Revistas PDF704
Revistas PDF704
Revistas PDF704
Edita:
ARTÍCULOS:
– La espada y la cruz. La Batalla de Muret, por don Alber-
to Raúl ESTEBAN RIBAS, Historiador ....................... 11
– La Guerra de Marruecos en una ciudad del interior:
Salamanca, de Annual al golpe de estado, por doña
María GAJATE BAJO, Investigadora Universidad de
Salamanca ........................................................................ 73
– 1808-2008: ¿Qué pasó en la defensa del Parque de Mon-
teleón?, por don José Manuel GUERRERO ACOSTA,
teniente coronel de Ingenieros, Instituto de Historia y
Cultura Militar ................................................................. 139
– ¿Cómo se arengaba al ejército según la historiografía
clásica? El caso de Amiano Marcelino, por doña María
Luisa HARTO TRUJILLO, Universidad de Extrema-
dura .................................................................................. 175
– La algarada de Cavite de enero de 1872: El primer inten-
to independentista filipino fracasa en el Fuerte de San
Felipe y en el Arsenal de Cavite, por don Manuel
ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS, investigador histórico .. 201
– Motín de los sargentos de La Granja en 1836, por don
Santos VELAZ SÁNCHEZ, Licenciado en Historia,
comandante de Artillería en la Reserva .......................... 257
RESUMEN
1 Historiador.
12 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
ABSTRACT
On September 12, 1213, in the plain of Muret, the king Pedro II of Ara-
gon, at the head of a coalition of Occitanian nobles, was defeated and died
by the crusaders forces of Simon of Monfort. Under the pretext of eradica-
tes the Cathar heresy, the crusaders ones were going more than 4 years plun-
dering the rich lands tolosains and provenzals, excelling themself in their
mission, and attacking persons and properties of Catholics, vassals of the
king of Aragon. It will be in defense of his feudal rights, and supporting a
sling he reveres for his feudal commitments, the king Pedro II improve to
defend road surface of the Occitanian reason opposite to the aggression, and
in last instance, with the mind put in the aim to create a kingdom that it was
including from the shores of the Ebro up to the Rhone, with the Pyrenees as
vertebral column. But the dreams of the monarch will meet truncated in
Muret’s nightmare: his forces, in its most inexpert, will be defeated by the
veteran forces of Monfort.
Traditionally the special characteristics of the area have given themsel-
ves a few generic explanations to the tactical development of the battle, wit-
hout bearing in mind the warlike experience of the monarch and of his prin-
cipal counselors, not, as well as the determining ones and political existing
tensions in the Hispanic-Occitanian decree on the political direction of the
war and of the tactical exposition. In this article it has tried to throw a bit of
light in the debate, contributing a plot development based on the contrasta-
ción of hypothesis, after an exhaustive analysis of sources and of facts,
using the military available information and evaluating different alternative
existing. This way, after a detailed study, there is outlined a tactical appro-
ach totally different from the traditional versions, allowing to verify as the
young man king Pedro II acted in a deeply professional and honourable way,
looking for the battle as political element of pressure to conclude the war in
favour of the Crown of Aragon.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 13
*****
Introducción
2 Las campañas militares de la cruzada albigense se pueden dividir en los siguientes períodos:
De 1209 a 1215: cruzada de la Iglesia y de Monfort; éxitos iniciales de los cruzados en Occitania, a
las órdenes de Simón de Monfort, que conquista la mayoría de los territorios meridionales. La inter-
vención de la Corona de Aragón queda anulada con la muerte del rey Pedro II en la batalla de Muret
(1213). Tras la batalla, los señores occitanos huyen del territorio, y se alcanza una paz ficticia.
De 1215-1225: reconquista del territorio occitano. El conde Raimon VII inicia junto a su padre,
Raimon VI, una exitosa campaña de reconquista de todas las posesiones perdidas. La muerte de
Monfort, durante el asedio a Tolosa (1218) hace zozobrar el liderazgo militar del bando cruzado.
De 1225-1229: intervención real francesa. El rey Luis VIII inicia una campaña de conquista del
territorio tolosano. El conde Raimon VII y el rey de Francia firman la paz en 1229, con el Tratado
de Meaux-París: una de las cláusulas del tratado establecía el matrimonio de la hija del conde, Juana
de Tolosa, con un hermano del rey, Alfonso de Poitiers, y la condición que si del matrimonio de los
anteriores no había descendencia, las tierras del condado pasarían a la corona de Francia.
De 1229-1244: represión de la Inquisición. Firmada la paz, la Inquisición actúa en territorio occi-
tano, reprimiendo cualquier actividad cátara. Ante sus abusos, se producen numerosas revueltas y
sublevaciones urbanas. En 1242 el conde Raimon VII intenta organizar la rebelión, pero la monar-
quía francesa logra imponerse. El conflicto alcanza su cenit en 1244, con la conquista de la forta-
leza de Montsegur, sacro refugio cátaro. Con la toma del último reducto cátaro, Queribus (1255),
finaliza la larga guerra. El matrimonio de Juana y Alfonso de Poitiers no tuvo descendientes; Juana
morirá en 1268, y Alfonso en 1271, por lo que el condado de Tolosa se integrará definitivamente
en el reino de Francia.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 15
3 Buena parte de la historiografía francesa, occitana y catalana explican la batalla de Muret y, por
extensión, la Cruzada albigense, como un conflicto internacional entre tres naciones, culturas y
sociedades diferentes, y cada parte sacraliza a su bando y demoniza a sus antagonistas; así, para
muchos historiadores catalanes y occitanos, los franceses significaban la invasión de hordas bár-
baras que, sedientas de riqueza y sangre, se abalanzan sobre los ricos territorios occitanos, destru-
yendo su liberal y aperturista civilización. Por ende, los historiadores franceses destacan el proce-
so natural de unificación de Francia, y como la Cruzada albigense permitió conjurar la amenaza
expansionista catalano-aragonesa.
4 Pedro aparece como un libertino, que sucumbe a los pecados de la carne, y por ello pagará en el
campo de batalla; también nos es descrito como un alocado y mal estratega que imprudentemente
se sitúa en el centro de sus tropas –en lugar de la retaguardia– y, además, con la armadura de otro
caballero, que, supuestamente, ha intercambiado tras perder una apuesta de juego.
5 La experiencia militar del rey Pedro II abarca, a parte de su período de instrucción como caballe-
ro, desde 1195 a su muerte en 1213. Su primera acción bélica fue en el verano de 1195, cuando
participó en una breve campaña militar con Alfonso VIII de Castilla, contra tierras leonesas; en
1197, Pedro II forma parte de una expedición castellana de saqueo de tierras andalusíes; pero ante
el avance de un fuerte contingente de tropas musulmanas las fuerzas combinadas cristianas se reti-
ran al castillo de Madrid, sin entrar en combate campal; en 1198 realiza una incursión en tierras
navarras, ocupando las villas de Roncal, Burgui y Aibar. Hacia diciembre de 1204 está al frente de
una expedición contra el condado de Forcalquer, en apoyo de su hermano Alfonso, conde de Pro-
venza; posteriormente, en febrero de 1205 dirige operaciones militares en la región de Albi, en la
que se apodera de varios castillos; de hecho, en julio de ese mismo año, Inocencio III escribe una
carta a sus legados en la que les indica que entreguen el castillo de Escura al rey Pedro, en agra-
decimiento por que éste lo había conquistado meses atrás a los herejes cátaros. Durante el verano
de 1206 se realiza una campaña contra el conde de Forcalquer, que había roto la tregua de paz con
Provenza. Entre junio y agosto de 1210 reúne un ejército para emprender una expedición contra
Valencia; las operaciones iniciales se centran en la toma de los castillos de Ademuz, Castellfabit y
Sertella. La acción militar que le reportó más prestigio como soldado y renombre internacional
como jefe cristiano y estratega, fue la campaña de las Navas de Tolosa: su actuación fue decisiva
en la victoria de los reinos españoles sobre los almohades, destacando un cuerpo de ballesteros
montados en el flanco de los musulmanes, con el fin de hostigar al enemigo; su ataque fue sin-
cronizado con la carga cristiana, para facilitar la ruptura de la línea.; de la actuación personal del
monarca, de su valentía y habilidad en el combate dan testimonio las crónicas de la batalla. Y a
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 17
verano de 1213, las opiniones sobre el rey Pedro deberían ser otras bien
diferentes. Desde un punto de vista político-militar, Pedro II de Aragón
aparece como un jefe guerrero experimentado y prudente, que recurre a la
guerra sólo como un último recurso, y como tal, la empleará, como diría
Clausewitz, por ser la «continuación de la política, por otros medios».
Pedro no persigue en Muret la destrucción del ejército cruzado, busca la
solución negociada al conflicto occitano; la victoria en el campo de batalla
le hubiera permitido obtener una paz duradera y afianzar su dominio en los
territorios meridionales de la antigua Galia romana. A diferencia de otros
soberanos, Pedro luchó y murió en el fragor del combate, frente a la caba-
llería más potente de Europa, transmitiéndonos la idea romántica de su
ideal caballeresco, pero cabría decir aquí que Pedro no eligió morir como
un destino determinado, ni por vanidad ni por gloria, sinó que las circuns-
tancias lo condujeron a ello; su empeño en permanecer cerca del lugar de
la acción se emmarcó en su capacidad de liderazgo, en su intento de moti-
var a sus hombres, que con su ejemplo pudieran mantener la cohesión y el
espíritu de lucha frente al enemigo. No fue, pues, un acto de búsqueda de
gloria personal, ni de reconocimiento de su valentía y heroísmo, sino un
acto de sacrificio y de valor táctico que, siglos después se puede justificar
y dignificar.
En el presente estudio se ha pretendido arrojar algo de luz sobre la bata-
lla de Muret, su significado, el por qué de la misma, cuáles fueron los
hechos relevantes que marcaron los acontecimientos, quienes fueron los
principales actores del drama y cuáles fueron los planteamientos tácticos
que decidieron el transcurso de la batalla.
Antecedentes
finales de agosto y principios de septiembre de 1213, en su itinerario hacia Tolosa, asiste a la ren-
dición de las fortalezas de la cuenca del Garona, que se rinden a su paso. Sin embargo, la rapidez
de movimientos del soberano (cruza los Pirineos entre el 28 y el 30 de agosto, y aparece en las cer-
canías de Tolosa, entre el 7 y el 9 de septiembre, según las fuentes) hace pensar que en estas accio-
nes no hubo un desarrollo bélico, y que se trató de rendiciones pactadas.
6 Para indicar la fecha de nacimiento, seguimos la obra de Antoni Rovira i Virgili, Història de Cata-
lunya. Otras fuentes indican el nacimiento de Pedro hacia 1174, 1175 o 1178; el lugar de naci-
miento también presenta dudas, puesto que tanto Jaca, Huesca y Tarragona se disputan el honor.
Respecto de la ordenación del monarca, se opta por seguir la nomenclatura general del reino de
Aragón a la hora de nombrar a sus reyes; así, Pedro II de Aragón y I de Cataluña.
18 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
7 La muerte sorprendió, a los 45 años, a Alfonso II en Perpiñán, a donde había acudido con la inten-
ción de recabar recursos para mantener su política expansionista. Como dice Ferrán Soldevila, la
muerte de Alfonso le sustraía de sus pueblos, tal y como había sucedido con su padre y con su
abuelo, en el momento que había alcanzado su madurez política y había dejado atrás los impulsos
juveniles.
8 En la asamblea de Barcelona (1198) el rey tuvo que ceder a las presiones de la nobleza de quedar
exenta del alcance de la jurisdicción de la Paz y Tregua –que permitía al soberano intervenir como
árbitro en las causas entre señores y agricultores o en las luchas entre vasallos de un mismo señor–.
Esta pretensión fue reafirmada en la siguiente asamblea de Barcelona (1200) y en la de Cervera
(1202), donde los nobles consiguieron que la Paz y Tregua se aplicase sólo en las posesiones del
rey, dejando a un lado las tierras de los nobles.
9 Según Miret y Sans, en su Itinerario, en estos primeros años el rey Pedro cuenta con la ayuda de
su madre, doña Sancha, el conde de Empúries y el vizconde de Cardona. A nivel oficial, los con-
sejeros de Aragón serán los nobles Guillem de Castellazol, Pedro Ladrón y Eximen de Luesia; para
Cataluña, los asesores son Pere, sacristán del obispado de Vic, Guillem Durfort y Guillem de la
Granada.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 19
La cuestión militar
10 Siguiendo a Miret y Sans, en su Itinerario, los consejeros de Pedro en este período son: Miguel
de Luesia, García Romeu y Ximén Cornel para los asuntos de Aragón, y Dalmau de Creixell, Gui-
llem de Cardona y el senescal Guillem Ramón de Montcada para las cuestiones de Cataluña.
11 CONTAMINE, Philippe: La guerra en la Edad Media. Pág. 86. El gran medievalista francés era
también de la opinión que el rasgo característico de la guerra feudal era la caballería pesada,
armada con lanza y espada, modelo que predominaría en todo el continente.
12 Según Lidell Hart «El espíritu militar de la caballería occidental era enemigo del arte, aunque la
estupidez gris de sus acciones se ve iluminada por algún aislado fulgor (…). Finalmente, tras unos
siglos de vacío absoluto, llegaba Oliver Cromwell, calificado como el primer gran estratega de la
época moderna». Encyclopaedia Británica. Edición 1948. A parte de suponer una extrema sim-
plificación de una historia militar que abarca mil años, merece la pena destacar la coletilla final
referida a Cromwell: el etnocentrismo de Lidell Hart le hace prescindir de las figuras de Gonza-
lo Fernández de Córdoba, Hernán Cortés, Fernando Álvarez de Toledo, Álvaro de Bazán, Alejan-
dro Farnesio, Mauricio de Nassau, Ambrossio Espínola, Albrecht von Wallenstein, Gustavo II
Adolfo de Suecia, el príncipe de Condé, el vizconde de Turena…
13 La cruzada que asoló las tierras meridionales de Francia se prolongó durante más de 40 años
(1209-1255). Durante los primeros veinte años se desarrollaron las acciones más violentas y crue-
les de la guerra, acciones centradas, desde el punto de vista militar, en operaciones de asedio y
conquista de ciudades y fortalezas, y donde solo se pueden encontrar dos acciones campales: Cas-
telnou d’Arri (1211) y Muret (1213).
20 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
17 Junto a Vegecio, podemos encontrar otros autores y libros clásicos que, formando parte de la edu-
cación medieval, podían enseñar lecciones de táctica y estrategia a los guerreros feudales:
Eneas el Táctico: Poliorcética
Flavio Josefo: La guerra de los judíos
Frontino: Stratagema
Jenofonte: Anábasis
Jordanes: Origen y gestas de los godos
Julio César: La Guerra de las Galias, La Guerra Civil
Livio: Historia
Polibio: Historias
Polieno: Estratagemas
Silio Itálico: Púnica
Suetonio: Los Doce Césares.
Salustio: La guerra de Yugurta.
22 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
Las tácticas
18 Los elementos que podían incidir en el devenir de la batalla pueden agruparse en diferentes tipos:
morales (baja moral, falta de moral de combate, estallidos de pánico o exceso de euforia, malos
presagios, complejos de superioridad, desprecio del enemigo), tácticos (cálculos equivocados,
órdenes mal expresadas o comprendidas, descoordinación, movimientos mal ejecutados o no eje-
cutados, acciones precipitadas, ausencia de órdenes), de información (informaciones erróneas,
rumores inquietantes, traiciones e infidelidades) y de instrucción (contingentes sin preparación o
desorganizados, armamento inadecuado, actos de indisciplina).
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 23
19 Durante los siglos VII-X los caballeros no estaban intrínsecamente asociados a una determinada
élite social, sino que el término sólo hacían referencia a su condición de guerreros profesionales.
Con el desmoronamiento del imperio carolingio y la extensión del feudalismo, sólo aquellos que
posean un feudo y recursos podrán mantener un armamento de caballero, por lo que, de manera
casi natural, el término irá asociándose ya a una determinada clase social.
24 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
20 Durante buena parte de la etapa plenomedieval se mantuvo la idea que cien caballeros tenían un
valor equivalente al de 1.000 infantes.
21 En la Crónica dels Feits del rey Jaime I, cuando narra el asalto a las murallas de Valencia, se rela-
cionan las hazañas de los cuatro primeros caballeros que entran en la ciudad. La crónica no hace
mención que varias decenas de infantes ya estaban combatiendo dentro de sus calles.
22 Napoleón, por su parte, consideraba esencial la destrucción de las fuerzas enemigas, y la con-
quista inmediata de sus centros políticos. De igual manera pensaba y actuaba Ulysses S. Grant en
la Guerra Civil americana.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 25
23 En las Cruzadas, los arqueros turcos hicieron de las monturas de los caballeros cruzados uno de
sus principales objetivos; esto provocó que muchos de los jinetes cristianos combatiesen a lomos
de mulas o a pie. Durante la II cruzada (1144-1150), el cronista Guillermo de Tiro describía la
táctica de los caballeros germánicos de combatir a pie en los momentos de crisis, aumentando así
la determinación de combatir de los soldados de infantería, además de proporcionar protección
acorazada frente a las descargas de los arqueros enemigos.
24 Las crónicas sobre las Cruzadas son tremendamente vívidas al relatar las tácticas de los guerre-
ros musulmanes frente a los pesados caballeros francos: acoso constante mediante el empleo de
arqueros montados, provocaciones de la caballería ligera, con la idea de provocar una carga intem-
pestiva de los cruzados, para que éstos abrieran sus formaciones. Si la fuerza cristiana perdía su
cohesión y se disgregaba en pequeños grupos, los musulmanes podían batirlos individualmente.
25 No hay que olvidar el tremendo efecto psicológico que tenía entre la infantería la visión del avan-
ce al galope de una carga de caballeros y esperar con ansiedad el inminente choque de la caba-
llería pesada.
26 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
26 Las fuerzas de infantería derrotaron a los caballeros en las batallas de Manzikert (1177), Ban-
nockburn (1314), Crecy (1346), Agincourt (1415). En la batalla del lago Copais (1313) los almo-
gávares derrotaron y aniquilaron a los caballeros francos; el impacto de su victoria les permitió
conquistar buena parte de Grecia y asegurar el dominio aragonés de esos territorios durante 80
años.
27 La infantería, para protegerse de estas cargas de caballería, solía poner delante de sus líneas cuer-
das embreadas tensadas, que, en teoría, detenían el primer choque, y con las lanzas clavadas en el
suelo con la punta hacia el enemigo. Los infantes podían combatir presentando un muro (una línea
de combatientes formando una sólida muralla de escudos), una muela (cuando la infantería se dis-
ponía en círculo) o un corral (posición defensiva en forma de cuadrado, reforzado por cuerdas o
cadenas delante de los infantes, que clavan sus lanzas en el suelo con la punta hacia el enemigo).
Son famosos los ejemplos de fuerzas de infantería disciplinada que se opuso con éxito a cargas
de caballería: los piqueros suizos, los ballesteros genoveses, los arqueros ingleses o los lansque-
netes alemanes.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 27
28 Los conrois franceses podían consistir en agrupaciones en múltiplos de cinco, en grupos de hasta
25 y 50 jinetes.
29 La nueva montura de pico elevado y largos estribos, en la que los caballeros prácticamente iban
montados de pie, era un elemento básico de la carga con lanza en ristre, pero también significa-
ba que si el caballero era desmontado, le era sumamente difícil volver a montar en el fragor de la
batalla: sus compañeros del conrois se agruparían a su alrededor protegiéndole hasta que estuviera
de nuevo seguro en lo alto de su montura.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 29
30 La batalla, en situación de marcha, formaba de frente en tres líneas sucesivas, de unos efectivos
nominales de unos cincuenta caballeros por línea. Esta formación se adaptaba en las formaciones
en columna. Los sargentos, escuderos y ballesteros a caballo podían formar en los flancos y reta-
guardia de cada batalla, estableciendo una pantalla de protección.
30 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
31 A diferencia del choque entre masas de caballería pesada, donde el objetivo es llegar al contacto
con el enemigo para destruirlo, uno de los objetivos de la carga contra unidades de infantería es
la intimidación de éstas, para que huyan del campo de batalla: si se lograba que una parte de la
línea de defensa cediese, toda la fuerza enemiga quedaría debilitada. Si se mantenía ejerciendo la
presión, con sucesivas cargas, que se introdujeran dentro de la brecha abierta, se lograría que el
ejército contrario huyera –como en la batalla de Civitate (18 de junio de 1053), entre los nor-
mandos y las fuerzas combinadas imperiales y papales–.
32 Con la proliferación de fuerzas de peones disciplinados, hombres de armas de infantería,se inició el
declive de la caballería. La sofisticación de las armaduras de los caballeros –siglos XIV-XVI– no
fueron más que un vano intento de mantener el prestigio militar y social de la élite, pero que a la
larga, no pudo evitar que la infantería recuperase el prestigio perdido tras Andrianópolis (378 d.C).
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 31
más que el reflejo de su posición social. Así, los nobles caballeros mantení-
an unos lazos de afectividad mucho más fuertes con los caballeros enemi-
gos que no con sus propios infantes; así, un noble, aunque enemigo, era un
igual al que se debía de honrar y tratar con respeto –y por el que, no hay que
olvidarlo, se podía pedir un rescate, si se le mantenía con vida–; en cambio,
un infante pertenecía a otra clase social, era un súbdito del que se servía y
del que se podía prescindir. Es por ello que cuando los infantes contempla-
ban cómo los caballeros enemigos se avalanzaban sobre ellos, una mezcla
de miedo y rencor social les invadía. Si los caballeros penetraban en las filas
de los peones, rara vez éstos podían volver a la cohesión y la línea de defen-
sa se rompía: como en Muret, la infantería desorganizada servía de carnaza
para una masacre. Sin embargo, si los infantes poseían la suficiente tem-
planza como para resistir la carga enemiga, los caballeros, desorientados
por el rechazo, descabalgados, eran fácil presa para los peones, que volca-
ban todo su rabia sobre los nobles33.
Merece especial comentario el singular papel de los Guardias, o escol-
ta personal de los monarcas. Los reinos germánicos heredaron de la tradi-
ción imperial romana el concepto de Guardia, de tal manera que el sobera-
no tuviera a su disposición una fuerza permanente, disciplinada y leal, que
a todos los efectos, le sirviera tanto como de fuerza de choque, elemento
vertebrador de un ejército o simplemente como tropa que le garantizase su
poder sobre el resto de nobles. Así, por su modo de vida y su continuidad
en el servicio de armas, se les puede suponer un alto grado de disciplina,
entrenamiento, motivación e incluso especialización, que les conferiría un
estatus de élite respecto de las otras fuerzas. A lo largo de la Edad Media
los ejemplos de fuerzas o guardias reales son constantes: los fideles de los
visigodos, los armati merovingios, los scara carolingios, los housecarls
escandinavos, la familia regis anglonormanda, etc.
Los monarcas de la Corona de Aragón contaban con una guardia perso-
nal, la Mesnada Real, formada por una treintena de caballeros selectos,
todos ellos caballeros aragoneses, con la misión de proteger al soberano. La
mesnada real era una institución militar aragonesa integrada fundamental-
mente por miembros no primogénitos de las casas nobiliarias de los baro-
nes o ricoshombres, así como infanzones que se entregaban a la Casa Real,
para su cuidado y formación. Cuando el rey convoca a los nobles para la
guerra, llama a sus mesnaderos, diferenciándolos claramente de los ricos-
hombres aragoneses y catalanes o de las mesnadas concejiles. La mesnada
33 Ejemplos de esta brutalidad especial del campo de batalla las encontramos en la batalla del lago
Copais (1313) y en Bannockburn (1314).
32 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
real, al igual que la del rey de Castilla, era mantenida directamente por el
monarca –de ahí las constantes necesidades financieras del rey Pedro, espe-
cialmente en la campaña de las Navas y en la expedición de Muret–; la
hueste real llevaba los colores del soberano en el campo de batalla, y for-
maba alrededor del Alferez Real, cargo designado personalmente por el rey.
Los miembros de la Mesnada real no solían pertenecer a las familias de la
gran nobleza aragonesa (comúnmente denominada las Doce Casas –las
familias Cornel, Luna, Azagra, Urrea, Alagón, Romeo, Foces, Entenza,
Lizana, Ayerbe, Híjar y Castro–); eran miembros de unos linajes engrande-
cidos por los soberanos, por su especial atención a la monarquía, por su leal-
tad de mayor antigüedad o por haber tomado partida por el rey en momen-
tos complicados y que eran premiados con motivos reales en su heráldica.
En Muret, la mayoría de los miembros de la guardia real aragonesa murió
alrededor de su rey.
34 Es de sobra conocida la tradicional costumbre griega de sobrevalorar las fuerzas persas en las
Guerras Médicas y en las campañas de Alejandro Magno. De igual modo, las cifras aportadas por
Julio César en su crónica de la guerra de las Galias parece a todas luces, exageradas. El tamaño
de los ejércitos bárbaros, germánicos, partos y sasánidas, frente a los romanos, también parecen
desproporcionados.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 33
38 En la batalla de Bouvines (1214), los franceses derrotaron a las tropas anglo-imperiales, con un
ejército entre 1.000 y 1.200 caballeros, unos 2.000-2.500 guerreros a caballo y alrededor de
10.000 soldados.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 35
39 Los ejércitos medievales de esta época constituían una variopinta hueste, formada por comba-
tientes y no combatientes (servidores, mercaderes, tahures, prostitutas, etc.), sin una estructura
administrativa –mínimamente eficiente, a menos– o financiera, sin entrenamientos colectivos, a
nivel de todo el ejército.
40 Se ha cuestionado el papel de estas tropas del rey Pedro, afirmando que se trataba de mercenarios
–llamados en el lenguaje de la época ribalds, routiers o brabançons–. Lo cierto es que se trataban
de tropas feudales reclutadas a sueldo para evitar el inconveniente del licenciamiento después del
período de servicio. De la misma manera que los cruzados tenían la limitación del servicio de 40
días, los contingentes feudales servían a su soberano bajo determinadas condiciones; desde el
momento que aceptaban la contraprestación monetaria, estos condicionantes desaparecían. Es de
comentar, pues, la previsión del rey Pedro, que quizás temiendo una campaña larga y ardua, pla-
nificó la estructura y composición de su ejército a tal fin, porfiando la posible retirada de las tro-
pas que hubiesen expirado su servicio feudal.
36 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
La batalla
41 El rey Conquistador narra escuetamente la batalla de Muret, sin detenerse en explicar las razones
de su padre para librar aquella batalla –en la que tanto se jugaba la dinastía–, y sin narrar os acon-
tecimientos previos a la batalla. El monarca atribuye la derrota a dos causas: por un lado, la excu-
sa religiosa –el pecado–, por el otro, la militar –la desorganización–. Así, en el terreno moral, las
críticas vertidas sobre su padre se centraban en el no cumplimiento de las ceremonias previas al
combate –castidad y celebración de la misa–, y no tanto por una supuesta lujuria –que el rey Jaime
apenas menciona–. El otro error del soberano residía en no haberse sabido imponer a sus súbdi-
tos, no haberles marcado una estricta línea de obediencia, en la que la figura del monarca preva-
lece y hace de eje de cualquier decisión de poder: la natura de armas se traduce en obedecer al
rey, siempre y por encima de cualquier circunstancia.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 37
mente practicables: el río Loja no era tan caudaloso, tenía una anchura
media de unos 10 metros, y con unas escarpaduras de unos 3-5 metros. Una
vez cruzado, y a poniente de la ciudad nueva se abría una faja de tierra de
unos trescientos metros, entre el río Loja y el Garona, espacio suficiente
para la maniobra de la infantería y los trabajos de asedio. Por el contrario,
en esa zona, las defensas de Muret contaban con una sólida muralla, con
varias torres y un amplio foso.
En la batalla de Muret los bandos enfrentados consistieron en una
coalición de fuerzas hispano-occitanas contra fuerzas de voluntarios cru-
zados. La coalición estaba formada por la Corona de Aragón, el condado
de Tolosa y los principales nobles feudales transpirenáicos, que se encon-
traban ligados a los dos primeros por razones feudo-vasalláticas. Los
Muret en la actualidad; la señal indica el lugar de salida de las fuerzas cruzadas, el círculo
el campo de batalla, y el rectángulo el lugar del campamento hispano-occitano.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 39
42 La controversia sobre el tamaño de los ejércitos se sigue planteando hasta fechas todavía recien-
tes; en su libro Batallas decisivas de la Historia de España, Juan Carlos Losada menciona las
siguientes cifras: 42.000 hombres para el ejército hispano-occitano y 7.000 para los cruzados.
Otros historiadores, como Xavier Escura en su libro Els mites de Muret i Montsegur, aportan
cifras también muy elevadas respecto de los efectivos tolosanos: el conde de Tolosa dispondría de
3.000 caballeros, y más de 20.000 hombres de infantería; teniendo en cuenta las fuerzas disponi-
bles por otros países (Francia, Inglaterra, Sacro Imperio), puede parecer excesivo que los tolosa-
nos hubiesen podido reunir tantas fuerzas. No hay que olvidar que los cronistas medievales no
hacían fe de la cifra objetiva de los ejércitos, sino que tan solo querían poner de manifiesto la
ingente cantidad de personas aglutinadas en aquel ejército. Es por ello que creer como exacta una
cifra que tan solo intenta reflejar una idea, un concepto de magnitud, parece ejercicio casi qui-
mérico. Las fuerzas efectivas medievales eran los «peones», soldados armados, bien con espada
y escudo, lanza y escudo, o con largas picas, auxiliados por ballesteros y en menor medida, por
arqueros –excepto en Inglaterra–. Pero no hay que olvidar que junto a estos contingentes de hom-
bres de armas –ya fuesen mercenarios o huestes permanentes– encontramos soldados no profe-
sionales, milicias ciudadanas, levas de siervos provistos de armas de fortuna, que se encuadraban
en los ejércitos feudales con mayor o menor entusiasmo. Y junto a ellos, la pléyade de sirvientes,
siervos, mercaderes, etc. que acompañaban a los ejércitos en sus desplazamientos. Es por ello que
las cifras comentadas en las crónicas, de no ser examinadas en profundidad, pueden conducir a
erróneas interpretaciones y conclusiones: frecuentemente los cronistas destacaban la cifra total de
personas que viajaban en un ejército, pero no atendían a clasificarlos, identificando específica-
mente los soldados de todos aquellos no combatientes; no hay que olvidar que la profunda estra-
tificación social existente en la Edad Media, que creaba un auténtico abismo social e ideológico
entre la casta nobiliaria y la religiosa, separándolas del pueblo llano, del vulgo, de aquellos que
formaban una masa anónima, tenía también su reflejo en la literatura: los datos sobre caballeros
pueden llegar a ser exactos, pero las cifras del «resto», incluyendo tanto soldados como acompa-
ñantes civiles, no tendrían un valor objetivo, sino tan solo intentarían transmitir una realidad, una
idea de una fuerza numerosa, de una muchedumbre a las órdenes de los nobles. Además, si hicié-
ramos caso de aquellos que afirman que las fuerzas de infantería tolosana eran más de 15.000 sol-
dados, puede surgirnos la siguiente pregunta: ¿por qué ahora, después de 4 años de guerra, con
un territorio circunscrito solo a la ciudad de Tolosa y a Montauban, pudo el conde Raimon reunir
tan imponente ejército? ¿Cómo se podría haber alimentado esa masa humana si los alrededores
de Tolosa estaban devastados? ¿Podía reunir el condado de Tolosa tan ingente fuerza, cuando el
todo el Imperio alemán, en la batalla de Bouvines, al año siguiente, no pudo reunir más de la
mitad de esa cifra?
40 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
43 Las fuerzas disponibles por el rey Pedro son un elemento más de discordia entre las fuentes. Estas
cifras son las aportadas por F.X. Hernández en su obra Història Militar de Catalunya. Podría pare-
cer temerario que el rey Pedro hubiese iniciado la expedición sólo con hombres a caballo, sin con-
tar con el apoyo de infantería, pero hay que tener en cuenta que en aquellos momentos el monar-
ca conocía la situación delicada en la que se encontraba Monfort, y que la urgencia para actuar
era extrema; por ello era necesario iniciar una marcha veloz, que solo podría lograrse si se conta-
ba con fuerzas de caballería. Además, los informes que recibía el rey le indicaban que la masa de
infantería de los meridionales, a pesar de su inexperiencia, contaba con una entidad suficiente
para, de alguna o de otra manera, ser de utilidad para el desarrollo de la campaña.
44 Estas cifras deben considerarse siempre en una dimensión a la baja. No hay que olvidar que, junto
a las dificultades en las que se encontraba el condado de Tolosa, hay que añadir las propias limi-
taciones demográficas y logísticas de la época. Así, por ejemplo, el conde Guillermo el Conquis-
tador sólo pudo reunir, para su campaña de conquista del trono de Inglaterra, una fuerza máxima
de unos 14.000 hombres, de los cuales unos 10.000 fueron infantes; el emperador Federico Bar-
barroja, en sus campañas italianas –y en el apogeo de su poder– pudo reunir un ejército de una
fuerza máxima de 15.000 hombres, un tercio de los cuales serían de caballería. Para la expedición
contra la Corona de Aragón, en 1285, el rey francés Felipe III contó con un ejército de unos 8.000
hombres, de los cuales 1.500 eran caballeros y escuderos. Todas estas fuerzas solo podían ser ope-
rativas durante un período muy limitado de tiempo, consumiendo una gran cantidad de abasteci-
mientos, forzando al límite los recursos de los territorios en los que operaban.
