Libro Amoros Final
Libro Amoros Final
Libro Amoros Final
Contra la nocividad • 1
2 • Miguel Amorós
Contra la nocividad
anarquismo, antidesarrollismo, revolución
Miguel Amorós
Contra la nocividad • 3
Primera edición, noviembre de 2017
Contra la nocividad
anarquismo, antidesarrollismo, revolución
© Miguel Amorós
© Grietas Editores
4 • Miguel Amorós
Grietas Editores
Contra la nocividad • 5
6 • Miguel Amorós
Índice
Prólogo 9
Crítica al ciudadanismo
5. Una crítica libertaria de la izquierda del capitalismo 61
6. La impostura política aquí y ahora 73
7. La peste ciudadana. La clase media y sus pánicos 81
8. La hora de la áurea medianía 89
Contra la nocividad • 7
14. La guerra contra el territorio, estadío supremo de la 161
dominación
Anarquismo y antidesarrollismo
15. Antidesarrollismo vs decrecimiento 171
16. Crecimiento y decrecimiento 179
17. Cuando el capitalismo se vuelve ecologista 191
18. La invasión de los residuos 201
19. Qué es y qué quiere el antidesarrollismo 207
8 • Miguel Amorós
Prólogo
Contra la nocividad • 9
El primero es la puesta por mantener la apuesta por hacer
irrumpir un devenir de insubordinación, en ruptura con toda
forma de dominación: contra la división de la sociedad entre
dirigentes y dirigidos, contra el patriarcado, contra el trabajo
alienado, así como contra el uso utilitario y extractivista de la
naturaleza, es decir, la apuesta por la revolución social. Una
revolución social que rechaza cualquier pretensión de asociar
el concepto con dirigentes, vanguardias, estatuas, nombres de
calles, desfiles militares, constituciones políticas, comisarios,
purgas, mártires, héroes, mausoleos, burócratas, tiranos, de-
magogia, prestigio y espectáculo. Un horizonte anticapitalista y
antiestatal que hace evidente que no es posible una transición
de la dominación a la libertad, no hay punto medio ni escala
de grises entre una y otra, estamos ante la disyuntiva la emanci-
pación o la alienación. La revolución no está en el futuro, sino
en cada ahora-tiempo.
El segundo empeño es la necesidad de producir un pensa-
miento crítico y radical, aquel que se propone intervenir-ser-
reflexivo en tanto pensamiento histórico, lo cual exige que sea,
también, una práctica radical, La praxis radical nos sitúa desde
la interrogación, es la creación de formas de resistencia y formas
de organización situadas en el ahora del conflicto, es el desplie-
gue de nuestro horizonte de lucha desde un caminar que en
el mismo instante que obstruya la dominación y sea capaz de
esbozar una vida en libertad para ser vivida directamente por
sus participantes y creadores.
Un tercer esfuerzo, el de recordar y reconstruir el pasado, es
un quehacer de resistencia frente a la imposición de la historia
de los vencedores. La memoria rebelde que requerimos traer
al ahora es aquella capaz de configurar una historicidad distin-
ta, una temporalidad basada en lo que afirmó la Internacional
Situacionista, cuando propone un entendimiento a contrapelo
de las historias de las revoluciones sociales, donde plantean la
necesidad de
10 • Miguel Amorós
reemprender el estudio del movimiento obrero clásico de una
forma desacostumbrada y, en primer lugar desacostumbrada
en cuanto a sus diversas clases de herederos políticos o pseu-
doteóricos, pues no poseen mas que la herencia de su fraca-
so. Los éxitos aparentes de este movimiento son sus fracasos
fundamentales (el reformismo o la instalación en el poder de
una burocracia estatal) y sus fracasos (la Comuna o la revuelta
de Asturias) son hasta ahora sus éxitos abiertos, para nosotros
y para el futuro (Internacional Situacionista, 14 tesis sobre la
Comuna).
Contra la nocividad • 11
A lo largo del libro, Miguel Amorós insiste en que frente a la
catástrofe nuestra única opción es la revolución social, una revo-
lución que se proponga crear
12 • Miguel Amorós
guerra, se reproducen a través de la guerra, construyen relacio-
nes sociales para hacernos dependientes de patrones, burócra-
tas, especialistas y expertos.
Las miseria de vida que ha impuesto el sistema de domina-
ción genera a lo largo de la historia, formas de resistencia, sin
embargo, éstas no siempre van acompañadas de una crítica de la
vida cotidiana, muchas veces la resistencia se enfoca en resolver
ciertas problemáticas concretas o se contenta con algunas con-
cesiones de parte de los gobernantes y los patrones. Además, el
clima que se siente en el presente es de frustración, derrota, de-
solación e impotencia. Por tanto, en la mayoría de las ocasiones
nos contentamos con un pensamiento débil, uno que nos im-
pide sentir vergüenza por nuestra complicidad, sin sentir dolor,
rabia o necesidad de venganza, que nos obstruye la necesidad de
actuar aquí y ahora frente a la guerra total contra la humanidad.
Sabemos que la situación ha estado agravando y que cada
vez será peor, cuestión que transforma las visiones teleológicas
en una fe en el progreso y en la esperanza del mejoramiento
irremediable de nuestras fuerzas, en la noción nihilista donde
pensamos que no hay salida, que estamos acorralados. El opti-
mismo diletante y el nihilismo coinciden en la misma lógica po-
lítica. Olvidan que la liberación depende de las propias fuerzas
que sean capaces de crearse.
El optimismo diletante y el nihilismo buscan soluciones
externas para provocar las oportunidades revolucionarias: las
crisis, los líderes carismáticos, los partidos, las vanguardias re-
volucionarias, las elecciones, los dirigentes, los articuladores.
Se configura una práctica política que separa los fines de los
medios. Y uno de los mecanismos más efectivos a lo largo de la
historia donde se refleja la disociación de los medios y los fines,
es ver de manera separada la guerra y la revolución, creer que la
solución de una no está interrelacionada con la otra.
Contra la nocividad • 13
El capitalismo se vale de la fragmentación y desintegración
de lo colectivo para imponer otra temporalidad y otra espaciali-
dad: el tiempo-espacio vacío y homogéneo que contribuye a la
reproducción de un trabajo que es explotación y de una política
que es dominación. El control, el disciplinamiento y la coerción
se dan gracias a que estamos desterritorializados y sin capacidad
de sobrevivir por nuestros propios medios, sin posibilidades de
autogestionarnos la vida.
Los seres humanos estamos viviendo actualmente una si-
tuación, un instante de peligro. El colapso y destrucción de la
naturaleza, el racismo, la explotación, el sexismo parecen ser
el denominador común en la existencia de la mayoría de las
personas. No se visualizan posibilidades concretas para salir de
la catástrofe, parece que la guerra avasalla de tal manera que
somos impotentes ante la fuerza del capital y el Estado. Predo-
mina la apariencia de que no tenemos control sobre nuestras
vidas, que cualquiera que tenga más poder que nosotros puede
desaparecernos, asesinarnos, encarcelarnos, despojarnos, dispo-
ner nuestros cuerpos para hacerse de nuestros órganos, para la
explotación sexual, laboral o como carne de cañón en las múlti-
ples disputas militares evidentes y encubiertas que se extienden
por todo el planeta.
Es una guerra contra todo, contra todas y todos. Sin em-
bargo, la dominación no ha logrado hacerse del control total
del hacer y la imaginación que nos caracteriza como humanos.
Por eso, ayer y hoy nuestra opción es la guerra social, la lucha
contra la mercancía, la negativa a convertirnos en fuerza de tra-
bajo para ser explotada, la resistencia contra el despojo de todo
aquello que se intenta poner al servicio de la acumulación del
capital. Ayer y hoy nuestra opción es la rebeldía, es la creación
de un mundo sin jerarquías, sin patriarcado, sin coerción, sin
racismo.
La tarea de una praxis crítica y radical es urgente, porque
en los momentos donde los poderosos se sienten amenazados
14 • Miguel Amorós
aparecen las alternativas ilusorias, los caminos que llevan a la
restauración de la misma dominación. A la persistencia de la
guerra. La situación que hoy vivimos no acaba de surgir, no es
que recién el capitalismo decidió implementar la guerra como
medio para la acumulación, existe desde que se impusieron las
jerarquías, desde que existe explotación. Lo que si ocurre ahora
es una intensificación y reconfiguración de esa misma guerra,
por tanto, vuelven a emerger las opciones que significan fantas-
magorías, que no llevan a la emancipación sino a seguir domi-
nados: el ciudadanismo, el ecologismo reformista y estatalista,
el pensamiento débil, la fe en el progreso, los dirigentes y las
vanguardias.
Nuestro desafío está en la construcción de una vida unitaria
–no-alienada, no-separada, no-mercantilizada–. Tenemos que
destruir el capital – junto con su ciudad, su técnica y su trabajo–,
el Estado –con su jerarquía, su ciudadanismo y su legalidad–, el
patriarcado –con su sexismo, su violencia y su acoso– y el colo-
nialismo –con su racismo, su desprecio y despojo–. Y para esto
sólo tenemos una opción: organizarnos. Auto-organizarnos de
manera descentralizada y confederativa, de acuerdo a vínculos
de apoyo mutuo y afinidad.
Así, la revolución social es el despliegue de “la acción autó-
noma de la clase obrera en lucha por la abolición del trabajo
asalariado, de la mercancía, del Estado. Se trata de acceder a la
historia consciente, de suprimir todas las separaciones y todo
lo que existe independientemente de los individuos”, como lo
planteó Gianfranco Sanguinetti. Crear un mundo nuevo sin do-
minación, sin explotación, sin colonialismo y sin patriarcado.
Un mundo que por supuesto no será el reino de la armonía y la
paz, es un mundo que implica nuevos conflictos y contradiccio-
nes, pero con la diferencia que ahora será asumidas mediante
la participación directa y total por las propias individualidades
y colectividades.
Contra la nocividad • 15
La revolución social como la puesta en marcha de momen-
tos revolucionarios, como los señalo Camillo Berneri. No existe
la revolución como lugar futuro ni como instante apocalíptico;
Gustav Landauer sabia esto, por eso señala que somos libres
durante el tiempo que luchamos contra la dominación, en ese
instante que destruimos los obstáculos, la revolución “es cami-
no y nada quiere ser sino preparación para el camino”.
Por tanto, la urgencia de auto-organizarnos para descoloni-
zar la vida entera, el esfuerzo de organización a través del cual
logremos desplegar proceso de autogestión integral de nuestras
existencias, para emanciparnos. Nuestro proceso de organiza-
ción para que logre allanar la dominación tiene que entenderse
como la prolongación de nuestras vidas, pero bajo una inver-
sión total de perspectiva, la de la autogestión, la del comunismo
anárquico. Pienso con Errico Malatesta que lo esencial es de-
sarrollar el espíritu de organización, el sentimiento de solidari-
dad y la confianza de la necesidad de cooperar fraternalmente.
No queda más que la auto-organización entre nosotros mismos,
para hacernos responsables de nuestra propia vida, para fomen-
tar la autonomía colectiva y construir formas de comunicación
autentica y de base. Como dijo Walter Benjamin, cada instante
contiene sus posibilidades revolucionarias, su despliegue depen-
de de la acción que seamos capaces de construir, de nuestra
fuerza colectiva, y esa sólo puede crearse en el aquí y el ahora.
En la guerra social actual el territorio es un espacio-tiempo
de antagonismo. Y desde ese espacio-tiempo de antagonismo
podemos construir un proyecto revolucionario y emancipatorio,
un programa de lucha por Tierra y Libertad, donde nos damos
cuenta que el antagonismo no se reduce a una batalla por ver
quién ocupa un lugar dentro del aparato burocrático del domi-
nación, sino que el problema está en crear y potenciar una pra-
xis capaz de disolver las relaciones de dominación, un proyecto
que está dirigido contra la nocividad.
16 • Miguel Amorós
Crear un sentimiento y acción revolucionario, rebelde, au-
tónomo, no se da en automático ni mecánicamente, tampoco
se logra por mero voluntarismo un hacer-pensar en sentido de
una revolución social o de una descolonización de la vida. Es
necesario esbozar y poner en movimiento una praxis, es decir,
un hacer-pensar no-separado. Combatir el cretinismo, obstruir
la jerarquía, esbozar el despliegue de una autogestión tendiente
a ser integral y crear un hacer militante revolucionario.
Hay que llevar a cada resquicio de nuestras existencias, en
cada tiempo y lugar, una praxis rebelde. Donde estemos debe-
mos saber que podemos precipitar e intervenir en un perspecti-
va crítica y radical. Si no creamos una fuerza colectiva capaz de
inhibir y desarticular la guerra capitalista, si no creamos relacio-
nes sociales que obstruyan la reproducción del dominio, si no
creamos proyectos que permitan prescindir y dejar de depender
del Estado y el capital, esta catástrofe en la que estamos viviendo
nosotras y nosotros nos va destruir.
Contra la nocividad • 17
18 • Miguel Amorós
Crítica anarquista del Estado y el capital
Contra la nocividad • 19
20 • Miguel Amorós
1. Hay capitalismo, por lo tanto
hay crisis1
1
Charla debate en las Jornadas Libertarias de Castellón, 6 octubre 2012.
Contra la nocividad • 21
crédito; a la mala calidad de los servicios públicos, de la asisten-
cia y del sistema de partidos, a la voracidad de los banqueros
y, para acabar, al dictado de las finanzas internacionales que se
impone a la mayoría de la población gracias a la intermedia-
ción de los políticos. Parece entonces que puedan permitirse
soluciones en el marco del sistema económico y político domi-
nante, a través de medidas legislativas y ejecutivas que reduzcan
el impacto crítico sobre las masas asalariadas y endeudadas, evi-
tando de paso los fenómenos de exclusión. La solución ha de
venir por consiguiente de la mano de un Estado interventor y
no de su abolición. El capitalismo tendrá que desarrollarse más
para crear empleos basura suficientes en vez de desaparecer.
Pero, como en la medicina, aquí también una crisis superficial
puede disimular otras más profundas y menos visibles.
II
22 • Miguel Amorós
apunta a la naturaleza del sistema y no se conforma con apaños
ni reformas. Los individuos conscientes han de replantearse la
forma de vida que desean llevar, la organización de su tiempo
y de su espacio, el modelo de sociedad donde han de vivir, y
finalmente el equilibrio metabólico con la naturaleza, a fin de
elaborar una estrategia de intervención colectiva de largo alcan-
ce. Han de cuestionar el conjunto del sistema y no solamente
sus aspectos más degradantes.
III
Contra la nocividad • 23
dación, como lo fueron en cambio, en otra época, las asociacio-
nes corsarias: les sobra el rap y les falta una auténtica cultura
de la exclusión. Por ahora, únicamente las comunidades que
se han resistido a las relaciones sociales de mercado, las pobla-
ciones indígenas ajenas al modo de vida que impone el capital,
han sido capaces de forjar un sujeto social capaz de elaborar un
proyecto de transformación radical al extender sus estructuras
comunitarias tanto a sus entornos rurales próximos como a las
barriadas urbanas. El ejemplo más claro de lo que hablamos
sería la Comuna de Oaxaca de 2006.
IV
24 • Miguel Amorós
del territorio. La desurbanización seguirá el mismo camino que
la urbanización.
Contra la nocividad • 25
VI
26 • Miguel Amorós
2. Por una crítica del Estado1
1
Prólogo al folleto El Partido del Estado. Suma y sigue, editado por la Distri
Desorden, Valencia, septiembre 2012.
Contra la nocividad • 27
partidos, el pilar mayor de la esclavitud social. Para nosotros la
cuestión social se formulaba como fin del dominio de la eco-
nomía global sobre la sociedad y no como reconciliación entre
ambas por mediación del Estado. No cabía entonces elegir entre
dos formas de opresión, una desregulada y otra perceptiva, una
obediente a “los mercados” y otra arbitrada por “la gobernanza”
y la “participación”, sino en abolir todo tipo de opresión. En
otros escritos posteriores convenimos en que la forma estatal no
podía ser instrumento de una emancipación cuyo sujeto ya no
eran masas organizadas en partidos, sindicatos o consejos, como
la antigua clase obrera, sino en comunidades territoriales, tal
como demostraron después las revueltas de las juntas vecinales
de El Alto, en Bolivia, o de los aarch en la Kabilia argelina, o la
Comuna de Oaxaca, en México. Incluso podía hablarse hasta
cierto punto de comunidades en negativo cuando se aludía a las
bandas espontáneas y destructoras que hacía poco incendiaban
los extrarradios de diversas conurbaciones de Francia, Inglate-
rra y los Estados Unidos.
