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(2006).

"Revista de Psicoanálisis, 48:35-57

Una hipótesis nueva sobre los orígenes de


la teoría de las relaciones objetales*
Thomas H. Ogden **

Algunos autores escriben lo que piensan; otros piensan lo que escriben. Estos últimos
parecen construir su pensamiento en el mismo acto de escribir, como si los pensamientos
surgieran de poner juntos la pluma y el papel. La obra se va desplegando por sorpresa, según van
escribiendo. Freud, en muchos de sus más importantes libros y artículos, incluyendo Duelo y
melancolía (1917a), fue un escritor que perteneció a este último tipo. En sus escritos no intentó
ocultar los pasos que iba dando: sus comienzos equivocados, sus dudas, sus cambios de
pensamiento (con frecuencia, a mitad de la frase), su abandono de las ideas que le habían
parecido más convincentes, si luego le resultaban demasiado especulativas o carentes de bases
clínicas sólidas.

El legado que Freud dejó no ha sido, simplemente, un conjunto de ideas sino algo tan importante
e inseparable de tales ideas como es un camino nuevo para pensar sobre la experiencia humana y
que ha dado lugar a nada menos que una forma nueva de la subjetividad humana. Desde este
punto de vista, todos sus escritos psicoanalíticos son, al mismo tiempo, una explicación de un
conjunto de conceptos y una demostración de un nuevo modo de pensar y de conocernos a
nosotros mismos.

He querido estudiar atentamente Duelo y melancolía por dos razones: primero, porque considero
que este trabajo es una de las contribuciones más importantes de Freud, al desarrollar en él, por
primera vez y de modo sistemático, una línea de pensamiento que más tarde sería denominada
Teoría de las relaciones objetales (Fairbairn, 1952).1 Esta línea de pensamiento ha jugado un papel
esencial en dar forma al psicoanálisis, desde 1917 en adelante.
—————————————

* Traducción del inglés al español: Mercedes Valcarce Avello.

** Publicado en Int. J. Psychoanal., 2002; vol. 83; pp. 767-782. Título original: A New Reading of the Origins of Object-Relations Theory.

1 Empleo la expresión «T.a de las relaciones objetales» para referirme a un grupo de teorías psicoanalíticas que tienen en común un
amplio conjunto de metáforas que se refieren a los efectos interpersonales e intrapsíquicos de las relaciones entre Objetos internos
(por ejemplo, entre partes de la personalidad inconscientes y escindidas). Este grupo de teorías co-existe en la teoría psicoanalítica
freudiana como un todo con otras muchas líneas de pensamiento superpuestas, complementarias y, a veces, contradictorias (y cada
una utiliza grupos de metáforas diferentes).

En segundo lugar, me he dado cuenta de que el fijarnos atentamente en cómo escribe Freud en
Duelo y melancolía nos proporciona una oportunidad extraordinaria no sólo de escuchar su
pensamiento sino también, a través de su modo de escribir, de entrar con él en el proceso de ese

1
pensamiento. En este sentido, el lector puede aprender mucho sobre qué es lo particular de la
nueva forma de pensar (y de la subjetividad que la acompaña) que Freud estaba creando en este
trabajo.2

Escribió Duelo y melancolía en menos de tres meses, a principios de 1915 y durante un período de
gran agitación intelectual y emocional para él. Europa estaba padeciendo la primera guerra
mundial. A pesar de sus protestas, dos de sus hijos se habían alistado en el ejército como
voluntarios y luchaban en el frente. Al mismo tiempo, Freud estaba inmerso en una gran actividad
intelectual. En los años 1914 y 1915, había escrito una serie de doce ensayos que representaron su
primera y principal revisión de la teoría psicoanalítica, desde la publicación de «La interpretación
de los sueños» (1900). Su idea era publicar estos artículos en forma de libro, con el título de
«Preliminares para una metapsicología». Esperaba que esta recopilación «aportaría al psicoanálisis
una base teórica estable» (Freud, citado por Strachey, 1957, p. 105).

En el verano de 1915, Freud escribió a Ferenczi: «los doce artículos están, más o menos,
preparados» (Gay, 1988, p. 367). La expresión «más o menos», sugiere que tenía dudas sobre lo
que había escrito. Sólo cinco de los ensayos —todos ellos abren nuevas perspectivas— han sido
publicados: «Los instintos y sus vicisitudes», «La represión» y «El inconsciente» lo fueron como
artículos de revistas en 1915. En cuanto a «Un suplemento metapsicológico a la teoría de los
sueños» y Duelo y melancolía, a pesar de haber sido completados en 1915, no se publicaron hasta
1917. Freud destruyó los otros siete artículos, cuyos textos —dijo a Ferenczi— «merecían ser
suprimidos y silenciados» (Gay, 1988, p. 373). Ninguno de esos artículos fue mostrado, ni siquiera
al círculo más íntimo de amigos. Las razones para «silenciar» tales escritos continúan siendo un
misterio de la historia del psicoanálisis.

En la exposición que hago a continuación tomo cinco partes del texto de Duelo y melancolía, cada
una de las cuales contiene una contribución esencial a la comprensión analítica del trabajo
inconsciente del duelo y de la melancolía. Al mismo tiempo, me refiero al modo en que Freud usa
esta —aparentemente— exploración focal de esos dos estados psíquicos, como un vehículo para
introducir —tanto implícita como explícitamente— las bases de su teoría de las relaciones
objetales internas, inconscientes.3

—————————————

2 En otro sitio (Ogden, 2001a) ya he tratado de la inter-dependencia entre la vitalidad de las ideas y la vida de los textos escritos, en una
contribución psicoanalítica muy diferente pero no menos significativa: «Desarrollo emocional primitivo», en Winnicott (1945).

La voz excepcional de Freud resuena en la primera frase de Duelo y melancolía: «habiéndonos


servido los sueños como prototipo, para la vida normal, de los conflictos mentales narcisistas,
vamos a intentar ahora arrojar alguna luz sobre la naturaleza de la melancolía, comparando ésta
con el afecto normal del duelo» (p. 243) (241 A) (2091 BN).

2
Esta voz que oímos en la escritura de Freud es notablemente constante a través de los veintitrés
volúmenes de la Standard Edition. Es una voz que no oímos en los escritos de ningún otro
psicoanalista porque ninguno ha tenido el derecho de hacerlo. La voz que crea Freud es la de un
padre, fundador de una disciplina nueva.4 Ya en esta primera frase podemos vislumbrar algo
bastante notable y que solemos dar por sentado al leer a Freud: durante los veinte años anteriores
a la escritura de esta frase, él no sólo había creado un sistema conceptual revolucionario sino que
también había alterado el mismo lenguaje. Para mí es sorprendente observar que, prácticamente,
cada palabra de la primera frase ha adquirido en sus manos un significado nuevo y un nuevo
conjunto de relaciones, no sólo en cuanto a cualquier otra palabra de la frase sino también en
cuanto a las innumerables palabras del lenguaje como un todo. Por ejemplo, la palabra «sueños»
que abre la frase, es una palabra que supone significados a diferentes niveles y un cierto misterio,
ya que no existía antes de la publicación de «La interpretación de los sueños» (1900).
Concentradas en esta palabra creada por Freud, hay alusiones a: 1.°) una concepción de un mundo
interno inconsciente y reprimido que, de modo poderoso aunque indirectamente, ejerce su fuerza
sobre la experiencia consciente y viceversa, 2.°) a la opinión de que el deseo sexual está presente
desde el nacimiento y tiene sus raíces en instintos corporales que se manifiestan en deseos
incestuosos y universales, fantasías parricidas y miedos de retaliación, en forma de mutilaciones
genitales; 3.°) a un reconocimiento del papel de soñar, como conversación esencial entre nuestros
aspectos pre-conscientes e inconscientes; y 4.°) a una radical re-conceptualización de la
simbología humana, a la vez universal y también totalmente propia de la historia vital de cada
individuo.