45 ROVIRA I VIRGILI, Antoni. Història de Catalunya. (Vol IV). La Gran Enciclopedia Vasca. Bil-
bao, 1977 Pág. 485.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 41
46 Los efectivos cruzados no provenían únicamente del territorio real francés, de Flandes o el Impe-
rio; ya que junto a ellos aparecen guerreros occitanos, como Balduino de Tolosa –hermano del
conde Raimon VI de Tolosa–, que aleccionados por la cruzada, unen sus armas y destinos al de
Monfort. Diferentes fueron los motivos que les llevaron a tomar las armas contra sus vecinos: fer-
viente y sincera devoción católica, búsqueda de beneficios personales, venganzas, rencores y
ultrajes pasados, etc. Frecuentemente olvidados, tratados simplemente como traidores, su apoyo
al bando cruzado no haría más que mostrar la inestabilidad política y social que imperaba en Occi-
tania antes y durante la cruzada. Definitivamente, la idílica sociedad trovadoresca, galante y pací-
fica, imaginada e idealizada, no se correspondería con la cruda realidad.
42 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
hazaña de los cruzados, hasta alcanzar un simbolismo cuasi divino; por ello
las fuentes habrían mantenido sus cifras expresamente a la baja. A pesar de
su inferioridad numérica, Simón de Monfort era consciente que sus tropas
tenían mayor experiencia de combate que sus oponentes. No en vano, el
núcleo principal de sus fuerzas residía en las tropas veteranas de la campa-
ña de 1209, en aquellos voluntarios que habían permanecido con él desde
los primeros días de la lucha, que preferían la nueva vida de riquezas –y
muerte– en tierras occitanas; muchos ellos, además, poseían la experiencia
bélica previa de la guerra en Tierra Santa y de la guerra de Normandía. Pero
Monfort, profundo devoto y experto conocedor de la mentalidad de su tiem-
po, tampoco descuidó la moral de sus guerreros: convocó a los obispos de
Tolosa, Carcassona, Nîmes, Uzes, Lodéve, Agde y Besiers, a los abades de
Clairac, Vilamagna y Saint-Thibéry y al legado Arnau Amalric, con la inten-
ción que les acompañaran en la expedición. Monfort sabía que de aquella
campaña sólo podía salir un vencedor, y estaba dispuesto a contar con la
ayuda divina.
El 10 de septiembre, el ejército aliado llegaba delante de las murallas de
Muret, protegida sólo por treinta caballeros y sarjeants cruzados y una fuer-
za pequeña de peones. Monfort, que se encontraba estratégicamente situa-
do en la villa de Fanjaux, a la espera de las noticias de la invasión –cir-
cunstancia que temía desde hacia varias semanas–, se pone en marcha con
sus fuerzas para ir a socorrer a la guarnición A lo largo de todo el día los
cruzados cabalgan para recorrer la distancia de 60 Km que separa Fanjaux
de Muret; al atardecer, Monfort y los suyos llegan a Saverdun. La intención
original de Monfort era cabalgar toda la noche para cubrir los 35 Km que
separan las dos ciudades, y llegar a Muret antes del alba, pero los obispos
que lo acompañaban, agotados por la dura jornada, querían descansar; la
tropa, también exhausta, se sumó a esa petición. Monfort, según Pierre des
Vaux de Cernay, consciente de las necesidades de su ejército, accedió.
Al día siguiente Monfort y sus tropas entraron en la ciudad asediada.
Para los cruzados, aquello podía significar un alivio momentáneo, pero
visto en perspectiva, no se trataba más que de una ratonera ideada por el rey
Pedro; dentro de la villa, Monfort evaluó la situación: sus tropas sumaban
unos 800 jinetes y alrededor de 700 soldados de infantería, y los víveres
escaseaban. Para un experto jefe militar como él no podía pasar desaperci-
bido que no se podría soportar un asedio; la encrucijada tenía dos únicos
caminos: combatir al día siguiente, contra un ejército muy superior, o el
deshonor de una retirada. Simón de Monfort, tras conversar con sus oficia-
les y con sus curtidos veteranos, se reunió con los legados, solicitándoles
permiso para entablar batalla al día siguiente. Los eclesiásticos se pronun-
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 43
47 Son constantes las referencias de las fuentes a las comparaciones y contraposiciones entre las acti-
tudes de los dos jefes: mientras Simón de Monfort pasaba la noche en vela junto a su confesor, el
rey Pedro yacía con una cortesana y sucumbía a los pecados de la carne. Más allá de la interpre-
tación anecdótica de los hechos reales, se manifiesta una voluntad unívoca de mostrar que Dios
solo se podía poner de parte de los cruzados.
48 Era costumbre que el jefe de un ejército, en un consejo de guerra, tras su exposición del plantea-
miento táctico a seguir, ofreciese la palabra a todo aquel oficial y noble que estuviese presente: a
pesar de la jerarquía, en estas reuniones reinaba una relativa transparencia, primando la sinceri-
dad y fundamentación de las opiniones, por encima de estatus y relaciones vasalláticas.
44 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
49 En esta época, el conde Raimon VII –presente en Muret– es el jefe de la resistencia contra el
dominio real francés, que a partir de 1225 había intervenido militarmente en el conflicto. Las
actuaciones de Raimon VII fueron mucho más enérgicas y activas que las de su padre, pero no por
ello los cronistas tenían que desmerecer o minusvalorar la actuación del anciano conde; sin lugar
a dudas, mientras se narraban los hechos, el papel del conde de Tolosa en Muret se maquilló para
reflejar una imagen política adecuada, si bien alejada de la realidad.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 45
miten lo anecdótico: la disputa entre los dos líderes. El rey Pedro, al recha-
zar de plano la propuesta del conde Raimon, sólo logra enemistarse con él:
Raimon se retirará a su tienda, de las crónicas se desprende que apenas par-
ticipó en los acontecimientos posteriores de la batalla. El alférez real,
Miguel de Luesia, lanzó un furibundo ataque verbal al conde de Tolosa50
que, lejos de corresponderse a un exaltado ideal caballeresco, podrían res-
ponder al recelo que él mismo como caballero, el rey Pedro y los suyos
mantenían respecto de los tolosanos:
a) Durante generaciones habían sido los tradicionales enemigos de la
Casa de Aragón en la pugna por la supremacía en esas tierras meri-
dionales, y que sólo ahora, bajo la extrema presión de los cruzados,
habían accedido a la pleitesía y protección de Aragón51.
b) La estrategia dubitativa y contemporizadora de los condes de Tolosa
frente a la agresión de la Cruzada; en un primer momento, el conde
Raimon intentó unirse a los cruzados y desviar el ataque hacia el viz-
condado de los Trencavell, súbditos de Pedro II; posteriormente, sus
reiterados intentos de llegar a una solución negociada y evitar la con-
quista de sus tierras. Pero además, todos los meridionales y los cata-
lano-aragoneses conocían perfectamente la actitud que había mos-
trado el conde en la batalla de Castelnou d’Arri, cuando el conde de
Foix se alzaba con la victoria frente a Monfort, lejos de apoyarle,
guardó una postura defensiva que permitió a los cruzados contraata-
car y alzarse con la victoria.
c) El conde de Tolosa usaba su condición de noble para imponer su
consejo por encima de la veteranía de guerreros experimentados. En
aquella época no existía una cadena de mando permanente y el ejer-
cicio del liderazgo de una hueste medieval frecuentemente no prove-
nía de la experiencia de combate si no del linaje, pero se aceptaba la
voz de los jefes militares curtidos, aunque no perteneciesen a gran-
des casas nobiliarias; la propuesta de Raimon VI chocaba de plano
50 Luesia reprobaría al conde Raimon la oportunidad y calidad de sus consejos en cuestiones mili-
tares, cuando el conde no había sabido conservar ninguno de sus dominios ante las fuerzas cru-
zadas.
51 La Gran Guerra Meridional (1112-1190) significó una herida abierta en las tierras occitanas, una
lucha constante que impidió cohesionar el territorio alrededor de un poder estable y fuerte. Los
tolosanos nunca pudieron llevar la iniciativa estratégica; sus compromisos internacionales (Fran-
cia, Tierra Santa), sus delicadas finanzas y sus díscolos vasallos les impidieron poder actuar como
el revulsivo de la unidad occitana. El colapso tolosano pudo llegar en 1159, cuando fuerzas cata-
lana-aragonesas avanzaron sobre Tolosa; sólo con la ayuda francesa el conde Raimon V pudo
mantener su feudo y conjurar el peligro. Tal y como indica Alvira Cabrer, los tolosanos nunca
enviaron fuerzas más allá de los Pirineos.
46 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
con las ideas del rey, pero éste no podía manifestarse abiertamente
contra los consejos de su recién aliado, por lo que, en boca de su
amigo de Luesia, exponía la postura de los que contaban con la expe-
riencia adquirida en los últimos años junto a Pedro, y especialmente
con el recuerdo de la jornada de las Navas. Así, frente a la opinión
del tolosano, de resguardarse tras los parapetos del campamento,
Luesia aspiraba a sacar todo el partido de la superioridad táctica de
los meridionales en una batalla campal, que indudablemente se ofre-
cía difícil, pero no imposible.
Y a pesar de todo ello, la táctica de Raimon VI de Tolosa ha sido valo-
rada positivamente por los historiadores –tanto por los coetáneos del
momento como por nuestros contemporáneos– y es calificada como bri-
llante. Soldevila va más allá y argumenta que la mentalidad burguesa y culta
del conde de Tolosa se pone de relieve con esta táctica y, de hecho, de seguir
sus consejos, la batalla –y por ende, la guerra, la cruzada y el destino de
Occitania y Cataluña– hubieran sido totalmente diferentes.
Esta apreciación no puede ser aceptada tácticamente; en primer lugar,
resulta ilógico pensar que el pensamiento burgués y mercantil de los meri-
dionales pudiera crear y materializarse en una doctrina militar superior a
la de los caballeros –del norte o de más allá de los Pirineos–, curtidos en
años de experiencia en los campos de batalla de Normandía, Aquitania,
Flandes y Tierra Santa; en segundo lugar, el repliegue hacia el campa-
mento aliado otorgaba a Simón la iniciativa táctica –y estratégica– de la
campaña de 1213; en tercer lugar, no permitía una conclusión de la gue-
rra, y posponía la resolución del conflicto, con el riesgo de la intervención
oficial francesa.
Como prueba de la limitada capacidad táctica del conde tolosano encon-
tramos el hecho de basar, justamente, su estrategia de batalla en la suposi-
ción que Monfort se lanzaría al ataque sobre el campamento aliado –que,
recordemos, albergaba a una fuerza de unos 10.000 soldados–, en lugar de
plantear una batalla campal o retirarse. Imaginar que el líder cruzado lan-
zaría su escaso millar de hombres, contra una fuerza diez veces superior,
con todas las vías de salida constantemente vigiladas, en campo abierto, tras
vadear un caudaloso río, puede resultar un ejercicio de fe, más que de la
razón. De hecho, el propio Monfort decía que si no podía atraer al enemigo
fuera de sus tiendas, tendrían que retirarse. Se pone, pues, de relieve, que la
táctica de Tolosa era totalmente errónea, aunque muchos en la actualidad
crean justo lo contrario. Salve decir que, salvo en pocas excepciones, una
defensa exclusivamente estática nunca puede conceder la victoria a un ejér-
cito: la línea Maginot, la muralla del Atlántico, la línea Sigfrido, las barre-
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 47
ras de arena en el Canal de Suez, las defensas del desierto en la Guerra del
Golfo, etc. son ejemplos de defensas «inexpugnables» que fueron rebasadas
y conquistadas. Este razonamiento, pues, tan alejado no ya de los ideales
caballerescos que podía hacer gala el rey Pedro II, sino de las más elemen-
tales consideraciones tácticas –que sí habían sido consideradas por el
monarca– revela la causa por la cual la guerra había sido, hasta aquel
momento, tan desfavorable para el bando occitano: sin un liderazgo fuerte,
respetado y experimentado en cuestiones políticas y militares, los meridio-
nales habían sido derrotados uno a uno por un ejército inferior en número.
Además, el conde de Tolosa pretendía el uso de la ballesta para contra-
rrestar una carga de caballeros cruzados. Hay que tener en cuenta que el
empleo de la ballesta estaba repudiado por los usos militares de la época, al
menos en teoría: la ballesta era considerada un artefacto para cobardes.
Según el estricto código de honor de los caballeros medievales, las armas
«nobles» eran la lanza, la espada, el hacha, la maza y la daga, armas de
honor, directas y personales.
Pero el empleo de armas arrojadizas era considerado como un acto vil,
propio de los peones. Es por ello que la aristocracia sentía un profundo des-
precio –y terror52– por el arma propulsada a distancia, puesto que el impac-
to del virote de la ballesta traspasaba las cotas de malla.
Para un noble, entrenado desde la infancia en el arte de la guerra, pro-
tegido con un costosísimo armamento defensivo, era intolerable la posibili-
dad de ser vencido o muerto no por un igual sino por un plebeyo escasa-
mente adiestrado, cobarde por definición53 y desde una distancia tal que era
imposible la mera defensa. La muerte acechaba ahora no en el campo de
batalla, en un combate singular, sino en cualquier escaramuza, al doblar un
recodo del camino, una muerte anónima, sin gloria. Este tipo de muerte, sin
gloria, rompía la concepción moral de la época, y podía alterar el orden
social establecido; es por ello que el II concilio de Letrán (1139) prohibió
el empleo de la destreza mortífera de arqueros y ballesteros pero, eso sí,
sólo contra otros cristianos. Paradójicamente, y en aras a una mayor efecti-
vidad militar, estas prohibiciones eclesiásticas serían ignoradas desde un
principio por buena parte de los nobles feudales.
52 Para la nobleza cristiana y para la Iglesia de Roma la ballesta fue un arma despreciada cuando no
maldita, no en vano una de sus representaciones más antiguas en la iconografía era en manos de
un demonio.
53 De hecho, mientras que un caballero capturado era normalmente respetado por sus pares, por soli-
daridad de clase y para conseguir un rescate, los arqueros y ballesteros eran masacrados como
asunto de rutina e incluso los nobles de un ejército podían aplastar con los cascos de su caballo a
sus propios ballesteros si se interponían en su camino.
48 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
Es por ello que, dentro del contexto de aquellos momentos, plantear una
batalla en base al empleo de la ballesta, en manos de fuerzas «herejes» con-
tra caballeros cruzados, además de estar parapetados detrás de fortificacio-
nes, en lugar de entablar batalla campal, representaba una afrenta, no solo
para el código de honor y moral de los caballeros, sino que iba más allá, y
cualquier victoria así obtenida no podía esperar la aprobación ni el presti-
gio necesario como para ser determinante en el conflicto ni a escala inter-
nacional.
Sin duda, la postura de Raimon de Tolosa podría corresponder más a la
apreciación de las debilidades de su caballería y de la escasa preparación y
armamento de las milicias y peones tolosanos que les acompañaban. Es por
ello que el conde buscara la protección del campamento, no tanto por un
concepción táctica más avanzada, si no por el hecho de no sucumbir en una
batalla trascendental, sin las debidas garantías de victoria. Es desde este
razonamiento que la posición de Raimon VI se podría considerar como
aceptable.
Existen, pues, dos claras visiones del conflicto: el conde Raimon cree
que venciendo a Monfort en combate, la guerra se resolverá favorablemen-
te y la situación internacional podrá volver al status quo existente en 1209.
Por su parte, el rey Pedro confía en que la derrota de Monfort, en batalla
campal, sirva para que los legados y Roma accedan a resolver el conflicto
de manera negociada.
Una estratagema defensiva quizás habría dado la victoria en Muret54,
pero no habría significado el fin de la guerra –si al menos, de la campaña
de 1213–. El Papa Inocencio III habría redoblado esfuerzos y Francia podría
intervenir directamente –si se prescinde de la amenaza que sufría la monar-
quía francesa, también en aquellos momentos, provenientes del Imperio y
de Inglaterra, sucesos que alcanzarían su cénit en 1214, con la batalla de
Bouvines–.
Tras el incidente con el conde, el monarca acuerda con sus barones
levantar la reunión, y los guerreros se preparan para el combate. Finalizado
el consejo de guerra, las crónicas retoman la acción del combate: fuerzas de
infantería meridionales avanzan hacia las murallas, y toman la parte nueva
de la ciudad. En el bando cruzado hay enorme preocupación ante el avance
54 Con la opción de la defensa estática se prescinde de tres hipótesis principales que surgen ante tal
circunstancia: en primer lugar, Simón de Monfort podía haber abandonado Muret y no presentar
batalla, con lo cual la guerra hubiera continuado; en segundo lugar, Monfort podía atacar el cam-
pamento, salir con vida y obtener nuevos refuerzos y continuar la guerra; en último planteamien-
to, y simplificando otros escenarios, los cruzados podían haber arrollado el campamento aliado y
alzarse con la victoria.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 49
occitano: los prelados esperan todavía que el rey Pedro escuche sus súplicas
y no prosiga el combate, y es por ello que se niegan a autorizar el combate
hasta que no se conociesen las nuevas del rey. Pero Monfort, al igual que
Pedro II, sabe que se trata del combate definitivo, y así plantea a los lega-
dos la necesidad de entablar batalla, ante la contundencia de los asaltos de
la infantería enemiga a las murallas de la ciudad. Los obispos ceden.
En una reunión con sus lugartenientes, Monfort expone su plan de bata-
lla, meditado tras horas de estudio de la situación; la valoración de la situa-
ción que hace el jefe de los cruzados expresa la necesidad de arriesgarse a
una batalla en campo abierto, o sino, serán aniquilados. Monfort dirá: «Si
no podemos hacer que se alejen un buen trecho de sus tiendas, no nos que-
dará más remedio que correr55». Tras el consejo guerra56, Monfort ordena
que las tropas formen en la plaza del mercado, en el lado suroeste de la ciu-
dad, a la espera de sus instrucciones. Antes de armarse, se detiene breve-
mente en la capilla del castillo para orar: de nuevo aparece la profunda reli-
giosidad del líder cruzado, en contraposición con la ausencia de liturgias
católicas en el ejército del rey Pedro.
Son muchos los historiadores que han tratado la batalla de Muret, apor-
tando luces –y sombras– al debate sobre los acontecimientos que se desa-
rrollaron en aquel lejano 12 de septiembre de 1213. Sin embargo, si com-
paramos las hipótesis planteadas por los principales especialistas en la
materia57 se pueden establecer cuáles son los elementos comunes en las
diferentes teorías y también cuáles son aquellos elementos en los que exis-
te la discordia.
Podemos avanzar que las cinco teorías existentes se agrupan, bajo dife-
rentes matices, en aquellas que plantean una batalla desarrollada en direc-
ción Este-Oeste –salida de las fuerzas cruzadas por la puerta de Salas, rodeo
de la muralla y paso por el puente de san Serni– y aquellas otras hipótesis
55 Es muy significativo el hecho que Monfort planificase una acción decisiva a campo abierto, sin
considerar ni el mantenimiento del asedio ni tampoco atacar el campamento aliado. Tanto Monfort
como Pedro II compartían, pues, el mismo planteamiento táctico: si el rey hubiese aceptado los
consejos de Raimon VI, Monfort hubiese escapado de Muret, con lo que de nuevo la iniciativa
estratégica de la guerra hubiese pasado a manos del cruzado. Por supuesto que nadie puede aven-
turarse a afirmar que hubiese pasado en esta nueva fase de la guerra, pero las oportunidades de
tener neutralizado a Monfort, como en aquellos días en Muret, difícilmente se hubiesen repetido.
56 Paradójicamente, y a diferencia del rey Pedro II, Monfort no cede la palabra a ninguno de sus ofi-
ciales, ni permite la existencia de ninguna alternativa: su plan ha sido inspirado directamente por
Dios, tras pasar rezando toda la noche. No hay, pues, posibilidad de cuestionar nada: la victoria
vendrá decidida por su apoyo a la causa de la Cruzada.
57 Nos hemos centrado en las referencias de los siguientes especialistas: Delpech (La Bataille de
Muret et la Tactique de la cavalrie au XIIIe siècle), Dieulafoy (La bataille de Muret), Ventura
(Pere el Catòlic i Simó de Monfort)y Hernández (Història militar de Catalunya).
50 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
58 Las crónicas narran que en la batalla de Alarcos, el rey Alfonso VIII, ante la derrota que se ave-
cinaba, se lanzó con su mesnada al centro del combate, con la intención de servir de ejemplo a
sus tropas, involucrándose personalmente en la batalla, con la única idea de alcanzar la victoria u
obtener una muerte gloriosa, puesto que el ideal caballeresco exigía el sacrificio personal antes
que una vida de deshonor. La postura heroica del rey castellano no logró resolver a su favor la
batalla, y los consejeros y miembros de la mesnada real consiguieron que el monarca desistiera
de su postura y se retirase con los restos del ejército.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 51
59 La casa pirenaica de los Foix eran vasallos de los condes de Tolosa; su creciente poderío les hizo
enemistarse con sus, teóricos, señores feudales; es por ello que a lo largo del siglo XII orbitaron
hacia la causa de la Corona de Aragón. El conde Ramon Roger de Foix fue el prototipo del caba-
llero medieval: gran guerrero, valiente, enérgico y sin escrúpulos. Participó en la III Cruzada, al
lado del rey Felipe II de Francia. Cuando estalló el conflicto occitano, combatió en un primer
momento al lado de los legados papales, contra sus vecinos de Tolosa y Comminges. Al calor de la
depredación de los cruzados y al giro político de los acontecimientos, decidió oponerse a los inva-
sores del norte. Su liderazgo político y militar fue evidente –como demostró en la batalla de Cas-
telnou d’Arri–, llegando a ser la personalidad occitana más relevante e influyente del rey Pedro II.
60 En 1201, el rey Pedro II de Aragón, en agradecimiento por la asistencia del santo patrón Jorge a
sus ejércitos, crea la Orden de San Jorge de Alfama en la localidad de Alfama (Tarragona), con la
misión de proteger la frontera entre el Coll de Balaguer y el delta del Ebro, territorio casi desér-
tico, utilizado por piratas y ladrones para guarecerse y como base de partida para expediciones de
saqueo de los alrededores de Tarragona y Tortosa. Los primeros miembros de la nueva Orden
serán voluntarios de la Orden de Calatrava.
52 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
61 Los caballeros de las Órdenes militares fueron rechazados y perseguidos por las fuerzas almoha-
des; el uso adecuado de las reservas castellanas y el simultáneo ataque por los flancos de las tro-
pas aragonesas y navarras, permitieron estabilizar de nuevo la batalla, y traspasar las líneas musul-
manas hasta el campamento del califa al-Nassir.
62 Están también las afirmaciones de Guillem de Puylaurens, el cual dice haber oído a Raimon el
Joven, hijo del conde de Tolosa, que estaba presente en el combate, que el rey de Aragón se ali-
neó en orden de batalla; que el conde de Foix era la vanguardia con los caballeros provenientes
de Cataluña. La presencia del jefe del ejército en el segundo cuerpo de batalla no era una excep-
ción: Carlos de Anjou ocupó esa posición en la batalla de Benevento (1266), con la intención de
mantener un mejor control táctico y para elevar la moral de su heterogéneo ejército.
63 La fidelidad hasta la muerte de la guardia personal del soberano se remonta a las narraciones ger-
mánicas, que sirvieron de base al cuerpo espiritual de la caballería medieval, en las que se consi-
deraba un deshonor que los guerreros sobrevivieran a su señor en el campo de batalla. Uno de los
ejemplos clásicos de este pensamiento es el destino glorioso y trágico de los housecarls y thegns
sajones en la batalla de Hastings (1066), que se lanzaron a una carga final contra los normandos
tras la muerte de su rey Harold II.
64 Entre ellos encontramos al mayordomo real Miguel de Luesia y Aznar Pardo, entre otros. Estos
caballeros, que había combatido contra los almohades, conocían de sobras las tácticas y la efec-
tividad de los caballeros francos.
65 A pesar que en la mayoría de relatos se indica que el rey de Aragón sólo estaba rodeado por su
mesnada personal, no hay que olvidar que los relatos de la época se centraban, casi exclusiva-
mente, en las hazañas de los nobles. Así pues, teniendo en cuenta que la vanguardia del ejército
contaba con la presencia de 200 jinetes catalanes, se hace difícil poder ubicar al resto de las fuer-
zas catalano-aragonesas que no sea junto a su rey.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 53
lista para el golpe definitivo. Ello induce a pensar que en Muret tam-
bién debería existir un cuerpo con esa finalidad. Aunque Pedro no con-
fiase en los tolosanos, debía contar con ellos ante una eventualidad. Es
por ello que lo más plausible fuera destacar al conde de Comminges,
noble de su confianza, al frente de este tercer contingente de tropas.
Sin embargo, el papel de Raimon VI y de sus tropas continúa siendo una
incógnita. La visión tradicional de la batalla indica que el conde mandaba
la retaguardia del ejército hispano-occitano, y que tras conocer la noticia de
la muerte del rey, y ante la desbandada generalizada de las tropas, viéndolo
todo ya perdido, se retiró con sus hombres. Pero conviene detenernos en
analizar estos presupuestos, para poder arrojar algo de luz ante aquellos
acontecimientos. El rey debió de considerar largamente la posición del
conde Raimon: la discusión en la tienda de mando, la experiencia bélica del
tolosano, la tradicional enemistad y rivalidad política, hacían de Raimon un
aliado inestable, y militarmente incapaz para dirigir una posición táctica de
relevancia, a pesar que los tolosanos constituían la principal fuerza de caba-
llería del contingente aliado –más de la mitad de las fuerzas presentes– y la
espina dorsal de las fuerzas de infantería. Tenía que compaginar por un lado,
el respeto hacia el rango del conde de Tolosa, y por otro lado, garantizar que
su papel y el apoyo de sus tropas fuera realmente útil.
Algunas fuentes cuestionan que existiese un cuerpo de reserva del ejér-
cito meridional, y mucho menos que este cuerpo estuviera comandado por
el conde de Tolosa. Se deduce que él lo mandaba por el simple hecho que
la mayoría de fuentes lo omiten del orden de batalla meridional. Ante esto,
se plantean varias hipótesis:
1. El conde de Tolosa, tras la negativa del rey a establecer una defensa
estática contra los cruzados, se retira con sus tropas, o permanece
inactivo en el campamento, sin la intención de formar en el plan de
batalla. Esta hipótesis permitiría explicar el silencio de las fuentes
sobre la ausencia e inactividad del conde y sus tropas, y el deseo de
otorgarle protagonismo en las deliberaciones previas de la batalla.
Además, y en ello es especialmente significativo, justificaría el por
qué el rey Pedro se situaría en el segundo cuerpo de batalla, en lugar
de la tradicional posición de la retaguardia66.
66 En la batalla de las Navas de Tolosa, en el planteamiento táctico inicial, los tres reyes cristianos
se desplegaron ocupando su posición de batalla en el ala izquierda (Pedro II), centro (Alfonso
VIII) y ala derecha (Sancho VII); cada cuerpo formó en tres batallas (vanguardia, centro y reta-
guardia), ocupando los soberanos su puesto en la zona de retaguardia. Cabe pensar, pues, que el
rey Pedro había ocupado la posición más responsable para su rango y para el desarrollo de la bata-
lla en las Navas, y haría lo mismo en Muret.
54 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
67 La experiencia vivida en las Navas tuvo que servir de inspiración y modelo para el desarrollo tác-
tico de Muret. Pedro conocía cómo en julio de 1212 habían derrotado al imponente ejército
musulmán: en el cénit de la batalla, la práctica totalidad del ejército almohade combatía contra los
dos tercios de las fuerzas cristianas, que a través de dos demoledoras cargas sucesivas habían con-
seguido romper el frente enemigo.
68 En la batalla de las Navas, los cristianos mantuvieron reservas listas para entrar en acción, tanto
para sostener el frente si era necesario como en su uso ofensivo. Sin embargo, la decisión de su
entrada en acción fue uno de los momentos más decisivos de la batalla: Alfonso VIII quiso lan-
zarse al ataque cuando vio que las fuerzas cristianas cedían terreno, pero fue aconsejado de espe-
rar a que las fuerzas musulmanas estuviesen totalmente implicadas en el combate.
69 En la batalla de las Navas resultaron decisivos los movimientos envolventes de los reyes de Ara-
gón y Navarra, que permitieron sobrepasar a las tropas musulmanas, extendiendo el radio del
envolvimiento y alcanzar el campamento almohade en una acción de convergencia del centro cris-
tiano junto a las alas formadas por las reservas. Paradójicamente, las fuentes de la época, al reco-
ger los testimonios de los hechos, ensalzaron la actuación de los monarcas cristianos, concedien-
do la gloria del éxito a un determinado monarca, en función de la historiografía de cada reino. La
victoria fue conseguida de manera conjunta, una acción múltiple en la que los esfuerzos de los
combatientes de los distintos reinos cristianos se aunaron para lograr el éxito, a pesar que, desde
una limitada y reducida visión de la batalla, los combatientes y cronistas de cada uno de los tres
cuerpos pudiesen considerar que era su rey el que estaba conduciendo al resto al triunfo final.
56 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
plinada y entrenada puede conservar los nervios frente a una carga de caba-
llería pesada y obtener la victoria; y en Muret no dispone de fuerzas con
estas características. Plantear una batalla campal con esas fuerzas de infan-
tería es colocarse frente a una derrota segura.
El rey sabe que las tropas y la milicia tolosanas son poco aguerridas, y
aunque la mayoría desea luchar, no tienen la preparación ni la experiencia
para una batalla campal. Su único empleo efectivo, y con relativo riesgo
para el desarrollo del plan del monarca, es su empleo como fuerza de ase-
dio70.
De las diferentes fuentes se puede unificar el hecho que en la mañana
del jueves 12 de septiembre de 1213 la infantería tolosana avanzó con la
intención de proseguir con el asedio iniciado en la jornada anterior. No obs-
tante, las fuentes discrepan sobre la intensidad de las acciones: si para unos
se trató de unos claros esfuerzos para tomar la ciudad, para otros no se trató
más que de una finta para forzar la reacción de Monfort y que saliera a com-
batir a campo abierto; esta última explicación se ajustaría más al esquema
de batalla planteado, puesto que el rey Pedro buscaría ejecutar una finta con
el ataque a las murallas, para provocar una respuesta inmediata en Monfort;
de hecho, recordemos que cuando los primeros proyectiles silbaron por el
cielo hacia la ciudad, cundió el pánico entre los cruzados: Monfort pidió
permiso para atacar, pero los legados insistieron en esperar hasta que llega-
ran noticias del rey. Lo cierto, pues, es que Pedro envió a la milicia tolosa-
na con sus máquinas para hostigar las murallas, trasladando la presión de
los hechos al bando cruzado: tendrían que efectuar una salida para desbara-
tar el asedio71, y el rey les estaría esperando con sus fuerzas desplegadas,
conforme al plan expuesto con anterioridad.
Mientras todo esto sucedía en el campo hispano-occitano, ¿qué estaba
planificando Simón de Monfort? En las fuentes más próximas a la causa
cruzada no hay una descripción detallada del orden de combate del ejér-
cito de Montfort. La mayoría repiten el dato de la organización en tres
70 De ser ciertas las afirmaciones que el rey disponía de una cifra ingente de soldados –incluso se
ha barajado la cifra de más de 20.000 infantes– el planteamiento táctico hispano-occitano no se
hubiera limitado a mantener a la infantería en una posición tan limitada: su número habría com-
pensado de sobra su inferioridad táctica. Pero lo cierto era que el ejército aliado no disponía ni un
contingente tan numeroso ni tan preparado para acometer tal responsabilidad.
71 La versión de Rafael Dalmau, exculparía al rey Pedro y responsabilizaría directamente a los tolo-
sanos de la derrota; cuando los cruzados se abalanzaron sobre la infantería tolosana, el desorden
provocado por su huída frente a la carga cruzada habría impedido que la caballería catalana hubie-
se formado correctamente, sin posibilidad de desplegarse. En un último intento de mantener el
frente, el rey Pedro se lanzaría al combate con su mesnada, para infundir ánimo a sus hombres, y
moriría heroicamente en batalla.
58 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
cuerpos, pero poco más. Este desinterés histórico o militar contrasta, sin
embargo, con un hecho muy relevante desde una perspectiva ideológica:
la frecuente identificación de este orden en tres cuerpos con la Santísima
Trinidad. De nuevo las crónicas cruzadas unen la realidad con su particu-
lar visión del mundo, totalmente condicionada por cuestiones religiosas y
morales: incluso en batalla, Monfort honra a Dios y a la Iglesia, organi-
zando sus fuerzas conforme a la doctrina católica –hecho, objetivamente,
que carece de fundamento: los cruzados se organizaron en tres cuerpos,
siguiendo el tradicional despliegue en vanguardia, centro y retaguardia–.
Monfort organizó las tropas formadas en la plaza del mercado de Muret,
en tres cuerpos, el primero bajo Guillaume de Contres, el segundo bajo
Bouchard de Marly y el tercero, como reserva, a las órdenes del propio
Monfort. Se puede comprobar la contraposición que existe entre las dife-
rentes fuentes, no ya a nivel ideológico, sinó también a nivel subjetivo-
narrativo: mientras Vaux de Cernay destaca en todo momento el papel de
Monfort, cosa que le lleva a prescindir de comentar aspectos esenciales de
la batalla –que seguramente conocía de primera mano–, la Canzó destaca
como hecho principal la muerte del rey Pedro, ensalzando sus últimos ins-
tantes.
