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El Vestido de Boda Monologo

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EL VESTIDO DE BODA

MONÓLOGO

Escrito expresamente para Balbina Valverde,


y estrenado el i.° de Febrero de 1898.
PERSONAJES ACTORES

Paula. Sra. Valverde.


Su hija. (No habla).
La doncella.
.-.¡y»».

EL VESTIDO DE BODA

Habitación da planta, baja. Al través de las ventanas abiertas, se tb


un jardín. Sobre un entredós, fotografías. En primer término,
mesa, sofá, butacas. Puertas laterales.

ESCENA ÚNICA
PAULA, por la puerta interior, hablando con una DONCELLA

Entre, entre la caja,.. (Entra la doncella con


la caja,) ColÓquela ahí. (La doncella coloca la caja
sobre la mesa. Esta caja será grande, ligera, de las que
usan las modistas para llevar la obra. La doncella se
va en cuanto deja ja caja. Paula se acerca y destapa
la caja, mirando lo que hay dentro.) Aquí esta...
[Divino! ¡Un sueño! Si parece que no lo han
tocado manos... (Vuelve á cerrar la caja y se ade­
lanta hacia el público.) ¿Son ustedes capaces de
guardar un secreto? ¿Los caballeros tam­
bién?
Pues les contaré la historia de ese vestido
de boda que acaban de traer de casa de la
célebre modista madaine Palmita Lacastag-
ne... [una eminencia del arte de los pingos!
Era yo una muchacha, y no malj pareci­
da... Sí, Señor, (Volviéndose hacia cualquier punto
del teatro.) No ponga usted esa cara de asom­
EL VESTIDO DE BODA

bro, que todos tuvimos nuestros quince...


Una muchacha hasta bonita .. ¿Qué se había
usted figurado? Conservo retrato al dague-
rreotipo.
Vivía con. mi madre y dos hermanitas; mi
padre viajaba y negociaba: le veíamos poco.
Un día mi madre nos abrazó más fuerte que
de costumbre... «Os habéis quedado sin pa­
dre, pobrecillas mías, y además nos amena­
za la miseria.» Yo tengo un genio... así... un
genio de no achicarme... aunque se me ven­
ga la casa encima. «No te apures, mamá—
la dije—ya brujulearemos...» La verdad es
que maldito si sabia cómo ni por dónde...
¡Qué cosas pasan en el planeta! ¡Y qué de
lagartones andan sueltos por él! Había cier­
to señor senador que visitaba mucho nues­
tra casa.., Rico, respetable, según' decían...
¡y con más espolones que la Marina de
guerra! Pues cátate que mi madre, enferma,
necesitada, tuvo que pedirle por amor de
Dios una pequeñez... Fui yo á llevar la carta.
|Para escena, aquella! Tengo las manos chi­
cas.,, pero lo que es la bofetada... debió de
oírse en el Senado de Washington!... Salgo
de allí, que se podía encender un fósforo en
mis carrillos... En la escalera tropiezo con
una oficiala de modista, que subía un lío de
obra en un pañolón.Inspiración fulminan­
te... «Lío por lio, vengan éstos.» Me dí un
cachete en la frente; recordé que cuando
éramos ricos y felices me alababan el chiste
y garabato que tenían para inventar hechu­
ras y adornos; me presenté en un taller; me
despabilé en el trabajo, y así que supe el
oficio, recorrí una por una las casas de nues­
tros ex-amigos para lograr que me presta­
sen—á réditos—unas cuantas pesetas. ¿Ob­
jeto del empréstito? ]Ab!.. Yo había discu­
rrido un enredo, que ni los del repertorio
de Lara...
ESCENA ÚNICA