—————————————

3 Como texto para mi reflexión, uso la traducción de Strachey de 1957, en la Standard Edition. Va más allá de las metas de mi artículo el
plantearme cuestiones acerca de la calidad de dicha traducción.

(N. de la T.): las páginas que el autor pone entre paréntesis, por lo tanto, corresponden a la Standard Edition. Pero yo añadiré cuáles
son las páginas correspondientes de las traducciones al castellano de Amorrortu, 1979 (A) y de Bilioteca Nueva, 1972 (B.N.).

4 Menos de un año antes de escribir «D. y M.», Freud había subrayado que nadie debía preguntarse por su papel en la historia del
psicoanálisis: «el psicoanálisis es mi creación; durante diez años fui la única persona que tuvo que ver con él» (1914a, p. 7).

Por supuesto, esta lista es sólo un muestrario de los significados que evoca el término «sueño»,
acuñado por Freud. Del mismo modo, las expresiones «vida normal», «conflictos mentales» y
«narcisista» nos hablan a nosotros y al término «sueño» de un modo totalmente diferente a como
lo hacían veinte años antes. La segunda parte de la frase sugiere que, en este trabajo, se da un
significado nuevo a otros dos términos que se refieren a aspectos de la experiencia humana: son
«duelo» y «melancolía».5

La lógica del argumento central de Duelo y melancolía empieza a revelarse cuando Freud compara
los rasgos psíquicos del duelo con los de la melancolía: ambos son reacciones a la pérdida e
implican «separaciones graves de la actitud normal hacia la vida» (p. 243) (242 A) (2091 BN).6 En
la melancolía encontramos

3
[…] un desánimo profundamente doloroso, cese de interés por el mundo externo, pérdida de la
capacidad de amar, inhibición de toda actividad, disminución de la objetividad para juzgarse a sí
mismo que se manifiesta en auto-reproches e injurias a sí mismo y que culmina en una expectativa
delirante de castigo [p. 244 (242 A), 2091 BN].

Freud subraya que los mismos rasgos caracterizan al duelo, con una excepción: la distorsión en
cuanto al juicio sobre sí mismo. Sólo retrospectivamente, el lector se dará cuenta de que todo el
peso de la tesis que Freud desarrolla en su trabajo reposa sobre esta sencilla observación, hecha
casi de paso: «la distorsión en cuanto al juicio sobre sí mismo está ausente en el duelo, pero, por
lo demás, las características son las mismas» (p. 243) (242 A) (2091 BN). Igual que en una buena
novela policíaca, prácticamente desde el principio están a la vista todas las pistas necesarias para
resolver el crimen.
—————————————

5 El término freudiano de «melancolía» se parece algo a «depresión» pero es este último término el más usado.

6 Freud comenta que «nunca se nos ocurre considerar… (el duelo) como un estado patológico que necesite tratamiento médico…
Confiamos en que se supera después de un cierto lapso de tiempo y consideramos cualquier interferencia como inútil o, incluso,
dañina» (pp. 243-244) (242 A) (2092 BN). Esta observación se nos ofrece como una declaración totalmente evidente, lo que puede
haber sido así en 1915. Pero creo que, hoy día, esa opinión se cumple mucho menos de lo que se defiende en teoría.

Con el trasfondo de la discusión sobre los parecidos y las diferencias (sólo hay una diferencia en
los síntomas) entre duelo y melancolía, el trabajo parece sumergirse, bruscamente, en la
exploración del inconsciente. En la melancolía, puede ser que ni el paciente ni el analista sepan lo
que el paciente ha perdido: una idea notable, de sentido común, en 1915. Incluso cuando el
melancólico se da cuenta de que ha sufrido la pérdida de una persona», sabe a quién ha perdido
pero no lo que ha perdido con ella» (p. 245). Aquí hay una ambigüedad en el lenguaje de Freud:
¿no se da cuenta el melancólico de la clase de importancia del lazo con el objeto?; ¿qué (es lo que
el melancólico) ha perdido al perder el objeto?; o ¿no se da cuenta el melancólico de lo que ha
perdido de sí mismo como consecuencia de haber perdido al objeto? La ambigüedad —
intencionada o no por parte de Freud— introduce, sutilmente, la importante noción de la
simultaneidad e inter-dependencia de los dos aspectos inconscientes de la pérdida objetal en la
melancolía. Uno tiene que ver con la naturaleza del lazo del melancólico con el objeto; y el otro
con una alteración del Self en respuesta a la pérdida del objeto.

Esto (la falta de conciencia del melancólico en cuanto a qué es lo que ha perdido), sugeriría que la
melancolía tiene que ver, en cierto sentido, con una pérdida objetal no consciente, en
contraposición a lo que pasa en el duelo, en el que nada de lo relativo a la pérdida es inconsciente
[p. 245 (243 A) (2092 BN)].

En su esfuerzo por comprender la naturaleza de la pérdida objetal inconsciente en la melancolía,


Freud vuelve a la única diferencia sintomática observable, entre duelo y melancolía: la disminución
de la auto-estima en el melancólico.

En el duelo, es el mundo el que se ha vuelto pobre y vacío; en la melancolía, es el mismo Yo. El


paciente nos presenta su Yo como algo sin valor, incapaz de conseguir nada, moralmente,
despreciable. Se hace múltiples reproches, se trata como algo vil y espera ser rechazado y

4
castigado. Se rebaja a sí mismo ante todo el mundo y compadece a la gente de su alrededor por
tener que ver con alguien de tan poco valor. No cree que haya cambiado ahora algo en él, sino que
extiende su auto-crítica al pasado y declara que nunca ha sido mejor [(p. 246) (243-44 A) (2093
BN)].

El modelo freudiano de la mente queda aquí cambiado, más en cómo se usa el lenguaje que en
expresiones teóricas explícitas. Aquí hay un flujo regular de sujeto-objeto. El paciente, en tanto
que objeto, se hace reproches, se rebaja, se trata como algo vil (y extiende sus reproches al
pasado y al futuro). Lo que se sugiere —sólo es una sugerencia— es que esta inter-dependencia
sujeto-objeto se prolonga más allá de la conciencia hasta el inconsciente atemporal y que es lo
que sucede, inconscientemente, en la melancolía y no ocurre en el duelo. El inconsciente es, en
este sentido, un lugar metafórico en el que los contenidos psíquicos inconscientes del Yo-yo,7 que
funcionan al mismo tiempo, se lanzan —activamente— a un ataque continuo y atemporal del
sujeto (Yo) contra el objeto (yo), que empobrece al Yo (Ego, un concepto en transición aquí) hasta
el punto de que, en el proceso, éste se vuelve «pobre y vacío».

