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Vanitas Vanitatum Et Omnia Vanitas

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VANITAS VANITATUM ET OMNIA VANITAS

Análisis de la novela costumbrista El Catrín de la Fachenda, de José Joaquín


Fernández de Lizardi

Isaac Gasca Mata

“Cada nación debería escribirse las suyas. Escritas con exactitud y con verdadero espíritu
de observación, ayudaría mucho para el estudio de la humanidad, de la historia, de la
moral práctica, para el conocimiento de las localidades y de las épocas. Si yo fuera la
reina, mandaría escribir una novela de costumbres en cada provincia, sin dejar nada por
referir ni analizar.”

Cecilia Böhl de Faber

CONTEXTO HISTÓRICO

José Joaquín Fernández de Lizardi (Nueva España, 1776 - México, 1827) es un autor

imprescindible para comprender el origen de la literatura mexicana entendida como el arte

escrito editado en un país independiente. Lizardi nació durante la última época del virreinato

de la Nueva España. Por lo tanto, se educó según el paradigma moral de la colonia donde

encontró estereotipos sociales que ridiculizó más tarde en sus novelas. Personajes

decadentes, caricaturescos, como el pícaro Pedro Sarmiento de El Periquillo Sarniento o el

Catrín de la Fachenda sin duda fueron inspirados en sujetos reales que vivían y se paseaban

en los jardines de la Ciudad de México a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Lizardi

no dudó en satirizar este tipo de población porque representaba al caduco comportamiento

de un contexto social agónico. El abolengo, la conducta afectada y las maneras aristocráticas

de los españoles peninsulares se ven reflejadas en la parodia que Lizardi les dedica. Al

respecto, en el prólogo de Jefferson Rea Spell a El Catrín de la fachenda puede leerse:

1
“Paladín del progreso y reformador innato, José Joaquín Fernández de Lizardi comenzó su
carrera literaria en 1808 escribiendo versos festivos y burlescos en que ridiculizaba los abusos
y malas costumbres de ciertos tipos, depravados o extravagantes, que pululaban en la capital
de la Nueva España.” (Fernández de Lizardi, 2015; VIII)

El contexto histórico que aparece en las obras de Lizardi es un contexto convulso, en

permanente transformación, donde los personajes aún conservan antiguas prácticas y

costumbres heredadas por trescientos años de sometimiento a España, pero simultáneamente

luchan por crear una identidad propia, ya no subordinada. La historiografía diría que a Lizardi

le tocó una coyuntura histórica que afectó profundamente a la sociedad mexicana. La guerra

de independencia es tan solo uno de los muchos hitos que modificaron el pensamiento y la

cultura nacional de un territorio enorme que dejó de ser colonia para convertirse en un estado

independiente. En las obras de Lizardi se construye la imagen de un país que ya no es

nobiliario pero que tampoco ha consumado la visión de sí mismo1 Por ello, algunos

personajes de El Pensador mexicano2 se obstinan en mantener costumbres arraigadas en su

psique (Don Catrín de la Fachenda) mientras que otros se dejan llevar por los avatares

cotidianos de su nueva realidad. Esta superposición cultural parece ser el leit motiv que

impulsó a Lizardi a escribir novelas costumbristas para explicar desde su literatura el

resultado de la transformación social que ocurría frente él.

NOVELA COSTUMBRISTA

La novela costumbrista es una crónica social que mediante un lenguaje sencillo aspira a

reflejar el carácter de la población autóctona de determinado lugar: desde la naturaleza que

1
México agotó el siglo XIX y las primeras décadas del XX para poner las bases sobre las que construiría su
edificio identitario. Las constantes guerras intestinas que azotaron a la nación son prueba de ello.
2
Sobrenombre de José Joaquín Fernández de Lizardi

2
la circunda, los sabores de su comida, la arquitectura de los edificios, los gestos de las

personas, el color local, las palabras, y, sobre todo, la moral imperante en un tiempo y lugar

irrepetible. No es arbitrario que Federico Carlos Sáinz y Robles en su Diccionario de la

Literatura defina al costumbrismo como:

“Tendencia literaria y artística a reflejar en las obras las costumbres del lugar y de la época
en que vive el artista creador (…) es una interpretación objetiva de las costumbres, de los
tipos y de los paisajes (…) surgió indudablemente mezclado con la novela picaresca o de
costumbres, acaso porque la picaresca enraizaba fundamentalmente en ambientes, situaciones
y en tipos representativos (…) apoya su interés en el reflejo de escenarios y de criaturas de
vitalidad peculiar.” (Sáinz de Robles, 1982: 232)

