The Project Gutenberg Ebook of Poemas, Par Edgar Allan Poe
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Title: Poemas
Language: Spanish
POEMAS
CON UN PRÓLOGO
DE
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Rubén Darío
EDITOR:
CLAUDIO GARCIA
SARANDI, 441
1919
PEÑA Hnos.—Imp.
INDICE
Annabel Lee
A mi madre
Para Annie
Eldorado
Eulalia
Un ensueño en un ensueño
La ciudad en el mar
La durmiente
Balada nupcial
El coliseo
El gusano vencedor
A Elena
A la ciencia
A la señorita * * *
A la señorita * * *
Al río
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Canción
Los espíritus de los muertos
La romanza
El reino de las hadas
El lago
La estrella de la tarde
El día más feliz
Imitación
Las campanas
Ulalume
Estrellas fijas
Dreamland
El cuervo
PRÓLOGO
En una mañana fría y húmeda llegué por primera vez al inmenso país de los Estados
Unidos. Iba el steamer despacio, y la sirena aullaba roncamente por temor de un
choque. Quedaba atrás Fire Island con su erecto faro; estábamos frente a Sandy Hook,
de donde nos salió al paso el barco de sanidad. El ladrante slang yanqui sonaba por
todas partes, bajo el pabellón de bandas y estrellas. El viento frío, los pitos
arromadizados, el humo de las chimeneas, el movimiento de las máquinas, las mismas
ondas ventrudas de aquel mar estañado, el vapor que caminaba rumbo a la gran bahía,
todo decía: all right. Entre las brumas se divisaban islas y barcos. Long Island
desarrollaba la inmensa cinta de sus costas, y Staten Island, como en el marco de una
viñeta, se presentaba en su hermosura, tentando al lápiz, ya que no, por falta de sol, a
la máquina fotográfica. Sobre cubierta se agrupan los pasajeros: el comerciante de
gruesa panza, congestionado como un pavo, con encorvadas narices israelitas; el
clergyman huesoso, enfundado en su largo levitón negro, cubierto con su ancho
sombrero de fieltro, y en la mano una pequeña Biblia; la muchacha que usa gorra de
jockey, y que durante toda la travesía ha cantado con voz fonográfica, al són de un
banjo; el joven robusto, lampiño como un bebé, y que, aficionado al box, tiene los
puños de tal modo, que bien pudiera desquijarrar un rinoceronte de un solo impulso...
En los Narrows se alcanza a ver la tierra pintoresca y florida, las fortalezas. Luego,
levantando sobre su cabeza la antorcha simbólica, queda a un lado la gigantesca
Madona de la Libertad, que tiene por peana un islote. De mi alma brota entonces la
salutación:
«A ti, prolífica, enorme, dominadora. A ti, Nuestra Señora de la Libertad. A ti,
cuyas mamas de bronce alimentan un sinnúmero de almas y corazones. A ti, que te
alzas solitaria y magnífica sobre tu isla, levantando la divina antorcha. Yo te saludo al
paso de mi steamer, prosternándome delante de tu majestad. ¡Ave: Good morning! Yo
sé, divino icono, ¡oh, magna estatua!, que tu solo nombre, el de la excelsa beldad que
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encarnas, ha hecho brotar estrellas sobre el mundo, a la manera del fiat del Señor. Allí
están entre todas, brillantes sobre las listas de la bandera, las que iluminan el vuelo
del águila de América, de esta tu América formidable, de ojos azules. Ave, Libertad,
llena de fuerza; el Señor es contigo: bendita tú eres. Pero, ¿sabes?, se te ha herido
mucho por el mundo, divinidad, manchando tu esplendor. Anda en la tierra otra que
ha usurpado tu nombre, y que, en vez de la antorcha, lleva la tea. Aquélla no es la
Diana sagrada de las incomparables flechas: es Hécate.»
Hecha mi salutación, mi vista contempla la masa enorme que está al frente, aquella
tierra coronada de torres, aquella región de donde casi sentís que viene un soplo
subyugador y terrible: Manhattan, la isla de hierro, Nueva York, la sanguínea, la
ciclópea, la monstruosa, la tormentosa, la irresistible capital del cheque. Rodeada de
islas menores, tiene cerca a Jersey; y agarrada a Brooklyn con la uña enorme del
puente, Brooklyn, que tiene sobre el palpitante pecho de acero un ramillete de
campanarios.
Se cree oír la voz de Nueva York, el eco de un vasto soliloquio de cifras. ¡Cuán
distinta de la voz de París, cuando uno cree escucharla, al acercarse, halagadora como
una canción de amor, de poesía y de juventud! Sobre el suelo de Manhattan parece
que va a verse surgir de pronto un colosal Tío Samuel, que llama a los pueblos todos a
un inaudito remate, y que el martillo del rematador cae sobre cúpulas y techumbres
produciendo un ensordecedor trueno metálico. Antes de entrar al corazón del
monstruo, recuerdo la ciudad, que vio en el poema bárbaro el vidente Thogorma:
Thogorma dans ses yeux vit monter des murailles de fer dont s'enroulaient des
spirales des tours et des palais cerclés d'arain sur des blocs lourds; ruche énorme,
géhenne aux lúgubres entrailles oú s'engouffraint les Forts, princes des anciens jours.
..................................................................
Semejantes a los Fuertes de los días antiguos, viven en sus torres de piedra, de
hierro y de cristal, los hombres de Manhattan.
