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Revistas PDF704

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NUESTRA PORTADA:

Reinado de Carlos IV.


Enseñas e instrumentos bélicos.

Reproducción autorizada por la Real Academia de


la Historia de la lámina 118 del álbum El Ejército
y la Armada, de Manuel Giménez y González, obra
editada por el Servicio de Publicaciones del Estado
Mayor del Ejército.
I N S T I T U T O D E H I S T O R I A
Y C U L T U R A M I L I T A R

Año LII 2008 Núm. 104


Los artículos y documentos de esta Revista no pueden
ser traducidos ni reproducidos sin la autorización previa y
escrita del Instituto de Historia y Cultura Militar.
La Revista declina en los autores la total responsabilidad
de sus opiniones.

CATÁLOGO GENERAL DE PUBLICACIONES OFICIALES


http://www.060.es

Edita:

NIPO: 076-09-090-7 (edición en papel) NIPO: 076-09-091-2 (edición en linea)


ISSN: 0482-5748
Depósito Legal: M-7667-1958
Imprime: Imprenta Ministerio de Defensa administración
electrónica

Tirada: 1.000 ejemplares


Fecha de edición: marzo 2009
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mente, de doscientas ochenta y ocho páginas.
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nombre de la publicación en cursiva, número de volumen o tomo, año y
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fecha 12 de diciembre de 1774.

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Los originales se enviarán a: Instituto de Historia y Cultura Militar.
Revista de Historia Militar, Paseo de Moret, núm. 3. 28008-Madrid. Tele-
fax: 91-780 87 42. Correo electrónico: rhmet@et.mde.es
Sumario
Páginas

ARTÍCULOS:
– La espada y la cruz. La Batalla de Muret, por don Alber-
to Raúl ESTEBAN RIBAS, Historiador ....................... 11
– La Guerra de Marruecos en una ciudad del interior:
Salamanca, de Annual al golpe de estado, por doña
María GAJATE BAJO, Investigadora Universidad de
Salamanca ........................................................................ 73
– 1808-2008: ¿Qué pasó en la defensa del Parque de Mon-
teleón?, por don José Manuel GUERRERO ACOSTA,
teniente coronel de Ingenieros, Instituto de Historia y
Cultura Militar ................................................................. 139
– ¿Cómo se arengaba al ejército según la historiografía
clásica? El caso de Amiano Marcelino, por doña María
Luisa HARTO TRUJILLO, Universidad de Extrema-
dura .................................................................................. 175
– La algarada de Cavite de enero de 1872: El primer inten-
to independentista filipino fracasa en el Fuerte de San
Felipe y en el Arsenal de Cavite, por don Manuel
ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS, investigador histórico .. 201
– Motín de los sargentos de La Granja en 1836, por don
Santos VELAZ SÁNCHEZ, Licenciado en Historia,
comandante de Artillería en la Reserva .......................... 257

OBRAS EDITADAS POR EL MINISTERIO DE DEFENSA ...... 293

BOLETÍN DE SUSCRIPCIÓN ................................................. 302


ARTÍCULOS
LA ESPADA Y LA CRUZ.
LA BATALLA DE MURET
Alberto Raúl ESTEBAN RIBAS1

RESUMEN

El 12 de septiembre de 1213, en la llanura de Muret, el rey Pedro II de


Aragón, al frente de una coalición de nobles occitanos, fue derrotado y
muerto por las fuerzas cruzadas de Simón de Monfort. Bajo el pretexto de
erradicar la herejía cátara, los cruzados llevaban más de cuatro años saque-
ando las ricas tierras tolosanas y provenzales, atacando personas y propie-
dades tanto de católicos como de cátaros, todos ellos vasallos del rey de
Aragón. En defensa de sus derechos feudales, y manteniendo una honda
reverencia por sus compromisos vasalláticos, el rey Pedro II se erigirá en el
firme defensor de la causa occitana frente a la agresión, y en última instan-
cia, con la mente puesta en el objetivo de crear un reino que abarcase desde
las orillas del Ebro hasta el Ródano, con los Pirineos como columna verte-
bral. Pero los sueños del monarca se verán truncados en la pesadilla de
Muret: sus fuerzas, en su mayor parte inexpertas, serán derrotadas por las
veteranas fuerzas de Monfort. Tradicionalmente se han dado unas explica-
ciones genéricas al desarrollo táctico de la batalla, sin tener en cuenta la
experiencia guerrera del monarca y de sus principales consejeros, ni las
especiales características del terreno, así como los condicionantes y tensio-
nes políticas existentes en el bando hispano-occitano sobre la dirección
política de la guerra y del planteamiento táctico.
En este artículo se ha pretendido aportar un poco de luz en el debate,
siguiendo un desarrollo argumental basado en la constatación de hipótesis,
tras un exhaustivo análisis de fuentes y de hechos, utilizando la información
militar disponible y evaluando las diferentes alternativas existentes. Así, tras

1 Historiador.
12 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

un pormenorizado estudio, se esboza un planteamiento táctico totalmente


diferente a las versiones tradicionales, permitiendo comprobar como el
joven rey Pedro II actuó de una manera profundamente profesional y hono-
rable, buscando la batalla como elemento político de presión para concluir
la guerra a favor de la Corona de Aragón.

PALABRAS CLAVE: Muret, Pedro II, Aragón, Cataluña, cátaros, 1213,


medieval, Simón de Monfort, batalla, cruzada.

ABSTRACT

On September 12, 1213, in the plain of Muret, the king Pedro II of Ara-
gon, at the head of a coalition of Occitanian nobles, was defeated and died
by the crusaders forces of Simon of Monfort. Under the pretext of eradica-
tes the Cathar heresy, the crusaders ones were going more than 4 years plun-
dering the rich lands tolosains and provenzals, excelling themself in their
mission, and attacking persons and properties of Catholics, vassals of the
king of Aragon. It will be in defense of his feudal rights, and supporting a
sling he reveres for his feudal commitments, the king Pedro II improve to
defend road surface of the Occitanian reason opposite to the aggression, and
in last instance, with the mind put in the aim to create a kingdom that it was
including from the shores of the Ebro up to the Rhone, with the Pyrenees as
vertebral column. But the dreams of the monarch will meet truncated in
Muret’s nightmare: his forces, in its most inexpert, will be defeated by the
veteran forces of Monfort.
Traditionally the special characteristics of the area have given themsel-
ves a few generic explanations to the tactical development of the battle, wit-
hout bearing in mind the warlike experience of the monarch and of his prin-
cipal counselors, not, as well as the determining ones and political existing
tensions in the Hispanic-Occitanian decree on the political direction of the
war and of the tactical exposition. In this article it has tried to throw a bit of
light in the debate, contributing a plot development based on the contrasta-
ción of hypothesis, after an exhaustive analysis of sources and of facts,
using the military available information and evaluating different alternative
existing. This way, after a detailed study, there is outlined a tactical appro-
ach totally different from the traditional versions, allowing to verify as the
young man king Pedro II acted in a deeply professional and honourable way,
looking for the battle as political element of pressure to conclude the war in
favour of the Crown of Aragon.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 13

KEY WORDS: Muret, Pedro II, Aragon, Catalonia, cathars, 1213,


medieval, Simon of Monfort, battle, crusade.

*****

Introducción

a batalla de Muret, el jueves 12 de septiembre de 1213, representa

L una fecha emblemática para la historia de Cataluña, Aragón, Francia


y las tierras occitanas. Ese día se decidió el futuro de una región, la
supervivencia de un determinado modelo de sociedad y el desarrollo de la
historia actual que conocemos. Los interrogantes que se plantean ante la
pregunta de qué hubiera pasado si en Muret los cruzados hubiesen sido
derrotados, muestran un camino en la historia europea que podría haber
sido totalmente diferente.
Para Francia significó la apertura hacia nuevos territorios, ricos y férti-
les, que permitirían a la dinastía Capeto reinante consolidar su poder y asen-
tar las bases de la potencia medieval francesa.
Para las tierras occitanas significó el inicio del fin de su sociedad,
de sus leyes y costumbres, y de ver truncado un camino hacia su unifi-
cación.
Para la Corona de Aragón la derrota de Muret significó mucho más
que un revés militar, representó el cierre de una expansión ultrapirineai-
ca iniciada dos siglos atrás, la pesadilla que enturbió el sueño de crear un
estado que abarcase desde el Ebro hasta el Ródano, con las montañas de
los Pirineos como columna vertebral. Pero a su vez, también significó un
giro en la política estratégica catalano-aragonesa, que, tras la derrota, se
centró en el ámbito estrictamente peninsular, y que le reportó las bases
para que, a la larga, se consolidase como potencia marítima durante dos
siglos.
La batalla de Muret, dentro del contexto político-ideológico medieval,
significó, a los ojos de sus contemporáneos, un auténtico Juicio de Dios,
una legitimación divina del bando vencedor, y una condena moral para el
derrotado. Y, sin embargo, a la luz de los acontecimientos posteriores de la
cruzada albigense, la batalla no significó una sentencia definitiva de muer-
te para la causa occitana; de hecho, en los años siguientes, los occitanos se
recuperaron del revés y reconquistaron buena parte de su territorio a los
invasores cruzados del Norte; la guerra se alargaría por espacio de más de
14 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

40 años, y no será hasta la plena implicación de la monarquía francesa cuan-


do el conflicto llegue a un desarrollo significativo2.
Por el contrario, para el bando catalano-aragonés, la derrota representó
un cataclismo de connotaciones impredecibles en aquellos momentos. Y sin
embargo, el hecho en sí, una derrota militar, no tendría por qué haber
supuesto tal catástrofe. Pero fueron las especiales circunstancias de Muret
las que la configuran como una batalla decisiva para la historia de la Coro-
na de Aragón: allí moría un rey, un soberano que había sida un jefe guerre-
ro toda su vida y que, cuando empezaba a madurar como monarca, perdía
la vida. Pero a su vez, su hijo, un muchacho de apenas 5 años, era llamado
al trono justamente cuando estaba bajo la custodia del verdugo de su padre;
difícil porvenir se la planteaba al futuro Jaime I en aquel otoño de 1213.
El historiador moderno, a la hora de reconstruir y narrar los hechos
acontecidos en el pasado, se encuentra, entre las muchas dificultades que
entorpecen su camino, con dos escollos importantes: en primer lugar, cuen-
ta con la supuesta ventaja –que en ocasiones, se transforma en un auténtico
inconveniente– de conocer los hechos, de saber qué ocurrió, por lo que se
tiende a justificar, explicar, sugerir o corregir las actuaciones de los actores,
teniendo toda la información y sin tener en cuenta el contexto real de cómo
se desarrollaron aquellos hechos y justamente conocer cuál era la informa-
ción y recursos disponibles de los intervinientes, comportandose como un
demiurgo que, actuando ahistoricamente, relativiza los hechos pasados en
función del contexto presente. El otro error es partir de la base de que los

2 Las campañas militares de la cruzada albigense se pueden dividir en los siguientes períodos:
De 1209 a 1215: cruzada de la Iglesia y de Monfort; éxitos iniciales de los cruzados en Occitania, a
las órdenes de Simón de Monfort, que conquista la mayoría de los territorios meridionales. La inter-
vención de la Corona de Aragón queda anulada con la muerte del rey Pedro II en la batalla de Muret
(1213). Tras la batalla, los señores occitanos huyen del territorio, y se alcanza una paz ficticia.
De 1215-1225: reconquista del territorio occitano. El conde Raimon VII inicia junto a su padre,
Raimon VI, una exitosa campaña de reconquista de todas las posesiones perdidas. La muerte de
Monfort, durante el asedio a Tolosa (1218) hace zozobrar el liderazgo militar del bando cruzado.
De 1225-1229: intervención real francesa. El rey Luis VIII inicia una campaña de conquista del
territorio tolosano. El conde Raimon VII y el rey de Francia firman la paz en 1229, con el Tratado
de Meaux-París: una de las cláusulas del tratado establecía el matrimonio de la hija del conde, Juana
de Tolosa, con un hermano del rey, Alfonso de Poitiers, y la condición que si del matrimonio de los
anteriores no había descendencia, las tierras del condado pasarían a la corona de Francia.
De 1229-1244: represión de la Inquisición. Firmada la paz, la Inquisición actúa en territorio occi-
tano, reprimiendo cualquier actividad cátara. Ante sus abusos, se producen numerosas revueltas y
sublevaciones urbanas. En 1242 el conde Raimon VII intenta organizar la rebelión, pero la monar-
quía francesa logra imponerse. El conflicto alcanza su cenit en 1244, con la conquista de la forta-
leza de Montsegur, sacro refugio cátaro. Con la toma del último reducto cátaro, Queribus (1255),
finaliza la larga guerra. El matrimonio de Juana y Alfonso de Poitiers no tuvo descendientes; Juana
morirá en 1268, y Alfonso en 1271, por lo que el condado de Tolosa se integrará definitivamente
en el reino de Francia.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 15

Occitania y la Corona de Aragón

tiempos pasados constituyen épocas donde los planteamientos, teóricos y


prácticos militares están totalmente faltos de madurez, sin criterios tácticos
adecuados, donde sólo impera la fuerza bruta: en el caso concreto de la his-
toria militar medieval, esto conduce al error de plantear cualquier batalla
como un combate confuso, tosco y brutal entre caballeros, a los cuales solo
les guía el ansia de notoriedad y reconocimiento caballeresco. Se tiende,
pues, a dar explicaciones en base a nuestras concepciones actuales, valo-
rando un hecho, una frase, una acción o una omisión, teniendo en cuenta
nuestra moral, nuestros conocimientos, sin situarnos en el contexto estricto
del momento que se analiza.
Los historiadores reconstruyen Muret recurriendo a los mismos argu-
mentos y con las mismas explicaciones sobre las tácticas, pero sin llegar a
analizarlas, banalizando sobre las consabidas leyendas sobre el rey Pedro,
recurriendo a los mismos tópicos una y otra vez sin llegar a un estudio
directo y racional de la batalla en sí misma. Es por ello que alrededor de la
16 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

batalla de Muret, y en el marco general de la cruzada albigense, se han cre-


ado un conjunto de preconceptos y prejuicios, mezclando hechos con ideo-
logías, historia con política, visiones parciales y enfoques subjetivos3.
La figura trágica del rey Pedro II es la pieza principal del drama de la
batalla de Muret; estudiado y juzgado por los historiadores, de él nos ha per-
vivido una imagen fragmentada, borrosa, y sobretodo parcial y maniqueís-
ta. En Pedro se unen tanto las virtudes del orden de la caballería –nobleza,
honor, orgullo y valor– junto a los vicios de un señor feudal –lujuria, pro-
digalidad, soberbia–. Además, todos los males, todos los errores de la bata-
lla nacen en su persona, en sus defectos; de hecho, no son pocos los que cul-
pabilizan únicamente al rey Pedro del resultado final de la batalla de
Muret4.
Y sin embargo, si analizamos la trayectoria vital del soberano, de sus
experiencias bélicas5, y las encardinamos en el contexto histórico de aquel

3 Buena parte de la historiografía francesa, occitana y catalana explican la batalla de Muret y, por
extensión, la Cruzada albigense, como un conflicto internacional entre tres naciones, culturas y
sociedades diferentes, y cada parte sacraliza a su bando y demoniza a sus antagonistas; así, para
muchos historiadores catalanes y occitanos, los franceses significaban la invasión de hordas bár-
baras que, sedientas de riqueza y sangre, se abalanzan sobre los ricos territorios occitanos, destru-
yendo su liberal y aperturista civilización. Por ende, los historiadores franceses destacan el proce-
so natural de unificación de Francia, y como la Cruzada albigense permitió conjurar la amenaza
expansionista catalano-aragonesa.
4 Pedro aparece como un libertino, que sucumbe a los pecados de la carne, y por ello pagará en el
campo de batalla; también nos es descrito como un alocado y mal estratega que imprudentemente
se sitúa en el centro de sus tropas –en lugar de la retaguardia– y, además, con la armadura de otro
caballero, que, supuestamente, ha intercambiado tras perder una apuesta de juego.
5 La experiencia militar del rey Pedro II abarca, a parte de su período de instrucción como caballe-
ro, desde 1195 a su muerte en 1213. Su primera acción bélica fue en el verano de 1195, cuando
participó en una breve campaña militar con Alfonso VIII de Castilla, contra tierras leonesas; en
1197, Pedro II forma parte de una expedición castellana de saqueo de tierras andalusíes; pero ante
el avance de un fuerte contingente de tropas musulmanas las fuerzas combinadas cristianas se reti-
ran al castillo de Madrid, sin entrar en combate campal; en 1198 realiza una incursión en tierras
navarras, ocupando las villas de Roncal, Burgui y Aibar. Hacia diciembre de 1204 está al frente de
una expedición contra el condado de Forcalquer, en apoyo de su hermano Alfonso, conde de Pro-
venza; posteriormente, en febrero de 1205 dirige operaciones militares en la región de Albi, en la
que se apodera de varios castillos; de hecho, en julio de ese mismo año, Inocencio III escribe una
carta a sus legados en la que les indica que entreguen el castillo de Escura al rey Pedro, en agra-
decimiento por que éste lo había conquistado meses atrás a los herejes cátaros. Durante el verano
de 1206 se realiza una campaña contra el conde de Forcalquer, que había roto la tregua de paz con
Provenza. Entre junio y agosto de 1210 reúne un ejército para emprender una expedición contra
Valencia; las operaciones iniciales se centran en la toma de los castillos de Ademuz, Castellfabit y
Sertella. La acción militar que le reportó más prestigio como soldado y renombre internacional
como jefe cristiano y estratega, fue la campaña de las Navas de Tolosa: su actuación fue decisiva
en la victoria de los reinos españoles sobre los almohades, destacando un cuerpo de ballesteros
montados en el flanco de los musulmanes, con el fin de hostigar al enemigo; su ataque fue sin-
cronizado con la carga cristiana, para facilitar la ruptura de la línea.; de la actuación personal del
monarca, de su valentía y habilidad en el combate dan testimonio las crónicas de la batalla. Y a
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 17

verano de 1213, las opiniones sobre el rey Pedro deberían ser otras bien
diferentes. Desde un punto de vista político-militar, Pedro II de Aragón
aparece como un jefe guerrero experimentado y prudente, que recurre a la
guerra sólo como un último recurso, y como tal, la empleará, como diría
Clausewitz, por ser la «continuación de la política, por otros medios».
Pedro no persigue en Muret la destrucción del ejército cruzado, busca la
solución negociada al conflicto occitano; la victoria en el campo de batalla
le hubiera permitido obtener una paz duradera y afianzar su dominio en los
territorios meridionales de la antigua Galia romana. A diferencia de otros
soberanos, Pedro luchó y murió en el fragor del combate, frente a la caba-
llería más potente de Europa, transmitiéndonos la idea romántica de su
ideal caballeresco, pero cabría decir aquí que Pedro no eligió morir como
un destino determinado, ni por vanidad ni por gloria, sinó que las circuns-
tancias lo condujeron a ello; su empeño en permanecer cerca del lugar de
la acción se emmarcó en su capacidad de liderazgo, en su intento de moti-
var a sus hombres, que con su ejemplo pudieran mantener la cohesión y el
espíritu de lucha frente al enemigo. No fue, pues, un acto de búsqueda de
gloria personal, ni de reconocimiento de su valentía y heroísmo, sino un
acto de sacrificio y de valor táctico que, siglos después se puede justificar
y dignificar.
En el presente estudio se ha pretendido arrojar algo de luz sobre la bata-
lla de Muret, su significado, el por qué de la misma, cuáles fueron los
hechos relevantes que marcaron los acontecimientos, quienes fueron los
principales actores del drama y cuáles fueron los planteamientos tácticos
que decidieron el transcurso de la batalla.

Antecedentes

Pedro II el Católico nació hacia 11776. Era hijo de Alfonso II el Troba-


dor y Sancha de Castilla. Proclamado rey por las Cortes en Daroca, en 1196,

finales de agosto y principios de septiembre de 1213, en su itinerario hacia Tolosa, asiste a la ren-
dición de las fortalezas de la cuenca del Garona, que se rinden a su paso. Sin embargo, la rapidez
de movimientos del soberano (cruza los Pirineos entre el 28 y el 30 de agosto, y aparece en las cer-
canías de Tolosa, entre el 7 y el 9 de septiembre, según las fuentes) hace pensar que en estas accio-
nes no hubo un desarrollo bélico, y que se trató de rendiciones pactadas.
6 Para indicar la fecha de nacimiento, seguimos la obra de Antoni Rovira i Virgili, Història de Cata-
lunya. Otras fuentes indican el nacimiento de Pedro hacia 1174, 1175 o 1178; el lugar de naci-
miento también presenta dudas, puesto que tanto Jaca, Huesca y Tarragona se disputan el honor.
Respecto de la ordenación del monarca, se opta por seguir la nomenclatura general del reino de
Aragón a la hora de nombrar a sus reyes; así, Pedro II de Aragón y I de Cataluña.
18 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

tras la muerte de su padre7, heredó el reino de Aragón, los condados de Bar-


celona, Gerona, Osona, Besalú, Cerdaña, el Pallars Jusá, Rosellón y Riba-
gorza; su hermano Alfonso heredaba el condado de Provenza, de Millau, de
Gavaldá y Rases. La política interna del rey Pedro II se centró en reafirmar
el poder de la monarquía frente a la nobleza, especialmente en Cataluña8.
Como rey de Aragón contó con el apoyo de la nobleza aragonesa, que lo
veía como continuador de la obra de su padre Alfonso. Desde su posición
de conde de Barcelona, contó con el apoyo de los barones catalanes, si bien
tuvo que actuar como primus inter pares con los otros condados indepen-
dientes (Empúries, Pallars, Urgell).
En su reinado (1196-1213) se distinguen dos etapas, relacionadas con
los sucesos en tierras occitanas. Una primera etapa abarca sus primeros
doce años de reinado (1196-1208), período en el que Pedro busca su afir-
mación real, la consolidación de su figura a nivel interno –fin del tutelaje
político de su madre, coronación en Roma, alianza con Castilla– y externo
–expansión diplomática en Occitania, boda con María de Montpellier–; en
esta primera parte de su reinado contó con la ayuda de los buenos conseje-
ros9 que habían probado su valía en tiempos de su padre Alfonso II el Tro-
bador.
El siguiente período (1209-1213) se centra en su política occitana, con
el intervalo de la campaña de las Navas de Tolosa, y finaliza con su dra-
mática muerte en la llanura de Muret. En estos años el rey Pedro intentó
buscar una salida negociada al conflicto generado por la cruzada albigen-
se en las tierras occitanas, que afectaban por igual a tierras tolosanas
como a señoríos ligados por lazos feudales a la Corona de Aragón, de tal
manera que se salvaguardara el prestigio de la Iglesia católica, pero a la

7 La muerte sorprendió, a los 45 años, a Alfonso II en Perpiñán, a donde había acudido con la inten-
ción de recabar recursos para mantener su política expansionista. Como dice Ferrán Soldevila, la
muerte de Alfonso le sustraía de sus pueblos, tal y como había sucedido con su padre y con su
abuelo, en el momento que había alcanzado su madurez política y había dejado atrás los impulsos
juveniles.
8 En la asamblea de Barcelona (1198) el rey tuvo que ceder a las presiones de la nobleza de quedar
exenta del alcance de la jurisdicción de la Paz y Tregua –que permitía al soberano intervenir como
árbitro en las causas entre señores y agricultores o en las luchas entre vasallos de un mismo señor–.
Esta pretensión fue reafirmada en la siguiente asamblea de Barcelona (1200) y en la de Cervera
(1202), donde los nobles consiguieron que la Paz y Tregua se aplicase sólo en las posesiones del
rey, dejando a un lado las tierras de los nobles.
9 Según Miret y Sans, en su Itinerario, en estos primeros años el rey Pedro cuenta con la ayuda de
su madre, doña Sancha, el conde de Empúries y el vizconde de Cardona. A nivel oficial, los con-
sejeros de Aragón serán los nobles Guillem de Castellazol, Pedro Ladrón y Eximen de Luesia; para
Cataluña, los asesores son Pere, sacristán del obispado de Vic, Guillem Durfort y Guillem de la
Granada.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 19

vez se protegiesen los intereses de los nobles occitanos vasallos y los de


la Corona10.
El recuerdo que ha pervivido hasta nostros de este monarca siempre ha
presentado una doble visión, un balance positivo –especialmente al principio
del reinado– y un resultado negativo –que culmina con su muerte en Muret–.
Así, Pedro II se presenta como un caballero fiel a los ideales de su tiempo,
incluso hasta sus últimas consecuencias. Jovial, aventurero e impetuoso, pero
a la vez inmaduro, disoluto, algo irreflexivo y temperamental. Quizás en el
rey no se den ni mejores ni peores virtudes que en otros monarcas de su tiem-
po o de su linaje, pero los acontecimientos que derivaron hasta su muerte
quizás han pesado más en el pensamiento y juicio colectivos, y la imagen
ensombrecida de su recuerdo es la que ha perdurado hasta nosotros.

La cuestión militar

Probablemente muy pocas artes están dominadas por la tradición como


el arte militar11. Esta actitud ha estado tan generalizada que pensadores
militares de la categoría de sir B.H.Lidell Hart consideraban a la Edad
Media como una etapa oscura y gris12: los caballeros se lanzaban a la bata-
lla, en pos de la gloria personal, en violentos combates individuales, donde
imperaba la fuerza sobre la táctica.
La guerra medieval, a pesar de la imagen popular creada, no se basaba
en las batallas13; las guerras de asedio y defensa de plazas, las cabalgadas

10 Siguiendo a Miret y Sans, en su Itinerario, los consejeros de Pedro en este período son: Miguel
de Luesia, García Romeu y Ximén Cornel para los asuntos de Aragón, y Dalmau de Creixell, Gui-
llem de Cardona y el senescal Guillem Ramón de Montcada para las cuestiones de Cataluña.
11 CONTAMINE, Philippe: La guerra en la Edad Media. Pág. 86. El gran medievalista francés era
también de la opinión que el rasgo característico de la guerra feudal era la caballería pesada,
armada con lanza y espada, modelo que predominaría en todo el continente.
12 Según Lidell Hart «El espíritu militar de la caballería occidental era enemigo del arte, aunque la
estupidez gris de sus acciones se ve iluminada por algún aislado fulgor (…). Finalmente, tras unos
siglos de vacío absoluto, llegaba Oliver Cromwell, calificado como el primer gran estratega de la
época moderna». Encyclopaedia Británica. Edición 1948. A parte de suponer una extrema sim-
plificación de una historia militar que abarca mil años, merece la pena destacar la coletilla final
referida a Cromwell: el etnocentrismo de Lidell Hart le hace prescindir de las figuras de Gonza-
lo Fernández de Córdoba, Hernán Cortés, Fernando Álvarez de Toledo, Álvaro de Bazán, Alejan-
dro Farnesio, Mauricio de Nassau, Ambrossio Espínola, Albrecht von Wallenstein, Gustavo II
Adolfo de Suecia, el príncipe de Condé, el vizconde de Turena…
13 La cruzada que asoló las tierras meridionales de Francia se prolongó durante más de 40 años
(1209-1255). Durante los primeros veinte años se desarrollaron las acciones más violentas y crue-
les de la guerra, acciones centradas, desde el punto de vista militar, en operaciones de asedio y
conquista de ciudades y fortalezas, y donde solo se pueden encontrar dos acciones campales: Cas-
telnou d’Arri (1211) y Muret (1213).
20 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

en territorio enemigo –con su equivalente musulmán de las razzias–, las


acciones de pillaje y saqueo, etc. eran las formas más comunes de la acción
bélica. En la época se usaba una expresión para referirse a este concepto, la
«guerra guerreadora»14, basada en la conquista de plazas y ciudades15, en
emboscadas, correrías y cabalgadas16, en la destrucción de los puntos y
zonas de avituallamiento del campo enemigo, etc.
En términos estrictamente militares, la guerra medieval es una guerra limi-
tada, cuyas características prevalecerán en Occidente hasta el siglo XVIII –con
la irrupción de la Revolución Francesa y Napoleón Bonaparte–; supone la inter-
vención de efectivos relativamente reducidos, con unos objetivos limitados
–corregir fronteras, someter a un vasallo, prestigio personal–, sin la finalidad de
una guerra de aniquilación. Con todo, la batalla campal, la confrontación en
campo abierto era considerada como el clímax de la guerra, el acontecimiento
que daba sentido heroico a una campaña, y el punto culminante de las aspira-
ciones de los contendientes. Independientemente de los protagonistas que afec-
taba, una batalla era un acontecimiento de entidad y relevancia independientes
de cualquier otro hecho, digna de ser contada. La abundante literatura que ha
pervivido hasta nuestros días indica de la aceptación de este fenómeno; a su vez,
el detalle con que determinados hechos son descritos –hazañas de los reyes, lan-
ces de los caballeros– mientras que otros detalles de los combates son práctica-
mente obviados en las crónicas –como la composición y tamaño de las fuerzas,
acciones de los peones, asedios, correrías, etc.– son reveladores del interés y
motivación personal y social de los cronistas.
La imagen del choque frontal entre masas de caballería e infantería ha
pervivido en el imaginario doctrinal y popular, durante generaciones; accio-
nes heroicas, cargas de caballería, confusos combates, duelos singulares a
espada, rápidas cabalgadas, etc. vienen a nuestra mente cuando rememora-

14 El término proviene de la Crónica de Ramón Muntaner: guerra guerrejada.


15 La conquista de una región discutida sólo podría ser conseguida por la ocupación o la destrucción
de sus castillos: En España, la línea de fortificaciones de Castilla la Nueva, en Francia, las forta-
lezas del Vexin, y en Inglaterra, la red de castillos en Escocia y en Gales.
16 En la Península Ibérica se formó una tradición militar propia basada en acciones limitadas y gol-
pes de mano, con la intención de hostigar el territorio enemigo y detraerle recursos económicos
minando su moral. Los siguientes términos expresan diferentes tipos de acción:
Algarada: incursión por sorpresa; se basa en la utilización de la emboscada y el ataque por sorpresa,
generalmente sobre un objetivo concreto y determinado (castillos, torres de vigía, aldeas, convoyes); rea-
lizada la acción, las fuerzas incursoras se retiraban a sus bases de partida, sin solución de continuidad.
Cabalgada: incursión en campo enemigo, con objetivos delimitados y más amplios que en la algara-
da; en la cabalgada se trataba de internarse en campo enemigo, con la intención de destruir recursos
y saquear el territorio. La acción podía realizarse durante varios días o semanas y en una extensión
amplia de territorio enemigo. Según el número de participantes, la cabalgada se hacía a descubierta
(sin ocultarse) o encubierta (cuando el número de participantes obligaba a pasar más desapercibidos).
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 21

mos un combate medieval. Y sin embargo, esta ensaltación de la batalla no


se correspondía con la realidad de la guerra medieval. Los estudios históri-
co-militares revelan cómo los conflictos medievales no se basaban en con-
frontaciones campales, y que sólo en contadas ocasiones éstas se constituí-
an en decisivas en los conflictos. Sin embargo, el hecho que las batallas
fuesen acontecimientos excepcionales e infrecuentes no es óbice para que
no sean tenidas en consideración; en ocasiones las batallas tuvieron conse-
cuencias políticas y estrategicas de muy largo alcance:
• En la consolidación (los Capeto en Bouvines, 1214) y destrucción
(los Hohenstaufen en Benevento, 1266) de dinastías.
• En la formación de reinos (la batalla de Vouillé, entre francos y visi-
godos, 507).
• En la conquista de nuevos territorios (Guillermo de Normandía en Ingla-
terra, en la batalla de Hastings, 1066), el avance de las fronteras (los rei-
nos cristianos frente al-Andalus, en la batalla de las Navas, 1212).
• Reafirmación de la soberanía nacional (la batalla de Courtrai, entre
franceses y flamencos, 1302), etc.
Las circunstancias y consecuencias que rodeaban la batalla hacían que
un jefe experimentado en la mayoría de las ocasiones, rehuyera plantear
combate campal y prefiriera acciones tácticas como asedios, cabalgadas,
etc. Una derrota en el campo de batalla podía comportar consecuencias irre-
versibles: muerte de un monarca, destrucciones en el país, imposición de
tributos, pérdida de territorios y de soberanía e incluso la aniquilación de
una determinada sociedad, etc. La aceptación de una batalla sólo podía obe-
decer a dos circunstancias: el aprovechamiento de una ventaja táctica o una
necesidad extrema; en Muret, las fuerzas enfrentadas se encontrarían cada
una por su lado, ante tales condicionantes. Las lecciones que enseñaba el
Epitoma Rei Militaris de Flavio Vegecio17, el tratadista militar romano de

17 Junto a Vegecio, podemos encontrar otros autores y libros clásicos que, formando parte de la edu-
cación medieval, podían enseñar lecciones de táctica y estrategia a los guerreros feudales:
Eneas el Táctico: Poliorcética
Flavio Josefo: La guerra de los judíos
Frontino: Stratagema
Jenofonte: Anábasis
Jordanes: Origen y gestas de los godos
Julio César: La Guerra de las Galias, La Guerra Civil
Livio: Historia
Polibio: Historias
Polieno: Estratagemas
Silio Itálico: Púnica
Suetonio: Los Doce Césares.
Salustio: La guerra de Yugurta.
22 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

mayor influencia en la Edad Media, indicaban que la batalla campal, para el


perdedor, significaba la destrucción de todas sus esperanzas y posibilida-
des; en cuestión de horas se podía perder la labor de meses, años y genera-
ciones enteras.
Otra de las imágenes estereotipadas de la guerra en la Edad Media es la
correspondiente al tamaño de los ejércitos; tradicionalmente se considera-
ban como ciertas las cifras relativas a miles y miles de combatienets por
bando. Fue J.F. Verbruggen en su The Art of Warfare in Western Europe
during the Middle Ages, quien se cuestionó el valor de los datos presenta-
dos por los historiadores, fundamentalmente anglosajones, puesto que
según él, tendían a exagerar el tamaño de los ejércitos medievales –además
de reducir conceptualmente las batallas medievales a simples peleas, desor-
ganizadas, basadas sólo en combates individuales y en que falta cualquier
coherencia táctica–. Para Verbruggen las fuerzas militares eran mucho más
pequeñas que las consideradas anteriormente, que los guerreros montados
luchaban en pequeñas unidades tácticas, y que los comandantes mostraban
habilidad táctica considerable en la maniobra y la ordenación de sus unida-
des. Pero, por muy cuidadosas que fueran las acciones preparatorias del
combate, disponer de un terreno favorable para el despliegue táctico, pose-
er información fehaciente sobre el enemigo, mantener una logística adecua-
da, presenciar presagios favorables, reunir a fuerzas suficientes, etc. el
desenlace final de una batalla era impredecible; cualquier pequeña circuns-
tancia o imprevisto18 podía decantar la balanza hacia un contendiente o el
otro. Los guerreros conocían que, a veces, la fortuna podía contar en una
batalla tanto como la experiencia, la disciplina, el valor, o la justicia de la
causa, por lo que, dentro del fervor religioso de la época, se invocaba la
intercesión divina para alzarse con la victoria.

Las tácticas

La guerra medieval se basó principalmente en la toma de fortalezas y


zonas de recursos del enemigo; era una guerra estática, de posiciones, y no

18 Los elementos que podían incidir en el devenir de la batalla pueden agruparse en diferentes tipos:
morales (baja moral, falta de moral de combate, estallidos de pánico o exceso de euforia, malos
presagios, complejos de superioridad, desprecio del enemigo), tácticos (cálculos equivocados,
órdenes mal expresadas o comprendidas, descoordinación, movimientos mal ejecutados o no eje-
cutados, acciones precipitadas, ausencia de órdenes), de información (informaciones erróneas,
rumores inquietantes, traiciones e infidelidades) y de instrucción (contingentes sin preparación o
desorganizados, armamento inadecuado, actos de indisciplina).
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 23

de maniobras. Las operaciones campales estaban muy limitadas en la prác-


tica. No obstante, y puesto que trabajo libro trata de la batalla de Muret, nos
centraremos en esbozar las principales líneas operativas de las tácticas mili-
tares en los albores del siglo XIII.
El elemento definidor por antonomasia de la táctica en este período es
el papel de la caballería feudal, por un doble motivo: por su profesionalidad
y por su potencia de choque. A pesar de su reducido número en relación con
el resto de fuerzas de un ejército (lanceros, arqueros, especialistas, etc.), la
caballería será el elemento vertebrador de la mayoría de los ejércitos feuda-
les. Su papel de liderazgo militar apareció tras la batalla de Andrianópolis
(378) y se incrementará con el paso de los siglos, siendo el inicio de su apo-
geo el ejército de Carlomagno (s.VIII); la caballería constituia el núcleo de
cualquier ejército medieval, y la carga de la caballería pesada era por defi-
nición la expresión máxima de la guerra feudal. A ello hay que añadir que
la élite de la sociedad feudal era la que nutría las filas de la caballería19. No
será hasta que se consoliden fuerzas profesionales de infantería cuando la
caballería pierda su supremacía en el campo de batalla: en las guerras de
asedio, la infantería y los especialistas siempre habían mantenido su papel
principal.
El camino que había llevado a la caballería a ser el elemento de choque
de un ejército medieval se centraba en la introducción de mejoras tecnoló-
gicas, como la introducción en Europa del estribo, que había acrecentado
enormemente la importancia de la caballería; ésta dejará de ser una fuerza
apta sólo para operaciones de reconocimiento o de combate contra otras
fuerzas de caballería o de hostigamiento de la infantería, para convertirse en
una auténtica arma independiente, capaz de derrotar por sí misma a cual-
quier tipo de fuerzas.
El siglo XI fue muy importante en la historia militar de la Edad Media,
especialmente en lo referente a la caballería, por la introducción de la tácti-
ca de la lanza a la couched; hubo pocas modificaciones substanciales desde
el siglo XI hasta mediados del siglo XIII, y los cambios provinieron bási-
camente por las modificaciones en el armamento, fundamentalmente en que
las armaduras se hicieron más complejas y pesadas, y los caballos ganaron
en peso y defensas. No obstante, tradicionalmente la historiografia ha con-
siderado la figura del caballero pesadamente armado como el arquetipo de

19 Durante los siglos VII-X los caballeros no estaban intrínsecamente asociados a una determinada
élite social, sino que el término sólo hacían referencia a su condición de guerreros profesionales.
Con el desmoronamiento del imperio carolingio y la extensión del feudalismo, sólo aquellos que
posean un feudo y recursos podrán mantener un armamento de caballero, por lo que, de manera
casi natural, el término irá asociándose ya a una determinada clase social.
24 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

la guerra medieval, generalizando y sintetizando en él la naturaleza de los


ejércitos de la época. Las fuentes son las primeras que conducen al error; no
hay que olvidar que nos encontramos en un período donde la profunda
estratificación social conlleva la separación en mundos radicalmente opues-
tos y prácticamente incomunicados entre sí. Los cronistas medievales, en
sus diferentes facetas, no escriben para el conjunto de la sociedad, si no para
un selecto y reducido grupo; es a ellos a los que van dirigidos los cantares,
crónicas, romances, poesías, etc. y se les proporciona el tipo de diversión
que desean y esperan recibir de los hombres a su servicio.
Es por ello que tanto la literatura como las manifestaciones pictóricas
consagraron la figura del caballero medieval, de su liturgia y de su espíri-
tu20. Los artistas estaban al servicio o formaban parte de esta élite social,
conocían perfectamente que los destinatarios de estas obras deseaban ver
retratado su propio mundo, idealizado. Es por ello que los protagonistas
indiscutibles –prácticamente absolutos– fueran los caballeros, prescindien-
do de los detalles, obviando la figura y el papel de otras clases sociales21.
Por todo ello, la imagen de las batallas campales, resueltas con una irre-
sistible carga de caballería pesada, donde las hazañas individuales de los
caballeros, combatiendo en lances arriesgados, constituyen el elemento
esencial de la acción, no son más que idealizaciones y simplificaciones de
la guerra medieval, sólo justificadas por las circunstancias anteriormente
explicadas. Un análisis más detallado de la realidad y contexto medievales
indica que los hechos históricos, tal y como se narran en las crónicas, sólo
reflejan una parte de lo acontecido:
1. Debido a la escasez de recursos y a la concepción y mentalidad
medievales, de sus objetivos estratégicos y tácticos, la búsqueda de
la resolución del conflicto mediante una batalla campal no era la
prioridad en las operaciones militares feudales. Las guerras busca-
ban la conquista de territorio enemigo y no la destrucción y aniqui-
lación de las fuerzas contrarias22, y una batalla campal implicaba
demasiados riesgos, que un jefe experimentado sólo asumiría en
contadas ocasiones. La guerra se resolvía mediante una combinación

20 Durante buena parte de la etapa plenomedieval se mantuvo la idea que cien caballeros tenían un
valor equivalente al de 1.000 infantes.
21 En la Crónica dels Feits del rey Jaime I, cuando narra el asalto a las murallas de Valencia, se rela-
cionan las hazañas de los cuatro primeros caballeros que entran en la ciudad. La crónica no hace
mención que varias decenas de infantes ya estaban combatiendo dentro de sus calles.
22 Napoleón, por su parte, consideraba esencial la destrucción de las fuerzas enemigas, y la con-
quista inmediata de sus centros políticos. De igual manera pensaba y actuaba Ulysses S. Grant en
la Guerra Civil americana.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 25

de conquistas de plazas y castillos enemigos, con operaciones de


destrucción de villas, quema de cosechas, sometimiento de la pobla-
ción civil, etc.
2. La caballería pesada no constituía el elemento principal de los ejér-
citos medievales, incluso en ciertos países su papel era meramente
testimonial. La infantería constituía el núcleo esencial de las fuerzas,
y la proporción en la que se encontraba con respecto a las fuerzas de
los caballeros se situaba alrededor de 5:1, si no en porcentaje mayor.
Aunque relacionásemos también las otras fuerzas de caballería
–como los sargentos, escuderos y otros auxiliares–, la proporción
seguiría siendo elevada a favor de la infantería.
3. La idea de choque mediante el empleo de la carga de caballería
supone una simplificación de la táctica medieval, porque en nume-
rosas ocasiones los caballeros combatían a pie; no hay que obviar
el hecho que los nobles constituían una fuerza tremendamente aco-
razada, y su uso a pie firme no era despreciable para un jefe expe-
rimentado23.
4. El empleo de la carga de caballería sólo podía surtir efecto total-
mente efectivo ante una fuerza enemiga inmóvil, sin elementos de
caballería –ligera24 o pesada–, pero que además, necesitaba el con-
curso de un proceso previo de hostigamiento –arqueros, ballesteros,
escaramuzas de los peones–, que limitase su capacidad combativa
–mediante el cansancio o la desmoralización–. Sólo cuando las
fuerzas enemigas mostraban signos de flaqueza, la carga daría resul-
tado25.
5. Se desarrollaron tácticas específicas para que las fuerzas de infante-
ría pudieran contrarrestar el choque de la caballería pesada. Son
numerosos los ejemplos medievales de fuerzas de infantería que des-

23 En las Cruzadas, los arqueros turcos hicieron de las monturas de los caballeros cruzados uno de
sus principales objetivos; esto provocó que muchos de los jinetes cristianos combatiesen a lomos
de mulas o a pie. Durante la II cruzada (1144-1150), el cronista Guillermo de Tiro describía la
táctica de los caballeros germánicos de combatir a pie en los momentos de crisis, aumentando así
la determinación de combatir de los soldados de infantería, además de proporcionar protección
acorazada frente a las descargas de los arqueros enemigos.
24 Las crónicas sobre las Cruzadas son tremendamente vívidas al relatar las tácticas de los guerre-
ros musulmanes frente a los pesados caballeros francos: acoso constante mediante el empleo de
arqueros montados, provocaciones de la caballería ligera, con la idea de provocar una carga intem-
pestiva de los cruzados, para que éstos abrieran sus formaciones. Si la fuerza cristiana perdía su
cohesión y se disgregaba en pequeños grupos, los musulmanes podían batirlos individualmente.
25 No hay que olvidar el tremendo efecto psicológico que tenía entre la infantería la visión del avan-
ce al galope de una carga de caballeros y esperar con ansiedad el inminente choque de la caba-
llería pesada.
26 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

barataron una carga de caballería26. Ante una fuerza disciplinada de


infantería27, los caballeros podían estrellarse una y otra vez sin con-
seguir ninguna ventaja táctica.
Las batallas medievales no se pueden reducir a simples cargas sucesi-
vas de guerreros a caballo contra las líneas enemigas, de la suma de los
combates individualizados entre caballeros. El orden y la disciplina eran
usuales y complejos. Tradicionalmente se ha descrito el despliegue clásico
de un ejército medieval en una vanguardia, un centro y retaguardia, cada
una de ellas compuesta por una abigarrada fila, llamada «batalla», de
infantes y jinetes, siempre desplegados bajo el mismo esquema; pero esta
idea es una reducción de la realidad, puesto que los jefes militares creaban
tantas batallas como consideraban adecuado; incluso la organización de un
ejército en vanguardia, centro y retaguardia no siempre era utilizada. La
división de las fuerzas en dos flancos y un centro era siempre constante,
pero no así la distribución de las tropas entre estas posiciones: la caballe-
ría podía situarse en la primera línea, para promover una ruptura rápida del
frente, o se podía colocar a la infantería en primera línea, justamente para
detener el asalto de los jinetes, o incluso se podían alternar en las líneas
fuerzas de los dos tipos.
Son varios los ejemplos que ilustran cómo los comandantes organizaron
sus tropas en función de sus efectivos, de su nivel de instrucción, de la enti-
dad y calidad del enemigo, del terreno del campo de batalla, etc. Así, ejem-
plos de formaciones en sólo una línea, las encontramos en la batalla de
Levounion, en las fuerzas pechenegas contra las bizantinas (29 de abril de
1091); en la batalla de Sirmium, en las fuerzas del conde húngaro Benes (8
de julio de 1167) contra otro ejército bizantino, o en la batalla de Legnano
(29 de mayo de 1176), en la formación presentada por el emperador Fede-
rico I Barbarroja contra las milicias milanesas

26 Las fuerzas de infantería derrotaron a los caballeros en las batallas de Manzikert (1177), Ban-
nockburn (1314), Crecy (1346), Agincourt (1415). En la batalla del lago Copais (1313) los almo-
gávares derrotaron y aniquilaron a los caballeros francos; el impacto de su victoria les permitió
conquistar buena parte de Grecia y asegurar el dominio aragonés de esos territorios durante 80
años.
27 La infantería, para protegerse de estas cargas de caballería, solía poner delante de sus líneas cuer-
das embreadas tensadas, que, en teoría, detenían el primer choque, y con las lanzas clavadas en el
suelo con la punta hacia el enemigo. Los infantes podían combatir presentando un muro (una línea
de combatientes formando una sólida muralla de escudos), una muela (cuando la infantería se dis-
ponía en círculo) o un corral (posición defensiva en forma de cuadrado, reforzado por cuerdas o
cadenas delante de los infantes, que clavan sus lanzas en el suelo con la punta hacia el enemigo).
Son famosos los ejemplos de fuerzas de infantería disciplinada que se opuso con éxito a cargas
de caballería: los piqueros suizos, los ballesteros genoveses, los arqueros ingleses o los lansque-
netes alemanes.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 27

Respecto de batallas con ejércitos formados en dos líneas, hallamos los


siguientes ejemplos: las tropas bizantinas del emperador Romano IV Dió-
genes frente a los turcos, en la batalla de Manzikert (26 de agosto de 1071);
con el rey Luis VI en Brémule (20 de agosto de 1119) contra los ingleses
del rey Enrique I; en Alarcos (19 de julio de 1195) en el despliegue del rey
Alfonso VIII contra los almohades, y en Bouvines (24 de julio de 1214) en
las fuerzas del rey Felipe Augusto frente a las imperiales de Otón IV.
El despliegue táctico en tres líneas fue utilizado por las fuerzas almorá-
vides de Yusuf Ibn Tasfin en Zalaca (23 de octubre de 1086) contra el rey
Alfonso VI, el cual usó un despliegue similar en la batalla de Uclés (29 de
mayo de 1108) contra los almorávides; también de igual manera el rey
Alfonso I el Batallador desplegó sus fuerzas contra los almorávides en la
batalla de Cutanda (17 de junio de 1120), y también obraron de la misma
manera las fuerzas cristianas aliadas en las Navas de Tolosa (16 de julio de
1212). Incluso acontecieron batallas donde se formaron más de tres líneas,
como las fuerzas normandas de Roger II de Sicilia, en la batalla de Nocera
(1132), con cuatro lineas de dos divisiones cada una.
En todas estas batallas, la fuerza operativa de maniobra y choque resi-
día en las tropas de caballería. El caballero es el guerrero medieval por
excelencia, el paradigma de la guerra feudal. Sin embargo, la identificación
del caballero como núcleo de los ejércitos medievales, identificándolo ade-
más con una élite social y profesional fue como consecuencia de un largo
proceso, que se inicia con los ejércitos carolingios, y se conforma en un pro-
ceso en tres etapas: la aparición de una caballería profesional especializada,
el surgimiento del concepto de caballería y la posterior identificación de la
caballería con la clase social de la nobleza. El mantenimiento de fuerzas
profesionales y con una relativa estabilidad temporal desparece del mapa
europeo tras la disolución del imperio carolingio; en los siglos IX-X no
existe en Europa occidental un estado lo suficientemente desarrollado y
poderoso en el que se pueda consolidar una estructura militar permanente.
Entre otras características, el sistema feudal que se instaura en esos
siglos desde el punto de vista militar, conlleva una red de alianzas y obliga-
ciones de servicio militar que obligan mútuamente a las partes. Pero sólo los
señores más poderosos pueden concentrar su actividad en el entrenamiento
militar, y/o sufragar los gastos a otros guerreros para que reciban esa for-
mación y formen parte después de su casa. Para el noble guerrero medieval,
toda su vida giraba alrededor del caballo y con las armas en la mano; la gue-
rra era su oficio, su ocupación y su distracción. El aprendizaje real del arte
de la guerra se hacía en la misma guerra; sin embargo, puesto que batallas
y guerras no tenían lugar muy a menudo, la práctica de la caballería tenía
28 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

que conseguirse en otros lugares y el entrenamiento por otros medios: de ahí


la necesidad de comenzar muy pronto, casi al inicio de la adolescencia. El
camino para ser nombrado caballero comenzaba cuando el aspirante –de
ascendencia noble– entraba al servicio de un caballero que haría las veces
de tutor y maestro –a menudo, un familiar o amigo íntimo del padre del
chico–. El entrenamiento del joven residía en un constante y prolongado
ejercicio de monta de caballos, carga con la lanza, aprendizaje de la esgri-
ma de la espada desde la silla y el dominio y ejecución de maniobras a caba-
llo. La instrucción en armas a caballo sería completada con un entrena-
miento igual en armas para luchar a pie. Con ello se insistía en crear unos
buenos conocimientos de base, en un lento madurar, en la progresión en la
asunción de responsabilidades y en ir acumulando las experiencias con el
transcurso de los años. La transmisión verbal de los conocimientos, así
como una constante práctica, permitían que los jefes militares adquirieran
su propio bagaje conceptual sobre tácticas y estrategias militares; la guerra
era el oficio de las élites gobernantes, que viajaban constantemente, por lo
que no era excepcional que en alguno de sus periplos, los nobles conocie-
sen a otros señores feudales que habían combatido en las Cruzadas, o en Ita-
lia o la Península Ibérica, por lo que los intercambios de experiencias, anéc-
dotas e historias de guerras y batallas deberían ser relativamente
generalizados.
Las unidades de caballería solían agruparse en unidades de entre 10 a
20 hombres28, llamadas conrois, hueste, mesnadas o lanzas. Los miem-
bros de cada conrois estaban frecuentemente ligados por relaciones de
vasallaje o familiares, que se entrenaban y combatían juntos: de su edu-
cación militar se hacía énfasis no sólo en la destreza de las armas, sinó
también en la capacidad de actuar como un equipo con férrea disciplina y
lealtad a los compañeros29. En combate, el conrois se ordenaba en una o
varias hileras –a lo sumo tres– con los caballeros en la primera, y los sar-
gentos y escuderos en las posteriores o en los flancos. Los movimientos
se coordinaban, en tiempo de paz, mediante el entrenamiento contínuo.
Cualquier ejercicio a caballo podía considerarse como una preparación a
la guerra, tanto la práctica de la caza como las justas y torneos.Los jine-

28 Los conrois franceses podían consistir en agrupaciones en múltiplos de cinco, en grupos de hasta
25 y 50 jinetes.
29 La nueva montura de pico elevado y largos estribos, en la que los caballeros prácticamente iban
montados de pie, era un elemento básico de la carga con lanza en ristre, pero también significa-
ba que si el caballero era desmontado, le era sumamente difícil volver a montar en el fragor de la
batalla: sus compañeros del conrois se agruparían a su alrededor protegiéndole hasta que estuviera
de nuevo seguro en lo alto de su montura.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 29

tes aprendían a distinguir el signicado de los diferentes toques de cuernos


y trompetas, y a seguir las señas de estandartes, de guiones y banderolas
–llamados gonfanon– en las lanzas del jefe del grupo o de su ayudante,
cosa que permitía una rápida ubicación y servían de punto referencia para
el reagrupamiento tras una carga. En combate, las rutinas aprendidas
durante los ejercicios de entrenamiento se ponían a prueba en la dura
práctica de la guerra. Los conrois se agrupaban en unidades mayores, los
haces o batallas, que servían para formar las líneas de carga en la batalla
y de los cuerpos en el avance y la marcha30. Las diferentes agrupaciones
de batallas daban lugar a formaciones mayores, los cuerpos. El orden de
combate de los ejércitos feudales seguía el patrón estandar de los tres
cuerpos: vanguardia, centro y retaguardia. Esta división se mantenía tanto
en la marcha por columnas, en el avance en línea y el combate, si bien se
adaptaba en función de la geografía y el terreno. Se establecían unidades
de caballería ligera como exploradores y como unidades de flanqueo,
conocidas como alas, y las unidades de infantería solían situarse en el
cuerpo central, el más poderoso. El papel táctico del caballero medieval
era el choque: abrirse paso a través de las filas del enemigo aprovechan-
do el ímpetu, el peso y la velocidad de la carga. Si se tenía éxito y traspa-
saban las filas, se procedía a atacar por la retaguardia; de no lograrlo, los
caballeros se reagrupaban y volvían a cargar. El esbozo de esta táctica no
debe llegar a la conclusión que en esta etapa del medioevo las maniobras
militares estaban reducidas a la mínima expresión; por el contrario, en
múltiples batallas la táctica principal de la carga se combinaba con huidas
fingidas –Rímini, Arques, Hastings– y con maniobras de flanqueo –las
Navas de Tolosa–.
Los enfrentamientos empezaban con una carga de la primera línea –de
una batalla, o de un cuerpo–; los caballeros iniciaban el movimiento al trote,
para ir incrementando el ritmo hasta el momento de pasar decididamente al
galope. Los caballeros embestían con la lanza. Después del primer choque,
la línea se retiraba para dejar campo al asalto de la siguiente carga. Los
caballeros del primer choque se reagrupaban, siguiendo el estandarte de su
señor, tras la protección de la infantería, y se preparaba una nueva carga.
Cuando la lanza se rompía, se desenvainaba la espada o se combatía con
maza contra los infantes u otros caballeros enemigos. La carga tenía como

30 La batalla, en situación de marcha, formaba de frente en tres líneas sucesivas, de unos efectivos
nominales de unos cincuenta caballeros por línea. Esta formación se adaptaba en las formaciones
en columna. Los sargentos, escuderos y ballesteros a caballo podían formar en los flancos y reta-
guardia de cada batalla, estableciendo una pantalla de protección.
30 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

objetivo principal romper el frente enemigo31, y las sucesivas oleadas debí-


an lograr ese objetivo; es por ello que la sincronización de las mismas era
de vital importancia, puesto que podía decidir el destino final de una bata-
lla: golpear con dos cargas muy consecutivas podía implicar que los caba-
lleros de la primera no se hubiesen retirado todavía del campo, y que la fuer-
za de la segunda oleada se debilitase intentando evitar el choque con los
caballeros amigos. Por el contrario, demasiado tiempo entre las sucesivas
cargas dejaría al enemigo la posibilidad de reagruparse y realinear las fuer-
zas de su defensa.
Cuando una carga de caballería no conseguía abrir la línea enemiga, la
batalla se transformaba en ocasiones, en multitud de combates singulares
entre caballeros. En el peor de los casos, los infantes aprovechaban la mêlée
para descabalgar a los caballeros y acuchillarles en el suelo. El poder de la
carga y de la unidad compacta de caballeros –bien en conrois como en bata-
lla– y su éxito en los combates residía tambén en un plano psicológico32: la
pertenencia de los caballeros a la élite social medieval, su liturgia, etc. moti-
vaban que fueran vistos por los infantes como seres superiores. Existía una
doble guerra entre caballeros e infantes: la militar y la social. Unos y otros
pertenecían a clases sociales diferentes, distantes, existiendo entre ellos un
abismo.
La teoría social existente en la Edad Media era aquella que dividía la
sociedad en una estructural piramidal estratificada en tres grupos bien dife-
renciados, social, económica y funcionalmente: los campesinos –trabajar–;
los sacerdotres –rezar– y los guerreros –luchar–. Los nobles se adjudican
esta función social –y por ello serán conocidos como los bellatores, «los
que luchan»–, de tal manera que su predominio respecto de las otras clases
se justificará en base a su dedicación a la guerra y a la protección del orden
feudal. Esta actividad bélica se convertiría en el elemento central de su
sociedad, alrededor de la cual se desarrollarían las relaciones socioeconó-
micas: de hecho, la posición que un individuo ocupaba en una hueste no era

31 A diferencia del choque entre masas de caballería pesada, donde el objetivo es llegar al contacto
con el enemigo para destruirlo, uno de los objetivos de la carga contra unidades de infantería es
la intimidación de éstas, para que huyan del campo de batalla: si se lograba que una parte de la
línea de defensa cediese, toda la fuerza enemiga quedaría debilitada. Si se mantenía ejerciendo la
presión, con sucesivas cargas, que se introdujeran dentro de la brecha abierta, se lograría que el
ejército contrario huyera –como en la batalla de Civitate (18 de junio de 1053), entre los nor-
mandos y las fuerzas combinadas imperiales y papales–.
32 Con la proliferación de fuerzas de peones disciplinados, hombres de armas de infantería,se inició el
declive de la caballería. La sofisticación de las armaduras de los caballeros –siglos XIV-XVI– no
fueron más que un vano intento de mantener el prestigio militar y social de la élite, pero que a la
larga, no pudo evitar que la infantería recuperase el prestigio perdido tras Andrianópolis (378 d.C).
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 31

más que el reflejo de su posición social. Así, los nobles caballeros mantení-
an unos lazos de afectividad mucho más fuertes con los caballeros enemi-
gos que no con sus propios infantes; así, un noble, aunque enemigo, era un
igual al que se debía de honrar y tratar con respeto –y por el que, no hay que
olvidarlo, se podía pedir un rescate, si se le mantenía con vida–; en cambio,
un infante pertenecía a otra clase social, era un súbdito del que se servía y
del que se podía prescindir. Es por ello que cuando los infantes contempla-
ban cómo los caballeros enemigos se avalanzaban sobre ellos, una mezcla
de miedo y rencor social les invadía. Si los caballeros penetraban en las filas
de los peones, rara vez éstos podían volver a la cohesión y la línea de defen-
sa se rompía: como en Muret, la infantería desorganizada servía de carnaza
para una masacre. Sin embargo, si los infantes poseían la suficiente tem-
planza como para resistir la carga enemiga, los caballeros, desorientados
por el rechazo, descabalgados, eran fácil presa para los peones, que volca-
ban todo su rabia sobre los nobles33.
Merece especial comentario el singular papel de los Guardias, o escol-
ta personal de los monarcas. Los reinos germánicos heredaron de la tradi-
ción imperial romana el concepto de Guardia, de tal manera que el sobera-
no tuviera a su disposición una fuerza permanente, disciplinada y leal, que
a todos los efectos, le sirviera tanto como de fuerza de choque, elemento
vertebrador de un ejército o simplemente como tropa que le garantizase su
poder sobre el resto de nobles. Así, por su modo de vida y su continuidad
en el servicio de armas, se les puede suponer un alto grado de disciplina,
entrenamiento, motivación e incluso especialización, que les conferiría un
estatus de élite respecto de las otras fuerzas. A lo largo de la Edad Media
los ejemplos de fuerzas o guardias reales son constantes: los fideles de los
visigodos, los armati merovingios, los scara carolingios, los housecarls
escandinavos, la familia regis anglonormanda, etc.
Los monarcas de la Corona de Aragón contaban con una guardia perso-
nal, la Mesnada Real, formada por una treintena de caballeros selectos,
todos ellos caballeros aragoneses, con la misión de proteger al soberano. La
mesnada real era una institución militar aragonesa integrada fundamental-
mente por miembros no primogénitos de las casas nobiliarias de los baro-
nes o ricoshombres, así como infanzones que se entregaban a la Casa Real,
para su cuidado y formación. Cuando el rey convoca a los nobles para la
guerra, llama a sus mesnaderos, diferenciándolos claramente de los ricos-
hombres aragoneses y catalanes o de las mesnadas concejiles. La mesnada

33 Ejemplos de esta brutalidad especial del campo de batalla las encontramos en la batalla del lago
Copais (1313) y en Bannockburn (1314).
32 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

real, al igual que la del rey de Castilla, era mantenida directamente por el
monarca –de ahí las constantes necesidades financieras del rey Pedro, espe-
cialmente en la campaña de las Navas y en la expedición de Muret–; la
hueste real llevaba los colores del soberano en el campo de batalla, y for-
maba alrededor del Alferez Real, cargo designado personalmente por el rey.
Los miembros de la Mesnada real no solían pertenecer a las familias de la
gran nobleza aragonesa (comúnmente denominada las Doce Casas –las
familias Cornel, Luna, Azagra, Urrea, Alagón, Romeo, Foces, Entenza,
Lizana, Ayerbe, Híjar y Castro–); eran miembros de unos linajes engrande-
cidos por los soberanos, por su especial atención a la monarquía, por su leal-
tad de mayor antigüedad o por haber tomado partida por el rey en momen-
tos complicados y que eran premiados con motivos reales en su heráldica.
En Muret, la mayoría de los miembros de la guardia real aragonesa murió
alrededor de su rey.

El problema de las cifras

Una de las principales dificultades con las que recurrentemente se


encuentran los historiadores de todos las épocas es el de la fiabilidad de la
información relativa al tamaño y composición de los ejércitos. Sin ir más
allá34 y ciñéndonos al contexto medieval, cuando las fuentes se refieren a
«caballeros» u «hombres a caballo» las dudas se presentan en el significa-
do o acepción de los mismos. Un caballero, sin extensión del término,
implicaba sólo a un guerrero, perteneciente a la nobleza y con los honores
del orden de caballería, a lomos de un caballo de guerra. Más allá, este
caballero necesitaba tanto de unos sirvientes –para su manutención, servi-
cio personal, aseo, impedimenta, etc.–, como también de unos auxiliares
armados que le servían de apoyo. Éstos podían ser «escuderos» –tanto pro-
fesionales como jóvenes aspirantes a su vez para ser armados caballeros–,
hombres a caballo armados con lanzas, ballesteros y arqueros montados e
incluso infantería montada.
La evolución del armamento en el siglo XII trajo consigo, entre otros
factores, que sólo los caballeros de las familias más ricas pudieran costear-

34 Es de sobra conocida la tradicional costumbre griega de sobrevalorar las fuerzas persas en las
Guerras Médicas y en las campañas de Alejandro Magno. De igual modo, las cifras aportadas por
Julio César en su crónica de la guerra de las Galias parece a todas luces, exageradas. El tamaño
de los ejércitos bárbaros, germánicos, partos y sasánidas, frente a los romanos, también parecen
desproporcionados.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 33

se un equipo completo y moderno. Esta diferenciación se remarcará en el


siglo XIII, acentuándose la separación entre caballeros ricos y pobres, apa-
reciendo la distinción entre caballeros adalides –primi milites– y los simples
caballeros35 –milites gregarii–. El aumento de peso progresivo del equipo
caballeresco produjo un incremento de su coste, y por ende, conducía a una
restricción de su difusión, reservándose sólo para una élite de fortuna y de
nacimiento; pero a la vez, esta propia autoexclusión de las clases acomoda-
das llevó a la exaltación de su modo de vida, del espíritu caballeresco, cosa
que llevó aparejada la negativa a calificar como tal a todo aquel que no
hubiera pasado el ritual de ser armado caballero.
Se hace difícil barajar una cifra exacta, pero en función de la riqueza del
caballero, éste podía contar con el servicio de uno o dos escuderos, y de un
número no inferior a cuatro hombres a caballo de diferentes categorías.
Existía un vocabulario variado para denominar a estos auxiliares, cuyo
papel y calificación para la batalla eran muy diferentes, como también lo
era su condición social: los criados36 (latín: valletus), los muchachos (latín:
garcio, puer) y escudero (latín: armiger, scutifer). Los «escuderos» solían
ser de origen noble –a la espera de ser armados caballeros– o guerreros pro-
fesionales37 –hombres libres con un pequeño pedazo de tierra insuficiente
para ganarse las espuelas de caballero o sirvientes a sueldo de su señor–; su
armamento era de características similares a la de los caballeros, pero de
confección más modesta o antigua –igualmente usaban cota de mallas,
casco, lanza y espada–. En combate, solían formar en las líneas posteriores
de cada conrois, o en los flancos; sus caballos no eran destriers, pero sí que
podían ir ligeramente armados, en función de sus posibilidades económicas.
Por su parte, los «muchachos» iban armados de manera más ligera: casco,
espada y cuchillo, y protecciones personales de cuero –o incluso alguna
cota corta–. No solían formar parte de la caballería, si no que realizaban
funciones auxiliares, como por ejemplo, introducirse en las filas enemigas
para descabalgar a los jinetes contrarios.
Ante tal diversidad de nombres y conceptos, cuando se mencionan
cifras de fuerzas de caballería, se hace muy difícil valorar, en función de la

35 CONTAMINE, Philippe: La guerra en la Edad Media, pág.87


36 Los criados ejercían tareas de sirvientes de su señor y del resto de la comitiva: aprovisionamien-
tos, acomodación, preparación de las comidas, de las armas, de las tiendas, etc. En combate per-
manecían en el campamento, al cuidado de los bagajes.
37 Estos guerreros profesionales fueron distanciándose cada vez más en la calidad del equipo aco-
razado de sus señores, pero no por ello fueron apartados del campo de batalla. A partir de la
segunda mitad del s.XII se les empieza a distinguir con diferentes nombres: servientes equites,
servientes loricati, famuli, scutifieri, satellites equestres, clientes, servientes, armati, militis.
34 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

traducción de cada término, si estamos delante de datos referentes a un total


de las fuerzas presentes en un ejército, o solamente se refieren a un deter-
minado colectivo. Por ejemplo, respecto del millar de jinetes que acompa-
ñaban a Pedro II en la expedición a tierras occitanas hacia Muret, queda la
indeterminación de si se refieren sólo a los caballeros o si incluyen también
a sus servidores. Dadas las cifras de población de la Corona de Aragón, así
como de los efectivos desplegados un año antes en la batalla de las Navas,
los 1.000 «caballeros» podían englobar a los diferentes tipos de hombres de
armas a caballo anteriormente indicados. Es significativo el hecho que las
fuentes contemporáneas o relativamente cercanas a los hechos establezcan
siempre la diferenciación entre caballeros, jinetes y otros tipos de guerreros.
Así, la Crónica de Jaume I nos habla que el rey Pedro contaba con una fuer-
za de unos 1.000 hombres a caballo, distinguiendo este valor de otros pasa-
jes cuando se refiere a caballeros. De igual manera se expresan tanto la Cró-
nica de Bernat Desclot como la Canzó de la Crozada. Se ha de tener en
cuenta que esta discusión no es baladí; partir de una cifra de 1.000 caballe-
ros, cabría pensar entonces una cifra total del doble o tripe de jinetes, en
proporción de 3 o 2 guerreros a caballo –sargentos y escuderos– por cada
caballero presente.
Teniendo en cuenta las fuerzas presentes de la Corona de Aragón en
la batalla de las Navas, así como las fuerzas disponibles por Jaime I en la
expedición naval a Mallorca, la cifra de caballeros presentes en Muret
podría situarse alrededor de 400-500, y una cifra de 700-800 guerreros
no caballeros38. Para F.X. Hernandez la explicación de la diferencia de
fuerzas entre la campaña andaluza y la expedición occitana podría deber-
se a varios motivos: la inexistencia de un botín identificable, las bajas
producidas en la batalla en tierras andaluzas, la negativa a sumarse a la
defensa de herejes de la fe católica; el prestigio militar de los caballeros
franceses –considerados la mejor caballería en Europa–, etc. Una de las
características esenciales de los ejércitos plenomedievales radica en la
ausencia de permanencia, de continuidad en su establecimiento; prima el
carácter temporal –incluso estacional– de las fuerzas combatientes. Sólo
un núcleo de combatientes tendrá una clara vocación de permanencia, ya
sea por sus obligaciones como señores feudales, como vasallos con obli-
gaciones militares, –sargentos, escuderos, peones especializados– o
como aventureros y mercenarios –farfans, routiers, brabançons, etc.–.

38 En la batalla de Bouvines (1214), los franceses derrotaron a las tropas anglo-imperiales, con un
ejército entre 1.000 y 1.200 caballeros, unos 2.000-2.500 guerreros a caballo y alrededor de
10.000 soldados.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 35

Salvo estos grupos militares con un grado de continuidad y permanencia,


la parte más significativa de un ejército medieval se reunía especifica-
mente para el desarrollo de una determinada campaña39. Si ponemos en
relación las características anteriormente descritas con el hecho que
Monfort disponía de fuerzas permanentes, con un amplio núcleo de caba-
lleros y servidores entrenados y experimentados –muchos de ellos ya
veteranos de la cruzada de 1209, sino antes–, con disciplina y moral,
frente a las fuerzas de Pedro II, una amalgama de guerreros, unos cuan-
tos experimentados en las guerras peninsulares –cabalgadas, escaramu-
zas y asedios–, pero con una mayoría de fuerzas inexpertas y con una
moral desigual, y diferente a la de sus enemigos, entonces, el balance
comparativo de las fuerzas nos indica que Monfort podía tener una clara
ventaja sobre los meridionales y sus aliados hispanos. Por el contrario, el
bando aliado presentaba una heterogeneidad de fuerzas que, a pesar de su
mayor número, no concedían una ventaja táctica militar contundente. Así,
la calidad de la caballería era dispar, no tenía experiencia de maniobra ni
de liderazgo conjunto.
El rey Pedro acudió a Muret con sus tropas personales, con las fuerzas
de caballería de sus nobles allegados y con un contingente de soldados pro-
fesionales, pagados de antemano40. Los nobles occitanos se presentaron con
sus propios contingentes, algunos ya con experiencia militar –Foix–. La
campaña que debía iniciarse en Muret podría ser considerada como una
estrategia de recuperación del territorio a través de una guerra de asedios;
no había sido planteada para entablar una batalla campal. De haberse plani-
ficado como tal, sin duda alguna los dirigentes del ejército hispano-occita-
no habrían realizado algún tipo de operación de combate a menor escala con
la que haber dado a sus tropas la experiencia militar necesaria para afrontar
una contienda de mayor envergadura.

39 Los ejércitos medievales de esta época constituían una variopinta hueste, formada por comba-
tientes y no combatientes (servidores, mercaderes, tahures, prostitutas, etc.), sin una estructura
administrativa –mínimamente eficiente, a menos– o financiera, sin entrenamientos colectivos, a
nivel de todo el ejército.
40 Se ha cuestionado el papel de estas tropas del rey Pedro, afirmando que se trataba de mercenarios
–llamados en el lenguaje de la época ribalds, routiers o brabançons–. Lo cierto es que se trataban
de tropas feudales reclutadas a sueldo para evitar el inconveniente del licenciamiento después del
período de servicio. De la misma manera que los cruzados tenían la limitación del servicio de 40
días, los contingentes feudales servían a su soberano bajo determinadas condiciones; desde el
momento que aceptaban la contraprestación monetaria, estos condicionantes desaparecían. Es de
comentar, pues, la previsión del rey Pedro, que quizás temiendo una campaña larga y ardua, pla-
nificó la estructura y composición de su ejército a tal fin, porfiando la posible retirada de las tro-
pas que hubiesen expirado su servicio feudal.
36 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

La batalla

En primer lugar, describiremos lo acontecido en la batalla con las palabras


del rey Jaime I, en su Llibre dels Feits: «Simón de Montfort estaba en Muret,
acompañado exactamente de ochocientos a mil hombres de a caballo y nues-
tro padre vino sobre él cerca de aquel lugar donde él estaba. Y fueron con él,
de Aragón: Don Miguel de Luesia, Don Blasco de Alagón, Don Rodrigo Liça-
na, Don Ladrón, Don Gómez de Luna, Don Miguel de Rada, Don Guillem de
Puyo, Don Aznar Pardo y muchos otros de su mesnada y de otros de los cua-
les no nos podemos recordar. Pero bien recordamos que nos dijeron aquéllos
que habían estado y conocían el hecho, de que salvo Don Gómez de Luna,
Don Miguel de Rada, Don Aznar Pardo y algunos de su mesnada que murie-
ron, los otros lo abandonaron en la batalla y huyeron. Y fueron, de Cataluña:
Dalmau de Creixell, N’Hug de Mataplana, Guillem d’Horta y Berenguer de
Castellbisbal; éstos huyeron con los otros. Sin embargo, bien sabemos con
certeza, que Don Nuño Sanç y Guillem de Montcada, que fue hijo de Guillem
Ramon de Montcada y de na Guilleuma de Castellví, no estuvieron en la
batalla, pero enviaron mensajeros al rey diciéndole que los esperara, y el rey
no les quiso esperar, y dio la batalla con aquéllos que eran con él. Y aquel día
que dio la batalla había yacido con una mujer, ciertamente que Nós oímos
decir después que durante el Evangelio no pudo estar derecho, sino que per-
maneció sentado en su setial mientras que se decía misa.
Y antes de que tuviera lugar la batalla, Simón de Montfort quería
ponerse en poder suyo para hacer aquello que el Rey quisiera, y quería ave-
nirse con él; y nuestro padre no lo quiso aceptar. Y cuando el conde Simón
y aquellos de dentro vieron eso, hicieron penitencia y recibieron el cuerpo
de Jesucristo, y dijeron que más se amaban morir en el campo que en la
villa. Y con eso, salieron a combatir todos a una, de golpe. Y aquéllos de la
parte del rey no supieron formar las líneas de batalla ni ir juntos, y cada
caballero acometía por su lado, y acometían contra las reglas de las armas.
Y por la mala ordenación, y por el pecado que tenían en ellos41, y también

41 El rey Conquistador narra escuetamente la batalla de Muret, sin detenerse en explicar las razones
de su padre para librar aquella batalla –en la que tanto se jugaba la dinastía–, y sin narrar os acon-
tecimientos previos a la batalla. El monarca atribuye la derrota a dos causas: por un lado, la excu-
sa religiosa –el pecado–, por el otro, la militar –la desorganización–. Así, en el terreno moral, las
críticas vertidas sobre su padre se centraban en el no cumplimiento de las ceremonias previas al
combate –castidad y celebración de la misa–, y no tanto por una supuesta lujuria –que el rey Jaime
apenas menciona–. El otro error del soberano residía en no haberse sabido imponer a sus súbdi-
tos, no haberles marcado una estricta línea de obediencia, en la que la figura del monarca preva-
lece y hace de eje de cualquier decisión de poder: la natura de armas se traduce en obedecer al
rey, siempre y por encima de cualquier circunstancia.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 37

porque de los que estaban a dentro de la plaza no encontraron merced, la


batalla tenía que estar perdida. Y aquí murió nuestro padre. Y así siempre
lo ha seguido nuestro linaje, en las batallas que ellos han hecho y en las que
Nós haremos, que es vencer o morir. Y Nós permanecimos en Carcassona,
en poder del conde, porque él nos hacía educar y era señor de aquel sitio».
Muret se encuentra a unos 20 Km al sur de Tolosa, en la confluencia del
río Garona con su afluente el Loja. Era una ciudad de tamaño medio, con un
perímetro en forma trapezoidal, con una extensión máxima en su eje princi-
pal de no más de 500 metros. Cerca de la orilla izquierda del Loja se extien-
de una llanura limitada, por un lado por el Garona y por el otro, por el terre-
no ascendente de las colinas de Perramon, situadas a unos dos kilómetros al
oeste. La llanura en invierno era una zona de marismas, pero en verano esta-
ba cubierta de hierba, y atravesada por varios arroyuelos de poco caudal. Su
superficie llana era ideal para la maniobra de fuerzas de caballería.
La ciudad estaba dividida en tres núcleos diferenciados, de oeste a este:
la villa nueva, con su propio recinto amurallado, la villa vieja, alrededor de
la iglesia de San Serni y con muralla propia, y el castillo, en un islote sepa-
rado de la ciudad por un puente levadizo sobre un canal del río Loja en su
unión con el Garona; del castillo nacía directamente el camino hacia Tolo-
sa por el nordeste. El castillo contaba con dos torres y una poderosa torre
del homenaje, de imponentes dimensiones.
La ciudad contaba con cuatro puertas:
• La del camino a Seysses/Tolosa, al norte, que se deslizaba por un
terreno prácticamente llano.
• La del camino de Tolosa, al nordeste, a través del portón de San Serni,
y que serpenteaba por la orilla de los meandros del río Garona.
• La del camino de Fanjaux/Carcassona, al sudeste, que cruzaba el río
Garona por un amplio puente de madera, y que desaparecía por la lla-
nura occitana.
• La del camino de Salas, al sudoeste, que ascendía siguiendo el curso
del río Garona.
Pese a su tamaño, la ciudad presentaba importantes dificultades para su
conquista. El flanco sur estaba protegido por el río Garona, amplio –más de
120 metros de anchura, frente a Tolosa–, profundo y de fuertes corrientes;
un ataque por esta zona necesitaba del asalto al puente de madera y de su
puerta, en una zona donde apenas había espacio para maniobrar entre la
muralla y el cauce del río. El asalto por el castillo también implicaba ries-
gos: cruzar primero el canal y su puente, lanzarse a la toma del islote del
castillo, para después avanzar hasta el puente levadizo que unía el castillo
con la ciudad vieja. El norte y el oeste mostraban unos accesos relativa-
38 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

mente practicables: el río Loja no era tan caudaloso, tenía una anchura
media de unos 10 metros, y con unas escarpaduras de unos 3-5 metros. Una
vez cruzado, y a poniente de la ciudad nueva se abría una faja de tierra de
unos trescientos metros, entre el río Loja y el Garona, espacio suficiente
para la maniobra de la infantería y los trabajos de asedio. Por el contrario,
en esa zona, las defensas de Muret contaban con una sólida muralla, con
varias torres y un amplio foso.
En la batalla de Muret los bandos enfrentados consistieron en una
coalición de fuerzas hispano-occitanas contra fuerzas de voluntarios cru-
zados. La coalición estaba formada por la Corona de Aragón, el condado
de Tolosa y los principales nobles feudales transpirenáicos, que se encon-
traban ligados a los dos primeros por razones feudo-vasalláticas. Los

Muret en la actualidad; la señal indica el lugar de salida de las fuerzas cruzadas, el círculo
el campo de batalla, y el rectángulo el lugar del campamento hispano-occitano.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 39

principales jefes aliados eran el rey Pedro II de Aragón, el conde Raimon


VI de Tolosa, el conde Roger Bernat de Foix, el conde Bernat IV de Com-
minges, y el vizconde Gaston VI de Bearn. Por el otro bando, los cruza-
dos se encontraban liderados por Simón de Monfort, a pesar que, nomi-
nalmente, el legado papal Arnau Amalric era el jefe político y espiritual
de la cruzada.
Respecto del tamaño de los ejércitos que participaron en la batalla, y
de igual manera que sucedía con las fuerzas reunidas para la cruzada de
1209, se han barajado cifras muy elevadas para los contendientes42 de
Muret; pero estas ingentes cifras parecen no tener en cuenta la propia
demografía de la época, las condiciones de reclutamiento y servicio, y
especialmente, los problemas logísticos y de abastecimiento. Las fuerzas

42 La controversia sobre el tamaño de los ejércitos se sigue planteando hasta fechas todavía recien-
tes; en su libro Batallas decisivas de la Historia de España, Juan Carlos Losada menciona las
siguientes cifras: 42.000 hombres para el ejército hispano-occitano y 7.000 para los cruzados.
Otros historiadores, como Xavier Escura en su libro Els mites de Muret i Montsegur, aportan
cifras también muy elevadas respecto de los efectivos tolosanos: el conde de Tolosa dispondría de
3.000 caballeros, y más de 20.000 hombres de infantería; teniendo en cuenta las fuerzas disponi-
bles por otros países (Francia, Inglaterra, Sacro Imperio), puede parecer excesivo que los tolosa-
nos hubiesen podido reunir tantas fuerzas. No hay que olvidar que los cronistas medievales no
hacían fe de la cifra objetiva de los ejércitos, sino que tan solo querían poner de manifiesto la
ingente cantidad de personas aglutinadas en aquel ejército. Es por ello que creer como exacta una
cifra que tan solo intenta reflejar una idea, un concepto de magnitud, parece ejercicio casi qui-
mérico. Las fuerzas efectivas medievales eran los «peones», soldados armados, bien con espada
y escudo, lanza y escudo, o con largas picas, auxiliados por ballesteros y en menor medida, por
arqueros –excepto en Inglaterra–. Pero no hay que olvidar que junto a estos contingentes de hom-
bres de armas –ya fuesen mercenarios o huestes permanentes– encontramos soldados no profe-
sionales, milicias ciudadanas, levas de siervos provistos de armas de fortuna, que se encuadraban
en los ejércitos feudales con mayor o menor entusiasmo. Y junto a ellos, la pléyade de sirvientes,
siervos, mercaderes, etc. que acompañaban a los ejércitos en sus desplazamientos. Es por ello que
las cifras comentadas en las crónicas, de no ser examinadas en profundidad, pueden conducir a
erróneas interpretaciones y conclusiones: frecuentemente los cronistas destacaban la cifra total de
personas que viajaban en un ejército, pero no atendían a clasificarlos, identificando específica-
mente los soldados de todos aquellos no combatientes; no hay que olvidar que la profunda estra-
tificación social existente en la Edad Media, que creaba un auténtico abismo social e ideológico
entre la casta nobiliaria y la religiosa, separándolas del pueblo llano, del vulgo, de aquellos que
formaban una masa anónima, tenía también su reflejo en la literatura: los datos sobre caballeros
pueden llegar a ser exactos, pero las cifras del «resto», incluyendo tanto soldados como acompa-
ñantes civiles, no tendrían un valor objetivo, sino tan solo intentarían transmitir una realidad, una
idea de una fuerza numerosa, de una muchedumbre a las órdenes de los nobles. Además, si hicié-
ramos caso de aquellos que afirman que las fuerzas de infantería tolosana eran más de 15.000 sol-
dados, puede surgirnos la siguiente pregunta: ¿por qué ahora, después de 4 años de guerra, con
un territorio circunscrito solo a la ciudad de Tolosa y a Montauban, pudo el conde Raimon reunir
tan imponente ejército? ¿Cómo se podría haber alimentado esa masa humana si los alrededores
de Tolosa estaban devastados? ¿Podía reunir el condado de Tolosa tan ingente fuerza, cuando el
todo el Imperio alemán, en la batalla de Bouvines, al año siguiente, no pudo reunir más de la
mitad de esa cifra?
40 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

combinadas de tolosanos y aragoneses podían ascender, a lo sumo, alrede-


dor de 12.000 hombres43:
• 800 guerreros a caballo catalano-aragoneses.
• 1.000-2.000 guerreros a caballo occitanos, gascones y mercenarios.
• 5.000 a 10.000 peones de infantería, en su mayoría milicias ciudada-
nas de Tolosa, Montauban y sus alrededores44.
• A estas cifras hay que añadir un contingente de unos 200 caballeros y
400 hombres a caballo, a las órdenes de Nuño Sanç y Guillem de
Montcada, que cruzaban los Pirineos para unirse al rey Pedro en la
ciudad de Tolosa; sin embargo, estos refuerzos estaban todavía lejos
del escenario de Muret: la víspera de la batalla se situaban cerca de
Narbona45, siguiendo el camino de la costa, a más de 170 Km de
Muret. Recorrer esta distancia que les separaba del rey implicaba
varios días de marcha: en una jornada media, de unas 8 horas de mar-
cha, el caballo se desplaza a una velocidad media de 8 a 10 km/h.
No hay duda que este heterogéneo ejército, a pesar de su número, no
formaba una masa compacta, ni en experiencia ni en fiabilidad. Los caba-
lleros catalano-aragoneses contaban en su mayoría con la experiencia
adquirida el año anterior en las Navas de Tolosa, pero en cuanto a las hues-
tes occitanas, no se podía decir los mismo: sólo se podría confiar en la pro-
fesionalidad de los pequeños contingentes de tropas personales de los
nobles occitanos –especialmente de los hombres de Foix–, y la calidad de la

43 Las fuerzas disponibles por el rey Pedro son un elemento más de discordia entre las fuentes. Estas
cifras son las aportadas por F.X. Hernández en su obra Història Militar de Catalunya. Podría pare-
cer temerario que el rey Pedro hubiese iniciado la expedición sólo con hombres a caballo, sin con-
tar con el apoyo de infantería, pero hay que tener en cuenta que en aquellos momentos el monar-
ca conocía la situación delicada en la que se encontraba Monfort, y que la urgencia para actuar
era extrema; por ello era necesario iniciar una marcha veloz, que solo podría lograrse si se conta-
ba con fuerzas de caballería. Además, los informes que recibía el rey le indicaban que la masa de
infantería de los meridionales, a pesar de su inexperiencia, contaba con una entidad suficiente
para, de alguna o de otra manera, ser de utilidad para el desarrollo de la campaña.
44 Estas cifras deben considerarse siempre en una dimensión a la baja. No hay que olvidar que, junto
a las dificultades en las que se encontraba el condado de Tolosa, hay que añadir las propias limi-
taciones demográficas y logísticas de la época. Así, por ejemplo, el conde Guillermo el Conquis-
tador sólo pudo reunir, para su campaña de conquista del trono de Inglaterra, una fuerza máxima
de unos 14.000 hombres, de los cuales unos 10.000 fueron infantes; el emperador Federico Bar-
barroja, en sus campañas italianas –y en el apogeo de su poder– pudo reunir un ejército de una
fuerza máxima de 15.000 hombres, un tercio de los cuales serían de caballería. Para la expedición
contra la Corona de Aragón, en 1285, el rey francés Felipe III contó con un ejército de unos 8.000
hombres, de los cuales 1.500 eran caballeros y escuderos. Todas estas fuerzas solo podían ser ope-
rativas durante un período muy limitado de tiempo, consumiendo una gran cantidad de abasteci-
mientos, forzando al límite los recursos de los territorios en los que operaban.
45 ROVIRA I VIRGILI, Antoni. Història de Catalunya. (Vol IV). La Gran Enciclopedia Vasca. Bil-
bao, 1977 Pág. 485.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 41

milicia de infantería era a todas luces cuestionable para sostener no ya un


prolongado asedio, y mucho menos una batalla campal.
Respecto del tamaño del ejército cruzado, todos los historiadores con-
temporáneos coinciden en indicar que su fuerza era muy inferior respecto
del contingente hispano-occitano. Ello se debía a las especiales caracterís-
ticas del servicio militar en el bando cruzado: excepto por un núcleo de
fuerzas personales feudales de Monfort y sus nobles, el resto del ejército se
componía de voluntarios que se enrolaban por un período determinado de
campaña, tras el cual podían regresar a sus hogares con la indulgencia
papal. A lo largo del año 1213 –y gracias a los esfuerzos diplomáticos del
rey Pedro–, el apoyo de Roma a la guerra en Occitania había disminuido
hasta el punto extremo que incluso se llegó a plantear el cese definitivo de
las hostilidades, los contingentes militares cruzados eran significativamen-
te menores que en las campañas anteriores: se ha barajado la cifra aproxi-
mada de unas fuerzas totales de 1.000-1.200 hombres a caballo y alrededor
de 1.500-2.000 infantes y arqueros46 en todo el territorio occitano ocupado
por los cruzados. Las noticias y rumores que recorrían el territorio infor-
mando de la llegada del ejército hispano del rey Pedro habían motivado que
Monfort, para mantener el control de la población ocupada, destinase a
buena parte de su ejército a tareas de guarnición, a la espera de la identifi-
cación del punto de invasión. Al no haber podido contar con los refuerzos
habituales de la campaña de primavera, Monfort no disponía de ninguna
fuerza de maniobra de envergadura con la que oponerse al avance del rey.
Es por ello que el conde tuvo que arriesgarse, para poder socorrer a la guar-
nición de Muret, a despojar a sus otras fortalezas de la mayoría de las res-
pectivas guarniciones, dejando sólo en cada una de ellas una fuerza mínima.
Recurriendo a esta drástica medida, parece que pudo reunir para su fuerza
de socorro a unos 700-800 jinetes y unos centenares de peones.
Independientemente de la cifra real de fuerzas cruzadas presentes en
Muret, de lo que no cabe duda es que Monfort se encontraría en inferiori-
dad numérica; de ello se encargaron de propagarlo los cronistas procruza-
dos. No hay que olvidar que las fuentes de la época intentaban glorificar la

