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Bicis en La Via Completo Baja

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Bicis

en la vía
Patricia Iglesias Torres

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Bicis
La palabra “tabú” designa una
conducta moral o lógicamente
inaceptable por una sociedad,
individuos, grupo humano o
religión. Es la prohibición de algo
supuestamente extraño o incorrecto
(en algunas sociedades), de contenido
comúnmente religioso, económico,
político, social o cultural por una
razón que no suele estar justificada o
no es comprendida. Romper un tabú

en la vía
es considerado una falta grave por la
sociedad. Hay tabúes fuertemente
incorporados a las tradiciones de
ciertas culturas, mientras otros
responden a intereses políticos.

Patricia Iglesias Torres

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Capítulo 1 5

Pedaleo sin pensar. Calles húmedas, árboles que amparan las


últimas gotas y yo pedaleo para llegar “rápido” como pedía el
mensaje de WhatsApp de mamá:

Mamá

Renata. ¡Vení rápido!

¿Por?

¡Es urgente! Vení.

Veo a lo lejos la puerta de mi casa, dejo el pedal fijo y el envión


me lleva sin mover los pies. Al escuchar la llave, mamá me abre
del otro lado y grita:
—¡Está muerta, está muerta, está muerta!
6 Mientras mi vieja me aprieta el pecho con su abrazo, digo:
—¡Calmate! Ma, ¡calmate, por favor! ¿Quién?, ¿quién está
» Patricia Iglesias Torres

muerta?
—Tu hermana, ¡tu hermana!
—¿Mora? —grito yo.
—Sí, sí, sí. Nuestra Morita, ¡está muerta!
Mamá se desploma en el sillón y, tapándose la cabeza, llora y
susurra palabras como “mi beba, mi nena, mi Morita”.
Bicis en la vía

—No, no, no —lloro y repito el “no” como si esa negación con-


virtiera en sueño lo que vivo.
Camino por el living agarrándome la cabeza. Caigo de rodillas
al piso, mi llanto es grito en pregunta:
—¿Qué pasó? ¿Cómo se murió? No puede ser, no. No. ¡No!
Capítulo 2 7

Muchos periodistas nos estaban esperando en la puerta del


cementerio; mamá le había pedido a la tía Carmen que hablara
ella porque nosotras no íbamos a poder.
Estábamos en el auto del tío Julián. Narda, mi persona favori-
ta, me agarraba del brazo, y apoyaba su cabeza en mi hombro. Mi
vieja me acariciaba la mano y no paraba de llorar.
Hacía tres días que su llanto no cesaba, no quería tomar “nada
que la durmiera”, decía, aunque creo que estábamos inmersos
en la peor pesadilla.
El tío Julián tocó bocina para que la gente se corriera.
—No respetan a nadie— dijo en voz baja.
—A nadie— repitió mi mamá.
Al bajar del auto, tanta gente se acercó a abrazarnos que no
entendía a quién saludaba.
Yayo, mi abuelo paterno, le pidió a mamá:
—Raquel, querida, sé que sos atea, pero, por favor, aceptá que
el padre Juan le oficie un responso.
—Y el rabino Jatniel también. Si la bobe no tuviera Alzheimer…
lo pediría —protesté al escuchar el pedido, pero mamá me silen-
ció con un dedo en los labios. Por ella me callé.
Ojos rojos, manos transpiradas, abrazos sofocantes, miradas
de pena, miradas desesperadas, miradas ajenas, miradas de
“algo habrá hecho”, miradas de “qué suerte que no nos tocó a
8 nosotros”, susurros de nadie, susurros de todos.
Al rato, llegó el auto de la funeraria, llevamos entre varios el
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

cajón. Joaco, el mejor amigo de Mora, iba atrás mío y decía:


—Vamos Renata, vamos pendeja, fuerza.
Los chicos y las chicas del grupo del club, las amigas y los ami-
gos de la sociedad de fomento, toda la comunidad del colegio,
aplaudían.
Emily y Ana, sus amigas de la infancia, llevaban dieciocho glo-
bos azules, como la cantidad de años que vivió. Cuando los solta-
ron y volaban hacia el cielo, ¡parecían tantos! Sin embargo, vivió
tan poco…
Fuimos a la capilla. El cura comenzó a hablar. Hablaba y habla-
ba. Al principio no podía escucharlo, me ahogaba de solo pensar
que mi hermana estaba ahí adentro sin aire, pero después sus
palabras quedaron fijadas en una esperanza mágica de reen-
cuentro y vida eterna… y lo escuché.
En el crematorio, el ruido de la cinta que empujaba el cajón
me despertó. Tantas veces habíamos leído Hansel y Gretel, pero
nunca pensamos que existía ese horno.
Cuando la bobe Dora nos lo leía a la noche, Mora y yo decía-
mos de memoria la frase: “Y la bruja, para demostrárselo, se
adelantó y metió la cabeza en el horno. Entonces Gretel, de un
empujón, la metió dentro y, cerrando la puerta de hierro, echó
el cerrojo. ¡Qué chillidos tan espeluznantes daba la bruja! ¡Qué
berridos más espantosos! Pero Gretel echó a correr, y la malvada
bruja acabó muriendo achicharrada miserablemente”.
En ese momento, mientras veía cómo todo llegaba a su fin,
quería gritarle a Mora: “Vamos nena, engañá de una vez a la bru-
ja y salí corriendo del horno”.
Como mamá no quería buscar las cenizas tres días después, el
tío Julián consiguió que nos las entregaran en un par de horas.
La primera media hora nos quedamos pausados en ese jardín
parquizado y bonito, parecía preparado para festejar Navidad o 9
Rosh Hashaná. La madre de Joaco decía una pavada tras otra,
pero nos hacía pasar el rato. El Yayo rezaba un rosario; me dio
pena verlo así. Por momentos, se acercaba y le arreglaba el pelo
a mi vieja, o me acomodaba el buzo como si tuviera miedo que
no saliéramos bien en la foto del diario.
La bobe se había quedado en casa. “Menos mal que no se da
cuenta de nada por su enfermedad”, decía mi tía Carmen, “no
hubiese sobrevivido a algo tan doloroso”. Nadie decía ni “muer-
te”, ni “muerta”, ni “se murió”. Era “algo doloroso” o “lo que pasó”
o “qué locura, esto es incomprensible”, pero de la muerte ni la M.
Después de dos horas de espera, ya nada parecía tener que ver
con la M de Mora. La vida se movía y ¡sin ella!
Chicas y chicos sentados en diferentes lugares del jardín; mis
primos Leandro y Ernestina corrían, jugaban a la mancha hela-
da entre las tumbas; el abuelo dormitaba con su rosario en la
mano; el tío Julián hablaba de música y grabaciones con el padre
de Narda; la portera del colegio le hacía trenzas a Narda; Mar-
ta, la profe de Educación Física, tomaba mate junto a los que se
unían a su ronda.
La tía Carmen fue a comprar unas gaseosas, los primos tenían
sed. Y ahí llegó mi papá. ¡Uf, necesitaba tanto a mi viejo!, y llegó.
Siempre tarda, pero llega. Es cineasta y en ese momento, “cuan-
do pasó lo que pasó”, estaba filmando una peli en Madrid.
Mamá y yo corrimos a abrazarlo. Su perfume era tan envol-
vente como su voz, que nos decía: “Tranquilas, tranquilas mis
amoras”. Así nos llamaba él a las tres. Y yo siempre me quejaba,
porque le decía a papá que, en ese llamado de amor, la nombra-
ba solo a ella, a mi hermana mayor, a mi única hermana, y ahora
que la M se la había llevado, me dolía más que nunca, me daba
una culpa que no podía aguantar. Qué tonta fui en tener celos si
la amo más que a nada en este mundo. Mora es mi compañera,
10 mi mitad, todo lo que viví fue con ella. Siempre tan buena, tan
linda, tan sensible; y ahora tan valiente, quemándose en la ho-
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