¿A. que todas las señoras van adivinando


ya?... Como que no habrá ni una entre este
escogido auditorio, que incurra en la vulga­
ridad de tener modista- española... ¡Eso de
modista francesa viste tanto! Casi viste más
queel traje, sobre todo si el traje es de sóbate...
de los que llevan postigos, ventanas y hasta
galerías... Sellenauno la boca diciendo: «Este
desiiabillé me loliizola ChupaiidinólSobretodo
entonces, que aún no se habían inventado las
modistas del sexo feo... ni las elegancias á la
inglesa, género marimacho! Figúrense uste­
des que yo me llamaba Paula Castañar: una
ordinariez... con un nombre así, no se va á
ninguna parte. Lo traduje... libremente, y
apareció en un piso de la calle de la Monte­
ra un rótulo en ietrazas doradas que rezaba:
«.M adame Palmyre Lacantagne. Sobes et eos-
turnes.» Después hubo maridos paganos que
me pusieron de mote: «Roba por costum­
bre...» Pero yo les jura á ustedes que no
abusaba, no, que no abusaba... ¡Ah! De ma­
nera que ese traje... que está ahí... ¿lo hizo
usted? ¿Usted misma?... leo en la cara de
varios señores. ¿Y cómo es que... y en qué
consiste?.. Verán, muy sencillo... Sí, era yo
misma. Con el francés que chapurreaba, un
peluquín zanahoria, y unos modos muy in­
solentes y despreciativos que adopté, mo­
dista parisiense perfecta. Mi primer movi­
miento era mirar por encima del hombro á
las señoras que venían d preguntar precios;
recorrer de una ojeada de arriba abajo su
traje, con el aire del que dice: «Valiente
cursi abatida estás tú; parece que te vistie­
ron tus enemigos; no sé si debo dignarme
hacerte ropa » Y cuanta más impertinencia
en mí, las parroquianas más tiernas, más
blandas, más abiertas de bolsillo. Me echa­
ban memoriales, me Jo sufrían todo. Volvía
yo en primavera de París, con alijo de no-
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vedades, y empeñaban sus diamantes anti­


guos, hipotecaban sus fincas, para comprar­
me moños.,. ¡Qué señoras tan buenas! Eran
como loros claros y sencillos, que acuden
derechos al engaño del trapo. Y paga han,
pagaban... retardos y pufos hubo también,
y algo de aquello de: «si la señora Vizcon­
desa ó la señora Generala no esté en fondos,
pasaré la facturita al señor Vizconde ó al se­
ñor General.,.» Pero Jo cierto es que antes
veía yo el color del dinero de ciertas tram­
posas que el médico ó el panadero... ó el
maestro de los niños. ¡Hay cada historia en
Madrid!.., ¡Si hablasen los trapetes; si algu­
nos metros de terciopelo que yo me sé, pu­
diesen escribir sus memorias!...
Ya les he advertido á ustedes que no me
gustaba abusar; sólo que si madarae Lacas-
tagne cobrase una miseria, vamos, no esta­
ría ni en carácter... carecería de veiosimili­
tud .. De modo que á fuerza de tiempo re­
uní... pch... poca. cosa... mis accioncitas del
Banco, mi Exterior, este hotel con jardín...
¡Me muero por las flores! Y sobre todo... mi
madre pudo pasar sus últimos años rodeada
de bienestar... casé á mis hermanas... me
casé yo también... con un pillo redomado,
por más señas, que afortunadamente... ¡ay,
Jesús, qué barbaridad! desgraciadamente, se
fué pronto al otro mundo... dejándome una
chiquilla,,, mi nena, mi tesoro.. una mona­
da, una clavellina de Mayo.. ¿Ven ustedes?
Ya tengo que limpiarme la baba.. pero no
crean que hablo así por pasión, no señor.
(ToÍdiuicIo una fotografía de encima del entredós.)
A ver, contemplen esta efigie, y digan si
no es un sol la chiquilla. (La besa.) ¡Uy, qué
rica! ¡Manina! Te comeiín tu mamá,.. Sí, yo
soy una buba, una chillada, como todas las
madres... Que me regañen las que están pre­
sentes, que me tiren la primera piedra... ¿A
ESCENA ÚNICA 7

