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4 Frases Que Curan Heridas Emocionales

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4 FRASES QUE CURAN HERIDAS EMOCIONALES

Las heridas emocionales son vestigios de experiencias traumáticas que se cuelan en el presente. Con estas cuatro
frases resumimos parte del proceso de elaboración de estos conflictos.

Las heridas emocionales son huellas de experiencias traumáticas del pasado que se cuelan y condicionan el presente.
Las personas que deciden elaborar y sanar estas lesiones pasan por un proceso reparador que les permite vivir con
mayor plenitud. Pero, ¿cómo es este camino y dónde termina?

En este artículo, te mostramos cuatro frases que representan cómo algunas personas acaban reelaborando sus
propias heridas emocionales. ¿Te sientes identificado en alguna de ellas?

Heridas emocionales de la infancia

Las heridas emocionales son vestigios de daños, generalmente, producidos durante la infancia. Se conoce a esta
etapa como “período sensible del desarrollo” por ser un momento fundamental en la formación de la personalidad.
Por tanto, las huellas emocionales producidas en la infancia, en parte, determinarán la plenitud de la vivencia de la
etapa más adulta.

Todas las personas tienen en mayor o menor medida heridas emocionales, con las que van lidiando en las nuevas
relaciones creadas. Sin embargo, algunas pueden ser tan dolorosas que nos auguren un presente profundamente
anclado a este dolor pasado.

Habitualmente, en estos casos suelen surgir síntomas como la ansiedad, somatizaciones, entre otros, que deciden
finalmente a la persona a buscar ayuda psicológica.

¿Cómo surgen las heridas emocionales?

Las heridas emocionales obedecen, generalmente, a la vivencia de experiencias traumáticas. Y, no solo se entiende
que las graves negligencias parentales o situaciones de violencia lo son. El criterio de traumáticas se lo otorga la
persona que lo vivencia como tal. Es decir, una herida emocional se forma cuando una persona sufre una
experiencia percibida como negativa, que tiene consecuencias en su vida adulta.

Las figuras de apego principales deben proporcionar al niño varias funciones, como son: la guía emocional, la
respuesta rápida y adecuada a las necesidades o la confianza en las cualidades del niño, otorgando la autonomía
pertinente. Al fallar alguna de estas cuestiones, pueden generarse algunas de las conocidas como heridas
emocionales de la infancia.

Algunas de estas lesiones se asocian al estilo de apego infantil, es decir, a la relación del niño con sus padres. Esta
relación marcará la interpretación del mundo y de las relaciones que se haga posteriormente. Así, las cuatro heridas
emocionales de apego son: el miedo al abandono, el temor al rechazo, la herida de humillación o de ineficacia.

4 frases que curan heridas emocionales

Sanar estas lesiones es un proceso complejo. Algunas heridas transitan su cicatrización en las consultas de
psicología o teniendo otras experiencias vitales reparadoras. Lo que sí está claro es que la elaboración de los
sucesos traumáticos que han originado las heridas emocionales, pasa por el conocimiento sobre ellas y su origen.

A continuación, te mostramos algunas de las frases que resumen el proceso elaborativo de las cuatro heridas
emocionales principales.

1. “Estar solo no es tan malo como pensabas”

Esta frase tiene que ver con las heridas emocionales que hace referencia al miedo al abandono. Esta lesión
emocional se suele hacer visible por la evitación y el miedo a toda costa de quedarse solo en cualquier situación.
Además, estas personas suelen crear relaciones dependientes y mantenerse en una alerta constante ante el temor
de ser abandonados.

La persona que padece de este tipo de heridas suele pedir ayuda cuando sus mecanismos para no quedarse solo se
tornan en su contra, alejando precisamente a los seres queridos. Tras un proceso elaborativo de este daño
emocional y la búsqueda de las raíces en la infancia, la persona a veces se enfrenta a su peor temor, sorprendida de
que es capaz de soportarlo e incluso de disfrutarlo con el tiempo

2. “Mereces afecto, comprensión y compasión”

Las heridas emocionales relacionadas con el miedo al rechazo pueden originarse tras sentimientos de no ser
aceptado por los seres queridos. De esta forma, se va gestando la idea de que uno mismo no es merecedor del
afecto o la compasión de los demás.

