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MAZZUCA y ZAFFORE. Del Estrago Al Síntoma

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UNA NEUROSIS EN SUSPENSO

Del estrago al síntoma

Por Marcelo Mazzuca y Carolina Zaffore

La práctica del psicoanálisis nos fuerza hacia un movimiento continuo que avanza del
caso a la teoría, retornando en espiral nuevamente sobre la experiencia.
El siguiente material clínico nos servirá para seguir interrogando algunos aspectos de las
toxicomanías ya planteados en nuestra comunidad de trabajo. En esta oportunidad, la
respuesta que el tóxico puede brindarle a un sujeto frente a la coyuntura de la elección
sexual. La hipótesis de trabajo supone a la droga taponando la estructura tanto como la
emergencia y la constitución del síntoma. La dificultad en el diagnóstico y en la
operatoria analítica son sus consecuencias más evidentes. Pretendemos entonces poner a
prueba la idea y la necesidad de interrogar la relación del tóxico como partenaire, ligada
a la función de estrago propuesta por Lacan.

1-Motivo de consulta.
Eugenia tiene 43 años y llega al servicio de adicciones del hospital luego de haber
intentado con otros tratamientos. En ese momento consumía pasta base prácticamente
todos los días y en ocasiones también marihuana y cocaína. No podía frenar el consumo,
y ese era el principal motivo de su consulta.
A esto se le sumaban otros problemas y padecimientos. Desorganizada con el dinero, le
pedía o le robaba plata al padre y la gastaba compulsivamente. No duraba en los
trabajos y se pasaba horas drogándose sola en su departamento por la “ansiedad” y el
“vacío” que sus frustraciones le provocaban. Luego de consumir aparecía el “pánico o
miedo”, los “murmullos” y los ruidos en las paredes, junto con la sensación o la idea de
que algo iba a ocurrir o alguien a aparecer, en particular la policía. Además una
conducta llamativa: se quedaba un buen rato rascándose la cara hasta lastimarse, sin
poder parar. Todo esto incrementado en el último año pero sucediéndose desde que se
separó, cuatro años antes, de su última pareja. Es ese entonces el primer episodio que
queda asociado a su sintomatología actual.
Pero todo esto, y lo que sigue, logró construirse luego de mucho esfuerzo y varias
entrevistas, y es uno de los motivos de interés para dicha presentación.

2-Presentación.
Los primeros meses de entrevistas tuvieron por función ordenar el discurso confuso de
la paciente. Eugenia, quien vive sola y está sin trabajo, se presenta de una manera tal
que al comienzo es muy difícil entender lo que dice. Cambia de tema constantemente,
sube y baja su tono de voz hasta no escucharla o soportar sus gritos, y pasa a hablar de
otra cosa sin terminar la oración o redondear la idea. Su yo y su discurso están bastante
desorganizados al igual que su imagen. Su vestimenta y el cuidado de su cuerpo
testimonian de dicho desorden. Hasta ese momento no se presentaba como una paciente
que pudiera hablar de sus cosas, menos aún como un analizante.
El analista operó entonces, al comienzo, como punto de referencia para que pueda
instaurarse algún orden posible (al principio un ordenamiento imaginario, o yoico, que
luego obtuvo en lo simbólico el punto de anclaje que permitió la producción de efectos
de sentido) si se puede decir, como un nombre-del-padre. En esta tarea colaboró el
recurso al dispositivo grupal como una herramienta más utilizada en la dirección del
tratamiento.
De todos modos, se planteaba la necesidad de establecer allí un diagnóstico diferencial,
ya que tanto los murmullos, ruidos e ideas de persecución como el lastimarse y las
características de su discurso, demandaban cierto cuidado frente al riesgo de encontrarse
con una psicosis desencadenada. El episodio con M, su última pareja, aporta los
primeros elementos para ubicar una coyuntura.

3-La historia de su consumo.