No obstante señalaré un hecho cierto, las consecuencias
previsibles del cambio radical de función del Estado; nuestro
planteamiento pecaba de ser demasiado racional, ignorando
que la realidad no lo era. Partíamos de un Estado-nación ideal
cuando se trataba en realidad de una partitocracia, es decir, de
una forma de Estado donde las oligarquías políticas organiza-
das asumían la soberanía efectiva, el poder de dar leyes a los
gobernados sin su consentimiento, como decía Bodino. Y en
un Estado partitocrático el peso de la burocracia podía frenar
desde dentro los cambios que no le beneficiaban. En dicho Es-
tado el poder reside en el sistema de partidos que monopoliza
el gobierno, el parlamento y la justicia. Las relaciones que el
sistema mantiene con la Banca no son de subordinación sino
de interdependencia. Marx decía que el gobierno del Estado era
“la administración que se desenvuelve con el nombre de buro-
cracia”. Pues bien, la burocracia, cuyo corazón son los partidos,
28 • Miguel Amorós
constituye el Estado real, el verdadero. Por eso, la finalidad del
Estado es en realidad la del burócrata, de forma que el interés
general supuestamente representado por el Estado no es más
que el interés privado de la clase burocrática. El derecho no
triunfa pues sino como conciliación de los intereses particulares
de la burocracia política y administrativa, o sea, de la clase polí-
tica, con los intereses privados de las oligarquías económicas y
financieras, o sea, de la clase económica. O dicho de otra mane-
ra, el interés general nace de la fusión de los intereses privados
de las elites dominantes, políticas y económicas. El interés ge-
neral no es otra cosa que el interés de la clase dominante, pero
no es un interés unificado. Lo que ocurre es que los intereses
privados locales –nacionales– siguen y se supeditan a los inte-
reses privados de una economía mundializada profundamente
especulativa, con lo cual se encuentran desprotegidos ante el
estallido de las burbujas financieras, el incremento exponencial
de la deuda del Estado o el agotamiento de los recursos energé-
ticos fósiles. En ese momento los grandes intereses corporativos
traspasan sus pérdidas a las elites nacionales, quienes a su vez
han de transferirlas a la población asalariada por la fuerza, es
decir, recurriendo al Estado.
La transferencia de capital antes mencionada necesita de
un Estado fuerte, pero lo que hay es más bien un Estado hiper-
trofiado. La explicación es sencilla. En los Estados europeos,
sobre todo en los del sur y este, se ha desarrollado una clase
política a menudo heredera de dictaduras pretéritas, cuyo inte-
rés particular no coincide siempre con el de la economía, y es
opuesto frontalmente al de la población gobernada. La política,
el sindicalismo, el asociacionismo civil, la gestión administra-
tiva, etc., se han profesionalizado, convirtiéndose en el modus
vivendi de una verdadera clase. Gracias al acaparamiento del
poder político y de la patrimonialización del Estado, la clase
política, ramificándose extraordinariamente, ha penetrado en
los tribunales, los bancos, las grandes empresas, los medios de
Contra la nocividad • 29
comunicación, las fundaciones y los organismos públicos, ase-
gurándose elevados salarios para sus miembros y financiación
suficiente de su estructura partidista y clientelar. Fenómenos
como el nepotismo, la opacidad, el amiguismo, el caciquismo
y la corrupción caracterizan la práctica de una clase política
profesionalizada a la que nadie pone reparos en los periodos de
bonanza, cuando la tesorería dispone de medios, pero en los
momentos de crisis, con la tesorería esquilmada, dicha prác-
tica indigna a todo el mundo. Entonces el gasto privado de la
clase política entra en conflicto relativo con los intereses de las
finanzas internacionales, o sea, de aquello que llaman “merca-
dos” y que son sus acreedores, tal como indica la “prima de ries-
go”, pero lejos de reducirlo en aras de un interés “nacional”,
la clase política recurre a los recortes presupuestarios que no le
conciernen y a los impuestos, acabando con las clases medias
y empobreciendo a las masas asalariadas. La clase política no
era como suponíamos simplemente un grupo de presión con
intereses propios, ni tampoco una clase meramente auxiliar,
sino una fracción de la clase dominante, y como tal, su interés
particular tiende a prevalecer sobre cualquier otro: nunca se
hará el harakiri. Su poder es el del Estado. Ninguna actividad
de importancia queda al margen. En ese sentido, la clase pro-
pietaria del Estado sería el verdadero partido del Estado y la lu-
cha contra el Estado sería fundamentalmente una lucha contra
la clase política.
Es precisamente esa confrontación la que la clase ciudada-
na pretende evitar con una reforma del parlamentarismo que
tendría la virtud de engordar todavía más la clase política con
mecanismos de seguimiento y cooptación transversales. La clase
ciudadana, a la que nosotros llamábamos Partido del Estado
aunque se trataría más bien de un Partido del Estado Ciuda-
danista, pretende una reforma electoral que únicamente varíe
la composición orgánica de la clase política sin modificar sus
fundamentos, es decir, sin cuestionar la partitocracia. Pero al
30 • Miguel Amorós
proclamarla no hace más que pronunciar el secreto de su propia
esencia, la de una clase media servil y perdedora. Resulta com-
pletamente ridículo hacer abstracción de los intereses en juego,
que son intereses de clase, y confiar en un “espíritu de pacto
y concordia” que presida la transición hacia un nuevo sistema
político más transparente y modélico, con la clase política esce-
nificando su reciclaje y repartiéndose el poder en función de
las nuevas reglas de juego. Algo equivalente a la “refundación
del capitalismo” en el terreno económico. El agotamiento del
movimiento 15-M y Occupy ilustra el absoluto cretinismo de
quienes albergan tales esperanzas, un cretinismo hoy por hoy
desgraciadamente mayoritario en Europa. El Estado no repre-
senta ni puede representar en el actual momento histórico un
interés general; no es ni siquiera capaz de constituir un espacio
donde los intereses de las diversas facciones de la clase domi-
nante puedan armonizarse en un interés “nacional”. El Estado
es sin embargo el último reducto de la irracionalidad económica
y política, la verdadera zaguera del capital y de la explotación. La
supervivencia del sistema dominante –la sociedad capitalista– y
todas sus abstracciones –dinero, trabajo, valor, nación, partido,
voluntad popular, ciudadanía– dependen de la fuerza y de la
coacción institucionalizadas, o sea, dependen de él.
Contra la nocividad • 31
32 • Miguel Amorós
3. El partido del Estado: suma y sigue1
1
Para la reunión de Les Amis de la Roue, Francia, 27 agosto 2012. Charla en
el Ateneo huertano Los Pájaros, La Arboleja (Murcia), 28 septiembre 2012 y
en la Escuela Libre El jardí dels somnis, Torrellano (Elx), 29 septiembre 2012.
Publicado en folleto por la Distri Desorden, de Valencia
Contra la nocividad • 33
rencia del antiguo, el Estado moderno –después de que Bodino
y Maquiavelo revelaran su verdad íntima– no necesita razones
divinas para explicarse, se justifica por sí mismo, el Estado es su
propia finalidad. A eso llamaron la razón de Estado. Sin embar-
go dicho Estado ordena una sociedad dividida, donde a lo largo
de la reciente etapa histórica, una actividad específica, la eco-
nomía, se ha vuelto independiente y ha acabado por dominar
al resto de actividades sociales, particularmente la política, es
decir, el ejercicio del poder. La clase dominante, la burguesía, ha
sido la clase que controlaba la economía. Lo económico es cada
vez más infraestructura al tiempo que superestructura, pues lo
político ha perdido toda su autonomía: la razón de Estado se
ha convertido en razón de mercado y viceversa. Para que sirva
de ejemplo: en la Constitución Europea aprobada en 2005 la
palabra “mercado” se repite 78 veces. Asimismo abundan las pa-
labras “competencia”, “circulación”, “banco”, “capitales”, “em-
presa”, “comercio”, “crecimiento”, “economía”, “progreso”, “in-
versiones”, “desarrollo”, “mercancía”, “moneda”, etc. En esta
etapa, la defensa de los intereses que se escudan en dicha razón
de mercado choca con las leyes garantistas imperantes, tan des-
fasadas que ya no se corresponden con las nuevas necesidades,
y se ve obligada a quebrantarlas, para después abolirlas. Al final,
o sea, cuando los gobiernos establecen el desarrollo económi-
co como directriz absoluta de la política estatal, el Estado, que
ha perdido su carácter nacionalista, da un paso adelante en su
dependencia económica y de instrumento exclusivo de domina-
ción de una burguesía nacional pasa a obedecer los designios de
la elite corporativa internacional. Las relaciones interestatales
dejan de ser políticas en sentido estricto, pues todos los Estados
siguen las mismas pautas. A semejanza del planteamiento de
Hobbes, una nueva teoría capitalista del Estado se fundaría en
un contrato de sumisión ideal por el cual los individuos que
votan (o ciudadanos) renuncian a sus derechos políticos en la
medida que traban la libre desenvoltura de las finanzas globales.
34 • Miguel Amorós
Algunos detalles parecen corroborarlo, como determinadas me-
didas de orden público y de reforma financiera y, sobre todo, las
cláusulas relativas al déficit presupuestario y al pago de la deuda
estatal incluidas no hace mucho en las constituciones europeas.
Desde entonces los individuos, que ya no existían “de facto”
como seres independientes frente a los mercados nacionales,
dejan de hacerlo legalmente, porque han traspasado “de jure”
–o lo han hecho otros en su nombre– su libertad al mercado
mundial.
Desde que el desarrollismo es ley suprema, Estado y capi-
tal dejaron de ser realidades distintas. Interés público e interés
privado corporativo coincidieron en apariencia. El código mer-
cantil devino la fuente principal de derecho civil. Una reorga-
nización de las fuerzas económicas de enorme magnitud puso
fin a la democracia típicamente liberal, al Estado-nación y al
capitalismo nacional. Se dieron entonces las condiciones de
una separación radical entre producción y finanzas, que se con-
cretó en una deslocalización productiva, una circulación plena-
mente libre de capitales y una expansión unilateral del crédito
(y del riesgo financiero) a escala mundial. La mundialización
tuvo profundas consecuencias: la supresión de barreras a la es-
peculación, la desregulación del mercado laboral, la pérdida
de influencia de los sindicatos, la atomización y dispersión del
proletariado, la liquidación definitiva de la agricultura no in-
dustrial, la decadencia de las clases medias... En una primera
fase que podríamos calificar de neoliberal, el período eufórico
de las burbujas inmobiliarias, tecnológicas y, en general, finan-
cieras, el papel del Estado tendía a reducirse al mínimo. El
Estado había perdido su función mediadora entre la sociedad
y los mercados, por lo que sus servicios habían dejado de ser
necesarios. El Estado se justificaba exclusivamente por la eco-
nomía, esfera adonde se había desplazado el poder: tenía que
estar a su servicio. La sociedad globalizada requería pues un
desmantelamiento del Estado en todos los sectores ajenos a la
Contra la nocividad • 35
defensa de la violencia económica, pero el Estado mínimo no
es un Estado fantasma, sino un Estado policía. Es bien sabido
que la libertad económica se lleva mal con los derechos socia-
les, pero ahora ni siquiera tolera el espectáculo de las liberta-
des. Las medidas disuasorias dominaron pues sobre las preven-
tivas. La desregulación de los mercados, la contaminación o el
agujero en la capa de ozono no implicaban un desarrollo de los
medios de control social tradicionales puesto que la prevención
y el garantismo resultaban caros, sino solamente el incremento
de los mecanismos de choque, especialmente las fuerzas de in-
tervención rápida, los programas de evacuación, los centros de
detención de indocumentados y el armamento antialgaradas.
El Estado policía ya no podía permitirse un adiestramien-
to positivo de la población bajo condiciones de supervivencia
cada vez más extremas y tenía que habituarse a la contención
y la concentración. El Estado policía no es un Estado de dere-
cho al margen de la economía, sino un Estado de excepción
disimulado donde la ley deroga todas las garantías jurídicas
que obstaculizan el dominio absoluto de la economía. Imperio
de la ley sí, pero de la ley de los mercados. La libertad de las
personas es sólo un subproducto degradado de la libre circula-
ción de los capitales.
El Estado-nación, sin embargo, no se ha disuelto comple-
tamente. En Francia la industria nuclear, terreno en el que un
cierto interés nacional de clase podía mantenerse, impedía esa
disolución y, en el resto de Estados, el interés privado de la bu-
rocracia desempeñaba la misma función. Los tejemanejes de la
economía real y los fondos europeos proporcionaron suficiente
efectivo para conservar e incluso agrandar el aparato político-
burocrático, dando lugar a una patrimonialización partidista de
la cosa pública favorecida por una ley de transparencia ausente.
Así pues, la “clase” política estableció alianzas con los principales
grupos de poder económico: los bancos, las grandes constructo-
ras, las eléctricas, las grandes compañías del gas y el petróleo, las
36 • Miguel Amorós
multinacionales del transporte y la distribución... El resultado fue
que los Estados no defendían los intereses económicos generales
sino los intereses particulares de dichos grupos. Puede que los
organismos directores de la economía global tales como el Tesoro
americano, el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organi-
zación Mundial de Comercio (OMC), la Comisión Europea, el
Banco Central Europeo (BCE), etc., dictarán orientaciones, pero
no suplantaban a la oligarquía nacional político-burguesa: el Esta-
do se debía antes a las corporaciones que trataban con él a través
de su propia clase política y esa prioridad determinó una globa-
lización más caótica de lo que cabía esperar. Es más, cuando la
crisis ecológica se vio reforzada por el fenómeno del calentamien-
to global y el aumento exponencial de la demanda energética,
desviando los mercados capitalistas hacia el negocio verde, la fun-
ción de conciliar la ecología con la globalización fue otorgada por
sucesivas “Cumbres de la Tierra” al Estado. A partir de los años
noventa, el ambientalismo se convirtió en una religión política es-
tatal con dogmas, íconos y soluciones sencillas “de mercado” para
todos los problemas. El Estado tuvo que encargarse de poner en
marcha los dispositivos locales de los nuevos mercados mundiales
de la descontaminación, la descarbonización y de la energía, res-
ponsabilizándose de los residuos y subvencionando los sectores
insuficientemente rentables como el de los agrocombustibles o
el de las renovables industriales. La etapa del “desarrollo sosteni-
ble”, la que correspondía a la valorización del territorio, devolvió
protagonismo al Estado en tanto que promotor y legislador de la
“sostenibilidad”, nueva condición de la acumulación de capitales,
pero sobre todo, como Estado inversor, costeando las infraestruc-
turas, a menudo innecesarias, fruto de la megalomanía dirigen-
te combinada con el interés privado y la corrupción política. El
desarrollismo ha sido una constante huida hacia delante y toda
huida capitalista hacia delante ha de ser tutelada y financiada por
el Estado. Cuando el coste de la huida es inasumible entonces se
habla de crisis.
Contra la nocividad • 37
Las crisis ponen cada cosa en su sitio. La verdadera natu-
raleza del sistema queda al descubierto y el lado ficticio del di-
nero y del crédito se hace patente cuando el descontrol finan-
ciero y estatal sobrepasa los límites. La relación entre Estado
y capital tiende a invertirse: a fin de cuentas el Estado puede
existir sin capitalismo pero el capitalismo jamás subsistirá sin
el Estado. Cuando el Estado es amenazado por la economía
se descubre que en realidad la economía depende del Estado.
El Estado, o sea, la fuerza monopolizada, es en último extre-
mo su único baluarte. El valor, el factor abstracto convencional
que fundamenta el capitalismo, no tiene otro asidero más se-
guro. La globalización ha acarreado un particular capitalismo
de Estado. Efectivamente, el capital no es una acumulación de
objetos, imágenes, conocimientos y medios, sino una relación
social mediatizada por todos ellos, pero cuando por ejemplo, un
enorme agujero crediticio, o una gigantesca acumulación de ac-
tivos ficticios, o también el agotamiento previsible del petróleo,
quiebran esa relación con más eficacia que una insurrección
popular, solamente la fuerza estatal puede recomponerla y ase-
gurarla. Las crisis, al señalar el Estado como tabla de salvación,
le transfieren el poder que los mercados le habían arrebatado.
El Estado se convierte en el gran interlocutor, no porque haya
recuperado sus antiguas funciones políticas, sino porque se ha
puesto realmente al servicio del interés general económico: se
ha vuelto economista. La autoridad estatal sustituye en el tajo a
la pretendida autorregulación de las finanzas incontroladas. El
nivel de endeudamiento condiciona por supuesto su libertad
de movimientos puesto que sus acreedores ante todo han de
asegurarse el reembolso de los préstamos y el pago de intereses;
pero la gravedad de las crisis, es decir, la amenaza del colapso
económico, amplía los márgenes de actuación. El salvador ha de
ser salvado previamente si las circunstancias lo requieren. Véase
Grecia, Irlanda, Portugal y... España.
38 • Miguel Amorós
El Estado parece ser la respuesta a todas las cuestiones so-
ciales y el amigo de todas las clases. Los bancos y los gobiernos
autonómicos2 recurren al Estado para ser intervenidos; los em-
presarios apelan al Estado en demanda de liquidez; los funcio-
narios le exigen moderar los ajustes; los sindicatos mendigan
empleos; los comerciantes rebajas de impuestos; e igualmente
se dirigen al Estado los pensionistas, los inmigrantes, los mi-
neros, los compradores de productos financieros tóxicos, los
fabricantes de placas solares... cada cual con sus problemas par-
ticulares. Ya no se ocupan los lugares de trabajo, ni ocurren
manifestaciones en los barrios; se viaja a la capital para llamar
la atención del gobierno, o en su detrimento, del parlamento
o del ministerio correspondiente. Advirtiendo de su perversa
y abstracta naturaleza, alguien dijo que el Estado era el mal,
pero resulta que es un mal con el poder de intervenir en una
sociedad paralizada. Las crisis económicas y ecológicas actua-
les desembocan en crisis laborales, fiscales, crediticias y asis-
tenciales, pues la transferencia de capitales que debe colmar
la deuda energética, bancaria y administrativa arranca de los
bolsillos de la población asalariada. El Estado ha de asegurar
que el proceso discurra con orden y que la destrucción defi-
nitiva de la sociedad civil no genere focos de resistencia que
causen a los dirigentes problemas de consideración. El Estado
lo es todo, señor Vaneigem3, porque sus súbditos no son nada.
