La Chica Pajaro - Paula Bombara
La Chica Pajaro - Paula Bombara
La Chica Pajaro - Paula Bombara
chica pájaro
PAULA BOMBARA
Fotografía de cubierta: Sharon Masurski
Norma
www.kapelusznorma.com.ar
Bombara, Paula,
La chica pájaro / Bombara, Paula. - la ed . 2a reimp. - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Grupo Editorial Norma, 2016.
ISBN 978-987-545-681—5
l. Narrativa Juvenil Argentina. I. Título.
CDD A865.9285
CC: 29010542
ISBN: 978-987-545-681-5
A mamá.
Es todo lo que tengo y es todo lo que hay, Lisandro Aristimuño. Crónicas del
viento, capítulo 1.
CERO
Tiene más de setenta años, tal vez pase los setenta y cinco. Es delgada. Usa
el pelo largo, blanco, atado hacia atrás, en una trenza de pocos cabellos. No
llama la atención, pasa fácil entre las personas. Si quiere puede volverse
invisible.
para que el cuerpo haga lo que tiene que hacer y solo eso y todo eso. .
Colgada en su espalda, la mochila cargada se aprieta y pesa. Está ajustada
pero aun así oscila, se mueve.
hacia abajo.
Sus piernas, antes recogidas, ahora se estiran y caen a ambos lados de la
rama.
Cierra los ojos, los abre. Se acomoda el pelo. Respira.
Saca el celular del bolsillo. Está apagado.
Lo enciende, llama a su mamá. Le dice que no volverá por unos días, que no
se preocupe, que está con amigas. La madre protesta pero ella corta y
apaga el celular.
Luego de un rato se quita la mochila de la espalda y la abre.
Un cielo es lo que lleva ahí.
Se trata de una tela muy larga, turquesa, ambos extremos llegan al piso. Sin
que pueda percibirse duda, Mara se cuelga de ella. Brazos contraídos.
Rodillas al pecho.
De a poco, estira el cuerpo y con los pies encuentra el nudo. Allí se para.
Desde adentro, recoge con rapidez los faldones de tela que caen. Los
acomoda para que sean uno su manta, otro su almohada.
Así se queda.
Lo odio. Lo odio. ¿Qué hago ahora? ¿Duermo acá? ¿Me voy? ¿Y si vuelve? ¿Y
si sigo corriendo? No. Eso es lo que espera. Que me esconda. Por ahí. En
algún bar, Debe estar dando vueltas con el auto. Buscándome. No creo que
vuelva a la plaza. Ni se imagina que soy capaz de dormir acá arriba. No creo
que se anime a llamar a las chicas tampoco. Igual no importa. Ellas me van
a cubrir. Aunque no sepan. Ay. Me duele. Es acá donde me duele. Pero no es
nada. Tengo que calmarme. Se me va a pasar. No veo nada. Voy a tratar de
dormir. No se escucha nada. ¿Y si viene la policía? ¿Llamarán a la policía?
No. No creo que el muy cagón llame a la policía. ¿Y mamá? ¿Y si viene la
policía qué hago? Ni pienso salir. Acá estoy bien. Que suban. A buscarme.
Yo de acá no salgo.
CINCO
Antes usaba el tiempo del almuerzo para pensar en nada, descansar la vista
en el
pasto, en las palomas, en la trama del camino. Pero desde que la chica del
árbol llegó la mira trepar su tela, no puede evitarlo.
Con cada impulso hacia arriba el cuerpo gana levedad.
Ve que, rápida y precisa, la chica mueve la pierna derecha para enroscar la
tela sobre su empeine descalzo.
Lejos, muy alto, un pie se apoya sobre el otro envuelto. La tela ya no es
simple género sino escalera.
Desde un banco mira lo que sucede en esa tela. Mira mucho para, después,
dibujar.
Saca un sánguche y una coca de una bolsa de nailon. En un rato tendrá que
volver al trabajo. Mastica sin dejar de mirar.
Le encanta.
SIETE
Corre
y entra en el edificio
y sube la escalera de dos en dos
y saluda apurado
y entra a su pieza
y abre su bloc
y dibuja en segundos
Y la chica.
Tan ajena.
La mujer entiende que el muchacho mira la belleza de ese baile entre una
tela y una joven. En el silencio, los movimientos son ejecutados sin llegar
nunca a una línea recta. Giros, inversiones, pliegues y despliegues.
Leonor, que tiene tantos ojos como Una araña, ve el rostro serio en la chica
y, tras esa seriedad, desconfianza. Ta chica se sabe mirada. Eso punza €n el
cuerpo de la mujer, quien, cada vez, se pregunta con más fuerza
Hoy no va a aparecer. Qué lindo es que nadie te conozca. Ser nadie. Ser
otra. Ser de nuevo. Tener otro nombre. Dar vuelta la página. Eso. Renacer.
Alma y cuerpo. Nuevos. Eso. bailar y nada más. Mañana será otro día.
Empezaré a buscar. Necesito que hoy no pase nada. Hoy descanso. Mañana
empiezo. Necesito pensar hoy.
Alguien pone música. Le gusta lo que oye. Intenta una coreografía. Todo
queda atrás cuando se concentra en su danza.
Repasa movimientos. Sabe que cuando la tela la rodea tal como le
enseñaron, puede soltar los brazos y dejarse llevar por los giros de su
cuerpo.
Es ella sola ahí. Es ella consigo misma, sosteniéndose. Se piensa otra, se
piensa Alma, ese nombre etéreo, capaz de girar con ella, fundirse con ella,
en las alturas.
ONCE
Darío siente que con la chica pasa un leve aroma a pasto húmedo.
Compra y sale con un sánguche y una coca. Se siente idiota. Pero se dice
que no va a dejar pasar la oportunidad. Vuelve al kiosco y agrega un helado.
Apura el paso y alcanza a la chica antes de que ella llegue a su árbol.
Le toca el hombro
sin decir palabra.
Le ofrece,
La chica le pregunta con los ojos: ¿Y esto? tomá, para vos. Ah, ¿y por qué?
Darío siente que un rayo lo quema por dentro. Es por la voz que tiene ella.
Dulce y seca. Carraspea un poco antes de decir pensé que te iba a gustar.
Pensaste que me iba a gustar, afirma ella y hace un gesto que Dario no
entiende. Ella no sonríe pero acepta con un gracias susurrado en voz baja.
De nada, me llamo Darío. Alma, responde la chica mientras se va hacia el
árbol.
DOCE
Es de noche
Es de noche
y Leonor cocina al compás de una melodía de piano que
sale de la radio. En un descuido el cuchillo se le resbala y le pincha la yema
del dedo pulgar. Una gota de sangre activa tantos recuerdos cuando lo que
hay es noche, piano y soledad, que la mujer deja resbalar una queja
exagerada mientras se chupa el dedo.
Es de noche
Esa tarde rumbea a la plaza con inquietud porque su amiga le dijo que se le
olvidan las cosas. Pero que no se lo cuente a nadie.
La timidez de él.
La desconfianza de ella.
Las palabras son tan espesas a veces, dejan la boca tan pastosa.
Ella lo escucha hablar sentada en su tela, anudada como una hamaca casi
al ras del
piso.