Eugenia comienza a consumir marihuana a los 15 años, momento en el cual se enferma
su abuela materna, quien era para ella una referencia importante. Con los padres
trabajando todo el día fuera de casa, era quien la cuidaba y se ocupaba de ella. A partir
de allí comienza a tener relaciones sexuales (en las que no se cuidaba). Punto de
encuentro con el goce sexual que exige del sujeto una respuesta.
A los 17 años, poco después de la muerte de su abuela, se casa “apurada” con C (“para
estar juntos más tiempo”-dice), quien fue su primer novio importante y padre de su
única hija (hoy de 25 años). Juntos consumían marihuana. Se separó a los 20 años, bajo
la circunstancia de un embarazo abortado. Fue ella quien lo dejó, aunque comenta: “me
hizo mal”. Del embarazo agrega: “moría por tenerlo, tampoco lo iba a tener sin padre”.
A los 24 años vuelve a estar en pareja, esta vez con O, con quien consumía un poco de
la cocaína que este traía de Bolivia. Vivían en la casa de una tía materna (alcohólica)
que poco tiempo antes cayó enferma y tuvo que ser internada, y que luego de
recuperarse vivió junto con ellos. Esta vez fue él quien la dejó, no sin antes abortar
nuevamente otro embarazo, el cuarto o quinto de la serie. Allí el consumo de cocaína
aumenta. Dice: “quedé enganchada hasta el día de hoy”.
Por último, su mencionada relación con M, luego de la cual se instala fuertemente el
consumo de pasta base como recurso y como padecimiento.
Lo conoció a los 38 años y lo llevó a vivir a su casa luego de un tiempo de relación en
donde el consumo y las peleas eran los factores preponderantes, ya que él estaba casado
con una prostituta, y esto ocasionaba problemas. Empezaron a vender cosas de la casa y
cayeron presos por instalar allí un negocio “trucho” y por encontrar la policía una buena
cantidad de cocaína en el departamento. Cuando quedaron en libertad volvieron a vivir
juntos por un tiempo en otra casa. Consumían todo el tiempo y era M quien entonces
padecía de la sintomatología que hoy padece nuestra paciente: el pánico persecutorio y
el rascarse el cuerpo hasta lastimarse. Eugenia empieza a preguntarse qué fue lo que la
enganchó en esa relación.
Es de esta manera como, junto a la historia de su consumo, comienza a gestarse la
posibilidad de historizar la relación a sus partenaires, relación teñida de abortos,
excesos y separaciones. Historia que la lleva a hablar sobre los abortos de su madre
(que, por otro lado, el padre propiciaba); sobre las depresiones de su mamá y el carácter
“inaguantable” de su papá; y sobre su hermana fallecida a los 2 años y medio, varios
años antes de que ella naciera.
La posibilidad de construir dicha historia despeja el problema diagnóstico y produce un
cambio en el tratamiento.

4-Un lugar en el Otro.


Eugenia comienza a faltar y a llegar tarde a las entrevistas, llama por teléfono y se
presenta mucho más arreglada. Ella advierte los cambios y las nuevas conductas pero no
les encuentra motivos. En el interín ocurren otras dos cosas interesantes que para ella
quedan sin explicación.
En primer lugar, cuenta que la noche anterior se hizo pis mientras dormía y que se
sorprendió, puesto que es algo que no le ocurre nunca. Aunque después recuerda que un
poco pasada su infancia, entre los 9 y los 11 años, se hacía pis en la cama, en una etapa
de su vida en donde tenía problemas de conducta y fue llevada al psicólogo en más de
una oportunidad. Luego se refiere a las “relaciones dependientes” que mantiene con sus
padres, con quienes dormía en la misma habitación hasta los 11 años, y solía acostarse
en la cama con ellos. Por entonces su hermana mayor, de 18 años, se casó embarazada y
fue “el escándalo de la familia”.
En segundo lugar, unas entrevistas después, comenta que por momentos sufre de “falta
de audición”, que últimamente le aparece un “zumbido en los oídos”, y recuerda que de
chica tenía problemas al respecto; tenía según ella un agujero en el tímpano. Además
agrega que su madre usa audífonos y que su padre hace tiempo que también tiene
problemas parecidos.
De este modo, parecen actualizarse en transferencia dos síntomas de la neurosis infantil,
la enuresis y la falta de audición, que permanecieron en suspenso mientras funcionaba la
droga como recurso. Recurso que, en la actualidad, se instala justo después de quedar
ella tomada por la palabra de la madre, más precisamente por su “tono de voz”. Dice:
“ganas de consumir”, “me desorganicé”; luego de “hablar dos boludeces con mi
mamá”. Dato que advierte sobre la articulación entre el consumo y la relación con la
madre.
Pero además, otras formaciones del inconsciente se van sucediendo: sueños, fallidos y
fantasías. Confunde en su discurso a su abogada con una “psicóloga”, a una amiga con
su “hermana” y al marido de su amiga con un “chorro”. Sueña con que la quieren matar
(“engancharla de un clavo en la cabeza”-dice); sueña con O, quien le da un beso en la
mejilla (“evidentemente sigo enganchada igual”-comenta). De esta manera el
significante enganchar, en su función de pivote, se produce en transferencia como
indicador de la relación al Otro. Además Eugenia cuenta que se le ocurrió la idea de un
aborto mientras se rascaba la cara, dice: “por lo de la sangre”. Surge entonces un
tratamiento metafórico sobre actos antes impulsivos: sustitución de un valor de goce por
un valor de sentido. La cantidad y la frecuencia del consumo se reducen, pero éste no
desaparece.
Todo esto en el contexto de la construcción, un tanto desordenada, de su novela
familiar, orientada hacia el punto preciso del oscuro deseo de su madre. La estructura,
hasta allí en suspenso, hace su aparición en el encuentro con el discurso analítico.

