Refelexiones de Un Joven Al Elegir Una Ocupación (1838)
Refelexiones de Un Joven Al Elegir Una Ocupación (1838)
Refelexiones de Un Joven Al Elegir Una Ocupación (1838)
El siguiente ensayo es uno de los dos exámenes que Carlos Marx escribió en alemán
poco antes de su graduación en el Trier Gymnasiuim en septiembre 24 de 1835, Su
tono está impregnado de un espíritu de dedicación a la perfección y bienestar de toda
la humanidad. Revela un respeto especial por la vida dedicada a las ideas y es un
anticipo del punto de vista del Marx moderno de que nuestras relaciones sociales han
empezado a formarse antes de que podamos determinarlas. El segundo ensayo de
Marx sobe “La unión del creyente con Cristo” reflejaba también un profundo idealismo
humanitarista, ya que Marx encontraba la base de aquella unión en la aspiración
humana y sus efectos sobre un genuino amor de los hombres “que moldeará
hermosamente la vida y la elevará”. El examinador encontró el ensayo “Reflexiones de
un Joven” desdibujado a causa de expresiones inusitadas, pero el Comité examinador
estatal certificó que Marx era apto para ingresar a la universidad sobre la base de una
conducta general buena, desenvolvimiento en alemán y lenguas clásicas bueno o
superior, competente en doctrina cristiana, buen conocimiento de matemáticas y un
aceptable conocimiento de la física.
Todo el mundo tiene una meta que parece ser grandiosa, al menos para sí mismo, y lo
es cuando la más profunda convicción, la voz más interiorizada en el corazón así lo
afirman; pero la Deidad nunca deja al hombre sin guía en absoluto; la Deidad habla
suavemente, pero con firmeza.
1
Tomado de: Marx, Writings of the young Marx on Philosophy and Society, Editado y traducido
por Loyd D. Easton y Kurt H. Guddat, Anchor book , N. Y. , 1967, p. 35-39
2
Profesor del Departamento de Economía, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad
Nacional de Colombia. Sede Medellín.
Esta voz, sin embargo, puede ser fácilmente ahogada, y lo que creíamos era
inspiración puede haber sido creado por lo efímero del momento y de nuevo destruido
por éste mismo. Quizás nuestra fantasía esté inflamada y excitadas nuestras
emociones; fantasmas rondan ante nuestros ojos y con vehemencia nos lanzamos
hacia la meta, pensando que la Deidad nos la ha señalado, Pero lo que con tanta
ardentía presionábamos contra nuestro pecho, pronto nos repele, y vemos entonces
destruida toda nuestra existencia.
Pero no sólo la ambición puede causar una repentina inspiración acerca de una
posición; podemos haberla embellecido con nuestras fantasías hasta el máximo punto
que la vida puede ofrecer. No lo hemos analizado ni hemos sopesado la gran carga y
la enorme responsabilidad que ha de ser colocada sobre nuestros hombros. Sólo la
hemos avistado a la distancia, y la distancia distorsiona.
Pero no siempre podemos elegir la vocación para la cual creemos haber sido llamados.
Nuestras relaciones sociales, hasta cierto grado, han comenzado a formarse aún
antes de que nos hallemos en posibilidad de determinarlas.
Aunque con una naturaleza física inadecuada para nuestra posición no podemos
trabajar largo tiempo ni placenteramente, el pensamiento de sacrificar nuestro
bienestar en aras del deber, de actuar con debilidad o fortaleza, siempre se presenta.
Sin embargo, si hemos elegido una posición para la cual no poseemos talento, nunca
seremos capaces de ocuparla adecuadamente, pronto reconoceremos con vergüenza
nuestra propia incapacidad y nos enrostraremos nuestra propia condición de criaturas
inútiles, un miembro de la sociedad que no es capaz de ocupar sus puesto. El
resultado más natural es, entonces, la autocompasión y ¿qué sentimiento es más
doloroso, cuál puede ser menos desplazado por cualquier cosa que el mundo exterior
ofrezca? La autocompasión es una serpiente que eternamente anida en el pecho de
uno, que succiona la sangre del corazón y la mezcla con el veneno de la misantropía y
la desesperación.
Una decepción sobre nuestra capacidad para una posición que ya hayamos
examinado detenidamente es un hecho desgraciado que vengativamente se vuelve
contra nosotros y, aunque no pueda ser censurado por el mundo exterior, provoca en
nuestra alma un dolo más terrible que cualquiera de los que el mundo exterior pueda
producirnos.
¡La dignidad eleva al máximo al hombre, imprime una alta nobleza a todos sus actos, a
todas sus tentativas, y le permite erigirse en irreprochable, admirado por la
muchedumbre y por encima de ella!
Así como una posición sin dignidad nos rebaja, ciertamente sucumbimos a la carga de
aquella (posición) basada en ideas que después identificamos como falsas.
Las vocaciones que no se sustentan en la vida sino más bien en verdades abstractas
son las más peligrosas para el joven cuyos principios no están aún cristalizados, cuyas
convicciones no son aún firmes e incontrastables, aunque al mismo tiempo parezcan
ser las más elevadas cuando han echado profundas raíces en el alma y cuando
podemos sacrificar la vida y esforzarnos al máximo por las ideas que las sustentan.
Ellas pueden hacer feliz a aquel que ha sido llamado a ellas; pero pueden destruir a
aquel que las toma a la ligera, sin reflexión, obedeciendo al momento.
Pero la falta de opinión que tenemos de las ideas sobre las que se basa nuestra
vocación nos compromete más aún con la sociedad, engrandece nuestra propia
dignidad, hace sólidas nuestras acciones.
Cualquiera que elija una vocación a la que tiene en alta estima, deberá ser muy
cuidadoso de no hacerse indigno de ella; en consecuencia, tendrá que actuar con
nobleza precisamente porque noble es su posición en la sociedad.
El principio fundamental que debe guiarnos en la selección de una vocación es, sin
embargo, el bienestar de la humanidad, y nuestra propia perfección. Uno no debe
pensar que estos intereses combaten entre sí, que el uno debe destruir al otro. Más
bien, uno debe pensar que la naturaleza humana posibilita al hombre a alcanzar su
plenitud solamente al trabajar por la perfección y por el bienestar de su sociedad.
Si una persona sólo trabaja para sí misma podrá quizás llegar a ser un famoso
intelectual, un gran sabio, un poeta destacado, pero jamás un hombre completo,
genuinamente grande.
La historia califica como los más grandes hombres a aquellos que se han ennoblecido
a sí mimos trabajando por ideales universales. La experiencia cataloga como el
hombre más feliz a aquel que ha hecho feliz a más gente. La religión misma nos
enseña que el ideal por el cual todos estamos luchando se sacrificó a sí mismo en pro
de la humanidad, y ¿quién se atrevería a destruir un planteamiento semejante?