El melancólico está enfermo en cuanto que se coloca, ante sus fallos, en una postura diferente a
como lo hace el que está en duelo. El melancólico no parece avergonzarse, como se esperaría de
una persona que se siente «insignificante, egoísta (y) deshonesta» (p. 246) (244 A) (2093 BN). Por
el contrario, muestra «un insistente deseo de comunicarse, que encuentra satisfacción en quedar
en evidencia» (p. 247) (245 A) (2094 BN). Cada vez que Freud vuelve a señalar la disminución de
auto-estima del melancólico, se refiere a este hecho para aclarar un aspecto diferente del «trabajo
interno» inconsciente, de la melancolía. Aquí la observación, que va aumentando en significados,
se convierte en un apuntalamiento importante de un concepto nuevo del Yo que, hasta ese
momento, sólo había sido sugerido en:

[…] el conflicto del melancólico nos proporciona (un punto de vista) de la formación del Yo en el
ser humano. Vemos cómo (en el melancólico) una parte del Yo se ataca a sí mismo como si fuera
su objeto… con lo que aquí nos estamos familiarizando es con la instancia llamada, normalmente,
«conciencia»… y vamos a llegar a demostrar que ésta puede llegar a enfermar bajo su propia
responsabilidad [(p. 247) (245 A) (2094 BN)].

Aquí Freud está presentando un nuevo concepto del Yo, en sentidos diferentes e importantes.
Estas revisiones, vistas en su conjunto, constituyen el primero de una serie de principios que
subyacen en la teoría psicoanalítica freudiana que va surgiendo, sobre las relaciones objetales
internas, inconscientes: 1.°) el Yo —ahora una estructura psíquica, con componentes conscientes e
inconscientes («partes»)— puede quedar escindido; 2.°) un aspecto escindido e inconsciente del
Yo tiene la capacidad de dar lugar a pensamientos y sentimientos, de modo independiente: en el
caso de la instancia crítica, tales pensamientos y sentimientos son del tipo de juicios auto-
observadores y morales; 3.°) una parte escindida del Yo puede establecer una relación
inconsciente con otra parte del Yo, y 4.°) un aspecto escindido del Yo lo mismo puede ser sano que
patológico.

—————————————

7 (N. de la T.): «I-me» en inglés. Traduzco «I» por Yo; y «me» por «yo».

5
II

El trabajo, en cuanto a su estructura, se convierte claramente en algo como una fuga, en el sentido
musical, ya que Freud se refiere de nuevo —aunque de un modo diferente— a la única deferencia
sintomática entre duelo y melancolía:

Si escuchamos pacientemente las muchas y variadas auto-acusaciones de un melancólico, al final


no podemos evitar la impresión de que, con frecuencia, las más violentas apenas son aplicables al
paciente mismo; y, en cambio, con modificaciones insignificantes, se ajustan a otra persona:
alguien a quien el paciente ama o ha amado o debería amar… Aquí encontramos la clave del
cuadro clínico: nos damos cuenta de que los auto-reproches son reproches contra el objeto amado
que han sido desplazados al Yo del paciente [(p. 248) (245-46 A) (2094 BN)].

Freud, de este modo, como si fuera desarrollando una mayor claridad de observación al ir
escribiendo, llega a ver algo de lo que antes no se había dado cuenta: que las acusaciones que el
melancólico acumula hacia sí mismo representan, inconscientemente, ataques desplazados hacia
el objeto amado. Esta observación sirve de punto de partida desde el cual Freud sigue avanzando y
estableciendo un segundo grupo de elementos en su teoría de las relaciones objetales.

Al examinar los reproches inconscientes del melancólico hacia el objeto amado, Freud retoma el
hilo que había introducido, en la reflexión, más arriba. La melancolía suele implicar una lucha
psíquica, con sentimientos ambivalentes hacia el objeto amado, como «en el caso de una novia
que ha sido abandonada» (p. 245) (243 A) (2092 BN). Freud reflexiona sobre el papel de la
ambivalencia en la melancolía, al observar que los melancólicos no muestran la menor humildad, a
pesar de su insistencia en que no valen para nada «y siempre parecen sentir que han sido
menospreciados y tratados de modo muy injusto». Su gran sentido de la injusticia y de estar en
posesión de derechos, «sólo es posible por el hecho de que las reacciones expresadas en su
conducta proceden también de una actitud de rebeldía que, a través de un cierto proceso, se
transformó en el estado de desolación de la melancolía» (p. 248) (245 A) (2094 BN).

En mi opinión, Freud está sugiriendo que las experiencias melancólicas (en contraposición a la
rabia, en otros casos), ultrajan al objeto porque éste ha decepcionado y ha hecho «una gran
injusticia». Esta protesta /rebelión emocional está aplastada en la melancolía como consecuencia
de «ciertos procesos». Es la descripción de esos «ciertos procesos», en términos teóricos, lo que
ocupará casi toda la parte restante de Duelo y melancolía.

El lector puede sentir una verdadera emoción en la voz de Freud, en la frase siguiente:» no es
difícil reconstruir este proceso» (transformador) (p. 248) (246 A) (2094-95 BN). Las ideas se van
poniendo en su sitio. Va surgiendo una cierta claridad, desde la confusión de lo que parecían
observaciones contradictorias. Por ejemplo, el que en el melancólico se combinen severas auto-
condenaciones con quejas de atropello auto-justificado. Al explicar, claramente, el proceso
psíquico que tiene lugar en el movimiento del melancólico, desde la rebelión (contra las injusticias
que ha padecido) hasta su estado de abatimiento, Freud, con extraordinaria habilidad, presenta
una concepción, radicalmente nueva, de la estructura del inconsciente:

6
(Para el melancólico) han existido, al mismo tiempo, una elección objetal y un apego de la libido a
una persona concreta. A continuación, debido a una nimiedad o decepción procedente de esa
persona amada, la relación objetal se ha hecho añicos. El resultado no fue el normal. Es decir, la
retirada de la libido (energía amorosa emocional) de ese objeto y un desplazamiento hacia otro
nuevo … (Por el contrario), se demostró que la catexis objetal (investimiento emocional en el
objeto), tenía poco poder de resistencia (poca capacidad para mantener el lazo con el objeto) y
quedó agotada. Pero la libido libre, que no fue desplazada hacia otro objeto, se refugió en el Yo.
Allí… (el investimiento emocional amoroso que se retiró del objeto) sirvió para establecer una
identificación de (una parte del) Yo con el objeto abandonado. Así es como «la sombra del objeto
cae sobre (una parte del) Yo»; y éste podría, en adelante, ser juzgado por una instancia especial
(otra parte del Yo), como si fuera un objeto, el objeto abandonado. Es así como una pérdida
objetal queda transformada en una pérdida del Yo; y el conflicto entre el Yo y la persona amada
(ha quedado transformado) en una escisión entre la actividad crítica de (una parte del) Yo (que
luego fue llamada Superyo) y (otra parte del) Yo, alterado por la identificación [(pp. 248-249) (246
A) (2095 BN)].