En su fabulosa Babel, gritan, mugen, resuenan, braman, conmueven la Bolsa, la
locomotora, la fragua, el banco, la imprenta, el dock y la urna electoral. El edificio
Produce Exchange, entre sus muros de hierro y granito, reúne tantas almas cuantas
hacen un pueblo... He allí Broadway. Se experimenta casi una impresión dolorosa;
sentís el dominio del vértigo. Por un gran canal, cuyos lados los forman casas
monumentales que ostentan sus cien ojos de vidrio y sus tatuajes de rótulos, pasa un
río caudaloso, confuso, de comerciantes, corredores, caballos, tranvías, ómnibus,
hombres-sandwichs vestidos de anuncios y mujeres bellísimas. Abarcando con la
vista la inmensa arteria en su hervor continuo, llega a sentirse la angustia de ciertas
pesadillas. Reina la vida del hormiguero: un hormiguero de percherones gigantescos,
de carros monstruosos, de toda clase de vehículos. El vendedor de periódicos, rosado
y risueño, salta como un gorrión, de tranvía en tranvía, y grita al pasajero
¡intanrsooonwoood!, lo que quiere decir, si gustáis comprar cualquiera de esos tres
diarios, el Evening Telegram, el Sun o el World. El ruido es mareador y se siente en el
aire una trepidación incesante; el repiqueteo de los cascos, el vuelo sonoro de las
ruedas, parece a cada instante aumentarse. Temeríase a cada momento un choque, un
fracaso, si no se conociese que este inmenso río que corre con una fuerza de alud,
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EL HOMBRE
La influencia de Poe en el arte universal ha sido suficientemente honda y
transcendente para que su nombre y su obra no sean a la continua recordados. Desde
su muerte acá, no hay año casi en que, ya en el libro o en la revista, no se ocupen del
excelso poeta americano, críticos, ensayistas y poetas. La obra de Ingram iluminó la
vida del hombre; nada puede aumentar la gloria del soñador maravilloso. Por cierto
que la publicación de aquel libro, cuya traducción a nuestra lengua hay que agradecer
al Sr. Mayer, estaba destinada al grueso público.
¿Es que en el número de los escogidos, de los aristócratas del espíritu, no estaba ya
pesado en su propio valor, el odioso fárrago del canino Griswold? La infame autopsia
moral que se hizo del ilustre difunto debía tener esa bella protesta. Ha de ver ya el
mundo libre de mancha al cisne inmaculado.
Poe, como un Ariel hecho hombre, diríase que ha pasado su vida bajo el flotante
influjo de un extraño misterio. Nacido en un país de vida práctica y material, la
influencia del medio obra en él al contrario. De un país de cálculo brota imaginación
tan estupenda. El dón mitológico parece nacer en él por lejano atavismo, y vese en su
poesía un claro rayo del país del sol y azul en que nacieron sus antepasados. Renace
en él el alma caballeresca de los Le Poer alabados en las crónicas de Generaldo
Gambresio. Arnoldo Le Poer lanza en la Irlanda de 1327 este terrible insulto al
caballero Mauricio de Desmond: «Sois un rimador.» Por lo cual se empuñan las
espadas y se traba una riña, que es el prólogo de guerra sangrienta.
Cinco siglos después, un descendiente del provocativo Arnoldo, glorificará a su
raza, erigiendo sobre el rico pedestal de la lengua inglesa, y en un nuevo mundo, el
palacio de oro de sus rimas.
El noble abolengo de Poe; ciertamente, no interesa sino a «aquellos que tienen gusto
de averiguar los efectos producidos por el país y el linaje en las peculiaridades
mentales y constitucionales de los hombres de genio» según las palabras de la noble
Sra. Whitman. Por lo demás, es él quien hoy da valer y honra a todos los pastores
protestantes, tenderos, rentistas o mercachifles que llevan su apellido en la tierra del
honorable padre de su patria Jorge Washington.
Sábese que en el linaje del poeta hubo un bravo sir Rogerio, que batalló en
compañía de Strongbow, un osado, sir Arnoldo, que defendió a una lady, acusada de
bruja; una mujer heroica y viril, la célebre Condesa del tiempo de Cromwell; y
pasado sobre enredos genealógicos antiguos, un General de los Estados Unidos, su
abuelo. Después de todo, ese sér trágico, de historia tan extraña y romancesca, dio su
primer vagido entre las coronas marchitas de una comedianta, la cual le dio vida bajo
el imperio del más ardiente amor. La pobre artista había quedado huérfana desde muy
tierna edad. Amaba el teatro, era inteligente y bella, y de esa dulce gracia nació el
pálido y melancólico visionario que dio al arte un mundo nuevo.
Poe nació con el envidiable dón de la belleza corporal. De todos los retratos que he
visto suyos, ninguno da idea de aquella especial hermosura que en descripciones han
dejado muchas de las personas que le conocieron. No hay duda que en toda la
iconografía poeana, el retrato que debe representarle mejor es el que sirvió a Mr.
Clarke para publicar un grabado que copiaba al poeta en el tiempo en que éste
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trabajaba en la empresa de aquel caballero. El mismo Clarke protestó contra los falsos
retratos de Poe, que después de su muerte publicaron. Si no tanto como los que
calumniaron su hermosa alma poética, los que desfiguran la belleza de su rostro son
dignos de la más justa censura. De todos los retratos que han llegado a mis manos, los
que más me han llamado la atención son el de Chiffart, publicado en la edición
ilustrada de Quantin, de los Cuentos extraordinarios, y el grabado por R. Loncup,
para la traducción del libro de Ingram por Mayer. En ambos, Poe ha llegado ya a la
edad madura. No es, por cierto, aquel gallardo jovencito sensitivo que al conocer a
Elena Stannard, quedó trémulo y sin voz como el Dante de la Vita Nuova....
