Guion de Romeo y Julieta
Guion de Romeo y Julieta
Guion de Romeo y Julieta
Romeo y Julieta
PERSONAJES
PRÓLOGO
ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
ESCENA II
Calle
(BENVOLIO y ROMEO)
BENVOLIO.- No digas eso. Un fuego apaga otro, un dolor mata otro dolor, a
una pena antigua otra nueva. Un nuevo amor puede curarte del antiguo.
ROMEO.- Curarán las hojas del plátano.
BENVOLIO .- ¿Y qué curarán?
ROMEO.- Las desolladuras.
BENVOLIO.- ¿Estás loco?
ROMEO.- ¡Loco! Estoy atado de pies y manos como los locos, encerrado en
cárcel asperísima, hambriento, azotado y atormentado. (Al criado.) Buenos
días, hombre.
CRIADO.- Buenos días. ¿Sabéis leer, hidalgo?
ROMEO.- Ciertamente que sí.
CRIADO.- ¡Raro alarde! ¿Sabéis leer sin haberlo aprendido? ¿Sabréis leer lo
que ahí dice?
ROMEO.- Si el concepto es claro y la letra también.
CRIADO.- ¿De verdad? Dios os guarde.
ROMEO.- Espera, que probaré a leerlo. “El señor Martín, y su mujer e hijas, el
conde Anselmo y sus hermanas, la viuda de Viturbio, el señor Plasencio y sus
sobrinas, Mercutio y su hermano Valentín, mi tío Capuleto con su mujer e
hijas, Rosalía mi sobrina, Livia, Valencio y su primo Teobaldo, Lucía y la
hermosa Elena.” ¡Lucida reunión! ¿Y dónde es la fiesta?
CRIADO.- Allí.
ROMEO.- ¿Dónde?
CRIADO.- En mi casa, a cenar.
ROMEO.- ¿En qué casa?
CRIADO.- En la de mi amo.
ROMEO.- Lo primero que debí pregunt arte es su nombre.
CRIADO.- Os lo diré sin ambages. Se llama Capuleto y es generoso y rico. Si
no sois Montesco, podéis ir a beber a la fiesta. Id, os lo ruego. (Vase.)
BENVOLIO.- Rosalía a quien adoras, asistirá a esta fiesta con todas las
bellezas de Verona. Allí podrás verla y compararla con otra que yo te enseñaré,
y el cisne te parecerá grajo.
ROMEO.- No permite tan indigna traición la santidad de mi amor. Ardan mis
verdaderas lágrimas, ardan mis ojos (que antes se ahogaban) si tal herejía
cometen. ¿Puede haber otra más hermosa que ella? No la ha visto desde la
creación del mundo, el sol que lo ve todo.
BENVOLIO.- Tus ojos no ven más que lo que les halaga. Vas a pesar ahora en
tu balanza a una mujer más bella que ésa, y verás cómo tu señora pierde de los
quilates de su peso, cotejada con ella.
ROMEO.- Iré, pero no quiero ver tal cosa, sino gozarme en la contemplación
de mi cielo.
ESCENA III
En casa de Capuleto
ESCENA IV
Calle
ESCENA V
CRIADO 1°.- ¿Dónde anda Cacerola, que ni limpia un plato, ni nos ayuda en
nada?
CRIADO 2°.- ¡Qué pena me da ver la cortesía en tan pocas manos, y éstas
sucias!
CRIADO 1°.- Fuera los bancos, fuera el aparador. No perdáis de vista la plata.
Guardadme un pedazo de pastel. Decid al portero que deje entrar a Elena y a
Susana la molinera. ¡ Cacerola!
CRIADO 2°.- Aquí estoy, compañero.
CRIADO 1°.- Todos te llaman a comparecer en la sala.
CRIADO 2°.- No puedo estar en dos partes al mismo tiempo. Compañeros,
acabad pronto, y el que quede sano, que cargue con todo. (Entran Capuleto, su
mujer, Julieta, Teohaldo, y convidados con máscaras.)
ACTO II
ESCENA PRIMERA
ESCENA II
Jardín de Capuleto
ROMEO.- ¡Qué bien se burla del dolor ajeno quien nunca sintió dolores. .. !
(Pónese Julieta a la ventana.) ¿Pero qué luz es la que asoma por allí? ¿El sol
que sale ya por los balcones de oriente? Sal, hermoso sol, y mata de envidia
con tus rayos a la luna, que está pálida y ojeriza porque vence tu hermosura
cualquier ninfa de tu coro. Por eso se viste de amarillo color. ¡Qué necio el que
se arree con sus galas marchitas! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece!
¿Cómo podría yo decirla que es señora de mi alma? Nada me dijo. Pero ¿qué
importa? Sus ojos hablarán, y yo responderé. ¡Pero qué atrevimiento es el mío,
si no me dijo nada! Los dos más hermosos luminares del cielo la suplican que
les sustituya durante su ausencia. Si sus ojos resplandecieran como astros en el
cielo, bastaría su luz para ahogar los restantes como el brillo del sol mata el de
una antorcha. ¡Tal torrente de luz brotaría de sus ojos, que haría despertar a las
aves a media noche, y entonar su canción como si hubiese venido la aurora!
Ahora pone la mano en la mejilla. ¿Quién pudiera tocarla como el guante que
la cubre?
JULIETA.- ¡Ay de mí!
ROMEO.- ¡Habló! Vuelvo a sentir su voz. ¡Ángel de amores que en medio de
la noche te me apareces, cual nuncio de los cielos a la atónita vista de los
mortales, que deslumbrados le miran traspasar con vuelo rapidísimo las esferas,
y mecerse en las alas de las nubes!
JULIETA.- ¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? ¿Por qué no reniegas
del nombre de tu padre y de tu madre? Y si no tienes valor para tanto, ámame,
y no me tendré por Capuleto.
ROMEO.- ¿Qué hago, seguirla oyendo o hablar?
JULIETA.- No eres tú mi enemigo. Es el nombre de Montesco, que llevas. ¿Y
qué quiere decir Montesco? No es pie ni mano ni brazo, ni semblante ni pedazo
alguno de la naturaleza humana. ¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no
dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo. De
igual suerte, mi querido Romeo, aunque tuviese otro nombre, conservaría todas
las buenas cualidades de su alma, que no le vienen por herencia. Deja tu
nombre, Romeo, y en cambio de tu nombre que no es cosa alguna sustancial,
toma toda mi alma.