En esa atmósfera de temor y sumisión, la lucha de clases, lejos
de reaparecer como lucha contra el Estado, se disuelve en peti-
ciones ciudadanistas de reforma política que sitúan al Estado
en el máximo nivel, por encima de todas las clases. Si, al final,
todo es cuestión de poder, la correlación de fuerzas no puede
2 Se refiere a los gobiernos locales del Estado Español, las llamadas “regiones
autónomas” como Cataluña, País Vasco, etcétera. Es el equivalente a los
estados en México [Nota del editor].
3 Raoul Vaneigem: escritor y filósofo nacido en Lessines, Bélgica en 1934.
Militante de la Internacional Situacionista, agrupación política que dejó su
impronta en el mayo francés de 1968. [Nota del editor].
Contra la nocividad • 39
ser más desfavorable para los inconscientes desposeídos. Los
usurpadores de la representación popular, los autoproclama-
dos portavoces de la ciudadanía, “los macarras de la tiranía” en
palabras del nivelador Sexby, los han persuadido de prostituir
su libertad para mejor entregarlos al enemigo.
Nosotros venimos llamando partido del Estado a la tenden-
cia que propugna una conciliación entre capitalismo y parla-
mentarismo a través de una fórmula que, todo y alentando el
crecimiento económico y la oferta de empleos, permita un juego
político menos condicionado por la economía. Para los partida-
rios de otro tipo de capitalismo, de un capitalismo políticamente
correcto, con rostro humano, el Estado es el bien supremo. Es la
llave maestra de todas las puertas que conducen a la reinvención
de la democracia populista, y el motor de una nueva sociedad,
capitalista por supuesto, pero mucho más receptiva a las peque-
ñas empresas políticas, gracias a sus numerosos canales de parti-
cipación. Hablamos de un partido que se opone a la reducción
del número de concejales y diputados; bien al contrario, pide la
expansión de la burocracia, pues representa a las clases medias
en descenso cuyo componente más afectado es el funcionaria-
do. Del movimiento contra-cumbres a los indignados del 15-M,
pasando por la creación o renovación de partidos terceros a base
de antiguos fragmentos estalinistas, socialdemócratas o naciona-
listas, se levanta una falsa oposición que en nombre de las masas
ciudadanas en precario apela al Estado lo mismo para un roto
que para un descosido. Así igual pide que aplique la tasa Tobin,
que decrete la renta básica, reforme la ley electoral, elabore un
programa decrecentista, consiga créditos para las pequeñas em-
presas, desoiga las recomendaciones de las autoridades moneta-
rias o nacionalice la banca. En resumen, que el Estado detenga,
regule o simplemente negocie los plazos de la transferencia de
capitales desde las cuentas de las clases endeudadas hacia las
finanzas especulativas. Que gestione la crisis en beneficio de las
clases perdedoras en el mercado mundializado, justamente lo
40 • Miguel Amorós
que el Estado no puede hacer porque su misión es exactamente
la contraria: administrar la crisis por cuenta de las clases gana-
doras. El Estado no es un islote de seguridad democrática en un
mar de finanzas embravecidas, sino una institución de la eco-
nomía globalizada. El verdadero Partido del Estado sería el de
los partidarios del mercado mundial y del crédito a muerte; la
elite política financiera e industrial que está al mando. En pocas
palabras, los grandes partidos oficiales. Y lo que hemos llamado
hasta ahora Partido del Estado, sería mejor el Partido del Estado
nodriza, una especie de Partido Nacional del Orden que recla-
maría para el Estado funciones dirigentes propias de la etapa
preglobalizante. Partido pues de la burocratización intensiva,
del presupuesto hinchado y de la deuda estatal, partido del mer-
cado nacional, del empleo subvencionado, de los impuestos, sin
otra finalidad que la reconstrucción de la influencia perdida de
una casta populista que ha servido bien a la dominación hasta
la irrupción brutal de las fuerzas económicas transnacionales.
En la sociedad industrial desarrollista, la concentración de
poblaciones masificadas en espacios asfaltados y urbanizados,
sometidas a una clase dominante extremadamente jerarquizada
y móvil, requiere un aparato de poder complejo y desarrollado,
una sofisticada “megamáquina”. La conservación de las condi-
ciones capitalistas esenciales obliga no sólo al sacrificio de la po-
lítica autónoma, sino a la reducción de la burocracia partidista,
de forma que la alternativa entre un Estado demócrata repleto
de diputados y otro autoritario relleno de cargos arbitrarios es
falsa; en una sociedad esclavizada por “los mercados” la opción
discurre entre un Estado capaz de saldar sus deudas y otro in-
solvente. El primero puede permitirse mayor imaginería demo-
crática a la hora de aplicar las medidas terroristas que impone
la buena marcha de la economía. El segundo ha de mostrar sus
fauces a la población y agredirla sin contemplaciones, ya que ha
de plegarse a las exigencias de instancias exteriores cuyas órde-
nes se manifiestan a través de un Estado mejor administrado
Contra la nocividad • 41
que les sirve de referencia, como es el caso de Alemania. En el
otro extremo, una sociedad libre de condicionantes económicos
es más que nunca una sociedad emancipada de condicionantes
políticos, libre pues tanto del mercado como del Estado. Una
sociedad sin cargos electos, sin ejecutivos, consejeros ni asesores.
Es una sociedad sin dirigentes ni expertos que ha de funcionar
fuera de la economía autónoma y de la política profesional o
amateur. Eso significa que ha de recrear en su seno condiciones
no capitalistas suficientes e instituciones democráticas horizon-
tales que hagan posible una existencia sin Estado. En palabras
de P. J. Proudhon:
42 • Miguel Amorós
primitivo, creía que podría saltarse la lucha de clases con esa
fórmula transaccional que él llamó “contrato”, especie de pac-
to social federativo desde la base social organizada, “en lugar
de la alienación de las libertades, del sacrificio de los derechos,
de la subordinación de las voluntades”. Es en cierto modo lo
que hoy ensalza cierto ciudadanismo económico y municipalis-
ta, pacifista, encandilado con las cooperativas autogestionadas,
las redes de consumidores y las monedas que llaman solidarias.
Sin embargo, la historia y, por consiguiente, la memoria de la
experiencia, nos han enseñado que el conflicto es insoslayable,
que la dominación utilizará todas sus fuerzas y recursos a su dis-
posición para mantener la población en un estado de sumisión
permanente, que la liquidación de los múltiples intereses de cla-
se o de casta y que la supresión una tras otra de todas las piezas
de la maquinaria gubernamental será obra de un sujeto revo-
lucionario todavía por formar, y que el pacto o contrato social
que lo constituya no se acordará en luchas laborales o reformas
políticas, sino en revueltas territoriales y crisis urbanas. Cuando
triunfe, los acuerdos entre iguales sustituirán a las leyes y la libre
federación de comunidades hará lo mismo con el gobierno y el
Estado. Es un camino largo y difícil, pues ha de pasar por en-
cima de muchos cadáveres vivientes que, a pesar de haber sido
sentenciados por la evidencia histórica, se obstinan en seguir
coleando, abrazados al mundo tal cual es, el único lugar donde
su sinrazón cobra sentido.
Contra la nocividad • 43
44 • Miguel Amorós
4. Masas, partitocracia y fascismo1
1
Charla en la Librería La Malatesta, Madrid, 25 enero 2013; y en el local
de la CNT de Aranjuez, 26 enero 2013. Editada en la revista Estudios, nº 9,
y como folleto en Desorden Distro. Relectura en el local de la CNT de Elx,
27 septiembre 2014
Contra la nocividad • 45
de revelarse”. Su existencia como clase depende del monopo-
lio de la ideología, leninista o fascista antaño, nacionalista o
democrática ahora. Si la clase burocrática del capitalismo de
Estado disimulaba su función de clase explotadora presentán-
dose como “partido del proletariado” o “partido de la nación
y la raza”, la clase partitocrática del capitalismo de mercado lo
hace exhibiéndose como “representante de millones de elec-
tores” o “representante de la ciudadanía”, y por lo tanto, si la
dictadura burocrática era el “socialismo real”, la suplantación
partitocrática de la soberanía popular es la “democracia real”.
La primera ha tratado de apuntalarse con la abundancia de es-
pectáculos rituales y sacrificios; la segunda lo ha hecho con la
abundancia de eventos espectaculares y créditos. Sendas abun-
dancias han fracasado.
Para comprender el fenómeno de la partitocracia hay que
remontarse a sus orígenes históricos. En un momento determi-
nado de desarrollo capitalista, aquél en el que la racionalización
de la producción, la multiplicación de infraestructuras admi-
nistrativas y la expansión burocrática del Estado desempeñaron
roles decisivos, surgió una nueva clase media profundamente
conformista, que hallaba en el empleo público su principal
fuente de ingresos. Los partidos se convirtieron en poderosas
oficinas de colocación, y el nepotismo político sustituyó al pa-
ternalismo de los caciques y terratenientes. Este fenómeno fue
estimulado por la degradación de las organizaciones obreras,
la profesionalización total de la política y la formación de una
clientela utilizando arbitrariamente fondos y empleos públicos,
hechos intensificados en la posguerra mundial. La guerra fría,
la modernización tecnológica y la crisis energética fueron otros
tantos condicionantes de la fusión de la política, el Estado y el
capitalismo nacional que fundamentó la moderna partitocracia.
La clase media asalariada proporcionó una base social sólida
al nuevo régimen, transmitiendo sus valores a los obreros des-
clasados. En efecto, unas condiciones históricas dadas convir-
46 • Miguel Amorós
tieron al asalariado en un ser dócil dispuesto a sacrificar sus
convicciones y su dignidad por la tranquilidad, el automóvil,
la vivienda familiar, la seguridad social y la pensión. Ese miedo
a perder su estatus en el mercado y esa falta de respeto consigo
mismo lo prepararon para cualquier renuncia, fortaleciendo el
sistema de partidos como antes había fortalecido al fascismo.
El asalariado-masa carece de virtudes de clase pues para él sólo
cuentan la vida privada y el consumo personal. Tan absorbido
está por ello que apenas puede concebir una vida social, y me-
nos aún una vida pública, de la que piensa que han de ocuparse
otros, los “profesionales” que viven de ella. Es el súbdito ideal,
el que miraba para el otro lado cuando tenía el trabajo y el cré-
dito asegurados.
La patrimonialización del Estado por una clase política no
alcanza su cenit y, por lo tanto, no desempeña un papel pre-
ponderante, sino cuando éste proclama como objetivo único el
crecimiento de la economía autónoma, es decir, el abandono
del nacionalismo económico en pro del desarrollo mundial del
mercado. Entonces la clase política se funde con el interés eco-
nómico y se convierte en parte de la clase dominante. En una
nueva burguesía, si se quiere. Entiéndase que no es una clase
subalterna, ni es toda clase dirigente (salvo en China); tampoco
se trata de una clase nacional. Precisamente cuando se interna-
cionaliza deviene un elemento fundamental en las relaciones de
producción impuestas por la globalización financiera. La parti-
tocracia suprime las contradicciones entre intereses partidistas,
intereses nacionales e intereses globales al recrear en todas par-
tes las mismas condiciones políticas óptimas para la expansión
de la economía y el enriquecimiento de los aparatos; por un
lado, forjando al mismo tiempo una extensa red clientelar me-
diante los copiosos recursos del Estado y la administración; por
el otro, desactivando las protestas que emanan de la sociedad
civil, integrando a la oposición no parlamentaria y aportando la
violencia institucional allí donde falla la violencia económica.
Contra la nocividad • 47
La economía y la mordida no funcionan bien sin el orden, y la
partitocracia, si no es exactamente el orden, es un desorden que
funciona tanto en beneficio de la economía como en beneficio
propio. Es el desorden establecido.
Bien que en un caso estamos ante un sistema abierto y
competitivo que utiliza procedimientos electorales y, en el otro,
ante un sistema cerrado y rígidamente jerarquizado donde los
nombramientos no necesitan legitimación, en los últimos tiem-
pos no es rara la comparación, incluso la asimilación, de la
partitocracia con el fascismo. Ambas son formas autoritarias
de gobierno que surgen tras los retrocesos y derrotas del prole-
tariado, en el subsiguiente proceso de masificación y desclasa-
miento que dará lugar a un aglomerado conformista y aquies-
cente. Ninguna de las dos formas tolera un aparato de justicia
autónomo o unos medios de información independientes, ya
que son incompatibles con un poder judicial insumiso y una
prensa libre. Ambas nacionalizan bancos en ruina y tienen un
momento “plebeyo” inicial que estipula el “derecho al traba-
jo” y el “bienestar”, bien apuntalando a determinados sindi-
catos o bien creándolos ad hoc para usarlos como interlocuto-
res, momento que finaliza tan pronto como la clase obrera es
domesticada y disuelta. La conversión del proletariado en una
infantería pasiva de los sindicatos institucionales sin ninguna
conciencia de clase ni deseo de transformación social, y el dis-
fraz de la nueva clase media en “ciudadanía”, son fundamenta-
les. A partir de entonces las crisis se combatirán con contrarre-
formas laborales, sacrificios de funcionarios y privatización de
servicios públicos. Porque aunque la clase media sufra también
las consecuencias, permanecerá siempre fiel al sistema político-
económico que le dio el ser.
Fascismo y partitocracia se empeñan en que la sociedad civil
proletarizada no se constituya al margen del sistema y les dis-
pute espacios, pero uno, en tanto que defensa extremista de la
economía, recurre a la brutalización de la vida pública, mientras
48 • Miguel Amorós
que la otra, en tanto que defensa modernizante, la privatiza.
Son respuestas costosas a la crisis capitalista puesto que ambas
necesitan mantener una creciente población improductiva, ya
que la salida de aquella exige una renovación, una movilización
y un trasvase de recursos que no están al alcance del Mercado.
El Estado ha de encargarse de esas tareas. Pero el fascismo es
una respuesta arcaica y dura, y la partitocracia, una respuesta
más envolvente y racionalizada. Los momentos sangrientos del
proceso de normalización corren a cargo de las bandas irregu-
lares pro régimen en el fascismo, y a cargo de la policía en la
partitocracia. Las dos son maneras de organización política del
gran capital, diferentes de los regímenes “bonapartistas” –llama-
dos así haciendo referencia a la dictadura populista implantada
en Francia tras una victoria electoral por Luis Napoleón– como
el del mariscal Pétain, también en Francia, el del general Perón
en Argentina, o el chavismo en Venezuela. Partitocracia y fascis-
mo poseen una base social concreta: la pequeña burguesía y el
proletariado desclasado en el segundo, y las masas amaestradas
–donde se incluyen la clase media asalariada y los obreros políti-
ca y sindicalmente domesticados– en la primera. El bonapartis-
mo es un híbrido de las dos, donde a la sombra de un caudillo
una burocracia extractivista de antiguos luchadores cooptados
media entre el gran capital y unas masas empobrecidas todavía
rebeldes, a fin de que de un crecimiento de la economía basado
en la explotación intensiva de recursos territoriales surja una
nueva clase media aquiescente y estabilizadora.
La psicosis colectiva generada por la ausencia de ideales de
clase, la desmoralización y el miedo a la crisis, hacen que dicha
base crea en milagros con tal que una dirección salvadora los
prometa, y se disponga a someterse, no sin patalear, a toda cla-
se de medidas restrictivas. El desastre de la globalización hace
que la dominación reclame una economía de guerra. Y aquí
comienzan las diferencias: el fascismo se produce en un marco
nacional, de ahí sus planes autárquicos, las empresas mixtas,
Contra la nocividad • 49
los trabajos públicos como solución del paro y su nacionalismo
expansionista. La partitocracia se desarrolla en un contexto neo-
liberal, por lo que su planificación nacional obedece las direc-
trices económicas del capital internacional y su política exterior
se supedita a la estrategia diplomático militar del gran Estado
gendarme del capitalismo, los Estados Unidos de América. De
ahí sus grandes planes de infraestructuras, el recurso a los re-
cortes presupuestarios, su obsesión por las inversiones foráneas
y su política exterior alineada. Al revés de lo que sucede con el
fascismo, cuyo principal rasgo es la arbitrariedad de una cadena
de mando vertical, en la partitocracia la utilización del aparato
burocrático con fines privados está descentralizada; lo cual ex-
tiende la corrupción a todos los niveles, su seña de identidad
más llamativa. La partitocracia no necesita estatizar ningún me-
dio de producción, aunque sí puede darse el caso de intervenir
en los medios financieros; trabaja más en pro de los fondos de
inversión internacionales que para salvar la empresa o la propie-
dad privada autóctona; se mueve siempre en la esfera de intere-
ses que superan a los estatales y locales, aunque no los anule.
