Lectura - Carta de Un Soldado A Su Madre 6to. B
Lectura - Carta de Un Soldado A Su Madre 6to. B
Lectura - Carta de Un Soldado A Su Madre 6to. B
En ella el héroe nos relata sus vivencias durante la guerra, y sobre todo sus más
sublimes sentimientos, en especial del gran amor que le profesa a su madre y que
a pesar del inmenso dolor que sabe que tendrá que soportar, le pide que tenga el
coraje para superar esa prueba. También es digno de admiración, que, a pesar de
los difíciles momentos, antes que pensar en él, le pide que vele por la madre de
algunos de sus soldados y lamenta no cumplir con la promesa de matrimonio que
le hizo a su novia. Una historia con mucha emoción, nos muestra el gran ejemplo
que nos dieron muchos peruanos, que abandonaron todo por defender a la patria,
y no nos referimos a cosas materiales, sino el de dejar madre, novia, terruño,
amistades y sobre todo un futuro.
Un homenaje a este valiente, que sea el testimonio de amor que le profesa un hijo
a la creadora de sus días, y que sus pensamientos por el ser que lo trajo al
mundo, están presentes hasta el último momento de vida de un hijo.
Arica, 6 de junio de 1880
Cerro de Pasco
Inolvidable madre mía: Por fin puedo escribirle las líneas que le debo hace mucho
tiempo. En primer lugar, para agradecerle las cartas que me ha enviado, todas
ellas cargadas de amor, de comprensión, de aliento. Recibirlas, madre mía, no
obstante, la tristeza de encontrarme a centenares de leguas de distancia, muy
lejos de usted, de mi novia y de mi tierra adorada, ha servido para mantener
vigente mi ánimo y mi entusiasmo,
He visto a mis hermanos cerreños morir con la sonrisa en los labios, en cuyas
pupilas llameaba la luz del heroísmo, mientras la vida les duraba. Y he llorado,
madre, he llorado como un niño, al cerrar sus párpados fríos, sin vida, benditos.
¡Diles a nuestros paisanos que la Columna Pasco ha cumplido!
En las faldas del cerro San Francisco, por ejemplo, yo también he sentido la
muerte, cuando nos ametrallaban y cañoneaban por todos lados, y mientras el
fuego graneado caía en derredor, haciendo que la muerte juegue con nosotros,
sentí que algo me protegía.
Ahora sé que sus oraciones, que la bendición que me dio usted, me hacían
invulnerable. ¡Dios la bendiga, madre mía! Hasta ahora el Señor me ha
conservado la vida; presiento que será por poco tiempo. Ahora estoy convencido
que un hombre que ha recibido este tremendo bautismo de sangre, fuego y dolor,
sólo busca en su Salvador la luz eterna de la verdad. Nunca pude pensar que
hubiera tantos hombres buenos en nuestra tierra. En estos trece meses de guerra
he conocido más hombres generosos y abnegados que en todo el resto de mi vida.
Han tratado de asustarnos. Hoy más que nunca estamos confiados en la grandeza
de nuestros jefes. Imagínese. El coronel que ya peina canas, contestó al
parlamentario chileno que vino a pedir nuestra rendición, que pelearemos “Hasta
quemar el último cartucho”.
Todos los jefes y oficiales lo respaldaron. Nosotros también, claro está. Sabemos
que la muerte nos aguarda, pero tenemos que cumplir nuestra palabra.
Yo, como sabe usted, conjuntamente con todos mis hermanos de la Columna
Pasco, ¡nos hemos aglutinado en el Batallón Tarapacá que está al mando del
coronel Ramón Zavala -rico salitrero tarapaqueño… Ah! le contaré que hasta hace
unos pocos días nuestra alimentación dejaba mucho que desear, pero el coronel
Alfonso Ugarte Vernal, un oficial tarapaqueño que es muy acomodado, ha
dispuesto un gran banquete para jefes, oficiales y tropa. En este momento todos
estamos escribiendo.
Avíseles a las madres y a las novias de mis amigos que ellas también tienen sus
cartas; especialmente la “Ñahuirona” Clotilde a quien el “loco” Landaver le está
escribiendo un testamento. No es para menos. Él sabe que habremos de morir,
pero quiere alegrar el corazón de su novia. Lo mismo ocurre con Aníbal; le está
escribiendo una hermosa carta a su mamita; la señora Panchita.
¡Madre! Yo quiero rogarle que cuando pase lo que tenga que pasar, acompañe a la
ancianita. ¡Es tan viejecita, la pobre! También si pudiera entrevistarse con la
madre del “cholo” Fermín Eusebio, quisiera que le diga que su hijo es un hombre
extraordinario. Con su trompeta nos ha alentado y animado aquí en las trincheras.
Todos lo queremos. Tiene que ubicarla, madre. Ella es la lavandera de los Campillo
y de otros españoles más. Vive en Diputación. Finalmente, le pido con todo mi
amor que consuele a Margarita. A ella también le estoy escribiendo, pero sé que
de todas maneras va a sufrir mucho.
Usted sabe que cuando partí de allá, de nuestra tierra, le prometí que a la vuelta
de la guerra nos casaríamos. Que me perdone. Dios no ha querido depararme esa
felicidad. Ella habría sido una magnífica esposa. Pídale que me comprenda; que la
patria nos exige esta dolorosa separación. Ella sabe que la quiero con todas las
fuerzas de mi alma. Que ella es la única mujer a la que he querido en mi vida,
pero no pudo ser. Que me perdone y que sea muy feliz.
Esta noche voy a confesar, madre. Estoy esperando mi turno. Ya casi todos lo han
hecho; hasta los Candiotti… ¡Imagínese! El padre Rojas está atareado
alcanzándonos la absolución por nuestros pecados. El también será el encargado
de hacer llegar esta carta a sus manos. Madrecita mía: Estoy consciente que me
quedan muy pocas horas. Sé que, en cualquier momento, a partir de este
instante, la muerte vendrá a arrebatarme la vida que usted me ha dado. Por eso,
cuadrando mi emoción en palabras, le escribo mis últimas letras. No se imagina el
esfuerzo sobrehumano que tengo que hacer para mantener mi pulso firme. No
sabe cómo he rogado a Nuestro Señor que me dé presencia de ánimo para resistir
la angustia. ¡Despedirse es lo mismo que morir!… ¡Y yo me estoy muriendo,
madre! Sin embargo, armándome de coraje y pidiéndole a usted que haga lo
mismo, le dedico los últimos instantes de mi vida. Tengo que terminar esta carta.
Voy a ocupar mi emplazamiento de combate. Nos ha correspondido una represión
de la parte norte del morro de Arica. Allá vamos.
Mis últimas palabras son para usted, madrecita, para usted, como lo serán mis
postreros pensamientos. Tenga la seguridad que a donde vaya, la estaré
aguardando. Sólo tomaré la delantera. Estoy segura que me veré con mi padre
con quien la estaremos esperando. Le pido a usted con todo mi amor, que vaya a
la tumba de mi padre y ponga en ella, no una, sino dos flores, que serán mis
lágrimas de despedida.
Madre mía, le pido, le ruego, le imploro, que tenga mucho coraje para soportar
esta prueba que nos da el destino. Ruéguele también al Señor, porque el valor no
me abandone jamás, en esta última prueba. Usted reciba junto con mi bendición,
el último beso de su hijo moribundo. ¡Que Dios la bendiga, madre mía!…¡Viva el
Perú!.