Le digo que vivo con mis padres. No, no. Eso es muy serio. Vivo con mis
viejos. No tengo hermanos. Soy hijo único. Vivimos en un departamento.
Segundo piso por escalera. ¿Querrá saber de qué trabajan? Ni siguiera sé
bien qué hace la vieja en esa empresa. Bueno, está en la administración. Lo
del viejo es fácil. Electricista. Punto. Le voy a decir que me hizo estudiar
para electricista y que ahora quiere que estudie para ingeniero pero yo no
quiero. Que quizá me meta en la facultad pero para analista de sistemas.
¿Le digo que dibujo? No, no. Mejor le digo lo de la facultad. A las chicas les
gustan los artistas. Pero lo de los dibujos es mío. Va a querer que le
muestre. Mejor eso no se lo digo. Además tengo ahí los dibujos que hice de
ella en el árbol. No, no. Le digo que estoy por empezar la facultad y listo. No
creo que me pregunte demasiado. No creo que me pregunte nada en
realidad. Y si tengo que seguir hablando solo puedo contarle de la
construcción. Que entré por mi viejo. ¿Pensará que soy un nene? Pero
bueno, fue así. Me lo consiguió él y ¿está mal si le digo que el trabajo me
gusta? ¿Pensará que soy un idiota? ¿Un nerd? Ni siquiera me gusta salir a
bailar con los pibes. No me gustan las chicas que me presentan. Eso no se
lo voy a decir. “Hola, no me gustan las chicas que me presentan mis
amigos”. Ja. ¿Le cuento lo del fútbol los viernes? ¿Le cuento de mis amigos?
¿Pensará que soy el típico chabón que lo único que sabe hacer es hablar de
fútbol? Le puedo hablar de computadoras también... O de rock nacional. ¿Le
gustará la música? Qué poco tengo para contar. ¿Por qué me estoy
haciendo tanto problema? Ni siquiera la invité todavía.
Llega la hora y Darío siente la corriente eléctrica dentro de su cuerpo. Se
apura en ir hasta la oficina a fichar. Conversa con sus compañeros para no
revelar su urgencia, para no ser interrogado. Ya ha sufrido algunos
comentarios de su jefe: Linda chica, andás mirando mucho a la chica esa,
eh. Ojo, no vaya a ser que te equivoques el color de los cables, eh.
Llega al pie del árbol y allí arriba está la tela anudada. Vacía. Recorre la
plaza con la mirada y ve a la vieja que medita. Va hacia ella, le parece
haberla visto muchas veces por ahí. Quizá sepa algo.
No piensa en que puede molestarla, interrumpirla. Se acerca y le habla al
rostro cerrado. Disculpe, señora, ¿no vio para dónde se fue la chica de la
tela?
Ve a la vieja abrir los ojos sin expresión. La ve que mira el árbol, mira el
banco, mira la plaza, mira a Darío, que le pregunta de nuevo: La chica de la
tela. ¿No sabe adónde se fue?
Le dice que no, que no sabe. Pero dejó la tela, así que va a volver.
Con las manos en los bolsillos encara el cuerpo hacia la parada del
colectivo. No importa, se dice. Mañana puedo invitarla. Hay tiempo todavía.
Su mente se queda en el nudo vacío de la tela. Para cuando llega a su casa,
lo tiene en la garganta. Esa chica me está haciendo mal, piensa.
DIECIOCHO
Leonor decide quedarse luego de que Darío se va. El mediodía le avisó que
la noche será diferente. Algo en el color de la tarde se lo recordó. Ella es de
prestarle atención a esos algo.
Salí que ya sé que estás ahí. ¿Sabés qué voy a hacer? Me la voy a agarrar
con tu puta madre y vos vas a tener la culpa. La culpa va a ser tuya,
estúpida. ¡Bajá!
La chica no parece estar ahí. Parece estar más alto, mucho más alto.
Queda Leonor que, aun a tantos metros de distancia, sabe escuchar el latir
de ese corazón y hoy no se irá.
DIECINUEVE. INVITACIÓN
La mujer insiste. Llevemos la tela con nosotras. Así piensa que le fuiste de
la plaza.
La chica duda.
la mejilla,
la frente.
Mochila en la espalda,
bolsas.
VEINTE
M.... Alma, responde ella, aún desconfiando, sin sonreír, mientras mira los
adornos, la
lámpara, la biblioteca.
La sien.
La mejilla.
Se lava la cara.
Se mira
Se le llenan de lágrimas.
Se lava las manos, los antebrazos. Siente dolor en una pierna, se mira y ve
otro hilo de sangre en la pantorrilla, cerca del tobillo. Pasa el índice desde la
punta de la gota, desandando su recorrido. Se limpia el dedo bajo el chorro
de agua.
Cuando sale del baño Leonor está en la cocina. Desde allí le habla. Voy a
preparar algo para comer.
Mara aún no puede creer su golpe de suerte. ¿Quién es esta mujer? ¿Por
qué se ocupa de ella y no le hace preguntas? Sigue su voz, como si de ella y
de su modo sencillo de hablar se desprendiera un aroma irresistible.
Se nota que a Leonor le gusta preparar sus alimentos. Pueden elegir qué
comer, tiene muchas cosas. Semillas, frutas, verduras, quesos. Pero no se
anima a pedir nada.
La mujer le cuenta que tiene setenta y seis años y que hace muchos que
vive sola;
Al aparecer la luz azul celeste del amanecer las dos mujeres deciden ir a
dormir, dejar esa mesa vacía, las sillas arrimadas, las tazas y las cucharitas
en el secaplatos.
Es que yo no pensé. O sea. Pensé que iba a pasar algunos días. Noches. Dos
o tres. En la plaza. Pero no más. Lo que pasa es que mi hermana. Porque en
realidad lo que yo quiero es ir a lo de mi hermana. Quiero vivir con mi
hermana pero no sé dónde está. Ella se fue de mi casa. Es mi hermana
mayor. Pato. Yo soy la del medio. Hernán es el más chico. ¿Me entendés
algo? Lo que pasa es que mi casa es un quilombo. Perdón. Es un lío. Un lío.
Y un desastre. Yo estuve pensando en estos días, ¿viste? Y es un desastre
desde hace. Es un desastre. Mi papá se fue cuando yo tenía siete años. Pero
antes de irse nos cagó a palos. Perdón. Es que nos pegaba, ¿viste? Después
nos hacía regalos. Una vez nos llevó a Disney. Yo tenía cinco pero me
acuerdo de todo. Mamá siempre. Cada vez. Decía que era así porque estaba
enojado con la vida. Enojado con la vida. Ella decía así. Yo nunca entendí. Lo
de enojado con la vida. ¿Les pegás a otros porque estás enojado con vos
mismo? Yo digo que no. No nos quería, ¿viste? Mamá nos curaba los golpes.
Hasta hoy tiene la costumbre de apoyar una manzana fría. Te apoya la fruta
fría en los lugares golpeados, ¿viste? El frío helado duele también. Manzana
o naranja. Cuando éramos chicos usaba un pedazo de carne. A mí el olor me
daba ganas de vomitar. Hubo una noche. Terrible. Papá volvió de la oficina
borrachísimo. Mamá estaba. En su cuarto. Nosotros terminábamos de hacer
la tarea. Serían las nueve. No era tarde. No sé qué pasó. Nunca supe. La
agarró a mi hermana. Yo grité. Ella. Todos gritamos. Casi la mata. Después
me agarró a mí. Me revoleó el brazo y me sacudió una cachetada. No me
acuerdo. Golpe de puño no sé. No me acuerdo bien. No llores, mocosa.