guera de la bruja.
¿Por qué Hansel y Gretel fue nuestro cuento preferido? Me pre-
guntaba ese fatídico día y me lo sigo preguntando. Para mí que
era un presagio y no nos dimos cuenta. Los hermanos Grimm
me mandaron una señal y no la supe ver, o quizá un día me des-
pierto y vuelve Mora cual Gretel con su delantal lleno de perlas
y oro… ¡Cómo me gustaría! Quisiera ser la protagonista de un
cuento con final feliz. O volver a la infancia. O hacer desaparecer
el día que Mora apareció M.
Después de nuestro encuentro, papá iba abrazando a todos los co-
nocidos, pero cuando abrazó al Yayo se desplomó; todos nos desplo-
mamos en ese momento, menos mal que el tío Julián estaba cerca
y dijo: “¡Abrazo grupal!” (así decía siempre que estábamos en algún
cumpleaños y nos enlazábamos en un abrazo de risas y enredos).
Mi tío es madrileño, el mejor amigo de mi viejo y está casado
con la tía Carmen, la mejor amiga de mi vieja, española también,
pero criada en Argentina. Sus hijos son mis primitos del corazón,
pero más queridos que los de sangre. Como decía siempre mi
mamá: “El corazón elige y ama queriendo”.
Desde que se conocieron en la Universidad de Valencia, los
cuatro son amigos, casi hermanos. Mis tíos decidieron venir a
vivir a la Argentina hace más de quince años. Yo recién había na-
cido, cuando al tío Julián lo llamaron para hacer la música de
una película argentino-española.
Carmen y mi mamá son amigas desde la primaria y se fueron a
Valencia a hacer una clínica de actuación y allí conocieron a Julián
y a Jerónimo (mi papá). Carmen se quedó y mis padres regresaron
para que naciera Mora en Argentina, rodeada de los afectos, y aho-
ra es ella la que se aleja para siempre de nosotros, “sus afectos”.
¡Qué locura!, todos llorando de tristeza en un abrazo grupal.
Sin Mora, sin Morita, sin mi hermana. ¡Esto no debía pasar! Pri- 11
mero se tenía que morir la bobe Dora, que hace cuatro años que
no puede recordarnos; después el abuelo José (Yayo); mis padres
dentro de cuarenta o cincuenta años… y ahí sí, recién ella, que
era la mayor de las dos. ¡Cuántas veces nos reímos imaginando
cómo seríamos de viejas! Si hasta una vez nos disfrazamos para
una fiesta. Tengo la foto, la voy a guardar como oro, porque por
lo menos en la foto, llegamos a vivir juntas muchos años. Tantos
como las tortugas. ¡Qué genial hubiera sido!
Capítulo 3 13
Antes de la M de Mora

—Mora, ¿me llamás? No sé adónde metí el celular.


—Ay, nena, siempre lo mismo, estoy a full.
—¿Qué te cuesta? Es un minuto.
—Leé lo que tengo que leer para rendir Sociedad y Estado y te
vas a dar cuenta, no hay minuto posible.
—Mientras hablabas todo esto, hubieras podido llamarme,
¡dale boluda!
—Y dale con el “boluda”.
—Ay, la pibita como estudia licenciatura en Letras solo habla
en español antiguo.
—Jajaja, sos una gila.
—Oh, ¿qué diría el inteligente, genial y fachero profesor Justo
María Gonzalvo si te escuchara decir “gila”? ¡Cuidado que si se
entera, te reprueba! Jajaja, no puedo creer que seas tan ñoña.
Me impresionás, boluda.
—No hablés de mi profe, él es perfecto. Y, chiquita, no te olvi-
des que te llevo tres años y medio, soy tu hermana mayor, ade-
más… soy “yo” la que te está ayudando a organizar tu fiesta de
quince… y faltan seis meses.
—Ya que sacaste el tema de mi cumple… ¿cuándo vamos a ver
los outlets? Quiero comprar el vestido —le pregunté a Mora.
—Rena, si querés, vamos este sábado, pero a la mañana. A la
14 tarde tengo que reunirme con Emily y Joaco para estudiar. El
parcial es muy largo y, si no, no llegamos.
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

—¿A la mañana? ¡Me da fiaca! ¡Los viernes nunca me acuesto


antes de la cinco! ¡Uy, boluda, nunca podés nada!
—La que no podés dejar de decir “boluda” sos vos, y si es tan
importante lo del vestido… este viernes no salgas. El sábado nos
levantamos temprano y recorremos hasta la tarde. Comemos
juntas y me contás cómo es eso que lo querés hacer en la casa
de Yayo, mirá que a él no le gustan las fiestas.
—¡Qué me importa! Es mi Yayo y ya me dijo que sí, con cara de
oler mierda…, pero aceptó.
—Renata, ¿hace falta que seas tan grosera? ¡Dame un respirito
hermana!
—Ahre. ¡Recareta! Vos antes hablabas igual, Morita Vila Fürst.
—Nada de nada, ni re, ni careta. Oíme con atención: si hablás
“bien” jueves, viernes y sábado, te acompaño el sábado a la tarde.
—Genial, boluda. ¡Ay, se me escapó! Sí, sí, ¡prometo!
—¡Dos días! Hoy comenzás, así que volvé a prometer.
—Mora, Morita, te prometo que hablo como a vos te gusta, tú
eres una niña educada, leída y bien aprendida.
Nos reímos las dos. Antes de irme del cuarto, Mora dijo:
—Si después de cenar pasás por mi cuarto, golpeá la puerta,
voy a grabar.
—¿Qué es lo que grabás? —le pregunté.
—Todo lo que vivo y siento —contestó, mientras subrayaba
una frase de su apunte: “El más fuerte se imponía una y otra vez
sobre el más débil”.
Capítulo 4 15
Después de la M de Mora

“Tengo que encontrar el grabador de Mora”, me digo una y otra


vez, mientras miro por la ventanilla del auto. Estamos volviendo
del cementerio, maneja el tío Julián. Papá y mamá no tienen ca-
beza para conducir.
Miro a la gente que está en la parada del colectivo, a los que
cruzan la calle, a los que están en un bar tomando algo: la vida
sigue igual. ¿Cómo es?
Nos deja en la puerta de casa. Y los tres entramos por primera
vez sin mi hermana. Estamos tan agotados y M de cansancio que
ni nos damos cuenta de este momento tan raro. Papá y mamá
se van para su cuarto. La bobe está mirando por milésima vez su
película preferida: La vida es bella. Javiera, la señora que la cuida,
está preparando un té en la cocina.
Escucho otra vez al protagonista decir: “¡Buenos días, princesa!
He soñado toda la noche contigo. Íbamos al cine y tú llevabas
aquel vestido rosa que me gusta tanto. Solo pienso en ti, prince-
sa, pienso siempre en ti”.
Repito como por inercia: “Pienso en ti, princesa, pienso siempre en
ti”. Con Mora repetíamos esa oración, como la frase de Hansel y Gretel.
Dora, la bobe, llegó a los siete años a nuestro país escapando de
los nazis. Ella es judía alemana, vio cómo mataban a su mamá, a
su papá y cómo llevaban a su hermana a la cámara de gas.
Tantas preguntas dan vueltas en mi cabeza: ¿Es un karma en
16 nuestra familia perder a los que tanto amamos? ¿La historia se
repite? ¿Existe el karma? ¿Por qué la bobe mirará siempre lo mis-
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

mo? ¿Será que se da cuenta qué es lo que no puede olvidar?


Me siento al lado de ella y apoyo mi cabeza en su hombro, me
acaricia la mano y dice:
—¿Por qué estás tan triste, nena?
No le contesto, lloro y lloro. En silencio me acaricia el pelo y
me consuela.
—Gracias, bobe —le digo abrazándola fuerte.
—¿Soy tu bobe? —me pregunta extrañada.
—Sí —le digo sin más explicación.
Ella se sonríe y dice:
—No podés ser mi nieta, ¡loca!, vos sos Estercita, mi hermana
mayor.
—Te entiendo más que nunca, Dora.
Me vuelve a acariciar el pelo y me dice:
—¿Querés que te haga una trenza?
—Dale.
Siempre que me doy cuenta que no me recuerda me da bron-
ca, impotencia, dolor. En esos momentos odio al maldito Alzhei-
mer, pero recién sentí que no importa el nombre que me ponga,
puedo ser Estercita, Daniel, Raquel, Mora, Jacobo, Marta o Re-
nata. Soy alguien que ella ama y necesita, yo siempre la necesito
a ella, con su mirada azul de océanos y barcos, su voz alegre y
suave como una kalanit, sus manos que curan en cada caricia.
Mientras ella termina de trenzar mi pelo, vuelvo a decir: “Pien-
so en ti, princesa, pienso siempre en ti”.
Capítulo 5 17
Antes de la M de Mora

—Joaco, tocá la del otro día —dice Mora y se recuesta en su


cama—, no doy más, nunca caminé tanto. Renata eligió el pri-
mer vestido que se probó, pero después de recorrer toda la ave-
nida y probarse veinticinco más. Cuadras y cuadras de outlets, de
un lado y del otro.
—Jajaja, qué piba caprichosa —Joaco rasguea una melodía,
para de tocar, la mira a Mora y dice—: ¿Esta era?
—No, no. Era la otra, la que parece una canción de cuna.
—¿Esta? —vuelve a tocar.
—Sí, sí, esa. Me encanta.
Mora mira el celular. Joaco sigue tocando. Mora sonríe por algo
que lee, se adormece.
Joaco toca y toca, una y otra vez, la melodía que a ella le encan-
ta; y la mira y mira.
Abre la puerta del dormitorio Raquel y grita:
—¡Chicos, está la comida!
Ambos se sobresaltan.
Mora lee otro mensaje de WhatsApp, la sonrisa vuelve y vuelve.
—¿Quién es? —pregunta Joaco.
—¿Qué te importa? —contesta Mora ocultando el celular.
—Soy tu mejor amigo, tu persona favorita…
—Pero no por eso tenés que enterarte de todo… Es un amigo nue-
18 vo, un chico que vive en el barrio al que voy a dar clases de apoyo.
—Mmmmm, ¿solo amigo?
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

—Por ahora, sí.