ROMEO.- Si de tu palabra me apodero, llámame tu amante, y creeré que me he
bautizado de nuevo, y que he perdido el nombre de Romeo.
JULIETA.- ¿Y quién eres tú que, en medio de las sombras de la noche, vienes
a sorprender mis secretos?
ROMEO.- No sé de cierto mi nombre, porque tú aborreces ese nombre, amada
mía, y si yo pudiera, lo arrancaría de mi pecho.
JULIETA.- Pocas palabras son las que aún he oído de esa boca, y sin embargo
te reconozco. ¿No eres Romeo? ¿No eres de la familia de los Montescos?
ROMEO.- No seré ni una cosa ni otra, ángel mío, si cualquiera de las dos te
enfada.
JULIETA.- ¿Cómo has llegado hasta aquí, y para qué? Las paredes de esta
puerta son altas y difíciles de escalar, y aquí podrías tropezar con la muerte,
siendo quien eres, si alguno de mis parientes te hallase.
ROMEO.- Las paredes salté con las alas que me dio el amor, ante quien no
resisten aun los muros de roca. Ni siquiera a tus parientes temo.
JULIETA.- Si te encuentran, te matarán.
ROMEO.- Más homicidas son tus ojos, diosa mia, que las espadas de veinte
parientes tuyos. Mírame sin enojos, y mi cuerpo se hará invulnerable.
JULIETA.- Yo daría un mundo porque no te descubrieran.
ROMEO.- De ellos me defiende el velo tenebroso de la noche. Más quiero
morir a sus ma nos, amándome tú, que esquivarlos y salvarme de ellos, cuando
me falte tu amor.
JULIETA.- ¿Y quien te guió aquí?
ROMEO.- El amor que me dijo dónde vivías. De él me aconsejé, él guió mis
ojos que yo le había entregado. Sin ser nauchero, te juro que navegaría hasta la
playa más remota de los mares por conquistar joya tan preciada.
JULIETA.- Si el manto de la noche no me cubriera, el rubor de virgen subiría a
mis mejillas, recordando las palabras que esta noche me has oído. En vano
quisiera corregirlas o desme ntirlas... ¡Resistencias va nas! ¿Me amas? Sé que
me dirás que sí, y que yo lo creeré. Y sin embargo, podrías faltar a tu
juramento, porque dicen que Jove se ríe de los perjuros de los amantes. Si me
amas de veras, Romeo, dilo con sinceridad, y si me tienes por fácil y rendida al
primer ruego, dímelo también, para que me ponga esquiva y ceñuda, y así
tengas que rogarme. Mucho te quiero, Montesco, mucho, y no me tengas por
liviana, antes he de ser más firme y constante que aquellas que parecen
desdeñosas porque son astutas. Te confesaré que más disimulo hubiera
guardado contigo, si no me hubieses oído aquellas palabras que, sin pensarlo
yo, te revelaron todo el ardor de mi corazón. Perdóname, y no juzgues ligereza
este rendirme tan pronto. La soledad de la no che lo ha hecho.
ROMEO.- Júrote, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de
estos árboles...
JULIETA.- No jures por la luna, que en su rápido movimiento cambia de
aspecto cada mes. No vayas a imitar su inconstancia.
ROMEO.- ¿Pues por quién juraré?
JULIETA.- No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu
persona que es el dios que adoro y en quien he de creer.
ROMEO.- ¡Ojalá que el fuego de mi amor...!
JULIETA.- No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta noche
oír tales promesas que parecen violentas y demasiado rápidas. Son como el
rayo que se extingue, apenas aparece. Aléjate aho ra: quizá cuando vuelvas haya
llegado a abrirse, animado por las brisas del estío, el capullo de esta flor.
Adiós, ¡y ojalá aliente tu pecho en tan dulce calma como el mío!
ROMEO.- ¿Y no me das más consuelo que ése?
JULIETA.- ¿Y qué otro puedo darte esta noche?
ROMEO.- Tu fe por la mía.
JULIETA.- Antes te la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no
poder dártela otra vez.
ROMEO.- ¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitármela?
JULIETA.- Sí, para dártela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que
tengo ya. Pero mi afán de dártelo todo es tan profundo y tan sin límite como los
abismos de la mar. ¡ Cuanto más te doy, más quisiera darte!... Pero oigo ruido
dentro. ¡Adiós! no engañes mi esperanza. . . Ama, allá voy. . . Guárdame
fidelidad, Montesco mío. Espera un instante, que vuelvo en seguida.
ROMEO.- ¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que, por ser de noche, no pase
todo esto de un delicioso sueño.
JULIETA.- (Asomada otra vez a la ventana.) Sólo te diré dos palabras. Si el fin
de tu amor es honrado, si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te
enviaré, de cómo y cuándo quieres celebrar la sagrada ceremonia. Yo te
sacrificaré mi vida e iré en pos de ti por el mundo.
AMA.- (Llamando dentro.) ¡Julieta!
ESCENA III
ESCENA IV
Calle
(BENVOLIO y MERCUTIO)
AMA.- Bendito sea Dios, que ya se fue éste. ¿Me podríais decir (a Romeo)
quién es este majadero, tan pagado de sus chistes?
ROMEO.- Ama, es un amigo mío que se escucha a sí mismo y gusta de reírse
sus gracias, y que habla más en una hora que lo que escuchas tú en un mes.
AMA.- Pues si se atreve a hablar mal de mí, él me lo pagará, aunque vengan en
su ayuda otros veinte de su calaña. Y si yo misma no puedo, otros sacarán la
cara por mí. Pues no faltaba más. ¡ El grandísimo impertinente! ¿Si creerá que
yo soy una mujer de ésas?... Y tú (a Pedro) que estás ahí tan reposado, y dejas
que cualquiera me insulte.
PEDRO.- Yo no he visto que nadie os insulte, porque si lo viera, no tardaría un
minuto en sacar mi espada. Nadie me gana en valor cuando mi causa es justa, y
cuando me favorece la ley.
AMA.- ¡Válgame Dios! todavía me dura el enojo y las carnes me tiemblan...
Una palabra sola, caballero. Como iba diciendo, mi señorita me manda con un
recado para vos. No voy a repetiros todo lo que me ha dicho. Pero si vuestro
objeto es engañarla, ciertamente que será cosa indigna, porque mi señorita es
una muchacha joven, y el engañarla sería muy mala obra, y no tendría perdón
de Dios.
