertorio y la consagración, con la ofrenda, los fieles permanecen en silencio reverente hasta el "Per Ipsum" (con Cristo). O, como nos orienta el propio fundador "a su tiempo, sea guardado también el sagrado silencio. Ni la música debe ser tocada durante la consagración" (Carta a Dom Antídio José Vargas, en 1949). Que quede claro que en las celebraciones litúrgicas cada cual, sacerdote y pueblo de Dios, al desempeñar sus funciones, hagan todo y solo aquello que, por la naturaleza de las cosas o por las normas litúrgicas, les compete. Para facilitar una mayor participación de los fieles, la Iglesia ha venido manteniendo y adoptando otras formas durante años para animar a los fieles a ser más asiduos en la Santa Misa. Hoy, no solo el domingo por la mañana o en un día santo de observancia se puede cumplir el precepto de participar en la Santa Misa. También en la tarde de estos días y en la tarde del día anterior, es decir, el sábado por la tarde o el día anterior al día santo, se puede cumplir el mandamiento. Esto busca obviar las dificultades del mundo moderno. Otra facilidad para una mayor participación de los fieles fue la adopción de la lengua vernácula, como dijimos anteriormente. Con la desaparición del conocimiento popular del latín, que era frecuente entre los pueblos europeos bajo el Imperio Romano, la preservación del latín en la liturgia del rito románico se convirtió en un obstáculo para comprender y participar en la celebración de la Santa Misa. Con la aplicación de la lengua vernácula, San Carlos de Brasil quiso que este obstáculo desapareciera para los fieles de la Iglesia. Por otro lado, con el frecuente descuido de la catequesis, en particular por parte de los educadores católicos naturales (diáconos, sacerdotes y obispos), aumentó la falta de conocimiento de la naturaleza, importancia y riqueza espiritual de la Misa. Y hoy la liturgia eucarística se ha visto invadida por prácticas mal vistas por el uso del buen sentido litúrgico, fruto de ciertas licencias injustificables, lamentablemente bajo el silencio de sacerdotes y obispos. Parece haber un completo desconocimiento de las diversas instrucciones emitidas hasta la fecha, con la aprobación de anteriores Concilios de nuestra Iglesia, para que se cumpla la debida y correcta práctica litúrgica. Algunos ejemplos: a veces, o más bien en casos bastante numerosos, todos los participantes en la asamblea eucarística se presentan a la comunión; pero a veces, como confirman los sacerdotes informados, no hubo la debida preocupación de señalar a los fieles que el acercamiento a las especies sagradas sólo es lícito después de un examen de conciencia serio y detallado. Así, se observa que llega información sobre casos de deplorable falta de respeto a las especies sagradas, faltas que pesan no solo sobre los culpables de tal comportamiento, sino también sobre los pastores de la Iglesia. El espíritu individualista y liberal, a menudo en la forma de una licencia que sopla sobre la sociedad moderna, ha llevado a muchos creyentes a abandonar el precepto dominical. Muchos consideran que la participación en la misa los domingos y días santos es una violencia contra la libertad del individuo. ¡El precepto divino de guardar el domingo es todo lo contrario! La libertad del individuo, en este caso, es un atributo moral ligado a la voluntad y la razón. Querer algo libremente no significa libre albedrío total de elección, como sería decidir matar a una persona. Por supuesto, la libertad psicológica lo hace posible. Libertad moral, ¡no! Esta es la facultad de poder decidir algo, sin verse obstaculizado por causas externas psíquicamente influyentes. En sentido estricto, es la facultad de poder decidir algo sin obligación en contrario. Dios establece el precepto y así nos ayuda a rechazar la influencia de numerosas circunstancias, que serían una carga enorme para desviarnos de lo que es nuestro enriquecimiento espiritual y eterno. Ayudados por el precepto, estamos más libres de influencias fútiles o incluso degradantes que se oponen al acto de alabar, adorar y agradecer a Dios, nuestro Creador. Participar en la misa es, por lo tanto, realizar tales acciones con Dios. Una de las oraciones, que en el rito anterior fue dicha con la belleza de las expresiones latinas y preservada en el latín original del rito actual, se expresa así: Santo Señor, Padre Todopoderoso, Dios Eterno, por Jesucristo nuestro Señor”. Por lo tanto, sería apropiado participar en la Misa varias veces a la semana y no solo una vez; quizás a diario. La misa para el cristiano debe ser considerada como una oportunidad de gozar de muchas gracias y de unión con el cuerpo místico, de extraordinario enriquecimiento espiritual.
