La Tía de Carlos
La Tía de Carlos
La Tía de Carlos
ebookelo.com - Página 2
Brandon Thomas
La tía de Carlos
ePub r1.1
Titivillus 15.05.18
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Título original: Charley’s Aunt
Brandon Thomas, 1892
Traducción: Pedro Gil
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PERSONAJES
CARMEN
ANA
DOÑA LUCÍA CASTELLO ENCANTADO DA SELVA FERMOSA
IRENE
JORGE
TELESFORO
DON FRANCISCO REDONDELLA
CARLOS
DON SERVANDO JUNCALES
GASPAR
MOZO 1º
MOZO 2º
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ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
JORGE y GASPAR
JORGE. (Sentado y escribiendo.) ¡Tampoco! ¡Al cesto! Y dicen que es fácil escribir
una carta amorosa. Lo que es para mí… (Rompe el papel y le arroja al cesto.) Vamos
con el vigésimo borrador. (Escribe.) «Sol de mi existencia, estrella de mi vida, lucero
de la mañana». ¡Anda! Ahora me he metido en el firmamento y no sé salir de él.
(Rompe el papel. Toma otro y escribe.) «Señora doña Carmen de la Peña y
Covarrubia. Muy señorita mía.» ¡Horror! (Rompe el papel y lo arroja al cesto.
Escribe nuevamente.) «Carmen de mi alma…» (Como satisfecho.) Esto es otra cosa;
esto ya quiere decir algo. «Carmen de mi alma.» (Leyendo lo escrito.)
GASPAR. (En la puerta del foro de la derecha.) ¿Hay permiso?
JORGE. (Leyendo.) «Carmen de mi alma, de mi…» Ahora voy a tener que romperme
el alma para poder seguir. (Levanta la vista y mira al cielo) ¿Todavía?… ¿qué
quieres?
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GASPAR. Pues… dinero.
JORGE. ¿Dinero? ¡Vete de aquí en seguida, estúpido! (Escribe.) «El hombre que
espera…» (Pausa conveniente.)
GASPAR. Corriente.
JORGE. ¿Cómo?
ESCENA II
CARLOS. ¿Eh?
JORGE. ¡Ah! ¿Eres tú, Carlos?, ¿qué te ocurre? (Levantándose y viniendo a primer
término.)
CARLOS. No, si te molesto…
JORGE. De ningún modo. Hablaba con ese imbécil de Gaspar, que ha venido a
meterme prisa en el preciso momento en que me disponía a escribir una carta
importantísima. Perdóname; estoy tan nervioso… tan excitado…
CARLOS. No me extraña; también yo lo estoy.
JORGE. ¿Tú?
CARLOS. ¡Claro! Como que también necesitaba escribir una carta importantísima.
JORGE. ¿A quién?
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JORGE. ¡Ya!… ¿Y qué más?
CARLOS. No he pasado de ahí. Tú que eres práctico en esta clase de asuntos y a todo
te atreves…
JORGE. ¿A todo? ¿Lo crees así?
CARLOS. Digo…
JORGE. ¡Y del mundo entero, sí, señor! ¡Haber tenido infinitas ocasiones de declararse
a esos dos ángeles y estar aún en el prólogo de su novela amorosa!… ¡Es
inconcebible! —¿Cuándo se marchan a Santander?
CARLOS. Creo que mañana. (Viveza en el diálogo.)
JORGE. ¿Y su tutor?
JORGE. Ya lo sé.
JORGE. Ya lo sé.
CARLOS. Hoy están solas con la vieja que les sirve de doncella y de aya.
JORGE. ¿Solas?
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CARLOS. Acabo de verlas en el jardín.
JORGE. Pues ¡malditos sean los inconvenientes! (Decidido, como tomando una
resolución.) Ponte el sombrero y sígueme.
CARLOS. ¿Cómo?
JORGE. ¡Sígueme!