Cierto es que al fallar la seducción se sirve del miedo como
instrumento de gobierno, pero no para imponer una política
de terror, sino una política de resignación. Para la partitocracia,
los terroristas no son las fuerzas de orden, responsables de la
mayoría de hechos violentos contra la población no servil, son
los “otros”, la encarnación de un “mal” absoluto que ella mis-
ma ha fabricado, y aprovechando la ocasión, se emplea a fondo
contra toda clase de disidencia, aunque en condiciones estables
prefiera disolver los antagonismos de clase con métodos repre-
sivos blandos: multas en lugar de cárcel, corrupción en lugar de
uso de la fuerza, tecnovigilancia en lugar de internamiento. El
fascismo no admite la excepción, mientras que la partitocracia
tolera minorías hostiles con tal de que su autoexclusión termine
acoplándose al sistema y no se vuelva problemática. La comuni-
dad ilusoria definida por el fascismo, de la que hay que formar
50 • Miguel Amorós
parte por la fuerza, es la de la raza, la religión o la nación y
su espacio vital, mientras que la comunidad partitocrática es la
ciudadanía o los votantes, en cualquier país donde se hallen.
Por eso carece del gran problema de las dictaduras terroristas de
partido único, que antaño era la guerra contra las naciones ve-
cinas. En virtud de los tratados internacionales que establecen
la circulación libre de capitales y personas, la expansión de la
economía no choca con aranceles, barreras aduaneras o escollos
políticos nacionalistas, pudiéndose extender y hasta deslocalizar
por el mundo sin necesidad de operaciones bélicas, salvo las
exigidas por el control de las fuentes de energía o la posesión de
minerales estratégicos. En consecuencia, las políticas “de defen-
sa” de los sistemas partitocráticos no agotan las reservas nacio-
nales en la fabricación de armamentos, ni condenan al hambre
a su población sometida (como pasaba por ejemplo en la URSS
y pasa hoy en Corea del Norte.) Los fascismos y totalitarismos
han resultado fallidos casi siempre y se han desmoronado víc-
timas de sus insuperables contradicciones. Con frecuencia han
sido sustituidos por regímenes partitocráticos más o menos im-
perfectos, es decir, más o menos mafiosos, según la presencia dé-
bil o fuerte de mecanismos reguladores, e inversamente, según
la presencia fuerte o débil del personal del régimen anterior.
Alemania, Suecia o el Reino Unido podrían ser ejemplos de
partitocracias autorreguladas y, España, Portugal, Grecia, Italia
o Rusia, ejemplos de partitocracias prevaricadoras y mafiosas.
Tal reconversión se ha aprovechado de la derrota definitiva del
proletariado revolucionario y del advenimiento de la sociedad
de masas, nunca compensadas con nuevos avances que reanima-
ran la discusión y el debate social e hicieran posible el retorno
de un movimiento obrero radical e independiente en una socie-
dad de clases.
Podemos aceptar que la partitocracia no es fascismo, aunque
se asemeje a él en muchos aspectos –sobre todo en la forma bi-
partidista– pero tampoco es democracia, ni siquiera “democracia
Contra la nocividad • 51
enferma”: en ella no existe separación de poderes, ni debate pú-
blico, ni mecanismos públicos de control. Es un tipo moderno
de oligarquía desarrollista que funciona relativamente bien en las
fases de crecimiento económico, y relativamente mal durante las
crisis, ya que el sacrificio obligado de un buen número de parti-
darios, produce un cierto grado de desafección. Las partitocracias
se ven cuestionadas por su base social debido a su supeditación
al sistema financiero, pero no hasta el punto de apelar a proce-
dimientos revolucionarios, puesto que sus aspiraciones no van
más allá de la reforma electoral, del control de la banca y de la
demanda de inversiones. Las clases medias descontentas –y en ge-
neral, las masas genuflexas– no rechazan el sistema partitocrático,
simplemente exigen unos partidos más acordes con sus intereses y
un Estado más keynesiano que solucione los problemas del paro,
de la corrupción y del crédito; por consiguiente, sus armas siguen
siendo la recogida de firmas, las movilizaciones por delegación,
pacíficas y espaciadas, los recursos ante los tribunales… y el voto.
Se toman al pie de la letra lo que el régimen dice de sí mismo. Así
pues, las clases medias (entre las que cabría el proletariado incons-
ciente, disperso y desmoralizado) no persiguen un enfrentamien-
to con las instituciones partitocráticas, sino una mayor apertura
de las mismas a un frente de terceros partidos y asociaciones. O
sea, aspiran a una bautizada “democracia participativa”. Quieren
estar correctamente representadas en el régimen, por lo que nun-
ca presentarán batalla ni seguirán a nadie que la presente. Sin
embargo, de buena gana participarán en un simulacro mediático,
carcasa vacía que sustituye al verdadero conflicto. Mojan la pól-
vora para que no explote. No obstante, cuando las instituciones
dejan de funcionar por quiebra –culpa de un excesivo endeu-
damiento, fruto de la corrupción o de una simple mala gestión
prolongada– se produce ese circunstancial distanciamiento que,
al aislar a la clase política y generar una reacción nihilista entre
la población marginada, obliga la partitocracia a endurecerse y a
aproximarse al fascismo. Sin embargo, ésta no se contenta con
52 • Miguel Amorós
una legislación punitiva y fuerzas antidisturbios, sino que recu-
rre a la “zona gris” del colaboracionismo. Hay que utilizar a los
partidos ciudadanistas y sindicatos alternativos, a las coaliciones
electorales y las plataformas cívicas, a los movimientos sociales y
vecinales, etc., tanto por la derecha como por la izquierda, con el
fin de apaciguar el descontento y reconducirlo por vías políticas
y sociales legalistas. En España, uno se duerme en una asamblea
de “indignados” y se despierta votando a Podemos, un remake de
Izquierda Unida. En otros países, depositando en la urna la pa-
peleta de la extrema derecha xenófoba, que desempeña la misma
función seudo regeneracionista. Y mientras tanto, la clase políti-
ca, el verdadero Partido del Estado, salva su modus vivendi, o como
ella lo llama, la “gobernabilidad”, gracias a una complicación pa-
sajera del mapa político, con nuevos protagonistas mediáticos y
unas puertas entreabiertas a la “iniciativa popular”, a la participa-
ción “transversal” de “los ciudadanos y las ciudadanas”, o incluso
al neofascismo, si se requiere un suplemento de terror fuera del
alcance institucional.
La partitocracia se consolidó gracias al apoyo de la clase me-
dia y las masas desclasadas, pero no se corresponde en absoluto
con un gobierno ciudadanista, es decir, liberal y socialdemócra-
ta; es, por el contrario, el gobierno total del capital globaliza-
do. Al estar demasiado fragmentadas, las masas son incapaces
de una política independiente y, tanto en épocas de bonanza
como en épocas de crisis, se acomodan con las políticas desarro-
llistas que marcan los dirigentes de la alta burguesía ejecutiva.
Pero algo han de decir cuando sus intereses son echados por
la borda. La protesta ciudadana, de la que el izquierdismo van-
guardista no es más que una versión arcaizante, es su manera
de manifestar el desencanto con los “políticos” y los parlamen-
tos. Que no espere nadie ver transformarse las reivindicaciones
“democráticas” consabidas en reivindicaciones socialistas. Que
tampoco nadie espere encontrar en las propuestas ecologistas y
decrecentistas una defensa del territorio. No se piden más que
Contra la nocividad • 53
reformas y empleos; sin embargo, la partitocracia no puede re-
formarse ni está para colocar a nadie, sólo cabe derribarla, y eso
es precisamente a lo que la clase media no se atreve. No está en
su naturaleza. Si se concentraran fuerzas históricas suficientes
para destruir la partitocracia, es decir, si los antagonismos entre
dirigentes y dirigidos adquirieran caracteres más agudos, si se
profundizara la crisis social hasta la ruptura con el Estado, una
parte de la masa proletarizada las seguiría, mientras que la otra
abrazaría la dictadura, el bonapartismo populista o el fascismo
abierto y, entonces, el socialismo revolucionario y libertario se
jugaría a doble o nada. Por desgracia, tal como lo demuestra
la ausencia de mecanismos populares de autoorganización, esas
fuerzas no existen.
Cualquier análisis serio de la partitocracia debe tener en
cuenta las relaciones entre la clase dominante, incluida la clase
política, las masas desclasadas, las clases medias y los movimien-
tos contrarios al sistema capitalista. La clase dirigente debe ase-
gurar la conexión con las masas mediante el Partido del Estado,
neutralizando cualquier oposición resuelta que se forme direc-
tamente desde la contestación social. Si ello no sucediera y las
protestas se convirtieran en revueltas, la clase dominante aban-
donaría los métodos pacíficos y conservadores en pro de tácticas
propias de la guerra civil, acallándose los lamentos ciudadanis-
tas y transformándose la clase política en partido unificado del
orden. Cuando la clase dominante entra en conflicto con la
democracia parlamentaria formal tratará de salir mediante leyes
de excepción y estados de sitio encubiertos, como ha venido
haciendo hasta ahora: el terrorismo indiscriminado desempeña
un papel fundamental. Esa es la verdadera función de la clase
política y la burocracia obrerista en momentos de crisis aguda,
introducir un régimen policial. La clase política o partido del
Estado está para hacer innecesario el siempre arriesgado recurso
al golpe militar o al fascismo, pues ella ha de bastarse y sobrarse
para hacer de gendarme del capital mundial manteniendo las
54 • Miguel Amorós
mínimas apariencias de legitimidad parlamentaria. Conviene
ahora recordar que las masas no constituyen exactamente una
clase, sino un agregado variopinto de fragmentos sociales, ma-
leable y versátil, por lo que están condenadas a seguir siendo
hasta el fin una herramienta del capitalismo. No pueden esca-
par a las alianzas de emergencia con la clase dominante, pues-
to que necesitan una “dirección” y no hay otra clase capaz de
dársela. Por otra parte, las clases medias, el componente central
de las masas, temen más a la anarquía popular, a la violencia
incontrolada, al anticapitalismo o al desmantelamiento del Es-
tado, que a los impuestos, a los recortes o a las privatizaciones.
Están irritadas con los políticos, con el parlamento y con el go-
bierno, pero todavía creen en ellos, como también creen en los
jueces y la policía, en la prensa y el ejército, en los funcionarios
y las ONGs, en la ciencia y el progreso. Están sentadas en dos
sillas, pero puestas ante una alternativa demasiado radical se
aferrarán a las ilusiones seudodemocráticas y a los tópicos ciu-
dadanistas del orden. Cualquier cosa antes que aventurarse por
los inciertos caminos de la revolución social. No será así en to-
dos los casos, pero sí en la mayoría. Al menos en un principio,
cuando la clase dominante y el sistema partitocrático tengan las
de ganar. Su papel histórico es subalterno, nunca determinante.
El sujeto subversivo no surgirá de ellas, no encontrará en ellas
sus ilusiones y su ser. Hemos apuntado la posibilidad de que
de la plena descomposición del capitalismo pueda emerger una
clase “peligrosa” dispuesta a cambiar la sociedad de arriba abajo
y a eliminar el régimen político imperante. Esta clase o fuerza
histórica subversiva habrá de rechazar la ideología ciudadanista
tanto como la política profesional mistificadora que hacen los
partidos, pues su condición de existencia impone una estrategia
disolvente y un proceder independiente e igualitario. Si eso lle-
ga a suceder, la cuestión de la clase media y de la masa sumisa
manipulable se resolverá por sí sola.
Contra la nocividad • 55
Es muy difícil pensar estratégicamente después de una serie
de derrotas decisivas. Los nuevos rebeldes persisten en ignorar
la derrota de sus predecesores, pues cuanto mayor ha sido la
destrucción del medio obrero y el progreso de la domesticación,
mayor es la desorientación y la impotencia en vislumbrar una
nueva perspectiva. La historia social registra un gran número
de derrotas suplementarias como resultado de una mala evalua-
ción de la derrota principal, en este caso la del proletariado en
los sesenta y setenta, empeorada con los intentos de ocultarla o
de ignorarla. Tampoco parece que influyan las transformaciones
del capitalismo provocadas por la globalización, la crisis ener-
gética o la urbanización generalizada. En la guerra social este
tipo de comportamiento lleva a la aniquilación de fuerzas, al
compromiso efímero y al sectarismo vanguardista y aventurero.
Resulta paradójico que quienes más partidarios son de una me-
moria histórica completa sean los más desmemoriados. Y que
quienes se autodenominan la pesadilla del poder, no sean más
que la facción indisciplinada y extremista de las clases medias
en ebullición. A lo largo de la historia las crisis sociales han
conducido a situaciones explosivas, pero en una atmósfera de
confusión y en ausencia de una conciencia clara, las crisis so-
lamente agravan el proceso de descomposición. La mentalidad
nihilista y el oportunismo ocupan el lugar de la conciencia de
clase, trabajando contra la formación de un sujeto revoluciona-
rio, y fomentando subsidiariamente en las masas sentimientos
de frustración y de indiferencia. En los medios superficialmente
contestatarios faltan análisis serios que destapen las raíces de la
cuestión social. El atroz contraste con la realidad tozuda y triste
de los ridículos tacticismos ciudadanistas, obreristas e insurrec-
cionalistas, por no hablar de los todavía más penosos montajes
lúdicos o estéticos, induce a la pasividad, no a la radicalización.
No puede haber radicalización sin toma de conciencia, y no hay
toma que valga si no se ha evaluado críticamente el pasado. So-
lamente con buenas intenciones, rabia y escenografías no se va a
56 • Miguel Amorós
ninguna parte. Desgraciadamente estamos en los comienzos de
una revisión crítica. El capitalismo continúa venciendo sin en-
contrar demasiada resistencia. Y el bando de los vencidos conti-
núa sufriendo las consecuencias no asimiladas de sus derrotas.
Contra la nocividad • 57
58 • Miguel Amorós
Crítica al ciudadanismo
Contra la nocividad • 59
60 • Miguel Amorós
5. Una crítica libertaria de la izquierda
del capitalismo1
La proletarización del intelectual casi
nunca genera un proletario. ¿Por qué?
Porque la clase burguesa, bajo la forma de la
educación, le impartió desde la infancia un
medio de producción que –sobre la base del
privilegio educativo– hace que el intelectual
sea solidario con dicha clase, y en una
medida acaso mayor, hace que esta clase sea
solidaria con él. Tal solidaridad puede pasar
a un segundo plano, e incluso descomponerse;
pero casi siempre sigue siendo lo bastante
fuerte como para impedir que el intelectual
esté siempre listo para actuar, o sea, para
excluirlo estrictamente de la vida en el frente
de batalla que lleva el verdadero proletario
Walter Benjamín, Reseña de Los
Empleados,
de Siegfried Krakauer
1
Charla en la Cimade, Béziers (Francia), 29 enero 2016.
Contra la nocividad • 61
lo jamás, eso es porque no hay clases en lucha, sino masas a la
deriva. Los sindicatos y los partidos “obreros”, la carcasa de una
clase disuelta, persiguen otro objetivo: el mantener la ficción de
un mercado laboral regulado y de una política socialista. Hoy en
día el obrero es la base del capital, no su negación. Éste a través
de la tecnología se adueña de cualquier actividad y su princi-
pio estructura toda la sociedad: realiza el trabajo, transforma el
mundo en mundo tecnológico de trabajadores consumidores,
trabajadores equipados con artefactos técnicos que viven para
consumir. Fin de una clase obrera aparte, exterior y opuesta al
capital, con sus propios valores; tecnificación, generalización
del trabajo asalariado y adhesión a los valores mercantiles. Ge-
nocidio cultural y fin también de la polarización abrupta de las
clases en el capitalismo. La sociedad no se divide en un 1% de
elite financiera que decide y un 99% de masas inocentes y uni-
formes sin poder de decisión. Las masas se hallan terriblemente
fragmentadas, jerarquizadas y comprometidas de grado o por
fuerza con el sistema; sus fragmentos intermedios, cada vez más
numerosos, enfermos de prudencia, desempeñan un papel esen-
cial en la complicidad. La división entre oligarquías dirigentes
por un lado y masas excluidas por el otro queda amortiguada
con un amplio colchón de clases medias (middle class), una cate-
goría social diferenciada, con sus propios intereses y su propia
conciencia “ciudadana”. Las clases medias son al capitalismo de
consumo, a la sociedad del espectáculo, lo que la clase obrera
fue para la utopía socialista y la sociedad de clases. Las clases
medias modernas no se corresponden con la antigua pequeña
burguesía, sino con las capas de asalariados diplomados liga-
dos al trabajo improductivo. Han nacido con la racionalización,
la especialización y burocratización del régimen capitalista, al-
canzando dimensiones considerables gracias a la terciarización
progresiva de la economía (y de la tecnología que la hizo posi-
ble). Son los estudiantes de antaño: ejecutivos, expertos, cuellos
blancos y funcionarios. Cuando la economía funciona dichas
62 • Miguel Amorós
clases son pragmáticas, luego partidarias en bloque del orden es-
tablecido, o sea, de la partitocracia. Denominamos partitocracia
al régimen político adoptado habitualmente por el capitalismo.