Tales frases constituyen una sucinta pero sólida demostración del modo en que Freud, en este
trabajo, empezó a escribir/pensar teórica y clínicamente acerca de las relaciones entre aspectos
del Yo inconscientes, inter-dependientes y escindidos. (Es decir, acerca de las relaciones objetales
internas e inconscientes.)8 Freud, por primera vez, está reuniendo en un texto coherente, con
términos de gran calidad teórica, todo lo relativo a su modelo de la mente, recientemente
concebido y revisado.

—————————————

8 Freud expuso la idea de «mundo interno» en «D. y M.»; pero fue Melanie Klein (1935, 1940, 1952) quien transformó esa idea en una
teoría sistemática de la estructura del inconsciente y del inter-juego entre el mundo objetal interno y el mundo de los objetos externos.
Al desarrollar su concepto del inconsciente, Klein contribuyó, de modo muy importante, a un cambio sustancial de la teoría analítica.
Cambió las metáforas dominantes, asociadas a los modelos topográficos y estructurales de Freud, por un conjunto de metáforas
espaciales (algunas ya claras y otras sólo sugeridas en «D. y M.»). Tales metáforas espaciales se refieren a un mundo interno
inconsciente, habitado por objetos internos —aspectos escindidos del Yo— que están unidos en «relaciones objetales internas», por
lazos afectivos poderosos. (Para estudiar los conceptos de «objetos internos», de «relaciones objetales internas» y de cómo
evolucionan estas ideas en la obra de Freud, Abraham, Klein, Fairbain y Winnicott, ver Ogden, 1983.)

Hay tantas cosas en este pasaje que es difícil decidir por dónde empezar a estudiarlo. El uso que
Freud hace del lenguaje me parece que nos proporciona una vía para abordar este momento
crítico del desarrollo del pensamiento psicoanalítico. Hay un cambio importante en este lenguaje
que nos sirve para volver a pensar un aspecto fundamental de su concepción de la melancolía. Las
expresiones «pérdida objetal», «objeto perdido» e, incluso, «pérdida en tanto que objeto de
amor», son sustituidas —sin comentarios por parte de Freud— por «objeto abandonado» y
«objeto al que se renuncia».

El «abandono» del objeto por parte del melancólico (en contraposición a la pérdida objetal en el
duelo) implica un hecho psíquico que es una paradoja: el melancólico preserva al objeto
abandonado por medio de una identificación con él: «así (al identificarse con el objeto), la sombra
del objeto cae sobre el Yo»… (p. 249) (246 A9) (2095 BN). En la melancolía, el Yo no queda

7
alterado por el brillo del objeto, sino (más oscuramente) por su «sombra». La metáfora de la
«sombra» sugiere que la experiencia del melancólico de identificarse con el objeto abandonado es
algo tenue, de dos dimensiones y no un sentimiento vivo y fuerte. La dolorosa experiencia de
pérdida es cortocircuitada por la identificación del melancólico con el objeto, por medio de la cual
niega la separación de ese objeto: el objeto soy yo y yo soy el objeto. No hay pérdida. Un objeto
externo (el abandonado) es sustituido, omnipotentemente, por otro interno («el Yo identificado
con el objeto»). Así, en respuesta al dolor de la pérdida, el Yo queda escindido dos veces,
formando una relación objetal interna en la que una parte escindida del Yo (la instancia crítica)
airada (por los ultrajes) se convierte en otra parte escindida del Yo («el Yo identificado con el
objeto»). Y, aunque Freud no habla en estos términos, podría decirse que la relación objetal
interna se crea con la finalidad de eludir el sentimiento doloroso de la pérdida objetal. Esta
evitación se consigue «tratando con el mal» de modo inconsciente. Pero, al haber eludido el dolor
por la pérdida del objeto, el melancólico está condenado a tener un sentimiento de falta de vida
que surge como una consecuencia de haberse desconectado de una gran parte de la realidad
externa. En este sentido, el melancólico queda privado de una parte sustancial de su vida: la vida
emocional en tres dimensiones, vivenciada en el mundo de los objetos reales externos. La forma
que toma el mundo interno del melancólico depende, sobre todo, del deseo de mantener
prisionero al objeto, en forma de un sustituto imaginario de éste: «el Yo identificado con el
objeto». En cierto sentido, la internalización del objeto convierte a éste para siempre en prisionero
del melancólico y, al mismo tiempo, a éste en prisionero del objeto también para siempre.
Recuerdo un sueño de uno de mis pacientes, que me parece expresar, de modo particularmente
conmovedor, la congelación del mundo objetal interno e inconsciente del melancólico.

El paciente, Sr. K., empezó su análisis un año después de la muerte de su mujer, de 22 años. En un
sueño que el Sr. K. trajo, durante varios años, al análisis, él había ido a una reunión en la que se iba
a hacer un homenaje a alguien cuya identidad no lograba poner en claro. Justo cuando ya estaba
todo en marcha, un hombre del público se levantó y habló, brillantemente, del magnífico carácter
del Sr. K. y de su gran talento. Cuando el hombre terminó, mi paciente se puso de pie y expresó su
gratitud por ese gran elogio pero dijo que la finalidad de la reunión era hacer un homenaje al
invitado de honor, por lo que la atención del grupo debería centrarse en éste. Inmediatamente
después de que el Sr. K se sentara, otra persona se levantó y, nuevamente, alabó a mi paciente
durante un buen rato. El Sr. K. se levantó otra vez y, después de repetir brevemente sus frases de
gratitud por las alabanzas, volvió a dirigir la atención de los reunidos hacia el invitado de honor.
Esta secuencia se repetía una y otra vez, hasta que el paciente tuvo la impresión terrorífica de que
iba a continuar indefinidamente. Cuando el Sr. K. se despertó del sueño, el corazón le latía
violentamente y sintió un gran pánico. En sesiones anteriores al sueño, me había dicho que estaba
muy desesperado, porque nunca sería capaz de querer a otra mujer ni de «rehacer su vida». Me
contó que nunca había dejado de esperar a su mujer a la vuelta del trabajo, cada tarde a las 6,30.
Añadió que todos los acontecimientos familiares, después de su muerte, no habían sido para él
más que ocasiones de echar en falta a su mujer. Pidió disculpas por sus expresiones lúgubres y de
auto-compasión.

Dije al Sr. K. que yo pensaba que ese sueño nos hacía ver lo prisionero que se sentía de su
incapacidad para —teniendo menos honores— interesarse por nuevas experiencias con las
personas. En el sueño, él —bajo la forma de personas que le hacían homenajes sin fin— dirigía

8
hacia sí mismo lo que habría sido importante dirigir hacia alguien fuera de él, alguien fuera de esa
relación con su mujer, congelada internamente. Añadí lo llamativo que era que la persona a quien
se hacía el homenaje en el sueño no tuviera nombre y, mucho menos, una identidad y cualidades
humanas que podrían haber provocado en los demás curiosidad, desconcierto, rabia, celos,
envidia, compasión, amor, admiración o cualquier otro tipo de reacciones; también que el horror
que sentía, al final del sueño, parecía reflejar que creía que el estado estático de auto-cautividad
en el que vivía tenía posibilidades de terminar. (Una gran parte de esta interpretación se refería a
material del pasado y tenía que ver con su sentimiento de haber quedado «atascado» en un
mundo que ya no existía.) El Sr. K. reaccionó diciéndome que, mientras yo hablaba, recordó otra
parte del sueño en la que aparecía una única imagen fija de sí mismo, sujeto con pesadas cadenas
e incapaz de mover ni un solo músculo de su cuerpo. Añadió que la extrema pasividad de la
imagen le hacía sentir mucho rechazo.

