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Caso SARA

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CASO CLINICO SARA

Antes de sentarse, Sara se santiguó tres veces. Ella y su esposo tenían 25 años de edad y habían
estado casados durante cuatro años. “La conozco desde que teníamos 16”, dijo el esposo, “y ella
siempre ha sido cuidadosa. Usted sabe, verificar la estufa para ver qué está apagada o las puertas,
para asegurarse de que en realidad están cerradas antes de salir. Es sólo que durante los últimos
dos años eso ha empeorado mucho”. Sara era una universitaria graduada que había trabajado
durante un periodo corto como asistente legal antes de tomarse un tiempo para tener una familia.

Era saludable y carecía de antecedentes de consumo de alcohol o drogas. Su hijo Jonathan tenía
sólo seis meses de edad, y ella había tenido un sueño terrorífico en el que clavaba un cuchillo para
pelar verduras en el pecho de una muñeca que descansaba en la mesa de la cocina. Reconoció a la
muñeca como una que tuvo siendo niña. Al penetrar el cuchillo en el cuerpo de plástico, sus
piernas y brazos comenzaron a moverse, y ella veía que era un niño de verdad. En la pared de la
cocina, la palabra ASESINAR parecía moverse hacia arriba frente a sus ojos, y despertó gritando. Le
tomó varias horas volver a dormir. La noche siguiente, mientras rebanaba zanahorias para preparar
una ensalada, de pronto tuvo este pensamiento: “¿Podría yo lastimar a Jonathan?”

La idea parecía absurda, pero la acompañó la misma ansiedad que había sentido la noche anterior.
Le llevó al bebé a Loren mientras terminaba de preparar la cena. A partir de entonces los
pensamientos sobre cuchillos y apuñalar a una persona más pequeña y débil se habían posicionado
cada vez más en la conciencia de Sara. Incluso si tenía la mente fija en la lectura o en ver la
televisión, de modo súbito veía surgir ante sus ojos el bloque gigante con las letras ASESINAR. La
idea de que en realidad pudiera lesionar a Jonathan le parecía irracional, pero a diario se veía
atormentada por dudas perturbadoras y ansiedad. Ya no confiaba al permanecer con él en la
cocina. En ocasiones casi podía sentir los músculos de su antebrazo comenzar a contraerse con el
objetivo de alcanzar un cuchillo.

Aunque nunca había seguido esas pulsiones, la idea de que pudiera hacerlo le aterrorizaba. Ahora
se rehusaba incluso a abrir el cajón de los cuchillos; cualquier tipo de corte tenía que implicar el uso
de tijeras, el procesador de alimentos o a su esposo. No mucho después de su sueño, Sara comenzó
a tratar de mantener alejados sus pensamientos e impulsos problemáticos. Católica no practicante,
recuperó algunas de las prácticas que había conocido siendo niña. Cuando tenía una de sus ideas
alarmantes, al inicio se sentía cómoda si se santiguaba. Si estaba cargando bolsas o a Jonathan,
murmuraba un Ave María. Al pasar el tiempo, el poder de estas medidas simples pareció
debilitarse. Entonces Sara descubrió que si se santiguaba tres veces o decía tres Aves María (o
cualquier combinación, en grupos de tres) se sentía mejor. Sin embargo, de manera eventual
necesitaba nueve de estas repeticiones antes de sentir que protegían en grado suficiente a su hijo y
a ella misma.

Cuando estaba en público sólo se santiguaba una vez y terminaba el ritual murmurando Aves
María. Ahora Jonathan tenía casi un año de edad y varias horas de cada día estaban siendo
consumidas por las ideas y las actividades repetitivas de Sara. Jonathan se mostraba llorón, y Loren
estaba cocinando casi todas las comidas. Durante varias semanas ella se había sentido cada vez
más deprimida; aceptaba que su estado de ánimo era malo casi todo el tiempo, no obstante no
tenía ideas suicidas o deseos de muerte. Nada le interesaba mucho, y siempre estaba cansada.
Había perdido más de 5 kg y padecía insomnio; con frecuencia despertaba gritando por la noche.
Cuando su esposo la encontró haciendo penitencia 27 veces seguidas, insistió en que acudieran a
solicitar ayuda. “Sé que parece loco”, dijo Sara llorosa, “pero al parecer simplemente no puedo
sacar estas ideas estúpidas de mi cabeza”.

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