Monfort conoce personalmente al rey Pedro, y sabe de su experiencia
guerrera, pero también sabe que es un hombre de honor, y que presentará
batalla. Ahí radica la clave del éxito de Monfort: conoce las virtudes y
defectos de su adversario, de sus propias fuerzas y las del enemigo, y plan-
teará la batalla a tal efecto72. Mientras que el monarca aragonés se encuen-
tra ligado por su propia ética caballeresca, Monfort –que ha combatido en
Francia, en Tierra Santa y en Occitania–, se encuentra moralmente libre
para acudir a cualquier tipo de táctica: la bendición de la Iglesia y su pro-
funda convicción religiosa le permitirá, en fin, poder hacer valer que real-
mente, «el fin justifica cualquier medio». El caudillo cruzado se encuentra
acorralado en una ciudad, lejos de sus bases operativas. Cuenta con una
fuerza numerosa, disciplinada y veterana, pero se enfrenta a un numeroso
ejército, a las órdenes de un afamado guerrero. La táctica que deberá usar,
si quiere alzarse con la victoria, no se puede basar en un despliegue tradi-
cional; no será suficiente con la veteranía de sus hombres, porque también
el enemigo cuenta con guerreros curtidos. Monfort ha de ser capaz de sor-
prender al ejército enemigo, de dislocar su despliegue, de anticiparse a la
maniobra del rey Pedro. Los cruzados están informados de la potencia y
72 «El que conoce a su enemigo y se conoce a sí mismo dirigirá cien combates sin riesgos», dice
Sun Tsé en su libro El Arte de la Guerra.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 59
73 La táctica empleada por Monfort, realizando primero una huida fingida, para después emplear
una demoledora carga frontal para obligar a fijar y dislocar la vanguardia enemiga, y asestar el
golpe definitivo mediante el movimiento de flanqueo, parece indicar que los cruzados eran cons-
cientes de la envergadura y calidad de buena parte de las fuerzas hispano-occitanas, que respeta-
ban a su enemigo, y que no se dirigían a combatir contra un ejército improvisado que todavía des-
cansaba en sus tiendas, sino que se enfrentaban a una fuerza formada para el combate.
74 Como ejemplos de exitosas huidas fingidas tenemos la batalla de Hastings y la batalla de Coche-
rel. En Hastings (1066), la caballería normanda estrellaba sus esfuerzos ante las murallas de escu-
dos de los sajones; el duque Guillermo, temiendo el fracaso, planeó un cambio de táctica: ordenó
a parte de sus caballeros que simularan realizar una carga infructuosa, para después fingir iniciar
un retirada. Sus caballeros así actuaron, y lograron que los sajones, convencidos de su victoria,
rompiesen su línea de escudos, con la intención de saquear y obtener botín; a una señal conveni-
da, la caballería normanda volvió grupas y se abalanzó sobre los desprevenidos sajones. Con la
victoria del duque Guillermo se abrió en Inglaterra una nueva etapa en su historia, la Inglaterra
normanda. Por su parte, en la batalla de Cocherel (1357), en el transcurso de la Guerra de los Cien
Años, Bertrand du Guesclin se enfrentó a un contingente de mercenarios navarros que defendían
posiciones en lo alto de una colina. Du Guesclin ordenó a sus lanceros montados que cargasen
montaña arriba, pero a mitad de camino, ordenó un repliegue ordenado de sus hombres, en reti-
rada fingida; los navarros, superiores en número y confiados en su victoria, abrieron filas y
corrieron colina abajo en pos de sus atacantes, los cuales, reagrupados en la llanura, cargaron con-
tra ellos, derrotándolos.
75 Es necesario incidir aquí como las propias fuentes presentan dificultades en su interpretación razo-
nada, especialmente si no se sitúan en el contexto determinado y en relación con otras fuentes. Así,
Puylaurens alude en su relato al temor de los cruzados por los proyectiles de los tolosanos, justa-
mente la idea de defensa propuesta por el conde de Tolosa, según el mismo autor. No cabe duda
que Puylaurens deseaba, al escribir su crónica unos 50 años más tarde la batalla, otorgar protago-
nismo al conde de Tolosa. El autor ni siquiera había nacido en aquella época, y tuvo que recabar
necesariamente de la ayuda y el testimonio de supervivientes de la batalla, seguramente veteranos
tolosanos. Puylaurens también confunde el lugar de salida de los cruzados y la ubicación del cam-
pamento aliado, invirtiendo los lugares, quizás por el hecho de desconocer personalmente la zona
o por un error en el testimonio de un superviviente. Lo cierto es que insiste que los aliados creye-
ron que los cruzados realmente estaban huyendo, y ésta impresión solo podía realizarse teniendo
en cuenta que el lugar de salida era el oeste y desde la posiciones hispano-occitanas se tenía una
amplia visión de la llanura de Muret y alrededores. A lo largo del texto Puylaurens ha caído en otras
confusiones; una de las más relevantes es su afirmación que la batalla se celebró el día 13 de sep-
tiembre, día de la Exaltación de la Cruz; ésta es la fecha en que los prelados escribieron su famo-
sa carta narrando la batalla y loando la victoria de la Iglesia frente a la herejía.
60 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
Muret en la actualidad; las señales indican el movimiento realizado por las fuerzas cruzadas,
el círculo el campo de batalla, y el rectángulo el lugar del campamento hispano-occitano.
62 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
Pero pasan las horas y no hay ninguna respuesta. Monfort quiere exas-
perar la paciencia de los hispano-occitanos: mantiene una defensa firme en
las murallas de la ciudad, pero el grueso de sus fuerzas de caballería se
encuentra concentrada en la plaza del mercado, a la espera de sus órdenes.
Cuando el conde considera que los combates por la posesión de las mura-
llas pueden llegar a un punto crítico, Monfort decide que ha llegado el
momento de responder al ataque del rey Pedro. Ordena a sus hombres que
se apresten al combate y planea la maniobra y el desarrollo del combate a
sus oficiales: las tropas, formadas en tres escuadrones, saldrán de Muret por
la puerta de Salas, arrollarán al retén de vigilancia allí estacionado y se diri-
girán, al galope, hacia el suroeste, siguiendo el cauce del río Loja. Cuando
lleguen al vado que se encuentra a unos cuatro kilómetros, cruzarán el rio y
volverán a la llanura de Muret, a combatir y a obtener la victoria.
A una señal de Monfort, la puerta de Salas se abre y los cruzados eje-
cutan el plan. Desde el campo aliado suena la alarma: el enemigo sale a pre-
sentar batalla. El rey ordena detener el asalto de la infantería: no desea man-
tener una batalla en dos frentes. Los infantes se retiran y las fuerzas de
caballería toman posiciones en la llanura de Muret. Pero los sorprendidos
hispano-occitanos comprueban como los cruzados, lejos de desplegarse
para la batalla, huyen por el camino de Salas, dejando atrás la ciudad casi
desguarnecida. Sin duda alguna una sensación de victoria recorrería los áni-
mos de los presentes: la euforia se desata en el bando de los aliados; el odia-
do enemigo huye. La victoria es segura. Confiado al ver como los últimos
jinetes cruzados desaparecen en el horizonte, el rey Pedro ordenará a la
infantería que reinicie el asalto hacia la desprotegida villa, mientras los
caballeros rompen filas y se retiran al campamento.
Mientras, los cruzados prosiguen su frenético avance hacia el sur: al lle-
gar al vado del Loja, los guías indican que es el momento de cruzar. Ya en
la otra orilla, Monfort ordena que las fuerzas se reagrupen: es el momento
crucial, una vez que se dé la orden de atacar, ya no habrá tiempo ni espacio
para efectuar cambios. Los conrois se agrupan ante sus banderas e inician
la marcha, primero al paso, después al trote, y cuando están cerca de las
estribaciones de las colinas de Perramon, a poco más de 2 kilómetros del
campamento aliado, se inicia un frenético galopar, siempre en orden, man-
teniendo la formación.
Un caballo, al paso, camina a 6 km/hora, trota a una velocidad de unos
10 km/h y puede llegar a galopar a una media de 18 km/h, si bien pueda
alcanzar una punta de velocidad de entre 55 km/h hasta los 70 km/h, en dis-
tancias relativamente cortas; en función de la raza del animal, de los cuida-
dos y alimentación recibidos, del peso de las protecciones, de las condicio-
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 63
nes del terreno y del medio, y por supuesto, del peso del jinete y su armadu-
ra, estas velocidades sufren de importantes variaciones. Sin duda alguna,
Monfort, conocedor de estas cualidades, supo sacar el máximo provecho de
ellas para poder regresar a la llanura de Muret, acelerando el ritmo de sus
fuerzas a medida que se dejaban atrás los meandros del Loja y ante ellos se
abría los llanos de Pesquies y las estribaciones de Perramon. No hay que
olvidar que un caballo puede alcanzar su velocidad máxima a los 300 metros
de largada, o alrededor de 7 a 10 segundos, por lo que a unos 500 metros de
su objetivo, Monfort daría la señal de cargar al límite de sus fuerzas.
En la llanura de Muret, nadie es capaz de imaginarse los acontecimien-
tos que están a punto de sucederse. Mientras los infantes aproximan las
máquinas hacia las fortificaciones de Muret, los caballeros se retiran hacia
el campamento, para descansar; algunos cabalgan lentamente por el campo,
con sus sirvientes, contemplando el espectáculo de la victoria: la ciudad está
madura para ser tomada. En aquel momento, mucho tiempo después que el
último jinete cruzado hubiese desaparecido tras los meandros del Garona,
de repente, cuando nadie se lo espera, aparece en la lejanía un cuerpo de
caballería al galope, en formación de ataque: son los cruzados, que han
regresado, tras dar un gran rodeo, y avanzan imparables por la llanura. En
el campamento aliado corre la voz de alarma77; los caballeros corren a
armarse, mientras los sirvientes aprestan las armas y ensillan a los destriers.
Las órdenes que se imparten son las de formar en el orden de batalla esta-
blecido: hombres de Foix y catalanes en primera línea, los aragoneses en el
centro. En pocos minutos los hispano-occitanos han formado sus fuerzas,
pero no han tenido tiempo suficiente para organizarse conforme al plan tra-
zado, tan solo pueden formar una confusa y abigarrada línea.
Sólo la explicación de la sorpresiva entrada en escena de los cruzados,
cuando las fuerzas de caballería aliadas se dispersaban hacia el campamen-
to o cuando buena parte de ellas ya estaban desarmándose, puede explicar
aquello que el rey Jaime diría en su crónica, que los catalano-aragoneses se
lanzaron a la lucha sin guardar la cohesión que exigía la natura de armas78.
77 El poema épico de la Canzó relatará así los hechos: Los hombres de Tolosa todos han corrido, que
ni el conde ni el rey fueron creídos, porque no supieron nada hasta que los cruzados hacia ellos
fueron.
78 Los cronistas y combatientes medievales eran conscientes que la precipitación provocada por la
ruptura del orden de combate antes de recibir las órdenes adecuadas conducía invariablemente a
la derrota. El rey Jaime había sido consciente de ello en la única batalla en la que participó a lo
largo de sus 80 años de vida, la batalla de Porto Pi: el rey se centra en explicar los preparativos
ceremoniales del combate, especialmente en el terreno religioso –misa de campaña y alocuciones
del rey a la tropa, etc.–. pero no detalla ningún consejo de guerra ni el orden de batalla estableci-
do; sólo los acontecimientos en las que aparece la figura del monarca son descritos con minucio-
64 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
sidad, de tal manera que, a la luz de la Crónica, la batalla solo podía tener un único resultado: la
victoria del rey Jaime. Pero de los párrafos de la narración se vislumbra que la batalla no se suce-
dió de una manera ordenada y planificada, y que el soberano apenas pudo dirigir a sus tropas, ni
transmitir ningún orden ni plan de batalla. Los nobles de la familia Montcada –los mismos que en
1213 formaban el segundo cuerpo de ejército del rey Pedro II, y que no llegaron a entrar en com-
bate por encontrarse todavía en marcha de aproximación–, iniciaron por su cuenta el avance hacia
el enemigo –con miras a acrecentar su prestigio y fortuna–; el rey Jaime no pudo detenerles –por
su escaso liderazgo y prestigio militar– y mientras intentaba poner orden en su cuerpo de ejérci-
to, la vanguardia cayó en una emboscada. Apresuradamente, el rey partió con su mesnada arago-
nesa y tropas reales hacia la batalla, mientras enviaba mensajeros para que la retaguardia –coman-
dada por su tío-abuelo Nuño Sanz–, apresurase su marcha para unirse al combate. En estas alturas
del relato se observan las deficiencias tácticas del monarca: no ha establecido ningún plan de
batalla, no ha impuesto su autoridad entre los capitanes de su ejército, no ha enviado explorado-
res que reconozcan el terreno, no despliega alas en el avance, resuelve el desarrollo del combate
mediante cargas frontales –sin tener en cuenta la maniobra–. Imprudentemente, Jaime I, a la vista
del presumible desastre, se dirige directamente hacia la batalla, apenas escoltado por un grupo de
caballeros –tal y como se describe la actuación de su propio padre en Muret, ¿casualidad?–. En
su Crónica el rey Jaime reconstruyó los hechos de la batalla a su propia conveniencia, pero no hay
duda que ocultaba en sus pasajes una profunda vergüenza por su propia incapacidad militar: ¿es
descabellado pensar que, en el relato de Muret el monarca no hubiera vertido sus propias viven-
cias, y que esas palabras fueran una llamada a la obediencia de sus súbditos? ¿Acaso el monarca
podía reconocer que su padre –realmente mucho más experto que él mismo en cuestiones de gue-
rra– le había podido superar en táctica militar? ¿Podían cometer los mismos errores un maduro y
curtido guerrero Pedro, de 37 años, que un joven imberbe de 21 años?
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 65
se hace difícil dar como respuesta que los hispano-occitanos hiciesen gala
de un individualismo tal que les provocara el desastre, o que simplemente,
formaron inadecuadamente y que rompieron filas en búsqueda de la gloria
personal. Rechazando, pues, la tradicional visión de Muret, que basa la
derrota de los aliados, a causa del innato desprecio deliberado a las órde-
nes del mando, en beneficio de acciones individuales de prestigio, la bata-
lla de Muret se explica sólo por la precipitación sobrevenida con la apari-
ción de los cruzados. Si los aliados hubiesen formado en la formación
ideada por el rey Pedro, y en una correcta línea de batalla conforme a natu-
ra d’armes, habrían absorbido las cargas cruzadas, como indica el propio
Vaux de Cernay.
La dureza de los combates debió ser extrema: la primera oleada de caba-
lleros cruzados abrieron una brecha entre las formaciones hispano-occita-
nas, y el segundo cuerpo impactó momentos después, con lo que los caba-
lleros de Cristo, que se habían adentrado profundamente en la primera línea
aliada, se vieron envueltos por todos lados por el enemigo. Ante la imposi-
bilidad de retirarse y formar de nuevo para lanzar una nueva carga, se ini-
ciaron así unos violentos combates cuerpo a cuerpo, donde la lanza, rota en
el primer impacto, era sustituida por la espada y la maza. Los cruzados,
veteranos, combatieron amparados en la fortaleza de sus conrois, siempre
unidos y disciplinados. Poco a poco, los cruzados van atravesando la for-
mación hispano-occitano, hasta llegar a campo abierto; enfrente se encuen-
tran con el segundo cuerpo aliado, con los estandartes de Aragón ondeando
al viento. Están enfrente del corazón enemigo. Ahora o nunca.
Hasta aquel momento, la táctica del rey Pedro había resultado efectiva,
a pesar de la improvisación de las formaciones. Sin embargo, el monarca
era consciente que la primera batalla aliada estaba perdiendo fuerza y resis-
tencia, y que el resultado final del combate dependería del choque con el
centro del ejército hispano-occitano. Cuando el rey vio aparecer las enseñas
de Monfort por entre las líneas de los soldados de Foix, debió comprender
que el momento crucial había llegado y ordenó una carga. Por su parte, una
vez desbaratada la vanguardia hispano-occitana, los cruzados avistan las
enseñas reales en el segundo cuerpo, y espolean sus monturas hacia el cora-
zón del ejército enemigo.
Los franceses, a pesar de estar superados en número, entre el primer y
segundo cuerpo de los hispano-occitanos, van abriéndose camino gracias a
su veteranía: lentamente, se aproximan combatiendo hacia donde ondea el
emblema real; finalmente, algunos caballeros alcanzan su objetivo y se
enzarzan en un brutal cuerpo a cuerpo con los hombres de la mesnada real:
el rey Pedro, que por motivos de seguridad portaba una armadura sin las
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 67
79 La leyenda negra del rey Pedro incide en este hecho, y explica que, supuestamente, el rey había
mantenido una apuesta con uno de sus caballeros, la noche antes de la batalla; puesto que el
monarca perdió la partida, gentilmente le regaló su armadura: por ello Pedro II fue al combate con
una armadura de inferior calidad. La explicación de tal hecho es mucho más compleja: el monar-
ca, forzado a combatir con solo dos cuerpos, puesto que el conde de Tolosa no se había incorpo-
rado al despliegue, y consciente que él debía estar presente en el orden de combate, busca prote-
ger su persona, portando la armadura de otro caballero, mientras un hombre de su entera
confianza se presenta voluntario para llevar los emblemas reales: protegido por sus guardias, y
bajo el anonimato de una armadura corriente, el rey Pedro puede dirigir la batalla desde una posi-
ción táctica de primera línea.
80 Una variante muy sofisticada, derivada del despliegue táctico del echelon, fue el orden oblicuo,
usado ya por los tebanos en la batalla de Leuctra (371 aC) y por Federico II el Grande en la bata-
lla de Leuthen (1757).
68 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS
BIBLIOGRAFÍA
RESUMEN
ABSTRACT
The Annual disaster was the coup of grace to the actually dying cano-
vista system. In anticipation of 1921, the enormous economic and human
charge of this conflict explained consecutive military campaigns hardly ever
get the public sympathies. But after this year, pain and spite were turned
into the African policy inspiration. Salamanca, shacked extremely by these
dramatic events, threw very early into the activity of giving its expeditio-
nary squad all kind of things. Although efforts in this sense never stop, vaci-
llations and corrections from successive governments gave way to grief and
desolation. About that, local press, whose historiography utility has not been
enough valued, is a wonderful testimony, particularly, in its aspect of recre-
ating different social groups opinions and mentalities.
*****
Pese a que Marruecos, desde mediados del siglo XIX, estaba enfrasca-
do en una disputa interna por el poder, buena parte de la historiografía ha
caído en el error de interpretar esto como una señal de desunión, cuando en
realidad no era discutible la existencia de una identidad marroquí, históri-
camente fundamentada en el islamismo y en la cultura árabe. Además, se ha
enfatizado en exceso la distinción entre «Bled-el-Majzén» y «Bled-es-
Siba», territorios sumiso y rebelde a la autoridad del Sultán respectivamen-
2 RAMIRO DE LA MATA, Javier: Origen y dinámica del colonialismo español en Marruecos. Ed.
Ciudad Autónoma de Ceuta. Archivo Central, Ceuta, 2001, p. 17.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 75
3 BACHOUD, Andrée: Los españoles ante las campañas de Marruecos. Espasa-Calpe, Madrid,
1988, p. 39.
4 DE LA SERNA, Alfonso de: Al sur de Tarifa. Marruecos-España: un malentendido histórico.
Marcial Pons, Madrid, 2001, pp. 175-176.
76 MARÍA GAJATE BAJO
lar el futuro del Estado del Congo y la navegación por el Níger, sentó las
bases para la partición del continente africano, que a partir de ese momen-
to se habría de fundar en la ocupación efectiva y no en la apelación a
supuestos derechos históricos, jurídicos... Tras estos acuerdos, cabía dedu-
cir que las esperanzas colonizadoras de España no eran nada halagüeñas,
pues quedaban reducidas a la península de Río de Oro y Guinea Ecuatorial8,
y por ello, el acercamiento político a Francia, tema al que seguidamente se
aludirá, pareció entonces la mejor solución. Por último, la guerra hispano-
americana de 1898 causó un profundo trauma en la conciencia nacional. El
pesimismo se apoderó de la sociedad y acrecentó, como es bien sabido, la
brecha entre gobierno y pueblo.
Junto a estos nuevos estímulos a favor de la acción colonial, tres fueron
también los agentes o promotores de la tarea colonizadora. En primer lugar,
y enlazando con lo anterior, el Ejército, que había resultado profundamente
herido tras los desastres de Cavite y Santiago. La derrota puso fin al enor-
me influjo político de la oficialidad y a sus posibilidades de rápidos ascen-
sos en el escalafón, hizo muy palpable el desequilibrio entre oficialidad y
tropa y la necesidad de urgentes reformas, acentuó el resentimiento militar
ante el elemento civil, motivado por los ataques recibidos desde la prensa,
y a la inversa, también agudizó el rechazo civil ante el elemento armado,
tradicional custodio del orden público9. En estas circunstancias, los milita-
res, con salvedades como fue el caso de Miguel Primo de Rivera, pronto
vieron en África la oportunidad para recuperar su prestigio, para saldar una
deuda con el «glorioso» pasado de España y la posibilidad de huir de la vida
de carestías que significaba permanecer en una guarnición peninsular. Un
segundo grupo de presión lo constituyó el mundo empresarial, y en parti-
cular el capital vasco y catalán, muy involucrado tanto en las exploraciones
mineras como en los proyectos de colonización agrícola10. Y el último de
bién por Rosa M.ª de Madariaga. Desconozco hasta qué punto la legendaria «riqueza minera» del
Rif –sólo evidente en los yacimientos de Beni Bu Ifrur– fue un «cebo apetitoso» para los grupos
empresariales, pues fueron muy superiores los beneficios que estos obtuvieron a costa del abas-
tecimiento del Ejército. Por otro lado, lo accidentado del terreno y el retraso técnico dificultaron
las tareas de colonización agrícola.
78 MARÍA GAJATE BAJO
los agentes colonizadores, aunque no por ello menos relevante, fue el pro-
pio Alfonso XIII y los partidos políticos11. Para comprender el interés regio
en Marruecos, la historiografía frecuentemente alude al profundo impacto
que tuvo sobre el monarca la derrota de 1898, cuando sólo contaba con 12
años de edad. Pero todas sus preocupaciones no habrían tenido consecuen-
cias efectivas si no hubiese dispuesto de amplísimas prerrogativas políticas,
que sólo se explican en un contexto de quiebra del sistema. En cuanto a las
posiciones partidistas, oscilaron desde la clara voluntad intervencionista de
las corrientes liberales, hasta las posiciones abandonistas del movimiento
obrero y parte del republicanismo, pasando por el colonialismo moderado
del partido conservador12.
Las pretensiones españolas respecto a Marruecos habían oscilado hasta
el momento entre el respeto al statu quo y el deseo de intervención, aca-
bando por imponerse esta última aspiración. Desde 1830 Francia estaba
asentada en Argelia y contemplaba Marruecos como el espacio natural para
su expansión en el Norte de África. Mientras tanto, Gran Bretaña velaba por
el control del tráfico comercial mediterráneo a través de Gibraltar y Suez13.
En 1900, Francia y España firmaron un tratado por el que se reconocían las
posesiones de ésta en Guinea y el Sáhara Occidental. Por aquel entonces, el
objetivo francés era potenciar una alianza con la que reforzar su posición
ante Gran Bretaña. Así, dos años después, nuevamente Francia y España
negociaron un tratado para el reparto de influencias sobre Marruecos. El
territorio que Francia asignaba a España era bastísimo, a sabiendas de que
se trataba de una potencia débil y, en consecuencia, el poder galo toparía
con escasas restricciones para la ampliación de sus competencias. Pero ni
Sagasta ni Silvela se atrevieron a firmar este tratado, por el temor a una
mala reacción británica. Después de este proyecto fallido, Francia volcó su
interés hacia Gran Bretaña, que aunque no deseaba la intromisión de Fran-
cia en Marruecos, atravesaba por una fase de relativo descrédito militar tras
su duro enfrentamiento con los bóers. Esta reconciliación, al mismo tiem-
po, era una respuesta al rearme naval de Alemania. Finalmente, las nego-
11 RAMIRO DE LA MATA, Javier: op.cit., pp. 17-88. Autores como Andrée Bachoud enfatizan el
peso de la voluntad regia entre las causas del colonialismo español en África, mientras que rele-
gan a un papel secundario el papel de las compañías mineras. Véase BACHOUD, Andrée: op.cit.,
pp. 67-75. Al contrario, autores como Víctor Morales Lezcano apuestan por los consorcios mine-
ros como principales promotores del colonialismo. Véase MORALES LEZCANO, Víctor: El
colonialismo hispano-francés en Marruecos (1898-1927). Siglo XXI, Madrid, 1976, pp. 70-71.
12 Los distintos posicionamientos políticos y fraccionamientos partidistas ante las campañas de
Marruecos hasta el momento del estallido de la Primera Guerra Mundial, han sido meticulosa-
mente estudiados en BACHOUD, Andrée: op.cit., pp. 189-359.
13 MOHA, Edouard: La relaciones hispano-marroquíes. Editorial Algazara, Málaga, 1992, p. 73.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 79
14 Estos ocho puertos eran Rabat, Mazapán, Safi, Mogador, Larache, Tetuán, Tánger y Casablanca.
80 MARÍA GAJATE BAJO
15 La zona de Protectorado español contaba con una superficie de 22.790 kilómetros cuadrados, que
representaban una mínima concesión ante los 415.000 kilómetros cuadrados de Protectorado francés.
16 DE LA SERNA, Alfonso: op.cit., p. 216.
17 DÍAZ DE VILLEGAS, José: Lecciones de la experiencia (enseñanzas de las campañas de
Marruecos). Ed. Sebastián Rodríguez, Toledo, 1930, p. 128.
18 La «intervención» debió constituir el pilar básico para la correcta administración del Protecto-
rado, pero la inexperiencia española, las carencias legislativas y la resistencia de la población
de la Zona impidieron el ejercicio de la labor de los interventores hasta 1927. Para profundizar
en las funciones y formación de los interventores, véase VILLANOVA, José Luis: «La forma-
ción de los interventores en el Protectorado español en Marruecos (1912-1956)» en RODRÍ-
GUEZ MEDIANO, F. y FELIPE, H.: El Protectorado español en Marruecos. Gestión colonial
e identidades. CSIC, Madrid, 2002, pp. 247-280; VILLANOVA, José Luis: «La pugna entre
militares y civiles por el control de la actividad interventora en el Protectorado español en
Marruecos (1912-1956)», en Hispania, n.º 220, 2005, pp. 683-716; y MATEO DIESTE,
Joseph: «La oficina de intervención como espacio de interacción socio-política en el Muraquib
y la cábila: de la ideología colonial a las prácticas cotidianas» en RODRÍGUEZ MEDIANO, F.
y FELIPE, H: op.cit., pp. 139-180. Para conocer mejor el repudio de los africanistas hacia el
Protectorado civil, véase: GÓMEZ JORDANA, Francisco: La tramoya de nuestra actuación en
Marruecos. Editora Nacional, Madrid, 1976; y también: MOLA VIDAL, Emilio: Dar Akkoba.
Páginas de sangre, de dolor y de gloria, en Obras Completas. Santarén, Valladolid, 1940.
19 El Alto Comisario era la máxima autoridad en el Protectorado español y obedecía a las órdenes
de los ministerios de Guerra, del que dependían los asuntos militares, y de Estado, que se ocupa-
ba de los asuntos político-administrativos. Existían además tres Comandancias generales con una
relativa autonomía y a todo este complejo organigrama, se le debía añadir, además, la ambición
intervencionista de Alfonso XIII.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 81
ron, tres fueron las grandes opciones estratégicas que se plantearon con rela-
ción al Protectorado: la reducción del territorio ocupado a una extensión cos-
tera (Maura y Cambó); la ocupación absoluta (Berenguer y Romanones) y el
abandono del territorio (Primo de Rivera e Indalecio Prieto)20. Aunque se
intentarían las tres opciones, la falta de decisión de los sucesivos gobiernos no
acarrearía más que confusión y rechazo por parte de la opinión pública.
23 El Roghi acabaría siendo capturado por el Sultán Mulay Hafiz en agosto de 1909. Fue torturado
y murió quemado vivo.
24 MADARIAGA, Rosa María de: En el Barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos. Alianza,
Madrid, 2005, p. 54.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 83
25 Véase al respecto FERNÁNDEZ VARGAS, Valentina: Sangre o dinero. El mito del Ejército
nacional. Alianza, Madrid, 2004.
26 Como obras generales para conocer al Ejército en la España de principios del siglo XX, véase:
CARDONA, Gabriel: El poder militar en la España Contemporánea hasta la Guerra Civil. Siglo
XXI, Madrid, 1983; y la ya citada de Mario Hernández Sánchez-Barba y Migual Alonso Baquer.
Si se quieren conocer las escisiones ideológicas y modo de vida de los africanistas, véase: BAL-
FOUR, Sebastián: Abrazo mortal. De la guerra colonial a la guerra civil en España y Marruecos
(1909-1939). Ediciones Península, Barcelona, 2002, pp. 58-65; NERÍN, Gustau: La guerra que
vino de África. Crítica, Barcelona, 2005; y MÁS CHAO, Andrés: La formación de la conciencia
africanista en el Ejército español (1909-1927). SGE, Madrid, 1988. En el terreno literario, la tri-
logía de novelas más citada para acercarse a la vida del soldado en el Rif es: BAREA, Arturo: La
forja de un rebelde. Debate, Barcelona, 2000, vol. II. La ruta; SÉNDER, Ramón J.: Imán. Desti-
no, Barcelona, 2001; y DÍAZ FERNÁNDEZ, José: El blocao. Viamonte, Madrid, 1998.
84 MARÍA GAJATE BAJO
27 Woolman presenta a este individuo como una mezcla entre Robin Hood, un barón feudal y un ban-
dido tiránico. Véase WOOLMAN, David S.: op.cit., p. 61. Imprescindible para conocer la trayec-
toria vital de este controvertido hombre es la tesis doctoral de TESSAINER Y TOMASICH, Car-
los-Federico: El Raisuni, aliado y enemigo de España. Universidad Complutense de Madrid.
Colección de Tesis Doctorales, Madrid, 1992.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 85
28 BOYD, Carolyn P.: La política pretoriana durante el reinado de Alfonso XIII. Alianza, Madrid,
1990, p. 198.
29 PAYNE, Stanley G.: Los militares y la política en la España contemporánea. Ruedo Ibérico,
París, 1968, p. 134.
86 MARÍA GAJATE BAJO
32 MADARIAGA, Rosa María de: En el Barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos. Alianza,
Madrid 2005, p. 135.