Es el hombre que ha sufrido ya, que conoce por sus propias desgarradas carnes
cómo hieren las asperezas de la vida. En el primero, el artista parece haber querido
hacer una cabeza simbólica. En los ojos, casi ornitomorfos, en el aire, en la expresión
trágica del rostro, Chiffart ha intentado pintar al autor del Cuervo, al visionario, al
unhappy Master, más que al hombre. En el segundo hay más realidad: esa mirada
triste, de tristeza contagiosa, esa boca apretada, ese vago gesto de dolor y esa frente
ancha y magnífica en donde se entronizó la palidez fatal del sufrimiento, pintan al
desgraciado en sus días de mayor infortunio, quizá en los que precedieron a su
muerte. Los otros retratos, como el de Halpin para la edición de Amstrong, nos dan ya
tipos de lechuguinos de la época, ya caras que nada tienen que ver con la cabeza bella
e inteligente de que habla Clark. Nada más cierto que la observación de Gautier:
«Es raro que un poeta, dice, que un artista sea conocido bajo su primer encantador
aspecto. La reputación no le viene, sino muy tarde, cuando ya las fatigas del estudio,
la lucha por la vida y las torturas de las pasiones han alterado su fisonomía primitiva;
apenas deja sino una máscara usada, marchita, donde cada dolor ha puesto por
estigma una magulladura o una arruga.»
Desde niño, Poe «prometía una gran belleza.»
Sus compañeros de colegio hablan de su agilidad y robustez. Su imaginación y su
temperamento nervioso estaban contrapesados por la fuerza de sus músculos. El
amable y delicado ángel de poesía sabía dar excelentes puñetazos. Más tarde dirá de
él una buena señora: «Era un muchacho bonito.»
Cuando entra a West Point hace notar en él un colega, Mr. Gibson, su «mirada
cansada, tediosa y hastiada.» Ya en su edad viril, recuérdale el bibliófilo Gowans:
«Poe tenía un exterior notablemente agradable y que predisponía en su favor: lo que
las damas llamarían claramente bello.» Una persona que le oye recitar en Boston,
dice: «Era la mejor realización de un poeta, en su fisonomía, aire y manera.» Un
precioso retrato es hecho de mano femenina: «Una talla algo menos que de altura
mediana, quizá, pero tan perfectamente proporcionada y coronada por una cabeza tan
noble, llevada tan regiamente, que, a mi juicio de muchacha, causaba la impresión de
una estatura dominante. Esos claros y melancólicos ojos parecían mirar desde una
eminencia....». Otra dama recuerda la extraña impresión de sus ojos: «Los ojos de
Poe, en verdad, eran el rasgo que más impresionaba, y era a ellos a los que su cara
debía su atractivo peculiar. Jamás he visto otros ojos que en algo se le parecieran.
Eran grandes, con pestañas largas y un negro de azabache: el iris acero gris, poseía
una cristalina claridad y transparencia, a través de la cual la pupila negra azabache se
veía expandirse y contraerse, con toda sombra de pensamiento o de emoción. Observé
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que los párpados jamás se contraían, como es tan usual en la mayor parte de las
personas, principalmente cuando hablan; pero su mirada siempre era llena, abierta y
sin encogimiento ni emoción. Su expresión habitual era soñadora y triste: algunas
veces tenía un modo de dirigir una mirada ligera, de soslayo, sobre alguna persona
que no le observaba a él, y, con una mirada tranquila y fija, parecía que mentalmente
estaba midiendo el calibre de la persona que estaba ajena de ello.—¡Qué ojos tan
tremendos tiene el señor Poe!—me dijo una señora. Me hace helar la sangre el verle
darse vuelta lentamente y fijarlos sobre mí cuando estoy hablando».
La misma agrega: «Usaba un bigote negro, esmeradamente cuidado, pero que no
cubría completamente una expresión ligeramente contraída de la boca y una tensión
ocasional del labio superior, que se asemejaba a una expresión de mofa. Esta mofa era
fácilmente excitada y se manifestaba por un movimiento del labio, apenas perceptible,
y sin embargo, intensamente expresivo. No había en ella nada de malevolencia, pero
sí mucho sarcasmo». Sábese, pues, que aquella alma potente y extraña estaba
encerrada en hermoso vaso. Parece que la distinción y dotes físicas deberían ser
nativas en todos los portadores de la lira. ¿Apolo, el crinado numen lírico, no es el
prototipo de la belleza viril? Mas no todos sus hijos nacen con dote tan espléndido.
Los privilegiados se llaman Goethe, Byron, Lamartine, Poe.
Nuestro poeta, por su organización vigorosa y cultivada, pudo resistir esa terrible
dolencia que un médico escritor llama con gran propiedad «la enfermedad del
ensueño». Era un sublime apasionado, un nervioso, uno de esos divinos semilocos
necesarios para el progreso humano, lamentables cristos del arte, que por amor al
eterno ideal tienen su calle de la amargura, sus espinas y su cruz. Nació con la
adorable llama de la poesía, y ella le alimentaba al propio tiempo que era su martirio.
