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Refelexiones de Un Joven Al Elegir Una Ocupación (1838)

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REFLEXIONES DE UN JOVEN AL ELEGIR UNA OCUPACIÓN (1835) 1

Por: Kart Marx


Traducción de Alonso Berrío Cárdenas2

PREFACIO DE LOS EDITORES

El siguiente ensayo es uno de los dos exámenes que Carlos Marx escribió en alemán
poco antes de su graduación en el Trier Gymnasiuim en septiembre 24 de 1835, Su
tono está impregnado de un espíritu de dedicación a la perfección y bienestar de toda
la humanidad. Revela un respeto especial por la vida dedicada a las ideas y es un
anticipo del punto de vista del Marx moderno de que nuestras relaciones sociales han
empezado a formarse antes de que podamos determinarlas. El segundo ensayo de
Marx sobe “La unión del creyente con Cristo” reflejaba también un profundo idealismo
humanitarista, ya que Marx encontraba la base de aquella unión en la aspiración
humana y sus efectos sobre un genuino amor de los hombres “que moldeará
hermosamente la vida y la elevará”. El examinador encontró el ensayo “Reflexiones de
un Joven” desdibujado a causa de expresiones inusitadas, pero el Comité examinador
estatal certificó que Marx era apto para ingresar a la universidad sobre la base de una
conducta general buena, desenvolvimiento en alemán y lenguas clásicas bueno o
superior, competente en doctrina cristiana, buen conocimiento de matemáticas y un
aceptable conocimiento de la física.

En el Gymnasium Marx había estado expuesto a la influencia de altos patrones de


competencia y de una atmósfera liberal. Buen número de sus profesores no gozaba
del favor de la policía secreta. El rector del Gyimnasium y el padre de Marx eran
miembros de una sociedad literaria liberal. Este último había abandonado el Judaísmo
a favor del Cristianismo en 1816 y estaba imbuido del espíritu de iluminación de
Federico El Grande.

La naturaleza ha asignado al animal la esfera de su actividad, y el animal actúa


calmadamente dentro de ella, no yendo más allá, ni añorando el que exista otra.
También al hombre la Deidad le asignó la meta general de mejorar el género humano
y a sí mismo, pero le dejó en libertad para buscar los medios, para alcanzar aquella
meta, para elegir la posición más apropiada en la sociedad a partir de la cual él puede
contribuir mejor a elevarse a sí mismo y al conjunto de aquella.
Esta elección representa un gran privilegio sobre las criaturas, pero al mismo tiempo,
un hecho que puede destruir la vida entera del hombre, derrumbar todos sus planes, y
hacerlo infeliz. Por tanto, un joven que inicia su carrera y que no desea abandonar sus
más profundos intereses al arbitrio del azar, ciertamente debe considerar como su más
sagrado deber el asumir esta elección con toda seriedad.

Todo el mundo tiene una meta que parece ser grandiosa, al menos para sí mismo, y lo
es cuando la más profunda convicción, la voz más interiorizada en el corazón así lo
afirman; pero la Deidad nunca deja al hombre sin guía en absoluto; la Deidad habla
suavemente, pero con firmeza.

1
Tomado de: Marx, Writings of the young Marx on Philosophy and Society, Editado y traducido
por Loyd D. Easton y Kurt H. Guddat, Anchor book , N. Y. , 1967, p. 35-39
2
Profesor del Departamento de Economía, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad
Nacional de Colombia. Sede Medellín.
Esta voz, sin embargo, puede ser fácilmente ahogada, y lo que creíamos era
inspiración puede haber sido creado por lo efímero del momento y de nuevo destruido
por éste mismo. Quizás nuestra fantasía esté inflamada y excitadas nuestras
emociones; fantasmas rondan ante nuestros ojos y con vehemencia nos lanzamos
hacia la meta, pensando que la Deidad nos la ha señalado, Pero lo que con tanta
ardentía presionábamos contra nuestro pecho, pronto nos repele, y vemos entonces
destruida toda nuestra existencia.

Por lo tanto debemos seriamente cuestionarnos si estamos realmente inspirados sobre


una vocación, si una voz interior la aprueba, o si la inspiración fue una decepción, si
aquello que tomamos por el llamado de la Deidad sólo fue un auteoengaño. Pero ¿de
qué otra forma podríamos reconocer esto, a no ser buscando la fuente de nuestra
inspiración?