No olvidemos que la etimología de la palabra Moral es el vocablo latino Mor, que

significa costumbre3. Por ello, la novela costumbrista necesariamente es una novela

moralista; la intención pedagógica es una característica en las obras literarias que pertenecen

a esta corriente. No es de extrañar que los autores de novelas costumbristas, tanto mexicanos

como extranjeros, emitan consejos instructivos en los discursos, refranes y actos de sus

personajes. Tal es el caso de La Gaviota (1849), de Cecilia Böhl de Faber, donde se describe

la degradación moral de los protagonistas María Santaló y Fritz Stein; Ensalada de Pollos

(1869), de José T. de Cuéllar, que expone el ruin comportamiento de los pollos, jóvenes

elegantes, con las señoritas de su comunidad; y La Calandria (1890), de Rafael Delgado, que

relata las peripecias de Carmen, una joven representante de las costumbres de la clase media

veracruzana en el siglo XIX. En este sentido las novelas más conocidas de José Joaquín

Fernández de Lizardi4 realizan una reflexión puntual de los usos y costumbres de la sociedad

novohispana. No obstante, a diferencia de otras novelas de la corriente, las de Lizardi intentan

3
“-Mos, moris: costumbre. Moral (moralis, -e) : relativo a las costumbres; disciplina que estudia los actos
humanos en relación con su bondad o malicia. (Mateos, 1978, 92)
4
El Periquillo Sarniento (1818), El Catrín de la Fachenda (1832), Noches tristes y día alegre (1819)

3
aleccionar de una manera lúdica, sarcástica e inteligente. Más que un regaño prescriptivo sus

obras son un gracioso retrato de conductas reprobables. Por ello, diversos autores sostienen

que El Pensador mexicano moraliza al revés5. Es decir, enseña valores con modelos

inmorales. Su consejo al lector es: escarmienta en cabeza ajena.

“Deseo que en esta lectura aprendáis a desechar errores que notaréis admitidos por mí y otros,
y que prevenidos con mis lecciones, no os expongáis a sufrir los malos tratamientos que yo
he sufrido por mi culpa; satisfechos de que mejor es aprovechar el desengaño en las cabezas
ajenas que en la propia.

Os suplico encarecidamente que no os escandalicéis con los extravíos de mi necedad que


os contaré sin esbozo y con bastante confusión; pues mi deseo es instruiros y alejaros de los
escollos donde tantas veces se estrelló mi juventud, y a cuyo peligro quedáis expuestos.”
(Fernández de Lizardi, 1939; 3)

Aunado a la preservación moral, otra característica de la novela costumbrista es la

descripción realista de los lugares donde ocurre la trama, pues siempre son sitios conocidos

por los lectores y entre más cercanos a ellos la novela tendrá mayor efecto pues los receptores

lograrán identificarse con la descripción de un edificio, de un mercado, la moda de los

personajes, la dieta, la oralidad, la religión, etc. La novela costumbrista pretende describir el

fenómeno social, verosímil y palpable. Y para ello recurre a pintar cuadros donde aparece la

identidad cultural de la sociedad que representa en sus historias. Tal meta se logra mediante

la observación detallada de la gente que coincide en un momento histórico irrepetible. Así

una plaza, una iglesia, o un convento se vuelven más que escenario un referente histórico 6

5
“Lo abren por curiosidad y lo leen con gusto, creyendo que solo van a divertirse con los dichos y cuentecillos,
y que éste fue el último objeto que se propuso su autor al escribirlo; pero cuando menos piensan, ya han
bebido una porción de máximas morales, que jamás hubieran leído escritas en un estilo serio y sentencioso.”
(Fernández de Lizardi, 2015; IX)
6
Esta característica puede apreciarse a plenitud en el capítulo XVIII de La Gaviota, de Fernan Caballero:
“Durante las escenas que hemos procurado describir en el anterior capítulo, Stein daba vuelta alrededor de
Sevilla, siguiendo la línea de sus antiguas murallas, alzadas por Julio César, como lo testifica esta inscripción
colocada sobre la puerta de Jerez. (…) Volviendo hacia la derecha, Stein pasó por delante del convento del

4
para ubicar cronotópicamente la acción de los personajes. En conclusión, la característica

realista pretende conservar, a manera de cápsula del tiempo, el carácter del pueblo tal como

era hace doscientos años.