Las personas con este temor, habitualmente, tienen una imagen penosa de sí mismos y se sienten extremadamente
inseguras. Sin embargo, cuando la herida infantil empieza a cicatrizar, la persona empieza a establecer una base de
amor propio y una visión como merecedor de cosas positivas y del afecto de los otros.

3. “No puedes contentar a todo el mundo, ni realmente lo deseas”

Existen ciertas heridas emocionales que nacen de vivencias relacionadas con la humillación en la infancia. Esta
inasumible carga para un niño puede tornarse en defensas, como la autorridiculación o la búsqueda constante
de aprobación en los demás.

Cuando estos niños crecen, esta defensa se suele convertir en un problema en sí, dificultando la conexión con los
propios deseos e inquietudes. Cuando la persona consigue soltar y perdonar lo relacionado con esta carga, renuncia
a contentar de forma constante a los demás y comienza a mostrar actitudes relacionadas con el autocuidado y la
autonomía.

4. “No puedes controlar todo y eso, en parte, es la gracia de la vida”

Es habitual que este tipo de heridas emocionales aparezcan en adultos cuya educación fue excesivamente
autoritaria o fría emocionalmente. Estos niños viven a merced de una exigencia desmedida y constante con la que
luchan de forma desesperada. Sin embargo, al convertirse en adultos y separarse de sus padres, es probable
que interioricen esta exigencia.

De esta forma, se tornan en adultos que intentan tomar el control en todo de forma ansiosa y que son rígidos en sus
convicciones. Generalmente, acuden a pedir ayuda cuando se desmoronan al no poder controlar ciertos aspectos
de la vida. Más adelante, en el proceso elaborativo, serán capaces de apreciar que lo inesperado no siempre es
negativo.

Sanar heridas emocionales es romper lo establecido

Las heridas emocionales son daños que suele producirse en la infancia, en consonancia a la relación que se establece
con las figuras principales. Todas las personas tienen en mayor o menor medida este tipo de lesiones. Pero,  algunas
son dolorosas y las personas deciden pedir apoyo psicológico.

El origen de las heridas emocionales se asocia a vivencias traumáticas, que suponen una huella profunda que llega
hasta la edad adulta. El niño, que sufre de estas experiencias negativas, elabora unas defensas que pueden
convertirse precisamente en fuente de sufrimiento en la etapa adulta.

Sanar las heridas emocionales requiere pasar por un proceso, más o menos complejo, que suponga una experiencia
reparadora. Además, la persona necesita conocer la propia lesión emocional y su origen para comenzar este
proceso. En muchos casos, el proceso de elaboración de las mismas acaba por entender que,  aunque nuestros
mecanismos de defensa nos salvaron de niños, hoy en día han dejado de funcionar y nos dañan . Es hora de
reinventarse.
5 HERIDAS EMOCIONALES DE LA INFANCIA QUE PERSISTEN CUANDO SOMOS ADULTOS
Las heridas emocionales de la infancia vaticinan en gran parte de los casos cómo será nuestra calidad de vida
cuando seamos adultos. Son como lesiones psíquicas, como fragmentos sueltos y mal curados que nos impiden
llevar una existencia plena e incluso afrontar los pequeños problemas del día a día con mayor soltura y resistencia.

Los signos de esas heridas psicológicas suelen evidenciarse de infinitos modos. Ansiedad, pensamientos obsesivos,
mayor vulnerabilidad hacia determinados trastornos, problemas del sueño, actitud defensiva…

No es fácil lidiar con un pasado traumático, sin embargo, aún lo es más cuando esas marcas se originaron en una
edad temprana. En esa primera etapa de la vida de un niño donde carece aún de estrategias personales para
manejar y entender ciertas dimensiones.

Así, de alguna forma, es muy común que siempre acontezcan 5 tipos de experiencias dolorosas o heridas
emocionales de la infancia que terminarán dejando una impronta muy evidente en nuestra personalidad.