Es el gobierno autoritario de las cúpulas de los partidos (sin
separación de poderes), nacido de un desarrollo constitucional
regresivo (que suprime derechos), y constituye la forma política
más moderna que reviste la dominación oligárquica. El Estado
partitocrático determina de alguna forma la existencia privada
de las clases en cuestión. El divorcio entre lo público y lo pri-
vado es lo que dio lugar a la burocracia administrativo-política,
parte esencial de estas clases. Por su situación particular, las cla-
ses medias son dadas a contemplar el mercado desde el Estado:
lo ven como mediador entre la razón económica y la sociedad
civil, o mejor, entre los intereses privados y el interés público,
que es así como consideran su interés “de clase”. Igual que la
antigua burguesía, sólo que ésta contemplaba el Estado desde
el mercado. Sin embargo, Estado y mercado son las dos caras
de un mismo dios –de una misma abstracción– por lo que des-
empeñan el mismo papel. En condiciones favorables, las que
permiten un consumismo abundante, las clases medias no es-
tán politizadas, pero la crisis, al separar el Estado partitocrático
del Estado del bienestar consumidor, determina su politización.
Entonces de su seno surgen pensadores, analistas, partidos y
coaliciones hablando en nombre de toda la sociedad, teniéndo-
se por su representación más auténtica.
Nos encontramos inmersos en una crisis que no sólo es
económica sino total. Se manifiesta tanto en el plano estruc-
tural en la imposibilidad de una sobrecapacidad productiva y
un crecimiento suficiente, como en el plano territorial con los
efectos destructores de la industrialización generalizada. Tanto
en el plano material, como en el moral. Sus consecuencias son
la multiplicación de las desigualdades, la exclusión, la degrada-
ción psíquica, la contaminación, el cambio climático, las polí-
ticas de austeridad y el aumento del control social. En la fase
Contra la nocividad • 63
de globalización (cuando ya no existe clase obrera en el sentido
histórico de la expresión) se ha producido de forma muy visible
un divorcio entre los profesionales de la política y las masas que
la padecen, que se acentúa cuando la crisis alcanza y empobrece
a las clases medias, la base sumisa de la partitocracia. La crisis
considerada sólo bajo su aspecto político es una crisis del siste-
ma tradicional de partidos, y por descontado, del bipartidismo.
La corrupción, el amiguismo, la prevaricación, el despilfarro y
la malversación de fondos públicos resultan escandalosos no
porque se hayan institucionalizado y formen parte de la admi-
nistración, sino porque el paro, la precariedad, los recortes pre-
supuestarios, las bajadas salariales y la subida de impuestos afec-
tan a dichas clases. Las clases medias carecerán de pudor, serán
indiferentes a la verdad, pero son conscientes de sus intereses,
puestos en peligro por la clase política tradicional. Entonces, los
viejos partidos ya no bastan para garantizar la estabilidad de la
partitocracia. En los países del sur de Europa la ideología ciuda-
danista refleja perfectamente esa reacción desairada de las clases
susodichas. Contrariamente al viejo proletariado que planteaba
la cuestión en términos sociales, los partidos y alianzas ciuda-
danistas la plantean exclusivamente en términos políticos. Se
dirigen a un nuevo sujeto, la ciudadanía, conjunto abstracto de
individuos con derecho a voto. En consecuencia, consideran
la democracia, es decir, el sistema parlamentario de partidos,
como un imperativo categórico, y la delegación, como una espe-
cie de premisa fundamental. Así pues, el vocabulario progresista
y democrático de la dominación es el que mejor corresponde
a su universo mental e ideológico. Hablan en representación
de una clase universal evanescente, la ciudadanía, cuya misión
consistiría en cambiar con la papeleta una democracia de mala
calidad por una democracia buena, “de la gente”. Así pues, el
ciudadanismo es un democratismo legitimista que reproduce
tópico por tópico al liberalismo burgués de antaño y con mucho
alarde trata de correrlo hacia la izquierda. La crema fundadora
64 • Miguel Amorós
de los nuevos partidos ciudadanistas proviene del estalinismo
y del izquierdismo; para ella la palabrería democrática equivale
a una actualización de las viejas cantinelas autoritarias y van-
guardistas de corte leninista, que todavía asoman como actos
fallidos en la prosodia verbal de algunos dirigentes. Formalmen-
te pues, se sitúa en la izquierda del sistema. Claro, ya que es la
izquierda del capitalismo.
La mayoría de los nuevos partidos y alianzas, dirigidos princi-
palmente por profesores, economistas y abogados que, inspirán-
dose en el cambio de rumbo de la izquierda populista latinoame-
ricana y griega, o lo que viene a ser lo mismo, identificando las
instituciones tal cuales como el principal escenario de la trans-
formación social, trasladan a los consistorios y parlamentos las
energías que antes se disipaban en las fábricas, en los barrios y
en la calle. En realidad tratan de cambiar una casta burocrática
mala por otra supuestamente buena a través de comicios y pos-
teriores componendas, algo en lo que siempre habían fracasado
el neoestalinismo y el izquierdismo. Aspiran a convertirse en la
nueva socialdemocracia –para el caso ibérico, bien constitucio-
nalista o bien separatista–. Todo depende de los votos. La revolu-
ción ciudadanista empieza y termina en las urnas. Las reformas
dependen exclusivamente de la aritmética parlamentaria, o sea,
de la gobernabilidad institucional, algo que tiene que ver más
con la predisposición a los pactos de la socialdemocracia vieja o
del estalinismo renovado. Se han de conseguir nuevas mayorías
políticas “de cambio” para asegurar la “gobernanza”, ya que na-
die desea una ruptura social, ni siquiera los que persiguen una
ruptura nacional, sino una “democracia de las personas”: una
partitocracia más atenta con sus creyentes. La desmovilización,
el oportunismo y la rápida burocratización que ha seguido a las
diversas campañas electorales demuestran que los agitadores de
la víspera se vuelven gestores responsables a la hora de instalarse
en las instituciones. El resto de los mortales han de conformarse
con ser espectadores pasivos del juego mezquino de la política
Contra la nocividad • 65
con sus representaciones gestuales de cara a la galería, puesto
que la actividad institucional ha eliminado precisamente del es-
cenario a “las personas”. El espectáculo político es un poderoso
mecanismo de dispersión.
La derecha del capital ha venido apostando por la desregu-
lación del mercado laboral y por la tecnología, generando más
problemas que los que pretendía resolver. Por el contrario, imi-
tando el modelo desarrollista latinoamericano, la izquierda del
capital apuesta en cambio por el Estado, ya que en periodos de
expansión económica mundial, con el precio de las materias
primas por las nubes, podía desviarse parte de las ganancias pri-
vadas hacia políticas sociales, y en periodos de recesión podía
evitarse que las masas asalariadas, y sobre todo las clases medias,
soportaran todo el coste de la crisis: algo de neokeynesianismo
en el cocido neoliberal. De ahí viene una cierta verborrea patrió-
tica anti Merkel o anti troika, pero no antimercado: se quiere
un Estado social soberano “en el marco de la Unión Europea”,
es decir, bien avenido con las finanzas mundiales. Aunque la
crisis no pueda superarse, puesto que es “una depresión de larga
duración y alcance global” según dicen los expertos, la recons-
trucción del Estado como asistente y mediador quiere demos-
trar que se puede trabajar para los mercados desde la izquierda.
Y especialmente para el mercado que explota la materia prima
“sol, playa y discoteca”, el petróleo de acá. Es más, los partidos
ciudadanistas se creen en estos momentos los más cualificados
para dejar las incineradoras en su sitio, respetar la privatización
de la sanidad, imponer recortes y cobrar nuevos impuestos. Para
los ciudadanistas el Estado es tan sólo el instrumento con el que
tratar de maquillar las contradicciones generadas por la globa-
lización, no el arma encargada de abolirla. La preservación del
Estado y no el fin del capitalismo es pues la prioridad máxima
de los nuevos partidos, de ahí que su estrategia de asalto a las
instituciones, ridículo sucedáneo de la toma del poder leninista,
se apoye sobre todo en los electores conformistas y resignados
66 • Miguel Amorós
decepcionados con los partidos de siempre y subsidiariamen-
te, en los movimientos sociales manipulados. Por desgracia, los
abogados y los militantes con propensión a convertirse en ve-
dettes han conseguido monopolizar la palabra en la mayoría,
neutralizando así todo lo que estos movimientos podían tener
de antiautoritario y subversivo. La actividad institucional pro-
mueve una lectura reformista de las reivindicaciones colectivas
y anula cualquier iniciativa moderada o radical de la base.
En definitiva, el ciudadanismo no trata de cambiar la socie-
dad sino de administrar el capitalismo –dentro de la eurozona–
con el menor gasto y también con la menor represión posible
para las clases medias y sus apoyos populares. Intenta demostrar
que una vía alternativa de acumulación capitalista es posible y
que el rescate de las personas (el acceso al estatuto de consumi-
dor) es tan importante como el rescate de la banca, es decir, que
el sacrificio de dichas clases no solamente no es necesario, sino
que es contraproducente: no habrá desarrollo ni mundializa-
ción sin ellas. Quiere aumentar el nivel de consumo popular y
volver al crédito a mansalva, no transformar de arriba abajo la
estructura productiva y financiera. Por consiguiente, apela a la
eficacia y al realismo, no al decrecimiento, los cambios bruscos y
las revoluciones. El diálogo, el voto y el pacto son las armas ciu-
dadanistas, no las movilizaciones, las ocupaciones o las huelgas
generales. Pocos son los ciudadanistas que se han significado en
una lucha social. Lo que quieren es un diálogo directo con el
poder fáctico, y con “las personas” un diálogo virtual-mediático.
Las clases medias son más que nada clases pacíficas y conectadas
al espacio virtual: su identidad queda determinada por el mie-
do, el espectáculo y la red. En estado puro, o sea, no contami-
nadas por capas más permeables al racismo o la xenofobia tales
como los agricultores endeudados, los obreros desclasados y los
jubilados asustados, no quieren más que un cambio tranquilo y
pausado, desde dentro, hacia lo mismo de siempre. En absoluto
desean la construcción colectiva de un modo de vida libre sobre
Contra la nocividad • 67
las ruinas del capitalismo. Por otra parte, en estos tiempos de
reconversión económica, de extractivismo y de austeridad, hay
poco margen de maniobra para reformas, por lo que los parti-
dos ciudadanistas “en el poder” han de contentarse con actos
institucionales simbólicos, de una repercusión mediática per-
fectamente calculada. En la coyuntura actual, el nacionalismo
resulta de gran ayuda, al ser una mina inagotable de poses. Las
burocracias ciudadanistas dependen de la coyuntura mundial,
del mercado en suma, y éste no les es favorable ni lo será en el
futuro. En definitiva, sus gestos rompedores ante las cámaras
han de esconder su falta de resultados cuanto más tiempo me-
jor, a la espera o más bien temiendo la formación de otras fuer-
zas, antiespectáculo, anticapitalistas o simplemente antiglobali-
zadoras, más decididas en un sentido (un totalitarismo mucho
más duro) o en otro (la revolución).
El capitalismo declina pero su declive no se percibe igual
en todas partes. No se ha considerado la crisis como múltiple:
financiera, demográfica, urbana, emocional, ecológica y social.
Ni se tiene en cuenta que fenómenos tan diversos como la ego-
latría post moderna, el nacionalismo y las guerras periféricas
son responsabilidad de la mundialización capitalista. En el sur
de Europa la crisis se interpreta como un desmantelamiento
del “Estado del bienestar” y un problema político. En el norte,
con el Estado del bienestar aún mal que bien en pie, tiende
a tomarse como una invasión musulmana y una amenaza te-
rrorista, o sea, como un problema de fronteras y de seguridad.
Todo depende pues del color, la nacionalidad y la religión de
los asalariados pobres (working poor), de los inmigrantes y de los
refugiados. La división internacional del trabajo concentra la ac-
tividad financiera en el norte europeo y relega el sur al rango de
una extensa zona residencial y turística. Por eso el sur es mayori-
tariamente europeísta y opuesto a la austeridad; su prosperidad
depende del “bienestar” consumista norteño. El norte es todo
lo contrario; su prosperidad y buena conciencia “democrática”
68 • Miguel Amorós
dependen de la eficacia sureña en el control de los pasos fron-
terizos y de las aguas mediterráneas. La reacción mesocrática
es contradictoria, pues por una parte la ilusión de reforma y
apertura domina, pero, por la otra, se impone el modo de vida
industrial en burbuja y la necesidad de un control absoluto de
la población, lo que a la postre significa un estado de excepción
“en defensa de la democracia”. A eso Bataille, Breton y otros lla-
maron “nacionalismo del miedo”. Las mismas clases que votan
a los ciudadanistas en un sitio, votan a la extrema derecha en el
otro. Los libertarios –los amantes de la libertad entendida como
participación directa en la cosa pública– han de entender esto
como propio de la naturaleza ambivalente de dichas clases, que
se dejan arrastrar por la situación inmediata. Han de denunciar
este estado de cosas e intentar construir movimientos de pro-
testa autónomos en el terreno social y cotidiano “a defender”.
Pero si las condiciones objetivas para tales tareas están dadas,
las subjetivas brillan por su ausencia. Hoy por hoy, las clases me-
dias llevan la iniciativa y los ciudadanistas la voz cantante. No
abunda la determinación de usar la inteligencia y la razón sin
dejarse influir por los tópicos característicos del ciudadanismo.
La abstención podría ser un primer paso para marcar distan-
cias. No obstante, la perspectiva política solamente se superará
mediante una transformación radical –o mejor una vuelta a los
comienzos– en el modo de pensar, en la forma de actuar y en la
manera de vivir, apoyándose aquellas relaciones extra-mercado
que el capitalismo no haya podido destruir o cuyo recuerdo no
haya sido borrado. Asimismo mediante un retorno a lo sólido y
coherente en el modo de pensar: la crítica de la concepción bur-
guesa posmoderna del mundo es más urgente que nunca, pues
no es concebible un escape del capitalismo con la conciencia
colonizada por los valores de su dominación. La necesaria des-
aculturación (desalienación) que destruya todas las identidades
de guardarropía (tal como las llama Bauman) que nos ofrece
el sistema, así como todos los disfraces deconstructivos del in-
Contra la nocividad • 69
dividualismo castrado, ha de cuestionar seriamente cualquier
fetiche del reino de la mercancía: el parlamentarismo, el Estado,
la “máquina deseante”, la idea de progreso, el desarrollismo, el
espectáculo... pero no para elaborar las correspondientes versio-
nes “antifascistas” o “nacionales”. No se trata de fabricar una
teoría única con respuestas y fórmulas para todo, una especie
de moderno socialismo de cátedra, ni de anunciar la epifanía de
una insurrección que nunca acaba de llegar. Tampoco se trata
de forjar una entelequia (pueblo fuerte, clase proletaria, nación)
que justifique un modelo organizativo arqueomilitante y van-
guardista, claramente reformista, ni mucho menos de regresar
literalmente al pasado sino, insistimos, de lo que se trata es de
salirse de la mentalidad y la realidad del capitalismo inspirándo-
se en el ejemplo histórico de experiencias convivenciales no ca-
pitalistas. La obra revolucionaria tiene mucho de restauración,
por eso es necesario redescubrir el pasado, no para volver a él,
sino para tomar conciencia de todo el acervo cultural y toda la
vitalidad comunitaria sacrificadas por la barbarie industrial. El
olvido es la barbarie.
Es verdad que las luchas anticapitalistas aún son débiles y a
menudo recuperadas, pero si aguantan firme y rebasan el ámbi-
to local, a poco que el desarreglo logre aniquilar políticamente
a las clases medias, pueden echar abajo la vía institucional junto
con el modo de vida dependiente que la sostiene. No obstante,
la crisis en sí misma conduce a la ruina, no a la liberación, a me-
nos que la exclusión se dignifique y tales fuerzas concentren un
poder suficiente al margen de las instituciones. La crisis todavía
es una crisis a medias. El sistema ha tropezado sobradamente
con sus límites internos (estancamiento económico, restricción
del crédito, acumulación insuficiente, descenso de la tasa de
ganancia), pero no lo bastante con sus límites externos (energé-
ticos, ecológicos, culturales, sociales). Hace falta una crisis más
profunda que acelere la dinámica de desintegración, vuelva in-
viable el sistema y propulse fuerzas nuevas capaces de rehacer
70 • Miguel Amorós
el tejido social con maneras fraternales, de acuerdo con reglas
no mercantiles (como en Grecia), amén de articular una defen-
sa eficaz (como en Rojava o en Oaxaca). La estrategia actual
de la revolución (el uso de la exclusión y las luchas en función
de un objetivo superior) ha de apuntar –tanto en la construc-
ción cotidiana de alternativas como en la pelea diaria– hacia la
erosión de cualquier autoridad institucional, la agudización de
los antagonismos y la formación de una comunidad arraigada,
autónoma, consciente y combativa, con sus medios de defensa
preparados.
Los libertarios no desean sobrevivir en un capitalismo inhu-
mano con rostro democrático y todavía menos bajo una dicta-
dura en nombre de la libertad. No persiguen fines distintos a
los de las masas rebeldes, por lo tanto no deberían organizarse
por su cuenta dentro o fuera de las luchas. Se han de limitar
a hacer visibles las contradicciones sociales confrontando sus
ideas con las nuevas condiciones de dominación capitalista. No
reconocen como principio básico de la sociedad un contrato
social cualquiera, ni la lucha de todos contra todos o la insurrec-
ción permanente; tampoco pretenden basar ésta en la tradición,
el progreso, la religión, la nación, la naturaleza, el yo o la nada.