Desde niño quedó huérfano y le recogió un hombre que jamás podría conocer el valor
intelectual de su hijo adoptivo. El Sr. Allan—cuyo nombre pasará al porvenir al brillo
del nombre del poeta—jamás pudo imaginarse que el pobre muchacho recitador de
versos que alegraba las veladas de su home, fuese más tarde un egregio príncipe del
Arte. En Poe reina el ensueño desde la niñez. Cuando el viaje de su protector le lleva
a Londres, la escuela del dómine Brondeby es para él como un lugar fantástico que
despierta en su sér extrañas reminiscencias; después, en la fuerza de su genio, el
recuerdo de aquella morada y del viejo profesor han de hacerle producir una de sus
subyugadoras páginas. Por una parte, posee en su fuerte cerebro la facultad musical;
por otra, la fuerza matemática. Su ensueño está poblado de quimeras y de cifras como
la carta de un astrólogo. Vuelto a América, vémosle en la escuela de Clarke, en
Richmond, en donde al mismo tiempo que se nutre de clásicos y recita odas latinas,
boxea y llega a ser algo como un champion estudiantil; en la carrera hubiera dejado
atrás a Atalanta, y aspiraba a los lauros natatorios de Byron. Pero si brilla y descuella
intelectual y físicamente entre sus compañeros, los hijos de familia de la fofa
aristocracia del lugar miran por encima del hombro al hijo de la cómica. ¿Cuánta no
ha de haber sido la hiel que tuvo que devorar este sér exquisito, humillado por un
origen del cual en días posteriores habría orgullosamente de gloriarse? Son esos
primeros golpes los que empezaron a cincelar el pliegue amargo y sarcástico de sus
labios. Desde muy temprano conoció las asechanzas del lobo racional. Por eso
buscaba la comunicación con la Naturaleza, tan sana y fortalecedora. «Odio, sobre
todo, y detesto este animal que se llama Hombre», escribía Swift a Poe. Poe, a su vez,
habla «de la mezquina amistad y de la fidelidad de polvillo de fruta (gossamer
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POEMAS
TRADUCCIÓN DE ALBERTO LASPLACES
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ANNABEL LEE
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A MI MADRE
(Soneto)
——
Porque siento que allá arriba, en el cielo, los
ángeles que se hablan dulcemente al oído, no
pueden encontrar entre sus radiantes palabras
de amor una expresión más ferviente que la de
«madre», he ahí por qué, desde hace largo
tiempo os llamo con ese nombre querido, a ti
que eres para mí más que una madre y que
llenáis el santuario de mi corazón en el que la
muerte os ha instalado, al libertar el alma de
mi Virginia. Mi madre, mi propia madre, que
murió en buena hora, no era sino mi madre.
Pero vos fuisteis la madre de aquella que quise
tan tiernamente, y por eso mismo me sois
más querida que la madre que conocí, más
querida que todo, lo mismo que mi mujer era
más amada por mi alma que lo que esta misma
amaba su propia vida.
PARA ANNIE
——
¡Gracias a Dios! la crisis, el mal ha pasado y
la lánguida enfermedad ha desaparecido por
fin, y la fiebre llamada «vivir» está vencida.
——
Tristemente, sé que estoy desposeído de mi
fuerza, y no muevo un músculo mientras estoy
tendido, todo a lo largo. Pero, ¿qué importa?
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ELDORADO
——
Brillantemente ataviado, un galante caballero,
viajó largo tiempo al sol y a la sombra,
cantando su canción, a la busca del Eldorado.
——
Pero llegó a viejo, el animoso caballero, y
sobre su corazón cayó la noche porque en ninguna
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EULALIA
——
Vivía sólo en un mundo de lamentaciones y
mi alma era una onda estancada, hasta que
la bella y dulce Eulalia llegó a ser mi pudorosa
compañera, hasta que la joven Eulalia, la de
los cabellos de oro, llegó a ser mi sonriente
compañera.
——
¡Ah! las estrellas de la noche brillan bastante
menos que los ojos de esa radiante niña!
Y jamás girón de vapor emergido en un irisado
claro de luna, podrá compararse al bucle más
descuidado de la modesta Eulalia, podrá
compararse al bucle más humilde y más descuidado
de Eulalia, la de los brillantes ojos!
——
La duda y la pena no me invaden jamás,
ahora, porque su alma me entrega suspiro por
suspiro. Y durante todo el día, Astarté resplandece
brillante y fuerte en el cielo, en tanto que
siempre hacia ella, mi querida Eulalia, levanta
sus ojos de esposa, en tanto que siempre hacia
ella mi joven Eulalia eleva sus bellos ojos
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violetas!...
1845.
UN ENSUEÑO EN UN ENSUEÑO
——
Recibid este beso en la frente. Y ahora que
os dejo, permitidme por lo menos confesar esto:
no os agraviéis, vos que estimáis que mis días
han sido un ensueño. Entretanto, si la esperanza
se ha ido, en una noche o en un día,
en una visión o en un sueño, ¿se ha ido menos
por eso? Todo lo que vemos o nos parece, no
es sino un ensueño en un ensueño!
——
Me encuentro en medio de los bramidos de
una costa atormentada por la resaca, y tengo
en la mano granos de arena de oro. ¡Cuán
poco es! ¡Y cómo se deslizan a través de mis
dedos hacia el abismo, mientras lloro, mientras
lloro! ¡Dios mío, ¿no puedo retenerlos en un
nudo más seguro? ¡Dios mío!, ¿no podré
salvar uno solo del cruel vacío? ¿Todo lo que
vemos o nos parece no es otra cosa que un
ensueño en un ensueño?
1849.
LA CIUDAD EN EL MAR
——
¡Ved! La Muerte se ha erigido un trono,
en una extraña ciudad que se levanta, solitaria,
muy lejos, en el sombrío occidente, donde
los buenos y los malos, los peores y los mejores
han ido hacia la paz eterna. Allí los templos,
los palacios y las torres—torres carcomidas
por el tiempo, y que no tiemblan nunca,—no
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LA DURMIENTE
——
En el mes de Junio, a media noche me encuentro
bajo la mística luna. Un oscuro vapor de
opio y de rocío se exhala de su halo de oro, y
dulcemente, filtrando por la cumbre tranquila
de la montaña, resbala perezosa y armoniosamente
por el valle universal. El romero se
adormece sobre la tumba, el lis se inclina hacia
la onda. Envolviéndose en la bruma se
hunde en el reposo. Ved, como parecido al
Leteo, el lago parece adormecerse a sabiendas
y por nada del mundo quisiera despertar.
Toda belleza duerme. Y ved donde reposa—su
ventana abierta a los cielos,—Irene, con sus
destinos.
——
¡Oh brillante princesa! ¿por qué dejar esa
ventana abierta a la noche? Los espíritus juguetones,
desde lo alto de los árboles se filtran
a través de la persiana. Los seres incorpóreos,
turba de magos, revolotean a través de la cámara
y hacen flotar las cortinas del dosel, tan
fantásticamente, tan tímidamente, por encima
de tu párpado cerrado y franjeado,—bajo el cual
se esconde tu alma adormecida—que sobre
el piso, al pie del muro, sus sombras se levantan
y descienden como una ronda de fantasmas.