JORGE. ¡Sígueme!
CARLOS. ¡No!, no me pidas imposibles: ¡yo no tengo valor sin prepararme antes!…
CARLOS. ¡Hombre!
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JORGE. Continúa. (Dictando.) «Los dos hemos nacido el uno para el otro, y usted debe
pertenecerme por toda la vida y toda la eternidad».
CARLOS. (Dejando de escribir.) ¡Imposible!, eso sí que no lo pongo; yo no puedo
comprometerme hasta ese punto.
JORGE. ¿Por qué?
CARLOS. Pero no una tía como la que a mí me ha tocado en suerte, que ha sido mi
Providencia. Ella se encargó de mi educación desde la muerte de mi padre.
JORGE. Bueno… ¿y qué? En idéntica situación me hallo yo respecto a mi tío
Francisco, capitán retirado de la Marina mercante, soltero empedernido, y que me
profesa tal afecto que, como sabes, ha comprado este hotel sólo para pasar algunas
temporadas a mi lado.
CARLOS. Y en cuyo hotel, con permiso de tu tío, me brindas generosa hospitalidad.
JORGE. Nada de generosa, puesto que contribuyes con tu haber mensual a nuestra
subsistencia. Pero, en fin… ¿decías?…
CARLOS. Que según me anuncia de Madrid mi excelente tía, debe llegar aquí de un
momento a otro.
JORGE. ¿Hoy?
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tesoros.» ¡Chieo!
CARLOS. Continúa.
JORGE. (Leyendo.) «El único pariente de doña Lucía, y por lo tanto su único heredero,
es un sobrino que actualmente cursa en El Escorial la carrera de Ingeniero de
montes.» ¡¡Tú!!
CARLOS. Yo.
CARLOS. Ni yo.
GASPAR. Aquí están las cuatro botellas. (Mostrando las que hay debajo de la mesa.)
JORGE. Y procura adornar esta habitación y que la mesa resulte digna de nuestra
ilustre huésped.
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GASPAR. Pero ¿qué adornos he de poner, si nada tenemos, y además no hay tiempo?
GASPAR. (Aparte.) Una orgía, y a fin de curso… ¡valientes notas vamos a sacar! (Vase
por el foro de la derecha.)
CARLOS. ¿Para quiénes son los cinco cubiertos que has pedido?
CARLOS. ¿Personalmente?
CARLOS. ¡Ay, Jorge, si vinieran! Pero no… no lo espero. ¡Dos jóvenes solteras y
honradas aceptar un almuerzo!…
JORGE. Dispuesto en honor de tu tía, una señora respetable; además, ¿le olvidas de lo
que repetidas veces he oído decir a Carmen? «La mujer que no desafía los peligros,
es porque no tiene confianza en sí misma.»
CARLOS. ¡Ay!, cómo me late el corazón al considerar…
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de aventuras tanto he hablado a usted? Una respuesta favorable constituirá mi mayor
ventura.» Firma, y déjame sitio para escribir la postdata. (Firma Carlos: se levanta, y
Jorge toma la pluma y escribe.) «Y un desaire equivaldría a firmar nuestra sentencia
de muerte.» Rompe esa carta de declaración; ya es inútil.
CARLOS. Sí; tú ya das por seguro…
GASPAR. (Saliendo por el foro con dos mozos con blusas, trayendo dos macetas con
grandes plantas; las dejan y vuelven a salir, trayendo otras dos, colocándolas: dos, a
los lados de la puerta del foro, y las otras dos en los costados de la decoración.)
¡Señorito!
JORGE. Deja eso. (Por las plantas.) ¿Avisaste a la fonda?
JORGE. ¿Cómo?
ESCENA ΙII
JORGE y CARLOS
JORGE. Conque ten mucha cordura, y por atender a Anita no vayas a pecar de
descortés e ingrato con tu buena tía.
CARLOS. ¿Eh?