“..temeroso de la justicia, ensilló su caballo y tomó las de Villadiego, con tal ligereza, que
cuando los alguaciles fueron a buscarlo, ya él estaba lejos de México; que el pícaro del
compañero que apostó los albures se marchó también con el dinero sin saberse a dónde, de
suerte que no le tocó al dicho Januario un real de su diligencia, que a pie y andando fue éste
en su busca hasta Chilapa donde le contó que había ido, que hizo su viaje en vano; que se
juntó con otros hábiles y se fue de misión a Tixtla pensando hacer algo porque había fiesta…”
(Fernández de Lizardi, 1939, Tomo II; 18)

Otro rasgo indiscutible es la expresión oral, el habla cotidiana de la gente del pasado

preservada para el futuro en la novela costumbrista. No es de extrañar que numerosas obras

tengan refranes populares que aunado a exponer la sabiduría popular y el folklore lingüístico

permiten a los autores lanzar un espectro verosímil de la oralidad en un tiempo irrepetible.

Escritores como Fernández de Lizardi se esforzaron por preservar el uso idiomático de la

sociedad mexicana recién independizada. Incluso al final de la obra de El Periquillo

Sarniento se halla un “PEQUEÑO VOCABULARIO. De las voces principales o de origen

mexicano usadas en esta obra, a más de las anotadas en sus respectivos lugares. (Fernández

de Lizardi, 1939, Tomo IV; 55) que consta de cincuenta y siete vocablos de origen náhuatl,

con su respectivo significado, que utilizaron sus personajes en la novela. La expresión viva

de las personas permanece en la creación literaria de los autores costumbristas que suelen

plasmarla tal como la escucharon en los diferentes círculos sociales que visitaron para

inspirarse y escribir sus tramas:

Pópolo, transformado hoy en cárcel; allí cerca vio la bella puerta de Triana, más lejos la puerta Real por donde
hizo su entrada San Fernando…” (Caballero, 2000; 128)

5
“Dicen que los indios luego que se ven manchados con su sangre se acobardan: más éste no
era de esos. Un diablo se volvió luego que se sintió lastimado de mi mano, y entre mexicano
y castellano me dijo: tlacatecoltl, mal diablo, langrón, jijo de un dimoño: agora lo veremos
quien es cada cual; y diciendo y haciéndome comenzó a retorcer el pañuelo con tantas fuerzas
que ya me ahogaba, y con la otra mano cogía ollitas y cazuelas muy aprisa y me las quebraba
en la cabeza…” (Fernández de Lizardi, 1939, Tomo III; 16)

Nada escapa al fiel observador que describe las costumbres en su medio real. Por lo

tanto, el creador costumbrista se concentrará en un tipo de realismo enfocado en la

descripción de conductas y actitudes, más que en rasgos psicológicos o de otra índole. Y no

solo las conductas generales de la población donde sitúa su trama, el autor se enfocará en

rasgos arquetípicos de ciertos sujetos reconocibles en la comunidad. Todas las ciudades y

épocas tienen personajes estereotipos. En la actualidad enumeramos al Godínez, la tóxica, el

sugar daddy, el otaku, etc., como antes se enumeraban el catrín, el pícaro, la celestina, el

pollo, etc. Gran parte del éxito de la novela costumbrista se debe a los protagonistas de los

libros, mismos que el público identificaba con vecinos de su localidad y no solo como

personajes abstractos existentes exclusivamente en la imaginación del escritor. Por ejemplo,

estamos seguros que la Ciudad de México en la tercera década del siglo XIX tenía una

numerosa congregación de jóvenes parias que no tenían para comer ni para pagarse un techo

digno, pero mediante sus trampas obtenían dinero para vestir bien y pasear como si tuvieran

una fortuna guardada en el bolsillo aunque no tuvieran en qué caerse muertos.