Callate. Los vecinos. No nos decía por qué. Nos estaba pegando. Hernán
gritaba. Como loco. Era chico todavía. Cinco o seis tendría. Pero atacó a mi
papá. Con un cuchillo. Uno de la mesa. Se lo clavó en la pierna. Mamá
lloraba. Trataba de ponerse entre mi papá y mi hermano. Para prolegerlo,
¿viste? Era tan chiquito, Hernán. Siempre supo que teníamos que cuidarnos.
Mi hermana puteaba a los gritos. Vinieron unos vecinos. La policía. Fue una
locura. Esa noche se fue. Antes estampó a mi hermano contra una pared. Lo
desmayó. Fuimos al hospital. Después estuvimos tranquilos con mamá
muchos años. Bien. Pato dejó la secundaria pero consiguió un trabajo.
Hernán pegó el estirón. Iba a la misma escuela que yo, ¿viste? Todo se
calmó. Casi que éramos felices. Los cuatro. Mamá también trabajó en esa
época. Es relinda mi mamá cuando está bien. Hasta que apareció Jorge,
¿viste? Enseguida se vino a vivir. A mi casa. Reparecido a papá. De cara y
de carácter. Yo no lo podía creer. Lloré mucho. Le pedí por favor. Pero
mamá. A mamá la empezó a tratar mal enseguida. Nunca vimos que le
pegara. Pero escuchamos, ¿viste? Se encierran con llave. Y se escucha todo.
Cuando gira la llave me da un miedo. Mamá dice que no es nada. Celos
nomás. Mi mamá no sale de mi casa sola, ¿viste? No puede salir. Ella dice
“mejor”. Sale con Jorge. O con Maxi. El hijo de Jorge. Maxi es el que viste. El
de la plaza. Quiere ser mi novio. Mi novio. Yo soy tan boluda. Perdón. Idiota.
Pato se fue cuando Jorge se mudó a casa. No aguantó. Me dijo. Ella sabía.
Pato siempre fue más. Yo soy tan tonta. Me creo que las cosas van a
mejorar. Me dijo de irme con ella. Pero no quise dejar a mamá, ¿viste? ¿Irme
y dejar sola a mamá? Me dio cosa. Miedo. Miedo por mamá. No soy tan
valiente. Nos abrazamos mucho. Las tres. Antes de que se fuera. Ella dijo
que no la buscáramos. Que ella iba a llamarnos cada tanto. Pato es así.
Ahora necesito que llame. Yo la quiero mucho. La extraño. Me quiero ir con
ella. Ahora quiero encontrarla. Pero no sé cómo, ¿viste?
VEINTIDÓS
Leonor aloja a la chica en su vida. Las rutinas cambian. Ahora son dos.
Deciden que la chica solo saldrá a la calle en los momentos que llaman
“seguros".
La piel se renueva.
Mara intenta disfrutar cada momento. Los abrazos de Leonor, al levantarse.
Preparar el almuerzo. Comentar el programa de televisión. Vive con una
intensidad que no tiene un antes en su vida. Se da cuenta de que otra cosa
es posible. Quiere borrar lo anterior, quiere olvidarlo. Hace fuerza para
abandonar, desintegrar lo que ella fue. Que exista Alma, nada más que
Alma. Leonor dice que no. Que se crece cuando no se olvida. Que negar el
pasado nos debilita.
VEINTITRÉS
Brilla el rocío, como si fuera necesaria aún más belleza para el árbol.
Toma el camino recto de la plaza. Pasa delante del banco. Llega donde está
la chica. ¡Hola!, la saluda. Ella, desde arriba, cabeza abajo, rodillas abiertas,
lo mira y responde.
Darío se agita, aparece un enojo que le hace tensar el cuerpo, un enojo que
está a punto de explotar. Y que, de pronto, encuentra sin sentido. Si Alma
no sabe nada de mí.
Se afloja. Ella no sabe nada de lo que estoy planeando. No sabe que la vine
a buscar, piensa. Pensé que te había pasado algo, le dice. Cuando escucha
la preocupación exagerada de lo que dijo se siente ridículo. Se pone
colorado. Ella sonríe levemente. Bueno, acá estoy. No me pasó nada.
Darío quiere besarla, darle un abrazo, algo. No se atreve.
Y es entonces
jups!,
El calor de la respiración
golpeado, violáceo.
Un abrazo con sus hermanos
en el fondo de la mochila.
Un puño que baja
y la oscurece.
Está sentada en el aire, sostenida solo por su deseo de estar allí arriba, es
ella misma quien se sostiene, ella misma y esa tela.
Son esos brazos, ese cuerpo, los que tienen la fuerza para sostenerla.
Sonríe al pensarlo. Se pasa las cintas por la cadera, se las enrosca con
naturalidad, de memoria prepara la pirueta, es parte de sí, como bañarse,
como vestirse.
Porque sí. Porque es así. Porque si me hago ilusiones y no. Duele más que
cualquier golpe.
Se mezcla ese pensar en los giros de la tela, en los giros de los cabellos de
Mara, en la agitación del aire.
Vida. Este viento es pura vida. Ya todo quedó atrás. Esto es ahora. Esto es
otra vida. Ahora.
Alma.
Alma, se repite, y hace girar su cuerpo para marearse, para que la tela la
apriete. Luego, relaja el cuerpo y es la tela la que la gira a ella, en sentido
contrario, hasta estar las dos lisas, tensas, estiradas.
Toca un instante la tierra con los pies descalzos y siente el pasto frío junto a
su respiración agitada. Enrosca la tela en su pierna con un movimiento de
rodilla y vuelve a trepar hasta su rama.
Hoy, después de tantos días en el departamento de Leonor, después de
tantos giros, quiere ver el mundo desde lo alto. Quedar ilusoriamente fuera
del imán terrestre, sostenida por ese árbol. Sin resistir. Y ahí permanece,
haciendo equilibrio con la espalda apoyada en la rama, las piernas cubiertas
de turquesa, los ojos fijos en el paisaje, la mente repitiendo una palabra.
VEINTISÉIS
Las horas imaginándola, adivinándola entre las ramas; los cables, la luz y la
sombra, no han hecho más que dar profundidad a su fantasía, a la película
que se le arma y desarma, siempre diferente, en la cabeza. No puede
quitársela ni un instante del pensamiento y no quiere que ella se vaya sin
preguntarle si volverá.
Cuando ella termina deja la tela y él la aplaude sin ruido. Estoy cansada, le
dice. Me voy.
Quería invitarte al cine, le responde él, de pie, mirándola. Ella lo mira seria.
Trata de sonar despreocupada cuando dice gracias, pero no puedo.
No. ¿Dónde te estás quedando? ¿En lo de Cami? No. ¿En lo de Luli? No, ma.
En un lugar nuevo. Está todo bien. En serio. Decime dónde. No, ma.
Escuchame. Contale a Pato que me fui, ¿sí? Que te diga cómo hago para
encontrarla. Decime dónde estás parando, Marita, te juro que no le voy a
decir a nadie dónde estás. Te lo juro. Ni siquiera podés decir que vine a
verte, mamá, ¿entendiste? ¿Vas a guardar el secreto?