ROMEO.- Ama, puedes jurar a tu señora que...
AMA.- ¡Bien, bien, así se lo diré, y ha de alegrarse mucho!
ROMEO.- ¿Y qué le vas a decir, si todavía no me has oído nada?
AMA.- Le diré que protestáis, lo cual, a fe mía, es obrar como caballero.
ROMEO.- Dile que invente algún pretexto para ir esta tarde a confesarse al
convento de Fray Lorenzo, y él nos confesará y casará. Toma este regalo.
AMA.- No aceptaré ni un dinero, señor mío.
ROMEO.- Yo te lo mando.
AMA.- ¿Conque esta tarde? Pues no faltará.
ROMEO.- Espérame detrás de las tapias del convento, y antes de una hora, mi
criado te llevará una escala de cuerdas para poder yo subir por ella hasta la
cima de mi felicidad. Adiós y séme fiel. Yo te lo premiaré todo. Mis recuerdos
a Julieta.
AMA.- Bendito seáis. Una palabra más.
ROMEO.- ¿Qué, ama?
AMA.- ¿Es de fiar vuestro criado? ¿Nunca oísteis que a nadie fia sus secretos
el varón prudente?
ROMEO.- Mi criado es fiel como el oro.
AMA.- Bien, caballero. No hay señorita más hermosa que la mía. ¡Y si la
hubierais conocido cuando pequeña!... ¡Ah! Por cierto que hay en la ciudad un
tal Paris que de buena gana la abordaría. Pero ella, bendita sea su alma, más
quisiera a un sapo feísimo que a él. A veces me divierto en enojarla, diciéndole
que Paris es mejor mozo que vos, y ¡si vierais cómo se pone entonces! Mas
pálida que la cera. Decidme ahora: ¿Romero y Romeo no tienen la misma letra
inicial?
ROMEO .- Verdad es que ambos empiezan por R.
AMA.- Eso es burla. Yo se que vuestro nombre empieza con otra letra menos
áspera... ¡Si vierais qué graciosos equívocos hace con vuestro nombre y con
Romero ! Gusto os diera oírla.
ROMEO.- Recuerdos a Julieta.
AMA.- Sí que se los daré mil veces. ¡Pedro!
PEDRO.- ¡Qué!
AMA.- Toma el abanico, y guíame.
ESCENA V
Jardín de Capuleto
(JULIETA y el AMA)
JULIETA.- Las nueve eran cuando envié al ama, y dijo que antes de media
hora volvería. ¿Si no lo habrá encontrado? ¡Pero sí! ¡Qué torpe y perezosa!
Sólo el pensamiento debiera ser nuncio del amor. Él corre más que los rayos
del sol cuando ahuyentan las sombras de los montes. Por eso pintan al amor
con alas. Ya llega el sol a la mitad de su carrera. Tres horas van pasadas desde
las nueve a las doce, y él no vuelve todavía. Si ella tuviese sangre juvenil y
alma, vo lvería con las palabras de su boca: pero la vejez es pesada como un
plomo. (Salen el Ama y Pedro.) ¡Gracias a Dios que viene! Ama mía, querida
ama... ¿qué noticias traes? ¿Hablaste con él? Que se vaya Pedro.
AMA.- Vete, Pedro.
JULIETA.- Y bien, ama querida. ¡Qué triste estás! ¿Acaso traes malas
noticias? Dímelas, a lo menos, con rostro alegre. Y si son buenas, no las eches
a perder con esa mirada torva.
AMA.- Muy fatigada estoy. ¡Qué quebrantados están mis huesos!
JULIETA.- ¡Tuvieras tus huesos tú y yo mis noticias! Habla por Dios, ama
mía.
AMA.- ¡Señor, qué prisa! Aguarda un poco. ¿No me ves sin aliento?
JULIETA.- ¿Cómo sin aliento, cuándo te sobra para decirme que no le tienes?
Menos que en volverlo a decir, tardarías en darme las noticias. ¿Las traes
buenas o malas?
AMA.- ¡Que mala elección de marido has tenido! ¡Vaya, que el tal Romeo!
Aunque tenga mejor cara que los demás, todavía es mejor su pie y su mano y
su gallardía. No diré que la flor de los cortesanos, pero tengo para mí que es
humilde como una oveja. ¡Bien has hecho, hija! y que Dios te ayude. ¿Has
comido en casa?
JULIETA.- Calla, calla: eso ya me lo sabía yo. ¿Pero que hay de la boda?
dímelo.
AMA.- ¡Jesús! ¡qué cabeza la mía! Pues, y la espalda. .. ¡Cómo me mortifican
los riñones! ¡La culpa es tuya que me haces andar por esos andurriales,
abriéndome la sepultura antes de tiempo.
JULIETA.- Mucho siento tus males, pero acaba de decirme, querida ama, lo
que te contestó mi amor.
AMA.- Habló como un caballero lleno de discreción y gentileza; puedes
creerme. ¿Dónde está tu madre?
JULIETA.- ¿Mi madre? Allá dentro. ¡Vaya una pregunta!
AMA.- ¡Válgame Dios! ¿Te enojas conmigo? ¡Buen emplasto para curar mis
quebraduras! Otra vez vas tú misma a esas comisiones.
JULIETA.- Pero ¡qué confusión! ¿Qué es en suma lo que te dijo Romeo?
AMA.- ¿Te dejarán ir sola a confesar?
JULIETA.- Sí.
AMA.- Pues allí mismo te casarás. Vete a la celda de Fray Lorenzo. Ya se
cubren de rubor tus mejillas con tan sencilla nueva. Vete al convento. Yo iré
por otra parte a buscar la escalera, con que tu amante ha de escalar el nido del
amor. A la celda, pues, y yo a comer.
JULIETA - ¡Y yo a mi felicidad ama mía!
ESCENA VI
ACTO III
ESCENA PRIMERA
Plaza de Verona
(MERCUTIO, BENVOLIO)
TEOBALDO.- Estad cerca de mí, que tengo que decirles dos palabras. Buenas
tardes, hidalgos. Quisiera hablar con uno de vosotros.
MERCUTIO.- ¿Hablar solo? más valiera que la palabra viniese acompañada de
algo, y. g., de un golpe.
TEOBALDO.- Hidalgo, no dejaré de darle si hay motivo.