——
Querida niña, ¿no tienes miedo? ¿Por qué,
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BALADA NUPCIAL
——
El anillo está en mi dedo y la corona sobre
mi frente; he aquí que poseo rasos y joyas en
abundancia, y en el presente instante soy feliz.
——
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EL COLISEO
——
¡Símbolo de la Roma antigua! ¡Suntuoso relicario
de sublimes contemplaciones legadas al
tiempo por difuntos siglos de pompa y de poderío!!
Al fin, después de tantos días de fatigante
peregrinaje y de ardiente sed,—sed de corrientes
de la ciencia que yace en ti,—yo, hombre
transformado, me arrodillo humildemente entre
tus sombras y bebo del fondo mismo de mi
alma tu grandeza, tu tristeza y tu gloria.
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——
¡Inmensidad, y edad, y recuerdos de antes!
Silencio y desolación y profunda noche! Os
percibo ahora y os siento en toda vuestra fuerza.
¡Oh sortilegios más eficaces que aquellos que
el rey de Judea enseñó en los jardines de Gethsemaní!
¡Oh encantos más poderosos que los
que la Caldea encantada arrancó jamás a las
tranquilas estrellas!
——
Aquí, en donde cayó un héroe, cae una columna!
Aquí, en donde el águila teatral brillaba,
cubierta de oro, el oscuro murciélago
hace su aquelarre de media noche. Aquí, en
donde la cabellera dorada de las damas romanas
flotaba al viento, se balancean ahora el
cardo y la caña. Aquí, en donde el monarca
se inclinaba sobre su trono de oro, el ágil y
silencioso lagarto se desliza como un espectro
hacia su casa de mármol, al pálido resplandor
del creciente lunar.
——
Pero, oíd. Esos muros, esas arcadas revestidas
de hiedra, esos zócalos musgosos, esas columnas
ennegrecidas, esos vagos relieves, esos
frisos ruinosos, esas cornisas rotas, ese naufragio,
esa ruina, esas piedras grises, ¡ay! ¿es
esto todo lo que queda de famoso y de colosal?
¿es esto todo lo que las horas corrosivas han
perdonado, todo lo que ellos nos han dejado al
Destino y a mi?
——
«No. No es todo,—me responden los ecos,—no
es todo. Voces fuertes y proféticas se levantan
para siempre en nosotros y en toda ruina
a la intención de los sabios, parecidas a los
himnos de Memnon al Sol! Reinamos en los
corazones de los hombres más poderosos; reinamos
con despótico imperio sobre todas las
almas gigantes. No somos impotentes nosotras,
pálidas piedras. Todo nuestro poderío
no ha desaparecido,—ni toda nuestra gloria,—ni
todo el prestigio de nuestro alto renombre,
ni todo lo maravilloso que nos circunda, ni
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EL GUSANO VENCEDOR
——
¡Ved!; es noche de gala en estos últimos
años solitarios. Una multitud de ángeles alados,
adornados con velos y anegados en lágrimas,
se halla reunida en un teatro para contemplar
un drama de esperanzas y de temores mientras
la orquesta suspira por intervalos la música de
las esferas.
——
Actores creados a la imagen del Altísimo,
murmuran en voz baja y saltan de un lado al
otro; pobres fantoches que van y vienen a órdenes
de vastas creaturas informes que cambian
la decoración a su capricho, sacudiendo con sus
alas de cóndor a la invisible desgracia.
——
Este drama abigarrado—estad seguro que
no será olvidado,—con su fantasma perseguido
siempre por una muchedumbre que no puede
atraparlo, en un círculo que gira siempre sobre
sí mismo y vuelve sin cesar al mismo punto;
ese drama en el cual forman el alma de la intriga
mucha locura y todavía más pecado y horror!....
——
Pero ved, a través de la bulla de los actores
como una forma rampante hace su entrada!
Una cosa roja, color sanguinolento viene retorciéndose
de la parte solitaria de la escena.
¡Cómo se retuerce! Con mortales angustias
los actores constituyen su presa, y los ángeles
sollozan viendo esas mandibulas de gusano
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A ELENA
——
Elena, tu belleza es para mí como esas barcas
niceanas de otro tiempo que sobre una mar
profunda llevaban dulcemente al viajero, cansado,
hacia su ribera natal.
——
Largo tiempo habituado a errar sobre mares
desesperados, tu cabellera de jacinto, tu clásico
perfil, tus cantos de náyade me han transportado
al corazón de aquella gloria que fué la
Grecia, de aquella grandeza que fué Roma.
——
¡Oh! allá abajo, en la espléndida abertura
de esa ventana, como eres parecida a una estatua,
de pie, tu lámpara de ágata en la mano.
¡Oh Psiquis, tu que me has llegado de esas regiones
que son la Tierra Bendita!....
1831.
A LA CIENCIA
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Soneto
——
¡Oh Ciencia! tu eres la verdadera hija del
viejo tiempo, tu, cuya mirada indiscreta transforma
todas las cosas! ¿Por qué haces tu presa
del corazón del poeta, oh buitre, cuyas alas son
las sombrías realidades? ¿Cómo podría él
amarte? Como te creería sabia si no has
querido dejarlo vagar en sus ensueños en busca
de tesoros en el seno de los cielos constelados,
por más de que hasta allí subiera con ala intrépida?
¿No has arrancado Diana a su carro,
y obligado a las hamadriadas de la selva a buscar
un asilo en alguna otra estrella más feliz?
¿No has sacado a la náyade de su ola, al elfo de
su pradera verde y a mí mismo no me has arrebatado
mi sueño estival bajo los tamarindos?
1829.