Los sueños y las asociaciones que siguieron representaban un punto de inflexión en el análisis del
paciente. Su reacción a las separaciones, de una sesión a otra y durante los fines de semana y
vacaciones, se volvió menos desolada y aterradora. En el período posterior a esta sesión, el Sr. K.
se dio cuenta de que podía estar, durante algunas horas, sin la opresión en el pecho que había
sentido, sin descanso, desde la muerte de su mujer.

Freud, mientras sostuvo la idea de que «la clave del cuadro clínico» (p. 248) de la melancolía
estaba en la identificación inconsciente del melancólico con el objeto perdido/abandonado, creyó
también que la clave del problema teórico de la melancolía tendría que resolver,
satisfactoriamente, una contradicción importante:

Por una parte, tiene que haber existido una fuerte fijación (un intenso, aunque estático, lazo
emocional) al objeto amado; y, por otra —lo que parece contradictorio— la catexis objetal debe
haber tenido poco poder de resistencia (es decir, poco poder para mantener ese lazo con el
objeto, frente a la muerte real o temida de éste o a la pérdida objetal, como consecuencia de una
decepción) [(p. 249) (247 A) (2095 BN)].

La «clave», para una teoría psicoanalítica de la melancolía que resuelva la contradicción entre la
co-existencia de una fuerte fijación al objeto y la falta de tenacidad de ese lazo objetal reside —
según Freud— en el concepto de narcisismo: «esta contradicción parece implicar que la elección
objetal ha tenido lugar sobre bases narcisistas, de tal modo que la catexis del objeto, cuando
surgen obstáculos en su camino, puede regresar al narcisismo» (p. 249).

La teoría del narcisismo, que Freud había introducido sólo unos meses antes en su trabajo
Introducción al narcisismo (1914b), suministró una parte importante del contexto para la teoría de
las relaciones objetales en la melancolía, que él desarrolló en Duelo y melancolía. En este trabajo
sobre el narcisismo, Freud defendió que el bebé normal empieza en un estado de «narcisismo
originario primario» (p. 75), estado en el cual la energía emocional es libido del Yo, una forma de
investimiento emocional en el cual el propio Yo es el único objeto. El bebé da el primer paso hacia
el mundo que está fuera de él, en forma de identificación narcisista: un tipo de lazo objetal que
considera al objeto externo como una prolongación de sí mismo.

Con el tiempo, desde la posición psíquica de la identificación narcisista, el bebé sano desarrolla
suficiente estabilidad psíquica como para dar lugar a una forma narcisista de relación con los

9
objetos, en la que el lazo con el objeto está formado, sobre todo, por un desplazamiento de la
libido del Yo, desde el Yo al objeto (Freud, 1914b). En otras palabras, un lazo objetal narcisista es
aquel en el que el objeto queda investido con energía emocional que, originalmente, iba dirigida a
uno mismo. (Y, en este sentido, el objeto es sustituido por el Self.) El paso, desde la identificación
narcisista al lazo objetal narcisista, es cuestión de un cambio en el grado de reconocimiento de
que el Objeto es otro (y el investimiento emocional en él).9

El bebé sano es capaz de llegar a una diferenciación progresiva y a una complementariedad, entre
la libido del Yo y la libido objetal. Durante este proceso de diferenciación, empieza a entrar en una
forma de amor objetal que no es, únicamente, un desplazamiento desde el amor a sí mismo hasta
el amor objetal. Más bien se trata de que surge una forma más madura de amor objetal en la que
el bebé consigue relacionarse con objetos que son vivenciados como externos, fuera del ámbito de
su omnipotencia.

Aquí reside, según Freud, la clave del problema teórico —la «contradicción»— planteada por la
melancolía: ésta es la enfermedad del narcisismo. Una «pre-condición» necesaria de la melancolía
es que haya habido un conflicto en el desarrollo narcisista temprano. El paciente melancólico no
pudo, en los primeros años de su vida, pasar con éxito desde el amor objetal narcisista al amor
objetal maduro hacia una persona, vivenciada como separada de sí mismo. La consecuencia es
que, ante la pérdida objetal o la decepción, el melancólico es incapaz de hacer un duelo. O, lo que
es lo mismo, es incapaz de hacer frente al fuerte impacto de la realidad de la pérdida objetal; y,
con el tiempo, de emprender una relación amorosa, objetal y madura con otra persona. El
melancólico es incapaz de separarse del objeto perdido y lo que hace, en cambio, es eludir el dolor
de la pérdida, por medio de la regresión desde la relación objetal narcisista a la identificación
narcisista: «el resultado es que, en vez del conflicto (decepción que lleva a la cólera) con la
persona amada, lo que necesita el melancólico es no abandonar la relación amorosa» (p. 249) (254
A) (2100 BN). Como Freud escribió en un resumen, casi al final del trabajo: «así, escapándose hacia
el Yo (por medio de una fuerte identificación narcisista), el amor no queda extinguido» (p. 257)
(254 A) (2100 BN).

—————————————

9 Al mismo tiempo que el bebé emprende el movimiento desde la identificación narcisista al lazo objetal narcisista, también empieza la
evolución de «un tipo… de elección objetal (empujada por la libido objetal) que puede ser llamada del tipo “anaclítico” o de “apego”
(Freud, 1914b, p. 87). Esta última forma de relación objetal tiene su “fuente” (p. 87) en el apego originario del bebé… (hacia) las
personas que tienen que ver con la alimentación, cuidado y protección del niño…» (p. 87). Cuando todo va bien, las dos formas de
relación objetal —narcisista y de apego— se desarrollan «una al lado de la otra» (p. 87). Y, cuando las circunstancias ambientales o
biológicas no son óptimas, el bebé puede desarrollar una psicopatología caracterizada por una casi exclusiva dependencia de las
relaciones objetales narcisistas (diferentes a las relaciones de apego).