88 MARÍA GAJATE BAJO
1921. Así, Annual fue ocupado el día 15 de este mes, y Sidi Dris, en marzo.
Desde febrero, los temores de Berenguer iban en aumento, pues un informe
del coronel Gabriel Morales, jefe de la Oficina de Asuntos Indígenas en
Melilla, señalaba que los avances estaban siendo demasiado rápidos y la
línea de blocaos que se estaba trazando resultaba estratégicamente indefen-
dible. Aunque Berenguer advertía incesantemente a Silvestre de la necesi-
dad de adoptar una postura más prudente, éste se mostraba henchido de
vanidad, y más aún, después de un viaje que realizó a la península a finales
de abril. Al parecer, durante un banquete en la Academia de Caballería de
Valladolid, Silvestre prometió al rey la toma de Alhucemas el día de San-
tiago33. El 1 de junio, sin previa notificación al Alto Comisario, Silvestre
ocupó Abarrán, ya en la cábila de Temsamán. Era una posición de cierto sig-
nificado religioso para los cabileños y Silvestre obvió la repercusión que su
ataque podía tener. Además, el diálogo político con sus jefes había sido,
hasta ese momento, casi nulo. Aunque oficialmente se trataba de una «ope-
ración de policía», el considerable despliegue de fuerzas hacía desconfiar
de que realmente se tratara de ello. No fueron muchos, sin embargo, los obs-
táculos para llegar a la cima del monte y levantar una fortificación. Termi-
nado el trabajo, la columna de Villar, jefe del sector de policía del Kert,
abandonó el lugar, dejando tras de si una guarnición con casi trescientos
hombres, en su mayoría tropas marroquíes. Sin embargo, muy poco después
de su partida, empezó el ruido de cañones. Sobrevivieron sesenta y dos
hombres, y sólo veinticinco de ellos eran europeos. Además, todo el mate-
rial bélico se perdió. Al día siguiente, los rifeños atacaron Sidi Dris, aunque
la intervención del cañonero Laya impidió un nuevo éxito rifeño. Mientras
la inquietud social y política iba en aumento, Silvestre se mostraba muy
parco en palabras. Sólo tras una entrevista con Berenguer, el 5 de junio, se
comunicó al vizconde de Eza, ministro de Guerra, que la situación se había
estabilizado, aunque ni Tensamán ni Beni Tuzin se manifestaban adeptas a
la causa española34. Herido en su orgullo, muy pronto Silvestre tuvo en
mente vengarse por lo de Abarrán. Es por esto que el 7 de junio ocupó Igue-
riben, posición situada a seis kilómetros de Annual, en un terreno muy
espíritu de venganza fue el motor impulsor del Ejército colonial en los años
siguientes al descalabro de 1921. Inmediatamente se abandonó la vieja
estrategia de control territorial mediante blocaos, potenciándose ahora las
unidades móviles sostenidas a través del pillaje. Las tropas españolas recon-
quistaron Nador el día 17 de septiembre; Zeluán, el 14 de octubre; y Monte
Arruit, diez días después. Pese a que la nueva campaña colonial despertó el
inmediato y casi unánime patriotismo popular, más trascendental que la
defensa del orgullo nacional resultó el deseo de rescatar a los prisioneros y
vengar la muerte de millares de soldados. Muy potenciada resultó esta últi-
ma aspiración, sobre todo, al hacerse públicas las escenas de la masacre, y
en particular, la carnicería de Monte Arruit. En diciembre, las tropas ocu-
paron las cábilas de Ulad Settut y Kebdana. Tras la reocupación, el 10 de
enero, de Dar Drius, Maura convocó una conferencia en la ciudad mala-
gueña de Pizarra, en febrero de 1922. Su propósito era debatir acerca del
futuro de las operaciones militares en el Protectorado. Aunque Maura se
mostraba proclive a una ocupación militar muy parcial, la situación del
Ejército colonial era en esos momentos muy débil. El presidente conserva-
dor pretendía satisfacer a los africanistas, especialmente a Berenguer, y
también a La Cierva, mediante un desembarco en Alhucemas, a modo de
sucedáneo de una ofensiva generalizada, mientras que el ministro de Esta-
do, González Hontoria, defendía el aislamiento del Rif central con respecto
a Yebala y al territorio de la Comandancia de Melilla y una acción negocia-
dora en la primera de las zonas, en lugar de la intervención directa. La esci-
sión interna del gabinete desencadenó su relevo por otro, el 7 de marzo, bajo
la presidencia del también conservador Sánchez Guerra y con el general
Olaguer en la cartera de Guerra. La dimisión de Berenguer y su sustitución
por el general Burguete, el 15 de julio de 1922, supuso, en la zona occiden-
tal, el retorno a la política pactista con el Raisuni, y en la zona oriental, ante
la imposibilidad financiera de ejecutar un desembarco en Alhucemas que
permitiese cercar a Abd-el-Krim, el retorno a la política del palo y la zana-
horia, con el objeto de mermar el número de adeptos a la causa del cabeci-
lla rifeño. Sin embargo, el gobierno de Sánchez Guerra se vio desbordado
ante el asunto de las responsabilidades del Desastre. El liberal García Prie-
to fue llamado a formar un nuevo gobierno al finalizar 1922 y Santiago
Alba, como ministro de Estado, se convirtió en el principal promotor de los
trámites para el rescate de los prisioneros hechos por los rifeños durante la
estampida, contando para ello con la imprescindible colaboración económi-
ca del empresario vasco Horacio Echevarrieta. El cambio de gobierno tam-
bién acarreó relevos en la Alta Comisaría. Burguete fue sustituido por un
civil, Villanueva. Pero dados los problemas de salud de éste, el mando del
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 91
35 Sobre este personaje, tildado de «niño mimado de las izquierdas», ha aparecido recientemente una
biografía. Véase ALÍA MIRANDA, Francisco: Duelo de sables. El general Aguilera, de ministro
a conspirador contra Primo de Rivera (1917-1931). Biblioteca Nueva, Madrid, 2006.
92 MARÍA GAJATE BAJO
les que acabaron retenidos en Axdir, la capital del Estado rifeño de Abd-el-
Krim. Madariaga señala como aproximada la cifra de 54537. El más destacado
de estos prisioneros fue, qué duda cabe, el general Navarro. Abd-el-Krim exi-
gió para su rescate a Dris Ben Saíd, un antiguo compañero de estudios, que sir-
vió como intermediario «amigo» de los españoles, el pago de tres millones de
pesetas, más la entrega de otro millón adicional en concepto de indemnización
a los rifeños. Pronto la opinión pública se dividió entre aquellos que defendí-
an la urgencia del rescate y los que pensaban que el dinero podría ser emplea-
do en el rearme rifeño. Berenguer dejó en manos de Maura la decisión, quien
rechazó tajantemente este pago. Mientras, algunas familias decidieron tomar la
iniciativa particular para rescatar a los suyos. Se empezaba a temer que las dila-
ciones del Gobierno estuviesen motivadas por el pánico a los testimonios de
los cautivos y su previsible incidencia en el informe sobre las responsabilida-
des. De este modo, hubo de esperarse aún a la llegada de los liberales al poder
para que se produjese un cambio. El nuevo ministro de Estado, Alba, confió
oficialmente a Horacio Echevarrieta las gestiones para el rescate. Llegó éste a
la bahía de Alhucemas el 24 de enero de 1923 y en menos de una semana logró
la liberación de los 367 cautivos supervivientes. Finalmente, el importe del res-
cate fue repartido por Abd-el-Krim entre varios jefes cabileños.
El apoyo que el Ejército colonial prestó, llegado septiembre de 1923, a
Primo de Rivera pudiera resultar, a primera vista, bastante incomprensible, ya
que sus ideas abandonistas eran bien conocidas y sus contundentes y apasio-
nados discursos sobre la cuestión le habían ocasionado más de un disgusto. Sin
embargo, Primo de Rivera apostaba firmemente por acabar con todo el
ambiente responsabilista y en él era muy palpable el rechazo hacia la clase
política española, sentimientos ambos compartidos con la oficialidad africa-
nista. En lo relativo a la estrategia a seguir en Marruecos, ante la imposibilidad
de retirar a España de sus compromisos internacionales –de hecho, esperaba
ilusamente poder conmutar con Gran Bretaña la ciudad de Ceuta y el peñón de
Gibraltar– optó por intentar negociar la paz con el Raisuni y con Abd-el-Krim.
De este modo, el dictador pudo renovar en octubre de 1923 el compromiso de
colaboración con el jerife de Yebala, aunque su acuerdo de lucha conjunta con-
tra Abd-el-Krim fue interpretado por los militares africanistas como una gran
ofensa. Mucho más dificultoso le resultó el acercamiento al rebelde de Axdir,
pues no estaba dispuesto a aceptar ningún acuerdo sin el previo reconocimien-
to de la independencia completa del Rif. No obstante, Primo de Rivera, como
buen estratega, guardaba un as en la manga. Así, previendo el fracaso de estas
37 Ídem, p. 210.
94 MARÍA GAJATE BAJO
negociaciones, se dispuso a retirar las tropas coloniales hasta una nueva línea
fortificada. Aunque la retirada fue muy mal acogida por los africanistas, como
cabía esperar, lo que pretendía el dictador era llevar a cabo una campaña de
bombardeos con TNT, bombas incendiarias y gases tóxicos38. Desplazar a las
tropas era necesario para protegerlas de los efectos de estas sustancias nocivas.
También permitiría la repatriación de millares de soldados, y con ello, el con-
siguiente aumento de popularidad en beneficio propio. El plan fue aprobado
por el directorio militar en mayo de 1924. La línea de Estella era una sinuosa
barrera de posiciones fortificadas que, en el oeste del Protectorado, protegían
las comunicaciones entre Tánger y Fez, y también entre Tánger, Tetuán y
Ceuta, aunque para ello hubiese que renunciar a la ocupación de Xauen; y en
la parte este, significaba un retroceso militar de quince kilómetros. Curiosa-
mente, los militares más entusiastas ante el empleo de gases tóxicos fueron los
africanistas ideológicamente más progresistas. Entendían que esta era la forma
más humanitaria de hacer la guerra, pero olvidaban que los mayores perjudi-
cados eran los civiles, mientras que los africano-militaristas defendían la lucha
directa como vía hacia la gloria39. El retroceso no estuvo ni bien planteado ni
ejecutado. De hecho, la operación pudo costar sólo en la zona occidental un
número de bajas próximo a 15.00040. Los rifeños, convencidos de que este
repliegue era una manifestación de debilidad, respondieron llegando hasta las
puertas de Ceuta y bombardeando Tetuán. En enero de 1925, los hombres de
Abd-el-Krim apresaron al Raisuni, quien finalmente falleció en cautiverio
pocos meses después. Ante el fracaso de esta operación, que no logró aplastar
a los rebeldes rifeños, y tras el famoso enfrentamiento verbal entre el dictador
y la Legión en Ben Tieb41, se impuso la necesidad de buscar una nueva estra-
tegia. Así se gestaría el exitoso desembarco aéreo-naval de Alhucemas y la
ocupación de Axdir, sede del recién fundado Estado Rifeño, todo ello contan-
do con la colaboración francesa. Le seguirían la rendición de Abd-el-Krim y
las últimas campañas para la definitiva pacificación del territorio. Abd-el-
38 MADARIAGA, Rosa María de y LÁZARO ÁVILA, Carlos: «Guerra química en el Rif», en His-
toria 16, n.º 324, Madrid, 2003, pp. 50-85. Son muy pocos los historiadores que han tratado esta
cuestión, pues resulta ciertamente difícil el acceso a estas informaciones. Es por ello que Sebas-
tián Balfour ha llegado a hablar de una «conspiración del silencio».
39 BALFOUR, Sebastián: op.cit., p. 200.
40 Ibíd., p. 208.
41 Se cuenta (las versiones varían ligeramente según el autor) que el 19 de julio de 1924, en una cena
de gala que la Legión ofreció al dictador, en Ben Tieb, Franco, que entonces era teniente coronel
al mando de esta guarnición, ordenó que se le sirviesen a Primo de Rivera únicamente platos coci-
nados a base de huevo. Cuando el dictador preguntó el por qué de tan peculiar menú, el futuro
Caudillo le respondió que los que permanecían en el Protectorado no los necesitaban y por ello,
se los entregaban a quien veían un poco «falto de hombría».
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 95
42 «La previa censura para la prensa», El Adelanto, n.º 11.396, 26 de julio de 1921, p. 1.
43 Diego Martín Veloz, es, sin duda, uno de los personajes más singulares de la historia salmantina. Sus
primeras andanzas conocidas tienen por escenario la guerra de Cuba. Sin conocerse muy bien el
cómo, logró amasar una considerable fortuna y, con el respaldo de la Liga de Agricultores y Gana-
deros, se convirtió en diputado a Cortes por el distrito de Salamanca entre los años 1919-1923, ade-
más de ser el director de La Voz de Castilla. En este período protagonizó sonados enfrentamientos con
algunos concejales socialistas y también con grupos huelguistas, así como con el director de El Pue-
blo, Rafael de Castro. Aunque él encabezó muchas de las gestiones que posibilitaron la construcción
de dos cuarteles en Salamanca, sus conflictivas relaciones con el mundo obrero y con Acción Ciuda-
dana –una asociación local y muy activa surgida para defender la urgente necesidad de una mejora en
el servicio de abastecimiento de aguas–, así como los tempranos rumores sobre su implicación en el
golpe de Estado de Primo de Rivera, condujeron a la pérdida de sus apoyos electorales. Años después,
participó en el llamado alzamiento nacional y también en la represión subsiguiente. Un relato más
pormenorizado de lo enunciado puede hallarse en INFANTE MIGUEL-MOTTA, Javier: «Diego
Martín Veloz (1875-1938). Historia de un golpista» en Alcores, n.º 2, León, 2006, pp. 179-209.
96 MARÍA GAJATE BAJO
respira hoy día en España». Defendía la redacción que el pueblo debía man-
tenerse sereno y convencido de las motivaciones internas e internacionales
que obligaban a España a permanecer en África. De hecho, muy pronto El
Adelanto se imbuyó de entusiasmo y orgullo ante la rapidez con que las tro-
pas acudían al Protectorado y el cariño con que eran despedidas en las esta-
ciones de tren y muelles. Se atrevió, incluso, a augurar que en unos meses
la paz sería una realidad49. La censura previa recibió, no obstante, conside-
rables ataques. Era una falta de seriedad por parte de los políticos que cono-
ciéndose lo esencial, el retroceso militar hasta las posiciones de 1909, se
ocultase lo accesorio. Reprendía también este periódico al gobierno el
hecho de que no se explicase claramente cuál era el papel de España en
Marruecos50. Desde mediados de agosto, la voluntad popular de revancha
fue muy alentada mediante el recurso a los testimonios más crudos del
Desastre, habitualmente insertos en una sección bautizada como «Páginas
de la guerra», y en la más efímera «Escenas de la Guerra». Coincidiendo
con la formación del nuevo gobierno bajo la presidencia de Antonio Maura
y el levantamiento de la censura previa, salvo en todo lo alusivo al movi-
miento de tropas51, muy pronto se corrió la voz sobre lo vivido en Nador,
Zeluán y, sobre todo, Monte Arruit. Por primera vez, se reconocía que los
rifeños no serían un enemigo fácil de derrotar. La Época había difundido
que los rebeldes disponían de millares de fusiles, numerosos cañones, ame-
tralladoras y abundantes municiones. El harca de Abd-el-Krim contaba,
además, con jefes expertos y con unos combatientes de moral elevada. Lo
que se estaba planteando no era una lucha entre un Ejército de una nación
civilizada y una partida de indígenas marroquíes, sino un enfrentamiento
entre dos Ejércitos igualmente equipados52. El alarmismo que este tipo de
noticias generaba se utilizó para combatir las actitudes derrotistas, que
empezaban a cobrar fuerza. Lo que se predicaba era resignación ante la san-
gre que la Patria reclamaba para reponer su honor: «No es la hora de la crí-
tica, ni de la reflexión; es la hora del corazón, que es la voz de la pasión más
honda (…) Antes que preguntar por qué ha pasado esto o lo otro, que a
dónde se va y por dónde y cuánto nos va a costar, hay que decir: es la honra
de España»53. Días antes de la dimisión del gabinete de Allendesalazar, Eza,
como ya se ha señalado más arriba, ordenó al general Picasso la elaboración
54 El Pueblo es el instrumento imprescindible para acercarnos a la opinión del grupo social extra-
dinástico más relevante de la época. Este rotativo quincenal nació en 1920, era propiedad de la
Federación Obrera Salmantina, dirigido por Rafael de Castro y editado en Béjar. Su publicación
siempre estuvo limitada por muchísimas dificultades financieras, hasta el extremo de que el 12
de mayo de 1923 se interrumpió su edición. Reapareció en marzo de 1924, y comenzó, en esta
nueva fase de su andadura, a imprimirse en Salamanca. Socialmente, dispuso del respaldo de
obreros y jornaleros pero se desconocen de los datos de la Estadística de Prensa de 1927 sobre su
tirada
55 RUEDA PARDO: «La cuestión de Marruecos y la mordaza ministerial», El Pueblo, n.º 22, 7 de
agosto de 1921, p. 4.
56 Véase como ejemplo: «Estamos conformes en que a esas tribus salvajes se les ponga en contacto
y relación directa con los pueblos cultos y civilizados, inculcando en ellos el amor y el respeto a
sus semejantes (…) Pero eso no ha sabido hacerlo España en doce años que llevamos de perma-
nente Protectorado; vamos a civilizar a esos indómitos guerreros, criados en la selva, mientras
dejamos abandonados aquí millones de analfabetos», Don Ruperto: «Paz a los muertos», El Pue-
blo, n.º 23, 28 de agosto de 1921, p. 4.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 99
57 La Gaceta Regional vio la luz el 20 de agosto de 1920. Editada por la sociedad Editorial Sal-
mantina, esta publicación era propiedad de la sociedad anónima «Sociedad Castellana», que tenía
como máximos accionistas a José María Gil Robles, José Cimas Leal y muchos otros miembros
del Bloque Agrario Salmantino. Su dirección recayó inicialmente en Buenaventura Benito Núñez,
y desde diciembre de ese año, quedó en manos de Fernando Íscar Peyra. Nació, como se podrá
deducir, para defender los intereses del latifundismo, y también estrechamente vinculada a la opi-
nión católica. A partir de los datos proporcionados por la Estadística de Prensa de 1927, se puede
cifrar su tirada en 3.000 ejemplares diarios.
58 «Teoría de actualidad», La Gaceta Regional, n.º 289, 8 de agosto de 1921, p. 1.
59 Existe una línea de investigación interesantísima y muy potente que se ocupa de estudiar la ima-
gen del marroquí en la memoria colectiva de los españoles mediante el empleo de muy variopin-
tas fuentes. Tal vez, una de las obras más sugerentes sobre el asunto sea MARTÍN CORRALES,
Eloy: La imagen del magrebí en España. Una perspectiva histórica: siglo XVI-XX. Bellaterra,
Barcelona, 2002. Mediante el empleo de imágenes es perfectamente capaz este autor de trazar la
historia del Protectorado desde la época de la penetración pacífica hasta el periodo de castigo
indiscriminado del marroquí (y llega hasta la actualidad).
100 MARÍA GAJATE BAJO
local hacia las posiciones más belicosas: «El descalabro sufrido exige
una reparación inmediata, repiten todos los periódicos de la Península, y
así en efecto lo han comprendido los que manejan las riendas de la
nación y, sobre todo, el Alto Comisario, que organiza ya la ofensiva, y a
cuyo llamamiento acuden los soldados hispanos, llenos de ardor bélico,
que empuñan las armas, impacientes por vengar tanta injuria»60. Aunque
este diario aplaudía gran parte de la ideología maurista, en lo tocante a la
gestión del Protectorado, cabe subrayar que La Gaceta se mostró muy
recelosa ante las iniciativas del líder conservador. De hecho, durante
varios días se tomó la molestia de publicar sesgadamente un extenso dis-
curso que Maura había pronunciado en el Congreso en 1914 con el obje-
to de desacreditar la idea de que España debía limitarse a la ocupación de
las costas africanas para garantizar su independencia61. Este fue el inicio
de una campaña contra los bautizados como «derrotistas agoreros», que
no hacían sino obstaculizar la generosidad hasta entonces mostrada por
Salamanca62.
La atención mediática que el derrumbamiento de la Comandancia de
Melilla recibió fue, como ya se ha podido intuir, enorme. Además de las
informaciones sobre el fatal acontecimiento y el exhaustivo seguimiento de
la reacción gubernamental a través de las reuniones del Consejo de minis-
tros, las publicaciones periódicas salmantinas, con la notoria salvedad de El
Pueblo, dejaron detalladísima constancia de todos los gestos, ya fuesen
individuales o colectivos, a título particular u oficialmente, de apoyo a los
combatientes en tierras africanas. Además, después de que el segundo bata-
llón de La Victoria partiese hacia aquellas tierras, tanto El Adelanto como
La Gaceta Regional lograron los servicios de varios soldados de cuota63,
que se encargaron de enviar periódicamente telegramas y crónicas para cal-
60 FRAILE, Luciano S.: «Sin sacrificio no hay patriotismo», en La Gaceta Regional, n.º 304, 26 de
agosto de 1921, p. 1.
61 «La visión del problema de Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 306, 29 de agosto de 1921, p.
3; «La visión del problema de Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 308, 31 de agosto de 1921,
p. 3; «La visión del problema de Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 316, 9 de septiembre de
1921, p. 3; y «El discurso del señor Maura», La Gaceta Regional, n.º 382, 26 de noviembre de
1921, p. 3.
62 «Del espíritu salmantino. Refulge el patriotismo», La Gaceta Regional, n.º 312, 5 de septiembre
de 1921, p. 1.
63 El soldado de cuota apareció como figura legal en 1912 con la reforma del sistema de recluta-
miento del general Luque. Aunque la nueva ley no abolió la redención en metálico, obligó a todos
los reclutas a cumplir un mínimo de cinco meses de servicio militar, pudiéndose librar del resto
del mismo previo pago de una cantidad. Además, los «cuotas» eran forzosamente movilizados en
tiempos de guerra. Sin embargo, la estancia de éstos en campaña resultó más confortable que la
de los soldados de haber.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 101
cla entre tristeza, resignación y orgullo, aunque casi todos los rotativos des-
cribieron el ambiente de esa noche como «grandioso»69. La salida del bata-
llón estaba prevista para pasada la media noche, aunque hubo de retrasarse
porque los familiares retenían a sus soldados más de lo esperado. Siguieron
estas fuerzas la conocida como Línea del Oeste, pasando por Astorga, Mon-
forte, Ponferrada, Orense y Redondela, siendo siempre acogidos entre cla-
mores y con incontables donativos70. En Vigo, donde también fueron muy
bien recibidos71, la tropa y la oficialidad debieron embarcar con destino a
Ceuta, pero el día 29, se supo que el batallón había recibido una nueva orden
de dirigirse a Larache72. Al fin, el 31 de agosto llegó La Victoria al campa-
mento de Nador (no confundir con el de la Comandancia de Melilla, que fue
reocupado el 17 de septiembre de 1921)73.
Los primeros comunicados y crónicas de Pedraza y de García de la Cruz
sobre esta posición estuvieron repletos de detalles costumbristas y tranqui-
lizadores, quizá por la sorpresa que acarreó el cambio de destino a última
hora. Nador era descrita como una posición llena de reposo y la vida que
allí llevaban los salmantinos era bastante relajada. Ocupaban casi todo su
tiempo en tareas de instrucción y baños en la playa y subrayaban los «cuo-
tas», con particular ahínco, que su salud era estupenda74. Lamentablemen-
te, la calma fue seguida de varias noticias tempestuosas. La Victoria se con-
virtió en el principal vínculo, y sobre todo, el más emotivo, entre los
salmantinos y la guerra del Rif, de tal modo, que sus avatares en África
tuvieron un impacto decisivo en la actitud popular ante este conflicto. No
obstante, conviene saber que, además de en este regimiento, algunos sal-
mantinos también viajaron hasta el Protectorado como integrantes de otros
regimientos, pero apenas recibieron atención periodística.
69 «La grandiosa despedida de Salamanca al batallón de La Victoria que marcha a Ceuta», El Ade-
lanto, n.º 11.423, 26 de agosto de 1921, pp. 1-2; «Los soldados de La Victoria marchan a África
entre clamorosas oraciones», La Gaceta Regional, n.º 304, 26 de agosto de 1921, pp. 3-4.
70 GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 306, 29 de agos-
to de 1921, p. 1.
71 GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 313, 6 de sep-
tiembre de 1921, p. 1.
72 «El batallón de La Victoria recibe orden de variar su destino e ir a Larache», El Adelanto, n.º
11.426, 30 de agosto de 1921, p. 3.
73 «La llegada a Larache del batallón de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.429, 2 de septiembre de
1921, p. 1; y «La Ciudad», La Gaceta Regional, n.º 310, 2 de septiembre de 1921, p. 11.
74 PEDRAZA: «El batallón de La Victoria en Larache», El Adelanto, n.º 11.431, 5 de septiembre de
1921, p. 1; PEDRAZA: «La estancia del batallón de La Victoria en Larache», El Adelanto, n.º
11.434, 8 de septiembre de 1921, p. 2; PEDRAZA: «Nuestro parte diario», El Adelanto, n.º
11.435, 9 de septiembre de 1921, p. 2; GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La
Gaceta Regional, n.º 315, 8 de septiembre de 1921, p. 2; y GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón
de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 317, 10 de septiembre de 1921, p. 3.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 103
80 Rafal González Cobos fue presidente de la Diputación Provincial de Salamanca entre 1921 y
1922. Fue también uno de los miembros más dinámicos de la Comisión Patriótica y, posterior-
mente, Presidente de la Unión Deportiva Salmantina (1929) y del Casino de Salamanca. Aunque
en 1922 fue designado gobernador civil de Zaragoza, siempre permaneció muy vinculado a esta
ciudad meseteña. Fue apartado de la vida política durante la dictadura de Miguel Primo de Rive-
ra, aunque se reincorporó a ella después, de la mano de Melquíades Álvarez y Filiberto Villalo-
bos.
81 En el Boletín Oficial de la Provincia correspondiente al 12 de agosto de 1921 se inserta una carta
de González Cobos en la que acepta de muy buen grado este proyecto.
82 El Ayuntamiento tardó muchísimo en hacer efectiva esta donación. De hecho, cuando la Comi-
sión Gestora dio por concluidas sus reuniones, el pago no se había hecho efectivo todavía.
83 «Salamanca se propone adquirir un aeroplano para el Ejército de África», El Adelanto, n.º 11.408,
9 de agosto de 1921, p. 1. Se incluía una primera lista de suscriptores y se anunciaba que ésta que-
daba abierta en los Casinos de Salamanca y Pasaje, en el Café Novelty, en las librerías de los seño-
res Núñez, Catón y Antonio García y, para finalizar, en los comercios de Mariano Rodríguez Gal-
ván y Arturo Pozuela.; «Una aeronave para el Ejército español», La Gaceta Regional, n.º 289, 8
de agosto de 1921, p.1; y «Salamanca regalará un aeroplano a nuestro Ejército», La Gaceta Regio-
nal, n.º 291, 10 de agosto de 1921, pp. 2-3.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 105
84 En efecto, únicamente he podido hallar dos tímidas referencias al empleo de estas sustancias. El
8 de mayo de 1921, Alfredo Rivera alude a que la cábila de Ajmás, en la zona de Larache, ha sido
«rociada», aunque sin precisar con qué sustancia. Y el 12 de septiembre de 1921, trascurridos casi
dos meses tras la catástrofe militar, La Gaceta, en su sección «España en Marruecos» inserta una
relación del material enviado recientemente a Melilla. En ella se incluyen «gases venenosos para
emplear por la infantería, bombas de gases para la aviación y cañones de trinchera para lanzar
gases». Recuérdese que entonces existía un régimen de «libertad vigilada» sobre la prensa. Por
ello, no deja de sorprender el hecho de que se filtrasen noticias alusivas al empleo de gases tóxi-
cos, cuyo uso había quedado prohibido en Versalles.
85 «La suscripción para adquirir un aeroplano para el Ejército de África», El Adelanto, n.º 11.411,
12 de agosto de 1921, p. 2. La suscripción ya entonces reunía 20.000 pesetas.
86 Andrés Pérez Cardenal era el Presidente de la Cámara de Comercio en aquellos momentos. Asu-
mió el cargo de tesorero al servicio de la Comisión Patriótica.
87 «Salamanca y el día patriótico», El Adelanto, n.º 11.404, 16 de agosto de 1921, p. 1.
88 «Actitud patriótica de unos niños», El Adelanto, n.º 11.413, 15 de agosto de 1921, p. 1; y «El pilo-
to ideal para el “Salamanca”», La Gaceta Regional, n.º 295, 16 de agosto de 1921, p. 5.
106 MARÍA GAJATE BAJO
89 Julián, obispo de Salamanca: «Palabras del prelado», La Gaceta Regional, n.º 311, 3 de septiem-
bre de 1921, p. 1. Lo cierto es que la Iglesia estuvo muy presente en todos los gestos de apoyo a
las tropas. Además de la cesión de «un día de haber al mes», fue habitual la celebración de fune-
rales por el alma de los difuntos, la participación de los sacerdotes en «el aguinaldo del soldado»
y, en general, en todas las iniciativas patrióticas propuestas.
90 «La comisión del aeroplano “Salamanca”», El Adelanto, n.º 11.424, 27 de agosto de 1921, p. 2;
«El patriotismo de la provincia», El Adelanto, n.º 11.428, 1 de septiembre de 1921, p. 1; y «A pro-
pósito de la aeronave “Salamanca”», La Gaceta Regional, n.º 307, 30 de agosto de 1921, p. 1.
91 RUY-GONZÁLEZ: «Salamanca será la primera provincia que regala al Ejército dos aeroplanos
Havilland», El Adelanto, n.º 11.430, 3 de septiembre de 1921, p. 2.
92 «Soldados voluntarios en África», El Adelanto, n.º 11.407, 8 de agosto de 1921, p. 1. No obstante,
mientras que en la prensa local fue habitual el aplauso a la figura del voluntario, en los boletines
oficiales de la provincia se pueden encontrar largos listados con el nombre de los desertores.
93 «Próxima velada benéfica por el héroe de Afrau», El Adelanto, n.º 11.405, 5 de agosto de 1921,
p. 4; y «¿Quién es el soldado desconocido?», La Gaceta Regional, n.º 285, 3 de agosto de 1921,
p. 5. Se trataba de un tal Mariano García, que acaparó bastante atención mediática en el verano
de 1921. Corrochano había escrito para el ABC una crónica sobre este soldado del regimiento de
Ceriñola, origen de la iniciativa mencionada. Pero a finales de agosto, La Gaceta Regional des-
mintió la historia de su «gloriosa» muerte, señalando que este individuo seguía vivo y facilitando
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 107
Católica de la Mujer, así como la solemne misa que estas damas organiza-
ron en la Catedral el 13 de agosto, unos días antes de la marcha de La Vic-
toria94; los donativos del Ayuntamiento también destinados al segundo bata-
llón de la fuerza que hasta entonces guarnecía Salamanca95; o la tómbola
colocada en la Plaza Mayor por la Sociedad Deportiva Helmántica, coinci-
diendo con las ferias de septiembre, para destinar su producto a los solda-
dos96.
Fueron, en definitiva, muchísimos los gestos de socorro puestos en mar-
cha durante el verano de 1921, mientras que las voces discordantes apenas
se dejaron escuchar.
el que los donantes pudiesen recuperar sus contribuciones («La Ciudad», La Gaceta Regional, n.º
301, 23 de agosto de 1921, p. 11).
94 «El aeroplano “Salamanca” debe llevar un piloto salmantino», El Adelanto, n.º 11.411, 12 de
agosto de 1921, p. 3; «La grandiosa fiesta del sábado en la catedral», El Adelanto, n.º 11.413, 15
de agosto de 1921, pp. 1-2; «La fiesta patriótica de la catedral», La Gaceta Regional, n.º 294, 13
de agosto de 1921, p. 11. Esa asociación envió al cuartel de Anaya un total de 300 escapularios y
75 opúsculos titulados.
95 «Las fuerzas de La Victoria y su próxima marcha», El Adelanto, n.º 11.413, 15 de agosto de 1921,
p. 3; y «Homenaje a las tropas», La Gaceta Regional, n.º 295, 16 de agosto 1921, p. 5. Además,
el 14 de agosto, el Ayuntamiento salmantino hizo entrega al coronel del regimiento de 6.080,03
pesetas, procedentes de una suscripción municipal, además de nueve cajas de habanos para los
jefes y oficiales de La Victoria.
96 «Una patriótica idea de la Sociedad Helmántica», El Adelanto, n.º 11.426, 30 de agosto de 1921,
p. 1; «La tómbola a beneficio de los soldados de África», El Adelanto, n.º 11.435, 9 de septiem-
bre de 1921, p. 3; «Fin patriótico», La Gaceta Regional, n.º 307, 30 de agosto de 1921, p. 3.
97 «Directores y dirigidos», El Adelanto, n.º 11.640, 8 de octubre de 1921, p. 3.
108 MARÍA GAJATE BAJO
éxitos militares más allá del Estrecho. Por ello, El Adelanto intentó reafir-
marse en la convicción de que el Ejército español era infinitamente superior
a la fuerza rifeña98. Desde mediados de octubre, en la sección a la que ya se
ha aludido titulada «Páginas de la guerra», comenzaron a aparecer relatos
costumbristas sobre los marroquíes99. Al igual que en el caso de La Gaceta
Regional, estos eran presentados con una fuerte carga de fanatismo y xenofo-
bia. Pero aunque el diario progresista intentaba y deseaba de este modo com-
batir las actitudes derrotistas y confiar en la autoridad y capacidad de mando
de Dámaso Berenguer, las circunstancias no parecían apoyarle100.
Las escisiones en el seno del gobierno Maura tras la celebración de la
Conferencia de Pizarra no presagiaban ninguna estabilidad política101. De
hecho, poco después de la dimisión del gobierno, se dispararon los rumores
sobre la inminente dimisión del Alto Comisario, pues sabido era que sus
planteamientos no concordaban con los de Olaguer, el nuevo ministro de
Guerra102. El anuncio de que muy pronto se iba a avanzar hacia el protec-
torado civil y se iniciaría la repatriación de tropas y la recluta voluntaria, en
cuanto finalizasen las operaciones contra el Raisuni, pudo rescatar a la
redacción de El Adelanto del pesimismo en que también ella se estaba hun-
diendo103. Con renovadas energías, este diario siguió defendiendo la impo-
sibilidad de que España abandonase Marruecos, pues varios compromisos
nacionales e internacionales convertían su permanencia en el Protectorado
en una obligación. Lo que pretendía era demostrar la conveniencia de una
acción conjunta civil y militar y la formación de un Ejército colonial que
permitiese el ahorro de sangre y dinero de los españoles.
No obstante, coincidiendo con la aparición de nuevas escisiones guber-
namentales, que tuvieron como protagonistas a Cambó, Bergamín y Roma-
nones104, otra vez cundió la desesperación entre los escritores de este dia-
105 «Nuestra acción de guerra en Marruecos», El Adelanto, n.º 11.690, 4 de julio de 1922, p. 1.
106 «El nuevo Alto Comisario, general Burguete», El Adelanto, n.º 11.699, 17 de julio de 1922, p. 2.
107 «La sumisión de Raisuni. Las condiciones pactadas», El Adelanto, n.º 11.729, 23 de agosto de
1922, p. 6; «Antes de enero serán repatriadas todas las fuerzas que operan en Marruecos», El
Adelanto, n.º 11.770, 10 de octubre de 1922, p. 6; y Rivera: «El día en Madrid», El Adelanto, n.º
11.826, 19 de diciembre de 1922, p. 5.