Pelean por una nueva sociedad histórica libre de separaciones,
mediaciones alienantes y trabas, sin instituciones que planeen
por encima, sin dirigentes, sin trabajo-mercancía, sin mercado,
sin egos narcisistas y sin clases. Y asimismo sin profesionales de
la anarquía. El proletariado existe por culpa de la división entre
trabajo manual y trabajo intelectual. Igual pasa con las conur-
baciones, fruto de la separación absurda entre campo y ciudad.
Ambos dejarán de existir con el fin de las separaciones.
El comunismo libertario es un sistema social caracterizado
por la propiedad comunal de los recursos y estructurado por la
solidaridad o ayuda mutua en tanto que correlación esencial.
Allí, el trabajo –colectivo o individual– nunca pierde su forma
natural en provecho de una forma abstracta y fantasmal. La pro-
Contra la nocividad • 71
ducción no se separa de la necesidad y sus residuos se reciclan.
Las tecnologías se aceptan mientras no alteren el funcionamien-
to igualitario y solidario de la sociedad, ni reduzcan la libertad
de los individuos y colectivos. Conducen a la división del tra-
bajo, pero si ésta debiera producirse por causa mayor, nunca
sería permanente. Al final, iría en detrimento de la autonomía.
La estabilidad va por delante del crecimiento, y el equilibrio
territorial por delante de la producción. Las relaciones entre los
individuos son siempre directas, no mediadas por la mercan-
cía, por lo que todas las instituciones que derivan de ellas son
igualmente directas, tanto en lo que afecta a las formas como
a los contenidos. Las instituciones parten de la sociedad y no
se separan de ella. Una sociedad autogestionada no tiene ne-
cesidad de empleados y funcionarios puesto que lo público no
está separado de lo privado. Ha de dejar la complicación a un
lado y simplificarse. Una sociedad libre es una sociedad frater-
nal, horizontal y equilibrada, y por consiguiente, desestatizada,
desindustrializada, desurbanizada y antipatriarcal. En ella el te-
rritorio recobrará su importancia perdida, pues contrariamente
a la actual, en la que reina el desarraigo, será una sociedad llena
de raíces.
72 • Miguel Amorós
6. La impostura política
aquí y ahora1
Se dice del impostor que es alguien que se hace pasar por quien
no es, alguien que finge ser otro. La impostura es ante todo una
suplantación, lo que implica engaño, farsa y embuste. El impos-
tor es básicamente un hipócrita y un comediante, cualidades
esenciales para el ejercicio de la política. En la historia, Marx de-
cía que los grandes hechos se repiten dos veces, una como trage-
dia y la otra como comedia. De tragedias hubieron muchas; de
comedias, la última, la del ciudadanismo –o del patriotismo “de
la gente”, como gusta llamarse– las supera a todas. En efecto, el
impostor imita gestas pretéritas y se engalana con sus oropeles
pero de manera involuntariamente cómica. Anda bien alejado
de los heroísmos pasados: su interpretación se decanta cómica-
mente hacia el costado que más conviene a la impostura, el que
mejor sale en los medios, por más que ese proceder despierte
sonrisas e incite a la incredulidad.
Nuestros ciudadanistas son perfectos ejemplos de imposto-
res políticos y comediantes de ideales. Simulan ser distintos a lo
que son –burócratas patéticos aspirantes a dirigentes– y asegu-
ran que “no fallarán” a sus seguidores en la carrera por “ocupar
las instituciones”. En nombre de entidades tan brumosas como
“la gente”, “las personas” o “la ciudadanía” nos prometen cam-
1
Charlas en la Cafetería Ítaca de Murcia, organizada por el Ateneo Libertario
La Idea, 14 abril 2016; en el local de la CNT de Lorca, 15 abril 2016; y en
el local de la CNT de Toledo, 30 abril 2016
Contra la nocividad • 73
bios profundos y liderazgos esclarecidos decididos a “recuperar
la democracia” e incluso a “construir una nueva civilización”.
Sin embargo, tan pronto como esa “democracia” y esa “civiliza-
ción” se van concretando, no se distinguen de las presentes más
que por el hecho de que ellos participan en su gestión. Aparen-
temente han cambiado de naturaleza gracias a su presencia. Al
recurrir a conceptos interclasistas, los ciudadanistas se colocan
por encima de las clases como representantes de un interés ge-
neral que ha de realizarse únicamente a través de las institucio-
nes. Las operaciones que conducen al “cambio” no se plantean
como enfrentamiento entre clases, puesto que se huye expresa-
mente del terreno social, sino como cambios en la delegación.
Para los ciudadanistas las contradicciones importantes se dan
en la escena política, que es la primera que hay que ocupar, no
en la lucha social o económica. En una sociedad del espectáculo
ello supone tres cosas: la desactivación de la protesta social, la
formación de partidos convencionales y la promoción mediática
intensiva de sus figurillas. Estamos ante un caso vulgar de char-
latanería política, ni qué decir tiene, pero con la particularidad
de haber tenido éxito. Ha sido una bufonada que convirtió a
montones de activistas frustrados en burócratas convencidos.
Cabe buscar el por qué.
La ausencia de lucha de clases ha creado las circunstancias
y las condiciones que han permitido a personajes mediocres re-
presentar ante las cámaras el papel de salvadores, y a partidos de
circunstancias aparecer en escena como vanguardias aguerridas.
En los países a la cabeza de la economía global, la clase más
numerosa no es el proletariado. Ni siquiera éste constituye una
verdadera clase. No existe una “clase obrera” como elemento
autónomo consciente con el que contar. La terciarización de la
economía y la funcionarización de la política, a la vez que anu-
laron los sectores proletarios más combativos, desarrollaron un
amplio estrato intermedio asalariado, heredero del pensamien-
to burgués, que hasta hoy abasteció regularmente de ejecutivos
74 • Miguel Amorós
y mandos los escalones bajos del capitalismo renovado. Son las
nuevas clases medias diplomadas, tecnológicamente al día, cu-
yos miembros tienen estudios y desempeñan funciones mayor-
mente ligadas al proceso de burocratización o racionalización
instrumental del sistema. Dichas clases, debido a su posición
improductiva dentro de una mundialización dirigida por las
finanzas, contemplan al Estado como el garante de su “bien-
estar”, es decir, de su vida privada chapoteando en un mar de
consumismo tranquilo. Con mayor razón, en tiempos de crisis,
la visión salvadora del Estado se acentúa, por más que su natura-
leza verdadera se corresponda poco con la salvación. Pues bien,
nos encontramos en uno de esos períodos críticos donde éstas
toman la iniciativa y tratan de instrumentalizar el Estado. Lo
que el triunfo de los partidos ciudadanistas tiene a bien revelar
es la irrupción de las clases medias en la política, con sus pro-
pios partidos y sus improvisados líderes, forzadas por una crisis
que ha deteriorado la confianza en la política profesional, crisis
que amenaza la existencia apacible de dichas clases y que liquida
implacablemente los minúsculos privilegios que las diferencia-
ban de los estratos populares inferiores. El ciudadanismo es un
fenómeno de clase, la toma de conciencia particular de unas
clases que han conseguido arrastrar hacia las urnas a sectores
desclasados más desfavorecidos y, por consiguiente, más afecta-
dos, sectores que al sentirse de alguna forma representados por
los políticos de nuevo cuño, se han quedado en casa. Un ejem-
plo de que “sí se puede” montar en poco tiempo un operativo
político triunfante en su modesto propósito de parar las luchas
sociales y “tomar” las instituciones para usarlas en interés de la
clase en cuestión.
El capitalismo había logrado dominar sus contradicciones,
integrarlas como parte de su ser, evitando así que engendrasen
a un enemigo mortal. Si bien aquéllas continúan dándose y ad-
quiriendo cada vez mayor dimensión, pocos son los que las intu-
yen y menos aún los que son capaces de explicarlas. Pero aunque
Contra la nocividad • 75
fuesen expuestas y debatidas razonadamente no se produciría
desafección, sino desazón y miedo. Una sociedad atemorizada
e instalada en el engaño se agarra a la impostura con todas sus
fuerzas; desea ser embaucada porque la verdad la asusta. Si la
mayoría de la población está convencida de que tiene mucho
que perder si se moviliza por su cuenta, menos todavía se em-
barcará en proyectos revolucionarios que aspiren a transforma-
ciones reales. Más bien se atrincherará en una posición inmóvil,
dejando que una nueva casta juvenil de antiguos estudiantes
presente el enroque sin riesgos de la masa conformista como
una heroica aventura. Necesitará entonces una fuerte dosis de
ilusión y autocomplacencia. Gracias a ella, los cálculos estratégi-
cos de la guerra social se convertirán por arte de magia política
en aritmética electoralera. Y del mismo modo, el desmantela-
miento violento del capitalismo se transformará con la guía de
nuevos profesionales en una “sostenible” y relajada “transición
al post capitalismo”, para la cual se poseen fórmulas decrecen-
tistas y fondos de la Unión Europea. La mistificación y el bluff
[blof] desempeñan un papel tan de primera magnitud como el
Estado en una sociedad donde una mayoría aplastante no desea
auténticos cambios, sino la vuelta pacífica a situaciones ante-
riores económicamente más beneficiosas. En un contexto es-
pectacular de autoengaño y pavoneo como el actual, ideal para
teatralizar en las tertulias televisivas, consistorios y parlamentos
la partida entre la vieja política corrupta y la nueva por corrom-
per, entre la derecha y la izquierda del capital, todos van de farol
y lo saben. El juego está amañado.
La crisis capitalista se percibe en el Sur de Europa como un
problema político que atañe al estatus de las nuevas clases me-
dias, no como un problema de seguridad y de fronteras. El “es-
tado del bienestar” de dichas clases no necesita blindarse como
en el Norte, sino recomponerse. El montaje mediático-político
desplegado en los países europeos del Sur es una operación res-
cate en la que el Estado juega un rol central, puesto que se trata
76 • Miguel Amorós
de un salvamento al margen de la lucha social y hasta cierto
punto, de los mercados. Por eso adquiere un carácter más po-
lítico que económico, más “de izquierdas” que “de derechas”,
y, en lo que concierne a las masas oprimidas, tiene más efectos
desmovilizadores que autoorganizativos. Los partidos ciudada-
nistas son pacificadores sociales y esa es una función que ape-
nas se subraya. No son partidos antieuropeístas, es decir, no
pretenden desmontar las estructuras capitalistas europeas. Son
estatistas y son desarrollistas. Quieren asegurar la situación de
las clases medias con ayuda del Estado, aunque también tengan
que recurrir a los recortes, a los impuestos, a las industrias con-
taminantes, al turismo de masas, a los grandes eventos y a los
macroproyectos inútiles. Donde mejor se ha visto esto ha sido
en el caso griego, quizás porque la relación entre el neoestali-
nismo ciudadanista y la neutralización de los conflictos sociales
era ya muy evidente en el momento del “asalto a las institucio-
nes”. Una vez en el poder la coalición-partido Syriza se ha com-
portado como lo que realmente era, una socialdemocracia de
recambio, y ha tomado las medidas antiobreras oportunas para
garantizar la estabilidad del capitalismo globalizado en Grecia.
De igual manera, en el estado español ha podido comprobar-
se, sobre todo a nivel municipal, la labor del ciudadanismo en
acción en pro del orden. A pesar de recurrir a una catarata de
gestos de cara a la galería, los alcaldes ciudadanistas no han
podido ofrecer una gestión esencialmente diferente de la ante-
rior por más empeño que hayan puesto. Como en el cuento de
Andersen, el idioma liberal-progresista de la corrección política
con el que los nuevos cortesanos visten al emperador no ha
podido disimular su desnudez.
El Estado y el capital son la misma cosa: relaciones sociales
desequilibradas mediatizadas por formas abstractas –la mercan-
cía, la burocracia– que se erigen como poderes separados (insti-
tuciones, administración, mercado) frente a la sociedad de don-
de provienen y a la que parasitan. Constituyen una gigantesca
Contra la nocividad • 77
maquinaria que funciona sólo en la dirección que favorece a la
dominación. No se accede a ella impunemente, pues al instante
el trepador político queda atrapado en el engranaje, y aunque
lleve el equipaje repleto de buenas intenciones no podrá hacer
más que lo que haya sido estipulado. Los logros obtenidos desde
dentro solamente podrán beneficiar a las clases medias si no
perjudican a los poderosos intereses dominantes. Con mayor ra-
zón ocurrirá lo mismo con los estratos desahuciados y excluidos,
la gran coartada política del ciudadanismo. El margen es muy
estrecho puesto que la gestión institucional no dará beneficios
sociales más que en coyunturas económicas favorables. Lógica-
mente, dada la crisis, el ciudadanismo ha de fracasar necesa-
riamente en sus objetivos asistenciales, pero seguirá triunfando
mientras la mayoría de la población oprimida prefiera el reposo
a la marcha y el sueño al despertar. Mientras la crisis continúe
estancada, la apatía, la depresión y el miedo son los componen-
tes principales de la vida privada de la que muy pocos intentan
escapar.
Los libertarios somos los agoreros que rompemos el consen-
so realista en torno a los ciudadanistas y a su “Pequeñilandia”,
la tierra prometida del mago de Oz adonde nos debe llevar
un tornado electoral. Nuestra tarea empieza combatiendo la
mentalidad burguesa que coloniza el imaginario de las masas
oprimidas, especialmente sus principales paradigmas, la fe en
la política y la superstición del progreso. Hay que derrotar a los
ciudadanistas tanto en el terreno de las ideas como en el de la
acción. Hay que desvelar el reformismo retrógrado de su pro-
grama. El encerrarse en un gueto societario o sindical no sir-
ve. Ningún cambio verdadero será posible si las masas prestan
oídos a los cantos de sirena ciudadanistas y acuden a las urnas
tras refocilarse en los empleos basura prometidos por los nue-
vos inversores. Ninguna transformación radical podrá llevarse
a cabo si las masas, al calor de los conflictos, no consiguen
separarse de la clase media y de los aparatos sindicales forjando
78 • Miguel Amorós
relaciones directas y creando instituciones horizontales para-
lelas, desde donde se elaboren programas revolucionarios de
autogestión. La cuestión de la estrategia pasa a primer plano.
Contra lo que suelen indicar las apariencias, el Estado y el mer-
cado son extremadamente frágiles; numerosos indicios revelan
un grado avanzado de descomposición. Se sostienen por el cré-
dito que de buena o mala gana les otorga la población. Pero no
basta con desenmascarar la falacia política: la lucha social ha
de intensificarse, pues es el hogar donde ha de formarse una
fuerza antagónica capaz de hacer historia desindustrializando
el mundo, suprimiendo el patriarcado, destruyendo el capita-
lismo y aboliendo el Estado.
Contra la nocividad • 79
80 • Miguel Amorós
7. La peste ciudadana. La clase media y
sus pánicos1
Contra la nocividad • 81
donde la clase del capital –la burguesía– se ha transformado en
un estrato ejecutivo sin títulos de propiedad, mientras que su
ideología se ha universalizado y sus valores han pasado a regu-
lar todas las conductas sin distinción. Esta forma particular de
desclasamiento general no se traduce en una desigualdad social
menguada; bien al contrario, es mucho más acentuada, pero in-
cluso con el aguijoneo de la penuria ésta se percibe con menor
intensidad y, por consiguiente, no induce al conflicto. El modo
de vida burgués ha inundado la sociedad, anulando la voluntad
de cambio radical. Los asalariados no quieren otro estilo de
vida ni otra sociedad esencialmente diferente; a lo sumo, una
mejor posición dentro de ella mediante un mayor poder ad-
quisitivo. El antagonismo violento se traslada a los márgenes:
la contradicción mayor radica más que en la explotación, en la
exclusión. Los protagonistas principales del drama histórico y
social ya no son los explotados en el mercado, sino los expul-
sados y quienes se resisten a entrar: los que se sitúan fuera del
“sistema” como enemigos.
La sociedad de masas es una sociedad uniformizada, pero
tremendamente jerarquizada. En la cúspide dirigente no la con-
forma una clase de propietarios o de rentistas, sino una verdade-
ra clase de gestores. El poder deriva pues de la función, no del
haber. La decisión se concentra en la parte alta de la jerarquía
social; la desposesión, principalmente en forma de empleo basu-
ra, precariedad laboral y exclusión, se ceba en la parte más baja.
Las capas intermedias, encerradas en su vida privada, ni sienten
ni padecen; simplemente consienten. Sin embargo, cuando la
crisis económica las alcanza, las tira hacia abajo. Entonces, di-
chos estratos, denominados por los sociólogos, clases medias,
salen de ese inmovilismo que era basamento del sistema de par-
tidos, contaminan los movimientos sociales y toman iniciativas
políticas que se concretan en nuevas formaciones. Su finalidad
no es evidentemente la emancipación del proletariado, o una
sociedad libre de productores libres, o el socialismo. El objetivo
82 • Miguel Amorós
es mucho más prosaico, puesto que no apunta más que al res-
cate de la clase media, o sea, a su desproletarización por la vía
político-administrativa.