46 Los efectivos cruzados no provenían únicamente del territorio real francés, de Flandes o el Impe-
rio; ya que junto a ellos aparecen guerreros occitanos, como Balduino de Tolosa –hermano del
conde Raimon VI de Tolosa–, que aleccionados por la cruzada, unen sus armas y destinos al de
Monfort. Diferentes fueron los motivos que les llevaron a tomar las armas contra sus vecinos: fer-
viente y sincera devoción católica, búsqueda de beneficios personales, venganzas, rencores y
ultrajes pasados, etc. Frecuentemente olvidados, tratados simplemente como traidores, su apoyo
al bando cruzado no haría más que mostrar la inestabilidad política y social que imperaba en Occi-
tania antes y durante la cruzada. Definitivamente, la idílica sociedad trovadoresca, galante y pací-
fica, imaginada e idealizada, no se correspondería con la cruda realidad.
42 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

hazaña de los cruzados, hasta alcanzar un simbolismo cuasi divino; por ello
las fuentes habrían mantenido sus cifras expresamente a la baja. A pesar de
su inferioridad numérica, Simón de Monfort era consciente que sus tropas
tenían mayor experiencia de combate que sus oponentes. No en vano, el
núcleo principal de sus fuerzas residía en las tropas veteranas de la campa-
ña de 1209, en aquellos voluntarios que habían permanecido con él desde
los primeros días de la lucha, que preferían la nueva vida de riquezas –y
muerte– en tierras occitanas; muchos ellos, además, poseían la experiencia
bélica previa de la guerra en Tierra Santa y de la guerra de Normandía. Pero
Monfort, profundo devoto y experto conocedor de la mentalidad de su tiem-
po, tampoco descuidó la moral de sus guerreros: convocó a los obispos de
Tolosa, Carcassona, Nîmes, Uzes, Lodéve, Agde y Besiers, a los abades de
Clairac, Vilamagna y Saint-Thibéry y al legado Arnau Amalric, con la inten-
ción que les acompañaran en la expedición. Monfort sabía que de aquella
campaña sólo podía salir un vencedor, y estaba dispuesto a contar con la
ayuda divina.
El 10 de septiembre, el ejército aliado llegaba delante de las murallas de
Muret, protegida sólo por treinta caballeros y sarjeants cruzados y una fuer-
za pequeña de peones. Monfort, que se encontraba estratégicamente situa-
do en la villa de Fanjaux, a la espera de las noticias de la invasión –cir-
cunstancia que temía desde hacia varias semanas–, se pone en marcha con
sus fuerzas para ir a socorrer a la guarnición A lo largo de todo el día los
cruzados cabalgan para recorrer la distancia de 60 Km que separa Fanjaux
de Muret; al atardecer, Monfort y los suyos llegan a Saverdun. La intención
original de Monfort era cabalgar toda la noche para cubrir los 35 Km que
separan las dos ciudades, y llegar a Muret antes del alba, pero los obispos
que lo acompañaban, agotados por la dura jornada, querían descansar; la
tropa, también exhausta, se sumó a esa petición. Monfort, según Pierre des
Vaux de Cernay, consciente de las necesidades de su ejército, accedió.
Al día siguiente Monfort y sus tropas entraron en la ciudad asediada.
Para los cruzados, aquello podía significar un alivio momentáneo, pero
visto en perspectiva, no se trataba más que de una ratonera ideada por el rey
Pedro; dentro de la villa, Monfort evaluó la situación: sus tropas sumaban
unos 800 jinetes y alrededor de 700 soldados de infantería, y los víveres
escaseaban. Para un experto jefe militar como él no podía pasar desaperci-
bido que no se podría soportar un asedio; la encrucijada tenía dos únicos
caminos: combatir al día siguiente, contra un ejército muy superior, o el
deshonor de una retirada. Simón de Monfort, tras conversar con sus oficia-
les y con sus curtidos veteranos, se reunió con los legados, solicitándoles
permiso para entablar batalla al día siguiente. Los eclesiásticos se pronun-
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 43

ciaron negativamente. El conde se retiró a sus aposentos y pasó la noche en


vigilia, orando junto a su confesor47.
Pero los obispos, a pesar de la tranquilidad aparente de Monfort, de sus
palabras de confianza en la victoria, seguían sumidos en una creciente
desesperación, y decidieron enviar una embajada de dos sacerdotes al
campo hispano-occitano, para rogar que el rey abandonara a los enemigos
de Dios. Los emisarios salieron al alba de la villa de Muret y lo hicieron
descalzos, en señal de humildad. El rey se negó a recibirles. A lo largo de
aquellas horas, los obispos enviaron hasta 3 embajadas, sin ningún resulta-
do satisfactorio.
En el bando hispano-occitano, la actividad se inició a primera hora de la
mañana: tras oír misa, el rey Pedro convocó un consejo de guerra, con la
presencia de los principales barones y capitanes del ejército. El soberano
inicia su parlamento dando ánimos a sus hombres, exhortándoles a que
mostraran la misma audacia que les había valido la gloria en las Navas de
Tolosa un año antes; invitó a cada caballero a distinguirse por su valentía en
el campo de batalla y cedió la palabra a aquel que quisiese intervenir48. El
conde Raimon VI, el hombre de más edad de los presentes y enemigo tra-
dicional de la Corona aragonesa en Occitania, si bien reciente aliado–,
conocedor de la falta de experiencia de las tropas tolosanas, deseaba evitar
una batalla campal: proponía fortificar el campamento con una línea de
empalizadas, tal y como había hecho en Castelnou d’Arri (1211), y repeler
a los cruzados con ballestas, si intentaban forzar el asalto del campamento;
de esta manera se podrían contener los ataques enemigos, manteniendo a las
fuerzas de caballería en reserva para lanzar prestos un contraataque una vez
desgatada la ofensiva cruzada. En el supuesto que los cruzados no atacasen
el campamento, el conde proponía proseguir con el asedio.
Pero estas propuestas contradecían frontalmente los planes del rey
Pedro: éste tenía ya en mente presentar batalla, considerando que en Muret
no solamente se tenía que derrotar al enemigo, sino también conseguir la
paz, pero desde una posición de fuerza. Y eso sólo se puede conseguir con
la victoria en un campo de batalla, no venciendo tras un asedio. Toda la

47 Son constantes las referencias de las fuentes a las comparaciones y contraposiciones entre las acti-
tudes de los dos jefes: mientras Simón de Monfort pasaba la noche en vela junto a su confesor, el
rey Pedro yacía con una cortesana y sucumbía a los pecados de la carne. Más allá de la interpre-
tación anecdótica de los hechos reales, se manifiesta una voluntad unívoca de mostrar que Dios
solo se podía poner de parte de los cruzados.
48 Era costumbre que el jefe de un ejército, en un consejo de guerra, tras su exposición del plantea-
miento táctico a seguir, ofreciese la palabra a todo aquel oficial y noble que estuviese presente: a
pesar de la jerarquía, en estas reuniones reinaba una relativa transparencia, primando la sinceri-
dad y fundamentación de las opiniones, por encima de estatus y relaciones vasalláticas.
44 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

Cristiandad ha de ver cómo el rey de Aragón derrota a Monfort en buena


lid. El rey es consciente de las enormes posibilidades políticas que se abren
con la derrota de Monfort en el campo de batalla. Nadie duda de la ortodo-
xia del rey Católico, quien ha ganado fama internacional tras la batalla de
las Navas, pero su apoyo a los barones occitanos, excomulgados por Roma,
plantea una cuestión religiosa y moral de difícil resolución; es por ello que,
venciendo a Monfort, y dentro del razonamiento medieval, la derrota de los
cruzados mostrará a todos que la Verdad no está de parte de Monfort y los
suyos, sino que éste se ha excedido y abusado de sus prerrogativas, y no se
comporta como un buen cristiano ni como caballero: por un lado, se ha vali-
do de la Iglesia y de la idea de santa cruzada para atacar a otros católicos y
despojarles de sus tierras; por otro, se ha alzado en armas contra su señor
feudal el rey de Aragón. La lógica feudal, pues, obliga a que el conflicto se
dirima en una batalla campal. El rey, muy hábilmente, plantea el conflicto
en un plano personal: quiere vencer a Monfort, no derrotar a Roma.
La victoria sobre el ejército cruzado a manos de un rey con el prestigio
de Pedro II, permitiría a éste negociar directamente con el Papado la posi-
bilidad de una paz negociada; no es difícil imaginar cuáles serían las con-
diciones del armisticio: a cambio de establecer medidas políticas y religio-
sas efectivas contra los cátaros, la retirada de todo apoyo feudal a la herejía
y el restablecimiento de la supremacía eclesial romana, Pedro II exigiría a
cambio la restitución de las tierras y posesiones a sus legítimos propietarios,
la desmovilización del ejército cruzado y el encarcelamiento del noble
rebelde Simón de Monfort –el cual, en sentido estricto, se había alzado en
armas contra su señor feudal, el rey Pedro–.
Pero no hay que olvidar que las crónicas prooccitanas que nos relatan el
consejo de guerra –Canzó de la Crozada y la Crónica de Guilhem de Puy-
laurens– fueron escritas más de dos décadas posteriores a los sucesos, y en
ellas hay una intención manifiesta en destacar el papel que juega la casa de
Tolosa en el conflicto occitano49; de ahí el papel relevante que se pretende
asignar al conde Raimon: con el recuerdo de la derrota de Muret, y para
ensalzar a los condes de Tolosa, en éstos relatos se pone de relieve la pru-
dencia de Raimon, frente a la irreflexiva gallardía del rey Pedro. Los cro-
nistas, pues, no entran a reflexionar las motivaciones del rey, sino sólo trans-

49 En esta época, el conde Raimon VII –presente en Muret– es el jefe de la resistencia contra el
dominio real francés, que a partir de 1225 había intervenido militarmente en el conflicto. Las
actuaciones de Raimon VII fueron mucho más enérgicas y activas que las de su padre, pero no por
ello los cronistas tenían que desmerecer o minusvalorar la actuación del anciano conde; sin lugar
a dudas, mientras se narraban los hechos, el papel del conde de Tolosa en Muret se maquilló para
reflejar una imagen política adecuada, si bien alejada de la realidad.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 45

miten lo anecdótico: la disputa entre los dos líderes. El rey Pedro, al recha-
zar de plano la propuesta del conde Raimon, sólo logra enemistarse con él:
Raimon se retirará a su tienda, de las crónicas se desprende que apenas par-
ticipó en los acontecimientos posteriores de la batalla. El alférez real,
Miguel de Luesia, lanzó un furibundo ataque verbal al conde de Tolosa50
que, lejos de corresponderse a un exaltado ideal caballeresco, podrían res-
ponder al recelo que él mismo como caballero, el rey Pedro y los suyos
mantenían respecto de los tolosanos:
a) Durante generaciones habían sido los tradicionales enemigos de la
Casa de Aragón en la pugna por la supremacía en esas tierras meri-
dionales, y que sólo ahora, bajo la extrema presión de los cruzados,
habían accedido a la pleitesía y protección de Aragón51.
b) La estrategia dubitativa y contemporizadora de los condes de Tolosa
frente a la agresión de la Cruzada; en un primer momento, el conde
Raimon intentó unirse a los cruzados y desviar el ataque hacia el viz-
condado de los Trencavell, súbditos de Pedro II; posteriormente, sus
reiterados intentos de llegar a una solución negociada y evitar la con-
quista de sus tierras. Pero además, todos los meridionales y los cata-
lano-aragoneses conocían perfectamente la actitud que había mos-
trado el conde en la batalla de Castelnou d’Arri, cuando el conde de
Foix se alzaba con la victoria frente a Monfort, lejos de apoyarle,
guardó una postura defensiva que permitió a los cruzados contraata-
car y alzarse con la victoria.
c) El conde de Tolosa usaba su condición de noble para imponer su
consejo por encima de la veteranía de guerreros experimentados. En
aquella época no existía una cadena de mando permanente y el ejer-
cicio del liderazgo de una hueste medieval frecuentemente no prove-
nía de la experiencia de combate si no del linaje, pero se aceptaba la
voz de los jefes militares curtidos, aunque no perteneciesen a gran-
des casas nobiliarias; la propuesta de Raimon VI chocaba de plano

50 Luesia reprobaría al conde Raimon la oportunidad y calidad de sus consejos en cuestiones mili-
tares, cuando el conde no había sabido conservar ninguno de sus dominios ante las fuerzas cru-
zadas.
51 La Gran Guerra Meridional (1112-1190) significó una herida abierta en las tierras occitanas, una
lucha constante que impidió cohesionar el territorio alrededor de un poder estable y fuerte. Los
tolosanos nunca pudieron llevar la iniciativa estratégica; sus compromisos internacionales (Fran-
cia, Tierra Santa), sus delicadas finanzas y sus díscolos vasallos les impidieron poder actuar como
el revulsivo de la unidad occitana. El colapso tolosano pudo llegar en 1159, cuando fuerzas cata-
lana-aragonesas avanzaron sobre Tolosa; sólo con la ayuda francesa el conde Raimon V pudo
mantener su feudo y conjurar el peligro. Tal y como indica Alvira Cabrer, los tolosanos nunca
enviaron fuerzas más allá de los Pirineos.
46 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

con las ideas del rey, pero éste no podía manifestarse abiertamente
contra los consejos de su recién aliado, por lo que, en boca de su
amigo de Luesia, exponía la postura de los que contaban con la expe-
riencia adquirida en los últimos años junto a Pedro, y especialmente
con el recuerdo de la jornada de las Navas. Así, frente a la opinión
del tolosano, de resguardarse tras los parapetos del campamento,
Luesia aspiraba a sacar todo el partido de la superioridad táctica de
los meridionales en una batalla campal, que indudablemente se ofre-
cía difícil, pero no imposible.
Y a pesar de todo ello, la táctica de Raimon VI de Tolosa ha sido valo-
rada positivamente por los historiadores –tanto por los coetáneos del
momento como por nuestros contemporáneos– y es calificada como bri-
llante. Soldevila va más allá y argumenta que la mentalidad burguesa y culta
del conde de Tolosa se pone de relieve con esta táctica y, de hecho, de seguir
sus consejos, la batalla –y por ende, la guerra, la cruzada y el destino de
Occitania y Cataluña– hubieran sido totalmente diferentes.
Esta apreciación no puede ser aceptada tácticamente; en primer lugar,
resulta ilógico pensar que el pensamiento burgués y mercantil de los meri-
dionales pudiera crear y materializarse en una doctrina militar superior a
la de los caballeros –del norte o de más allá de los Pirineos–, curtidos en
años de experiencia en los campos de batalla de Normandía, Aquitania,
Flandes y Tierra Santa; en segundo lugar, el repliegue hacia el campa-
mento aliado otorgaba a Simón la iniciativa táctica –y estratégica– de la
campaña de 1213; en tercer lugar, no permitía una conclusión de la gue-
rra, y posponía la resolución del conflicto, con el riesgo de la intervención
oficial francesa.
Como prueba de la limitada capacidad táctica del conde tolosano encon-
tramos el hecho de basar, justamente, su estrategia de batalla en la suposi-
ción que Monfort se lanzaría al ataque sobre el campamento aliado –que,
recordemos, albergaba a una fuerza de unos 10.000 soldados–, en lugar de
plantear una batalla campal o retirarse. Imaginar que el líder cruzado lan-
zaría su escaso millar de hombres, contra una fuerza diez veces superior,
con todas las vías de salida constantemente vigiladas, en campo abierto, tras
vadear un caudaloso río, puede resultar un ejercicio de fe, más que de la
razón. De hecho, el propio Monfort decía que si no podía atraer al enemigo
fuera de sus tiendas, tendrían que retirarse. Se pone, pues, de relieve, que la
táctica de Tolosa era totalmente errónea, aunque muchos en la actualidad
crean justo lo contrario. Salve decir que, salvo en pocas excepciones, una
defensa exclusivamente estática nunca puede conceder la victoria a un ejér-
cito: la línea Maginot, la muralla del Atlántico, la línea Sigfrido, las barre-
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 47

ras de arena en el Canal de Suez, las defensas del desierto en la Guerra del
Golfo, etc. son ejemplos de defensas «inexpugnables» que fueron rebasadas
y conquistadas. Este razonamiento, pues, tan alejado no ya de los ideales
caballerescos que podía hacer gala el rey Pedro II, sino de las más elemen-
tales consideraciones tácticas –que sí habían sido consideradas por el
monarca– revela la causa por la cual la guerra había sido, hasta aquel
momento, tan desfavorable para el bando occitano: sin un liderazgo fuerte,
respetado y experimentado en cuestiones políticas y militares, los meridio-
nales habían sido derrotados uno a uno por un ejército inferior en número.
Además, el conde de Tolosa pretendía el uso de la ballesta para contra-
rrestar una carga de caballeros cruzados. Hay que tener en cuenta que el
empleo de la ballesta estaba repudiado por los usos militares de la época, al
menos en teoría: la ballesta era considerada un artefacto para cobardes.
Según el estricto código de honor de los caballeros medievales, las armas
«nobles» eran la lanza, la espada, el hacha, la maza y la daga, armas de
honor, directas y personales.
Pero el empleo de armas arrojadizas era considerado como un acto vil,
propio de los peones. Es por ello que la aristocracia sentía un profundo des-
precio –y terror52– por el arma propulsada a distancia, puesto que el impac-
to del virote de la ballesta traspasaba las cotas de malla.
Para un noble, entrenado desde la infancia en el arte de la guerra, pro-
tegido con un costosísimo armamento defensivo, era intolerable la posibili-
dad de ser vencido o muerto no por un igual sino por un plebeyo escasa-
mente adiestrado, cobarde por definición53 y desde una distancia tal que era
imposible la mera defensa. La muerte acechaba ahora no en el campo de
batalla, en un combate singular, sino en cualquier escaramuza, al doblar un
recodo del camino, una muerte anónima, sin gloria. Este tipo de muerte, sin
gloria, rompía la concepción moral de la época, y podía alterar el orden
social establecido; es por ello que el II concilio de Letrán (1139) prohibió
el empleo de la destreza mortífera de arqueros y ballesteros pero, eso sí,
sólo contra otros cristianos. Paradójicamente, y en aras a una mayor efecti-
vidad militar, estas prohibiciones eclesiásticas serían ignoradas desde un
principio por buena parte de los nobles feudales.

52 Para la nobleza cristiana y para la Iglesia de Roma la ballesta fue un arma despreciada cuando no
maldita, no en vano una de sus representaciones más antiguas en la iconografía era en manos de
un demonio.
53 De hecho, mientras que un caballero capturado era normalmente respetado por sus pares, por soli-
daridad de clase y para conseguir un rescate, los arqueros y ballesteros eran masacrados como
asunto de rutina e incluso los nobles de un ejército podían aplastar con los cascos de su caballo a
sus propios ballesteros si se interponían en su camino.
48 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

Es por ello que, dentro del contexto de aquellos momentos, plantear una
batalla en base al empleo de la ballesta, en manos de fuerzas «herejes» con-
tra caballeros cruzados, además de estar parapetados detrás de fortificacio-
nes, en lugar de entablar batalla campal, representaba una afrenta, no solo
para el código de honor y moral de los caballeros, sino que iba más allá, y
cualquier victoria así obtenida no podía esperar la aprobación ni el presti-
gio necesario como para ser determinante en el conflicto ni a escala inter-
nacional.
Sin duda, la postura de Raimon de Tolosa podría corresponder más a la
apreciación de las debilidades de su caballería y de la escasa preparación y
armamento de las milicias y peones tolosanos que les acompañaban. Es por
ello que el conde buscara la protección del campamento, no tanto por un
concepción táctica más avanzada, si no por el hecho de no sucumbir en una
batalla trascendental, sin las debidas garantías de victoria. Es desde este
razonamiento que la posición de Raimon VI se podría considerar como
aceptable.
Existen, pues, dos claras visiones del conflicto: el conde Raimon cree
que venciendo a Monfort en combate, la guerra se resolverá favorablemen-
te y la situación internacional podrá volver al status quo existente en 1209.
Por su parte, el rey Pedro confía en que la derrota de Monfort, en batalla
campal, sirva para que los legados y Roma accedan a resolver el conflicto
de manera negociada.
Una estratagema defensiva quizás habría dado la victoria en Muret54,
pero no habría significado el fin de la guerra –si al menos, de la campaña
de 1213–. El Papa Inocencio III habría redoblado esfuerzos y Francia podría
intervenir directamente –si se prescinde de la amenaza que sufría la monar-
quía francesa, también en aquellos momentos, provenientes del Imperio y
de Inglaterra, sucesos que alcanzarían su cénit en 1214, con la batalla de
Bouvines–.
Tras el incidente con el conde, el monarca acuerda con sus barones
levantar la reunión, y los guerreros se preparan para el combate. Finalizado
el consejo de guerra, las crónicas retoman la acción del combate: fuerzas de
infantería meridionales avanzan hacia las murallas, y toman la parte nueva
de la ciudad. En el bando cruzado hay enorme preocupación ante el avance

54 Con la opción de la defensa estática se prescinde de tres hipótesis principales que surgen ante tal
circunstancia: en primer lugar, Simón de Monfort podía haber abandonado Muret y no presentar
batalla, con lo cual la guerra hubiera continuado; en segundo lugar, Monfort podía atacar el cam-
pamento, salir con vida y obtener nuevos refuerzos y continuar la guerra; en último planteamien-
to, y simplificando otros escenarios, los cruzados podían haber arrollado el campamento aliado y
alzarse con la victoria.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 49

occitano: los prelados esperan todavía que el rey Pedro escuche sus súplicas
y no prosiga el combate, y es por ello que se niegan a autorizar el combate
hasta que no se conociesen las nuevas del rey. Pero Monfort, al igual que
Pedro II, sabe que se trata del combate definitivo, y así plantea a los lega-
dos la necesidad de entablar batalla, ante la contundencia de los asaltos de
la infantería enemiga a las murallas de la ciudad. Los obispos ceden.
En una reunión con sus lugartenientes, Monfort expone su plan de bata-
lla, meditado tras horas de estudio de la situación; la valoración de la situa-
ción que hace el jefe de los cruzados expresa la necesidad de arriesgarse a
una batalla en campo abierto, o sino, serán aniquilados. Monfort dirá: «Si
no podemos hacer que se alejen un buen trecho de sus tiendas, no nos que-
dará más remedio que correr55». Tras el consejo guerra56, Monfort ordena
que las tropas formen en la plaza del mercado, en el lado suroeste de la ciu-
dad, a la espera de sus instrucciones. Antes de armarse, se detiene breve-
mente en la capilla del castillo para orar: de nuevo aparece la profunda reli-
giosidad del líder cruzado, en contraposición con la ausencia de liturgias
católicas en el ejército del rey Pedro.
Son muchos los historiadores que han tratado la batalla de Muret, apor-
tando luces –y sombras– al debate sobre los acontecimientos que se desa-
rrollaron en aquel lejano 12 de septiembre de 1213. Sin embargo, si com-
paramos las hipótesis planteadas por los principales especialistas en la
materia57 se pueden establecer cuáles son los elementos comunes en las
diferentes teorías y también cuáles son aquellos elementos en los que exis-
te la discordia.
Podemos avanzar que las cinco teorías existentes se agrupan, bajo dife-
rentes matices, en aquellas que plantean una batalla desarrollada en direc-
ción Este-Oeste –salida de las fuerzas cruzadas por la puerta de Salas, rodeo
de la muralla y paso por el puente de san Serni– y aquellas otras hipótesis

55 Es muy significativo el hecho que Monfort planificase una acción decisiva a campo abierto, sin
considerar ni el mantenimiento del asedio ni tampoco atacar el campamento aliado. Tanto Monfort
como Pedro II compartían, pues, el mismo planteamiento táctico: si el rey hubiese aceptado los
consejos de Raimon VI, Monfort hubiese escapado de Muret, con lo que de nuevo la iniciativa
estratégica de la guerra hubiese pasado a manos del cruzado. Por supuesto que nadie puede aven-
turarse a afirmar que hubiese pasado en esta nueva fase de la guerra, pero las oportunidades de
tener neutralizado a Monfort, como en aquellos días en Muret, difícilmente se hubiesen repetido.
56 Paradójicamente, y a diferencia del rey Pedro II, Monfort no cede la palabra a ninguno de sus ofi-
ciales, ni permite la existencia de ninguna alternativa: su plan ha sido inspirado directamente por
Dios, tras pasar rezando toda la noche. No hay, pues, posibilidad de cuestionar nada: la victoria
vendrá decidida por su apoyo a la causa de la Cruzada.
57 Nos hemos centrado en las referencias de los siguientes especialistas: Delpech (La Bataille de
Muret et la Tactique de la cavalrie au XIIIe siècle), Dieulafoy (La bataille de Muret), Ventura
(Pere el Catòlic i Simó de Monfort)y Hernández (Història militar de Catalunya).
50 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

que lo sitúan en un eje de ataque Sur-Norte –salida por la puerta de Salas,


avance por la orilla del Loja y un posterior cruce por un vado–. En todas
ellas –excepto en la versión de F.X. Hernández–, se destaca que las fuerzas
hispano-occitanas estaban previamente formadas para la batalla.
La falta de precisión sobre el orden de combate aliado en las fuentes his-
pano-occitanas podría responder a una falta de información, pero también
podría responder a una deliberada ocultación para no mancillar el honor de
alguno de los participantes; todo parece indicar que sería la figura del conde
Raimon de Tolosa la que se querría proteger: el parlamento ante el rey, su
táctica «razonable» expuesta con claridad, rechazada por el rey, etc. pero,
significativamente, se guardaría silencio sobre su protagonismo en la acción
bélica. De hecho, los historiadores solo pueden establecer conjeturas acer-
ca de si tomó parte o no en la batalla.
La idea general transmitida es que el rey actuó como un caballero
impulsivo y optó por la batalla campal, persiguiendo su ambición de gloria
y fama, sin valorar las consecuencias, cediendo la ventaja táctica al acorra-
lado Simón de Monfort. De hecho, en un momento en que la literatura
medieval se recreaba en historias caballerescas, no podía concebirse imagen
más sublime que la de un rey a la cabeza de sus huestes58. Así se nos ha
transmitido la imagen, por ejemplo, de la actuación personal de los tres
monarcas en la batalla de las Navas, que fue fundamental para la victoria
cristiana; los reyes de Navarra, Aragón y Castilla se lanzaron al combate, en
el momento más delicado de la batalla, con la intención de motivar a sus
hombres, prescindiendo de ocupar un puesto seguro en retaguardia, tal y
como aconsejaba la prudencia militar. El planteamiento del rey Pedro II de
una batalla campal no puede valorarse a la ligera, como una falta de res-
ponsabilidad del monarca, optando por una insegura confrontación campal
y rechazando de plano la segura –y, siguiendo este planteamiento, exitosa–
opción de la defensa del campamento.
El rey Pedro contaba con una dilata experiencia de combate, tanto en
guerra de asedio, como en cabalgadas, pero también en batallas. Su con-
curso en las Navas de Tolosa tuvo que representar un enorme bagaje y fuen-
te de conocimientos para el rey y el resto de sus tropas. El soberano era

58 Las crónicas narran que en la batalla de Alarcos, el rey Alfonso VIII, ante la derrota que se ave-
cinaba, se lanzó con su mesnada al centro del combate, con la intención de servir de ejemplo a
sus tropas, involucrándose personalmente en la batalla, con la única idea de alcanzar la victoria u
obtener una muerte gloriosa, puesto que el ideal caballeresco exigía el sacrificio personal antes
que una vida de deshonor. La postura heroica del rey castellano no logró resolver a su favor la
batalla, y los consejeros y miembros de la mesnada real consiguieron que el monarca desistiera
de su postura y se retirase con los restos del ejército.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 51

consciente de la heterogeneidad de sus fuerzas, de la calidad de los caballe-


ros que formaban en su ejército; falto de la experiencia y potencia de los
caballeros de las órdenes militares, sólo podía confiar realmente en su hues-
te catalano-aragonesa y en las fuerzas del conde de Foix.
Es por ello que, basándose en las lecciones aprendidas a lo largo de su
carrera militar, Pedro II planificó el siguiente despliegue táctico:
• El lugar de la batalla tendría que ser forzosamente la llanura del norte
de Muret, al otro lado del río Loja, y no en la zona del oeste de Muret,
en el triángulo de tierra formada entre el Garona, el Loja y la ciudad.
El rey había elegido muy hábilmente este escenario: obligará a salir a
campo abierto a los cruzados, pero previamente deberán cruzar el río
Loja, por lo que sus filas quedarían desorganizadas antes de entrar en
combate; además, la elección de ese emplazamiento provocará que
Monfort combata de espaldas al río Loja, encerrado por el Garona por
su derecha, y lejos del apoyo de la guarnición de la ciudad, sin apenas
posibilidad de garantizar una ruta de retirada segura.
• En vanguardia, para ralentizar la carga cruzada, los caballeros de Foix
y un numeroso grupo de caballeros catalanes. Los primeros tenían
experiencia de combate, especialmente en la batalla de Castelnou d’A-
rri; los segundos, de la campaña de las Navas. La elección como jefe en
el conde de Foix59 era obvia, tras su destacado papel a lo largo de toda
la guerra. No hay que olvidar que en las campañas de la Reconquista,
acciones en las que Pedro estaba versado, la punta de lanza de las fuer-
zas cristianas, su élite guerrera, residía en las órdenes militares60 y en
los voluntarios cruzados europeos. En las Navas de Tolosa se había con-
tado con la decidida carga de los monjes-guerreros para romper el fren-
te enemigo: la infantería y caballería ligeras almohades –a pesar de su

59 La casa pirenaica de los Foix eran vasallos de los condes de Tolosa; su creciente poderío les hizo
enemistarse con sus, teóricos, señores feudales; es por ello que a lo largo del siglo XII orbitaron
hacia la causa de la Corona de Aragón. El conde Ramon Roger de Foix fue el prototipo del caba-
llero medieval: gran guerrero, valiente, enérgico y sin escrúpulos. Participó en la III Cruzada, al
lado del rey Felipe II de Francia. Cuando estalló el conflicto occitano, combatió en un primer
momento al lado de los legados papales, contra sus vecinos de Tolosa y Comminges. Al calor de la
depredación de los cruzados y al giro político de los acontecimientos, decidió oponerse a los inva-
sores del norte. Su liderazgo político y militar fue evidente –como demostró en la batalla de Cas-
telnou d’Arri–, llegando a ser la personalidad occitana más relevante e influyente del rey Pedro II.
60 En 1201, el rey Pedro II de Aragón, en agradecimiento por la asistencia del santo patrón Jorge a
sus ejércitos, crea la Orden de San Jorge de Alfama en la localidad de Alfama (Tarragona), con la
misión de proteger la frontera entre el Coll de Balaguer y el delta del Ebro, territorio casi desér-
tico, utilizado por piratas y ladrones para guarecerse y como base de partida para expediciones de
saqueo de los alrededores de Tarragona y Tortosa. Los primeros miembros de la nueva Orden
serán voluntarios de la Orden de Calatrava.
52 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

ingente número– habían cedido, y se había llegado al contacto decisivo


contra las tropas regulares almohades61. Es por ello que sabía de sobra
lo difícil que era poder repeler el impacto de una carga de caballería
pesada como la cruzada, de ahí el despliegue de los dos grupos de caba-
lleros; confiaba, además, que los jinetes catalanes podrían dar mayor
cohesión a los meridionales y amortiguar el impacto de los cruzados.
Las fuerzas de este primer cuerpo, barajando las cifras aportadas por las
diferentes fuentes, serían de unos 400 guerreros a caballo occitanos y
unos 200 catalanes, entre caballeros, y escuderos.
• El centro, comandado por el propio rey Pedro62. En este grupo formaban
junto al rey, los componentes de la mesnada real63 y el resto de caballe-
ros y guerreros a caballo catalano-aragoneses: junto a los veteranos de
las Navas64 formarían los nuevos caballeros y sus servidores. Juntos
podían constituir un núcleo de caballería pesada capaz de oponerse a la
fuerza de los cruzados, que, en teoría, tendría que estar debilitada al tras-
pasar las líneas de los caballeros de Foix y los catalanes. Las tropas de
esta batalla podían sumar alrededor de 300 guerreros a caballo65.
• El esquema básico de un despliegue táctico plenomedieval incluía un
tercer cuerpo, en retaguardia. Pedro II había comprobado en las Navas
la necesidad de tener una reserva, descansada y preparada para cargar,

61 Los caballeros de las Órdenes militares fueron rechazados y perseguidos por las fuerzas almoha-
des; el uso adecuado de las reservas castellanas y el simultáneo ataque por los flancos de las tro-
pas aragonesas y navarras, permitieron estabilizar de nuevo la batalla, y traspasar las líneas musul-
manas hasta el campamento del califa al-Nassir.
62 Están también las afirmaciones de Guillem de Puylaurens, el cual dice haber oído a Raimon el
Joven, hijo del conde de Tolosa, que estaba presente en el combate, que el rey de Aragón se ali-
neó en orden de batalla; que el conde de Foix era la vanguardia con los caballeros provenientes
de Cataluña. La presencia del jefe del ejército en el segundo cuerpo de batalla no era una excep-
ción: Carlos de Anjou ocupó esa posición en la batalla de Benevento (1266), con la intención de
mantener un mejor control táctico y para elevar la moral de su heterogéneo ejército.
63 La fidelidad hasta la muerte de la guardia personal del soberano se remonta a las narraciones ger-
mánicas, que sirvieron de base al cuerpo espiritual de la caballería medieval, en las que se consi-
deraba un deshonor que los guerreros sobrevivieran a su señor en el campo de batalla. Uno de los
ejemplos clásicos de este pensamiento es el destino glorioso y trágico de los housecarls y thegns
sajones en la batalla de Hastings (1066), que se lanzaron a una carga final contra los normandos
tras la muerte de su rey Harold II.
64 Entre ellos encontramos al mayordomo real Miguel de Luesia y Aznar Pardo, entre otros. Estos
caballeros, que había combatido contra los almohades, conocían de sobras las tácticas y la efec-
tividad de los caballeros francos.
65 A pesar que en la mayoría de relatos se indica que el rey de Aragón sólo estaba rodeado por su
mesnada personal, no hay que olvidar que los relatos de la época se centraban, casi exclusiva-
mente, en las hazañas de los nobles. Así pues, teniendo en cuenta que la vanguardia del ejército
contaba con la presencia de 200 jinetes catalanes, se hace difícil poder ubicar al resto de las fuer-
zas catalano-aragonesas que no sea junto a su rey.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 53

lista para el golpe definitivo. Ello induce a pensar que en Muret tam-
bién debería existir un cuerpo con esa finalidad. Aunque Pedro no con-
fiase en los tolosanos, debía contar con ellos ante una eventualidad. Es
por ello que lo más plausible fuera destacar al conde de Comminges,
noble de su confianza, al frente de este tercer contingente de tropas.
Sin embargo, el papel de Raimon VI y de sus tropas continúa siendo una
incógnita. La visión tradicional de la batalla indica que el conde mandaba
la retaguardia del ejército hispano-occitano, y que tras conocer la noticia de
la muerte del rey, y ante la desbandada generalizada de las tropas, viéndolo
todo ya perdido, se retiró con sus hombres. Pero conviene detenernos en
analizar estos presupuestos, para poder arrojar algo de luz ante aquellos
acontecimientos. El rey debió de considerar largamente la posición del
conde Raimon: la discusión en la tienda de mando, la experiencia bélica del
tolosano, la tradicional enemistad y rivalidad política, hacían de Raimon un
aliado inestable, y militarmente incapaz para dirigir una posición táctica de
relevancia, a pesar que los tolosanos constituían la principal fuerza de caba-
llería del contingente aliado –más de la mitad de las fuerzas presentes– y la
espina dorsal de las fuerzas de infantería. Tenía que compaginar por un lado,
el respeto hacia el rango del conde de Tolosa, y por otro lado, garantizar que
su papel y el apoyo de sus tropas fuera realmente útil.
Algunas fuentes cuestionan que existiese un cuerpo de reserva del ejér-
cito meridional, y mucho menos que este cuerpo estuviera comandado por
el conde de Tolosa. Se deduce que él lo mandaba por el simple hecho que
la mayoría de fuentes lo omiten del orden de batalla meridional. Ante esto,
se plantean varias hipótesis:
1. El conde de Tolosa, tras la negativa del rey a establecer una defensa
estática contra los cruzados, se retira con sus tropas, o permanece
inactivo en el campamento, sin la intención de formar en el plan de
batalla. Esta hipótesis permitiría explicar el silencio de las fuentes
sobre la ausencia e inactividad del conde y sus tropas, y el deseo de
otorgarle protagonismo en las deliberaciones previas de la batalla.
Además, y en ello es especialmente significativo, justificaría el por
qué el rey Pedro se situaría en el segundo cuerpo de batalla, en lugar
de la tradicional posición de la retaguardia66.

66 En la batalla de las Navas de Tolosa, en el planteamiento táctico inicial, los tres reyes cristianos
se desplegaron ocupando su posición de batalla en el ala izquierda (Pedro II), centro (Alfonso
VIII) y ala derecha (Sancho VII); cada cuerpo formó en tres batallas (vanguardia, centro y reta-
guardia), ocupando los soberanos su puesto en la zona de retaguardia. Cabe pensar, pues, que el
rey Pedro había ocupado la posición más responsable para su rango y para el desarrollo de la bata-
lla en las Navas, y haría lo mismo en Muret.
54 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

2. Otra hipótesis, partiendo de la misma argumentación anterior, indi-


caría que el rey Pedro, consciente de la poca predisposición del
conde –y quizás de la calidad de sus caballeros– lo sitúa en reta-
guardia, con la doble misión de constituir la reserva y de protección
del campo aliado. Sin embargo, esta explicación no arrojaría ningu-
na luz sobre la inactividad del conde, que, simplemente, se limitó a
contemplar cómo los cruzados traspasaban la primera línea meridio-
nal, alcanzaban la hueste del rey Pedro y acababan con ellos. Es
demasiado simplista considerar que el conde no hizo nada, ni tan
siquiera envió refuerzos cuando los cruzados entraron en contacto
con las unidades aragonesas.
3. Por último, se podría considerar la posibilidad que el conde formara
parte del orden de batalla aliado, y que realmente actuase en la bata-
lla, pero por alguna razón, las fuentes no informasen al respecto.
Quizás se debiera a que tal actuación no fuese ni brillante ni decidi-
da, justificando que en las crónicas no figurase. Ya se ha comentado
con anterioridad como la información disponible se encuentra tanto
muy limitada como muy sesgada, especialmente desde el punto de
vista francés. De hecho, y teniendo en cuenta cómo la monarquía
francesa se anexionó los territorios del condado de Tolosa, se pudie-
ra justificar que los cronistas procruzados y franceses intentaron dar
una visión de la batalla en la cual los tolosanos –súbditos, ahora ya,
del rey de Francia– aparecían como actores secundarios de los acon-
tecimientos, evitando recordar que en aquella época habían decidido
apoyar a la Corona de Aragón, en su lucha por preservar su sobera-
nía frente a los cruzados franceses.
Pero, a la luz de los acontecimientos anteriormente descritos, la expli-
cación dada por Delpech sería la que más se aproximaría a la realidad: Rai-
mon VI no combatió por razones políticas; dolido y humillado por los
comentarios aragoneses, y por su falta de carisma, Raimon VI se retiró con
parte de sus tropas hacia el interior del campamento. La negativa del conde
habría constituido un nuevo argumento de peso a las razones del rey a
situarse en la segunda línea de combate: de hecho, no le quedaría más reme-
dio que situarse en esa posición si quería mantener el control efectivo de sus
tropas en el transcurso del combate.
El rey Pedro concentraría todas sus fuerzas en sólo dos batallas: la van-
guardia, a las órdenes del conde de Foix, y el centro, bajo su mando perso-
nal, un lugar que le permitiese estar relativamente cerca de la acción, pero
sin comprometerse en ella. En definitiva, se tiene que romper con el mito
que el rey de Aragón ocupó una posición durante la batalla deliberadamen-
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 55

te expuesta por una cuestión de orgullo personal de caballero o por exceso


de confianza. Sólo los tópicos existentes sobre el carácter del rey podrían
explicar esta disfunción de la realidad. La negativa del conde Raimon a
unirse al combate estaría en la base de la justificación de su comporta-
miento en las crónicas: el conde prudente expone su plan al rey, que se niega
a escucharle; al final del día, el rey yacerá muerto por no haber seguido los
consejos del conde de Tolosa. Poco importaría que Raimon VI no hubiese
acudido en ayuda de su soberano: los cronistas se encargarían de minimizar
tal detalle.
El rey Pedro II ideó un despliegue táctico de contención, donde el pri-
mer cuerpo meridional absorbería el impacto de la carga cruzada, el segun-
do cuerpo –comandado por él personalmente– sería el encargado de asestar
el golpe definitivo o de mantener la posición67, en el caso que los cruzados
traspasasen la primera línea; por último, y aprendiendo la lección de las
Navas, se habría dispuesto que una pequeña reserva, comandada por algún
noble de confianza del rey –ante la falta de colaboración de los tolosanos–
efectuase un flanqueo de las huestes cruzadas68, con la intención de rodear-
las, aislarlas de una posible salida de Muret, cortarles la posibilidad de reti-
rada y, finalmente, aplastarlas. Este movimiento de flanqueo podría reali-
zarse o bien por un solo flanco o por los dos69. En la primera opción, el
flanqueo tendría que haberse efectuado por el suroeste, por un terreno más
llano y sin los obstáculos de los arroyos existentes, además del impacto psi-
cológico que podría ocasionar entre los defensores de Muret, que, desde las

67 La experiencia vivida en las Navas tuvo que servir de inspiración y modelo para el desarrollo tác-
tico de Muret. Pedro conocía cómo en julio de 1212 habían derrotado al imponente ejército
musulmán: en el cénit de la batalla, la práctica totalidad del ejército almohade combatía contra los
dos tercios de las fuerzas cristianas, que a través de dos demoledoras cargas sucesivas habían con-
seguido romper el frente enemigo.
68 En la batalla de las Navas, los cristianos mantuvieron reservas listas para entrar en acción, tanto
para sostener el frente si era necesario como en su uso ofensivo. Sin embargo, la decisión de su
entrada en acción fue uno de los momentos más decisivos de la batalla: Alfonso VIII quiso lan-
zarse al ataque cuando vio que las fuerzas cristianas cedían terreno, pero fue aconsejado de espe-
rar a que las fuerzas musulmanas estuviesen totalmente implicadas en el combate.
69 En la batalla de las Navas resultaron decisivos los movimientos envolventes de los reyes de Ara-
gón y Navarra, que permitieron sobrepasar a las tropas musulmanas, extendiendo el radio del
envolvimiento y alcanzar el campamento almohade en una acción de convergencia del centro cris-
tiano junto a las alas formadas por las reservas. Paradójicamente, las fuentes de la época, al reco-
ger los testimonios de los hechos, ensalzaron la actuación de los monarcas cristianos, concedien-
do la gloria del éxito a un determinado monarca, en función de la historiografía de cada reino. La
victoria fue conseguida de manera conjunta, una acción múltiple en la que los esfuerzos de los
combatientes de los distintos reinos cristianos se aunaron para lograr el éxito, a pesar que, desde
una limitada y reducida visión de la batalla, los combatientes y cronistas de cada uno de los tres
cuerpos pudiesen considerar que era su rey el que estaba conduciendo al resto al triunfo final.
56 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

murallas, podrían contemplar, sin posibilidad de ayudar, como los meridio-


nales rodearían a los caballeros cruzados.
La opción de un doble flanqueo podía permitir asegurar un cierre defi-
nitivo de los cruzados, pero el movimiento por el nordeste podía ralentizar-
se por el cruce de los arroyos anteriormente comentados. Este planteamien-
to es puramente hipotético, pero no por ello imposible. Si miramos
detenidamente el mapa, veremos que el terreno escogido por el rey Pedro
era muy ventajoso para realizar las maniobras necesarias para ejecutar su
plan; el enemigo tenía que cruzar una corriente de agua y luchar teniendo
este obstáculo en su retaguardia. Además, las fuerzas de Pedro tenían los
flancos guardados; el uno, por el campamento tolosano y el otro, por los
pantanales y por la torrentera. El planteamiento táctico ideado por Pedro,
pues, correspondería a una táctica ambiciosa y reflexionada, nada fruto de
la improvisación. A parte de la táctica planeada para el combate entre las
fuerzas de caballería, Pedro esperaba contar con una baza importante a su
favor: el nerviosismo que la situación podría provocar en el ánimo de Mon-
fort. El rey le había dejado entrar en la villa de Muret sin hostigarlo, pero
una vez aislado tras los muros de la ciudad, Monfort se enfrentaba a una
dura decisión: arriesgarse a atacar a las muy superiores fuerzas enemigas o
quedarse tras las murallas y esperar la derrota tras un largo y penoso asedio.
El rey esperaba que Monfort actuase a la desperada, pero éste, cuya pericia
como general había superado en el Languedoc todas las pruebas, no sólo
aceptó las condiciones de Pedro II, sino que las superó con éxito, alzándo-
se con la victoria en el campo de batalla.
Llegados a este punto, tras describir el despliegue de las tropas de caba-
llería hispano-occitanas, nos queda por descubrir cuál fue el verdadero
papel en la batalla de las fuerzas de infantería. Tradicionalmente se ha cri-
ticado al rey Pedro por no haber utilizado a su abundante masa de infante-
ría en la batalla. Sin embargo, hemos de recordar que, aunque parezca que
exista una superioridad nominal importante en infantería, en la práctica, son
fuerzas que no tienen ni coordinación ni veteranía para entablar una batalla
convencional. Oman delimitó el problema indicando que no participaron en
los combates, o al menos, su intervención en la batalla campal fue nula. Sin
embargo, las fuentes nos indican que la milicia tolosana estuvo asediando
Muret, y que fueron cogidos por sorpresa tras la derrota de la caballería alia-
da. Es, pues, interesante conocer el por qué el rey Pedro prescindió de los
infantes en su planteamiento táctico; ¿acaso fue un sentimiento de despre-
cio feudal hacia los burgueses y campesinos occitanos? ¿desconfianza ante
su inexperiencia bélica? ¿suspicacia por la actitud del conde de Tolosa?. El
rey Pedro, curtido en batallas y asedios sabe que sólo una infantería disci-
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 57

plinada y entrenada puede conservar los nervios frente a una carga de caba-
llería pesada y obtener la victoria; y en Muret no dispone de fuerzas con
estas características. Plantear una batalla campal con esas fuerzas de infan-
tería es colocarse frente a una derrota segura.
El rey sabe que las tropas y la milicia tolosanas son poco aguerridas, y
aunque la mayoría desea luchar, no tienen la preparación ni la experiencia
para una batalla campal. Su único empleo efectivo, y con relativo riesgo
para el desarrollo del plan del monarca, es su empleo como fuerza de ase-
dio70.
De las diferentes fuentes se puede unificar el hecho que en la mañana
del jueves 12 de septiembre de 1213 la infantería tolosana avanzó con la
intención de proseguir con el asedio iniciado en la jornada anterior. No obs-
tante, las fuentes discrepan sobre la intensidad de las acciones: si para unos
se trató de unos claros esfuerzos para tomar la ciudad, para otros no se trató
más que de una finta para forzar la reacción de Monfort y que saliera a com-
batir a campo abierto; esta última explicación se ajustaría más al esquema
de batalla planteado, puesto que el rey Pedro buscaría ejecutar una finta con
el ataque a las murallas, para provocar una respuesta inmediata en Monfort;
de hecho, recordemos que cuando los primeros proyectiles silbaron por el
cielo hacia la ciudad, cundió el pánico entre los cruzados: Monfort pidió
permiso para atacar, pero los legados insistieron en esperar hasta que llega-
ran noticias del rey. Lo cierto, pues, es que Pedro envió a la milicia tolosa-
na con sus máquinas para hostigar las murallas, trasladando la presión de
los hechos al bando cruzado: tendrían que efectuar una salida para desbara-
tar el asedio71, y el rey les estaría esperando con sus fuerzas desplegadas,
conforme al plan expuesto con anterioridad.
Mientras todo esto sucedía en el campo hispano-occitano, ¿qué estaba
planificando Simón de Monfort? En las fuentes más próximas a la causa
cruzada no hay una descripción detallada del orden de combate del ejér-
cito de Montfort. La mayoría repiten el dato de la organización en tres

70 De ser ciertas las afirmaciones que el rey disponía de una cifra ingente de soldados –incluso se
ha barajado la cifra de más de 20.000 infantes– el planteamiento táctico hispano-occitano no se
hubiera limitado a mantener a la infantería en una posición tan limitada: su número habría com-
pensado de sobra su inferioridad táctica. Pero lo cierto era que el ejército aliado no disponía ni un
contingente tan numeroso ni tan preparado para acometer tal responsabilidad.
71 La versión de Rafael Dalmau, exculparía al rey Pedro y responsabilizaría directamente a los tolo-
sanos de la derrota; cuando los cruzados se abalanzaron sobre la infantería tolosana, el desorden
provocado por su huída frente a la carga cruzada habría impedido que la caballería catalana hubie-
se formado correctamente, sin posibilidad de desplegarse. En un último intento de mantener el
frente, el rey Pedro se lanzaría al combate con su mesnada, para infundir ánimo a sus hombres, y
moriría heroicamente en batalla.
58 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

cuerpos, pero poco más. Este desinterés histórico o militar contrasta, sin
embargo, con un hecho muy relevante desde una perspectiva ideológica:
la frecuente identificación de este orden en tres cuerpos con la Santísima
Trinidad. De nuevo las crónicas cruzadas unen la realidad con su particu-
lar visión del mundo, totalmente condicionada por cuestiones religiosas y
morales: incluso en batalla, Monfort honra a Dios y a la Iglesia, organi-
zando sus fuerzas conforme a la doctrina católica –hecho, objetivamente,
que carece de fundamento: los cruzados se organizaron en tres cuerpos,
siguiendo el tradicional despliegue en vanguardia, centro y retaguardia–.
Monfort organizó las tropas formadas en la plaza del mercado de Muret,
en tres cuerpos, el primero bajo Guillaume de Contres, el segundo bajo
Bouchard de Marly y el tercero, como reserva, a las órdenes del propio
Monfort. Se puede comprobar la contraposición que existe entre las dife-
rentes fuentes, no ya a nivel ideológico, sinó también a nivel subjetivo-
narrativo: mientras Vaux de Cernay destaca en todo momento el papel de
Monfort, cosa que le lleva a prescindir de comentar aspectos esenciales de
la batalla –que seguramente conocía de primera mano–, la Canzó destaca
como hecho principal la muerte del rey Pedro, ensalzando sus últimos ins-
tantes.
Monfort conoce personalmente al rey Pedro, y sabe de su experiencia
guerrera, pero también sabe que es un hombre de honor, y que presentará
batalla. Ahí radica la clave del éxito de Monfort: conoce las virtudes y
defectos de su adversario, de sus propias fuerzas y las del enemigo, y plan-
teará la batalla a tal efecto72. Mientras que el monarca aragonés se encuen-
tra ligado por su propia ética caballeresca, Monfort –que ha combatido en
Francia, en Tierra Santa y en Occitania–, se encuentra moralmente libre
para acudir a cualquier tipo de táctica: la bendición de la Iglesia y su pro-
funda convicción religiosa le permitirá, en fin, poder hacer valer que real-
mente, «el fin justifica cualquier medio». El caudillo cruzado se encuentra
acorralado en una ciudad, lejos de sus bases operativas. Cuenta con una
fuerza numerosa, disciplinada y veterana, pero se enfrenta a un numeroso
ejército, a las órdenes de un afamado guerrero. La táctica que deberá usar,
si quiere alzarse con la victoria, no se puede basar en un despliegue tradi-
cional; no será suficiente con la veteranía de sus hombres, porque también
el enemigo cuenta con guerreros curtidos. Monfort ha de ser capaz de sor-
prender al ejército enemigo, de dislocar su despliegue, de anticiparse a la
maniobra del rey Pedro. Los cruzados están informados de la potencia y

72 «El que conoce a su enemigo y se conoce a sí mismo dirigirá cien combates sin riesgos», dice
Sun Tsé en su libro El Arte de la Guerra.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 59

número de efectivos del ejército meridional73, por lo que la batalla ha de


plantearse a tal efecto; si Monfort quiere alzarse con la victoria, sólo puede
lograrlo evitando que el ejército enemigo en pleno pueda formar correcta-
mente en orden de batalla; solo tiene una opción: evitar su despliegue y
combatir a sus unidades por separado. El conde necesita crear algún tipo de
argucia que provoque que el enemigo no pueda formar correctamente para
la batalla. Monfort conoce que todas las puertas de la villa están perma-
nentemente vigiladas, y que no cuenta con tiempo ni con espacio suficien-
te para efectuar ninguna salida. ¿Qué hacer entonces?
La huida fingida será el plan perfecto74. Así lo cuenta Puylaurens en su
Crónica:75 «Ellos (los cruzados) decidieron no ir directamente contra el

73 La táctica empleada por Monfort, realizando primero una huida fingida, para después emplear
una demoledora carga frontal para obligar a fijar y dislocar la vanguardia enemiga, y asestar el
golpe definitivo mediante el movimiento de flanqueo, parece indicar que los cruzados eran cons-
cientes de la envergadura y calidad de buena parte de las fuerzas hispano-occitanas, que respeta-
ban a su enemigo, y que no se dirigían a combatir contra un ejército improvisado que todavía des-
cansaba en sus tiendas, sino que se enfrentaban a una fuerza formada para el combate.
74 Como ejemplos de exitosas huidas fingidas tenemos la batalla de Hastings y la batalla de Coche-
rel. En Hastings (1066), la caballería normanda estrellaba sus esfuerzos ante las murallas de escu-
dos de los sajones; el duque Guillermo, temiendo el fracaso, planeó un cambio de táctica: ordenó
a parte de sus caballeros que simularan realizar una carga infructuosa, para después fingir iniciar
un retirada. Sus caballeros así actuaron, y lograron que los sajones, convencidos de su victoria,
rompiesen su línea de escudos, con la intención de saquear y obtener botín; a una señal conveni-
da, la caballería normanda volvió grupas y se abalanzó sobre los desprevenidos sajones. Con la
victoria del duque Guillermo se abrió en Inglaterra una nueva etapa en su historia, la Inglaterra
normanda. Por su parte, en la batalla de Cocherel (1357), en el transcurso de la Guerra de los Cien
Años, Bertrand du Guesclin se enfrentó a un contingente de mercenarios navarros que defendían
posiciones en lo alto de una colina. Du Guesclin ordenó a sus lanceros montados que cargasen
montaña arriba, pero a mitad de camino, ordenó un repliegue ordenado de sus hombres, en reti-
rada fingida; los navarros, superiores en número y confiados en su victoria, abrieron filas y
corrieron colina abajo en pos de sus atacantes, los cuales, reagrupados en la llanura, cargaron con-
tra ellos, derrotándolos.
75 Es necesario incidir aquí como las propias fuentes presentan dificultades en su interpretación razo-
nada, especialmente si no se sitúan en el contexto determinado y en relación con otras fuentes. Así,
Puylaurens alude en su relato al temor de los cruzados por los proyectiles de los tolosanos, justa-
mente la idea de defensa propuesta por el conde de Tolosa, según el mismo autor. No cabe duda
que Puylaurens deseaba, al escribir su crónica unos 50 años más tarde la batalla, otorgar protago-
nismo al conde de Tolosa. El autor ni siquiera había nacido en aquella época, y tuvo que recabar
necesariamente de la ayuda y el testimonio de supervivientes de la batalla, seguramente veteranos
tolosanos. Puylaurens también confunde el lugar de salida de los cruzados y la ubicación del cam-
pamento aliado, invirtiendo los lugares, quizás por el hecho de desconocer personalmente la zona
o por un error en el testimonio de un superviviente. Lo cierto es que insiste que los aliados creye-
ron que los cruzados realmente estaban huyendo, y ésta impresión solo podía realizarse teniendo
en cuenta que el lugar de salida era el oeste y desde la posiciones hispano-occitanas se tenía una
amplia visión de la llanura de Muret y alrededores. A lo largo del texto Puylaurens ha caído en otras
confusiones; una de las más relevantes es su afirmación que la batalla se celebró el día 13 de sep-
tiembre, día de la Exaltación de la Cruz; ésta es la fecha en que los prelados escribieron su famo-
sa carta narrando la batalla y loando la victoria de la Iglesia frente a la herejía.
60 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

enemigo, puesto que caballeros y monturas estarían expuestos a los pro-


yectiles de los tolosanos; ellos salieron por una puerta que daba al este,
como sea que el campo de sus adversarios estaba en el oeste, el enemigo,
no conociendo su propósito, pensaría que estaban huyendo. Entonces ellos
avanzaron un trecho, cruzaron el río y volvieron a la llanura, cara al ene-
migo».
La explicación al misterio de la batalla pasa necesariamente en analizar
la huida fingida con la irrupción posterior de los cruzados, de manera total-
mente sorpresiva. Si los cronistas de la época76 mencionan específicamen-
te la huida de Monfort, es que necesariamente se tuvo que producir algún
tipo de movimiento de los cruzados, y no tuvo que ser una mera finta, ni
pudo producirse, como afirman la mayoría de autores, rodeando la muralla
de la ciudad –a todas luces una maniobra lenta, descoordinada y que podía
fracasar ante las empalizadas de la puerta de Sant Serni–. Es por ello que
debemos ir más allá: la huida fingida se produjo, pero tuvo ser de mayor
alcance que el que las fuentes nos indica; Monfort tuvo que recorrer varios
kilómetros para dar la sensación de huida. Bernat Desclot, en su Crónica,
relata también esta huída, y añade un interesante detalle, que los cruzados
desarmaron a sus caballos, para poder «huir más deprisa»; este dato no es
baladí, sino que puede indicarnos cómo Monfort priorizaba la maniobra
sobre el choque: parte de sus caballos irían casi sin protección para poder
evolucionar en el campo de la manera más rápida posible. La sorpresa sobre
el enemigo debería ser total.
Monfort, pues, ideó un plan que contrarrestó la táctica del rey Pedro: a
la vista del enemigo, los cruzados inician una salida en dirección suroeste,
fingiendo una huida. Monfort no podía atacar directamente a los aliados,
por la sencilla razón que sus fuerzas no estaban organizadas para la batalla
tras cruzar el río; es por ello que necesitaba alejarse del enemigo, tanto para
poder organizarse sin recibir hostigamiento de los hispano-occitanos, pero
también para confundirles, hacerles creer que el campo estaría despejado y
que no habría batalla campal. El plan de Simón de Monfort se basa en el
empleo de la maniobra como forma de aproximación y combate efectivo; el
caudillo cruzado planea simular una huída, confiando en que sus enemigos
consideren que abandona el campo, para después abalanzarse sobre ellos,
en formaciones cerradas, descargando toda la fuerza de sus armas y montu-
ras, en tres oleadas sucesivas. Con ello, Monfort espera atravesar todo el
despliegue aliado: el enemigo se presenta tan numeroso que una batalla de

76 Tanto la Canzó de la Crozada como la Crónica de Guilhem de Puylaurens hacen mención de la


aparente huida de la caballería de Monfort del campo de combate.
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 61

resistencia, de larga duración, es impensable, por lo que solo cabe una


acción decidida, resuelta y rápida.
¿Cómo fueron, pues, los acontecimientos?
Aquel día 12 de septiembre, el rey Pedro II ordenó a sus fuerzas de
infantería que volviesen a atacar las murallas de Muret; el asalto se inició
con el lanzamiento de proyectiles, y trabajos de aproximación de asedio: el
monarca tanteaba las defensas de la villa –que ya habían cedido a la presión
el dia anterior– y confiaba que el ejército cruzado respondiera a la agresión
desplegándose para entablar combate, siguiendo el modelo tradicional de
tres cuerpos, lanzando sucesivas cargas sobre las fuerzas hispano-occitanas.
El ejército hispano-occitano estaba dispuesto para la batalla, segura-
mente ya en formación de combate, o en el peor de los casos, en estado de
alerta para poder intervenir ante una eventual salida de los cruzados para
entablar batalla.

Muret en la actualidad; las señales indican el movimiento realizado por las fuerzas cruzadas,
el círculo el campo de batalla, y el rectángulo el lugar del campamento hispano-occitano.
62 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

Pero pasan las horas y no hay ninguna respuesta. Monfort quiere exas-
perar la paciencia de los hispano-occitanos: mantiene una defensa firme en
las murallas de la ciudad, pero el grueso de sus fuerzas de caballería se
encuentra concentrada en la plaza del mercado, a la espera de sus órdenes.
Cuando el conde considera que los combates por la posesión de las mura-
llas pueden llegar a un punto crítico, Monfort decide que ha llegado el
momento de responder al ataque del rey Pedro. Ordena a sus hombres que
se apresten al combate y planea la maniobra y el desarrollo del combate a
sus oficiales: las tropas, formadas en tres escuadrones, saldrán de Muret por
la puerta de Salas, arrollarán al retén de vigilancia allí estacionado y se diri-
girán, al galope, hacia el suroeste, siguiendo el cauce del río Loja. Cuando
lleguen al vado que se encuentra a unos cuatro kilómetros, cruzarán el rio y
volverán a la llanura de Muret, a combatir y a obtener la victoria.
A una señal de Monfort, la puerta de Salas se abre y los cruzados eje-
cutan el plan. Desde el campo aliado suena la alarma: el enemigo sale a pre-
sentar batalla. El rey ordena detener el asalto de la infantería: no desea man-
tener una batalla en dos frentes. Los infantes se retiran y las fuerzas de
caballería toman posiciones en la llanura de Muret. Pero los sorprendidos
hispano-occitanos comprueban como los cruzados, lejos de desplegarse
para la batalla, huyen por el camino de Salas, dejando atrás la ciudad casi
desguarnecida. Sin duda alguna una sensación de victoria recorrería los áni-
mos de los presentes: la euforia se desata en el bando de los aliados; el odia-
do enemigo huye. La victoria es segura. Confiado al ver como los últimos
jinetes cruzados desaparecen en el horizonte, el rey Pedro ordenará a la
infantería que reinicie el asalto hacia la desprotegida villa, mientras los
caballeros rompen filas y se retiran al campamento.
Mientras, los cruzados prosiguen su frenético avance hacia el sur: al lle-
gar al vado del Loja, los guías indican que es el momento de cruzar. Ya en
la otra orilla, Monfort ordena que las fuerzas se reagrupen: es el momento
crucial, una vez que se dé la orden de atacar, ya no habrá tiempo ni espacio
para efectuar cambios. Los conrois se agrupan ante sus banderas e inician
la marcha, primero al paso, después al trote, y cuando están cerca de las
estribaciones de las colinas de Perramon, a poco más de 2 kilómetros del
campamento aliado, se inicia un frenético galopar, siempre en orden, man-
teniendo la formación.
Un caballo, al paso, camina a 6 km/hora, trota a una velocidad de unos
10 km/h y puede llegar a galopar a una media de 18 km/h, si bien pueda
alcanzar una punta de velocidad de entre 55 km/h hasta los 70 km/h, en dis-
tancias relativamente cortas; en función de la raza del animal, de los cuida-
dos y alimentación recibidos, del peso de las protecciones, de las condicio-
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 63

nes del terreno y del medio, y por supuesto, del peso del jinete y su armadu-
ra, estas velocidades sufren de importantes variaciones. Sin duda alguna,
Monfort, conocedor de estas cualidades, supo sacar el máximo provecho de
ellas para poder regresar a la llanura de Muret, acelerando el ritmo de sus
fuerzas a medida que se dejaban atrás los meandros del Loja y ante ellos se
abría los llanos de Pesquies y las estribaciones de Perramon. No hay que
olvidar que un caballo puede alcanzar su velocidad máxima a los 300 metros
de largada, o alrededor de 7 a 10 segundos, por lo que a unos 500 metros de
su objetivo, Monfort daría la señal de cargar al límite de sus fuerzas.
En la llanura de Muret, nadie es capaz de imaginarse los acontecimien-
tos que están a punto de sucederse. Mientras los infantes aproximan las
máquinas hacia las fortificaciones de Muret, los caballeros se retiran hacia
el campamento, para descansar; algunos cabalgan lentamente por el campo,
con sus sirvientes, contemplando el espectáculo de la victoria: la ciudad está
madura para ser tomada. En aquel momento, mucho tiempo después que el
último jinete cruzado hubiese desaparecido tras los meandros del Garona,
de repente, cuando nadie se lo espera, aparece en la lejanía un cuerpo de
caballería al galope, en formación de ataque: son los cruzados, que han
regresado, tras dar un gran rodeo, y avanzan imparables por la llanura. En
el campamento aliado corre la voz de alarma77; los caballeros corren a
armarse, mientras los sirvientes aprestan las armas y ensillan a los destriers.
Las órdenes que se imparten son las de formar en el orden de batalla esta-
blecido: hombres de Foix y catalanes en primera línea, los aragoneses en el
centro. En pocos minutos los hispano-occitanos han formado sus fuerzas,
pero no han tenido tiempo suficiente para organizarse conforme al plan tra-
zado, tan solo pueden formar una confusa y abigarrada línea.
Sólo la explicación de la sorpresiva entrada en escena de los cruzados,
cuando las fuerzas de caballería aliadas se dispersaban hacia el campamen-
to o cuando buena parte de ellas ya estaban desarmándose, puede explicar
aquello que el rey Jaime diría en su crónica, que los catalano-aragoneses se
lanzaron a la lucha sin guardar la cohesión que exigía la natura de armas78.

77 El poema épico de la Canzó relatará así los hechos: Los hombres de Tolosa todos han corrido, que
ni el conde ni el rey fueron creídos, porque no supieron nada hasta que los cruzados hacia ellos
fueron.
78 Los cronistas y combatientes medievales eran conscientes que la precipitación provocada por la
ruptura del orden de combate antes de recibir las órdenes adecuadas conducía invariablemente a
la derrota. El rey Jaime había sido consciente de ello en la única batalla en la que participó a lo
largo de sus 80 años de vida, la batalla de Porto Pi: el rey se centra en explicar los preparativos
ceremoniales del combate, especialmente en el terreno religioso –misa de campaña y alocuciones
del rey a la tropa, etc.–. pero no detalla ningún consejo de guerra ni el orden de batalla estableci-
do; sólo los acontecimientos en las que aparece la figura del monarca son descritos con minucio-
64 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

La precipitación de los acontecimientos produjo que los caballeros hispano-


occitanos fuesen al combate en grupos poco compactos, cada caballero y
sus sirvientes en su propio conrois, sin poder desplegarse en línea, mezcla-
dos los pesados caballeros con sus sargentos y escuderos en la misma línea,
sin garantizar ninguna defensa cohesionada y sin desplegar correctamente
las alas del ejército.
Por su parte, los cruzados estaban dispuestos según un despliegue clási-
co de batalla: en las primeras líneas, los caballeros, con su armadura y
armamento pesado, y detrás de ellos y en los flancos, en función de su equi-
po, los escuderos y sargentos; con este despliegue se conseguiría que el
impacto de las cargas sobre las filas enemigas fuese, sencillamente, demo-
ledor. Los caballeros cruzados podrían penetrar profundamente en la van-
guardia hispano-occitana, y el concurso de los sirvientes les permitiría man-
tener el empuje y atravesar la formación enemiga.
De hecho, la táctica que planteaba Monfort, vista con objetividad, real-
mente es suicida: cargar frontalmente contra fuerzas muy superiores en
número. Es cuestionable, pues, que un hombre con la experiencia militar de
Monfort se limitase sólo a ejecutar un único movimiento, a arriesgarse todo
en una alocada cabalgada de destino incierto. No hay que olvidar que Mon-
fort había combatido en Tierra Santa, contra tribus turcas y árabes, por lo

sidad, de tal manera que, a la luz de la Crónica, la batalla solo podía tener un único resultado: la
victoria del rey Jaime. Pero de los párrafos de la narración se vislumbra que la batalla no se suce-
dió de una manera ordenada y planificada, y que el soberano apenas pudo dirigir a sus tropas, ni
transmitir ningún orden ni plan de batalla. Los nobles de la familia Montcada –los mismos que en
1213 formaban el segundo cuerpo de ejército del rey Pedro II, y que no llegaron a entrar en com-
bate por encontrarse todavía en marcha de aproximación–, iniciaron por su cuenta el avance hacia
el enemigo –con miras a acrecentar su prestigio y fortuna–; el rey Jaime no pudo detenerles –por
su escaso liderazgo y prestigio militar– y mientras intentaba poner orden en su cuerpo de ejérci-
to, la vanguardia cayó en una emboscada. Apresuradamente, el rey partió con su mesnada arago-
nesa y tropas reales hacia la batalla, mientras enviaba mensajeros para que la retaguardia –coman-
dada por su tío-abuelo Nuño Sanz–, apresurase su marcha para unirse al combate. En estas alturas
del relato se observan las deficiencias tácticas del monarca: no ha establecido ningún plan de
batalla, no ha impuesto su autoridad entre los capitanes de su ejército, no ha enviado explorado-
res que reconozcan el terreno, no despliega alas en el avance, resuelve el desarrollo del combate
mediante cargas frontales –sin tener en cuenta la maniobra–. Imprudentemente, Jaime I, a la vista
del presumible desastre, se dirige directamente hacia la batalla, apenas escoltado por un grupo de
caballeros –tal y como se describe la actuación de su propio padre en Muret, ¿casualidad?–. En
su Crónica el rey Jaime reconstruyó los hechos de la batalla a su propia conveniencia, pero no hay
duda que ocultaba en sus pasajes una profunda vergüenza por su propia incapacidad militar: ¿es
descabellado pensar que, en el relato de Muret el monarca no hubiera vertido sus propias viven-
cias, y que esas palabras fueran una llamada a la obediencia de sus súbditos? ¿Acaso el monarca
podía reconocer que su padre –realmente mucho más experto que él mismo en cuestiones de gue-
rra– le había podido superar en táctica militar? ¿Podían cometer los mismos errores un maduro y
curtido guerrero Pedro, de 37 años, que un joven imberbe de 21 años?
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 65

que conocía de la eficacia de la táctica por encima de la simple fuerza bruta;


los musulmanes gustaban de utilizar ardides (huidas falsas, emboscadas,
contramarchas, flanqueos y envolvimientos) con lo que el caudillo cruzado
tendría un amplio repertorio de tácticas a las que recurrir en aquellas cir-
cunstancias. Por ello se tiene recurrir necesariamente a pensar que Monfort
tenía en mente algún tipo de táctica más sofisticada que, simplemente, con-
fiar en la pericia y profesionalidad de sus tropas.
Los cruzados siguen su frenético galopar; pocos son los metros que les
separan de las líneas enemigas; experimentados guerreros, los soldados de la
Cruz saben perfectamente que cuando se efectue el choque contra las pri-
meras líneas hispano-occitanos, rápidamente deben traspasar esa primera
batalla, de manera que no se de al enemigo tiempo de volver a agruparse, y
así, mantener la ventaja numérica en cada uno de sus ataques. A su encuen-
tro se lanzan los hombres del primer contingente aliado; alrededor de 300-
400 jinetes catalanes y de Foix chocan sus armas con los cruzados. Los dos
cuerpos de batalla cruzados, con gran experiencia, lograron sincronizar enor-
memente sus cargas, por lo que los efectos de su choque fueron mayores.
En el momento del combate, la superioridad cualitativa de los cruzados
se impuso: los aliados, sorprendidos por la carga cruzada, no formaron una
línea compacta, y tras el choque inicial, la acción se desarrolló en un con-
junto de combates a pequeña escala, primando el desorden a la cohesión.
Vaux de Cernay relata que los aliados estaban listos para el combate y
«numerosos como el universo»; si bien con estas palabras sólo haría más
que honrar y magnificar la figura de Monfort –que gracias a su condición
de miles Christi elegido, triunfará sobre los enemigos de la Iglesia, a pesar
de su número–, nos permite deducir que, a pesar de la improvisada reunión
de las tropas de caballería del ejército hispano-occitano, éste pudo formar
en buen número, hasta llegar al punto de prácticamente absorber la carga de
los caballeros cruzados. La eficacia de la táctica del choque de caballería
pesada residía en poder mantener una línea compacta, hasta el momento del
contacto con el enemigo. Sólo fuerzas entrenadas y bien disciplinadas podí-
an efectuar completamente esta acción. El hecho que los caballeros se agru-
pasen en conroi, los continuos entrenamientos, etc. permitían que una fuer-
za pudiera alcanzar ese grado de profesionalismo necesario para poder
rehuir del individualismo innato del caballero medieval.
Los aliados no habían combatido juntos, y muchos de ellos tenían poca
experiencia de combate. No obstante, no hay que olvidar que en la prime-
ra batalla aliada formaban las fuerzas de Foix –veteranos de la guerra albi-
gense y vencedores morales de Castelnou d’Arri– y junto a ellos, tropas
catalanas –también entre sus filas habrían veteranos de las Navas–. Por ello
66 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

se hace difícil dar como respuesta que los hispano-occitanos hiciesen gala
de un individualismo tal que les provocara el desastre, o que simplemente,
formaron inadecuadamente y que rompieron filas en búsqueda de la gloria
personal. Rechazando, pues, la tradicional visión de Muret, que basa la
derrota de los aliados, a causa del innato desprecio deliberado a las órde-
nes del mando, en beneficio de acciones individuales de prestigio, la bata-
lla de Muret se explica sólo por la precipitación sobrevenida con la apari-
ción de los cruzados. Si los aliados hubiesen formado en la formación
ideada por el rey Pedro, y en una correcta línea de batalla conforme a natu-
ra d’armes, habrían absorbido las cargas cruzadas, como indica el propio
Vaux de Cernay.
La dureza de los combates debió ser extrema: la primera oleada de caba-
lleros cruzados abrieron una brecha entre las formaciones hispano-occita-
nas, y el segundo cuerpo impactó momentos después, con lo que los caba-
lleros de Cristo, que se habían adentrado profundamente en la primera línea
aliada, se vieron envueltos por todos lados por el enemigo. Ante la imposi-
bilidad de retirarse y formar de nuevo para lanzar una nueva carga, se ini-
ciaron así unos violentos combates cuerpo a cuerpo, donde la lanza, rota en
el primer impacto, era sustituida por la espada y la maza. Los cruzados,
veteranos, combatieron amparados en la fortaleza de sus conrois, siempre
unidos y disciplinados. Poco a poco, los cruzados van atravesando la for-
mación hispano-occitano, hasta llegar a campo abierto; enfrente se encuen-
tran con el segundo cuerpo aliado, con los estandartes de Aragón ondeando
al viento. Están enfrente del corazón enemigo. Ahora o nunca.
Hasta aquel momento, la táctica del rey Pedro había resultado efectiva,
a pesar de la improvisación de las formaciones. Sin embargo, el monarca
era consciente que la primera batalla aliada estaba perdiendo fuerza y resis-
tencia, y que el resultado final del combate dependería del choque con el
centro del ejército hispano-occitano. Cuando el rey vio aparecer las enseñas
de Monfort por entre las líneas de los soldados de Foix, debió comprender
que el momento crucial había llegado y ordenó una carga. Por su parte, una
vez desbaratada la vanguardia hispano-occitana, los cruzados avistan las
enseñas reales en el segundo cuerpo, y espolean sus monturas hacia el cora-
zón del ejército enemigo.
Los franceses, a pesar de estar superados en número, entre el primer y
segundo cuerpo de los hispano-occitanos, van abriéndose camino gracias a
su veteranía: lentamente, se aproximan combatiendo hacia donde ondea el
emblema real; finalmente, algunos caballeros alcanzan su objetivo y se
enzarzan en un brutal cuerpo a cuerpo con los hombres de la mesnada real:
el rey Pedro, que por motivos de seguridad portaba una armadura sin las
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 67

enseñas reales79, se ve rodeado por los cruzados, y a pesar que se identifi-


ca –dicen los cronistas que gritó varias veces «Soy el rey»–, la violencia del
combate no da resquicio a la clemencia: los franceses acometen contra él y
acaban con su vida y con sus escoltas.
Mientras aquellos sucesos acontecían, la marcha de la batalla todavía
estaba indecisa: los cruzados estaban rodeados por los hispano-occitanos, y
desbordados por su número, parecía que iban a sucumbir. Pero la táctica de
Monfort escondía una última maniobra, una estratagema hábilmente desa-
rrollada que le permitiría alzarse con la victoria…
En las fuentes se indica que Simón de Monfort cargó de flanco contra
el ejército hispano-occitano, totalmente desguarnecido; a pesar que del rela-
to de Vaux de Cernay parece desprenderse que el flanqueo no fue ideado de
antemano, sino que Monfort, a la vista de los acontecimientos, con sus bata-
llas totalmente rodeadas de fuerzas enemigas, decidió flanquear a sus ene-
migos, no hay que olvidar que el monje cronista podría estar embellecien-
do los relatos de la batalla, con el único objetivo de servir de ensalzamiento
a las hazañas de su benefactor, el conde Monfort.
No parece extraño, pues, pensar que Monfort tenía ya de antemano ide-
ado el ataque de flanco: la aproximación táctica que había realizado desde
el este, la imposibilidad de poder sincronizar las cargas –cómo si habría
podido hacer en el caso que hubiese mantenido una posición lineal y estáti-
ca de batalla– indicarían que Monfort siguió un movimiento de carga cono-
cido como echelon:80 mediante este despliegue, las fuerzas atacantes avan-
zaban en varias líneas sucesivas, pero ligeramente desplazadas respecto del
eje de avance de la línea anterior. Bajo este supuesto, Monfort, desde su
posición, podría haberse desplazado casi totalmente paralelo al combate
entre sus dos cuerpos y las fuerzas hispano-occitanas. El ataque lateral de
Monfort fue decisivo para completar la destrucción del dispositivo aliado,

79 La leyenda negra del rey Pedro incide en este hecho, y explica que, supuestamente, el rey había
mantenido una apuesta con uno de sus caballeros, la noche antes de la batalla; puesto que el
monarca perdió la partida, gentilmente le regaló su armadura: por ello Pedro II fue al combate con
una armadura de inferior calidad. La explicación de tal hecho es mucho más compleja: el monar-
ca, forzado a combatir con solo dos cuerpos, puesto que el conde de Tolosa no se había incorpo-
rado al despliegue, y consciente que él debía estar presente en el orden de combate, busca prote-
ger su persona, portando la armadura de otro caballero, mientras un hombre de su entera
confianza se presenta voluntario para llevar los emblemas reales: protegido por sus guardias, y
bajo el anonimato de una armadura corriente, el rey Pedro puede dirigir la batalla desde una posi-
ción táctica de primera línea.
80 Una variante muy sofisticada, derivada del despliegue táctico del echelon, fue el orden oblicuo,
usado ya por los tebanos en la batalla de Leuctra (371 aC) y por Federico II el Grande en la bata-
lla de Leuthen (1757).
68 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

pero, por lo anterior se desprende que no constituyó un elemento total en la


batalla, puesto que tras la muerte del rey, los aliados se desmoronaron.
La noticia de la muerte del rey paraliza al ejército aliado, impidiendo
que el resto del ejército pueda intervenir a tiempo; de hecho, parece que dos
tercios del ejército hispano-occitano abandonaron el campo de batalla sin
haber combatido. Las fuentes de la época loaron el comportamiento valien-
te y caballeresco del rey, incluso las crónicas francesas, las cuales, obvia-
mente, ahondan en sus defectos y lo definen como «defensor de herejes».
De hecho, los cronistas sólo destacan la figura del rey, sin tener en cuenta a
otros personajes históricos del bando hispano-occitano, o sin relatar con
esmero el despliegue táctico o los propios avatares de la batalla; solo tras-
ciende la actuación individual del rey Pedro como caballero, que haciendo
honor a su nobleza de sangre, se dirige a la lucha, sin valorar ninguna cir-
cunstancia. Constituye, pues, el paradigma del caballero medieval.
Todos los autores coinciden en el hecho que el combate fue intenso pero
muy breve, parece que menos de media hora, a lo sumo. En todo caso, nos
daría la imagen que el grueso de las tropas aliadas ya estaría en combate;
fue entonces cuando las noticias de la muerte del rey Pedro provocarían el
desmoronamiento de las fuerzas aliadas. Con la huida generalizada de las
fuerzas de caballería combatientes hispano-occitanas, el miedo se transfor-
mó en pánico, y la retirada se convirtió en una auténtica huida generaliza-
da. Los grupos que intentaron resistir fueron dispersados por la marea de
fugitivos que huían en todas direcciones. Una vez despejado el campo de
batalla, Monfort dirigió sus fuerzas hacia la infantería tolosana que seguía
asediando la villa de Muret, ajena al combate de caballería.
La milicia tolosana, de una calidad bélica mínima, sin armamento ade-
cuado, no contaba con ninguna posibilidad de resistir a la carga cruzada.
Los infantes fueron perseguidos y cazados, a lo largo del camino de Muret
hacia el campamento aliado; muchos de ellos intentaron alcanzar las barca-
zas que habían llevado los suministros y las armas desde Tolosa. Otros fue-
ron menos afortunados, y buscaron la salvación en las aguas del Garona,
intentando cruzar a nado el río; la mayoría acabaron ahogados. En Muret, la
masacre que se cernió entre las fuerzas tolosanas alcanzó una cifra tal que
las fuentes magnificaron en grado sumo: entre 10-15.000 infantes murieron
en la llanura de Muret y en las aguas del río Garona. En Tolosa, «todas las
casas tuvieron que guardar luto, porque en todas había muerto algún miem-
bro de la familia», se diría más tarde. De cualquier manera, el impacto de la
masacre fue total.
En Muret, rey y pueblo llano sucumbieron ante la fuerza de los guerre-
ros de Cristo, aquellos que confundieron sus propios intereses con los de la
LA ESPADA Y LA CRUZ. LA BATALLA DE MURET 69

Iglesia, aquellos que, con la excusa de erradicar una concepción religiosa


diferente, buscaban destruir todo aquello que significaba diversidad y liber-
tad espiritual. La muerte del rey Pedro en el campo de batalla significó el
principio del fin de la concepción caballeresca medieval, el inicio de un
nuevo modelo de sociedad en Occitania, el punto de partida de la expansión
francesa, y el cambio de rumbo en la historia de la Corona de Aragón.
70 ALBERTO RAÚL ESTEBAN RIBAS

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LA GUERRA DE MARRUECOS
EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR:
SALAMANCA, DE ANNUAL AL GOLPE DE ESTADO
María GAJATE BAJO1

RESUMEN

El Desastre de Annual fue el golpe de gracia para el ya agónico sistema


canovista. Hasta 1921, el descomunal coste económico y humano de este
conflicto explicaba que las sucesivas campañas militares apenas despertasen
simpatías populares. Pero después de este año, el dolor y el despecho se con-
virtieron en motor de las políticas africanas. Salamanca, conmocionada por
estos dramáticos acontecimientos, se volcó desde un principio en la tarea de
agasajar a los soldados de su batallón expedicionario con toda clase de obje-
tos. Pero aunque sus esfuerzos en este sentido nunca cesaron, los titubeos y
rectificaciones de los sucesivos gobiernos dieron paso a la amargura y la
desolación. De todo ello, la prensa local, cuya utilidad historiográfica no ha
sido demasiado valorada, es un formidable testimonio, sobre todo, en su ver-
tiente de recrear la opinión y la mentalidad de los distintos grupos sociales.

PALABLAS CLAVE: Annual, Protectorado de Marruecos, Salamanca,


La Victoria, Miguel Primo de Rivera.

ABSTRACT

The Annual disaster was the coup of grace to the actually dying cano-
vista system. In anticipation of 1921, the enormous economic and human
charge of this conflict explained consecutive military campaigns hardly ever

1 Investigadora. Universidad de Salamanca.


74 MARÍA GAJATE BAJO

get the public sympathies. But after this year, pain and spite were turned
into the African policy inspiration. Salamanca, shacked extremely by these
dramatic events, threw very early into the activity of giving its expeditio-
nary squad all kind of things. Although efforts in this sense never stop, vaci-
llations and corrections from successive governments gave way to grief and
desolation. About that, local press, whose historiography utility has not been
enough valued, is a wonderful testimony, particularly, in its aspect of recre-
ating different social groups opinions and mentalities.

KEYWORDS: Annual, Protectorate of Morocco, Salamanca, The Victo-


ria, Miguel Primo de Rivera.

*****

l desastre de Annual fue para la moral del Ejército equiparable a las

E derrotas de Santiago y Cavite para la marina en 1898. Un descalabro


con tal mortandad, a manos de unos indígenas «por civilizar» dejó el
prestigio militar y también político de España por los suelos. Fue entonces
cuando las aspiraciones de los colonialistas, que desde mediados del siglo
XIX se habían revitalizado, se transformaron, a juicio de muchos, en meras
fantasías. Pero paradójicamente, Annual también sirvió para aunar al pue-
blo en la defensa de una guerra cuyas motivaciones muy pocos comprendí-
an. Al fin y al cabo, continúa sin ser fácil hoy explicar qué llevó a un país
sin recursos a formar un Protectorado en una región tan conflictiva y pobre
como era el Rif2.