MERCUTIO .- ¿Y no podéis encontrar motivo sin que os lo den?
TEOBALDO.- Mercutio, tú estás de acuerdo con Romeo.
MERCUTIO.- ¡De acuerdo! ¿Has creído que somos músicos? Pues aunque lo
seamos, no dudes que en esta ocasión vamos a desafinar. Yo te haré bailar con
mi arco de violín. ¡De acuerdo! ¡Válgame Dios!
BENVOLIO.- Estamos entre gentes. Buscad pronto algún sitio retirado, donde
satisfaceros, o desocupad la calle, porque todos nos están mirando.
MERCUTIO.- Para eso tienen ojos. No me voy de aquí por dar gusto a nadie.
TEOBALDO.- Adiós, señor. Aquí está el doncel que buscábamos. ( Entra
Romeo.)
MERCUTIO.- Mátenme si él lleva los colores de vuestro escudo. Aunque de
fijo os seguirá al campo, y por eso le llamáis doncel.
TEOBALDO.- Romeo, sólo una palabra me consiente decirte el odio que te
profeso. Eres un infame.
ROMEO.- Teobaldo, tales razones tengo para quererte que me hacen perdonar
hasta la bárbara grosería de ese saludo. Nunca he sido infame. No me conoces.
Adiós.
TEOBALDO.- Mozuelo imberbe, no intentes cobardemente excusar los
agravios que me has hecho. No te vayas, y defléndete.
ROMEO.- Nunca te agravié. Te lo afirmo con juramento. Al contrario, hoy te
amo más que nunca, y quizá sepas pronto la razón de este cariño. Vete en paz,
buen Capuleto, nombre que estimo tanto como el mío.
MERCUTIO.- ¡Qué extraña cobardía! Decídanlo las estocadas. Teobaldo,
espadachín, ¿quieres venir conmigo?
TEOBALDO.- ¿Qué me quieres?
MERCUTIO.- Rey de los gatos, sólo quiero una de tus siete vidas, y luego
aporrearte a palos las otras seis. ¿Quieres tirar de las orejas a tu espada, y
sacarla de la vaina? Anda presto, porque si no, la mía te calentará tus orejas
antes que la saques.
TEOBALDO.- Soy contigo.
ROMEO.- Detente, amigo Mercutio.
MERCUTIO.- Adelante, hidalgo. Enseñadme ese quite. (Se baten.)
ROMEO.- Saca la espada, Benvolio. Separémoslos. ¡Qué afrenta, hidalgos!
¡Oíd, Teobaldo! ¡Oye, Mercutio! ¿No sabéis que el Príncipe ha prohibido sacar
la espada en las calles de Verona? Deteneos, Teobaldo y Mercutio. (Se van
Teobaldo y sus amigos.)
MERCUTIO.- Mal me han herido. ¡Mala peste a Capuletos y Montescos! Me
hirieron y no los herí.
ROMEO.- ¿Te han herido?
MERCUTIO.- Un arañazo, nada más, un arañazo, pero necesita cura. ¿Dónde
está mi paje, para que me busque un cirujano? (Se va el paje.)
ROMEO.- No temas. Quizá sea leve la herida.
MERCUTIO.- No es tan honda como un pozo, ni tan ancha como el pórtico de
una iglesia, pero basta. Si mañana preguntas por mí, verásme tan callado como
un muerto. Ya estoy escabechado para el otro mundo. Mala landre devore a
vuestras dos familias. ¡Vive Dios! ¡Que un perro, una rata, un ratón, un gato
mate así a un hombre ! Un matón, un pícaro, que pelea contra los ángulos y
reglas de la esgrima. ¿Para qué te pusiste a separarnos? Por debajo de tu brazo
me ha herido.
ROMEO.- Fue con buena intención.
MERCUTIO.- Llévame de aquí, Benvolio, que me voy a desmayar. ¡Mala
landre devore a entrambas casas! Ya soy una gusanera. ¡Maldita sea la
discordia de Capuletos y Montescos! (Vanse.)
ROMEO.- Por culpa mía sucumbe este noble caballero, tan cercano deudo del
Príncipe. Estoy afrentado por Teobaldo, por Teobaldo que ha de ser mi pariente
dentro de poco. Tus amores, Julieta, me han quitado el brío y ablandado el
temple de mi acero.
BENVOLIO (que vuelve). - ¡Ay, Romeo! Mercutio ha muerto. Aquella alma
audaz, que hace poco despreciaba la tierra, se ha lanzado ya a las nubes.
ROMEO.- Y de este día sangriento nacerán otros que extremarán la copia de
mis males.
BENVOLIO.- Por allí vuelve Teobaldo.
ROMEO.- Vuelve vivo y triunfante. ¡Y Mercutio muerto! Huye de mí, dulce
templanza. Sólo la ira guíe mi brazo. Teobaldo, ese mote de infame que tú me
diste, yo te lo devuelvo ahora, porque el alma de Mercutio está desde las nubes
llamando a la tuya,y tú o yo o los dos hemos de seguirle forzosamente.
TEO BALDO.- Pues vete a acompañarle tú, necio, que con él ibas siempre.
ROMEO.- Ya lo decidirá la espada. (Se baten, y cae herido Teobaldo.)
BENVOLIO.- Huye, Romeo. La gente acude y Teobaldo está muerto. Si te
alcanzan, vas a ser condenado a muerte. No te detengas como pasmado. Huye,
huye.
ROMEO.- Soy triste juguete de la suerte.
BENVOLIO.- Huye, Romeo. (Acude gente.)
CIUDADANO 1°.- ¿Por dónde habrá huido Teobaldo, el asesino de Mercutio?
BENVOLIO.- Ahí yace muerto Teobaldo.
CIUDADANO 1°.- Seguidme todos. En nombre del Príncipe lo mando.
(Entran el Príncipe con sus guardias, Montescos, Capuletos, etc.)
EL PRINCIPE.- ¿Dónde están los promovedores de esta reyerta?
BENVOLIO.- Ilustre Príncipe, yo puedo referiros todo lo que aconteció.
Teobaldo mató al fuerte Mercutio, vuestro deudo, y Romeo mató a Teobaldo.
LA SEÑORA DE CAPULETO.- ¡Teobaldo! ¡Mi sobrino, hijo de mi hermano!