La mamá dice que sí.
¿Te vas a acordar de decirle a Pato? Sí. Pero decime que estás en un buen
lugar. Sí, ma. Estoy bien.
Mara se ahoga en la cocina y en la mirada de su madre. El silencio es
espeso. Necesita irse. Necesita que circule aire por su pecho. Bueno, mami,
voy a agarrar un poco de ropa, ¿sí?
Cuando siente que Maxi entra y va a la cocina, ella se dirige hacia la puerta
de salida.
Cuando siente la voz de Maxi preguntando quién estuvo de visita, gira el
picaporte y sale.
Maxi sabe correr pero yo siempre le gano, se dice a sí misma. Pero Maxi
elige el auto, porque él también sabe eso.
Cuatro cuadras más adelante, la alcanza y la sorprende sube el auto a la
vereda justo delante de ella, en un garaje, para frenarla. Ella intenta
esquivarlo sin dejar de correr pero el auto la toca y hace que pierda el
equilibrio. El bolso la desbalancea.
Él se baja, la corre, la alcanza y la toma de un brazo.
Mara grita, isoltame, soltame!, y se resiste, patalea, se agita.
Él le pega ahí, a la luz del día, en plena calle. Uno, dos, tres golpes de
palma, de mano, de puño, que aciertan a medias porque Mara se mueve, se
mueve para zafar de las garras de su predador.
Nadie se acerca. Dos viejas que cargan bolsas de compras apuran el paso.
Una madre y su hijo con delantal de escuela miran desde la vereda de
enfrente. La madre grita algo a la distancia.
Ella siente una ira tremenda que la llena de fuerzas y, no sabe cómo, le
entra de lleno al pecho de Maxi con las palmas extendidas, lo empuja, lo
aleja lo suficiente para seguir corriendo. No mira atrás, se entrega completa
al tremendo esfuerzo de escapar.
Llega a la estación y sube al tren con los segundos justos. Los pasajeros la
miran, algunos se separan de ella, alguien le pregunta tímidamente si está
bien. Ella dice que sí con la respiración agitadísima. Trata de aquietar su
pecho, siente que le va a explotar. Inspiraciones cortas, espiraciones largas,
cierra los ojos y se concentra en su
corazón que, despacio, se va aquietando. Al abrir los ojos se ve reflejada en
el vidrio de la puerta. Su cara comienza a hincharse con el correr de las
estaciones, no puede verse con nitidez pero se adivina deforme.
Suena el celular. Leonor otra vez. ¿Estás bien? Ella le cuenta que Maxi la
está siguiendo. ¿Cómo? ¿Lo estás viendo?, ahora mismo, ¿lo ves? Sí, dice
Mara, ahora justo no lo veo pero sí, ya lo vi varias veces. La voz de Leonor
se endurece. Bajate en la terminal, yo voy para allá. ¿Estás bien? Mara se
quiebra por un instante, dice no. ¿Qué te hizo, Alma? Ella se sorbe los
mocos antes de confiarle tengo la cara toda hinchada. Mientras trata de
contener el llanto oye que Leonor maldice desde el otro lado. Bueno,
escuchá lo que te digo. No bajes del tren cuando llegues, ¿me entendiste?,
quedate en el vagón que yo te busco. ¿Sabés en qué vagón estás? A Mara
le duele sobre todo el pecho, una tonelada de llanto apretándola. Años de
llanto que no deja salir. Dice que está en un vagón del medio. Vos no le
bajes. Yo te busco.
Mara quiere tanto creer en Leonor, desea tanto que la busque, que tiembla
y las lágrimas vuelven a caer de sus ojos, sin ruidos ni hipos en la
respiración. Solo agua que cae.
TREINTA Y UNO
Vení, Alma, vamos a casa, dice Leonor mientras busca con la vista al
hombre tirador de piedras de la plaza. Sí, allá lo ve, ahí está. La mujer no lo
dice, no quiere alarmar a la chica, pero hace señas al policía para que él lo
vea. Siguen caminando. Ponete este chal, dice Leonor.
Mara obedece, ya solo puede obedecer, no hay fuerzas, solo hay llanto
contenido.
Por momentos, como ráfagas de viento, cree entender la resignación de la
madre.
Pero a la ráfaga le sigue una contrabrisa.
Eso es la muerte.
Mara posa los ojos en Leonor,
que le acomoda el pelo mientras caminan,
que la abraza.
Así logran salir de la terminal sin que las vea. Acompañadas por el agente
de policía.
Leonor le quita el chal a Mara. La mira. Le dice que cierre los ojos y respire.
Que sienta el aire en el vientre, en las costillas, en el pecho y aún más alto,
hasta las clavículas. Y que lo saque despacito del cuerpo, sin separar los
dientes, como si silbara. Las dos lo hacen tres y cuatro veces. A Mara le
duele respirar así pero no se queja.
El taxista mira por el espejito retrovisor: le llama la atención que las dos
mujeres respiren juntas. Ve el rostro de la chica, hinchado a la altura de la
sien izquierda, enrojecida la mejilla, también un perfil de la nariz, ve la
sangre seca que la mujer intenta limpiar con un pañuelo. Hace un gesto de
desaprobación, tan jovencita la chica. No pienses que somos todos iguales,
le dice, espejo retrovisor mediante, como pidiéndole disculpas. Ella lo ve
pero no entiende sus palabras.
Vuelve al trabajo y sigue, cada vez más inquieto. Pero no sabe el porqué de
la inquietud.
Cuando llegan a la puerta, le dice a Darío que espere ahí. Entra a su casa y
encuentra
Ella se apura a hablar. Tenías razón, no quiere verte. ¿Vio? Le dije... bueno,
mándele saludos míos. Él se da vuelta para irse. Se siente tan triste, tan
quebrado por ese rechazo. Ella le gusta tanto.
Querido... Leonor duda en hablar pero decide hacerlo. Alma está huyendo
de su novio, él le pegó ayer está muy triste, por eso no quiere verte.
Él gira la cabeza rápido, mira fijo a la mujer, se le tensa el cuerpo y, de
repente, las imágenes se le agolpan todas juntas en el cerebro, milésimas
de segundos que parecen eternas y que hilan la secuencia de hechos sin
necesidad de palabras. Detalles.
Un moretón en el brazo,
un raspón en la mejilla,
un gesto de dolor,
Se le agarrotan los músculos del abdomen. Quiere destruir con sus propias
manos al que le pegó. Los ojos necesitan mirar otra cosa. La esquina. Los
autos. Recuerda y entiende la desconfianza, la frialdad, los silencios. Pero
aún con las manos vueltas puño, sus brazos cuelgan a los lados del cuerpo.
Intenta aflojarse. Quiere que no se note lo que le pasa. Se mira las zapatillas
y hace fuerza para sostener la mirada a la mujer. Dígale que cuente
conmigo.
Mara suspira cuando sale de la casa de Leonor. Siente la brisa y los sonidos
del tránsito sobre la avenida.
Darío la ve desde una ventana y deja todo. Al fin y al cabo es casi la hora
del almuerzo.
con los brazos abiertos, ¡qué lindo verte de nuevo por acá!
Ella no puede evitar sonreír.
la pierna,
la tela,
el brazo.