Viejas fantasías imperiales y nuevos sueños coloniales. El establecimiento


del Protectorado

Pese a que Marruecos, desde mediados del siglo XIX, estaba enfrasca-
do en una disputa interna por el poder, buena parte de la historiografía ha
caído en el error de interpretar esto como una señal de desunión, cuando en
realidad no era discutible la existencia de una identidad marroquí, históri-
camente fundamentada en el islamismo y en la cultura árabe. Además, se ha
enfatizado en exceso la distinción entre «Bled-el-Majzén» y «Bled-es-
Siba», territorios sumiso y rebelde a la autoridad del Sultán respectivamen-

2 RAMIRO DE LA MATA, Javier: Origen y dinámica del colonialismo español en Marruecos. Ed.
Ciudad Autónoma de Ceuta. Archivo Central, Ceuta, 2001, p. 17.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 75

te. Ciertamente, ninguno se ajustó jamás a una representación estática sobre


el mapa, pero la estereotipación de esta dicotomía sirvió para deslegitimar
el poder del Majzén y justificar la ocupación europea. Fue así como las
potencias del Viejo Mundo encontraron la ocasión perfecta para satisfacer
sus ambiciones imperialistas. Siguiendo esta tónica, España no se resignó a
mantenerse ajena en la carrera por el reparto de África, más aún si recorda-
mos que la política española en Marruecos estaba todavía considerable-
mente condicionada por una bula del Papa Calixto III, nada menos que de
1457, que normalizaba el derecho a la conquista de territorios infieles3.
Es en este ambiente en el que se desarrollan dos conflictos que ilustran
a las claras ese reverdecimiento de los viejos sueños imperiales: la guerra
de Tetuán y la campaña de Melilla. Como muy oportunamente señaló
Alfonso de la Serna, «España era un país en crisis y Marruecos era un país
en caos. Lanzarse a la aventura marroquí, ignorando casi todo de nuestras
posibilidades y de las realidades profundas de la sociedad marroquí, era
igual que abrir la puerta a “paces chicas”, “semanas trágicas”, “barrancos”
siniestros y “desastres” militares»4. La guerra de Tetuán (1859-1860) se
desencadenó tras el intento español de levantar una fortificación, un reduc-
to de piedra al que se llamó «Santa Clara», en los alrededores de Ceuta. La
reacción beréber fue fulminante: destrozaron lo construido y pisotearon el
escudo español. Pero este intrascendente suceso pasó a mayores cuando el
delegado del sultán en Ceuta, Hach Mohamed el Jatib, no transigió con una
de las exigencias españolas para olvidar el asunto: la entrega de los doce
agresores al gobierno español. Como no se vislumbraba ninguna posibili-
dad de acuerdo, las Cortes españolas declararon la guerra a Marruecos el 22
de octubre. O’Donnell había intuido las posibilidades que este conflicto le
ofrecía para mantener a los militares ajenos a cualquier intentona «salvado-
ra» dentro del país y también, de paso, para recuperar algo de prestigio exte-
rior. Paralelamente, y casi de modo inmediato tras el inicio de las hostilida-
des, surgieron en todo el país varias iniciativas de socorro para los
combatientes, pues muy conocidas eran todas las calamidades a las que
estaban sometidos los soldados. Aunque la toma de Tetuán por los españo-
les aceleró la firma del tratado de paz (26 de abril de 1860), tuvieron que
transcurrir dos años más hasta que las tropas españolas evacuaron la ciudad.
Éste fue el instrumento del que se valió España para presionar a Marruecos

3 BACHOUD, Andrée: Los españoles ante las campañas de Marruecos. Espasa-Calpe, Madrid,
1988, p. 39.
4 DE LA SERNA, Alfonso de: Al sur de Tarifa. Marruecos-España: un malentendido histórico.
Marcial Pons, Madrid, 2001, pp. 175-176.
76 MARÍA GAJATE BAJO

a pagar una indemnización de guerra de cien millones de pesetas. Sin


embargo, al final, fue Inglaterra la que asumió la mayor parte de esta deuda,
con la esperanza de atajar un creciente influjo hispano en la zona. En cual-
quier caso, el tratado de paz aceleró la quiebra económica del país y acre-
centó el malestar de la población marroquí ante las continuadas subidas
impositivas5. Años después, en 1893, la historia se repitió cuando unos
obreros españoles empezaron a construir una fortificación en el conocido
como «campo de Melilla», zona teóricamente neutral y con una enorme sig-
nificación religiosa para los cabileños de los alrededores. Tras cuantiosos
escarceos bélicos, la firma de un tratado de paz (10 de marzo de 1894) logró
que el Sultán se comprometiese a castigar a los atacantes y a pagar a Espa-
ña una indemnización de veinte millones de pesetas. Como colofón, cabe
destacar que el fervor patriótico que acompañó a ambas guerras ocultó, en
buena medida, el descontento de los reservistas y el deseo de los soldados
de volver a casa lo antes posible6.
El cambio de siglo coincidió con la aparición de nuevas motivaciones
en la política española seguida más allá del Estrecho. ¿Pero cuáles fueron
los detonantes de esta metamorfosis? Sin duda, el reverdecimiento del afri-
canismo, el impulso de la Conferencia de Berlín y la trascendental derrota
de 1898. Tanto la ocupación de las islas Chafarinas en 1848 como las gue-
rras de Tetuán y Melilla se inscribían ya en este contexto de naciente impe-
rialismo. Pero fue sobre todo entre 1880 y hasta 1914 cuando África pasó
de ser un continente casi totalmente desconocido a desintegrarse entre las
más voraces potencias europeas. Las sociedades geográficas y asociaciones
coloniales desempeñaron un papel hegemónico en todo este proceso. Impul-
sadas por la burguesía decimonónica, sus objetivos, en líneas generales, fue-
ron la defensa de los derechos históricos de España sobre determinados
territorios; la potenciación de exploraciones y viajes y la movilización
social en defensa del colonialismo7. Por lo que respecta a la Conferencia de
Berlín (15 de noviembre de 1884– 26 de febrero de 1885), además de regu-

5 DE LA SERNA, Alfonso: op.cit., pp. 185-187.


6 MADARIAGA, Rosa María de: España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada. Bibliote-
ca de Melilla, Melilla, 1999. Es muy útil el capítulo «Los precedentes de la cuestión rifeña», pp.
65-93; y también de la misma autora: En el Barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos. Alian-
za, Madrid, 2005. Véase el capítulo «Escarceos bélicos premonitorios», pp. 15-42. Son muy abun-
dantes las informaciones sobre el lastimoso estilo de vida de la tropa durante el desarrollo de las
contiendas y el pésimo funcionamiento del sistema de reclutamiento.
7 NOGUÉ, Joan y VILLANOVA, José Luis: «Las sociedades geográficas y otras asociaciones en la
acción colonial española en Marruecos» en NOGUÉ, J. y VILLANOVA, J. L.: España en Marrue-
cos (1912-1956). Discursos geográficos e intervención territorial. Editorial Milenio, Lleida, 1999,
pp. 184-224.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 77

lar el futuro del Estado del Congo y la navegación por el Níger, sentó las
bases para la partición del continente africano, que a partir de ese momen-
to se habría de fundar en la ocupación efectiva y no en la apelación a
supuestos derechos históricos, jurídicos... Tras estos acuerdos, cabía dedu-
cir que las esperanzas colonizadoras de España no eran nada halagüeñas,
pues quedaban reducidas a la península de Río de Oro y Guinea Ecuatorial8,
y por ello, el acercamiento político a Francia, tema al que seguidamente se
aludirá, pareció entonces la mejor solución. Por último, la guerra hispano-
americana de 1898 causó un profundo trauma en la conciencia nacional. El
pesimismo se apoderó de la sociedad y acrecentó, como es bien sabido, la
brecha entre gobierno y pueblo.
Junto a estos nuevos estímulos a favor de la acción colonial, tres fueron
también los agentes o promotores de la tarea colonizadora. En primer lugar,
y enlazando con lo anterior, el Ejército, que había resultado profundamente
herido tras los desastres de Cavite y Santiago. La derrota puso fin al enor-
me influjo político de la oficialidad y a sus posibilidades de rápidos ascen-
sos en el escalafón, hizo muy palpable el desequilibrio entre oficialidad y
tropa y la necesidad de urgentes reformas, acentuó el resentimiento militar
ante el elemento civil, motivado por los ataques recibidos desde la prensa,
y a la inversa, también agudizó el rechazo civil ante el elemento armado,
tradicional custodio del orden público9. En estas circunstancias, los milita-
res, con salvedades como fue el caso de Miguel Primo de Rivera, pronto
vieron en África la oportunidad para recuperar su prestigio, para saldar una
deuda con el «glorioso» pasado de España y la posibilidad de huir de la vida
de carestías que significaba permanecer en una guarnición peninsular. Un
segundo grupo de presión lo constituyó el mundo empresarial, y en parti-
cular el capital vasco y catalán, muy involucrado tanto en las exploraciones
mineras como en los proyectos de colonización agrícola10. Y el último de

8 RAMIRO DE LA MATA, Javier: op.cit., pp. 38-40.


9 BALBÉ, Manuel: Orden público y militarismo en la España Constitucional (1812-1983). Alianza,
Madrid, 1985 (2.ª ed.), pp. 18-316. Para profundizar en la mentalidad militar imperante durante la
Restauración canovista, y en particular, conocer sus recelos frente a la sociedad civil, véase
NÚÑEZ FLORENCIO, Rafael: «La mentalidad militar en el marco de la Restauración Canovis-
ta», en Cuadernos de Historia Contemporánea, n.º 14, Madrid, 1992, pp. 31-53. Este recelo tam-
bién aparece muy palpablemente a lo largo de toda la obra de Tomás GARCÍA FIGUERAS: His-
toria de la acción de España en Marruecos. Desde 1904 a 1927. Ediciones Fe, Madrid, 1939.
10 Ambos asuntos han sido muy estudiados por Víctor Morales Lezcano y, más recientemente, tam-

bién por Rosa M.ª de Madariaga. Desconozco hasta qué punto la legendaria «riqueza minera» del
Rif –sólo evidente en los yacimientos de Beni Bu Ifrur– fue un «cebo apetitoso» para los grupos
empresariales, pues fueron muy superiores los beneficios que estos obtuvieron a costa del abas-
tecimiento del Ejército. Por otro lado, lo accidentado del terreno y el retraso técnico dificultaron
las tareas de colonización agrícola.
78 MARÍA GAJATE BAJO

los agentes colonizadores, aunque no por ello menos relevante, fue el pro-
pio Alfonso XIII y los partidos políticos11. Para comprender el interés regio
en Marruecos, la historiografía frecuentemente alude al profundo impacto
que tuvo sobre el monarca la derrota de 1898, cuando sólo contaba con 12
años de edad. Pero todas sus preocupaciones no habrían tenido consecuen-
cias efectivas si no hubiese dispuesto de amplísimas prerrogativas políticas,
que sólo se explican en un contexto de quiebra del sistema. En cuanto a las
posiciones partidistas, oscilaron desde la clara voluntad intervencionista de
las corrientes liberales, hasta las posiciones abandonistas del movimiento
obrero y parte del republicanismo, pasando por el colonialismo moderado
del partido conservador12.
Las pretensiones españolas respecto a Marruecos habían oscilado hasta
el momento entre el respeto al statu quo y el deseo de intervención, aca-
bando por imponerse esta última aspiración. Desde 1830 Francia estaba
asentada en Argelia y contemplaba Marruecos como el espacio natural para
su expansión en el Norte de África. Mientras tanto, Gran Bretaña velaba por
el control del tráfico comercial mediterráneo a través de Gibraltar y Suez13.
En 1900, Francia y España firmaron un tratado por el que se reconocían las
posesiones de ésta en Guinea y el Sáhara Occidental. Por aquel entonces, el
objetivo francés era potenciar una alianza con la que reforzar su posición
ante Gran Bretaña. Así, dos años después, nuevamente Francia y España
negociaron un tratado para el reparto de influencias sobre Marruecos. El
territorio que Francia asignaba a España era bastísimo, a sabiendas de que
se trataba de una potencia débil y, en consecuencia, el poder galo toparía
con escasas restricciones para la ampliación de sus competencias. Pero ni
Sagasta ni Silvela se atrevieron a firmar este tratado, por el temor a una
mala reacción británica. Después de este proyecto fallido, Francia volcó su
interés hacia Gran Bretaña, que aunque no deseaba la intromisión de Fran-
cia en Marruecos, atravesaba por una fase de relativo descrédito militar tras
su duro enfrentamiento con los bóers. Esta reconciliación, al mismo tiem-
po, era una respuesta al rearme naval de Alemania. Finalmente, las nego-

11 RAMIRO DE LA MATA, Javier: op.cit., pp. 17-88. Autores como Andrée Bachoud enfatizan el
peso de la voluntad regia entre las causas del colonialismo español en África, mientras que rele-
gan a un papel secundario el papel de las compañías mineras. Véase BACHOUD, Andrée: op.cit.,
pp. 67-75. Al contrario, autores como Víctor Morales Lezcano apuestan por los consorcios mine-
ros como principales promotores del colonialismo. Véase MORALES LEZCANO, Víctor: El
colonialismo hispano-francés en Marruecos (1898-1927). Siglo XXI, Madrid, 1976, pp. 70-71.
12 Los distintos posicionamientos políticos y fraccionamientos partidistas ante las campañas de
Marruecos hasta el momento del estallido de la Primera Guerra Mundial, han sido meticulosa-
mente estudiados en BACHOUD, Andrée: op.cit., pp. 189-359.
13 MOHA, Edouard: La relaciones hispano-marroquíes. Editorial Algazara, Málaga, 1992, p. 73.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 79

ciaciones entre ambas potencias concluyeron en la Convención anglo-fran-


cesa del 8 de abril de 1904. A la par que Francia garantizaba a Gran Breta-
ña libertad de acción en Egipto, también ella lograba lo mismo en Marrue-
cos. Se aseguraba, asimismo, la libre circulación de ambas potencias por el
Estrecho de Gibraltar y el Canal de Suez, y se preveía una particular consi-
deración hacia los intereses españoles en África. A partir de este momento,
Francia se ocupó de negociar con España un tratado, firmado el 3 de octu-
bre de 1904 y al que se le añadió un Protocolo Adicional en septiembre de
1905, en el que se delimitaban las esferas de influencia de ambas potencias
en Marruecos, aunque no se conocería públicamente hasta 1911. Este trata-
do suponía muchísimos recortes territoriales para España con respecto a lo
proyectado en 1902. El reparto no gustó nada a Alemania. Y decidido a
hacerse escuchar, el káiser Guillermo II desembarcó por sorpresa en Tánger
el 31 de marzo de 1905, denunciando los acuerdos firmados hasta el
momento y solicitando la celebración de una Conferencia Internacional.
Pero en Algeciras (7 de abril de 1906), y contra la voluntad de Alemania, se
sentaron las bases para la descomposición de Marruecos. Aunque formal-
mente se aseguraba el libre comercio en los ochos puertos de la costa
magrebí, en la práctica, Francia y España se repartían su control, permane-
ciendo únicamente con carácter internacional Tánger y Casablanca14.
A los acuerdos de Algeciras siguieron, un año después, los tratados de
Cartagena. En esta ocasión, Francia y Gran Bretaña se comprometieron a
velar por la seguridad exterior española. No obstante, el momento más tenso
en el desarrollo de todo este juego diplomático llegó en 1911. La ocupación
por tropas expedicionarias galas de Fez en el mes de mayo, bajo el pretexto
de socorrer al Sultán Mulay Hafid ante una sublevación popular, fue res-
pondida con la ocupación española de Larache, Arcila y Alcazarquivir.
Mientras que el gobierno francés estaba convencido de la existencia de un
acuerdo secreto entre Berlín y Madrid, Alemania creía que se hallaba ante
una acción conjunta hispano-francesa. El Reich decidió enviar un cañonero
Panther a la bahía de Agadir. Pero cuando la guerra parecía inminente, Fran-
cia y Alemania optaron por la vía negociadora: así, en noviembre de 1911,
acordaron que Alemania renunciaría a sus ambiciones expansionistas sobre
Marruecos y, en compensación, Francia le concedería Togo y Camerún.
Finalmente, la firma del tratado franco-marroquí de Fez, el 30 de marzo de
1912, sentó las bases del Protectorado. Poco después, España también obtu-
vo un Protectorado en la Convención franco-española del 27 de noviembre

14 Estos ocho puertos eran Rabat, Mazapán, Safi, Mogador, Larache, Tetuán, Tánger y Casablanca.
80 MARÍA GAJATE BAJO

de 191215. Sin embargo, lejos del reconocimiento de supuestos derechos his-


tóricos, que como ya se ha comentado, quedaron sin validez desde la Confe-
rencia de Berlín, la posición que España ocupaba en Marruecos obedecía a un
acuerdo franco-inglés, otro franco-alemán y un último franco-marroquí16.
España no rigió ninguna de las negociaciones y hubo de aceptar la interna-
cionalización de Tánger, cuyo Estatuto no se aprobaría hasta febrero de 1924,
y la competencia exclusiva del Residente General Francés, Lyautey, con sede
en Rabat, para todo lo relacionado con la política exterior marroquí. La
noción de protectorado suponía el mantenimiento de las formas de gobierno
tradicionales del reino, aunque regidas por los colonizadores, a través de la
figura del «interventor». Todo ello se concebía como un mecanismo para
arrastrar a los marroquíes hacia la «civilización», o, como acertadamente
reconocía el comandante Díaz de Villegas, «vamos a Marruecos, no contra
Marruecos, sino con Marruecos»17. Pero la realidad, como se verá, resultó
muy alejada de los presupuestos teóricos: España no tenía experiencia colo-
nizadora previa, sino una larguísima historia de conquistas, y los militares
acabaron por adueñarse de la administración directa y excluyente del poder,
al menos, hasta 1926-2718. A ello contribuyó, sin ningún género de dudas, el
carácter tan fragmentado, rebelde y pobre del territorio por colonizar, pero
también, la enorme confusión de mandos españoles19. En los años que siguie-

15 La zona de Protectorado español contaba con una superficie de 22.790 kilómetros cuadrados, que
representaban una mínima concesión ante los 415.000 kilómetros cuadrados de Protectorado francés.
16 DE LA SERNA, Alfonso: op.cit., p. 216.
17 DÍAZ DE VILLEGAS, José: Lecciones de la experiencia (enseñanzas de las campañas de
Marruecos). Ed. Sebastián Rodríguez, Toledo, 1930, p. 128.
18 La «intervención» debió constituir el pilar básico para la correcta administración del Protecto-
rado, pero la inexperiencia española, las carencias legislativas y la resistencia de la población
de la Zona impidieron el ejercicio de la labor de los interventores hasta 1927. Para profundizar
en las funciones y formación de los interventores, véase VILLANOVA, José Luis: «La forma-
ción de los interventores en el Protectorado español en Marruecos (1912-1956)» en RODRÍ-
GUEZ MEDIANO, F. y FELIPE, H.: El Protectorado español en Marruecos. Gestión colonial
e identidades. CSIC, Madrid, 2002, pp. 247-280; VILLANOVA, José Luis: «La pugna entre
militares y civiles por el control de la actividad interventora en el Protectorado español en
Marruecos (1912-1956)», en Hispania, n.º 220, 2005, pp. 683-716; y MATEO DIESTE,
Joseph: «La oficina de intervención como espacio de interacción socio-política en el Muraquib
y la cábila: de la ideología colonial a las prácticas cotidianas» en RODRÍGUEZ MEDIANO, F.
y FELIPE, H: op.cit., pp. 139-180. Para conocer mejor el repudio de los africanistas hacia el
Protectorado civil, véase: GÓMEZ JORDANA, Francisco: La tramoya de nuestra actuación en
Marruecos. Editora Nacional, Madrid, 1976; y también: MOLA VIDAL, Emilio: Dar Akkoba.
Páginas de sangre, de dolor y de gloria, en Obras Completas. Santarén, Valladolid, 1940.
19 El Alto Comisario era la máxima autoridad en el Protectorado español y obedecía a las órdenes
de los ministerios de Guerra, del que dependían los asuntos militares, y de Estado, que se ocupa-
ba de los asuntos político-administrativos. Existían además tres Comandancias generales con una
relativa autonomía y a todo este complejo organigrama, se le debía añadir, además, la ambición
intervencionista de Alfonso XIII.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 81

ron, tres fueron las grandes opciones estratégicas que se plantearon con rela-
ción al Protectorado: la reducción del territorio ocupado a una extensión cos-
tera (Maura y Cambó); la ocupación absoluta (Berenguer y Romanones) y el
abandono del territorio (Primo de Rivera e Indalecio Prieto)20. Aunque se
intentarían las tres opciones, la falta de decisión de los sucesivos gobiernos no
acarrearía más que confusión y rechazo por parte de la opinión pública.

Nuevos sinsabores: de la creciente hegemonía militar en el Protectorado a


Alhucemas
La ocupación militar de la costa marroquí se inició en 1908 con la toma
de La Restinga y Cabo del Agua. El general Marina, que por entonces era
el gobernador militar de Melilla, intentaba de este modo impedir la cons-
trucción de una fábrica francesa de armas en las cercanías de la Plaza21. No
se tuvo que esperar demasiado para asistir al primer gran tropiezo militar de
España en el siglo XX, estrechamente relacionado con la figura de El
Roghi. El establecimiento de empresas mineras europeas en el Rif fue posi-
ble gracias a las negociaciones con este pintoresco personaje. Se trataba de
un beréber arabizado, que se había hecho pasar con éxito por el hijo mayor
del Sultán Hassan I. Con el pretexto de liberar a Marruecos de los cristia-
nos, logró un considerable apoyo social y se asentó en Zeluán en 1903, tras
ser expulsado en reiteradas ocasiones de Taza por las tropas del Sultán.
Desde esa ciudad ejerció un poder casi absoluto sobre las cábilas de Guela-
ya y Kebdana. No obstante, para poder costear un Ejército que le garantiza-
se su poder, emprendió una serie de negociaciones con los consorcios mine-
ros tanto españoles como franceses, contradiciendo así todas sus promesas
anteriores. Previsiblemente, fue desde este momento cuando su suerte cam-
bió: en 1904 cedió la explotación de unas minas de plomo de Beni Bu Ifrur,
por un periodo de 99 años, a los hermanos Baille. Tres años después, en
mayo de 1907, entregó a Enrique Mcpherson y a Alfonso del Valle otras
minas de hierro, también emplazadas en la cábila de Beni Bu Ifrur22. Mien-

20 ALONSO BAQUER, Miguel: «El problema de Marruecos» en HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-


BARBA, Mario y ALONSO BAQUER, Miguel: Historia social de las Fuerzas Armadas españo-
las. Alhambra, Madrid, 1986 (3.ª ed.), vol. V, p.228.
21 MADARIAGA, Rosa María de: op.cit., pp. 375-377.
22 Según David S. Woolman esta cesión de El Roghi fue un gesto de agradecimiento por el apoyo
prestado por la guarnición melillense ante un ataque del Sultán en el verano de 1907. Véase
WOOLMAN, David S.: Abd-el-Krim y la guerra del Rif. Barcelona, Biblioteca Tau, 1971, p. 53.
Madariaga nos aclara que El Roghi justificó su postura alegando un retraso francés en el pago de
los derechos de explotación contratados en 1904. Véase MADARIAGA, Rosa María de: En el
Barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos. Alianza, Madrid, 2005, p. 46.
82 MARÍA GAJATE BAJO

tras tanto, Clemente Fernández, un consolidado comerciante, dirigió muy


precavidamente y en primer término una petición al Sultán para poder
explotar dos minas, una de plomo argentífero y otra de hierro magnético en
Beni Bu Ifrur. La primera era la que ya El Roghi había otorgado a los Bai-
lle (y su socio comercial, Massenet) y la segunda, a Mcpherson y del Valle.
En una segunda fase, Clemente Fernández dirigió estas mismas peticiones
a El Roghi, que aunque era la única autoridad efectiva en el Rif oriental, no
pudo negarse a la cesión de los derechos solicitados y así lo confirmó el 9
de junio de 1907. Después de una lucha encarnizada, los dos grupos espa-
ñoles rivales se asociaron, en junio de 1908, formando la Compañía Espa-
ñola de Minas del Rif. Por su parte, el grupo francés, que no tuvo más reme-
dio que contentarse con las minas de plomo de Afra, había formado el 21 de
agosto de 1907 la Compañía Norte Africano. Ambas obtuvieron el permiso
para la construcción de un ferrocarril que transportase el mineral hasta el
puerto de Melilla. Además de que se había ignorado la existencia de una
autoridad legítima, muy pronto se hizo notable el rechazo de los cabileños
a la presencia española en la zona. La hostilidad se plasmó en un levanta-
miento de las cábilas contra El Roghi, que fue obligado a abandonar Zeluán
en diciembre de 1908, tras vengar el ataque a unos obreros españoles, y
refugiarse en Taza. El gobierno español sabía que una actitud en exceso
indulgente hacia este individuo no le resultaría beneficiosa y optó por res-
petar el deseo de las cábilas de suspender los trabajos en las minas23. Aun-
que el Sultán no autorizaba las extracciones en tanto que las tropas no aban-
donasen la Restinga y Cabo del Agua, el gobierno español estaba siendo
presionado, sin embargo, por los consorcios mineros y también por el
gobierno francés, que amenazaba con el envío de sus tropas para proteger a
los obreros. En estas circunstancias, Maura acabó por ceder ante sus dese-
os y el 7 de junio se reanudaron las obras.
En julio de 1909 los cabileños nuevamente atacaron a los trabajadores
de las vías férreas, causando varias pérdidas humanas y materiales. El Ejér-
cito español, como ya había ocurrido en la centuria anterior, contraatacó, y
después de varias jornadas de lucha, el 27 de julio se produjo el célebre y
trágico descalabro del Barranco del Lobo, en el que se contabilizaron un
total de 752 bajas, sumando fallecidos y heridos24. Aunque ya el 20 de sep-
tiembre se pudieron iniciar con éxito las operaciones para controlar todo el

23 El Roghi acabaría siendo capturado por el Sultán Mulay Hafiz en agosto de 1909. Fue torturado
y murió quemado vivo.
24 MADARIAGA, Rosa María de: En el Barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos. Alianza,
Madrid, 2005, p. 54.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 83

territorio entre el Gurugú y el Cabo de Tres Forcas, el coste humano de estos


avances fue elevadísimo. Como en las campañas anteriores, el tratado de
paz de noviembre de 1910, ya con el gabinete de Canalejas, supuso una
nueva indemnización marroquí a España de 65 millones de pesetas. En esta
ocasión, sin embargo, las protestas no pudieron ser silenciadas. La campa-
ña de 1909 fue increíblemente mal acogida por la opinión pública, desenca-
denándose los ya conocidísimos sucesos de la Semana Trágica a raíz del
rechazo barcelonés al envío de reservistas. La oposición obrera a la con-
quista colonial se fundamentaba en el odio hacia el servicio militar25 y en
la incredulidad ante la idea de restaurar el ultrajado «honor nacional», pero
no en la defensa del derecho marroquí a la independencia. No obstante, y
de modo paradójico, inmediatamente la población también clamó en favor
de una acción contundente en África. En todo caso, y al margen de lo
expuesto, para el militar de carrera, la campaña de 1909 marcó el naci-
miento de una nueva identidad con una sobresaliente orientación militaris-
ta: nació el africanista26. Después de 1909, Mohammed Amezian se hizo
con el liderazgo de la resistencia rifeña, paralelamente al avance español
hacia el oeste de Melilla, hacia las zonas habitadas por los Beni Said y los
Beni Urriaguel. Tras su muerte, en la primavera de 1912, la campaña del
Kert se dio por concluida. Las bajas de este periodo sumaban 1.538 indivi-
duos.
Calmadas las aguas en las cercanías de Melilla, el 19 de febrero de
1913, el general Alfau, primer Alto Comisario, ocupó Tetuán. Ésta sería la
capital del Protectorado español y el lugar de residencia del jalifa como
delegado del Sultán. Ya previamente España había ocupado, como se ha
señalado con anterioridad, Larache, Alcazarquivir y Arcila, contando para
ello con el inestimable apoyo de otro de los más legendarios protagonistas
de esta historia. En efecto, Alfau pudo valerse en la zona occidental del Pro-
tectorado de la colaboración del jerife Muley Ahmed el Raisuni para impo-

25 Véase al respecto FERNÁNDEZ VARGAS, Valentina: Sangre o dinero. El mito del Ejército
nacional. Alianza, Madrid, 2004.
26 Como obras generales para conocer al Ejército en la España de principios del siglo XX, véase:
CARDONA, Gabriel: El poder militar en la España Contemporánea hasta la Guerra Civil. Siglo
XXI, Madrid, 1983; y la ya citada de Mario Hernández Sánchez-Barba y Migual Alonso Baquer.
Si se quieren conocer las escisiones ideológicas y modo de vida de los africanistas, véase: BAL-
FOUR, Sebastián: Abrazo mortal. De la guerra colonial a la guerra civil en España y Marruecos
(1909-1939). Ediciones Península, Barcelona, 2002, pp. 58-65; NERÍN, Gustau: La guerra que
vino de África. Crítica, Barcelona, 2005; y MÁS CHAO, Andrés: La formación de la conciencia
africanista en el Ejército español (1909-1927). SGE, Madrid, 1988. En el terreno literario, la tri-
logía de novelas más citada para acercarse a la vida del soldado en el Rif es: BAREA, Arturo: La
forja de un rebelde. Debate, Barcelona, 2000, vol. II. La ruta; SÉNDER, Ramón J.: Imán. Desti-
no, Barcelona, 2001; y DÍAZ FERNÁNDEZ, José: El blocao. Viamonte, Madrid, 1998.
84 MARÍA GAJATE BAJO

ner su autoridad. Éste era un hombre muy influyente en la región y podía


prestar grandes servicios a la actividad «colonizadora», pero a la vez, se
mostraba muy receloso ante cualquier atisbo de desafío a su autoridad27. Así
se puso de manifiesto en el momento en que Silvestre, jefe de las fuerzas
españolas de Larache y Alcazarquivir, decidió liberar a un centenar de cabi-
leños que el jerife tenía presos en las cárceles de su palacio de Arcila. La
incredulidad y decepción del jerife aumentarían aún más al conocer que no
era él el designado como jalifa de la zona, pues sus célebres actividades
extorsionadoras no le hacían merecedor de la plena confianza española. Sil-
vestre debió convencerle para que saludase al nuevo jalifa pero el Raisuni
optó por romper sus relaciones con España y encabezar el movimiento
rebelde contra la ocupación, marchándose a su fortín de Zinat. Al ser desti-
tuido de su cargo de bajá de Arcila, decidió asediar Tetuán, Arcila y cortar
las comunicaciones entre Tetuán y Tánger. Silvestre respondió confiscando
todos sus bienes en Arcila. Mientras los hombres del jerife atacaban Alca-
zarquivir el 7 de julio, las autoridades del Protectorado buscaban desespe-
radamente una fórmula de arreglo. Impotente, Alfau fue sustituido por el
general Marina en agosto de 1913. Mientras que al Alto Comisario se le
encomendó la tarea de reanudar las negociaciones con el Raisuni, Silvestre
permanecía obcecado en su idea de una fuerte contraofensiva. De hecho,
estuvo a punto de frustrar un acuerdo debido a su turbia implicación en el
asesinato de Sid Alí Alkalay, un emisario del Raisuni que viajaba con sal-
voconducto del general Marina, el 15 de mayo de 1915. El incidente supu-
so la instantánea dimisión del Alto Comisario, siendo reemplazado por el
general Gómez Jordana. También significó el traslado de Silvestre a la
península, como jefe de la Casa Militar del Rey. Aquí permaneció hasta
agosto de 1919 cuando, por iniciativa regia, fue nombrado Comandante
general de Ceuta. Gómez Jordana concluyó las negociaciones emprendidas
por su antecesor con el Raisuni. Mediante un pacto firmado en septiembre
de 1915, España reconoció al jerife como gobernador de las cábilas que se
sometiesen posteriormente al Majzen. Obtuvo, además, 200.000 pesetas
mensuales para restablecer el orden, y también armas y municiones. No
obstante, coincidiendo con el estallido de la Primera Guerra Mundial, se
impuso en la zona occidental del Protectorado español una política de tran-
sigencia hacia el Raisuni, que le permitiría alcanzar enormes cotas de poder.

27 Woolman presenta a este individuo como una mezcla entre Robin Hood, un barón feudal y un ban-
dido tiránico. Véase WOOLMAN, David S.: op.cit., p. 61. Imprescindible para conocer la trayec-
toria vital de este controvertido hombre es la tesis doctoral de TESSAINER Y TOMASICH, Car-
los-Federico: El Raisuni, aliado y enemigo de España. Universidad Complutense de Madrid.
Colección de Tesis Doctorales, Madrid, 1992.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 85

En cuanto a la región oriental del Protectorado, tras la muerte de Ame-


zian, se había intensificado la labor de «atracción política» entre los jefes
de las cábilas, como paso previo a la ocupación militar en la dirección de
Tafersit –lo que comúnmente se conocía como política «del palo y la zana-
horia»–. Se debe entender como labor de «atracción» la entrega de pensio-
nes y concesión de becas de estudios a los considerados como «moros ami-
gos» o colaboradores con la acción «civilizadora» española. Dichos gestos
toparon con el rechazo por parte de la oficialidad más belicosa y deseosa de
ascensos y también por parte de los que juzgaban estos pagos un soborno
que sólo garantizaba la lealtad marroquí coyunturalmente. También parale-
lamente al estallido de la contienda europea, la actividad expansiva españo-
la en esta parte se redujo, a petición francesa. La operación más destacada
fue el paso del río Kert el 16 de mayo de 1915.
Casi coincidiendo con el final de la guerra en Europa, fue nombrado
Dámaso Berenguer como nuevo Alto Comisario (19 de enero de 1919).
Berenguer reemplazó a Gómez Jordana, quien murió desfallecido y humi-
llado por su obligado repliegue a la voluntad del Raisuni. El nuevo Alto
Comisario era un hombre de aspecto torpe, aunque culto, muy agudo, dis-
creto y realista. No obstante, su indecisión ante las ofensivas de Silvestre y
las ingerencias regias le restarían mucha capacidad de mando28. Anterior-
mente Berenguer había sido ministro de Guerra, parece que gracias a la
influencia que el citado Silvestre ejercía sobre Alfonso XIII. Durante su
estancia en este ministerio, había firmado en 1918 un decreto por el que el
Alto Comisario dejaba de ser general en jefe del Ejército de África. Lo que
se estaba planteando ya entonces era la necesidad y la voluntad de avanzar
hacia el establecimiento de un protectorado de carácter civil, que contase
con un mayor respaldo popular y permitiese reducir los gastos. Pero el paso
previo ineludible era la pacificación del territorio, y ello requería una con-
siderable inversión de capital. Entre 1918 y 1920, el presupuesto militar ofi-
cial fue de 317 millones anuales. En este último año también se votó una
partida suplementaria de 150 millones, y 112 más en el presupuesto espe-
cial de Marruecos. Además, el Ejército se amplió desde 190.000 hombres
en 1918 hasta 216.000 en 192029. Para lograr la ocupación efectiva del
Marruecos español, el Alto Comisario pensaba en ocupar el interior de
Yebala, en un primer momento, y sólo después de lograr este objetivo, ini-

28 BOYD, Carolyn P.: La política pretoriana durante el reinado de Alfonso XIII. Alianza, Madrid,
1990, p. 198.
29 PAYNE, Stanley G.: Los militares y la política en la España contemporánea. Ruedo Ibérico,
París, 1968, p. 134.
86 MARÍA GAJATE BAJO

ciar la ocupación del Rif. Su estrategia consistía en lo que se ha dado en lla-


mar «el método de la mancha de aceite»: un avance lento, siempre asegu-
rando la retaguardia, mediante la construcción de pequeños puestos defen-
sivos o blocaos. El sistema requería para su funcionamiento la previa
«preparación política» del territorio y un despliegue muy meditado de las
tropas. Resultaba una estrategia espléndida para un país en el que la guerra
era muy impopular, pero creaba la falsa imagen de ahorro de fuerzas mili-
tares30. En la región occidental, por otro lado, Berenguer tenía la firme
voluntad de acabar con las políticas «blandas» ante el Raisuni, captando
para ello la amistad de los jefes cabileños enfrentados con el jerife. Su obje-
tivo principal era la toma de Xauen, que finalmente se produjo el 13 de
octubre de 1920. Así, el Alto Comisario pudo bloquear las relaciones entre
el jerife y sus aliados de Gomara. Después procedió a estrechar el cerco
sobre el Raisuni, refugiado en Tazarut. Las tropas españolas penetraron en
la cábila de Beni Aros a comienzos de julio de 1921, preparadas ya para el
asalto definitivo. Pero la noticia del Desastre de Annual, en la región orien-
tal, libró una vez más al jerife de su captura.
¿Cómo se llegó a los momentos de desesperación que vivieron miles de
soldados en Annual y en otras tantas posiciones? Es imposible responder a
esta cuestión sin aludir, aunque sea muy sucintamente, al más carismático y
legendario de todos los líderes que encabezaron una rebelión ante la pre-
sencia militar española en Marruecos. Me estoy refiriendo, obviamente, a
Abd-el-Krim. Fue él quien protagonizó, como muy bien señalaba David S.
Woolman en un estudio biográfico ya clásico, «la única rebelión prolonga-
da, disciplinada y dotada de una organización central en toda la historia del
Rif»31. Sus relaciones con las autoridades españolas empezaron a entur-
biarse tras el estallido de la guerra mundial, que como se puede apreciar cla-
ramente, marca un punto de inflexión muy importante en la historia del Pro-
tectorado. No obstante, ya durante la crisis de Agadir de 1911, Mohammed
Abd-el-Krim había alcanzado notoriedad debido a sus artículos germanófi-
los publicados en El telegrama del Rif.
Abd-el-Krim nació en 1882 en Axdir, en la cábila de los Beni Urriaguel.
Habitualmente se le presenta como un hombre muy astuto y refinado, edu-
cado en Fez para la interpretación de la ley coránica, y partidario de la cola-
boración española con vistas a lograr la modernización de su país. Cuando
estalló la contienda europea y ante las presiones francesas, el Alto Comisa-
rio decidió encarcelarlo en Cabrerizas Altas para poder de este modo frenar

30 BOYD, Carolyn P.: op.cit., p. 201.


31 WOOLMAN, David S.: op.cit., p. 89.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 87

el impulso de su padre a colaborar con los turcos, que habían entrado en la


guerra prestando su apoyo a Alemania. Hasta el momento, el padre de Abd-
el-Krim había intentado, por un lado, colaborar con los españoles, que
desde 1913 barajaban la idea de desembarcar en Alhucemas, y por otro lado,
había siempre acabado jurando lealtad a su pueblo cuando estos planes eran
descubiertos (y su vivienda habitualmente incendiada). Aunque tras una
entrevista secreta con Riquelme, Abd-el-Krim logró la liberación de su hijo
y los españoles consiguieron una vez más atraerse la voluntad del padre, la
familia Abd-el-Krim acabó por comprender que no podía seguir confiando
en las autoridades españolas, y tras el fallecimiento del cabeza de familia,
Mohammed asumió el liderazgo del movimiento rebelde. Su táctica militar
resultó muy sencilla y eficaz. Únicamente consistía en el ataque por sor-
presa a los blocaos, apoyándose en la fe ciega de sus combatientes. El abas-
tecimiento de este Ejército, pese a lo que pudiera pensarse, no constituyó un
problema real hasta el momento de la intromisión francesa, pues la ciudad
de Tánger siempre sirvió como fuente de suministros.
Si bien Berenguer se hallaba en una posición jerárquicamente superior
a la de Silvestre, éste era más antiguo en el escalafón y por ello, su perma-
nencia en Ceuta, desde agosto de 1919, podía ocasionar enfrentamientos.
Además, como protegido del Rey, los poderes otorgados a Silvestre en esta
Comandancia eran desmesurados. Ante los previsibles conflictos que aca-
rrearía la convivencia de «dos gallos en el mismo corral», Silvestre fue des-
plazado a la Comandancia General de Melilla en enero de 1920, mientras
que Aizpuru, que hasta el momento se mantenía ocupado con tímidos avan-
ces hacia Tafersit y el Muluya, fue ascendido al grado de teniente general
como compensación. El general Manuel Fernández Silvestre pertenecía al
arma de caballería, al igual que Berenguer, y había nacido en Cuba en 1871.
Su aspecto era bastante corpulento y a sus espaldas llevaba una enorme
fama como hombre mujeriego, campechano, ambicioso e irascible. Proba-
blemente, Silvestre llegó a Melilla con el claro propósito de tomar Alhuce-
mas por tierra, idea que también seducía a Alfonso XIII32. En su avance por
el Rif central, realizado con éxito pero sin autorización, Silvestre tomó Dar
Drius el 15 de mayo de 1920 y Tafersit, el 7 de agosto. A partir de diciem-
bre, Silvestre nuevamente reactivó las operaciones en los territorios de Beni
Ulichek y Beni Said. Finalmente y con la intención de proteger toda esta
zona, el Comandante General de Melilla solicitó a Berenguer la autoriza-
ción para ocupar varias posiciones que sirviesen como barrera en enero de

32 MADARIAGA, Rosa María de: En el Barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos. Alianza,
Madrid 2005, p. 135.
88 MARÍA GAJATE BAJO

1921. Así, Annual fue ocupado el día 15 de este mes, y Sidi Dris, en marzo.
Desde febrero, los temores de Berenguer iban en aumento, pues un informe
del coronel Gabriel Morales, jefe de la Oficina de Asuntos Indígenas en
Melilla, señalaba que los avances estaban siendo demasiado rápidos y la
línea de blocaos que se estaba trazando resultaba estratégicamente indefen-
dible. Aunque Berenguer advertía incesantemente a Silvestre de la necesi-
dad de adoptar una postura más prudente, éste se mostraba henchido de
vanidad, y más aún, después de un viaje que realizó a la península a finales
de abril. Al parecer, durante un banquete en la Academia de Caballería de
Valladolid, Silvestre prometió al rey la toma de Alhucemas el día de San-
tiago33. El 1 de junio, sin previa notificación al Alto Comisario, Silvestre
ocupó Abarrán, ya en la cábila de Temsamán. Era una posición de cierto sig-
nificado religioso para los cabileños y Silvestre obvió la repercusión que su
ataque podía tener. Además, el diálogo político con sus jefes había sido,
hasta ese momento, casi nulo. Aunque oficialmente se trataba de una «ope-
ración de policía», el considerable despliegue de fuerzas hacía desconfiar
de que realmente se tratara de ello. No fueron muchos, sin embargo, los obs-
táculos para llegar a la cima del monte y levantar una fortificación. Termi-
nado el trabajo, la columna de Villar, jefe del sector de policía del Kert,
abandonó el lugar, dejando tras de si una guarnición con casi trescientos
hombres, en su mayoría tropas marroquíes. Sin embargo, muy poco después
de su partida, empezó el ruido de cañones. Sobrevivieron sesenta y dos
hombres, y sólo veinticinco de ellos eran europeos. Además, todo el mate-
rial bélico se perdió. Al día siguiente, los rifeños atacaron Sidi Dris, aunque
la intervención del cañonero Laya impidió un nuevo éxito rifeño. Mientras
la inquietud social y política iba en aumento, Silvestre se mostraba muy
parco en palabras. Sólo tras una entrevista con Berenguer, el 5 de junio, se
comunicó al vizconde de Eza, ministro de Guerra, que la situación se había
estabilizado, aunque ni Tensamán ni Beni Tuzin se manifestaban adeptas a
la causa española34. Herido en su orgullo, muy pronto Silvestre tuvo en
mente vengarse por lo de Abarrán. Es por esto que el 7 de junio ocupó Igue-
riben, posición situada a seis kilómetros de Annual, en un terreno muy

33 BOYD, Carolyn P.: op.cit., p. 215.


34 Según Regan, en esta entrevista Berenguer ordenó a Silvestre detener el avance por el Rif y el iras-
cible Comandante trató de estrangularle, siendo detenido por algunos miembros del Estado
Mayor. Véase REGAN, Geoffrey: Historia de la incompetencia militar. Crítica, Barcelona, 1989,
p. 349. La caída de Abarrán es una cuestión clave en el debate sobre si Annual fue un golpe por
sorpresa o una derrota previsible. Mientras que historiadores como Pabón o Madariaga, apoyán-
dose en testimonios de la época, defienden que tras lo de Abarrán, los nuevos avances tendrían
que haber sido más meditados, otros, como La Porte, entienden que la tranquilidad en la Coman-
dancia era absoluta y nada hacía presagiar una nueva derrota.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 89

escarpado y sin ninguna facilidad para el acceso a una fuente de agua.


Desde el 16 de junio, Igueriben fue sitiada por los rifeños. Ante la imposi-
bilidad de socorrerla, Silvestre ordenó al comandante Benitez, jefe de la
misma, la evacuación. Pero éste prefirió la muerte a la rendición. Así pues,
sólo once de sus hombres lograron sobrevivir. Desde este momento, todas
las bases españolas de la Comandancia de Melilla se vinieron abajo, como
si de fichas de dominó se tratara. La caída de Annual sucedió inmediata-
mente después. El harca rifeña –así es como se denomina a los grupos irre-
gulares de combatientes marroquíes– hostilizó este enclave desde el día 21.
Ante las complicaciones que suponía una resistencia prolongada, el aban-
dono pareció la mejor opción a seguir. Pero resultó totalmente absurdo el no
informar a los oficiales sobre cómo habían de proceder. Así, la evacuación
se convirtió en una desbandada, una fuga muy precipitada en la que acabó
por imponerse el pánico, «el sálvese quien pueda». Silvestre pereció, no se
sabe bien en qué circunstancias. Los que no cayeron extenuados en la huída
o fueron hechos presos, llegaron a Ben Tieb. Desde aquí se desplazaron a
Dar Drius, seguros de que en esta posición podrían resistir. Pero el general
Navarro, nombrado Comandante en jefe de las tropas del territorio tras la
desaparición de Silvestre en Annual, ordenó nuevamente la evacuación. De
Drius dirigió la tropa a Batel, seguidamente a Tistutín, y por último, a
Monte Arruit. Allí resistieron hasta el 10 de agosto, cuando la carencia de
agua, víveres, municiones y medicinas, les obligó a rendirse. En muy pocos
días, se había hundido toda la Comandancia general de Melilla, con la única
excepción de la capital, y se habían echado por tierra todos los avances
logrados desde 1909. El levantamiento rifeño se dejó sentir en todo el Pro-
tectorado y nuevos líderes rebeldes proliferaron por todo el Marruecos
español. Resultó imposible precisar el número de fallecidos, ya fuese por
heridas de combate, sed, agotamiento, disentería o paludismo. Las cifras
que hoy baraja la historiografía oscilan por lo general entre 8.000 y 15.000.
A ello habría que sumar el abandono de 96 piezas de artillería, 10.000 fusi-
les, 2.000 caballos y 1.400 mulos. El gobierno Allendesalazar impuso,
desde el día 25, la censura para ralentizar y suavizar el impacto de la heca-
tombe, pero la tempestad política fue inevitable. El gobierno tuvo que dimi-
tir y fue reemplazado por otro gabinete bajo la presidencia de Maura y con
La Cierva en la cartera de Guerra. Tras el calvario que se inició en Igueri-
ben y Annual, no se volvió a hablar de la «aventura» marroquí, sino de la
«pesadilla», el «avispero» o el «cáncer» marroquí. Annual se convirtió en el
más triste símbolo de la ineptitud de los partidos dinásticos.
No obstante, y pese a dramática marcha de los acontecimientos, tan sólo
siete semanas después de la caída de Annual comenzó la contraofensiva. El
90 MARÍA GAJATE BAJO

espíritu de venganza fue el motor impulsor del Ejército colonial en los años
siguientes al descalabro de 1921. Inmediatamente se abandonó la vieja
estrategia de control territorial mediante blocaos, potenciándose ahora las
unidades móviles sostenidas a través del pillaje. Las tropas españolas recon-
quistaron Nador el día 17 de septiembre; Zeluán, el 14 de octubre; y Monte
Arruit, diez días después. Pese a que la nueva campaña colonial despertó el
inmediato y casi unánime patriotismo popular, más trascendental que la
defensa del orgullo nacional resultó el deseo de rescatar a los prisioneros y
vengar la muerte de millares de soldados. Muy potenciada resultó esta últi-
ma aspiración, sobre todo, al hacerse públicas las escenas de la masacre, y
en particular, la carnicería de Monte Arruit. En diciembre, las tropas ocu-
paron las cábilas de Ulad Settut y Kebdana. Tras la reocupación, el 10 de
enero, de Dar Drius, Maura convocó una conferencia en la ciudad mala-
gueña de Pizarra, en febrero de 1922. Su propósito era debatir acerca del
futuro de las operaciones militares en el Protectorado. Aunque Maura se
mostraba proclive a una ocupación militar muy parcial, la situación del
Ejército colonial era en esos momentos muy débil. El presidente conserva-
dor pretendía satisfacer a los africanistas, especialmente a Berenguer, y
también a La Cierva, mediante un desembarco en Alhucemas, a modo de
sucedáneo de una ofensiva generalizada, mientras que el ministro de Esta-
do, González Hontoria, defendía el aislamiento del Rif central con respecto
a Yebala y al territorio de la Comandancia de Melilla y una acción negocia-
dora en la primera de las zonas, en lugar de la intervención directa. La esci-
sión interna del gabinete desencadenó su relevo por otro, el 7 de marzo, bajo
la presidencia del también conservador Sánchez Guerra y con el general
Olaguer en la cartera de Guerra. La dimisión de Berenguer y su sustitución
por el general Burguete, el 15 de julio de 1922, supuso, en la zona occiden-
tal, el retorno a la política pactista con el Raisuni, y en la zona oriental, ante
la imposibilidad financiera de ejecutar un desembarco en Alhucemas que
permitiese cercar a Abd-el-Krim, el retorno a la política del palo y la zana-
horia, con el objeto de mermar el número de adeptos a la causa del cabeci-
lla rifeño. Sin embargo, el gobierno de Sánchez Guerra se vio desbordado
ante el asunto de las responsabilidades del Desastre. El liberal García Prie-
to fue llamado a formar un nuevo gobierno al finalizar 1922 y Santiago
Alba, como ministro de Estado, se convirtió en el principal promotor de los
trámites para el rescate de los prisioneros hechos por los rifeños durante la
estampida, contando para ello con la imprescindible colaboración económi-
ca del empresario vasco Horacio Echevarrieta. El cambio de gobierno tam-
bién acarreó relevos en la Alta Comisaría. Burguete fue sustituido por un
civil, Villanueva. Pero dados los problemas de salud de éste, el mando del
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 91

Marruecos español recayó en otro civil, Luis Silvela. No obstante, no tardó


dicho personaje en imbuirse en el espíritu militar de los mandos africanis-
tas. Pese a ello, el Gobierno, en su firme determinación por avanzar hacia
la instalación de un protectorado civil, emprendió una serie de negociacio-
nes de paz con Abd-el-Krim, primero valiéndose de Castro Girona como
intermediario, y posteriormente empleando los servicios de Echevarrieta.
Las negociaciones se interrumpieron después de dos ataques rifeños a Tizzi
Azza (en mayo y en agosto de 1923). El avance militar español quedó
entonces paralizado y las conversaciones con Abd-el-Krim, también. Alba
se convirtió en el blanco de todas las críticas de los militaristas, por su modo
de proceder en el rescate de los prisioneros, y el Gobierno del marqués de
Alhucemas se vio obligado a dar largas acerca de su promesa de iniciar la
repatriación de las tropas españolas.
Evidentemente, y ya para abordar dos cuestiones a las que nos hemos
referido hasta ahora muy tangencialmente, resultó muy sencillo achacar el
tremendo descalabro en Melilla a la impetuosidad de Silvestre. Sin embar-
go, él no era más que un eslabón de la cadena, al igual que Berenguer. Sin
duda, éste pecó por omisión, pero no era suya la responsabilidad del pési-
mo estado de las tropas en África. Como decían los marroquíes hispano-
parlantes, al referirse a las distintas políticas coloniales: «Inglaterra pega y
paga; Francia pega pero no paga; España ni pega ni paga». Ello era la cons-
tatación del fracaso de la política del palo y la zanahoria. El 4 de agosto de
1921, Eza, antes de presentar su dimisión, creó una comisión presidida por
el general Picasso para investigar las causas del Desastre y la responsabili-
dad del mismo. Berenguer aceptó mantenerse en el puesto de Alto Comisa-
rio sólo a condición de que se le concediese inmunidad en estas investiga-
ciones. Por ello, La Cierva dictó varios decretos a estos efectos, pese a la
oposición socialista. El 18 de abril de 1922, la comisión Picasso concluyó
su investigación. Ésta se limitaba al análisis de los errores técnicos que con-
dujeron a la derrota, pero obviaba de modo intencionado cualquier respon-
sabilidad política. A comienzos de julio, el Consejo Supremo de Justicia
Militar, bajo la presidencia del general Aguilera35, y después de estudiar
durante tres meses el Expediente, aprobó el informe provisional de la comi-
sión Picasso. Acordó procesar a treinta y nueve militares más de los ya cita-
dos en el informe, que sumaban treinta y siete; y recomendó el procesa-
miento de Berenguer y de Navarro, en caso de ser éste rescatado. Berenguer

35 Sobre este personaje, tildado de «niño mimado de las izquierdas», ha aparecido recientemente una
biografía. Véase ALÍA MIRANDA, Francisco: Duelo de sables. El general Aguilera, de ministro
a conspirador contra Primo de Rivera (1917-1931). Biblioteca Nueva, Madrid, 2006.
92 MARÍA GAJATE BAJO

dimitió en el acto. El 21 de julio de 1922, casualmente un año después de


la desbandada de Annual, una comisión especial de las Cortes, integrada por
once conservadores y diez liberales, fue designada, por iniciativa de Sán-
chez Guerra ante las continuas presiones de Indalecio Prieto, para estudiar
el informe Picasso y emprender la investigación de las responsabilidades
políticas. En este contexto, se exacerbaron las viejas divergencias entre jun-
teros y africanistas, y después de una muy teatral dimisión de Millán Astray,
las juntas fueron definitivamente disueltas en noviembre –anteriormente, La
Cierva había intentado su desactivación, mediante la constitución de
«Comisiones informativas», pero éstas continuaron siendo un lastre de la
administración militar–. Los trabajos de la Comisión de las Cortes resulta-
ron infructuosos. Mientras que los conservadores negaron la existencia de
responsabilidades políticas, los liberales propusieron una moción de censu-
ra contra el gobierno Allendesalazar. Tras las vacaciones veraniegas, la gran
ofensiva de Prieto contra el rey en el Congreso y la intervención de Maura,
también en el sentido de hacer efectivas las responsabilidades políticas,
echaron abajo el gabinete de Sánchez Guerra. El tiempo del que dispuso
García Prieto para afianzar la Monarquía fue muy escaso. El desgaste polí-
tico, la conflictividad social y el malestar militar integraban un cóctel que
muy pronto estalló bajo la forma de un golpe de Estado. Por otra parte, la
implicación de Alfonso XIII en la hecatombe militar y política fue y es una
cuestión increíblemente polémica. Aunque todas las sospechas sobre su
intervención en esta tragedia parecen bastante fundadas, no existen pruebas
documentales al respecto, sino sólo testimonios indirectos36. En cualquier
caso, el establecimiento del Directorio acalló este proceso judicial y puso
fin a todos los enfrentamientos parlamentarios.
En cuanto a los soldados apresados en el momento del desplome de la
Comandancia de Melilla, cabe apuntar que fueron casi siempre conservados
con vida por los cabileños, ya fuese con la intención de obtener un rescate por
ellos o por simple humanidad. Muchos fueron rescatados en los meses inme-
diatos al Desastre. La Oficina Central de Asuntos Indígenas de Melilla gestio-
nó muchos de estos rescates, mediante el canje con marroquíes o con el pago
de gratificaciones. En general, estos prisioneros, que no permanecieron dema-
siado tiempo bajo custodia de los cabileños, recibieron un trato bastante acep-
table. Pero, al concluir el verano de 1921, fueron muchos los militares y civi-

36 La correspondencia entre el rey y Silvestre no se conserva. Cuando Silvestre se vio perdido en


Annual, envió su hijo a Melilla para que se ocupase de descerrajar los cajones de su despacho y
llevarse toda la documentación. Véase MADARIAGA, Rosa María de: En el Barranco del Lobo.
Las Campañas de Marruecos. Alianza, Madrid, 2005, pp. 161-162.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 93

les que acabaron retenidos en Axdir, la capital del Estado rifeño de Abd-el-
Krim. Madariaga señala como aproximada la cifra de 54537. El más destacado
de estos prisioneros fue, qué duda cabe, el general Navarro. Abd-el-Krim exi-
gió para su rescate a Dris Ben Saíd, un antiguo compañero de estudios, que sir-
vió como intermediario «amigo» de los españoles, el pago de tres millones de
pesetas, más la entrega de otro millón adicional en concepto de indemnización
a los rifeños. Pronto la opinión pública se dividió entre aquellos que defendí-
an la urgencia del rescate y los que pensaban que el dinero podría ser emplea-
do en el rearme rifeño. Berenguer dejó en manos de Maura la decisión, quien
rechazó tajantemente este pago. Mientras, algunas familias decidieron tomar la
iniciativa particular para rescatar a los suyos. Se empezaba a temer que las dila-
ciones del Gobierno estuviesen motivadas por el pánico a los testimonios de
los cautivos y su previsible incidencia en el informe sobre las responsabilida-
des. De este modo, hubo de esperarse aún a la llegada de los liberales al poder
para que se produjese un cambio. El nuevo ministro de Estado, Alba, confió
oficialmente a Horacio Echevarrieta las gestiones para el rescate. Llegó éste a
la bahía de Alhucemas el 24 de enero de 1923 y en menos de una semana logró
la liberación de los 367 cautivos supervivientes. Finalmente, el importe del res-
cate fue repartido por Abd-el-Krim entre varios jefes cabileños.
El apoyo que el Ejército colonial prestó, llegado septiembre de 1923, a
Primo de Rivera pudiera resultar, a primera vista, bastante incomprensible, ya
que sus ideas abandonistas eran bien conocidas y sus contundentes y apasio-
nados discursos sobre la cuestión le habían ocasionado más de un disgusto. Sin
embargo, Primo de Rivera apostaba firmemente por acabar con todo el
ambiente responsabilista y en él era muy palpable el rechazo hacia la clase
política española, sentimientos ambos compartidos con la oficialidad africa-
nista. En lo relativo a la estrategia a seguir en Marruecos, ante la imposibilidad
de retirar a España de sus compromisos internacionales –de hecho, esperaba
ilusamente poder conmutar con Gran Bretaña la ciudad de Ceuta y el peñón de
Gibraltar– optó por intentar negociar la paz con el Raisuni y con Abd-el-Krim.
De este modo, el dictador pudo renovar en octubre de 1923 el compromiso de
colaboración con el jerife de Yebala, aunque su acuerdo de lucha conjunta con-
tra Abd-el-Krim fue interpretado por los militares africanistas como una gran
ofensa. Mucho más dificultoso le resultó el acercamiento al rebelde de Axdir,
pues no estaba dispuesto a aceptar ningún acuerdo sin el previo reconocimien-
to de la independencia completa del Rif. No obstante, Primo de Rivera, como
buen estratega, guardaba un as en la manga. Así, previendo el fracaso de estas

37 Ídem, p. 210.
94 MARÍA GAJATE BAJO

negociaciones, se dispuso a retirar las tropas coloniales hasta una nueva línea
fortificada. Aunque la retirada fue muy mal acogida por los africanistas, como
cabía esperar, lo que pretendía el dictador era llevar a cabo una campaña de
bombardeos con TNT, bombas incendiarias y gases tóxicos38. Desplazar a las
tropas era necesario para protegerlas de los efectos de estas sustancias nocivas.
También permitiría la repatriación de millares de soldados, y con ello, el con-
siguiente aumento de popularidad en beneficio propio. El plan fue aprobado
por el directorio militar en mayo de 1924. La línea de Estella era una sinuosa
barrera de posiciones fortificadas que, en el oeste del Protectorado, protegían
las comunicaciones entre Tánger y Fez, y también entre Tánger, Tetuán y
Ceuta, aunque para ello hubiese que renunciar a la ocupación de Xauen; y en
la parte este, significaba un retroceso militar de quince kilómetros. Curiosa-
mente, los militares más entusiastas ante el empleo de gases tóxicos fueron los
africanistas ideológicamente más progresistas. Entendían que esta era la forma
más humanitaria de hacer la guerra, pero olvidaban que los mayores perjudi-
cados eran los civiles, mientras que los africano-militaristas defendían la lucha
directa como vía hacia la gloria39. El retroceso no estuvo ni bien planteado ni
ejecutado. De hecho, la operación pudo costar sólo en la zona occidental un
número de bajas próximo a 15.00040. Los rifeños, convencidos de que este
repliegue era una manifestación de debilidad, respondieron llegando hasta las
puertas de Ceuta y bombardeando Tetuán. En enero de 1925, los hombres de
Abd-el-Krim apresaron al Raisuni, quien finalmente falleció en cautiverio
pocos meses después. Ante el fracaso de esta operación, que no logró aplastar
a los rebeldes rifeños, y tras el famoso enfrentamiento verbal entre el dictador
y la Legión en Ben Tieb41, se impuso la necesidad de buscar una nueva estra-
tegia. Así se gestaría el exitoso desembarco aéreo-naval de Alhucemas y la
ocupación de Axdir, sede del recién fundado Estado Rifeño, todo ello contan-
do con la colaboración francesa. Le seguirían la rendición de Abd-el-Krim y
las últimas campañas para la definitiva pacificación del territorio. Abd-el-

38 MADARIAGA, Rosa María de y LÁZARO ÁVILA, Carlos: «Guerra química en el Rif», en His-
toria 16, n.º 324, Madrid, 2003, pp. 50-85. Son muy pocos los historiadores que han tratado esta
cuestión, pues resulta ciertamente difícil el acceso a estas informaciones. Es por ello que Sebas-
tián Balfour ha llegado a hablar de una «conspiración del silencio».
39 BALFOUR, Sebastián: op.cit., p. 200.
40 Ibíd., p. 208.
41 Se cuenta (las versiones varían ligeramente según el autor) que el 19 de julio de 1924, en una cena
de gala que la Legión ofreció al dictador, en Ben Tieb, Franco, que entonces era teniente coronel
al mando de esta guarnición, ordenó que se le sirviesen a Primo de Rivera únicamente platos coci-
nados a base de huevo. Cuando el dictador preguntó el por qué de tan peculiar menú, el futuro
Caudillo le respondió que los que permanecían en el Protectorado no los necesitaban y por ello,
se los entregaban a quien veían un poco «falto de hombría».
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 95

Krim se equivocó al sobrevalorar sus fuerzas y emprender un ataque contra los


franceses en dirección a Fez y Taza. Y fue entonces cuando Francia, que hasta
entonces había observado con pasividad e, incluso, con cierto regodeo, los des-
calabros españoles en Marruecos, optó por unir sus fuerzas a las del dictador.
Pero esa es ya otra historia…

El trágico verano de 1921 en Salamanca

Aunque es harto habitual describir a esta capital de provincia como un


«feudo reaccionario», la década de los veinte representó para esta urbe
meseteña un período de enorme dinamismo y enfrentamiento político y
social. Quizás, modernización y progreso son las notas dominantes de la
época. En efecto, estos aires de cambio y de incertidumbre son los que se
respiran en gran parte de la prensa local de la época.
Ante las intermitentes e incontables campañas en Marruecos, el hastío
y la resignación, cuando no la más absoluta indiferencia, eran las reaccio-
nes imperantes entre los salmantinos. Pero, ¿qué nuevas actitudes ciudada-
nas se observan a partir de 1921? Pese a la instauración de la censura pre-
via, que incluso afectó a los tablones en lugares públicos (fue el caso de los
situados en la Plaza Mayor)42, desde el día 25 de julio los periódicos loca-
les, fundándose en datos oficiales y en testimonios directos, intentaron
reconstruir lo sucedido en Marruecos, mientras todas las conversaciones de
los salmantinos giraban, lógicamente, en torno al mismo asunto. La desola-
ción pareció aumentar al conocerse el fallecimiento del general Silvestre,
que era un personaje bastante familiar por haber sido amigo íntimo del
diputado a Cortes, el singular Diego Martín Veloz43. A la par que el regi-

42 «La previa censura para la prensa», El Adelanto, n.º 11.396, 26 de julio de 1921, p. 1.
43 Diego Martín Veloz, es, sin duda, uno de los personajes más singulares de la historia salmantina. Sus
primeras andanzas conocidas tienen por escenario la guerra de Cuba. Sin conocerse muy bien el
cómo, logró amasar una considerable fortuna y, con el respaldo de la Liga de Agricultores y Gana-
deros, se convirtió en diputado a Cortes por el distrito de Salamanca entre los años 1919-1923, ade-
más de ser el director de La Voz de Castilla. En este período protagonizó sonados enfrentamientos con
algunos concejales socialistas y también con grupos huelguistas, así como con el director de El Pue-
blo, Rafael de Castro. Aunque él encabezó muchas de las gestiones que posibilitaron la construcción
de dos cuarteles en Salamanca, sus conflictivas relaciones con el mundo obrero y con Acción Ciuda-
dana –una asociación local y muy activa surgida para defender la urgente necesidad de una mejora en
el servicio de abastecimiento de aguas–, así como los tempranos rumores sobre su implicación en el
golpe de Estado de Primo de Rivera, condujeron a la pérdida de sus apoyos electorales. Años después,
participó en el llamado alzamiento nacional y también en la represión subsiguiente. Un relato más
pormenorizado de lo enunciado puede hallarse en INFANTE MIGUEL-MOTTA, Javier: «Diego
Martín Veloz (1875-1938). Historia de un golpista» en Alcores, n.º 2, León, 2006, pp. 179-209.
96 MARÍA GAJATE BAJO

miento de caballería de La Albuera limitó su programa de festejos con moti-


vo de la festividad de Santiago, muy pronto se extendió el rumor de que las
tropas que guarnecían Salamanca habían de trasladarse a Marruecos. No
obstante, entonces sólo se tenía orden de que todos los regimientos penin-
sulares debían organizar sus batallones. Por ello, se celebró un sorteo y
resultó que el segundo batallón de infantería de La Victoria, que desde no
hacía mucho se había instalado en la ciudad, había de prepararse para una
posible marcha. También se organizó un escuadrón mixto con las fuerzas de
la Albuela44. Por su parte, la alcaldía decidió enviar a Allendesalazar un
telegrama de condolencia y admiración hacia los soldados fallecidos45.
Desde comienzos del año 1921, la prensa local venía recogiendo entre
sus informaciones del servicio telegráfico frecuentes alusiones a movi-
mientos de tropas en el territorio de la Comandancia de Melilla. Inmediata-
mente después de tenerse noticia del desastre militar, la redacción de El
Adelanto46 se mostró muy sorprendida y apuntó a la deserción de las fuer-
zas indígenas como responsable del caos reinante en el momento de la reti-
rada, a la vez que aplaudió la «inmolación heroica» de Silvestre. Apelaba,
sin embargo, al hastío que dominaba entre la opinión pública y argumenta-
ba que si España no se hacía con el dominio de Tánger, todo el Protectora-
do debería ser abandonado. Pero ésta fue la única ocasión a lo largo del
verano de 1921 en que se pudo ver a este diario progresista sosteniendo un
pensamiento tan atípico y aludiendo a la existencia de posibles responsabi-
lidades de carácter militar. Tras la implantación de la censura previa, lo que
primó fue la defensa del honor patrio, «aprovechar este clamor unánime que
pide venganza»47. Incluso, no faltó algún ataque hacia la indiferencia de los
ciudadanos, más interesados en asistir a corridas de toros que en prestar su
apoyo moral y material a los soldados48. Indudablemente, se trataba de una
exageración. Mucha más razón llevaba este rotativo al afirmar que Marrue-
cos era «la obsesión que amartilla el cerebro nacional y el ambiente que se

44 «Notas militares», El Adelanto, n.º 11.403, 3 de agosto de 1921, p. 1.


45 Del mismo modo, la Diputación Provincial, en la sesión del 1 de agosto de 1921, decidió enviar
un mensaje de adhesión al presidente del Consejo de Ministros y un telegrama de apoyo para el
Alto Comisario.
46 El Adelanto apareció el 22 de julio de 1883, editándose en la imprenta de Francisco Núñez
Izquierdo, quien también se hizo con su propiedad un año después. Su hijo, Mariano Núñez Ale-
gría, ejerció la dirección de este rotativo desde 1905 y hasta 1937. Se trataba de un periódico dia-
rio, bastante ecléctico y defensor de una ideología a caballo entre el liberalismo progresista y el
republicanismo. Contó con un considerable respaldo social de las clases media y obrera salman-
tinas. Hacia 1927, y según la Estadística de Prensa, su tirada era de 7000 ejemplares, cifra que lo
convertía en el periódico más leído de la capital.
47 «Así piensa España», El Adelanto, n.º 11.399, 29 de julio de 1921, p. 1.
48 «La alegre y confiada España», El Adelanto, n.º 11.398, 28 de julio de 1921, p. 5.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 97

respira hoy día en España». Defendía la redacción que el pueblo debía man-
tenerse sereno y convencido de las motivaciones internas e internacionales
que obligaban a España a permanecer en África. De hecho, muy pronto El
Adelanto se imbuyó de entusiasmo y orgullo ante la rapidez con que las tro-
pas acudían al Protectorado y el cariño con que eran despedidas en las esta-
ciones de tren y muelles. Se atrevió, incluso, a augurar que en unos meses
la paz sería una realidad49. La censura previa recibió, no obstante, conside-
rables ataques. Era una falta de seriedad por parte de los políticos que cono-
ciéndose lo esencial, el retroceso militar hasta las posiciones de 1909, se
ocultase lo accesorio. Reprendía también este periódico al gobierno el
hecho de que no se explicase claramente cuál era el papel de España en
Marruecos50. Desde mediados de agosto, la voluntad popular de revancha
fue muy alentada mediante el recurso a los testimonios más crudos del
Desastre, habitualmente insertos en una sección bautizada como «Páginas
de la guerra», y en la más efímera «Escenas de la Guerra». Coincidiendo
con la formación del nuevo gobierno bajo la presidencia de Antonio Maura
y el levantamiento de la censura previa, salvo en todo lo alusivo al movi-
miento de tropas51, muy pronto se corrió la voz sobre lo vivido en Nador,
Zeluán y, sobre todo, Monte Arruit. Por primera vez, se reconocía que los
rifeños no serían un enemigo fácil de derrotar. La Época había difundido
que los rebeldes disponían de millares de fusiles, numerosos cañones, ame-
tralladoras y abundantes municiones. El harca de Abd-el-Krim contaba,
además, con jefes expertos y con unos combatientes de moral elevada. Lo
que se estaba planteando no era una lucha entre un Ejército de una nación
civilizada y una partida de indígenas marroquíes, sino un enfrentamiento
entre dos Ejércitos igualmente equipados52. El alarmismo que este tipo de
noticias generaba se utilizó para combatir las actitudes derrotistas, que
empezaban a cobrar fuerza. Lo que se predicaba era resignación ante la san-
gre que la Patria reclamaba para reponer su honor: «No es la hora de la crí-
tica, ni de la reflexión; es la hora del corazón, que es la voz de la pasión más
honda (…) Antes que preguntar por qué ha pasado esto o lo otro, que a
dónde se va y por dónde y cuánto nos va a costar, hay que decir: es la honra
de España»53. Días antes de la dimisión del gabinete de Allendesalazar, Eza,
como ya se ha señalado más arriba, ordenó al general Picasso la elaboración

49 «Hasta el fin…», El Adelanto, n.º 11.405, 5 de agosto de 1921, p. 2.


50 «Organización y seriedad», El Adelanto, n.º 11.406, 6 de agosto de 1921, p. 1.
51 RIVERA, Alfredo: «La previa censura, suprimida», El Adelanto, n.º 11.418, 30 de agosto de
1921, p. 4.
52 «¿Se lucha contra un Ejército organizado?», El Adelanto, n.º 11.410, 11 de agosto de 1921, p. 1.
53 «La dignidad de la raza», El Adelanto, n.º 11.412, 13 de agosto de 1921, p. 1.
98 MARÍA GAJATE BAJO

de un informe que sirviese para la depuración de las responsabilidades mili-


tares. No obstante, para El Adelanto esta cuestión era, por estas fechas, una
preocupación absolutamente secundaria. Su obsesión durante todo el vera-
no de 1921 fue el desquite, la revancha. Por ello, no dudó en alabar y suge-
rir continuos gestos de apoyo ciudadano a los combatientes, sin interrogar-
se acerca de las causas de la derrota.
Para El Pueblo54 el derrumbe de la Comandancia de Melilla fue, en
cambio, una desgracia del todo previsible. Si bien negaba el factor sorpresa
y la conmoción que este gravísimo suceso pudiera ocasionar, tan patente en
el caso del diario anterior, lo cierto es que con anterioridad a julio de 1921
no he podido encontrar en este periódico ninguna alusión a lo que ocurría
en el Protectorado. El mismo periódico se justificaba entonces afirmando
que había procurado reservar su opinión ante todo lo sucedido desde 1909,
para así evitar la previsible actuación del censor. Como cabía prever, al igual
que El Adelanto, este rotativo también mostró toda su hostilidad hacia la
censura ministerial. Juzgaba incoherente ocultar información a la ciudada-
nía si su interés patriótico era tan constantemente aplaudido y reivindicaba
una depuración inmediata de las responsabilidades de toda índole55. El Pue-
blo consideraba que todos los actos de apoyo a los combatientes no hacían
sino divulgar un concepto equívoco de patriotismo y se alimentaban de un
visceral y primario afán de revancha potenciado por la «prensa burguesa».
Su postura con respecto a Marruecos fue siempre abandonista. Pero su dis-
curso no se fundó en un rechazo ético hacia el paternalismo subyacente de
toda política imperialista, sino en la oposición ante un injusto sistema de
reclutamiento militar, que permitía a las clases acomodadas librarse de la
guerra56. La llegada de Maura y La Cierva al gobierno fue muy mal acogi-

54 El Pueblo es el instrumento imprescindible para acercarnos a la opinión del grupo social extra-
dinástico más relevante de la época. Este rotativo quincenal nació en 1920, era propiedad de la
Federación Obrera Salmantina, dirigido por Rafael de Castro y editado en Béjar. Su publicación
siempre estuvo limitada por muchísimas dificultades financieras, hasta el extremo de que el 12
de mayo de 1923 se interrumpió su edición. Reapareció en marzo de 1924, y comenzó, en esta
nueva fase de su andadura, a imprimirse en Salamanca. Socialmente, dispuso del respaldo de
obreros y jornaleros pero se desconocen de los datos de la Estadística de Prensa de 1927 sobre su
tirada
55 RUEDA PARDO: «La cuestión de Marruecos y la mordaza ministerial», El Pueblo, n.º 22, 7 de
agosto de 1921, p. 4.
56 Véase como ejemplo: «Estamos conformes en que a esas tribus salvajes se les ponga en contacto
y relación directa con los pueblos cultos y civilizados, inculcando en ellos el amor y el respeto a
sus semejantes (…) Pero eso no ha sabido hacerlo España en doce años que llevamos de perma-
nente Protectorado; vamos a civilizar a esos indómitos guerreros, criados en la selva, mientras
dejamos abandonados aquí millones de analfabetos», Don Ruperto: «Paz a los muertos», El Pue-
blo, n.º 23, 28 de agosto de 1921, p. 4.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 99

da por la opinión obrera, pues a ambos personajes se responsabilizaba del


anterior Desastre de 1909. No obstante, sí recibieron con entusiasmo la
noticia de la suspensión de la censura previa.
Por último, La Gaceta Regional57 presentó desde muy tempranamente
todo lo ocurrido en la zona de Melilla como un incidente desgraciado e
inesperado. También una de sus primeras reacciones fue interrogarse sobre
cómo los rifeños habían obtenido tanto armamento. La sombra de la cola-
boración francesa ondeaba en el pensamiento de toda la redacción. No obs-
tante, al igual que en el caso de El Adelanto, o incluso de modo más pro-
nunciado, el asunto de la búsqueda de responsables quedó relegado ante la
urgente necesidad de vengar el honor patrio. A propósito de la censura, este
diario conservador no se mostró contrario a su práctica como instrumento
de gobierno válido para garantizar que la prensa cumpliese con su deber de
«levantar el espíritu patriótico»58. En efecto, varios de sus editoriales duran-
te los meses inmediatos al Desastre fueron encabezados con el título «El
sentir público». Su objetivo era procurar la adhesión de la opinión ciudada-
na para con la política revanchista que estaba a punto de poner en funcio-
namiento Dámaso Berenguer, una vez que lograse un mínimo grado de ins-
trucción para los soldados que continuamente partían hacia Marruecos. La
redacción sabía que los salmantinos, al igual que el resto del país, estaban
divididos entre los que defendían el abandono inmediato, la guerra a toda
costa o el desquite urgente y sin excesiva meditación. No dudaron, en con-
secuencia, en dedicar en repetidas ocasiones la oportunamente creada sec-
ción «España en Marruecos» para presentar al rifeño como un individuo
traidor por naturaleza y fanático mediante el emotivo relato de la caída
sucesiva de las posiciones militares59. Intentaban así atraer el pensamiento

57 La Gaceta Regional vio la luz el 20 de agosto de 1920. Editada por la sociedad Editorial Sal-
mantina, esta publicación era propiedad de la sociedad anónima «Sociedad Castellana», que tenía
como máximos accionistas a José María Gil Robles, José Cimas Leal y muchos otros miembros
del Bloque Agrario Salmantino. Su dirección recayó inicialmente en Buenaventura Benito Núñez,
y desde diciembre de ese año, quedó en manos de Fernando Íscar Peyra. Nació, como se podrá
deducir, para defender los intereses del latifundismo, y también estrechamente vinculada a la opi-
nión católica. A partir de los datos proporcionados por la Estadística de Prensa de 1927, se puede
cifrar su tirada en 3.000 ejemplares diarios.
58 «Teoría de actualidad», La Gaceta Regional, n.º 289, 8 de agosto de 1921, p. 1.
59 Existe una línea de investigación interesantísima y muy potente que se ocupa de estudiar la ima-
gen del marroquí en la memoria colectiva de los españoles mediante el empleo de muy variopin-
tas fuentes. Tal vez, una de las obras más sugerentes sobre el asunto sea MARTÍN CORRALES,
Eloy: La imagen del magrebí en España. Una perspectiva histórica: siglo XVI-XX. Bellaterra,
Barcelona, 2002. Mediante el empleo de imágenes es perfectamente capaz este autor de trazar la
historia del Protectorado desde la época de la penetración pacífica hasta el periodo de castigo
indiscriminado del marroquí (y llega hasta la actualidad).
100 MARÍA GAJATE BAJO

local hacia las posiciones más belicosas: «El descalabro sufrido exige
una reparación inmediata, repiten todos los periódicos de la Península, y
así en efecto lo han comprendido los que manejan las riendas de la
nación y, sobre todo, el Alto Comisario, que organiza ya la ofensiva, y a
cuyo llamamiento acuden los soldados hispanos, llenos de ardor bélico,
que empuñan las armas, impacientes por vengar tanta injuria»60. Aunque
este diario aplaudía gran parte de la ideología maurista, en lo tocante a la
gestión del Protectorado, cabe subrayar que La Gaceta se mostró muy
recelosa ante las iniciativas del líder conservador. De hecho, durante
varios días se tomó la molestia de publicar sesgadamente un extenso dis-
curso que Maura había pronunciado en el Congreso en 1914 con el obje-
to de desacreditar la idea de que España debía limitarse a la ocupación de
las costas africanas para garantizar su independencia61. Este fue el inicio
de una campaña contra los bautizados como «derrotistas agoreros», que
no hacían sino obstaculizar la generosidad hasta entonces mostrada por
Salamanca62.
La atención mediática que el derrumbamiento de la Comandancia de
Melilla recibió fue, como ya se ha podido intuir, enorme. Además de las
informaciones sobre el fatal acontecimiento y el exhaustivo seguimiento de
la reacción gubernamental a través de las reuniones del Consejo de minis-
tros, las publicaciones periódicas salmantinas, con la notoria salvedad de El
Pueblo, dejaron detalladísima constancia de todos los gestos, ya fuesen
individuales o colectivos, a título particular u oficialmente, de apoyo a los
combatientes en tierras africanas. Además, después de que el segundo bata-
llón de La Victoria partiese hacia aquellas tierras, tanto El Adelanto como
La Gaceta Regional lograron los servicios de varios soldados de cuota63,
que se encargaron de enviar periódicamente telegramas y crónicas para cal-

60 FRAILE, Luciano S.: «Sin sacrificio no hay patriotismo», en La Gaceta Regional, n.º 304, 26 de
agosto de 1921, p. 1.
61 «La visión del problema de Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 306, 29 de agosto de 1921, p.
3; «La visión del problema de Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 308, 31 de agosto de 1921,
p. 3; «La visión del problema de Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 316, 9 de septiembre de
1921, p. 3; y «El discurso del señor Maura», La Gaceta Regional, n.º 382, 26 de noviembre de
1921, p. 3.
62 «Del espíritu salmantino. Refulge el patriotismo», La Gaceta Regional, n.º 312, 5 de septiembre
de 1921, p. 1.
63 El soldado de cuota apareció como figura legal en 1912 con la reforma del sistema de recluta-
miento del general Luque. Aunque la nueva ley no abolió la redención en metálico, obligó a todos
los reclutas a cumplir un mínimo de cinco meses de servicio militar, pudiéndose librar del resto
del mismo previo pago de una cantidad. Además, los «cuotas» eran forzosamente movilizados en
tiempos de guerra. Sin embargo, la estancia de éstos en campaña resultó más confortable que la
de los soldados de haber.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 101

mar el ánimo de los salmantinos y, paralelamente, mantener viva la llama de


las suscripciones64.
Fácilmente se puede perfilar la historia de la estancia del segundo bata-
llón de La Victoria en África a través de estos telegramas y narraciones. A
mediados de agosto se confirmó finalmente que el batallón debía trasladar-
se a Ceuta. Éste quedó constituido por 1.040 individuos de tropa, todos los
del primer y segundo año de servicio, siendo casi 700 hombres «cuotas» de
Salamanca y de su provincia. A ellos había que sumar la oficialidad, una
compañía de ametralladoras del regimiento de Isabel II, que entonces guar-
necía Valladolid, las ordenanzas de la capitanía general y de los gobiernos
militares de Ciudad Rodrigo y Cáceres, y finalmente, dos compañías más
de La Victoria que se hallaban destacadas en Béjar65. La ansiedad fue la
nota dominante de la capital hasta que se confirmó la fecha de la partida,
que definitivamente habría de producirse el 25 de agosto. Salamanca esta-
ba atestada de gente que acudía a despedir a sus familiares y, mientras, la
prensa intentaba apaciguar las aguas al presentar el territorio de la Coman-
dancia de Ceuta como la zona más pacífica del Protectorado, aunque sin
renunciar por un instante a estimular el deseo de revancha66. Pocos días
antes, la redacción de El Adelanto informaba de que el soldado de cuota
Ricardo Pedraza se ocuparía de describir a los salmantinos cómo se desa-
rrollaba la vida en campaña de los soldados de La Victoria67. Unos días des-
pués también La Gaceta anunciaba que el cabo de cuota Jerónimo García
de la Cruz enviaría periódicamente crónicas para el rotativo conservador68.
Como cabía esperar, la noche de la despedida fue un momento de vaga mez-

64 El envío de cronistas y el empleo de «cuotas» como reporteros de guerra fueron instrumentos


habituales al servicio de la prensa, consciente de las posibilidades de atraerse a un público ávido
de noticias de primera mano y también de la urgente necesidad de acallar a posibles disconfor-
mes. Muchas crónicas de la guerra fueron, en los años inmediatos, recopiladas a modo de libro,
como fue el caso de las de Luis de Oteyza, Eduardo Rubio Fernández o Eduardo Ortega y Gas-
set. Otras, están siendo editadas ahora. Por citar un ejemplo, acaban de ser publicadas las cróni-
cas de Alfredo García García (Adeflor), director del periódico gijonés El Comercio. Véase ARIAS
GONZÁLEZ, Luis (Ed.): En la guerra de África (1921). VTP Editorial, Gijón, 2008. Muy acer-
tadamente, el autor apunta que las crónicas permitieron que los periódicos actuaran como «espe-
jos y faros» de la opinión pública (p. 25).
65 «La marcha a Marruecos de las fuerzas de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.411, 12 de agosto de
1921, p. 3.
66 «La marcha de las tropas de La Victoria a Ceuta», El Adelanto, n.º 11.422, 25 de agosto de 1921,
p. 1. La Gaceta, paralelamente, publicaba insistentemente en estas fechas copillas de inspiración
similar a la que sigue: «Las ofensas a la Patria / no se pueden aguantar / dame el cuchillo, madre
/ que me voy a pelear», «La marcha de los soldados», La Gaceta Regional, n.º 299, 20 de agosto
de 1921, p. 7.
67 «Cuando parta la tropa», El Adelanto, n.º 11.419, 22 de agosto de 1921, p. 3.
68 «La Ciudad», La Gaceta Regional, n.º 304, 26 de agosto de 1921, p. 11.
102 MARÍA GAJATE BAJO

cla entre tristeza, resignación y orgullo, aunque casi todos los rotativos des-
cribieron el ambiente de esa noche como «grandioso»69. La salida del bata-
llón estaba prevista para pasada la media noche, aunque hubo de retrasarse
porque los familiares retenían a sus soldados más de lo esperado. Siguieron
estas fuerzas la conocida como Línea del Oeste, pasando por Astorga, Mon-
forte, Ponferrada, Orense y Redondela, siendo siempre acogidos entre cla-
mores y con incontables donativos70. En Vigo, donde también fueron muy
bien recibidos71, la tropa y la oficialidad debieron embarcar con destino a
Ceuta, pero el día 29, se supo que el batallón había recibido una nueva orden
de dirigirse a Larache72. Al fin, el 31 de agosto llegó La Victoria al campa-
mento de Nador (no confundir con el de la Comandancia de Melilla, que fue
reocupado el 17 de septiembre de 1921)73.
Los primeros comunicados y crónicas de Pedraza y de García de la Cruz
sobre esta posición estuvieron repletos de detalles costumbristas y tranqui-
lizadores, quizá por la sorpresa que acarreó el cambio de destino a última
hora. Nador era descrita como una posición llena de reposo y la vida que
allí llevaban los salmantinos era bastante relajada. Ocupaban casi todo su
tiempo en tareas de instrucción y baños en la playa y subrayaban los «cuo-
tas», con particular ahínco, que su salud era estupenda74. Lamentablemen-
te, la calma fue seguida de varias noticias tempestuosas. La Victoria se con-
virtió en el principal vínculo, y sobre todo, el más emotivo, entre los
salmantinos y la guerra del Rif, de tal modo, que sus avatares en África
tuvieron un impacto decisivo en la actitud popular ante este conflicto. No
obstante, conviene saber que, además de en este regimiento, algunos sal-
mantinos también viajaron hasta el Protectorado como integrantes de otros
regimientos, pero apenas recibieron atención periodística.

69 «La grandiosa despedida de Salamanca al batallón de La Victoria que marcha a Ceuta», El Ade-
lanto, n.º 11.423, 26 de agosto de 1921, pp. 1-2; «Los soldados de La Victoria marchan a África
entre clamorosas oraciones», La Gaceta Regional, n.º 304, 26 de agosto de 1921, pp. 3-4.
70 GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 306, 29 de agos-
to de 1921, p. 1.
71 GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 313, 6 de sep-
tiembre de 1921, p. 1.
72 «El batallón de La Victoria recibe orden de variar su destino e ir a Larache», El Adelanto, n.º
11.426, 30 de agosto de 1921, p. 3.
73 «La llegada a Larache del batallón de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.429, 2 de septiembre de
1921, p. 1; y «La Ciudad», La Gaceta Regional, n.º 310, 2 de septiembre de 1921, p. 11.
74 PEDRAZA: «El batallón de La Victoria en Larache», El Adelanto, n.º 11.431, 5 de septiembre de
1921, p. 1; PEDRAZA: «La estancia del batallón de La Victoria en Larache», El Adelanto, n.º
11.434, 8 de septiembre de 1921, p. 2; PEDRAZA: «Nuestro parte diario», El Adelanto, n.º
11.435, 9 de septiembre de 1921, p. 2; GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La
Gaceta Regional, n.º 315, 8 de septiembre de 1921, p. 2; y GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón
de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 317, 10 de septiembre de 1921, p. 3.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 103

Era habitual entonces que, al llegar la Navidad, en los diarios apareciesen


coplillas en las que se manifestaba la tristeza y resignación, sobre todo de las
madres, ante la ausencia de un ser querido destinado a alguna posición africa-
na75. Al mismo tiempo, iniciativas como la del «aguinaldo del soldado» tenían
muy buena acogida en estas fechas. Pero es a partir del verano de 1921 cuan-
do estas actuaciones adquirieron una relevancia sin precedentes conocidos. Ya
en la tempranísima fecha del 29 de julio, la Comisión Provincial de la Cruz
Roja comunicó que, al igual que durante el desarrollo de la Primera Guerra
Mundial, se disponía a ofrecer a las familias de los soldados presentes en el
momento de la deserción masiva iniciada en Annual la posibilidad de recibir
informes sobre su paradero y estado de salud. El afán de esta institución por
tranquilizar a la población era innegable76. Se convirtieron en habituales en la
prensa los espacios dedicados a informar sobre el destino de centenares de sol-
dados, aunque no faltaron algunas quejas por la lentitud del servicio, com-
prensible, por otro lado, si se parte de que se exigía una veracidad absoluta y
el caos de la región melillense era enorme. La Cruz Roja se mostró reiterada-
mente como una institución que se desvivía por satisfacer a los familiares de
los combatientes77. Ya con anterioridad al Desastre, La Gaceta había dedicado
cuantiosos editoriales a elogiar este organismo caritativo y a repasar la historia
de sus primeras actuaciones, remontándose hasta la época de la guerra de Áfri-
ca78. Muy pronto también, ofreció dicha institución al comandante militar de
la zona la posibilidad de solicitar al Ayuntamiento la cesión de un local para la
futura instalación de una Posta Sanitaria o un Hospital de Sangre79. Antonio

75 «El aguinaldo de Juan Soldado», El Adelanto, n.º 11.221, 1 de enero de 1921, p. 3.