La expansión del capitalismo, geográfica y socialmente,
comportó la expansión de sectores asalariados ligados a la ra-
cionalización del proceso productivo, a la terciarización de la
economía, a la profesionalización de la vida pública y a la bu-
rocratización estatal: funcionarios, asesores, expertos, técnicos,
empleados, periodistas, profesiones liberales, etc. Su estatus se
desprendía de su preparación académica, no de la propiedad
de sus medios de trabajo. La socialdemocracia alemana clásica
vio en esas nuevas “clases medias” un factor de estabilidad que
hacía posible una política reformista, moderada y gradual, y
desde luego, un siglo más tarde, su ampliación permitió que
el proceso globalizador llegara al límite sin demasiadas dificul-
tades. El crecimiento exponencial del número de estudiantes
fue el signo más elocuente de su prosperidad; en cambio, el
desempleo de los diplomados ha sido el indicador más claro de
la desvalorización de los estudios y, por lo tanto, el termómetro
de su abrupta proletarización. Su respuesta a la misma, por su-
puesto, no adopta rasgos anticapitalistas, ajenos completamen-
te a su naturaleza, sino que se materializa en una modificación
moderada de la escena política que reaviva el reformismo de
antaño, centrista o socialdemócrata, pomposamente denomi-
nada “asalto a las instituciones”.
La clase media se halla en el centro de la falsa conciencia
moderna por lo que no se contempla a sí misma como tal; para
ella su condición es general. Todo lo ve bajo su óptica parti-
cular exacerbada por la crisis, sus intereses son los de toda la
sociedad. Sociológicamente, todo el mundo es clase media; sus
ideólogos se expresan en el lenguaje de cartón piedra de Negri,
Gramsci, Foucault, Deleuze, Derrida, Lyotard, Bourdieu, Zizek,
Mouffe, etc. Para ellos el “gran acontecimiento”, la quiebra del
régimen capitalista, es algo que nunca sucederá. La revolución
Contra la nocividad • 83
es un mito al que conviene renunciar en aras de una contesta-
ción realista a la crisis que fomente la participación ciudadana
a través de las redes sociales, o sea, la cacareada “dialéctica de
contrapoder”, no que impulse el cambio revolucionario. Políti-
camente, todo el mundo es ciudadano, o sea, miembro de una
comunidad electrovirtual de votantes, y en consecuencia, ha de
apasionarse con las elecciones y las nuevas tecnologías. Cretinis-
mo ideológico posmoderno por un lado, cretinismo parlamen-
tario tecnológicamente asistido por el otro, pero cretinismo que
cree en el poder. Su concepción del mundo le impide contem-
plar los conflictos sociales como lucha de clases; para ella aque-
llos son simplemente un problema redistributivo, un asunto de
ajuste presupuestario cuya solución queda en manos del Estado,
y que por consiguiente, depende de la hegemonía política de
las formaciones que mejor la representan. La clase media pos-
moderna reconstruye su identidad política en oposición, no al
capitalismo, sino a “la casta”, es decir, a la oligarquía política
corrupta que ha patrimonializado el Estado. Los otros protago-
nistas de la corrupción, banqueros, constructores y sindicalistas,
permanecen en segundo plano. La clase media es una clase te-
merosa, espoleada por el miedo, por lo que busca hacer amigos
más que enemigos, pero ante todo busca no desequilibrar los
mercados; la ambición y la vanidad aparecerán con la seguridad
y la calma que proporciona el pacto político y el crecimiento. Al
constituirse como sujeto político, su ardor de clase se consume
todo ante la perspectiva del parlamentarismo; la contienda elec-
toral es la única batalla que piensa librar, y ésta discurre en los
medios y las urnas. En sus esquemas no cabe la confrontación
directa con la fuente de sus temores y sus ansias –el poder de
“la casta”– ya que sólo pretende recuperar su estatus de antes de
2008, reforma que pasa por la repatrimonialización ampliada de
las instituciones, no por su liquidación.
El concepto de “ciudadanía” ofrece un sucedáneo identita-
rio allí donde la comunidad obrera ha sido destruida por el
84 • Miguel Amorós
capital. La ciudadanía es la cualidad del ciudadano, un ente
con derecho a papeleta cuyos adversarios parece que no sean
ni el capital ni el Estado, sino los viejos partidos mayoritarios y
la corrupción, los grandes obstáculos del rescate administrativo
de la clase media desahuciada. La ideología ciudadanista, a la
vanguardia del retroceso social, no es una variante pasada por
agua del obrerismo estalinoide; es más bien la versión posmo-
derna del radicalismo burgués. No se reconoce ni siquiera de
boquilla en el anticapitalismo, al que considera caducado, sino
en el liberalismo social de corte más o menos populista. Esto
es así porque ha tomado como punto de partida la existencia
degradada de las clases medias y sus aspiraciones reales, por más
que se apoye en las masas en riesgo de exclusión, demasiado des-
orientadas para actuar con autonomía, y asimismo en los movi-
mientos sociales, demasiado débiles para creer y mucho menos
desear una reorganización de la sociedad civil al margen de la
economía y del Estado. En ese punto, el ciudadanismo es hijo
putativo del neoestalinismo fracasado y de la socialdemocracia
obstruida. El programa ciudadanista es un programa de adve-
nedizos, extremadamente maleable y tan políticamente correc-
to que da arcadas, ideal para arribistas frustrados y aventureros
políticos en paro. Los principios no importan; su estrategia es
conscientemente oportunista, con objetivos únicamente a corto
plazo, perfectamente compatibles con pactos que el día antes de
las elecciones hubieran sido considerados contra natura.
En ningún programa ciudadanista figurarán la socialización
de los medios de vida, la autogestión generalizada, la supresión
de la especialización política, la administración concejil, la pro-
piedad comunal o la distribución equilibrada de la población
en el territorio. Los partidos y alianzas ciudadanistas se pro-
ponen simplemente un reparto de ingresos que amplíe la base
mesocrática, es decir, pugnan por unos presupuestos institucio-
nales que detengan las privatizaciones, eliminen los recortes y
reduzcan la precariedad laboral, sea por la creación de peque-
Contra la nocividad • 85
ñas empresas, o por la cooptación de una mayoría subempleada
de titulados en las tareas administrativas, intenciones que no
son nada rupturistas. No llegan a la arena política como subver-
sivos sino como animadores; lo de cambiar la Constitución de
19782 no va en serio. Todavía no han puesto el pie en el ruedo
y ya exhiben realismo y moderación a raudales, enarbolando
la bandera monárquica y tendiendo puentes a la denostada
“casta”. Son conscientes de que una vez consolidados como
organizaciones y en posesión de un capital mediático suficien-
te, el paso siguiente será una gestión de lo existente más clara
y eficaz que la anterior. Ninguna medida desestabilizadora les
conviene, pues los líderes ciudadanistas han de demostrar que
la economía se desenvolverá menos críticamente si son ellos
quienes están al timón de la nave estatal. Forzosamente han de
presentarse como la esperanza de la salvación por la economía,
por eso su proyecto identifica progreso con productividad y
puestos de trabajo, o sea, es desarrollista. Persigue entonces un
crecimiento industrial y tecnológico que cree empleos, redis-
tribuya rentas y aumente las exportaciones, bien recurriendo a
reformas del sistema impositivo, bien a la explotación intensiva
de los recursos territoriales, incluido el turismo. Lo de menos
es que los empleos sean socialmente inútiles y respondan a ne-
cesidades auténticas. El realismo económico manda y completa
al realismo político: nada fuera de la política y nada fuera del
mercado, todo para el mercado.
El relativo auge del ciudadanismo, con sus modalidades na-
cionalistas, viene a demostrar el deficiente calado de la crisis
económica, que lejos de sacar a la luz las divisiones sociales y
las causas de la opresión, dando lugar a una protesta consciente
y organizada que se plantee la destrucción del régimen capita-
2
En referencia a la Constitución española que se creó posterior a la muerte
de Francisco Franco y que fue resultado de un pacto político que incluyó
a la oposición dentro de los marcos del régimen de la llamada transición
democrática [Nota del editor].
86 • Miguel Amorós
lista, ha permitido a otros disimularlas y oscurecerlas, gracias
a una falsa oposición que lejos de cuestionar el sistema de la
dominación lo apuntala y refuerza. Una crisis que se ha queda-
do a mitad de camino, sin desencadenar fuerzas radicales. No
obstante, las crisis van a continuar y a la larga sus consecuen-
cias no podrán camuflarse como cuestión política y terminarán
emergiendo como cuestión social. Todo dependerá del retorno
de la lucha social verdadera, ajena a los medios y a la política, re-
corrida por iniciativas nacidas en los sectores más desarraigados
de las masas, aquellos que tienen poco que perder si se deciden
a cortar los lazos que les atan al destino de la clase media y ba-
jan de su carro. Pero dichos sectores potencialmente antisistema
hoy parecen agotados, sin fuerzas para organizarse autónoma-
mente, incapaces de erigirse en sujeto independiente, y por eso
el ciudadanismo campa a sus anchas, llamando suavemente a la
puerta de los parlamentos y consistorios municipales para que
le dejen entrar. Esa es la tragicomedia de nuestro tiempo.
Contra la nocividad • 87
88 • Miguel Amorós
8. La hora de la áurea medianía1
1
Jornades sobre gentrificació. Charla en La Col.lectiva, Cabanyal, Valencia,
26 de septiembre de 2015, y en el centro Ascaso-Durruti de Montpellier, 28
de enero de 2016.
Contra la nocividad • 89
La proletarización del mundo, es decir, la renovación del
capitalismo a todos los niveles tras la derrota del último mo-
vimiento obrero –a lo que habría que añadir su fusión con el
Estado y los medios– posibilitó un crecimiento económico y
administrativo considerable, creando un ambiente de prosperi-
dad burocrático-mercantil favorable al desarrollo óptimo de un
estrato intermedio asalariado. No era una verdadera clase, un
mundo aparte con su ideología particular, sus maneras y sus
valores, sino un cúmulo de fragmentos diversos sin un nexo só-
lido, pero satisfechos, políticamente indiferentes y obedientes,
sintiéndose bien representados por una clase política arribista
enquistada en los negocios públicos. La racionalización de la
producción, el predominio de las finanzas y la expansión de
los aparatos estatales habían dado una base social suficiente al
sistema, una cantidad apreciable de consumidores al mercado
y un numeroso contingente de estudiantes a la universidad.
Dicha base se componía de funcionarios, empleados, políticos,
profesionales, expertos y demás, individuos cuyo estatus depen-
día de una preparación académica cotizada en el mercado labo-
ral algo por encima del precio de la fuerza de trabajo convencio-
nal. Todo ese “cognitariado” tenía suficientes ataduras con el
orden establecido para identificar su suerte al mantenimiento
de aquél. Antaño, la socialdemocracia alemana clásica vio en
esos sectores emergentes, a los que llamó mittelstände, “clases
medias”, un factor de estabilidad; una especie de escudo contra
los embates de la lucha de clases. En efecto, la mentalidad de
esa especie de burguesía harapienta sentada entre dos sillas era
oscilante, pero por lo general, más cercana a la de la gran bur-
guesía que a la del proletariado, y como probó la historia, en
condiciones extremas su apego al Estado la hizo mostrarse más
proclive a las dictaduras que a las revoluciones. Medio siglo
después del final de la Segunda Guerra Mundial, la situación
histórica había cambiado bastante y el crédito a mansalva rema-
chó un triunfo de la economía y de la política profesional que
90 • Miguel Amorós
parecía absoluto. No es de extrañar pues que el activismo social
desde finales de los ochenta transcurriera en un ambiente de
pasividad total, ausencia de fervor contestatario y conformismo
casi completo. La sociedad estaba poseída por el sentimiento
de que enfrentarse al poder era imposible puesto que la ma-
yoría asalariada confiaba en la gestión del partido de turno y
se creía lo que le decía la tele, encontrándose cómoda en una
vida privada colonizada por la mercancía y repleta de artefac-
tos. La revolución era poco más que un sueño y la partitocracia
parecía el menos malo de los regímenes políticos, por lo demás
siempre mejorable. Pocos había que creyeran que la revolución
fuese necesaria y su advenimiento se convirtió en una cuestión
de fe derivada de convicciones ideológicas semejantes a las de
la religión. La lucha antisistema fue relegándose y los escasos
conflictos que salieron a la superficie tras la unificación capi-
talista del mundo siempre ignoraron la miseria modernizada y
recurrieron a la mediación de las instituciones y al espectáculo
mediático. A eso se le llamó realismo.
La derrota proletaria cerró las perspectivas de la lucha
de clases en los setenta y ochenta, provocando un desarme
teórico de la subversión destinado a durar. Frente a la crítica
social revolucionaria, inmersa en contradicciones paralizantes
que no viene al caso discutir, se erguía un pensamiento su-
miso y débil que con estrépito seudocrítico condenaba cual-
quier cambio radical como imposible y además, indeseable.
Para dicho pensamiento, detrás de cada revolución se escon-
día un proyecto totalitario. Así pues, para la sumisión Marx
y Bakunin eran los padres del fundamentalismo revolucio-
nario. El marxismo vulgar, pragmático y tercermundista que
la crítica revolucionaria había desenmascarado, ya no servía
como caja de herramientas de la reacción filosófica. Para el
confort intelectual de las clases medias ilustradas hacía falta
algo menos sacerdotal y más adaptado al triunfalismo eufórico
de la dominación. La desestructuración social, la frivolidad,
Contra la nocividad • 91
el hedonismo consumidor, el compromiso efímero, la diver-
sidad identitaria y el cortoplacismo, rasgos cotidianos típicos
del nuevo capitalismo, se erigieron en virtudes individuales a
preservar en aras de una pretendida “libertad” intrascenden-
te administrada por el Estado. La idea de progreso, principio
rector de las clases dirigentes, podía abandonarse sin traumas
al disolverse en las urgencias lúdicas del eterno presente. La
filosofía posmoderna acababa cum laude la tarea inaugurada
por el marxismo estalinista, ideología fría y difunta. El filón
daba incluso para seudoextremismos: un post anarquismo
tremendamente reaccionario surgió del matrimonio entre el
individualismo y el post estructuralismo. El pensamiento del
poder se reinventaba académicamente con fragmentos críticos
recuperados de la guerra de clases, dando grandes lanzadas al
toro muerto y “tematizando” el nuevo orden mundial median-
te una jerga autorreferencial particularmente adaptada a una
visión ambivalente y relativista del mundo. Palabras como de-
construcción, episteme, dispositivo, pulsión, simulacro, con-
trapoder, rizoma, schizo, metarrelato, heterotopía, biopolítica,
etc., permitían nadar en la protesta y guardar la ropa en las
instituciones, aunando un desencanto hacia la revolución real
con el prestigio de la ruptura aparente. Fría e impasiblemente,
la reflexión académica se deshizo de conceptos como verdad,
ideología, clase, totalidad, sujeto, razón, alienación, universa-
lidad, memoria, espectáculo, etc., propios de lo que denominó
“modernidad”, y culminó en el terreno de las ideas la contra-
rrevolución social que desembocaría luego en la actual socie-
dad de masas. A partir de ese momento, las ideas dominantes
fueron plenamente las ideas útiles a la dominación.
No por ello las contradicciones dejaron de producirse, tras-
ladándose de una esfera a otra a escala planetaria. A consecuen-
cia de esto, cuajó un amago de conciencia de clase media alre-
dedor de un nuevo sujeto político abstracto a más no poder al
que los sociólogos de la posmodernidad llamaron “ciudadanía”,
92 • Miguel Amorós
y más tarde otros bautizaron como “multitud” o simplemente
como “la gente”. En la concepción del mundo mesocrática, el
Estado era separado idealmente del Capital mediante una ope-
ración mental que sacaba de la chistera sociológica al “ciudada-
no”, súbdito exterior a la economía con derecho a votar y a ser
representado por una clase política. Así mismo, el presente se
erigía como realidad absoluta y el pragmatismo más ramplón y
oportunista, como signo de inteligencia política máxima. Los
ideales emancipadores en tanto que parte de grandes relatos ca-
ducos y en tanto que futuro ya no servían de guía, por cuanto
el supuesto sujeto “libidinal” votante era ajeno a cualquier pro-
blema social que no pudiera ipso facto traducirse políticamente
y pasar a manos de profesionales con carnet. Los ciudadanistas
se caracterizaban por la firme creencia en que los problemas
económicos y sociales son en realidad políticos y se arreglan con
elecciones. Por eso adoraban al Estado; son el partido del Es-
tado. Y por consiguiente se oponían a cualquier movimiento
verdaderamente autónomo: sus iniciativas pacifistas, altergloba-
lizadoras y buenrollistas de los comienzos en Seattle y Génova
nunca pretendieron marginar a los partidos ni acabar con el
capitalismo, sino sugerir nuevas estrategias y señalar horizontes
más acordes con los intereses específicos de la clase a la que per-
tenecían. “Otro” capitalismo era posible, igual que otra política,
evidentemente “realista”, y por eso no propugnaban dejar de
lado las instituciones, sino actuar a fondo dentro de ellas. Un
capitalismo con las clases medias intactas.