TREINTA Y SIETE
Mara.
Esa voz... esa pesadilla... ¿Cómo puede ser? ¿Será que faltó al partido?
¿Será que lo
hizo a propósito?
¿Cómo pudo pensar que había “horarios seguros"? ¿Horarios que él podía
torcer tan fácilmente? ¿Habrá estado esperándola todos los días en la
plaza? ¿Cómo no pensó en esa posibilidad? ¿Pero dejar de jugar un partido?
Mara, mi amor, es que no puedo vivir sin vos.
Mara, te prometo. Cambié. Te juro que cambié. Quiero abrazarte. Nada más.
Te necesito, Mara. Te amo.
Marita.
¿Mamá?
Mara cree caer de un precipicio. ¿Qué le pasa a su mamá? Con ella ahí no
puede escapar. Mira la plaza, a los conocidos de siempre. Mira la
construcción, donde Darío debe estar conectando sus cables. Mira el banco
de plaza. Aún no llega Leonor. Es temprano. El sol brilla. El día es precioso.
No tendría que haber venido, piensa. Pero ya es tarde para pensar eso, si
no era hoy, iba a ser mañana. Esto iba a pasar.
TREINTA Y OCHO. EL VENDAVAL
Apenas pone su pie descalzo en el pasto, Maxi la pisa con toda su fuerza y
ahí se queda. Vos vas a venir conmigo, Mara, ¿está claro?, le dice sin
separar los dientes ni dejar de mirarla a los ojos.
Las señales de dolor suben desde su pie como llamaradas. Los ojos de Mara
dejan salir las lágrimas sin cerrarse.
La voy a soltar cuando yo quiera. Yo soy el que dice qué hacer. Yo.
Sabe que cada frase que diga le dará más y más poder a Maxi.
No sabe qué hacer hasta que se le ocurre y lo hace.
Maxi empuja a la madre, da un paso atrás y libera el pie de la hija. Estira los
brazos para agarrar a Mara mientras grita ¡qué hacés, estúpida! ¡Callate!
Pero Mara salta a su tela, trepa como puede, respira y vuelve a gritar.
Dejará la garganta ahí si es necesario. Maxi la agarra por el pie herido para
que no trepe más. Ella se sacude. Duele. Pincha. Cruje. Se astilla su pie por
dentro. Se sacude más. Tiene que escapar. Tensa los brazos, logra trepar sin
dejar de gritar y el grito comienza a ser palabra que se enciende para
explotar.
Levanta la cabeza
Dos chicas las llevan hasta un banco, les piden que se sienten y se ocupan
de su pie. Lo vendan con una chalina que una de ellas se desenrosca del
cuello. Mara toma la
La gente mira. Los más chicos desde los juegos. Quienes los cuidan están
alertas. Las bicicletas ya no ruedan. En la construcción algunos obreros
dejan sus herramientas. Hay movimiento allá también.
Maxi quiere huir, tira trompadas hacia todos lados. Pero los jóvenes se las
devuelven. Está atrapado.
No, mamá. Eso no nos va a pasar, responde ella con los ojos fijos en el
grupo que rodea a Maxi.
Aparece Leonor. ¿Qué pasó? Mara la mira. La que habla es la mamá, que
sigue lamentándose te va a prender fuego yo no quería venir no quería
venir ¿no viste los noticieros? tengo miedo ¿qué hacemos ahora? ¿dónde
está Maxi? ¿dónde está Maxi? Yo no quería venir, el fuego me da miedo.
El árbol se agita. El viento es cada vez más fuerte. Las nubes que arrastra
oscurecen la tarde. El sonido de la tormenta se acerca.
Meten a Maxi en uno de los patrulleros. Mara, su madre y Leonor van hacia
el otro. A Mara la lleva alzada el agente de la plaza.
SÍ, va a estar bien. Darío la mira. Leonor lo toma de la mano. Por favor,
quedate tranquilo. Vení a casa mañana. Darío dice que sí con la cabeza. Se
queda en la plaza cuando los patrulleros se van, se queda en la tormenta.
TREINTA Y NUEVE
En la lluvia. En la plaza.
Escucha que la enfermera habla con otra pero no puede prestar atención,
desea en silencio que no le pregunten nada a ella. No lo hacen.
Se recuerda en el aire. Las pasadas de la tela por el cuerpo.
De pronto cae en la cuenta de que no podrá danzar por mucho tiempo. Eso
la hace llorar.
Mamita, ahora vas a tener que esperar un rato a la doc, pero seguro que
después te vamos a poner un yeso. Quedate quietita que ya vienen a
buscarte.
CUARENTA Y UNO
Graciela amaga a decir algo pero se mantiene callada. Mara la mira. ¿Qué
mamá? Decime. La mamá busca un punto de fuga con la vista. En silencio
aprieta la mano de su hija y reprime un sollozo. Mara se tapa la cara con la
otra mano. Su madre es una mujer rota. A ella le duele tanto saber eso,
saber que su mamá ya no será nunca como fue en aquellos años, cuando
estaban solos. Otra vez el llanto presionando por salir. Pero no lo va a dejar.
¿Qué mamá?
Su mamá busca fuerzas y la mira a los ojos. Ayer me llamó Pato. Le conté
todo. Me dijo que le dieras unos días. Ella te va a buscar, La madre solloza
apretando fuerte la mano de Mara, que la mira sin poder evitar que las
lágrimas se le escapen. Mis chiquitas, murmura, mis chiquitas. Vení con
nosotras, mamá, le pide Mara con desesperación. Dejá todo. Vení. Dale, ma.
No puedo. Todavía no puedo, responde la mujer rota.
Deja de llover y las mujeres parten. Leonor hace un último esfuerzo por
convencer a Graciela de que vaya con sus hijas pero no logra nada. Paran
un taxi. Mara abraza fuerte a su mamá y no puede evitar insistir en que se
quede, pero Graciela calla y sube al taxi. Leonor y Mara la ven partir. Se
suben al próximo taxi que pasa.
Mara deja de preguntar. Ahora es ella la que mira el afuera. Leonor respira.
Los recuerdos se abren. Me conseguí un trabajo de cocinera en una escuela.
Ahí estuve hasta que me jubilé. Cuarenta años estuve. La de chicos que vi
crecer, no le das una idea. En la escuela estudié bastante. Me hice amigas.
¿Muchas? No, las amistades de verdad nunca son muchas.
El silencio gana el taxi hasta que Mara, de pronto, dice yo tengo dos
amigas. A mí me queda una, responde Leonor.
Se sonríen y dejan que las retina €se tiempo amoroso que a veces crece en
el silencio.
Me llamo Mara, dice la chica de pronto. Sí, lo sé, leí el papel con tus datos
apenas te fuiste. ¡Pero seguiste llamándome Alma! Bueno, supuse que vos
preferías ese nombre... Mentí porque no te conocía. Eso pensé. ¿Vos te
llamás Leonor? Sí, Leonor Gavilla.
¿Le dijiste que viniera mañana, Leonor? ¿Mañana domingo? Mara no puede
creer la picardía de Leonor. Ella le hace una mueca que le arranca una
sonrisa. ¿Estuve mal? Me da pena, querida. Está tan enamorado.