—¿Y puedo saber cómo se llama? —indaga Joaco.
—Se llama Jairo y es muy guapo.
—Jajaja, tiene razón Renata, ya hablás español antiguo. Ahora…
¿te parece “guapo” un alumno? ¿Qué va, a primaria?
—No, no le doy clases, es el hermano de una de las nenas.
También es el albañil que nos ayuda a hacer arreglos en la bi-
blioteca, que consigue comida para el comedor, que estudia de
noche.
—Ah, es Superman.
—Sos muy celoso pibito, ¿no puedo tener otro amigo? ¿Me vas
a matar?
Joaco toca las cuerdas, se oye la melodía de la canción de Gus-
tavo Cerati y canta: “¿Qué otra cosa puedo hacer? Si no olvido, mo-
riré. Y otro crimen quedará. Otro crimen quedará… sin resolver”.
—¡Basta! Vamos a comer que a mi vieja no le gusta esperar
cuando tiene la comida lista.
Se escucha a Raquel decir:
—Se enfríaaaa.
Riendo van hacia el comedor.
Ya sentados a la mesa, Mora cuenta las desventuras de la com-
pra del vestido de quince. Nos reímos mucho.
—Cuando se probó el amarillo huevo, era tan ajustado que tu-
vimos que ayudarla la vendedora y yo a subirle el cierre. Y cuan-
do se puso las sandalias, se agachó y se le abrió el cierre, quedó
de traste y culot en el medio del negocio.
—A mí me dio tanta vergüenza, boluda, que me escondí atrás
de la cortina del negocio y daba para la calle, así que me vio el
culo la gente que pasaba —digo.
—Todavía no terminó el sábado... —dice Mora.
—Pero ya me acompañaste y el culo es mío —contesto. 19
La carcajada de mamá se escucha hasta el jardín. Cuando ter-
minamos de cenar, Mora dice que se va a tomar un helado con
Joaco, se van en las bicis, como siempre.
Mi vieja dice:
—Ojo con las vías.
Capítulo 6 21
Después de la M de Mora

Joaco está tocando esa melodía, una y otra vez.


Mamá no puede concentrarse, intenta retener una letra para
la próxima obra de teatro que estrenan dentro de seis meses,
pero no puede. Ella dice que no cree poder trabajar más. Prepa-
ra mate y se acerca a cebarle a Joaco.
Papá tampoco comenzó a trabajar. Fueron tantos trámites, inves-
tigaciones policiales, juzgados y canales de televisión contando una
y mil veces cómo y dónde la encontraron a Mora que ya no tiene
fuerza para seguir. Mamá le dice que no se preocupe, que todavía les
quedan ahorros, que ahora lo importante es descubrir quién la
mató y que se haga justicia. JUSTICIA es una palabra que escribo
en mayúscula cada día desde ese terrible y horrible día. En carteles
para las marchas de Ni Una Menos, en remeras que pintamos… Por-
que desde que se M mi hermana formamos un grupo, nos reunimos
en las vías de la vieja estación, la que queda frente a la heladería
Vainilla, y hacemos listas de lugares y gente que queremos investigar.
Siento la guitarra de Joaco, voy hacia el cuarto de Mora y digo:
—¿Puedo arrimarme al fogón?
—Claro, mi amor —dice mamá.
—Joaco, ¿por qué tocás esa melodía todo el tiempo? Me gene-
ra angustia ¿No podés tocar otra? —le ruego.
—Es la que compuse para Mora —me contesta Joaco, mien-
tras sigue rasgando la guitarra.
—Sí, sí, lo sé.
22 —A mí me gusta, pero no puedo concentrarme si la escucho
—dice mamá.
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

—Ay, no sabía, perdón Raquel. —Joaco deja de tocar y agarra


el mate recién cebado que le ofrece mi vieja.
—Nada que perdonar. No me deja concentrarme, pero me
permite parar y venir a tomar mates con ustedes. Seguro que
Mora anda escuchando cerca y nos quiere ver juntos.
—Mamá, Mora se murió, ya no está, no existe más —digo, eno-
jadísima.
—Renata —dice Joaco muy serio—, no digas eso, me hace mal
escucharte. Mora está en el mejor lugar —dice convencido Joaco
que es evangelista y cree que es así.
Mamá agrega:
—Como siempre dice la tía Carmen: “Si creen en algo, confíen
en ello y si no creen… dejen que cada uno se alivie como pueda”.
—¡Ah! Hablando de la tía, ayer pasó y me dejó esto para vos.
Cuando hablamos de mi hermana y su M, trato de cambiar de
tema. Por suerte, mi vieja habla de mi tía.
—Debe ser la peluca —afirma mi mamá mientras abre el pa-
quete—. Sí, es la peluca.
—¡Qué buen color! —digo mientras me pongo la peluca na-
ranja sobre mi cabeza.
Los tres nos reímos.
—Ma, ¿me la prestas para ir hasta las vías?
—¿Otra vez van allá? Siempre le tuve miedo a ese lugar.
—Mamá, ¡Mora no se murió en las vías!
—Raquel, te entiendo y también la entiendo a Renata —opi-
na Joaco—. La vieja estación y las bicis significan mucho para
nosotros. Fue y es un el lugar de encuentro y ahí la pensamos
bien y viva, está viva en nuestro corazón. Comiendo un helado,
andando en bici, riéndose de un chiste.
—¡Qué bueno es tenerlos! —comenta mamá, y me acomoda
la peluca naranja. 23
—Gracias ma, te amo.
—Y yo te amo más.
—¡Vamos Rena! —dice Joaco.
Antes de irme, le doy un beso a la bobe Dora que me pregunta:
—¿Te vas, Estercita?
—Sí, Dorita, vuelvo en un rato.
Nos subimos en las bicis, pedaleamos casi juntos. Mamá se
queda en la puerta de casa mirándonos.
Cuando llegamos a la estación, paramos a un costado de las
vías, estábamos solos, Joaco se acerca, me abraza y lo abrazo.
Me dice:
—Sabés que te adoro, pendeja.
—Sí, lo sé —le contesto.
—¿Querés ser mi novia?
Termina de decir eso y llega Benja, y dice:
—¿Qué hacés, Joaco? No sabía que venías.
—Mirá vos. Vine y justo le estaba declarando mi amor a Rena-
ta, pero nos interrumpiste.
—Jajaja, ¡me imagino lo enamorado que estás! ¿Y esa peluca?
¿Es de tu vieja?
—No, es de la bobe Dora.
Ellos se ríen, yo no. La aparición de Benja corta la conversación
tan interesante que teníamos con Joaco. ¡Qué inoportuno!
Me quedo mirando un punto fijo. Pienso en Mora y me pregun-
to ¿a ella le gustará que sea la novia de Joaco? Uf, ¿a dónde estás,
hermanita?, ¿podrás verme? ¿Me sentirás?
—Llamando a Renata Vila Fürst —me dice Benja en el oído.
—¿Eh? ¿Qué? —le contesto totalmente ida del tiempo y el espacio.
—Me parece que te fuiste lejos, amiga —opina Joaco.
—Prefiero estar lejos que escucharlos a ustedes.
En eso, llega Narda con la bici.
24 —¿Qué onda? ¿Se sumó un desconocido a la reunión? —dice.
—Jajaja —vuelven a reírse.
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

—Ahora soy parte del grupo —contesta Joaco.


—Genial —y mirándome, me pregunta—: ¿Le dijiste?
—¿Qué me tenía que decir?
—Nada —me apuro a contestar.
—Me parece que Joaco sería de gran ayuda —asegura Narda.
—¿Qué traman ustedes tres? —pregunta mirando a Benja.
—Descubrir al asesino de Mora —contesto con toda mi bronca.
La misma bronca que me impulsaba a caminar hace meses cada
viernes, en cada marcha.
—Chicos, me parece una locura. Tan chiflada la idea como ha-
blar de esto tan serio teniendo en tu cabeza esa peluca, Renata.
Desde ese día, comenzamos a planificar las distintas acciones para
descubrir al asesino de Mora. Joaco se unió a las investigaciones.
El teléfono y la computadora están en la policía, lo único que sa-
bemos es que Mora hace unos meses que salía con alguien, pero
no tenemos idea de quién era. Papá fue a la universidad, habló con
el rector y le dijo que Mora había faltado el último mes según los
registros. Era todo tan extraño… Mora era “la buena, la que se porta-
ba bien, la que estudiaba y hacía caso”. ¿Qué había pasado? ¿Cómo
nos había ocultado a todos que salía con alguien? ¿Cómo nos había
mentido tanto? ¿A dónde iba cuando nos decía que estaba en la
universidad? Joaco era su mejor amigo y nunca le contó nada.
El día de mi cumpleaños de quince estábamos en plena fiesta,
Mora se fue a la calle a hablar con alguien y, cuando mamá le
preguntó quién la había llamado, dijo: “Mi asesino”.
Todos nos reímos en ese momento… Ahora nos preguntamos,
¿cómo no nos dimos cuenta que nos estaba diciendo la verdad?
¿Era la verdad?
Capítulo 7 25
antes de la M de Mora

Cumplo años en febrero, así que mi fiesta de quince fue una de


las primeras del grupo de la escuela y del club. Habíamos pensa-
do con Mora y Narda cada detalle porque soñaba con un festejo
diferente.
Mi vestido era corto, de color amarillo limón y con un detalle
de margaritas bordadas (poquísimas). Debajo iba a llevar el traje
de baño, esa era una de las consignas. Zapatillas blancas.
La invitación que mandé por WhatsApp decía:

Te espero a las 5 de la tarde, en


las vías, con bici (si no tenés, te
ayudamos a conseguir una prestada).
Dirección: la casa de Yayo.
Vamos juntas y juntos.
A medida que iban llegando, los abrazos, saludos y risas se su-
26 maban. Era una pequeña ebullición de chicos y chicas, mochilas,
zapatillas, bicicletas.
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

A Yayo y a bobe les alquilamos un triciclo gigante.