Veamos a continuación cuáles son nuestras heridas, definidas por Lisa Bourbeau, la conocida coach y experta en
crecimiento personal famosa sobre todo por crear una escuelas y talleres bajo el nombre “Escucha tu cuerpo”.

1. Heridas emocionales de la infancia: el miedo al abandono

La soledad es el peor enemigo de quien vivió el abandono en su infancia. Por tanto, es común que en la edad
adulta se experimente un constante temor a vivir de nuevo esta carencia. De ahí que aparezca por ejemplo una
elevada ansiedad a ser abandonado por la pareja, pensamientos obsesivos y hasta conductas poco ajustadas por el
elevado temor a experimentar una vez más ese sufrimiento.

Es más, estudios como el llevado a cabo por la doctora Sharlene Wolchik de la Universidad de Arizona y publicado en
el Journal of Abnormal Child Psychology  nos explican que es precisamente el miedo a ser abandonados, lo que
genera en gran parte de los casos las rupturas de pareja. Son situaciones donde solo vive la angustia y el temor
continuado, algo que genera una elevada dependencia y presión hacia la otra persona. Son situaciones muy
complejas de manejar en muchos casos.

Las personas que han tenido las heridas emocionales del abandono en la infancia, tendrán que trabajar su miedo a la
soledad, su temor a ser rechazadas y las barreras invisibles al contacto físico.

La herida causada por el abandono no es fácil de curar, lo sabemos. Así, tú mismo serás consciente de que ha
comenzado a cicatrizar cuando el temor a los momentos de soledad desaparezca, y en ellos empiece a fluir un
diálogo interior positivo y esperanzador.

2. El miedo al rechazo

El miedo al rechazo es una de las heridas emocionales de la infancia más profundas, pues  implica el rechazo de
nuestro interior. Con interior nos referimos a nuestras vivencias, a nuestros pensamientos y a nuestros
sentimientos. en su aparición pueden influir múltiples factores, tales como el rechazo de los progenitores, de la
familia o de los iguales. Genera pensamientos de rechazo, de no ser deseado y de descalificación hacia uno mismo.

La persona que padece de miedo al rechazo no se siente merecedora de afecto ni comprensión y se aísla en su
vacío interior. Es probable que, si hemos sufrido esto en nuestra infancia, seamos personas huidizas. Por lo que
debemos trabajar nuestros temores, nuestros miedos internos y esas situaciones que nos generan pánico.

Si es tu caso, ocúpate de tu lugar, de arriesgar y de tomar decisiones por ti mismo. Cada vez te molestará menos
que la gente se aleje y no te tomarás como algo personal que se olviden de ti en algún momento.

3. La humillación

Esta herida se genera cuando en su momento sentimos que los demás nos desaprueban y nos critican. Podemos
generar estos problemas en nuestros niños diciéndoles que son torpes, malos o unos pesados, así como aireando sus
problemas ante los demás; esto destruye la autoestima infantil.
Las heridas emocionales de la infancia relacionadas con la humillación generan con frecuencia una personalidad
dependiente. Además, podemos haber aprendido a ser “tiranos” y egoístas como un mecanismo de defensa, e
incluso a humillar a los demás como escudo protector.

Haber sufrido este tipo de experiencias requiere que trabajemos nuestra independencia, nuestra libertad, la
comprensión de nuestras necesidades y temores, así como nuestras prioridades.

4. La traición o el miedo a confiar

El miedo a confiar en los demás surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus
progenitores. Dimensiones como incumplir promesas, no proteger, mentir o no estar cuando más se necesita a un
padre o a una madre origina heridas profundas. En muchos casos, esa sensación de vacío y desesperanza se
transforma en otras dimensiones: desconfianza, frustración, rabia, envidia hacia lo que otros tienen, baja
autoestima…

Haber padecido una traición en la infancia construye personas controladoras y que quieren tenerlo todo atado y
reatado. Si has padecido estos problemas en la infancia, es probable que sientas la necesidad de ejercer cierto
control sobre los demás, lo que frecuentemente se justifica con un carácter fuerte.