En el interior de Darío crece una sensación de caída libre hacia alguien, que
no quiere dejar de sentir y que, de todos modos, tampoco puede frenar.
Mientras recorre el pasillo oscuro, mira el nuevo caminar de su chica pájaro,
el cuerpo que aún no se acostumbra al yeso. Cruzar la puerta del
departamento de Leonor de pronto se le aparece como un gesto que
definirá de algún modo su futuro. Se queda en el umbral.
Ve que de entre la ropa de Mara cae una hoja de árbol. Ella también
advierte ese detalle. Un pedacito de plaza ha estado acompañándola todo
el tiempo. Junta la hoja y lo mira.
Darío responde a esa mirada y ya no se resiste. Se deja caer hacia allí. Entra
y cierra la puerta.
CUARENTA Y CUATRO
Leonor prepara una tortilla que despierta el hambre en los dos. Lo que sigue
es un rato de silencio interrumpido por los sonidos de la cocina. Cuchillo
contra madera, aceite caliente, metal contra metal. Darío se ha dispuesto a
ayudar a Leonor. Mara los mira cocinar, casi no hablan. Hasta que Darío se
anima y pregunta ¿qué vas a hacer mañana? ¿Mañana? Mara mira a Leonor.
Yo creo que lo mejor va a ser que me quede acá todo el día... por las dudas.
Las dos noches que pasaron desde la denuncia soñó con Maxi.
Piensa que está en la puerta, esperando a que ella salga, para llevársela y
encerrarla en su casa, junto a su madre.
En uno de los sueños, que la despertó agitada por lo vívido que fue, ella y
su madre estaban abrazadas primero y atadas con alambres después. Ella
luchaba por librarse del alambre y de la madre, que iba perdiendo forma
como una escultura de hielo expuesta al calor. Cuando se despertó, estaba
transpirada, húmeda y la pierna pesada por el yeso, inmovilizándola.
No quiere salir.
Leonor la entiende. Le pregunta si no le da miedo quedarse sola cuando ella
va a la plaza y ella dice que no.
Ese libro le permite llorar como si aún no hubiera llorado nunca. Llora, llora,
llora y piensa en su madre y en su hermana.
Mara está inundada por un miedo mucho más grande que ella. Mucho más
grande que el árbol de la plaza. El miedo la envuelve más apretado que su
tela. Tiene que irse de ese miedo. Eso también lo sabe. Tiene que
desprenderse del miedo.
Pero no puede.
Aún no puede.
CUARENTA Y SEIS
Cuatro días sin verla. Le cuestan. ¿Cómo puede ser? ¡Pero si la conoce hace
poco más
de un mes!
¿Cuántos más pasarán sin verla? Esa incertidumbre lo vuelve loco. Sabe que
ella está bien, ha buscado a Leonor en sus salidas al supermercado. Sabe
que está descansando mucho, que mira películas, que lee libros, que no
quiere salir a la calle, que tiene miedo. ¿Le tendrá miedo a él?
¿Tendrá miedo de que yo pueda pegarle? Darío llega a ese pensamiento y
se asusta. Y si cree eso, ¿cómo voy a hacer para que confíe en mí? ¿Y si por
ese miedo no quiere verme más? No, no, no. Tranquilo. Eso no va a pasar.
Deja de pensar y enciende el televisor. Verá fútbol toda la tarde.
CUARENTA Y SIETE. ENTRE AMIGAS
Leonor, amable como siempre, las saluda. Una de las chicas le tiende su
celular. Llame a Mara por favor. Pregúntele si quiere vernos. Ella toma el
celular y marca el número de su casa. Deja que suene dos veces y corta.
Luego vuelve a llamar. Es el código que han inventado para que Mara sepa
que es ella.
Mara atiende. Querida, acá en la plaza hay dos chicas que me dicen que son
tus amigas. Una tiene un lunar en la frente y la otra, pelo muy cortito. ¿Las
conocés?
Leonor sonríe cuando escucha la respuesta. Vengan conmigo. Vivo cerca.
Las tres amigas se abrazan. Se miran. Ríen. Hablan. Las chicas le trajeron
un celular nuevo de regalo. Uno con otro número. Mara les pide novedades
del colegio pero Camila y Lucía responden que de ninguna manera. Que
Mara tiene que hablar primero. Mara había olvidado cuánta falta le hacían
sus amigas. Respira y comienza por el árbol. Camila la interrumpe.
Nonononono, desde antes, Maru, desde la primera vez que te pegó. Uff,
dice Mara. Lucía saca el celular, paren que aviso que no vuelvo a dormir.
Las tres se ríen. Dale, mi amor, quiero odiar a Maxi. No te ahorres ningún
detalle.
Leonor se va a acostar.
No se dan cuenta.
Mara sonríe. Siguen charlando hasta que Lucía se pone seria. Fuimos a
visitar a tu mamá. ¿Ah, sí? Y nos dijo que habló con tu hermana. Sí, me
contó. Lo que no sabés es que nosotras también hablamos con Pato.
¿Cómo? Ella nos llamó. Llamó al teléfono fijo de Cami, se ve que lo tenía
agendado. Sí, sigue Camila. Me dijo que está arreglando todo para que te
mudes con ella. Que cuando quieras la llames a este número. ¿A ustedes les
dio su número? ¡Ay, Maru, es regrave lo que te pasó! ¡Pato está
repreocupada! ¿Cómo no nos va a dar su número ahora? Bueno, pero a
mamá no se lo dio... Pero, Maru, escuchame una cosita, ¿vos te pensás que
fue fácil para Pato dejarte en esa casa? A la primera de cambio te iba a
sacar de ahí. Y bueno, la primera de cambio es esta.
Tomá, le dice Camila al tiempo que le da un papelito. Ahí está escrito un
número de celular. Llamala ahora.
Mara se emociona. Vivir con su hermana está cada Vez más cerca de
hacerse real. Agarra el celular y ve la hora. Ya son las cinco de la mañana.
Su hermana siempre fue de levantarse con el sol. Marca el número.
ni piensa que está dejando que sus amigas la vean llorar por primera vez.
Las amigas la escuchan atentas, le secan el llanto,
le acarician la espalda.
Pato le dice muchas veces que se vaya a vivir con ella. Mara pregunta si no
es riesgoso dejar a la mamá sola en esa casa. Su hermana le contesta que
decidirán eso después, cuando ellas estén seguras y tranquilas. Cuando
Mara se cure del todo. Que lo importante ahora es esfumarse. Mara le
pregunta si no le da miedo que Jorge las encuentre. O Maxi. Pato le dice que
no. Que eso es imposible. Nadie sabe dónde vive. Mara suspira. Se despiden
con la promesa de hablar de nuevo al día siguiente.
Camila y Lucía la entusiasman para que les cuente de ese tal Darío que
nombró Leonor. Quieren distraerla, traerla a sus mundos tanto más
acogedores. ¿Darío? ¡sí, Darío! Ni sé el apellido. Pero las chicas quieren
saber el color de los ojos, del pelo, si es alto, si es musculoso, si tiene linda
voz. Mara empieza a contar y se sorprende de lo mucho que miró a Darío.