LA MISA BAJO UNA VISIÓN NOSTALGICA, AHORA RENOVADA
Tratemos ahora sobre el nuevo Ordinario de la Misa, absteniéndonos de los
pormenores, que son siempre efímeros. Partiremos, por lo tanto, de aquel misterio de la fe que es la Eucaristía y de la transcendencia relativa a todo cuanto expresa en la liturgia, en la teología y en la filosofía. Nos encontramos delante de una acción divina y humana que suspende el tiempo, esto es, confiere a un acontecimiento único y singular el misterioso poder de reproducirse. Poder que es ejercido por un sacerdote ordenado con esa finalidad y tal acción es en sí misma superior en todos los conceptos que de ella podamos formar, a todas las imágenes con que procuremos traducirla. En el momento que transciende el tiempo y que nosotros llamamos consagración, el sacerdote repite, sino comprender, aquello que Jesús hizo y mandó repetir en la víspera de entrar libremente en su Pasión. Tal es, en breves palabras, el mysterium fidei. Más, como se dijo, cuando deseamos traducir este misterio en nuestro lenguaje y a nuestros gestos humanos, quedamos presos entre expresiones y exigencias contrarias. Y, dada esta divergencia, solo podemos satisfacerla equilibrando unas con otras, alternándolas. La misa es, tal vez, antes de todo, numinosa (de numem, que significa algo sagrado)? Entonces, no será necesario traducirla en términos claros y distintos: será mejor entrar en una especie de nube. ¿O debería la misa ser transparente, inteligible, comprensible a todos? Debería ser, primero que todo, luminosa (de lumem, que quiere decir luz)? Entonces deberá exponer su misterio con palabras tomadas de la lengua vulgar, con lecturas comprensibles a todos, que serán al mismo tiempo lecciones y enseñanzas religiosas. ¿La misa es, tal vez, un misterio de transcendencia, que nos coloca ya en el cielo donde se celebra siempre el Cristo eterno? Entonces, será honrado este misterio por el silencio de la adoración. Cierto temor reverencial nos llevará a no comulgar, porque nos sentimos indignos. ¿La misa es, por el contrario, misterio de familiaridad, de comunicación inefable y maravillosa? Entonces, la hostia, como opción, será dada a los niños, a los pobres, a los pecadores, bajo la condición única de la recta intención. ¿Es la Misa completamente suficiente en sí misma? ¿O precisa de un asistente cooperante que cante y que, si es necesario, dance y brinque? Debe la misa ser sustraída al misterio de la Historia que va o, por el contrario, ¿debe ser con el punto avanzado, como la mente de la humanidad buscando en el tiempo? ¿Se debe decir la misa fuera del mundo o en medio del mundo; o sobre el mundo? ¿Debemos procurar las catacumbas o la oscuridad silenciosa de las bóvedas románticas? o, por el contrario, ¿debemos decirla al aire libre, en las alturas? ¿Se debe decir la misa en lugares consagrados para ese propósito o en lugares abiertos a todos, incluso si los vientos de las distracciones golpean? Se podrían encontrar muchos otros ejemplos de alternativas y de antítesis entre estos aspectos opuestos y que, repetimos, no pueden ser presentados de una vez solo y conjuntamente. Es necesario, por lo tanto, escoger y alternar, según las mentalidades, las sensibilidades y las épocas. Y el disgusto, de lo que fatalmente será omitido, irá a enriquecer de melancolía lo que fue manifestado. Desde este punto de vista muy elevado, reconsideremos, según unos de los métodos habituales, la presente discusión (solvitur in excelsis). Es innegable que el Concilio de la Iglesia - el XVI - renovó la forma tradicional de la misa a la que estábamos habituados. El Concilio lo hace con la intención de adaptar la liturgia a las nuevas necesidades, a las nuevas misiones de las cuales la más alta fue, es y continúa siendo el anuncio del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo a los hombres de este nuevo milenio. Y como el tiempo de la humanidad corre cada vez más veloz, fue necesario acelerar el cambio, desanimar la oposición, tomar medidas prácticas y, ante las resistencias, exigir disciplina. Más es necesario también contar con reticencias, reservas y reflujos. Sí, porque hay leyes para la duración y para la maduración. Aquellos que han vivido bajo la antigua disciplina que, sin razón, la juzgan de inmutable, son convidados a convertirse, a mudar de mentalidad. Hay cosas que no pueden ser obtenidas sin alguna "imposición", dada la