Todo lo grande resplandece, el resplandor conduce a la ambición y ésta puede


fácilmente haber causado la inspiración o lo que pensábamos que lo era. Pero la razón
no puede por mucho tiempo detener a alguien que ha mordido el cebo de la ambición.
Se arrastrará irremediablemente hacia donde el vehemente llamado lo atrae; no podrá
él elegir más su posición, sino que más bien ella estará determinada por el
oportunismo y el brillo fugas del momento.

De manera pues que no estamos llamados a ocupar la posición en la que más


podamos brillar. Ella no es la que en la larga sucesión de años durante los cuales
podamos sustentarla, nunca nos hará seguros, vencedores y apasionados, o
subvertirá nuestra inspiración. Pronto veremos insatisfechos nuestros deseos y vacías
nuestras ideas. Nos resentiremos contra la Deidad y maldeciremos a la humanidad.

Pero no sólo la ambición puede causar una repentina inspiración acerca de una
posición; podemos haberla embellecido con nuestras fantasías hasta el máximo punto
que la vida puede ofrecer. No lo hemos analizado ni hemos sopesado la gran carga y
la enorme responsabilidad que ha de ser colocada sobre nuestros hombros. Sólo la
hemos avistado a la distancia, y la distancia distorsiona.

En esta materia nuestra propia razón no puede ser la consejera. Ni la experiencia, ni la


observación profunda sostienen nuestra razón, que está distorsionada por la emoción
y cegada por la fantasía.
Pero ¿dónde buscaremos ayuda cuando nuestra razón nos abandone? Nuestro
corazón clama por nuestros padres que han recorrido la ruta de la vida y han
experimentado la severidad del destino.

Y si nuestra inspiración aún persiste, si todavía amamos aquella posición y creemos


estar llamados a ella después de haberla puesto a prueba con objetividad, de haber
percibido su peso específico, y habernos puesto a tono con sus exigencias, entonces
debemos esforzarnos por alcanzarla y así la inspiración no nos decepcionará ni la
sobrecarga espiritual nos fatigara.

Pero no siempre podemos elegir la vocación para la cual creemos haber sido llamados.
Nuestras relaciones sociales, hasta cierto grado, han comenzado a formarse aún
antes de que nos hallemos en posibilidad de determinarlas.

¡Incluso nuestra naturaleza física con frecuencia se opone rudamente a nosotros, y


nadie se atreve a contrariar sus designios!
Para estar seguros, podemos elevarnos por encima de aquélla, pero sólo para caer
después más rápidamente. Entonces nos aventuramos a levantar un edificio sobe
bases falseadas y nuestra vida entera se convierte en una desafortunada batalla entre
el principio intelectual y el físico. Cuando uno no puede apaciguar las fuerzas que
luchan en su interior ¿cómo puede levantarse contra las tempestuosas urgencias de la
vida, cómo puede actuar serenamente? De la mera serenidad pueden emerger
grandes y maravillosas relaciones. La serenidad de espíritu es el único suelo en el que
pueden madurar los frutos.

Aunque con una naturaleza física inadecuada para nuestra posición no podemos
trabajar largo tiempo ni placenteramente, el pensamiento de sacrificar nuestro
bienestar en aras del deber, de actuar con debilidad o fortaleza, siempre se presenta.
Sin embargo, si hemos elegido una posición para la cual no poseemos talento, nunca
seremos capaces de ocuparla adecuadamente, pronto reconoceremos con vergüenza
nuestra propia incapacidad y nos enrostraremos nuestra propia condición de criaturas
inútiles, un miembro de la sociedad que no es capaz de ocupar sus puesto. El
resultado más natural es, entonces, la autocompasión y ¿qué sentimiento es más
doloroso, cuál puede ser menos desplazado por cualquier cosa que el mundo exterior
ofrezca? La autocompasión es una serpiente que eternamente anida en el pecho de
uno, que succiona la sangre del corazón y la mezcla con el veneno de la misantropía y
la desesperación.