“Inmediatamente me fui al Parián y compré dos camisas de coco, un frac muy razonable y
todo lo necesario para el adorno de mi persona, sin olvidarme el reloj, la varita, el tocador,
los peines, la pomada, el anteojo y los guantes, pues todo esto hace gran falta a los caballeros
de mi clase. Le di una galita a un corredor para que me los llevara a casa, y en la tarde me
vestí, peiné y perfumé como debía, y con quince pesos que me sobraron salí para la calle.”
(Fernández de Lizardi, 2015, 58)

6
Los catrines hacían lo posible por “vivir sin un solo día trabajar” aunque eso los

impulsara a delinquir. Este tipo de comportamiento era denostado por la sociedad trabajadora

misma que se veía obligada a convivir con especímenes de tal índole. A juzgar por el éxito

de la novela había muchos catrines. Además, el comportamiento catrinesco permeó tanto en

la sociedad decimonónica que cuando Fernández de Lizardi publicó en 1832 El Catrín de la

Fachenda los habitantes de la capital mexicana relacionaron al protagonista de la obra con

algún vecino que identificaban con nombre y apellido. Y no solo eso: la palabra catrín llegó

hasta nuestros días como la palabra celestina, o la palabra pícaro, con su significado más o

menos parecido al original.

Los personajes arquetípicos son la característica más importante de la novela

costumbrista porque estos tipos sociales, popularmente reconocibles, abrieron la reflexión a

temas como la identidad, el patriotismo y la moral finamente retratados por la literatura.

ANÁLISIS DE EL CATRÍN DE LA FACHENDA

José Joaquín Fernández de Lizardi escribió El Catrín de la Fachenda antes de 1820, ya que

en febrero de tal año la novela fue aprobada para su publicación. No obstante, tuvo que

esperar más de una década para que el libro se vendiera al público en 18327, de manera

póstuma, pues el autor murió en el año de 1827. El Catrín de la fachenda es un clásico de las

letras mexicanas pues a pesar de no ser tan conocida como El Periquillo Sarniento, la obra

cumbre de Lizardi, el Catrín continúa vigente como una lectura obligada para los

especialistas de la literatura nacional.

7
“Y una novelilla, Vida y hechos del famoso caballero Don Catrín de la Fachenda (inédita hasta 1832) que fue
aprobada, según el autor, en febrero de 1820” (Fernández Lizardi, 2015; IX)

7
La obra, uno de los primeros aciertos literarios del recién independizado territorio

mexicano, es una crítica mordaz a ciertas costumbres novohispanas todavía en boga. Una

novela moralista que ridiculiza los comportamientos deleznables de los parias. No obstante,

el carácter prescriptivo de El Catrín de la fachenda pasa a segundo plano pues el autor se

esforzó por lograr una trama interesante que cautivara la atención del lector y moralizarlo

mediante el divertimento. Es decir: aleccionando valores mientras encomiaba los vicios.

“Lo abren por curiosidad y lo leen con gusto, creyendo que solo van a divertirse con los
dichos y cuentecillos, y que éste fue el último objeto que se propuso su autor al escribirlo;
pero cuando menos piensan, ya han bebido una porción de máximas morales, que jamás
hubieran leído escritas en un estilo serio y sentencioso.” (Fernández de Lizardi, 2015; IX)

En el prólogo a la obra en la edición de 2015, Jefferson Rea Spell afirma que:

“Se ve siempre en ésta, como en sus otras novelas, que el intento del autor es censurar vicios
y defectos; pero aquí logra más artísticamente su fin, porque en vez de valerse de la
moralización, como en tantas otras ocasiones, se vale de la sátira, en la que descuella una fina
ironía.” (Fernández de Lizardi, 2015; XI)

Don Catrín de la fachenda (1832) es la biografía de un individuo estereotípico de la

sociedad mexicana de la segunda década del siglo XIX. El Catrín inicia su historia contando

quienes fueron sus padres, las pautas de crianza que moldearon su personalidad y la

educación que tuvo. Sus progenitores se esmeraron en mandarlo a la escuela, en

proporcionarle estudios para hacerlo un ciudadano de bien. No obstante, sus esfuerzos no

fueron recompensados por su hijo ya que el Catrín resultó difícil de moldear. Nunca

aprovechó la escuela y aunque era dueño de una inteligencia peculiar la tibieza de sus padres

y el consentimiento desmedido, a pesar de que el Catrín demostró en variadas ocasiones lo

mal que le hacían, lo convirtieron una persona proclive a la vida disoluta. Gracias a los

estudios de la psique humana hoy sabemos que la personalidad de los individuos se forma en