76 «La Cruz Roja», El Adelanto, n.º 11.399, 29 de julio de 1921, p. 1; y «Obra meritoria. La Cruz
Roja», La Gaceta Regional, n.º 281, 29 de julio de 1921, p. 5. Para lograr esta información, los
interesados debían dirigirse al presidente de la comisión provincial de la Cruz Roja, don Fernan-
do Zaballa (Plaza Mayor, n.º 35), y comunicarle las señas exactas del individuo, nombre y dos
apellidos, naturaleza, regimiento, compañía, batería o escuadrón de destino y punto donde se
encontraba antes de la derrota militar.
77 Sobre los orígenes e historia de la Cruz Roja Española, véase CLEMENTE, Joseph Carles: His-
toria de la Cruz Roja Española. Cruz Roja Española, Madrid, 1990; o del mismo autor: Tiempo
de humanidad. La labor sanitaria de Cruz Roja Española (1864-1997). Fundamentos, Madrid,
2003. En ambas obras puede el lector encontrar cifras generales sobre los servicios prestados por
la Cruz Roja Española en las sucesivas campañas militares.
78 HERRERAS DE BURGOS, Ángel: «La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 175, 22 de marzo de
1921, p. 2; y también del mismo redactor: «La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 183, 2 de abril
de 1921, p. 10; y «La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 385, 5 de abril de 1921, p. 4; Por último,
y también a propósito de las labores desempeñadas por la Cruz Roja: «Su Majestad la reina visitará
el hospital de sangre de Salamanca», La Gaceta Regional, n.º 390, 6 de diciembre de 1921, p. 2.
79 CALAMA SANZ, Antonio: «La Cruz Roja y los heridos de Melilla», El Adelanto, n.º 11.410, 11
de agosto de 1921, p. 1; y «La Cruz Roja de Salamanca», La Gaceta Regional, n.º 309, 1 de sep-
tiembre de 1921, p. 8.
104 MARÍA GAJATE BAJO

Calama, secretario de la Cruz Roja de Salamanca, además de concejal, pre-


sentó una moción de cesión del edificio del Molassín en una sesión municipal.
Se pretendía que allí fuese atendidos los soldados de Salamanca y provincia
heridos en Marruecos, y que hasta el momento eran socorridos en la fonda de
la estación y en algunas casas adyacentes. El Ayuntamiento no puso ningún
tipo de traba e inmediatamente donó este viejo e inutilizado edificio.
La segunda iniciativa de trascendencia organizada a favor de los com-
batientes salmantinos fue la adquisición de un aeroplano. Aunque el pro-
yecto original no arrancó de la provincia, tan pronto como empezaron a
difundirse rumores sobre la inminente marcha de La Victoria a África, se
sugirió la posibilidad de abrir una suscripción popular de carácter provincial
para costear el instrumento bélico más eficiente de la época. Fue el capitán
de ingenieros Felipe Rodríguez quien remitió a El Adelanto unas cuartillas
en las que recogía tan feliz idea de un capitán de la Guardia Civil de Mur-
cia: que cada provincia regalase un aeroplano para el Ejército, con el nom-
bre de la misma en la chapa del aparato para así levantar el espíritu bélico
de los combatientes. La sugerencia fue comunicada a la Diputación Provin-
cial y González Cobos80 la aceptó de inmediato81, mientras que el Ayunta-
miento decidió votar la cantidad de 5.000 pesetas a su favor82. Como ocu-
rrió con los informes de la Cruz Roja sobre el paradero de los combatientes,
también las listas con los nombres de los suscriptores para el aeroplano, y
luego para otros muchos utensilios, se convirtieron en espacios recurrentes
de las publicaciones locales83.
No se debe perder de vista que la aviación desempeñó un papel crucial
en el desarrollo de las operaciones de reocupación de las posiciones. La

80 Rafal González Cobos fue presidente de la Diputación Provincial de Salamanca entre 1921 y
1922. Fue también uno de los miembros más dinámicos de la Comisión Patriótica y, posterior-
mente, Presidente de la Unión Deportiva Salmantina (1929) y del Casino de Salamanca. Aunque
en 1922 fue designado gobernador civil de Zaragoza, siempre permaneció muy vinculado a esta
ciudad meseteña. Fue apartado de la vida política durante la dictadura de Miguel Primo de Rive-
ra, aunque se reincorporó a ella después, de la mano de Melquíades Álvarez y Filiberto Villalo-
bos.
81 En el Boletín Oficial de la Provincia correspondiente al 12 de agosto de 1921 se inserta una carta
de González Cobos en la que acepta de muy buen grado este proyecto.
82 El Ayuntamiento tardó muchísimo en hacer efectiva esta donación. De hecho, cuando la Comi-
sión Gestora dio por concluidas sus reuniones, el pago no se había hecho efectivo todavía.
83 «Salamanca se propone adquirir un aeroplano para el Ejército de África», El Adelanto, n.º 11.408,
9 de agosto de 1921, p. 1. Se incluía una primera lista de suscriptores y se anunciaba que ésta que-
daba abierta en los Casinos de Salamanca y Pasaje, en el Café Novelty, en las librerías de los seño-
res Núñez, Catón y Antonio García y, para finalizar, en los comercios de Mariano Rodríguez Gal-
ván y Arturo Pozuela.; «Una aeronave para el Ejército español», La Gaceta Regional, n.º 289, 8
de agosto de 1921, p.1; y «Salamanca regalará un aeroplano a nuestro Ejército», La Gaceta Regio-
nal, n.º 291, 10 de agosto de 1921, pp. 2-3.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 105

fotografía aérea permitió localizar el emplazamiento de cañones enemigos,


depósitos de armas y concentraciones de combatientes. A la potencia des-
tructora de los bombardeos había que sumar el daño psicológico que oca-
sionaban. Consecuentemente, la donación de aeroplanos, mediante la aper-
tura de suscripciones provinciales, se convirtió en una forma habitual de
apoyo a los soldados. Salamanca no fue una excepción y, de hecho, la colec-
ta tuvo una brillante acogida. No obstante, aunque la prensa local frecuen-
temente alabó la enorme capacidad destructiva de los aviones y de las bom-
bas explosivas, espoleando así el deseo de desquite entre la opinión, se
cuidaron muchísimo de aludir al empleo de gases tóxicos84. El 11 de agos-
to se celebró una primera magna asamblea para materializar este proyecto y
así nació, sin una excesiva premeditación, la Comisión Gestora o Patriótica
de apoyo al batallón expedicionario de La Victoria85. Ésta, bajo la presi-
dencia del gobernador civil, quedó integrada por el entonces presidente de
la Diputación Provincial, el señor González Cobos, Andrés P. Cardenal86,
los redactores José Sánchez Gómez y Mariano Serrano Piedecasas, el capi-
tán de ingenieros Felipe Rodríguez y el concejal González Lago. Fácilmen-
te se puede suponer el entusiasmo que esta idea despertó si se piensa que,
una semana después de abierta la suscripción, ya se habían reunido casi
sesenta mil pesetas y se barajaba la posibilidad de regalar más de un aero-
plano87. Incluso, intentando realizar un «alarde de patriotismo» se lanzó al
viento la conveniencia de que el piloto del «Salamanca» fuese un salmanti-
no88.
Ilustrativo también, aunque ya algo más anecdótico, fue el que unos niños
del Colegio San Vicente participasen activamente en la colecta o que el obis-
po de Salamanca animase a todo el clero provincial a ceder un día de su haber

84 En efecto, únicamente he podido hallar dos tímidas referencias al empleo de estas sustancias. El
8 de mayo de 1921, Alfredo Rivera alude a que la cábila de Ajmás, en la zona de Larache, ha sido
«rociada», aunque sin precisar con qué sustancia. Y el 12 de septiembre de 1921, trascurridos casi
dos meses tras la catástrofe militar, La Gaceta, en su sección «España en Marruecos» inserta una
relación del material enviado recientemente a Melilla. En ella se incluyen «gases venenosos para
emplear por la infantería, bombas de gases para la aviación y cañones de trinchera para lanzar
gases». Recuérdese que entonces existía un régimen de «libertad vigilada» sobre la prensa. Por
ello, no deja de sorprender el hecho de que se filtrasen noticias alusivas al empleo de gases tóxi-
cos, cuyo uso había quedado prohibido en Versalles.
85 «La suscripción para adquirir un aeroplano para el Ejército de África», El Adelanto, n.º 11.411,
12 de agosto de 1921, p. 2. La suscripción ya entonces reunía 20.000 pesetas.
86 Andrés Pérez Cardenal era el Presidente de la Cámara de Comercio en aquellos momentos. Asu-
mió el cargo de tesorero al servicio de la Comisión Patriótica.
87 «Salamanca y el día patriótico», El Adelanto, n.º 11.404, 16 de agosto de 1921, p. 1.
88 «Actitud patriótica de unos niños», El Adelanto, n.º 11.413, 15 de agosto de 1921, p. 1; y «El pilo-
to ideal para el “Salamanca”», La Gaceta Regional, n.º 295, 16 de agosto de 1921, p. 5.
106 MARÍA GAJATE BAJO

en beneficio de la suscripción89. Al finalizar agosto, la Comisión Gestora


acordó la solicitud de un modelo Havilland Page. La euforia iba en aumento
porque, por un lado, la recaudación alcanzaba cifras inimaginables, faltando
aún la contribución de 230 pueblos de la provincia y de muchos terratenien-
tes, y por otro, se confiaba en que Salamanca fuese la primera provincia espa-
ñola en entregar este espléndido donativo90. Además, el remanente podría
emplearse en multitud de objetos igualmente útiles para los soldados. Final-
mente, y muy pocos días antes del reinicio de las operaciones militares en la
Comandancia de Melilla, se confirmó que Salamanca sería la primera pro-
vincia en entregar dos aviones al Ejército de África. Aunque otras provincias
fueron más rápidas en el momento de contactar con la casa Havilland, la
Comisión Patriótica de Salamanca fue la que antes pudo clausurar la recau-
dación, reuniendo un total algo superior a 80.000 pesetas (pero las contribu-
ciones se prolongaron mucho más en el tiempo y la Comisión Gestora llegó
a adquirir materiales y distribuir donativos entre soldados y familiares por un
valor cercano a las 300.000 pesetas). Como todos los trámites se realizaron,
además, con la mediación del ministerio de Guerra, Salamanca esquivó el
pago de derechos de exportación desde Inglaterra y de Aduanas en España91.
Por último, entre las iniciativas particulares, además de la presentación
de voluntarios para cubrir plazas en los tres escuadrones de la Albuera que
se organizaron como precaución92, cabría destacar la velada y suscripción
organizada por un grupo de jóvenes para costear el traslado desde Melilla
hasta Salamanca de la esposa y la hija de un fallecido durante los combates
de julio en la posición de Afrau93; los abundantes obsequios de la Acción

89 Julián, obispo de Salamanca: «Palabras del prelado», La Gaceta Regional, n.º 311, 3 de septiem-
bre de 1921, p. 1. Lo cierto es que la Iglesia estuvo muy presente en todos los gestos de apoyo a
las tropas. Además de la cesión de «un día de haber al mes», fue habitual la celebración de fune-
rales por el alma de los difuntos, la participación de los sacerdotes en «el aguinaldo del soldado»
y, en general, en todas las iniciativas patrióticas propuestas.
90 «La comisión del aeroplano “Salamanca”», El Adelanto, n.º 11.424, 27 de agosto de 1921, p. 2;
«El patriotismo de la provincia», El Adelanto, n.º 11.428, 1 de septiembre de 1921, p. 1; y «A pro-
pósito de la aeronave “Salamanca”», La Gaceta Regional, n.º 307, 30 de agosto de 1921, p. 1.
91 RUY-GONZÁLEZ: «Salamanca será la primera provincia que regala al Ejército dos aeroplanos
Havilland», El Adelanto, n.º 11.430, 3 de septiembre de 1921, p. 2.
92 «Soldados voluntarios en África», El Adelanto, n.º 11.407, 8 de agosto de 1921, p. 1. No obstante,
mientras que en la prensa local fue habitual el aplauso a la figura del voluntario, en los boletines
oficiales de la provincia se pueden encontrar largos listados con el nombre de los desertores.
93 «Próxima velada benéfica por el héroe de Afrau», El Adelanto, n.º 11.405, 5 de agosto de 1921,
p. 4; y «¿Quién es el soldado desconocido?», La Gaceta Regional, n.º 285, 3 de agosto de 1921,
p. 5. Se trataba de un tal Mariano García, que acaparó bastante atención mediática en el verano
de 1921. Corrochano había escrito para el ABC una crónica sobre este soldado del regimiento de
Ceriñola, origen de la iniciativa mencionada. Pero a finales de agosto, La Gaceta Regional des-
mintió la historia de su «gloriosa» muerte, señalando que este individuo seguía vivo y facilitando
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 107

Católica de la Mujer, así como la solemne misa que estas damas organiza-
ron en la Catedral el 13 de agosto, unos días antes de la marcha de La Vic-
toria94; los donativos del Ayuntamiento también destinados al segundo bata-
llón de la fuerza que hasta entonces guarnecía Salamanca95; o la tómbola
colocada en la Plaza Mayor por la Sociedad Deportiva Helmántica, coinci-
diendo con las ferias de septiembre, para destinar su producto a los solda-
dos96.
Fueron, en definitiva, muchísimos los gestos de socorro puestos en mar-
cha durante el verano de 1921, mientras que las voces discordantes apenas
se dejaron escuchar.

La prensa salmantina ante la contraofensiva de los africanistas

El inicio de las operaciones de reconquista, a principios de septiembre de


1921, supuso un cambio en el tono discursivo de gran parte de la prensa y
también en la actitud ciudadana ante la política ejecutada en el Protectorado.
El Adelanto, aunque siguió mostrando su orgullo ante la serenidad y los
incontables ofrecimientos realizados por los salmantinos, parecía comprender
que se hallaba ante el inicio de una nueva etapa en el desarrollo del conflicto
y del sentir popular, y no sabía con precisión cómo posicionarse. El pueblo
había demostrado al gobierno de Allendesalazar su superioridad moral al no
escatimar hombres ni dinero en los meses inmediatos al Desastre, y, todo ello,
pese a la desinformación que envolvía su existencia97. No obstante, el pesi-
mismo iba ganando terreno entre la multitud, mientras que la incredulidad y
el recelo se convertían en las reacciones imperantes al recibirse noticias sobre

el que los donantes pudiesen recuperar sus contribuciones («La Ciudad», La Gaceta Regional, n.º
301, 23 de agosto de 1921, p. 11).
94 «El aeroplano “Salamanca” debe llevar un piloto salmantino», El Adelanto, n.º 11.411, 12 de
agosto de 1921, p. 3; «La grandiosa fiesta del sábado en la catedral», El Adelanto, n.º 11.413, 15
de agosto de 1921, pp. 1-2; «La fiesta patriótica de la catedral», La Gaceta Regional, n.º 294, 13
de agosto de 1921, p. 11. Esa asociación envió al cuartel de Anaya un total de 300 escapularios y
75 opúsculos titulados.
95 «Las fuerzas de La Victoria y su próxima marcha», El Adelanto, n.º 11.413, 15 de agosto de 1921,
p. 3; y «Homenaje a las tropas», La Gaceta Regional, n.º 295, 16 de agosto 1921, p. 5. Además,
el 14 de agosto, el Ayuntamiento salmantino hizo entrega al coronel del regimiento de 6.080,03
pesetas, procedentes de una suscripción municipal, además de nueve cajas de habanos para los
jefes y oficiales de La Victoria.
96 «Una patriótica idea de la Sociedad Helmántica», El Adelanto, n.º 11.426, 30 de agosto de 1921,
p. 1; «La tómbola a beneficio de los soldados de África», El Adelanto, n.º 11.435, 9 de septiem-
bre de 1921, p. 3; «Fin patriótico», La Gaceta Regional, n.º 307, 30 de agosto de 1921, p. 3.
97 «Directores y dirigidos», El Adelanto, n.º 11.640, 8 de octubre de 1921, p. 3.
108 MARÍA GAJATE BAJO

éxitos militares más allá del Estrecho. Por ello, El Adelanto intentó reafir-
marse en la convicción de que el Ejército español era infinitamente superior
a la fuerza rifeña98. Desde mediados de octubre, en la sección a la que ya se
ha aludido titulada «Páginas de la guerra», comenzaron a aparecer relatos
costumbristas sobre los marroquíes99. Al igual que en el caso de La Gaceta
Regional, estos eran presentados con una fuerte carga de fanatismo y xenofo-
bia. Pero aunque el diario progresista intentaba y deseaba de este modo com-
batir las actitudes derrotistas y confiar en la autoridad y capacidad de mando
de Dámaso Berenguer, las circunstancias no parecían apoyarle100.
Las escisiones en el seno del gobierno Maura tras la celebración de la
Conferencia de Pizarra no presagiaban ninguna estabilidad política101. De
hecho, poco después de la dimisión del gobierno, se dispararon los rumores
sobre la inminente dimisión del Alto Comisario, pues sabido era que sus
planteamientos no concordaban con los de Olaguer, el nuevo ministro de
Guerra102. El anuncio de que muy pronto se iba a avanzar hacia el protec-
torado civil y se iniciaría la repatriación de tropas y la recluta voluntaria, en
cuanto finalizasen las operaciones contra el Raisuni, pudo rescatar a la
redacción de El Adelanto del pesimismo en que también ella se estaba hun-
diendo103. Con renovadas energías, este diario siguió defendiendo la impo-
sibilidad de que España abandonase Marruecos, pues varios compromisos
nacionales e internacionales convertían su permanencia en el Protectorado
en una obligación. Lo que pretendía era demostrar la conveniencia de una
acción conjunta civil y militar y la formación de un Ejército colonial que
permitiese el ahorro de sangre y dinero de los españoles.
No obstante, coincidiendo con la aparición de nuevas escisiones guber-
namentales, que tuvieron como protagonistas a Cambó, Bergamín y Roma-
nones104, otra vez cundió la desesperación entre los escritores de este dia-

98 «El nefando pesimismo», El Adelanto, n.º 11.641, 10 de octubre de 1921, p. 1.


99 «Páginas de la guerra», El Adelanto, n.º 11.462, 11 de octubre de 1921, pp. 2-3; «Páginas de la
guerra», El Adelanto, n.º 11.464, 13 de octubre de 1921, p. 3; «Páginas de la guerra», El Adelan-
to, n.º 11.468, 18 de octubre de 1921, p. 3; «Postales marroquíes», El Adelanto, n.º 11.780, 26 de
octubre de 1922, p. 3; y RODRÍGUEZ VALDÉS, A.: «Las mujeres de Marruecos», El Adelanto,
n.º 11.810, 1 de diciembre de 1922, p. 3.
100 «Balance general», El Adelanto, n.º 11.529, 28 de diciembre de 1921, p. 1.
101 «Marruecos», El Adelanto, n.º 11.561, 3 de febrero de 1922, p. 1; «El importante consejo de

ministros de anoche», El Adelanto, n.º 11.561, 3 de febrero de 1922, p. 4.


102 RIVERA: «Dimisión del Alto Comisario», El Adelanto, n.º 11.590, 9 de marzo de 1922, p. 4.
103 «¿Cambio de política en Marruecos?», El Adelanto, n.º 11.628, 24 de abril de 1922, p. 4; y

RIVERA: «El proyecto de presupuesto. Ha comenzado la repatriación de tropas», El Adelanto,


n.º 11.639, 8 de mayo de 1922, p. 6.
104 RIVERA: «El discurso de Cambó», El Adelanto, n.º 11.688, 1 de julio de 1922, p. 5; y «El deba-

te sobre Marruecos en el Congreso», El Adelanto, n.º 11.689, 3 de julio de 1922, p. 3.


LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 109

rio: «Quince años de actuación constante, centenares de miles de vidas


sacrificadas, siete u ocho mil millones de pesetas consumidas y un des-
prestigio colonial que ninguna cancillería en el mundo desconoce… He
aquí el lamentable balance de nuestra acción en África (…) Como en Amé-
rica, hemos tenido en África diversidad de planes, multitud de jefes y un río
de oro que se ha vertido en aquellas arenas abrasada, y un río de sangre que
ha enrojecido caminos, valles y montañas. Mas lo esencial no cambió nada,
continuando en la aventura con absoluta falta de lógica, con desproporcio-
nado exceso de ligereza y con un desconocimiento increíble de la región
donde se opera y de la psicología de sus habitantes. Cuantas veces se anun-
ció cambio de conducta, otras tantas se persistió en el error. Por eso hay que
esperar a ver en qué quedan las nuevas medidas que se adopten»105. La
aceptación de la dimisión de Berenguer y su sustitución por Burguete fue
una noticia inicialmente muy bien acogida, ante todo por las declaraciones
pacifistas de éste106. El retorno a la política de pactos con el Raisuni tuvo el
aprobado de El Adelanto107, pero en la región oriental sus propósitos cho-
caron con que el desarme y la sumisión todavía eran sueños inalcanzables.
La opinión progresista salmantina perdió sin embargo muy pronto la fe en
el Alto Comisario porque sus declaraciones acabaron siendo contrarias a las
directrices del gobierno de Sánchez Guerra, olvidando el enorme déficit
que significaban las interminables campañas militares sostenidas desde
1909108. Además, sus frecuentes visitas a Madrid generaban mucha inquie-
tud. Por otro lado, a estas alturas y como más adelante se explicará, el tema
de las responsabilidades ya estaba originando muchos quebraderos de cabe-
za al gobierno109. Así pues, mientras se intensificaban los rumores que ase-
guraban la dimisión de Burguete, se incrementaba el número de artículos
que rechazaban la prolongación de la guerra.
El gabinete dimitió en diciembre de 1922, pero Burguete permaneció
aún en su puesto e intentó justificar su fracaso descargando la responsabili-
dad en el gobierno dimisionario. Comprensiblemente, el nombramiento,
¡por fin!, del civil Miguel Villanueva como Alto Comisario fue una estu-

105 «Nuestra acción de guerra en Marruecos», El Adelanto, n.º 11.690, 4 de julio de 1922, p. 1.
106 «El nuevo Alto Comisario, general Burguete», El Adelanto, n.º 11.699, 17 de julio de 1922, p. 2.
107 «La sumisión de Raisuni. Las condiciones pactadas», El Adelanto, n.º 11.729, 23 de agosto de
1922, p. 6; «Antes de enero serán repatriadas todas las fuerzas que operan en Marruecos», El
Adelanto, n.º 11.770, 10 de octubre de 1922, p. 6; y Rivera: «El día en Madrid», El Adelanto, n.º
11.826, 19 de diciembre de 1922, p. 5.
108 RIVERA: «El general Burguete sale para Marruecos», El Adelanto, n.º 11.772, 12 de octubre de
1922, p. 5; y «Cuatro mil trescientos millones de déficit», El Adelanto, n.º 11.781, 27 de octubre
de 1922, p. 1.
109 «El penoso problema», El Adelanto, n.º 11.827, 20 de diciembre de 1922, p. 1.
110 MARÍA GAJATE BAJO

penda noticia para El Adelanto. Esta elección fue considerada como un


enorme acierto, dada la larga experiencia de este hombre en tierras africa-
nas y también porque eran conocidas sus intenciones negociadoras y su pro-
pósito de acabar con los muchos intereses del Ejército en África110. Igual-
mente, este periódico se mostró muy satisfecho ante la seriedad del recién
formado gabinete de García Prieto. El hecho de que se preocupase por
exponer al país sin ambages la totalidad de su programa de gobierno, y en
particular su futura actuación en África, fue muy aplaudido. No obstante,
del cumplimiento de este programa pendía su conservación en la cúpula del
poder y el diario era consciente de que terminar con la supremacía militar
en el Protectorado era una misión terriblemente compleja.
La prolongada enfermedad de Villanueva fue un duro golpe para la
redacción de El Adelanto. Aunque su cargo fue desempeñado interina-
mente por el hasta entonces Secretario de la Alta Comisaría López
Ferrer111, desde mediados de enero de 1923, se barajaron varios nombres
para su reemplazo. Una interinidad prolongada del Alto Comisario podría
animar a los rebeldes rifeños a avivar su resistencia, y si a estas vacila-
ciones políticas se añadía la impaciencia popular ante la lentitud de las
negociaciones para el rescate de los supervivientes de julio de 1921, se
puede entender la urgencia del marqués de Alhucemas por buscar un
nuevo hombre de confianza en Marruecos112. Aunque sonaba con fuerza
el nombre de Silvela, por entonces ministro de Marina, Santiago Alba
apostaba por la candidatura de López Ferrer113. No obstante, éste, ofendi-
do por considerar que sus gestiones para el rescate de los prisioneros no
habían tenido reconocimiento oficial, renunció a su cargo a mediados de
febrero114. También Villanueva reconoció que, pese a haber mejorado algo
su salud, no deseaba volver a África115. De este modo, el nombramiento
de Silvela se confirmó el 15 de febrero de 1923. El Adelanto, muy frus-
trado por la definitiva retirada de Villanueva, contempló al nuevo Alto
Comisario con desconfianza y cierta amargura. Aunque pudiera pensarse
que el carácter también civil de este hombre sería un punto a su favor, muy
pronto este periódico censuró la falta de preparación práctica de Silvela y

110 «Don Miguel Villanueva, Alto Comisario civil», El Adelanto, n.º 11.832, 26 de diciembre de
1922, p. 1.
111 RIVERA: «Tarde y noche», El Adelanto, n.º 11.838, 2 de enero de 1923, p. 5.
112 «Nota del día», El Adelanto, n.º 11.852, 18 de enero de 1923, p. 1.
113 RIVERA: «¿Quién es el Alto Comisario de Marruecos?», El Adelanto, n.º 11.853, 19 de enero
de 1923, p. 5.
114 RIVERA: «El día en Madrid», El Adelanto, n.º 11.874, 13 de febrero de 1923, p. 5.
115 RIVERA: «Al cerrar», El Adelanto, n.º 11.873, 11 de febrero de 1923, p. 5.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 111

juzgó que lo que se estaba procurando era «dar categoría» al cargo de Alto
Comisario116.
Aún mayor fue la desazón de la opinión progresista al conocerse en
marzo un plan para la toma de Alhucemas. Por fortuna, el gobierno, teme-
roso de la reacción popular, lo rechazó117. Por otra parte, aunque había
abundantes rumores sobre el próximo inicio de la repatriación de tropas
porque las negociaciones entre Castro Girona y los rifeños para lograr la
definitiva sumisión del territorio marchaban por buen camino, éstas se rom-
pieron118. Así se explica el desconsuelo ciudadano reinante en la primavera
de 1923. Además, Abd-el-Krim había solicitado el reconocimiento oficial
de la República del Rif. En un editorial de El Adelanto se comentaba: «La
nación ha rectificado su juicio. Ya no espera la revancha de ningún género.
Desencantada de todo y de todos, quiere acabar de una vez aquella desdi-
chada empresa, empezando por negarse a nuevos sacrificios y reclamando
la repatriación inmediata».
Con el inicio del verano, las vacilaciones en la política marroquí alcan-
zaron su punto álgido: mientras que los rumores sobre la dimisión de Sil-
vela se intensificaban, los enfrentamientos entre Alcalá-Zamora y Santiago
Alba se hicieron más frecuentes119, así como también se convirtieron en
habituales las advertencias del ministro de Hacienda ante el peligro de nue-
vas aventuras bélicas120. Los propósitos pacificadores del marqués de Alhu-
cemas a su llegada al gobierno, apenas hacía siete meses, parecían entonces
una entelequia y el nombramiento de Martínez Anido, cuyas violentas
actuaciones en Barcelona eran sobradamente conocidas, como Comandan-
te General de Melilla no hizo sino demostrar que el gobierno estaba aban-
donando sus propósitos iniciales en el Protectorado121. Ciertamente, el
nuevo plan del Comandante para la ocupación de Alhucemas fue también
rechazado, e incluso se barajó la posibilidad de retroceder hasta la línea del
Kert, a la par que en julio se intentó un nuevo acercamiento, otra vez infruc-
tuoso, a Abd-el-Krim122. Los propósitos civilistas del gabinete no habían
sido oficialmente abandonados, aunque el pueblo deseaba el fin de la gue-
rra, que no el abandono de Marruecos. El que el gobierno desoyera el plan

116 «Nota del día. Ante el nombramiento», El Adelanto, n.º 11.876, 15 de febrero de 1923, p. 1.
117 «Nota del día. Ante el consejo de hoy», El Adelanto, n.º 11.913, 31 de marzo de 1923, p. 1.
118 RIVERA: «Tarde y noche», El Adelanto, n.º 11.930, 20 de abril de 1923, pp. 3-4; y RIVERA:
«Al cerrar», El Adelanto, n.º 11.933, 24 de abril de 1923, p. 3.
119 RIVERA: «Al cerrar», El Adelanto, n.º 11.959, 24 de mayo de 1923, p. 4.
120 «Nota del día. ¿En vísperas de una crisis?», El Adelanto, n.º 12.020, 3 de agosto de 1923, p. 1.
121 «La difícil situación del gobierno», El Adelanto, n.º 11.990, 24 de junio de 1923, p. 1.
122 RIVERA: «Al cerrar», El Adelanto, n.º 11.999, 10 de julio de 1923, p. 4; y Rivera: «Al cerrar»,
El Adelanto, n.º 12.003, 14 de julio de 1923, pp. 3-4.
112 MARÍA GAJATE BAJO

de Martínez Anido, que finalmente había renunciado a su cargo, suponía,


según el criterio de El Adelanto, una total inconsecuencia, pues no se enten-
día que conociéndose sus métodos belicosos de gobernar se le hubiese
reclamado desde Melilla para, acto seguido, ignorar su proyecto123.
Para remate de males, el desconsuelo más absoluto cundió al conocerse
los ataques rifeños a Tizzi-Azza en agosto. Desde el periódico al que nos
estamos continuamente refiriendo se acabó defendiendo que el país desea-
ba el fin del problema, no importando el recurso a la acción política o mili-
tar. Aunque la voluntad nacional únicamente había sido partidaria de la
acción bélica contundente en los meses inmediatos al Desastre, aceptaría
una decisión de esta índole si así lo acordaba el Estado Mayor del Ejérci-
to124: «Grave, muy grave es lo ocurrido estos días en aquella zona, y, aun-
que no es de temer que tengamos otro desastre como el de hace dos años,
porque los medios con que contamos no permiten temerlo, es una vergüen-
za que un Ejército numeroso y con poderosos medios de combate, esté inac-
tivo y esperando cada día un ataque del enemigo, sin que se le autorice a
avanzar de una vez. Así no podemos continuar. Es preciso que España ente-
ra decida de una vez cuál ha de ser nuestra actuación en el Rif. ¿Hay que
avanzar y se puede avanzar? Pues adelante»125. Los últimos artículos de El
Adelanto a propósito de la gestión del Protectorado en los momentos inme-
diatos al golpe de Primo de Rivera insistieron en esta idea. La amargura
acabó por justificar un pensamiento muy radical, que no encajaba en su
habitual trayectoria de moderación ideológica: «La guerra es la guerra y no
hay guerra sin quebrantos. Mas el país prestaría de nuevo y de buen grado
su esfuerzo, si supiera de antemano que sería el último, el decisivo, el efi-
caz, para llegar cuanto antes a una honrosa y digna paz, de la que España es
merecedora»126. Tal remedio no era más que una forma moderna del viejo
dicho «Si vis pacem, para bellum».
Para El Pueblo la gestión política del Protectorado no fue una historia
de vacilaciones y constantes titubeos, como creían casi todos los redactores
del diario progresista al que nos acabamos de referir, sino de desastrosos e
incoherentes bandazos. Pero puesto que rechazaba la guerra marroquí de un
modo visceral, evitó prestar su espacio para darle publicidad. Por esta razón,
no se puede precisar mediante el análisis de este rotativo las reacciones de

123 «¿Para qué se le envió?», El Adelanto, n.º 12.030, 15 de agosto de 1923, p. 2.


124 «La angustia de Marruecos», El Adelanto, n.º 12.034, 19 de agosto de 1923, p. 1.
125 «De mal en peor», El Adelanto, n.º 12.036, 22 de agosto de 1923, p. 1.
126 «Ante la entrada del convoy a la posición de Tifarauin», El Adelanto, n.º 12.080, 23 de agosto de
1923, p. 1.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 113

la opinión obrera ante los planes, proyectos y actuaciones de los sucesivos


Altos Comisarios. No obstante, en estas páginas no estamos haciendo más
que interrogarnos acerca de cuál fue el colectivo o individuo a quién cada
uno de los periódicos locales salmantinos prestó su mayor fidelidad ideoló-
gica en el periodo que transcurre desde el hundimiento de la Comandancia
de Melilla hasta el golpe militar de Primo de Rivera. Para el caso de El Ade-
lanto, la respuesta no es nada sencilla, pues como se ha visto, también fue-
ron muchos los bandazos que sus redactores experimentaron al hilo de los
acontecimientos. No obstante, si hubiese que precisar un nombre, probable-
mente Antonio Maura fue quien mejor encarnó sus ideales colonizadores,
aunque finalmente el diario se convenció de la utilidad de la política roma-
nonista del palo y la zanahoria y, en el verano de 1921 y, también, tras los
ataques a Tizzi-Azza, fue, al igual que la mayor parte de la opinión nacio-
nal, muy belicoso. El encasillamiento ideológico de El Pueblo es mucho
más simple, pues mostró una lealtad absoluta hacia los famosos discursos
parlamentarios de Indalecio Prieto. Más que preocuparse por la gestión
política del Protectorado, se convirtió en el abanderado en la exigencia de
responsables. Su discurso se fundamentó en el rechazo de los tres argu-
mentos clásicos esgrimidos por los africanistas para justificar la expansión
española en Marruecos: el Protectorado no era necesario para la expansión
de la agricultura española, pues en la metrópoli existían muchas tierras
incultas y de mejor calidad que las marroquíes; Marruecos no era una zona
de expansión financiera, pues España no tenía ni exceso de producción
industrial ni capitales sobrantes; y Marruecos no representaba una frontera
ante Francia, sino un frente generador de nuevos conflictos. En suma, para
el socialismo español y salmantino resultó irónico que España pretendiese
desempeñar una misión civilizadora en Marruecos, teniendo en cuenta la
miseria del propio país. Indalecio Prieto no cuestionó el hecho de la colo-
nización de Marruecos, sino el proceder del gobierno español. Por ello, exi-
gió la derogación de la Ley de Jurisdicciones, la supresión del cuerpo de
Intendencia y la clausura de todas las academias militares127. La Gaceta
Regional, por último, dirigió todos sus esfuerzos a legitimar la actuación de
los africanistas, encabezados, claro está, por Dámaso Berenguer.
El diario conservador presentó el inicio de las operaciones para la reo-
cupación de las posiciones perdidas en 1921 como si se tratase de una nueva
guerra de religión o, con más exactitud, una continuación de los seculares
enfrentamientos entre cristianos y musulmanes. Por norma, los partidos

127 Véase PRIETO, Indalecio: Con el rey o contra el rey: la guerra de Marruecos. Planeta, Barce-
lona, 1990.
114 MARÍA GAJATE BAJO

dinásticos habían justificado la permanencia en el Rif apelando a múltiples


compromisos nacionales e internacionales y a la conveniencia de atraer a
los vecinos del sur hacia la civilización. Su fanatismo era esgrimido como
un componente más de su carácter indómito o incivilizado. Por ello mismo,
identificar la guerra del Rif con una clásica guerra de «moros y cristianos»
suponía poco menos que equiparar al soldado español con el viejo caballe-
ro medieval de hondas creencias católicas. Huir de esta imagen se convirtió
en una forma de justificar ante la opinión pública las pretensiones coloni-
zadoras, que no de conquista, de España en Marruecos.
Sin embargo, La Gaceta nunca acató esta regla no escrita. Se puede
deducir que la peyorativa imagen del musulmán sustentada desde el perió-
dico conservador no encontraba ninguna cabida en los proyectos de implan-
tación próxima de un protectorado civil128. Del mismo modo, la tibia polí-
tica colonizadora del programa maurista tropezó con una absoluta
incomprensión en las páginas de La Gaceta129. Todo su empeño era el cas-
tigo duro y ejemplar del marroquí, a la par que constantemente se elogiaba
el patriotismo demostrado por los salmantinos130. Dicho de otro modo, la
opinión conservadora estaba convencida de la necesidad de un sacrificio
urgente que pusiese fin a la guerra e intentaba confiar en que Maura fuese
capaz de llevarlo a efecto. Coincidiendo con la celebración de la Conferen-
cia de Pizarra, el periódico insistía en las razones históricas y estratégicas
que obligaban a España a permanecer en el Protectorado, y también, apela-
ba a la dignidad: «Son muchos los cadáveres de españoles enterrados en
África; es mucha la sangre española que ha regado el territorio marroquí;
son muchos los millones que se han consagrado a nuestra acción africana,
para que el país se desentienda de tan grave problema»131.
Al producirse el cambio de gobierno y la sustitución de La Cierva por
Olaguer, se insistió nuevamente en la conveniencia de una acción bélica
contundente132, y más concretamente en un desembarco en Alhuce-

128 Mientras que con anterioridad a 1909 el rifeño había sido contemplado como un ser primitivo,
pero, al mismo tiempo, inocente y simpático, con el inicio de la guerra del Rif esta representa-
ción adquiere caracteres muy peyorativos: el «moro» está sediento de sangre y cegado por la ira,
es traidor por naturaleza y no merece ningún tipo de contemplación. El marroquí es visto, en
definitiva, «más como pieza a abatir que como pueblo a civilizar» (MARTÍN CORRALES, Eloy:
op.cit., p. 147).
129 «Del problema marroquí. No lo entendemos», La Gaceta Regional, n.º 331, 27 de septiembre de
1921, p. 1.
130 «Estamos conformes», La Gaceta Regional, n.º 345, 13 de octubre de 1921, p. 1.
131 «La conferencia de Pizarra», La Gaceta Regional, n.º 441, 6 de febrero de 1922, p. 1.
132 «Hacia el Protectorado. Hablan dos ilustres jefes del Ejército», La Gaceta Regional, n.º 458, 25
de febrero de 1922, p. 3.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 115

mas133, aún a sabiendas de que la situación de los prisioneros de Axdir


impedía tal procedimiento134. Mientras las protestas socialistas por la
prolongación del conflicto iban en aumento, la redacción de este diario
contraatacaba ferozmente: «Nosotros no lo entendemos. Se combate en
África; se derrocha heroísmo, se agota el dinero y manan sangre españo-
la los campos marroquíes, y aquí, en España, se deja que todo el mundo,
así tirios como troyanos, hablen contra ello, peroren, protesten y levanten
tempestades. No lo entendemos»135.
Las noticias que circulaban desde mayo de 1922 sobre un cercano ini-
cio de la repatriación de fuerzas fueron acogidas con cierta indiferencia,
mientras el diario permanecía obcecado en defender el comportamiento de
los africanistas. Particularmente irascible se mostraba cuando aludía a la
prensa de izquierdas. Sus continuas mentiras provocaban el aburrimiento
como primera reacción, luego pena y, finalmente, indignación. La opinión
pública, según su criterio, vivía contaminada al considerar la guerra bajo el
único prisma de la bonanza económica nacional. Especialmente herida
pareció al escuchar que Berenguer no deseaba el rescate de Navarro porque
sus declaraciones podrían hundirlo en el debate responsabilista. Llegó al
extremo de solicitar al gabinete de Sánchez Guerra el reestablecimiento de
la censura previa para acallar estas acusaciones136.
El nombramiento de Burguete coincidió cronológicamente con el pri-
mer aniversario del derrumbe de Annual y Monte Arruit137. Este momento

133 Véase cuál era para La Gaceta Regional el significado de esta plaza: «La posesión de esta bahía
sería una satisfacción para el amor nacional, un éxito cotizable en la galería de la opinión, un
realce de España en el juicio extranjero. Todo eso es bastante: pero además se necesita que el lito-
ral sea nuestro para evitar contactos rifeños con el contrabando. Por ello hay que ir a Alhucemas.
Ese sentimiento de la opinión, favorable a la empresa, hay que cultivarlo, excitarlo y aprove-
charlo. Ahora bien: ¿es tan urgente la empresa que debe acometerse precisamente en estos
momentos? Eso es seguramente lo que dilucidará el Gobierno. Y así es como debe plantearse el
problema. No se trata de ir o no a Alhucemas. Se trata sólo, o debe tratarse, de si se va ahora o
se va más adelante. Las ventajas de ir ahora pueden sintetizarse diciendo: que se aproveche el
esfuerzo militar ya realizado y el estado de ánimo en el que el país se encuentra; que se da al
mundo una impresión de capacidad militar si el éxito nos acompaña; que podemos esgrimir tal
éxito en una negociación que se avecina sobre Tánger. Los inconvenientes se hallan en que el
esfuerzo ahora realizado no será bastante, y será preciso acumular las tropas en Melilla», «Hacia
el Protectorado. Alhucemas», La Gaceta Regional, n.º 449, 15 de febrero de 1922, p. 3.
134 Un reservista: «Hacia el Protectorado. La campaña de Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 472,
14 de marzo de 1922, p. 3.
135 «Tanto va el cántaro a la fuente», La Gaceta Regional, n.º 509, 28 de abril de 1922, p. 2.
136 «La verdad ante todo», La Gaceta Regional, n.º 567, 10 de julio de 1922, p. 1.
137 BARRETO: «Berenguer ha dimitido. ¿Barrera, Alto Comisario?», La Gaceta Regional, n.º 568,
11 de julio de 1922, p. 3; y BARRETO: «Última hora», La Gaceta Regional, n.º 572, 15 de julio
de 1922, p. 6.
116 MARÍA GAJATE BAJO

fue aprovechado para atizar aún más el odio al rifeño con la publicación de
varios artículos con mucha carga emotiva. Ante los anuncios de cambio en
la política del Protectorado, La Gaceta mostró inmediatamente sus recelos:
«Por lo visto, ha fracasado nuestra acción militar en Marruecos, que el esta-
do de nuestra hacienda no permite prolongar y se va a implantar una acción
política y civil de protectorado, que en todo caso debió haber seguido a la
victoria militar, y que no siendo así, habrá que establecerla con la coopera-
ción interesada, pagada y pactada con los principales jefes de los beniurria-
gueles»138. La redacción temía que Francia aprovechase este cambio de
orientación para emprender una lucha diplomática y hacerse con Tánger e
intentaba convencer nuevamente a la opinión salmantina de que España
estaba capacitada para la toma de Alhucemas139. Pese al disgusto generado
por el rechazo gubernamental al plan de ocupación de la mencionada bahía,
la decisión de disolver definitivamente las Juntas de Defensa, como res-
puesta del gobierno de Sánchez Guerra a una muy teatral dimisión de
Millán Astray, máxima autoridad de la Legión, fue una estupenda noticia,
que convirtió a los africanistas en el cuerpo hegemónico en el seno del Ejér-
cito español140.
La indignación resurgió, no obstante, al conocerse el nombramiento
como nuevo Alto Comisario de Miguel Villanueva y su persistencia en las
intenciones civilistas. Su enfermedad fue acogida con cierto alivio pues creía
este periódico que así se paralizarían sus proyectos negociadores, pero tras la
bochornosa actuación, siempre atendiendo a la opinión conservadora, de
Alba en el rescate de los prisioneros, el tono discursivo del periódico se vol-
vió muy agresivo. Desde febrero de 1923, muchos editoriales de la primera
plana, firmados por un tal «E.», se dirigieron a relegitimizar la acción béli-
ca decidida y urgente: «Nuestro Protectorado sobre Marruecos constituye un
deber nacional que no podemos regir, si hemos de mirar a nuestra indepen-
dencia futura (…) Existe otro motivo superior a los demás que nos obliga,
con imperativo categórico, a una intervención en África: el cumplimiento del
testamento de Isabel I y la evangelización de aquellos territorios (…) Des-
pués de los Desastres de julio del año de 1921 en la zona oriental, todo espí-
ritu patriota, todo español consciente de su deber y celoso del honor nacio-
nal, puso, por encima de cualquier otra aspiración, el castigo inmediato de

138 «Hacia el Protectorado», La Gaceta Regional, n.º 596, 14 de agosto de 1922, p. 2.


139 «¿Vamos o no vamos o no vamos a Alhucemas?», La Gaceta Regional, n.º 607, 28 de agosto de
1922, p. 1; y «Hay en España cuestión mayor que Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 625, 18
de septiembre de 1922, p. 1.
140 «Lo de siempre. ¡Pobre España!», La Gaceta Regional, n.º 682, 24 de noviembre de 1922, p. 1.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 117

Abd-el-Krim»141. El protectorado civil era humillante porque requería un


entendimiento con Abd-el-Krim, mientras que la opinión conservadora
seguía reclamando una urgente actuación sobre el peñón de Alhucemas.
El nuevo nombramiento de otro civil, Silvela, para la Alta Comisaría fue
interpretado como una total incoherencia142, pero la suavización progresiva
de su discurso, mostrándose cada vez más partidario de la acción conjunta
civil y militar, le granjeó una creciente simpatía de la opinión conservado-
ra143. Pese a que la operación sobre Alhucemas fue reiteradamente rechaza-
da, y la dimisión de Martínez Anido se recibió con honda pena144, los últi-
mos editoriales de «E.» anteriores al golpe militar revelaban bastante
confianza y entusiasmo ante la proximidad de un cambio en la orientación
de la política marroquí, tal vez, porque presagiaba que el fin del gobierno
de concentración liberal estaba muy próximo: «Las medias tintas, las com-
ponendas con los moros, no sirven para otra cosa que para engreír, para que
nos engañen y para hacer interminable una situación que nos desprestigia y
arruina (…) España tiene arrestos para sobreponerse a sus desventuras,
tiene instinto de conservación, posee en alto grado la fe y la confianza en
su Ejército y con esas virtudes por bandera y con el recuerdo de su historia
gloriosísima, sabrá seguir, tranquila y consciente de su elevada misión, el
derrotero que le marca su honor y su deber»145.

La estancia de La Victoria en el Protectorado

A mediados de septiembre, Pedraza notificó que La Victoria permane-


cería en Larache como fuerza de guarnición e inspección de la zona, susti-
tuyendo al regimiento de León y abandonando la vida en tiendas de campa-
ña a favor de la más cómoda estancia en barracones146. También aquí, como

141 «E.»: «El problema de Marruecos. Ligeras consideraciones», La Gaceta Regional, n.º 744, 8 de
febrero de 1923, p. 1.
142 «E.»: «Nuevo Comisario Superior. Algunas consideraciones», La Gaceta Regional, n.º 749, 14
de febrero de 1923, p. 1.
143 «E.»: «El problema de Marruecos. Manifestaciones del señor Silvela», La Gaceta Regional, n.º
775, 16 de marzo de 1923, p. 1.
144 BARRETO: «Nuestras conferencias telefónicas de hoy», La Gaceta Regional, n.º 898, 13 de
agosto de 1923, p. 5.
145 «E.»: «Nuestra acción en Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 907, 24 de agosto de 1923, p. 1.
146 PEDRAZA: «El Adelanto en Larache», El Adelanto, n.º 11.438, 13 de septiembre de 1921, p. 1;
PEDRAZA: «Salamanca en Marruecos», El Adelanto, n.º 11.431, 16 de septiembre de 1921, p.
2 (obsérvese que hay un error en la numeración de los diarios); PEDRAZA: «El batallón de La
Victoria», El Adelanto, n.º 11.432, 17 de septiembre de 1921, p. 4; y GARCÍA DE LA CRUZ:
«El batallón de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 332, 28 de septiembre de 1921, p. 1.
118 MARÍA GAJATE BAJO

en Nador, el tiempo transcurría lentamente entre los ejercicios de instruc-


ción, tiro y los paseos militares, pero las fiebres palúdicas empezaron a
ensombrecer la sosegada vida del batallón e hicieron que la llegada del
correo no fuese el único medio de ruptura del ambiente monótono147. Algu-
nas semanas después, el 7 de noviembre, el batallón al completo se trasla-
dó, en unas durísimas jornadas de marcha, a la posición de Nuader para
relevar al regimiento de Cuenca148. Nuader era el campamento general más
avanzado, en primera línea de fuego, dependiente de la Comandancia de
Larache. Esta posición y sus blocaos subordinados aglutinaban un total de
cinco mil hombres (la cuarta compañía del batallón de La Victoria perma-
neció en Nuader, mientras la primera y segunda fueron desplazadas hasta
las posiciones más avanzadas. La tercera compañía, que fue trasladada algu-
nos días más tarde que el resto del batallón, permaneció junto a la cuarta.
Sus funciones habituales fueron la protección de la aguada, caminos y guar-
dia de parapetos)149.
Cuando no había transcurrido demasiado tiempo desde su traslado, el
batallón salmantino recibió su bautismo de sangre. Un convoy fue atacado
por un grupo de marroquíes mientras se dirigía a uno de los blocaos más
avanzados, Ain-Hedid, para avituallarlo150. La triste nueva tuvo un impacto
enorme en la opinión salmantina y poco pudieron hacer los «cuotas»-cro-
nistas por calmar los ánimos. Por primera vez, los efectos de la guerra se
dejaban sentir entre algunas familias de la ciudad. La angustia fue en
aumento cuando apenas una semana después, el 17 de diciembre, se comu-
nicó la intervención de parte de las compañías tercera y cuarta de La Victo-

147 GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 324, 19 de sep-
tiembre de 1921, p. 1; y GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta Regio-
nal, n.º 326, 21 de septiembre de 1921, p. 1. A propósito de las difíciles condiciones higiénicas
a las que se enfrentaban los soldados en África Trigo solicitó el auxilio en Larache de médicos
y estudiantes de Medicina: «Las enfermedades aquí son temibles, violentísimas y casi siempre
de funesto desenlace por el clima, la deficiente alimentación y la escasez de personal y material
sanitario», TRIGO, José Luis: «Para la Cruz Roja salmantina. Desde Larache», La Gaceta Regio-
nal, n.º 342, 10 de octubre de 1921, p. 3.
148 TRIGO, José Luis: «La Victoria en Larache», El Adelanto, n.º 11.485, 7 de noviembre de 1921,
p. 2; HERNÁNDEZ MARTÍN, A.: «Crónicas de Melilla», La Gaceta Regional, n.º 391, 7 de
diciembre de 1921, p. 4.
149 TRIGO, José Luis: «Los soldados salmantinos en campaña», El Adelanto, n.º 11.496, 19 de
noviembre de 1921, p. 2; GÓMEZ PARRA, E.: «El desarme y las nuevas posiciones», El Ade-
lanto, n.º 11.527, 26 de diciembre de 1921, p. 2; y «El salmantino T.»: «La cuarta compañía de
la Victoria en Nuader», El Adelanto, n.º 11.528, 27 de diciembre de 1921, p. 2.
150 «El batallón expedicionario de La Victoria sufre algunas bajas», El Adelanto, n.º 11.513, 9 de
diciembre de 1921, p. 2; TRIGO, José Luis: «Cómo ocurrió, el día 6, la agresión de unos moros»,
El Adelanto, n.º 11.517, 14 de diciembre de 1921, p. 1; y «La actuación del batallón de La Vic-
toria en África», La Gaceta Regional, n.º 392, 9 de diciembre de 1921, p. 2.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 119

ria en las operaciones militares del sector de Beni-Arós. Aunque no hubo


víctimas mortales entre el batallón salmantino, puede imaginarse el clima
de sorpresa y nerviosismo que se impuso en Salamanca durante unos
días151. Desde este momento, la alarma cundiría de modo intermitente,
coincidiendo con las nuevas operaciones152. En marzo, se produjo un primer
relevo entre las tropas salmantinas153. Y un mes después, las operaciones
militares de Beni-Arós recobraron nueva intensidad. La Victoria fue trasla-
dada sucesivamente a Megaret, Rokba el Gozal, nuevamente a Nuader y
finalmente a Bab-el-Sol154. Al finalizar junio de 1922, tanto Rivera, en el
caso de El Adelanto, como Barreto, corresponsal en Madrid para La Gace-
ta Regional, se hicieron eco en sus respectivas secciones de informaciones
telegráficas y telefónicas del fallecimiento de catorce hombres de La Vic-
toria, cuando en un convoy se dirigían a la ya tristemente recordada posi-
ción de Ain Hedid155.
Hubo que esperar a finales de agosto de 1922 para que los salmantinos
recibiesen con entusiasmo la deseada noticia de la repatriación de los 337
soldados de La Victoria pertenecientes a la quinta de 1919156. Lamentable-
mente, por las mismas fechas se le comunicó a Federico Anaya que un
nuevo relevo de La Victoria debía trasladarse al Protectorado. Dada la
carencia de tiempo para preparar un solemne acto de despedida, el alcalde
se limitó a rogar a los salmantinos que acudiesen a la estación de ferroca-
rril. Atrás habían quedado los cuantiosos festejos y grandilocuentes pala-
bras de hacía apenas un año157. Con motivo de la partida, que finalmente se

151 PRIETO-TRIGO: «Los soldados salmantinos del batallón de La Victoria y las operaciones de
Beni-Arós», El Adelanto, n.º 11.540, 10 de enero de 1922, p. 1; FLORES: «Desde Ber-bex», La
Gaceta Regional, n.º 407, 27 de diciembre de 1921, p. 7.
152 FLORES: «Desde Nuader», La Gaceta Regional, n.º 432, 26 de enero de 1922, p. 2.
153 TRIGO, José Luis: «Desde Nuader. Las tropas del batallón de La Victoria», El Adelanto, n.º
11.606, 28 de marzo de 1922, p. 1.
154 «El corresponsal»: «Las fuerzas de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.635, 3 de mayo de 1922, p.
1; y GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta Regional, n.º 506, 25 de
abril de 1922, p. 4.
155 «Del trágico convoy de Ain-Hedid», El Adelanto, n.º 11.682, 27 de junio de 1922, p. 1; BARRE-
TO: «Por teléfono», La Gaceta Regional, n.º 556, 26 de junio de 1922, p. 3.
156 «Los 337 soldados de La Victoria que vienen de Larache», El Adelanto, n.º 11.727, 20 de agos-
to de 1922, p. 4; «Soldados que regresan», La Gaceta Regional, n.º 601, 21 de agosto de 1922,
p. 2.
157 ANAYA, Federico: «Los soldados de La Victoria que marchan a Larache», El Adelanto, n.º
11.728, 22 de agosto de 1922, p. 5; «La marcha de los soldados», La Gaceta Regional, n.º 609,
30 de agosto de 1922, p. 1; «La despedida de los soldados de La Victoria que marchan a Lara-
che», La Gaceta Regional, n.º 610, 31 de agosto de 1922, p. 1. Los soldados fueron obsequiados
con un rancho extraordinario, además de sesenta tartas, cuatrocientos cigarros puros, cuatro-
cientas cajetillas y veinte botellas de coñac.
120 MARÍA GAJATE BAJO

produjo en la madrugada del 31 de agosto, la prensa dedicó cierta atención


al recuerdo de los actos de despedida de 1921 y algún que otro comentario
a la incidencia del problema marroquí en la vida nacional. Los salmantinos
parecían entonces embargados por la pena, y los periódicos, más que hacer-
se eco del apoyo social a los futuros combatientes, se esforzaban por con-
vencer a la opinión de la necesidad, o incluso el deber, de seguir colaboran-
do moral y económicamente con el cometido de La Victoria en África158.
Aunque la prensa aportó bastantes detalles sobre el momento de la despe-
dida y los actos de homenaje, fue algo parca a la hora de describir el entu-
siasmo ciudadano159. El «cuota» Dionisio Beña se ocupó de informar a los
lectores salmantinos sobre los incidentes del viaje hasta Cádiz y seguida-
mente, hasta el zoco El-Jemis, en el territorio de Beni-Arós160.
Muchísimo más alegre y emocionada se mostró la ciudad coincidiendo
con el regreso de la quinta de 1919, el día 9 de septiembre161. Las distintas
publicaciones animaron a los salmantinos a que preparasen una cálida aco-
gida, además de un espléndido banquete, para los repatriados. Sorprenden-
temente, en más de un editorial se confundió a éstos que regresaban con las
tropas que se habían marchado a África hacía poco más de un año, puede
que con vistas a despertar la sensibilidad de la gente aprovechando el triste
recuerdo del verano de 1921. Aunque desde finales de 1922 eran incesantes
los rumores que aludían a una pronta repatriación de La Victoria, coinci-
diendo con el cambio en la orientación política del Protectorado, esta noti-
cia fue desmentida162. Las especulaciones se avivaron de nuevo a finales de
mayo, coincidiendo con la concentración de todo el batallón en Ain-Grana.
La repatriación del reemplazo de 1920 parecía inminente163. Pero de esta

158 «La marcha a África de los soldados de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.735, 30 de agosto de
1922, p. 2; «La despedida», La Gaceta Regional, n.º 609, 30 de agosto de 1922, p. 1.
159 «Los actos de ayer en honor del Ejército y la marcha de las fuerzas a Larache» El Adelanto, n.º
11.736, 31 de agosto de 1922, p. 2.
160 BEÑA, Dionisio: «Los soldados de La Victoria que han llegado a Larache», El Adelanto, n.º
11.747, 13 de septiembre de 1922, p. 3; y BEÑA, Dionisio: «Los soldados de La Victoria», El
Adelanto, n.º 11.765, 4 de octubre de 1922, p. 3.
161 «La llegada de los soldados del regimiento de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.744, 9 de sep-
tiembre de 1922, p. 2; «La llegada de los veteranos de La Victoria del cupo de 1919», El Ade-
lanto, n.º 11.745, 10 de septiembre de 1922, p. 2; «Las fuerzas de La Victoria saldrán hoy de
Larache para Salamanca», La Gaceta Regional, n.º 615, 6 de septiembre de 1922, p. 1; y
SERRANO PIEDECASAS, Pedro M.: «Salamanca toda recibe a los soldados de La Victoria que
regresan», La Gaceta Regional, n.º 618, 9 de septiembre de 1922, p. 1.
162 «¿Repatriación del batallón expedicionario de La Victoria?», El Adelanto, n.º 11.824, 16 de
diciembre de 1922, p. 1; y «El regreso de las fuerzas de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.882,
22 de febrero de 1923, p. 1.
163 BEÑA, Dionisio: «Los soldados de La Victoria de 1920 se cree sean pronto repatriados», El Ade-
lanto, n.º 11.957, 22 de mayo de 1923, p. 6.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 121

noticia no se tuvo confirmación con anterioridad al golpe. Al contrario, el


retorno a la política de pactos con el Raisuni estaba generando muchísimos
recelos y, de ahí, que el batallón salmantino fuese empleado en estrechar su
vigilancia164.

La ciudad al lado de su regimiento165

La Comisión Provincial de la Cruz Roja continuó con su infatigable


labor de apoyo a los soldados y familiares de éstos. Su servicio de informa-
ción funcionaba a pleno rendimiento (y se complementó desde octubre de
1921 con las informaciones sobre los salmantinos hospitalizados)166 y una
nueva forma de auxilio consistente en el envío de dinero para los soldados,
de modo totalmente gratuito, estaba recibiendo una formidable acogida167.
Igualmente, fue muy aplaudida la remisión a los soldados de bolsitas indi-
viduales de cura. Esta iniciativa recibió una contestación rápida de los far-
macéuticos, que inmediatamente donaron el material de más urgente nece-
sidad para el combatiente168. También, coincidiendo con el inicio de la
época de lluvias en el Protectorado, se puso en marcha un servicio para
suministrar a los soldados salmantinos ropa de abrigo169. A finales del vera-
no de 1921, la Cruz Roja Salmantina, atendiendo a la voluntad del Ayunta-
miento, nombró como madrina del batallón expedicionario a Laura Rodrí-
guez Vega, esposa de Blanco Cobaleda (uno de los máximos accionistas de
La Gaceta Regional). La función de las madrinas de guerra, figura habitual
en todas las provincias españolas, era servir como enlace entre los ofreci-
mientos y donativos populares y las necesidades militares del momento170.

164 BEÑA, Dionisio: «La Victoria frente al palacio del Raisuni en los campos de Yebala», El Ade-
lanto, n.º 11.964, 30 de mayo de 1923, p. 6.
165 El apoyo de los vallisoletanos a las tropas marroquíes, como ejemplo más próximo, también ha
sido estudiado. Véase: GARCÍA DE LA RASILLA ORTEGA, M.ª del Carmen: «Repercusión
del problema marroquí en la vida vallisoletana (1909-1927)» en Investigaciones Históricas, n.º
6, Valladolid, 1986.
166 «La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 349, 18 de octubre de 1921, p. 7.
167 RUY-GONZÁLEZ: «La obra de la Cruz Roja salmantina», El Adelanto, n.º 11.433, 19 de sep-
tiembre de 1921, p. 1.
168 «Un repórter»: «Soldados salmantinos en África. Ofrecimientos y donativos patrios», El Ade-
lanto, n.º 11.435, 21 de septiembre de 1921, p. 2.
169 «Un nuevo servicio de la Cruz Roja. Lista de soldados», El Adelanto, n.º 11.451, 28 de septiem-
bre de 1921, p. 1. La ropa se remitiría en paquetes con un peso inferior a cinco kilogramos. Los
familiares podían entregarlo en la oficina de la Cruz Roja, abonando 1,3 pesetas.
170 «La madrina del batallón expedicionario de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.434, 20 de sep-
tiembre de 1921, p. 1.
122 MARÍA GAJATE BAJO

Así muy pronto se insertó en la prensa un listado con las necesidades más
acuciantes de los combatientes. Se incluían en él medicinas contra la disen-
tería y el paludismo, diversos objetos para el aseo personal, ropa de cama,
tanques de agua, hornillos171.
Otra de las iniciativas humanitarias que mejor acogida tuvo fue la soli-
citud de libros, fundamentalmente con contenidos morales y patrióticos,
para el entretenimiento de los soldados convalecientes172. Al aproximarse
las celebraciones navideñas, las Damas de la Cruz Roja aceleraron los
preparativos de regalos para el tradicional «aguinaldo del soldado»173.
Paralelamente, se ultimaban algunos detalles para el buen acondiciona-
miento de la futura Posta Sanitaria174. Por entonces, se desistió del propó-
sito original de hospitalizar únicamente en ella a los soldados heridos y
enfermos salmantinos. Ante el caos existente, se decidió que se auxiliaría
a todos los soldados de paso por la provincia175. El entusiasmo ciudadano
ante este proyecto se tradujo en un elevado número de descripciones del
edificio que ya entonces aparecían en la prensa. Se subrayaba su cercanía
con respecto a la estación de ferrocarril y su dotación con, aparte diecio-
cho camas sostenidas por Damas destacadas de la sociedad salmantina, un
servicio completo de ropas, biblioteca, material de curación, estufas de
desinfección, cuartos de baño… Además, muy pocos días antes de su
inauguración oficial, varias Damas solicitaron la concesión de la Gran
Cruz de la Beneficencia para la duquesa de La Victoria, que para enton-
ces ya llevaba algunos meses instalada en Melilla176. Finalmente, el 8 de
diciembre fue inaugurada por el obispo la Posta Sanitaria (y dos meses
después fue clasificada por Real Orden como Hospital de la Cruz Roja).
No obstante, el ambiente festivo de este día, incluida una solemne misa en

171 «La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 357, 27 de octubre de 1921, p. 8.
172 «La labor de la Cruz Roja salmantina», El Adelanto, n.º 11.464, 13 de octubre de 1921, pp. 1-2;
«La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 346, 14 de octubre de 1921, p. 2.
173 «Junta de la Cruz Roja salmantina», El Adelanto, n.º 11.470, 20 de octubre de 1921, p. 3; «El
aguinaldo del soldado», La Gaceta Regional, n.º 371, 14 de noviembre de 1921, p. 1.
174 «La velada pro Cruz Roja», El Adelanto, n.º 11.484, 5 de noviembre de 1921, p. 2; «La fiesta a
beneficio de la Cruz Roja», El Adelanto, n.º 11.487, 9 de noviembre de 1921, p. 3; «La Cruz
Roja», La Gaceta Regional, n.º 384, 29 de noviembre de 1921, p. 6. Por citar un ejemplo, el 8 de
noviembre la sección de Damas organizó una velada en el Liceo a beneficio de la Posta.
175 «La Cruz Roja», El Adelanto, n.º 11.488, 10 de noviembre de 1921, p. 4.; SERRANO PIEDE-
CASAS, Pedro M.: «El sábado en la estación. Por Salamanca ha pasado un convoy de soldados
heridos y enfermos», La Gaceta Regional, n.º 365, 7 de noviembre de 1921, pp. 6-7.
176 «Premio merecido», El Adelanto, n.º 11.505, 30 de noviembre de 1921, p. 1; y «Una nobilísima
iniciativa», La Gaceta Regional, n.º 385, 30 de noviembre de 1921, p. 8. Los donativos serían de
una peseta y se deberían entregar, o bien al Presidente de la Comisión Salmantina (Plaza Mayor,
n.º 35), o en el Dispensario (Pérez Pujol, 11).
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 123

San Esteban en honor de la Virgen de la Inmaculada, patrona de la Infan-


tería, fue ensombrecido por el triste suceso de Ain-Hedid177. Desde este
momento, se convirtió en una información recurrente de todos los rotati-
vos, el cómputo de los soldados que diariamente desfilaban por la
Posta178.
Aunque esta institución recibió enormes muestras del cariño ciudadano,
no se vio libre de algunas censuras, fundamentalmente procedentes del pen-
samiento obrero. Argumentaba la opinión de izquierdas que los proyectos
caritativos de las Damas y Caballeros de la Cruz Roja estaban únicamente
alimentados por su vanidad y censuraban, al mismo tiempo, la hipocresía
que suponía el entregar constantemente donativos al Ejército de África
mientras que se esforzaban por evitar, a toda costa, que sus hijos fueran a la
guerra mediante el pago de la cuota179.
Poco tiempo después, se solicitó la entrega a Fernando Zaballa180 de la
Gran Cruz del Mérito Militar. Enrique Esperabé, quien sería nombrado Rec-
tor de la Universidad en enero de 1923, encabezó las gestiones necesarias
en el Senado y también solicitó el permiso necesario ante la Asamblea
Suprema de la Cruz Roja, que se confirmó en octubre, coincidiendo con la
visita regia a Salamanca181. A principios de agosto, Alfonso XIII firmó el
Real decreto para el otorgamiento de esa distinción. Y unas semanas des-

177 GÓMEZ PARRA, E.: «La cuestión del rescate de los prisioneros», El Adelanto, n.º 11.513, 9 de
diciembre de 1921, p. 1; «La Inmaculada y el regimiento de infantería de La Victoria», El Ade-
lanto, n.º 11.513, 9 de diciembre de 1921, p. 4; y SERRANO PIEDECASAS, Pedro M.: «La
inauguración de la Posta Sanitaria de tránsito de la Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 392, 9
de diciembre de 1921, p. 8.
178 Al finalizar 1921, El Adelanto, elogiaba la breve actuación de las mujeres empleadas en la Posta:
CALAMA SANZ, Antonio: «Laborar por caridad», El Adelanto, n.º 11.533, 2 de enero de 1922,
p. 5. Poco tiempo después, se reproducía una carta de un soldado anónimo, en la que también se
alababa el trabajo de las Damas de la Cruz Roja: «Una enfermera, la mujer que viene a nosotros,
no es para el soldado sino la encarnación de la madre ausente», «La Cruz Roja», El Adelanto, n.º
11.591, 10 de marzo de 1922, p. 1. Apenas transcurrido un mes desde la inauguración de la Posta,
el 12 de enero de 1922, La Gaceta Regional destacaba que en ellas ya habían sido socorridos
1500 hombres y hospitalizados un total de 44 («La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 420, 12
de enero de 1922, p. 4). Y al terminar dicho mes, la cifra de socorridos ya rozaba los 2000 indi-
viduos y los hospitalizados eran 80 («Junta General de los socios de la Cruz Roja», La Gaceta
Regional, n.º 436, 31 de enero de 1922, p. 2).
179 «Piedad, señores, piedad», La Gaceta Regional, n.º 413, 3 de enero de 1922, p. 1. El diario con-
servador defiende en este artículo a los miembros de la Cruz Roja frente a los reproches de algu-
nos sectores de la izquierda.
180 Fernando Domínguez Zaballa era el Presidente de la Cruz Roja de Salamanca y, por tanto, él se
encargó de hacer posible la apertura de una Posta para el cuidado de los heridos en la guerra. Su
figura es, muy probablemente, la más alabada, cuando a iniciativas humanitarias nos referimos,
entre los periodistas locales.
181 «La Cruz Roja», El Adelanto, n.º 11.564, 7 de octubre de 1922, p. 1.
124 MARÍA GAJATE BAJO

pués, se abrió la suscripción popular para costear la insignia182. A la par que


se inició la repatriación de la quinta de 1919 de La Victoria, la Cruz Roja
organizó un gran homenaje con una función teatral en el teatro Bretón183.
También se ocupó del reparto de donativos de 25 pesetas para cada uno de
los repatriados184. Al finalizar el año, la prensa recordaba que en poco más
de un año de vida, la Cruz Roja había atendido a más de cuatrocientos sol-
dados en la Posta, y más de diez mil habían recibido atención primaria en la
estación de ferrocarril185.
Con motivo de la liberación de los cautivos de Axdir, la Cruz Roja
entregó al primer ex-cautivo salmantino, en cuanto éste regresó a la ciudad,
una cartilla de ahorro del Banco del Oeste con una primera imposición de
125 pesetas186. Ésta fue una de las últimas iniciativas con anterioridad al ini-
cio de la Dictadura de las que deja constancia la prensa. Según El Adelanto
la Cruz Roja provincial ocupaba el primer puesto de Castilla y León en
labores de auxilio a favor de los combatientes, y el séptimo de toda Espa-
ña187. No obstante, pocos meses después, en diciembre de 1923 y superados
ya los tiempos más funestos, Zaballa notificó a la prensa local la clausura
del Hospital. La afluencia de heridos y enfermos había descendido sensi-
blemente desde el invierno de 1921. Atrás quedaban las imágenes más
amargas del conflicto. En adelante, los enfermos y heridos serían desplaza-
dos hacia el Dispensario188.
Por lo que se refiere a la otra gran institución de apoyo a los comba-
tientes, paralelamente al inicio de la reocupación militar de la zona de Meli-
lla, la Comisión Patriótica acordó la adquisición de 1.200 sombreros de fiel-
tro impermeable para las tropas expedicionarias. Se barajó también la

182 «El pueblo de Salamanca pide para don Fernando D. Zaballa la Gran Cruz del Mérito Militar»,
El Adelanto, n.º 11.685, 30 de junio de 1922, p. 1; «Salamanca en el Senado. Una petición del
señor Esperabé», E Adelanto, n.º 11.697, 14 de julio de 1922, p. 2; «La Gran Cruz del Mérito
Militar para el señor Domínguez Zaballa», El Adelanto, n.º 11.712, 1 de agosto de 1922, p. 2;
«La gratitud de un pueblo», El Adelanto, n.º 11.731, 25 de agosto de 1922, p. 1; y CALERO, Aní-
bal: «La Cruz Roja», El Adelanto, n.º 11.760, 28 de septiembre de 1922, p. 4.
183 «La Cruz Roja obsequiará a los licenciados del 19», La Gaceta Regional, n.º 617, 8 de septiem-
bre de 1922, p. 1.
184 «La Comisión Patriótica», La Gaceta Regional, n.º 353, 22 de octubre de 1922, p. 9.
185 TRIGO, José Luis: «La Cruz Roja salmantina en el primer año de su fundación», El Adelanto,
n.º 11.817, 8 de diciembre de 1922, p. 1. También: La Cruz Roja. Revista Mensual Ilustrada, n.º
241, Año 24, Madrid, julio 1922, pp. 570-571.
186 «La Cruz Roja y el gobernador socorren al ex-cautivo de Tejares», El Adelanto, n.º 11.890, 3 de
marzo de 1923, p. 1.
187 «Los servicios de la Cruz Roja», El Adelanto, n.º 12.070, 30 de septiembre de 1923, p. 5.
188 Fondo Documental de la Cruz Roja Española, Caja 579, Carta de Fernando D. Zaballa, 22 de
diciembre de 1923.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 125

adquisición de unos filtros de agua individuales y termógenos y se acordó


reservar algo de dinero por si se daba la circunstancia de que la Albuera
tuviera que marcharse a África189. Las gestiones para la adquisición de los
bombarderos seguían por buen camino y la Comisión se esforzaba para que
el Rey acudiese al acto de entrega190. A finales de septiembre los dos aero-
planos llegaron a Cuatro Vientos. Sin embargo, la entrega hubo de pospo-
nerse unos días ante la ausencia del director general de aeronáutica para
África191. En tanto, los comisionados acordaron la adquisición de 1.200 col-
chonetas de campaña (finalmente fueron 1.050, pues parte del dinero se
prefirió invertir en la fabricación de cincuenta capas impermeables, muy
útiles para los servicios al raso)192 y cinco carros-cuba, además de los ya
mencionados filtros individuales193. La deseada donación de los aviones se
realizó, al fin, con la presencia regia. Al acto acudió la Comisión Patriótica,
el presidente de la Diputación Provincial y Diego Martín Veloz194. La pren-
sa, a la par que describió ampliamente el desarrollo del acontecimiento,
incluyó en sus páginas el cuadro de honor con el nombre de los principales
suscriptores de la provincia y las cantidades abonadas. Encabezaban dicho
listado el obispo de Salamanca, el Casino, el Ayuntamiento, Enrique Espe-
rabé y el diputado a Cortes por la capital195.
Después de la entrada del general Cavalcanti en Tiza, la siguiente deci-
sión de la Comisión Patriótica fue la concesión de treinta premios de cin-
cuenta pesetas cada uno para los soldados, especialmente los salmantinos,
que destacaron en dicha operación. También la Comisión se comprometió a
conceder un premio de 5.000 pesetas para el primer salmantino que obtuvie-

189 «Nota oficiosa de la Comisión Gestora del aeroplano “Salamanca”», El Adelanto, n.º 11.436, 10
de septiembre de 1921, p. 1; «La Comisión Gestora», La Gaceta Regional, n.º 318, 12 de sep-
tiembre de 1921, p. 4.
190 «¿Su entrega al Ejército no podría ser una solemnidad regia en Salamanca?», El Adelanto, n.º
11.431, 16 de septiembre de 1921, p. 1.
191 «La inmediata entrega de los aeroplanos “Salamanca”», El Adelanto, n.º 11.436, 22 de septiem-
bre de 1921, p. 1 (obsérvese nuevamente el equívoco en la numeración de los diarios).
192 «Los obsequios a nuestros soldados en África», El Adelanto, n.º 11.504, 29 de noviembre de
1921, p. 1; y «Adquisición de impermeables para los soldados de La Victoria», La Gaceta Regio-
nal, n.º 384, 29 de noviembre de 1921, p. 6. Ello fue una sugerencia del comandante segundo jefe
del batallón expedicionario de La Victoria, Isidro Cerdeño.
193 «La suscripción patriótica provincial», El Adelanto, n.º 11.450, 27 de septiembre de 1921, p. 1;
y «La Comisión Gestora», La Gaceta Regional, n.º 322, 16 de septiembre de 1921, p. 5.
194 «Solemne entrega en Cuatro Vientos, con asistencia de los reyes don Alfonso y doña Victoria»,
El Adelanto, n.º 11.453, 30 de septiembre de 1921, p. 1; y «Realidad confortadora», La Gaceta
Regional, n.º 335, 1 de octubre de 1921, p. 1.
195 «Cuadro de honor», El Adelanto, n.º 11.453, 30 de septiembre de 1921, p. 1; y Pedro M. Serra-
no Piedecasas: «Las aeronaves “Salamanca”. La reina de España y la infanta doña Isabel han
apadrinado los aeroplanos», La Gaceta Regional, n.º 334, 30 de septiembre de 1921, p. 2.
126 MARÍA GAJATE BAJO

se una laureada de San Fernando. En la misma sesión, se acordó el cierre


definitivo de la suscripción a partir 8 de octubre196. Coincidiendo con el ini-
cio de la época de lluvias, también los comisionados, en estrecha colabora-
ción con la madrina del batallón, se ocuparon de la recolección de ropa de
abrigo197. La Comisión, por boca del gobernador Polo de Bernabé, ofreció a
la Cruz Roja el sostenimiento de cuarenta camas en el futuro Hospital del
Asilo de Vega. Pero desde Guerra nunca llegó el reconocimiento oficial de
este ofrecimiento, que acabó por convertirse en papel mojado. Así, el dinero
destinado a este proyecto fue donando a los soldados198. Al igual que en el
caso de la Cruz Roja, también los comisionados empezaron a organizar los
regalos y donativos en metálico para el «aguinaldo del soldado»199. Incluso,
se abrió una nueva suscripción popular para costear un altar portátil200.
Desde comienzos de 1922, los padres de los «cuotas» se mostraron pro-
gresivamente más reivindicativos ante el gobierno y aumentaron también
sus exigencias ante la Comisión Gestora201. Pese a que ésta no cesó en sus
labores de auxilio (solicitó a todos los alcaldes de la provincia un listado
con los licenciados de 1918 para hacer efectivos unos donativos de 25 pese-
tas202; hizo entrega, en febrero de 1922, de los cinco carros-cuba prometi-
dos, con un coste de 5.150 pesetas)203, topó con la protesta de varios solda-
dos que, por no pertenecer al batallón expedicionario de La Victoria, no
fueron beneficiarios de ningún donativo204. En febrero de 1922, la Comi-
sión acordó poner fin a los donativos de carácter militar para el Ejército. El
remanente de la suscripción, unas 50.000 pesetas, se decidió distribuirlo en
metálico entre los soldados salmantinos205. A mediados de mayo, Pérez

196 «Premios y auxilios a los soldados salmantinos en África», El Adelanto, n.º 11.459, 7 de octubre
de 1921, p. 3; y «La Comisión Gestora», La Gaceta Regional, n.º 340, 7 de octubre de 1921, p. 4.
197 «La Comisión Gestora», La Gaceta Regional, n.º 360, 31 de octubre de 1921, p. 7.
198 «La Comisión Gestora», La Gaceta Regional, n.º 353, 22 de octubre de 1921, p. 9; «Donativos
a los soldados salmantinos en África», La Gaceta Regional, n.º 424, 17 de enero de 1922, p. 2.
199 «Envíos y donativos para nuestros soldados», El Adelanto, n.º 11.479, 31 de octubre de 1921, p.
1. Además de productos típicamente navideños y ropa de abrigo, en el «aguinaldo» se incluyó un
donativo de 1.000 pesetas para las tropas de infantería y 500, para la marina. La Gaceta Regio-
nal, n.º 391, 7 de diciembre de 1921, p. 2.
200 «Los donativos al Ejército de África», El Adelanto, n.º 11.500, 24 de noviembre de 1921, p. 1.
201 «La Comisión Patriótica de donativos al Ejército», El Adelanto, n.º 11.546, 16 de enero de 1922,
pp. 1-2.
202 «El reparto de donativos», El Adelanto, n.º 11.567, 10 de febrero de 1922, p. 2.
203 «Los carros-aljibes destinados a La Victoria», El Adelanto, n.º 11.753, 17 de febrero de 1922, p.
1; y «La entrega de los carros-cubas», La Gaceta Regional, n.º 453, 20 de febrero de 1922, p. 1.
204 Varios soldados: «Lo que acuerdan unos cuantos salmantinos», El Adelanto, n.º 11.569, 13 de
febrero de 1922, p. 3.
205 «Los carros-cubas para el batallón de La Victoria», El Adelanto, n.º 11.575, 20 de febrero de
1922, p. 2.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 127

Cardenal ya había recibido los listados procedentes de las comandancias


generales de Melilla y Larache con los nombres de los soldados de las cajas
de reclutamiento de Salamanca y Ciudad Rodrigo, pertenecientes a las
quintas de 1919, 1920 y 1921. Para un total de 610 individuos se acordó la
distribución de donativos de 25, 50 y 75 pesetas206. También otros regi-
mientos, con varios salmantinos en sus filas, fueron beneficiarios de estos
donativos en metálico y lo mismo ocurrió con treinta y cinco individuos que
habían reclamado este apoyo económico207. El 6 de agosto de 1922 se cele-
bró la última reunión oficial de la Comisión Patriótica. En caja quedaban
casi 4.000 pesetas. Finalmente fueron distribuidas entre los treinta y cinco
reclamantes aludidos, los funcionarios de la Diputación y la Cruz Roja. El
Ayuntamiento, por su parte, no había entregado aún las 5.000 pesetas pro-
metidas208. Entre las últimas gestiones de auxilio a cargo de la Comisión
Patriótica, cabe destacar los variados obsequios para el relevo salmantino de
1922 y el banquete de homenaje para los repatriados de 1919209. También,
los comisionados giraron algo más de 1.000 pesetas para López Ferrer, con
el propósito de que fuesen distribuidas entre los rescatados de Axdir, y
entregaron 100 pesetas más al primer ex-cautivo salmantino210. Muy poco
antes del golpe militar, por iniciativa de la Comisión, se abrió una suscrip-
ción a beneficio del capitán Rodríguez Almeida, natural de Villar de Cier-
vo, que destacó en la defensa de Tifarauin211.
A modo de gesto particular de apoyo a los combatientes, no puede fal-
tar en estas páginas una alusión al viaje de Diego Martín Veloz a la Coman-
dancia de Larache y Melilla en octubre de 1921, para llevar a las tropas

206 «Comisión Patriótica salmantina», El Adelanto, n.º 11.647, 17 de mayo de 1922, p. 3; La Comi-
sión: «Hacia el Protectorado», La Gaceta Regional, n.º 489, 3 de abril de 1922, p. 3.
207 «Comisión Patriótica», El Adelanto, n.º 11.676, 20 de junio de 1922, p. 1; «La Comisión Patrió-
tica», El Adelanto, n.º 11.716, 8 de agosto de 1922, p. 4; y «Comisión Patriótica», La Gaceta
Regional, n.º 228, 22 de mayo de 1922, p. 1. Los beneficiarios fueron: el regimiento de Artille-
ría a Caballo, 11.º, regimiento de Artillería Ligera, regimiento lanceros de Farnesio, regimiento
Almansa, número 18; 7.ª Comandancia de Tropas de Intendencia, Batallón de Radio-Telegrafía
de Campaña, regimiento de Guipúzcoa, número 53, y el regimiento de Granada, número 34.
208 «La última reunión de la Comisión Patriótica», La Gaceta Regional, n.º 590, 7 de agosto de
1922, p. 5.
209 «El Ayuntamiento y la marcha de los soldados del regimiento de La Victoria», El Adelanto, n.º
11.734, 29 de agosto de 1922, p. 2; y «La llegada de los soldados del regimiento de La Victoria»,
El Adelanto, n.º 11.744, 9 de septiembre de 1922, p. 2.
210 «La Comisión Patriótica. Donativos a los prisioneros rescatados», El Adelanto, n.º 11.865, 2 de
febrero de 1923, p. 1; «Comisión Patriótica», El Adelanto, n.º 11.891, 4 de marzo de 1923, p. 3;
«Salamanca, a los prisioneros», La Gaceta Regional, n.º 789, 2 de febrero de 1923, p. 1.
211 «El homenaje al capitán señor Rodríguez Almeida», El Adelanto, n.º 12.046, 2 de septiembre de
1923, p. 1; «Suscripción», La Gaceta Regional, n.º 438, 29 de septiembre de 1923, p. 1. Se habí-
an recaudado 210 pesetas el 29 de septiembre.
128 MARÍA GAJATE BAJO

palabras de ánimo y obsequios de sus familiares212; la velada teatral de un


grupo de ferroviarios para costear una cama en la que acoger a un posible
ferroviario herido en el Rif213; las recolecciones estudiantiles de libros para
«La Biblioteca del Soldado»214; una suscripción iniciada por la Asociación
General de Ganaderos215; u otra suscripción de los estudiantes de Medicina
en beneficio del personal sanitario de La Victoria216.