¡Oh, Príncipe! un Montesco ha asesinado a mi deudo. Si sois justo, dadnos
sangre por sangre. ¡Oh, sobrino mío!
PRINCIPE.- Dime con verdad, Benvolio. ¿Quién comenzó la pelea?
BENVOLIO.- Teobaldo, que luego murió a manos de Romeo. En vano Romeo
con dulces palabras le exhortaba a la concordia, y le traía al recuerdo vuestras
ordenanzas: todo esto con mucha cortesía y apacible ademán. Nada bastó a
calmar los furores de Teobaldo, que ciego de ira, arremetió con el acero
desnudo contra el infeliz Mercutio. Mercutio le resiste primero a hierro, y
apartando de sí la suerte, quiere arrojarla del lado de Teobaldo. Este le esquiva
con ligereza. Romeo se interpone, clamando: “Paz, paz, amigos.” En pos de su
lengua va su brazo a interponerse entre las armas matadoras, pero de súbito,
por debajo de ese brazo, asesta Teobaldo una estocada que arrebata la vida al
pobre Mercutio; Teobaldo huye a toda prisa, pero a poco rato vuelve, y halla a
Romeo, cuya cólera estalla. Arrójanse como rayos al combate, y antes de poder
atravesarme yo, cae Teobaldo y huye Romeo. Esta es la verdad lisa y llana, por
vida de Benvolio.
LA SEÑORA DE CAPULETO.- No ha dicho verdad. Es pariente de los
Montescos, y la afición que les tiene le ha obligado a mentir. Más de veinte
espadas se desenvainaron contra mi pobre sobrino. Justicia, Príncipe. Si Romeo
mató a Teobaldo, que muera Romeo.
PRINCIPE.- Él mató a Mercutio, según se infiere del relato. ¿Y quién pide
justicia, por una sangre tan cara?
MONTESCO.- No era Teobaldo el deudor, aunque fuese amigo de Mercutio,
ni debía haberse tomado la justicia por su mano, hasta que las leyes decidiesen.
PRINCIPE.- En castigo, yo te destierro. Vuestras almas están cegadas por el
encono, y a pesar vuestro he de haceros llorar la muerte de mi deudo. Seré
inaccesible a lágrimas y a ruegos. No me digáis palabra. Huya Romeo: porque
si no huye le alcanzará la muerte. Levantad el cadáver. No sería clemencia
perdonar al homicida.
ESCENA II
Jardín en casa de Capuleto
(JULIETA y el AMA)
JULIETA.- Corred, corred a la casa de Febo, alados corceles del Sol. El látigo
de Faetón os lance al ocaso. Venga la dulce noche a tender sus espesas
cortinas. Cierra ¡oh Sol! tus penetrantes ojos, y deja que en el silencio venga a
mí mi Romeo, e invisible se lance en mis brazos. El amor es ciego y ama la
noche, y a su luz misteriosa cumplen sus citas los amantes. Ven, majestuosa
noche, matrona de humilde y negra túnica, y enséñame a perder en el blando
juego, donde las vírgenes empeñan su castidad. Cubre con tu manto la pura
sangre que arde en mis mejillas. Ven, noche; ven, Romeo, tú que eres mi día en
medio de esta noche, tú que ante sus tinieblas pareces un copo de nieve sobre
las negras alas del cuervo. Ven, tenebrosa noche, amiga de los aman-tes, y
vuélveme a mi Romeo. Y cuando muera, convierte tú cada trozo de su cuerpo
en una estrella relumbrante, que sirva de adorno a tu manto, para que todos se
enamoren de la noche, desenamorándose del Sol. Ya he adquirido el castillo de
mi amor, pero aún no le poseo. Ya estoy vendida, pero no entregada a mi señor.
¡Qué día tan largo! tan largo como víspera de domingo para el niño que ha de
estrenar en él un traje nuevo. Pero aquí viene mi ama, y me traerá noticias de
él. (Llega el ama con una escala de cuerdas.) Ama, ¿qué noticias traes? ¿Esa
es la escala que te dijo Romeo?
AMA.- Sí, ésta es la escala.
JULIETA.- ¡Ay, Dios! ¿Qué sucede? ¿por qué tienes las manos cruzadas?
AMA.- ¡Ay, señora! murió, murió. Perdidas somos. No hay remedio... Murió.
Le mataron. .. Está muerto.
JULIETA.- ¿Pero cabe en el mundo tal maldad?
AMA.- En Romeo cabe. ¿Quién pudiera pensar tal cosa de Romeo?
JULIETA.- ¿Y quién eres tú, demonio, que así vienes a atormentarme?
Suplicio igual sólo debe de haberle en el infierno. Dime, ¿qué pasa? ¿Se ha
matado Romeo? Dime que sí, y esta palabra basta. Será más homicida que
mirada de basilisco. Di que si o que no, que vive o que muere. Con una palabra
puedes calmar o serenar mi pena.
AMA.- Sí: yo he visto la herida. La he visto por mis ojos. Estaba muerto:
amarillo como la cera, cubierto todo de grumos de sangre cuajada. Yo me
desmayé al verle.
JULIETA.- ¡Estalla, corazón mío, estalla! ¡Ojos mios, yaceréis desde ahora en
prisión tenebrosa, sin tornar a ver la luz del día! ¡Tierra, vuelve a la tierra! Sólo
resta morir, y que un mismo túmulo cubra mis restos y los de Romeo.
AMA.- ¡Oh, Teobaldo amigo mío, caballero sin igual, Teobaldo! ¿Por qué he
vivido yo para verte muerto?
JULIETA.- Pero ¡qué confusión es ésta en que me pones! ¿Dices que Romeo
ha muerto, y que ha muerto Teobaldo, mi dulce primo? Toquen, pues, la
trompeta del juicio final. Si esos dos han muerto, ¿qué importa que vivan los
demás?
AMA.- A Teobaldo mató Romeo, y éste anda desterrado.
JULIETA.- ¡Válgame Dios! ¿Conque Romeo derramó la sangre de Teobaldo?
¡Alma de sierpe, oculta bajo capa de flores! ¿Qué dragón tuvo jamás tan
espléndida gruta? Hermoso tirano, demonio angelical, cuervo con plumas de
paloma, cordero rapaz como lobo, materia vil de forma celeste, santo maldito,
honrado criminal, ¿en qué pensabas, naturaleza de los infiernos, cuando
encerraste en el paraíso de ese cuerpo el alma de un condenado? ¿Por qué
encuadernaste tan bellamente un libro de tan perversa lectura? ¿Cómo en tan
magnífico palacio pudo habitar la traición y el dolo?