Les cuenta el chiste malo de la rata y el ratito. Se ríen las tres. Lucía
pregunta si le dio el número de celular. Mara dice que sí. ¿No te gustaría
llamarlo? No, chicas, o estoy para estas cosas. ¡Dale, Maru! ¡Divertite un
poco! Tenés diecisiete años, mi amor! ¡Y ese chico no puede ser más dulce
de leche! Mara se queda seria, tanto es el miedo. No, chicas, más adelante
puede ser. Ahora no puedo. ¿Pero te gusta? Ay, Lucía, por favor, qué cosa
que sos. ¡Qué sé yo si me gusta! Ni me fijé…
Leonor Vuelve de su práctica de yoga y detrás de ella entra Darío. Hace una
semana que no lo ve. Mara los mira con interrogación. Darío tiene una
invitación para las dos, quiso venir personalmente a contarnos, le comenta
Leonor.
Te preparé una sorpresa, dice Darío. ¿Una sorpresa? A Mara no le gustan las
sorpresas. Sí, dice él. Pero para dártela necesito que me prometas que
mañana a la noche vas a venir conmigo a un lugar. ¿Mañana? Darío dice
que sí con la cabeza y mira a Leonor. Le pedí a Leonor que te acompañara.
Leonor, ¿vos podés venir, no? Sí, querido, como poder puedo... Mara, ¿vos
qué decís? ¿Vamos?
Mara está sorprendida. No le gustan las sorpresas. Pero tiene ganas de
saber qué le preparó Darío. Bueno, si voy con Leonor está bien.
Darío esa noche se acuesta con una sonrisa, pensando que el sábado tiene
muchas horas pero que podrá esperar.
Mara no puede dormir, pensando lo poco que falta para la noche del
sábado.
Darío las pasa a buscar a las ocho y media de la noche. Apenas si tuvo
tiempo de ducharse y ultimar detalles. Se siente nervioso. Nervioso y feliz.
No sabe si Mara disfrutará de la sorpresa y le costó mucho prepararla.
Mucho. Es lo que más le ha costado en su vida entera.
¡Qué linda estás!, le dice apenas ella abre la puerta. Gracias, no sabía muy
bien qué ponerme, como no sé adónde vamos. .. Leonor está cerrando con
llave, ya viene, le responde Mara y le da un beso rápido. Uno pequeño que a
él se le hace mundial.
Tenemos que cruzar la plaza, les cuenta Darío cuando empiezan a caminar.
Mara y Leonor se miran. Él se da cuenta y se siente estúpido. Qué tarado
soy. Si quieren podemos esquivarla, en realidad. Sí, mejor, dice Leonor,
vayamos por enfrente. De paso me acompañan un minuto al kiosquito. Las
dos mujeres caminan del brazo. Los chicos están tan ansiosos que no
intercambian palabra. Leonor intenta aflojar los nervios.
¿Saben que es la primera vez que soy chaperona? ¿Chaperona? Sí,
chaperona, carabina. Mara sonríe. ¿Carabina? Sí, querida, carabina. No me
digas que no sabés lo que es una carabina. ¿Un fusil?, arriesga Darío. Cruza
con Mara una mirada divertida mientras Leonor dice no puedo creer que no
sepan lo que es una chaperona. Bueno, ¿y qué es? Me hacen sentir una
vieja decrépita ustedes dos. La carabina es la amiga que acompaña a la
pareja para que los padres duerman tranquilos, ¿ya no se usa andar con
chaperona? Los chicos le dicen que no, que ahora se sale en grupo.
La nueva vieja palabra les acorta camino y cuando la aclaran ya están
frente al kiosco. Leonor entra. Mara y Darío se quedan en la puerta. Desde
allí se adivina el árbol en el que todo ha sucedido. La chica siente un
estremecimiento. Le sigue pareciendo tan hermoso. Su tela no está. Era tan
obvio que no iba a estar. Y lamenta tanto haberla perdido. Darío se acerca
despacio. Le dice que tienen que seguir caminando. La toma de la mano.
Mara se deja llevar, de pronto se siente tan desnuda sin su tela. Leonor le
pasa el brazo por la espalda. Llegan hasta la tapia de la construcción. Hay
una puerta ahí, con un candado. Darío abre su mochila y saca un manojo de
llaves. Leonor lo mira. Mara también. ¿Vamos a entrar acá? ¿No está
prohibido? ¿No tienen vigilancia? Sí, sí, sí, vamos a entrar, está prohibido y
hay vigilancia, esa señora que pueden ver allá. Pedí que viniera ella esta
noche, para que no se sintieran incómodas, responde Darío señalando a una
agente de seguridad que los mira y los saluda con un gesto. Mara piensa en
cuántos detalles ha tenido en cuenta para asegurarse de que ella estuviera
ahí Los valora mientras escucha la voz de él, hoy tengo un permiso
especial. Adelante, señoritas, invita luego, cediéndoles el paso.
El edificio está casi terminado. Cuando entran, Darío se dirige al panel de
electricidad que se esconde tras una puerta. Los zumbidos de la flamante
red eléctrica se encienden junto con las luces. Mara y Leonor observan con
asombro. Todo es claro ahí, todo casi blanco. Hay espejos que las reflejan a
uno y otro lado del palier, reproduciéndolas hasta el infinito. Se buscan con
la mirada y se sonrien.
Vengan, vamos por este ascensor, les dice Darío. Las puertas se cierran.
Van al último piso. Comienzan a subir. Están los tres de frente a las puertas
corredizas. Leonor nunca subió tantos pisos. Lo comenta en voz alta y un
poco temblorosa. ¿Seguro que no se cae, 0, querido? Es nuevo, Leonor, no
se cae, quedate tranquila. Los chicos se miran y sonríen. Están
extrañamente nerviosos. No se atreven a Moverse ahí dentro.
Al abrirse las puertas del ascensor, se revela una terraza llena de plantas. El
lugar parece UN oasis. Hay una piscina con una parte dentro de un salón y
otra, al aire libre. A un costado, una Mesa preparadísima los espera para
cenar. Del otro lado, en el centro de la terraza, sujeta a una estructura
inventada por Darío, iluminada desde un costado, con las estrellas por
encima, se mueve la tela, ondeándose suave por la brisa.
Eso es todo lo que puede decir porque la visión de Mara girando sin
despegar los pies del suelo lo hipnotiza. El turquesa de la tela se suma al
rojo y al negro de su vestido. La chica deja de ser mujer y vuelve a ser
pájaro, aún sin levantar vuelo. El cuerpo de Darío se inflama por dentro. La
felicidad que le da esa imagen no tiene palabras.
CUARENTA Y NUEVE
Mara le cuenta a Darío que habló por teléfono con su hermana y que se irá
a vivir con ella. El problema es que ya perdió el año de colegio. Tendrá que
rendir las materias libres. Él se ofrece a ayudarla y le dice que le quedan
dos días de trabajo en el edificio, que luego comenzará la instalación
eléctrica en otra construcción que está mucho más cerca de su casa.
Leonor disfruta escuchándolos. Les cuenta algunas anécdotas de la escuela
donde trabajó. Elogia la comida. Hablan sobre los barrios donde crecieron.
Sobre los lugares
que les gustaría visitar. Sobre sueños posibles y sobre sueños imposibles.
El trabajo.
El estudio.
La vida.
Nunca habían hablado de esos temas.
Se dan cuenta de sus afinidades y de sus diferencias.
Leonor los observa y piensa que se miran como quien mira un misterio sin
saber si algún día podrá descifrarlo.