Algunas manifestaciones de insatisfacción pública

Como muy acertadamente reconoce Pablo La Porte, Annual ofreció una


ocasión idónea para poner en marcha un cambio de rumbo en la vida polí-
tica de la Restauración. Pero no ocurrió tal cosa. Los sucesivos gobiernos se
mostraron impotentes en lo tocante a las operaciones militares, la liberación
de los prisioneros, la repatriación de los soldados y la exigencia de respon-
sabilidades políticas. Por ello, las esperanzas ciudadanas fueron mermando,
así como su compromiso de apoyo a la política del Protectorado217. Ante
este hecho, cabe preguntarse si realmente la repulsión hacia la guerra se
evaporó en los meses inmediatos al Desastre o si los medios de comunica-
ción pusieron cierto empeño en convertir este sentimiento en invisible. Por
otro lado, en caso de decantarnos por el segundo supuesto, también sería
lógico preguntarse si los periódicos actuaron por puro convencimiento o

212 TRIGO, José Luis: «En Larache se necesita, con toda urgencia, quinina», El Adelanto, n.º 11.573,
24 de octubre de 1921, p. 5; GARCÍA DE LA CRUZ: «El batallón de La Victoria», La Gaceta
Regional, n.º 329, 24 de octubre de 1921, p. 4. Hecha la visita, el diputado a Cortes solicitó el
envío urgente de quinina contra el paludismo y las autoridades salmantinas muy pronto se pusie-
ron manos a la obra.
213 «Por los ferroviarios que luchan en África», El Adelanto, n.º 11.466, 15 de octubre de 1921, p.
3; y «Para los heridos ferroviarios de África», La Gaceta Regional, n.º 345, 13 de octubre de
1921, p. 1.
214 «El libro del soldado y los alumnos salmantinos», El Adelanto, n.º 11.468, 18 de octubre de 1921,
p. 2; y «La biblioteca del soldado», El Adelanto, n.º 11.493, 16 de noviembre de 1921, p. 1. El
desarrollo de esta iniciativa planteó algunos problemas. La Gaceta Regional responsabilizó de la
desmoralización de las tropas a quien envió libros con contenidos «antipatrióticos»: «García de
Roldán» (Andrés Marcos Escribano): «Escrúpulos», La Gaceta Regional, n.º 359, 29 de octubre
de 1921, p. 1. Estos comportamientos marginales, no por su representatividad sino por su esca-
sa cabida en la prensa, son los que anunciaban un cambio en la actitud ciudadana ante la guerra.
Por tanto, no se puede valorar la acogida de esta idea únicamente atendiendo al volumen de libros
recolectados, que rebasaba los 600 ejemplares al finalizar 1921.
215 «Los ganaderos y los soldados de África», El Adelanto, n.º 11.503, 28 de noviembre de 1921, p. 3.
216 «L.B.»: «El aguinaldo del soldado y los estudiantes de Medicina», El Adelanto, n.º 11.504, 29 de
noviembre de 1921, p. 1.
217 LA PORTE, Pablo: «Marruecos y la crisis de la Restauración», en Ayer, n.º 63, Madrid, 2006,
pp. 53-74.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 129

reaccionaron ante las presiones del censor de turno. Según nuestro parecer,
la reacción de los salmantinos ante el desastre militar fue muy visceral y la
prensa no tuvo que esforzarse demasiado para convencer a la opinión de la
necesidad de responder al ataque rifeño. Sin embargo, iniciada la recon-
quista y conocidas las primeras estimaciones sobre el número de víctimas,
la belicosidad ciudadana empezó a decaer. Fue entonces cuando la prensa
dinástica asumió como propia la tarea de mantener viva la llama de la ven-
ganza entre los salmantinos. Los rotativos describieron la primera despedi-
da de La Victoria en la estación ferroviaria, durante el verano de 1921, como
un momento sumamente emotivo. Para El Adelanto y La Gaceta Regional
la presencia masiva de gentes en la estación fue una clara demostración de
que la voluntad de resarcir el honor de la patria imperaba sobre cualquier
lamento de los familiares218. Pero no existe ningún argumento que impida
interpretar esa masiva asistencia a la estación ferroviaria como un gesto de
pura resignación, una sentida despedida de aquéllos que eran enviados a un
«matadero». De hecho, un año después, con motivo del envío de más sol-
dados, la gente acudió nuevamente a la estación pero ya entonces El Ade-
lanto, tras un ejercicio interno de reflexión y después de varios desencan-
tos, obvió las alusiones al fervor patriótico de las masas. Ocultar el rechazo
que la guerra generaba se estaba convirtiendo en una tarea progresivamen-
te más difícil. Y de esta forma, el descontento se transformó en amargura,
pues ni las responsabilidades se hacían efectivas ni los soldados retornaban
a sus hogares. Finalmente, el diario de Núñez Izquierdo se convenció de la
necesidad de abandonar las políticas de medias tintas y de optar o bien por
una acción militar contundente, o bien, por el abandono absoluto219.
En el caso de La Gaceta Regional, fueron muy pocas las señales que
revelaron un sentimiento de rechazo hacia la guerra. De hecho, este fue el
diario salmantino que más se esforzó por alimentar el deseo popular de des-
quite. La indiferencia ante las iniciativas de los padres de «cuotas» dio paso
al inicio de una campaña en defensa de sus derechos y en contra de García
Prieto. En suma, La Gaceta también se apuntó a la oleada popular que exi-
gía la repatriación urgente. Ello fue un instrumento sencillo y eficaz para

218 «A.C.S.»: «Para ti, hijo mío», El Adelanto, n.º 11.423, 26 de agosto de 1921, p. 3.
219 «Diga el gobierno lo que quiera, tal como ha planteado el problema de nuestra actuación en el
Rif, aquello resulta un verdadero lío, que nadie entiende, y menos que nadie la opinión pública,
a la que no se le alcanza que para no hacer nada y para vivir en pactos vergonzosos con los
moros, sea necesario mantener en Marruecos un Ejército numeroso. O avanzamos de una vez o
retrocedemos; pero no a la línea del Kert, que eso sería absurdo, sino más, mucho más acá, hasta
el mismo Melilla, dejando a los rifeños que campen por sus respetos, declarando que no pode-
mos o no queremos ejercer protectorado en esa zona», «En camino de la justicia», El Adelanto,
n.º 12.028, 12 de agosto de 1923, p. 1.
130 MARÍA GAJATE BAJO

desprestigiar a la concentración de izquierdas. En cualquier caso, siempre


concibió el abandono como una utopía y fue constante en su demanda de
una acción militar rápida, enérgica y decidida220.
Por último, El Pueblo encabezó, como ya ha sido apuntado, la campaña
periodística en Salamanca contra la guerra y contra la multitud de actos
patrioteros desarrollados221.
Conociendo la fuerte presencia de «cuotas» en el batallón expediciona-
rio de La Victoria, no cabe duda sobre la enorme trascendencia de las rei-
vindicaciones de sus familiares como condicionante de la actitud ciudada-
na ante la guerra. La legislación sobre el servicio militar topó
tradicionalmente con la oposición del movimiento obrero, para el que la
diferenciación entre el soldado de haber y el soldado de cuota equivalía a
convertir la guerra en una esclavitud para el pobre. Lo novedoso fue que
después del Desastre de Annual, también los sectores sociales económica-
mente más pujantes sufrieron las penalidades de la lucha armada y su deseo
de venganza comenzó a entibiarse. Desde que se extendieron los primeros
rumores sobre la inminente implantación de un protectorado de índole civil,
los padres de los soldados de cuota intensificaron sus demandas a favor del
pronto retorno de sus hijos. En el caso salmantino, los primeros manifies-
tos públicos se conocieron al finalizar 1921 y hubo una primera reunión
exploratoria en abril de 1922222. Las madres de estos soldados se vincula-
ron estrechamente con el movimiento conocido como Cruzada de Mujeres
Españolas, presidido por Carmen de Burgos, la primera mujer periodista
profesional en España223. El 30 de julio de 1922 organizaron un mitin mul-
titudinario en el Teatro de la Comedia. Siguiendo su ejemplo, también las
madres y hermanas de soldados salmantinos quisieron organizar una mani-
festación para solicitar el fin de la guerra. Pero toparon con la prohibición
del gobernador civil, que amenazó con juzgarlas militarmente. El 25 de
marzo de 1923 tuvo lugar, y en esta ocasión exitosamente, una asamblea
multitudinaria en la Cámara de Comercio de los padres de «cuotas» corres-
pondientes a los reemplazos de 1920 y 1921224. Puesto que éste ya era su
tercer año de servicio en filas, los demandantes se dirigieron al ministro de

220 «E.»: «Los obreros y la cuestión de Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 919, 7 de septiembre
de 1923, p. 1.
221 M. Lozano: «¿Hay pueblo?», El Pueblo, n.º 34, 4 de marzo de 1922, p. 2; «Andrés de España»:
«No nos conformamos», El Pueblo, n.º 37, 15 de abril de 1922, p. 4.
222 «El mitin de ayer en el teatro Moderno», La Gaceta Regional, n.º 499, 17 de abril de 1922, p. 4.
223 «Las madres de los soldados», El Adelanto, n.º 11.704, 22 de julio de 1922, p. 1.
224 «La Cruz Roja», La Gaceta Regional, n.º 712, 2 de febrero de 1923, p. 4. Eran 247 individuos
del reemplazo de 1920 y otros 47, del de 1921, según las cifras aportadas por la citada institu-
ción.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 131

Guerra para exigir su repatriación225. Muy implicados con el movimiento


análogo que se desarrollaba a escala nacional, pronto también reclamaron
de Alcalá Zamora una fecha exacta para el regreso de los soldados226. La
fecha hubo de retrasarse en varias ocasiones porque las negociaciones de
Castro Girona con las cábilas rifeñas no llegaron a buen puerto. El descon-
suelo ciudadano era enorme y pese a que el ministro se comprometió, a
mediados de mayo, a firmar urgentemente la repatriación y licenciamiento
de los soldados del reemplazo de 1920, finalmente, ello no ocurrió antes del
golpe227. Al margen de este movimiento, y con un apoyo mediático muy
inferior y no correspondido con su representatividad social, también los
familiares de los soldados de haber iniciaron una campaña reivindicando el
pronto retorno de sus seres queridos y el abandono del Protectorado228.
Acerca del expediente Picasso y de los debates ministeriales y parla-
mentarios sobre las causas de la derrota militar, los salmantinos dispusieron
de las frecuentes aunque breves informaciones de las secciones de noticias
telefónicas y telegráficas de la prensa. En general, la población estuvo bas-
tante al corriente de las controversias generadas por el empleo de tropas
indígenas, el desabastecimiento de muchos blocaos, el pésimo funciona-
miento de los servicios sanitarios, la discutida actuación de las Juntas de
Defensa, las difíciles relaciones entre los generales Berenguer y Silvestre,
las habituales confrontaciones entre los ministerios de Guerra y Estado, la
incisiva retórica de Indalecio Prieto… La prensa local, al unísono, defendió

225 «Los padres de los reclutas de 1920-1921 piden la repatriación», El Adelanto, n.º 11.910, 27 de
marzo de 1923, p. 5.
226 «A favor de los soldados de cuota», El Adelanto, n.º 11.917, 5 de abril de 1923, p. 7; La Comi-
sión: «A los padres de los soldados de cuota», El Adelanto, n.º 11.919, 7 de abril de 1923, p. 6;
«Por la repatriación de los soldados de los años 1920-1921», El Adelanto, n.º 11.920, 8 de abril
de 1923, p. 6; y «Por la repatriación de los soldados de los reemplazos de 1920 y 1921», La
Gaceta Regional, n.º 794, 9 de abril de 1923, p. 3.
227 «Júbilo en Salamanca», El Adelanto, n.º 11.949, 12 de mayo de 1923, p. 2; «El Rey y los “cuo-
tas” de veinte en campaña», La Gaceta Regional, n.º 857, 25 de junio de 1923, p. 5; y «Los
padres de los soldados de cuota», La Gaceta Regional, n.º 935, 26 de septiembre de 1923, p. 1.
Incluso, como dato anecdótico, Mirat entregó al Rey, con motivo de su estancia en Salamanca
durante la celebración del Congreso de Ciencias, un memorial en el que nuevamente se solicita-
ba la repatriación.
228 «E.»: «En el Círculo Obrero. Las madres salmantinas piden la terminación de la guerra», El Ade-
lanto, n.º 11.695, 12 de julio de 1922, p. 2; «Las madres de los soldados», El Adelanto, n.º
11.704, 22 de julio de 1922, p. 1; «La reunión de las madres salmantinas en el Círculo Obrero»,
El Adelanto, n.º 11.721, 13 de agosto de 1922, p. 1; «Mitin contra la guerra», El Adelanto, n.º
12.047, 4 de septiembre de 1923, p. 1; y «E.»: «El mitin de ayer», La Gaceta Regional, n.º 915,
3 de septiembre de 1923, p. 1. Es una pena que El Pueblo ya no se editase en estas fechas, pues
sería un instrumento idóneo para conocer con amplitud el estado de la opinión obrera en estos
controvertidos meses.
132 MARÍA GAJATE BAJO

que todas las responsabilidades, tanto políticas como militares, se debían


esclarecer, aunque los dos diarios con mayor tirada consideraron inicial-
mente, no se olvide, este asunto como secundario ante la urgencia de recon-
quistar las posiciones perdidas. El Adelanto, al conocer que varios mandos
militares serían procesados, mostró primero bastante incredulidad y luego
júbilo. El Pueblo, por su parte, consideró el expediente como una entelequia
de la que no se derivaría ningún responsable serio. Por último, La Gaceta
Regional argumentó que las responsabilidades militares, que eran las únicas
a las que se refería el expediente, se derivaban de una equivocación políti-
ca, mientras que las responsabilidades de índole política eran tan difusas
que del debate no resultaría ningún fruto provechoso.
Para la opinión liberal-republicana las prolongadas discusiones parla-
mentarias condujeron a la más absoluta desolación. A finales de 1921 el
debate ya se percibía como algo inútil y perjudicial, pues no hacía sino
ensanchar la brecha entre la opinión pública y los políticos229. Aunque los
procesamientos de Berenguer y Navarro fueron muy bien recibidos, la
desesperación fue la nota dominante entre los redactores del diario de
Núñez Izquierdo230. La celebración en Salamanca de una manifestación
pro-responsabilidades, en diciembre de 1922, recibió una notable atención
en las páginas de este diario y de ella se efectuó un balance bastante positi-
vo, pero las protestas populares, pese a lo mucho que perturbaron a los diri-
gentes políticos, no bastaron para modificar el rumbo de los debates parla-
mentarios231. El Pueblo, desde el mismo momento en que se conocieron las
noticias desastrosas de la Comandancia de Melilla, exigió responsabilida-

229 «Se han cerrado las Cortes por decreto, y ahí queda muerto ese debate, como se suponía, sin que
se vislumbre nada de depuración de responsabilidades», «El cerrozajo», El Adelanto, n.º 11.526,
24 de diciembre de 1921, p. 1.
230 El Adelanto, n.º 11.818, 1 de diciembre de 1922, p. 1; «M.»: «La comedia de las responsabili-
dades», El Adelanto, n.º 11.812, 2 de diciembre de 1922, p. 1. «Marruecos», El Adelanto, n.º
11.561, 3 de agosto de 1922, p. 1.
231 «El Desastre de Marruecos. El Ayuntamiento, con todos los organismos locales, organiza la
manifestación en pro de las responsabilidades», El Adelanto, n.º 11.830, 23 de diciembre de
1922, p. 1; Junta directiva de Acción Ciudadana: «La manifestación de las responsabilidades»,
El Adelanto, n.º 11.835, 29 de diciembre de 1922, p. 1; «La manifestación popular de mañana en
pro de las responsabilidades del Desastre de Annual. ¡Salmantinos: a la manifestación!», El Ade-
lanto, n.º 11.836, 30 de diciembre de 1922, pp. 1-2; «La manifestación en pro de las responsa-
bilidades por el Desastre de Annual», El Adelanto, n.º 11.838, 2 de enero de 1923, p. 3. Anaya
respondió a la convocatoria del Ateneo de Madrid y, con el apoyo de casi todas las asociaciones
ciudadanas, organismos políticos, la Universidad y el vecindario, se organizó la manifestación
reivindicativa. No fue tan concurrida como se esperaba, pues, al parecer, la jornada fue fría y llu-
viosa. Partió de la Alamedilla y recorrió la Avenida Mirat y la Calle Zamora hasta la Plaza Mayor.
Concluyó en el Gobierno Civil y a su presidente se le entregaron las conclusiones de los mani-
festantes.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 133

des. No obstante, no emprendió una campaña reivindicativa constante, pues


habría topado con la inmediata actuación del censor. Aunque, eso sí, la
manifestación pro-responsabilidades fue presentada como un rotundo éxito
obrero232. Para concluir, La Gaceta Regional prestó atención al asunto de
las responsabilidades algo más tardíamente que los otros dos periódicos,
pero su implicación ideológica fue mayor. Según ella, la implicación de los
militares africanistas, y muy especialmente del general Dámaso Berenguer,
en la derrota fue una cuestión secundaria ante las responsabilidades políti-
cas, la inmoralidad reinante en la vida pública y la errónea actuación de las
Juntas de Defensa233. Tampoco la redacción conservadora vislumbró ningu-
na luz en el horizonte de las responsabilidades y coincidiendo con el desa-
rrollo de la manifestación de diciembre, escatimó sus comentarios por con-
siderar que estaba alimentada por elementos revolucionarios responsables
de la desmoralización del Ejército234.
Las dilatadísimas gestiones para el rescate de los prisioneros de Axdir
generaron entre los salmantinos muchísima ansiedad y expectación. La libe-
ración inminente de los cautivos fue anunciada en múltiples ocasiones y rei-
teradamente la noticia tuvo que ser desmentida. La prensa salmantina
defendió de modo bastante acorde la necesidad de proceder al rescate
urgente de los soldados supervivientes de la Comandancia de Melilla235. En
El Adelanto y La Gaceta Regional fueron muy habituales las cartas insertas
de estos presos y los dramáticos testimonios de sus familiares en los que se
relataban las circunstancias de su penosa existencia: el limitado espacio del
que disponía cada individuo, la paupérrima alimentación, la insalubridad
del alojamiento, los maltratos inferidos por los guardianes, los trabajos for-
zados... Se pretendía convencer a la opinión de la necesidad de una actua-
ción inmediata al respecto, pero, al mismo tiempo, se seguía alimentando la
voluntad de revancha y caracterizando al rifeño como un enemigo cruel que
merecía un brutal castigo. Sobre todo, se combatió con estos relatos la tra-
dicional imagen que presentaba a Abd-el-Krim como un hombre culto y

232 «Lo de las responsabilidades», El Pueblo, n.º 53, 13 de enero de 1923, p. 1.


233 La Gaceta Regional, n.º 682, 24 de noviembre de 1922, p. 1. Sobre el posicionamiento del dia-
rio conservador contra las Juntas, véase «Hay algo en Dinamarca», La Gaceta Regional, n.º 379,
23 de noviembre de 1921, p. 1; y «Quosque tandem…?», La Gaceta Regional, n.º 498, 15 de
abril de 1922, p. 1.
234 «¡No desviarse!», La Gaceta Regional, n.º 691, 5 de diciembre de 1922, p. 1; «Anoche en el
Ayuntamiento», La Gaceta Regional, n.º 698, 14 de diciembre de 1922, p. 1; «La manifestación
pro responsabilidades», La Gaceta Regional, n.º 711, 30 de diciembre de 1922, p. 1; y «La mani-
festación pro responsabilidades», La Gaceta Regional, n.º 712, 2 de enero de 1923, p. 2.
235 «¡Hay que rescatarlos!», El Adelanto, n.º 11.481, 2 de noviembre de 1921, p. 1; GÓMEZ
PARRA, E.: «Teorías peregrinas», El Adelanto, n.º 11.515, 12 de diciembre de 1921, p. 1.
134 MARÍA GAJATE BAJO

refinado236. En la práctica, estas noticias generaron mucho alarmismo. Las


posibles consecuencias que la liberación del general Navarro pudiera tener
en el pleito de las responsabilidades no parecieron preocupar en exceso a los
salmantinos. Pero sí hubo división de pareceres al conocerse el método con
el que finalmente Alba y Echevarrieta hicieron efectivo el rescate: además
de que el dinero entregado a Abd-el-Krim podría emplearse en la adquisi-
ción de armamento, la opinión conservadora juzgó el pago de un rescate
como algo humillante, más aún a sabiendas de que el caudillo rifeño sólo
aceptó recibirlo de manos de un particular sin representatividad política. La
definitiva liberación, en febrero de 1923, fue bastante bien recibida por la
redacción de El Adelanto237. Durante algunas semanas, concedió bastante
de su espacio a los testimonios de los rescatados y, sobre todo, a los relatos
de los tres salmantinos liberados. Más que interesarse por los debates sobre
el honor nacional, el diario de Núñez Izquierdo se volcó en argumentar que
había llegado el momento de implantar el protectorado civil238. Para La
Gaceta Regional, sin embargo, el proceder del gobierno español en esta
cuestión fue vergonzoso239. Por último, El Pueblo se limitó a recibir con
entusiasmo tan esperada noticia240.
No debe terminar este artículo sin aludirse, aunque sea muy brevemen-
te, a una cuestión que también contribuyó, y mucho, a caldear los ánimos
populares contra la gestión política del Protectorado marroquí. Me estoy
refiriendo al estatuto jurídico de la ciudad de Tánger. Tanto El Adelanto
como La Gaceta Regional, en abundantes editoriales de tono muy apasiona-
do, consideraron intocable el derecho español sobre este enclave y recelaron
siempre de las ambiciones expansionistas francesas241. Las esperanzas de los

236 «Exaltaciones vergonzosas», El Adelanto, n.º 11.419, 22 de agosto de 1921, p. 2; y «España en


Marruecos», La Gaceta Regional, n.º 429, 23 de enero de 1922, p. 3.
237 RIVERA: «Al cerrar», El Adelanto, n.º 11.856, 23 de enero de 1923, p. 6; «Nota del día. El res-
cate de los prisioneros», El Adelanto, n.º 11.857, 24 de enero de 1923, p. 2; CASTRO: «El res-
cate de los prisioneros de Axdir», El Adelanto, n.º 11.861, 28 de enero de 1923, pp. 1-2; CAS-
TRO: «Los espantosos detalles del cautiverio de los prisioneros», El Adelanto, n.º 11.862, 30 de
enero de 1923, pp. 1-2.
238 «Nota del día. El horizonte político se va despejando», El Adelanto, n.º 11.869, 7 de febrero de
1923, p. 1.
239 BARRETO: «El tema del día. El rescate de los prisioneros. ¿Su libertad es un hecho?», La Gace-
ta Regional, n.º 730, 23 de enero de 1923, p. 3; «Redimidos», La Gaceta Regional, n.º 735, 29
de enero de 1923, p. 1; ZARDAÍN, Claudio: «La redención de los mártires», La Gaceta Regio-
nal, n.º 738, 1 de febrero de 1923, p. 1; y GARCÍA, M.: «El rescate», La Gaceta Regional, n.º
751, 16 de febrero de 1923, p. 3.
240 «Libertad a los prisioneros de la redacción», El Pueblo, n.º 55, 24 de febrero de 1923, p. 1.
241 «Del momento. Lo de Tánger», El Adelanto, n.º 11.380, 7 de julio de 1921, p. 1; «La cuestión de
Tánger», El Adelanto, n.º 11.980, 17 de junio de 1923, p. 6; «Tánger, ¿para quién es?», La Gace-
ta Regional, n.º 436, 21 de enero de 1922, p. 1; y SERRANO PIEDECASAS, Pedro: «Elabore-
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 135

sucesivos ejecutivos, que no de la opinión pública, se depositaron en el retra-


so de la conferencia internacional, pues tal vez las diferencias entre Gran
Bretaña y Francia ocasionadas por el fin de la Primera Guerra Mundial sal-
drían a la luz. Pero la capacidad de maniobra española fue muy limitada y la
falta de acuerdo internacional sobre la posesión de esta ciudad fue una cues-
tión que generó mucha incertidumbre hasta su resolución, en 1924.

Conclusiones

El Desastre de Annual, ya para concluir, hizo que todas las lacras que el
país arrastraba desde hacía décadas se agudizasen. La derrota militar nos
ofrece una magnífica oportunidad para constatar que la tan reiterada apaci-
bilidad de esta ciudad era una percepción errónea. Al contrario, Salamanca
se implicó, y mucho, en los asuntos marroquíes. El bienestar de sus com-
batientes se convirtió en casi una obsesión. Pero, antes que la defensa del
honor patrio, al que de modo constante apeló la prensa local, el más primi-
tivo sentimiento de solidaridad y compasión para con unos conciudadanos
fue la semilla de todos los gestos de apoyo a los soldados. Probablemente,
mucho más fructífera que la campaña gubernamental y periodística que
insistía en las glorias del pasado imperial español, resultó la difusión de una
imagen muy estereotipada del rifeño, como un luchador salvaje y fanático,
que merecía un castigo ejemplar. Marruecos era un destino fatal, y tal vez,
muchos de los jóvenes que eran despedidos en la estación, no regresarían a
su provincia natal. Paulatinamente, y en total consonancia con lo ocurrido
en el resto del territorio nacional, la mezcla de estupor y deseo de vengan-
za dio paso a un creciente escepticismo, aunque nunca cesaron las iniciati-
vas de apoyo en beneficio de la guarnición local. Pero inútil resultó que casi
todos los redactores endureciesen su discurso argumentando la necesidad de
una acción bélica contundente. La brecha entre la prensa y la opinión públi-
ca era innegable. Mientras para la primera urgía el desembarco en Alhuce-

mos una opinión nacional sobre Tánger», La Gaceta Regional, n.º 569, 12 de julio de 1922, p. 1.
Veamos, dos de los discursos más apasionados sobre el problema: «Tánger debe ser nuestro por-
que se encuentra rodeado de territorio español (…) En Tánger debe ondear la bandera roja y
gualda, solamente, porque es necesaria esa ciudad a nuestros intereses», «A.»: «O Tánger es
español o tenemos que retirarnos definitivamente de África», El Adelanto, n.º 12.028, 12 de
agosto de 1923, p. 5; «El problema de Tánger es para nosotros de tal naturaleza que se pude afir-
mar rotundamente que es cuestión de vida o muerte (…) Tánger, sin ser español, es la negación
de la eficacia de nuestro Protectorado (…) Tánger es para España un avispero de donde nos vie-
nen la mayor parte de los picotazos que recibimos», «Hacia el Protectorado», La Gaceta Regio-
nal, n.º 469, 10 de marzo de 1922, p. 2.
136 MARÍA GAJATE BAJO

mas y la clarificación del estatuto de Tánger, la segunda únicamente anhe-


laba la repatriación de los soldados. La desolación se impuso y la dictadura
se contempló como una solución de urgencia. Así pues, finalmente gober-
naron los que no habían dejado gobernar.
LA GUERRA DE MARRUECOS EN UNA CIUDAD DEL INTERIOR... 137

BIBLIOGRAFÍA Y PUBLICACIONES

PUBLICACIONES PERIÓDICAS SALMANTINAS

El Adelanto (1 de enero de 1921-30 de septiembre de 1923).


La Gaceta Regional (2 de enero de 1921-30 de septiembre de 1923).
El Pueblo (9 de abril de 1921-22 de marzo de 1924).
La Cruz Roja. Revista mensual ilustrada, n.º 230, agosto de 1921-n.º 255,
septiembre de 1923.
Boletín Oficial de la Provincia de Salamanca, enero de 1921-septiembre de
1923.

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1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA
DEL PARQUE DE MONTELEÓN?
José Manuel GUERRERO ACOSTA1

RESUMEN

La defensa del parque de Monteleón el día 2 de mayo de 1808 en


Madrid contra las tropas de ocupación imperiales ha sido objeto de nume-
rosa literatura. El artículo utiliza documentación inédita, memorias, decla-
raciones de testigos y diversas fuentes francesas y españolas para recons-
truir los hechos tratando de alejarse de visiones distorsionadas y los errores
establecidos en la historiografía. Se repasa la actuación de las fuerzas com-
batientes y los principales protagonistas de un hecho singular en la Europa
napoleónica y que ha sido considerado como la chispa que desencadenó la
Guerra de la Independencia española.

PALABRAS CLAVE: Guerra de la Independencia española, Napoleon, 2


de mayo de 1808, Madrid, Parque de artillería de Monteleón, Ruiz, Daoiz,
Velarde, Artillería, Infantería, Cuerpo de Observación de las costas del Océ-
ano, Ejército español, Voluntarios de Estado.

ABSTRACT

The defence of the Monteleon artillery arsenal of Madrid, the 2nd of


May 1808 against the imperial occupation troops has been the subject of a
number of publications. Using documents never published before, memo-
ries, eyewitness declarations and other Spanish and French sources, the arti-
cle recreate the facts in an effort to exclude historiography mistakes and

1 Teniente coronel de Ingenieros. Instituto de Historia y Cultura Militar.


140 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

false interpretations. The conduct of the opposing forces is reviewed as well


as the main protagonists of a fact unique in Napoleonic Europe, and that has
been considered the spark of the Spanish War of Independence.

KEY WORDS:Peninsular War, Napoleon, Madrid uprising, May 2, 1808,


Daoiz, Velarde, Ruiz, Spanish Army, French imperial Army, Monteleon arti-
llery Arsenal, Spanish Infantry, Spanish Artillery, Corps d’observation des
cotes de l’Ocean.

*****

Y no es más pronto el resplandor del relámpago que lo fue el pronun-


ciamiento de las tropas y el pueblo. El grito de guerra se dio; (...) jamás se
vio sentimiento más unánime; seis años de guerra acreditaron al mundo que
tenía sus raíces en lo hondo del corazón...
Agustín Girón, Marqués de las Amarillas. Recuerdos.

uchas veces al repasar hechos notables de la historia nos pregun-

M tamos que motivos indujeron a sus protagonistas a tomar las


armas contra un enemigo superior, a defender sin esperanza una
posición, un desfiladero, o a asaltar una trinchera enemiga. En muchas de
las abundantes memorias de la época napoleónica, los protagonistas asegu-
ran que la razón que les hizo unirse voluntariamente al ejército fue «por que
era lo que le parecía que estaba bien hacer en aquel momento». Así de sim-
ple. Ríos de tinta se han vertido por tratadistas, desde sus cómodas butacas,
para intentar desentrañar las motivaciones personales que impulsaron a per-
sonas normales a tomar decisiones que ponían en peligro su vida. En no
pocos casos el altruismo o el idealismo estuvo detrás de ese acto de volun-
tad. Pero no es menos cierto, que en muchísimos casos, el mero cumpli-
miento de su obligación, o el simple impulso juvenil de hacer lo que le ape-
tecía, les catapultó a las páginas de la historia.
La búsqueda de un relato fehaciente de los acontecimientos sucedidos
en las calles de Madrid el 2 de mayo de 1808, se complica por la disparidad
y diversidad de relatos novelados, ensayos, testimonios y memorias escritas
desde el mismo año en que ocurrieron los hechos. Es notable el grado de
confusión resultante de la existencia de decenas de narraciones que, sin
excluir las últimas publicaciones aparecidas este mismo año, plagian de las
anteriores, o inventan teorías omitiendo el más mínimo rigor necesario a
toda investigación histórica, propagando la leyenda y amplificando el mito.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 141

No faltan actualmente tampoco las versiones pretendidamente revisionis-


tas2, que minusvaloran unos hechos que no tuvieron parangón en país algu-
no en la lucha contra el Imperio napoleónico.
Un ejemplo de lo antedicho es el del tan debatido carácter espontáneo o
preparado de la sublevación de Madrid. Tomando sólo una obra de amplia
difusión entre las varias aparecidas en este año del bicentenario3 observa-
mos la reiteración en achacar la insurrección de los patriotas en las calles de
la Villa, enfrentándose al primer ejército de Europa, a una confabulación
preparada por los partidarios fernandinos. También se considera como
determinante la supuesta conjura de los artilleros, cuya existencia se basa
en testimonios de algunos coetáneos, con sus reuniones clandestinas en
cafés, fabricación de cartuchos, etc., que incluso habrían motivado el des-
pliegue francés en las calles de la capital.

Acerca de espontaneidad del levantamiento

Por algún autor se ha visto como justificación a esta conjura la corres-


pondencia de Napoleón, concretamente una carta fechada el 18 de abril en
que alerta a Murat sobre posibles planes conspirativos del duque del Infan-
tado. Evidentemente, Montijo e Infantado fueron dos de los agitadores más
activos en la época, este último destacado en las comunicaciones del Rey
desde Bayona. Si bien es cierto que los partidarios del Príncipe de Asturias
–o más bien deberíamos decir los enemigos de Godoy– conspiraron desde
los sucesos del Escorial, y lograron su primer objetivo en el motín de Aran-
juez, no parece que pudieran tener tiempo material para organizar una insu-
rrección armada de envergadura a la fecha del día 2 de mayo. La chispa que
verdaderamente soliviantó al pueblo, muy descontento por la crisis social,
económica y política del cambio de siglo, se produjo al conocerse la noticia
del traslado del odiado Príncipe de la Paz a Francia, hecho público alrede-
dor del 27 de abril, apenas cinco días antes de la fecha clave. La falta de
novedades de Bayona, donde el pueblo consideraba secuestrado al amado
rey Fernando el domingo 1 de mayo, cristalizó en los sonoros abucheos a
Murat a su paso por la Puerta del Sol aquella misma tarde. La población se
hallaba revuelta y como consecuencia, los franceses activaron algunas

2 Véase ESDAILE, C.: La guerra de la Independencia, una nueva historia. en que lo califica como
«algo no demasiado impresionante»
3 HERRERO M. D.: El dos de mayo. Coleccionable y DVD de La Aventura de la Historia. Arlanza
Ediciones, junio 2008.
142 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

medidas de su dispositivo preventivo. El general Grouchy, comandante de la


plaza de Madrid desde la entrada del Cuerpo de Observación de las Costas
del Océano francés en la capital el 23 de marzo anterior, tenía perfecta-
mente establecidas sus medidas para caso de alarma, que el propio Bona-
parte había recomendado en varias ocasiones como puede comprobarse en
su correspondencia4 con Murat. Grouchy se había convertido en un experto
en sofocar sublevaciones urbanas en sus tiempos de gobernador en Italia.
En cuanto a la conjura artillera, la única prueba documental que exis-
te son unos folios manuscritos por el capitán Velarde, en los que plasmó
su proyecto sobre una posible reacción contra la invasión que consideraba
en marcha. Esta idea, según su amigo el teniente coronel Novella, la com-
partió con algunos compañeros de armas, los cuales, siempre según la
declaración de éste, escrita cinco años más tarde ya al final de la contien-
da, habrían comenzado a poner en práctica algunas medidas. Esta decla-
ración más parece ser de carácter justificativo hacia el Cuerpo de Artille-
ría, e incluye un número sospechoso de detalles y personajes, cuando la
realidad, como luego veremos, es que los capitanes artilleros del Parque
se batieron y murieron solos el 2 de mayo. Más parece que este plan no
pasara de un mero borrador y desde luego nunca pudo tener tiempo para
estar lo suficientemente maduro aquel lunes de mayo. Planes similares se
habían redactado de forma muy detallada con antelación, como el del
teniente de Infantería e ingeniero extraordinario Antonio de Sangenís,
héroe del II sitio de Zaragoza, sobre la defensa de España5 en 1794, o
algún otro plan defensivo de los muchos que se redactaron en el segundo
semestre de 1808.
Si bien existen indicios de la presencia de algunos agitadores fernandi-
nos en las calles –el caso más patente sería el del cerrajero Molina Soriano,
individuo al que paradójicamente Fernando VII nunca le concedió ningún
tipo de prebenda– es mucho más posible que la mayor parte de los subleva-
dos se echaran a la calle de forma espontánea, fruto del estallido de la rabia
y la cólera acumuladas desde hacía semanas contra los ocupantes extranje-
ros. Y estos, sorprendidos por la virulencia del ataque, actuaron simple-
mente según el plan de seguridad establecido. Así opina el general Foy en

4 Esta cuestión ha sido estudiada por este autor en GUERRERO, J.: «El ejército francés en España
y la ocupación de Madrid», en Revista de Historia Militar, núm extraordinario, Los franceses en
Madrid, 2003, y en el trabajo de investigación de tesis doctoral: El ejército napoleónico en Espa-
ña y la ocupación de Madrid (noviembre 1807 – agosto 1808) a través de sus protagonistas, «la
historia vivida».
5 Ver nota biográfica sobre el distinguido defensor de Zaragoza en Memorial de Ingenieros del Ejér-
cito, año LXIII, núm V, mayo de 1908.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 143

su documentada historia de 1827 cuando niega toda premeditación tanto a


los españoles como a los franceses. En este contexto se enmarcarían otros
hechos, como el desafío de Daoiz con oficiales franceses ocurrido la víspe-
ra en la fonda de «Chenier» (o Genies) que relata Arango, que probable-
mente nunca ocurrió, menos aún si consideramos los rasgos del carácter
conocidos del capitán sevillano.
Otras publicaciones de carácter monográfico aparecidas este año del
bicentenario6, tratan la cuestión de forma novelada. Con un magnífico plan-
teamiento y desarrollo, y teniendo una importante base documental, incu-
rren en algunos de los mismos errores arriba apuntados, aunque disculpa-
bles por la natural licencia propia de toda obra de ficción, en que puede
jugarse con los mitos y leyendas a conveniencia del autor.
En definitiva, nos encontraremos con motivos dispares de los protago-
nistas de este drama. A unos les movió el cumplimiento del deber, a otros el
ardor patriótico; otros se movieron por la fuerza del compañerismo o por la
indignación encolerizada. Otros simplemente estaban allí. Y a otros, era lo
que les pareció bien hacer en ese momento.

Hablan los testigos

En este artículo nos ceñiremos al episodio concreto de la defensa del


Parque de Artillería de Maravillas, como se conocía en la época, situado en
la casa de Monteleón, intentando diferenciar lo que conocemos por testi-
monios directos, que interpretaremos y valoraremos convenientemente, de
aquellos que son producto de la especulación o interpretación de diversos
autores o narradores.
A continuación citaremos los testimonios relacionados directamente
con los hechos, por orden cronológico, con expresión del cargo que ocupa-
ban los testigos en el drama del 2 de mayo de 1808:
– Noticia de lo ocurrido el día 2 de mayo de 1808 en el Parque de Arti-
llería de Madrid, publicada en Badajoz en el número 2 del diario
«Almacén Patriótico» ¿agosto 1808?, por Pedro Fernández Sardino,
probablemente confeccionada gracias al relato del propio teniente
Ruiz Mendoza y de su compañero José de Luna7.

6 PÉREZ REVERTE, A.: Un día de cólera, Alfaguara 2008, y GARCÍA FUERTES, A.: Dos de
mayo, el grito de una nación, Inédita Ed.2008. La obra de Pérez Reverte pasará legítimamente a
la primera línea de la novela histórica española.
7 Biblioteca Nacional, http://hemerotecadigital.bne.es/
144 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

– Declaración de Juan Pardo, maestro de coches interino del parque de


Artillería, firmada en 1813. (Trascrita por PÉREZ DE GUZMÁN en
El dos de mayo de 1808 en Madrid)
– Certificado de Francisco Novella, firmado en Cádiz en 1813. (Se
conserva en el Museo del Ejército)
– Id. de Manuel Almira, escribiente meritorio en la Junta superior de
Artillería, firmado en Granada en 1814. (Id.)
– Certificado de José Navarro Falcón, comandante de artillería de
Madrid y jefe de la Junta Superior Económica del Cuerpo, firmada
en Sevilla en 1814. (Id.)
– Plan de los servicios hechos por José Blas Molina y Soriano y testi-
gos, como defensor del Parque, firmado en Madrid en 1816. (Archi-
vo del Palacio Real)
– Justificación de Cosme Mora y de sus testigos, como defensor del
Parque, firmada en Madrid, en 1816. (Archivo de la Villa)
– Justificación de Andrés Rovira, testigo de Clemente Rojas firmada en
Madrid en 1816 (Archivo de la Villa 2.326-8)
– Justificación de Francisco Matas y sus testigos, firmada en Madrid en
1816 (archivo de la Villa, 2-426-8)
– Certificado de Rafael Goicoechea (ubicación desconocida), capitán
de Infantería del Regimiento de Voluntarios de Estado, citada por el
canónigo García Bermejo en Oración fúnebre del 2 de mayo de 1808,
Madrid, 1817, así como su hoja de servicios (Archivo General Mili-
tar de Segovia, AGMS, legajo G-2178)
– Manifestación de Rafael de Arango, subteniente de artillería, ayu-
dante interino del Parque, publicada en 1837.
– Hoja de servicios de Julián Romero, sargento mayor interino del
Regimiento de Voluntarios de Estado. (AGMS, legajo R-2909)
– Id de José Ontoria, teniente del regimiento de Voluntarios de Estado,
(AGMS, legajo O-378)
– Informe (de la Dirección Gral. de Artillería) para el Tribunal Supre-
mo de Guerra y Marina sobre la manifestación del coronel Arango,
1835 (AGMS, secc 2.ª, Div 8.ª, leg 121). Nota manuscrita probable-
mente obra del inspector y Tte. General Navarro Sangrán, que el 2 de
mayo era uno de los directores del museo Militar sito en Monteleón,
y que hubo de recoger testimonios directos8.

8 Agradezco al Col. D. José Cubero de Val sus observaciones sobre este documento localizado por
él en el AGMS.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 145

Preparando el drama

Todo empezó a una hora indeterminada de la mañana del 2 de mayo de


1808, cuando por diversos puntos de la ciudad se sucedían los tiroteos y los
combates entre grupos de españoles y las tropas francesas que ocupaban la
capital desde el 23 de marzo. Éstas se componían de un destacamento de la
Guardia Imperial de unos 4.000 hombres de tropas escogidas, y del Cuerpo
de Observación de las costas del Océano del mariscal Moncey, compuesto
por 3 divisiones de infantería y una de caballería reforzada.
Según las fuentes que se manejen encontraremos discrepancias sobre el
horario de desarrollo de la insurrección. En un documento redactado por el
Consejo, conservado en el AHN9, que por su origen nos merece bastante credi-
bilidad, se hace constar que los primeros disparos comenzaron a oírse en la zona
del Palacio Real sobre las 10’30 de la mañana. Manuel Almira10, que con trein-
ta años trabajaba como escribiente meritorio en la Junta Superior Económica de
Artillería, declaró en 1814 que «A cosa de las once oyó un continuo tiroteo de
fusil». Almira tenía un compañero de oficina singular: el capitán Pedro Velar-
de, secretario de la Junta. Los combates se extendieron por todo el centro de la
Villa con rapidez, y un grupo de paisanos se fue concentrando a las puertas del
Parque, reclamando armas. Según las memorias de otro testigo de los hechos,
el teniente Arango11, él llegó sobre las 08’30 horas, y ya había unos 60 civiles
en la puerta, lo que parece algo prematuro considerando lo anterior. La Mani-
festación... de Arango, nos merece menor crédito, como luego explicaremos.
La defensa debió durar de una hora y media a dos horas, comenzando
los ataques franceses pasadas las 12, una vez que se extendieron los com-
bates por varios puntos de la ciudad, pues varias partidas tuvieron tiempo de
llegar hasta allí después de luchar en otros puntos, y esa es la hora en que
según los documentos franceses y la mayoría de los testimonios empezaron
a entrar las tres divisiones francesas que se hallaban acampadas en el exte-
rior de la Villa. La 1.ª (Musnier) desde la Casa de Campo por el puente de
Segovia. La 2.ª (Gobert, al mando interino de Lefranc) por la puerta de
Fuencarral que daba a la calle Ancha de San Bernardo. La 3.ª (Morlot)
desde Chamartín por la puerta de Recoletos. En el interior de la villa se
hallaba prácticamente sólo la Guardia Imperial, unos 4.000 hombres, que
fueron los que combatieron inicialmente en las calles.

9 Archivo Histórico Nacional, (en adelante AHN), Consejos 5512, exped. 7.


10 Certificado de D. Manuel Almira, guarda almacén extraordinario de artillería de la plaza de Gra-
nada. Archivo del Museo del Ejército.
11 ARANGO, R.. Manifestación de los acontecimientos del parque de artillería de Madrid. (1.ª ed.

impresa en 1837)
146
JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

La entrada al parque de Monteleón. Fotografía tomada desde el interior durante la demolición del recinto en 1860.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 147

El conjunto de Monteleón, se componía del antiguo palacio del mismo


nombre, dónde se hallaba el Museo Militar, y otros edificios anexos, que ser-
vían como Parque de Artillería. El parque estaba vigilado por una guardia fran-
cesa compuesta por unos 70 o 75 soldados, según unos u otros testigos, perte-
necientes con cierta probabilidad12 a la 5.ª compañía de Tren de Artillería de la
Guardia Imperial. En Monteleón servían unos 16 españoles entre sargentos,
cabos y artilleros del 3.º regimiento (2.ª brigada de parque, 3.ª compañía). En
el Museo del Ejército se conserva el libro de registro de dicha unidad firmada
por el capitán Daoiz. La única constancia del material de guerra que se guar-
daba en el acuartelamiento la ofrece Pérez de Guzmán13, que sin citar la fuen-
te proporciona una larga relación de piezas, municiones de fusil y cañón, armas
de fuego y blancas, que se antoja excesiva teniendo en cuenta que Madrid no
contaba con unidad alguna de artillería. En una fuente documental francesa14
hemos localizado la mención a la captura a los españoles de cinco cañones «sin
avantrén ni cofre de munición» según consta en un estado francés fechado el 6
de mayo, cuando la 2.ª División francesa dio parte de haberlos tomado en la
jornada del día 2. Esto parece corroborar lo indicado por el canónigo García
Bermejo, cuya fuente debió ser el capitán Goicoechea, cuando dice que sólo
había cinco cañones disponibles en el Parque, esto es, montados en sus cure-
ñas, de a ocho y de a cuatro libras de calibre.
Frente al cercano cuartel del Conde-duque, distante tan sólo unas cuatro
manzanas al oeste, se había producido esa mañana un fuerte intercambio de dis-
paros entre la guardia francesa y paisanos armados que les hicieron fuego desde
la calle San Bernardino y aledañas, resultando varios muertos y heridos, según
consta en los expedientes respectivos del Archivo de la Villa. También existe
constancia documental de que en el comienzo de la calle san Bernardo habían
ocurrido otros incidentes. Por todo ello, en aquella zona de la ciudad ya se tenía
conocimiento de que en Madrid se desarrollaban acciones armadas contra los
ocupantes extranjeros. Pero la guarnición militar española llevaba dos días reci-
biendo órdenes de no mezclarse en ningún tipo de incidente que pudiera pro-
vocar el paisanaje. Esta orden fue reiterada a media mañana, como atestiguan
el capitán de Infantería de Voluntarios de Estado López de Barañano15:

12 AHN, Estado, Libro 930, Corps d’observation des Cotes de L’Ocean, Situation summaire y Rap-
port detaillé des 24 heures, 30 avril 1808.
13 «Los artilleros de Monteleón», en Memorial de Artillería, entrega extraordinaria Madrid, 1908.
14 AHN, Estado, Libro 930, Corps d’observation des Cotes de L’Ocean, Situation summaire y Rap-
port detaillé des 24 heures, 6 Mai 1808
15 «Diario del coronel de infantería D. Antonio López de Barañano, antiguo capitán del Regimiento
de Voluntarios de Estado», Memorial de Infantería, número extraordinario de 1888, pp 303 a 306
y REY JOLY, C.: Historia del regimiento de Álava n.º 56. Cádiz, 1903.
148 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

«Enseguida llegó orden del Infante para que nadie saliese del cuartel lo
que incomodó extraordinariamente a la tropa y oficiales. Se habían hecho
prisioneros a una porción de oficiales franceses y soldados que bien a pesar
suyo se les hizo entregar sus armas»

Por su parte, el alférez de Dragones del Rey González Carvonell16 relata:

«El 2 de mayo de 1808 al notar el alarma general de Madrid contra el


Ejército Francés, nos reunimos todos los oficiales en el cuartel, mandamos
poner sillas y grupas y nos dispusimos a salir á unirnos con el pueblo. El
Coronel se opuso a ello manifestándonos una orden del Capitán General de
la Plaza en que le prevenía no permitiera salir del cuartel a ningún indivi-
duo del cuerpo haciéndole responsable con su empleo. No obstante monta-
mos a caballo un capitán, dos tenientes y yo, los soldados empezaron a salir
de las cuadras con los caballos embridados. El coronel mandó cerrar la
puerta del cuartel y tomar las armas a la guardia de prevención para opo-
nerse a nuestra salida: en este acto llegaron a la plazuela un batallón y un
escuadrón con dos piezas de Artillería del Ejercito Francés. Nos tomaron la
puerta del cuartel y nos impidió la salida».

Siguiendo estas mismas órdenes, las guardias de los diversos edificios


y centinelas realizaban su servicio sin cartuchos, como relata el alférez de
fragata Esquivel17, oficial de guardia de principal en la Real Casa de Corre-
os. Aunque recibió autorización del gobernador militar, general De la Vera
y Pantoja, para pedir cartuchos a su cuartel, nunca los recibió.

El papel de los Voluntarios de Estado

Con estas órdenes, resulta chocante que un destacamento de Infantería


las incumpliera de forma flagrante, saliendo a la calle en formación. Hasta
ahora parece que a ningún tratadista del dos de mayo le haya sorprendido
este hecho. Incluso Pérez de Guzmán alude equivocadamente a la condición
de soldado viejo de su coronel, el marqués de Casa Palacio, como explica-
ción de la salida de la compañía. En realidad, Esteban Giráldez Sanz y Meri-
no, marques de Casa Palacio era de todo menos eso. Según su confusa hoja
de servicios del Archivo General de Segovia, en 1808 tenía 39 años y su

16 AHN, diversos, colecciones, Legajo 159. Cedido amablemente por D. Juan J Sañudo.
17 Diario de Antonio María de Esquivel, Museo Naval, manuscritos, Ms 2082.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 149

única experiencia de combate había sido la de ayudante de campo de dos


generales durante la guerra contra la Convención Francesa (1793-95). Su
rápida carrera hasta coronel la debía a ser un destacado partidario de Godoy,
y como tal, abrazaría la causa del Rey intruso tras el Dos de Mayo, pasan-
do a ser como afrancesado distinguido, uno de sus ayudantes de campo y
comandante de su guardia hasta el final de la Guerra de la Independencia.
La negativa actuación de la brigada de su mando en la batalla de Vitoria, el
21 de junio de 1813, fue uno de los motivos de la derrota del Ejército impe-
rial.
Si damos crédito a la hoja de servicios de Julián Romero, Sargento
Mayor de su regimiento en 1808, deduciremos que Casa Palacio sólo acce-
dió a que salieran sus soldados una vez que el citado Romero se responsa-
bilizó personalmente de lo que pudiera pasar en la calle. Romero además
ordenó que las guardias que prestaban los soldados de su unidad llevaran
cartuchos ocultos en las bolsas del rancho. Lo más probable es que la pre-
sión de la oficialidad y el estado de alboroto de la tropa aconsejaran a su
coronel a contemporizar con sus subordinados, accediendo a la petición con
el pretexto de que iban a guardar el orden. Según López de Barañano, capi-
tán del mismo regimiento, salió la 1.ª compañía, al mando de su capitán
Goicoechea. Pero el propio Goicoechea anota en su Certificación que su
compañía era la 3.ª, y en su hoja de servicios18 que estaba formada por 33
hombres. Además, según varios testimonios y hojas de servicios, le acom-
pañaron los tenientes Jacinto Ruiz Mendoza y José Ontoria, y los cadetes
Vázquez Afán de Ribera y Juan Rojo. Por cierto, Ontoria había servido
como Daoiz en la defensa de Cádiz en 1797, embarcado en las lanchas
cañoneras. Ruiz, en diversas operaciones por el estrecho antes de 1805.
Ambos contaban con conocimientos para manejar la artillería. El teniente
Ruiz, se incorporó al cuartel a pesar de hallarse «postrado en el lecho con
una fuerte calentura» según consta en la Noticia de lo ocurrido, un extraor-
dinario documento publicado en Badajoz pocos meses después de los
hechos, ciudad donde Ruiz convalecía de sus heridas, y que probablemente
fue redactado con su testimonio directo, y donde también se cita a la 3.ª
compañía del 2.º batallón de Voluntarios de Estado.
En los textos que se leen al pie de la conocida serie de estampas sobre
el 2 de mayo realizada poco tiempo después de los hechos19, correspon-
diente a la defensa del Parque puede leerse: «La guardia española, com-

18 AGMS, 2.ª sección, legajo G 2178


19 La serie fue grabada por Tomás López Enguídanos según todos los indicios en el mismo verano
de 1808, aunque no viera la luz hasta la liberación de la Villa en 1813.
150 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

puesta de una compañía de voluntarios de Estado las hace prisioneras de


guerra», es decir, que el destacamento pudo ser enviado al edificio en las
primeras horas de aquella mañana con la misión de custodiarlo, y puede que
sus componentes se hubieran unido a la lucha de manera más o menos uná-
nime, ante los hechos consumados.
De una u otra manera, gracias a la presencia de la infantería se desarmó
a la guardia francesa del Parque, compuesta por más del doble de efectivos
y dio comienzo la defensa tras entregar armas a los paisanos, la mayoría de
los cuales por cierto, abandonaron el lugar nada más recibirlas. Con los res-
tantes, un centenar de hombres y mujeres unidos a los militares, se ofreció
al ejército invasor la resistencia más tenaz de la jornada, rechazándose al
menos dos ataques de las fuerzas imperiales según coinciden la mayoría de
los testigos, aunque otros citan hasta tres. El número de muertos y heridos
entre infantes y artilleros denota el carácter épico de la defensa. Y des-
miente el testimonio del teniente Arango, que había acusado en su citada
Manifestación, aparecida en 1837, a los soldados del Regimiento de Estado
de no haber tomado parte en la acción. Testimonio difícil de creer cuando
se tienen en cuenta los del capitán Goicoechea, el Tte. Coronel Novella (fir-
mada en 1814), o el paisano Francisco Matas20 (en 1816), que confirman el
papel que jugaron en la defensa, haciendo fuego desde varios de los edifi-
cios de Monteleón y ayudando a servir los cañones. Volveremos sobre este
asunto más adelante.

El escenario

Como hemos indicado, el parque estaba formado por un recinto alarga-


do, constituido por un gran patio rectangular rodeado de un muro de ladri-
llo. Su trazado puede contemplarse en la maqueta de Gil de Palacio que
conserva el Museo Histórico municipal de Madrid. Esta zona pertenecía al
denominado en la época como barrio del Hospicio (según consta en el
plano de 180021) perteneciente al Cuartel de Maravillas, y limitaba al norte
con el campo. En su frente, junto al arco de entrada, había un edificio de
dos plantas, y al fondo del patio, otro de igual altura, las caballerizas, donde
según algunos testimonios se encerró a la guardia francesa una vez captu-
rada y desarmada. Entrando, hacia la mitad del patio y adosado a la izquier-

20 Archivo de la Villa. Secretaría.


21 MARTÍNEZ DE LA TORRE, F. y ASENSIO, J.: Plano de la Villa y Corte de Madrid, Madrid,
Imprenta de J. Doblado, 1800
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 151

da, estaba el edificio del antiguo palacio, donde se hallaba el Museo Mili-
tar, inaugurado en 1804, que tenia a su frente, ya hacia el lado de la calle
San Bernardo, una amplia zona ajardinada. Todo el conjunto estaba rodea-
do de un muro de ladrillo. Entre sus debilidades como posición defensiva
cabe citar que la elevación natural del terreno existente en su parte trasera
(hoy calle de Carranza) permitía batir por el fuego los edificios desde esa
zona. Al contrario, los accesos por las calles situadas a su frente y laterales
eran difíciles por lo encajonado de esas vías.

Identificando a los atacantes

Una de las cuestiones en que coinciden alegremente todos los autores de


la abultada bibliografía sobre el Dos de Mayo, incluso la más reciente, es el
responsabilizar del ataque al Parque de Monteleón al regimiento Westfalia-
no y al 4.º provisional «del general Lefranc». Rastreando en las obras más
próximas a los hechos nos encontramos con las primeras referencias en la
certificación que el teniente coronel Novella, compañero de Daoiz y Velar-
de expidió en 1813, cuyo relato de la acción se basó en testimonios de pri-
mera mano recogidos de testigos presenciales. Novella afirma en su certifi-
cación que la unidad que dió el asalto más importante a Monteleón fue «La
1.ª división Westfaliana», en cuya acción moriría Velarde. En 1817, el canó-
nigo García Bermejo, reiteraba en su «Oración fúnebre» lo anterior, copian-
do de Novella, añadiendo como novedad la presencia en el último ataque del
4.º regimiento provisional al mando del general La-Grange, quien habría
sido, según él el responsable de la traicionera muerte de Daoiz. Todo ello
como veremos erróneo, y fruto del limitado conocimiento que los madrile-
ños tenían sobre la identidad de las unidades francesas, entre las que se
habían hecho famosos los alemanes por sus frecuentes muestras de indisci-
plina.
Lo más lógico por razones de proximidad es que la fuerza que diera el
ataque principal al Parque de Artillería de Monteleón entrara por las Puertas
de Fuencarral (calle san Bernardo) y de los Pozos (calle Fuencarral), prove-
niente de la carretera de El Pardo y del convento de San Bernardino. En este
último punto, el más cercano a Madrid, estaba alojado el 6.º regimiento pro-
visional, de la 1.ª Brigada al mando del general Lefranc, perteneciente a la
2.ª división (Gobert). El resto de dicha división acampaba a ambos lados de
la carretera citada. Todas las tropas restantes que se encontraban más aparta-
das de la villa, no entraron en fuerza hasta el mediodía, según numerosos tes-
timonios, incluido el propio parte francés o Rapport de situation del Cuerpo
152 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

Zona norte del barrio del hospicio (hoy de Maravillas). El parque ocupaba la manzana 494.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 153

de Moncey. Fue por tanto la 2.ª División (regimiento provisional 5.º a 8.º) la
atacante y no el 4.º provisional ni el Westfaliano, como reiteran muchos auto-
res incluyendo a Pérez de Guzmán, que estaban en la Casa de Campo, sin
posibilidad de acudir a una zona tan alejada. Por otra parte, no había ningún
general Lagrange en Madrid el 2 de mayo, sólo un jefe de batallón, de ape-
llido La Grange, ayudante de Murat22, quien sabemos que estuvo en el Pala-
cio Real a primera hora de la mañana a punto de ser linchado por la multi-
tud. Pudiera ser que, como afirma Novella, este edecán se hubiera puesto al
frente del ataque francés contra el Parque, por orden directa de Murat, aun-
que nos parece algo extraño teniendo estas unidades sus jefes naturales.
Por otro lado, sabemos que el día dos de mayo se recogió el cadáver de
un soldado francés que vestía el uniforme blanco y rojo de Westfalia en la
puerta del sol23, lo que situaría la unidad, que tuvo que entrar desde la Casa
de Campo, en un lugar alejado del parque. Así lo confirma un testigo del
propio regimiento. El soldado Johan Maempel24, recogió en sus memorias
sus impresiones de ese día:

«Marchamos por brigadas, las fuerzas ligeras en vanguardia, y así alcan-


zamos la puerta de Segovia. Veíamos correr soldados y habitantes alejándo-
se de la puerta, mientras se oían continuos disparos en la ciudad, pero nos
mantuvimos quietos, al no haber recibido órdenes (...) cargamos en la ciudad
por mitades de compañía con bayoneta calada. Nos lanzaban de los tejados
y ventanas todos los objetos posibles matando e hiriendo a un gran número
de nuestros hombres (...) fuimos destacados en la Plaza Mayor (...)». No se
hace mención al ataque al Parque por parte de su unidad Westfaliana.

22 Adelaide-Blaise-François Le Lièvre, marqués de La Grange et de Fourilles (París, 1766-1833).


Entra en España al mando de la brigada de caballería ligera del Cuerpo de Bessieres, pasando pos-
teriormente al de Dupont. El dos de mayo se hallaba en ruta desde Aranda, dónde se halla según
el estado de situación de las tropas de Bessieres fechado el 23 de abril (Grasset. Tomo I Anexo
G). Comandante del Retiro en junio, combatió al mando de 2 escuadrones de coraceros junto a la
división Gobert en Bailén, quedando prisionero y liberado después. Herido en Essling, fue ascen-
dido a gral. de división en 1809. Durante los cien días, permanecería fiel al rey.
– Armand-Charles-Louis Le Lièvre conde de La Grange, (Paris, 1783-1864), hermano del ante-
rior. Ascendió a jefe de escuadrón en 1806, siendo enviado a España en 1808. Participó en el
dos de mayo, al parecer como edecán de Murat. Volvió a Alemania para la campaña de 1809,
ascendió a general de brigada en 1812, regresando a España antes de participar en la campaña
de Rusia. Posteriormente combatió en Leizpig, Hanau, y en la campaña de Francia de 1814.
– Joseph, conde de Lagrange: (163-1836). Comandante de Vitoria el 9 de abril de 1808. Jefe de
división del 6.º Cuerpo del Ejército francés de España (Ney). Herido en Tudela, noviembre de
1808. Comandante de Salamanca en 1810. Combatió en Leipzig y Bautzen en 1813.
23 Pérez de Guzmán, op. Citada, pág. Recogiendo el archivo parroquial de Santa Cruz, libro XLVIII
24 MAEMPEL: Adventures of a young rifleman.
154 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

Otra confirmación la hallamos en la información contenida en el parte


de Murat:

«El general Lefranc, que ocupaba con un regimiento el convento de San


Bernardino, se trasladó con su brigada a la puerta de Fuencarral, dónde se
encontraban emplazadas tres piezas de cañón (...) la mayoría se dirigieron
al Arsenal a fin de capturar cañones y fusiles, pero el general Lefranc que
se encontraba en la puerta de Fuencarral, marchó sobre ellos a la bayoneta
consiguiendo hacerse dueño y tomar los cañones que los sublevados habían
capturado».

Podemos añadir otro documento decisivo de reciente conocimiento25: el


historial del 111.º Regimiento de Infantería de línea francés, publicado en
1912. Esta unidad estaba compuesta mayoritariamente por italianos. Su
cuarto batallón, incorporado al 6.º Provisional de la brigada Lefranc, se
componía de 590 jóvenes conscriptos del año 1808, naturales de los depar-
tamentos del Po y del Taro. El mencionado historial contempla que el 2 de
mayo cruzaron la puerta de Fuencarral provenientes de san Bernardino.

«Para atacar el arsenal, de donde partía una viva fusilería, atravesando


al descubierto la gran plaza que lo precedía, echaron abajo la puerta a gol-
pes de hacha y pusieron en fuga a los defensores»

Las unidades francesas que sostuvieron combates en este sector, las bri-
gadas Lefranc y Dufour, registraron las heridas de dos capitanes, Henry y
Louis, y un teniente, Marcou. La mayor cifra de bajas registradas en el
documento francés del AHN, aún de número incompleto, lo es también de
estas unidades. Por tanto no hay duda razonable de que fueron el general
Lefranc y su brigada de la 2.ª División (5.º y 6.º regimientos provisionales)
los atacantes de Monteleón. Así lo recogió también el general Foy, que sir-
vió en España, en su muy documentada Histoire de la Guerre de la penin-
sule, publicada en 1827, al afirmar que el ataque lo dió el 5eme provisoire
del brigadier Lefranc desde san Bernardino.
Ya hemos visto como el primer ataque Imperial en fuerza se dirigió desde
la puerta de Fuencarral, situada en el comienzo de la calle ancha de San Ber-
nardo, por dicha calle y la de San Miguel y San José, directamente contra el
arco de entrada del parque. Ello lo corroboran las memorias del ya citado capi-

25 DE ROSSI, E.: Il 111.º di linea dal 1800 al 1814. Accademia San Marciano, 1912. Agradezco a
los sres. Espinosa y Sañudo del FEHME la comunicación de este documento.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 155

tán López de Barañano26, maestro de cadetes del regimiento de Voluntarios de


Estado, que se hallaba presente ese día en su cuartel situado en el caserón de
Mejorada, junto a la citada puerta, en el solar que ocupa el actual n.º 83:

«Entró por la puerta de Fuencarral una columna francesa con sus caño-
nes de campaña haciendo fuego de metralla que entraba por los balcones del
cuartel; parte de esta columna intentó penetrar por la calle del parque y por
dos veces fue rechazada con mucha pérdida».

Parece lógico que los franceses hubieran intentado acercarse desde


varios puntos, y si no lo consiguieron fue por la configuración de las calles
del barrio, muy estrechas, con edificios de dos plantas o muros de más de 3
m de altura. También hay que contar con el fuego que recibirían desde los
edificios más próximos, defendidos por paisanos y Voluntarios de Estado.
El punto que más facilitaba la aproximación era la tapia trasera de los jar-
dines del palacio de Monteleón, existiendo incluso una puerta desde dónde
se podía penetrar en estos y acercarse a las caballerizas del fondo del Par-
que. No obstante desde éstas podía batirse fácilmente por el fuego dicho
sector, cosa que con toda probabilidad hicieron los defensores. Así lo ase-
gura la certificación de Goicoechea citada por García Bermejo, así como la
de Novella, quién recalca que «la compañía del Regimiento de Granaderos
de Estado esparcía la muerte por todos los alrededores del Parque, contra-
rrestando las medidas que tomaba un enemigo tan superior como astuto
para asaltar por su espalda el edificio».
Por todo ello, esta claro que los dos ataques principales se efectuaron
sucesivamente por la calle de san José. Según la Noticia de lo ocurrido, en
la esquina de esta calle con la Ancha de San Bernardo colocaron los ata-
cantes un cañón que disparaba metralla y que retiraban cuando se les hacía
fuego. Un ulterior ataque se intentó desde Fuencarral, y el último simultá-
neamente por San José y rodeando por la de la Palma y San Pedro Nueva,
por las tres direcciones que confluían en el arco de entrada del Parque.

El último reducto

Según el testimonio del escribiente Almira, que trabajaba en la oficina


de la Junta de Artillería situada frente al Noviciado de la calle San Bernar-

26 «Diario del coronel de infantería D. Antonio López de Barañano...»


156 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

do, hacia las 11 de la mañana, y cuando ya se hizo continuo el tiroteo de


fusil, el capitán Velarde, sin poder contener por más tiempo su indignación,
salió en su compañía y ambos se dirigieron al Parque. Allí se encontraron al
capitán Daoiz:

«Que conferenció con el Sr.Velarde sobre las ordenes que tenía, que el
pueblo de Madrid se hallaba alborotado y mucha parte reunido a las inme-
diaciones de dicho parque; que de común acuerdo sacaron tres piezas de los
calibres de a ocho y quatro; que una la mandaba el Sr.Velarde y las otras dos
indistintamente el Sr. Daoiz y aquel, con las que hicieron fuego contra las
tropas francesas que intentaban apoderarse de aquel edificio»

Por su parte, el maestro de coches Juan Pardo, que vivía en una casa
enfrente del Parque, corrobora esta versión de los hechos, aunque no aclara
si Daoiz llegó antes que Velarde:

«Habiendo advertido antes alguna conmoción popular en la calle Ancha


de San Bernardo, previno al cabo Alonso que cerrara las puertas del Parque
y avisase a algún jefe; que cuando llegó don Pedro Velarde, viendo al testi-
go a dicha puerta, le habló y le hizo entrar en el parque y al mismo tiempo
lo hizo otra porción del pueblo que estaba reunida; que entre estos y los arti-
lleros hicieron rendir a la guardia francesa que se hallaba formada a la dere-
cha entrando en el Parque».

Estas dos declaraciones nos parecen altamente fiables, por provenir


de dos testigos directos que además no tenían nada que ganar exageran-
do o deformando la verdad de lo sucedido. Contradicen la certificación
de Novella, que indica que Velarde se dirigió primero al cuartel de los
Voluntarios de Estado y llegó al Parque acompañado de los soldados de
Infantería, versión dada por buena por Pérez de Guzmán en su obra de
1908, y que a la luz de los documentos actuales nos merece poco crédi-
to. Siguiendo al capitán López de Barañano la compañía de Infantería
habría ido al Parque muy de mañana, pues después de su salida «Llegó la
orden del Ynfante de que nadie saliese del quartel lo que incomodó extra-
ordinariamente a la tropa y oficiales27. Era grande la confusión y tiroteo

27 Toda la guarnición de Madrid tenía órdenes estrictas y reiteradas de no salir de los cuarteles y los
centinelas de prestar las guardias sin cartuchos. Los oficiales y tropa se encontraron en la tesitu-
ra de caer en la insubordinación o abandonar a su suerte a los paisanos. La mayor parte de aquel
ejército profesional aún heredero del Antiguo Régimen, obedeció las órdenes en aquellos momen-
tos. La situación cambiaría notablemente en los próximos meses.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 157

quando entró por la puerta de Fuencarral una columna con sus cañones
de campaña...»

En su Manifestación, Arango declara:

«Entró también un capitán de Granaderos de Estado con tres subalternos


(de los que debido es nombrar a D. Jacinto Ruiz y unos 40 soldados sin que
yo pueda ahora fijarme en los que llegaron antes o después (de Velarde)».

Resulta cuando menos curiosa esta imprecisión en alguien que dice ser
testigo directo.
Los testigos que declaran en el expediente del paisano Cosme Mora,
indican que cuando ellos llegaron al Parque los artilleros y los soldados de
Estado no les dejaron sacar armas; cosa que sólo realizaron al llegar Daoiz
y Velarde, momento en que sacaron los cañones. Es decir, una nueva con-
firmación de que la infantería llegó antes que Velarde. Ya citamos como en
el texto explicativo de los famosos grabados de López Enguídanos que
como ya apuntamos se ejecutaron muy poco después de los hechos gracias
a testimonios orales, puede leerse:

«Los franceses envían tropas para apoderarse de el (Parque) y la guar-


dia española compuesta de una compañía de Voluntarios de Estado las hace
prisioneros de guerra».

Estas estampas son de una fidelidad notable en la representación de los


trajes, uniformes, ambientación, detalles arquitectónicos, etc., aunque con-
tengan alguna deformación de perspectiva y algún detalle pintoresco, que
no detrae de su autenticidad general. La descripción contenida en su texto
debe considerarse también como un testimonio valioso.
La hoja de servicios del capitán Goicoechea, que como sabemos estaba
al mando de los soldados de infantería, dice:

«Con treinta y tres hombres de su compañía tomó prisionera la guardia


del Parque que era de sesenta y cinco hombres con cinco oficiales»

De todo lo anterior cabe colegir que la guardia francesa fue desarmada


gracias a los soldados del Regimiento de Voluntarios de Estado, quizás a
instancias de los oficiales artilleros, y que los franceses quedaron bajo su
vigilancia apartados en el patio como dice Arango, o en el interior de las
caballerizas existentes al fondo, como indica Novella. Quizás al observar a
158
JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

2 de Mayo de 1808. Mueren Daoíz y Velarde defendiendo el Parque de Artillería. Grabado de López Equidanos, realizado poco después de los hechos.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 159

gran parte de la tropa de infantería ocupada en esa misión, Arango inter-


pretó que la totalidad de la compañía se dedicó a este menester, y por ello
les tilda de inmóviles y les acusa de no disparar un solo tiro durante toda la
acción, «Muy a pesar de su oficiales y soldados». Pero además sabemos que
sufrieron al menos 3 muertos y dos heridos, perfectamente documentados,
en el Parque. En el preámbulo de su Manifiesto declara que su motivo para
escribir es aclarar la Memorias de Artillería, un impreso de Ramón de Salas,
aparecido en 1831. En él Salas describe la defensa del Parque citando a los
infantes Ontoria, Ruiz y Burguera, sin mencionar a ningún otro oficial de
artillería aparte de los dos capitanes. No cabe descartar que Arango quisie-
ra minusvalorar deliberadamente el papel de los infantes, en un esfuerzo por
engrandecer el propio y el de otros artilleros. Igual valoración se encuentra
en el informe que redactó la dirección General de Artillería28 en relación a
la publicación de su Manifiesto.
En cualquier caso, nos parece más verosímil y acorde con los testimo-
nios que llegara Velarde antes que Daoiz. Una vez que llegó este, que como
más antiguo y encargado del Parque ostentaba el mando, se encontró con
una situación difícil de controlar. La presión del paisanaje y de su compa-
ñero Velarde y Ruiz le inclinaron a ignorar las órdenes de no intervenir ni
mezclarse a los paisanos. Se abrió el Parque a la multitud que arrambló con
las armas que pudo, marchándose muchos al instante. Puede imaginarse la
confusión resultante mientras los franceses se aproximaban a tambor
batiente. No sabemos quien decidió sacar los cañones a la calle, si fue ini-
ciativa de los paisanos como dicen algunos testigos, o de los propios ofi-
ciales como aseguran otros. Es posible que los paisanos no se atrevieran a
obrar sin permiso, y también que los militares obraran ante los hechos con-
sumados. De cualquier forma, con los paisanos, –hombres y mujeres– y los
soldados se emplazaron y sirvieron los cañones y se preparó la resistencia.
La defensa del Parque de Artillería de Maravillas debió durar una hora
y media (si hacemos caso al horario que indica el escribiente Almira, que
dice que el cadáver de Velarde fue transportado por paisanos y artilleros
entre las dos y media y tres y media de la tarde), y dos horas según la hoja
de servicios de Goicoechea, comenzando los ataques pasadas las doce, una
vez que se extendieron los combates por varios puntos de la ciudad, pues
entre los paisanos que se congregaron allí había miembros de varias parti-
das que tuvieron tiempo de llegar después de luchar en otros puntos, y esa
es la hora en que según los documentos franceses empezaron a entrar las

28 Informe para el Tribunal Supremo de Guerra y Marina sobre la manifestación del coronel Aran-
go, 1854 (AGMS, secc 2.ª, Div 8.ª leg 121)
160 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

unidades situadas en el exterior. La primera acción hostil de los defensores


del Parque se materializó contra un pequeño destacamento enviado a refor-
zar la guardia francesa, que se acercó a la puerta. Según la certificación de
capitán Goicoechea, tras un intercambio de palabras entre él y el oficial
francés que venía al mando, los franceses hicieron fuego, siendo rechazados
por los Voluntarios de Estado situados en el piso alto del edificio del cuer-
po de guardia, retirándose los atacantes con algunas bajas.
Es de suponer que los escasos artilleros se encontrarían frente a la puer-
ta sirviendo los cañones junto a los héroes de la defensa, Daoiz, Velarde y
Ruiz, los más activos en el combate, según coinciden la mayoría de los tes-
timonios. También el escribiente y los dos cadetes, estos heridos mortal-
mente, junto a algún soldado de infantería, como cita uno de los testigos. El
resto de los oficiales se encontrarían en diferentes posiciones, quizás en el
interior y por ello resultaron indemnes. El número de cañones que los
defensores sacaron varía según las fuentes. En la citada declaración del tes-
tigo Francisco Matas consta exactamente que había dos, calificados como
violentos (de pequeño calibre). Según este testimonio, uno estaba situado en
la calle de san Vicente, lo cual llama la atención dado que esta calle se
encuentra a dos manzanas de la puerta de Monteleón. El otro se encontraba
justo en la puerta del Parque. Sin embargo, el escribiente Almira que acom-
pañó a Velarde y cuyo testimonio nos merece toda consideración habla de
que se sacaron tres piezas de calibres de a ocho y cuatro. Por su parte el
cochero Pardo habla de tres fuera del edificio y uno más a la puerta:
«Cuando se sacaron los cañones se colocó uno mirando a la fuente
nueva, que estaba inmediata a la puerta de los Pozos (en el inicio de la calle
Fuencarral); otro en la misma calle de San José mirando a la de San Ber-
nardo, frente a la fuente de Matalobos (en frente de esta calle de acceso
directo al Parque); otro en las cuatro bocacalles que están en la esquina o
cancel frente de Maravillas (en la arcada de la citada iglesia); y el otro a la
puerta del Parque».
Parece pues, como más probable que fueran cuatro las piezas en juego
y que Almira y Matas no contabilizaran la existente a la misma puerta o que,
como parece deducirse, alguna estuviera algo alejada de dicha entrada y no
la consideraran. El texto de la estampa de López-Enguídanos también habla
de cuatro cañones. Arango por su parte habla de que se sacaron tres fuera.
En la Noticia de lo ocurrido, recordemos que la primera relación publicada
de los hechos, se habla también de 4 cañones, «los que estaban montados»,
tres fuera en dirección a las tres calles y uno dentro del patio.
En cuanto al número de ataques franceses, tampoco hay unanimidad.
Goicoechea anota en su hoja de servicios que se rechazaron dos; Arango
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 161

habla de tres, al igual que Pardo; López de Barañano, también coincide en


que «Parte de esta columna intentó penetrar por dos veces por la calle del
Parque y las dos fue rechazada; por último, ganado los tejados consiguió
aproximarse...»
Parece claro que hubo dos ataques principales, desde la calle de san Ber-
nardo, aunque Pardo y Arango al considerar tres, coinciden en que el pri-
mero fue dado desde Fuencarral. Esto podría ser si consideramos como ata-
que al primer intento de entrar en el Parque por una pequeña fuerza francesa
que debió llegar desde alguno de los cuarteles situados en la zona de Bar-
bieri (Guardias Reales y Valonas) o de Recoletos, subiendo por la calle
Fuencarral. El resto, como hemos visto tanto por los testimonios españoles
como franceses, entró por la calle Ancha de San Bernardo, procedente del
convento de San Bernardino. Gracias al fuego de fusilería de paisanos, arti-
lleros e infantes, y el juego de los cañones, en unos accesos de tan limita-
das dimensiones, pudo mantenerse a raya a un enemigo que fue rodeando
progresivamente todas las calles del sector mientras esperaba el momento
propicio del ataque final. Este momento parece que llegó al flaquear la
resistencia, tras la muerte de la persona que era el alma de la defensa: El
capitán Pedro Velarde, cosa que sucedió al ser alcanzado por un disparo en
el pecho que le causó la muerte en el acto. En la primer relato publicado se
habla de que el último ataque pudo llegar por agotamiento de las municio-
nes de los defensores. Así consta en la hoja de servicios de Goicoechea que
dice que «La falta de municiones le obligó a entregar el punto», aunque en
otro apartado anota que lo hizo «por orden del gobierno». Novella también
achaca el final de la defensa a la falta de cartuchos, y añade que fue Daoiz
el que sacó un pañuelo blanco de parlamento. En la Noticia de lo ocurrido
se relata el episodio del intento de tregua que habría sido iniciativa del
bando Imperial, al acercarse el capitán Melchor Álvarez de los Voluntarios
de Estado enarbolando bandera blanca, seguido de una partida francesa con
los fusiles boca abajo, signo inequívoco en la época de parlamento. Según
esta relación el propio Ruiz acercó el botafuego a un cañón al percatarse de
que los franceses venían con las armas preparadas, obligando con un par de
cañonazos a huir a los franceses y al propio capitán español, que por cierto
luego estuvo expuesto a ser pasado por las armas. Novella también achaca
a los franceses intentar aprovecharse del momento del parlamento para
acercar tropa armada. En la versión de Arango, el parlamento terminó cuan-
do un chispero se abalanzó sobre los franceses y un artillero en la confusión
disparó un cañón, obligando a huir a los parlamentarios, produciendo cier-
to número de bajas. También asegura que no había piedras para los fusiles
y municiones por ausencia del guarda almacén, hecho que desmiente el
162 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

Informe efectuado para el Tribunal de Guerra y Marina, que cita a dicho


encargado, de nombre Buenamanoiz o Buenamunoiz.

El fin

Todos los testimonios coinciden en que a Velarde se le despojó de su


uniforme, dejándolo desnudo. Pardo sitúa su muerte a las 12’45 horas,
«En el interior del Parque, a ocho pasos de la fuente que está entrando a
la izquierda», y a poco le vio desnudo, y le envolvió en una tienda que
sacó del parque. Puede que en efecto, Velarde muriera apartado de la
puerta principal, cosa que afirma también Novella, al situar el momento
cuando intentaba atraer más refuerzos del cercano cuartel de los Volun-
tarios de Estado. La única fuente que existía en Monteleón estaba en la
fachada del palacio, fuera del patio, y frente a los jardines. Almira, el
escribiente que le acompañó desde la su oficina en la Junta Superior de
Artillería, declaró que Velarde «Quedó muerto de una bala de fusil que le
atravesó el pecho y fue trasladado al interior del edificio», enseguida vio
su cadáver desnudo, sin saber quien pudo ser el autor, aunque imagina
que fueron los franceses que llegaron junto a los muros del recinto en uno
de los envites. De este hecho, por otra parte frecuente en una época en
que las prendas de uniformidad eran caras y escasas, máxime las de un
oficial, sorprende sin embargo, que se realizara estando presentes un ele-
vado número de oficiales españoles (al menos siete). Esto nos hace pen-
sar una vez más que algunos de los que de una forma u otra han sido
situados como presentes en el lugar de la acción, por sus propias decla-
raciones o por algún autor, nunca estuvieron allí.
En la Noticia de lo ocurrido se dice que Velarde cayó muerto de un
balazo y que Daoiz expiró de resultas de una estocada. Almira dice que
Daoiz fue muerto a bayonetazos por un granadero francés. Pardo también
dice que «Cuando se acabaron las municiones se adelantaron dos oficia-
les franceses. Daoiz mató a uno en la esquina misma de Maravillas y al
otro le causó tres heridas». El general Lefranc, que como hemos indicado
mandaba las fuerzas atacantes, recibió una herida en el muslo el 2 de
mayo, según la documentación francesa. Otra cosa es que el responsable
fuera Daoiz, aunque no hemos de descartarlo, dado lo extraordinario de la
situación, y en una época en que el mando se ejercía en muchas ocasiones
a la cabeza de las tropas. Siguiendo a Pardo: «De los seis franceses que
entraron por detrás del Parque uno le dio un bayonetazo por la espalda que
le atravesó el cuerpo, cayendo a la puerta del Parque. Daoiz fue recogido
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN?
163

Casaca y plumón del bicornio del Capitán Velarde. Museo del Ejército. Casaca del Capitán Velarde, reverso. Museo del Ejército.
164 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

y trasladado gravemente herido a su casa en calle de la Ternera29 donde


murió por la tarde.
Por su parte Arango también sitúa al marqués de San Simón, francés
emigrado y Teniente general español retirado, como el que evitó la muerte
a quemarropa de los últimos españoles, lo que hizo levantando con su bas-
tón el fusil de los soldados franceses que iban a arcabucearlos, aunque no
pudo evitar que una alcanzara a Velarde. Sabemos que dicho general, dis-
tinguido por sus servicios a la Corona, estuvo en Madrid al mando de una
batería durante la defensa de la capital en diciembre, cuando el ataque de
Napoleón, pero no hay constancia de su actuación en las calles de Madrid
el dos de mayo, aparte de una certificación de servicios que firmó a favor
de una de las víctimas, que se conserva en el Archivo de la Villa.
Es destacable la confusión reinante durante los últimos momentos de
resistencia. Según la mayoría de los testigos, ésta cesó con las heridas de
arma blanca propinadas por varios soldados y oficiales franceses a Daoiz.
El capitán Goicoechea, de los voluntarios de Estado asegura que fue él
quien acordó con los franceses el fin de la lucha. Blas Molina habla de la
muerte a bayonetazos de Velarde (a pesar de haber una bandera blanca de
tregua) confundiéndola con la de Daoiz, que no presenció, y dice que al
morir los jefes artilleros se fue del lugar. En cuanto a Ruiz, López de Bara-
ñano afirma que recibió dos heridas de bala, una de gravedad. Arango solo
menciona una herida en el brazo izquierdo, pero que continuó la lucha hasta
ser retirado del combate al interior. También citan a Ruiz el canónigo Ber-
mejo, que además es el primero que indicó su muerte en Extremadura debi-
da a las heridas sufridas, pero no lo mencionan Almira ni Pardo, quienes
omiten toda referencia a los infantes. Novella menciona erróneamente que
llegó al Parque al mando de los «Granaderos de Estado», pero no habla de
su herida. En el texto de los grabados de López Enguídanos se afirma: «A
los primeros tiros cae herido Ruiz teniente de la guardia...» según lo cual
habría sido el primero en caer. Según la Noticia de lo ocurrido una bala le
atravesó el brazo en el primer ataque, arrebatándole un ancho trozo de carne
y abriéndole una ancha herida, que le habría vendado José Pacheco, exento
de Guardias de Corps, que se hallaba en Monteleón por razones que desco-
nocemos. En el último ataque, Ruiz recibió otra herida que le entró por la
espalda y salió por el pecho. Un cirujano enemigo le hizo allí la primera
cura, asegurando que la herida era mortal. «Por gran favor» pudo ser trasla-
dado al cuartel y luego a su casa.

29 Según Almira vivía en c/ Ternera entrando por Preciados, «la segunda o tercera casa a mano
izquierda, 2.º quarto». En tiempos una placa señalaba el solar, hoy lamentablemente ausente.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 165

Según Arango no hubo capitulación, y tras la herida mortal y traicione-


ra de Daoiz terminó todo. Pudo ponerse a salvo de las amenazas e insultos
que los mandos franceses dirigían a los españoles gracias a la intercesión
del jefe de la columna cogido prisionero durante el segundo ataque. Éste
jefe sería identificado sin prueba documental alguna por Pérez de Guzmán
en su obra de 1908 como el coronel Montholon, uno de los acompañantes
de Bonaparte a Santa Elena.

El misterioso coronel Montholon

En 1908, Pérez de Guzmán introdujo una pieza de difícil encaje al situar


un pintoresco personaje en el escenario de Monteleón. Según él, uno de los ata-
ques al Parque lo dio el 4.º Regimiento Provisional, hecho harto improbable,
como hemos apuntado. Aún mas, el académico, asegura que dicha unidad esta-
ba al mando del coronel conde de Montholon, quién sería uno de los acompa-
ñantes de Bonaparte en su exilio a Santa Elena, autor de uno de los relatos
sobre los últimos días del emperador y además el principal sospechoso de su
supuesto envenenamiento. Charles Tristan, conde de Montholon, afirmaba
haber tenido una brillante carrera, llegando a embajador y ministro de relacio-
nes exteriores. En realidad, su hoja de servicios30 apenas contiene hechos de
armas y más parece que su trayectoria se debió a sus buenas relaciones con per-
sonajes influyentes. Su ascenso a coronel no lo recibió hasta 1809 y al parecer
estuvo en la campaña de España como ayudante del mariscal Berthier, que no
cruzó la frontera hasta noviembre de 1808. No se cita ningún hecho de armas
importante, aparte de una discreta actuación en la campaña de 1813-14. Mont-
holon se distinguió por su apego al dinero y como bon vivant. Las razones por
las cuales consiguió estar entre los elegidos para acompañar a Bonaparte al
destierro final son oscuras, así como las que movieron al emperador a incluir-
le generosamente en su último testamento, aunque las relaciones de su esposa
con su señor podrían explicarlo. En el último tercio de su vida participó en
intentonas bonapartistas, se dedicó a los negocios y entró en política. En 1847
vieron la luz sus memorias de Santa Elena, en las cuales incluyó una delirante
autobiografía que muchos autores han dado por buena, como quizás hizo Pérez
de Guzmán, pues dicho autor no proporciona ninguna referencia para situarle
en escena. Su presencia en Madrid el dos de mayo es tan poco digna de crédi-
to como casi toda su biografía.

30 Agradezco al Tcol. Thierry Noulens, del Service historique de la Defense francés, la comunica-
ción del Carton 8Yd1752, Dossier de Montholon.
166 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

Los ausentes y los presentes

Un repaso a las hojas de servicios de los implicados, permite verificar


que de todos los mencionados en las diferentes obras y relatos sobre el 2 de
mayo, casi todos mencionados por Novella en su certificación, sólo anotan
en su hoja de servicios el hecho de armas el capitán de infantería Rafael de
Goicoechea, el subteniente de artillería Rafael de Arango, y el teniente de
Infantería José Ontoria. Otros cuya presencia es reconocida por testigos son
por descontado los capitanes de artillería Daoiz y Velarde, así como el
teniente de infantería Jacinto Ruiz, y los dos cadetes que resultaron muertos,
Vázquez Afán de Ribera y Juan N. Rojo (erróneamente identificado como
Pacheco por algunos autores) aunque no se conservan las hojas de servicios
de estos últimos. El capitán de artillería asturiano Juan Cónsul murió duran-
te el 2.º sitio de Zaragoza, y tampoco es posible constatar su presencia en la
mínima hoja de servicios existente en el archivo segoviano. Cónsul había
servido en la defensa de Cádiz y mucho tiempo embarcado en la escuadra,
como algunos otros de los oficiales protagonistas del 2 de mayo. Esto podría
explicar que se uniera a los defensores, si es que se hallaba en Madrid, ya que
en realidad, se encontraba con licencia en Asturias alejado de su destino en
la plaza de Barcelona, dónde debía reincorporarse a primeros de abril de
1808, según consta en la citada documentación. Tampoco se recoge su pre-
sencia en Monteleón en un certificado emitido en 1834 por el director gene-
ral de Artillería Navarro Sangrán, en que da cuenta de sus servicios durante
la Guerra. Hay autores que afirman que la carta que escribió dando cuenta
de los hechos que había protagonizado en Madrid, sirvió como detonante
para el levantamiento de Asturias. Lamentablemente dicha carta ha desapa-
recido, por lo que no nos es posible entrar en consideraciones sobre su pre-
sencia en el Parque, sólo atestiguada por Arango.
La presencia del exento de Guardias de Corps José Pacheco es atesti-
guada por el ya citado paisano Francisco Matas, sin que se conserve su hoja
de servicios en que podamos corroborarlo. Del resto de oficiales que según
diversas fuentes, memorias y autobiografías, supuestamente combatieron o
estuvieron en Monteleón, no queda más remedio que dudar, dada la tenden-
cia a la exageración y a la atribución de méritos a posteriori que se observa
en muchos de ellos. La anotación de acciones de guerra en la hoja de servi-
cios era certificada por el sargento mayor del regimiento y no resulta fácil
imaginar a un oficial de la época falseando estos datos impunemente. Más
fácil podía resultar atribuírselos en memorias y autobiografías a posteriori.
Así podemos citar a los marinos Van Halen, cuyas andanzas rayan en lo
novelesco, y a Hezeta, mencionado en fuentes posteriores, en ambos casos
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 167

sin apoyo documental fehaciente alguno. Lo mismo cabe indicar del general
Torrijos, cuya viuda aseguró que su marido participó en la defensa del Par-
que como cadete a los 15 años, sin que dejara constancia alguna de ello en
su hoja de servicios. En cuanto a los subalternos, del de Infantería Burguera
no consta su presencia en Monteleón en su hoja de servicios, lo mismo que
sucede con los artilleros Dalp, Torres, Córdoba y Carpegna, situados por
Novella, García Bermejo en su Oración fúnebre de 1817 y Arango en el esce-
nario de los hechos. Por tanto, debe dudarse de su presencia.

El cómputo de bajas

El capitán López de Barañano recoge en su diario:

«Fue herido con dos balazos, el segundo de gravedad, el teniente de la


referida compañía D. Jacinto Ruiz (...) el paysanage huyó, y la tropa cam-
bió de armas completando sus cartuchos y nada los hicieron»

Los soldados hubieron de disimular su actuación en el Parque, comple-


tando su dotación de cartuchos aparentando no haber empleado ninguno. No
obstante, ésta no pasó desapercibida para los franceses, quienes fusilaron esa
noche a uno de ellos, Manuel García, como represalia. No fue la única baja
del regimiento. Las listas de víctimas confeccionadas por Pérez de Guzmán
en 1908 con los documentos conservados en el Archivo de la Villa recogen
nueve soldados de los Voluntarios de Estado muertos y siete heridos como
consecuencia del 2 de mayo, de los cuales sabemos que al menos tres com-
batieron en el Parque, además del cadete Juan Vázquez Afán de Ribera, tam-
bién muerto, y el teniente Ruiz Mendoza. En el Archivo Histórico Nacional
existe un estado de fuerza31 del regimiento fechado el día 1 de junio que nos
confirma lo anterior. Dicho estado contabiliza 3 soldados muertos en el mes
de mayo, además de 349 desertores de una fuerza efectiva de 742.
Por su parte, el antes citado Romero, en unión de José Luna y Francis-
co de Arcos, todos compañeros de Ruiz declaran en un escrito fechado en
Badajoz el 21 de julio de 1808, donde llegaron tras fugarse de Madrid:

«(...) Ruiz, quien se halla postrado en una cama desde el día dos de
Mayo, de resultas de dos balazos que recibió en el Parque de Artillería
donde estaba con su compañía de refuerzo (...)»