Cuando estuvimos todos, comenzó la caravana hacia la casa
del abuelo.
Yayo iba delante del grupo guiando y, atrás, sentada muy cam-
pante, la bobe Dora que saludaba tipo reina de Inglaterra. Jajaja
me río sola al contarlo y recordarla.
Parecía una carrera de alguna asociación benéfica, pero no,
era mi cumpleaños de quince.
Al principio, pedaleábamos todos al ritmo del Yayo que quería
ir adelante mostrando el camino hacia su casa, pero después su
paso era un poco lento (él anda mejor que yo en bici, pero como
el triciclo era pesado y llevaba a la abuela Dora, no era tan fácil).
Entre amigas y amigos sumábamos veinticinco, y todos cono-
cíamos la casa del abuelo, así que fuimos llegando cada quien
a su ritmo.
Era una fiesta. Y para que fuera una verdadera fiesta, la idea
era que debíamos disfrutarla todos.
Mis tíos y mis dos primos estaban esperándonos en la entra-
da de la casa con una pila de toallones de colores y protectores
solares. Como odio los souvenirs que no sirven para nada, se nos
ocurrió resolver así el tema: un toallón y un saché de protector
solar de regalo. La tía Carmen los consiguió al por mayor, nues-
tra familia siempre fue muy organizada.
Ernestina, mi primita, tenía un regalo envuelto en papel do-
rado, y me perseguía a todos lados con el paquete, pero cuando
me lo iba a dar, salía corriendo. Nunca me lo dio.
Había una recepción con una barra de tragos, todos licuados
y jugos. “Nada de alcohol”, había dicho mi vieja, que más que ac-
triz parece una directora de escuela. Para comer, había pizzas
individuales. La idea era que el menú fuera mi comida favorita,
y así fue. 27
Pileta, papas fritas, tragos, pizza, choripanes, hamburguesas y
algunas frutas, mis preferidas: frutilla, melón y durazno.
Los únicos adultos invitados eran mis abuelos, mis tíos y mis
viejos que oficiaron de servidores.
Hicimos muchos juegos en el agua. Mora, Ana y Narda habían
preparado algunos que eran geniales y otros tan aburridos que
eran un bajón. Finalmente mi viejo prendió el fuego en la parri-
lla para los choripanes y hamburguesas, mientras Joaco y Benja
tocaban la guitarra. Después bailamos. Todos querían bailar con
mi hermana y sus amigas; siempre me pasaba eso.
Joaco me dijo:
—Qué bien te queda ese vestido.
—Gracias —contesté tímidamente.
Él siempre me dice algo que me hace feliz, pero que me da
mucha vergüenza. Después se acercó y me regaló una flor ama-
rilla, no era un margarita, pero creo que hasta me gustó más.
No entiendo… si le gusto, si le gusta Mora… o si es así: amoroso
y buen pibe con todas las chicas que se le cruzan. Es pelilargo,
alto y canchero, además de cantar genial, hablar sobre política y
derechos humanos, tocar la guitarra… Ahhh.
Martín, mi amigo de toda la primaria, me dijo que se notaba
que estaba muerta por Joaco. “No sé cómo él no se da cuenta”,
me dijo ese día mientras servíamos el chimichurri en los cho-
ripanes. Desde ese momento, traté de ignorarlo, tanto que, al
otro día, mi vieja me preguntó: “¿Te pasó algo con Joaco?”. ¡Uf!,
no puedo ser tan transparente.
En el momento de la torta, que era de dos pisos, de color blan-
ca y tenía un ramo de margaritas naturales atadas con un lazo
amarillo, Joaco se acercó y me dio su regalo. Era un pendrive con
la música que me gusta y varias canciones compuestas por él.
Desde ese día, es lo único que escucho.
28 Mora fue la decoradora junto con mi tía Carmen; la animadora
junto con Narda y Emily; y además, ayudó a hacer la torta. Mora
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

fue “la que llevaba la batuta”, como diría Yayo.


El tío Julián se ocupó de preparar la pileta con inflables redi-
vertidos.
Narda y Ana se quedaron a dormir, Benja, Martín y Joaco fue-
ron los últimos en irse. Emily y Mora se quedaron en el jardín co-
miendo sobras de la fiesta y riéndose a carcajadas. La bobe decía
a cada rato: “¿Cuándo comienza la fiesta?”, y ellas volvían a reírse.
Esa noche las risas, el recuerdo de todo lo vivido, la alegría ge-
neral fueron un canto de luna.
Éramos una familia muy feliz.
Capítulo 8 29
Después de la M de Mora

Estaba en casa cuando recibí un mensaje de WhatsApp:

Hola guapa, ¿cómo estás?

¿Bien Yayito, vos?

¿Necesitás algo?

Verte

Estoy un poco triste

Ya voy

Para que mi abuelo me mande un mensaje de WhatsApp, y


que me escriba que está triste, es porque está terrible. Él es un
viejo cascarrabias, austero (no prende la luz ni de noche), muy
generoso con nosotras. ¡Ay! Ya no puedo decir “nosotras”, ahora
soy hija y nieta única. ¡Qué loco es eso! ¿Cómo puede ser que sea
30 única, si yo tenía una hermana? ¡Qué fea sensación de agujero
de ozono, de vacío, de búsqueda constante y preguntas, de eno-
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

jos y pesadillas, de bronca, de tanta bronca por perderte, una pe-


sadilla que pocos comprenden! Hace meses que no lloro, quedé
helada como los glaciares que tanto te gustaban. No entiendo
cómo se hace para seguir. ¿Quién te mato? ¿Por qué?
A veces siento que lo hiciste a propósito. Siempre fuiste espe-
cial y, con esta muerte, sos eterna. Te muestran en la tele, en las
redes sociales, en la escuela hay una placa con tu nombre, en
un árbol cercano a la estación hay un mural con la foto que más
te gustaba, la del día de mi cumple. En la imagen se pueden ver
todas las bicis en las vías del tren antiguo, el que pasa cada seis
meses, sobre el cual mamá siempre nos decía: “Cuidado con las
vías, porque una está acostumbrada a que el tren no pasa y un
día estás distraída y chau”.
Vos tuviste siempre cuidado. El peligro estaba en otro lugar.
¿Cómo mamá no te avisó?
Sin darme cuenta y pensando tantas cosas, llego a la casa del
Yayo; y él me esperaba en la puerta. Lo veo más pequeño, más
flaco, como si la M de Mora lo hubiera encogido.
—Hola guapa —me dice.
Cuando lo abrazo, siento calma y protección. Mi mente llena
de preguntas queda en blanco. Mi corazón y el suyo laten fuertes
y juntos. Mi Yayo tan querido, que me ama y amo tanto, tanto
como cada pelea que nos separa generaciones y nos une en mi-
radas.
Me toma del brazo y mientras vamos entrando a su casa, me
dice:
—Cuando compramos la casa, era tan distinto. Morita se caía a
cada rato. Estaba aprendiendo a caminar y había tantas piedras.
Ahora no hay piedras… —Se queda pensativo.
—Mis amigas quieren venir un día a la pile, ¿te parece?
—Bueno. 31
—¿Puede ser el jueves? No tenemos Educación Física y tengo
libre. Vengo con Narda y Ana, ¿querés?
—Bueno.
—Yayito, ¿te sentís bien?
—Sí, Renatita. A veces siento como un apagón, pero aparecés
vos y vuelve el sol. Tenés que venir más seguido.
—El jueves venimos y te hacemos el mismo lío que en mi
cumple de quince.
—¡Qué bien la pasamos! Me gustaría que veamos el video.
—Dale.
Entramos a la casa. En el escritorio está la foto de Mora de
bebé. Ya no me da celos, antes sí. No tiene fotos mías…, solo tie-
ne de la abuela Evangelina (que murió cuando yo aún no había
nacido), de papá, y de Mora. Ya no me importa, tengo otra mane-
ra de mirar lo que me rodea.
Abro su compu, cliqueo en el video de mi cumple y todo hue-
le a fruta, sol, margaritas, agua, mariposas y torta de dos pisos.
Todo se mueve, incluida Mora.
Y pienso: “¿Estás viva ahí? ¿Estás adentro de un video atrapada
y moviéndote? ¡Cuántos misterios tiene la M de Mora!”.
Capítulo 9 33
antes de la M de Mora