CINCUENTA
Leonor no está.
Mara no está.
El sonido de cada vidrio que estalla lo hace romper un adorno más, una
planta más.
Cada libro que se cae hace que quiera tirar dos más.
Después de cenar, Leonor les dice a los chicos que ya es muy tarde, que
quiere volver
a su casa, pero que ellos se queden, que disfruten de la noche, que está
preciosa. Darío se ofrece a acompañarla. Hasta la esquina, nomás, querido,
y después volvés rapidito con Mara, ¿te parece bien, querida? Mara dice que
no, que hasta la puerta del edificio, que ella, mientras tanto, hará unas
piruetas. ¡Con cuidado con el yeso!, le advierte Leonor. Sí, sí, no te
preocupes que me cuido.
¡Quieto, policía!,
y un golpe,
y más gritos,
y otro grito,
y silencio.
Las demás puertas comienzan a abrirse, del primer piso bajan algunos
vecinos. Se activa el ascensor. En la entrada se juntan los curiosos. Darío y
Mara ven a Leonor. Se la Ve bien. Eso los tranquiliza y deciden quedarse
ocultos entre los curiosos.
Leonor suspira. Agradece que Mara no estuviera. Piensa que la suerte está
cambiando para la chica.
CINCUENTA Y DOS
Sale corriendo.
Corre como puede con ese yeso que se hace ancla, ridículamente corre y
maldice y llora y sorbe sus mocos y las luces de la noche, que son tan frías.
De atrás, la voz de Leonor se deja escuchar, se acerca, crece. ¡Mara!
¡Querida! ¡Vení! ¡Mara! ¡Pará, por favor! ¡Mara! Ella se detiene. Siente que
tiene que disculparse. Es que yo no quería que te hicieran esto. Yo te juro
que no quería. Yo… Mara, ya sé, vení, querida. .. vení. Vení. El abrazo de
Leonor, su olor, su voz. ¿Por qué Maxi le hizo eso a Leonor? ¿Por qué no la
esperó a ella, por qué no se la agarró con ella? ¿Por qué a Leonor?
Leonor solo escucha un sonido de agua que parece decir por qué, por qué,
por qué por qué, y responde, no rompieron nada importante, todo puede
volver a conseguirse. No te preocupes, imaginate si hubiéramos estado ahí.
Eso sí hubiera sido feo, ¿no te parece? Fue una suerte estar con Darío.
Pensá en eso, Mara, pensá que tuvimos mucha suerte. Mara trata de
pensar, hace fuerza para dejar de llorar. Leonor sigue hablando. Nada de lo
que rompieron importa. Nosotras sí. Y no nos pasó nada. Tuvimos suerte.
¿Suerte? ¿Cómo podés decir que tuvimos suerte?, la interrumpe Mara, ya
armada, ya de nuevo con el estómago duro. Querida, estamos vivas. Y bien.
¿Estamos bien, no es cierto? Mara dice que sí con la cabeza pero que lo que
le hicieron no tiene perdón. No pienses en eso ahora, querida, lo importante
es que estamos bien. Las dos estamos bien. Estamos bien.
CINCUENTA Y TRES
Tenemos que pensar qué hacer. Nos tenemos que ir de acá. No creo que
esta vez salga tan pronto pero por las dudas nos tenemos que ir. ¿Hablaste
con tu hermana? Mara dibuja un sí repetido, rápido, con la cabeza. Bueno,
llamala de nuevo. Contale esto que pasó y decile que te vas a su casa en
cuanto se pueda. Leonor mira un instante a Darío. ¿Darío, vos podés
acompañarla a lo de la hermana? Sí, responde él. Mientras se va a la cocina
Leonor agrega necesito un té, ¿Ustedes quieren un tecito? Leonor, pará, ¿y
vos qué vas a hacer? Mara la sigue. ¿Yo? Por mí no te preocupes, yo voy a
estar bien. ¿Bien? ¿Qué vas a hacer, te vas a quedar acá? No, no. ¿Viste la
amiga que te conté?, bueno, me voy a ir a su casa un par de noches.
Después voy a volver. ¿Acá? Leonor la mira un instante mientras llena de
agua la pava. Sí, acá. No puedo dejar el departamento así. Pero junto todo y
me vuelvo a lo de mi amiga, eh, no le preocupes que con ella hace años que
decimos de vivir juntas. Mara la mira con desconfianza, Leonor se percata
de eso y sonríe, acercándose y tomándola de un brazo. En serio. Te dije que
no te preocuparas por mí. Está bien. Pero te voy a ayudar a arreglar algo de
este desastre. La llama de la hornalla crepita bajo la pava. Leonor le toma
las manos y le dice si eso te va a dejar tranquila, apenas me organice te
aviso. Perfecto, y te voy a dejar mi celular viejo. Quiero que estemos
comunicadas. Pero apenas sé usarlo. Es muy fácil, mirá. Agarralo.
Cuando está ahí toma una silla y se sienta. Busca su mirada agachándose
un poco pero ella sigue con el rostro concentrado en el celular.
Hola, hermosa, le dice, lo más suave que puede, guardando una distancia
que cree apropiada. Me encantó cenar con vos esta noche. A pesar de todo
esto. Quiero volver a la terraza a buscar tu tela, ¿está bien? Después vuelvo
y te acompaño a lo de tu hermana.
Mara lo escucha. Se conmueve. Los recuerdos de todo lo que hizo por ella
esa noche. Sin pedir nada a cambio. De pronto desea tanto buscar sus ojos
y alojarse allí. Se gira hacia él y se esconde en ese cálido lugar que se
forma cuando cuello y clavícula se unen. Cierra los ojos. Darío siente el
cosquilleo de la respiración pero no se mueve. No quiere hacer nada que la
aleje.
CINCUENTA Y CUATRO. PRÓXIMOS PASOS
La mujer vuelve a su departamento, ese que era como una piel. Fueron
muchos años viviendo ahí. Su amiga está tan contenta de recibirla. Y ella
también. Tal vez le proponga a su amiga dejar su departamento y buscarse
una casita con jardín. Y un gato o un perro faldero.
CINCUENTA Y CINCO
Hay un árbol.
Hay un banco.
Hay un camino.
Esa rama es linda, ¿no?, dice ella. Sí, pero aquella es mejor para la tela,
señala él. Ah, mirá, no la había visto. Sí, es más recta esa. Sí, y está más
alto. Pero cuando te saquen el yeso... Ella lo mira con una sonrisa traviesa.
Él entiende y le responde bueno, hagamos algo: yo te atajo si te caés, ¿le
parece? ¿Caerme de la tela? Estás soñando. No me voy a caer nunca de mi
tela. Sí... es verdad… bueno, pero al menos dejame que me siente en ese
banco, viste que silbo bien, me sé todas las canciones de Divididos y de
Catupecu… Y aprendo lo que quieras... de paso estoy cerca por si las
moscas... Mara no responde pero sonríe mirando el paso acompasado de
sus pies y los de él.
A Natalia Fernández, Valeria Barrera, Paola Plazas y Paula Scaglia, por cada
palabra compartida, por las risas.
A mi editora, Laura Leibiker, y.a María Luisa García. Por apasionarse, por
hablarme siempre a corazón abierto, por la honestidad y la confianza.