AMA.- Los hombres son todos unos. No hay en ellos verdad, ni fe, ni
constancia. Malvados, pérfidos, trapaceros... ¿Dónde está mi escudero? Dame
unas gotas de licor. Con tantas penas voy a envejecer antes de tiempo. ¡ Qué
afrenta para Romeo!
JULIETA.- ¡Maldita la lengua que tal palabra osó decir! En la noble cabeza de
Romeo no es posible deshonra. En su frente reina el honor como soberano
monarca. ¡Qué necia yo que antes decía mal de él!
AMA.- ¿Cómo puedes disculpar al que mató a tu primo?
JULIETA.- ¿Y cómo he de decir mal de quien es mi esposo? Mató a mi primo,
porque si no, mi primo le hubiera matado a él. ¡Atrás, lágrimas mías, tributo
que erradamente ofrecí al dolor, en vez de ofrecerle al gozo! Vive mi esposo, a
quien querían dar muerte, y su matador yace por tierra. ¿A qué es el llanto?
Pero creo haberte oído otra palabra que me angustia mucho más que la muerte
de Teobaldo. En vano me esfuerzo por olvidarla. Ella pesa sobre mi conciencia,
como puede pesar en el alma de un culpable el remordimiento. Tú dijiste que
Teobaldo había sido muerto y Romeo desterrado. Esta palabra desterrado me
pesa más que la muerte de diez mil Teobaldos. ¡No bastaba con la muerte de
Teobaldo, o es que las penas se deleitan con la compañía y nunca vienen solas!
¿Por qué cuando dijiste: “ha muerto Teobaldo” no añadiste: “tu padre o tu
madre, o los dos”? Aun entonces no hubiera sido mayor mi pena. ¡Pero decir:
Romeo desterrado ! Esta palabra basta a causar la muerte a mi padre y a mi
madre, y a Romeo y a Julieta. “¡Desterrado Romeo!” Dime, ¿podrá encontrar-
se término o límite a la profundidad de este abismo? ¿Dónde están mi padre y
mi madre? Dímelo.
AMA.- Llorando sobre el cadáver de Teobaldo. ¿Quieres que te acompañe
allá?
JULIETA.- Ellos con su llanto enjugarán las heridas. Yo entre tanto lloraré por
el destierro de Romeo. Toma tú esa escalera, a quien su ausencia priva de su
dulce objeto. Ella debía haber sido camino para mi lecho nupcial. Pero yo
moriré virgen y casada. ¡Adiós, escala de cuerda! ¡Adiós, nodriza! Me espera el
tálamo de la muerte.
AMA.- Retírate a tu aposento. Voy a buscar a Romeo sin pérdida de tiempo.
Está escondido en la celda de fray Lorenzo. Esta noche vendrá a verte.
JULIETA.- Dale en nombre mío esta sortija, y dile que quiero oír su postrera
despedida.
ESCENA III
ESCENA IV
Sala en casa de Capuleto
ESCENA V
Galería cerca del cuarto de Julieta, con una ventana que da al jardín
(ROMEO y JULIETA)
JULIETA.- ¿Tan pronto te vas? Aún tarda el día. Es el canto del ruiseñor, no el
de la alondra el que resuena. Todas las noches se posa a cantar en aquel
granado. Es el ruiseñor, amado mío.
ROMEO.- Es la alondra que anuncia el alba; no es el ruiseñor. Mira, amada
mía, cómo se van tiñendo las nubes del oriente con los colores de la aurora. Ya
se apagan las antorchas de la noche. Ya se adelanta el día con rápido paso
sobre las húmedas cimas de los montes. Tengo que partir. O si no. Aquí me
espera la muerte.
JULIETA.- No es ésa luz de la aurora. Te lo aseguro. Es un meteoro que
desprende de su lumbre el Sol para guiarte en el camino de Mantua. Quédate.
¿Por qué te vas tan luego?
ROMEO.- ¡Qué me prendan, que me maten! Mandándolo tú, poco importa.
Diré que aquella luz gris que allí veo no es la de la mañana, sino el pálido
reflejo de la luna. Diré que no es el canto de la alondra el que resuena. Más
quiero quedarme que partir. Ven, muerte, pues Julieta lo quiere. Amor mío,
hablemos, que aún no amanece.
JULIETA.- Sí, vete, que es la alondra la que canta con voz áspera y
destemplada. ¡Y dicen que son armoniosos sus sones, cuando a nosotros viene
a separarnos! Dicen que cambia de ojos como el sapo. ¡Ojalá cambiara de voz!
Maldita ella que me aparta de tus atractivos. Vete, que cada vez se clarea más
la luz.
ROMEO.- ¿Has dicho la luz? No, sino las tinieblas de nuestro destino. ( Entra
el ama.)
AMA.- ¡Julieta!
JULIETA.- ¡Ama!
AMA.- Tu madre viene. Ya amanece. Prepárate y no te descuides.
ROMEO.- ¡Un beso! ¡Adiós, y me voy! (Vase por la escala.)
JULIETA.- ¿Te vas? Mi señor, mi dulce dueño, dame nuevas de ti todos los
días, a cada instante. Tan pesados corren los días infelices, que temo envejecer
antes de tornar a ver a mi Romeo.
ROMEO.- Adiós. Te mandaré noticias mías y mi bendición por todos los
medios que yo alcance.
JULIETA.- ¿Crees que volveremos a vernos?
ROMEO.- Sí, y que en dulces coloquios de amor recordaremos nuestras
angustias de ahora.
JULIETA.- ¡Válgame Dios! ¡Qué présaga tristeza la mía! Parece que te veo
difunto sobre un catafalco. Aquel es tu cuerpo, o me engañan los ojos.
ROMEO.- Pues también a ti te ven los míos pálida y ensangrentada. ¡Adiós,
adiós! (Vase)
JULIETA.- ¡Oh, fortuna! te llaman mudable: a mi amante fiel poco le importan
tus mudanzas. Sé mudable en buena hora, y así no le detendrás y me le
restituirás luego.
SEÑORA DE CAPULETO (dentro). - Hija, ¿estás despierta?