8
los primeros años de vida. Por lo tanto, no es de extrañar que al ser el Catrín consentido por

sus progenitores nunca tomara en serio el esfuerzo cotidiano para alcanzar metas. Un popular

refrán de la sociedad mexicana ilustra la personalidad del protagonista de esta novela: “Árbol

que nace torcido, jamás su tronco endereza”. Recordemos que uno de los lineamientos (in)

morales del Catrín era: “Vivir sin un solo día trabajar”.89 Y así pasó su vida, como un lastre

social que aprovechaba la buena voluntad, o la estupidez, de sus vecinos para vivir a sus

anchas sin esforzarse por nada, ni por vivienda ni peculio. Lo único que le importaba era

vestir bien y hacerse notar en sociedad. La medida de su felicidad se basaba en la admiración

que despertaba en la sociedad las galas con que adornaba el engaño de sus pretensiones de

honor y linaje. El Catrín necesitaba espectadores pues ellos daban sentido a su vida. Le

importaba el qué dirán, lo superficial.

Tal conducta tiene un referente literario en el siglo de oro español. Me refiero al tercer

amo de El lazarillo de Tormes. Un personaje de la literatura barroca que comparte con el

Catrín de la Fachenda una vida miserable y excéntrica pues ambos carecen de casa, trabajo e

ingresos, sin embargo, visten de tal manera que parecen dueños de la riqueza suficiente para

presumir y derrochar. Vanitas vanitatum et omnia vanitas. El hidalgo de Tormes, otro

8
“el asunto era hallar un medio de comer, beber, vestir, pasear y tener dinero sin trabajar en nada; pues eso
de trabajar se queda para la gente ordinaria.” (Fernández de Lizardi, 2015; 56)
9
En su educación sentimental el Catrín de la fachenda concibe una serie de preceptos inmorales que sustentan
su vida. A este conjunto de indecencias el Catrín lo llama “Decálogo maquiavélico”:
“1. En lo exterior trata a todos con agrado, aunque no ames a ninguno.
2. Sé muy liberal en dar honores y títulos, y alaba a cualquiera.
3. Si lograres un buen empleo, sirve en él sólo a los poderosos
4. Aúlla con los lobos. (Acomódate a seguir el carácter del que te convenga, aunque sea en lo más criminal)
5. Si oyeres que alguno miente en favor tuyo, confirma su mentira con la cabeza.
6. Si has hecho algo que no te importe decir, niégalo.
7. Escribe las injurias que te hagan en pedernal y los beneficios en polvo.
8. A quien trates de engañar, engáñale hasta el fin, pues para nada necesitas su amistad.
9. Promete mucho y cumple poco.
10. Sé siempre tu prójimo tú mismo y no tengas cuidado de los demás.” (Lizardi, 2015;71)

9
vanidoso que en vez de preocuparse por resolver sus necesidades inmediatas se ocupa de

lucir elegante en sociedad, aunque no tenga ni un bocado para llevarse a la boca, muestra una

faceta común en la cultura hispánica: la presunción. Presumir lo que no se tiene, enaltecer el

linaje y el honor antes que el trabajo y el esfuerzo y decantarse por la existencia sin futuro, a

veces sin comida, pero con la frente en alto y siempre ataviado con un buen traje nos obliga

a pensar que tal conducta se heredó de España a sus colonias y en el recién fundado país

mexicano aún existían parias de esa índole cuando Fernández de Lizardi escribió la biografía

de su Catrín.

“¿Quién encontrara a aquel mi señor, que no piense según el contento de sí lleva, haber
anoche bien cenado, y dormido en buena cama, y aunque hora es de mañana, no le cuenten
por muy bien almorzado? ¡Grandes secretos son, Señor, los que vos hacéis, y las gentes
ignoran! ¿A quién no engañará aquella buena disposición y razonable capa y sayo? ¿Y quién
pensará que aquel gentil hombre se pasó ayer todo el día con aquel mendrugo de pan, que su
criado Lázaro trajo un día y una noche en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha
limpieza; y hoy, lavándose las manos y cara, a falta de paño de manos, se hacía servir del
halda del sayo? ¡Nadie por cierto lo sospechara! ¡Oh Señor, y cuántos de aquestos debéis vos
tener por el mundo derramados, que padecen por la negra que llamaban honra, lo que por vos
no sufrirían!” (Anónimo, 1997; 34)

“Sólo yo en mi casa, con suficiente ropa y decencia, estaba muy contento, cuando me acordé
que no tenía ni para desayunarme al día siguiente. En esta consternación recurrí a mis antiguos
arbitrios. Me fui a un café, me senté en una silla, llegó un mozo a preguntarme qué tomaba;
le dije que nada, hasta que llegara un amigo que estaba esperando.” (Fernández de Lizardi,
2015; 48)

Y más adelante afirma:

“Cuando salí de la cárcel, como lo más vendí para comer, no tenía nada.