Estas personas suelen confirmar sus errores por su forma de actuar. Sanar las heridas emocionales de la traición
requiere trabajar la paciencia, la tolerancia y el saber vivir, así como aprender a estar solo y a delegar
responsabilidades.

5. La injusticia

La injusticia como herida emocional se origina en un entorno en el que los cuidadores principales son fríos y
autoritarios. En la infancia, una exigencia en demasía y que sobrepase los límites generará sentimientos de ineficacia
y de inutilidad, tanto en la niñez como en la edad adulta. Un autor experto en este tema es sin duda  Yong Zhao, un
respetado académico de la educación.

Según Zhao, tal y como nos explica en uno de sus trabajos, el autoritarismo en el hogar y en la propia educación
afecta tanto al desarrollo psicológico y emocional, como al potencial y rendimiento de los propios niños.  Cuando
nuestros derechos son vetados y no recibimos apoyo, consideración y una cercanía afectiva válida y significativa,
aparecen sin duda graves heridas psicológicas.

Las consecuencias directas de la injusticia en la conducta de quien lo padece será la rigidez, la baja autoestima, la
necesidad de perfeccionismo, así como la incapacidad para tomar decisiones con seguridad.

En estos casos, es importante trabajar la autoestima, el autoconcepto, así como la rigidez mental, generando la
mayor flexibilidad posible y permitiéndose confiar en los demás.

Ahora que ya conocemos las cinco heridas emocionales de la infancia que pueden afectar a nuestro bienestar, a
nuestra salud y a nuestra capacidad para desarrollarnos como personas, podemos comenzar a sanarlas.
7 FRASES DE BUDA QUE CAMBIARÁN TU VIDA
Somos muchas las personas que teniendo como referencia las frases de Buda, vemos el budismo más bien como
una filosofía de vida que como una religión. La razón se debe a que pocas doctrinas espirituales nos han cautivado
de este modo, pocas prácticas ancestrales han generado tantas transformaciones individuales y generado a su vez
cambios de conciencia tan positivos.

La razón por la que el budismo tiene tanto seguidores es debido su sencillez. Al modo en que se trasmiten esos
mensajes tan llenos de sabiduría que nos animan a mejorar nuestra calidad de vida. Así, y desde un punto de vista
psicológico cabe decir que su impacto en nuestro bienestar emocional es inmenso. No solo nos anima a regular
nuestros estados de estrés y ansiedad. Además de ello favorece ese viaje interior mediante el cual, trabajar
el autoconocimiento, la plenitud personal…

“No pienses que no pasa nada, simplemente porque no ves tu crecimiento… las grandes cosas crecen en silencio”.
-Buda-

Para beneficiarnos de sus principios tan solo es necesario abrir nuestro corazón. Llevar a cabo una apertura mental
con ilusión para adentrarnos en este tipo de filosofía. Por ello, nada mejor que reflexionar en estas frases de Buda.

1. Frases de buda: el dolor y sufrimiento no son lo mismo


“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.-Buda-

Pensemos durante un momento en la esencia de este mensaje. Es muy posible que la primera pregunta que nos
hagamos sea la siguiente: ¿qué diferencia hay entre dolor y  sufrimiento? Bien, debemos entender antes que nada
que el dolor es algo genuino y legítimo. Si a mí me golpean o me hieren, sentiré dolor.  Si a mí me abandona mi
pareja, sentiré de forma irremediable un dolor por esa ausencia.

Sin embargo, el sufrimiento hace referencia a esa carga emocional negativa que cargamos en nuestra mochila
durante un tiempo excesivo. Puedo, por ejemplo, sufrir por esa separación o ese abandono durante un tiempo
limitado: el que dure el proceso del duelo por el abandono de mi pareja. Si lo alargo más allá de ese periodo, estaré
perdiendo calidad de vida.

Asimismo, y teniendo en cuenta que a las personas solo nos puede dañar aquello a lo que le damos
importancia, evitar el sufrimiento inútil puede consistir simplemente en dar un paso atrás, desligarse
emocionalmente y ver las cosas desde otra perspectiva. El dolor es algo físico e inevitable, pero el sufrimiento es
una elección, depende de nosotros, de nuestros pensamientos y emociones.