108 RIVERA: «El general Burguete sale para Marruecos», El Adelanto, n.º 11.772, 12 de octubre de
1922, p. 5; y «Cuatro mil trescientos millones de déficit», El Adelanto, n.º 11.781, 27 de octubre
de 1922, p. 1.
109 «El penoso problema», El Adelanto, n.º 11.827, 20 de diciembre de 1922, p. 1.
110 MARÍA GAJATE BAJO
110 «Don Miguel Villanueva, Alto Comisario civil», El Adelanto, n.º 11.832, 26 de diciembre de
1922, p. 1.
111 RIVERA: «Tarde y noche», El Adelanto, n.º 11.838, 2 de enero de 1923, p. 5.
112 «Nota del día», El Adelanto, n.º 11.852, 18 de enero de 1923, p. 1.
113 RIVERA: «¿Quién es el Alto Comisario de Marruecos?», El Adelanto, n.º 11.853, 19 de enero
de 1923, p. 5.
114 RIVERA: «El día en Madrid», El Adelanto, n.º 11.874, 13 de febrero de 1923, p. 5.
115 RIVERA: «Al cerrar», El Adelanto, n.º 11.873, 11 de febrero de 1923, p. 5.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 111
juzgó que lo que se estaba procurando era «dar categoría» al cargo de Alto
Comisario116.
Aún mayor fue la desazón de la opinión progresista al conocerse en
marzo un plan para la toma de Alhucemas. Por fortuna, el gobierno, teme-
roso de la reacción popular, lo rechazó117. Por otra parte, aunque había
abundantes rumores sobre el próximo inicio de la repatriación de tropas
porque las negociaciones entre Castro Girona y los rifeños para lograr la
definitiva sumisión del territorio marchaban por buen camino, éstas se rom-
pieron118. Así se explica el desconsuelo ciudadano reinante en la primavera
de 1923. Además, Abd-el-Krim había solicitado el reconocimiento oficial
de la República del Rif. En un editorial de El Adelanto se comentaba: «La
nación ha rectificado su juicio. Ya no espera la revancha de ningún género.
Desencantada de todo y de todos, quiere acabar de una vez aquella desdi-
chada empresa, empezando por negarse a nuevos sacrificios y reclamando
la repatriación inmediata».
Con el inicio del verano, las vacilaciones en la política marroquí alcan-
zaron su punto álgido: mientras que los rumores sobre la dimisión de Sil-
vela se intensificaban, los enfrentamientos entre Alcalá-Zamora y Santiago
Alba se hicieron más frecuentes119, así como también se convirtieron en
habituales las advertencias del ministro de Hacienda ante el peligro de nue-
vas aventuras bélicas120. Los propósitos pacificadores del marqués de Alhu-
cemas a su llegada al gobierno, apenas hacía siete meses, parecían entonces
una entelequia y el nombramiento de Martínez Anido, cuyas violentas
actuaciones en Barcelona eran sobradamente conocidas, como Comandan-
te General de Melilla no hizo sino demostrar que el gobierno estaba aban-
donando sus propósitos iniciales en el Protectorado121. Ciertamente, el
nuevo plan del Comandante para la ocupación de Alhucemas fue también
rechazado, e incluso se barajó la posibilidad de retroceder hasta la línea del
Kert, a la par que en julio se intentó un nuevo acercamiento, otra vez infruc-
tuoso, a Abd-el-Krim122. Los propósitos civilistas del gabinete no habían
sido oficialmente abandonados, aunque el pueblo deseaba el fin de la gue-
rra, que no el abandono de Marruecos. El que el gobierno desoyera el plan
116 «Nota del día. Ante el nombramiento», El Adelanto, n.º 11.876, 15 de febrero de 1923, p. 1.
117 «Nota del día. Ante el consejo de hoy», El Adelanto, n.º 11.913, 31 de marzo de 1923, p. 1.
118 RIVERA: «Tarde y noche», El Adelanto, n.º 11.930, 20 de abril de 1923, pp. 3-4; y RIVERA:
«Al cerrar», El Adelanto, n.º 11.933, 24 de abril de 1923, p. 3.
119 RIVERA: «Al cerrar», El Adelanto, n.º 11.959, 24 de mayo de 1923, p. 4.
120 «Nota del día. ¿En vísperas de una crisis?», El Adelanto, n.º 12.020, 3 de agosto de 1923, p. 1.
121 «La difícil situación del gobierno», El Adelanto, n.º 11.990, 24 de junio de 1923, p. 1.
122 RIVERA: «Al cerrar», El Adelanto, n.º 11.999, 10 de julio de 1923, p. 4; y Rivera: «Al cerrar»,
El Adelanto, n.º 12.003, 14 de julio de 1923, pp. 3-4.
112 MARÍA GAJATE BAJO
127 Véase PRIETO, Indalecio: Con el rey o contra el rey: la guerra de Marruecos. Planeta, Barce-
lona, 1990.
114 MARÍA GAJATE BAJO
128 Mientras que con anterioridad a 1909 el rifeño había sido contemplado como un ser primitivo,
pero, al mismo tiempo, inocente y simpático, con el inicio de la guerra del Rif esta representa-
ción adquiere caracteres muy peyorativos: el «moro» está sediento de sangre y cegado por la ira,
es traidor por naturaleza y no merece ningún tipo de contemplación. El marroquí es visto, en
definitiva, «más como pieza a abatir que como pueblo a civilizar» (MARTÍN CORRALES, Eloy:
op.cit., p. 147).
129 «Del problema marroquí. No lo entendemos», La Gaceta Regional, n.º 331, 27 de septiembre de
1921, p. 1.
130 «Estamos conformes», La Gaceta Regional, n.º 345, 13 de octubre de 1921, p. 1.
131 «La conferencia de Pizarra», La Gaceta Regional, n.º 441, 6 de febrero de 1922, p. 1.
132 «Hacia el Protectorado. Hablan dos ilustres jefes del Ejército», La Gaceta Regional, n.º 458, 25
de febrero de 1922, p. 3.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 115
133 Véase cuál era para La Gaceta Regional el significado de esta plaza: «La posesión de esta bahía
sería una satisfacción para el amor nacional, un éxito cotizable en la galería de la opinión, un
realce de España en el juicio extranjero. Todo eso es bastante: pero además se necesita que el lito-
ral sea nuestro para evitar contactos rifeños con el contrabando. Por ello hay que ir a Alhucemas.
Ese sentimiento de la opinión, favorable a la empresa, hay que cultivarlo, excitarlo y aprove-
charlo. Ahora bien: ¿es tan urgente la empresa que debe acometerse precisamente en estos
momentos? Eso es seguramente lo que dilucidará el Gobierno. Y así es como debe plantearse el
problema. No se trata de ir o no a Alhucemas. Se trata sólo, o debe tratarse, de si se va ahora o
se va más adelante. Las ventajas de ir ahora pueden sintetizarse diciendo: que se aproveche el
esfuerzo militar ya realizado y el estado de ánimo en el que el país se encuentra; que se da al
mundo una impresión de capacidad militar si el éxito nos acompaña; que podemos esgrimir tal
éxito en una negociación que se avecina sobre Tánger. Los inconvenientes se hallan en que el
esfuerzo ahora realizado no será bastante, y será preciso acumular las tropas en Melilla», «Hacia
el Protectorado. Alhucemas», La Gaceta Regional, n.º 449, 15 de febrero de 1922, p. 3.
134 Un reservista: «Hacia el Protectorado. La campaña de Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 472,
14 de marzo de 1922, p. 3.
135 «Tanto va el cántaro a la fuente», La Gaceta Regional, n.º 509, 28 de abril de 1922, p. 2.
136 «La verdad ante todo», La Gaceta Regional, n.º 567, 10 de julio de 1922, p. 1.
137 BARRETO: «Berenguer ha dimitido. ¿Barrera, Alto Comisario?», La Gaceta Regional, n.º 568,
11 de julio de 1922, p. 3; y BARRETO: «Última hora», La Gaceta Regional, n.º 572, 15 de julio
de 1922, p. 6.
116 MARÍA GAJATE BAJO
fue aprovechado para atizar aún más el odio al rifeño con la publicación de
varios artículos con mucha carga emotiva. Ante los anuncios de cambio en
la política del Protectorado, La Gaceta mostró inmediatamente sus recelos:
«Por lo visto, ha fracasado nuestra acción militar en Marruecos, que el esta-
do de nuestra hacienda no permite prolongar y se va a implantar una acción
política y civil de protectorado, que en todo caso debió haber seguido a la
victoria militar, y que no siendo así, habrá que establecerla con la coopera-
ción interesada, pagada y pactada con los principales jefes de los beniurria-
gueles»138. La redacción temía que Francia aprovechase este cambio de
orientación para emprender una lucha diplomática y hacerse con Tánger e
intentaba convencer nuevamente a la opinión salmantina de que España
estaba capacitada para la toma de Alhucemas139. Pese al disgusto generado
por el rechazo gubernamental al plan de ocupación de la mencionada bahía,
la decisión de disolver definitivamente las Juntas de Defensa, como res-
puesta del gobierno de Sánchez Guerra a una muy teatral dimisión de
Millán Astray, máxima autoridad de la Legión, fue una estupenda noticia,
que convirtió a los africanistas en el cuerpo hegemónico en el seno del Ejér-
cito español140.
La indignación resurgió, no obstante, al conocerse el nombramiento
como nuevo Alto Comisario de Miguel Villanueva y su persistencia en las
intenciones civilistas. Su enfermedad fue acogida con cierto alivio pues creía
este periódico que así se paralizarían sus proyectos negociadores, pero tras la
bochornosa actuación, siempre atendiendo a la opinión conservadora, de
Alba en el rescate de los prisioneros, el tono discursivo del periódico se vol-
vió muy agresivo. Desde febrero de 1923, muchos editoriales de la primera
plana, firmados por un tal «E.», se dirigieron a relegitimizar la acción béli-
ca decidida y urgente: «Nuestro Protectorado sobre Marruecos constituye un
deber nacional que no podemos regir, si hemos de mirar a nuestra indepen-
dencia futura (…) Existe otro motivo superior a los demás que nos obliga,
con imperativo categórico, a una intervención en África: el cumplimiento del
testamento de Isabel I y la evangelización de aquellos territorios (…) Des-
pués de los Desastres de julio del año de 1921 en la zona oriental, todo espí-
ritu patriota, todo español consciente de su deber y celoso del honor nacio-
nal, puso, por encima de cualquier otra aspiración, el castigo inmediato de
141 «E.»: «El problema de Marruecos. Ligeras consideraciones», La Gaceta Regional, n.º 744, 8 de
febrero de 1923, p. 1.
142 «E.»: «Nuevo Comisario Superior. Algunas consideraciones», La Gaceta Regional, n.º 749, 14
de febrero de 1923, p. 1.
143 «E.»: «El problema de Marruecos. Manifestaciones del señor Silvela», La Gaceta Regional, n.º
775, 16 de marzo de 1923, p. 1.
144 BARRETO: «Nuestras conferencias telefónicas de hoy», La Gaceta Regional, n.º 898, 13 de
agosto de 1923, p. 5.
145 «E.»: «Nuestra acción en Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 907, 24 de agosto de 1923, p. 1.
146 PEDRAZA: «El Adelanto en Larache», El Adelanto, n.º 11.438, 13 de septiembre de 1921, p. 1;
PEDRAZA: «Salamanca en Marruecos», El Adelanto, n.º 11.431, 16 de septiembre de 1921, p.
2 (obsérvese que hay un error en la numeración de los diarios); PEDRAZA: «El batallón de La
Victoria», El Adelanto, n.º 11.432, 17 de septiembre de 1921, p. 4; y GARCÍA DE LA CRUZ:
«El batallón de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 332, 28 de septiembre de 1921, p. 1.
118 MARÍA GAJATE BAJO
147 GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 324, 19 de sep-
tiembre de 1921, p. 1; y GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta Regio-
nal, n.º 326, 21 de septiembre de 1921, p. 1. A propósito de las difíciles condiciones higiénicas
a las que se enfrentaban los soldados en África Trigo solicitó el auxilio en Larache de médicos
y estudiantes de Medicina: «Las enfermedades aquí son temibles, violentísimas y casi siempre
de funesto desenlace por el clima, la deficiente alimentación y la escasez de personal y material
sanitario», TRIGO, José Luis: «Para la Cruz Roja salmantina. Desde Larache», La Gaceta Regio-
nal, n.º 342, 10 de octubre de 1921, p. 3.
148 TRIGO, José Luis: «La Victoria en Larache», El Adelanto, n.º 11.485, 7 de noviembre de 1921,
p. 2; HERNÁNDEZ MARTÍN, A.: «Crónicas de Melilla», La Gaceta Regional, n.º 391, 7 de
diciembre de 1921, p. 4.
149 TRIGO, José Luis: «Los soldados salmantinos en campaña», El Adelanto, n.º 11.496, 19 de
noviembre de 1921, p. 2; GÓMEZ PARRA, E.: «El desarme y las nuevas posiciones», El Ade-
lanto, n.º 11.527, 26 de diciembre de 1921, p. 2; y «El salmantino T.»: «La cuarta compañía de
la Victoria en Nuader», El Adelanto, n.º 11.528, 27 de diciembre de 1921, p. 2.
150 «El batallón expedicionario de La Victoria sufre algunas bajas», El Adelanto, n.º 11.513, 9 de
diciembre de 1921, p. 2; TRIGO, José Luis: «Cómo ocurrió, el día 6, la agresión de unos moros»,
El Adelanto, n.º 11.517, 14 de diciembre de 1921, p. 1; y «La actuación del batallón de La Vic-
toria en África», La Gaceta Regional, n.º 392, 9 de diciembre de 1921, p. 2.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 119
151 PRIETO-TRIGO: «Los soldados salmantinos del batallón de La Victoria y las operaciones de
Beni-Arós», El Adelanto, n.º 11.540, 10 de enero de 1922, p. 1; FLORES: «Desde Ber-bex», La
Gaceta Regional, n.º 407, 27 de diciembre de 1921, p. 7.
152 FLORES: «Desde Nuader», La Gaceta Regional, n.º 432, 26 de enero de 1922, p. 2.
153 TRIGO, José Luis: «Desde Nuader. Las tropas del batallón de La Victoria», El Adelanto, n.º
11.606, 28 de marzo de 1922, p. 1.
154 «El corresponsal»: «Las fuerzas de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.635, 3 de mayo de 1922, p.
1; y GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 506, 25 de
abril de 1922, p. 4.
155 «Del trágico convoy de Ain-Hedid», El Adelanto, n.º 11.682, 27 de junio de 1922, p. 1; BARRE-
TO: «Por teléfono», La Gaceta Regional, n.º 556, 26 de junio de 1922, p. 3.
156 «Los 337 soldados de La Victoria que vienen de Larache», El Adelanto, n.º 11.727, 20 de agos-
to de 1922, p. 4; «Soldados que regresan», La Gaceta Regional, n.º 601, 21 de agosto de 1922,
p. 2.
157 ANAYA, Federico: «Los soldados de La Victoria que marchan a Larache», El Adelanto, n.º
11.728, 22 de agosto de 1922, p. 5; «La marcha de los soldados», La Gaceta Regional, n.º 609,
30 de agosto de 1922, p. 1; «La despedida de los soldados de La Victoria que marchan a Lara-
che», La Gaceta Regional, n.º 610, 31 de agosto de 1922, p. 1. Los soldados fueron obsequiados
con un rancho extraordinario, además de sesenta tartas, cuatrocientos cigarros puros, cuatro-
cientas cajetillas y veinte botellas de coñac.
120 MARÍA GAJATE BAJO
158 «La marcha a África de los soldados de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.735, 30 de agosto de
1922, p. 2; «La despedida», La Gaceta Regional, n.º 609, 30 de agosto de 1922, p. 1.
159 «Los actos de ayer en honor del Ejército y la marcha de las fuerzas a Larache» El Adelanto, n.º
11.736, 31 de agosto de 1922, p. 2.
160 BEÑA, Dionisio: «Los soldados de La Victoria que han llegado a Larache», El Adelanto, n.º
11.747, 13 de septiembre de 1922, p. 3; y BEÑA, Dionisio: «Los soldados de La Victoria», El
Adelanto, n.º 11.765, 4 de octubre de 1922, p. 3.
161 «La llegada de los soldados del regimiento de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.744, 9 de sep-
tiembre de 1922, p. 2; «La llegada de los veteranos de La Victoria del cupo de 1919», El Ade-
lanto, n.º 11.745, 10 de septiembre de 1922, p. 2; «Las fuerzas de La Victoria saldrán hoy de
Larache para Salamanca», La Gaceta Regional, n.º 615, 6 de septiembre de 1922, p. 1; y
SERRANO PIEDECASAS, Pedro M.: «Salamanca toda recibe a los soldados de La Victoria que
regresan», La Gaceta Regional, n.º 618, 9 de septiembre de 1922, p. 1.
162 «¿Repatriación del batallón expedicionario de La Victoria?», El Adelanto, n.º 11.824, 16 de
diciembre de 1922, p. 1; y «El regreso de las fuerzas de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.882,
22 de febrero de 1923, p. 1.
163 BEÑA, Dionisio: «Los soldados de La Victoria de 1920 se cree sean pronto repatriados», El Ade-
lanto, n.º 11.957, 22 de mayo de 1923, p. 6.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 121
164 BEÑA, Dionisio: «La Victoria frente al palacio del Raisuni en los campos de Yebala», El Ade-
lanto, n.º 11.964, 30 de mayo de 1923, p. 6.
165 El apoyo de los vallisoletanos a las tropas marroquíes, como ejemplo más próximo, también ha
sido estudiado. Véase: GARCÍA DE LA RASILLA ORTEGA, M.ª del Carmen: «Repercusión
del problema marroquí en la vida vallisoletana (1909-1927)» en Investigaciones Históricas, n.º
6, Valladolid, 1986.
166 «La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 349, 18 de octubre de 1921, p. 7.
167 RUY-GONZÁLEZ: «La obra de la Cruz Roja salmantina», El Adelanto, n.º 11.433, 19 de sep-
tiembre de 1921, p. 1.
168 «Un repórter»: «Soldados salmantinos en África. Ofrecimientos y donativos patrios», El Ade-
lanto, n.º 11.435, 21 de septiembre de 1921, p. 2.
169 «Un nuevo servicio de la Cruz Roja. Lista de soldados», El Adelanto, n.º 11.451, 28 de septiem-
bre de 1921, p. 1. La ropa se remitiría en paquetes con un peso inferior a cinco kilogramos. Los
familiares podían entregarlo en la oficina de la Cruz Roja, abonando 1,3 pesetas.
170 «La madrina del batallón expedicionario de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.434, 20 de sep-
tiembre de 1921, p. 1.
122 MARÍA GAJATE BAJO
Así muy pronto se insertó en la prensa un listado con las necesidades más
acuciantes de los combatientes. Se incluían en él medicinas contra la disen-
tería y el paludismo, diversos objetos para el aseo personal, ropa de cama,
tanques de agua, hornillos171.
Otra de las iniciativas humanitarias que mejor acogida tuvo fue la soli-
citud de libros, fundamentalmente con contenidos morales y patrióticos,
para el entretenimiento de los soldados convalecientes172. Al aproximarse
las celebraciones navideñas, las Damas de la Cruz Roja aceleraron los
preparativos de regalos para el tradicional «aguinaldo del soldado»173.
Paralelamente, se ultimaban algunos detalles para el buen acondiciona-
miento de la futura Posta Sanitaria174. Por entonces, se desistió del propó-
sito original de hospitalizar únicamente en ella a los soldados heridos y
enfermos salmantinos. Ante el caos existente, se decidió que se auxiliaría
a todos los soldados de paso por la provincia175. El entusiasmo ciudadano
ante este proyecto se tradujo en un elevado número de descripciones del
edificio que ya entonces aparecían en la prensa. Se subrayaba su cercanía
con respecto a la estación de ferrocarril y su dotación con, aparte diecio-
cho camas sostenidas por Damas destacadas de la sociedad salmantina, un
servicio completo de ropas, biblioteca, material de curación, estufas de
desinfección, cuartos de baño… Además, muy pocos días antes de su
inauguración oficial, varias Damas solicitaron la concesión de la Gran
Cruz de la Beneficencia para la duquesa de La Victoria, que para enton-
ces ya llevaba algunos meses instalada en Melilla176. Finalmente, el 8 de
diciembre fue inaugurada por el obispo la Posta Sanitaria (y dos meses
después fue clasificada por Real Orden como Hospital de la Cruz Roja).
No obstante, el ambiente festivo de este día, incluida una solemne misa en
171 «La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 357, 27 de octubre de 1921, p. 8.
172 «La labor de la Cruz Roja salmantina», El Adelanto, n.º 11.464, 13 de octubre de 1921, pp. 1-2;
«La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 346, 14 de octubre de 1921, p. 2.
173 «Junta de la Cruz Roja salmantina», El Adelanto, n.º 11.470, 20 de octubre de 1921, p. 3; «El
aguinaldo del soldado», La Gaceta Regional, n.º 371, 14 de noviembre de 1921, p. 1.
174 «La velada pro Cruz Roja», El Adelanto, n.º 11.484, 5 de noviembre de 1921, p. 2; «La fiesta a
beneficio de la Cruz Roja», El Adelanto, n.º 11.487, 9 de noviembre de 1921, p. 3; «La Cruz
Roja», La Gaceta Regional, n.º 384, 29 de noviembre de 1921, p. 6. Por citar un ejemplo, el 8 de
noviembre la sección de Damas organizó una velada en el Liceo a beneficio de la Posta.
175 «La Cruz Roja», El Adelanto, n.º 11.488, 10 de noviembre de 1921, p. 4.; SERRANO PIEDE-
CASAS, Pedro M.: «El sábado en la estación. Por Salamanca ha pasado un convoy de soldados
heridos y enfermos», La Gaceta Regional, n.º 365, 7 de noviembre de 1921, pp. 6-7.
176 «Premio merecido», El Adelanto, n.º 11.505, 30 de noviembre de 1921, p. 1; y «Una nobilísima
iniciativa», La Gaceta Regional, n.º 385, 30 de noviembre de 1921, p. 8. Los donativos serían de
una peseta y se deberían entregar, o bien al Presidente de la Comisión Salmantina (Plaza Mayor,
n.º 35), o en el Dispensario (Pérez Pujol, 11).
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 123
177 GÓMEZ PARRA, E.: «La cuestión del rescate de los prisioneros», El Adelanto, n.º 11.513, 9 de
diciembre de 1921, p. 1; «La Inmaculada y el regimiento de infantería de La Victoria», El Ade-
lanto, n.º 11.513, 9 de diciembre de 1921, p. 4; y SERRANO PIEDECASAS, Pedro M.: «La
inauguración de la Posta Sanitaria de tránsito de la Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 392, 9
de diciembre de 1921, p. 8.
178 Al finalizar 1921, El Adelanto, elogiaba la breve actuación de las mujeres empleadas en la Posta:
CALAMA SANZ, Antonio: «Laborar por caridad», El Adelanto, n.º 11.533, 2 de enero de 1922,
p. 5. Poco tiempo después, se reproducía una carta de un soldado anónimo, en la que también se
alababa el trabajo de las Damas de la Cruz Roja: «Una enfermera, la mujer que viene a nosotros,
no es para el soldado sino la encarnación de la madre ausente», «La Cruz Roja», El Adelanto, n.º
11.591, 10 de marzo de 1922, p. 1. Apenas transcurrido un mes desde la inauguración de la Posta,
el 12 de enero de 1922, La Gaceta Regional destacaba que en ellas ya habían sido socorridos
1500 hombres y hospitalizados un total de 44 («La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 420, 12
de enero de 1922, p. 4). Y al terminar dicho mes, la cifra de socorridos ya rozaba los 2000 indi-
viduos y los hospitalizados eran 80 («Junta General de los socios de la Cruz Roja», La Gaceta
Regional, n.º 436, 31 de enero de 1922, p. 2).
179 «Piedad, señores, piedad», La Gaceta Regional, n.º 413, 3 de enero de 1922, p. 1. El diario con-
servador defiende en este artículo a los miembros de la Cruz Roja frente a los reproches de algu-
nos sectores de la izquierda.
180 Fernando Domínguez Zaballa era el Presidente de la Cruz Roja de Salamanca y, por tanto, él se
encargó de hacer posible la apertura de una Posta para el cuidado de los heridos en la guerra. Su
figura es, muy probablemente, la más alabada, cuando a iniciativas humanitarias nos referimos,
entre los periodistas locales.
181 «La Cruz Roja», El Adelanto, n.º 11.564, 7 de octubre de 1922, p. 1.
124 MARÍA GAJATE BAJO
182 «El pueblo de Salamanca pide para don Fernando D. Zaballa la Gran Cruz del Mérito Militar»,
El Adelanto, n.º 11.685, 30 de junio de 1922, p. 1; «Salamanca en el Senado. Una petición del
señor Esperabé», E Adelanto, n.º 11.697, 14 de julio de 1922, p. 2; «La Gran Cruz del Mérito
Militar para el señor Domínguez Zaballa», El Adelanto, n.º 11.712, 1 de agosto de 1922, p. 2;
«La gratitud de un pueblo», El Adelanto, n.º 11.731, 25 de agosto de 1922, p. 1; y CALERO, Aní-
bal: «La Cruz Roja», El Adelanto, n.º 11.760, 28 de septiembre de 1922, p. 4.
183 «La Cruz Roja obsequiará a los licenciados del 19», La Gaceta Regional, n.º 617, 8 de septiem-
bre de 1922, p. 1.
184 «La Comisión Patriótica», La Gaceta Regional, n.º 353, 22 de octubre de 1922, p. 9.
185 TRIGO, José Luis: «La Cruz Roja salmantina en el primer año de su fundación», El Adelanto,
n.º 11.817, 8 de diciembre de 1922, p. 1. También: La Cruz Roja. Revista Mensual Ilustrada, n.º
241, Año 24, Madrid, julio 1922, pp. 570-571.
186 «La Cruz Roja y el gobernador socorren al ex-cautivo de Tejares», El Adelanto, n.º 11.890, 3 de
marzo de 1923, p. 1.
187 «Los servicios de la Cruz Roja», El Adelanto, n.º 12.070, 30 de septiembre de 1923, p. 5.
188 Fondo Documental de la Cruz Roja Española, Caja 579, Carta de Fernando D. Zaballa, 22 de
diciembre de 1923.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 125
189 «Nota oficiosa de la Comisión Gestora del aeroplano “Salamanca”», El Adelanto, n.º 11.436, 10
de septiembre de 1921, p. 1; «La Comisión Gestora», La Gaceta Regional, n.º 318, 12 de sep-
tiembre de 1921, p. 4.
190 «¿Su entrega al Ejército no podría ser una solemnidad regia en Salamanca?», El Adelanto, n.º
11.431, 16 de septiembre de 1921, p. 1.
191 «La inmediata entrega de los aeroplanos “Salamanca”», El Adelanto, n.º 11.436, 22 de septiem-
bre de 1921, p. 1 (obsérvese nuevamente el equívoco en la numeración de los diarios).
192 «Los obsequios a nuestros soldados en África», El Adelanto, n.º 11.504, 29 de noviembre de
1921, p. 1; y «Adquisición de impermeables para los soldados de La Victoria», La Gaceta Regio-
nal, n.º 384, 29 de noviembre de 1921, p. 6. Ello fue una sugerencia del comandante segundo jefe
del batallón expedicionario de La Victoria, Isidro Cerdeño.
193 «La suscripción patriótica provincial», El Adelanto, n.º 11.450, 27 de septiembre de 1921, p. 1;
y «La Comisión Gestora», La Gaceta Regional, n.º 322, 16 de septiembre de 1921, p. 5.
194 «Solemne entrega en Cuatro Vientos, con asistencia de los reyes don Alfonso y doña Victoria»,
El Adelanto, n.º 11.453, 30 de septiembre de 1921, p. 1; y «Realidad confortadora», La Gaceta
Regional, n.º 335, 1 de octubre de 1921, p. 1.
195 «Cuadro de honor», El Adelanto, n.º 11.453, 30 de septiembre de 1921, p. 1; y Pedro M. Serra-
no Piedecasas: «Las aeronaves “Salamanca”. La reina de España y la infanta doña Isabel han
apadrinado los aeroplanos», La Gaceta Regional, n.º 334, 30 de septiembre de 1921, p. 2.
126 MARÍA GAJATE BAJO
196 «Premios y auxilios a los soldados salmantinos en África», El Adelanto, n.º 11.459, 7 de octubre
de 1921, p. 3; y «La Comisión Gestora», La Gaceta Regional, n.º 340, 7 de octubre de 1921, p. 4.
197 «La Comisión Gestora», La Gaceta Regional, n.º 360, 31 de octubre de 1921, p. 7.
198 «La Comisión Gestora», La Gaceta Regional, n.º 353, 22 de octubre de 1921, p. 9; «Donativos
a los soldados salmantinos en África», La Gaceta Regional, n.º 424, 17 de enero de 1922, p. 2.
199 «Envíos y donativos para nuestros soldados», El Adelanto, n.º 11.479, 31 de octubre de 1921, p.
1. Además de productos típicamente navideños y ropa de abrigo, en el «aguinaldo» se incluyó un
donativo de 1.000 pesetas para las tropas de infantería y 500, para la marina. La Gaceta Regio-
nal, n.º 391, 7 de diciembre de 1921, p. 2.
200 «Los donativos al Ejército de África», El Adelanto, n.º 11.500, 24 de noviembre de 1921, p. 1.
201 «La Comisión Patriótica de donativos al Ejército», El Adelanto, n.º 11.546, 16 de enero de 1922,
pp. 1-2.
202 «El reparto de donativos», El Adelanto, n.º 11.567, 10 de febrero de 1922, p. 2.
203 «Los carros-aljibes destinados a La Victoria», El Adelanto, n.º 11.753, 17 de febrero de 1922, p.
1; y «La entrega de los carros-cubas», La Gaceta Regional, n.º 453, 20 de febrero de 1922, p. 1.
204 Varios soldados: «Lo que acuerdan unos cuantos salmantinos», El Adelanto, n.º 11.569, 13 de
febrero de 1922, p. 3.
205 «Los carros-cubas para el batallón de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.575, 20 de febrero de
1922, p. 2.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 127
206 «Comisión Patriótica salmantina», El Adelanto, n.º 11.647, 17 de mayo de 1922, p. 3; La Comi-
sión: «Hacia el Protectorado», La Gaceta Regional, n.º 489, 3 de abril de 1922, p. 3.
207 «Comisión Patriótica», El Adelanto, n.º 11.676, 20 de junio de 1922, p. 1; «La Comisión Patrió-
tica», El Adelanto, n.º 11.716, 8 de agosto de 1922, p. 4; y «Comisión Patriótica», La Gaceta
Regional, n.º 228, 22 de mayo de 1922, p. 1. Los beneficiarios fueron: el regimiento de Artille-
ría a Caballo, 11.º, regimiento de Artillería Ligera, regimiento lanceros de Farnesio, regimiento
Almansa, número 18; 7.ª Comandancia de Tropas de Intendencia, Batallón de Radio-Telegrafía
de Campaña, regimiento de Guipúzcoa, número 53, y el regimiento de Granada, número 34.
208 «La última reunión de la Comisión Patriótica», La Gaceta Regional, n.º 590, 7 de agosto de
1922, p. 5.
209 «El Ayuntamiento y la marcha de los soldados del regimiento de La Victoria», El Adelanto, n.º
11.734, 29 de agosto de 1922, p. 2; y «La llegada de los soldados del regimiento de La Victoria»,
El Adelanto, n.º 11.744, 9 de septiembre de 1922, p. 2.
210 «La Comisión Patriótica. Donativos a los prisioneros rescatados», El Adelanto, n.º 11.865, 2 de
febrero de 1923, p. 1; «Comisión Patriótica», El Adelanto, n.º 11.891, 4 de marzo de 1923, p. 3;
«Salamanca, a los prisioneros», La Gaceta Regional, n.º 789, 2 de febrero de 1923, p. 1.
211 «El homenaje al capitán señor Rodríguez Almeida», El Adelanto, n.º 12.046, 2 de septiembre de
1923, p. 1; «Suscripción», La Gaceta Regional, n.º 438, 29 de septiembre de 1923, p. 1. Se habí-
an recaudado 210 pesetas el 29 de septiembre.
128 MARÍA GAJATE BAJO
212 TRIGO, José Luis: «En Larache se necesita, con toda urgencia, quinina», El Adelanto, n.º 11.573,
24 de octubre de 1921, p. 5; GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta
Regional, n.º 329, 24 de octubre de 1921, p. 4. Hecha la visita, el diputado a Cortes solicitó el
envío urgente de quinina contra el paludismo y las autoridades salmantinas muy pronto se pusie-
ron manos a la obra.
213 «Por los ferroviarios que luchan en África», El Adelanto, n.º 11.466, 15 de octubre de 1921, p.
3; y «Para los heridos ferroviarios de África», La Gaceta Regional, n.º 345, 13 de octubre de
1921, p. 1.