Ya, amigos catrines, me tenéis reducido a la última miseria. No conocí camisa ni


cosas superfluas, y era preciso andar decente para comer de balde. (…) Yo debía comer al

10
otro día, y para comer era menester salir a la calle a buscar a los amigos; de todo estaba
prevenido, pero la falta de camisa me consternaba.” (Fernández de Lizardi, 2015; 79)

El pensador mexicano pone su erudición enciclopédica al servicio del divertimento y

reflexión popular, pues con un lenguaje sencillo somete a discusión ideas llenas de sabiduría.

El relato de la autobiografía del Catrín está escrito como una carta para otros catrines

potenciales que aspiren a llevar el mismo estilo de vida que el protagonista. En reiteradas

ocasiones alude a un lector extradiegético para aleccionarlo acerca de la inmoralidad de sus

costumbres al mismo tiempo que se expresa con una profundidad y una belleza digna de un

autor universal: “Ya sabéis, queridos compañeros, que en esta triste vida se encadenan los

bienes y los malos de modo que los unos relevan a los otros, y no hay quien sea

constantemente feliz, ni constantemente desgraciado”. (Fernández de Lizardi, 2015; 57).

Además, en los capítulos de la novela se plantean problemas filosóficos como el hedonismo,

el nihilismo, y la relación conflictiva entre la disciplina y el caos, el orden y el desequilibrio,

lo apolíneo y lo dionisiaco. Sin duda, el Catrín de la Fachenda es un personaje entrañable en

la literatura nacional. Pocos marcaron una impronta tan profunda en el imaginario colectivo

a tal grado que aún es posible escuchar en el habla coloquial mexicana que “alguien viste

como Catrín”, “alguien se comporta como Catrín” o “alguien es un Catrín” por bromista, por

vividor, por pobre y pretencioso.

Es destacable la filosofía hedonista que sustenta los actos del Catrín de la Fachenda,

un hombre que busca la satisfacción de sus deseos inmediatos y la consumación de diversos

placeres sin otra preocupación que la de disfrutar el instante. En el Diccionario de la

Literatura de Federico Carlos Sáinz y Robles encontramos una definición de esta escuela de

pensamiento:

11
“HEDONISMO. Es una doctrina que afirma en principio que todo placer es un bien como tal,
y que no hay otro bien que el placer; que todo dolor es un mal, y que no hay otro mal que el
dolor. (…) Todas las categorías morales del hedonismo son formas del placer, pero no de
placer idealizado o intelectualizado, sino de placer inmediato, sensible, en movimiento.
Afirma el hedonismo que el hombre está sujeto a la soberanía del instante; que la Naturaleza,
el instinto y la pasión son verdaderos móviles de los actos humanos; que el bonum honestum
queda asimilado al bonum delectabile; que la calificación de los actos se hace por algo ajeno
por completo a la moral.” (Sáinz de Robles, 1982; 575)

El placer por encima de la moral, el deleite sobre las buenas costumbres de la

sociedad. Tal parece que los catrines siguen al pie de la letra la escuela de pensamiento

hedonista pues no trabajan, no sufren por mantener una casa, no tienen obligaciones de

ninguna índole y si acaso pasan hambre saben muy bien cómo calmarla; tienen un catálogo

de estrategias para hacerse invitar a comer. La actividad sexual tampoco les es ajena; en El

Catrín de la Fachenda encontramos al menos tres encuentros coitales delicadamente

descritos10, beben abundantemente, visten bien y aunque no tengan propiedades disfrutan del

mundo a sus anchas. Al catrín no le importa su futuro, vive en el presente, el instante, el

momento, pues el placer corpóreo únicamente existe en el aquí y ahora: hic et nunc. Por eso

no tienen patria, familia, ni moral, porque nada los ata a las convenciones sociales de las que

se aprovechan pero que no comparten. Quizá el boato y la vestimenta sean indicadores de

que aunque no tienen dinero son capaces de lucir mejores galas que la sociedad trabajadora

que directa e indirectamente mantiene sus vidas inestables. El catrín no es vilipendiado,

aunque por su conducta debiera serlo. Tampoco es tomado como ejemplo. A veces lo castigan

con la cárcel cuando sus episodios por conseguir riqueza para derrochar en placeres lo