Lograrlo lleva práctica y tiempo, pero merece realizar este gran aprendizaje. Como guía para ello, otra de las frases
de Buda que nos puede servir de referencia sobre cómo comenzar es: “Todo lo que somos es el resultado de lo que
hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos”.

2. Aprende a vivir el presente


“Alégrate porque todo lugar es aquí y todo momento es ahora”-Buda-

Nuestra mente adora alimentarse del pasado, vive de nostalgias, de lo que no pudo ser. Asimismo, otro de sus
defectos es anticipar futuros, preocuparse por aspectos que aún no han acontecido. Esto nos lleva a no vivir el
momento y que nuestras vidas pasen de largo sin ser conscientes. El budismo nos enseña a centrarnos en el aquí y
ahora. Por tanto, debemos aprender a estar presentes, a disfrutar de cada momento como si fuera el único.

3. La plenitud está en la unidad


“Cuida el exterior tanto como el interior, porque todo es uno”-Buda-

Para encontrar un verdadero estado de bienestar es imprescindible que mente y cuerpo estén en un equilibrio. Si
hay algo que todos sabemos es que vivimos en una sociedad que exalta el aspecto físico. Un mundo donde favorece
esa desvinculación del mundo interior porque lo que cuenta es la apariencia, no la esencia.
Cambiemos el enfoque, reflexionemos cada día en una de las mejores frases de Buda para recobrar esa unidad.

Para engarzar cuerpo y alma, piel y emociones, cuerpo y cerebro, presencia y corazón. De este modo, y al conseguir
un equilibrio óptimo entre todas esas dimensiones, nos sentirnos más plenos y conscientes del aquí y ahora,
facilitando una plenitud emocional más rica.

Un modo sensacional de lograr esta conexión es a través de la meditación y el yoga.

4. La vida no es un camino llano, prepara tus recursos


“Más vale usar pantuflas que alfombrar el mundo”.-Buda-

No todos los caminos que vayamos a transitar en esta vida estarán alfombrados. No todas las opciones van a ser
sencillas ni hallaremos un puente en cada dificultad. A menudo, en nuestro día a día nos vamos a encontrar
senderos muy agrestes y empinados, donde no hay comodidades. De ahí que debamos ir preparados, con calzado
propio, con recursos propios.

Esta es sin duda una de las frases de Buda más interesantes, esa donde nos anima a ser conscientes de que vivir
exige sortear baches. Así que nada mejor que ir preparados.

5. Tu dolor no debe buscar culpables


“No lastimes a los demás con lo que te causa dolor a ti mismo”.-Buda-

¿Qué nos trasmite este mensaje? La respuesta es sencilla: responsabilidad, madurez y compromiso con nosotros
mismos y los demás. De algún modo, esta frase nos recuerda a esa otra que todos habremos usado alguna vez “no le
hagas a los demás lo que no te gustaría que te hiciesen a ti”.

Así, esta quinta reflexión va también un poco mucho más allá, ya que consiste en un profundo conocimiento de
nosotros mismos, en esa gran empatía hacia los demás donde trabajar la autoconciencia y responsabilidad. Si la vida
nos ha golpeado, si hemos sufrido reveses o nos han decepcionado, no busquemos sobre quien proyectar la culpa.
Sanemos heridas y avancemos.

6. ¿Qué es para ti lo esencial?


“No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”.-Buda-

Nuestro deseo de tener más, tanto en el plano material como el emocional, es la principal fuente de todas nuestras
preocupaciones y desesperanzas. Su máxima se basa en aprender a vivir con poco y aceptar todo aquello que nos
brinda la vida en su momento. Ello nos llevará a una vida más equilibrada, reduciendo el estrés y muchísimas
tensiones internas.

El hecho de desear más cosas indica a menudo falta de seguridad. Denota que nos sentimos solos y necesitamos
llenar esos vacíos. Sentirnos a gusto con nosotros mismos nos permite dejar atrás la necesidad de no tener que
demostrar nada. Las posesiones no nos llevan a la felicidad. La felicidad es una actitud y por lo tanto es algo que se
cultiva desde dentro.