Mora llegó de la facultad muy tarde. Mi viejo estaba en el estu-


dio editando una parte de la película que estaba rodando, el tío
Julián se quedaba a dormir los días que editaban.
Estaban tomando una cerveza y, cuando la vieron a Mora, le con-
vidaron; ella aceptó y se sentó en el escritorio de papá. Estaban
haciendo una investigación sobre el escritor alemán Boschwitz,
que murió en 1941 en un bombardeo nazi, y dejó lista la novela El
pasajero, que conmovió al público cuando se publicó por primera
vez en 2018. Mi papá y mi tío investigaban historias reales, a Mora le
encantaba; en este caso más, porque se trataba de un escritor. El tío
Julián le dijo a mi hermana que un día iban a ir juntos a Alemania.
Aburrida y en mi cuarto, me quedé en silencio escuchando
todo lo que pasaba en el living de mi casa:
—Sos tan hermosa, Mora. La más bella sobrina que me ha to-
cado, digna de una actriz de las películas de Almodóvar.
—Y vos sos el tío y padrino más lindo del mundo. Cuando sea
escritora, quiero escribir un guion de una película, y que vos seas
el compositor de la música y papá sea el director.
—Y vos, la actriz.
—No. No. Yo seré la escritora. Voy a escribir películas del estilo
de Batman de Tim Burton, pero con una heroína. Las actrices
serán mamá y la tía.
—Van a ser viejas para ese entonces.
—¡Qué maldad la tuya!
34 —Soy el más malo de los malos, el Joker de tu vida.
—Nada de viejas, ellas siempre van a quedarse jóvenes para
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

mí.
—Y quién te dice que vos detengas el tiempo.
Capítulo 10 35
antes de la M de Mora

Cuando llegué al colegio, estaba la bruja de la preceptora en la


puerta. Ni bien me vio me dijo:
—Parece que se acostó tarde ayer, todavía tiene lagañas; hay
que acostarse temprano y lavarse la cara por la mañana, tiene
media falta Vila Fürst.
La miré con cara de nada:
—Okey —contesté con desgano.
—¿Cómo “okey”? ¿Le parece que es forma de contestar?
No le contesté más y seguí caminando.
Se escuchó una frase en un solo grito como: “Venga o le pongo
amonestaciones”. Así que me di media vuelta y volví a la puerta
de entrada.
—Su hermana jamás hubiera hecho semejante grosería.
Al escucharla pensé: “A veces me gustaría que no existiera
Mora, así no me comparan más”.
—Disculpe, Silvana, no la escuché —dije.
—Sí, sí, no me escuchó. Vaya al aula que el profesor de Historia
la está esperando.
Cuando oí esa afirmación, entendí que estaba en el horno,
que esa mañana no me tendría que haber levantado, que ya que
llegaba tarde, tendría que haber faltado. Mis viejos me dan el
control de mis faltas, confían en mi responsabilidad, si faltaba…
zafaba del de Historia, que lo único que pretendía eran nombres
y fechas exactas como si fuera lo único importante de las accio-
36 nes humanas, pero como una boluda fui al colegio.
Apenas entré al salón, el profesor dijo:
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

—Buen día Vila Fürst, pase al frente.


—No estudié.
—¿Y así nomás me lo dice?
—Y sí, festejé mi cumpleaños y no pude estudiar.
—Vila Fürst, no va a ir muy lejos con esas contestaciones.
—Soy sincera.
—Mire señorita, le voy a dar una oportunidad. Estudie para el
miércoles próximo, ese es mi regalo de cumpleaños, y se lo doy
en homenaje a su familia, tan buena gente, tan buena familia.
En especial en honor a Mora, tan excelente alumna.
“Tan, tan, tan, tan”, como campana sonando en mi cabeza una
y otra vez.
Otra vez mi hermana. “Dios, me tiene harta”, pensé, “que desa-
parezca Mora de una vez de mi vida”.
Cuando me senté, Narda me mandó un mensaje de WhatsApp

Narda

Me enteré de algo que te va


molestar, mucho, mucho.

¿Qué? ¡Contame!

El profe de Historia hablaba sobre los cambios en la sociedad,


la expansión de la burguesía y la clase obrera; mientras nosotras
nos enviábamos mensajes.
En un momento, paró de hablar. Se acercó a Narda y le dijo:
—Permítame su celular. 37
—No lo estoy usando —aseguró mi amiga.
—Señorita, la vi, ¿quiere que le ponga amonestaciones?
—No, no profe, tome.
Narda tuvo que dárselo, y el profe con su mejor voz leyó:

Renata

Dale, boluda, contame,


dame algún dato.

Es sobre Joaco.

¿Qué le pasó a Joaco?

Está de novio con


Martina, lo lamento

Noooo.

Todos y todas se rieron y quedé atravesada por la vergüenza.


Además de haber sido descubierta delante de mis compañeros
y compañeras, sabía que en unos días Joaco se iba a enterar y
también ¡Mora! Mi hermanita me iba a torturar con semejante
secreto.
Sin lugar a dudas, ese lunes era el peor día de mi vida, el más
bochornoso y lamentable.
Salimos al recreo. Narda no sabía cómo decirme que la per-
done, pobre. Me enojé con ella, y no era con ella realmente mi
enojo.
Martín se acercó con unos bizcochitos azucarados y me dijo:
38 —Rena, Narda se fue a llorar al baño, no tiene la culpa.
—Dejame en paz —le grité y me fui al aula. Me senté en mi
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

banco y apoyé la cabeza en el escritorio y me dormí.


La clase de Arte, ya se terminaba y yo seguía durmiendo, Clara
era una profe recopada y, cuando le contaron que había sido mi
cumple y que había tenido un mal día, me dejó dormir. Cuando
me desperté, estaba más enojada todavía, una de las mejores
clases que nos dictan y me la había perdido por dormir. Cuando
me reciba de profesora de Arte, no voy a dejar dormir a nadie.
Me levanté, le pedí permiso para ir al baño, y ahí lloré. Cuando
estaba en plena crisis de llanto, escuché que había entrado el
grupo de chicas de cuarto C, una dice:
—Che, me contaron que la fiesta de Vila Fürst fue genial.
—Sí, fue mi hermano. Me arrepentí de no ir cuando me contó
todo. Es que Mora es única, parece que organizó el evento, ani-
mó y tuvo ideas muy copadas.
Dejé de llorar, salí del baño y me lavé la cara. Todas se queda-
ron mudas. Mientras me lavaba las manos y me ataba el pelo,
les dije:
—No fue solo mi hermana la que ideó mi fiesta, yo también
tuve que ver.
Salí sin decirles nada más. Se escucharon unas risas y frases
burlonas, pero ya no me importaba nada. Se había corrido la voz
que mi fiesta fue la mejor y eso era genial.
Capítulo 11 39
antes de la M de Mora

Ana pasó por casa con la bici y me invitó a tomar un helado. Le


mandé un mensaje a Narda:

Narda

¿Estás?

Necesito hablar con vos

¿Venís a tomar un helado?

¡¡Por favor!!

Estaba medio dormida ,


muy cansada, se me sumó todo.

Pero nada, Narda me clavó el visto. Me ignoró totalmente.