El estallido de la burbuja crediticia, finalmente, no sólo
puso abrupto fin al largo periodo desarrollista, sino que que
amenazó con engullirse a varios Estados. Abundaron los recor-
tes presupuestarios e índices de paro, precariedad y exclusión se
dispararon, pero en las capas más desfavorecidas apenas hubo
reacción. Los controles asistenciales, sindicales y policiales ac-
tuaron con eficacia. Pero las nuevas medidas de contención de
la crisis resultaron también muy gravosas para las clases medias
Contra la nocividad • 93
asalariadas, grandes perdedoras en los recortes y pasablemente
endeudadas. El desempleo llamó a sus puertas, sobre todo a las
del sector juvenil titulado, subrayando su especial vulnerabili-
dad a los altibajos de la economía, mientras que la tolerancia
de la corrupción y el despilfarro, así como el rescate bancario,
despertaban su indignación. Hartas de presionar sin resultado a
la clase política, dejaron en parte de sentirse representadas por
ella. El 15 de mayo de 2011, los jóvenes indignados salieron a
la calle y proclamaron su rechazo a los grandes partidos de go-
bierno, a los que hacían responsables de la “mala calidad” de la
“democracia”. El descontento, manifestado a través de las redes
sociales, los “movimientos ciudadanos” y la “toma” de plazas,
seguía buscando mayoritariamente la salida menos arriesgada,
a saber, la reforma del proceso electoral, lo que denominaban
“democracia real”, no el fin del parlamentarismo. En paralelo,
la opción independentista devino mayoritaria en Catalunya por
motivos similares. El ciudadanismo y el nacionalismo fueron
las primeras respuestas políticas de una porción de población
que hasta entonces había permanecido como espectadora. La
lumpenburguesía reconstituía su identidad política y una espe-
cie de conciencia de clase, pero no en oposición al capitalismo,
sino a “la casta”, o en el caso catalán, a “Madrid”, es decir, unos
contra la oligarquía política corrupta que había patrimonializa-
do el Estado, y otros directamente contra el mismísimo Estado
central, al que se acusaba de quedarse con la mayor parte de los
impuestos recaudados en Catalunya. La ineficacia de las movi-
lizaciones simbólicas por sí solas y el autoritarismo fascistoide
del gobierno empujaron las clases medias asalariadas más allá
de las estrategias de presión, convencidas de que para recobrar
el estatus de antes de 2008 habían de desalojar a la derecha
corrupta de las instituciones o incluso proclamar la “república
catalana”, tal como haría una nueva socialdemocracia o un se-
paratismo moderado. Las clases medias querían ser rescatadas y
desproletarizadas desde un Estado, el que fuera, y de la forma
94 • Miguel Amorós
que fuera, por lo cual, dada la quiebra de los partidos tradicio-
nales, el salvamento debía de ser obra de otros partidos y otras
coaliciones más convencidas y menos corrompidas. El trabajo
a realizar estaba claro: galvanizar a la juventud precaria y estu-
diante junto a la masa asalariada y a la parte insatisfecha de la
burguesía en pos de una contienda electoral al “asalto de las ins-
tituciones”. Como corresponde a una sociedad del espectáculo,
los medios de comunicación facilitaron esa operación mucho
más que los escuálidos “movimientos sociales”. En las eleccio-
nes al parlamento europeo de 2014 los nuevos representantes
de la lumpenburguesía asalariada, casi todos exuniversitarios, se
situaron en el centro de la escena política por primera vez. En
las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2015 la
modificaron seriamente.
Los de en medio cobraban protagonismo sobre los de arriba
y los de abajo. La clase media ciudadanista tomaba la iniciativa,
pero no como clase universal, susceptible de representar intere-
ses comunes a todas las clases explotadas. Su postura ambigua,
ni carne ni pescado, derivada de su situación en el proceso eco-
nómico, le permitía amplia libertad de movimientos, aunque
no de los radicales. La cosa tiene fácil explicación: el objetivo
consistía en ocupar espacios políticos, no en solucionar proble-
mas sociales. La “socialdemocracia del siglo XXI” y los demás
ciudadanismos no podían pensar en otros intereses que los pro-
pios, y por lo tanto, tenían que limitarse a buscar un cambio de
dirigentes, no de reglas; tampoco perseguían el fin de la opre-
sión, sino el restablecimiento de las anteriores y más boyantes
condiciones materiales de la “ciudadanía”, es decir, las suyas.
Esa peculiar “democratización” de la política tenía además la
virtud de desenterrar cadáveres estalinistas como IU2 e ICV.3
No acarreaba la institucionalización de los “movimientos” me-
diante mecanismos de “participación ciudadana”; simplemente
2
Izquierda Unida [Nota del editor].
3
Iniciativa per Catalunya Verds [Nota del editor].
Contra la nocividad • 95
exploraba el terreno, cooptaba a sus animadores e integraba o
abortaba las protestas. Tal como en 1977 se habían cuestionado
las asambleas de huelguistas tras la legalización de los sindicatos,
y tal como en 1979 se cuestionó el movimiento vecinal tras las
primeras elecciones municipales, hoy en día empiezan a cues-
tionarse los “movimientos”, desanimados y casi completamente
“descapitalizados”. No hubo mejor limpieza de calles que la de
las campañas electorales. La oposición popular, demasiado dé-
bil y confusa para dotarse de un proyecto alternativo, sucumbía
ante los reflejos conservadores de las clases medias y se dejaba
conducir por ellas. Ni qué decir tiene que la autonomía de las
masas oprimidas no ha salido reforzada con los triunfos parcia-
les de las candidaturas ciudadanistas, o que la justicia social ha
salido ganando con el “asalto” a las poltronas. Bien al contrario,
la presencia de políticos de nuevo cuño haciendo de bisagra
al lado de otros más vistos está estabilizando la casta partito-
crática y otorgándole un suplemento de legitimidad. El orden
establecido, lejos de debilitarse gracias a la entronización de un
permanente asambleísmo participativo, se ha recuperado al des-
pertarse en su perdida base social las expectativas de un cambio
moderado dirigido desde los parlamentos y consistorios. Mien-
tras tanto, los nuevos políticos consumen todo su ardor en los
pactos post electorales, tratando de acoplar hasta donde es posi-
ble los intereses de las clases medias asalariadas a la burocracia
administrativa y a los “brotes verdes” de la economía –sobre
todo en el turismo, el nuevo motor– puesto que aquellos son
los que más contribuyen a la formación de capitales y subsidia-
riamente, a la creación de puestos de trabajo.
La política no es una esfera separada de la actividad económi-
ca o de la mediática desde donde poder corregir los problemas
sociales gracias a la intermediación de una elite especializada de
dirigentes que descansa en la pasividad generalizada. La política
es la misma economía espectacular camuflada de compromiso
ciudadano. No es pues un medio neutro, una forma vacía capaz
96 • Miguel Amorós
de albergar cualquier contenido, sino la forma específica que
en el seno de la sociedad capitalista lleva hasta lo público las
relaciones de mercado. La libertad política que garantizan las
instituciones “democratizadas” en los despachos se corresponde
en último lugar con la libertad del mercado. No sirve para esta-
blecer lazos directos entre los individuos, sino para someterlos a
través de mediaciones institucionalizadas a un poder exterior, el
del capital/Estado. La partitocracia corregida actual no cambia
su naturaleza; a lo sumo, la hace más teatral y más acompañada
de gestos hacia la galería. Ha de conservar los restos clasistas ob-
soletos del anterior periodo capitalista sin alterar la marcha de
la economía-mundo, algo difícil de realizar sin un considerable
crecimiento al que el fin de ciclo desarrollista vuelve bastante
improbable. El proyectado ciclo extractivista basado en la des-
trucción “sostenible” del territorio no ha conseguido tomar la
velocidad que logró en la América Latina y la situación europea
permanece estancada, con la masa ciudadana pendiente de co-
micios y atentados. Si las crisis y las luchas que se produzcan
en consecuencia no inducen fracturas que desemboquen en un
Estado fallido y por consiguiente, en el hundimiento total de
la partitocracia, los movimientos de la clase media asalariada, o
sea los del ciudadanismo y el independentismo, junto con sus
expresiones políticas, obstaculizarán cualquier manifestación
autónoma de un sujeto revolucionario, o dicho de otra mane-
ra, impedirán la aparición de una democracia verdaderamente
asamblearia trabajando contra el capitalismo por una transfor-
mación social igualitaria de la sociedad. Las protestas anticapi-
talistas han de llegar a ser lo suficientemente fuertes y exten-
sas como para volver inviable la vía institucional si de verdad
quieren abolir las clases y construir colectivamente una sociedad
autogobernada, equilibrada, no patriarcal, justa y solidaria. El
marco ciudadanista ha de romperse y dar salida a una fuerza
social intransigente, todavía por formar.
Contra la nocividad • 97
98 • Miguel Amorós
Ciudad capitalista y guerra contra
el territorio
Contra la nocividad • 99
100 • Miguel Amorós
9. El aire de la ciudad.
El fin de la libertad en la generalización de lo urbano1
1
Conferencia dada en el Ateneo Libertario de El Cabanyal, Valencia, 16
junio 2007
I. El concepto
El monte chino Lushan se hallaba a menudo envuelto en nu-
bes y era muy difícil dilucidar su figura. Decía en unos versos
Sung Dongpo, poeta de la dinastía Song: “Uno no ve el verda-
dero aspecto del monte Lushan porque se halla encima de él”.
La expresión se usó para indicar la dificultad real que había en
conocer la esencia verdadera de las cosas, pues ésta nunca se
mostraba inmediata y claramente al entendimiento que anda
por debajo. La evocación poética nos servirá como prevención
a la hora de abordar la idea de “territorio”, sumergida en una
bruma que no podremos disipar sino sacando de ella misma su
desenvolvimiento, para así mostrar lo que el “territorio” es en
verdad. Caso contrario, y volviendo de nuevo a los proverbios
chinos, no atraparemos más que viento y no cogeremos más
que sombras.
La empresa no será fácil pues no vivimos en una “bella tota-
lidad” como los antiguos, donde el espacio se confundía con el
Cosmos, poblado de fuerzas vivas en perfecta armonía, y donde
los individuos y la Tierra Madre no hacían dialécticamente más
que uno. En épocas de crisis el poder unificador desaparece de
la vida social y sus elementos no interaccionan recíprocamente;
1
Charlas en la Biblioteca Social A Gavilla (Santiago), en el CSO Palavea (La
Coruña), en el Ateneo Encaixe (Lugo) y en La Cova dos Ratos (Vigo), el 30 y
31 de octubre de 2013, el 1 y el 4 de noviembre de 2013, respectivamente.
II. La fragmentación
Cualesquiera que fueran las vicisitudes de la etapa de acumu-
lación o los avatares del libre mercado, no cabe duda de que
el capitalismo fue un fenómeno urbano y de que su expansión
corrió paralela a la urbanización, evidentemente a costa del te-
rritorio. Las ciudades alumbraron a una clase asociada al comer-
cio y la industria, la burguesía, bajo cuya dirección tuvo lugar
la definitiva “ruptura metabólica” entre la sociedad urbana y
la primera fuente de riqueza: la tierra (la otra es el trabajo). La
producción capitalista se impuso en el campo aliada con los
señores de la tierra, esquilmándolo igual que hacía con los obre-
ros. Desde una óptica económica, todo progreso agrícola fue
un progreso contra el propio campo, puesto que se efectuó bajo
condiciones capitalistas; la separación radical entre el produc-
tor y los medios de producción (El capital) responsable de la
figura del “jornalero”, acarreó subsidiariamente una separación
III. La ordenación
El capital, apoyado en las innovaciones tecnológicas, imprime a
la ciudad un ritmo de crecimiento que desborda los límites im-
puestos por la disponibilidad de agua, energía y alimentos, obli-
gando al desarrollo de infraestructuras hidráulicas, energéticas,
de transporte y de evacuación. La moderna clase dominante no
tiene exclusivamente su origen en la industria y el comercio;
en gran parte se desarrolló en torno a la actividad inmobiliaria
y a la construcción o explotación de infraestructuras básicas.
La ciudad industrial no fue un asentamiento compacto ya que
nada podía limitarla; gracias al empleo de maquinaria, al con-
sumo intenso de energía, a un imponente aparato burocrático
y a los nuevos medios de transporte, no pararía de crecer y
desparramarse por los alrededores, configurando una morfolo-
gía espacial radicalmente distinta, articulada por superiores es-
tructuras de movilidad mecánica. La sociedad de clases es una
sociedad urbana, no una sociedad ciudadana. En el umbral del
siglo XX, la lógica de la concentración ha producido una civili-
zación urbana sin verdaderas ciudades: en las aglomeraciones,
un centro casi deshabitado concentra todo el poder en manos
de una elite industrial, financiera y constructora, envuelto por
áreas suburbanas cada vez más extensas pobladas por masas asa-
lariadas. Algunos sociólogos hablan de “ciudad difusa”, “meta-
ciudad” o post-ciudad”, pero para Lewis Mumford, se trataba
de una verdadera “anticiudad”: Ciudad diseminada, ciudad
aniquilada, dirá en The urban prospect (1956). Es un producto
de la descomposición de la realidad urbana, ya iniciada con
la aparición del Estado moderno, un conjunto de fragmentos
desnaturalizados dispersos por el entorno, sin vida pública ni
comunicación normal; un espacio quebrado donde se instala
azarosamente la población masificada y uniformizada. Patrick
IV. La defensa
En la actual etapa de crecimiento capitalista, la del desarrollis-
mo mundializado, el territorio se ha convertido no sólo en el so-
porte de las infraestructuras y el pilar mayor de la urbanización
sino, de modo general, en el principal recurso explotable y el im-
pulsor imprescindible de la actividad económica. En una econo-
mía terciarizada, sin apenas actividad agrícola, se descubre que el
capital-territorio disputa al capital-urbe la preponderancia como
forma dominante. La acumulación de capitales se ha deslocali-
zado y el territorio es ahora el elemento primario de una fábrica
difusa y a la vez el punto final del proceso de industrialización
de la vida. Paralelamente, el territorio en tanto que capital ha
de ser controlado y securizado en función de su importancia es-
tratégica adquirida. Pero precisamente por culpa de sus nuevas
funciones, el territorio ha pasado a ser para el sistema capitalista
la contradicción que contiene todas las demás: por un lado, su
destrucción en tanto que recurso finito impedirá una explota-
ción que pretende ser infinita, amenazando así los fundamentos
de la economía; y por el otro, su destrucción en tanto que arti-
1
Charlas de Pineda de Mar organizada por la sección local de la CNT en Can
Comas (30 junio 2011); de Segorbe en el Ateneo Libertario Octubre del 36 (2
julio 2011); de La Llagosta en les Jornades de l’autogestió de Can Piella (24
julio 2011); de Lleida en el CSA La Maranya (30 julio 2011); de Valladolid en
las Jornadas Agroecológicas del BAH (6 noviembre 2011); y de Madrid en las
Jornadas de Crítica al Progreso organizadas por la Federación de Estudiantes
Libertarios (8 noviembre 2011)
2
MAT: Líneas de transmisión de energía de muy alta tensión; TAV: trenes
de alta velocidad. [Nota del editor].
1
Para el debate con Luis Blanco y Carlos García sobre “Crisi, lluites i perspec-
tives anticapitalistes”, 25 mayo 2013, organizado por la Assemblea Llibertària
del Vallès Oriental, en Granollers. Reproducido en la revista Argelaga, nº 3.
1
Conferencias en los locales de la CNT-AIT, Almería, 13 enero 2017, y Adra,
14 enero 2017.
2
Felipe González fue presidente del Estado Español entre 1982 y 1996.
Pertenece al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), de orientación social-
demócrata [Nota del editor].
1
Jornadas Libertarias organizadas por la CNT de Vitoria, 16 febrero 2008.
Editado en la revista Resquicios, nº 7.
1
Charlas en La Mistelera, Dènia, y en Casa els Flares, Alcoy, 28 y 29 diciem-
bre 2007. Publicado en El Rapto, nº 3, diciembre 2008 y en el folleto “La
Ideología” de la Distri Desorden, Valencia.
1
Charla en Otos, Valencia, contra la planta de residuos animales de Pobla
del Duc, 6 mayo 2015 (traducida del valenciano)
1
Charla en las Jornadas en defensa del territorio organizadas por la libre-
ría asociativa Transitant en Palma de Mallorca, 17 y 18 mayo 2014; en la
Festa de Martra, pays et paysans, Tarn, Francia, 16 de agosto 2014; en las
Jornadas antidesarrollistas de Castro Urdiales, 24 de octubre 2014; en la
Biblioteca Social Hermanos Quero, Granada, 14 enero 2015; y en la Oficina
de Producciones Culturales, Almería, 16 de enero 2015
1
Presentación del libro Los Incontrolados de 1937. Memorias militantes de
Los amigos de Durruti, editado por Aldarull, en El Banc Expropiat de Gràcia,
Barcelona, 10 abril 2015; en el Ateneu La Pua, d’Hospitalet, 29 mayo 2015;
en La caseta de la Malatesta de la Feria del Libro de Madrid, 11 junio 2015;
y en el Ateneu Cooperatiu la Base, Barcelona, 26 junio 2015
1
Charla en las Jornadas de Crítica Social en La Querida, Rodasviejas, Sala-
manca, 27 mayo 2017.
1
Charla en el local de la CNT de Elx (Alicante), 4 enero 2014.
1
Charlas en el local de la CNT de Vitoria 7 febrero 2011; en la Biblioteca
La Maldita de El Gamonal, Burgos, 9 febrero 2011; en la Kelo Gaztetxea de
Santurtzi (organizada por la Ezkerraldeko Asamblada Antidesarrollista), 15
marzo 2011; y en la Casa Xenpelar de Errenteria (por cuenta del colectivo
“La Ilusión”, LKN-CGT), 18 marzo 2011. Publicado en Libre Pensamiento, nº
67, primavera de 2011