7. La valentía de desaprender
“Para entender todo, es necesario olvidarlo todo”.-Buda-

De pequeños estamos en continuo aprendizaje. Nuestro mapa mental aún no está diseñado, y ello hace que
estemos abiertos a “todo”, que nuestra capacidad de entender cualquier cosa sea inmensa. Sin embargo, no
sabemos juzgar, todo lo aceptamos y lo damos por cierto.

Pero a medida que crecemos, nuestra mente se llena de condicionamientos y normas sociales que nos indican
cómo debemos ser. Nos inculcan el aparente sentido de las cosas, de cómo debemos comportarnos e incluso cómo
debemos pensar interiormente. Nos volvemos inconscientes con nosotros mismos y nos perdemos.

Para cambiar y ver las cosas desde una perspectiva más sana tenemos que aprender a desligarnos de las
creencias, desaprender hábitos e ideas que no provienen de nuestro corazón. Para ello, esta última frase de Buda
nos servirá también para comenzar el proceso: “En el cielo no hay distinciones entre este y oeste, son las personas
quienes crean esas distinciones en su mente y luego piensan que son verdad” ….. Pensemos en ello.

NADIE PIERDE POR DAR AMOR, PIERDE QUIEN NO SABE RECIBIRLO


Nadie pierde por dar amor, porque ofrecerlo con sinceridad, con pasión y delicado afecto nos dignifica como
personas. En cambio, quien no sabe recibirlo ni cuidar ese inmenso regalo es quien pierde de verdad. Por ello
recuerda, nunca te arrepientas de haber amado y haber perdido, porque lo peor es no saber amar.

Afortunadamente la neurociencia va ofreciéndonos día tras día reveladoras informaciones que nos explican por qué
actuamos como actuamos en esto del amor. Lo primero que conviene recordar es que el cerebro humano no está
preparado para la pérdida, nos supera, nos inmoviliza y nos enclaustra durante un tiempo en el palacio
del sufrimiento.

Estamos programados genéticamente para conectar entre nosotros y para construir lazos emocionales con los que
sentirnos seguros, con los que edificar un proyecto. Es así como hemos sobrevivido como especie, “conectando”, de
ahí que una pérdida, una separación e incluso un simple malentendido haga que salte al instante la señal de alarma
en nuestro cerebro.

Ahora bien, otro aspecto complejo sobre el tema de las relaciones afectivas es el modo en el que afrontamos dicha
separación, dicha ruptura. Desde un punto neurológico cabe decir que empiezan a liberarse al instante las
hormonas del estrés, conformando en muchos casos lo que se conoce como “el corazón roto“. Sin embargo, desde
un punto emocional y psicológico, lo que sienten muchas personas es otro tipo de realidad.

No solo experimentan el dolor por la falta del ser amado. Sienten una pérdida de energía, de aliento vital. Es como
si todo el amor dado, todas las esperanzas y afectos dedicados a esa persona se hubieran ido también, dejándolos
vacíos, yermos, marchitos…

Entonces… ¿cómo volver a amar de nuevo si lo único que habita en nuestro interior es el polvo de un mal recuerdo?
Es necesario que afrontemos estos momentos de otro modo. Te hablamos de ello a continuación.

Dar amor o evitar amar de nuevo

Todos nosotros somos un delicado y caótico compendio de historias pasadas, de emociones vividas, de amarguras
soterradas y miedos camuflados. Cuando se inicia una nueva relación nadie lo hace enviando previamente todas
sus experiencias pasadas a la papelera de reciclaje.  Nadie empieza de “0”. Todo está ahí, y el modo en que hayamos
gestionado nuestro pasado hará que vivamos un presente afectivo y emocional con mayor madurez, con mayor
plenitud.

Ahora bien, el hecho de haber vivido en piel propia una amarga traición o, sencillamente, percibir que el amor se ha
apagado en el corazón de nuestra pareja cambia mucho el modo en que vemos las cosas. Dar amor con intensidad
durante una época determinada, para después quedarnos vacíos y enclaustrados en la habitación de los recuerdos y
las ilusiones perdidas, cambia muchas veces la arquitectura de nuestra personalidad.