JULIETA.- ¿Quién me llama? Madre, ¿estás despierta todavía o te levantas
ahora? ¿Qué novedad te trae a mí? (Entra la señora Capuleto.)
ACTO IV
ESCENA PRIMERA
ESCENA II
Casa de Capuleto
ESCENA III
Habitación de Julieta
(JULIETA y su MADRE)
JULIETA.- Sí, ama, sí: este traje está mejor, pero yo quisiera quedarme sola
esta noche, para pedir a Dios en devotas oraciones que me ilumine y guíe en
estado tan lleno de peligros. (Entra la señora de Capuleto.)
ESCENA IV
Casa de Capuleto
CAPULETO.- Dice bien, a fe mía. ¡Es gracioso ese galopín! Por vida mía. Ya
amanece. Pronto llegará Paris con música, según anunció. ¡Ahí está! ¡Ama,
mujer mía, venid aprisa! (Suena música.) (Al ama.) Vete, despierta y viste a
Julieta, mientras yo hablo con Paris. Y no te detengas mucho, que el novio
llega. No te detengas.
ESCENA V
ACTO V
ESCENA PRIMERA
Calle de Mantua
(ROMEO y BALTASAR)
ESCENA II
ESCENA III
PARIS.- Dame una tea. Apártate: no quiero ser visto. Ponte al pie de aquel
arbusto y estáte con el oído fijo en la tierra, para que nadie huelle el movedizo
suelo del cementerio, sin notarlo yo. Apenas sientas a alguno, da un silbido.
Dame las flores, y obedece.
PAJE.- Así lo haré; (aparte) aunque mucho temor me da el quedarme solo en
este cementerio.
PARIS.- Vengo a cubrir de flores el lecho nupcial de la flor más hermosa que
salió de las manos de Dios. Hermosa Julieta, que moras entre los coros de los
ángeles, recibe este, mi postrer recuerdo. Viva, te amé: muerta, vengo a adornar
con tristes ofrendas tu sepulcro. (El paje silba.) Siento la señal del paje: alguien
se acerca. ¿Qué pie infernal es el que se llega de noche a interrumpir mis
piadosos ritos? ¡Y trae una tea encendida! ¡Noche, cúbreme con tu manto!
(Entran Romeo y Baltasar.)
ROMEO.- Dame ese azadón y esa palanca. Toma esta carta. Apenas amanezca,
procurarás que la reciba Fray Lorenzo. Dame la luz, y si en algo estimas la
vida, nada te importe lo que veas u oigas, ni quieras estorbarme en nada. La
principal razón que aquí me trae no es ver por última vez el rostro de mi
amada, s ino apoderarme del anillo nupcial que aún tiene en su dedo, y llevarle
siempre como prenda de amor. Aléjate, pues. Y si la curiosidad te mueve a
seguir mis pasos, júrote que he de hacerte trizas, y esparcir tus miembros
desgarrados por to-dos los rincones de este cementerio. Más negras y feroces
son mis intenciones, que tigres hambrientos o mares alborotadas.
BALTASAR.- En nada pienso estorbaros, señor.
ROMEO.- Es la mejor prueba de amistad que puedes darme. Toma, y sé feliz,
amigo mío.
BALTASAR.- (Aparte.) Pues, a pesar de todo, voy a observar lo que hace;
porque su rostro y sus palabras me espantan.
ROMEO.- ¡Abominable seno de la muerte, que has devorado la mejor prenda
de la tierra, aún has de tener mayor alimento ! (Abre las puertas del sepulcro.)
PARIS.- ¡Ay de mí, muerto soy! Si tienes lástima de mi, ponme en el sepulcro
de Julieta.
ROMEO.- Sí que lo haré. Veámosle el rostro. ¡El pariente de Mercutio, el
conde Paris ! Al tiempo de montar a caballo, ¿no oí, como entre sombras, decir
a mi escudero, que iban a casarse Paris y Julieta? ¿Fue realidad o sueño? ¿O es
que estaba yo loco y creí que me hablaban de Julieta? Tu nombre está escrito
con el mío en el sangriento libro del destino. Triunfal sepulcro te espera: ¿Qué
digo sepulcro? Morada de luz, pobre joven. Allí duerme Julieta, y ella basta
para dar luz y hermosura al mausoleo. Yace tú a su lado: un muerto es quien te
entierra. Cuando el moribundo se acerca al trance final, suele reanimarse, y a
esto lo llaman el último destello. Esposa mía, amor mío, la muerte que ajó el
néctar de tus labios, no ha podido vencer del todo tu hermosura. Todavía
irradia en tus ojos y en tu semblante, donde aún no ha podido desplegar la
muerte su odiosa bandera. Ahora quiero calmar la sombra de Teobaldo, que
yace en ese sepulcro. La misma mano que cortó tu vida, va a cortar la de tu
enemigo. Julieta, ¿por qué estás aún tan hermosa? ¿Será que el descarnado
monstruo te ofrece sus amores y te quiere para su dama? Para impedirlo,
dormiré contigo en esta sombría gruta de la noche, en compañía de esos
gusanos, que son hoy tus únicas doncellas. Este será mi eterno reposo. Aquí
descansará mi cuerpo, libre de la fatídica ley de los astros. Recibe tú la última
mirada de mis ojos, el último abrazo de mis brazos, el último beso de mis
labios, puertas de la vida, que vienen a sellar mi eterno contrato con la muerte.
Ven, áspero y vencedor piloto: mi nave, harta de combatir con las olas, quiere
quebrantarse en los peñascos. Brindemos por mi dama. ¡Oh, cuán portentosos
son los efectos de tu bálsamo, alquimista veraz! Así, con este beso... muero.
(Cae. Llega fray Lorenzo.)
FRAY LORENZO.- ¡Por San Francisco y mi santo hábito! ¡Esta noche mi
viejo pie viene tropezando en todos los sepulcros! ¿Quién a tales horas
interrumpe el silencio de los muertos?
BALTASAR.- Un amigo vuestro, y de todas veras.
FRAY LORENZO.- Con bien seas. ¿Y para qué sirve aquella luz, ocupada en
alumbrar a gusanos y calaveras? Me parece que está encendida en el
monumento de los Capuletos.
BALTASAR.- Verdad es, padre mío, y allí se encuentra mi amo, a quien tanto
queréis.
FRAY LORENZO.- ¿De quién hablas?
BALTASAR.- De Romeo.
FRAY LORENZO.- ¿Y cuánto tiempo hace que ha venido?