214 «El libro del soldado y los alumnos salmantinos», El Adelanto, n.º 11.468, 18 de octubre de 1921,
p. 2; y «La biblioteca del soldado», El Adelanto, n.º 11.493, 16 de noviembre de 1921, p. 1. El
desarrollo de esta iniciativa planteó algunos problemas. La Gaceta Regional responsabilizó de la
desmoralización de las tropas a quien envió libros con contenidos «antipatrióticos»: «García de
Roldán» (Andrés Marcos Escribano): «Escrúpulos», La Gaceta Regional, n.º 359, 29 de octubre
de 1921, p. 1. Estos comportamientos marginales, no por su representatividad sino por su esca-
sa cabida en la prensa, son los que anunciaban un cambio en la actitud ciudadana ante la guerra.
Por tanto, no se puede valorar la acogida de esta idea únicamente atendiendo al volumen de libros
recolectados, que rebasaba los 600 ejemplares al finalizar 1921.
215 «Los ganaderos y los soldados de África», El Adelanto, n.º 11.503, 28 de noviembre de 1921, p. 3.
216 «L.B.»: «El aguinaldo del soldado y los estudiantes de Medicina», El Adelanto, n.º 11.504, 29 de
noviembre de 1921, p. 1.
217 LA PORTE, Pablo: «Marruecos y la crisis de la Restauración», en Ayer, n.º 63, Madrid, 2006,
pp. 53-74.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 129
reaccionaron ante las presiones del censor de turno. Según nuestro parecer,
la reacción de los salmantinos ante el desastre militar fue muy visceral y la
prensa no tuvo que esforzarse demasiado para convencer a la opinión de la
necesidad de responder al ataque rifeño. Sin embargo, iniciada la recon-
quista y conocidas las primeras estimaciones sobre el número de víctimas,
la belicosidad ciudadana empezó a decaer. Fue entonces cuando la prensa
dinástica asumió como propia la tarea de mantener viva la llama de la ven-
ganza entre los salmantinos. Los rotativos describieron la primera despedi-
da de La Victoria en la estación ferroviaria, durante el verano de 1921, como
un momento sumamente emotivo. Para El Adelanto y La Gaceta Regional
la presencia masiva de gentes en la estación fue una clara demostración de
que la voluntad de resarcir el honor de la patria imperaba sobre cualquier
lamento de los familiares218. Pero no existe ningún argumento que impida
interpretar esa masiva asistencia a la estación ferroviaria como un gesto de
pura resignación, una sentida despedida de aquéllos que eran enviados a un
«matadero». De hecho, un año después, con motivo del envío de más sol-
dados, la gente acudió nuevamente a la estación pero ya entonces El Ade-
lanto, tras un ejercicio interno de reflexión y después de varios desencan-
tos, obvió las alusiones al fervor patriótico de las masas. Ocultar el rechazo
que la guerra generaba se estaba convirtiendo en una tarea progresivamen-
te más difícil. Y de esta forma, el descontento se transformó en amargura,
pues ni las responsabilidades se hacían efectivas ni los soldados retornaban
a sus hogares. Finalmente, el diario de Núñez Izquierdo se convenció de la
necesidad de abandonar las políticas de medias tintas y de optar o bien por
una acción militar contundente, o bien, por el abandono absoluto219.
En el caso de La Gaceta Regional, fueron muy pocas las señales que
revelaron un sentimiento de rechazo hacia la guerra. De hecho, este fue el
diario salmantino que más se esforzó por alimentar el deseo popular de des-
quite. La indiferencia ante las iniciativas de los padres de «cuotas» dio paso
al inicio de una campaña en defensa de sus derechos y en contra de García
Prieto. En suma, La Gaceta también se apuntó a la oleada popular que exi-
gía la repatriación urgente. Ello fue un instrumento sencillo y eficaz para
218 «A.C.S.»: «Para ti, hijo mío», El Adelanto, n.º 11.423, 26 de agosto de 1921, p. 3.
219 «Diga el gobierno lo que quiera, tal como ha planteado el problema de nuestra actuación en el
Rif, aquello resulta un verdadero lío, que nadie entiende, y menos que nadie la opinión pública,
a la que no se le alcanza que para no hacer nada y para vivir en pactos vergonzosos con los
moros, sea necesario mantener en Marruecos un Ejército numeroso. O avanzamos de una vez o
retrocedemos; pero no a la línea del Kert, que eso sería absurdo, sino más, mucho más acá, hasta
el mismo Melilla, dejando a los rifeños que campen por sus respetos, declarando que no pode-
mos o no queremos ejercer protectorado en esa zona», «En camino de la justicia», El Adelanto,
n.º 12.028, 12 de agosto de 1923, p. 1.
130 MARÍA GAJATE BAJO
220 «E.»: «Los obreros y la cuestión de Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 919, 7 de septiembre
de 1923, p. 1.
221 M. Lozano: «¿Hay pueblo?», El Pueblo, n.º 34, 4 de marzo de 1922, p. 2; «Andrés de España»:
«No nos conformamos», El Pueblo, n.º 37, 15 de abril de 1922, p. 4.
222 «El mitin de ayer en el teatro Moderno», La Gaceta Regional, n.º 499, 17 de abril de 1922, p. 4.
223 «Las madres de los soldados», El Adelanto, n.º 11.704, 22 de julio de 1922, p. 1.
224 «La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 712, 2 de febrero de 1923, p. 4. Eran 247 individuos
del reemplazo de 1920 y otros 47, del de 1921, según las cifras aportadas por la citada institu-
ción.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 131
225 «Los padres de los reclutas de 1920-1921 piden la repatriación», El Adelanto, n.º 11.910, 27 de
marzo de 1923, p. 5.
226 «A favor de los soldados de cuota», El Adelanto, n.º 11.917, 5 de abril de 1923, p. 7; La Comi-
sión: «A los padres de los soldados de cuota», El Adelanto, n.º 11.919, 7 de abril de 1923, p. 6;
«Por la repatriación de los soldados de los años 1920-1921», El Adelanto, n.º 11.920, 8 de abril
de 1923, p. 6; y «Por la repatriación de los soldados de los reemplazos de 1920 y 1921», La
Gaceta Regional, n.º 794, 9 de abril de 1923, p. 3.
227 «Júbilo en Salamanca», El Adelanto, n.º 11.949, 12 de mayo de 1923, p. 2; «El Rey y los “cuo-
tas” de veinte en campaña», La Gaceta Regional, n.º 857, 25 de junio de 1923, p. 5; y «Los
padres de los soldados de cuota», La Gaceta Regional, n.º 935, 26 de septiembre de 1923, p. 1.
Incluso, como dato anecdótico, Mirat entregó al Rey, con motivo de su estancia en Salamanca
durante la celebración del Congreso de Ciencias, un memorial en el que nuevamente se solicita-
ba la repatriación.
228 «E.»: «En el Círculo Obrero. Las madres salmantinas piden la terminación de la guerra», El Ade-
lanto, n.º 11.695, 12 de julio de 1922, p. 2; «Las madres de los soldados», El Adelanto, n.º
11.704, 22 de julio de 1922, p. 1; «La reunión de las madres salmantinas en el Círculo Obrero»,
El Adelanto, n.º 11.721, 13 de agosto de 1922, p. 1; «Mitin contra la guerra», El Adelanto, n.º
12.047, 4 de septiembre de 1923, p. 1; y «E.»: «El mitin de ayer», La Gaceta Regional, n.º 915,
3 de septiembre de 1923, p. 1. Es una pena que El Pueblo ya no se editase en estas fechas, pues
sería un instrumento idóneo para conocer con amplitud el estado de la opinión obrera en estos
controvertidos meses.
132 MARÍA GAJATE BAJO
229 «Se han cerrado las Cortes por decreto, y ahí queda muerto ese debate, como se suponía, sin que
se vislumbre nada de depuración de responsabilidades», «El cerrozajo», El Adelanto, n.º 11.526,
24 de diciembre de 1921, p. 1.
230 El Adelanto, n.º 11.818, 1 de diciembre de 1922, p. 1; «M.»: «La comedia de las responsabili-
dades», El Adelanto, n.º 11.812, 2 de diciembre de 1922, p. 1. «Marruecos», El Adelanto, n.º
11.561, 3 de agosto de 1922, p. 1.
231 «El Desastre de Marruecos. El Ayuntamiento, con todos los organismos locales, organiza la
manifestación en pro de las responsabilidades», El Adelanto, n.º 11.830, 23 de diciembre de
1922, p. 1; Junta directiva de Acción Ciudadana: «La manifestación de las responsabilidades»,
El Adelanto, n.º 11.835, 29 de diciembre de 1922, p. 1; «La manifestación popular de mañana en
pro de las responsabilidades del Desastre de Annual. ¡Salmantinos: a la manifestación!», El Ade-
lanto, n.º 11.836, 30 de diciembre de 1922, pp. 1-2; «La manifestación en pro de las responsa-
bilidades por el Desastre de Annual», El Adelanto, n.º 11.838, 2 de enero de 1923, p. 3. Anaya
respondió a la convocatoria del Ateneo de Madrid y, con el apoyo de casi todas las asociaciones
ciudadanas, organismos políticos, la Universidad y el vecindario, se organizó la manifestación
reivindicativa. No fue tan concurrida como se esperaba, pues, al parecer, la jornada fue fría y llu-
viosa. Partió de la Alamedilla y recorrió la Avenida Mirat y la Calle Zamora hasta la Plaza Mayor.
Concluyó en el Gobierno Civil y a su presidente se le entregaron las conclusiones de los mani-
festantes.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 133
Conclusiones
El Desastre de Annual, ya para concluir, hizo que todas las lacras que el
país arrastraba desde hacía décadas se agudizasen. La derrota militar nos
ofrece una magnífica oportunidad para constatar que la tan reiterada apaci-
bilidad de esta ciudad era una percepción errónea. Al contrario, Salamanca
se implicó, y mucho, en los asuntos marroquíes. El bienestar de sus com-
batientes se convirtió en casi una obsesión. Pero, antes que la defensa del
honor patrio, al que de modo constante apeló la prensa local, el más primi-
tivo sentimiento de solidaridad y compasión para con unos conciudadanos
fue la semilla de todos los gestos de apoyo a los soldados. Probablemente,
mucho más fructífera que la campaña gubernamental y periodística que
insistía en las glorias del pasado imperial español, resultó la difusión de una
imagen muy estereotipada del rifeño, como un luchador salvaje y fanático,
que merecía un castigo ejemplar. Marruecos era un destino fatal, y tal vez,
muchos de los jóvenes que eran despedidos en la estación, no regresarían a
su provincia natal. Paulatinamente, y en total consonancia con lo ocurrido
en el resto del territorio nacional, la mezcla de estupor y deseo de vengan-
za dio paso a un creciente escepticismo, aunque nunca cesaron las iniciati-
vas de apoyo en beneficio de la guarnición local. Pero inútil resultó que casi
todos los redactores endureciesen su discurso argumentando la necesidad de
una acción bélica contundente. La brecha entre la prensa y la opinión públi-
ca era innegable. Mientras para la primera urgía el desembarco en Alhuce-
mos una opinión nacional sobre Tánger», La Gaceta Regional, n.º 569, 12 de julio de 1922, p. 1.
Veamos, dos de los discursos más apasionados sobre el problema: «Tánger debe ser nuestro por-
que se encuentra rodeado de territorio español (…) En Tánger debe ondear la bandera roja y
gualda, solamente, porque es necesaria esa ciudad a nuestros intereses», «A.»: «O Tánger es
español o tenemos que retirarnos definitivamente de África», El Adelanto, n.º 12.028, 12 de
agosto de 1923, p. 5; «El problema de Tánger es para nosotros de tal naturaleza que se pude afir-
mar rotundamente que es cuestión de vida o muerte (…) Tánger, sin ser español, es la negación
de la eficacia de nuestro Protectorado (…) Tánger es para España un avispero de donde nos vie-
nen la mayor parte de los picotazos que recibimos», «Hacia el Protectorado», La Gaceta Regio-
nal, n.º 469, 10 de marzo de 1922, p. 2.
136 MARÍA GAJATE BAJO
BIBLIOGRAFÍA Y PUBLICACIONES
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
ALÍA MIRANDA, Francisco: Duelo de sables. El general Aguilera, de
ministro a conspirador contra Primo de Rivera (1917-1931). Biblioteca
Nueva, Madrid, 2006.
BACHOUD, Andrée: Los españoles ante las campañas de Marruecos.
Espasa-Calpe, Madrid, 1988.
BALFOUR, Sebastián: Abrazo mortal. De la guerra colonial a la guerra
civil en España y Marruecos (1909-1939). Ediciones Península (Histo-
ria, Ciencia y Sociedad), Barcelona, 2002.
BOYD, Carolyn P.: La política pretoriana en el reinado de Alfonso XIII.
Alianza, Madrid, 1990.
BUSQUETS BRAGULAT, Julio: El militar de carrera en España. Ariel,
Barcelona-Caracas, 1967.
CARDONA, Gabriel: El poder militar en la España contemporánea hasta
la Guerra Civil. Siglo XXI, Madrid, 1983.
DESVOIS, Jean-Michel: «La prensa frente al Desastre de Marruecos, de
Annual a Monte Arruit» en VVAA: Metodología de la Historia de la
prensa española. Siglo XXI, Madrid, 1982, pp. 233-244.
FERNÁNDEZ VARGAS, Valentina: Sangre o dinero: el mito del Ejército
nacional. Alianza, Madrid, 2004.
HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, Mario y ALONSO BAQUER, Miguel
(Coords.): Historia social de las Fuerzas Armadas españolas. Alham-
bra, Madrid, 1986, vol. V. La Restauración.
LA PORTE, Pablo:
– El desastre de Annual y la crisis de la Restauración en España (1921-1923).
Tesis doctoral defendida en la Universidad Complutense, Madrid, 1997.
138 MARÍA GAJATE BAJO
RESUMEN
ABSTRACT
*****
2 Véase ESDAILE, C.: La guerra de la Independencia, una nueva historia. en que lo califica como
«algo no demasiado impresionante»
3 HERRERO M. D.: El dos de mayo. Coleccionable y DVD de La Aventura de la Historia. Arlanza
Ediciones, junio 2008.
142 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA
4 Esta cuestión ha sido estudiada por este autor en GUERRERO, J.: «El ejército francés en España
y la ocupación de Madrid», en Revista de Historia Militar, núm extraordinario, Los franceses en
Madrid, 2003, y en el trabajo de investigación de tesis doctoral: El ejército napoleónico en Espa-
ña y la ocupación de Madrid (noviembre 1807 – agosto 1808) a través de sus protagonistas, «la
historia vivida».
5 Ver nota biográfica sobre el distinguido defensor de Zaragoza en Memorial de Ingenieros del Ejér-
cito, año LXIII, núm V, mayo de 1908.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 143
6 PÉREZ REVERTE, A.: Un día de cólera, Alfaguara 2008, y GARCÍA FUERTES, A.: Dos de
mayo, el grito de una nación, Inédita Ed.2008. La obra de Pérez Reverte pasará legítimamente a
la primera línea de la novela histórica española.
7 Biblioteca Nacional, http://hemerotecadigital.bne.es/
144 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA
8 Agradezco al Col. D. José Cubero de Val sus observaciones sobre este documento localizado por
él en el AGMS.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 145
Preparando el drama
impresa en 1837)
146
JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA
La entrada al parque de Monteleón. Fotografía tomada desde el interior durante la demolición del recinto en 1860.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 147
12 AHN, Estado, Libro 930, Corps d’observation des Cotes de L’Ocean, Situation summaire y Rap-
port detaillé des 24 heures, 30 avril 1808.
13 «Los artilleros de Monteleón», en Memorial de Artillería, entrega extraordinaria Madrid, 1908.
14 AHN, Estado, Libro 930, Corps d’observation des Cotes de L’Ocean, Situation summaire y Rap-
port detaillé des 24 heures, 6 Mai 1808
15 «Diario del coronel de infantería D. Antonio López de Barañano, antiguo capitán del Regimiento
de Voluntarios de Estado», Memorial de Infantería, número extraordinario de 1888, pp 303 a 306
y REY JOLY, C.: Historia del regimiento de Álava n.º 56. Cádiz, 1903.
148 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA
«Enseguida llegó orden del Infante para que nadie saliese del cuartel lo
que incomodó extraordinariamente a la tropa y oficiales. Se habían hecho
prisioneros a una porción de oficiales franceses y soldados que bien a pesar
suyo se les hizo entregar sus armas»
16 AHN, diversos, colecciones, Legajo 159. Cedido amablemente por D. Juan J Sañudo.
17 Diario de Antonio María de Esquivel, Museo Naval, manuscritos, Ms 2082.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 149
El escenario
da, estaba el edificio del antiguo palacio, donde se hallaba el Museo Mili-
tar, inaugurado en 1804, que tenia a su frente, ya hacia el lado de la calle
San Bernardo, una amplia zona ajardinada. Todo el conjunto estaba rodea-
do de un muro de ladrillo. Entre sus debilidades como posición defensiva
cabe citar que la elevación natural del terreno existente en su parte trasera
(hoy calle de Carranza) permitía batir por el fuego los edificios desde esa
zona. Al contrario, los accesos por las calles situadas a su frente y laterales
eran difíciles por lo encajonado de esas vías.
Zona norte del barrio del hospicio (hoy de Maravillas). El parque ocupaba la manzana 494.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 153
de Moncey. Fue por tanto la 2.ª División (regimiento provisional 5.º a 8.º) la
atacante y no el 4.º provisional ni el Westfaliano, como reiteran muchos auto-
res incluyendo a Pérez de Guzmán, que estaban en la Casa de Campo, sin
posibilidad de acudir a una zona tan alejada. Por otra parte, no había ningún
general Lagrange en Madrid el 2 de mayo, sólo un jefe de batallón, de ape-
llido La Grange, ayudante de Murat22, quien sabemos que estuvo en el Pala-
cio Real a primera hora de la mañana a punto de ser linchado por la multi-
tud. Pudiera ser que, como afirma Novella, este edecán se hubiera puesto al
frente del ataque francés contra el Parque, por orden directa de Murat, aun-
que nos parece algo extraño teniendo estas unidades sus jefes naturales.
Por otro lado, sabemos que el día dos de mayo se recogió el cadáver de
un soldado francés que vestía el uniforme blanco y rojo de Westfalia en la
puerta del sol23, lo que situaría la unidad, que tuvo que entrar desde la Casa
de Campo, en un lugar alejado del parque. Así lo confirma un testigo del
propio regimiento. El soldado Johan Maempel24, recogió en sus memorias
sus impresiones de ese día:
Las unidades francesas que sostuvieron combates en este sector, las bri-
gadas Lefranc y Dufour, registraron las heridas de dos capitanes, Henry y
Louis, y un teniente, Marcou. La mayor cifra de bajas registradas en el
documento francés del AHN, aún de número incompleto, lo es también de
estas unidades. Por tanto no hay duda razonable de que fueron el general
Lefranc y su brigada de la 2.ª División (5.º y 6.º regimientos provisionales)
los atacantes de Monteleón. Así lo recogió también el general Foy, que sir-
vió en España, en su muy documentada Histoire de la Guerre de la penin-
sule, publicada en 1827, al afirmar que el ataque lo dió el 5eme provisoire
del brigadier Lefranc desde san Bernardino.
Ya hemos visto como el primer ataque Imperial en fuerza se dirigió desde
la puerta de Fuencarral, situada en el comienzo de la calle ancha de San Ber-
nardo, por dicha calle y la de San Miguel y San José, directamente contra el
arco de entrada del parque. Ello lo corroboran las memorias del ya citado capi-
25 DE ROSSI, E.: Il 111.º di linea dal 1800 al 1814. Accademia San Marciano, 1912. Agradezco a
los sres. Espinosa y Sañudo del FEHME la comunicación de este documento.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 155
«Entró por la puerta de Fuencarral una columna francesa con sus caño-
nes de campaña haciendo fuego de metralla que entraba por los balcones del
cuartel; parte de esta columna intentó penetrar por la calle del parque y por
dos veces fue rechazada con mucha pérdida».
El último reducto
«Que conferenció con el Sr.Velarde sobre las ordenes que tenía, que el
pueblo de Madrid se hallaba alborotado y mucha parte reunido a las inme-
diaciones de dicho parque; que de común acuerdo sacaron tres piezas de los
calibres de a ocho y quatro; que una la mandaba el Sr.Velarde y las otras dos
indistintamente el Sr. Daoiz y aquel, con las que hicieron fuego contra las
tropas francesas que intentaban apoderarse de aquel edificio»
Por su parte, el maestro de coches Juan Pardo, que vivía en una casa
enfrente del Parque, corrobora esta versión de los hechos, aunque no aclara
si Daoiz llegó antes que Velarde:
27 Toda la guarnición de Madrid tenía órdenes estrictas y reiteradas de no salir de los cuarteles y los
centinelas de prestar las guardias sin cartuchos. Los oficiales y tropa se encontraron en la tesitu-
ra de caer en la insubordinación o abandonar a su suerte a los paisanos. La mayor parte de aquel
ejército profesional aún heredero del Antiguo Régimen, obedeció las órdenes en aquellos momen-
tos. La situación cambiaría notablemente en los próximos meses.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 157
quando entró por la puerta de Fuencarral una columna con sus cañones
de campaña...»
Resulta cuando menos curiosa esta imprecisión en alguien que dice ser
testigo directo.
Los testigos que declaran en el expediente del paisano Cosme Mora,
indican que cuando ellos llegaron al Parque los artilleros y los soldados de
Estado no les dejaron sacar armas; cosa que sólo realizaron al llegar Daoiz
y Velarde, momento en que sacaron los cañones. Es decir, una nueva con-
firmación de que la infantería llegó antes que Velarde. Ya citamos como en
el texto explicativo de los famosos grabados de López Enguídanos que
como ya apuntamos se ejecutaron muy poco después de los hechos gracias
a testimonios orales, puede leerse:
2 de Mayo de 1808. Mueren Daoíz y Velarde defendiendo el Parque de Artillería. Grabado de López Equidanos, realizado poco después de los hechos.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 159
28 Informe para el Tribunal Supremo de Guerra y Marina sobre la manifestación del coronel Aran-
go, 1854 (AGMS, secc 2.ª, Div 8.ª leg 121)
160 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA
El fin
Casaca y plumón del bicornio del Capitán Velarde. Museo del Ejército. Casaca del Capitán Velarde, reverso. Museo del Ejército.
164 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA
29 Según Almira vivía en c/ Ternera entrando por Preciados, «la segunda o tercera casa a mano
izquierda, 2.º quarto». En tiempos una placa señalaba el solar, hoy lamentablemente ausente.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 165
30 Agradezco al Tcol. Thierry Noulens, del Service historique de la Defense francés, la comunica-
ción del Carton 8Yd1752, Dossier de Montholon.
166 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA
sin apoyo documental fehaciente alguno. Lo mismo cabe indicar del general
Torrijos, cuya viuda aseguró que su marido participó en la defensa del Par-
que como cadete a los 15 años, sin que dejara constancia alguna de ello en
su hoja de servicios. En cuanto a los subalternos, del de Infantería Burguera
no consta su presencia en Monteleón en su hoja de servicios, lo mismo que
sucede con los artilleros Dalp, Torres, Córdoba y Carpegna, situados por
Novella, García Bermejo en su Oración fúnebre de 1817 y Arango en el esce-
nario de los hechos. Por tanto, debe dudarse de su presencia.
El cómputo de bajas
«(...) Ruiz, quien se halla postrado en una cama desde el día dos de
Mayo, de resultas de dos balazos que recibió en el Parque de Artillería
donde estaba con su compañía de refuerzo (...)»
Conclusiones
RESUMEN
ABSTRACT
*****
Introducción
2 No podemos olvidar a historiadores latinos que eran también políticos y militares como Fabio Pic-
tor, Cincio Alimento, Salustio, Julio César, Tácito, Dion Casio o Amiano Marcelino, que se pre-
senta a sí mismo en su obra como miles quondam et graecus, es decir, como «antiguo soldado y
de origen griego» (Hist.31,16,9).
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 177
3 El propio Amiano Marcelino dirá: «Y es que la historia suele narrar hechos esenciales y no escu-
driñar minucias y acciones insignificantes, que si alguien quisiera conocer es como si pretendiera
que se pueden contar esos pequeños corpúsculos que flotan en el vacío y que, entre los griegos,
reciben el nombre de ´átomos´» (Hist. 26,1,1).
4 BARTOLOMÉ, J.: Los relatos bélicos en la obra de Tito Livio. Vitoria, 1995, p.24.
5 Cicerón dijo que la historiografía era un opus oratorium maxime (De leg. I,5,21), es decir un géne-
ro oratorio o propio de oradores formados en la retórica y en el arte de la palabra.
178 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO
tico general: merodeaba en torno de las tiendas de los persas, los exhortaba, les
llamaba la atención ora individualmente, ora en conjunto» (Alex. V,9,17).
Por tanto, si los generales en el mundo clásico pronunciaban arengas, es
lógico que los historiadores, al relatar las guerras, recogieran también aren-
gas en sus obras.
Ahora bien, dado el carácter literario de esas obras, hemos de conside-
rar que los historiadores «adornaban» esas arengas y, si bien se atienen en
gran parte al contenido real que pudo pronunciarse en las batallas o en las
asambleas previas a esas batallas, lo cierto es que, en las arengas de la his-
toriografía latina, encontramos una serie de recursos estilísticos que nos
hacen analizarlas como auténticas joyas de la retórica y de la literatura.
patria y la libertad), la justicia de su causa, que hará que los dioses les sean
propicios, el botín que obtendrán en caso de victoria, o las duras conse-
cuencias que les aguardan en caso de huida o de ser derrotados.
Ya el final de la arenga es el momento de resumir en pocas palabras lo
indicado y, sobre todo, de lanzar una exhortación final con un imperativo
que encienda definitivamente a los hombres y les lleve a luchar y a morir si
es necesario.
6 Si Amiano había nacido en torno al 330, sabemos que en el 353 formaba ya parte de los protecto-
res domestici, un cuerpo selecto del ejército encargado de distintas misiones, y en el que Amiano
estaba a las órdenes de Ursicino, su gran amigo y protector.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 181
7 Lúculo fue un destacado político y militar romano, que vivió en el siglo I a.C., cónsul en el 74 a.C.
y vencedor de la Tercera Guerra Mitridática en Asia Menor, por lo tanto vencedor en las tierras que
ahora pretende invadir Juliano.
8 Pompeyo el Grande, gran general y político romano, recibió del Senado la tarea de terminar la gue-
rra contra Mitrídates iniciada por Lúculo, obteniendo importantes victorias en Asia que le permi-
tieron entregar a Roma las provincias de Armenia, el Cáucaso, Siria o Judea.
9 Ventidio fue enviado por Marco Antonio en el 40 a.C. para expulsar a los partos que habían inva-
do con sus victorias la anexión de Armenia, Asiria y Mesopotamia, con lo cual el Imperio alcanza-
ba su máxima extensión. Lamentablemente, murió en el viaje de vuelta de esta campaña en el 117.
11 Lucio Vero fue co-emperador en Roma junto a Marco Aurelio. Fue destinado a Oriente entre el
162 y el 166, dirigiendo una nueva campaña contra los partos. Consiguió importantes triunfos que
permitieron que Roma ostentara de nuevo el control sobre Armenia y Mesopotamia occidental.
12 Severo fue emperador en Roma desde el 193 hasta el 211. Sus mayores triunfos militares se pro-
dujeron luchando también contra los partos, a los que venció consiguiendo que Mesopotamia vol-
viera a caer bajo el poder romano.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 183
13 Gordiano fue nombrado emperador a los 13 años, en el 238. En el 241 los persas invadieron
Mesopotamia, ante lo cual el emperador se puso en marcha con su ejército hacia Oriente Próxi-
mo. Tras alguna victoria, encargó el liderazgo de los pretorianos a Filipo. A pesar de que fuentes
árabes apuntaban que fueron ellos los que mataron a Gordiano en una batalla, fuentes romanas,
de acuerdo con lo dicho por Juliano en su arenga, aseguraron que Filipo asesinó a Gordiano por
ambición al trono imperial, siendo de hecho proclamado emperador a la muerte de Gordiano.
14 Como relatan Tito Livio (VII,6,1) o Valerio Máximo (V,6,2), en una ocasión, en el suelo del foro
romano se abrió una grieta enorme que, según el oráculo, sólo podía rellenarse con aquello en lo
que más destacaba el Imperio Romano. Ante esto Curcio, creyendo que Roma sobresalía funda-
mentalmente por su valor guerrero, se cubrió con sus insignias militares y se lanzó a aquella sima,
recuperando entonces la tierra su estado original.
15 Cuenta Valerio Máximo (III,3,1) que Gayo Mucio, para terminar con el ataque que el rey etrusco
Porsena dirigía contra Roma, penetró a escondidas en su campamento e intentó darle muerte. No
pudiendo conseguirlo, fue apresado por los etruscos, y sufrió el tormento de que le abrasaran la
mano derecha, tormento que él soportó, considerándolo incluso merecido por no haber sido capaz
de terminar su tarea, lo cual le valió el perdón del rey y el que, al regresar a Roma, recibiera el
sobrenombre de Escévola, «el zurdo».
16 Publio Decio Mus y Tito Manlio Torcuato eran cónsules y dirigían el ejército romano en la pri-
mera guerra Latina. Ante un sueño en el que se les decía que uno de ellos tendría que morir para
184 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO
que las tropas del otro venciesen, Publio Decio se lanzó él solo contra los enemigos, ofreciendo
así su vida en una devotio, o sacrificio en el que un militar se lanzaba contra el ejército enemigo
para obtener así la ayuda divina para su causa (Valerio Máximo I,7,3; V,6,6).
17 Alude Juliano a las palabras atribuidas a Catón el Viejo, quien con su frase Carthago delenda est
(«Cartago debe ser destruida»), insistía siempre en que no bastaba con vencer a los cartagineses
en las Guerras Púnicas, sino que había que aniquilarlos, para que no volvieran a constituir un peli-
gro.
18 Tras varios años de conflictos y batallas contra los romanos, en el 133 a.C., los numantinos, se
suicidaron y prefirieron morir antes que ser sometidos por los romanos.
19 Fidenas era una ciudad etrusca cercana a Roma, con la que luchó durante cuatro siglos, hasta que,
en el 435 a.C., vencida definitivamente, fue destruida y saqueada por los romanos, que esclavi-
zaron a todos sus habitantes.
20 Faleria, Veyes y Fidenas estaban aliadas contra Roma, siendo derrotadas, como indicamos en la
nota anterior, en el 435 a.C. Faleria no fue destruida entonces, por lo que continuó hostigando a
los romanos, hasta que, en el 241 a.C., tras una nueva rebelión, fue finalmente sometida. En cuan-
to a Veyes, fue conquistada de forma definitiva en el 396 a.C.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 185
cual nos lleva a pensar que estas arengas, si bien recogen el sentir de los
generales emisores (Galo, Constancio II, Juliano...), serían reconstrucciones
del historiador, que no habría optado por su inclusión en este tópico en los
discursos.
Ante esta ausencia, el general o el historiador deben ganarse la volun-
tad de los receptores con el vocativo que les dirige al principio del discurso
(fortissimi milites) «mis muy valientes soldados».
En este caso, nos parece muy interesante que, mientras que el vocativo
más repetido en las demás arengas de la historiografía latina es el término
genérico milites «soldados», sin ninguna calificación afectiva o calificativa,
en las arengas de Amiano Marcelino no lo encontramos solo en ninguna
ocasión, decantándose siempre el historiador por otros vocativos más com-
plejos: viri fortes «valientes» (XIV,7,13-15); commilitones mei «compañe-
ros míos» (XVI,12,8-13); socii... commilitones... viri fortes «compañeros...
compañeros... valientes» (XVI,12,28-34); viri fortissimi «hombres valerosí-
simos» (XVI,12,38-41); magni commilitones «nobles compañeros»
(XXI,5,1-9); o amantissimi viri «amadísimos hombres» (XXI,13,9-16).
En todas estas arengas aparece, pues, sobre todo en las pronunciadas por
Juliano (XVI,12,8-13; XVI,12,28-34; XVI,12,38-41; XXI,5,1-9;
XXIII,5,15-25) la fuerte implicación que existía entre el César y sus hom-
bres, a los que no llama nunca simplemente «soldados», sino que se dirige
a ellos con superlativos o bien les califica como compañeros de armas
«commilitones».
Curiosamente, ya Suetonio, al tratar sobre la vida de los Césares roma-
nos, había afirmado que Julio César tampoco se dirigía nunca a sus hom-
bres simplemente como milites «soldados», sino como commilitones «com-
pañeros de armas», que tenía un carácter más afectivo22.
La contrapartida era el insulto, pues cuando un general quería exaltar el
ánimo de sus hombres, podía rebajar su categoría negándoles el calificativo
de soldados y llamándoles simplemente «ciudadanos, civiles» o quirites,
como nos cuenta también Suetonio:
«Pero con una sola palabra, llamándoles ciudadanos en lugar de solda-
dos, los conmovió y se los ganó tan fácilmente que, al punto, ellos respon-
dieron que eran soldados y que, aunque él se negara, le seguirían volunta-
riamente hasta África» (Julio Cesar, LXX).
Así pues, con el vocativo utilizado ya al principio de la arenga, Amiano
nos muestra la buena relación que existía entre Juliano y sus hombres.
Otro tópico que suele aparecer en los proemios de las arengas de la his-
toriografía latina, y que tiene mucha importancia en las de Amiano Marce-
lino, y en concreto en la que centra nuestro interés, es el recordar las victo-
rias anteriores y el valor ya demostrado por los soldados, consiguiéndose
con ello que aumentara su confianza.