En mi opinión, una lectura equivocada de Duelo y melancolía ha hecho que se afianzara algo que
se suele tomar por el punto de vista de Freud sobre la melancolía (ver, por ejemplo, Gay 1988, pp.
372-373). Me refiero al error de que, según Freud, la melancolía implique una identificación con el
aspecto odiado de un objeto, amado de modo ambivalente y que ha sido perdido. Tal lectura,
aunque contiene algo de verdad, olvida el punto de vista central de la tesis de Freud. Lo que
diferencia al melancólico del que está haciendo un duelo es que el primero nunca ha emprendido

10
más formas de relacionarse que las relaciones objetales narcisistas. La naturaleza narcisista de la
personalidad del melancólico le hace incapaz de mantener una conexión firme con la realidad
dolorosa de la irreversible pérdida del objeto y esto es necesario para elaborar un duelo. La
melancolía implica mecanismos reflejos y dispuestos para la regresión a una identificación
narcisista, como medio de no vivenciar la dura situación de reconocer la propia incapacidad para
anular el hecho de la pérdida del objeto. La teoría de las relaciones objetales, tal como va
tomando forma según va escribiendo Freud este trabajo, incluye ahora una base evolutiva
temprana. El mundo de las relaciones objetales internas, inconscientes, es considerado por Freud
una regresión defensiva a formas muy tempranas de relaciones objetales, como reacción al dolor
psíquico. Y, en el caso del melancólico, el dolor es el dolor de la pérdida. El individuo sustituye lo
que podría haberse convertido en una relación tri-dimensional hacia el Objeto externo mortal y, a
veces, decepcionante, por una relación bi-dimensional («como una sombra») con un objeto
interno, existente en un terreno psíquico fuera del tiempo (y, por lo tanto, al abrigo de la realidad
de la muerte). Al hacer esto, el melancólico elude el dolor de la pérdida y, por añadidura, otras
formas de dolor psíquico. Pero esto lo consigue con un coste enorme: la pérdida de una gran parte
de su vitalidad (emocional).

III

Después de haber hecho la hipótesis de que el melancólico sustituye una relación objetal interna,
inconsciente, por otra externa, y, habiendo unido esto a la idea de una identificación narcisista
como regresión defensiva, Freud enuncia otro rasgo definitorio de la melancolía que, como
veremos, nos proporciona la base de otro punto importante de su teoría psicoanalítica sobre las
relaciones objetales internas, inconscientes:

[…] en la melancolía, las ocasiones que dan lugar a la enfermedad van mucho más allá de las
pérdidas por muerte. Incluyen todas las situaciones en las que la persona se siente ninguneada,
abandonada o decepcionada, lo que puede dar lugar a sentimientos opuestos de amor y odio en la
relación o a reforzar una ambivalencia que ya existía anteriormente… la catexis erótica del
melancólico (investimiento erótico emocional del objeto)… ha pasado así por una doble vicisitud:
una parte ha regresado a una identificación (narcisista); y la otra parte, bajo la influencia del
conflicto surgido a causa de la ambivalencia, ha ido hacia atrás hasta el estadio del sadismo [(pp.
251-252) (248 A) (2096 BN)].

El sadismo es una forma de lazo objetal en el que el odio (el ataque del melancólico al objeto) se
convierte en algo inextricablemente entrelazado con el amor erótico. Y en tal estado combinado,
puede haber una atadura, incluso más poderosa (de un modo sofocante, subyugador, tiránico) de
lo que es el lazo amoroso solo. El sadismo, en la melancolía (surgido como reacción a la pérdida o
a la decepción de un objeto amado), da lugar a una forma especial de tormento, tanto para el
sujeto como para el objeto: esa mezcla particular de amor y odio que surge cuando se persigue a
alguien. En este sentido, el aspecto sádico de la relación entre la instancia crítica y el «Yo
escindido, identificado con el objeto», podría ser considerado como una persecución implacable y
enloquecida de un aspecto escindido del Yo a otro: lo que Fairbain consideró más tarde (1944)
como el lazo amor/odio entre el Yo libidinal y el objeto, fuente de emociones.

11
La idea de la fuerte atadura que se instala cuando el amor queda combinado con odio, es parte
esencial de la postura psicoanalítica sobre la duración increíble de las relaciones objetales
internas, cuando son patológicas. Tal lealtad hacia el objeto interno malo (odiado y que odia) suele
ser la causa, tanto de la estabilidad de la estructura patológica de la organización de la
personalidad del paciente, como de algunos de los más empecinados impasses en la transferencia
—contratransferencia, que encontramos en el trabajo analítico. Además, los lazos de amor,
mezclados con odio, son los que explican algunas formas de relaciones patológicas: por ejemplo,
los fuertísimos lazos del niño con su abusador, y de la esposa maltratada con su maltratador (y
también el lazo de los maltratadores con el maltratado). El abuso es vivenciado,
inconscientemente, tanto por el abusado como por el abusador, como odio amoroso y amor de
odio, ambos preferibles, con mucho, a la falta total de relaciones objetales (Fairbairn, 1944).

IV

Empleando una de sus metáforas favoritas y más extendidas —el analista, como detective— Freud
crea en su texto un sentido de la aventura, del riesgo e, incluso, del suspense, cuando acepta que
«la característica más notable de la melancolía… es su tendencia a convertirse en manía: un estado
que es lo opuesto de aquella, en cuanto a sus síntomas» (p. 253) (250 A) (2097 BN). El uso que
Freud hace del lenguaje en su reflexión sobre la manía —inseparable de las ideas que presenta—
crea ya, en el lector, una idea de las diferencias fundamentales entre duelo y melancolía; y entre
las relaciones objetales sanas (internas y externas) y las patológicas.

No puedo prometer que este intento (de explicar la manía) llegue a ser enteramente satisfactorio.
Apenas nos lleva mucho más allá de las posibilidades de mis primeras ideas. Tenemos que
referirnos a dos cuestiones: la primera es una impresión psicoanalítica y la segunda la que
podríamos llamar, quizá, una cuestión de experiencia económica general. La impresión
(psicoanalítica)… (es) que… ambos conflictos (manía y melancolía), luchan contra el mismo
«complejo» (inconsciente); pero que, probablemente, en la melancolía el Yo ha sucumbido al
complejo (en forma de doloroso sentimiento de haber sido aplastado), mientras que la manía ha
dominado (el dolor de la pérdida) o lo ha dejado de lado [(pp. 253-254) (250 A) (2097 BN)].

La segunda de las dos cuestiones «a las que tenemos que referirnos» es «la experiencia económica
general». Al tratar los sentimientos de exuberancia y triunfo en la manía, Freud hizo la hipótesis de
que lo económico, en la manía —la distribución cuantitativa y el juego de las fuerzas psíquicas— se
parece a lo que pasa cuando un pobre desgraciado gana una suma considerable de dinero y, de
repente, puede abandonar su preocupación crónica por el sustento diario; o cuando una lucha
larga y ardua termina, por fin, con éxito; o cuando un hombre encuentra la posibilidad de
desembarazarse, con un solo gesto, de una obligación opresora o de una posición falsa que ha
tenido que mantener durante mucho tiempo o en situaciones parecidas (p. 254) (251 A) (2098
BN).

Empezando por el juego de palabras sobre «las condiciones económicas», en la descripción del
pobre desgraciado que gana una gran cantidad de dinero, la frase continúa, intentando captar algo
del sentimiento de la manía en su sucesión de imágenes, que son diferentes de cualquier otro
conjunto de imágenes del artículo. Estas dramáticas viñetas me sugieren los mágicos y

12
comprensibles deseos de Freud de conseguir que su «ardua lucha… termine, finalmente, con éxito;
o de conseguir desembarazarse, con un solo gesto… de una obligación opresora»; de conseguir
escribir un prodigioso número de libros y artículos, en sus esfuerzos por alcanzar para sí mismo y
para el psicoanálisis, la estatura que merecen. Y, como inevitable final de la burbuja expansiva de
la manía, la fuerza impulsora de la sucesión de imágenes parece quedar colapsada en las frases
que siguen inmediatamente:

La explicación (de la manía, por analogía con otras formas de liberación repentina del dolor)
suena, desde luego, convincente. Pero, en primer lugar, es demasiado vaga; y, en segundo, da
lugar a más dudas y más problemas de los que podamos solucionar. No vamos a eludir la reflexión
sobre éstos, aunque no esperamos llegar a una comprensión clara» [(p. 255)(252 A)(2098 BN)].