A LA SEÑORITA * * *
——
¿Qué me importa si mi suerte terrestre no
encierra en mí mismo más que una pequeña
cosa de esta tierra? ¿qué me importa si años
de amor son olvidados en un momento de odio?
——
No lloro en forma alguna porque los desolados
sean más dichosos que yo, pequeña, sino
porque veo que os afligís por el destino de éste
que no es sino un transeúnte sobre la tierra...
1829.
A LA SEÑORITA * * *
——
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AL RÍO
——
¡Bello río! en tu clara y brillante onda de
cristal, agua vagabunda, eres un emblema del
esplendor de la belleza, un emblema del corazón
que no se esconde ahora, un emblema de
la alegre fantasía de arte en casa de la hija del
viejo Alberto.
——
Pero mientras ella mira en tu corriente,—que
resplandece y tiembla, ¿por qué el más
hermoso de todos ríos recuerda a uno de sus
adoradores? Es porque en su corazón como en
tu onda, su imagen está profundamente grabada;
en su corazón que tiembla bajo el brillo de
sus ojos que buscan el alma!
1829.
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CANCIÓN
——
Te vi en tu día nupcial, cuando un intenso
pudor invadía tu frente, aunque todo fuera
alegría alrededor de ti y que, delante tuyo, no
fuera el mundo sino Amor.
——
En la vivificante luz que brillaba en tus ojos,—haya
sido cual haya sido su esencia,—encontré
todo lo que mi mirada dolorosa pudo hallar
de encantador sobre la tierra.
——
Ese pudor no era, quizá, sino pudor virginal—pudo
muy bien pasar por tal,—aunque su esplendor
haya hecho nacer una llama más impetuosa
todavía en el seno de aquel que, ¡pobre de él!
te vio en tu día nupcial, cuando tu frente se
cubría de ese rubor invencible, a pesar de que
estuvieras rodeada de dicha y que el mundo
no fuera sino amor ante ti!
1827.
——
Tu alma se encontrará sola, cautiva de los
negros pensamientos de la gris piedra tumbal;
ninguna persona te inquietará en tus horas de
recogimiento.
——
Quédate silenciosamente en esa soledad que
no es abandono,—porque los espíritus de los
muertos que existieron antes que tú en la vida,
te alcanzarán y te rodearán en la muerte,—y
la sombra proyectada sobre tu cara obedecerá
a su voluntad; por lo tanto, permanece tranquilo.
——
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LA ROMANZA
——
¡Oh romanza que gustas cantar, la frente
adormecida y las alas plegadas, entre las hojas
verdes agitadas a lo lejos sobre algún lago
umbrío, tú has sido para mí un papagayo de
vivos colores, un pájaro muy familiar; tú
me has enseñado a leer mi alfabeto, a balbucear
todas mis primeras palabras, mientras
que, niño de mirada sagaz, me hundía en huraños
bosques.
——
En estos últimos tiempos, el eterno Cóndor
de los tiempos ha estremecido de tal modo mi
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——
Valles oscuros, torrentes umbríos, bosques
nebulosos en los cuales nadie puede descubrir
las formas a causa de las lágrimas que gota a
gota se lloran de todas partes! Allá, lunas desmesuradas
crecen y decrecen, siempre, ahora,
siempre, a cada instante de la noche, cambiando
siempre de lugar, y bajo el hálito de sus faces
pálidas ellas oscurecen el resplandor de las
temblorosas estrellas. Hacia la duodécima
hora del cuadrante nocturno una luna más
nebulosa que las otras,—de una especie que las
hadas han probado ser la mejor,—desciende
hasta bajo el horizonte y pone su centro sobre
la corona de una eminencia de montañas, mientras
que su vasta circunferencia se esparce en
vestiduras flotantes sobre los caseríos, sobre las
mismas mansiones distantes, sobre bosques
extraños, sobre la mar, sobre los espíritus que
danzan, sobre cada cosa adormecida, y los sepulta
completamente en un laberinto de luz.
Y entonces, ¡cuán profundo es el éxtasis de
ese su sueño! De mañana, ellas se levantan, y su
velo lunar vuela por los cielos mientras se agitan
como pálido albatros al soplo de la tempestad
que las sacude como a casi todas las cosas.
Pero cuando las hadas que se han refugiado
bajo esa luna de la que se han servido, por así
decirlo, como de una tienda, la dejan, no pueden
jamás volver a encontrar abrigo. Y los átomos
de ese astro se dispersan y se convierten bien
pronto en una lluvia, de la cual las mariposas
de esta tierra, que buscan en vano los cielos
y vuelven a descender,—¡criaturas jamás
satisfechas!—nos devuelven partículas a veces
sobre sus alas estremecidas.
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1831.
EL LAGO
——
En la primavera de mi juventud, fué mi destino
no frecuentar de todo el vasto mundo sino
un solo lugar que amaba más que todos los otros,
tanta era de amable la soledad de su lago salvaje,
rodeado por negros peñascos y de altos
pinos que dominaban sus alrededores.
——
Pero cuando la noche tendía su sudario sobre
ese lugar como sobre todas las cosas, y se agregaba
el místico viento murmurando su melodía,
entonces, ¡oh, entonces se despertaba
siempre en mí el terror por ese lago solitario!
——
Y sin embargo ese terror no era miedo, sino
una turbación deliciosa, un sentimiento que
ninguna mina de piedras preciosas podría inspirarme
o convidarme a definir, ni el amor
mismo, aunque ese amor fuera el tuyo.
——
La muerte reinaba en el seno de esa onda
envenenada, y en su remolino había una tumba
bien hecha para aquel que pudiera beber en
ella un consuelo a su imaginación taciturna, para
aquel cuya alma desamparada pudiera haberse
hecho un Edén de ese lago velado.
1827.