31 AHN, Diversos, colecciones, 136, N. 14.


168 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

La mayoría de los oficiales y soldados del regimiento de Voluntarios de


Estado desertaron en las semanas siguientes a la sublevación madrileña,
para unirse a alguno de los ejércitos que se preparaban para luchar contra el
invasor. Romero, junto con Ruiz y otros oficiales llegaron a Extremadura.
Allí fueron ascendidos y encuadrados en los regimientos que se estaban for-
mando. Ruiz pasó al de Infantería de Línea de Mallorca y en octubre al de
Reales Guardias Valonas. No hay constancia de sus servicios posteriores, y
no sabemos si acompañó a su unidad en la campaña de invierno de 1808 que
culminó en derrota de Gamonal (Burgos) y posterior retirada hacia Extre-
madura, o bien, como parece más probable, su estado, con la herida del
pecho abierta, según varios testimonios, no se lo permitiera.
Se conserva su testamento que firma como Teniente coronel, en marzo
de 1809 en Trujillo. Ruiz murió el día 13 de marzo, siendo enterrado en la
iglesia de san Martín al día siguiente, en una tumba sin lápida ni inscrip-
ción. La Gaceta de Madrid del 23 de marzo de 1815 reconoció bajo la firma
del rey su merito y sacrificio en la jornada del 2 de mayo, a petición de su
padre. Después su figura caería en un cierto olvido en comparación a sus
compañeros de artillería, hasta que en 1890 el gobierno de Sagasta a ins-
tancias del arma de infantería, promovió la erección del bello monumento
dedicado a su figura, que realizado por Mariano Benlliure, se encuentra en
la madrileña plaza del Rey. Finalmente, en el primer centenario, sus restos
fueron trasladados con todos los honores a la plaza de la lealtad, donde
reposan hoy junto a los de las víctimas y los demás héroes con quienes com-
batió aquel 2 de mayo de 1808.
Los muertos de Voluntarios de Estado el día 2 de mayo fueron tres sol-
dados no identificados, y Antonio Luque Rodríguez, herido y fallecido el
11, Julián Ruiz, herido y fallecido al día siguiente, y Manuel Velarte Bádi-
nas, herido en el parque y fallecido el 20 de julio, además del citado Manuel
García, fusilado. García, Ruiz y Rodríguez deben ser los que figuran como
tales en el estado de fuerza del regimiento que se conserva en el AHN. Los
heridos de Voluntarios de Estado fueron Antonio López Suárez, Esteban
Villamendas y Quilez, ambos en el Parque. Otros heridos del regimiento de
Estado fueron Francisco Lavaña Erriera, José Abad y Leso, José Romero,
José Hacha Lázaro Cansanillo Diego y Manuel Bravo Parra, sin que pueda
precisarse el lugar dónde lo fueron.
Las bajas del Cuerpo de Artillería fueron el cabo Eusebio Alonso, heri-
do en el parque y fallecido dos días más tarde, los Artilleros José Portales y
Sánchez, herido en el Parque y fallecido el 18, y José González Sánchez,
muerto en el Parque. El Escribiente de Artillería Domingo Rojo, herido en
el parque, murió el día 30 de julio. Artilleros heridos fueron Antonio Mar-
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 169

El Teniente Ruiz, grabado según un dibujo de Mariano Benlliure.


170 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

tín Madalena, también en Monteleón, como Juan Domingo Serrano, Pas-


cual Iglesias y Sebastián Blanco Calda.
Resumiendo, el número total de bajas en Monteleón confirmadas según
los documentos consultados por Pérez de Guzmán en el Archivo de la Villa
y registros eclesiásticos es:
– Voluntarios de Estado: 1 oficial (Ruiz) 1 cadete (Vázquez) 3 solda-
dos muertos (uno fusilado) y 1 herido. Además hay otros 6 soldados
muertos y 7 heridos que no podemos asegurar cayeran en el parque,
pero que por pertenecer casi todos al segundo batallón y no haber
constancia de otros combates, es muy probable que así lo hicieran.
Total 19.
– Artilleros: 2 oficiales (Daoiz y Velarde) 1 cabo, 2 artilleros, 1 escri-
biente muertos. 4 artilleros heridos. Total 10
– Civiles: 31 muertos y 23 heridos (5 de ellos no hay seguridad que
estuvieran en el Parque).

Conclusiones

La defensa del Parque de Monteleón puede considerarse como el episo-


dio más notable de la sublevación armada del 2 de mayo de 1808 en Madrid,
considerando como sucedieron los hechos y las personas que los protagoni-
zaron. Fue el único lugar dónde un pequeño núcleo de militares se enfrentó
directamente al ejército de ocupación. Todo parece indicar que la defensa se
improvisó rápidamente la misma mañana, sin plan previo, por un reducido
grupo de oficiales de artillería e infantería a los que unían lazos de amistad
y por el servicio común en la Armada y la defensa de Cádiz. Ello sin menos-
cabo de los numerosos enfrentamientos sostenidos mayoritariamente por
paisanos en otras calles de la Villa, algunos de considerable entidad, como
los de la Puerta del Sol, y calle San Bernardino, frente al cuartel del Conde-
duque.
El Ejército español tenía órdenes de acuartelarse y no intervenir. A
pesar de ello, una compañía de infantería del Regimiento de Voluntarios
de Estado abandonó a primera hora su cercano cuartel, cediendo su coro-
nel probablemente ante la presión de varios oficiales, notablemente su
sargento mayor Romero y el teniente Ruiz. No hay que descartar que la
salida de dicha fuerza se produjera antes de que llegara la orden de no
intervención.
A llegar el jefe del Parque, Daoiz, se encontró con el lugar en completa
ebullición, al destacamento francés encerrado y custodiado por la infantería
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 171

y al paisanaje muy alterado, por lo que ante los hechos consumados y de


muy difícil encauzamiento sin derramamiento de sangre española, accedió
a permitir el reparto de armas. A continuación se decidió defender el cuar-
tel contra la más que segura reacción de los franceses.
La defensa se articuló entorno a cuatro piezas de artillería según los tes-
timonios más fiables, de las que al menos tres se sacaron al exterior. Los
artilleros y paisanos sirvieron las piezas e hicieron fuego de fusil desde esas
posiciones, ayudados de algunos soldados de infantería, mientras que otros
se encargaban de vigilar las zonas interiores y traseras del complejo de edi-
ficios. Fue una resistencia sin esperanza, dada la orden de no intervenir
decretada a la guarnición española esa misma mañana.
Hoy quedan pocas dudas de la identificación de la unidad atacante, en
contra de lo afirmado por Novella, Pérez de Guzmán y muchos otros auto-
res sucesivamente, que citan a la división westfaliana, la 2.ª división de
infantería, brigada Lefranc, Regimientos 5.º y 6.º provisionales, (el 6.º com-
puesto mayoritariamente por italianos). La fuerza se componía de unos
1.500 hombres apoyada por varios cañones. La topografía de las calles
adyacentes a Monteleón dificultó el avance imperial en masa y explica que
la resistencia pudiera prolongarse unas dos horas.
El final de la resistencia se produjo tras al menos dos intentos de tomar
el lugar por la columna enemiga que atacó desde las calles San Bernardo,
Fuencarral, y luego desde las tres calles que daban al arco de entrada del
Parque. La falta de municiones de fusil y probablemente de boca para
metralla y bala de cañón, aceleró el final, que se produjo tras un confuso
intento de parlamento iniciado por los atacantes según los testimonios
mayoritarios. La fuerza atacante arrolló a los escasos defensores que se
mantenían en pie al mando de Daoiz, pasando a cuchillo a todos los que
encontraron a su paso hasta el interior del patio del Parque. Una parte de la
compañía del Regimiento de Estado y algunos paisanos resultaron indem-
nes al estar dispersos por los edificios y partes interiores.
Parece probable que algunos oficiales aprovecharon la circunstancia de
la muerte o dispersión de los testigos principales para atribuirse protago-
nismo en la defensa de Monteleón, cuando en realidad o no estuvieron allí
o su papel fue meramente pasivo. Los únicos oficiales destacados en la
defensa fueron Daoiz, Velarde y Ruiz.
Un puñado de militares y civiles luchó y murieron juntos bajo el arco de
Monteleón hace ahora doscientos años. Intentar aclarar como sucedieron los
hechos es deber del historiador. Aquel hecho y la sublevación de España no
tuvieron igual en ningún país de los ocupados por la invasión napoleónica
de Europa.
172 JOSÉ MANUEL GUERRERO ACOSTA

Trascripción del informe emitido por la Dirección Gral. de Artillería


sobre la Manifestación del Parque de Artillería el 2 de mayo, por el
coronel Rafael de Arango (AGMS, sección 2.ª, división 8.ª legajo 121)
s. d. (1835) y autor anónimo, probablemente el Tte. General Joaquín
Navarro Sangrán)

No puede darse cosa mas indigesta que el folleto ridiculamente titulado


Manifestación del parque de artillería de Mad. El dia 2 de mayo de 1808 por
el coronel de cab.ª dn Rafael de Arango, entonces tte de dicho Rl cuerpo.
No hay en tal folleto lenguaje correcto, no hay estilo, no hay más que
declaraciones vagas llenas de voces exoticas y barbaras y un constante pro-
posito de llamar dho R. Arango la atención hacia si mismo, sin que por
tanto refiera hecho alguno propio que le merezca este honor. Tampoco hay
novedad en lo que refiere y si muchos errores o por lo menos inexactitudes
de que se apuntarán algunas sin entrar en criticar las reflexiones que emite
porque estan al alcance del mas torpe y por otra parte no lo merecen.
Es inexacto lo que dice en la pagina 3.ª de la carta del oficial de Tole-
do pues que el dia 1.º no hubo tal esta y si habia ocurrido en los dias ante-
riores alguna conmoción con motivo de haber querido esparcir un folleto
impreso en una impta. De la calle de la Zarza sbe el regreso de Carlos 4.º
al trono.
Tampoco se cree cierto el desafio de Daoiz del que habla en la pag.ª 4.ª
No es cierto que fuese Daoiz al Parque antes que Velarde como dice en
la pg.ª 5.ª y lo que si es cierto que a la llegada del 1.º a dicho puesto ya
encontró a Velarde; a Ruiz el oficial de Voluntarios de Estado, al pueblo
alborotado, los franceses que estaban aquartelados encerrados en una cua-
dra y todo en combustión, motivo por el qual no pudo cumplir las ordenes
que llevaba que dejó en atención de las circunstancias que eran ya las mas
imperiosas.
Lo que dice en la misma pag.ª 5.ª de haberse ocupado de poner piedras
en los fusiles de la sala de armas parece un dislate, pues que habia fusiles
corrientes y ademas las piedras estarian en los almacenes de donde no
pudo tomarlas por la ausencia que supone de guarda almacen que tampo-
co es cierta, como reclamó despues el honrado Buenamanoiz (?) porque
esta especie ya corrió entonces.
Otro error muy grueso para quien cuenta tan minuciosamente lo que
dice hizo y presencio es decir que el tent. Ruiz fue herido en el brazo quan-
do este valiente oficial fué atravesado de un balazo que le entró por el
pecho y le salió por la espalda, de cuyas resultas murio en el año siguien-
te pues con las fatigas de la guerra nunca pudo cerrarle la herida.
1808-2008: ¿QUÉ PASÓ EN LA DEFENSA DEL PARQUE DE MONTELEÓN? 173

Todo lo demas que refiere dicho Arango relativo asimismo, visitando al


Gral O’Farril, a su hermano el Intendente, su marcha al Exto &d. es ageno
de la qüestion y hasta inverosimil conociendo el circunspecto caracter de
dicho Gral y su critica posicion en aquellos delicados momentos.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO
SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA CLÁSICA?
EL CASO DE AMIANO MARCELINO
María Luisa HARTO TRUJILLO1

RESUMEN

La temática de la historiografía clásica es esencialmente militar. Los


historiadores mencionan las causas de las guerras, el desarrollo de las bata-
llas, sus consecuencias... y, por supuesto, mencionan las tareas de sus gene-
rales, entre las que estaba la de pronunciar arengas.
Las arengas historiográficas serían, pues, recreaciones de lo que los
generales pronunciaban en el campo de batalla, y en ellas se recogen tópi-
cos con los que se arengaba al ejército: la confianza en su valor, la justicia
de su causa, la defensa de la patria y de la libertad, la ayuda divina, la críti-
ca a los enemigos, la necesidad de vencer y aniquilar, lo que conseguirían
en caso de victoria (botín y gloria), la vergüenza de la huida y una exhorta-
ción final a luchar y a morir si era necesario.
Desde el siglo V a.C. con Tucídides y la Guerra del Peloponeso, hasta el
siglo IV d.C. con la Historia de Amiano Marcelino y las campañas de Julia-
no, asistimos a numerosas arengas en las que se repiten siempre estos tópi-
cos, mencionados además en los mismos lugares del discurso, demostrán-
dose que los historiadores griegos y romanos conocían la obra de los
autores anteriores y conocían también, como buenos militares en muchos
casos, la actividad y el oficio de sus generales.

PALABRAS CLAVE: Historiografía latina. Discursos militares. Tópicos.


Amiano Marcelino.

1 Profesora titular de Filología Latina de la Universidad de Extremadura.


176 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

ABSTRACT

The theme of classic historiography is essentially military. Historians


mention the causes of wars, the development of battles, its consequences...
and, of course, mention the work of his generals, among which was the ren-
dering harangues.
These harangues of historiography would be therefore recreations of
what the generals said ruling on the battlefield, and they reflect topics with
which you can harangue soldiers: confidence in their courage, justice of
their cause, defending the homeland and freedom, God’s help, the criticism
of the enemies, the need to conquer and annihilate, which would win in the
event of victory (loot and glory), the shame of flight and a final exhortation
to fight and die if needed.
Since the V century BC with Thucydides and the Peloponnesian War,
until the fourth century AD with the history of Ammianus Marcellinus and
campaigns of Juliano, we find numerous harangues in which these topics
are always repeated, also referred to the same parts of speech, demonstra-
ting that Greek and Roman historians knew the works of authors past and
knew also, as good soldiers in many cases, activity and craft of his generals.

KEYWORDS: Latin Historiography. Military discourses. Topics.


Ammianus Marcellinus.

*****

Introducción

a historiografía en Roma era un género literario. Eso significa que el

L historiador, al escribir, debía tener en cuenta tanto el contenido de lo


que narraba, como el estilo de su obra.
Pues bien, en cuanto al contenido, la historiografía latina se caracteriza
por contar hechos trascendentes para el pueblo romano y de naturaleza
esencialmente militar. Además, no olvidemos que, con frecuencia, el histo-
riador clásico era un político o un militar que ofrecía su propia versión de
hechos en los que había intervenido él mismo2.

2 No podemos olvidar a historiadores latinos que eran también políticos y militares como Fabio Pic-
tor, Cincio Alimento, Salustio, Julio César, Tácito, Dion Casio o Amiano Marcelino, que se pre-
senta a sí mismo en su obra como miles quondam et graecus, es decir, como «antiguo soldado y
de origen griego» (Hist.31,16,9).
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 177

Esto le hacía rechazar minucias o hechos intrascendentes3, centrar su


obra en Roma, en su pasado y en su presente, con la finalidad de corregir
los males de su época y buscar aquella virtus y aquellas viejas tradiciones y
costumbres que habían engrandecido la patria.
Por supuesto, el tema central para los historiadores latinos será, pues, el
militar, es decir, el relato de guerras, fundamentalmente contra pueblos
extranjeros, pues serían esas guerras las que habían permitido la expansión
de su imperio. No en vano, J. Bartolomé afirma: «La historia de Roma, y la
historia antigua en general, es una historia de hechos y, sobre todo, de hechos
de guerra, es en gran medida una historia militar; por lo tanto, un historiador
que pretenda dar cuenta de ella desde sus orígenes se verá obligado a cons-
truir una obra en la que los relatos bélicos sean parte fundamental de ella»4.
Además, si tenemos en cuenta que, según Tito Livio (I,19,2-3), las puer-
tas del templo de Jano, que permanecían cerradas en Roma en tiempo de paz,
se cerraron tan solo en dos ocasiones desde el reinado de Numa Pompilio
hasta el nacimiento del Imperio con Augusto (es decir en unos ocho siglos),
comprendemos que la guerra y el mundo militar tuvieron gran trascendencia
en la vida, en la historia y, por tanto, también en la historiografía de Roma.
Así pues, en cuanto al contenido, la historiografía latina era una histo-
riografía fundamentalmente militar.
Ahora bien, hemos afirmado también que la historiografía era un géne-
ro literario5 y que, por lo tanto, el historiador debía escribir su obra enri-
queciéndola con recursos de lengua y estilo, que la dotaran de ese carácter
literario. De ahí la inclusión de metáforas, comparaciones poéticas, des-
cripciones, digresiones, cartas, retratos y discursos.
Pues bien, en estas páginas, queremos centrarnos en uno de estos recur-
sos literarios utilizados por los historiadores, los discursos y, en concreto,
queremos centrarnos en los más característicos dado el tema de su obra, las
arengas militares.
Y es que, todos sabemos que, entre las tareas propias de un general, está
la de exhortar y enardecer los ánimos de sus hombres antes de la lucha.
Así lo reconoce el historiador Q. Curcio en su Historia de Alejandro
Magno: «Entre tanto, Artabazo desempeñaba todas las funciones de un autén-

3 El propio Amiano Marcelino dirá: «Y es que la historia suele narrar hechos esenciales y no escu-
driñar minucias y acciones insignificantes, que si alguien quisiera conocer es como si pretendiera
que se pueden contar esos pequeños corpúsculos que flotan en el vacío y que, entre los griegos,
reciben el nombre de ´átomos´» (Hist. 26,1,1).
4 BARTOLOMÉ, J.: Los relatos bélicos en la obra de Tito Livio. Vitoria, 1995, p.24.
5 Cicerón dijo que la historiografía era un opus oratorium maxime (De leg. I,5,21), es decir un géne-
ro oratorio o propio de oradores formados en la retórica y en el arte de la palabra.
178 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

tico general: merodeaba en torno de las tiendas de los persas, los exhortaba, les
llamaba la atención ora individualmente, ora en conjunto» (Alex. V,9,17).
Por tanto, si los generales en el mundo clásico pronunciaban arengas, es
lógico que los historiadores, al relatar las guerras, recogieran también aren-
gas en sus obras.
Ahora bien, dado el carácter literario de esas obras, hemos de conside-
rar que los historiadores «adornaban» esas arengas y, si bien se atienen en
gran parte al contenido real que pudo pronunciarse en las batallas o en las
asambleas previas a esas batallas, lo cierto es que, en las arengas de la his-
toriografía latina, encontramos una serie de recursos estilísticos que nos
hacen analizarlas como auténticas joyas de la retórica y de la literatura.

Tópicos de las arengas historiográficas

Hemos analizado los tópicos que suelen aparecer en las arengas de la


historiografía clásica, y hemos observado que, de manera muy significati-
va, aparecen temas y elementos comunes en historiadores tan distantes cro-
nológicamente como Tucídides (s. V a.C.) o Amiano Marcelino (s. IV d.C.).
Tanto en el tema como en el léxico o en los recursos estilísticos, los his-
toriadores se sirven de los mismos tópicos que habían utilizado los autores
anteriores. Sin duda, este hecho se debe, en parte, a la semejanza de las
situaciones en las que se pronunciaban las arengas, pues es lógico que un
general, en cualquier época, recuerde a sus hombres antes de una batalla la
importancia de lo que se juegan, el valor que ya han demostrado con ante-
rioridad, la superioridad de sus recursos frente a los del enemigo, el botín y
la gloria que conseguirán en caso de victoria...
De hecho, ya Vegecio, en su tratado militar conocido como Epitoma rei
militaris o De re militari (III,12), escrito en el siglo IV d. C., había men-
cionado los temas que debían ser citados por un general en una arenga:
«Con las advertencias y la exhortación del general aumenta el valor y el
ánimo del ejército, sobre todo si, acerca del combate ya inminente, se expo-
nen ante los hombres razones por las que deben confiar en obtener fácil-
mente la victoria. Además, se les debe demostrar la desidia y los errores del
enemigo, y se debe aludir igualmente a una victoria obtenida ya con ante-
rioridad sobre ellos... Por otra parte, deben exponerse aspectos que, movién-
doles desde la ira y la indignación, lleven a los soldados a odiar a sus ene-
migos».
Pero no se trata sólo de la mención de los mismos tópicos. Es que, ade-
más, de aquellos instrumentos de persuasión de los que hablaba Aristóteles
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 179

(«písteis»), dividiéndolos en racionales (inductivos o deductivos) y emoti-


vos (ethos y pathos), en las arengas recogidas por los historiadores romanos
no se juega tanto con argumentos racionales como con aspectos emotivos,
pues se pretende o bien enardecer a los soldados, o bien conmover a los lec-
tores de esa obra. Por eso, se recurre a elementos esenciales tanto para el
individuo como para la colectividad, y se alude también a factores religio-
sos, políticos, morales y materiales. De ahí la presencia de tópicos como el
honor, la libertad, el botín, la facilidad de la victoria, los dioses, la patria...
Para nuestro estudio, si bien tenemos en cuenta la historiografía griega,
hemos analizado fundamentalmente las obras de la historiografía latina
comprendidas desde los orígenes de su literatura (s. III a.C.) hasta el final
del Imperio en el siglo V d.C., cuando se deja ya paso a la historiografía
cristiana y medieval, y hemos observado que aquellos tópicos o factores que
suelen utilizar los generales (o los historiadores) para arengar a su ejército
son los siguientes:
1. Un vocativo o forma especial de dirigirse a los soldados.
2. La mención al hecho de que las palabras no aportan valor.
3. Recuerdo de victorias pasadas y del valor ya demostrado.
4. Críticas contra el enemigo, al que se considera inferior.
5. Se afirma que el momento es decisivo.
6. Se considera la situación propicia.
7. Mención al motivo de la lucha:
7.1. La patria.
7.2. La libertad.
8. Se pide o reconoce la ayuda divina a la causa propia.
9. Justicia de esa causa.
10. Se critica la posibilidad de huir.
11. No basta con vencer, hay que aniquilar (Carthago delenda est).
12. Recompensas y amenazas en función del resultado de la batalla.
13. Exhortación final a vencer o a morir.
Además, hay que señalar que, de manera muy significativa, de estos tópi-
cos, los tres primeros suelen aparecer en el inicio de las arengas, que es el
momento apropiado para ganarse la atención y la voluntad de los receptores.
Por eso, al principio, el general llama a los soldados de una manera
determinada, resta importancia a sus propias palabras frente al valor de sus
hombres, y muestra su confianza en ellos, para lo cual les recuerda victo-
rias pasadas, conseguidas en muchas ocasiones luchando juntos.
Una vez preparado y ganado el auditorio, en el cuerpo de la arenga, el
general suele hablar de temas ya centrados en la batalla inminente, como la
inferioridad del enemigo, el motivo por el que van a luchar (normalmente la
180 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

patria y la libertad), la justicia de su causa, que hará que los dioses les sean
propicios, el botín que obtendrán en caso de victoria, o las duras conse-
cuencias que les aguardan en caso de huida o de ser derrotados.
Ya el final de la arenga es el momento de resumir en pocas palabras lo
indicado y, sobre todo, de lanzar una exhortación final con un imperativo
que encienda definitivamente a los hombres y les lleve a luchar y a morir si
es necesario.

El caso de Amiano Marcelino

Podíamos poner muchos ejemplos de cada uno de estos tópicos en dis-


tintas arengas de la historiografía latina, pero hemos optado por ofrecer una
arenga concreta y señalar en ella la manera que tenían los generales roma-
nos de arengar a sus ejércitos, y especialmente cómo los historiadores reco-
gían y «adornaban» esas palabras para conseguir las tres finalidades que
debía tener un discurso según la retórica clásica: delectare, docere y move-
re, es decir, deleitar, enseñar y mover.
Para ello nos vamos a centrar en una arenga de Amiano Marcelino, histo-
riador que conocía perfectamente el mundo militar, ya que, como hemos apun-
tado con anterioridad, fue miles quondam, es decir, escribió ya al final de su
vida sobre batallas y campañas militares en las que había intervenido él mismo6.
Además de esa condición personal como militar, que le lleva a ser muy
apropiado para ofrecer arengas en su obra, Amiano vivió un momento deci-
sivo en la historia del imperio romano, ya que su vida habría transcurrido
entre el 330 y el 400 d.C. es decir, le correspondió vivir el siglo IV d. C., un
siglo muy conflictivo en la historia de Roma, ya que el imperio estaba sumi-
do en una profunda crisis económica, política, social, religiosa y militar, una
crisis en la que unos pocos romanos tradicionales, con fe en esa Roma glo-
riosa del pasado, se agruparon en torno al emperador Juliano el Apóstata y
buscaron una regeneración de Roma en todos los aspectos, intentado con
ello la recuperación de la religión pagana frente al emergente cristianismo,
la recuperación de la gran literatura y de la cultura clásica, la recuperación
de las costumbres antiguas frente a la hipocresía y los vicios de su época y,
por supuesto, la recuperación o, al menos, el mantenimiento de las fronte-
ras y de la fortaleza del ejército que había conquistado esas fronteras.

6 Si Amiano había nacido en torno al 330, sabemos que en el 353 formaba ya parte de los protecto-
res domestici, un cuerpo selecto del ejército encargado de distintas misiones, y en el que Amiano
estaba a las órdenes de Ursicino, su gran amigo y protector.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 181

Además, desde el punto de vista literario, Amiano reniega también de


los historiadores contemporáneos, preocupados por minucias, biografías y
anécdotas, o por relatos breves, frente a los cuales él escribió una historia
de Roma desde Nerva hasta Valente, es decir, desde el 96 d.C. hasta su pro-
pia época, en concreto hasta la muerte de Valente en la batalla de Adrianó-
polis, luchando contra los godos en el 378 d.C.
Tristemente, de los 31 libros que componían su obra, tan solo hemos con-
servado a partir del 14, precisamente el momento en el que Amiano empieza a
intervenir directamente en los hechos, ya que entre los libros 14 y 31 se relatarí-
an los sucesos acaecidos en el imperio romano desde el 353 hasta el 378 d.C.,
unos años caracterizados por los conflictos civiles entre emperadores y césares
(Constancio II, Galo, Juliano, Valentiniano o Valente), con luchas y asesinatos
entre ellos, e igualmente serían años de intentos de sublevación de ejércitos y
civiles, y especialmente de un afán desesperado de los romanos por mantener las
fronteras de su imperio frente al ataque de godos, vándalos, hunos, persas, etc.
Son años, pues, conflictivos, de crisis en todos los aspectos y de luchas
y batallas por recuperar la grandeza del imperio. No es extraño, entonces,
que a este historiador se le haya considerado como «El último gran repre-
sentante de la historiografía latina», pues es el último gran historiador de
Roma que, recogiendo el testigo de Julio César, Salustio, Tito Livio o Táci-
to, nos cuenta las batallas y las guerras claves en la historia de Roma.
En su relato, el gran héroe de nuestro historiador, pues simbolizaba su
esfuerzo por recuperar ese pasado glorioso, fue Juliano el Apóstata, autén-
tico protagonista de los libros 15 a 25 de la obra. De hecho, se ha apuntado
que la intención de Amiano fue terminar su Historia en el libro 25, cuando
muere Juliano en plena batalla en la campaña persa.
Por ello, hemos seleccionado para nuestro análisis una arenga que
habría pronunciado Juliano al comenzar esa campaña (Hist. XXIII,5,15-25),
una campaña en la que había participado Amiano Marcelino, que habría
escuchado numerosos discursos del emperador y que es, de hecho, nuestra
fuente más fiel para conocer dicha empresa, si bien no sabemos muy bien
el papel concreto que desempeñaba en la expedición.
Hemos de indicar asimismo, que no es una arenga pronunciada en plena
batalla, o en los momentos previos a una batalla, arengas que suelen ser
muy breves, vivas, con numerosos imperativos, frases cortas y, en general,
exhortaciones a luchar y a morir matando a los enemigos. Por el contrario,
la arenga que vamos a comentar habría sido la que pronunció Juliano ante
el ejército formado para partir en la campaña, lo cual hace que el historia-
dor se recree en los preparativos, describiendo el ambiente, los gestos del
orador, etc. Sí encontramos, no obstante, numerosos tópicos que hemos
182 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

mencionado anteriormente como propios de las arengas romanas.


El discurso de Juliano (o mejor de Amiano Marcelino) es el siguiente:

«Ante esto, una vez destruido el puente después de que


todos lo hubieran cruzado, tal como hemos señalado, el empe-
rador creyó que lo más urgente era hablar a los soldados, que
marchaban intrépidos y confiados en sí mismos y en su líder.
Así pues, dada una señal mediante las trompetas, habiéndo-
se reunido ya todas las centurias, cohortes y manípulos, Juliano
se colocó sobre un montón de tierra, rodeado por los hombres
de más alto rango y, con voz serena, contando con la simpatía
general habló de este modo:
Al observar vuestras enormes fuerzas y vuestro ánimo, mis
muy valientes soldados, he decidido reuniros para mostraros con
múltiples argumentos que ésta no es la primera vez, a pesar de lo
que dicen algunos malintencionados, que los romanos invaden
Persia. Pues, para no mencionar a Lúculo7 o a Pompeyo8 (quie-
nes, a través de los albanos y de los masagetas, a los que ahora
denominamos alanos, penetraron también en esta nación y llega-
ron a los lagos Caspios) sabemos que Ventidio, el legado de
Antonio, causó calamidades sin número en estas tierras9.
Pero, para no aludir a tiempos remotos, me referiré a lo que
nos ha transmitido la historia reciente: Trajano10, Vero11 y Seve-
ro12 regresaron de aquí victoriosos y cargados de trofeos. Y el
joven Gordiano, cuyo monumento vemos ahora con respeto,
hubiera regresado con igual esplendor si en Resaina, después de

7 Lúculo fue un destacado político y militar romano, que vivió en el siglo I a.C., cónsul en el 74 a.C.
y vencedor de la Tercera Guerra Mitridática en Asia Menor, por lo tanto vencedor en las tierras que
ahora pretende invadir Juliano.
8 Pompeyo el Grande, gran general y político romano, recibió del Senado la tarea de terminar la gue-

rra contra Mitrídates iniciada por Lúculo, obteniendo importantes victorias en Asia que le permi-
tieron entregar a Roma las provincias de Armenia, el Cáucaso, Siria o Judea.
9 Ventidio fue enviado por Marco Antonio en el 40 a.C. para expulsar a los partos que habían inva-

dido la provincia romana de Siria, obteniendo importantes victorias contra éstos.


10 Trajano, emperador en Roma desde el 98, inició en el 113 una guerra contra los partos, consiguien-

do con sus victorias la anexión de Armenia, Asiria y Mesopotamia, con lo cual el Imperio alcanza-
ba su máxima extensión. Lamentablemente, murió en el viaje de vuelta de esta campaña en el 117.
11 Lucio Vero fue co-emperador en Roma junto a Marco Aurelio. Fue destinado a Oriente entre el

162 y el 166, dirigiendo una nueva campaña contra los partos. Consiguió importantes triunfos que
permitieron que Roma ostentara de nuevo el control sobre Armenia y Mesopotamia occidental.
12 Severo fue emperador en Roma desde el 193 hasta el 211. Sus mayores triunfos militares se pro-

dujeron luchando también contra los partos, a los que venció consiguiendo que Mesopotamia vol-
viera a caer bajo el poder romano.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 183

vencer y poner en fuga al rey de los persas, no hubiera caído por


una impía herida causada por la facción de Filipo, prefecto del
pretorio, que contó con la ayuda criminal de unos pocos,
muriendo Gordiano en el mismo lugar donde está sepultado. Sin
embargo, sus manes no anduvieron errantes y sin venganza
durante mucho tiempo, porque, como si la justicia hubiera cali-
brado los hechos, todos los que conspiraron contra él y planea-
ron su muerte, murieron después de terrible agonía13.
A aquellos emperadores, ávidos de empresas elevadas, fue
su voluntad la que les impulsó a realizar hazañas memorables.
Pero a nosotros nos impulsan la terrible calamidad de las ciuda-
des capturadas recientemente, las sombras sin venganza de ejér-
citos enteros asesinados, la magnitud de los daños y la pérdida
de campamentos. Así pues, en nuestro intento de restablecer el
pasado, contamos con los deseos comunes de todos, por lo cual,
una vez fortalecida la seguridad del estado en esta zona, reali-
zaremos hazañas por las que la posteridad podrá encomiarnos.
Con la ayuda de la divinidad eterna, yo estaré siempre con
vosotros, como emperador, líder y camarada, contando, como
espero, con auspicios favorables.
Pero, en el caso de que la inconstancia de la fortuna me batiera
en alguna contienda, para mí será suficiente el haberme sacrificado
por el mundo romano, al igual que hicieron los antiguos Curcios14,
los Mucios15 y el noble linaje de los Decios16.

13 Gordiano fue nombrado emperador a los 13 años, en el 238. En el 241 los persas invadieron
Mesopotamia, ante lo cual el emperador se puso en marcha con su ejército hacia Oriente Próxi-
mo. Tras alguna victoria, encargó el liderazgo de los pretorianos a Filipo. A pesar de que fuentes
árabes apuntaban que fueron ellos los que mataron a Gordiano en una batalla, fuentes romanas,
de acuerdo con lo dicho por Juliano en su arenga, aseguraron que Filipo asesinó a Gordiano por
ambición al trono imperial, siendo de hecho proclamado emperador a la muerte de Gordiano.
14 Como relatan Tito Livio (VII,6,1) o Valerio Máximo (V,6,2), en una ocasión, en el suelo del foro
romano se abrió una grieta enorme que, según el oráculo, sólo podía rellenarse con aquello en lo
que más destacaba el Imperio Romano. Ante esto Curcio, creyendo que Roma sobresalía funda-
mentalmente por su valor guerrero, se cubrió con sus insignias militares y se lanzó a aquella sima,
recuperando entonces la tierra su estado original.
15 Cuenta Valerio Máximo (III,3,1) que Gayo Mucio, para terminar con el ataque que el rey etrusco
Porsena dirigía contra Roma, penetró a escondidas en su campamento e intentó darle muerte. No
pudiendo conseguirlo, fue apresado por los etruscos, y sufrió el tormento de que le abrasaran la
mano derecha, tormento que él soportó, considerándolo incluso merecido por no haber sido capaz
de terminar su tarea, lo cual le valió el perdón del rey y el que, al regresar a Roma, recibiera el
sobrenombre de Escévola, «el zurdo».
16 Publio Decio Mus y Tito Manlio Torcuato eran cónsules y dirigían el ejército romano en la pri-
mera guerra Latina. Ante un sueño en el que se les decía que uno de ellos tendría que morir para
184 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

Debemos acabar con el más enojoso de los pueblos, en cuyas


espadas quedan restos aún de la sangre de nuestros amigos.
Nuestros antepasados necesitaron muchas generaciones para
erradicar completamente lo que les perjudicaba. Cartago sólo fue
derrotada después de una complicada y larga guerra, pero nues-
tro insigne líder temió que ésta pudiera sobrevivir a su derrota17.
También Escipión destruyó completamente Numancia después
de arrostrar las múltiples dificultades que conlleva un asedio18.
Roma destruyó Fidenas para que no surgieran ciudades
émulas de su imperio19, y ésta fue también la razón por la que
oprimió a los faliscos y a los de Veyes, de manera que ni siquie-
ra el recuerdo del pasado puede convencernos fácilmente de que
estas ciudades fueron poderosas algún día20.
Os he expuesto estos hechos como conocedor del pasado. Sólo
resta que, olvidando la codicia, que con frecuencia ha tentado a los
soldados romanos, avancéis todos en formación y que, cuando lle-
gue el momento de la lucha, cada uno siga a sus propias insignias y
sepa que, si se echa atrás, será abandonado con las piernas cortadas.
De los enemigos, que son muy astutos, no temo nada más
que sus engaños y trampas.
En suma, os prometo a todos y cada uno de vosotros que,
una vez logremos el triunfo y se calme esta situación, rechazan-
do todas las prerrogativas de esos príncipes que piensan que, en
función de su autoridad, todo lo que dicen o plantean es justo,
daré cuentas a quien me lo exija de mis decisiones, ya sean
correctas o erróneas.

que las tropas del otro venciesen, Publio Decio se lanzó él solo contra los enemigos, ofreciendo
así su vida en una devotio, o sacrificio en el que un militar se lanzaba contra el ejército enemigo
para obtener así la ayuda divina para su causa (Valerio Máximo I,7,3; V,6,6).
17 Alude Juliano a las palabras atribuidas a Catón el Viejo, quien con su frase Carthago delenda est
(«Cartago debe ser destruida»), insistía siempre en que no bastaba con vencer a los cartagineses
en las Guerras Púnicas, sino que había que aniquilarlos, para que no volvieran a constituir un peli-
gro.
18 Tras varios años de conflictos y batallas contra los romanos, en el 133 a.C., los numantinos, se
suicidaron y prefirieron morir antes que ser sometidos por los romanos.
19 Fidenas era una ciudad etrusca cercana a Roma, con la que luchó durante cuatro siglos, hasta que,
en el 435 a.C., vencida definitivamente, fue destruida y saqueada por los romanos, que esclavi-
zaron a todos sus habitantes.
20 Faleria, Veyes y Fidenas estaban aliadas contra Roma, siendo derrotadas, como indicamos en la
nota anterior, en el 435 a.C. Faleria no fue destruida entonces, por lo que continuó hostigando a
los romanos, hasta que, en el 241 a.C., tras una nueva rebelión, fue finalmente sometida. En cuan-
to a Veyes, fue conquistada de forma definitiva en el 396 a.C.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 185

Por ello, ya desde ahora, levantad –os lo pido–, levantad


vuestros ánimos a la espera de muchas y grandes hazañas,
sabiendo que afrontaréis cualquier dificultad que se nos presen-
te compartiendo mi destino. Y pensad que la victoria suele
acompañar siempre a la justicia.
Una vez concluido este discurso tan optimista, los soldados,
exultantes con la gloria de su general y con grandes esperanzas en
un futuro próspero, levantaron sus escudos, y gritaron que no temí-
an ningún peligro ni dificultad alguna, si contaban con un empe-
rador que se imponía a sí mismo más dureza que a sus soldados.
De entre todos, los que demostraban una mayor alegría en
sus gritos eran los galos, pues recordaban las ocasiones en que,
dirigidos por este emperador, habían visto cómo caían algunos
pueblos y cómo otros pedían perdón suplicantes, mientras Julia-
no iba de compañía en compañía durante el combate».

Como vemos, es un largo discurso, pronunciado por Juliano al inicio de


la campaña contra Persia, un discurso en el que el orador intenta ganarse la
voluntad de sus soldados, mientras que el historiador recuerda los logros
pasados de Roma e intenta con ello ganarse también el patriotismo de unos
romanos que vivían sumidos en una profunda crisis política, religiosa,
social y económica.
Este discurso se pronunció realmente y, casi con total seguridad, fue
escuchado por Amiano Marcelino, que acompañaba a Juliano en la expedi-
ción, si bien fue adornado por el historiador con la inclusión de tópicos pre-
sentes en numerosas arengas de la historiografía latina de sus diferentes
épocas.
Así, si nos atenemos a la lista de tópicos mencionada con anterioridad,
podemos destacar que prácticamente todos los tópicos están presentes en
esta arenga, con la única excepción de la alusión al hecho de que las pala-
bras del general no aportan valor, un tópico que suele aparecer en los proe-
mios y con el que el general suele ganarse la atención y la voluntad de los
soldados, afirmando que el resultado de la batalla no depende de sus pala-
bras, sino del valor de sus hombres, un valor ya demostrado en numerosas
ocasiones.
Nos parece muy significativo que este tópico no aparece en ninguna de
las arengas que hemos encontrado en la obra de Amiano Marcelino21, lo

21 Historia XIV 7,13-15; XIV,10,10-16; XVI,12,8-13; XVI,12,18-19; XVI,12,28-34; XVI,12,38-41;


XXI,5,1-9; XXI,13,9-16; XXIII,5,15-25.
186 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

cual nos lleva a pensar que estas arengas, si bien recogen el sentir de los
generales emisores (Galo, Constancio II, Juliano...), serían reconstrucciones
del historiador, que no habría optado por su inclusión en este tópico en los
discursos.
Ante esta ausencia, el general o el historiador deben ganarse la volun-
tad de los receptores con el vocativo que les dirige al principio del discurso
(fortissimi milites) «mis muy valientes soldados».
En este caso, nos parece muy interesante que, mientras que el vocativo
más repetido en las demás arengas de la historiografía latina es el término
genérico milites «soldados», sin ninguna calificación afectiva o calificativa,
en las arengas de Amiano Marcelino no lo encontramos solo en ninguna
ocasión, decantándose siempre el historiador por otros vocativos más com-
plejos: viri fortes «valientes» (XIV,7,13-15); commilitones mei «compañe-
ros míos» (XVI,12,8-13); socii... commilitones... viri fortes «compañeros...
compañeros... valientes» (XVI,12,28-34); viri fortissimi «hombres valerosí-
simos» (XVI,12,38-41); magni commilitones «nobles compañeros»
(XXI,5,1-9); o amantissimi viri «amadísimos hombres» (XXI,13,9-16).
En todas estas arengas aparece, pues, sobre todo en las pronunciadas por
Juliano (XVI,12,8-13; XVI,12,28-34; XVI,12,38-41; XXI,5,1-9;
XXIII,5,15-25) la fuerte implicación que existía entre el César y sus hom-
bres, a los que no llama nunca simplemente «soldados», sino que se dirige
a ellos con superlativos o bien les califica como compañeros de armas
«commilitones».
Curiosamente, ya Suetonio, al tratar sobre la vida de los Césares roma-
nos, había afirmado que Julio César tampoco se dirigía nunca a sus hom-
bres simplemente como milites «soldados», sino como commilitones «com-
pañeros de armas», que tenía un carácter más afectivo22.
La contrapartida era el insulto, pues cuando un general quería exaltar el
ánimo de sus hombres, podía rebajar su categoría negándoles el calificativo
de soldados y llamándoles simplemente «ciudadanos, civiles» o quirites,
como nos cuenta también Suetonio:
«Pero con una sola palabra, llamándoles ciudadanos en lugar de solda-
dos, los conmovió y se los ganó tan fácilmente que, al punto, ellos respon-
dieron que eran soldados y que, aunque él se negara, le seguirían volunta-
riamente hasta África» (Julio Cesar, LXX).
Así pues, con el vocativo utilizado ya al principio de la arenga, Amiano
nos muestra la buena relación que existía entre Juliano y sus hombres.

22 SUETONIO: Julio César LXX.


¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 187

Otro tópico que suele aparecer en los proemios de las arengas de la his-
toriografía latina, y que tiene mucha importancia en las de Amiano Marce-
lino, y en concreto en la que centra nuestro interés, es el recordar las victo-
rias anteriores y el valor ya demostrado por los soldados, consiguiéndose
con ello que aumentara su confianza.
Este tópico se encuentra también en otras arengas de la obra de Amiano
Marcelino, como las que encontramos en XIV,10,10-16 o en XXI,5,1-9, pare-
ciéndonos muy significativo que, si en este último caso, aparece en boca de
Juliano en una arenga en la que se relatan sus éxitos luchando contra galos y
germanos, en la primera de las arengas mencionadas, está en boca de Cons-
tancio II, que como sabemos se enfrentó con su primo Juliano en guerra civil,
por lo cual, dados los elogios que dirige siempre Amiano Marcelino a Julia-
no, no es extraño que al terminar la arenga de Constancio, nos diga que ese
discurso no había suscitado un gran entusiasmo entre los soldados, pues «tras
numerosas campañas, sabían que podían contar con la fortuna del emperador
si se trataba de guerras civiles pero, en cambio, cuando se trataba de batallas
contra pueblos extranjeros, con frecuencia el resultado era dramático».
De nuevo, pues, vemos cómo la inclusión de este tópico en las arengas
le sirve al historiador para conseguir sus objetivos: elogiar las hazañas de
Juliano y, en el caso concreto de la arenga analizada en nuestro trabajo, elo-
giar las hazañas de héroes romanos del pasado como Escipión, Pompeyo,
los Curcios, los Decios... con lo cual intentaba despertar, de nuevo, el
patriotismo romano en ese siglo IV d.C., en el que el olvido de las viejas
glorias y de las viejas costumbres romanas habían sumido al imperio en una
profunda crisis.
Eso sí, de nuevo, la finalidad y la forma en la que está expresado este
tópico nos hacen ver en su redacción más la mano de un historiador que la
de un general ante su ejército, pues la inclusión de numerosas alusiones his-
tóricas es más propia de una obra escrita que de un discurso pronunciado en
plena campaña ante unos soldados.
Una vez ganada la voluntad con el vocativo inicial y aumentado el valor
de los hombres con el recuerdo de victorias pasadas, entraríamos ya en los
tópicos propios del centro o del cuerpo del discurso, aquellos que se basan
en los motivos de la lucha, en la lucha en sí y en lo que aguarda a los sol-
dados en caso de victoria o de derrota.
Pues bien, entre estos tópicos incluiríamos la justicia de la causa, la
defensa de la patria y de la libertad, el botín o la gloria conseguida en caso
de victoria, la mención a la ayuda divina, la crítica al enemigo, al que no
basta con vencer, sino que hay que aniquilar, la recriminación de la huida,
y la confianza en la victoria.
188 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

Todos ellos son utilizados en esta arenga. Así, en cuanto a la justicia de


la causa, dice Juliano (o Amiano Marcelino), que les impulsa no una volun-
tad individual, sino «la terrible calamidad de las ciudades capturadas recien-
temente, las sombras sin venganza de ejércitos enteros asesinados, la mag-
nitud de los daños y la pérdida de campamentos», pero por si esto fuera
poco, el discurso termina con una frase contundente: Aequitati semper sole-
re iungere victoriam «La victoria suele acompañar siempre a la justicia».
Y es que, como indica J.M.Roldán Hervás: «Para los romanos, toda
guerra debía ser justa, es decir, declarada según unas reglas de derecho
internacional, que, en Roma, estaban sometidas a las mismas normas del
derecho civil»23.
Desde luego, tanto los soldados como los lectores de una obra historio-
gráfica se sentirían reconfortados si el general –o el historiador– les decían
como hacen Juliano o Amiano que a la justicia de la causa le sigue necesa-
riamente la victoria. De este modo, si la lucha a la que se enfrentaban era
«justa», no debían preocuparse, pues obtendrían la victoria.
Unido a este tópico de mencionar la justicia de la causa, suele aparecer
la mención de que los soldados no luchan por una causa individual o egoís-
ta, sino por intereses comunes como la patria y la libertad. Estas son, para
A. Pariente, las razones que mueven las guerras, ya que, en su opinión: cual-
quier acto de guerra «se apoyará en los mismos razonamientos, aunque se
pretendan cosas contradictorias de una vez a otra. Y esas razones tópicas
son siempre las mismas, la patria y la libertad. Quizás alguna otra, pero
siempre más insignificantes»24.
Y esa defensa de la patria y de la libertad de los romanos es lo que
impulsó a Amiano Marcelino o a Juliano a pronunciar palabras como éstas:
«Para mí será suficiente haberme sacrificado por el mundo romano... Así
pues, en nuestro intento de restablecer el pasado, contamos con los deseos
comunes de todos, por lo cual, una vez fortalecida la seguridad del Estado
en esta zona, realizaremos hazañas por las que la posteridad podrá enco-
miarnos».
No podemos olvidar que ya Horacio, en el siglo I d.C., había dicho
Dulce et decorum est pro patria mori «Dulce y honroso es morir por la
patria» (Carm.II,13), si bien en las arengas de los generales de pueblos bár-
baros que lucharon contra los romanos suele achacarse siempre a los ejér-
citos romanos que eran un grupo de mercenarios que luchaban por el botín
y que no tenían ese sentimiento patriótico.

23 ROLDÁN, J.M.: El ejército de la república romana. Madrid, 1996, p.19.


24 PARIENTE, A.: Salustio. Política e Historiografía. Barcelona, 1973, pp.102-103.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 189

Tal vez el ejemplo más significativo en este sentido es el de la arenga


de Calgaco, general de los caledonios, que se enfrentaron a los romanos en
Germania a lo largo del s. I d.C., quien en una arenga recogida por Tácito
en el Agricola, dice refiriéndose a los romanos:
«Saqueadores del mundo, cuando les faltan tierras para su sistemático
pillaje, dirigen sus ojos escrutadores al mar. Si el enemigo es rico, se
muestran codiciosos; si es pobre, despóticos; ni el Oriente ni el Occiden-
te han conseguido saciarlos; son los únicos que codician con igual ansia
las riquezas y la pobreza. A robar, asesinar y asaltar llaman con falso nom-
bre imperio, y paz al sembrar la desolación... ¿Creéis que los romanos
conservan en la guerra un coraje parejo a su desenfreno en la paz? Famo-
sos gracias a nuestras desavenencias y discordias, convierten los defectos
de los enemigos en gloria para su ejército. Ejército al que, reclutado entre
pueblos muy diversos, las circunstancias favorables lo mantienen unido y
al que, por tanto, las adversas lo disolverán» (TACITO, Agric. XXIX, 4-
XXXIII,1).
Este concepto de ejército romano mercenario e individualista es el
que quiere evitar Amiano Marcelino, y de ahí sus continuas alusiones a
las glorias del pasado y a las hazañas que hicieron que Roma se convir-
tiera en dueña del mundo entonces conocido. De ahí también que, en la
arenga que estamos analizando, se les diga a los soldados y a los lecto-
res romanos: «Os he expuesto estos hechos como conocedor del pasado.
Sólo resta que, olvidando la codicia, que con frecuencia ha tentado a los
soldados romanos, avancéis todos en formación». Y es que, efectiva-
mente, sobre todo a partir de la reforma del ejército de Mario en el 106
a.C., el ejército romano se había «profesionalizado» y se había conver-
tido en un grupo de hombres que luchaban no tanto por la patria como
por la soldada y por la esperanza de alcanzar recompensas y un gran
botín.
En este sentido se expresa J.M. Roldán, para quien «La ley romana, en
caso de victoria, no preveía el derecho al botín del soldado-ciudadano a títu-
lo individual, pero, puesto que el Estado abstracto se concretaba en el
magistrado correspondiente encargado de dirigir la guerra, quedaba a su
albedrío el destino del botín, que, de acuerdo con las circunstancias, podía
ser reservado en su totalidad para el Tesoro o ser objeto de reparto. Estas
distribuciones y recompensas no podían dejar de tener implicaciones en la
propia idiosincrasia colectiva de la milicia»25.

25 ROLDÁN, J.M.: El ejército..., p.36.


190 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

Por eso, sobre todo ya en época imperial, cuando disminuye el sentido


patriótico y colectivo, los generales e historiadores insisten en recomendar
a los soldados que olviden la codicia personal y luchen por la patria.
Unido a la defensa de la patria y de la libertad, así como a este conven-
cimiento de que los soldados no deben luchar por motivos individuales
(botines y recompensas), sino por la colectividad, el general debe recordar
siempre a los soldados que es una vergüenza huir y abandonar a los com-
pañeros. Por ello, junto a las promesas de recompensas, encontramos en las
arengas continuamente amenazas y recriminaciones contra aquellos solda-
dos que mueran con heridas recibidas por la espalda.
De hecho ya Juliano había utilizado este recurso en otra arenga. En con-
creto, en XVI,12,38, cuando en una batalla contra los bárbaros de Chono-
domario, vio a sus soldados huir, relata Amiano Marcelino:
«Por ello, cuando el César observó desde lejos que la caballería no
encontraba otro recurso más que la fuga, espoleó a su caballo y se puso
delante de ellos para contenerles como si se tratara de una barrera.
Entonces, al reconocerle por la insignia púrpura del dragón, que estaba
ajustada a su enorme lanza y se desplegaba al viento como la piel seca de una
serpiente, el tribuno de uno de los escuadrones se plantó y, agitado, pálido y
temeroso, corrió presto a reanudar el combate. Y, como suele suceder en los
momentos críticos, el César se dirigió a ellos sin acritud y les dijo: «¿Adón-
de vamos a huir, valientes? ¿Acaso ignoráis que la huida nunca supone la sal-
vación e indica la estupidez de una empresa fracasada? Volvamos junto a los
nuestros para ser al menos partícipes de la gloria, pues, sin respeto alguno
hacia ellos, les hemos dejado luchando solos por la patria». Gracias a estas
afortunadas palabras, animó a todos a enfrentarse de nuevo al esfuerzo de la
lucha, imitando así a aquel famoso Sila quien, en una ocasión, cuando ya
estaban dispuestas las formaciones para entablar combate contra el general
de Mitrídates, Arquelao, se vio acosado en plena contienda y abandonado
por todos sus soldados. Entonces Sila corrió a la primera línea y, arrebatan-
do un estandarte, lo lanzó contra los enemigos diciendo: «Marchaos voso-
tros, a quienes elegí para acompañarme en el peligro, y cuando os pregunten
dónde está vuestro general, respondedles sin mentir: Está luchando él solo en
Beocia, derramando su sangre por todos nosotros»26.

26 Sila, que fue cónsul en el 88 y en el 80 a.C., y dictador en el 81 y en el 80 a.C., participó en nume-


rosas campañas militares como la guerra contra Mitrídates VI, rey del Ponto. Durante esta guerra,
consiguió victorias importantes como la de Queronea o la de Orcómenos, tras las cuales se firmó
finalmente un tratado de paz favorable a los intereses romanos, la llamada «paz de Dárdano» en
el 85 a.C.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 191

Es muy significativo en esta arenga cómo, tras las frases de Juliano


intentando que sus hombres no se rindan y no huyan, Amiano coloca otra
arenga similar pronunciada por Sila, lo cual incide en la idea de que los his-
toriadores conocían y manejaban arengas anteriores, que les servían de base
a la hora de escribir su obra. En concreto, esta arenga de Sila «recuperada»
por Amiano aparece en los Estrategemata de Frontino (II,18,12), el manual
militar escrito en el s. I d.C. que tuvo, como vemos, más importancia de la
que tradicionalmente se le ha dado.
Así pues, un buen general siempre debía pedir a sus hombres lo mismo
que les pedía Paulo, el general que dirigía a los romanos en la batalla de
Cannas contra los cartagineses:
«Resistid, os lo suplico, recibid con bravura el hierro en vuestro pecho y
descended hasta los manes sin ninguna herida por la espalda, soldados: nada
resta ya, salvo la gloria de morir. Seguiré siendo Paulo, vuestro general,
cuando lleguéis a la morada infernal» (SILIO ITÁLICO, Punica, X,6-11)27.
En el caso de Amiano Marcelino, las palabras que éste pone en boca de
Juliano en la arenga que estamos analizando son muy expresivas, ya que
habría amenazado al ejército con lo siguiente:
«Sólo resta que olvidando la codicia, que con frecuencia ha tentado a
los soldados romanos, avancéis todos en formación y que, cuando llegue el
momento de la lucha, cada uno siga a sus propias insignias y sepa que, si se
echa atrás, será abandonado con las piernas cortadas».
Así pues, en el recorrido que hemos venido haciendo por los tópicos de
las arengas historiográficas que aparecen en este discurso, hemos visto ya
que el general se gana la voluntad de sus hombres con un vocativo muy
marcado desde el punto de vista afectivo y encomiástico, que les recuerda
las victorias y las hazañas romanas, que habla de la justicia de su causa, de
la defensa de las fronteras, de la patria y de la libertad, además de pedirles
que olviden el individualismo y que luchen sin pensar ni en el botín ni en la
huida. Es el momento ahora, pues, de mencionar la ayuda divina, pues en
las arengas de la historiografía latina encontramos una fuerte presencia de
la divinidad, ya sea pidiendo el general la intervención de los dioses, o ya
sea incluso admitiendo y afirmando dicha intervención.
Por eso, cuando Flaminio, que dirigió a los romanos en la infausta bata-
lla de Trasimeno contra los cartagineses, despreció la ayuda divina en una

27 La batalla de Cannas, que se produjo en el 216 a.C. en el marco de la Segunda Guerra Púnica con-
tra el ejército de Aníbal, fue sentida por los romanos como la derrota más importante jamás sufri-
da. En ella perecieron tanto el propio cónsul Lucio Emilio Paulo, a quien se atribuyen las pala-
bras mencionadas, como 60.000 ó 70.000 romanos.
192 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

arenga, el resultado de la batalla no podía ser favorable. Estas fueron sus


palabras:
«Es cierto que los dioses nos ofrecen sus consejos, pero no penséis que
son como vosotros, que tembláis ante el sonido de la trompeta. Contra el
enemigo, la espada es un adivino bastante poderoso, y la fuerza de un brazo
armado proporciona un auspicio bello y digno del soldado latino... ¡La vana
superstición resulta deshonrosa en medio de una guerra! La única divinidad
que reina en los corazones de los guerreros es la virtud» (SILIO, Punica, V,
105-132)28.
Lógicamente, cuando se desprecia así la ayuda divina en Roma, la
derrota es segura. No olvidemos que, como afirmaba Polibio, lo que había
permitido a los romanos obtener su gran imperio era su reverente temor a
los dioses y su religiosidad.
Tan importante era para los romanos la confianza en la divinidad que,
sobre todo en las arengas de época republicana, mucho más patrióticas y
basadas en los valores tradicionales, se afirma en numerosas ocasiones la
presencia real de los dioses en la lucha. En este sentido, dirá el historiador
Tito Livio, Di hominesque illi adfuere pugnae «Dioses y hombres intervi-
nieron en aquella batalla» (VII,26,7-8).
También Frontino en su manual militar había narrado tretas y estratage-
mas con las que los generales convencieron a sus hombres de la presencia
divina. Por ejemplo cuenta cómo Aulo Postumio, en la guerra contra los lati-
nos, hizo que dos extranjeros aparecieran en la batalla montados a caballo
y persuadió a sus hombres de que se trataba de Cástor y Pólux (Strat.I,11,8).
Y parecida fue la treta del espartano Archidamo, pues hizo que, mientras los
hombres dormían, varios caballos rodearan el campamento dejando huellas
para que, por la mañana, los soldados creyeran que Cástor y Pólux les seguí-
an y les daban su apoyo (I,11,9).
Pero, tristemente para los romanos, a medida que terminó la república y
que se desarrolló el imperio, con el individualismo y el materialismo que
comenzaron a dominar la vida y el ejército romano, frente a los valores tra-
dicionales y colectivos, se perdió también la confianza en los dioses. Por
eso, en las arengas de Tácito, en concreto en las arengas de las Historiae, de
época imperial, dominadas por un ambiente pesimista y de alteración de
valores y estamentos, hemos encontrado la presencia divina sólo en dos dis-

28 La batalla de Trasimeno en el 217 a.C. supuso una importante derrota del ejército romano en su
lucha contra Aníbal en la Segunda Guerra Púnica. Debilitados ya tras la batalla de Trebia, los
romanos tuvieron que adoptar una táctica «contemporizadora» y evitar durante algún tiempo el
enfrentamiento directo con el ejército cartaginés.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 193

cursos. En uno de ellos, Vócula incita a la lucha diciendo que la situación


es propicia pues cuentan con hombres, armas, alimentos, medios y también
ultores deos (IV,57) y en el otro, situado a continuación (IV,58-59), el
mismo orador termina su discurso con una invocación a Júpiter Óptimo
Máximo y a Quirino, para que no permitan la iniquidad de los hombres, que
no están dispuestos a luchar. Así pues, las invocaciones a los dioses de las
Historiae cambian su tono, pues no se les pide ayuda para la lucha, sino
simplemente se recuerda su existencia y son invocados para que inciten a
los hombres a luchar.
En el caso de Amiano Marcelino, sabemos que este historiador preten-
de recuperar los valores tradicionales en campos como la cultura, política,
sociedad y, por supuesto, también en la religión, de manera que es lógico
que la invocación a los dioses aparezca una y otra vez en las arengas de su
obra. Por eso un soldado se dirige a Juliano en estos términos:
«Guíanos como afortunado y valiente general, y sabrás todo lo que
puede conseguir un soldado cuando se crece al contemplar a un general
valiente y atento a las acciones de cada uno, siempre que contemos con la
ayuda de la divinidad suprema» (XVI,12,18-19).
Y, por eso, en la arenga que estamos analizando, Juliano afirma ante sus
hombres: «Con la ayuda de la divinidad eterna, yo estaré siempre con voso-
tros, como emperador, líder y camarada, contando como espero, con auspi-
cios favorables».
Otro de los tópicos que no puede faltar en la arenga de un general roma-
no, si nos basamos en la historiografía, es la crítica contra el ejército ene-
migo, un ejército al que se considera inferior en preparación, efectivos,
motivaciones, fuerza y que, por lo tanto, puede ser derrotado por los solda-
dos que escuchan la arenga.
No en vano, si las personas más «débiles» son los ancianos, mujeres y
niños, son con ellos con los que se suele comparar al ejército enemigo en
distintas arengas, como en la de Tácito (Ann.XIV,30,2), en la que se dice
que los rivales son una tropa afeminada y fanática (muliebre et fanaticum
agmen), la de Silio Itálico (Pun. VII,99-117) en la que los enemigos son
unos ancianos con los que da vergüenza luchar, pues fueron rechazados ya
antes para el combate por su debilidad (Resides ad bella vocantur, quis
pudeat certare, senes. Quodcumque videtis, hoc reliquum est, primo dam-
natum ut inutile bello), o aquella otra arenga también en Silio Itálico, en la
que el cónsul Livio Salinator arenga a los soldados romanos en los momen-
tos finales de la Segunda Guerra Púnica con la idea de que los golpes que
pueden infligir ya los cartagineses son como arañazos de mujer o puñetazos
de un niño (Pun.XV,761-66).
194 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

Otras veces el enemigo está en peores condiciones (hostem impedito


atque iniquo loco tenetis) pues no puede moverse bien debido a las condi-
ciones del lugar (Caes, Gal.VI,8,3-5), tiene miedo y está desesperado (de
terrore suo desperationeque exercitus Caesaris facit verba. Bell. Afr.
XXXII,1-2), son bandidos desarmados contra un ejército que lucha por su
patria, sus hijos, sus altares y sus hogares (contra latrones inermes pro
patria, pro liberis, pro aris atque focis suis certare. Salustio, Cat.LIX,5-6)...
Es decir, en una arenga, el general siempre tiene que convencer a sus hom-
bres de su superioridad frente al enemigo.
Por contra, desde el punto de vista del ejército contrario, siempre se
puede vencer a los romanos, que han olvidado los valores patrióticos y son
un conglomerado de mercenarios que luchan tan solo por un botín. Ésta es
la acusación que encontramos en los africanos, galos o en los germanos. Así
Jugurta (Salustio, Iug. IL,1-4) pide a sus hombres confianza en su victoria
contra unos romanos codiciosos a los que ya habían vencido con anteriori-
dad (monet atque obtestatur uti memores pristinae uirtutis et victoriae sese
regnumque suom ab Romanorum avaritia defendant; cum iis certamen fore
quod antea victos sub iugum miserint), confianza que debe aumentar tam-
bién por el hecho de que él ha hecho todo lo que debe hacer un buen gene-
ral: ha previsto un lugar ventajoso, para luchar contra enemigos incautos,
siendo además superiores en número y en experiencia (quae ab imperatore
decuerint omnia suis provisa, locum superiorem, ut prudentes cum imperi-
tis, ne pauciores cum pluribus aut rudes cum belli melioribus manum con-
sererent).
En el caso de Amiano Marcelino, antes de la arenga que estamos anali-
zando, ya Juliano había menospreciado a soldados enemigos en otras aren-
gas:
«Vamos soldados, ya está aquí ese día tan deseado desde hace tanto
tiempo, el día que nos obliga a todos a lavar culpas ya antiguas y a devolver
el honor que merece a la majestad romana. Ante nosotros tenemos a bárba-
ros que, llevados por la rabia y la locura desesperada, han llegado a destruir
su propia fortuna, y a los que debemos someter con nuestras fuerzas»
(XVI,12,28-34).
En el caso de los persas, lo único que teme Juliano son sus tretas: «De
los enemigos, que son muy astutos, no temo nada más que sus engaños y
trampas», pero esto no debe ser obstáculo contra un ejército consciente de
la importancia de su causa.
Ahora bien, a ese enemigo inferior y astuto, no basta con derrotarle, hay
que destruirlo completamente, alusión que hemos recogido en el tópico
Carthago delenda est («Cartago ha de ser destruida»), rememorando la
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 195

célebre frase de Catón, con la que éste advertía a los romanos del peligro de
dejar a un enemigo moribundo, pero con rabia y fuerzas para recuperarse y
atacar de nuevo.
En efecto, en numerosas ocasiones, el general arenga a sus hombres con
la idea de que no basta con vencer, sino que hay que aniquilar, idea que
suele expresar con una comparación en la que identifica a los enemigos con
un animal, una enfermedad o una planta dañina, que deben ser eliminados
completamente para evitar un futuro peligro. Por ejemplo, en Livio los ene-
migos son fieras (belvas strinximus ferrum «hemos empuñado las armas
contra bestias» VII,24,3-7).
Por eso en una ocasión Publio Sulpicio, dirigiendo a los romanos con-
tra volscos y ecuos, les gritó «que no era momento de andar con vacilacio-
nes, que estaban rodeados y con el paso hacia los suyos cortado, a no ser
que pusiesen todo su empeño en liquidar el combate con la caballería; y que
no era suficiente con hacerla huir ilesa, había que acabar con caballos y
hombres, para que ninguno se incorporase después a la lucha o iniciase un
ataque» (Livio III,70,4-7)29. Y también Cerial, luchando contra los bárba-
ros, dijo a sus hombres que no bastaba con vencer, que había que vencer
«para siempre» (in aeternum, TACITO, Hist.V,16).
En el caso de la arenga de Juliano, el emperador, después de recordar
victorias anteriores de los romanos, les dice a sus hombres que debían ter-
minar definitivamente con los enemigos: «Debemos acabar con el más eno-
joso de los pueblos, en cuyas espadas quedan restos aún de la sangre de
nuestros amigos. Nuestros antepasados necesitaron muchas generaciones
para erradicar completamente lo que les perjudicaba. Cartago sólo fue
derrotada después de una complicada y larga guerra, pero nuestro insigne
líder temió que ésta pudiera sobrevivir a su derrota. También Escipión des-
truyó completamente Numancia después de arrostrar las múltiples dificul-
tades que conlleva un asedio30.
Roma destruyó Fidenas para que no surgieran ciudades émulas de su
imperio, y ésta fue también la razón por la que oprimió a los faliscos y a los
veyos, de manera que ni siquiera el recuerdo del pasado puede convencer-
nos fácilmente de que estas ciudades fueron poderosas algún día»31.

29 Ecuos y volscos vivían en territorios cercanos al Lacio y se aliaron contra los romanos, siendo
derrotados en el 431 a.C. en la batalla del Monte Algido.
30 Se refiere en este caso Juliano al asedio de Numancia que, como sabemos, terminó con el suici-
dio de la mayor parte de los numantinos en el 133 a.C., pues prefirieron la muerte antes que caer
en manos de los romanos.
31 Ya hemos mencionado en una nota anterior que Fidenas fue destruida definitivamente por los
romanos en el 435 a.C. y Veyes en el 396 a.C.
196 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

Como vemos, Juliano (o mejor, Amiano Marcelino), en las arengas apa-


rece siempre como perfecto conocedor del pasado romano y de los tópicos de
la literatura y de la historiografía latina, consiguiendo así, especialmente en
estos discursos, los objetivos que se proponía con su obra: cantar las glorias y
las victorias del pasado romano, recuperar el estilo de la gran historiografía
clásica y convencer a sus lectores y oyentes de la necesidad de recuperar esa
rica tradición, ese patriotismo y las costumbres que habían permitido a Roma
destruir a sus enemigos y hacerse dueña del mundo conocido.
En cuanto al final de la arenga, es el lugar apropiado para lanzar un
imperativo final que levante definitivamente el ánimo de los hombres y les
lleve a luchar y a morir si es necesario.
Son muy variados los imperativos o las expresiones con matiz de obli-
gación que hemos encontrado en las arengas de generales romanos. Así, el
general puede pedir a los soldados que le sigan (sequimini me o «seguid-
me», César, Civ. III,91,1-4), que destruyan al enemigo (delete, en Liv.
IV,33,3-6), que no mueran sin venganza (cavete inulti animam amittatis, en
Salustio, Cat. LVIII), o en Tácito, Boudicca arenga a sus soldados dicién-
doles que en aquella batalla vincendum vel cadendum esse «había que ven-
cer o morir» (Ann. XIV,35,1-2)32.
Aunque, sin duda, el imperativo más expresivo que hemos encontrado en
nuestro análisis es el que les dirige Leónidas a los espartanos antes de la bata-
lla definitiva contra los persas: Prandete tamquam apud inferos cenaturi
«Comed, como si fuerais a cenar ya en el paraíso» (Orosio, Hist.II,11,9-10).
Pues bien, Amiano Marcelino utiliza muchos imperativos en sus aren-
gas: adeste... mihi («venid junto a mí» XIV,7,13-15); mihi credite («confiad
en mí» XIV,10,10-16); exsurgamus... propulsemus fortitudine congrua illi-
sa nostris partibus probra («levantémonos... y rechacemos con el valor que
merecen las ofensas infligidas a nuestra causa» XVI,12,28-34); ite («mar-
chaos» XVI,12,38-41) o, como hace Juliano en la arenga que estamos ana-
lizando, les pide que levanten sus ánimos, erigite animos vestros.

Conclusiones

Así pues, como vemos, en esta arenga Juliano se ha comportado como


uno de esos generales gloriosos a los que menciona en sus palabras, pues ha

32 Esta es una de las pocas arengas de la historiografía clásica puesta en boca de una mujer, Boudi-
ca, que tras la muerte de su marido en el 61 d.C., encabezó la revuelta de los icenos, una tribu bri-
tánica, contra los romanos.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 197

retomado todas las pautas que también ellos habían seguido para animar a
sus hombres antes de la batalla:
• En el inicio de la arenga, se gana su voluntad con un vocativo afec-
tuoso, y se gana también su confianza recordándoles victorias ante-
riores, conseguidas por otros ejércitos romanos que se habían lanzado
a una empresa similar.
• En el centro de la arenga, menciona aspectos relacionados con la pro-
pia campaña persa: en primer lugar, la justicia de su causa, debido a
los desmanes de los enemigos. A continuación, los motivos que les
impulsan que, como a todos los ejércitos romanos, son la patria y la
libertad; la recompensa que conseguirán en caso de victoria, tanto la
gloria como la tranquilidad y un rico botín; menciona también la con-
fianza en la ayuda de la divinidad, pues cuentan con augurios favora-
bles. Critica a los enemigos, a los que se considera inferiores y dañi-
nos, y a los que, por tanto, no basta con vencer, sino que hay que
destruirlos completamente. Por supuesto, la gloria de la victoria no
puede empañarse con la huida de ningún desertor, a quien se amena-
za con dejarle con las piernas cortadas...
• Y, por último, una vez ganada la confianza de los soldados, y expli-
cada la situación, es el momento de lanzar el imperativo o exhortación
final, que encienda definitivamente los ánimos antes de la partida.
Por supuesto, la respuesta de los soldados, es también la que se espera
de ellos: «Una vez concluido este discurso tan optimista, los soldados, exul-
tantes con la gloria de su general y con grandes esperanzas en un futuro
próspero, levantaron sus escudos, y gritaron que no temían ningún peligro
ni dificultad alguna, si contaban con un emperador que se imponía a sí
mismo más dureza que a sus soldados».
La arenga ha cumplido, pues, con el objetivo del general. Pero no olvi-
demos que esta arenga está inserta en una obra historiográfica, una obra que
se iba recitando oralmente a los lectores y que se leía en un mundo romano
en crisis, y con serias amenazas tanto en el interior como en el exterior, pues
los romanos del siglo IV d.C. se veían envueltos en graves conflictos eco-
nómicos, sociales, políticos, religiosos y bélicos, de manera que el objetivo
del historiador era encender él también los ánimos de sus lectores y oyen-
tes, haciéndoles sentirse orgullosos de su pasado, necesitados de recuperar
esas viejas glorias romanas y confiados en su emperador.
Sin duda Amiano Marcelino, rodeado por un grupo de intelectuales
paganos que vivieron en estos momentos finales del s. IV d.C., como Sim-
maco, Libanio, Oribasio y el propio emperador Juliano, pensaban que si con-
seguían recuperar esas costumbres tradicionales, la gran cultura y literatura
198 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

romana del pasado, y la religión pagana frente al cristianismo entonces impe-


rante, conseguirían salvar el imperio frente a persas, hunos y bárbaros.
Sabemos que, en este sentido, su esfuerzo fue vano, pues Juliano murió
en una batalla de la campaña persa que se iniciaba con la arenga analiza-
da33, el cristianismo terminó imponiéndose en el imperio y, después de la
batalla de Adrianópolis, con la que se cierra la obra de Amiano, en la que
los romanos sucumbieron ante los godos y perdieron al propio emperador
Valente34, el imperio de Occidente no pudo resistir mucho más y acabó
desapareciendo en los primeros años del siglo V.
Pero ese esfuerzo sí permitió que Amiano Marcelino haya sido conside-
rado «el último gran representante de la historiografía clásica», pues con su
obra rompió con la historiografía de minucias, anécdotas y biografías que
imperaba en su época, recuperando el estilo, la finalidad, el tema y el trata-
miento que los grandes historiadores griegos y romanos habían dado siem-
pre al contenido de sus obras.
En ese contenido las guerras y el mundo militar ocupaban, sin duda, un
lugar esencial, de ahí que los grandes historiadores fueran conocedores de
los preparativos, de la ejecución y de las causas y consecuencias de campa-
ñas y batallas tanto civiles como contra pueblos extranjeros.
Las Guerras Médicas, la Guerra del Peloponeso, las Guerras Púnicas, la
Guerra de las Galias... todos conocemos las principales guerras de la anti-
güedad gracias a la labor de historiadores como Tucídides, Julio César, Tito
Livio, Tácito o Amiano Marcelino, perfectos conocedores del mundo mili-
tar, preocupados no sólo por contar estas batallas que permitían a griegos y
romanos protagonizar la historia, sino también por inculcar los valores de
patriotismo, orgullo, responsabilidad y entrega que ellos observaban en los
generales y héroes militares.
Pero esta enseñanza estaba inserta en un género literario que, además de
esa finalidad informativa y pragmática, tenía también que entretener y

33 En efecto, el mismo año 363 d.C., Juliano fue herido por una lanza en la batalla y murió poco des-
pués en su tienda, rodeado por algunos amigos como su médico Oribasio, autor de unas memo-
rias de Juliano que no han llegado hasta nosotros. Se extendió el rumor que el arma que le hirió
de muerte no fue lanzada por un persa sino por un cristiano de su propio ejército, que intentaba
así terminar con el emperador «apóstata».
34 Esta batalla se produjo en el 378 d.C. y en ella desapareció también el emperador Valente, sin que
llegara a encontrarse nunca su cadáver. Como indica el propio Amiano Marcelino en su obra, fue
una derrota terrible para los romanos, porque en ella sucumbió la tercera parte de su ejército
(XXXI,13,18) y, como reconoce también el historiador «La oscuridad de esa noche, en la que no
brillaba la luna, terminó con este desastre irreparable, que supuso una gran calamidad para los
romanos» (XXXI,13,11). No olvidemos que, algunos años después, los godos atacaron Constan-
tinopla, invadieron Macedonia, Tesalia, Grecia o Italia, llegando a saquear Roma en el 410.
¿CÓMO SE ARENGABA AL EJÉRCITO SEGÚN LA HISTORIOGRAFÍA... 199

deleitar a los lectores y a los oyentes que, como en el caso de Amiano Mar-
celino, escuchaban la obra contada por partes.
De ahí que incluyan en sus obras digresiones sobre temas muy variados
(geografía, máquinas de guerra...), retratos, cartas, figuras estilísticas como
metáforas, personificaciones, comparaciones... y, por supuesto, incluyen
también discursos que, en estilo directo o indirecto, acercan aún más a per-
sonajes y lectores.
Entre estos discursos los más importantes son los militares, pronuncia-
dos antes, durante o después de batallas y campañas. Pues bien, los discur-
sos miliares en la historiografía tienen una finalidad esencial, pues nos per-
miten conocer las motivaciones de los personajes, avivar o disminuir la
tensión en determinados momentos de la obra, adelantar acontecimientos,
expresar la ideología imperante en una época determinada y, por supuesto,
nos permiten también conocer una de las principales tareas de un general,
exhortar y arengar a sus hombres para que estuvieran dispuestos siempre a
luchar y a morir por la patria.
Así pues, en las arengas, se unen la finalidad estética y literaria con la
finalidad pragmática e historiográfica, ambas nos permiten conocer cómo
arengaban los generales griegos y romanos a sus ejércitos, ganándose su
voluntad, mencionándoles siempre tópicos relacionados con la importancia
de lo que se jugaban, su superioridad respecto a los enemigos, la justicia de
su causa, la defensa de la patria y la libertad, el botín y la gloria que obten-
drían en caso de victoria, la necesidad, no sólo de vencer, sino de aniquilar
a los enemigos, la importancia de la ayuda divina...
Hemos visto ejemplificados esos tópicos y temas en un general, Julia-
no, y en un historiador como Amiano Marcelino, que le siguió en sus cam-
pañas militares y que participó activamente en las batallas que narró en su
obra, de ahí que lo consideremos como una fuente esencial para conocer
cómo los generales griegos y romanos arengaban a sus ejércitos para la vic-
toria, y cómo los historiadores informaban y deleitaban a sus lectores con
esos relatos.
200 MARÍA LUISA HARTO TRUJILLO

BIBLIOGRAFÍA

FUENTES CLÁSICAS

— AMIANO MARCELINO: Historia, introd., traduc. y notas de M.ª Luisa


Harto. Madrid, 2002.
— Biógrafos y panegiristas latinos (NEPOTE, SUETONIO, Q. CURCIO,
HISTORIA AUGUSTA, PANEGÍRICOS), introd., traduc. y notas de L.
Escolar y otros. Madrid, 1969.
— FRONTINUS: The stratagems and the Aqueducts of Rome, ed. y traduc.
de. E. Bennet, Harvard University Press, 1969 (1925).

ESTUDIOS

— BARTOLOMÉ, J.: Los relatos bélicos en la obra de Tito Livio. Vitoria,


1995.
— PARIENTE, A.: Salustio. Política e Historiografía. Barcelona, 1973.
— ROLDÁN, J.M.: El ejército de la república romana. Madrid, 1996.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872
El primer intento independentista filipino fracasa
en el Fuerte de San Felipe y en el Arsenal de Cavite
Manuel ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS1

RESUMEN

En enero de 1872, la ciudad de Cavite (la segunda, en importancia, del


archipiélago filipino de la época), viviría el primer intento independentista
filipino contra su potencia colonizadora desde principios del siglo XVI,
España, que sería protagonizado por un reducido número de tropas nativas
de Artillería y de Infantería de Marina destacadas en el Fuerte de San Feli-
pe y en el Arsenal Naval de dicha ciudad.

1 Investigador Histórico.
202 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

La insurrección duraría tres días escasos (desde la noche del 20 al atar-


decer del 22 de enero) y constituyó un completo fracaso para los subleva-
dos, al no conseguir que se llevaran a efecto los iniciales planes de subleva-
ción general en Manila y otros puntos de la isla de Luzón. Por su parte, la
respuesta de las autoridades militares españolas (tanto del Ejército como de
la Marina), fue adecuada y contundente, consiguiendo el rápido aislamien-
to y la aniquilación de los sublevados en tan solo 35 horas, durante las que
se produjeron duros combates entre ambos bandos (no exentos de acciones
de verdadero heroísmo), que dejaron como resultado 150 bajas, entre muer-
tos y heridos.
El artículo describe, tanto los antecedentes históricos de la insurrección,
como el desarrollo de la misma y sus consecuencias, de las que se deriva-
ron 16 duras sentencias de muerte ejecutadas y más de un centenar de dete-
nidos y deportados.

PALABRAS CLAVE: Cavite (Filipinas), año 1872, insurrección, primer


intento independentista filipino fracasado.

ABSTRACT

In January 1872, the city of Cavite (the second largest of the Philippi-
ne archipelago of the time), live on the first attempt against Philippine
independence from its colonial power in the early sixteenth century,
Spain, which would be played by a small number of Artillery native tro-
ops and Marines stationed in Fort San Felipe and at the Naval Dockyard
in that city.
The insurgency would last three days scarce (the night of 20 since the
evening of Jan. 22) and was a complete failure for the rebels, not to get
carried out the initial plans for a general uprising in Manila and other
parts of the island Luzon. For his part, the response from the military aut-
horities of Spain (both Army and Navy), was proper and forceful, achie-
ving rapid isolation and the annihilation of the rebels in just 35 hours,
during which heavy fighting took place between both sides (not exempt
from actions of real heroism), as a result that left 150 casualties, including
dead and wounded.
The article describes both the historical background of the insurgency,
such as the development of itself and its consequences, of which 16 were
derived harsh judgments of death and executed hundreds of detainees and
deportees.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 203

KEY WORDS: Cavite (Philippines), 1872, insurrection, Philippine inde-


pendence first attempt failed

*****

INTRODUCCIÓN Y ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Antecedentes históricos generales

l archipiélago filipino, nominalmente bajo soberanía española desde

E finales del primer cuarto del siglo XVI (en concreto, desde 1521), en
la práctica nunca había conseguido colonizarse en su totalidad. Hasta
muy avanzado el siglo XIX, la administración española solamente alcanza-
ba, de forma real y efectiva, a la isla de Luzón (al norte del archipiélago),
teniendo cierta presencia administrativa (aunque no un control total) en Las
Visayas y en algunos puntos costeros de Mindanao, Calamianes y Palawan.
En el resto del complejo archipiélago (compuesto por 7.107 islas) la sobe-
ranía española no era efectiva, sobre todo en el díscolo archipiélago de Joló,
tierra de «piratas malayos-mahometanos», en el que los «dattos» y «sulta-
nillos» locales actuaban con casi absoluta independencia, tan solo alterada
por periódicas expediciones de castigo (1830, 1845, 1847, 1851-1852,
1857, 1861-1862, 1864, 1866 y 1871-1872) que las autoridades españolas
de Manila organizaban para hacer presente la soberanía española y en las
que la Marina de Guerra adquiría un especial protagonismo, como respon-
sable del transporte y desembarco de tropas, el ataque a «cottas» (fortifica-
ciones de los rebeldes moros), el rescate de prisioneros y el mantenimiento
de las comunicaciones y el abastecimiento de las escasas guarniciones y
poblaciones con autoridades españolas o pro españolas que permanecían en
la zona, cuyas principales actuaciones, obligadamente, debían realizarse por
mar.
Durante todo este período, la administración española en el archipiéla-
go había sido muy deficiente y sumida en un alto grado de corrupción (no
muy diferente a la existente en la península y en otros territorios ultramari-
nos de la época), lo que había propiciado un claro aislamiento de la pobla-
ción indígena y continuas situaciones de abusos y discriminaciones con los
nativos. La única institución que mantenía una mayor presencia y un con-
tacto real y directo con la población indígena del interior de las islas era la
Iglesia Católica (las poderosas órdenes religiosas de los franciscanos, domi-
nicos, agustinos y jesuitas), que, aparte de su misión evangelizadora, se
204 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

Figura 1: Mapa general del Archipiélago de las Filipinas. Del libro «Historia de la Infantería
de Marina Española». J.E. Rivas Fabal.

encargaba de la enseñanza e instrucción de los indígenas y cuyos frailes y


sacerdotes eran los únicos que conocían sus diferentes lenguas (más de
treinta dialectos) y costumbres. Era, por tanto, la única institución en la que
los filipinos veían representados sus intereses y, debido a ello, de sus filas
(tanto del alto, como del bajo clero), saldrían muchos de los cabecillas del
movimiento independentista de la segunda mitad del siglo XIX. Y esta rea-
lidad crearía algunas situaciones de tensión entre las autoridades
cívico/militares y eclesiásticas del archipiélago, por la enorme influencia
que éstas últimas ejercían sobre la población indígena y sus continuas inje-
rencias en el gobierno de las islas, al actuar como verdaderas autoridades de
los pueblos y aldeas donde realizaban sus funciones eclesiásticas, en las que
ejercían, además, de alcaldes, maestros, interpretes, abogados y jueces.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 205

Figura 2: Caricatura satírica de la época, sobre la actuación de las órdenes religiosas en


Filipinas. Revista humorística de la época «La Campana de Gracia»

No fue hasta mediados del siglo XIX, cuando las autoridades españolas
comenzaron a mostrar un mayor interés por sus posesiones en el Pacífico
(Filipinas, Marianas, Guam, Carolinas y Palaos), y como consecuencia de
los temores suscitados por las pretensiones en las mismas de algunas poten-
cias europeas en auge (Francia sobre la isla de Basilán –Joló– y Alemania
sobre Las Carolinas), lo que obligaría a la ocupación efectiva y continuada
de la isla de Palawan o Paragua y de algunos puntos del archipiélago de Joló
(Balanguingui) y Mindanao (Zamboanga y Cotta-Batto), en cuya ejecución
y mantenimiento la Marina de Guerra jugaría un papel fundamental.
También, y a lo largo del siglo XIX, se habían producido diversos inten-
tos periódicos de insurrecciones indígenas (1814, 1823, 1848 y 1851), las
cuales, en todos los casos, respondieron a estallidos populares de protesta
ante situaciones concretas de injusticias, arbitrariedades y abusos de las auto-
ridades locales y, en ningún caso, a pretensiones independentistas generali-
zadas. Se trató, por tanto, de insurrecciones con fines reformistas y no de
verdaderos movimientos anticolonialistas, en las que se buscaron soluciones
concretas a problemas locales. Pero, este escaso interés nativo por su inde-
pendencia política de España, comenzaría a cambiar a partir del año 1863,
en que se estableció un sistema de educación pública gratuita, todavía bajo
control del clero local, que contribuyó a formar una burguesía mestiza de
intelectuales criollos, todos ellos hispano parlantes y conocidos como los
«ilustrados», que aspiraban, lógicamente, a acceder a los puestos más rele-
206 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

vantes del poder político del archipiélago (todavía excluidos de ellos y en


manos, prácticamente absolutas, de los peninsulares españoles). Esta margi-
nación constituiría un grave error estratégico y político de la administración
española en Filipinas. No se aprendieron las, por entonces, todavía relativa-
mente recientes enseñanzas proporcionadas con la pérdida de las colonias
del continente americano, en lo referente a las lógicas reivindicaciones par-
ticipativas de los criollos hispano americanos, y en Filipinas volvió a repe-
tirse el mismo error histórico. Durante todo el período colonial, ningún fili-
pino alcanzó un alto cargo en el archipiélago, quedando relegados a cargos
intermedios y menores, y era realmente ilusorio, por imposible, el pensar que
una minoría de españoles peninsulares pudiera mantener, indefinidamente,
el poder político del archipiélago, sin contar con la valiosa y necesaria cola-
boración leal de la clase filipina más preparada.

Figura 3: Plano de la capital de Filipinas, Manila, y de sus barrios extramuros, en la segunda


mitad del siglo XIX. Servicio Histórico Militar.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 207

Esta burguesía ilustrada filipina, que, por intereses de raza y de clase


social, y como ocurrió en América tres cuartos de siglo antes, prefería el
dominio español a la revolución mestiza, terminaría totalmente desencanta-
da y frustrada con la administración española, y sería la que encabezaría los
primigenios movimientos independentistas de 1872 y, posteriormente, los
de finales del siglo (1896-1898).