Este tópico se encuentra también en otras arengas de la obra de Amiano
Marcelino, como las que encontramos en XIV,10,10-16 o en XXI,5,1-9, pare-
ciéndonos muy significativo que, si en este último caso, aparece en boca de
Juliano en una arenga en la que se relatan sus éxitos luchando contra galos y
germanos, en la primera de las arengas mencionadas, está en boca de Cons-
tancio II, que como sabemos se enfrentó con su primo Juliano en guerra civil,
por lo cual, dados los elogios que dirige siempre Amiano Marcelino a Julia-
no, no es extraño que al terminar la arenga de Constancio, nos diga que ese
discurso no había suscitado un gran entusiasmo entre los soldados, pues «tras
numerosas campañas, sabían que podían contar con la fortuna del emperador
si se trataba de guerras civiles pero, en cambio, cuando se trataba de batallas
contra pueblos extranjeros, con frecuencia el resultado era dramático».
De nuevo, pues, vemos cómo la inclusión de este tópico en las arengas
le sirve al historiador para conseguir sus objetivos: elogiar las hazañas de
Juliano y, en el caso concreto de la arenga analizada en nuestro trabajo, elo-
giar las hazañas de héroes romanos del pasado como Escipión, Pompeyo,
los Curcios, los Decios... con lo cual intentaba despertar, de nuevo, el
patriotismo romano en ese siglo IV d.C., en el que el olvido de las viejas
glorias y de las viejas costumbres romanas habían sumido al imperio en una
profunda crisis.
Eso sí, de nuevo, la finalidad y la forma en la que está expresado este
tópico nos hacen ver en su redacción más la mano de un historiador que la
de un general ante su ejército, pues la inclusión de numerosas alusiones his-
tóricas es más propia de una obra escrita que de un discurso pronunciado en
plena campaña ante unos soldados.
Una vez ganada la voluntad con el vocativo inicial y aumentado el valor
de los hombres con el recuerdo de victorias pasadas, entraríamos ya en los
tópicos propios del centro o del cuerpo del discurso, aquellos que se basan
en los motivos de la lucha, en la lucha en sí y en lo que aguarda a los sol-
dados en caso de victoria o de derrota.
Pues bien, entre estos tópicos incluiríamos la justicia de la causa, la
defensa de la patria y de la libertad, el botín o la gloria conseguida en caso
de victoria, la mención a la ayuda divina, la crítica al enemigo, al que no
basta con vencer, sino que hay que aniquilar, la recriminación de la huida,
y la confianza en la victoria.
188 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO
27 La batalla de Cannas, que se produjo en el 216 a.C. en el marco de la Segunda Guerra Púnica con-
tra el ejército de Aníbal, fue sentida por los romanos como la derrota más importante jamás sufri-
da. En ella perecieron tanto el propio cónsul Lucio Emilio Paulo, a quien se atribuyen las pala-
bras mencionadas, como 60.000 ó 70.000 romanos.
192 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO
28 La batalla de Trasimeno en el 217 a.C. supuso una importante derrota del ejército romano en su
lucha contra Aníbal en la Segunda Guerra Púnica. Debilitados ya tras la batalla de Trebia, los
romanos tuvieron que adoptar una táctica «contemporizadora» y evitar durante algún tiempo el
enfrentamiento directo con el ejército cartaginés.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 193
célebre frase de Catón, con la que éste advertía a los romanos del peligro de
dejar a un enemigo moribundo, pero con rabia y fuerzas para recuperarse y
atacar de nuevo.
En efecto, en numerosas ocasiones, el general arenga a sus hombres con
la idea de que no basta con vencer, sino que hay que aniquilar, idea que
suele expresar con una comparación en la que identifica a los enemigos con
un animal, una enfermedad o una planta dañina, que deben ser eliminados
completamente para evitar un futuro peligro. Por ejemplo, en Livio los ene-
migos son fieras (belvas strinximus ferrum «hemos empuñado las armas
contra bestias» VII,24,3-7).
Por eso en una ocasión Publio Sulpicio, dirigiendo a los romanos con-
tra volscos y ecuos, les gritó «que no era momento de andar con vacilacio-
nes, que estaban rodeados y con el paso hacia los suyos cortado, a no ser
que pusiesen todo su empeño en liquidar el combate con la caballería; y que
no era suficiente con hacerla huir ilesa, había que acabar con caballos y
hombres, para que ninguno se incorporase después a la lucha o iniciase un
ataque» (Livio III,70,4-7)29. Y también Cerial, luchando contra los bárba-
ros, dijo a sus hombres que no bastaba con vencer, que había que vencer
«para siempre» (in aeternum, TACITO, Hist.V,16).
En el caso de la arenga de Juliano, el emperador, después de recordar
victorias anteriores de los romanos, les dice a sus hombres que debían ter-
minar definitivamente con los enemigos: «Debemos acabar con el más eno-
joso de los pueblos, en cuyas espadas quedan restos aún de la sangre de
nuestros amigos. Nuestros antepasados necesitaron muchas generaciones
para erradicar completamente lo que les perjudicaba. Cartago sólo fue
derrotada después de una complicada y larga guerra, pero nuestro insigne
líder temió que ésta pudiera sobrevivir a su derrota. También Escipión des-
truyó completamente Numancia después de arrostrar las múltiples dificul-
tades que conlleva un asedio30.
Roma destruyó Fidenas para que no surgieran ciudades émulas de su
imperio, y ésta fue también la razón por la que oprimió a los faliscos y a los
veyos, de manera que ni siquiera el recuerdo del pasado puede convencer-
nos fácilmente de que estas ciudades fueron poderosas algún día»31.
29 Ecuos y volscos vivían en territorios cercanos al Lacio y se aliaron contra los romanos, siendo
derrotados en el 431 a.C. en la batalla del Monte Algido.
30 Se refiere en este caso Juliano al asedio de Numancia que, como sabemos, terminó con el suici-
dio de la mayor parte de los numantinos en el 133 a.C., pues prefirieron la muerte antes que caer
en manos de los romanos.
31 Ya hemos mencionado en una nota anterior que Fidenas fue destruida definitivamente por los
romanos en el 435 a.C. y Veyes en el 396 a.C.
196 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO
Conclusiones
32 Esta es una de las pocas arengas de la historiografía clásica puesta en boca de una mujer, Boudi-
ca, que tras la muerte de su marido en el 61 d.C., encabezó la revuelta de los icenos, una tribu bri-
tánica, contra los romanos.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 197
retomado todas las pautas que también ellos habían seguido para animar a
sus hombres antes de la batalla:
• En el inicio de la arenga, se gana su voluntad con un vocativo afec-
tuoso, y se gana también su confianza recordándoles victorias ante-
riores, conseguidas por otros ejércitos romanos que se habían lanzado
a una empresa similar.
• En el centro de la arenga, menciona aspectos relacionados con la pro-
pia campaña persa: en primer lugar, la justicia de su causa, debido a
los desmanes de los enemigos. A continuación, los motivos que les
impulsan que, como a todos los ejércitos romanos, son la patria y la
libertad; la recompensa que conseguirán en caso de victoria, tanto la
gloria como la tranquilidad y un rico botín; menciona también la con-
fianza en la ayuda de la divinidad, pues cuentan con augurios favora-
bles. Critica a los enemigos, a los que se considera inferiores y dañi-
nos, y a los que, por tanto, no basta con vencer, sino que hay que
destruirlos completamente. Por supuesto, la gloria de la victoria no
puede empañarse con la huida de ningún desertor, a quien se amena-
za con dejarle con las piernas cortadas...
• Y, por último, una vez ganada la confianza de los soldados, y expli-
cada la situación, es el momento de lanzar el imperativo o exhortación
final, que encienda definitivamente los ánimos antes de la partida.
Por supuesto, la respuesta de los soldados, es también la que se espera
de ellos: «Una vez concluido este discurso tan optimista, los soldados, exul-
tantes con la gloria de su general y con grandes esperanzas en un futuro
próspero, levantaron sus escudos, y gritaron que no temían ningún peligro
ni dificultad alguna, si contaban con un emperador que se imponía a sí
mismo más dureza que a sus soldados».
La arenga ha cumplido, pues, con el objetivo del general. Pero no olvi-
demos que esta arenga está inserta en una obra historiográfica, una obra que
se iba recitando oralmente a los lectores y que se leía en un mundo romano
en crisis, y con serias amenazas tanto en el interior como en el exterior, pues
los romanos del siglo IV d.C. se veían envueltos en graves conflictos eco-
nómicos, sociales, políticos, religiosos y bélicos, de manera que el objetivo
del historiador era encender él también los ánimos de sus lectores y oyen-
tes, haciéndoles sentirse orgullosos de su pasado, necesitados de recuperar
esas viejas glorias romanas y confiados en su emperador.
Sin duda Amiano Marcelino, rodeado por un grupo de intelectuales
paganos que vivieron en estos momentos finales del s. IV d.C., como Sim-
maco, Libanio, Oribasio y el propio emperador Juliano, pensaban que si con-
seguían recuperar esas costumbres tradicionales, la gran cultura y literatura
198 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO
33 En efecto, el mismo año 363 d.C., Juliano fue herido por una lanza en la batalla y murió poco des-
pués en su tienda, rodeado por algunos amigos como su médico Oribasio, autor de unas memo-
rias de Juliano que no han llegado hasta nosotros. Se extendió el rumor que el arma que le hirió
de muerte no fue lanzada por un persa sino por un cristiano de su propio ejército, que intentaba
así terminar con el emperador «apóstata».
34 Esta batalla se produjo en el 378 d.C. y en ella desapareció también el emperador Valente, sin que
llegara a encontrarse nunca su cadáver. Como indica el propio Amiano Marcelino en su obra, fue
una derrota terrible para los romanos, porque en ella sucumbió la tercera parte de su ejército
(XXXI,13,18) y, como reconoce también el historiador «La oscuridad de esa noche, en la que no
brillaba la luna, terminó con este desastre irreparable, que supuso una gran calamidad para los
romanos» (XXXI,13,11). No olvidemos que, algunos años después, los godos atacaron Constan-
tinopla, invadieron Macedonia, Tesalia, Grecia o Italia, llegando a saquear Roma en el 410.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 199
deleitar a los lectores y a los oyentes que, como en el caso de Amiano Mar-
celino, escuchaban la obra contada por partes.
De ahí que incluyan en sus obras digresiones sobre temas muy variados
(geografía, máquinas de guerra...), retratos, cartas, figuras estilísticas como
metáforas, personificaciones, comparaciones... y, por supuesto, incluyen
también discursos que, en estilo directo o indirecto, acercan aún más a per-
sonajes y lectores.
Entre estos discursos los más importantes son los militares, pronuncia-
dos antes, durante o después de batallas y campañas. Pues bien, los discur-
sos miliares en la historiografía tienen una finalidad esencial, pues nos per-
miten conocer las motivaciones de los personajes, avivar o disminuir la
tensión en determinados momentos de la obra, adelantar acontecimientos,
expresar la ideología imperante en una época determinada y, por supuesto,
nos permiten también conocer una de las principales tareas de un general,
exhortar y arengar a sus hombres para que estuvieran dispuestos siempre a
luchar y a morir por la patria.
Así pues, en las arengas, se unen la finalidad estética y literaria con la
finalidad pragmática e historiográfica, ambas nos permiten conocer cómo
arengaban los generales griegos y romanos a sus ejércitos, ganándose su
voluntad, mencionándoles siempre tópicos relacionados con la importancia
de lo que se jugaban, su superioridad respecto a los enemigos, la justicia de
su causa, la defensa de la patria y la libertad, el botín y la gloria que obten-
drían en caso de victoria, la necesidad, no sólo de vencer, sino de aniquilar
a los enemigos, la importancia de la ayuda divina...
Hemos visto ejemplificados esos tópicos y temas en un general, Julia-
no, y en un historiador como Amiano Marcelino, que le siguió en sus cam-
pañas militares y que participó activamente en las batallas que narró en su
obra, de ahí que lo consideremos como una fuente esencial para conocer
cómo los generales griegos y romanos arengaban a sus ejércitos para la vic-
toria, y cómo los historiadores informaban y deleitaban a sus lectores con
esos relatos.
200 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO
BIBLIOGRAFÍA
FUENTES CLÁSICAS
ESTUDIOS
RESUMEN
1 Investigador Histórico.
202 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
ABSTRACT
In January 1872, the city of Cavite (the second largest of the Philippi-
ne archipelago of the time), live on the first attempt against Philippine
independence from its colonial power in the early sixteenth century,
Spain, which would be played by a small number of Artillery native tro-
ops and Marines stationed in Fort San Felipe and at the Naval Dockyard
in that city.
The insurgency would last three days scarce (the night of 20 since the
evening of Jan. 22) and was a complete failure for the rebels, not to get
carried out the initial plans for a general uprising in Manila and other
parts of the island Luzon. For his part, the response from the military aut-
horities of Spain (both Army and Navy), was proper and forceful, achie-
ving rapid isolation and the annihilation of the rebels in just 35 hours,
during which heavy fighting took place between both sides (not exempt
from actions of real heroism), as a result that left 150 casualties, including
dead and wounded.
The article describes both the historical background of the insurgency,
such as the development of itself and its consequences, of which 16 were
derived harsh judgments of death and executed hundreds of detainees and
deportees.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 203
*****
E finales del primer cuarto del siglo XVI (en concreto, desde 1521), en
la práctica nunca había conseguido colonizarse en su totalidad. Hasta
muy avanzado el siglo XIX, la administración española solamente alcanza-
ba, de forma real y efectiva, a la isla de Luzón (al norte del archipiélago),
teniendo cierta presencia administrativa (aunque no un control total) en Las
Visayas y en algunos puntos costeros de Mindanao, Calamianes y Palawan.
En el resto del complejo archipiélago (compuesto por 7.107 islas) la sobe-
ranía española no era efectiva, sobre todo en el díscolo archipiélago de Joló,
tierra de «piratas malayos-mahometanos», en el que los «dattos» y «sulta-
nillos» locales actuaban con casi absoluta independencia, tan solo alterada
por periódicas expediciones de castigo (1830, 1845, 1847, 1851-1852,
1857, 1861-1862, 1864, 1866 y 1871-1872) que las autoridades españolas
de Manila organizaban para hacer presente la soberanía española y en las
que la Marina de Guerra adquiría un especial protagonismo, como respon-
sable del transporte y desembarco de tropas, el ataque a «cottas» (fortifica-
ciones de los rebeldes moros), el rescate de prisioneros y el mantenimiento
de las comunicaciones y el abastecimiento de las escasas guarniciones y
poblaciones con autoridades españolas o pro españolas que permanecían en
la zona, cuyas principales actuaciones, obligadamente, debían realizarse por
mar.
Durante todo este período, la administración española en el archipiéla-
go había sido muy deficiente y sumida en un alto grado de corrupción (no
muy diferente a la existente en la península y en otros territorios ultramari-
nos de la época), lo que había propiciado un claro aislamiento de la pobla-
ción indígena y continuas situaciones de abusos y discriminaciones con los
nativos. La única institución que mantenía una mayor presencia y un con-
tacto real y directo con la población indígena del interior de las islas era la
Iglesia Católica (las poderosas órdenes religiosas de los franciscanos, domi-
nicos, agustinos y jesuitas), que, aparte de su misión evangelizadora, se
204 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
Figura 1: Mapa general del Archipiélago de las Filipinas. Del libro «Historia de la Infantería
de Marina Española». J.E. Rivas Fabal.
No fue hasta mediados del siglo XIX, cuando las autoridades españolas
comenzaron a mostrar un mayor interés por sus posesiones en el Pacífico
(Filipinas, Marianas, Guam, Carolinas y Palaos), y como consecuencia de
los temores suscitados por las pretensiones en las mismas de algunas poten-
cias europeas en auge (Francia sobre la isla de Basilán –Joló– y Alemania
sobre Las Carolinas), lo que obligaría a la ocupación efectiva y continuada
de la isla de Palawan o Paragua y de algunos puntos del archipiélago de Joló
(Balanguingui) y Mindanao (Zamboanga y Cotta-Batto), en cuya ejecución
y mantenimiento la Marina de Guerra jugaría un papel fundamental.
También, y a lo largo del siglo XIX, se habían producido diversos inten-
tos periódicos de insurrecciones indígenas (1814, 1823, 1848 y 1851), las
cuales, en todos los casos, respondieron a estallidos populares de protesta
ante situaciones concretas de injusticias, arbitrariedades y abusos de las auto-
ridades locales y, en ningún caso, a pretensiones independentistas generali-
zadas. Se trató, por tanto, de insurrecciones con fines reformistas y no de
verdaderos movimientos anticolonialistas, en las que se buscaron soluciones
concretas a problemas locales. Pero, este escaso interés nativo por su inde-
pendencia política de España, comenzaría a cambiar a partir del año 1863,
en que se estableció un sistema de educación pública gratuita, todavía bajo
control del clero local, que contribuyó a formar una burguesía mestiza de
intelectuales criollos, todos ellos hispano parlantes y conocidos como los
«ilustrados», que aspiraban, lógicamente, a acceder a los puestos más rele-
206 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
ciada por el poderoso clero local) se oponía abiertamente a las nuevas refor-
mas y libertades e iniciaba una preocupante oleada de revueltas y atentados,
otra, más minoritaria e ilustrada, apoyaba claramente las nuevas medidas
liberalizadoras y solicitaba su pronta aplicación el archipiélago.
En la segunda quincena del mes de diciembre de 1868 (concretamente,
a partir del día 18), la provincia de Cavite sería escenario de las primeras
revueltas y saqueos, con incendios de edificios públicos y privados y escue-
las, robo de armamento, secuestros de familias españolas y asesinatos y
atentados en diversas localidades (Parañaque, San Francisco, Pérez Dasma-
riñas, etc.), que obligaron a declarar, el 14 de enero de 1869, el estado de
excepción en Cavite, La Laguna, Manila, Batangas y Bulakan. El goberna-
dor de la provincia, Luis Oroa, envió, rápidamente, fuerzas para pacificar la
zona y detener a los culpables de los hechos (al parecer, dirigidos por un
cabecilla indígena conocido como «Manolo»), que no consiguieron apresar
a nadie, debido al apoyo y al encubrimiento que les proporcionó una buena
parte de la población local.
Paralelamente a estos preocupantes y desconcertantes hechos, en la
capital, Manila, un grupo de intelectuales filipinos (apoyados por antiguos
exiliados liberales españoles) elevaron una instancia al gobierno provisional
de Madrid, en la que solicitaron el reconocimiento al pueblo filipino del
derecho de sufragio universal, avalándolo en el hecho de que «una propor-
ción considerable del pueblo sabe leer y escribir, pagan sus impuestos sin
distinción de sexo, eligen sus funcionarios municipales, aportan una cuota
a las fuerzas de tierra y mar y son profesionales, tales como abogados, ecle-
siásticos, marinos, artistas, etc.2. La propuesta de los intelectuales filipinos
no sería apoyada por el gobernador De la Gándara, quien consideró que el
sufragio universal no era aún factible en Filipinas, debido a la diversidad de
grupos étnicos que existía y al bajo nivel intelectual de la población (muy
inferior, según él, al de los países de la América española), aunque sí reco-
mendase que se reconociera el derecho de enviar tres o cuatro delegados
filipinos como representantes a las Cortes españolas (elegidos únicamente
por un grupo selecto del país), con objeto de que el gobierno de Madrid y
la alta cámara legislativa dispusieran de una información directa y de pri-
mera mano sobre las condiciones y problemas más relevantes de la colonia.
Las dos propuestas fueron recibidas y estudiadas por el gobierno provisio-
nal de Madrid, quien, pocas semanas después, contestaría dando segurida-
des de que ambas solicitudes serían contempladas cuando se debatiera y
2 MOLINA, Antonio M.: «Historia de Filipinas». Página 241 y ss. Ediciones Cultura Hispánica del
Instituto de Cooperación Iberoamericana. Madrid, 1984.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 209
Figura 4: Palacio de Santa Potenciana, residencia oficial del gobernador general de Filipinas.
Colección de Planos. Vicente Serrano Salaverri. BETSICCP. Madrid.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 211
4 Archivo Militar de Segovia. Hoja de Servicio del general Rafael Izquierdo Gutiérrez.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 215
Figura 5: Diferentes tipos de nativos filipinos de la segunda mitad del siglo XIX. Del libro
«Memoria del 98». El País.
guridad que suponía el que la mayor parte de las tropas del Ejército y de la
Infantería de Marina destacadas en el mismo estuviera compuesta por fuer-
zas indígenas, cuya fidelidad a sus mandos (en su mayoría peninsulares)
siempre resultaba dudosa, sobre todo en el caso de conflicto armado con los
nativos.
Figura 6: Tropas indígenas al servicio del Ejército español en Filipinas. «La ilustración
Española y Americana», 1887.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 217
Figura 7: Tropas de desembarco de Infantería indígena durante la segunda mitad del siglo
XIX. Dibujo de F. Rueda, del libro «El Ejército Español en Ultramar y África». J. M.
Guerrero Acosta.
218 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
Figura 8: Fortaleza de Santiago en la capital, Manila, en la segunda mitad del siglo XIX.
Grabado de la época.
truidas entre los siglos XVII y XIX y distribuidas por las principales islas,
entre las que cabría destacar las fortalezas de Santiago (Manila) y San Feli-
pe (Cavite), ambas en la isla de Luzón, la de San Pedro (Cebú), en el grupo
de islas de Las Visayas, el Pilar (Zamboanga), en Mindanao, y el pequeño
fuerte de piedra de la isla de Culión (Calamianes), entre las islas de Min-
doro y Palawan o Paragua, donde también existía una leprosería5.
Hasta el comienzo del segundo cuarto del siglo XIX (en concreto hasta
el año 1825), el gobernador de las Filipinas no uniría su cargo al de capitán
general militar de las islas, acumulando también en su persona la Coman-
dancia General de Marina, la presidencia de la Audiencia y la Judicatura, el
Vicepatronato Real, la Superintendencia de Hacienda y la presidencia de la
Delegación de Rentas de Correos, Postas y Estafetas. Pocos años después
(1828), y en las postrimerías del reinado de Fernando VII, la guarnición de
las islas se establecía en dos regimientos de Infantería de recluta local, seis
batallones de milicias disciplinadas provinciales, un regimiento de Dragones
y un batallón de Artillería, que se distribuían, en batallones y compañías
sueltas, por las islas de Luzón, Mindanao y Joló. En las islas Marianas, su
guarnición militar solía estar compuesta por una compañía Veterana y dos
batallones de Milicias, en su totalidad dependientes del Ejército de Filipinas.
Al principio de la siguiente década (enero de 1830), se creó y se envió
a las Filipinas un primer regimiento de Infantería de composición total-
mente europea (el denominado Expedicionario de Asia, posteriormente
transformado en el del Rey n.º 1, pero con recluta local), y dos décadas más
tarde (entre 1851 y 1854) el denominado Ejército de Filipinas se reorgani-
zaba en nueve regimientos de Infantería indígena (tres de línea y seis lige-
ros), que en 1868, y por falta de efectivos, se reducían a siete, junto con dos
escuadrones de Caballería, un regimiento de Artillería (una de cuyas briga-
das estaba compuesta por europeos), un batallón de obreros de Ingenieros y
tres Tercios de la Guardia Civil Veterana.
En el año concreto de 1872, motivo del presente estudio, los seis regi-
mientos de Infantería existentes en Filipinas (del Rey n.º 1, de la Reina n.º
2 –posteriormente, Castilla y Filipinas, respectivamente–, Magallanes n.º 3
–antiguo Fernando VII–, Infante n.º 4, España n.º 5, Príncipe n.º 6, Prince-
5 MARTÍN GÓMEZ, Antonio L.: «Filipinas 1847-1851: Las campañas del Caraballo, Balanguin-
gui y Joló». Página 15. Editorial Almena. Madrid, 2005.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 221
Figura 10: Tropas indígenas de Infantería a principios de la segunda mitad del siglo XIX.
Ilustración de A.L. Martín Gómez, del libro «Filipinas 1847-1851».
6 MÁS CHAO, Andrés: «Evolución de la Infantería en el reinado de Alfonso XII». Colección Ada-
lid. Servicio de publicaciones del EME. Madrid, 1989.
7 GUERRERO ACOSTA, José Manuel: «El Ejército español en ultramar y África (1850-1925)».
Páginas 64 a 74. Acción Press S.A. Madrid, 2003.
222 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
Figura 11: Oficial y servidores indígenas filipinos de una pieza de artillería de campaña.
Ilustración de F. Rueda. Del libro «El Ejército Español en Ultramar y África». J.M. Guerrero
Acosta.
Figura 13: Plano de la época de la Bahía de Manila, con la plaza y el Arsenal Naval de Cavite
en su sector central.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 225
Figura 14: Maqueta del arsenal de Cavite hacia mediados del siglo XIX. Museo Naval de
Madrid.
226 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
Figura 15: Escuadra de Filipinas en la década de los 70 del siglo XIX (con el n.º 2 la fragata
de hélice Berenguela, con el n.º 1 la corbeta de hélice Santa Lucía, con el n.º 3 la goleta
Filomena y con el n.º 4 el cañonero Prueba). Grabado de la época de la «Ilustración
Española y Americana».
8 CERVERA PERY, José: «Marina y política en la España del siglo XIX». Páginas 211 y ss. Edito-
rial San Martín. Madrid, 1979.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 227
9 LLEDÓ CALABUIG, José. Buques de vapor de la Armada española: del vapor de ruedas a la
fragata acorazada, 1834-1885. Agualarga Editores, S.L. Madrid, 1997. Y Estado General de los
buques de la Armada de 1870.
10 Se denominaba «Fuerzas Sutiles» a las agrupaciones de embarcaciones armadas de muy diverso
tipo, formadas para diferentes misiones y apropiadas para necesidades y estrategias locales. La
denominación es genuinamente española, al ser los españoles los primeros que las utilizaron en
los sitios Gibraltar (1781), Brest y Cherburgo (1799), en los que se conocieron como «flotilles a
léspagnole», así como en la defensa de Puerto Rico y Ferrol (1800).
Figura 16: Corbeta de hélice Vencedora, con un desplazamiento de 750 toneladas, máquina
de 160 c.v. nominales, que le proporcionaba una velocidad de 8 nudos, y un armamento de
dos cañones lisos de 20 cm, en colisa y en el centro del buque, y uno liso en colisa y a proa.
Fotografía del libro «Buques de Vapor de la Armada Española». J.Lledó Calabug.
Figura 17: Goleta Constancia (en el medio y al fondo) y diferentes cañoneras de hélice de
las denominadas Fuerzas Sutiles del Apostadero de Filipinas. Fotografía del libro Buques de
Vapor de la Armada Española. J. Lledó Calabug.
12 El contralmirante Manuel Mac Crohon Blake era hijo del coronel de Infantería del Ejército, Euge-
nio Mac Crohon y tenía otros dos hermanos también marinos, José, diputado a Cortes por Mála-
ga y Alicante durante los años 30 y 50 del siglo, y Rafael.
230 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
13 Archivo Histórico de la Marina. Hoja de Servicios del contralmirante Manuel Mac Crohon Blake.
14 Archivo Histórico de la Marina. Hoja de Servicios del capitán de navío Manuel Carballo Goyos.
15 Archivo Histórico de la Marina. Hoja de Servicios del capitán de navío Luis Gaminde Torres.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 231
Figura 19: Sargento de Infantería de Marina destinado en Filipinas en la 2.ª mitad del siglo
XIX. Fotografía del Museo Naval de Madrid.
go Sande Calvo y José Manuel Torres Silva. Esta Fuerza de Infantería de Mari-
na, estaba compuesta por unos 400 hombres, en su mayoría indígenas, aunque
la oficialidad y la mayor parte de la suboficialidad eran españoles/peninsula-
res. Su armamento, en dichas fechas (y de acuerdo con el Reglamento de
1870), constaba de fusiles y carabinas rayadas Berdan, modelo 1867, dotadas
de sable-bayoneta modelo 1857, siendo el de los jefes y oficiales el revólver de
seis tiros modelo Lefaucheaux y la espada de ceñir «de hoja recta, puño de
ébano con emblema en la taza cincelada y vaina de cuero charolado»16.
A lo largo del año 1870, y dentro del amplio programa reformista ini-
ciado por el gobierno presidido por el general Juan Prim y con el almirante
Juan Bautista Topete como ministro de Marina, se aprobaron los nuevos
16 RIVAS FABAL, José Enrique: Historia de la Infantería de Marina española. Editorial Naval.
Madrid, 1970.
232 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
Figura 21: Imagen de satélite del tramo final de la península de Cavite, con el detalle del
Arsenal Naval en su parte meridional.
En la mañana del viernes 19 (y, por tanto, dos días antes de la fecha pre-
vista para el inicio de la sublevación), el jefe encargado de la comandancia
general de Marina de Cavite, capitán de fragata Manuel Carvallo, recibió en
Manila dos anónimos escritos en los que se le informaba de todo lo que se
preparaba17. El primero de los citados anónimos, decía lo siguiente: «Mani-
la 17 de Enero de 1872. Sr. D. Manuel Carballo: Por diferentes sexos, cla-
ses, oficios y estado, de quien he oído decir que en la ciudad de Manila ha
de haber una sublevación altamente extraña el sábado 20 del corriente, a
la hora más privada de la noche, que según tratan de hacer conforme al
plan manifestado que solo está aguardando que aleje de la bahía el vapor
Valiente, creo menester resguardar el arsenal con mucha precaución por-
que es el sitio de la población que más le interesa los atentados, creo que V.
17 Informe del comandante general accidental de Marina del apostadero de Filipinas al ministro de
Marina y vicepresidente del Almirantazgo, emitido el 5 de febrero de 1872. La Gaceta de Madrid,
N.º 84. 24 de marzo de 1872.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 235
Con superior alcance sabrá dictar órdenes tan medidas que no de lugar á
este tan desgraciado pensamiento. Noticias muy ciertas que da un natural
de este suelo». Por su parte, el segundo de los anónimos rezaba de la
siguiente manera: «Sr. Capitán del puerto, Comandante general interino:
Pongo en su conocimiento que, enterado esta misma noche en el mercado
de esta y en las murallas para que el día viernes o sábado de esta semana
dará un cañonazo en el fuerte de Manila, señal de una sublevación contra
los españoles, logra esta ocasión por no estar toda la escuadra. El que sirve
de cabeza de motín es el M.R. P. Burgos en Manila, y en Cavite los sargen-
tos de artillería y cabos de infantería de Marina indígena. Asimismo, Sr.
Comandante general, ruega este que suscribe para que mire con atención,
y que Dios ayude vuestros pensamientos. Y estas mismas manifestaciones
tendrá el Sr. Comandante del arsenal, el Capitán general y el Gobernador
de esta plaza. Lo más acertado, señor, resguardar los fuertes de Manila y
Cavite con soldados españoles, y que recoja a todos los cabos y sargentos
indígenas, siendo el motín ó el que conquista a todos los que están en esta
plaza el cabo Pedro y Celestino, de infantería e Marina; que inmediata-
mente que asegure a los dos, y que ordenen al Gobernador de esta plaza
para que haga requisa y prendan a los soldados cumplidos que están en
Cavite. El que da noticia es un indio, que desea el bien y la tranquilidad.»
Manuel Carballo, y a pesar de no dar un crédito absoluto a los anónimos
recibidos, los remitió, inmediatamente, al capitán general del archipiélago y
procedió a adoptar una serie de medidas preventivas que evitaran toda posi-
ble sorpresa, aunque procurando evitar, en lo posible, alarmas innecesarias.
Sin pérdida de tiempo se desplazó a Cavite, en cuyo arsenal dispuso que
todas las guardias se reforzaran y tuvieran a su frente oficiales peninsula-
res, que en el cuartel de Infantería de Marina permaneciera un capitán y dos
subalternos de manera continua y que el servicio de ronda se hiciera por
todos los buques de forma rigurosa. Asimismo, ordenó que pernoctaran
dentro del arsenal todo el personal militar (incluido el de las unidades nava-
les que se encontraban en carena) y que las armas portátiles de los buques,
depositadas y en composición en los talleres de Artillería, se alistasen y
repartiesen a cada uno, con sus municiones correspondientes.
Ante la ausencia del grueso de la escuadra (que se encontraba, desde un
mes antes, en concreto desde el pasado 23 de diciembre, realizando una nueva
expedición por el archipiélago de Joló), se ordenó que se mantuvieran total-
mente preparados los cañoneros Samar y Bulusan para actuar en el momento
en que se hiciera necesario, y que se botase al agua la goleta Filomena (subi-
da en varadero para limpiar fondos), a pesar de la escasa marea que había en
esos momentos. También, y como medida preventiva, se apresó y se puso bajo
236 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
Figura 22: Goleta de hélice Santa Filomena, de 510 toneladas de desplazamiento, máquinas
de 100 c.v. nominales, que le proporcionaban una velocidad de 8 nudos, y un armamento de
dos cañones rayados de 16 cm. y uno de 12 cm. Fotografía del libro Buques de Vapor de la
Armada Española. J. Lledó Calabug.
Figura 23: Puerta principal del Fuerte de San Felipe de Cavite, en el que, a las ocho de la
noche del sábado 20 de enero de 1872, se inició la sublevación de Cavite. Fotografía del libro
Memoria del 98. El País.
18 Informe del comandante general accidental de Marina del apostadero de Filipinas al ministro de
Marina y vicepresidente del Almirantazgo, ya citado.