Ana estaba toda roja. El día de mi cumpleaños no se puso pro-
tector y es tan blanca… Cuando la vi, le dije:
—No, boluda. No podés haberte quemado tanto.
—Sí, sí, fui una mensa, no me di cuenta.
—Jajaja, “mensa”, parece una novela mexicana.
40 —Bueno, es mejor que decir “boluda” a cada rato.
—Uf, ¿vos también? Mora me vuelve reloca con ese tema. Es
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

un modismo, no es una mala palabra. Ya nos reconocen en otros


países por decirlo… es un modismo, boluda.
—Jajaja, sos de terror, Renata.
Dejamos las bicis en las vías y cruzamos caminando a la he-
ladería Vainilla, que hacen los helados más ricos de mi pueblo.
Nos sentamos en la placita de la estación. Sonaba la música in-
fantil de la calesita y nos pusimos a cantar. Era de los dibujitos
animados que veíamos cuando teníamos cinco o seis años.
En ese momento, un tipo con un pulóver color rojo pasó al
lado nuestro; para el lado contrario, corrió una chica que parecía
asustada. Nos quedamos mirando en silencio la situación.
El tipo se subió al 303 y chau.
—¡Qué raro!, ¿no? —le dije a Ana.
—Sí, ¡qué extraño! La piba salió disparada para el otro lado. No
me di cuenta si estaban juntos.
—Yo tampoco.
Me sentí muy angustiada por haberme enojado tanto con
Narda. No fue su culpa, en todo caso, las dos nos mandamos el
moco, así que le dije a Ana si me acompañaba a la casa a pedirle
disculpas. Es mi mejor amiga y no me hace bien estar distancia-
da. Cuando llegamos a la casa, la madre nos dijo que se había ido
a la iglesia. Narda es catequista, los padres son muy religiosos y
ella es repracticante. Es en lo único que no nos parecemos, yo
soy agnóstica, pero, si eligiera una religión, sería la judía como mi
bobe. ¡Bah!, digo eso porque amo, amo a mi abuela Dora, pero
no sé qué elegiría. La católica me gusta en algunas cuestiones,
la Navidad y el pesebre; me encantan los Reyes… Rezarle a San
Antonio, como le reza Yayo cuando se pierde algo o tenés algo
muy difícil: “Que mi aflicción se convierta en alegría”, dice.
También esto del budismo es interesante. Si reencarnás, se-
guís viviendo y aprendiendo, aunque me da un poco de impre- 41
sión… Imaginate si reencarnás en una cucaracha y te pisan…
¿Puede una reencarnar en un insecto?
Escribí tres veces en el cuaderno amarillo: “San Antonio, que
mi aflicción se convierta en alegría. Que Narda vuelva a ser mi
amiga querida de mi corazón, no me importa que el de Historia
haya leído los mensajes de WhatsApp”.
Esa noche, soñé con el del pulóver rojo. Me corría con un cu-
chillo, yo me metía en la sala de profesores del colegio y ahí es-
taba el preceptor, Javier, que me decía: “Allá está Mora. No quiere
estar conmigo y la mandé al infierno”. En ese instante, como
pasa en los sueños, cambiaba de lugar la acción y la veía a Narda
que corría por el parque del Yayo, y a Joaco que la atrapaba en el
aire y le tapaba la boca. Narda comenzaba a sangrar por la nariz
y gritaba “auxilio”. Ahí me desperté tan transpirada y sedienta
que me fui a la cocina a tomar un vaso de agua.
“Fóra bruxa”, dije trece veces. Esa frase en gallego dice la tía
Carmen cuando pasa algo feo. Ese día no paré de repetirla.
Capítulo 12 43
después de la M de Mora

Una cajita de madera blanca con cenizas, eso es Mora.


—Vamos a llevarla a la playa, al mar —aseguró mi viejo.
—Sí— dijo mi mamá.
Fuimos todos los que pudimos. En el viaje de ida, el Yayo y la
bobe venían con mamá y conmigo en el auto, pero Dora se pasó
los veinte primeros minutos llorando por Estercita mientras de-
cía frases como:
—La mataron, la mataron. Se la llevaron y la mataron con gas.
Yayo y mi mamá se mostraban muy nerviosos y angustiados, así
que se me ocurrió decirle en el oído una frase de la película La
vida es bella. Como la vio tantas veces, algunas me las acuerdo de
memoria. Cambié la palabra “mamá” por “Estercita” y quedó así:
—Dorita, nosotras estamos en el equipo de los súper malos
que gritan sin cesar, quien tenga miedo pierde puntos. En tres
casos se pierden todos los puntos: los pierden, uno, los que em-
piezan a llorar; dos, los que quieren ver a Estercita; tres, los que
tienen hambre y piden la merienda.
La bobe se calmó, luego se rio y me dijo sorprendida:
—Estercita, ¡volviste!
Cómo me gustaría tener una frase tan mágica como la de la
película y que, al decirla, apareciera Mora. ¡Cuántas cosas serían
diferentes, nada me preocuparía! Pensar que me hacía proble-
ma por un pantalón que no me podía comprar o por una salida
que mis viejos no me dejaban hacer; ahora lo único que me ha-
44 ría feliz es que mi hermana volviera, aunque sea como picaflor.
Quise preguntar si en el budismo, cuando uno se muere, puede
encarnarse en un insecto, pero mejor lo googleaba, porque la
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

abuela se había dormido y estábamos más tranquilos.


Deseo verte, Morita, una vez más. Quiero sentir tu voz, mirarte
de nuevo y ver tus ojos azucarados. Quiero estar en una ronda
y cantar “La farolera” como cuando lo hacíamos en la terraza
de la casa de la tía Carmen. Quiero buscar con vos los regalos de
los Reyes, subir el tobogán más alto, ir al cine y tirar pochoclos,
reírnos, ¡eso! Necesito escuchar tu risa. Tengo que encontrar la
grabadora. ¿A dónde la habrás guardado? Dame una señal, por
favor, te lo pido, hermana.
Capítulo 13 45
antes de la M de Mora

Nos fuimos unos días a Costa del Este, nos encantaba ir allá.
La casa era de la tía de mi bobe, es en el lugar que pasamos to-
dos los veraneos. Teníamos cuatro días libres porque había un
feriado puente y, si faltábamos tres días al cole, podíamos estar
una semana. Mis viejos estaban muy agotados de filmaciones,
eventos y viajes, y les pareció que era genial irnos. Y a nosotras
nos encantó la idea.
Cuando llegamos a la casa, mientras abríamos las ventanas y
ventilábamos un poco, apareció un perro en el parque. Era muy
grande de tamaño, pero se lo notaba cachorrón, de color choco-
late y blanco, con las orejas caídas, ojos tristones y cara de “yo no
fui”. Mora corrió a acariciarlo. Mamá nos dijo:
—Chicas, entren, hay que limpiar la heladera, el baño, poner sá-
banas limpias. ¡Mucho por hacer! No se entretengan con ese perro.
Papá se acercó y, en un ratito, ya le estaba dando comida, agua
y mostrándole a mi vieja cuán divino era. Que su cara daba un
plano excelente, que le gustaría hacerle unas tomas, en fin…
Nos pusimos de acuerdo los cuatro para que se quede con
nosotros. Nuestra vida no era muy sencilla con los viajes de mi
papá y las miles de horas de grabación de mi mamá, pero llega-
mos a un acuerdo, cuando ellos no estaban, entre Mora y yo nos
haríamos cargo. Coincidimos todos en dejarle el nombre que la
bobe dijo cuando lo vio.
—Hola cachorro, pensé que te había perdido.
46 —Abuela, ¿lo conocés? —le preguntó Mora.
—Sí, claro, es Membrillo.
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

Nos reímos los cuatro y le pusimos así. Parece que cuando mi


bobe era chica en su casa tenían un perro llamado de esa manera.
Dora había tenido una infancia muy dolorosa, y, cuando llegó a la
Argentina con su tía Ingrid, además de sentirse a salvo conoció el
dulce de membrillo que era su debilidad. Por su Alzheimer, no re-
cordaba nada del presente, pero al llegar a la casa del mar era como
si todo volviera a comenzar. A mi hermana la llamaba Estercita, que
era el nombre de su hermana, y a mí, Marta, que era el nombre de
su mejor amiga, aunque a veces también me decía Estercita.
Un día me llamó y, al llegar a su habitación, me dijo:
—Estercita está en peligro.
—¿Por qué, Dora? —le contesté yo que le seguía la corriente y
no la llamaba bobe en esos momentos.
—Porque se enamoró de ese rufián, el que está en la parrilla.
Miré la parrilla y estaba mi papá.
—Él la va a asesinar. La acecha y lo va a lograr.
Primero me dio mucha impresión, después me reí y pensé:
“Pobre bobe, ¡qué mal que está!”.
Al segundo día pudimos ir a la playa todos con Membrillo in-
cluido. Teníamos una sombrilla, una heladerita con el almuerzo
y bebidas; y los juegos tradicionales que cada año llevábamos:
las cartas, las paletas, la pelota de vóley, el tejo y los dados.
Con Mora corríamos adelante con las mochilas cargadas, atrás
mi mamá llevando del brazo a la bobe y, por último, mi viejo con un
carrito con las cosas más pesadas. En la playa, siempre nos encon-
trábamos con amigos y amigas, ya que todos los años veraneába-
mos en el mismo lugar, pero, como estos eran solo cuatro días, los
únicos que iban a compartir con nosotros eran los García Alcorté,
una familia muy tradicional del lugar que tenían tres hijos varones
que eran muy correctos y educados frente a los adultos, pero que
eran terribles y muy graciosos cuando estábamos solos los chicos 47
y las chicas del “paredón verde”. Nos autodenominábamos así por-
que en la esquina de la casa había un gran paredón verde, que era
la parte de atrás del consultorio del médico de Costa del Este; vi-
vía solo y era tan macanudo que nos dejaba quedarnos por horas
charlando, riéndonos e inventando pavadas que, luego, tratába-
mos de hacer en la playa o a la noche cuando íbamos a tomar un
helado todos juntos al pueblo. También hacíamos caminatas por
el bosque. Los chicos se llamaban todos con nombres que comen-
zaban con c: Carlos, Camilo, César. A Carlos le decíamos “Charly”
para diferenciarlo del padre que se llamaba igual. A Mora le encan-
taba Charly, pero se había enterado el verano pasado que era gay.
Él se lo había confiado, porque nunca se había animado a contarlo.
Mora se quería morir porque quería ser su novia, pero, después de
la frustración, se hicieron mejores amigos. Camilo era de la misma
edad que Mora, muy pedante y pendenciero. Como era campeón
de ajedrez, lo apodaban “Jaque”. Nunca me cayó bien ese pibe tan
altanero, se pensaba el dueño del mundo. César tenía dos años
más que yo. Él siempre me pareció lindo, demasiado, pero en mi
corazón ya estaba Joaco y a él no lo superaba nadie.
Esos cuatro días fueron geniales, nos la pasamos en la playa, ju-
gando, escuchando música. A la tardecita, cuando bajaba el sol, en
el paredón verde, y a la noche caminábamos los seis por la orilla
del mar, con Membrillo a la cabeza. A veces el perro corría, se es-
cabullía y salíamos todos corriendo detrás de él, como esa noche
tan fría que Mora y Camilo discutieron. Membrillo salió corriendo
y estuvimos tras él hasta que se fue más rápido y no lo vimos más.
Qué fea sensación. Buscábamos y no podíamos encontrarlo. La
angustia era fuerte, tanto como la bronca de no haberlo cuidado.
Ahora que nos reunimos sin Mora, me pregunto si no la supi-
mos cuidar.
Capítulo 14 49
antes de la M de Mora