Los primeros efectos de la Revolución de Septiembre de 1868 en el


archipiélago filipino

El triunfo de la Revolución de Septiembre de 1868 en España, con todo


el significado histórico de renovación y de modernización del Estado que
conllevó, produjo también grandes expectativas e inquietudes, según los
casos, en el archipiélago filipino, que constituía uno de los reductos más
alejados y olvidados del entramado colonial que aún conservaba España por
aquellos años (Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Las Marianas, Guam, Las
Carolinas, Palaos, Norte de Marruecos y Golfo de Guinea).
Las promesas del nuevo gobierno provisional de «La Gloriosa» (como
se denominó a la Revolución de 1868), presidido por el general Serrano, y
con Adelardo López de Ayala como ministro de Ultramar, de extender las
reformas que se iban a implantar en España a todas sus posesiones ultra-
marinas (entre las que se incluían los derechos de sufragio universal y de
libertad de conciencia, asociación, reunión y prensa) fueron recibidas en
Filipinas con expectación, aunque también con cierta preocupación por lo
que podrían significar en el futuro político del archipiélago.
El gobernador general del archipiélago de la época, general José de la
Gándara Navarro (en el cargo desde 1866 hasta 1869), solicitó rápidamen-
te instrucciones al nuevo ministro de Ultramar, sobre las normas y directri-
ces que debían comenzar a aplicarse (24 de noviembre de 1868) y, pocos
días después (10 de diciembre de 1868), publicaba una proclama de reco-
nocimiento y acatamiento al nuevo régimen y creaba una Asamblea, deno-
minada de Reformistas (en la que, por primera vez en la historia de la colo-
nia, se incluían cinco nativos filipinos), con el encargo de proponer las
reformas que se consideraran más necesarias y convenientes para el archi-
piélago.
Pero, los liberales y progresistas españoles no eran muy populares, por
aquellos tiempos, en las Filipinas. La primera reacción del pueblo filipino a
los nuevos aires liberalizadores fue tan sorprendente, como contradictoria.
Mientras una importante parte de la población nativa (fuertemente influen-
208 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

ciada por el poderoso clero local) se oponía abiertamente a las nuevas refor-
mas y libertades e iniciaba una preocupante oleada de revueltas y atentados,
otra, más minoritaria e ilustrada, apoyaba claramente las nuevas medidas
liberalizadoras y solicitaba su pronta aplicación el archipiélago.
En la segunda quincena del mes de diciembre de 1868 (concretamente,
a partir del día 18), la provincia de Cavite sería escenario de las primeras
revueltas y saqueos, con incendios de edificios públicos y privados y escue-
las, robo de armamento, secuestros de familias españolas y asesinatos y
atentados en diversas localidades (Parañaque, San Francisco, Pérez Dasma-
riñas, etc.), que obligaron a declarar, el 14 de enero de 1869, el estado de
excepción en Cavite, La Laguna, Manila, Batangas y Bulakan. El goberna-
dor de la provincia, Luis Oroa, envió, rápidamente, fuerzas para pacificar la
zona y detener a los culpables de los hechos (al parecer, dirigidos por un
cabecilla indígena conocido como «Manolo»), que no consiguieron apresar
a nadie, debido al apoyo y al encubrimiento que les proporcionó una buena
parte de la población local.
Paralelamente a estos preocupantes y desconcertantes hechos, en la
capital, Manila, un grupo de intelectuales filipinos (apoyados por antiguos
exiliados liberales españoles) elevaron una instancia al gobierno provisional
de Madrid, en la que solicitaron el reconocimiento al pueblo filipino del
derecho de sufragio universal, avalándolo en el hecho de que «una propor-
ción considerable del pueblo sabe leer y escribir, pagan sus impuestos sin
distinción de sexo, eligen sus funcionarios municipales, aportan una cuota
a las fuerzas de tierra y mar y son profesionales, tales como abogados, ecle-
siásticos, marinos, artistas, etc.2. La propuesta de los intelectuales filipinos
no sería apoyada por el gobernador De la Gándara, quien consideró que el
sufragio universal no era aún factible en Filipinas, debido a la diversidad de
grupos étnicos que existía y al bajo nivel intelectual de la población (muy
inferior, según él, al de los países de la América española), aunque sí reco-
mendase que se reconociera el derecho de enviar tres o cuatro delegados
filipinos como representantes a las Cortes españolas (elegidos únicamente
por un grupo selecto del país), con objeto de que el gobierno de Madrid y
la alta cámara legislativa dispusieran de una información directa y de pri-
mera mano sobre las condiciones y problemas más relevantes de la colonia.
Las dos propuestas fueron recibidas y estudiadas por el gobierno provisio-
nal de Madrid, quien, pocas semanas después, contestaría dando segurida-
des de que ambas solicitudes serían contempladas cuando se debatiera y

2 MOLINA, Antonio M.: «Historia de Filipinas». Página 241 y ss. Ediciones Cultura Hispánica del
Instituto de Cooperación Iberoamericana. Madrid, 1984.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 209

redactara la nueva Ley orgánica para el gobierno de las posesiones ultra-


marinas. Obviamente, la medida no dejaba de constituir un primer y nece-
sario paso, pero, todavía, resultaba totalmente insuficiente y discriminato-
ria, al garantizar a los filipinos una mínima representación, aunque
totalmente desigual a la que disponía, por aquellos mismos días, la pobla-
ción española peninsular.

El general Carlos M.ª de la Torre nuevo gobernador y capitán general de


Filipinas. Nuevos aires reformistas para el archipiélago. Adhesiones y
oposiciones

En mayo de 1869, el gobierno provisional español nombraba nuevo


gobernador y capitán general de Filipinas al general Carlos M.ª de la Torre
Navacerrada, un activo colaborador de la Revolución de Septiembre de 1868
en España e identificado, plenamente, con sus principios políticos de cam-
bio y renovación, por lo que el capitán general saliente, José de la Gándara,
hizo entrega del mando supremo del archipiélago, con carácter interino, al
teniente gobernador Manuel A. Maldonado (9 de junio), y regresó a la penín-
sula. El nuevo capitán general, De la Torre, tomó posesión de su cargo pocos
días después (23 de junio) y con él se implantaron las primeras medidas libe-
ralizadoras, que comenzaron con la concesión de un «indulto general», tras
consultarlo, previamente, con las máximas autoridades del archipiélago
(regente de la Audiencia, auditor de Guerra, gobernador civil de Manila,
jefes de las provincias y provincial de Recoletos) y que siguieron con la
implantación de una administración mucho más tolerante y abierta, en la que
se combinaron actuaciones de todo tipo, como la libertad de prensa (que,
curiosamente, favoreció la aparición de las primeras publicaciones antiespa-
ñolas), la creación de una Junta para el control de los bienes eclesiásticos, la
secularización de la Universidad y de los colegios de segunda enseñanza, la
supresión del cuerpo de alabarderos, la persecución y expulsión de los penin-
sulares conservadores y seguidores del antiguo régimen isabelino (medida
que, por cierto, resultaba, muy poco democrática), y la formación de un cuer-
po de seguridad con los malhechores amnistiados y puestos en libertad, al
que denominó «Guías de La Torre» y se le encargó la persecución de las
numerosas partidas de «tulisanes» (bandidos y salteadores).
Las nuevas y polémicas medidas liberalizadoras del gobierno de
Madrid, y de su máximo representante en el archipiélago, fueron recibidas
con desigual resultado en la colonia. Mientras causaban un abierto desagra-
do y oposición entre las clases conservadoras del archipiélago (tanto penin-
210 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

sulares, como filipinas) y entre la mayoría de la población indígena (fuerte-


mente influenciada por el clero), eran claramente aprobadas y secundadas
por los intelectuales españoles y filipinos, los cuales organizaron una mar-
cha de reconocimiento hasta la residencia oficial del nuevo capitán general
(12 de julio), que constituyó la primera manifestación pública que se cele-
braba en la ciudad de Manila y en la que participaron miembros del Comi-
té de los Hijos del País, junto con un nutrido grupo de funcionarios, estu-
diantes, eclesiásticos y comerciantes, animados por varias bandas de música
que ensayaron un himno patriótico que estrenaron para la ocasión. La mani-
festación de adhesión al nuevo capitán general y a su política liberalizado-
ra, estaría encabezada por el prestigioso catedrático de derecho de la Uni-
versidad de Santo Tomás y Consejero de la Administración, Joaquín Pardo
de Tavera, y otros ilustres representantes de las clases media y alta ilustra-
da de la ciudad, como José Icaza, oidor de la Real Audiencia, Jacobo Zóbel,
miembro del Ayuntamiento y propietario, el padre José Burgos, doctor en
teología y cura párroco de la catedral de Manila, y otros conocidos comer-
ciantes y propietarios de la ciudad, y, tras su marcha por las principales
calles de la ciudad, llegó hasta el palacio de los capitanes generales, dando
vítores a la nueva Constitución española (aprobada recientemente en Las
Cortes españolas, el 6 de junio pasado) y gritos de «¡Filipinas con España

Figura 4: Palacio de Santa Potenciana, residencia oficial del gobernador general de Filipinas.
Colección de Planos. Vicente Serrano Salaverri. BETSICCP. Madrid.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 211

y para España!», a lo que siguió una recepción en el palacio del goberna-


dor general.
A estas primeras manifestaciones de adhesión de una parte minoritaria
de la población, seguirían los obligados juramentos a la nueva Constitución
de todos los funcionarios públicos (civiles y militares), que en Manila se lle-
varon a cabo el 21 de septiembre de 1869, en una solemne ceremonia cele-
brada frente al palacio gubernamental de Santa Potenciana, a la que siguió
una nueva manifestación pública de celebración del citado evento, que,
como la anterior, terminó ante el palacio del gobernador general. Pero no
todo serían adhesiones y parabienes a la nueva situación, como lo demos-
traría la negativa de los obreros chinos a retirar del barrio de Malate la esta-
tua de la derrocada reina Isabel II.ª, o los disturbios y alzamientos armados
contra la nueva Constitución que se produjeron en Cavite y que fueron enca-
bezados por Eduardo Camerino y una buena parte del clero local. El capi-
tán general, De la Torre, se desplazaría personalmente a la zona de los dis-
turbios y conseguiría (con la mediación del padre provincial de los
agustinos-recoletos) entrevistarse con Camerino y obtener la rendición de
los sublevados en Imus (Cavite), a cambio del indulto general para sus hom-
bres y el nombramiento, para él mismo, de comandante de la milicia de los
mencionados «Guías de La Torre».
Pero, los problemas con los opositores al nuevo régimen liberal (insti-
gados por el clero local) y con los incipientes independentistas continuarí-
an. La política de concesiones y de libertades públicas de las nuevas autori-
dades, fue interpretada, desgraciadamente, por algunos filipinos, como
signo de debilidad de la nueva administración española, por lo que, pocos
meses después, muchos de los rendidos en Imus volvieron a alzarse en
armas, lo que obligaría a una nueva proclamación del estado de excepción
en las provincias limítrofes a Manila y a constituir diversos consejos de gue-
rra para juzgar a los sublevados.

Programa de reformas y dificultades de su aplicación

El nuevo capitán general combinó las medidas de represión de los rebel-


des, con otras encaminadas a corregir los frecuentes abusos y corruptelas de
la administración del archipiélago (sobre todo en el cobro de tributos y en
el nombramiento de cargos públicos), en su mayor parte cometidos por los
alcaldes mayores (prácticamente en su totalidad nativos) y los gobernadores
político-militares (en su mayoría españoles/peninsulares), a las que siguie-
ron el intento de controlar al poderoso clero secular y un importante núme-
212 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

ro de reformas en la administración de justicia, la educación y las fuerzas


del orden público.
El primer problema lo constituía el clero secular, al que el capitán gene-
ral consideraba «un elemento permanente de perturbación», debido a que,
en su gran mayoría, «laboraban tenazmente por imbuir en todos los que
caen bajo su férula una aspiración obsesiva por la independencia política
de Filipinas»3, como consecuencia del agravio comparativo que sufrían con
respecto al clero peninsular y al mal trato y desprecio que recibían de éste
e, incluso, de los seglares españoles. Para intentar corregir esta injusta y
peligrosa situación, se promovió una reunión en el palacio arzobispal de
Manila (5 de enero de 1870) con el gobernador eclesiástico y los padres
provinciales de las órdenes de los dominicos, agustinos, franciscanos y
agustinos-recoletos, a los que se les hizo entrega de una lista de los ecle-
siásticos que consideraban origen del conflicto, para que fueran amonesta-
dos y enviados a seminarios, si se negaban a modificar su conducta.
Nueve meses más tarde, le llegaba su turno a la reforma de la adminis-
tración de justicia, a la que, por un real decreto del 25 de octubre de 1870,
se reestructuraba la Real Audiencia, con objeto de asegurar una administra-
ción más expedita e igualitaria para todo el archipiélago, y, tan solo un mes
después (6 de noviembre), a la de la educación, hasta la fecha en manos de
la poderosa iglesia, procediéndose a la secularización de la educación en
todo el archipiélago, con la cesión al gobierno de la influyente Universidad
de Santo Tomás (que, según el gobierno, solamente formaba sacerdotes y
abogados que, posteriormente, «encarnan la clase más rabiosamente
antiespañola en el archipiélago»), y la creación de los colegios de medici-
na y farmacia y de diversas escuelas de artes y oficios, que, posteriormen-
te, se extendieron a la educación primaria, incluyendo el incremento de los
salarios de los maestros. Estas bienintencionadas reformas suscitarían,
curiosamente, tal oposición pública, que el capitán general se vería obliga-
do a congelarlas, momentáneamente, y a retrasarlas «hasta nueva orden».
Finalmente, el programa de reformas alcanzaría también a las fuerzas de
orden público del archipiélago, procediéndose a la reorganización de las
fuerzas de la Guardia Civil, que pasó a disponer de 4.000 miembros filipi-
nos, al mando de oficiales españoles.
Como elemento final del proceso reformista gubernamental para las
colonias ultramarinas, se crearía en Madrid (4 de diciembre de 1870) el
Consejo de Filipinas, con carácter consultivo del gobierno, y que estaría

3 MOLINA, Antonio M.: Obra citada. Página 245.


LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 213

compuesto, en su mayor parte, por altos funcionarios españoles que hubie-


ran permanecido en Filipinas por un período no inferior a los dos años.
Pero el profundo programa de reformas pretendido y ordenado por el
gobierno de Madrid (en aquellos momentos presidido por el general Juan
Prim y con Segismundo Moret como ministro de Ultramar) para Filipinas,
resultaba muy dificultoso de aplicar y de desarrollar en el archipiélago, por
las enormes dificultades internas y externas que presentaba. A la oposición
de una buena parte de la población nativa, se unía la de la propia adminis-
tración española, reacia a implantar unas reformas y principios liberales que
consideraban perjudiciales para la conservación del archipiélago bajo sobe-
ranía española.
Verdaderamente, el capitán general, De la Torre, se enfrentaba a un ver-
dadero reto, pues mientras, por una parte, alentaba a los elementos liberales
del archipiélago a que colaboraran con la implantación de las nuevas refor-
mas, por otra, comprobaba que muchos de ellos (clérigos y abogados his-
pano-filipinos y mestizos, principalmente), engendraban esperanzas de que
la nueva situación creada por la Revolución de 1868 en España podía pro-
piciar la independencia de las islas. Su decisión final fue alertar al gobier-
no de los peligros que suponían para el archipiélago la implantación de las
nuevas reformas (a las que consideraba inviables, en aquellos momentos),
recomendar su congelación o recorte y, mientras tanto, seguir gobernando
de acuerdo con la legislación especial vigente, hasta entonces, para Filipi-
nas.

Nuevo cambio de capitán general. El general Rafael Izquierdo se hace


cargo del gobierno del archipiélago

En noviembre de 1870, las Cortes españolas eligieron como nuevo rey


de España a Amadeo I de Saboya, poniendo, con ello, fin a los gobiernos
provisionales surgidos de la Revolución de 1868. Junto con la llegada del
nuevo monarca a España, a finales de diciembre de ese mismo año, se pro-
dujo el asesinato, en Madrid, del presidente del ejecutivo y ministro de la
Guerra, general Prim, lo que obligó al nombramiento de un nuevo gobier-
no, presidido, nuevamente, por el general Francisco Serrano, y con Adelar-
do López de Ayala, también nuevamente, como ministro de Ultramar.
Una de las primeras decisiones de este nuevo gobierno sería el cese del
general De la Torre como capitán general y gobernador general de las Fili-
pinas y el nombramiento, para el mismo cargo (18 de enero de 1871), del
teniente general Rafael Izquierdo Gutiérrez, veterano de las dos primeras
214 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

guerras carlistas, de la Guerra de África de 1859-1860 y de la intervención


en Santo Domingo de 1861-1865. De ideas liberales y seguidor de los unio-
nistas de O´Donnell desde la sublevación de Pamplona del año 1841 (tras
de la que tuvo que exiliarse durante dos años), había participado activa-
mente en la Revolución de Septiembre de 1868, sublevando la guarnición
de Sevilla a favor de los revolucionarios de Cádiz y participando en la his-
tórica Batalla de Alcolea (28 de septiembre de 1868), tras de la que se le
ascendió a teniente general y sería elegido diputado a Cortes. En su histo-
rial de méritos contaba, también, con una larga experiencia en mandos colo-
niales y de importantes gobiernos militares, como el de Puerto Rico, en dos
ocasiones (1861-1863 y 1865), Ferrol (1863) y la capitanía general de Cas-
tilla La Nueva (octubre de 1868)4.
Tras su llegada a Manila, el 3 de abril de 1871, el nuevo capitán gene-
ral (que traía el encargo de poner en práctica las reformas previstas en los
decretos de 1870 y congeladas por el anterior capitán general) presidió los
actos de juramento de todo el personal civil y militar del archipiélago al
nuevo monarca, que en Manila se celebraron el 1.º de mayo del mismo año,
al que siguieron tres días de festejos oficiales.
Pero la situación en el archipiélago continuaba siendo más que delica-
da, con un clero secular todavía agraviado por sus superiores españoles (y
de gran influencia entre las clases populares), una población mestiza (de
españoles, filipinos y chinos) y de criollos blancos descendientes de los
españoles, pero nacidos en Filipinas, que aspiraban a ocupar los principales
cargos públicos de la colonia (en su mayoría en manos de peninsulares) y
una población multirracial y con diferentes creencias religiosas (filipinos
cristianos, filipinos musulmanes y paganos, chinos puros, mestizos de fili-
pinos y chinos) y más de treinta dialectos lingüísticos, que hacían un total
de hasta cinco millones de habitantes, con culturas e intereses muy diferen-
tes y complejos, y que apenas se habían integrado en la cultura española (a
pesar de los cuatro siglos de soberanía española de las islas), ni se sentían
unidos a España y, por lo tanto, muy poco interesados en las libertades polí-
ticas que ahora se les ofrecía.
Dentro de esta complicada diversidad y fragmentación étnica del archi-
piélago, con evidentes diferencias e intereses raciales, culturales, económi-
cos y sociales, que generaban múltiples y continuos conflictos entre las dis-
tintas razas y clases sociales, el mayor peligro para la administración
española (y al margen de los casi 100.000 filipinos musulmanes del archi-

4 Archivo Militar de Segovia. Hoja de Servicio del general Rafael Izquierdo Gutiérrez.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 215

Figura 5: Diferentes tipos de nativos filipinos de la segunda mitad del siglo XIX. Del libro
«Memoria del 98». El País.

piélago de Joló, prácticamente en rebelión constante contra España a lo


largo de todo el siglo), lo constituía la población mestiza y el clero secular
nativo, que, en su mayoría, no se sentían plenamente españoles y que se
encontraban claramente resentidos y marginados por los españoles, tanto
por los privilegios de los que gozaban (inalcanzables para los filipinos),
como por su continuo trato prepotente y de superioridad, que terminó favo-
reciendo su progresiva identidad nacional y de oposición al régimen colo-
nial y a los altos funcionarios peninsulares destinados en el archipiélago.
Obviamente, la política colonial española desarrollada en Filipinas
había pecado de un grave error de cálculo, sin relación con el tiempo, el
lugar y la población nativa existente, y el liberalismo propiciado por la
Revolución de 1868 se vería totalmente impotente para imponerse en el
archipiélago, al provocar a las clases acomodadas y conservadoras y no lle-
gar a responder a las verdaderas necesidades y reivindicaciones de la mayo-
ría de la población nativa. Y, dentro de este cúmulo de errores políticos his-
tóricos, se uniría el del planteamiento de la defensa militar de un territorio
tan amplio, como fragmentado y heterogéneo, en todo momento insuficien-
te (tanto frente a posibles agresiones externas, como internas), por la inse-
216 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

guridad que suponía el que la mayor parte de las tropas del Ejército y de la
Infantería de Marina destacadas en el mismo estuviera compuesta por fuer-
zas indígenas, cuya fidelidad a sus mandos (en su mayoría peninsulares)
siempre resultaba dudosa, sobre todo en el caso de conflicto armado con los
nativos.

LAS FUERZAS MILITARES EN FILIPINAS A PRINCIPIOS DE LOS


AÑOS 70 DEL SIGLO XIX

Introducción y aspectos generales

Desde prácticamente su incorporación a la soberanía española (siglo


XVI), la defensa militar de las posesiones españolas en el Pacífico (Filipi-
nas, Carolinas, Marianas y Palaos) siempre había sido muy precaria, debi-
do, tanto a la lejanía de la metrópoli, como a su diversidad y dispersión geo-
gráfica (cerca de 7.200 pequeñas islas dispersas por una amplia superficie
del Océano Pacífico).
España nunca estuvo verdaderamente interesada (o capacitada, por falta
de medios y de estabilidad política) en explorar, colonizar y administrar
todas sus vastas posesiones en el Pacífico, con la salvedad de sus islas

Figura 6: Tropas indígenas al servicio del Ejército español en Filipinas. «La ilustración
Española y Americana», 1887.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 217

mayores (Luzón, Mindoro, Panay, Leyte, Mindanao y Palawan), y, en la


mayor parte de los casos, sólo de una manera parcial, mediante el manteni-
miento de determinados establecimientos costeros protegidos con fuertes
defensivos, dejando el resto de las numerosas islas menores (sobre todo los
archipiélagos de la denominada Micronesia) en una situación de práctico
abandono, solamente alterado por periódicas expediciones de «afirmación
de soberanía», que, una vez finalizadas, volvían a su situación inicial.
La defensa de estos difíciles archipiélagos se le encomendó a unas fuer-
zas del Ejército y de la Marina siempre escasas (en medios humanos y mate-
riales), que, además, y siguiendo el ejemplo de otras potencias europeas de
la época (como Gran Bretaña en la India y Francia en Argelia y Conchin-
china), estaban compuestas, en cerca del 90%, por fuerzas nativas, recluta-
das en diferentes regiones consideradas «amigas». Esta práctica habitual
condicionaría el que los diferentes regimientos destinados a las Filipinas
reclutaran sus tropas siempre con personal nativo de regiones concretas,
como fueron los casos de los regimientos del Infante y de Borbón (después
Manila), que reclutaban, asiduamente, su personal con nativos de Cagayá y
de la isla de Cebú, respectivamente.

Figura 7: Tropas de desembarco de Infantería indígena durante la segunda mitad del siglo
XIX. Dibujo de F. Rueda, del libro «El Ejército Español en Ultramar y África». J. M.
Guerrero Acosta.
218 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

El resultado fue un Ejército típicamente colonial, con una oficialidad y


la mayor parte de la subofialidad (sargentos, sobre todo) europeos («casti-
las», como los llamaban los filipinos) y una tropa prácticamente nativa, con
la salvedad de determinadas unidades especializadas (alguna brigada de
Artillería, especialmente) y la mayoría de las dotaciones de los buques de la
Armada, que, además, tuvo que adaptarse a las particularidades de una gue-
rra colonial muy especial y compleja, caracterizada por acciones de incur-
sión en las que se debían combinar tácticas de guerra anfibia, de jungla y
de montaña, a las que el soldado europeo no estaba, por lo general, acos-
tumbrado.
Las particularidades del medio físico en el que debían actuar (multitud
de islas, separadas por intrincados estrechos de escaso calado y difícil acce-
so de unidades navales de cierto tonelaje, terrenos abruptos, con fuerte
vegetación, zonas pantanosas y caudalosos ríos, duro clima tropical, con
altas temperaturas, fuertes precipitaciones y una humedad próxima al 90%),
dificultaban todas las operaciones y condicionaban las tácticas del comba-
te a utilizar e incluso la operatividad de determinadas unidades. Estas par-
ticularidades del terreno, condicionaron, por ejemplo, el que la Caballería
fuera muy poco operativa (y de ahí el que, tradicionalmente, sólo existiera
un único regimiento regular en todo el archipiélago), o el que la Artillería
(con excepción de las piezas de defensa de plaza y costa) estuviera com-
puesta, básicamente, por baterías de campaña ligeras y de montaña (trans-
portables a pie o con mulas), con obuses lisos y de bronce de 4,5 pulgadas
y un alcance efectivo de 5.000 metros, en las que las tradicionales cureñas
del sistema francés Gribeauval (adoptadas en el Ejército español de la época
en la península) fueron sustituidas en Filipinas por las británicas de másti-
les mucho más ligeros. Las tropas de Infantería, tanto del Ejército, como de
la Marina, fueron las más operativas en el escenario filipino, que, en la
mayoría de los casos, debían ser transportadas y apoyadas, por mar, por uni-
dades de desplazamiento ligero de la Marina (corbetas, vapores de guerra,
goletas, cañoneros y lanchas artilladas, principalmente), y complementadas
con brigadas de Ingenieros, que se encargaban de construir las necesarias
obras militares y civiles del archipiélago (fortificaciones, puentes y cami-
nos) y un siempre necesario servicio de Administración y de Sanidad Mili-
tar, que se responsabilizaba de la imprescindible logística y de la atención a
unas tropas siempre sujetas a un clima extremo y propicio al desarrollo de
peligrosas enfermedades y epidemias tropicales, que producían más bajas
que los propios enfrentamientos armados.
Para la vigilancia y defensa del archipiélago, el Ejército español conta-
ba con una serie de fuertes y de torres vigía (denominados «fuerzas»), cons-
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 219

Figura 8: Fortaleza de Santiago en la capital, Manila, en la segunda mitad del siglo XIX.
Grabado de la época.

Figura 9: Oficiales de diferentes cuerpos del Ejército español destinados en Filipinas en la


segunda mitad del siglo XIX. De izquierda a derecha, teniente de Infantería, capitán de
Ingenieros y alférez de Caballería, todos ellos con uniformes de gala. Del libro «El Ejército
Español en Ultramar y África». J.M. Guerrero Acosta.
220 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

truidas entre los siglos XVII y XIX y distribuidas por las principales islas,
entre las que cabría destacar las fortalezas de Santiago (Manila) y San Feli-
pe (Cavite), ambas en la isla de Luzón, la de San Pedro (Cebú), en el grupo
de islas de Las Visayas, el Pilar (Zamboanga), en Mindanao, y el pequeño
fuerte de piedra de la isla de Culión (Calamianes), entre las islas de Min-
doro y Palawan o Paragua, donde también existía una leprosería5.

Fuerzas del Ejército

Hasta el comienzo del segundo cuarto del siglo XIX (en concreto hasta
el año 1825), el gobernador de las Filipinas no uniría su cargo al de capitán
general militar de las islas, acumulando también en su persona la Coman-
dancia General de Marina, la presidencia de la Audiencia y la Judicatura, el
Vicepatronato Real, la Superintendencia de Hacienda y la presidencia de la
Delegación de Rentas de Correos, Postas y Estafetas. Pocos años después
(1828), y en las postrimerías del reinado de Fernando VII, la guarnición de
las islas se establecía en dos regimientos de Infantería de recluta local, seis
batallones de milicias disciplinadas provinciales, un regimiento de Dragones
y un batallón de Artillería, que se distribuían, en batallones y compañías
sueltas, por las islas de Luzón, Mindanao y Joló. En las islas Marianas, su
guarnición militar solía estar compuesta por una compañía Veterana y dos
batallones de Milicias, en su totalidad dependientes del Ejército de Filipinas.
Al principio de la siguiente década (enero de 1830), se creó y se envió
a las Filipinas un primer regimiento de Infantería de composición total-
mente europea (el denominado Expedicionario de Asia, posteriormente
transformado en el del Rey n.º 1, pero con recluta local), y dos décadas más
tarde (entre 1851 y 1854) el denominado Ejército de Filipinas se reorgani-
zaba en nueve regimientos de Infantería indígena (tres de línea y seis lige-
ros), que en 1868, y por falta de efectivos, se reducían a siete, junto con dos
escuadrones de Caballería, un regimiento de Artillería (una de cuyas briga-
das estaba compuesta por europeos), un batallón de obreros de Ingenieros y
tres Tercios de la Guardia Civil Veterana.
En el año concreto de 1872, motivo del presente estudio, los seis regi-
mientos de Infantería existentes en Filipinas (del Rey n.º 1, de la Reina n.º
2 –posteriormente, Castilla y Filipinas, respectivamente–, Magallanes n.º 3
–antiguo Fernando VII–, Infante n.º 4, España n.º 5, Príncipe n.º 6, Prince-

5 MARTÍN GÓMEZ, Antonio L.: «Filipinas 1847-1851: Las campañas del Caraballo, Balanguin-
gui y Joló». Página 15. Editorial Almena. Madrid, 2005.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 221

Figura 10: Tropas indígenas de Infantería a principios de la segunda mitad del siglo XIX.
Ilustración de A.L. Martín Gómez, del libro «Filipinas 1847-1851».

sa n.º 7, y Manila n.º 8 –antiguo Borbón–) estaban compuestos por seis


compañías (cuatro de fusileros y dos de cazadores, granaderos o carabine-
ros, según los casos), de unas 750 plazas por regimiento (en realidad eran
batallones, por mando, organización y efectivos), de los cuales el 93% era
de composición indígena. En total, unos 4.500 hombres, distribuidos en dos
medias brigadas, la primera de las cuales guarnecía las estratégicas plazas
de Manila y Cavite (ambas en la isla de Luzón) y la segunda las islas de Las
Visayas, Mindanao y Joló6.
Las fuerzas de Caballería, estaban distribuidas en dos escuadrones de
Lanceros de Luzón (unos 270 hombres armados con lanzas de bambú y
sables), las de Artillería en un regimiento con dos batallones de la antigua
Brigada de Artillería Europea 1.ª Expedicionaria y de la Brigada Indígena de
Artillería (reorganizadas en 1871), que disponían de ocho baterías a pie y
tres a caballo, a las que se unía una Compañía de Artillería de Milicias, des-
tacada en las islas Marianas, y las de Ingenieros estaban compuestas de un
batallón con tres compañías de obreros (Manila, Mindanao y Zamboanga)7.

6 MÁS CHAO, Andrés: «Evolución de la Infantería en el reinado de Alfonso XII». Colección Ada-
lid. Servicio de publicaciones del EME. Madrid, 1989.
7 GUERRERO ACOSTA, José Manuel: «El Ejército español en ultramar y África (1850-1925)».
Páginas 64 a 74. Acción Press S.A. Madrid, 2003.
222 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

Figura 11: Oficial y servidores indígenas filipinos de una pieza de artillería de campaña.
Ilustración de F. Rueda. Del libro «El Ejército Español en Ultramar y África». J.M. Guerrero
Acosta.

Por último, en el mencionado año 1872, se disponía en Filipinas de tres


Tercios de la Guardia Civil Veterana (Manila, Lingayen y Cebú), formados
con los efectivos del disuelto Regimiento de Isabel II n.º 9, y de tres com-
pañías de Guardias de Alabarderos (en las que se integraba una sección de
25 guardias del capitán general del archipiélago, con un pelotón a caballo)
y otras tres disciplinarias (Paragua, Balabac-Joló y Davao), así como de ser-
vicios de Administración y de Sanidad Militar (con hospitales militares en
Manila, Cavite, Mindanao, Zamboanga y Cotta-Batto), incluida una peque-
ña Academia de Infantería.
En su totalidad, el denominado Ejército de Filipinas, contaba, en el año
1872, con unas fuerzas de aproximadamente 10.500 hombres, que se encon-
traban al mando del teniente general Rafael Izquierdo, gobernador general
y capitán general del archipiélago, un santanderino de 50 años de edad en
1872 y 36 de servicio activo en el Ejército, que, como ya se ha comentado
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 223

anteriormente, había combatido en las dos primeras guerras carlistas (y


resultado herido de gravedad en varias ocasiones) y participado en la Gue-
rra de África de 1859-1860 y en la intervención en Santo Domingo de 1861-
1865 (en la que mandó la 2.ª Brigada de la División Expedicionaria de Mon-
tecristi). Tras participar activamente en la Revolución de Septiembre de
1868, en la que sublevó la guarnición de Sevilla a favor de los revoluciona-
rios de Cádiz y tomó parte en la histórica Batalla de Alcolea (28 de sep-
tiembre de 1868), se le ascendió a teniente general, contando en su historial
de méritos con una larga experiencia en mandos coloniales y de importan-
tes gobiernos militares, como el de Puerto Rico, en dos ocasiones (1861-
1863 y 1865), Ferrol (1863) y la capitanía general de Castilla La Nueva
(octubre de 1868).
Como segundo mando del archipiélago y teniente gobernador general,
contaba con el general de división Felipe Ginovés Espinar de la Parra, con
38 de servicio activo en el Ejército y procedente del Ejército carlista de la
1.ª Guerra Civil, tras de la que se acogió al Convenio de Vergara (agosto de

Figura 12: Uniformes, salacots, sombreros, capacetes, accesorios, divisas y emblemas de


diferentes cuerpos del Ejército español destacado en Filipinas durante la segunda mitad del
siglo XIX. Del libro «El Ejército Español en Ultramar y África». J.M. Guerrero Acosta.
224 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

1839) y se integró en el Ejército regular isabelino. Combatió en Cataluña


contra sus antiguos compañeros de armas en la 2.ª Guerra Carlista (1847-
1849) y participó en las jornadas de Torrejón de Ardoz (julio de 1846) y en
el alzamiento liberal de Alcalá de Henares (febrero de 1854), así como en
la posterior acción de Vicálvaro (junio de 1854), poseyendo, también, una
larga experiencia en mandos coloniales, entre los que cabría destacar su par-
ticipación en la intervención de Santo Domingo de 1861-1865 (tras de la
que se le ascendió a mariscal de campo) y su mando en Cuba como coman-
dante general del Departamento Oriental de la isla.

La Marina: Apostadero de Cavite, estaciones navales, unidades destacadas


en Filipinas, mandos del apostadero y fuerzas de Infantería de Marina

A principios de la década de los 70 del siglo XIX, los efectivos milita-


res españoles en el archipiélago filipino seguían concentrándose, principal-
mente, en la isla de Luzón (Manila y Cavite) y, de forma muy aislada y esca-

Figura 13: Plano de la época de la Bahía de Manila, con la plaza y el Arsenal Naval de Cavite
en su sector central.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 225

samente significativa, en algunas pequeñas guarniciones de las Visayas,


Mindanao y Joló, quedando prácticamente desguarnecidas el resto de las
islas.
La Marina de Guerra, y desde el año 1827, contaba con un solo aposta-
dero en las islas, ubicado en la problemática península de Cavite, en el flan-
co meridional de la amplia Bahía de Manila y entre las dos pequeñas ense-
nadas de Cavite y Bacoor. Su emplazamiento (en una antigua isla unida a
tierra artificialmente a través del Itsmo de Delahicán, en los años 1855-
1859, durante las capitanías generales de Manuel Crespo y Fernando de
Norzagaray, era una verdadera ratonera, al ser prácticamente indefendibles
sus dos bocas, a pesar de contar con un fuerte exterior para su defensa (el
de San Felipe), entre el arsenal y la plaza de Cavite, y un baluarte interior
de escasa solidez (el de Guadalupe), por lo que los marinos reclamaron,
repetidamente, el traslado del arsenal a Subic, cerca de Ologapó, sin recibir,
en ningún caso, la aprobación de los sucesivos capitanes generales del
archipiélago, ni de los gobiernos de Madrid. No podía, por lo tanto, consi-
derársele verdaderamente como un apostadero, sino, simplemente, como un
«establecimiento naval».
Desde este apostadero, o «establecimiento naval» de Cavite, la Marina
de Guerra organizó todas las expediciones y operaciones navales de asenta-
miento que realizaba, periódicamente, en el resto de las islas, sobre todo a
partir de la segunda mitad del siglo XIX, que se apoyaron con una serie de
modestísimas «estaciones navales» diseminadas por todo el archipiélago,
como las de La Isabela de Balisán, Zamboanga, Calamianes, Iloilo, Cebú,
Balabac, Pangasinán, Puerto Princesa, Tawi-Tawi, Joló, Davao, Osilán y
Pollok, que disponían, según los casos, de pequeños almacenes, depósitos

Figura 14: Maqueta del arsenal de Cavite hacia mediados del siglo XIX. Museo Naval de
Madrid.
226 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

de carboneo y astilleros, pero que resultaban totalmente insuficientes para


consolidar el sistema defensivo del vasto archipiélago filipino8.
Para realizar la importante labor de defensa naval del archipiélago y de
protección contra la constante piratería en Joló, en los primeros años de la
década de los 70 del siglo XIX la Armada española contaba en Filipinas,
solamente, con una escuadrilla de buques considerados «coloniales» o de
«patrulla de altura», que, salvo en el excepcional caso de la fragata de héli-
ce Berenguela, no podían utilizarse como unidades de combate frente a
escuadras extranjeras de cierta importancia y solamente eran útiles para
«operaciones coloniales» de policía y contra insurgencia en territorios toda-
vía no dominados completamente. Estas unidades, con la suficiente enver-
gadura, armamento, velocidad y heterogeneidad que convenía a las misio-
nes que debían realizar (en su mayor parte de patrulla y vigilancia de costas,
transporte de tropas, escolta de convoyes, ataque a tráfico marítimo enemi-
go y acciones coloniales contra la piratería y de apoyo a fuerzas terrestres,
en muchos casos en intrincados estrechos, lagunas costeras, ríos navegables
y zonas, por lo general de escaso calado y difícil maniobrabilidad), estaban
compuestas por un reducido núcleo de buques de cierta envergadura (fraga-
tas, corbetas y goletas, con propulsión mixta de motor y vela, y sin protec-
ción alguna de blindaje), «para afirmar la soberanía» y realizar acciones de
largo desplazamiento, así como por un grupo de unidades menores y de
apoyo, como cañoneros y lanchas artilladas, para labores de policía y con-
tra insurgencia en zonas costeras y del interior.

Figura 15: Escuadra de Filipinas en la década de los 70 del siglo XIX (con el n.º 2 la fragata
de hélice Berenguela, con el n.º 1 la corbeta de hélice Santa Lucía, con el n.º 3 la goleta
Filomena y con el n.º 4 el cañonero Prueba). Grabado de la época de la «Ilustración
Española y Americana».

8 CERVERA PERY, José: «Marina y política en la España del siglo XIX». Páginas 211 y ss. Edito-
rial San Martín. Madrid, 1979.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 227

Entre las consideradas como unidades mayores, se contaba, en enero de


1872, con tan solo un buque de los catalogados como de 1.ª clase en el Esta-
do General de buques de la Armada de 1870, la fragata de hélice Beren-
guela, buque insignia del contralmirante jefe del Apostadero de Filipinas
(de 2.600 toneladas de desplazamiento, máquina de 360 c.v. nominales, que
le proporcionaban una velocidad de 8 nudos, y un armamento de 20 caño-
nes lisos de 20 cm, en batería central, y 6 rayados de 16 cm), así como con
ocho unidades consideradas de 2.ª y 3.ª clase, constituidas por las modernas
corbetas de hélice Santa Lucía, Vencedora y Wad-Ras (con desplazamientos
próximos a las 750 toneladas, máquina de 160 c.v. nominales, que le pro-
porcionaban una velocidad de 8 nudos, y un armamento de 2 cañones lisos
de 20 cm, en colisa y en el centro de los buques, y 1 liso en colisa y a proa)
y las goletas de hélice (en su mayoría, con casco de hierro) Circe, Wad-Ras,
Valiente, Constancia, Animosa y Santa Filomena (de 510 toneladas de des-
plazamiento, máquinas de 100 c.v. nominales, que le proporcionaban una
velocidad de 8 nudos, y un armamento de 2 cañones rayados de 16 cm. y 1
de 12 cm.), aunque, estas dos últimas se encontraban, en enero de 1872,
fuera de servicio y «subidas en varadero», para reparación de máquinas y
calderas. En su conjunto, suponían una fuerza naval de 10 unidades, que
montaban 33 cañones (23 lisos de 20 cm, 7 rayados de 16 cm y 3 rayados
de 12 cm) y unas dotaciones próximas a los 1.180 hombres, y que estaban
al mando del capitán de navío Alejandro Arias Salgado Téllez, comandante
de la fragata Berenguela9.
Por su parte, las unidades menores y de apoyo para defensa costera,
todas ellas consideradas como buques de 3.ª clase, estaban compuestas por
media docena de cañoneras de hélice (Mindanao, Panay, Albauy, Arayak,
Manileño, Samar 2 y Bulusan 2) pertenecientes a las Fuerzas Sutiles10,
junto con una veintena de lanchas y falúas artilladas, para vigilancia fluvial.
Las citadas cañoneras o cañoneros, como también se las denominaba,
correspondían, en su totalidad, a una serie de unidades construidas en 1860
en Inglaterra y montadas, posteriormente, en Hong Kong, con desplaza-
mientos variables ente 83 y 37 toneladas, máquinas de 20 a 30 c.v. nomina-

9 LLEDÓ CALABUIG, José. Buques de vapor de la Armada española: del vapor de ruedas a la
fragata acorazada, 1834-1885. Agualarga Editores, S.L. Madrid, 1997. Y Estado General de los
buques de la Armada de 1870.
10 Se denominaba «Fuerzas Sutiles» a las agrupaciones de embarcaciones armadas de muy diverso
tipo, formadas para diferentes misiones y apropiadas para necesidades y estrategias locales. La
denominación es genuinamente española, al ser los españoles los primeros que las utilizaron en
los sitios Gibraltar (1781), Brest y Cherburgo (1799), en los que se conocieron como «flotilles a
léspagnole», así como en la defensa de Puerto Rico y Ferrol (1800).
Figura 16: Corbeta de hélice Vencedora, con un desplazamiento de 750 toneladas, máquina
de 160 c.v. nominales, que le proporcionaba una velocidad de 8 nudos, y un armamento de
dos cañones lisos de 20 cm, en colisa y en el centro del buque, y uno liso en colisa y a proa.
Fotografía del libro «Buques de Vapor de la Armada Española». J.Lledó Calabug.

les, que les proporcionaban una velocidad de 9 nudos, y artilladas con 1


cañón rayado de 16 o 12 cm a proa, y, en algunos casos, con otro de 8 cm a
popa. En su conjunto, suponían una fuerza de apoyo costero de 7 unidades,
que montaban 12 cañones rayados (4 de 16 cm, 5 de 12 cm y 3 de 8 cm) y
unas dotaciones próximas a los 290 hombres, bajo el mando del capitán de
navío Juan Martínez Illescas (2.º jefe del Apostadero de Filipinas)11.

Figura 17: Goleta Constancia (en el medio y al fondo) y diferentes cañoneras de hélice de
las denominadas Fuerzas Sutiles del Apostadero de Filipinas. Fotografía del libro Buques de
Vapor de la Armada Española. J. Lledó Calabug.

11 BORDEJÉ Y MORENCOS, F. Fernando: Crónica de la Marina española en el siglo XIX, 1868-


1898. Tomo II. Ministerio de Defensa. Madrid, 1995.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 229

Figura 18: Oficiales de la Marina a bordo de la fragata de hélice Berenguela en el Apostadero


de Cavite. Segunda mitad del siglo XIX. Archivo particular de la Familia Rolandi.

Finalmente, y por aquellas mismas fechas, se encontraba realizando


labores de investigación en el archipiélago filipino la Comisión Hidrográfi-
ca de la Armada, a bordo de la corbeta de hélice Vencedora, que, pocos
meses después (septiembre de 1872) sería relevada por la goleta Wad Ras,
y que, en sus periplos por las costas filipinas, solía ir escoltada por el caño-
nero Mindanao y la Falúa n.º 2.
En enero de 1872, y desde nueve meses antes (abril de 1871), la coman-
dancia general del apostadero de Filipinas la ocupaba el contralmirante
Manuel Mac Crohon Blake, un gaditano de 56 años, de ilustre familia de
militares y marinos12, que había ocupado diferentes destinos en la penínsu-
la (Cádiz, Cantabria, Alicante y Sevilla) y en las Antillas (entre ellos, los de
ayudante de la Mayoría General del apostadero de La Habana y la capitanía
del puerto de Cárdenas) y participado en la Intervención en Méjico de 1862.
Colaboró con la Revolución de Septiembre de 1868 en Cádiz, desde su
puesto de comandante de Guardias Marinas de Cádiz, tras de lo que se le

12 El contralmirante Manuel Mac Crohon Blake era hijo del coronel de Infantería del Ejército, Euge-
nio Mac Crohon y tenía otros dos hermanos también marinos, José, diputado a Cortes por Mála-
ga y Alicante durante los años 30 y 50 del siglo, y Rafael.
230 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

nombró jefe superior del Departamento de Cádiz y del arsenal de La Carra-


ca y se le ascendió a brigadier. Un año más tarde, en septiembre de 1869,
fue ascendido a contralmirante y nombrado comisario militar del Tribunal
del Almirantazgo, hasta su nombramiento, como comandante general del
apostadero de Filipinas, en enero de 1871 y su llegada al archipiélago a
finales del mes de abril de ese mismo año, donde sustituyó al también con-
tralmirante Enrique Croquer Pavía13.
Como segundo jefe del apostadero estaba en capitán de navío Juan Mar-
tínez Illescas Egea (que también ostentaba el mando de las denominadas
«Fuerzas Sutiles» del archipiélago), y como jefe encargado de la Coman-
dancia General de Marina de Cavite el capitán de fragata Manuel Carballo
Goyos, ferrolano de 43 años y veterano de la Guerra de África (1860) y de
las intervenciones en Conchinchina (1863) y Santo Domingo (1864-
1865)14. En enero de 1872, y por ausencia de su titular, el contralmirante
Mac Crohon, y del segundo jefe del apostadero, capitán de navío Juan Mar-
tínez Illescas Egea, que se encontraban, en esos momentos (desde el 23 de
diciembre de 1871 al 17 de mayo de 1872), dirigiendo una nueva operación
de castigo contra los piratas de Joló, ejerció el mando accidental de la
comandancia del apostadero y sería el encargado de dirigir la defensa del
arsenal de Cavite durante la insurrección del 20 al 23 de enero, por cuyos
méritos contraídos sería ascendido a capitán de navío.
Otros mandos del apostadero eran, en aquellos momentos, el capitán de
fragata Luis Gaminde Torres, comandante del arsenal de Cavite, también
veterano de la Guerra de África (1860, donde asistió a las batallas de Cas-
tillejos y Tetuán y a los bombardeos de Arcila y Larache) y de las interven-
ciones en Méjico (1861, donde fue nombrado gobernador de la histórica
fortaleza de San Juan de Ulúa, en Veracruz) y en Santo Domingo (1864-
1865)15, así como los ayudantes secretarios de la comandancia, tenientes de
navío de 1.ª clase Manuel Mozo Díaz Robles y Jacobo Varela Torres, y los
oficiales de órdenes tenientes de navío de 1.ª clase Horacio Pavía y Rodrí-
guez de Alburquerque y Melchor Ordóñez Ortega.
Finalmente, y como primer jefe de la Fuerza de Infantería de Marina del
apostadero de Filipinas, estaba en teniente coronel Olegario Castellani Marfo-
ri, y, como capitanes de las compañías indígenas, Pedro Mayobre López (capi-
tán de la 1.ª Compañía Indígena, que actuó como jefe accidental de la fuerza
de Infantería de Marina durante los sucesos del 20 de enero de 1872), Santia-

13 Archivo Histórico de la Marina. Hoja de Servicios del contralmirante Manuel Mac Crohon Blake.
14 Archivo Histórico de la Marina. Hoja de Servicios del capitán de navío Manuel Carballo Goyos.
15 Archivo Histórico de la Marina. Hoja de Servicios del capitán de navío Luis Gaminde Torres.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 231

Figura 19: Sargento de Infantería de Marina destinado en Filipinas en la 2.ª mitad del siglo
XIX. Fotografía del Museo Naval de Madrid.

go Sande Calvo y José Manuel Torres Silva. Esta Fuerza de Infantería de Mari-
na, estaba compuesta por unos 400 hombres, en su mayoría indígenas, aunque
la oficialidad y la mayor parte de la suboficialidad eran españoles/peninsula-
res. Su armamento, en dichas fechas (y de acuerdo con el Reglamento de
1870), constaba de fusiles y carabinas rayadas Berdan, modelo 1867, dotadas
de sable-bayoneta modelo 1857, siendo el de los jefes y oficiales el revólver de
seis tiros modelo Lefaucheaux y la espada de ceñir «de hoja recta, puño de
ébano con emblema en la taza cincelada y vaina de cuero charolado»16.

LA SUBLEVACIÓN DE ENERO DE 1872

Origen de la sublevación y planes de los insurrectos

A lo largo del año 1870, y dentro del amplio programa reformista ini-
ciado por el gobierno presidido por el general Juan Prim y con el almirante
Juan Bautista Topete como ministro de Marina, se aprobaron los nuevos

16 RIVAS FABAL, José Enrique: Historia de la Infantería de Marina española. Editorial Naval.
Madrid, 1970.
232 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

Reglamentos de Contabilidad para el material de los Arsenales (Decreto de


25 de enero de 1870) y las Ordenanzas para el Régimen Militar y Econó-
mico de los Arsenales (Real Decreto de 15 de julio de 1870), que reorgani-
zaron los diferentes ramos de los arsenales navales de la época (Ingenieros,
Artillería, Administración, Infantería de Marina y Sanidad) de manera más
adecuada a las necesidades del servicio que debían realizar. En Filipinas, y,
más concretamente, en el arsenal de Cavite, estas nuevas disposiciones (al
igual que otras reformas administrativas emprendidas por los diferentes
gobiernos del Sexenio Democrático) fueron recibidas con desagrado, sobre
todo, porque suponían que, a partir del 1.º de enero de 1871, los obreros del
arsenal (en su mayoría indígenas) deberían sujetarse al pago de tributo y a
la prestación personal, perdiendo, con ello, el privilegio de excepción que
tenían, desde antiguo.
Los primeros en protestar fueron algunos funcionarios y religiosos
españoles partidarios del antiguo régimen isabelino, como el teniente Mon-
tesinos, el oficial de Administración Militar Morquecho y los religiosos
Antonio Rufián (de la orden de San Juan de Dios) y Gómez (prior del con-
vento de los padres recoletos de Cavite), quienes se opusieron abiertamen-
te a las nuevas medidas, aludiendo que el propio gobernador general del
archipiélago, Rafael Izquierdo, las había considerado como una «injusti-
cia». Rápidamente, se unieron a las protestas diversos grupos de filipinos

Figura 20: Imagen de satélite de la península de Cavite, en la actualidad.


LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 233

descontentos, que quisieron aprovechar la ocasión que se presentaba para


ensayar un movimiento insurreccional contra los españoles, cuyo objetivo
final era acabar con la administración española y proclamar la independen-
cia de todo el archipiélago.
El complot indígena, únicamente extendido por las provincias de Mani-
la y Cavite, contaba con dos tramas, una militar y otra civil, que, lógica-
mente, debían actuar de forma coordinada y diligente. En la trama militar,
participaron los sargentos mestizos Lamadrid, Bonifacio Octavo y Patricio,
los cabos de Infantería de Marina Pedro Monosón y Tolentino (que fueron
los encargados de soliviantar los ánimos y recoger firmas de comprometi-
dos entre los artilleros del Fuerte de San Felipe y en el Regimiento de Infan-
tería n.º 7 (que constituían la guarnición militar de dicha plaza), así como
dentro del arsenal naval de Cavite e, incluso (aunque con escaso éxito), en
parte de la marinería indígena de la escuadra, sobre todo de la fragata
Berenguela). Otros participantes fueron el cabo 1.º del Regimiento de
Infantería Teodoro Real, el maquinista Regino Cosca y el escribiente del
arsenal Vicente Generoso. Por su parte, la trama civil estuvo encabezada por
los religiosos nativos José Burgos (doctor en teología y cura párroco de la
catedral de Manila), Mariano Gómez (cura de Bacoor), Jacinto Zamora
Guevara (cura de Quiapo), por los abogados Regidor, Pardo, Serra y Sán-
chez, el dirigente local Eduardo Camerino (indultado, un año antes, por el
anterior capitán general, De la Torre) y por otros comerciantes locales,
como el contratista del arsenal Máximo Inocencio (que también se conside-
raba afectado por las nuevas reformas administrativas) y Francisco Saldua
(que era el más violento y que proponía, claramente, «eliminar a todos los
peninsulares»).
El plan de los insurgentes consistía en aprovechar la salida del arsenal
de Cavite del grueso de la escuadra de Filipinas, con destino a Joló (inicia-
da el 23 de diciembre de 1871), con el comandante general del apostadero
Manuel Mac Crohon y el grueso de las fuerzas de Infantería de Marina a
bordo, para provocar un incendio en Tondo, que creara confusión entre las
autoridades españolas, al que seguiría un levantamiento general de las fuer-
zas indígenas del Regimiento de Artillería de Manila, que ocuparía la forta-
leza de la Real Fuerza de Santiago. Por su parte, en Cavite, unos disparos
de cañón serían la señal convenida para que se alzaran en armas las fuerzas
indígenas del Regimiento de Artillería del Fuerte de San Felipe y de Infan-
tería de Marina del arsenal, a las que se unirían unos 500 civiles armados
dirigidos por Eduardo Camerino. La fecha elegida para el inicio de la suble-
vación era el domingo 21 de enero de 1871 y la hora prevista las 12 de la
noche.
234 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

Figura 21: Imagen de satélite del tramo final de la península de Cavite, con el detalle del
Arsenal Naval en su parte meridional.

Conocimiento de los planes de insurrección por las autoridades españolas


y medidas adoptadas

En la mañana del viernes 19 (y, por tanto, dos días antes de la fecha pre-
vista para el inicio de la sublevación), el jefe encargado de la comandancia
general de Marina de Cavite, capitán de fragata Manuel Carvallo, recibió en
Manila dos anónimos escritos en los que se le informaba de todo lo que se
preparaba17. El primero de los citados anónimos, decía lo siguiente: «Mani-
la 17 de Enero de 1872. Sr. D. Manuel Carballo: Por diferentes sexos, cla-
ses, oficios y estado, de quien he oído decir que en la ciudad de Manila ha
de haber una sublevación altamente extraña el sábado 20 del corriente, a
la hora más privada de la noche, que según tratan de hacer conforme al
plan manifestado que solo está aguardando que aleje de la bahía el vapor
Valiente, creo menester resguardar el arsenal con mucha precaución por-
que es el sitio de la población que más le interesa los atentados, creo que V.

17 Informe del comandante general accidental de Marina del apostadero de Filipinas al ministro de
Marina y vicepresidente del Almirantazgo, emitido el 5 de febrero de 1872. La Gaceta de Madrid,
N.º 84. 24 de marzo de 1872.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 235

Con superior alcance sabrá dictar órdenes tan medidas que no de lugar á
este tan desgraciado pensamiento. Noticias muy ciertas que da un natural
de este suelo». Por su parte, el segundo de los anónimos rezaba de la
siguiente manera: «Sr. Capitán del puerto, Comandante general interino:
Pongo en su conocimiento que, enterado esta misma noche en el mercado
de esta y en las murallas para que el día viernes o sábado de esta semana
dará un cañonazo en el fuerte de Manila, señal de una sublevación contra
los españoles, logra esta ocasión por no estar toda la escuadra. El que sirve
de cabeza de motín es el M.R. P. Burgos en Manila, y en Cavite los sargen-
tos de artillería y cabos de infantería de Marina indígena. Asimismo, Sr.
Comandante general, ruega este que suscribe para que mire con atención,
y que Dios ayude vuestros pensamientos. Y estas mismas manifestaciones
tendrá el Sr. Comandante del arsenal, el Capitán general y el Gobernador
de esta plaza. Lo más acertado, señor, resguardar los fuertes de Manila y
Cavite con soldados españoles, y que recoja a todos los cabos y sargentos
indígenas, siendo el motín ó el que conquista a todos los que están en esta
plaza el cabo Pedro y Celestino, de infantería e Marina; que inmediata-
mente que asegure a los dos, y que ordenen al Gobernador de esta plaza
para que haga requisa y prendan a los soldados cumplidos que están en
Cavite. El que da noticia es un indio, que desea el bien y la tranquilidad.»
Manuel Carballo, y a pesar de no dar un crédito absoluto a los anónimos
recibidos, los remitió, inmediatamente, al capitán general del archipiélago y
procedió a adoptar una serie de medidas preventivas que evitaran toda posi-
ble sorpresa, aunque procurando evitar, en lo posible, alarmas innecesarias.
Sin pérdida de tiempo se desplazó a Cavite, en cuyo arsenal dispuso que
todas las guardias se reforzaran y tuvieran a su frente oficiales peninsula-
res, que en el cuartel de Infantería de Marina permaneciera un capitán y dos
subalternos de manera continua y que el servicio de ronda se hiciera por
todos los buques de forma rigurosa. Asimismo, ordenó que pernoctaran
dentro del arsenal todo el personal militar (incluido el de las unidades nava-
les que se encontraban en carena) y que las armas portátiles de los buques,
depositadas y en composición en los talleres de Artillería, se alistasen y
repartiesen a cada uno, con sus municiones correspondientes.
Ante la ausencia del grueso de la escuadra (que se encontraba, desde un
mes antes, en concreto desde el pasado 23 de diciembre, realizando una nueva
expedición por el archipiélago de Joló), se ordenó que se mantuvieran total-
mente preparados los cañoneros Samar y Bulusan para actuar en el momento
en que se hiciera necesario, y que se botase al agua la goleta Filomena (subi-
da en varadero para limpiar fondos), a pesar de la escasa marea que había en
esos momentos. También, y como medida preventiva, se apresó y se puso bajo
236 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

Figura 22: Goleta de hélice Santa Filomena, de 510 toneladas de desplazamiento, máquinas
de 100 c.v. nominales, que le proporcionaban una velocidad de 8 nudos, y un armamento de
dos cañones rayados de 16 cm. y uno de 12 cm. Fotografía del libro Buques de Vapor de la
Armada Española. J. Lledó Calabug.

arresto vigilado a los citados cabos Pedro y Tolentino, mencionados en los


anónimos recibidos, vigilándose también, estrechamente, al resto de los cabos
indígenas. Finalmente, se reforzó la vigilancia del río Pasig de Manila con una
falúa del crucero de bahía al servicio del corregidor.

Se inicia la sublevación en el Fuerte de San Felipe y en el arsenal de Cavite

Los planes inicialmente previstos por los insurrectos sufrieron un lige-


ro contratiempo, provocado por el nerviosismo de alguno de los compro-
metidos, en concreto, del destacamento indígena del 7.º Batallón de Artille-
ría que guarnecía el Fuerte de San Felipe, o ciudadela de Cavite (formado
por un teniente y un sargento peninsulares, y un sargento, cuatro cabos
segundos, un corneta y 32 soldados indígenas), el cual, al comprobar las
medidas preventivas que estaban adoptando los mandos españoles de la
plaza, se sublevaron hacia las ocho de la noche del sábado 20 de enero, ade-
lantando, con ello, en 24 horas, el inicio de la sublevación. El teniente y el
sargento españoles al mando de la fortaleza fueron asesinados en los pri-
meros momentos, al intentar oponerse a la sublevación, junto con una cria-
da filipina, resultado también herida la esposa del teniente, e ileso un fraile
español, y, media hora más tarde (entre las ocho y las nueve de la noche),
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 237

Figura 23: Puerta principal del Fuerte de San Felipe de Cavite, en el que, a las ocho de la
noche del sábado 20 de enero de 1872, se inició la sublevación de Cavite. Fotografía del libro
Memoria del 98. El País.

los ya sublevados comenzaron a efectuar los primeros disparos de fusil con-


tra el arsenal, como señal de inicio de la insurrección.
En esos mismos momentos, la fuerza de Infantería de Marina que había
quedado en Cavite (constituida por tan solo 54 miembros, en su mayoría
indígenas) se encontraba formada en el patio de armas de su cuartel, prepa-
rándose para realizar el relevo de guardias del arsenal, pero, al oír los pri-
meros disparos del Fuerte de San Felipe, la mayor parte de sus componen-
tes (en concreto 38 individuos de dicho cuerpo) se unieron a la sublevación
e intentaron eliminar a sus mandos peninsulares y ocupar la cárcel del lugar,
al grito de «mueran todos los españoles y viva la independencia», «enta-
blando una terrible refriega con sus oficiales y clases europeas que inten-
taron contenerlos, en cuya refriega quedaron muertos, como buenos y esfor-
zados el capitán José Torres Silva, el sargento 1.º Miguel Gómez Herrera,
herido de gravedad el teniente Guillermo Herce, que falleció a las pocas
horas, y, levemente, el capitán Santiago Sandes»18. El capitán Torres, el sar-
gento Gómez Herrera, y un soldado europeo resultaron muertos en los pri-
meros momentos de la insurrección, cuando intentaban contener a los
sublevados, mientras que el teniente Guillermo Herce, sería herido, grave-
mente, en el momento en que intentaba abrir la puerta del cuartel (al pare-

18 Informe del comandante general accidental de Marina del apostadero de Filipinas al ministro de
Marina y vicepresidente del Almirantazgo, ya citado.
238 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

Figura 24: Foto de satélite con el detalle del Arsenal de Cavite en la actualidad y los restos
del Fuerte de San Felipe, junto a su entrada de tierra.

cer, por los disparos efectuados por el cabo 1.º indígena Justo Lindon), con
objeto de facilitar la entrada de las tropas de Infantería que, presumible-
mente, acudirían a sofocar la insurrección.
El capitán Pedro Mayobre López, jefe accidental de las tropas de Infan-
tería de Marina (por ausencia de su teniente coronel titular, que se encon-
traba en la ya mencionada expedición a Joló), pidió, rápidamente, ayuda y
el envío de refuerzos al primer jefe del Regimiento de Infantería n.º 7 que
guarnecía la plaza de Cavite, el cual, poco después, y al frente de 500 hom-
bres, penetraba a viva fuerza en el cuartel de Infantería de Marina (desde
cuyas ventanas le hicieron un nutrido fuego los sublevados), rompiendo sus
puertas con hachas y zapapicos facilitados por el comandante del presidio
(el capitán de carabineros Guillermo Conesa Navarro). Ya en el interior del
cuartel, se entabló un duro combate, que incluyó una decidida carga a la
bayoneta, tras la que se logró herir o apresar a trece insurrectos y hacer huir
al resto hacia el Fuerte de San Felipe. Diez infantes de Marina indígenas que
no habían participado en la insurrección (pero que «habían dado muestras
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 239

inequívocas de estar comprometidos en la sublevación»), fueron enviados,


de manera preventiva, al cuartel del Regimiento de Infantería n.º 7, que-
dando dieciséis soldados de Infantería del Ejército como retén en el recién
liberado cuartel de Infantería de Marina.
Casi simultáneamente con estos hechos, los doce infantes de Marina indí-
genas que hacían guardia en la puerta exterior del arsenal abandonaron precipi-
tadamente sus puestos y se refugiaron, también, en la fortaleza de San Felipe,
comenzando a disparar contra los españoles, desde posiciones ventajosas que
dominaban, prácticamente, todo el recinto del arsenal y su entrada por tierra.
La primera defensa del arsenal la organizó el teniente de Infantería de
Marina Ramón Pardo Pardo, que se encontraba realizando, en esos precisos
momentos, el servicio de ronda del recinto naval, mediante la disposición de
guardias «listas con armas cargadas y distribuidas para contestar el fuego
que ya hacían desde las murallas los sublevados». Poco después, y al acudir
al recinto el comandante del arsenal, capitán de fragata Luis Gaminde, dis-
puso su defensa con la escasa fuerza disponible, compuesta por la marinería
de las goletas Filomena y Animosa, personal del depósito del arsenal, emple-
ados de la maestranza y unos pocos soldados de Infantería de Marina de las
guardias y retenes del interior (en total, algo menos de sesenta hombres), for-
mando trozos avanzados que distribuyó, estratégicamente, por todo el recin-
to. En el trozo más avanzado, se colocó el comandante de la goleta de héli-
ce Santa Filomena, teniente de navío de 1.ª clase Pascual Aguado, que muy
pronto resultó herido de gravedad y tuvo que ser reemplazado, en un primer
momento, por el contramaestre de dicho buque, José Sánchez Lojo, y, pos-
teriormente, por el oficial 2.º del Cuerpo Administrativo, Juan Serón Maren-
go19 y el alférez de navío Gabriel Lessenne. Por su parte, los trozos de la
goleta de hélice Animosa (en varadero, para componer su casco, máquina y
caldera) se situaron en retaguardia y estuvieron mandados, alternativamente,
por su segundo comandante, el alférez de navío Eulogio Merchán Rico (y
comandante accidental del buque, por ausencia de su comandante titular, el
teniente de navío José Pardo Figueroa) y por el también alférez de navío
Eduardo García de Cáceres, y secundados por el contramaestre Miguel
Millón y los terceros habilitados Vicente Acosta y Francisco Elorriaga, así
como por diferentes clases y marineros, tanto peninsulares como indígenas.
Todos ellos actuaron con indudable valor y evitaron que el recinto del arse-
nal cayera en manos de los sublevados, destacando, en esos primeros com-

19 Su hermano Francisco, por aquellas fechas contador de navío de 2.ª clase y, con los años, general
del cuerpo de Contadores de Marina, estaba casado con Josefina Rolandi Butigieg, tía bisabuela
del autor de este artículo.
240 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

Figura 25: Tropas de marinería nativas en la segunda mitad del siglo XIX. Grabado del libro
Filipinas 1847-1851. A.L. Martín Gómez.

bates, el oficial 1.º del Cuerpo administrativo de la Armada, Angel Baleato,


que sería herido mortalmente de dos disparos enemigos, mientras desempe-
ñaba una comisión de enlace encomendada por el comandante del arsenal.

Primer asalto frustrado al fuerte de San Felipe. Las noticias de la


insurrección en Cavite llegan a Manila. Medidas adoptadas y rápido envío
de refuerzos

Iniciada la sublevación, y ante el fragor de los primeros combates, un


buen número de oficiales de Marina que se encontraban en el núcleo urba-
no de Cavite, acudieron rápidamente al arsenal, para incorporarse a sus res-
pectivos destinos. Uno de ellos sería el joven teniente de Infantería de Mari-
na, José Sancho Méndez-Núñez (tío bisabuelo del autor de este artículo, y,
con los años, general de brigada de dicho cuerpo)20, que, revólver en mano,

20 El teniente de Infantería de Marina, José Sancho Méndez Núñez, sobrino del vicealmirante Casto
Méndez Núñez, el héroe del Callao, y tío bisabuelo del autor de este artículo, salvaría su vida,
milagrosamente, durante estas jornadas, primero mientras atravesaba, bajo el fuego enemigo, la
peligrosa avenida que le separaba de la puerta del arsenal (donde caería herido mortalmente, su
compañero de travesía, el médico mayor y jefe de Sanidad del arsenal, Rómulo Valdivieso) y, pos-
teriormente, durante el asalto al fuerte de San Felipe, en el que participó al frente de fuerzas de la
Marina, por la parte de la muralla próxima al arsenal.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 241

y en compañía de otros oficiales, acudió hacia el arsenal, atravesando la


larga avenida que separaba el núcleo urbano de Cavite del recinto naval,
bajo un nutrido fuego de fusilería que le hacían los rebeldes desde el fuerte
exterior de San Felipe. La mayoría conseguiría su objetivo, aunque no todos,
como sería el desafortunado caso del médico mayor y jefe de Sanidad del
arsenal, Rómulo Valdivieso, que caería muerto durante su intento.
Hacia las diez de la noche, el gobernador militar de Cavite, al frente de
dos compañías del Regimiento de Infantería n.º 7 (de La Princesa), y con
apoyo de fuerzas de Marina, iniciaron un primer y frustrado asalto al Fuer-
te de San Felipe por su lienzo de muralla próximo a las puertas del arsenal,
en el que cayeron muertos el alférez de navío Rafael Ordóñez, el contrama-
estre, graduado de alférez de fragata, José Fernández Acebedo21, que man-
daba la guardia de la puerta exterior del arsenal, y el capitán de la 2.ª Com-
pañía del regimiento de Infantería n.º 7, Luis Vila, resultando heridos varios
soldados. Al comprobar la dificultad de la acción, por la escasa fuerza ata-
cante disponible y la decidida defensa que realizaban los sublevados desde
sus ventajosas posiciones, se retiró a Cavite, dejando, como defensa exterior
de las puertas del arsenal naval y auxilio de la próxima fábrica de tabacos
(defendida por carabineros), una guardia de 20 soldados de Infantería, al
mando de un teniente. Durante toda la noche del 20 de enero, el fuego de
fusilería y de cañón del sublevado Fuerte de San Felipe (que contaba con 12
cañones de diferentes calibres), sobre el arsenal fue muy nutrido, siendo
contestado, en todo momento, por las tropas leales.
Ya en Cavite, el gobernador militar recibió la visita del segundo ayu-
dante de la plaza, teniente Agustín Vázquez, y del civil español, José
Gómez, ofreciéndose a desplazarse a Manila para informar de lo que esta-
ba sucediendo a las autoridades de la capital. Obtenida la autorización, los
citados españoles se pusieron en camino en un coche de caballos y sin pro-
tección militar alguna, siendo interceptados y asesinados, durante su reco-
rrido, por una partida de nativos rebeldes.
Pero la noticia del alzamiento de Cavite terminaría llegando a Manila,
en concreto hacia las doce y media de la noche y por medio de un parte que
le llevó, en mano, el comandante de Ingenieros de la Armada Manuel Gui-
nart, al jefe encargado de la comandancia general de Marina, capitán de fra-
gata Manuel Carvallo, quien, inmediatamente (como a la una de la madru-

21 En el último tercio del siglo XX, y desde julio de 1977, un patrullero de la Armada española (el
P-15, de 144 toneladas de desplazamiento y 36 metros de eslora), presta sus servicios con el nom-
bre de Patrullero Acevedo, en honor de este contramaestre ferrolano muerto en los combates de
Cavite, durante la noche del 20 de enero de 1872.
242 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

gada del 21 de enero), dio cuenta de los hechos al capitán general del archi-
piélago, Rafael Izquierdo, junto con la petición de envío urgente de refuer-
zos. Éste, y sin pérdida de tiempo, se dirigió, en persona, a la Real Fuerza
de Santiago, para calibrar el estado de ánimo de su guarnición (en su mayo-
ría nativa) y al comprobar que éstas no secundarían la insurrección, ordenó
al teniente gobernador, general Felipe Ginovés Espiner, que encabezara los
regimientos filipinos nos 1 (del Rey) y 2 (de la Reina) y se dirigiera a Cavi-
te, para sofocar la sublevación de esta plaza, acompañados de respectivas
dotaciones de artillería, ingenieros y servicios médicos.
Pocas horas después, y en la misma mañana del domingo 21 de enero,
Manuel Carvallo embarcó en el cañonero Balusan, en compañía de algún
personal de la capitanía del puerto de Manila, y, llevando consigo un impor-
tante cargamento de municiones, se dirigió, por mar, al arsenal de Cavite.
En el río Balig de Manila dejó dos falúas armadas y otras embarcaciones
menores, con las máquinas encendidas («sobre la máquina»), así como
todos los vapores mercantes disponibles en el puerto, por si resultaban nece-
sarios para el transporte de tropas. Durante su ausencia de Manila, el tenien-
te de navío retirado y ayudante de matrículas, Bonifacio Roselló, quedaría
encargado, interinamente, de la capitanía del puerto.

Llegada de los primeros refuerzos a Cavite y asalto final al Fuerte de San


Felipe

Al llegar al arsenal de Cavite (hacia las 11 de la mañana del 21), Car-


vallo encontró ya perfectamente organizada la defensa del mismo (y dirigi-
da por su comandante general, capitán de fragata Luis Gaminde), proce-
diendo a pertrechar a sus defensores con la munición traída y a reforzar sus
guardias con 25 marineros desembarcados del cañonero Balusan y de la
capitanía del puerto de Manila, que se apostaron en parapetos, desde los que
se contestaba al fuego que se recibía del fuerte de San Felipe, con ayuda de
dos cañones pedreros montados en puntos estratégicos del arsenal. Por la
parte del mar, el cañonero Samar y otras embarcaciones menores quedaron
encargadas de vigilar las avenidas del arsenal ante cualquier posible ataque
por sorpresa que pudiera intentar el enemigo, así como de «rechazar a las
muchas barcas que venían con gente armada de Bacor, a ayudar a los
rebeldes».
Comprobado que los insurgentes permanecían refugiados en el Fuerte
de San Felipe y que no parecía probable una acción de éstos sobre el arse-
nal, hacia las cuatro y media de la madrugada Carvallo regresó a Manila, a
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 243

bordo del cañonero Balusan, donde se entrevistó, nuevamente, con el capi-


tán general, al que informó del estado de la situación en Cavite y recomen-
dó el pronto envío de las fuerzas de refuerzo, ya preparadas y listas para su
inmediato traslado a Cavite.
Pocas horas después, y como a las ocho de la mañana del lunes 21 de
enero, 800 hombres de los regimientos de Infantería filipinos nos 1 (del Rey)
y 2 (de la Reina), al mando del general Ginovés, y reforzados con cuatro
piezas de artillería de 12 centímetros, con 30 artilleros españoles y 30 indí-
genas y su correspondientes municiones y reservas, y algunas fuerzas de
ingenieros y servicios sanitarios, embarcaron en tres vapores mercantes y se
dirigieron a Cavite. Por su parte, Carvallo y el general Ginovés, acompaña-
dos del coronel jefe de Estado Mayor, José Rubí, el coronel comandante de
Ingenieros de Manila, dos comandantes, dos ayudantes de campo y el
teniente de navío de 1.ª clase Santiago Patero, se embarcaron en el cañone-
ro Balusan y se adelantaron para identificar el punto más idóneo donde
efectuar el desembarco de las tropas, que se realizó, poco después, y hacia
las diez de la mañana, sin ninguna novedad. Al pasar frente al sublevado
fuerte de San Felipe, el cañonero Balusan realizó tres disparos de cañón
sobre el mismo, que no fueron contestados por los insurrectos.

Figura 26: Cañonero Samar, con casco de acero y 83 toneladas de desplazamiento. Armado
con un cañón de 16 cm a proa y otro de 8 cm a popa, ambos rayados, este cañonero realizaría
la defensa por mar del arsenal de Cavite, durante los sucesos del 20 al 22 de enero de 1872.
Fotografía del libro La Guerra del 98. A.R. Rodríguez González.
244 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

Los refuerzos desembarcados se dirigieron, rápidamente, a la población


de Cavite, donde se alojaron en el cuartel del Regimiento n.º 7, procedién-
dose, inmediatamente, a reforzar diferentes puntos de la población. El arse-
nal (con el que solo existía comunicación segura por mar, al continuar su
avenida de entrada por tierra totalmente bajo los fuegos del fuerte subleva-
do) sería reforzado con 50 hombres del Regimiento n.o 1, que relevaron algu-
nos puestos de la marinería (muy fatigada, al estar bajo el fuego enemigo
desde la noche anterior) y, esa misma noche, con otros 50 hombres llegados
desde Manila, mientras que otros 150 hombres del Regimiento n.º 1 pasaban
a reforzar la cárcel, el cuartel de Infantería de Marina y la fábrica de tabacos.
Mientras tanto, y a lo largo de todo el lunes 21, los sublevados del Fuer-
te de San Felipe quedaron totalmente rodeados y sitiados por las fuerzas
gubernamentales, que ya hicieron algunas decenas de prisioneros y 24
muertos entre los rebeldes que intentaban fugarse del fuerte. El fuego de los
sublevados se fue haciendo, poco a poco, menos intenso y, por el contrario,
mucho más activo el de los sitiadores, que castigaban duramente a los sitia-
dos con certeros disparos efectuados por tiradores selectos emplazados en

Figura 27: Cañonero Arayat, con casco de acero y 53 toneladas de desplazamiento. Armado
con un cañón rayado de 12 cm a proa. En un cañonero similar a este, concretamente en el
Bulusán, el capitán de fragata Carvallo y el general Ginovés se desplazarían a Cavite en la
mañana del lunes 21 de enero de 1872. Fotografía del libro La Guerra del 98. A.R. Rodríguez
González.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 245

los tejados de los edificios del arsenal y desde dos pequeñas piezas pedre-
ras de artillería situadas en puntos estratégicos del mismo, a los que se unie-
ron los disparos efectuados por la artillería naval del cañonero Samar, que
consiguieron desmontar varias piezas enemigas y producir varios muertos
entre los sublevados. Por su parte, la artillería del fuerte sublevado también
conseguiría alcanzar con sus disparos al arsenal y a las fuerzas atacantes,
logrando, uno de sus disparos, atravesar la parte alta del costado del caño-
nero Samar, aunque sin consecuencias graves, y otro herir, de diferente con-
sideración, a siete componentes de la guardia del arsenal.
Durante esta jornada, destacaría la actuación del ya citado teniente de
Infantería de Marina, Ramón Pardo Pardo, quien se ofrecería voluntario
para subir, con varios marineros, a los tejados de la Casa de la Comandan-
cia del arsenal, desde la que batió, con sus certeros disparos de fusilería, a
los servidores de una pieza de artillería enemiga emplazada frente a la
misma y que había sido la responsable, pocas horas antes, de los impactos
sobre el cañonero Samar y la guardia del arsenal.
Todo estaba preparado para el asalto final, el cual no debía retrasarse
mucho tiempo, ante las noticias que acababan de recibirse sobre la posible
llegada de 400 nuevos rebeldes, que, desde el vecino pueblo de Bacoor, se
dirigían hacia Cavite para unirse a los sublevados. Para intentar evitarlo, el
comandante jefe de la Guardia Civil de Manila se dirigió hacia Cavite,
situando a sus fuerzas en posiciones que controlaban todas las avenidas de
entrada a esta población.
La escasa respuesta de los sublevados desde el fuerte de San Felipe duran-
te toda la tarde y noche del 21 hacía presagiar que los rebeldes se encontraban
ya muy desanimados y que su resistencia al asalto sería escasa (al comprobar
que las tropas filipinas llegadas desde Manila no solo no se habían unido a la
sublevación, sino que, por el contrario, iban a encargarse de realizar el asalto
final), pero, a pesar de ello, se trasmitió, entre todas las fuerzas leales, la clara
y contundente orden de apoderarse de la fortaleza a todo trance, «pasando a
cuchillo, a cuantos insurrectos opusiesen la menor resistencia».
Finalmente, y al amanecer (en concreto, hacia las seis de la mañana) del
martes 22, las fuerzas gubernamentales iniciaron el ataque del Fuerte de
San Felipe de Cavite, que comenzó con un intenso fuego de artillería, con
granadas explosivas, contra la puerta de la fortaleza (que consiguió batirse)
y el interior del fuerte, que realizaron un total de 84 disparos (21 por pieza).
A continuación, y al más clásico estilo decimonónico, hacia las seis y media
de la mañana se dio la señal de asalto, al grito de «¡Viva España!» y a los
aires del toque de «paso de ataque» entonado por las músicas de los regi-
mientos.
246 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

Figura 28: Asalto a un fuerte de la época en Filipinas. Durante el asalto del Fuerte de San
Felipe de Cavite en la mañana del 22 de enero de 1872, y en las jornadas previas al mismo,
se producirían 150 bajas, entre muertos y heridos, entre ellos 49 muertos de los sublevados
y 24 de los asaltantes. Grabado de El Mundo Milita», 1861.

El asalto fue rápido y con la ayuda de escalas, siendo realizado, de


forma simultánea y por distintos frentes, por tres columnas de ataque, com-
puestas por compañías de los regimientos de Infantería 2.º y 7.º, mandadas
y encabezadas por sus respectivos jefes peninsulares, a las que se unió una
tercera, por el lienzo de muralla del arsenal, formada por fuerzas del Regi-
miento de Infantería n.º 1 y de la Marina. En esta tercera columna actuarí-
an los tenientes de Infantería de Marina Ramón Pardo y José Sancho Mén-
dez-Núñez, al frente de fuerzas de marinería, que consiguieron batir a varios
insurrectos que intentaban huir por dicho sector, entre los que se encontra-
ba el citado cabo 1.º indígena Justo Lindon, responsable de la muerte del
teniente de Infantería de Marina Guillermo Herce, dos días antes.
La resistencia fue muy escasa y, en menos de media hora (hacia las siete
de la mañana), la fortaleza había sido ocupada totalmente. No se hicieron
prácticamente prisioneros durante el asalto, y la mayoría de los 35 rebeldes
que todavía permanecían en su interior, fueron «incontinenti pasados por las
armas», como refleja, clara y duramente, el informe oficial de los hechos22.

22 Informe del comandante general accidental de Marina del apostadero de Filipinas al ministro de
Marina y vicepresidente del Almirantazgo, ya citado.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 247

Figura 29: Impactos de proyectiles de artillería en uno de los muros del Fuerte de San Felipe
durante el ataque del 22 de enero de 1872. Fotografía del libro Memoria del 98. El País.

En su interior se encontraron los cadáveres de dos militares españoles (el


teniente gobernador de la fortaleza y un sargento), junto con el de una criada
filipina, asesinados por los sublevados en la noche del 20 de enero, así como
herida (en una pierna) la esposa del oficial y, totalmente ileso, un fraile de la
orden de San Juan de Dios, que fueron rápidamente liberados y atendidos. La
insurrección de Cavite había acabado.

BALANCE FINAL DE LOS HECHOS

Valoración general

La insurrección de Cavite tan solo había durado 35 horas (desde las


ocho de la noche del sábado 20 de enero de 1872, hasta las siete de la maña-
na del lunes 22), y, desde todo punto de vista, había constituido un comple-
to fracaso para los sublevados.
El primer fracaso fue el político, al no conseguir sus dirigentes y orga-
nizadores que se llevaran a efecto los iniciales planes de sublevación gene-
ral en Manila, Cavite, Bacoor y otros puntos de la isla de Luzón (provincias
de Manila, Cavite, Laguna y Batangas), y que solamente se materializaran,
en solitario, en la plaza de Cavite, y, además, de forma precipitada e incom-
pleta. La trama civil no se vio, prácticamente, por ninguna parte, incluidos
los quinientos civiles armados comprometidos por Eduardo Camerino, que
no aparecieron en ningún momento de la insurrección, salvo, de forma muy
248 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

reducida, en las pequeñas embarcaciones que fueron dispersadas frente al


arsenal naval.
Resultó evidente, que el supuesto deseo generalizado de los filipinos de
la época por alcanzar su independencia (comprensible, por otro lado, como
el de cualquier pueblo colonizado y marginado del control de su gobierno)
no era real o no estaba todavía suficientemente maduro y extendido, como
se comprobaría en esta ocasión e, incluso, un cuarto de siglo después,
durante el proceso final de independencia de 1896-1898. El respaldo de la
mayoría del pueblo filipino a la insurrección fue prácticamente nulo, salvo
casos muy puntuales, y, en la mayor parte de los casos, más relacionados
con intereses particulares, que con verdaderos deseos de emancipación,
siendo muchos más los filipinos que se mantuvieron fieles a las autoridades
españolas, que los que siguieron a los sublevados.
Desde el punto de vista militar, el fracaso también sería total. Faltó orga-
nización, compromiso real y masivo de las fuerzas nativas de las dos prin-
cipales guarniciones del archipiélago (Manila y Cavite) y un mando militar
preparado y unificado de la sublevación, a lo que, indudablemente, se uni-
ría, la adecuada respuesta de las autoridades españolas, que con sus oportu-
nas medidas preventivas, muy posiblemente restaron muchos comprometi-
dos iniciales a la insurrección y frustraron la prevista sublevación en la
capital, Manila, que resultaba totalmente imprescindible para el pretendido
triunfo final de la insurrección.
Las supuestas implicaciones masivas de las fuerzas nativas no se mate-
rializaron, finalmente, al permanecer, en su totalidad, fieles a las autorida-
des españolas todas las tropas nativas de la capital, Manila (del 1.er y 2.º
Regimientos de Infantería) y del 7.º Regimiento de Infantería en Cavite, así
como prácticamente toda la marinería indígena. Solamente respondieron a
la sublevación, las escasas fuerzas de Artillería de la fortaleza de San Feli-
pe y una parte de las tropas de Infantería de Marina que permanecían en su
cuartel de Cavite. En total, poco más de dos centenares de hombres, a los
que les fallaron el resto de los supuestos implicados, entre ellos los qui-
nientos civiles armados comprometidos por el dirigente Eduardo Camerino.
Por el contrario, por parte española, y en esta ocasión, todo fueron acier-
tos, lo cual no deja de sorprender, dada la precaria situación de sus fuerzas
disponibles (en su mayoría indígenas o desplazadas con motivo de la expe-
dición a Joló). Los aciertos comenzarían con el buen uso de la información
secreta y anónima recibida desde varios días antes de la insurrección y con
la adopción de una serie de oportunas medidas preventivas, que, sin duda,
desanimaron a muchos posibles comprometidos y restaron posibilidades de
éxito a los finalmente implicados. A este primer acierto, seguiría la adecua-
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 249

Figura 30: Informe del comandante general accidental de Marina del apostadero de Filipinas
al ministro de Marina y vicepresidente del Almirantazgo, emitido el 5 de febrero de 1872.
La Gaceta de Madrid, N.º 84. 24 de marzo de 1872.
250 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

da y rápida actuación de las autoridades militares del archipiélago. Fue un


verdadero éxito la actuación del capitán general del archipiélago, Rafael
Izquierdo, consiguiendo la fidelidad de las fuerzas indígenas de los regi-
mientos de Infantería en Manila (que resultaron vitales a la hora de enfren-
tarse a los sublevados), así como la del diligente gobernador militar de Cavi-
te y de todas las fuerzas de Marina (especialmente del jefe encargado,
interinamente, de la Comandancia general de Marina del archipiélago, capi-
tán de fragata Manuel Carballo, y del comandante del arsenal de Cavite,
capitán de fragata Luis Gaminde), que actuaron con extraordinaria celeridad
y acierto, a pesar de sus escasos medios disponibles. No hay que olvidar,
que durante la sublevación de Cavite, el verdadero peso de los combates lo
soportaron, en ambos bandos, las propias tropas filipinas nativas. Salvo los
mandos, en su totalidad peninsulares (o «europeos», como se decía en la
época), la tropa era básicamente nativa y su fidelidad a las autoridades espa-
ñolas siempre resultaba dudosa y dependía, en la mayor parte de los casos,
de su relación personal con sus mandos directos.
En lo referente a la Marina de Guerra, su actuación sería especialmente
encomiable y singularmente valerosa, siendo el comportamiento de sus
mandos en la defensa del arsenal, sin excepción alguna, decisivo y digno de
engrosar las páginas más gloriosas de la historia de su cuerpo, como lo
demuestra el importante número de bajas que registró durante los hechos y
los elogiosos comentarios que recogió en su informe el capitán general del
archipiélago, en el que resaltó «El comportamiento de todas las clases de la
Armada fue el que correspondía a los buenos y leales servidores de Espa-
ña: Jefes, Oficiales, Contramaestres y marineros, todos rivalizaron en
valor, abnegación y patriotismo, del mismo modo que lo hizo el ejército que
combatió á su lado»23.