238 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
Figura 24: Foto de satélite con el detalle del Arsenal de Cavite en la actualidad y los restos
del Fuerte de San Felipe, junto a su entrada de tierra.
cer, por los disparos efectuados por el cabo 1.º indígena Justo Lindon), con
objeto de facilitar la entrada de las tropas de Infantería que, presumible-
mente, acudirían a sofocar la insurrección.
El capitán Pedro Mayobre López, jefe accidental de las tropas de Infan-
tería de Marina (por ausencia de su teniente coronel titular, que se encon-
traba en la ya mencionada expedición a Joló), pidió, rápidamente, ayuda y
el envío de refuerzos al primer jefe del Regimiento de Infantería n.º 7 que
guarnecía la plaza de Cavite, el cual, poco después, y al frente de 500 hom-
bres, penetraba a viva fuerza en el cuartel de Infantería de Marina (desde
cuyas ventanas le hicieron un nutrido fuego los sublevados), rompiendo sus
puertas con hachas y zapapicos facilitados por el comandante del presidio
(el capitán de carabineros Guillermo Conesa Navarro). Ya en el interior del
cuartel, se entabló un duro combate, que incluyó una decidida carga a la
bayoneta, tras la que se logró herir o apresar a trece insurrectos y hacer huir
al resto hacia el Fuerte de San Felipe. Diez infantes de Marina indígenas que
no habían participado en la insurrección (pero que «habían dado muestras
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 239
19 Su hermano Francisco, por aquellas fechas contador de navío de 2.ª clase y, con los años, general
del cuerpo de Contadores de Marina, estaba casado con Josefina Rolandi Butigieg, tía bisabuela
del autor de este artículo.
240 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
Figura 25: Tropas de marinería nativas en la segunda mitad del siglo XIX. Grabado del libro
Filipinas 1847-1851. A.L. Martín Gómez.
20 El teniente de Infantería de Marina, José Sancho Méndez Núñez, sobrino del vicealmirante Casto
Méndez Núñez, el héroe del Callao, y tío bisabuelo del autor de este artículo, salvaría su vida,
milagrosamente, durante estas jornadas, primero mientras atravesaba, bajo el fuego enemigo, la
peligrosa avenida que le separaba de la puerta del arsenal (donde caería herido mortalmente, su
compañero de travesía, el médico mayor y jefe de Sanidad del arsenal, Rómulo Valdivieso) y, pos-
teriormente, durante el asalto al fuerte de San Felipe, en el que participó al frente de fuerzas de la
Marina, por la parte de la muralla próxima al arsenal.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 241
21 En el último tercio del siglo XX, y desde julio de 1977, un patrullero de la Armada española (el
P-15, de 144 toneladas de desplazamiento y 36 metros de eslora), presta sus servicios con el nom-
bre de Patrullero Acevedo, en honor de este contramaestre ferrolano muerto en los combates de
Cavite, durante la noche del 20 de enero de 1872.
242 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
gada del 21 de enero), dio cuenta de los hechos al capitán general del archi-
piélago, Rafael Izquierdo, junto con la petición de envío urgente de refuer-
zos. Éste, y sin pérdida de tiempo, se dirigió, en persona, a la Real Fuerza
de Santiago, para calibrar el estado de ánimo de su guarnición (en su mayo-
ría nativa) y al comprobar que éstas no secundarían la insurrección, ordenó
al teniente gobernador, general Felipe Ginovés Espiner, que encabezara los
regimientos filipinos nos 1 (del Rey) y 2 (de la Reina) y se dirigiera a Cavi-
te, para sofocar la sublevación de esta plaza, acompañados de respectivas
dotaciones de artillería, ingenieros y servicios médicos.
Pocas horas después, y en la misma mañana del domingo 21 de enero,
Manuel Carvallo embarcó en el cañonero Balusan, en compañía de algún
personal de la capitanía del puerto de Manila, y, llevando consigo un impor-
tante cargamento de municiones, se dirigió, por mar, al arsenal de Cavite.
En el río Balig de Manila dejó dos falúas armadas y otras embarcaciones
menores, con las máquinas encendidas («sobre la máquina»), así como
todos los vapores mercantes disponibles en el puerto, por si resultaban nece-
sarios para el transporte de tropas. Durante su ausencia de Manila, el tenien-
te de navío retirado y ayudante de matrículas, Bonifacio Roselló, quedaría
encargado, interinamente, de la capitanía del puerto.
Figura 26: Cañonero Samar, con casco de acero y 83 toneladas de desplazamiento. Armado
con un cañón de 16 cm a proa y otro de 8 cm a popa, ambos rayados, este cañonero realizaría
la defensa por mar del arsenal de Cavite, durante los sucesos del 20 al 22 de enero de 1872.
Fotografía del libro La Guerra del 98. A.R. Rodríguez González.
244 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
Figura 27: Cañonero Arayat, con casco de acero y 53 toneladas de desplazamiento. Armado
con un cañón rayado de 12 cm a proa. En un cañonero similar a este, concretamente en el
Bulusán, el capitán de fragata Carvallo y el general Ginovés se desplazarían a Cavite en la
mañana del lunes 21 de enero de 1872. Fotografía del libro La Guerra del 98. A.R. Rodríguez
González.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 245
los tejados de los edificios del arsenal y desde dos pequeñas piezas pedre-
ras de artillería situadas en puntos estratégicos del mismo, a los que se unie-
ron los disparos efectuados por la artillería naval del cañonero Samar, que
consiguieron desmontar varias piezas enemigas y producir varios muertos
entre los sublevados. Por su parte, la artillería del fuerte sublevado también
conseguiría alcanzar con sus disparos al arsenal y a las fuerzas atacantes,
logrando, uno de sus disparos, atravesar la parte alta del costado del caño-
nero Samar, aunque sin consecuencias graves, y otro herir, de diferente con-
sideración, a siete componentes de la guardia del arsenal.
Durante esta jornada, destacaría la actuación del ya citado teniente de
Infantería de Marina, Ramón Pardo Pardo, quien se ofrecería voluntario
para subir, con varios marineros, a los tejados de la Casa de la Comandan-
cia del arsenal, desde la que batió, con sus certeros disparos de fusilería, a
los servidores de una pieza de artillería enemiga emplazada frente a la
misma y que había sido la responsable, pocas horas antes, de los impactos
sobre el cañonero Samar y la guardia del arsenal.
Todo estaba preparado para el asalto final, el cual no debía retrasarse
mucho tiempo, ante las noticias que acababan de recibirse sobre la posible
llegada de 400 nuevos rebeldes, que, desde el vecino pueblo de Bacoor, se
dirigían hacia Cavite para unirse a los sublevados. Para intentar evitarlo, el
comandante jefe de la Guardia Civil de Manila se dirigió hacia Cavite,
situando a sus fuerzas en posiciones que controlaban todas las avenidas de
entrada a esta población.
La escasa respuesta de los sublevados desde el fuerte de San Felipe duran-
te toda la tarde y noche del 21 hacía presagiar que los rebeldes se encontraban
ya muy desanimados y que su resistencia al asalto sería escasa (al comprobar
que las tropas filipinas llegadas desde Manila no solo no se habían unido a la
sublevación, sino que, por el contrario, iban a encargarse de realizar el asalto
final), pero, a pesar de ello, se trasmitió, entre todas las fuerzas leales, la clara
y contundente orden de apoderarse de la fortaleza a todo trance, «pasando a
cuchillo, a cuantos insurrectos opusiesen la menor resistencia».
Finalmente, y al amanecer (en concreto, hacia las seis de la mañana) del
martes 22, las fuerzas gubernamentales iniciaron el ataque del Fuerte de
San Felipe de Cavite, que comenzó con un intenso fuego de artillería, con
granadas explosivas, contra la puerta de la fortaleza (que consiguió batirse)
y el interior del fuerte, que realizaron un total de 84 disparos (21 por pieza).
A continuación, y al más clásico estilo decimonónico, hacia las seis y media
de la mañana se dio la señal de asalto, al grito de «¡Viva España!» y a los
aires del toque de «paso de ataque» entonado por las músicas de los regi-
mientos.
246 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
Figura 28: Asalto a un fuerte de la época en Filipinas. Durante el asalto del Fuerte de San
Felipe de Cavite en la mañana del 22 de enero de 1872, y en las jornadas previas al mismo,
se producirían 150 bajas, entre muertos y heridos, entre ellos 49 muertos de los sublevados
y 24 de los asaltantes. Grabado de El Mundo Milita», 1861.
22 Informe del comandante general accidental de Marina del apostadero de Filipinas al ministro de
Marina y vicepresidente del Almirantazgo, ya citado.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 247
Figura 29: Impactos de proyectiles de artillería en uno de los muros del Fuerte de San Felipe
durante el ataque del 22 de enero de 1872. Fotografía del libro Memoria del 98. El País.
Valoración general
Figura 30: Informe del comandante general accidental de Marina del apostadero de Filipinas
al ministro de Marina y vicepresidente del Almirantazgo, emitido el 5 de febrero de 1872.
La Gaceta de Madrid, N.º 84. 24 de marzo de 1872.
250 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
De acuerdo con los informes emitidos por las autoridades militares del
archipiélago (del Ejército y de la Marina), durante los duros combates de los
días 20 a 22 de enero de 1872 se produjeron cerca de 150 bajas, entre muer-
tos y heridos. Los sublevados serían los que llevarían la peor parte, con 49
muertos (una treintena de ellos en el asalto final al Fuerte de San Felipe) y
prácticamente ningún herido (debido a que, en su mayoría, fueron remata-
23 Informe del gobernador general de Filipinas, general Rafael Izquierdo, al ministro de la Guerra,
emitido el 31 de enero de 1872. La Gaceta de Madrid, N.º 84. 24 de marzo de 1872.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 251
dos durante los combates), mientras que las fuerzas gubernamentales sufri-
rían 24 muertos (un jefe, 9 oficiales, un suboficial y 13 soldados y marine-
ros), junto con 62 heridos de diferente consideración (9 oficiales y 53 sol-
dados).
Las fuerzas del Ejército sufrieron medio centenar de bajas, entre las que
se contaron 9 muertos (4 oficiales y 5 individuos de la clase de tropa) y 43
heridos de diferente consideración (6 oficiales y 37 individuos de la clase
de tropa). Los oficiales fallecidos serían el 2.º ayudante de Estado Mayor de
plazas, Agustín Vázquez Hidalgo, el capitán de la 2.ª Compañía del Regi-
miento n.º 7 de La Princesa, Luis Vila, el alférez del mismo regimiento,
Manuel Montesinos, y el teniente de Artillería, Nicolás Rodríguez.
Por su parte, las bajas la Marina, entre muertos y heridos, ascendieron
a una treintena, resultando 15 muertos (un jefe, cinco oficiales, un subofi-
cial y ocho individuos de la clase de marinería y tropa), así como 19 heri-
dos de diferente consideración. Entre los fallecidos estuvieron el médico
mayor y jefe de Sanidad del arsenal, Rómulo Valdivieso, el oficial 1.º del
Cuerpo administrativo de la Armada, Ángel Baleato, el capitán de Infante-
ría de Marina José Torres Silva, el alférez de navío Rafael Ordóñez, el
teniente de Infantería de Marina Guillermo Herce, el contramaestre, gra-
duado de alférez de fragata, José Fernández Acebedo y el sargento 1.º de
Infantería de Marina Miguel Gómez Herrera; y, entre los heridos, el tenien-
te de navío de 1.ª clase Pascual Aguado, el capitán de Infantería de Marina
Santiago Sandes, el teniente del mismo cuerpo Ramón Pardo, y 16 indivi-
duos más de la clase de tropa y marinería.
Todos los muertos y heridos, serían trasladados, mientras duraron los com-
bates, al Taller de Recorrida del arsenal y atendidos por el jefe de Sanidad del
establecimiento, Juan Mendoza, y, posteriormente, finalizada la sublevación,
al hospital de Cavite, en cuyo cementerio se dio sepultura a los fallecidos (en
concreto, 49 cadáveres de insurrectos y 24 de las fuerzas leales).
También cabría destacar (y así se recoge en el Informe al Almirantazgo
del comandante general accidental de Marina del Apostadero de Filipinas,
Manuel Carballo, emitido el 5 de febrero de 1872) la brillante actuación,
durante los hechos, de diferente personal de la Armada, como fueron los
casos del capitán de fragata Luis Gaminde, el teniente de navío Domingo
Caravaca, los alféreces de navío Eulogio Merchán, Gabriel Lessenne y
Eduardo García de Cáceres, el oficial del Cuerpo administrativo Juan
Serón, el condestable José Garsón, los contramaestres Luis López García y
Jesús M.ª Manzo Pereira, los tenientes de Infantería de Marina Ramón
Pardo y José Sancho Méndez-Núñez y los sargentos, del mismo cuerpo,
Manuel Conejero y Antonio Lozano.
252 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS
Figura 31: Relación de bajas entre las tropas del Ejército, durante el asalto al Fuerte de San
Felipe de Cavite. Del Informe del gobernador general de Filipinas, general Rafael Izquierdo,
al ministro de la Guerra, emitido el 31 de enero de 1872. La Gaceta de Madrid, N.º 84. 24
de marzo de 1872.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 253
24 JOVER ZAMORA, José M.ª: La Era Isabelina y el Sexenio Democrático-II. Página 1.203. Edi-
torial Espasa Calpe, S.A. Madrid, 1981.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 255
RESUMEN
ABSTRACT
The Munity of La Granja was led by the sergeants of the Royal Guard,
troops whose mission was the defence and the protection of the Royal
Family, who was resting in the Royal Palace of La Granja de San Ildefonso.
Most of the sergeants had just arrived from the First Carlist War, where they
had been decorated with full military honours for their bravery in the com-
bat against the Carlists in the defence of the dynastic rights of Isabella II.
It is the first time in the Spanish History in which the troops, which the
sergeants were part of, rise up concluding successfully the revolution which
had started some weeks before in most of the Spanish provinces.
The Queen Regent, Maria Christina of Bourbon-Two Sicilies, forth wife
of King Fernando VII, agreed to the demands of the mutineers creating a
new government and setting up the Constitution of 1812.
*****
EL ESTATUTO REAL
La Milicia Nacional
La Masonería
La Prensa
4 PIRALA, Antonio: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. Madrid 1869.
Tomo III.
5 FERRER, Melchor y otros: Historia del tradicionalismo español. Ed. Católica española. Sevilla 1945.
262 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ
La Reina Regente
Doña María Cristina de Borbón y Dos Sicilias se casó con su tío Fer-
nando VII en 1829, convirtiéndose en su cuarta esposa. De este matrimonio
nacerán dos hijas; una de ella será la futura reina de España, Isabel II.
A María Cristina le tocará vivir dos momentos difíciles en el Real Sitio
de la Granja de San Ildefonso. El primero de ellos ocurrió en 1832 durante
la grave enfermedad del Rey Fernando VII; los elementos conservadores
que rodeaban al rey, ante el temor de su muerte, conminaron a derogar la
Pragmática, por lo cual su hija, la Princesa Isabel, quedaba excluida del
trono. María Cristina aceptó la situación convencida de su necesidad para
evitar una guerra civil si D. Carlos, hermano del rey, no accedía al trono. La
6 Examen Crítico de las revoluciones de España 1820-1823 y 1836. París 1837, Tomo II. De autor
anónimo, que dice sobre El Eco del Comercio: «Órgano perpetuo del partido anarquista, y lo que
todavía es peor, patrono, defensor, y apologista de cuantas sublevaciones mas ó menos sangrientas
se han verificado en tres años».
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 263
Mendizábal
7 Hoja de Servicio del Teniente General D. Fernando Muñoz. Archivo General Militar de Segovia.
Expedientes de personas célebres.
8 BORROW, George: La Biblia en España. Alianza Editorial, Madrid 1993.
9 CHRISTIANSEN, E.: Los orígenes del poder militar en España, 1800-1854. Ed. Aguilar, Madrid
1974.
264 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ
10 ESTÉVANEZ, Nicolás: Mis Memórias, Prólogo de José L. Fernández-Rua. Ed. Teba. Madrid
1975.
11 GÓMEZ, Alejandro: Los Sucesos de la Granja en 1836. Madrid 1864, 2.ª Edición.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 267
EL MOTÍN
12 SECO SERRANO, Carlos: Historia del Conservadurismo Español. Ed. Temas de Hoy, Madrid
2000.
13 GÓMEZ, Alejandro: Los Sucesos de la Granja en 1836. Madrid 1864, 2.ª Edición.
268 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ
• De aquí las sublevaciones como las del conde de las Navas en Anda-
lucía, y posteriormente los pronunciamientos de la Coruña, Granada,
Málaga, Sevilla, Alicante, Castellón y Zaragoza, proclamando en
ellas el restablecimiento del Código de 1812.
• El Gobierno se vio, pues, en una situación insostenible y difícil: fal-
tábanle recursos para imponer su dominación en las provincias y
rechazar las agresiones carlistas, y se había enajenado las simpatías
de los liberales, únicos en quienes se apoyó el Trono para salvarse á
la muerte de Fernando VII.
• Con tales elementos de perturbación, que llegaban hasta nosotros;
con nuestra mudanza repentina de una clase de vida de campaña a
otra de guarnición, y socorrido el soldado con nueve cuartos en vez
de los trece, queriéndole ahogar hasta el entusiasmo, ¿cómo no
había de tener el resultado que dio? ¿Cómo no había de extrañarse
aquella saña contra el partido liberal? ¿Cómo no el desarme de la
Milicia Nacional en su mayor parte y donde pudo hacerse? Verifi-
cado ya con la de Madrid, no quedaba duda del plan en aquella
época. ¡Se habría derramado tanta sangre para llegar a un fin
semejante!
• Esta es la verdad de aquella situación, que por otra parte se veía
demostrada al ver simultáneos pronunciamientos en puntos distante
entre sí y sin connivencia entre los pronunciados, como sucedió con
la columna de la Rivera en Navarra el mismo día que tuvo lugar el
movimiento de la Granja…».
Los hechos ocurridos los días próximos al Motín, y expuestos por otras
fuentes coinciden con los relatados por el Sargento Alejandro Gómez.
A finales del mes de junio se publicaba en La Gaceta de Madrid una
serie de desmentidos negando la intención por parte del Gobierno y la Reina
Gobernadora de llegar a un acuerdo con los carlistas, siendo falsas las afir-
maciones que señalaban que se estaba preparando una intervención france-
sa. Estos desmentidos del órgano de prensa nacional no lograban apaciguar
los ánimos, sino que los avivaban al tenerse conocimiento del ejército que
se estaba formando en el sur de Francia, en la ciudad de Pau, para presun-
tamente invadir de nuevo el territorio español, teniendo en cuenta, además,
los antecedentes del año 1823, cuando el Duque de Angulema y los Cien
Mil Hijos de San Luis terminaron con el periodo constitucional del Trienio
Liberal y los liberales más exaltados fueron sometidos a durísimos procesos
judiciales por orden de Fernando VII. Fue tal vez el temor a que se repitie-
ran estos acontecimientos, una de las causas fundamentales que provocaron
el Motín de la guarnición de la Granja.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 269
14 PIRALA, Antonio: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. Madrid 1869.
Tomo III.
15 Gaceta de Madrid año 1836.
16 BURGOS, Javier de: Anales del Reinado de Isabel II, obra póstuma. Madrid 1850, Tomo III.
270 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ
17 Anónimo: Examen Crítico de las revoluciones de España 1820-1823 y 1836. París 1837, Tomo II.
18 CONDE DE MIRAFLORES: Memoria para escribir los 7 primeros años del reinado de Isabel
II. Madrid 1843.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 271
miento de Infantería, sin que por parte de nadie se hiciese la menor resis-
tencia, ni hubiera un oficial que tirase de su espada para contener aquella
insurrección. Con el mayor orden salieron las compañías del cuartel, y for-
madas frente a éste, se sacó la bandera con los honores de ordenanza, dando
vivas a la Constitución, a la Reina constitucional, al general Mina, a Ingla-
terra y mueras a los generales Quesada y San Román.
Javier de Burgos y Miraflores culpan a los oficiales de no haber hecho
nada para abortar la sublevación. Estos oficiales podían haber aprovechado
la indecisión de la unidad de los guardias de corps y de los granaderos a
caballo de la guardia, que en un principio no se habían amotinado ante la
pasividad de sus oficiales, y la ausencia de los mandos superiores que se
encerraron en palacio. Estas tropas leales, ante tal panorama, prefirieron
unirse a los amotinados antes de enfrentarse a sus compañeros.
En el anexo número 3 podemos observar todavía las ruinas del cuartel
del Pajarón, donde estaban acuarteladas las tropas. Está situado a la izquier-
da, según se llega de Segovia, junto a la carretera, a escasos metros fuera de
la ciudad. Para entrar en la Granja tenían que pasar por la puerta de hierro,
que había sido cerrada a los primeros síntomas de sedición y llevadas a
Palacio sus llaves. La compañía de cazadores de provinciales se desplegó en
guerrilla para tomar dicha puerta. El batallón de guardias, que estaba acuar-
telado dentro de la población, secundó el movimiento, más como les cerra-
sen la puerta del cuartel para detenerlos, los soldados saltaban por las ven-
tanas, hasta que abierta, salieron los demás, rompiendo entonces con una
bayoneta las cerraduras de las puertas de hierro, para que entrase la compa-
ñía de cazadores. Formados ya los dos batallones, se dirigieron a Palacio;
un primer forcejeo con los Guardias de Corps terminó con la adhesión de
éstos, de los granaderos de caballería y de los salvaguardias.
Reunida ya toda la guarnición en la plazuela llamada de la Cacharrería,
contigua al Palacio, subieron a ver a la Reina los jefes de aquella fuerza y
le informaron de que eran los sargentos la causa de la insurrección. La
Reina acordó entonces que bajaran los dos comandantes de Provinciales y
Guardia con el encargo de que subiese una comisión de estos a verla y expu-
sieran el motivo de la insurrección.
Al llegar estos comandantes se tocó orden general, y al comunicarse a
cada cuerpo esta real disposición, se trató en el corro de orden de los sar-
gentos designar al que había de subir a cumplirla. La primera intención de
todos fue comisionar al más antiguo; pero objetando el ayudante Conti, que
en su opinión carecía el designado de instrucción y despejo necesarios, el
comandante D. José Baró Iñiguez dio el nombre de Alejandro Gómez. Por
el de Guardias fue asimismo nombrado otro sargento llamado Juan de
274 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ
Lucas. Después de dejar las armas, los dos sargentos fueron acompañados
por los comandantes. Se abrieron las puertas de Palacio, a donde entraron
con un soldado que sin ser nombrado para la comisión se unió a ella por
curiosidad o despiste. Fueron las únicas personas que penetraron en el
recinto.
Al final de la escalera les aguardaban el Conde de San Román y el
Duque de Alagón, que insistieron en el respeto y obediencia debidos a la
persona de la Reina. Les llevaron a su presencia y de manera muy respe-
tuosa besaron su mano con una rodilla en tierra, fijándose las miradas de los
que allí se encontraban con curiosidad extrema.
En la estancia la Reina Gobernadora estaba bien acompañada. Además
del Conde de San Román y del Duque de Alagón, se encontraban Barrio
Ayuso, ministro de Gracia y Justicia, el Alcalde Mayor de La Granja, Sr.
Izaga, el Conde de Cerralvo, los comandantes de toda la guarnición, la Mar-
quesa de Santa Cruz y doce guardias de corps.
Tomó la palabra la Reina, que vestía un elegante vestido de color blan-
co; preguntó a los sargentos qué querían, se miraron entre sí para ver cuál
de ellos respondía, y ante la falta de decisión, el Sr. Ibáñez, uno de los
comandantes, mandó a Alejandro Gómez que lo hiciera. Éste comenzó
hablando acerca de los tres años que habían luchado en las Vascongadas,
donde habían perecido la mayor parte de sus compañeros. Llena de extra-
ñeza ante tal contestación, la Reina preguntó si sabían por qué se habían
batido, y ante el silencio de los sargentos, ella misma argumentó que por los
legítimos derechos de su hija Isabel. Alejandro Gómez, una vez repuesto del
sobresalto natural de la primera impresión, contestó que, efectivamente, era
por esos derechos, pero que creían que también lo hacían por la libertad. La
respuesta no se hizo esperar, y se expresó la Reina en los siguientes térmi-
nos19: «…libertad, es que tengan fuerza las leyes, que se respete y obedez-
ca a las autoridades constituidas». A lo que contestó Alejandro; «entonces,
señora, no será libertad el oponerse a la voluntad nacional expresada en
casi todas las provincias, para que se publique la Constitución; no será
libertad el desarme de la Milicia Nacional en todos los puntos donde no
están pronunciados; no será libertad el destierro y persecución de muchos
liberales en todas las provincias, como está sucediendo hoy mismo en
Madrid; y no será libertad el querer hacer un arreglo con los facciosos
para volver a los tiempos en que tanto se perseguía a los que después han
sido el mayor apoyo de su majestad…».
19 GÓMEZ, Alejandro: Los Sucesos de la Granja en 1836. Madrid 1864, 2.ª Edición.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 275
Tomaba un aspecto tan grave aquél acto, que a todos parecía disgustar
aquella conferencia. La Reina manifestó que no era libertad cuanto decían,
y que ignoraba que fuese aquél el estado del país tal como se lo presenta-
ban. Alejandro Gómez, ya más calmado, manifestó a su majestad que, para
devolver la calma y tranquilidad a la nación y evitar la efusión de sangre, se
hacía indispensable que se mandase publicar la Constitución de 1812, por-
que tal era el motivo de la insurrección.
Con cierta sorpresa la Reina preguntó si había leído el Código, a lo que
respondió de forma afirmativa, recalcando: Señora, aprendí con él a leer. Al
momento pidió que se lo trajesen, y tomándolo el Sr. Barrio Ayuso buscó el
articulo 192, que leyó su majestad, sobre la regencia, que deben ser tres o
cinco los regentes, y fundada en esto, exclamó20: Es decir, que sois vosotros
los que queréis traer a Don Carlos al Trono, pues por esta Constitución no
puedo ser yo la Regente del reino ni la tutora de mis hijas, y eso por voso-
tros que tantas pruebas me habéis dado de adhesión.
Ante tamaña dificultad, los dos sargentos piden consejo a los coman-
dantes de los batallones que acordaron proponer a la Reina lo siguiente:
Mandar publicar la Constitución con la cláusula de que quedase en vigor
toda ella menos el artículo en cuestión. Mayores obstáculos suponía para
los presentes extender el decreto, pues era preciso la reunión del ministerio
que debía refrendarlo, en razón de que sin esa circunstancia no podía veri-
ficarse.
Mientras tanto la Reina quiso oír los consejos de los embajadores, Sr.
Lord Clarendon –inglés–, y Bois-le-Conte –francés, que ejercía de embaja-
dor dado que el titular estaba gravemente enfermo, y que murió precisa-
mente al día siguiente–. Los diplomáticos le aconsejaron que, ante la situa-
ción de indefensión en la que ella se encontraba y para evitar males
mayores, accediese a conceder las peticiones de los amotinados.
Se acordó entonces pasar una real orden al general San Román en la que
la Reina manifestaba su voluntad de que en la próxima reunión de las Cor-
tes, se presentase al Gobierno un proyecto de Constitución; a los sargentos
en principio le pareció bien pero expusieron la duda sobre si los demás esta-
rían de acuerdo. Después de tres horas finalizó esta primera reunión.
Al presentarse los sargentos a la guarnición explican lo sucedido a la
tropa, pero cuando se les informa de que la Reina no había firmado el decre-
to restableciendo la Constitución, se enfurecieron tanto que, cuando el
comandante comienza la lectura de la real orden, un grito general de fuera,
20 Ibídem.
276 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ
21 GÓMEZ, Alejandro: Los Sucesos de la Granja en 1836. Madrid 1864, 2.ª Edición.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 277
22 PIRALA, Antonio: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. Madrid 1869.
Tomo III.
23 GÓMEZ, Alejandro: Los Sucesos de la Granja en 1836. Madrid 1864, 2.ª Edición.
278 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ
24 Ibídem.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 279
El Motín en la literatura
Benito Pérez Galdós entendió muy bien el problema del soldado espa-
ñol que luchaba por su reina y por la defensa del liberalismo y así narra en
sus Episodios Nacionales los sucesos de la Granja (Episodio de Luchana):
«…Puede que ahora salgan esos infelices con que han armado toda esta
tremolina para pedir aumento de paga, lo que me parece muy justo, porque
ya sabrá usted que ya no les dan más que nueve cuartos de los que ocho son
para el rancho. Reconozcamos que el soldado español es la virtud misma,
pues por un cuarto diario consagra a la patria su existencia, por un cuarto
se somete a los rigores de la disciplina, por un cuarto nos custodia y nos
defiende hasta dejarse matar. No creo que en ningún país exista abnegación
más barata. Pero ya verá usted como estos desdichados vienen pidiendo
algo que no les importa, algo que no ha de remediar su pobreza. Verá usted
como se descuelgan reclamando más libertad, libertad que no ha de hacer-
les a ellos más libres ni tampoco menos pobres. Algunos habrá quizás entre
ellos que crea que la Constitución del 12 les va a dar cuarto y medio…».
El escritor Larra, de tendencia progresista, pero que había conseguido
un escaño en las Cortes a favor del partido de Iztúriz, hace referencia del
Motín en varios de sus artículos de costumbres, y con su habitual gracejo
llegó a escribir: Dios nos asista, el poder de las talegas y el Día de Difun-
tos de 1836.
Eugenio de Tapia, escritor, político y jurisconsulto, liberal exaltado y
muy activo en el Trienio Liberal, cantó al Motín de los sargentos con el
poema titulado Un militar valiente:
BIBLIOGRAFÍA Y DOCUMENTACIÓN
ANEXOS
——————————
Como Reina Gobernadora de España, ordeno y mando que se publique
la Constitución política del año 1812, en el ínterin que reunida la nación en
Cortes, manifieste expresamente su voluntad, ó dé otra constitución confor-
me á las necesidades de la misma. En San Ildefonso á 13 de agosto de
1836.-YO LA REINA GOBERNADORA.-A don Santiago Méndez Vigo.
——————————
Habiendo desaparecido las circunstancias por las que tuve á bien decla-
rar en estado de sitio la capital, he venido en mandar en nombre de mi
augusta hija la reina doña Isabel II, que cesen desde luego en todas sus par-
tes los efectos de aquella disposición. Tendréislo entendido, y dispondréis lo
necesario á su cumplimiento.-YO LA REINA GOBERNADORA.-En San
Ildefonso á 14 de agosto de 1836.-A don Santiago Méndez Vigo.
——————————
Como Reina Regente y Gobernadora durante la menor edad de mi
augusta hija la reina doña Isabel II, vengo a nombrar para la secretaría del
despacho de Estado con la presidencia del Consejo de Ministro, á don José
María Calatrava; para la de Hacienda, á don Joaquín Ferrer, y para la de
Gobernación del reino á don Ramón Gil de la Cuadra, en reemplazo de don
Francisco Javier Isturiz, don Félix D’Olaberriague y Blanco y el duque de
Rivas, que respectivamente los desempeñan en el día; siendo mi voluntad
que el nuevo presidente del consejo me proponga á la brevedad posible los
sujetos mas actos para sustituir a don Antonio Alcalá Galiano, don Manuel
Barrio Ayuso y don Santiago Méndez Vigo; continuando éste entre tanto
para la comunicación de mis reales decretos. Tendréislo entendido, y lo
comunicareis á quien corresponda.-YO LA REINA GOBERNADORA.- En
San Ildefonso a 14 de agosto de 1836.-A don Santiago Méndez Vigo.
——————————
Como reina Gobernadora y en nombre de mi augusta hija la reina doña
Isabel II, he venido en decretar que se reorganice la guardia nacional de
Madrid, volviendo desde luego las armas hasta las dos terceras partes, á lo
menos, de los guardias últimamente desarmados. Tendréislo entendido, y
29 BURGOS, Javier de: Anales del Reinado de Isabel II. Obra póstuma. Madrid 1850, Tomo III.
286 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ
Las campañas de la Caballería española en el siglo XIX. 1985, tomos I y II, 960
páginas, 48 gráficos y 16 láminas en color.
Historia de tres Laureadas: «El regimiento de Artillería núm. 46». 1984, 918
páginas, 10 láminas en color y 23 en blanco y negro.
Carlos III.Tropas de la Casa Real. Reales cédulas. Edición restringida del Servi-
cio Histórico Militar, 1988, 350 páginas, tamaño folio, en papel verjurado, 24 lámi-
nas en papel couché y color, 12 de ellas dobles (agotado).
Catálogo de los fondos cartográficos del Servicio Histórico Militar. 1981, 2 volú-
menes.
Carpetas de láminas:
Ultramar:
Historia:
Fortalezas:
El Real Felipe del Callao. Primer Castillo de la Mar del Sur. 1983, 96 páginas, 27
láminas en color y 39 en blanco y negro.
África:
OBSERVACIONES
Banco: .......................................................................................................................................................
Dirección: ..................................................................................................................................................
C.P.: ....................................... Población: .................................................................................................
Provincia: ........................................................................ País ................................................................
Sr. Director:
Ruego a Vd. dé las órdenes oportunas para que a partir de la fecha y hasta nueva orden sean car-
gados en mi cuenta corriente los recibos presentados al cobro por el Centro de Publicaciones del
Ministerio de Defensa.
En …………… a …… de ………………… de 200…
Firmado:…………………………………………………