CARLOS. De modo, que mientras tú te dedicas sólo a Carmen, yo… ¡adiós mis
ilusiones!
JORGE. Pues no hay remedio.
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CARLOS. Sí le hay; o sobra mi tía, o falta un acompañante.
JORGE. Sí, y el cómico; porque se pasa la vida entre la bicicleta y los bastidores.
ESCENA IV
TELESFORO con traje de ciclista saltando por la ventana de la izquierda con una
maleta en la mano.
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toda regla; ¡y nada me habían dicho!, ¡ah pérfidos!, pero me vengaré; es decir, ¡ya me
he vengado!) (Disponiéndose a salir con la maleta donde ha puesto las cuatro botellas
de Champagne) ¿Y por qué salir por la ventana? No, señor; por la puerta, y muy
tranquilo.
JORGE. (Que viene por el foro de la izquierda acompañado de Carlos, dice al ver a
Telesforo:) ¡Hombre, si está aquí!
TELESF. ¡Tableau!
ESCENA V
TELESFORO, JORGE y CARLOS
JORGE. ¿Cómo?
TELESF. Mira, Jorge, no abuses de mi carácter débil y del dominio que ejerces sobre
mí. Volveré más tarde. ¡Adiós!
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CARLOS. ¿No te dicen nada estos preliminares? (Por la mesa.)
CARLOS. Es que ella tendrá mucho gusto en conocer a un joven de tus prendas.
JORGE. Y de tu reputación.
JORGE. ¿No?
JORGE. ¿Eh?
CARLOS. ¿Cómo?
CARLOS. Y millonaria.
TELESF. ¿Eh?
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CARLOS. Y encantadora.
JORGE. ¡Y tan encantadora! Como que se llama doña Lucía Castello Encantado da
Selva Fermosa.
TELESF. ¡Ya!
TELESF. ¿Una vieja?… Me lo figuré… ¡Hasta luego! (Pausa: da un paso como para
marcharse.) A mí sólo me gustan las jóvenes.
JORGE. También asistirán al almuerzo.
TELESF. ¿Bonitas?
CARLOS. Dos.
TELESF. ¡Ah!, ¡vamos, comprendo! Una para cada uno de vosotros, y para mí la vieja.
¡Adiós! (Quiere marcharse y le detienen.)
JORGE. Espera: los dos estamos enamorados.
TELESF. Ya lo sé, de las dos pupilas del exagente de Bolsa. ¿Y queréis casaros?
JORGE. ¡Naturalmente!
JORGE. No; eso correrá por nuestra cuenta, mientras tú te ocupas de la tía.
CARLOS. ¡Ah!, ¡no tienes corazón ni sabes lo que es estar perdidamente enamorado!
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TELESF. ¿Que no lo sé? Hombre, precisamente me has tocado un punto…
TELESF. (Con algo de gravedad cómica.) ¡Miradme bien! ¿No adivináis en mi rostro
el melancólico estado de mi alma? ¿Por qué creéis que me he lanzado a esta vida de
crápula y de locura? ¿Por qué no abro un libro hace seis meses?
CARLOS. Por holgazán.
TELESF. ¡Oh!, porque estoy obsesionado por el recuerdo de una mujer. Soy el
romántico más melenudo que puede concebirse. Busco la soledad, y los paseos a la
luz de la luna son mi delicia: el canto del ruiseñor es el único que suena
agradablemente en mis oídos. Hago versos durante el día y no puedo dormir durante
la noche: en mi desesperación me entregué a la bebida; pero la bebida no me prueba.
JORGE. Lo suponemos.
TELESF. ¿Recordáis que en los exámenes del último curso salí reprobado?
TELESF. No, no es cosa de risa; (Con seriedad cómica.) nadie puede decir: «este curso
le aprobaré».
LOS DOS. Es verdad.
TELESF. Pues bien; para castigar mi holgazanería decidí abandonar los libros
temporalmente.