que no? ¡Quiá! ¡Si este beso les ha resonado


á todas en las entrañas!
Pues desdo que nació la chiquita... se me
puso á mí entre ceja y ceja que fuese una
señorita por todo lo alto; no la hija, y me­
nos la sucesora de madame Lacastagne.
Convenido; una manía... porque el trabajar
nodesbonra... Es decir, no debía deshonrar...
Y, sin embargo, ahí verán ustedes: la gente
es tan particular, que da más consideración
al que se pasa la vida tumbado á la bartola...
¡Cuánta farsa! ¡Qué fantasmona es la socie­
dad'. fii mi niña aparece como hija de una
modista, no hi hubiese pretendido un dipu­
tado, y de tanto porvenir como el que va á
ser mi caro yerno dentro de pocas horas...
¡ Xh, si! Mañana es el día solemne... ¡y estoy
tan conmovida... tan aturdida... de alegría!
Se acabó para la chiquilla el convento; va á
venir; la espero; la tendré siempre á mi lado,
placer que sólo he disfrutado en los vera­
neos, cuando podía permitirse vacaciones
madame Pal m;,re... y convertirse en Paula
Castañar .. En los viajecitos conmigo cono­
ció á su futuro... Desde hoy madame Pai­
ra vre no esiste... vivo con mi hija... y pro­
bablemente muy pronto... .con... con... (na­
ce adeniiíu ele llevar eh brazos y mecer á un cliiqui-
Un.) ¿Si chochearé? ¡Qué risa! (Hora. cómica­
mente.)
Hace pocos días... una tarde que fui al
convento... ¡qué coincidencias! la chiquilla
me dijo así: «Me gustaría que mi vestido de
boda lo luciese madameLacastagne... ¡Dicen
que hace maravillas!» Y aquí me tienen us­
tedes desde entonces, con fiebre artística,
preparando e! traje, que ha salido... una
creación. ¡Qué nítida blancura; qué mezcla
de reflejos de luz y de tonos inates, qué or­
las de nieve y de espumas, para servir de
marco á. la cara de cielo de la novia! ¡Si yo
8 EL VESTIDO DE BODA

fuese poeta! ¿No tiene mucho de poesía un


vestido asi? ¿Un vestido que simboliza las
ilusiones de un alma virgen? ¡Vaya! Podría
componerse un poema... algo fiambre, por­
que ahora no se lleva lo sentimental... eso lo
sabemos bien los que entendemos de mo­
das... Lo único nuevo que habrá aquí, será
que al ponerse la novia su ideal vestido, no
sospechará que entre las perlas que lo reca­
man puede haberse cuajado una lagrimita
mía... de gozo... y también de miedo... por­
que las bodas asustan... ¡pueden traer cola!
¿Si á la chiquilla le saliese comoá mí? |No
quiero ni pensarlo! Fuera temores; que lle­
gue la novia cnanto antes y admire el traje
simbólico, adornado con los azahares de su
inocencia... No, y también van á admirarlo
ustedes: se lo enseñaré... ahora ya no es re­
clamo... (Va hacía la caja y hace ademán de abrirla
i y secar lo que contiene.)
■ Don. (saliendo precipitadamente.) Señora,., la señori­
ta... ahí viene... Acaba de entrar... (se la ve
pasar por detrás de las ventanas. Paula deja la caja
y corre á abrazar á su hija, pero antes exclama ade-
Jantándse hacia el público.)
Pau. Más vale que vean la novia que el vestido;
cualquiera hace un traje, pero esto solo
Dios... (señala á la novia que pasa.) No me deil
ustedes un disgusto en momentos tan di­
chosos... ¡Vamos! Un solo aplauso... para las
modistas. (Telón rápido.)

FIN DEL MONÓLOGO

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