tendencia de la conciencia a insertarse en el hábito y en la lenta duración. Porque es necesario tener vasta cultura, perspicacia delicada y sentido muy agudizado de los niveles do asentimiento, para distinguir, en una expresión habitual, lo que pertenece a eso y lo que dice respecto únicamente al accidente. Para expresar como Platón, no es a primera vista que se descubre la presencia de uno, a través del múltiplo que de él no difiere. La mayor parte de los creyentes, y sobre todo aquellos que pertenecen a la masa, la multitud, al pueblo, mezclan fatalmente espíritu y letra, espíritu y mentalidad, espíritu y lengua, y no es posible, sin aquella especie de violencia sumisa que se llama obediencia pasiva, digo, no es posible, sin esta clase de violencia, obtener asentimiento inmediato a formas tan repentinas. Es necesario explicar, es necesario comprender; esto es siempre deseable, más en nuestro tiempo, en que la conciencia es adulta y quiere ser libre, se torna necesario. En lo que a nosotros respecta, individualmente, en nuestro propio cuerpo, no podíamos escapar durante la nueva misa, de admitir que muchas veces preferíamos el antiguo rito. No podíamos huir del recuerdo de tantas misas que oímos y preferimos en nuestras vidas desde sus albores. En algún sentido, lo que se puede chamar genio del catolicismo, se encarnó mucho tiempo, en determinadas oraciones, en los vapores del incienso, en ciertos vitrales y en ciertas genuflexiones. Fuimos así - muchos también así fueron - durante un buen tiempo, un pueblo arrodillado! Una generación de sacerdotes que queda muchas veces sorprendida con los sacerdotes que aceptan con facilidad el nuevo hacer y el nuevo decir. Deberían, antes de todo, enseñar y compadecerse - al menos en apariencia – de los sufrimientos y de la sensibilidad de los que están muy cerca de los sufrimientos por la fe. No podemos huir de la mentalidad, ese revestimiento provisorio del espíritu. Aquellos que juzgan la mentalidad del pasado superada, arcaica, infantil, acabada, ¿están acaso seguros de poder huir a esa ley de nuestras encarnaciones, están seguros de no participar de una mentalidad que ellos mismos ignoran? Será que en ciertos años, especialmente cuando la humanidad entra en períodos inquietos, de guerra y de grandes sufrimientos, ciertas innovaciones transformadas rápidamente en hábitos, ¿no parecen ellas mismas provisionales y anacrónicas? Pero, sean cuales sean estos cambios y estas apreciaciones, lo cierto es que la Misa seguirá siendo, durante siglos y siglos, lo que es y siempre fue: LA RENOVACIÓN DEL SACRIFICIO DE CRISTO.
LA LITURGIA VIVA
A comisión litúrgica de la Iglesia, que ahora presenta este trabajo, desea
permitir también a los fieles consultar preces y lecturas en este inmenso tesoro. Podemos citar de modo indubitable las misas dominicales. Presentemente, cada uno puede tener a su alcance toda esta riqueza bíblica y litúrgica, heredada de la más sólida tradición, experiencia incomparable de oración vivida por la Iglesia a través de los siglos. Se trata ahora de penetrarla con el corazón y el espíritu, después de explorar esta liturgia en el seno de la comunidad eclesial. Esto llevará tempo; es preciso paciencia y perseverancia. En este camino de renovación de la oración litúrgica, se encuentran a veces obstáculos: algunos dudan en lo que concierne a una reforma que juzgan muy radical. Otros, ya desearían ir más allá de esta experiencia tradicional, bajo el pretexto de mejor adaptar el culto a la mentalidad moderna. CONTINUIDAD DE LA TRADICIÓN
La vacilación de algunos es debido al hecho de que ellos no reencuentran la
liturgia que siempre conocieron, la celebración eucarística en que su piedad se formó y que la consideran como la única misa tradicional. Ahora, no es solamente la tradición que conoce una diversidad de ritos en la Iglesia. También la liturgia ahora vigente en la Iglesia, de la forma como fue renovada, emerge sus raíces en una tradición que remonta muy lejos en la experiencia de la Iglesia apostólica, tradición sólida y universal. Algunos pretenderán que la liturgia eucarística del nuevo misal fuera menos clara con respecto a la doctrina del sacrificio o la presencia. Basta leer atentamente las tres nuevas oraciones eucarísticas para darse cuenta de que expresan bien la fe de la ICAB, especialmente en lo que respecta al sacrificio sacramental y la presencia real de Cristo.