No falta quien se vuelve desconfiado, e incluso quien desarrolla poco a poco la gélida y férrea coraza del aislamiento
donde interiorizar el clásico mantra de  “mejor no amar para no  sufrir“. Sin embargo, es necesario derribar una idea
básica en estos procesos de lenta “autodestrucción”.

Nunca debemos arrepentirnos de haber amado, de habernos arriesgado a un todo o nada por esa persona.  Son esos
actos los que nos dignifican, los que nos hacen ser humanos y maravillosos a la vez. Vivir es amar y amar es dar
sentido a nuestras vidas a través de todas las cosas que hacemos: nuestro trabajo, nuestras aficiones, nuestras
relaciones personales y afectivas…

Si renunciamos a amar o nos arrepentimos por haberlo ofrecido, renunciamos también a la parte más hermosa de
nosotros mismos.

Sanar el amor perdido


Según un estudio llevado a cabo en la University College London, existen ciertas diferencias entre hombres y
mujeres a la hora de afrontar una ruptura afectiva. La respuesta emocional parece ser muy distinta. Las mujeres
sienten mucho más el impacto de la separación, sin embargo es común que se repongan antes que los hombres.

Ellos, por su parte, suelen aparentar estar bien, se visten con la máscara de la fortaleza refugiándose en sus
ocupaciones y responsabilidades. Sin embargo, no siempre logran superar esa ruptura o tardan años en hacerlo. ¿La
razón? El sexo femenino suele disponer de mejores habilidades para gestionar su mundo emocional. Facilitar
el desahogo, buscar apoyo y afrontar lo ocurrido desde una perspectiva donde se halla el perdón y la actitud de
pasar página suele hacer las cosas más fáciles.

Sea como sea, y más allá de los géneros o del motivo que haya originado esa ruptura, quedan claras algunas cosas
que es necesario inocular en nuestro corazón a modo de vacuna. Ningún fracaso emocional debe vetarnos nuestra
oportunidad de ser felices de nuevo. Digamos “no” a ser esclavos del pasado y eternos cautivos del sufrimiento.

Otro aspecto que es bueno recordar es que amar no es sinónimo de sufrir. No alimentemos esperanzas o
alarguemos el “chicle” de una relación que de antemano tiene fecha de caducidad. Una retirada a tiempo salva
corazones y un adiós valiente cierra una puerta para abrir otra, esa donde el amor se conjuga siempre con la
palabra FELICIDAD.
EL VALOR DE ENSEÑAR A LOS NIÑOS A DECIR "GRACIAS", "POR FAVOR" O "BUENOS
DÍAS"
Transmitir a los niños la importancia de dar las gracias, de “pedir por favor” o de decir “buenos días” o “buenas
tardes”, va más allá de un simple acto de cortesía. Estamos invirtiendo en emociones, en valores sociales, y ante
todo, en reciprocidad.

Para crear una sociedad basada en el respeto mutuo, en la que el civismo y la consideración marquen la diferencia,
es necesario invertir en esas pequeñas costumbres sociales, a las que a veces, no prestamos la importancia que
merecen. Porque la convivencia se basa al fin y al cabo en la armonía, en esas interacciones de calidad basadas en la
tolerancia donde todo niño debería iniciarse desde una edad temprana.

Soy de la generación del gracias, del por favor y del buenos días, de la misma que no duda en decir un “lo siento”
cuando es necesario. Cualidades todas ellas que no dudo en transmitir en mis hijos, porque educar en respeto es
educar con amor.

Un error en el que suelen caer muchas familias es en iniciar a los niños en estas normas de cortesía cuando los más
pequeños empiezan a hablar. Ahora bien, es interesante saber que el “cerebro social” de un bebé es
tremendamente receptivo a cualquier estímulo, al tono de voz e incluso a las expresiones faciales de su padre y su
madre.

Lo creamos o no, podemos educar a un niño en valores desde edades muy tempranas. Sus aptitudes son casi
insospechadas y hemos de aprovechar esa gran sensibilidad en materia emocional. Te hablamos de ello.