LA ESTRELLA DE LA TARDE
——
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——
El día más feliz, la hora más dichosa, los ha
conocido mi corazón agotado y marchito; pero
siento que ha desaparecido ya mi más alta esperanza
de orgullo y de poderío.
——
¿He dicho de poderío? Sí. Pero desde hace
largo tiempo, ¡ay de mí! se han desvanecido
los bellos ensueños de la juventud; han pasado
ya: dejémoslos que se desvanezcan!
——
Y tú, orgullo, ¿qué haré de ti ahora? Otra
frente puede bien heredar el veneno que me
has dado. Que por lo menos mi espíritu permanezca
tranquilo.
——
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IMITACIÓN
——
Una ola insondable de invencible orgullo,
un misterio y un sueño, tal debió parecer mi
primera edad. Yo añado que ese sueño estaba
atravesado por un pensamiento huraño, siempre
despierto, de seres que han existido, y que mi
espíritu no hubiera apercibido jamás si los
hubiera dejado pasar cerca de mi, bajo mi ensoñadora
pupila. Que ningún otro, acá abajo,
herede esta visión de mi espíritu, de esos pensamientos
que a cada instante quisiera dominar
y que se extienden como un hechizo sobre mi
alma. Porque, al fin, esa brillante esperanza
y ese tiempo liviano se han ido, y mi reposo
terrestre, me ha dejado, él también, con un
suspiro, al pasar. Entre tanto, no me preocupo
de que él perezca con un pensamiento que
entonces amaba....!
1827.
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TRADUCIDOS
POR
CARLOS ARTURO TORRES
LAS CAMPANAS
I
Por el aire se dilata
alegre campanilleo...
Son las campanas de plata
del trineo...
¡Oh, qué mundo de alegría expresa su melodía!
¡Qué retintín de cristal
en el ambiente glacial!
Mientras las luces astrales
que titilan en los cielos
se miran en los cristales
de los hielos,
y sube la nota única
como un ágil rima rúnica
que allá en la noche serena
va dilatando sus ecos por el último confín,
y la campanilla suena
dilín, dilín...
¡Melodiosa y cristalina
suena, suena,
suena, suena, suena, suena
la nota ágil y argentina
con metálico y alegre y límpido retintín!
II
¡Escuchad! Un dulce coro
puebla la atmósfera toda:
son las campanas de oro
de la boda.
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III
¡Turba el nocturno sosiego
súbita alarma, y entonces
a gran campana de bronce
toca a fuego!
¡Qué terrífica pavura la siniestra nota augura!
Es desesperado ruego
desgarrador y tenaz
al rojo elemento ciego
cada instante más frenético, cada instante más voraz!
En indescriptible pánico
el cataclismo volcánico
con raudo impulso titánico
avanza, la campanada alarido es de terror;
sigue el bronce, sigue el bronce con su clamoroso estruendo
diciendo
cuál crece el peligro horrendo,
cuál se inflama
la llama,
y la Luna como forma de sangriento tabernáculo,
alumbra el rojo espectáculo
en su fantástico horror.
Y el bronce alarmante clama,
clama, clama
como se extiende la injuria
del incendio y crece en furia,
y es ya locura el pavor...
Bajo cielos escarlatas se extiende inflamado manto,
el espanto
en tanto
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IV
Dobla y dobla lentamente
negra campana de hierro
que invita con són doliente
al entierro.
¡Qué solemnes pensamientos despiertan esos acentos!
Del lento y triste sonido
cada toque, cada nota
en el vago viento flota
como doliente gemido,
y de la noche en la calma
el melancólico són,
siente estremecida el alma
cual solemne admonición.
¡Se desprenden esos dobles lúgubres y funerarios
de los altos campanarios
en fúnebre vibración;
en esos dobles alienta algún espíritu irónico
que a cada nota que zumba,
con agrio gesto sardónico
rueda implacable y derrumba
y oprime con todo el peso de la piedra de una tumba
el humano corazón!
¡Quienes tañen las campanas de los toques funerales
no son pobres campaneros, no son sencillos mortales,
son espectros sepulcrales!
¡Y es el Rey de los espectros quien toca con más tesón!
Pausado, implacable, lento
su toque a cada momento
resuena como un lamento
pregonando la hora única
en extraña rima rúnica,
y parece que sintiera intenso placer diabólico
en este toque simbólico
de muerte y desolación.
—Din dan, din don—,
—din dan, din don—,
dobla, dobla el són monótono, dobla el toque funeral,
y el Rey espectro su gozo
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ULALUME
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IV
Y cuando la noche ya avanza
de estrellas al vago tremer,
al fin de la oscura avenida
un lánguido rayo se ve,
fulgor diamantino que anuncia
de fúnebre velo al través,
que emerge de nube fantástica
la Luna, la blanca Astarté.
V
Y yo dije a mi alma: «Más que Diana
ardiente, aquella misteriosa Luna
rueda al través de un éter de suspiros;
lágrimas de su faz una por una
caen donde el gusano nunca muere.
Para mostrarnos la celeste ruta
y el alma imperio de la paz Letea
atrás dejó al león en las alturas,
del león las estrellas traspasando,
del león a despecho, ora nos busca
y sus miradas límpidas y dulces
son las miradas que el amor anuncian.»
VI
Mas Psiquis dijo señalando al Cielo:
«La palidez de ese astro me conturba;
pronto, huyamos de aquí, pronto, es preciso.»
Y de sus alas recogió las plumas
con intenso terror, y sollozando,
presa de pronto de invencible angustia
plegó las alas, hasta el polvo frío
lentas dejando descender las plumas.
VII
Y yo le dije: «Tu terror es vano,
sigamos esa luz trémula y pura,
que nos bañen sus rayos cristalinos,
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VIII
Tranquilicé a mi Psiquis, y besándola,
de su mente aparté las inquietudes
y sus zozobras disipé profundas,
y convencerla que siguiera pude.