Freud —fuera o no consciente de ello— va más allá de alertar al lector sobre sus propias dudas
relativas a cómo comprender la manía y sus relaciones con la melancolía. También está
mostrando, con el uso que hace del lenguaje, con la estructura de su pensamiento y de su
escritura, cómo suena y cómo se siente uno, al pensar y al escribir de un modo que no intenta
confundir lo que es omnipotente y autoengañosamente deseado, con lo que es real. Las palabras
se emplean esforzándose por dar a las ideas y a las situaciones —de modo sencillo, exacto y claro
— los nombres adecuados.

La obra de Bion nos proporciona el contexto adecuado para comprender, de modo más completo,
el significado del comentario de Freud acerca de que él no se «evadirá» de las dudas y problemas
nuevos a los que sus hipótesis dan lugar. Bion (1962) emplea el concepto de «evasión» para
referirse a lo que cree que es el sello de la psicosis: eludir el dolor, en vez de simbolizarlo (por
ejemplo, por medio de los sueños) y de vivir con él, haciendo, con el tiempo, un trabajo psíquico
genuino. Precisamente, estas reacciones al dolor —vivir con él, simbolizarlo y hacer con él un
trabajo psíquico— tienen que ver con lo esencial de la experiencia de duelo. Por el contrario, el
paciente maníaco que aplasta el (dolor de la pérdida)… o lo empuja hacia otro lado (Freud, 1917a,
p. 254), transforma lo que podría haberse convertido en un sentimiento de terrible desconsuelo,
soledad y rabia impotente, en un estado parecido a «la alegría, la exultación o el triunfo» (p. 254)
(250 A) (2097 BN).

En mi opinión, aquí Freud, sin un reconocimiento explícito —y quizá sin ser consciente— empieza
a trazar los aspectos psicóticos de la manía y de la melancolía. Tales aspectos implican el eludir la
pena, así como una gran parte de la realidad externa. Esto se lleva a cabo por medio de múltiples
escisiones del Yo, a las que se añade la creación de una relación objetal interna imaginaria y
atemporal que sustituye, omnipotentemente, a la pérdida de una relación objetal externa, real.
Hablando en términos generales, un mundo objetal interno, fantaseado e inconsciente, sustituye a
un mundo externo, real; la omnipotencia sustituye a la indefensión; la inmortalidad a las duras
realidades del paso del tiempo y de la muerte; el triunfo a la desesperanza; el desprecio al amor.
De este modo, Freud (en parte de modo explícito, en parte implícitamente y, quizá, en parte sin
darse cuenta), a través de esta reflexión sobre la manía, añade otro elemento importante a la
teoría de las relaciones objetales que está desarrollando. El lector puede captar, por el uso que
hace del lenguaje (por ejemplo, en sus comentarios sobre el paciente maníaco que expulsa, de
modo triunfante, el dolor por la pérdida y está exultante por su victoria imaginaria sobre el objeto
perdido), la idea de que el mundo objetal interno e inconsciente del paciente maníaco se

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construye con la finalidad de eludir, «de emprender la fuga» de la realidad externa, donde hay
pérdidas y muerte. Este acto de huir de la realidad externa da lugar a que el paciente se sumerja
en un espacio de pensamiento omnipotente, sin comunicación con la vida relacionada con objetos
externos reales. El mundo de las relaciones objetales externas se estrecha, como consecuencia de
su desconexión del mundo objetal interno de la persona. La experiencia del paciente, en el mundo
de los objetos externos, queda desconectada del «fuego» que da vida (Loewald 1978, p. 189), del
mundo objetal interno inconsciente. Y, a la inversa, este mundo, al haber quedado incomunicado
del mundo de los objetos externos, no puede crecer, no puede «aprender de la experiencia» (Bion,
1962) y no puede emprender (más que de un modo muy limitado), «conversaciones» productivas
entre aspectos inconscientes y pre-conscientes del individuo «en la frontera del sueño» (Ogden,
2001b).

Freud termina el trabajo con una serie de ideas sobre temas muy amplios, relacionados con el
duelo y la melancolía. De entre éstos, creo que el estudio que hace del concepto de ambivalenca,
es el que representa la contribución más importante para la comprensión de la melancolía y para
el desarrollo de su teoría de las relaciones objetales.

Freud ya había expuesto, en muchas ocasiones previas —empezando en 1900—, su punto de vista
sobre la ambivalencia, como un conflicto inconsciente de amor y odio en el que el individuo,
inconscientemente, ama a la misma persona a la que odia. Es lo que pasa, por ejemplo, en la
penosa ambivalencia de la experiencia edípica sana o en los tormentos paralizadores de la
ambivalencia del neurótico obsesivo. En Duelo y melancolía, emplea el término de «ambivalencia»
de un modo llamativamente diferente. Lo usa para referirse a una lucha entre el deseo de vivir con
los vivos y el deseo de perderse en la muerte:

[…] odio y amor compiten entre sí (en la melancolía). El primer (deseo) busca apartar del objeto a
la libido (permitiendo así vivir al sujeto y morir) al objeto; y el otro busca mantener esta posición
de la libido (que está sujeta al modelo interno, inmortal del objeto) [(p. 256) (253 A) (2099 BN)].

Por lo tanto, el melancólico vivencia un conflicto entre, por un lado, el deseo de estar vivo —con el
dolor de una pérdida irreversible— y la realidad de la muerte; y, por otro, el deseo de aliviarse del
dolor que produce la pérdida y el conocimiento de la muerte. En cambio, el individuo que es capaz
de hacer el duelo consigue liberarse de la lucha entre vida y muerte que hiela al melancólico: «el
duelo empuja al Yo a abandonar al objeto, reconociendo que el objeto está muerto y ofreciendo al
Yo el impulso para seguir viviendo»… (p. 257) (254 A) (2100 BN). De este modo, la aceptación
dolorosa de la realidad de la muerte del objeto es conseguida, en parte, porque el que está en
duelo sabe (inconscientemente y, a veces, conscientemente) que está en juego su propia vida, su
propia capacidad «para seguir viviendo».

Recuerdo a una paciente que empezó su análisis conmigo casi veinte años después de que muriera
su marido. La Sra. G. me dijo que, poco después de la muerte de éste, había pasado un fin de
semana sola en un lago donde, durante los quince años anteriores a la muerte de su marido,
habían alquilado ambos una cabaña. Allí, durante una excursión, que hizo entonces sola, cogió una
motora y se dirigió a un laberinto de pequeñas islas e intrincados canales que había recorrido

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muchas veces antes con el marido. Según la paciente, estando allí tuvo el pensamiento, que sintió
como algo absolutamente cierto, de que su marido estaba entre aquellos canales; y sintió que si
entraba en esa parte del lago, nunca saldría de allí, porque no habría sido capaz de «arrancarse»
de él. Añadió que había tenido que luchar con todas sus fuerzas para no ir a reunirse con su
marido.