Una decepción sobre nuestra capacidad para una posición que ya hayamos
examinado detenidamente es un hecho desgraciado que vengativamente se vuelve
contra nosotros y, aunque no pueda ser censurado por el mundo exterior, provoca en
nuestra alma un dolo más terrible que cualquiera de los que el mundo exterior pueda
producirnos.

Cuando lo hayamos sopesado todo, y cuando nuestras relaciones en la vida nos


permitan elegir cualquier posición dada, debemos optar por aquella que nos depare la
más grande dignidad, que esté basada sobre las ideas de cuya veracidad estamos
completamente convencidos, que ofrezca las más amplias potencialidades de trabajar
por la humanidad y de aproximación a la meta universal para la cual toda posición es
sólo un medio: la perfección.

¡La dignidad eleva al máximo al hombre, imprime una alta nobleza a todos sus actos, a
todas sus tentativas, y le permite erigirse en irreprochable, admirado por la
muchedumbre y por encima de ella!

Sólo aquella posición en la que no aparezcamos como serviles instrumentos sino


como elementos creadores dentro de nuestro círculo puede impartir dignidad. Sólo
aquella posición que no requiera de actos reprochables, ni siquiera en apariencia –
una posición que la mejor persona pueda asumir con noble orgullo podrá impartir
dignidad. La posición que más garantiza esto no siempre es la más alta, pero es
siempre la mejor.

Así como una posición sin dignidad nos rebaja, ciertamente sucumbimos a la carga de
aquella (posición) basada en ideas que después identificamos como falsas.

Entonces no encontramos refugio sino en la autodecepción, y ¡qué desesperado


recurso es aquél que es garantizado por la auto venganza!

Las vocaciones que no se sustentan en la vida sino más bien en verdades abstractas
son las más peligrosas para el joven cuyos principios no están aún cristalizados, cuyas
convicciones no son aún firmes e incontrastables, aunque al mismo tiempo parezcan
ser las más elevadas cuando han echado profundas raíces en el alma y cuando
podemos sacrificar la vida y esforzarnos al máximo por las ideas que las sustentan.
Ellas pueden hacer feliz a aquel que ha sido llamado a ellas; pero pueden destruir a
aquel que las toma a la ligera, sin reflexión, obedeciendo al momento.

Pero la falta de opinión que tenemos de las ideas sobre las que se basa nuestra
vocación nos compromete más aún con la sociedad, engrandece nuestra propia
dignidad, hace sólidas nuestras acciones.

Cualquiera que elija una vocación a la que tiene en alta estima, deberá ser muy
cuidadoso de no hacerse indigno de ella; en consecuencia, tendrá que actuar con
nobleza precisamente porque noble es su posición en la sociedad.

El principio fundamental que debe guiarnos en la selección de una vocación es, sin
embargo, el bienestar de la humanidad, y nuestra propia perfección. Uno no debe
pensar que estos intereses combaten entre sí, que el uno debe destruir al otro. Más
bien, uno debe pensar que la naturaleza humana posibilita al hombre a alcanzar su
plenitud solamente al trabajar por la perfección y por el bienestar de su sociedad.

Si una persona sólo trabaja para sí misma podrá quizás llegar a ser un famoso
intelectual, un gran sabio, un poeta destacado, pero jamás un hombre completo,
genuinamente grande.

La historia califica como los más grandes hombres a aquellos que se han ennoblecido
a sí mimos trabajando por ideales universales. La experiencia cataloga como el
hombre más feliz a aquel que ha hecho feliz a más gente. La religión misma nos
enseña que el ideal por el cual todos estamos luchando se sacrificó a sí mismo en pro
de la humanidad, y ¿quién se atrevería a destruir un planteamiento semejante?

Cuando hayamos elegido la vocación dentro de la cual podremos contribuir al máximo


a la humanidad, las responsabilidades no podrán amedrentarnos porque aquellas sólo
son sacrificios en aras de la totalidad. Entonces experimentaremos no una alegría
endeble, limitada y egoísta, sino que nuestra felicidad pertenecerá a millones,
nuestros logros vivirán silenciosa pero eternamente efectivos, y copiosas y brillantes
lágrimas de multitud de hombres nobles se derramarán sobre nuestras cenizas.

Marx, septiembre 24 de 1835

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