Llegamos hasta el fin; ¡ojalá nunca
llegara! Al fin de la avenida lúgubre
nos detuvo la puerta de una tumba
(¡oh, triste noche del lejano octubre!)
nos detuvo la losa de una tumba,
de legendario monumento fúnebre.
¡Oh, hermana!—dije—¿Qué inscripción confusa
en la sellada losa se descubre?
Respondiome: «Ulalume», esta es su tumba,
¡la tumba de tu pálida Ulalume!
IX
Quedó mi corazón como ese Cielo
ceniciento, como esas hojas mustias,
como esas hojas yertas y crispadas...
¡Ay! pensé: el mismo octubre fué, sin duda
fué en esa misma noche cuando vine
al través del horror y de la bruma
aquí trayendo mi doliente carga...
¡Oh, noche infausta, infausta cual ninguna!
¡Oh! ¿Qué infernal espíritu me trajo
a esta región fatal de la tristura?
Bien reconozco el mudo lago de Auber,
y esta comarca que el horror anubla,
y el bosque fantasmático de Weir,
la región espectral de la pavura!
ESTRELLAS FIJAS
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(TO HELEN)
I
Te vi un punto;
era una noche de julio, noche tibia y perfumada,
noche diáfana,
de la Luna plena y límpida,
límpida como tu alma,
descendían
sobre el parque adormecido gráciles velos de plata;
ni una ráfaga
el infinito silencio
y la quietud perturbaban;
en el parque
evaporaban las rosas los perfumes de sus almas,
para que los recogieras
en aquella noche mágica;
para que tú lo aspiraras su último aliento exhalaban,
como en una muerte extática;
y era una selva encantada,
y era una noche de ensueños y claridades fantásticas!
II
¡Toda de blanco vestida,
toda blanca
sobre un banco de violetas
reclinada
te veía,
y a las rosas moribundas y a ti una luz tenue y diáfana
alumbraba
luz de perla diluida
en un éter de suspiros y de evaporadas lágrimas!
III
¿Qué hado extraño
(¿fué ventura, fué desgracia?)
me condujo
aquella noche hasta el parque de las rosas que exhalaban
los suspiros perfumados
de su alma?
Ni una hoja
susurraba;
no se oía
una pisada,
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todo mudo,
todo en calma,
todo en sueño
menos tú y yo (¡cuál me agito al unir las dos palabras!)
menos tú y yo. De repente
todo cambia.
De la Luna la luz límpida, la luz de perla se apaga,
el perfume de las rosas muere en las dormidas auras,
los senderos se oscurecen
expiran las violas castas,
menos tú y yo, todo huye, todo muere, todo pasa...
¡Todo se apaga y se extingue menos tus hondas miradas,
tus dos ojos donde arde
tu alma!
Y sólo veo entre sombras aquellos ojos...
¡Oh, amada!
¡Qué tristezas extrahumanas,
qué irreales
leyendas de amor relatan!
¡Qué misteriosos dolores,
qué sublimes esperanzas,
qué mudas renunciaciones
expresan aquellos ojos que en las sombras fijan en mí sus miradas!
IV
¡Noche oscura,
ya Diana
entre turbios nubarrones hundió la faz plateada;
y tú sola
en medio de la avenida
funeraria,
te deslizas
ideal, mística y blanca,
te deslizas y te alejas incorpórea cual fantasma;
sólo flotan tus miradas,
sólo tus ojos perennes,
tus ojos de hondas miradas
fijos quedan!
A través de los espacios y los tiempos marcan, marcan
mi sendero, y no me dejan cual me dejó la esperanza.
¡Van siguiéndome,
siguiéndome
como dos estrellas cándidas,
cual fijas estrellas dobles en el Cielo apareadas!
En la noche
solitaria
purifican con sus rayos y mi corazón abrasan
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DREAMLAND
I
En una senda abandonada y triste
que recorren tan sólo ángeles malos,
una extraña Deidad la negra Noche
ha erigido su trono solitario;
allí llegué una vez; crucé atrevido
de Thule ignota los contornos vagos
y al Reino entré que extiende sus confines
fuera del Tiempo y fuera del Espacio.
II
Valles sin lindes, mares sin riberas,
cavernas, bosques densos y titánicos,
montañas que a los cielos desafían
y hunden la base en insondables lagos,
en lagos insondables siempre mudos
de misteriosos bordes escarpados,
gélidos lagos, cuyas muertas aguas
un Cielo copian tétrico y extraño.
III
Orillas de esos lagos que reflejan
siempre un Cielo fatídico y huraño
cerca de aquellos bosques gigantescos,
enfrente de esos negros océanos,
al pie de aquellos montes formidables,
de esas cavernas en los hondos antros,
vense a veces fantasmas silenciosos
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IV
Para el alma nutrida de pesares,
para el transido corazón, acaso
es el asilo de la paz suprema,
del reposo y la calma en Eldorado.
Pero el viajero que azorado cruza
la región no contempla sin espantos
que a los mortales ojos sus misterios
perennemente seguirán sellados,
así lo quiere la Deidad sombría
que tiene allí su imperio incontrastado.
V
Por esa senda desolada y triste
que recorren tan sólo ángeles malos,
senda fatal donde la Diosa Noche
ha erigido su trono solitario,
donde la inexplorada, última Thule
esfuma en sombras sus contornos vagos,
con el alma abrumada de pesares,
transido el corazón, he paseado...
¡He paseado en pos de los que huyeron
fuera del Tiempo y fuera del Espacio!
EL CUERVO
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«Esa voz,
oh, cuervo, sea
la señal
de la partida,
grité alzándome:—¡Retorna,
vuelve a tu hórrida guarida,
la plutónica ribera de la noche y de la bruma!...
de tu horrenda falsedad
en memoria, ni una pluma dejes, negra, ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
Quita el pico de mi pecho. De mi umbral tu forma aleja...»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»
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