Estimación de bajas y primeras medidas adoptadas

De acuerdo con los informes emitidos por las autoridades militares del
archipiélago (del Ejército y de la Marina), durante los duros combates de los
días 20 a 22 de enero de 1872 se produjeron cerca de 150 bajas, entre muer-
tos y heridos. Los sublevados serían los que llevarían la peor parte, con 49
muertos (una treintena de ellos en el asalto final al Fuerte de San Felipe) y
prácticamente ningún herido (debido a que, en su mayoría, fueron remata-

23 Informe del gobernador general de Filipinas, general Rafael Izquierdo, al ministro de la Guerra,
emitido el 31 de enero de 1872. La Gaceta de Madrid, N.º 84. 24 de marzo de 1872.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 251

dos durante los combates), mientras que las fuerzas gubernamentales sufri-
rían 24 muertos (un jefe, 9 oficiales, un suboficial y 13 soldados y marine-
ros), junto con 62 heridos de diferente consideración (9 oficiales y 53 sol-
dados).
Las fuerzas del Ejército sufrieron medio centenar de bajas, entre las que
se contaron 9 muertos (4 oficiales y 5 individuos de la clase de tropa) y 43
heridos de diferente consideración (6 oficiales y 37 individuos de la clase
de tropa). Los oficiales fallecidos serían el 2.º ayudante de Estado Mayor de
plazas, Agustín Vázquez Hidalgo, el capitán de la 2.ª Compañía del Regi-
miento n.º 7 de La Princesa, Luis Vila, el alférez del mismo regimiento,
Manuel Montesinos, y el teniente de Artillería, Nicolás Rodríguez.
Por su parte, las bajas la Marina, entre muertos y heridos, ascendieron
a una treintena, resultando 15 muertos (un jefe, cinco oficiales, un subofi-
cial y ocho individuos de la clase de marinería y tropa), así como 19 heri-
dos de diferente consideración. Entre los fallecidos estuvieron el médico
mayor y jefe de Sanidad del arsenal, Rómulo Valdivieso, el oficial 1.º del
Cuerpo administrativo de la Armada, Ángel Baleato, el capitán de Infante-
ría de Marina José Torres Silva, el alférez de navío Rafael Ordóñez, el
teniente de Infantería de Marina Guillermo Herce, el contramaestre, gra-
duado de alférez de fragata, José Fernández Acebedo y el sargento 1.º de
Infantería de Marina Miguel Gómez Herrera; y, entre los heridos, el tenien-
te de navío de 1.ª clase Pascual Aguado, el capitán de Infantería de Marina
Santiago Sandes, el teniente del mismo cuerpo Ramón Pardo, y 16 indivi-
duos más de la clase de tropa y marinería.
Todos los muertos y heridos, serían trasladados, mientras duraron los com-
bates, al Taller de Recorrida del arsenal y atendidos por el jefe de Sanidad del
establecimiento, Juan Mendoza, y, posteriormente, finalizada la sublevación,
al hospital de Cavite, en cuyo cementerio se dio sepultura a los fallecidos (en
concreto, 49 cadáveres de insurrectos y 24 de las fuerzas leales).
También cabría destacar (y así se recoge en el Informe al Almirantazgo
del comandante general accidental de Marina del Apostadero de Filipinas,
Manuel Carballo, emitido el 5 de febrero de 1872) la brillante actuación,
durante los hechos, de diferente personal de la Armada, como fueron los
casos del capitán de fragata Luis Gaminde, el teniente de navío Domingo
Caravaca, los alféreces de navío Eulogio Merchán, Gabriel Lessenne y
Eduardo García de Cáceres, el oficial del Cuerpo administrativo Juan
Serón, el condestable José Garsón, los contramaestres Luis López García y
Jesús M.ª Manzo Pereira, los tenientes de Infantería de Marina Ramón
Pardo y José Sancho Méndez-Núñez y los sargentos, del mismo cuerpo,
Manuel Conejero y Antonio Lozano.
252 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

Figura 31: Relación de bajas entre las tropas del Ejército, durante el asalto al Fuerte de San
Felipe de Cavite. Del Informe del gobernador general de Filipinas, general Rafael Izquierdo,
al ministro de la Guerra, emitido el 31 de enero de 1872. La Gaceta de Madrid, N.º 84. 24
de marzo de 1872.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 253

Recuperado el Fuerte de San Felipe, bajo cuyos fuegos se había encon-


trado sometido el arsenal durante toda la insurrección, el establecimiento
volvió a recuperar, en pocos días, su casi normal funcionamiento, solamen-
te alterado por algunas medidas precautorias que se mantuvieron durante
varias semanas, ante «la eventualidad remota de nuevos trastornos», proce-
diéndose, de inmediato, a reparar los ingenieros de la Armada los escasos
desperfectos sufridos en las instalaciones. La artillería y las municiones lle-
gadas desde Manila, fueron reembarcadas en las goletas Filomena y Ani-
mosa, dejándose «lista de máquina» la primera, por si se hacía necesaria
una nueva intervención, y la segunda para que pudiera utilizarse como bate-
ría, aunque remolcada por otro buque.
Por su parte, el grueso de las fuerzas del Ejército llegadas desde Mani-
la regresó a la capital en los siguientes días, con la salvedad de dos compa-
ñías de cada regimiento, que permanecieron en Cavite, durante unos pocos
días más, como refuerzo de su guarnición, del arsenal y de la recuperada
fortaleza de San Felipe, y de otras dos compañías, que, al mando del coro-
nel de la Guardia Civil de Manila, recorrieron los pueblos vecinos de la pro-
vincia de Cavite, deteniendo a posibles sospechosos y en prevención de
posibles alteraciones del orden público.

Prisiones realizadas, juicios sumarísimos, condenas, cumplimiento de


sentencias e indultos finales

Las detenciones y la apertura de sumarios de presuntos implicados


comenzaron a las pocas horas de sofocada la insurrección de Cavite. A los
71 prisioneros rebeldes apresados durante la insurrección y los posteriores
combates (una parte procedente del arsenal y otros de la fortaleza de San
Felipe), se unirían 14 individuos del Regimiento de Artillería de Cavite
(considerados «cómplices e instigadores de la rebelión») y cerca de una
decena de civiles supuestamente implicados en los hechos y apresados
durante los siguientes días. En este segundo grupo estarían los conocidos
religiosos José Burgos (párroco de San Pedro, doctor en teología y derecho,
fiscal eclesiástico de Manila, canónigo magistral de su catedral e hijo de un
militar español y de una nativa filipina), Agustín Mendoza (párroco de
Santa Cruz, en Manila), Mariano López y Feliciano López, así como los
civiles Joaquín Pardo de Tavera (médico), Enrique Parayso, Antonio M.ª
Regidor, José M.ª Basa y Pío Basa, que fueron rápidamente enviados a la
capital, Manila, incomunicados en la Real fuerza de Santiago y sus expe-
dientes remitidos al fiscal del tribunal militar.
254 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

Pocos días después (el 26 de enero), un primer Consejo de Guerra que


juzgó sumarísimamente a los detenidos durante los combates emitió 41
duras sentencias de muerte, 28 de las cuales fueron, finalmente, conmuta-
das por el general gobernador y reducidas a diez años de «prisión con reten-
ción», al estimar éste ya muy elevada la mortandad habida durante los com-
bates y suficiente la ejecución de 13 implicados «para servir de saludable
escarmiento».
A primeras horas de la mañana del día siguiente (siete de la mañana del
27 de enero), y con asistencia de todos los cuerpos de la guarnición, nueve
de los condenados a muerte fueron ejecutados en la capital, Manila, y los
cuatro restantes en la plaza de Cavite.
Tras estas primeras detenciones, juicios sumarísimos y ejecuciones «en
caliente», en los siguientes meses prosiguieron las indagaciones y la bús-
queda de otros posibles implicados en la sublevación de Cavite, que dieron
como resultado la detención de otra treintena de sospechosos, como fueron
los curas Mariano Gómez (de 85 años de edad), Jacinto Zamora y Guevara,
y los abogados Serra y Sánchez, todos ellos supuestamente implicados en
formar parte de la Junta de Gobierno que pensaba instaurarse tras el triun-
fo de la insurrección, así como de algunos militares y personal de la Maes-
tranza de la Armada, como el maquinista de la marinería Regino Cosca, el
escribiente del arsenal Vicente Generoso y el cabo 1.º del Regimiento de
Infantería Teodoro Real24. En estas detenciones, el capitán general del
archipiélago, Rafael Izquierdo (reconocido francmasón), al parecer tuvo un
especial cuidado en excluir de las mismas a los francmasones filipinos
implicados en la insurrección, hecho que sería muy criticado, tanto en Fili-
pinas, como en España, por el trato de evidente privilegio que suponía, con
respecto del resto de los encausados.
Los juicios fueron también rápidos y, a pesar de las escasas pruebas dis-
ponibles, la débil defensa presentada por sus abogados y el evidente deseo
de proseguir con el mensaje de dureza ante cualquier posible nuevo intento
insurreccional, terminó dando por resultado, el 15 de febrero, el que los tri-
bunales militares los declararan culpables y que se dictaran tres nuevas sen-
tencias a muerte (a garrote vil) y más de una veintena de condenas de entre
10 y 8 años de prisión mayor, que se cumplirían en las islas Marianas. Los
condenados a la pena capital fueron los presbíteros filipinos José Burgos,
Mariano Gómez y Jacinto Zamora, de los que se solicitó la previa degrada-
ción canónica al arzobispo de Manila, Gregorio Melitón Martínez, que

24 JOVER ZAMORA, José M.ª: La Era Isabelina y el Sexenio Democrático-II. Página 1.203. Edi-
torial Espasa Calpe, S.A. Madrid, 1981.
LA ALGARADA DE CAVITE DE ENERO DE 1872 255

Figura 32: Fusilamientos de condenados filipinos en el Campo de Camarines, en las afueras


de Manila, a finales del siglo XIX. Grabado del libro La Guerra olvidada de Filipinas 1896-
1898. Andrés Más Chao.

denegó la solicitud y, por el contrario, rogó el indulto de los condenados,


apelando «a los sentimientos misericordiosos del gobernador general». La
contestación de éste fue inmediata y rotunda: «¡Que Dios les perdone en el
cielo! Aquí, en la tierra, su crimen ha sido tan grande y la ley les condena
a un castigo severo y ejemplar, en justa satisfacción de los sagrados intere-
ses que han afrentado»25. Finalmente, las tres nuevas sentencias a la última
pena fueron ejecutadas a las ocho de la mañana del 17 de febrero, en el
campo de Bagumbayan (hoy Parque Rizal).
Un año más tarde, y tras proclamarse la 1.ª República en España (11 de
febrero de 1873), un decreto del nuevo gobierno republicano (de 19 de
marzo de 1873) aprobó la revisión de las causas y, siete meses después (el
23 de octubre del mismo año) la conmutación de las sentencias por el con-
finamiento de los condenados en la isla de Ibiza y en el Penal de Cartage-
na. Los afectados no aceptaron la nueva resolución y reclamaron el indulto
definitivo, que, finalmente, se les concedería siete meses más tarde (el 31
de mayo de 1874), aunque (y por petición del nuevo gobernador general del

25 MOLINA, Antonio M.: Obra citada. Página 255.


256 MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS

archipiélago, José Malcampo) con la prohibición expresa de regresar a las


Filipinas, que, incluso, terminaría levantándose dos años después (el 18 de
abril de 1876).
En menos de cinco años se había cerrado el espinoso tema de los impli-
cados en la insurrección de Cavite de enero de 1872, que constituyó un pri-
mer y tímido intento de reivindicación por las armas del movimiento inde-
pendentista filipino, que no volvería a reactivarse hasta casi un cuarto de
siglo más tarde (en concreto, hasta agosto de 1896), en que comenzó una
nueva sublevación contra los españoles, en la que, los conspiradores del
denominado Katipunan, realizaron varios ataques contra guarniciones de
las provincias de Manila y Cavite (incluidas sus capitales), que dejaron
como resultado un importante número de muertos y heridos. Dos años más
tarde, en el aciago año 1898, la desastrosa guerra contra los EE.UU., propi-
ciaría, nuevamente, la insurrección de los filipinos y la pérdida definitiva
del archipiélago, que pasaría a soberanía norteamericana (pasando de una
vieja a una nueva dependencia colonial), hasta medio siglo más tarde (julio
de 1946), en que las Filipinas obtendrían su tan esperada y demandada inde-
pendencia definitiva, tras una dura y larga guerra independentista contra los
nuevos colonizadores norteamericanos y una, todavía más dura, invasión
japonesa, durante la II Guerra Mundial.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA
EN 1836
Santos VELAZ SÁNCHEZ1

RESUMEN

El Motín de la Granja fue realizado bajo la dirección de los sargentos de


la Guardia Real, tropas cuya misión era la defensa y custodia de la familia
real que se encontraba descansando en el palacio de la Granja de San Ilde-
fonso. La mayoría de los sargentos terminaban de llegar del frente de la Pri-
mera Guerra Carlista donde habían sido condecorados con los máximos
honores por su bravura en el combate frente a los carlistas en defensa de los
derechos dinásticos de Isabel II.
Es la primera vez en la Historia de España que la clase de tropa, a la que
pertenecían los sargentos, se subleva culminando con gran éxito la revolu-
ción que semanas antes se había iniciado en la mayoría de las provincias
españolas.
La Reina Regente, Doña María Cristina de Borbón y Dos Sicilias, cuar-
ta esposa del Rey Fernando VII, accede a las exigencias de los amotinados
nombrando un nuevo gobierno e instaurando la constitución de 1812.

PALABRAS CLAVE: Sargento, Motín, Reina Gobernadora, Constitución


de 1812, La Granja de San Ildefonso.

ABSTRACT

The Munity of La Granja was led by the sergeants of the Royal Guard,
troops whose mission was the defence and the protection of the Royal

1 Comandante de Artillería en la Reserva y Licenciado en Geografía e Historia.


258 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

Family, who was resting in the Royal Palace of La Granja de San Ildefonso.
Most of the sergeants had just arrived from the First Carlist War, where they
had been decorated with full military honours for their bravery in the com-
bat against the Carlists in the defence of the dynastic rights of Isabella II.
It is the first time in the Spanish History in which the troops, which the
sergeants were part of, rise up concluding successfully the revolution which
had started some weeks before in most of the Spanish provinces.
The Queen Regent, Maria Christina of Bourbon-Two Sicilies, forth wife
of King Fernando VII, agreed to the demands of the mutineers creating a
new government and setting up the Constitution of 1812.

KEY WORDS: Sergeant, Munity, Governing Queen, Constitution of


1812, La Granja de San Ildefonso.

*****

n el siglo XIX adquirieron un especial protagonismo los sargentos

E del ejército español en dos momentos revolucionarios: el primero


protagonizado por los sargentos de la guarnición de la Granja en
1836, conocido como La Sargentada o El Motín de los Sargentos de la
Granja, que tuvo un éxito rotundo, y el segundo El Levantamiento de los
Sargentos del Cuartel de San Gil en 1866, de triste recuerdo por la cruel
represión que el gobierno aplicó a los sargentos sublevados.
El Motín de la Granja sucedió en un momento delicado para España,
con una guerra civil –la carlista– en pleno apogeo y una encarnizada lucha
política entre liberales moderados y exaltados partidarios de la futura reina
Isabel II. El Ejército a su vez, reproducía esa misma lucha política en los
cuarteles con partidarios de uno y otro bando, ocasionando una gran incer-
tidumbre e inestabilidad.
Al mismo tiempo, no hay duda de que los acontecimientos revoluciona-
rios de 1830 ocurridos en Europa y especialmente en Francia influyeron en
la clase política y militar española, teniendo en cuenta además que una parte
significativa de la misma se hallaba exiliada en París.

EL ESTATUTO REAL

El Estatuto Real vigente en España en los momentos del Motín, estaba


más próximo a una Carta Otorgada que a una Constitución. Promulgado el
día 10 de abril de 1834, es breve, con sólo 50 artículos y establecía un sis-
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 259

tema bicameral de influencia inglesa, jovellanista y de la Carta Otorgada


que existía en Francia; sistemas jurídicos que conocían muy bien los libera-
les que durante bastante tiempo habían permanecido exiliados tanto en
Inglaterra como en Francia en tiempos de Fernando VII.
Desde su proclamación generó la división entre los liberales moderados
partidarios del Estatuto y los exaltados o progresistas contrarios a él. Éstos
últimos se decantaban por la Constitución de 1812 mucho más enraizada en
los principios liberales fundamentales como la soberanía nacional o los
derechos individuales.
Como telón de fondo de la primera Guerra Carlista, los gobiernos
moderados partidarios del Estatuto –Martínez de la Rosa, Toreno e Isturitz–
conscientes de la necesidad de reformarlo, no fueron, sin embargo, capaces
de atraerse al grupo de liberales exaltados que propugnaban su acoso y
derribo y así, el 13 de agosto de 1836, este grupo con el apoyo del ejército
obligó a la Reina Gobernadora a derogar el Estatuto y restablecer la Cons-
titución de 1812. Este suceso es conocido como El Motín de los Sargento
de la Granja.

FUERZAS QUE INTERVINIERON EN LA PREPARACIÓN Y APOYARON


EL MOTÍN

La Milicia Nacional

El origen de la Milicia Nacional está recogido en la Constitución de


Cádiz (Título VIII, artículos 362-365). Fue creada el 15 de abril de 1814
para la defensa de la Constitución, y más tarde del Régimen Liberal. Fue
disuelta pocos días después por Fernando VII a su regreso de Francia y rea-
parecerá coincidiendo con los periodos revolucionarios que se sucedieron a
lo largo del siglo XIX. Fue conocida con los siguientes nombres2:
• En el Trienio Liberal, en los años 1820 al 1823, Milicia Nacional Local.
• En la época de la Primera Guerra Carlista y las Regencias desde el
año 1833 al 1843, Milicia Urbana, Guardia Nacional y Milicia
Nacional.
• En el período revolucionario de los años 1854 al 1856, Milicia Nacio-
nal.
• En el Sexenio Democrático 1873-1875, Milicia Nacional.

2 Carpeta de uniformes de la Milicia Nacional. IHCM.


260 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

El nombre de nacional fue por oposición a real, produciéndose una


fuerte pugna por el control de esta milicia, que se convirtió con el paso del
tiempo en el brazo armado de la burguesía liberal que terminaba de nacer.
Este enfrentamiento creará graves conflictos entre liberales moderados y
exaltados, por una parte, y por otra, entre las autoridades nacionales, pro-
vinciales y locales. Los movimientos revolucionarios protagonizados por la
Guardia Nacional los días anteriores al motín en varias provincias, servirán
de apoyo y estímulo a la guarnición de la Granja en su pronunciamiento, y
una vez producido el mismo, el gobierno de la nación se encontrará con la
imposibilidad de utilizar las tropas acantonadas en Madrid por temor a un
levantamiento generalizado de la Guardia Nacional madrileña.
Al ser una fuerza ciudadana e independiente del ejército, estuvo regla-
mentada por la Ordenanza para el régimen, constitución, y servicio de la
Milicia Nacional Local de la Península e Islas adyacentes de 1822 y por un
Reglamento aprobado en 1873.
El General Evaristo San Miguel, en el acto celebrado en Zaragoza el 18
de abril de 1836, con motivo de la toma de mando de la Capitanía General
de Aragón, piropeaba a la Guardia Nacional con la arenga siguiente3:
«…Guardias Nacionales: la patria al entregaros las armas que lleváis, os
ha dado la prueba mayor de su confianza. Cuando llega el momento del
peligro fraternizáis en todo con los soldados del ejército. En vuestros hoga-
res desempeñáis la misión más honrosa que puede distinguir a su ciudada-
no. Sois los conservadores de la tranquilidad y el orden público. Represen-
tan vuestras filas la salvaguarda de las leyes. Sin respeto a las leyes no hay
libertad; sin libertad no hay patria…».

La Masonería

En España está documentada una logia de fundación y obediencia ingle-


sas en Cádiz desde 1753, con afiliación de unos 500 miembros. La proxi-
midad de Gibraltar favoreció su creación y supervivencia debido a las
influencias británicas.
La masonería jugó un papel importante en la preparación del Motín de
la Granja, como venía sucediendo en los anteriores intentos de sublevación
durante la época de Fernando VII. Los masones tuvieron un papel relevan-
te bajo la dirección del conde de Montijo, Gran Maestre, en la preparación

3 Gaceta de Madrid 1836.


MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 261

y desarrollo del Motín de Aranjuez que derribó al Rey Carlos IV y elevó al


reinado a su hijo Fernando VII.
Pero desde muy pronto la masonería intentó a su vez derrocar a Fernando
VII y la proclamación de la república en España. Sin embargo, con una opi-
nión pública aún no suficiente madura para ese cambio, la estrategia pasará por
el apoyo a todos los pronunciamientos contra el rey, desde los que fracasaron
de Díaz Porlier, Lacy, Milans y Vidal, y El Triángulo; hasta el exitoso de Riego
en 1820, que dio paso al Trienio Liberal, época en la que la masonería influirá
de forma importante en la vida política y militar de España, asentándose en
numerosas sociedades secretas. Para el profesor Artola «El Pronunciamiento
de Díaz Porlier en el año 1815, es el primero del que ha quedado constancia
de la intención de convocatoria de cortes y de reforma constitucional».
La masonería estaba prohibida en España, pero fueron muchos los
masones que ocuparon puestos importantes en la política, en el ejército y en
la administración. Después de la muerte de Fernando VII, María Cristina
promulgó una amplia amnistía, pudiendo regresar muchos exiliados que,
adiestrados por la masonería europea, instalaron por toda España logias y
clubes que comenzarán a trabajar activamente a favor del liberalismo más
exaltado. Para el historiador Pirala4 «…La caída de Mendizábal en mayo de
1836 alarmó a los clubes que se unieron y declararon la patria en peligro.
Desde este momento era necesario obrar; pero unos querían combatir en el
terreno legal, otros en el de la fuerza; y como en todas las circunstancias
críticas prevalece siempre la proposición más audaz, se acordó pensar en
restablecer desde luego la Constitución de 1812…»
Istúriz llegó al poder tras desbancar a Mendizábal en mayo de 1836.
Varios historiadores, entre ellos el conservador Melchor Ferrer5, cree que
«Istúriz desobedeció las instrucciones de las logias masónicas, a las que
pertenecía desde los años anteriores al 20; partidario del liberalismo mode-
rado y contrario al pacto con los carlistas, la prensa liberal progresista y la
masonería lo acusaron de pro-carlista, partidario de la transacción».

La Prensa

El Estatuto Real autorizó, en los Reales Decretos de 4 de enero y 1 de


junio de 1834, las publicaciones de libros, revistas, folletos y periódicos.

4 PIRALA, Antonio: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. Madrid 1869.
Tomo III.
5 FERRER, Melchor y otros: Historia del tradicionalismo español. Ed. Católica española. Sevilla 1945.
262 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

Las publicaciones más importantes en ese periodo eran: El Español y La


Abeja, afines al partido moderado; El Eco del Comercio, El Jorobado y El
Tribuno, partidarios del partido progresista. La prensa jugó un papel muy
importante en la difusión de las ideas liberales y agitó las revueltas políti-
cas. Y así, uno de los sargentos que participó en los Sucesos de la Granja
afirmó que durante la Guerra Carlista en las provincias Vascas, los sargen-
tos en su gran mayoría estaban suscritos a los periódicos El Eco del Comer-
cio y El Jorobado.
El Eco del Comercio6 por ejemplo, nació en mayo de 1834 bajo la direc-
ción de Fermín Caballero y en 1836, su redactor Ángel Iznardi fue acusado
de comprar a los sargentos que se sublevaron en la Granja. Este periódico
desde su nacimiento pasó a convertirse en el órgano oficioso del progresis-
mo, publicando las directrices de los diputados afines a tal movimiento, y
entre ellas la necesidad de priorizar a la Milicia Nacional en contraposición
a un Ejército Nacional que era incapaz de dar fin a la guerra carlista de
forma satisfactoria. No es anecdótico entonces señalar, como en fechas pró-
ximas al inicio del motín –en concreto el 3 de agosto– el comandante mili-
tar prohibió la lectura del periódico a los oficiales y sargentos por conside-
rar que el citado alentaba al amotinamiento de la guarnición.

PROTAGONISTAS MÁS IMPORTANTES DEL MOTÍN

La Reina Regente

Doña María Cristina de Borbón y Dos Sicilias se casó con su tío Fer-
nando VII en 1829, convirtiéndose en su cuarta esposa. De este matrimonio
nacerán dos hijas; una de ella será la futura reina de España, Isabel II.
A María Cristina le tocará vivir dos momentos difíciles en el Real Sitio
de la Granja de San Ildefonso. El primero de ellos ocurrió en 1832 durante
la grave enfermedad del Rey Fernando VII; los elementos conservadores
que rodeaban al rey, ante el temor de su muerte, conminaron a derogar la
Pragmática, por lo cual su hija, la Princesa Isabel, quedaba excluida del
trono. María Cristina aceptó la situación convencida de su necesidad para
evitar una guerra civil si D. Carlos, hermano del rey, no accedía al trono. La

6 Examen Crítico de las revoluciones de España 1820-1823 y 1836. París 1837, Tomo II. De autor
anónimo, que dice sobre El Eco del Comercio: «Órgano perpetuo del partido anarquista, y lo que
todavía es peor, patrono, defensor, y apologista de cuantas sublevaciones mas ó menos sangrientas
se han verificado en tres años».
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 263

enérgica protesta de la hermana de la reina, Luisa Carlota, y la mejoría


momentánea experimentada por Fernando VII hizo que la situación cam-
biase anulándose los decretos anteriores y nombrándose sucesora a su hija
Isabel y Reina Regente, durante su minoría de edad, a su esposa.
El segundo momento ocurrió en el mismo lugar en el año 1836, fue el
suceso conocido como El Motín de los Sargentos de la Granja por el que la
guarnición de la Granja se sublevó y obligó a la Regente María Cristina a
instaurar la Constitución de 1812 y a derogar el Estatuto Real vigente.
A los tres meses de quedar viuda, María Cristina se casó en secreto el
28 de diciembre de 1833 con D. Agustín Fernando Muñoz y Sánchez7, naci-
do en Tarancón el 4 de mayo de 1.808, oficial de la guardia de corps, que
realizaba servicios junto a su persona. Este matrimonio morganático se
mantuvo secreto el tiempo que se pudo. Más tarde, siendo reina Isabel II, lo
refrendó y lo autorizó también el Papa. D. Fernando era una buena persona
y un buen marido del que estuvo enamorada María Cristina toda su vida.
Tuvieron 10 hijos. Isabel II colmó de títulos y honores a su padrastro; entre
otros le concedió el ducado de Riansares, el Toisón y le nombró Teniente
General de los Reales Ejércitos. D. Fernando apoyó la construcción de los
primeros ferrocarriles en España y fue mecenas de varios artistas.
Maria Cristina, durante los sucesos de la Granja, lo que más temió fue
que los amotinados le causaran algún daño a su esposo Don Fernando y que
tuviese que renunciar a la Regencia. Algunos autores afirman que los sar-
gentos la amenazaron con dar muerte a su esposo si María Cristina no acce-
día a las demandas de estos8. Sin embargo, por sus hijas no temió, ni por
ella, ya que los sublevados daban vivas a la Reina y a las princesas.

Mendizábal

Para la mayoría de los historiadores moderados (Javier de Burgos, Mira-


flores y Galiano), Mendizábal fue el responsable del Motín. Juan de Dios
Álvarez Méndez (Mendizábal), reemplazó al Conde de Toreno en la Presi-
dencia del Consejo de Ministros9. Se hizo cargo del gobierno en 1835, en
un momento delicado en que España se encontraba dividida, sin autoridad,

7 Hoja de Servicio del Teniente General D. Fernando Muñoz. Archivo General Militar de Segovia.
Expedientes de personas célebres.
8 BORROW, George: La Biblia en España. Alianza Editorial, Madrid 1993.
9 CHRISTIANSEN, E.: Los orígenes del poder militar en España, 1800-1854. Ed. Aguilar, Madrid
1974.
264 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

y cuyo verdadero poder residía en las juntas, que lo ejercían en nombre de


la soberanía popular. Estas juntas, que proclamaban la unión de todos los
liberales, pusieron en sus manos el gobierno de la nación. Su política se fun-
damentó, básicamente, en conseguir fondos para el tesoro; con el objeto de
terminar la guerra logró de las Cortes un voto de confianza, en virtud del
cual consolidó la desamortización. A pesar de ser amigo de los ingleses, no
accedió a las peticiones de éstos, que querían la firma de un tratado comer-
cial a su favor y en perjuicio de Cataluña. Renegoció la deuda exterior, pero
sus medidas militares no contaron con el apoyo de Francia, cuyo rey Luis
Felipe odiaba a Mendizábal y conspiró contra él hasta su caída.
La situación interna del país era crítica. Todas las tentativas para fortificar
su gabinete, con la remoción de mandos militares, y relevo de los generales
Quesada, San Román y Ezpeleta, no contaron con la aprobación del general
Córdova, que no simpatizaba con Mendizábal, ni de la Reina Gobernadora. En
abril de 1836, en el discurso de apertura de las cortes, Mendizábal tuvo que dar
cuenta del uso que había hecho del voto de confianza que las Cortes le habían
concedido y de diversos pronunciamientos, que tuvieron lugar en Málaga, Bar-
celona y Zaragoza. Ante la dura oposición de los diputados moderados capita-
neados por Istúriz y el poco apoyo de la reina Gobernadora, en mayo de ese
mismo año Mendizábal dimitió siendo sustituido por Istúriz.
Con Mendizábal se asentaron en el poder los liberales radicales, que no
reconocían más representación que la electiva de las Cortes, y la Soberanía
Nacional, principios reconocidos en la Constitución de 1812. Esta teoría iba en
contra del Estatuto Real, por lo que la Corona evitará convocarlos para las fun-
ciones de gobierno, urdiendo la llegada al poder a través del pronunciamiento
militar o levantamiento urbano, apoyándose en el ejército, la milicia urbana o
nacional, la burguesía urbana etc., como había ocurrido en 1820, 1835, 1836.

Los sargentos que formaron la comisión del Motín

Los datos de los sargentos que intervinieron en la dirección del Motín


se pueden consultar en sus expedientes militares que se conservan en el
Archivo General Militar de Segovia, situado en el Alcázar de Segovia.

El Sargento Juan de Lucas

Lucas nació en 1812 en Aranda de Duero (Burgos), Sargento segundo


del Cuarto Regimiento de la Guardia Real. Fue nombrado miembro de la
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 265

comisión que se formó para exponer a la Reina Gobernadora las reivindi-


caciones de los amotinados en los sucesos de la Granja de 1836.
Después del Motín, acosado por las autoridades civiles y militares,
tanto moderadas como progresistas, acusado de participar en varias
intentonas contra el gobierno nacido del Motín de la Granja y temiendo
por su vida, desertó al bando carlista. Como carlista tomó parte en el
asalto de Morella, donde fue condecorado y ascendido a teniente. Más
tarde, en la zona de Castilla la Vieja, formando parte de las tropas del
Cura Merino, fue herido y hecho prisionero. Después de casi dos años
pasando calamidades por distintos hospitales y aún no repuesto de sus
heridas, fue condenado por un consejo de guerra verbal por el delito de
deserción, aplicándosele inmediatamente la sentencia en 1839 (ver Anexo
número 6).

El Sargento Higinio García

Higinio García, Sargento segundo del Regimiento Provincial de Sego-


via y escribiente del Conde de San Román, se incorporó a la comisión de
sargentos encargados de exponer las peticiones de los amotinados a la Reina
Gobernadora. Por sus conocimientos y sus relaciones con la sociedad de la
Granja y de Segovia, se granjeó la confianza de los amotinados, pasando a
formar parte del grupo de sargentos encargados de la dirección del motín y
de abortar la contra revolución capitaneada por el General Méndez de Vigo
mandada por el gobierno de Madrid.
Higinio al día siguiente del Motín se desplazó a Segovia movilizando a
su Guardia Nacional, y proclamando la Constitución de 1812 con la ayuda
del interventor de correos José Ibáñez. De vuelta al Real Sitio apoyó –en
previsión de la posible llegada de tropas enviadas desde Madrid para sofo-
car la rebelión– la defensa del mismo con la instalación de varios cañones
traídos desde el Colegio de Artillería.
Después del Motín Higinio sufrió, como el resto de sargentos, acusa-
ciones por su participación en numerosos complots para derribar al gobier-
no, por lo que fue arrestado en diversas ocasiones siendo deportado a las
provincias de Albacete, Murcia y La Coruña, donde permaneció preso en el
penal del Castillo de San Antón (ver el pasaporte que le autoriza a viajar a
Albacete, Anexo número 5).
Higinio, a pesar de su difícil situación, no abandonó el ejército. Alcan-
zó el empleo de capitán, y fue recompensado ya muy anciano con el empleo
de comandante por el Ministro de la Guerra D. Nicolás Estévanez, que rela-
266 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

taba este hecho en sus memorias de la forma siguiente10: «…no concedí


gracia ni ascenso por amistad ni recomendación; los concedí por propues-
tas de los generales o por acciones de guerra. Tal vez si se rebusca, se halle
alguna irregular concesión hecha por mí, y ahora recuerdo que concedí el
empleo de comandante a un capitán retirado: A Higinio García, el sargen-
to famoso de La Granja, a quien España debió la Constitución del 37. En
el año 1837 (Estévanez se confunde porque el año del Motín fue el 36)
mereció ser fusilado; en 1873 no era ya el sargento sedicioso, era un ancia-
no, figura histórica de otra generación casi extinguida, a quien debían su
posición muchos hombres políticos y algunos generales que no se acorda-
ban de el que trajo las gallinas…».

El Sargento Alejandro Gómez Bracamonde

Nacido en Valladolid, el 26 de febrero de 1814, ingresó en el ejército a


los dieciséis años, como cabo primero sin tiempo limitado, el 29 de marzo
de 1830. En septiembre pasó a la compañía de Granaderos al servicio de la
Guardia Real, donde permaneció hasta el 4 de marzo de 1833, que salió
para el Ejército de Observación hacia Portugal. Sargento segundo del
Segundo Regimiento de la Guardia Real, tenía 22 años en el momento de
los sucesos del Motín, fue la persona que más detalladamente ha contado
los sucesos ocurridos durante el Motín de los Sargentos de la Granja11.
Comenzada la guerra civil, al regreso de Portugal, pasó al ejército del
norte, desde 1833 a 1836. El 27 de septiembre de 1834 se le concedió por
diploma el uso de la Cruz de M.ª Isabel Luisa, por su valor y servicios pres-
tados. Después fue recomendado por las acciones de Elizondo, Azcurra y
Piedramillera; en enero de 1835 participó en los enfrentamientos de Orbi-
zu; en febrero en Puente Argüijas, y en atención a su gran valor, se le con-
cedió la Cruz de San Fernando de primera clase.
El expediente militar del Sargento Alejandro Gómez, que se custodia en
el Archivo General Militar de Segovia, contiene numerosa documentación
relativa al Motín y a las peticiones que periódicamente solicitaba al gobier-
no de turno, sobre todo en la época en la que gobernaban los progresistas,
para ayudar a sus compañeros, los sargentos que vivían miserablemente
olvidados de aquellos políticos que, gracias al Motín, habían alcanzado

10 ESTÉVANEZ, Nicolás: Mis Memórias, Prólogo de José L. Fernández-Rua. Ed. Teba. Madrid
1975.
11 GÓMEZ, Alejandro: Los Sucesos de la Granja en 1836. Madrid 1864, 2.ª Edición.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 267

puestos relevantes en la política y en el ejército (ver instancia que dirige a


las Cortes, Anexo número 4).
Alejandro escribió en 1864 el único libro publicado de primera mano
que relata paso a paso cómo se desarrolló el Motín titulado Los Sucesos de
la Granja en 1836. Este libro también se extiende por la grave situación en
la que se encontraba España y las causas que motivaron el Motín, la poste-
rior batalla de Matilla y las persecuciones a las que se vieron sometidos los
sargentos por aquellos dirigentes políticos y militares que ellos habían alza-
do al poder.
La última noticia que tenemos de él fué la petición que realizó a las Cor-
tes en 1869, después del destronamiento de Isabel II, (ver instancia que diri-
ge a las Cortes, anexo número 4).
Con palabras del profesor Seco Serrano12, «de todos los sargentos, sólo
Gómez tenía clara idea del significado y trascendencia de aquel golpe».

EL MOTÍN

Situación en la que se encontraba España en 1836

Para el Sargento Alejandro Gómez el Motín sucede por el estado cala-


mitoso en el que se encontraba España, y enumera las siguientes cuestio-
nes13:
• «…Estaba indicada en aquella época por la prensa la idea de que el
Gobierno trataba de hacer abandonar las Provincias Vascongadas
por nuestro Ejército, estableciendo como divisoria el río Ebro y a
beneficio de una intervención extranjera hacer un arreglo de paz,
casándose la Reina con el hijo mayor del Pretendiente y proclaman-
do a éste Rey de España.
• Como entonces era el Estatuto la ley fundamental del Estado, entre
ésta y el absolutismo había de hacerse una amalgama, para que
cediendo ambos partidos resultase un absolutismo ilustrado.
• Por más que ésta no fuese la idea, no parece sino que toda la marcha
del Gobierno se dirigía á justificar estos planes y no había provincia en
España donde los conocidos por sus ideales liberales no estuviesen
perseguidos y desterrados hasta en los pueblos de menor importancia.

12 SECO SERRANO, Carlos: Historia del Conservadurismo Español. Ed. Temas de Hoy, Madrid
2000.
13 GÓMEZ, Alejandro: Los Sucesos de la Granja en 1836. Madrid 1864, 2.ª Edición.
268 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

• De aquí las sublevaciones como las del conde de las Navas en Anda-
lucía, y posteriormente los pronunciamientos de la Coruña, Granada,
Málaga, Sevilla, Alicante, Castellón y Zaragoza, proclamando en
ellas el restablecimiento del Código de 1812.
• El Gobierno se vio, pues, en una situación insostenible y difícil: fal-
tábanle recursos para imponer su dominación en las provincias y
rechazar las agresiones carlistas, y se había enajenado las simpatías
de los liberales, únicos en quienes se apoyó el Trono para salvarse á
la muerte de Fernando VII.
• Con tales elementos de perturbación, que llegaban hasta nosotros;
con nuestra mudanza repentina de una clase de vida de campaña a
otra de guarnición, y socorrido el soldado con nueve cuartos en vez
de los trece, queriéndole ahogar hasta el entusiasmo, ¿cómo no
había de tener el resultado que dio? ¿Cómo no había de extrañarse
aquella saña contra el partido liberal? ¿Cómo no el desarme de la
Milicia Nacional en su mayor parte y donde pudo hacerse? Verifi-
cado ya con la de Madrid, no quedaba duda del plan en aquella
época. ¡Se habría derramado tanta sangre para llegar a un fin
semejante!
• Esta es la verdad de aquella situación, que por otra parte se veía
demostrada al ver simultáneos pronunciamientos en puntos distante
entre sí y sin connivencia entre los pronunciados, como sucedió con
la columna de la Rivera en Navarra el mismo día que tuvo lugar el
movimiento de la Granja…».
Los hechos ocurridos los días próximos al Motín, y expuestos por otras
fuentes coinciden con los relatados por el Sargento Alejandro Gómez.
A finales del mes de junio se publicaba en La Gaceta de Madrid una
serie de desmentidos negando la intención por parte del Gobierno y la Reina
Gobernadora de llegar a un acuerdo con los carlistas, siendo falsas las afir-
maciones que señalaban que se estaba preparando una intervención france-
sa. Estos desmentidos del órgano de prensa nacional no lograban apaciguar
los ánimos, sino que los avivaban al tenerse conocimiento del ejército que
se estaba formando en el sur de Francia, en la ciudad de Pau, para presun-
tamente invadir de nuevo el territorio español, teniendo en cuenta, además,
los antecedentes del año 1823, cuando el Duque de Angulema y los Cien
Mil Hijos de San Luis terminaron con el periodo constitucional del Trienio
Liberal y los liberales más exaltados fueron sometidos a durísimos procesos
judiciales por orden de Fernando VII. Fue tal vez el temor a que se repitie-
ran estos acontecimientos, una de las causas fundamentales que provocaron
el Motín de la guarnición de la Granja.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 269

En Málaga se produjo la primera revuelta el 25 de julio, extendiéndose


por toda Andalucía y el resto de España. Los revolucionarios nombraron
jefe al comandante de carabineros D. Antonio Escalante. La revuelta fue
sangrienta, se asesinó al comandante militar Saint Just que les hizo frente y
al jefe político Conde de Donadío. Esta Junta revolucionaria envió el día 28
de julio de 1836 una Exposición a la Reina Gobernadora14 en la que le
daban cuenta de la rebelión general de la mayoría de las provincias y le exi-
gían «…que se reponga la constitución de 1812, con la cualidad de que las
Córtes puedan reformarla y mejorarla desde el momento en que se reú-
nan…».
La revolución de Málaga se extiendió por Extremadura y Levante. Las
provincias de Granada, Huelva, Sevilla, toda Andalucía, no obedecían ya al
gobierno de Istúriz y exigían el restablecimiento de la Constitución del año
12. Igualmente La Coruña, Barcelona, Valencia, Cartagena, Badajoz, y gran
parte del ejército del norte. Sólo Madrid, bajo la férrea disciplina y control
del general Quesada, se mantenía en orden, pero los clubes y logias eran un
hervidero de conspiraciones esperando arrebatar el poder a Quesada.
En Zaragoza, el Capitán General Evaristo San Miguel se puso al frente
de la revolución para evitar males mayores, acordando con las autoridades
civiles la proclamación de la Constitución de Cádiz. Envían un comunicado
a la Corte avisando que se convertían en una provincia independiente de la
autoridad del gobierno de su Majestad, por considerar al gobierno inepto e
inútil. Lo firmaban Evaristo y 45 políticos más.
El día 3 de agosto, a las siete y media de la tarde, estaba preparado el
Motín para darse en Madrid, de la misma forma que se dio en la Granja. A
la cabeza parece ser que estaba el famoso capitán Cordero, que no fue capaz
de llevarlo a cabo con éxito al no coordinar la Guardia Nacional y la tropa.
El día 4 de agosto, desde la Granja, la Reina Gobernadora proclamaba
un manifiesto15 a la Nación para tratar de atraerse a la obediencia a las pro-
vincias sublevadas y declarando que la intención del gobierno era lograr la
derrota de los carlistas y la felicidad de los españoles.
El 5 de agosto, Istúriz16 ordenó al embajador de S. M. que comunicara
al gobierno francés la autorización para la entrada en España de las tropas
francesas, preparadas en Pau para poder retirar del ejército del norte las tro-
pas propias, suficientes para castigar a los rebeldes que no obedecían al

14 PIRALA, Antonio: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. Madrid 1869.
Tomo III.
15 Gaceta de Madrid año 1836.
16 BURGOS, Javier de: Anales del Reinado de Isabel II, obra póstuma. Madrid 1850, Tomo III.
270 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

gobierno. En Madrid se encontraba un agente especial, M. Bois-Lecomte,


enviado por Francia para ultimar los preparativos de la intervención. El pri-
mer anuncio de M. Bois-Lecomte consistía en el refuerzo de diez mil hom-
bres a la legión extranjera, que ya se encontraba en Navarra, sin perjuicio de
cooperar con otra de igual número en Cataluña y Aragón, si se consideraba
necesario. El gobierno de Istúriz confiaba en la capacidad militar del gene-
ral Quesada y de la Guardia Real para controlar la situación de la capital, y
el resto de las provincias, e inmediatamente emprender las reformas nece-
sarias para apaciguar el país.
Pero la situación no dejaba de ser preocupante y así, cuando trascendió
la noticia de que el general Córdova, jefe del ejército del norte, se había
entrevistado con el general Bruno Villarreal, comandante de las tropas car-
listas en La Puebla de Arganzón17, localidad al oeste de Vitoria, se produjo
una fuerte inquietud al interpretar que dichas conversaciones se realizaban
para, de una forma velada, poner fin a la guerra. Al parecer los jefes habla-
ron sólo sobre el trato a prisioneros y represalias, pero sin embargo, después
del Motín, Córdova tuvo que huir a Francia, donde por orden de la Reina
Gobernadora trabajó a favor de llegar a un acuerdo con los carlistas.
Barrio Ayuso, el único ministro que en esos momentos se encontraba
cerca de la Reina Gobernadora en la Granja, había aconsejado la conve-
niencia de nombrar como presidente del gabinete a Calatrava, al que supo-
nía con el poder necesario para conjurar la tempestad y restablecer el orden
en las provincias sublevadas. Si así lo hubiera hecho, posiblemente no
hubiera sido necesario el Motín, porque después de iniciado, su nombre fue
impuesto por los amotinados. Barrio Ayuso gozaba de las simpatías de los
sargentos, que no exigieron su relevo, y tenía un conocimiento real de la
situación. El Marqués de Miraflores, presidente del estamento de Próceres,
relataba18: «No me sorprendió la revolución, pues la había previsto y había
propuesto, en una carta que le envié a la Reina el 26 de julio, los medios
más eficaces para conjurarla».

Desarrollo del Motín

A los pocos días de la victoria en la batalla de Arlaban, en el mes de


junio, el gobierno ordenaba a unidades que combatían en las Provincias

17 Anónimo: Examen Crítico de las revoluciones de España 1820-1823 y 1836. París 1837, Tomo II.
18 CONDE DE MIRAFLORES: Memoria para escribir los 7 primeros años del reinado de Isabel
II. Madrid 1843.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 271

Vascongadas el regreso a Madrid para relevar o reforzar a parte de las tro-


pas que prestaban servicio en la casa real. En un primer momento, son acan-
tonadas en el Pardo, donde las recibe el Conde de San Román, como
comandante general de la Guardia Provincial. Se les da una comida de bien-
venida; a los brindis el capellán lo hizo por la libertad. Estas palabras, tan
frecuentes en todas las acciones de guerra frente al enemigo, produjeron allí
un escándalo, por lo que los oficiales dieron por terminada la comida y a los
sargentos, familiarizados con el brindis que siempre iba acompañado con
los vivas a la Reina, al ejército y a sus generales, les extrañó no gustándo-
les la actitud de sus jefes.
Las tropas fueron trasladadas a Madrid, con el objeto de recibir nuevos
uniformes, y salir más tarde para La Granja para relevar a parte de la guar-
nición, pues a los pocos días se trasladó la Corte al Real Sitio. El traslado
de las tropas del Pardo a Madrid se hizo por la noche, para ocultarlo, nadie
debía saber que se habían extraído tropas del frente.
Dichas tropas fueron trasladadas a la Granja. De tal modo que se encon-
traban en el Real Sitio: cuatro compañías del Cuarto Regimiento de la Guar-
dia Real de Infantería de 120 hombres cada una, otras cuatro de la Guardia
Real Provincial, dos escuadrones de la Guardia de Corps, dos de granade-
ros de Caballería y una partida de salvaguardias. A la unidad de provincia-
les pertenecía el Sargento Alejandro Gómez y a la de la Guardia Real el Sar-
gento Juan de Lucas, otro de los sargentos que, como hemos señalado
anteriormente, participó en el Motín del 12 de agosto de 1836.
La Granja de San Ildefonso, es, como se sabe, un pequeño municipio
situado a 11 Km. de Segovia y a 76 Km. de Madrid, con una altitud de 1.191
m. en la vertiente norte de la sierra de Guadarrama, cordillera que separa las
dos castillas, y rodeada de los ríos Valsaín y Cambrones, de cuya unión nace
el río Eresma, afluente del Duero, con una temperatura agradable y fresca
en verano. Era costumbre de los monarcas borbones, desde Felipe V, pasar
los veranos en el palacio y jardines que mandó construir el primer monarca
Borbón, a modo y manera que lo eran, entonces, los palacios y jardines
franceses. En el verano de 1836 cuando se encontraba la Reina Gobernado-
ra descansando y alejada de los rigores del calor veraniego de Madrid, se
produjo el Motín.
El 24 de julio la aproximación de una partida carlista al mando del gene-
ral Basilio García a una distancia relativamente escasa de la Corte provocó
–lo que por la rápida actuación de la guarnición de la Granja supuso una
simple alarma–, un estado de pánico entre los miembros de la misma que
denotaba claramente el estado de tensión y nerviosismo que reinaba alrede-
dor de dicha Corte.
272 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

El día 12 de agosto llegó al Real Sitio, huido de Madrid, un nacional de


caballería y en el café del Teatro daba la noticia de los sucesos de Madrid,
donde explicaba que la capital estaba en estado de sitio, que la Guardia
Nacional había sido desarmada por orden del gobierno y centenares de libe-
rales habían sido encarcelados. La noticia corrió como la pólvora entre la
guarnición, los elementos civiles liberales y la Guardia Nacional. El Conde
de San Román, temiendo desórdenes, ordenó que las músicas y bandas mili-
tares no tocasen otras marchas que las de ordenanza y que la tropa no can-
tase canciones patrióticas.
Aquél día, ante la necesidad de saber más de los sucesos de Madrid, en
el punto de reunión acostumbrado, los soldados cantaban con más entusias-
mo que nunca. En un gran grupo de sargentos de todas las armas estaba
también el Tambor Mayor de la Guardia Provincial, al que invitaron muchos
a que aquella tarde, en la lista, tocase el himno de Riego, para ir calentando
el ambiente. Tenía lugar ésta hacia las seis y media, y la banda acostumbra-
ba a tocar diferentes piezas. Formados ya para este acto, y al tiempo de rom-
per la marcha el batallón para volver al cuartel, el Tambor Mayor, dirigién-
dose a la banda, le encargó tocase la marcha granadera; pero los pífanos
acompañaron a ésta con el himno de Riego. Apenas se apercibió el coman-
dante, mandó hacer alto al batallón y callar a la banda; después, con des-
compuesta voz de represión, les hizo entrar en el cuartel, arrestando a toda
la banda. Dispuso también reforzar la guardia de prevención y que todos los
oficiales se quedasen en sus compañías, prohibiendo la salida a los sargen-
tos. La coincidencia de estar anunciada para aquella noche, en el teatro, la
comedia titulada A las diez de la noche o los síntomas de una conjuración,
hizo que se escogiese esta hora para el pronunciamiento, y el redoble de
silencio fue la señal para llevarlo a efecto.
El historiador Javier de Burgos, para desprestigiar al Tambor Mayor,
afirma que es el mismo que anteriormente había pertenecido al batallón de
realistas de Talavera y sobresalía por su afición a apalear a liberales. El sar-
gento Alejandro Gómez lo desmiente afirmando que este Tambor Mayor lo
era del provincial de Ávila y que nunca había sido realista.
La mayoría de los oficiales se habían marchado con permiso a Madrid
para asistir en el teatro de la Cruz a la representación del estreno de la ópera
de Donizzetti L`esule di Roma, cuya protagonista era una bella mujer de
gran popularidad. Hay historiadores que afirman que lo que hacían estos
oficiales era quitarse de en medio para facilitar el Motín.
Sobre las diez de la noche del día 12 de agosto los granaderos del Pri-
mer Regimiento de la Guardia de Provinciales dieron la voz de a las armas
en la compañía de tiradores, apoyados rápidamente por el Cuarto Regi-
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 273

miento de Infantería, sin que por parte de nadie se hiciese la menor resis-
tencia, ni hubiera un oficial que tirase de su espada para contener aquella
insurrección. Con el mayor orden salieron las compañías del cuartel, y for-
madas frente a éste, se sacó la bandera con los honores de ordenanza, dando
vivas a la Constitución, a la Reina constitucional, al general Mina, a Ingla-
terra y mueras a los generales Quesada y San Román.
Javier de Burgos y Miraflores culpan a los oficiales de no haber hecho
nada para abortar la sublevación. Estos oficiales podían haber aprovechado
la indecisión de la unidad de los guardias de corps y de los granaderos a
caballo de la guardia, que en un principio no se habían amotinado ante la
pasividad de sus oficiales, y la ausencia de los mandos superiores que se
encerraron en palacio. Estas tropas leales, ante tal panorama, prefirieron
unirse a los amotinados antes de enfrentarse a sus compañeros.
En el anexo número 3 podemos observar todavía las ruinas del cuartel
del Pajarón, donde estaban acuarteladas las tropas. Está situado a la izquier-
da, según se llega de Segovia, junto a la carretera, a escasos metros fuera de
la ciudad. Para entrar en la Granja tenían que pasar por la puerta de hierro,
que había sido cerrada a los primeros síntomas de sedición y llevadas a
Palacio sus llaves. La compañía de cazadores de provinciales se desplegó en
guerrilla para tomar dicha puerta. El batallón de guardias, que estaba acuar-
telado dentro de la población, secundó el movimiento, más como les cerra-
sen la puerta del cuartel para detenerlos, los soldados saltaban por las ven-
tanas, hasta que abierta, salieron los demás, rompiendo entonces con una
bayoneta las cerraduras de las puertas de hierro, para que entrase la compa-
ñía de cazadores. Formados ya los dos batallones, se dirigieron a Palacio;
un primer forcejeo con los Guardias de Corps terminó con la adhesión de
éstos, de los granaderos de caballería y de los salvaguardias.
Reunida ya toda la guarnición en la plazuela llamada de la Cacharrería,
contigua al Palacio, subieron a ver a la Reina los jefes de aquella fuerza y
le informaron de que eran los sargentos la causa de la insurrección. La
Reina acordó entonces que bajaran los dos comandantes de Provinciales y
Guardia con el encargo de que subiese una comisión de estos a verla y expu-
sieran el motivo de la insurrección.
Al llegar estos comandantes se tocó orden general, y al comunicarse a
cada cuerpo esta real disposición, se trató en el corro de orden de los sar-
gentos designar al que había de subir a cumplirla. La primera intención de
todos fue comisionar al más antiguo; pero objetando el ayudante Conti, que
en su opinión carecía el designado de instrucción y despejo necesarios, el
comandante D. José Baró Iñiguez dio el nombre de Alejandro Gómez. Por
el de Guardias fue asimismo nombrado otro sargento llamado Juan de
274 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

Lucas. Después de dejar las armas, los dos sargentos fueron acompañados
por los comandantes. Se abrieron las puertas de Palacio, a donde entraron
con un soldado que sin ser nombrado para la comisión se unió a ella por
curiosidad o despiste. Fueron las únicas personas que penetraron en el
recinto.
Al final de la escalera les aguardaban el Conde de San Román y el
Duque de Alagón, que insistieron en el respeto y obediencia debidos a la
persona de la Reina. Les llevaron a su presencia y de manera muy respe-
tuosa besaron su mano con una rodilla en tierra, fijándose las miradas de los
que allí se encontraban con curiosidad extrema.
En la estancia la Reina Gobernadora estaba bien acompañada. Además
del Conde de San Román y del Duque de Alagón, se encontraban Barrio
Ayuso, ministro de Gracia y Justicia, el Alcalde Mayor de La Granja, Sr.
Izaga, el Conde de Cerralvo, los comandantes de toda la guarnición, la Mar-
quesa de Santa Cruz y doce guardias de corps.
Tomó la palabra la Reina, que vestía un elegante vestido de color blan-
co; preguntó a los sargentos qué querían, se miraron entre sí para ver cuál
de ellos respondía, y ante la falta de decisión, el Sr. Ibáñez, uno de los
comandantes, mandó a Alejandro Gómez que lo hiciera. Éste comenzó
hablando acerca de los tres años que habían luchado en las Vascongadas,
donde habían perecido la mayor parte de sus compañeros. Llena de extra-
ñeza ante tal contestación, la Reina preguntó si sabían por qué se habían
batido, y ante el silencio de los sargentos, ella misma argumentó que por los
legítimos derechos de su hija Isabel. Alejandro Gómez, una vez repuesto del
sobresalto natural de la primera impresión, contestó que, efectivamente, era
por esos derechos, pero que creían que también lo hacían por la libertad. La
respuesta no se hizo esperar, y se expresó la Reina en los siguientes térmi-
nos19: «…libertad, es que tengan fuerza las leyes, que se respete y obedez-
ca a las autoridades constituidas». A lo que contestó Alejandro; «entonces,
señora, no será libertad el oponerse a la voluntad nacional expresada en
casi todas las provincias, para que se publique la Constitución; no será
libertad el desarme de la Milicia Nacional en todos los puntos donde no
están pronunciados; no será libertad el destierro y persecución de muchos
liberales en todas las provincias, como está sucediendo hoy mismo en
Madrid; y no será libertad el querer hacer un arreglo con los facciosos
para volver a los tiempos en que tanto se perseguía a los que después han
sido el mayor apoyo de su majestad…».

19 GÓMEZ, Alejandro: Los Sucesos de la Granja en 1836. Madrid 1864, 2.ª Edición.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 275

Tomaba un aspecto tan grave aquél acto, que a todos parecía disgustar
aquella conferencia. La Reina manifestó que no era libertad cuanto decían,
y que ignoraba que fuese aquél el estado del país tal como se lo presenta-
ban. Alejandro Gómez, ya más calmado, manifestó a su majestad que, para
devolver la calma y tranquilidad a la nación y evitar la efusión de sangre, se
hacía indispensable que se mandase publicar la Constitución de 1812, por-
que tal era el motivo de la insurrección.
Con cierta sorpresa la Reina preguntó si había leído el Código, a lo que
respondió de forma afirmativa, recalcando: Señora, aprendí con él a leer. Al
momento pidió que se lo trajesen, y tomándolo el Sr. Barrio Ayuso buscó el
articulo 192, que leyó su majestad, sobre la regencia, que deben ser tres o
cinco los regentes, y fundada en esto, exclamó20: Es decir, que sois vosotros
los que queréis traer a Don Carlos al Trono, pues por esta Constitución no
puedo ser yo la Regente del reino ni la tutora de mis hijas, y eso por voso-
tros que tantas pruebas me habéis dado de adhesión.
Ante tamaña dificultad, los dos sargentos piden consejo a los coman-
dantes de los batallones que acordaron proponer a la Reina lo siguiente:
Mandar publicar la Constitución con la cláusula de que quedase en vigor
toda ella menos el artículo en cuestión. Mayores obstáculos suponía para
los presentes extender el decreto, pues era preciso la reunión del ministerio
que debía refrendarlo, en razón de que sin esa circunstancia no podía veri-
ficarse.
Mientras tanto la Reina quiso oír los consejos de los embajadores, Sr.
Lord Clarendon –inglés–, y Bois-le-Conte –francés, que ejercía de embaja-
dor dado que el titular estaba gravemente enfermo, y que murió precisa-
mente al día siguiente–. Los diplomáticos le aconsejaron que, ante la situa-
ción de indefensión en la que ella se encontraba y para evitar males
mayores, accediese a conceder las peticiones de los amotinados.
Se acordó entonces pasar una real orden al general San Román en la que
la Reina manifestaba su voluntad de que en la próxima reunión de las Cor-
tes, se presentase al Gobierno un proyecto de Constitución; a los sargentos
en principio le pareció bien pero expusieron la duda sobre si los demás esta-
rían de acuerdo. Después de tres horas finalizó esta primera reunión.
Al presentarse los sargentos a la guarnición explican lo sucedido a la
tropa, pero cuando se les informa de que la Reina no había firmado el decre-
to restableciendo la Constitución, se enfurecieron tanto que, cuando el
comandante comienza la lectura de la real orden, un grito general de fuera,

20 Ibídem.
276 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

con algunos disparos al aire, hacen suspender la lectura y, asustados los


jefes militares, vuelven a meterse en Palacio.
De nuevo a los sargentos se les mandó subir, y ante la imposibilidad de
convencer a la guarnición, se acordó extender el decreto siguiente21: Como
Reina Gobernadora de España, ordeno y mando: que se publique la Cons-
titución política del año de 1812, en el ínterin que reunida la nación en
Cortes, manifieste expresamente su voluntad, de otra Constitución, confor-
me a las necesidades de la misma. –En San Ildefonso a 13 de agosto de
1836–. Yo la Reina Gobernadora. Para salvar la dificultad de la Regencia en
el artículo de la Constitución, se añadió al decreto que, una vez que las Cor-
tes se reunieran, la reformarían.
Al bajar de Palacio los sargentos, acompañados de los dos comandan-
tes, enseñaron el decreto por el que se mandaba publicar la Constitución,
pero la falta de costumbre de ver la firma de la Reina hacía dudar que fuese
real, pues la suponían apócrifa. Entonces un paisano se acercó y manifestó
que él la conocía y efectivamente los convenció de que era verdadera. Este
paisano era el Sargento Higinio García, escribiente del Conde de San
Román. Desde este momento el Sargento Higinio se convierte en un ele-
mento activo de la revolución, a pesar de ser evidente que no participó en
su preparación.
Seguidamente se dispuso la retirada a sus cuarteles de toda la guarni-
ción. El día siguiente se pasó en el mayor orden; a las seis tuvo lugar la for-
mación, desfilando toda la guarnición por delante de Palacio; se juró la
Constitución y se puso una lápida conmemorativa en el Ayuntamiento de la
ciudad con el lema Viva Isabel II y la Constitución.
En la mañana del día 13 llegó un emisario a Madrid y entregó una nota
redactada por el ministro Barrio Ayuso en la que decía: Son las diez de la
noche; los batallones de esta guarnición se han sublevado y han proclama-
do la Constitución; que vengan fuerzas pronto, pronto. Poco más tarde llega
un oficial de la Guardia Provincial enviado por San Román, quien dio cuen-
ta a Istúriz y a Quesada de todo lo ocurrido en la Granja hasta las tres de la
madrugada.
Se convocó a los consejos de ministros y de gobierno, al capitán gene-
ral Quesada y al presidente del Estamento de próceres, Marqués de Mira-
flores. En la reunión se expuso la situación en la que se encontraba la Reina
Gobernadora y su familia estudiando las distintas fórmulas que existían
para dar una solución satisfactoria a tan grave problema.

21 GÓMEZ, Alejandro: Los Sucesos de la Granja en 1836. Madrid 1864, 2.ª Edición.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 277

Entre los participantes a la reunión se formaron dos bandos, uno for-


mado por Istúríz, Quesada y Miraflores, partidarios de acudir con tropas
desde Madrid para castigar a los sublevados; el otro capitaneado por el
Duque de Ahumada, que era partidario de no sacar tropas de Madrid por el
temor a desórdenes. Opinaban que debería acudir el ministro de la guerra,
general Santiago Méndez de Vigo, que podría tener cierta influencia entre
los sublevados al haber combatido con ellos en Navarra. Ahumada también
se opuso a trastocar la titularidad de la Regencia por el estado de subleva-
ción de toda España. Al final las tesis de Ahumada salieron adelante y se
ordenó el traslado a la Granja del Ministro de la Guerra, Santiago Méndez
de Vigo para parlamentar con los sublevados y solucionar el problema. Para
el historiador Pírala22 «es Barrio Ayuso el que solicitó por vía telégrafo a
Istúriz por orden de S. M., que se presentará en la Granja el Ministro de la
Guerra, por haberlo exigido así las tropas sublevadas».
Mientras en la Granja –como se señaló con anterioridad–, ante la posi-
bilidad de la llegada de fuerzas para sofocar a los amotinados, se preparó la
defensa con la artillería traída desde el Colegio de Artillería de Segovia y
con un gran número de guardias nacionales de Segovia y de la Granja que
se habían unido a la revuelta. Alejandro aseguraba: Muy graves hubieran
sido las consecuencias si la ceguedad del Gobierno hubiera encontrado
fuerzas para batirnos.
En la madrugada del día 15 llegó a la Granja el Ministro de la Guerra,
D. Santiago Méndez Vigo, e informado por los comandantes de los aconte-
cimientos, mandó que se presentara ante él Alejandro Gómez. Una vez en
su presencia le reconoció y se alegró de que fuera él preguntándole al ins-
tante por los motivos de la insurrección. El sargento le contó pormenoriza-
damente los hechos. Al término del relato, Méndez Vigo le pidió que denun-
ciase a quienes les habían seducido. Ante la negativa del sargento, el
Ministro insistió en que le ocultaba los verdaderos autores, y por más que
Alejandro dijera que habían sido ellos mismos, sin ayuda de nadie, empezó
el Ministro a nombrar a personas que pudieran estar tras ellos, indicando
entre los mismos al señor embajador de Inglaterra Lord Clarendon.
Viendo que así nada conseguía, Méndez Vigo pasó a lo que considera-
ba la contrarrevolución, a través de la extorsión de los sargentos, con la
recompensa de tres talegas de oro, que tenía allí abiertas. En palabras de
Alejandro23 la respuesta fue: «Le dije que le daba las gracias y que sus pro-

22 PIRALA, Antonio: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista. Madrid 1869.
Tomo III.
23 GÓMEZ, Alejandro: Los Sucesos de la Granja en 1836. Madrid 1864, 2.ª Edición.
278 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

mesas, si bien eran demasiado grandes y generosas, llevaban una segunda


intención que nada me favorecía; pero como insistiese en que éramos ins-
trumentos, le conteste que prefería serlo de salvación de mis compañeros,
que vender su confianza a tan caro precio, sin escuchar la voz de mi con-
ciencia». El Sargento Higinio García se enfrentó al ministro apercibiéndo-
le de que si continuaba amenazando y malmetiendo a la tropa, pasaría lo
que no había pasado hasta entonces.
Con la presencia del ministro en la Granja y todos sus intentos para
detener la revolución, los amotinados, desconfiando de las maniobras de
Palacio, ordenaron cerrar las verjas prohibiendo la salida ni entrada de
nadie. Se realizó una elaborada petición a la Reina Gobernadora que
decía24:
• 1.º Deposición de sus destinos de los señores conde de San Román y
Marqués de Moncayo.
• 2.º Real Decreto para que se devuelvan las armas a los nacionales de
Madrid, o al menos a las dos terceras partes de los desarmados.
• 3.º Decreto-circular a las provincias y ejército para que las autorida-
des principales de unas y otros juren e instalen la Constitución del
año 12, conforme la tiene jurada S. M. en la mañana del 13.
• 4.º Nombramiento de nuevo ministerio, a excepción de los Sres. Mén-
dez Vigo y Barrio Ayuso, por no merecer la confianza de la nación los
que dejan de nombrarse.
• 5.º S. M. dispondrá que en toda esta tarde hasta las doce de la noche,
se expidan los decretos y órdenes que arriba se solicitan. La bondad
de S. M., que tantas pruebas ha dado a los españoles en proporcio-
narles la felicidad de que los despojó el despotismo, mirará con efi-
cacia que sus súbditos den el más pronto cumplimiento a cuanto arri-
ba se menciona, y verificado que sea cuanto se lleva indicado, tendrá
la gloria esta guarnición de acompañar a SS. MM. a la villa de
Madrid. San Ildefonso a 14 de agosto de 1836 –La guarnición–.
Una comisión llevó estas peticiones a Palacio, que fueron recibidas por
la Reina y el Sr. Méndez Vigo, sin objeciones. Se procedió a redactar los
decretos de nombramientos y destituciones en función de aquella petición.
Hubo un momento de fuerte tensión entre Méndez Vigo y los de la comi-
sión, al entregarle éstos una carta de Istúriz que habían interceptado en la
que se le pedía información sobre los adelantos para sofocar la sublevación
o, en todo caso, la necesidad de fuerzas para llevarlo a cabo. Méndez Vigo

24 Ibídem.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 279

se disculpó ante aquella misiva y trató de disuadirlos, pidiendo que le acom-


pañaran en todos los actos que debía realizar para poner en práctica los
Decretos.
A las dos y media de la mañana salió Méndez Vigo con una comisión,
que estaba formada por un capitán de nacionales, un guardia de corps, un
músico y el Sargento Alejandro Gómez. Llegaron a Madrid a las ocho y
media de la mañana, y entrando todos en la Presidencia de Ministros, se
procedió a hacer efectivos los Decretos que el Ministro portaba. El primer
nombramiento, el del general Seoane como capitán general, tuvo efectos
inmediatos, mandando poner en libertad a los presos políticos; uno de ellos
fue el coronel Montenegro, antiguo jefe de Alejandro Gómez.
Una vez que los Decretos fueron publicados por Gaceta extraordinaria,
la comisión, unos cuantos nacionales y el general Rodil volvieron a La
Granja y fueron recibidos con júbilo por sus compañeros ante la feliz ter-
minación de esa empresa. De nuevo en presencia de S. M. acordaron escol-
tar tanto a ella como a las infantas a Madrid. Aquella misma tarde empren-
dieron el viaje, no queriendo hacerlo la Reina con toda la guarnición sino
con una pequeña partida.
Todas las autoridades cuya vida peligraba se escondieron y salieron del
país disfrazadas con dirección a Francia, Inglaterra, Gibraltar y Portugal. El
general Quesada, que desafió el peligro, recibió una muerte trágica a mano
de unos incontrolados, que lo reconocieron cuando se dirigía sin escolta al
pueblo de Hortaleza. Su cuerpo fue mutilado y sus miembros fueron
expuestos como trofeo en el Nuevo Café.
El sargento Alejandro Gómez admitió que los sucesos de la Granja
constituyeron una revolución militar en la que se quebrantaron las leyes de
la disciplina militar; pero que este delito –según él– lo cometió toda la guar-
nición desde el primer jefe hasta el último soldado.

Los historiadores y el Motín

Alonso Baquer25 señalaba que en el motín de la Granja el golpe directo


sobre el vértice del Estado se adelanta a la temida explosión del populacho
y trastoca, por iniciativa de los mismos amotinados, en militares los lide-
razgos previstos de condición civil. Asimismo, reflejaba Christiansen26 que

25 ALONSO BAQUER, Miguel: El modelo español de pronunciamiento. Madrid 1983.


26 CHRISTIANSEN, E.: Los orígenes del poder militar en España, 1800-1854. Ed. Aguilar, Madrid
1974.
280 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

los generales exaltados, Méndez Vigo, Seoane y Rodill, se apoderaron del


gobierno y se lo entregaron a su partido, valiéndose precisamente de su
popularidad entre los amotinados. Para Tuñón de Lara27 el motín se con-
virtió en un epifenómeno del vasto movimiento de rebeldía que las Juntas
provinciales, los medios burgueses, artesanos, etc. (a través de la Milicia
Nacional en la mayoría de los casos), habían extendido por todo el país.
Según Canovas del Castillo28 El Motín de la Granja es el último pronuncia-
miento romántico. En todo caso, parece una opinión generalizada de que los
sargentos, con su motín, se adelantaron a una situación revolucionaria
–mucho más radical– que se extendía por todo el país.

El Motín en la literatura

Benito Pérez Galdós entendió muy bien el problema del soldado espa-
ñol que luchaba por su reina y por la defensa del liberalismo y así narra en
sus Episodios Nacionales los sucesos de la Granja (Episodio de Luchana):
«…Puede que ahora salgan esos infelices con que han armado toda esta
tremolina para pedir aumento de paga, lo que me parece muy justo, porque
ya sabrá usted que ya no les dan más que nueve cuartos de los que ocho son
para el rancho. Reconozcamos que el soldado español es la virtud misma,
pues por un cuarto diario consagra a la patria su existencia, por un cuarto
se somete a los rigores de la disciplina, por un cuarto nos custodia y nos
defiende hasta dejarse matar. No creo que en ningún país exista abnegación
más barata. Pero ya verá usted como estos desdichados vienen pidiendo
algo que no les importa, algo que no ha de remediar su pobreza. Verá usted
como se descuelgan reclamando más libertad, libertad que no ha de hacer-
les a ellos más libres ni tampoco menos pobres. Algunos habrá quizás entre
ellos que crea que la Constitución del 12 les va a dar cuarto y medio…».
El escritor Larra, de tendencia progresista, pero que había conseguido
un escaño en las Cortes a favor del partido de Iztúriz, hace referencia del
Motín en varios de sus artículos de costumbres, y con su habitual gracejo
llegó a escribir: Dios nos asista, el poder de las talegas y el Día de Difun-
tos de 1836.
Eugenio de Tapia, escritor, político y jurisconsulto, liberal exaltado y
muy activo en el Trienio Liberal, cantó al Motín de los sargentos con el
poema titulado Un militar valiente:

27 TUÑON DE LARA, M.: Estudios de historia contemporánea. Madrid 1977.


28 CÁNOVAS DEL CASTILLO, A.: El solitario y su tiempo. Madrid 1883.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 281

Después que se alzó en la Granja


aquel bizarro sargento
que dio con las bayonetas
la ley al hispano suelo,
volvimos al año doce
a gatas retrocediendo
como en el fondo del río
suelen andar los cangrejos.
La máquina del Estado
dio un estrepitoso vuelco
los urbanos en Milicia
Nacional se convirtieron.
282 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

BIBLIOGRAFÍA Y DOCUMENTACIÓN

ALONSO BAQUER, Miguel: El modelo español de pronunciamiento.


Madrid 1983.
ARTOLA, Miguel: La Burguesía Revolucionaria 1808-1874. Madrid 1983,
Alianza Editorial.
BORROW, Jorge: La Biblia en España. Alianza Editorial, Madrid 1993.
BULLÓN DE MENDOZA Y GÓMEZ, Alfonso: La Expedición del Gene-
ral Gómez. Editora Nacional, Madrid 1984 y La Primera Guerra Car-
lista. Ed. Actas, Madrid 1992.
BURGOS, Javier de: Anales del Reinado de Isabel II. Obra póstuma,
Madrid 1850.
CÁNOVAS DEL CASTILLO, A.: El solitario y su tiempo. Madrid 1883.
CHRISTIANSEN, E.: Los orígenes del poder militar en España, 1800-
1854, Ed. Aguilar, Madrid 1974.
CIERVA, Ricardo de la: El triángulo, alumna de la libertad.
COMELLAS, José L.: Los primeros pronunciamientos en España, 1814-
1820, CSIC, Madrid 1958.
CONDE DE MIRAFLORES: Memoria para escribir los 7 primeros años
del reinado de Isabel II, Madrid 1843.
DONOSO CORTÉS, Juan: Obras Completas. Madrid 1956.
Hemeroteca Municipal de Madrid. «El Eco del Comercio» 19-2-1840.
ESPADAS BURGOS, Manuel: La Milicia Nacional. Madrid 1972.
ESTEBAN, Jorge de: Constituciones Españolas y Extranjeras. Madrid, Edi-
torial Taurus, 2 tomos.
ESTÉVANEZ, Nicolás: Mis Memórias, Prólogo de José L. Fernandez-Rua.
Ed. Teba Madrid 1975.
FERRER, Melchor y otros: Historia del tradicionalismo español. Ed. Cató-
lica española, Sevilla 1945.
Gaceta de Madrid años 1835 y 1836. Archivo General Militar de Madrid,
IHCM.
GÓMEZ, Alejandro: Los Sucesos de la Granja en 1836. Madrid 1864, 2.ª
Edición.
Archivo General Militar de Segovia. Expedientes de personas célebres.
Hoja de Servicios del Teniente General D. Fernando Muñoz.
Archivo General Militar de Segovia. Hojas de Servicios de los sargentos:
Alejandro Gómez Bracamonte, Higinio García y Juan de Lucas.
Archivo General Militar de Segovia. Hojas de Servicios de los Generales:
Rodil, Quesada, Méndez de Vigo, Córdova, Moscoso, N. López, Seoa-
ne y Gómez.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 283

PACHECO, Joaquín Francisco: Historia de la Regencia de la Reina Cristi-


na. Madrid 1841.
PÉREZ GALDÓS, Benito: Los Episodios Nacionales, Luchana y Mendizá-
bal.
PÉREZ GARZÓN, Sisinio: Milicia Nacional y Revolución Burguesa.
Madrid 1978.
PIRALA, Antonio: Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y
Carlista. Madrid 1869.
SÁNCHEZ AGESTA, Luis: Historia del Constitucionalismo Español.
Madrid 1974.
SECO SERRANO, Carlos: Historia del Conservadurismo Español. Ed.
Temas de Hoy. Madrid 2000.
TUÑON DE LARA, M.: Estudios de historia contemporánea. Madrid
1977.
VILLARROYA, Joaquín Tomás de: Breve historia del Constitucionalismo
Español. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid.
284 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

ANEXOS

1. Reales Decretos expedidos por la Reina Gobernadora.

2. Los sargentos parlamentando con la Reina Gobernadora.

3. Ruinas del Cuartel del Pajarón.

4. Petición del Sargento Alejandro Gómez a las Cortes nacidas de la


Revolución de 1869.

5. Pasaporte del Sargento Higinio García por el que se le autoriza via-


jar a Albacete.

6. Oficio comunicando el fusilamiento de Juan de Lucas.


MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 285

1. Reales Decretos expedidos por la Reina Gobernadora29

——————————
Como Reina Gobernadora de España, ordeno y mando que se publique
la Constitución política del año 1812, en el ínterin que reunida la nación en
Cortes, manifieste expresamente su voluntad, ó dé otra constitución confor-
me á las necesidades de la misma. En San Ildefonso á 13 de agosto de
1836.-YO LA REINA GOBERNADORA.-A don Santiago Méndez Vigo.
——————————
Habiendo desaparecido las circunstancias por las que tuve á bien decla-
rar en estado de sitio la capital, he venido en mandar en nombre de mi
augusta hija la reina doña Isabel II, que cesen desde luego en todas sus par-
tes los efectos de aquella disposición. Tendréislo entendido, y dispondréis lo
necesario á su cumplimiento.-YO LA REINA GOBERNADORA.-En San
Ildefonso á 14 de agosto de 1836.-A don Santiago Méndez Vigo.
——————————
Como Reina Regente y Gobernadora durante la menor edad de mi
augusta hija la reina doña Isabel II, vengo a nombrar para la secretaría del
despacho de Estado con la presidencia del Consejo de Ministro, á don José
María Calatrava; para la de Hacienda, á don Joaquín Ferrer, y para la de
Gobernación del reino á don Ramón Gil de la Cuadra, en reemplazo de don
Francisco Javier Isturiz, don Félix D’Olaberriague y Blanco y el duque de
Rivas, que respectivamente los desempeñan en el día; siendo mi voluntad
que el nuevo presidente del consejo me proponga á la brevedad posible los
sujetos mas actos para sustituir a don Antonio Alcalá Galiano, don Manuel
Barrio Ayuso y don Santiago Méndez Vigo; continuando éste entre tanto
para la comunicación de mis reales decretos. Tendréislo entendido, y lo
comunicareis á quien corresponda.-YO LA REINA GOBERNADORA.- En
San Ildefonso a 14 de agosto de 1836.-A don Santiago Méndez Vigo.
——————————
Como reina Gobernadora y en nombre de mi augusta hija la reina doña
Isabel II, he venido en decretar que se reorganice la guardia nacional de
Madrid, volviendo desde luego las armas hasta las dos terceras partes, á lo
menos, de los guardias últimamente desarmados. Tendréislo entendido, y

29 BURGOS, Javier de: Anales del Reinado de Isabel II. Obra póstuma. Madrid 1850, Tomo III.
286 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

dispondréis lo conveniente para su puntual cumplimiento.-YO LA REINA


GOBERNADORA.-En San Ildefonso á 14 de agosto de 1836.- A don San-
tiago Méndez Vigo.
——————————
En nombre de mi augusta hija la reina doña Isabel II, y como reina
Regente y Gobernadora de estos reinos, he venido en relevar de los cargos
de capitán general de Castilla la Nueva y comandante general de la guardia
real de infantería al Teniente General Marqués de Moncayo, y nombrar para
que le reemplace al mariscal de campo don Antonio Seoane, quien además
volverá á encargarse de la comandancia general de la guardia real de caba-
llería. Tendréislo entendido, y dispondréis lo necesario á su cumplimiento.-
YO LA REINA GOBERNADORA.-En San Ildefonso á 14 de agosto de
1836.-A don Santiago Méndez Vigo.
——————————
Como reina Regente y Gobernadora durante la menor edad de mi excel-
sa hija la reina dona Isabel II, he venido en relevar de los cargos de inspec-
tor general de milicias provinciales y comandante general de la guardia real
de la misma arma al teniente general de la guardia real de la misma arma al
teniente general conde de San Román, y nombro para reemplazarle en
ambos mandos al de la misma clase Marqués de Rodil. Tendréislo entendi-
do, y lo comunicareis a quien corresponda.-YO LA REINA GOBERNA-
DORA.-En San Ildefonso á 14 de agosto de 1836.-A don Santiago Méndez
Vigo.
——————————.
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 287

2. Los sargentos parlamentando con la Reina Gobernadora


288 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

3. Ruinas del Cuartel del Pajarón


MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 289

4. Petición del Sargento Alejandro Gómez a las Cortes nacidas


de la Revolución de 1869
290 SANTOS VELAZ SÁNCHEZ

5. Pasaporte del Sargento Higinio García por el que se le autoriza viajar


a Albacete
MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA EN 1836 291

6. Oficio comunicando el fusilamiento de Juan de Lucas.


OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR
EDITADAS POR EL MINISTERIO DE DEFENSA
OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR... 295

Revista de Historia Militar

Números 51 al 96, ambos inclusive.


Números extraordinarios dedicados a:
• Francisco Villamartín, escritor militar (1983, agotado).
• III centenario del marqués de Santa Cruz de Marcena-
do (1985, agotado).
• V centenario de Hernán Cortés (1986, agotado).
• Índice general números 1 al 85 (1999).
• Primeras jornadas sobre historia de las Órdenes Mili-
tares (2000).
• Conquistar y defender. Los recursos militares en la
Edad Media hispánica (2001).
• Historia militar: métodos y recursos de investigación
(2002).
• Los franceses en Madrid, 1808 (2004).
• Patria, Nación y Estado (2005).
• Entre el Dos de Mayo y Napoleón en Chamartín (2005).

Historia del Ejército español

• Tomo I: Los orígenes (desde los tiempos primitivos


hasta la invasión musulmana). Segunda edición, 1983,
448 páginas con 30 láminas.
• Tomo II: Los ejércitos de la Reconquista. 1984, 235
páginas con 32 láminas, (agotado).

Tratado de heráldica militar

• Tomo I, libros 1° y 2°, 1983, 288 páginas sobre papel


ahuesado, 68 láminas a ocho colores y 50 en blanco y
negro (escudos de armas, esmaltes heráldicos, coronas,
cascos, etc.).
• Tomo II, libro 3° (diferentes métodos de blasonar y
lemas heráldicos) y libro 4º (terminología armera y el
arnés), 1984, 389 páginas sobre papel ahuesado, 8
láminas a ocho colores y 1 en blanco y negro.
296 OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR...

El Ejército de los Borbones

• Tomo I: Reinados de Felipe V y Luis I (1700-1746).


1990 (agotado).
• Tomo II. Reinados de Fernando VI y Carlos III (1745-
1788). 1991 (agotado).
• Tomo III: Las tropas de ultramar (siglo XVIII). 1992,
dos volúmenes, 1.058 páginas, 143 láminas a color
(agotado).
• Tomo IV: Reinado de Carlos IV (1788-1808). 663
páginas y 143 láminas a color.
• Tomo V: Reinado de Fernando VII (1808-1833). Tres
volumenes.
Tomo VI: Reinado de Isabel II (1833-1868).

Historiales de los Cuerpos y del Ejército en general

• Tomo I: Emblemática general del Ejército. Historiales de


los Regimientos de Infantería núms. 1 al 11 (agotado).
• Tomo II: Regimientos de Infantería núms. 12 al 30
(agotado).
• Tomo III: Regimientos de Infantería núms. 31 al 40
(agotado).
• Tomo IV: Regimientos de Infantería núms. 41 al 54.
1973, 403 páginas, 17 láminas en color.
• Tomo V: Regimientos de Infantería núms. 55 al 60.
1981, 35 láminas en color y 14 en blanco y negro.
• Tomo VI: Regimiento de Infantería «Alcázar de Toledo» núm. 61 y Regimiento de
Infantería «Lealtad» núm. 30. 1984, 288 páginas, 20 láminas a cuatro colores y 5
en blanco y negro.
• Tomo VII: Regimiento de Cazadores de Montaña «Arapiles» núm. 62. 1986 (agotado).
• Tomo VIII: Regimiento de Cazadores de Montaña «Barcelona» núm. 63 y Bata-
llones «Cataluña», «Barcelona», «Chiclana» y «Badajoz». 1988, 347 páginas, 31
láminas en color y 5 en blanco y negro.
• Tomo IX: Regimientos «América» y «Constitución», y Batallón «Estella». 1992,
350 páginas, 42 láminas a color y 9 en blanco y negro.
• Tomo X: Regimiento de Infantería Cazadores de Montaña «Sicilia» núm. 67
(batallones de Infantería «Colón» y «Legazpi»).
- Tomo XII: Regimientos, de Caballería Ligero Acorazado “ Santiago nº 1, Husa-
res de la Princesa, Cazadores de Jaén, 2º y 6º Provisional.
OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR... 297

Regimiento de Caballería «Dragones de Santiago» núm.


1 (agotado).

Regimiento mixto de Artillería núm. 2. 1965 (agotado).

Regimiento de Zapadores núm. 1 para cuerpo de ejérci-


to. 1965 (agotado).

Historial del regimiento de Caballería «Lanceros del


Rey». 1989, facsímil con 121 páginas en papel couché
mate a cinco colores (agotado).

Organización de la Artillería española en el siglo XVIII. 1982, 376 páginas (Agotado).

Las campañas de la Caballería española en el siglo XIX. 1985, tomos I y II, 960
páginas, 48 gráficos y 16 láminas en color.

Bases documentales del carlismo y guerras civiles de


los siglos XIX y XX. 1985, tomos I y II, 480 páginas, 11
láminas en blanco y negro y 9 en color.

Evolución de las divisas en las Armas del Ejército español (agotado).

Historia de tres Laureadas: «El regimiento de Artillería núm. 46». 1984, 918
páginas, 10 láminas en color y 23 en blanco y negro.

Blasones militares. 1987, Edición restringida, 440 pági-


nas, tamaño folio, en papel couché (ciento cincuenta docu-
mentos (pasaportes, licencias, nombramientos, etc.) con el
sello de las autoridades militares que los expidieron; cien-
to veinticuatro escudos de armas, en color, de ilustres per-
sonalidades militares de los tres últimos siglos; catorce
retratos y reseñas de otros tantos virreyes del Perú).
298 OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR...

Galería militar contemporánea

• Tomo I: La Real y Militar Orden de San Fernando (Primera parte). 2ª edición,


1984, 435 páginas.
• Tomo II: Medalla Militar. Primera parte: Generales y coroneles (1970). 622 pági-
nas, (agotado).
• Tomo III: Medalla Militar. Segunda parte: Tenientes coroneles y comandantes.
1973, 497 páginas, (agotado).
• Tomo IV: Medalla Militar. Tercera parte: Oficiales. 1974, 498 páginas, (agotado).
• Tomo V: Medalla Militar. Cuarta parte: Suboficiales, tropa y condecoraciones
colectivas, (agotado).
• Tomo VI: La Real y Militar Orden de San Fernando (Segunda parte). 1980, 354
páginas, (agotado).
• Tomo VII: Medalla militar. Quinta parte. Condecoraciones en las campañas de
Africa de 1893 a 1935. 1980, 335 páginas, (agotado)

Carlos III.Tropas de la Casa Real. Reales cédulas. Edición restringida del Servi-
cio Histórico Militar, 1988, 350 páginas, tamaño folio, en papel verjurado, 24 lámi-
nas en papel couché y color, 12 de ellas dobles (agotado).

Índice bibliográfico de la Colección Documental del Fraile. 1983, 449 páginas.

Catálogo de los fondos cartográficos del Servicio Histórico Militar. 1981, 2 volú-
menes.

Cerramientos y trazas de Montea. Edición en colaboración entre Servicio Históri-


co Militar y CEHOPU.

Historia de la música militar de España. Ricardo Fer-


nández de Latorre, Instituto de Historia y Cultura Mili-
tar, 2000, 688 páginas tamaño holandesa, contiene CD
de música militar.
OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR... 299

Carpetas de láminas:

• Ejército austro-húngaro. Carpeta de Armas y carpeta


de Servicios, 4 láminas cada una.
• Caballería europea. 4 láminas.
• Milicia Nacional Local Voluntaria de Madrid. Dos car-
petas de 6 láminas.
• Ejército alemán, siglo XIX. 6 láminas.
• Carlos III. Tropas de Casa Real. 6 láminas.
• Ejército francés (siglos XVIII y XIX). 6 láminas.
• Carlos III. Estados militares de España. 6 láminas.
• Primer regimiento de la Guardia Real de Infantería.
Vestuario 1700-1816. 6 láminas.
• Tropas de ultramar. 6 láminas.
• El ejército de los Estados Unidos (siglo XVIII). 6 láminas.
• Comitiva regia del matrimonio de Alfonso XII y la archiduquesa María Cristina.
14 láminas.
• El ejército de Fernando VII. 8 láminas.
• Colección marqués de Zambrano I (carpetas 1 y 2).

Ultramar:

Cartografía y relaciones históricas de ultramar

• Tomo I: América en general (dos volúmenes).


• Tomo II: EE.UU y Canadá. Reeditado en 1989 (dos
volúmenes).
• Tomo III: Méjico. Reeditado en 1990 (dos volúmenes).
• Tomo IV: América Central. Reeditado en 1990 (dos
volúmenes).
• Tomo V: Colombia, Panamá y Venezuela (dos volúmenes).
• Tomo VI: Venezuela. Editado en 1990 (dos volúmenes).
• Tomo VII: El Río de la Plata. Editado en 1992 (dos
volúmenes).
• Tomo VIII: El Perú. Editado en 1996 (dos volúmenes).
• Tomo IX: Grandes y Pequeñas Antillas. 1999 (cuatro
volúmenes).
• Tomo X: Filipinas. Editado en 1996 (dos volúmenes).
300 OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR...

Historia:

Coronel Juan Guillermo de Marquiegui: Un personaje americano al servicio de


España (1777-1840). Madrid, 1928, 245 páginas, 8 láminas en color y 12 en blan-
co y negro.

La guerra del Caribe en el siglo XVIII. Reedición de


1990, aportación del Servicio Histórico Militar a la con-
memoración del V Centenario (agotado).

La conquista de México. Facsímil de la obra de Antonio Solís y Ribadeneyra edi-


tada en 1704 en Bruselas (agotado.)

Fortalezas:

El Real Felipe del Callao. Primer Castillo de la Mar del Sur. 1983, 96 páginas, 27
láminas en color y 39 en blanco y negro.

Las fortalezas de Puerto Cabello. Aportación del Servi-


cio Histórico Militar a la conmemoración del V Cente-
nario, 1988, 366 páginas en papel couché y 137 láminas.

El Castillo de San Lorenzo el Real de Chagre. Ministerio de Defensa, Servicio


Histórico Militar y M.O.P.U.
OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR... 301

África:

Dos expediciones españolas contra Argel (1541-1771) (agotado).

Historia de las campañas de Marruecos


• Tomo I: Campañas anteriores a 1900 (agotado).
• Tomo II: 1900-1918 (agotado).
• Tomo III: 1919-1923. 724 páginas (agotado).
• Tomo IV: 1923-1927. 270 páginas.

OBSERVACIONES

Todas estas obras pueden adquirirse, personalmente, en el Instituto de Historia y


Cultura Militar y en la Librería de Defensa (calle de Pedro Teixeira, s/n, planta
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