—¡Oh! ¿Quién gano? —preguntó mamá.


—Nosotras —gritamos con Mora.
—Nada que ver, nena, Charly y yo —dijo Camilo.
—No, no. Ganamos nosotros —dijeron papá y César.
—Haceme reír —contestó mamá que formaba pareja con
Nora, la madre de nuestros amigos, los García Alcorté.
Por las tardes, la bobe dormía la siesta y se quedaba en la casa
con la señora que la cuidaba, así mamá se despejaba y podía es-
tar con nosotros en la playa. Esa fue una de las tardes más bellas
que viví, pero no lo supe en ese momento. A mi edad, la vida
parece infinita y, cuando pasa algo trágico, ¡zas!, todo se vuelve
raro, incomprensible. La vida se muestra con punto final. Miles
de respuestas se desatan de sus preguntas, ya no existe nada
muy real, todo tiene un signo de interrogación.
¿Hay otras dimensiones? ¿Otras vidas? ¿Es mi vida la que vivo
o es un sueño o un recuerdo? Cuando se termine mi vida, ¿me
daré cuenta?
Esa tarde fue una tarde única y feliz.
Jugamos al tejo como dos horas, fuimos anotando en la arena
mojada con un palito (ocurrencia de mi hermana mayor) y, de
repente, una ola tapó los resultados. Comenzamos todos a in-
ventar puntajes para ganar, hasta que papá me alzó y dijo:
—Contrincante al agua. —Y me tiró al mar.
Una batalla entre jugadores y jugadoras, corríamos para tirar
50 a alguno al agua, nos reíamos, nos caíamos en la orilla, las olas
rompían y nos tiraban. Éramos niños y niñas jugando, no había
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

edad, ni tiempo.
Nora y mamá fueron a comprar churros; papá preparó mate.
Llegaron los tíos y mis primos y se sumaron a la movida. Des-
pués hubo un campeonato de truco. Las risas resonaban en las
dunas y la arena se movía. Todos nos movíamos, con gestos y mi-
radas, con palabras y respiraciones, con la voz, con la intención
de no pedir nada más que lo cotidiano para estar bien.
Movimiento de vida y de ojos abiertos. Movimiento de vida y
de azúcar que se entrelaza en la arena, movimiento de gaviota
caminando en la orilla.
Mora se movía, y eso era mágico y no lo sabíamos.
Después cada uno y cada una volvimos a las casas para bañar-
nos y cambiarnos. Papá había invitado a todos a comer el asado
del último día de la casa de la costa.
Como teníamos la compu, se nos ocurrió hacer un karaoke. In-
vitamos hasta el vecino, el doctor Jaime. Mamá se había copado
y nos cantó como tres canciones al hilo. La bobe aplaudía y bai-
laba, y de vez en cuando, cantaba una canción en hebreo.
Cuando le tocó cantar al vecino, se lo dedicó a mi hermana.
Mora me mandó un mensaje de WhatsApp.

Mora

Jaime es un viejo verde, me da miedo.

¡Qué exagerada, pobre doctor!


Fijate, Renata, fijate 51

Jajaja

Nena, no te estoy jodiendo, miralo.

Cuando se fueron todos, nos quedamos con mi hermana sen-


tadas en la puerta. Era una noche de luna llena.
—Che, ¿qué te pasó en el karaoke con el doctor? —le pregunté
a mi hermana.
—Es un viejo desagradable, me hace sentir incómoda. El otro
día me dijo que era mejor que usara cosas más sueltas porque
era muy provocadora, que me lo decía como mi abuelo, que des-
pués pasan las cosas…
—¿Y qué le contestaste, Mora?
—Me dio vergüenza la situación y le agradecí.
—¿Qué le agradeciste? —le pregunté, sin poder creer lo que oía.
—Que me cuidara.
—Mora, ¿me hablás en serio?
—Sí, no me animé a mandarlo a la mierda, es un hombre ma-
yor, ¡yo me visto como quiero!
—Obvio, boluda. Contales a mamá y a papá.
—Ya soy grande, Rena. No los quiero preocupar. Además,
como le agradecí se quedó en el molde y no me jodió más, pero
hoy dedicándome esa canción me hizo sentir horrible.
—Hablemos con nuestros viejos.
—No, no. Ya está, mañana volvemos a Buenos Aires. No lo veo
hasta el verano. Olvidémonos de este tipo y pensemos en tu
cumple —me dijo Mora.
—Sí, tenés razón. Olvidémonos de este tipo y pensemos en mi
cumple.
Al otro día, estaba todo organizado para pasar un día más de
52 playa, nos íbamos a la nochecita. Papá prefería manejar a esa
hora porque la bobe dormía y era menos estresante.
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

Camilo y Mora se pasaron todo el día en el mar, a los dos les


encantaba nadar, desde chiquitos que disfrutaban juntos ese
momento. Fuera del agua, ni se hablaban.
César, Charly, papá y yo jugamos al tejo. Mi vieja leyó toda la
tarde tirada en la arena.
La bobe se quedó en la casa con la señora que la cuidaba. Ella
adoraba a mi abuela y vivía a la vuelta de la casa de la playa, era
un verdadero alivio para mi mamá.
Cuando nos estábamos yendo, Mora recibió un mensaje de Jai-
ro, el chico que trabajaba con ella en el barrio.
Espié su celular de reojo y leí:

Jairo

¿Podemos vernos a la tarde, tipo


6, en la escuela del barrio? Tengo
algo importante que preguntarte.

No sé si llego, estoy en la playa,


adelantame algo por acá.

No puedo escribirlo, avisame


cuando llegues y te paso a buscar
por tu casa.
—¿Quién es Jairo? —le pregunté.
—Un amigo, ¡qué chusma! 53
—Me parece que te quiere besar en la escuelita del barrio.
—¿Quién quiere besar a mi Mora? —dijo papá risueño.
—Un tal Jairo —contesté yo.
—¿El cantante? —dijo papá.
—Papá, ¡stop, stop! —dijo mi hermana con cara de bruja.
—Fóra bruxa —dijo él y todos nos reímos.
Capítulo 15 55
después de la M de Mora

Era la cuarta marcha en la que participamos.