10
“Ya se deja entender que eran unas señoras timoratas y no podían sospechar de un caballero como yo que
abusara de tan estrecho parentesco, y así no tuvieron embarazo para ofertarme su casa, y yo quise honrarme
con su buena compañía. (…) Yo entré muy contento y la buena de mi tía no permitió que durmiera en el
canapé, porque tenía muchas chinches; y así, quise que no quise, acompañé a mi hermana, porque no me
tuvieran por grosero y poco civilizado.” (Fernández de Lizardi, 2015; 52)

12
obligan a cometer actos punibles como el robo. Pero no le preocupa y parece encontrar

solución a todo. No se desespera, solo vive el momento. El hedonismo siempre está presente

en la vida del individuo como una respuesta infalible a la rectitud mundana.

“Mira, Catrín: nuestra vida no es más que un juego; nuestra existencia corta y sujeta a las
molestias, sin que haya reposo ni felicidad más allá de su término; ningún muerto ha vuelto
a la tierra a traernos pruebas de la inmortalidad. Nosotros hemos salido de la nada y
volveremos a la nada; nuestro cuerpo se convertirá en ceniza y nuestro espíritu se perderá en
los aires; nuestra vida pasará como una nube y desaparecerá como el vapor, disuelto por los
rayos del sol. Nuestro nombre se borrará de la memoria de los hombres y ninguno se acordará
de nuestras obras. Gocemos de todos los placeres que estén en nuestro poder; sírvanos de
bebida el vino más delicado, respiremos el olor de los perfumes, coronémonos de rosas antes
que se marchiten, no haya objeto agradable libre de nuestra lujuria y dejemos por todas partes
las señales de nuestra alegría; oprimamos al pobre, despojemos a la viuda, no respetemos las
canas de los viejos, sea nuestra fuerza la regla de nuestra justicia, no guardemos los días de
fiesta consagrados al Señor, exterminemos en especial al hombre justo, cuyo aspecto nos es
insoportable.” (Fernández de Lizardi, 2015; 70)

El hedonismo es la gran enseñanza de la novela pues aunque el Catrín pierde una

pierna y muere de hidropesía en la más absoluta mendicidad, a la edad de 31 años, no deja

por eso de reír. En conclusión: “el catrín es una paradoja indefinible, porque es caballero

sin honor, rico sin renta, pobre sin hambre, enamorado sin dama, valiente sin enemigo, sabio

sin libros, cristiano sin religión y tuno a toda prueba.” (Fernández de Lizardi, 2015; 66).

En conclusión, el Catrín de la Fachenda (1832), de José Joaquín Fernández de

Lizardi, es una excelente novela por diversas razones entre las que destacan: su humor ácido,

la sátira bien lograda, la expresión filosófica en su composición, así como la importancia del

protagonista como ejemplo negativo para los moralistas. La novela tiene una importancia

mayúscula por el año de su publicación, porque fue una de las primeras obras literarias

13
publicadas en México como país independiente y por la trama que define el contexto social

del que nació la sociedad mexicana.

BIBLIOGRAFÍA

ANÓNIMO (1997). Lazarillo de Tormes. México. Ed. Porrúa

CABALLERO, Fernán (2000) La Gaviota. México. Ed. Porrúa

DE CUÉLLAR, José T. (2015) Ensalada de Pollos y Baile y cochino… México. Ed. Porrúa

DELGADO, Rafael (1995) La Calandria. México. Ed. Porrúa

FERNÁNDEZ DE LIZARDI, José Joaquín (2015) El Catrín de la Fachenda y Noches

tristes y día alegre. México. Ed. Porrúa

_____ (1939) El Periquillo Sarniento. México. Ed. Herrerías

MATEOS, Agustín (1978) Etimologías grecolatinas del español. México. Ed. Esfinge

SAINZ DE ROBLES, Federico Carlos (1982) Diccionario de la Literatura. Tomo I y II.

España. Ed. Aguilar

VV.AA. (1976) Novela picaresca española. Vol. III. España. Ed. Noguer (Compilada por

Dámaso Alonso)

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