Tal decisión de no seguir a su marido en la muerte se convirtió en un símbolo importante del


análisis de la Sra. G., quien escogió vivir su vida en un mundo en el que estaba el dolor de la pena
pero también los recuerdos vivos de su marido. Al ir avanzando el análisis, ese mismo suceso del
lago empezó a simbolizar algo muy diferente: el que, de hecho, no se había «arrancado» por
completo del marido, después de su muerte. En la transferencia —contratransferencia, resultaba
cada vez más claro que, en un sentido importante, una parte de ella se había ido con el marido
hacia la muerte. Es decir, un aspecto de sí misma había quedado anestesiado y había sido
sintónico con ella hasta que empezó el análisis.

Durante los años siguientes del tratamiento, la Sra. G. vivenció un sentimiento de enorme pérdida:
no sólo de la pérdida de su marido sino también de la pérdida de su propia vida. Por primera vez,
se enfrentó al dolor y a la tristeza de reconocer en qué forma, durante décadas, se había limitado
a sí misma, utilizando muy poco su inteligencia, su talento artístico y su capacidad para estar
completamente viva en la experiencia diaria (incluyendo su análisis). (No considero maníaca a esta
paciente —y ni siquiera que dependiera, de modo especial, de defensas maníacas—, pero creo
que lo que tenía en común con un maníaco era un tipo de ambivalencia que incluye una tensión
entre el deseo de vivir la vida entre los seres vivos —interna y externamente— por una parte; y,
por otra, el deseo de existir con los muertos en un mundo objetal interno, muerto, atemporal e
insensibilizado.)

Volviendo a las reflexiones de Freud sobre la manía, el paciente maníaco emprende «una lucha
ambivalente (en un esfuerzo desesperado e inconsciente de abordar la vida, a través de) anular la
fijación de la libido al objeto (interno), despreciándolo, denigrándolo e, incluso, si fuera posible,
matándolo» (p. 257) (254 A) (2100 BN).10 Esta frase es sorprendente: la manía no sólo representa
el esfuerzo del paciente por eludir el dolor de la pena, despreciando y denigrando al objeto, sino
que representa también los intentos (con frecuencia, fallidos) por elaborar el duelo, liberándose
de la prisión mutua que supone la relación inconsciente interna con el objeto perdido. Para hacer
el duelo por la pérdida del objeto, hay que «matarlo» primero. Es decir, se tiene que hacer el
trabajo psíquico que permita al objeto estar, irrevocablemente, «muerto», tanto en la propia
mente como en el mundo externo.

Al introducir la idea de una forma de ambivalencia que incluye la lucha entre el deseo de seguir
con vida y el deseo de insensibilizarse, en un esfuerzo por estar con el muerto, Freud añadió una
dimensión crítica a su teoría de las relaciones objetales: que éstas, internas e inconscientes,
pueden tener o una cualidad de vida y de dar vida o una cualidad de muerte y de insensibilización
(y, por extensión, cualquier posible combinación de ambas). Tal modo de concebir el mundo
objetal interno ha sido muy importante en el desarrollo reciente de la teoría psicoanalítica que
encabezaron Winnicott (1971) y Green (1983).

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—————————————

10 El lector puede oír la voz de M. Klein (1935, 1940) en esta parte de los comentarios de Freud sobre la manía. En su concepción de
ésta podemos encontrar, de forma embrionaria, los tres elementos de la tríada clínica bien conocida de Klein (1935) y que —según ella
— caracterizan a la manía y a las defensas maníacas: control, desprecio y triunfo. El objeto no estará perdido nunca ni se le echará de
menos porque, según la fantasía inconsciente, está bajo el propio control omnipotente, por lo que no hay peligro alguno de perderlo. E,
incluso, si el objeto se perdiera, no importaría nada, ya que ese despreciable objeto «no tiene valor alguno» (p. 257) y se está mejor sin
él. Es más, estar sin el objeto es un «triunfo» (p. 254), una ocasión para «gozar» (p. 257) de habernos emancipado de la rémora que nos
había asfixiado.

Estos autores pusieron el énfasis en la importancia de las vivencias del analista y del paciente en
cuanto a la vida y la muerte del mundo objetal interno del paciente. En mi opinión, el sentido de
vida y de muerte en la transferencia —contra-transferencia es, quizá, la medida más importante
de la situación del proceso analítico momento a momento (Ogden, 1995, 1997). Lo más
importante de gran parte del pensamiento psicoanalítico actual— y, sospecho, que del
pensamiento psicoanalítico del futuro —lo encontramos ya en Duelo y melancolía de Freud, si
sabemos cómo leerlo.

Freud cierra su trabajo en un tono de humildad genuina, dejando de hablar de su investigación,


pensada sólo a medias:

[…] pero aquí, una vez más, será conveniente hacer un alto y posponer otras explicaciones sobre la
manía…Como ya sabemos, la inter-dependencia de los complicados problemas de la mente, nos
fuerza a dejar de hablar de cualquier investigación hasta que los resultados de una nueva
confirmen la anterior [(p. 259) (255 A) (2100 BN)].

¿Qué mejor manera de terminar un trabajo que trata del dolor de enfrentar la realidad y de las
consecuencias de intentar eludirla? El mundo solipsista de los teóricos del psicoanálisis que no
esté, firmemente, asentado en la realidad de su experiencia vivida con pacientes, es muy parecido
al del melancólico auto-aprisionado, que sobrevive en un mundo objetal interno atemporal y sin
muertes (pero también insensibilizado e insensibilizador).

RESUMEN

Una hipótesis nueva sobre los orígenes de la teoría de las relaciones objetales

El autor comenta Duelo y melancolía, examinando no sólo las ideas que Freud introduce aquí sino
algo también muy importante y es cómo fue pensando/escribiendo este artículo tan decisivo.
Demuestra que Freud se sirvió de sus reflexiones sobre el trabajo inconsciente del duelo y de la
melancolía, para proponer y estudiar algunos de los más importantes principios de un modelo
revisado de la mente (que más tarde fue llamado «teoría de las relaciones objetales»). Los
principios más importantes del modelo revisado que presenta en este trabajo de 1917 incluyen las
siguientes ideas: 1) que el inconsciente se organiza, en un grado significativo, alrededor de
relaciones objetales internas, estables, entre partes inter-dependientes y escindidas del Yo; 2) que
la defensa contra el dolor psíquico debe hacerse por medio de la sustitución de una relación
objetal externa por otra interna inconsciente; 3) que los vínculos patológicos de amor, mezclado

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con odio, forman parte de los lazos más fuertes que atan a unos objetos internos con otros, en un
estado de mutua cautividad; 4) que la noción de psicopatología de las relaciones objetales internas
suele incluir un pensamiento omnipotente, hasta el punto de impedir el diálogo entre el mundo
objetal interno inconsciente, y el mundo de la experiencia real, con objetos reales externos; y 5)
que la ambivalencia en las relaciones entre objetos internos inconscientes implica no sólo el
conflicto entre amor y odio sino también el conflicto entre el deseo de continuar estando vivo en
las relaciones objetales y el deseo de llegar a un estado de unificación con los objetos internos
muertos.

Palabras clave:

Depresión. Duelo. Identificación. Melancolía. Narcisismo.

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