Mama y papá hablaron, sus discursos me dan fuerza para se-
guir y seguir pidiendo justicia.
Al grito de “Mora Vila Fürst”, todas y todos gritamos “PRESENTE”.
Llevamos carteles, ya somos más de docientos los que vamos
desde el pueblo a la ciudad, a la plaza mayor. Una vez quisimos ir
en bicis, pero era un delirio, son cincuenta kilómetros.
Estaba parada en la esquina de la catedral, cuando se me acer-
có un chico y me preguntó:
—¿Vos sos Renata?
—Sí, ¿vos?
—Me llamo Jairo y era muy amigo de tu hermana en el barrio
en el que colaboraba.
—Ah, sí, recuerdo que te nombró. ¡Qué bueno que viniste a la
marcha! Gracias.
—No podía no venir. Quiero mucho a Mora, ella me ayudó a
saber quién era el asesino de mi hermano.
—¿Qué? ¿Cómo? —dije yo aturdida.
—Sí, a mi hermano lo mataron en el barrio, y fue Mora quien
vio cómo ese tipo asesinaba a Marcos.
—Jamás nos contó.
—Lo sé, lo sé, no quería preocupar a nadie.
—¿Y qué pasó con el asesino de tu hermano?
—Está prófugo. Quería hablar con vos y tus padres, es un dato
56 que puede servir en la investigación.
—Claro, claro.
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

Al finalizar la marcha, fuimos con Jairo a tomar un café y ahí


nos contó todo. Nos dio el nombre y apellido del asesino de su
hermano: “Mario Loreto”.
Mamá lloraba y lloraba, y decía:
—Ese tipo la debe haber asesinado, ¡fue ese tipo!
—Raquel, amor —decía mi papá mientras la abrazaba— va-
mos a pasarle este dato al abogado y a la fiscal de la causa.
—Quiero justicia para Mora —es lo único que repetía y repetía
mi vieja.
—Jairo, ¿por qué no viniste antes?
—No estuve en el país, me fui a Perú a ver mi abuela que esta-
ba muy mal por el asesinato de mi hermano. Me enteré de esto
ayer, cuando volví al barrio.
—¿Pero no te comunicabas con mi hermana?
—No, ya no, porque nos habíamos distanciado.
—¿Por? —preguntó papá.
—Éramos novios y nos distanciamos hace cinco meses.
—¿Vos eras el novio de mi hermana? ¿Cómo nunca nos contó?
—dije yo, interpelando con mucha desconfianza.
—No quería que nadie se enterara, no sé por qué.
—¿Sabés? No te creo. No te creo —le grité y salí del bar.
Afuera estaban Narda y Emily esperándonos, ellas volvían con no-
sotros en el auto al pueblo. Las abracé, yo lloraba, lloraba como si re-
cién se hubiera muerto Mora, hacía cuatro meses que no podía llorar.
—Rena, ¿qué pasa? ¿Qué te pasa?
—Creo que encontramos al asesino de Mora.
—¿Qué?, ¿quién? ¿Ese pibe lo sabe? —decía Narda.
Les conté, mientras veía como mamá abrazaba al chico que
nos había dicho semejante cosa. Papá le estrechó la mano.
“Cómo pueden abrazarlo y darle la mano, ¿si es un mentiroso,
si él fue el asesino?”, pensaba. 57
Capítulo 16 59
después de la M de Mora

Hace una semana que nos reunimos al atardecer en la vía: Joaco,


Emily, Martín, Narda, Benjamín, Ana y yo. Queremos ayudar a
esclarecer el crimen de mi hermana.
Aunque mis viejos ya me dijeron que los únicos que lo pueden es-
clarecer son los policías investigadores, la fiscal, el juez; pero nunca
“una pibita de casi dieciséis años como vos”, no pude detenerme.
Tenemos varias puntas, la más importante era encontrar la
grabadora de Mora.
La otra está en el barrio adonde ella iba a colaborar. Mora vio
un crimen, lo denunció. Nadie de mi familia lo supo, ¿por qué?
Joaco fue al barrio y estuvo preguntando, pero nadie quiere
hablar. El amigo de Mora se whatsapea con él… Yo ya tenía en mi
mente un culpable, Joaco me decía que eso era prejuzgar y que,
si así se manejara la justicia, estaríamos todos y todas presos.
El sábado mi tío Julián hizo una cena en su casa para que po-
damos hablar en “familia” y ver cómo ayudarnos. La tía Carmen
consiguió una psicóloga familiar y datos de varios grupos que
podrían ayudarnos: madres y padres a los que se murieron hijas
en forma violenta, fundaciones para trabajar la pérdida, el duelo,
la tristeza…, pero llegamos a la conclusión de que lo único que
nos puede aliviar es encontrar al asesino.
Cuando llegamos a casa, la acompañé a la bobe al cuarto, la
ayudé a ponerse el camisón y, mientras estaba sacándole la
remera, vi en su mesita de luz un pendrive. Sin decirle nada, me
60 lo guardé en el bolsillo del jean.
Cuando se acostó, le canté la canción de cuna que ella nos
Bicis en la vía » Patricia Iglesias Torres

cantaba en hebreo, apagué la luz y me fui a mi cuarto, palpitaba


de ansiedad.
La bobe Dora muchas veces se llevaba cosas al cuarto o las
cambiaba de lugar por su Alzheimer.
No me acordaba que nadie de la familia tuviera ese pendrive.
Prendí mi computadora y lo puse, estaba vacío de imágenes, lo
único que tenía eran dos grabaciones.
Abrí la primera y la voz de Mora sonó: “Hola, soy Mora Vila
Fürst”.
Se presentaba, decía su DNI, su dirección y su número de celu-
lar. Luego decía: “Vi un asesinato, Mario Loreto lo efectuó. Mató
a Alberto Luis Salcedo, de diecinueve años”. Ahí terminaba el au-
dio con un chirrido infernal.
Abrí el siguiente, me temblaban las piernas de escuchar otra
vez la voz de mi hermanita, lloraba mientras lo abría: “Amo a
Jairo, pero en este último mes todo cambió. Él está distante, la
muerte de su hermano es terrible y lo más siniestro que vi en
mi vida, pero no me animo a contarle que sé quién es el asesino,
tengo miedo que lo mate a él también. No estoy yendo a la uni-
versidad, miento y miento, porque lo único que quiero es estar
con él, ayudarlo, cuidarlo. Sueño con ese tipo matándome, de la
misma manera que lo hizo con el hermano de mi novio. Estoy
grabando para que haya un testimonio, estoy aterrada”.
Se escuchó un chirrido que no dejó oír nada y después de unos
segundos comenzó a hablar: “Tengo mucho miedo, J me amenazó.
Está loco, no lo comprendo, aparece y desaparece por WhatsApp,
por casa, por el club. J me quiere matar”.
Terminó el audio y salí corriendo al cuarto de mis viejos. Casi
dormidos fueron caminando a mi habitación, yo gritaba:
—¡Mora, Mora!
Ellos no comprendían nada, pero me siguieron. Cuando co- 61
menzaron a escuchar el audio, lloraron los dos.
Nos abrazamos fuerte, tan fuerte que se oían nuestras palpi-
taciones.
Papá llamó a la abogada y ella le dijo que mañana a primera
hora irían al juzgado.
No pudimos dormir. Los tres fuimos al living, y nos preguntába-
mos y contestábamos diferentes hipótesis, muchas sin sentido.
—El asesino es Jairo, papá. Es él, yo tenía razón. Su nombre co-
mienza con J.
Papá tomó una tiza y, sobre el pizarrón de la cocina, escribió:

Jerónimo José Julián Juan Jatnie


Joaco Jaque Justo Jairo Jaime
Javier
—Estos nombres también comienzan con J y todos tuvimos
alguna relación con Mora. No nos adelantemos, hija, la verdad
va a salir a la luz. Confío en la justicia.
Apareció la bobe Dora, nos miró y como una caricia dijo con
su voz:
—“Solo pienso en ti, princesa, pienso siempre en ti”.
Papá nos abrazó a las tres y dijo:
—Mis amoras.
Y yo sentí que estábamos otra vez juntas, en un solo nombre.
La violencia contra
las mujeres es una
pandemia global
En todo el mundo, el 35 por ciento de las mujeres ha experi-
mentado violencia física o sexual en pareja o violencia sexual sin
esta. Uno de los objetivos establecidos por la comunidad inter-
nacional en la Agenda para el Desarrollo Sostenible, a alcanzar
en 2030, es el de “eliminar todas las formas de violencia y discri-
minación contra mujeres y niñas en todas partes”.

El feminicidio o femicidio es la expresión más extrema de la vio-


lencia contra la mujer; se trata del “asesinato de mujeres por
hombres motivados por el odio, el desprecio, el placer o la su-
posición de propiedad sobre las mujeres” (Russell, 2008: 27), y
abarca cualquier homicidio de mujeres cometido que se base en
la discriminación de género. Es importante remarcar la diferen-
cia que establece este término, en cuanto a afirmar que “murió
una mujer” o que “la mataron”.

Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS)


en Europa Occidental la tasa de prevalencia de la violencia en
la pareja es del 19,3 por ciento, mientras que en América Latina
esta tasa es significativamente superior: entre el 24 y el 40 por
ciento, dependiendo de la región.

En Argentina, un estudio realizado por la Asociación para Políti-


cas Publicas calculó que, entre 1997 y 2010, más de seis mil mu-
jeres fueron asesinadas. En este país, hasta 2016 en promedio,
se cometía un femicidio cada treinta horas, en 2017 este prome-
dio se elevó a un femicidio cada dieciocho horas.
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Ro ca
Patricia
Iglesias
Torres Mora ha sido víctima de un femicidio
y Renata, su hermana de quince años,
nos narra diferentes momentos vividos
con ella y su familia, en la búsqueda de
respuestas para conocer la identidad
del asesino.

Bicis en la vía es una nouvelle que nos


habla de la ausencia, el amor entre
hermanas, el sentido de la vida y la
muerte. Una historia que no podrás
parar de leer hasta el final.
ISBN: 978-987-48006-0-2

www.editorialekeka.com

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