5-“Una nadita”
Eugenia cuenta que se le “pegó lo depresivo” de su madre, también su ansiedad y su
desesperación. Relaciona la ansiedad de su mamá, con su propia ansiedad por consumir
drogas, dice: “sentía su misma desesperación”.
Dice que la madre cambió a partir de la muerte de su hija, quien tenía el mismo nombre
que la madre y murió de meningitis. Cuenta que su mamá quería tener más hijos pero
que se veía obligada a abortar por decisión del padre de Eugenia. Recuerda también que
quiso suicidarse en una oportunidad.
Respecto de su hermana mayor dice que también se hizo abortos y que “recomienda
abortar”, que antes de los 6 meses no trae consecuencias porque no entra el alma en el
bebé. Comenta que con Soledad, su hija, están “los roles cambiados, madre-hija”, y que
por su comportamiento su hermana opina que ella volvió a los 15 años (en una suerte de
regresión). “Soledad empezó con las fotos de la muerta”, “está siempre entre nosotros”,
agrega.
El tema de los abortos se va convirtiendo en cuestión y se transforma en pregunta.
Habla en una entrevista sobre una discusión con su madre: “la queja constante –dice-,
con ese tonito que es mortal”, “salió el tema de los abortos”, “saltó el tema de mi
abuela”. Y agrega: “no sé si no me habrán querido abortar también”, “no sé si Soledad
no se hizo la misma pregunta”, “¿cómo llegué yo hasta acá?”, “algo debe haber con
todo eso”. El deseo de su madre comienza a ser interrogado y aparecen recuerdos de su
infancia. Se recuerda a los 10 años, en su casa, “aburrida”; a los 6 o 7 años, dice:
“quería que me abrazara mi vieja y no lo hacía”; y llora angustiada recordando el
momento en que internaron a su abuela, alrededor de sus 15 años.
Recuerda que era “vestida, comida y estudiada” por la abuela –así lo dice la paciente-
porque la madre no estaba en la casa; abriéndose de este modo la dimensión
fantasmática en la que queda ubicada como objeto frente a un Otro gozador.
Finalmente suelta un comentario: “llegué tarde”, -dice- “me siento una nadita”.

A modo de conclusión.
Creemos que el material clínico trabajado permite esclarecer la estrecha relación que
existe en este caso entre el partenaire droga y el partenaire hombre, que más que
constituirse como parejas sintomáticas del sujeto, sustituyen y toman el relevo de la
relación estragante con la madre. La identificación a una serie de personajes femeninos
(abuela, tía, hermana y amigas) acentúa en la paciente la presencia fantasmática de la
enfermedad, los abortos y la muerte; mientras se produce, en consonancia con esto
último, un largo desfile de hombres y sustancias tóxicas, que devastan y estrangulan la
posibilidad de anudar la castración a la constitución de un síntoma neurótico. El tóxico
tapona la estructura allí donde el problema sexual debe ser planteado. El dispositivo
analítico ofrece entonces la chance de pasar del estrago al síntoma.

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