Dar las gracias, un arma de poder en el cerebro infantil

Los neurocientíficos nos recuerdan que el sistema neuronal  de un niño está programado genéticamente para
“conectarse” con los demás. Es algo mágico e intenso. Incluso las actividades más rutinarias como alimentarlos,
bañarlos o vestirles se convierten en improntas cerebrales que prefiguran en un sentido u otro la respuesta
emocional que tendrá ese niño en el futuro.

El diseño de nuestros cerebros, por así decirlo, nos hace sentirnos inexorablemente atraídos a su vez por
otros cerebros, por las interacciones de todos aquellos que están a nuestro alrededor. Así pues, un niño que es
tratado con respeto y que desde una edad temprana se ha acostumbrado a escuchar la palabra “gracias”, entenderá
rápidamente que está ante un refuerzo positivo de gran poder y, que sin duda, irá desentrañando poco a poco.

Es muy probable que un niño de 3 años al que su padre y su madre han enseñado a decir gracias, por favor o buenos
días, no comprenda muy bien aún el valor de la reciprocidad y del respeto que impregnan estas palabras. No
obstante, todo ello crea un adecuado y maravilloso sustrato para que después las raíces fuertes y profundas.

Al fin y al cabo, la edad mágica comprendida entre los 2 y los 7 años, es la que Piaget denominaba como “estadio
de inteligencia intuitiva”. Es aquí donde los pequeños, a pesar de estar supeditados al mundo del adulto, van a ir
despertándose progresivamente al sentido del respeto, a intuir ese universo que va más allá de las propias
necesidades para descubrir la empatía, el sentido de la justicia y por supuesto, la reciprocidad.

La reciprocidad, un valor social de peso

Cuando un niño descubre por fin lo que sucede en sus contextos más próximos cuando pide las cosas por favor y
las concluye con un gracias, ya nada va a ser igual. Hasta el momento, lo llevaba a cabo como una norma prosocial
pautada por los adultos, algo que le confería refuerzos positivos por su buen comportamiento.

“La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”-Paulo Freire-
No obstante, tarde o temprano experimentará el auténtico efecto de tratar con respeto a un igual, y cómo esa
acción revierte a su vez en él o en ella misma. Es algo excepcional, una conducta que le habrá de acompañar para
siempre, porque tratar con respeto a los demás es también respetarse a uno mismo, es actuar de acuerdo a unos
valores y un sentido de convivencia basado en un pilar social y emocional de peso: la reciprocidad.

Será sobre los 7 años cuando nuestros hijos descubran plenamente todos estos valores que conforman su
inteligencia social. Es ese instante en que empiezan a dar más importancia a la amistad, a saber lo que implica esa
responsabilidad afectiva, a entender y disfrutar de la colaboración, atendiendo necesidades ajenas e intereses
diferentes a los propios.

Es sin duda una edad maravillosa donde todo adulto debe tener muy presente un aspecto esencial: debemos seguir
siendo el mejor ejemplo para nuestros hijos. Ahora bien, la pregunta mágica es la siguiente… ¿De qué manera
vamos inculcando en nuestros hijos desde edades tempranas esas normas de convivencia, de respeto y de
cortesía?

Te ofrecemos unas sencillas estrategias para que las tengas en cuenta, son indicaciones básicas que señalar a los
niños en cada situación.  Vale la pena tenerlo en cuenta.

 ¿Has llegado o entrado a algún sitio? Saluda, di buenos días o buenas tardes.
 ¿Te vas? Di adiós
 ¿Te han hecho un favor? ¿Te han dado algo? Da las gracias.
 ¿Te han hablado? Responde.
 ¿Te están hablando? Escucha.
 ¿Tienes algo? Compártelo.
 ¿No lo tienes? No envidies.
 ¿Tienes algo que no es tuyo? Devuélvelo.
 ¿Quieres que hagan algo por ti? Pídelo por favor.
 ¿Te has equivocado? Discúlpate.
Normas sencillas que, sin lugar a dudas, le serán de gran ayuda en el día a día.

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