BALTASAR.- Una media hora.
FRAY LORENZO.- Sígueme.
BALTASAR.- ¿Y cómo, padre, si mi amo cree que no estoy aquí, y me ha
amena zado con la muerte, si yo le seguía?
FRAY LORENZO.- Pues quédate, e iré yo solo. ¡Dios mío! Alguna catástrofe
temo.
BALTASAR.- Dormido al pie de aquel arbusto, soñé que mi señor mataba a
otro en desafio.
FRAY LORENZO.- ¡Romeo! Pero ¡Dios mío! ¿qué sangre es ésta en las
gradas del monumento? ¿Qué espadas éstas sin dueño, y tintas todavía de
sangre? (Entra en el sepulcro.) ¡Romeo! ¡Pálido está como la muerte! ¡Y Paris
cubierto de sangre!... La doncella se mueve. (Despierta Julieta.)
CAPULETO.- ¿Qué gritos son los que suenan por esas calles?
SEÑORA CAPULETO.- Unos dicen “Julieta”, otros “Romeo”, otros “Paris”, y
todos corriendo y dando gritos, se agolpan al cementerio.
PRINCIPE.- ¿Qué historia horrenda y peregrina es ésta?
ALGUACIL 1°.- Príncipe, ved. Aquí están el conde Paris y Romeo,
violentamente muertos y Julieta, caliente todavía y desangrándose.
PRINCIPE.- ¿Averiguasteis la causa de estos delitos?
ALGUACIL 1°.- Sólo hemos hallado a un fraile y al paje de Romeo, cargados
con picos y azadones propios para levantar la losa de un sepulcro.
CAPULETO.- ¡Dios mío! Esposa mía, ¿no ves correr la sangre de nuestra hija?
Ese puñal ha errado el camino: debía haberse clavado en el pecho del Montesco
y no en el de nuestra inocente hija.
SEÑORA CAPULETO.- ¡Dios mío! Siento el toque de las campanas que guían
mi vejez al sepulcro. (Llegan Montesco y otros.)
PRINCIPE.- Mucho has amanecido, Montesco, pero mucho antes cayó tu
primogénito.
MONTESCO.- ¡Poder de lo alto! Ayer falleció mi mujer de pena por el
destierro de mi hijo. ¿Hay reservada alguna pena más para mi triste vejez?
PRINCIPE.- Tú mismo puedes verla.
MONTESCO.- ¿Por qué tanta descortesía, hijo mío? ¿Por qué te atreviste á ir
al sepulcro antes que tu padre?
PRINCIPE.- Contened por un momento vuestro llanto, mientras busco la
fuente de estas desdichas. Luego procuraré consolaros o acompaña-ros hasta la
muerte. Callad entre tanto: la paciencia contenga un momento al dolor. Traed
acá a esos presos.
FRAY LORENZO.- Yo, el más humilde y a la vez el más respetable por mi
estado sacerdotal, pero el más sospechoso por la hora y el lugar, voy a
acusarme y a defenderme al mismo tiempo.
PRINCIPE.- Decidnos lo que sepáis.
FRAY LORENZO.- Lo diré brevemente, porque la corta vida que me queda,
no consiente largas relaciones. Romeo se había desposado con Julieta. Yo los
casé, y el mismo día murió Teobaldo. Esta muerte fue causa del destierro del
desposado y del dolor de Julieta. Vos creísteis mitigarle, casándola con Paris.
En seguida vino a mi celda, y loca y ciega me rogó que buscase una manera de
impedir esta segunda boda, porque si no, iba a matarse en mi presencia. Yo le
di un narcótico preparado por mí, cuyos efectos simulaban la muerte, y avisé a
Romeo por una carta, que viniese esta noche (en que ella despertaría) a ayu-
darme a desenterrarla. Fray Juan, a quien entregué la carta, no pudo salir de
Verona, por súbito accidente. Entonces me vine yo solo a la hora prevista, para
sacarla del mausoleo, y llevarla a mi convento, donde esperase a su marido.
Pero cuando llegué, pocos momentos antes de que ella despertara, hallé
muertos a Paris y a Romeo. Despertó ella, y le rogué por Dios que me siguiese
y respetara la voluntad suprema. Ella, desesperada, no me siguió, y a lo que
parece, se ha dado la muerte. Hasta aquí sé. Del casamiento puede dar
testimonio su ama. Y si yo delinquí en algo, dispuesto estoy a sacrificar mi
vida al fallo de la ley, que sólo en pocas horas podrá adelantar mi muerte.
PRINCIPE.- Siempre os hemos tenido por varón santo y de virtudes. Oigamos
ahora al Criado de Romeo.
BALTASAR.- Yo di a mi amo noticia de la muerte de Julieta. A toda prisa
salimos de Mantua, y llegamos a este cementerio. Me dio una carta para su
padre, y se entró en el sepulcro desatentado y fuera de si, amenazándome con
la muerte, si en algo yo le resistia.
PRINCIPE.- Quiero la carta: ¿y dónde está el paje que llamo a la ronda?
PAJE.- Mi amo vino a derramar flores sobre el sepulcro de Julieta. Yo me
quedé cerca de alli, según sus órdenes. Llegó un caballero y quiso entrar en el
panteón. Mi amo se lo estorbó, riñeron, y yo fui corriendo a pedir auxilio.
PRINCIPE.- Esta carta confirma las palabras de este bendito fraile. En ella
habla Romeo de su amor y de su muerte: dice que compró veneno a un
boticario de Mantua, y que quiso morir, y descansar con su Julieta. ¡Capuletos,
Montescos, ésta es la maldición divina que cae sobre vuestros rencores! No
tolera el cielo dicha en vosotros, y yo pierdo por causa vuestra dos parientes. A
todos alcanza hoy el castigo de Dios.
CAPULETO.- Montesco, dame tu mano, el dote de mi hija: mas que esto no
puede pedir tu hermano.
MONTESCO.- Y aún te daré más. Prometo hacer una estatua de oro de la
hermosa Julieta, y tal que asombre a la ciudad.
CAPULETO.- Y a su lado haré yo otra igual para Romeo.
PRINCIPE.- ¡Tardia amistad y reconciliación, que alumbra un sol bien triste!
Seguidme: aún hay que hacer más: premiar a unos y castigar a otros. Triste
historia es la de Julieta y Romeo.
FIN