JORGE. ¡Gran decisión!
TELESF. Emprendí un viaje a Francia, estuve en París un par de meses, y por último,
recalé en Biarritz, donde trabé amistad con un compatriota nuestro que se encontraba
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en una situación apuradísima.
JORGE. ¿Conspiraba?
TELESF. Jugaba.
JORGE. Es lo mismo.
JORGE. ¡Ya!
CARLOS. Es claro.
TELESF. Yo inventaba juegos ingeniosos; pero al coronel sólo le distraían los juegos
de cartas… jugábamos a la brisca… al tute…
JORGE. Y al monte alguna que otra vez…
JORGE. ¿Resultados?
ESCENA VI
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JORGE. (A Telesforo.) No seas indiscreto.
TELESF. Pero…
JORGE. Decididamente.
TELESF. Sí.
JORGE. Pues esa señora es la tía de éste; me lo da el corazón; mira tú por donde vas a
cobrarte con creces el favor que nos haces.
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TELESF. ¡Si Dios quisiera!…
GASPAR. (Entrando por el foro de la derecha con una escusabaraja pequeña y dentro
una prenda de señora.) Aquí está la cesta.
TELESF. Gracias, Gaspar. Aguarda; voy a pagarte el viaje. (A Jorge.) ¿Quieres
prestarme un duro?
JORGE. No le tengo aquí. Carlos, dame un duro.
GASPAR. Muchas gracias. (De todos modos me he ganado un duro.) (Vase por el foro
de la derecha.)
JORGE. (Mirando el traje que está en el cesto.) Hombre no es feo el traje de
característica.
CARLOS. ¿A ver?
ESCENA VII
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JORGE, CARLOS, ANA y CARMEN; después, TELESFORO y GASPAR
JORGE. Calla. (Salen al encuentro de Ana y Carmen, que vienen por el foro de la
derecha.) ¡Oh!, ¡señoritas!, tenemos una verdadera honra en besar sus lindísimas
manos y en ponernos a sus pies.
CARLOS. Sí, en efecto.
ANA.Gracias.
CARMEN. ¿Eh?
TELESF. (Con falda. Al salir ve a Carmen y a Ana y se oculta.) ¡Oye, Jorge!… ¡¡Uy!!
ANA. (A Carlos.) Lo cierto es que su señora tía de usted merece talos agasajos.
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JORGE. No; la tía de Carlos no merece nada.
JORGE. Quiero decir que Carlos no gasta cumplimientos con su tía… Ustedes…
ustedes son las que… (Se alejan al foro Carmen y Jorge.)
CARLOS. (A Ana.) ¡Oh, señorita! Si usted pudiera comprender la emoción que en este
instante…
ANA. Diga usted…
ANA. A Santander, sí, señor. Mi tutor es una especie de hombre de las selvas; sólo se
encuentra bien en aquellas montañas.
CARLOS. ¡Cuánto mejor no es vivir aquí!
ANA. Ya lo creo.
CARLOS. Al fin este es un sitio Real, próximo a Madrid. ¿Le gusta a usted mucho la
corte?
ANA. ¡Oh!, según quien me la haga. (Con disimulada coquetería.)
JORGE. Aquel misterioso paseo bajo la bóveda de espeso follaje; la confidente de los
enamorados suspendida como inmensa lámpara de la bóveda celestial; los jazmines y
plantas trepadoras sirviendo de bóveda a… (¡nada, que no salgo del subterráneo!)
CARMEN. ¡Qué poético se ha vuelto usted, amigo mío!
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CARMEN. Usted y todos los jóvenes que a nosotras se acercan. La palabra boda le
horroriza.
JORGE. Comprendido. (Se alejan.)
ANA. (A Carlos: el mismo juego.) ¡Pero cuánto tarda en salir su señora tía!
CARMEN. (Despidiéndose y subiendo a la puerta por donde entraron.) Sí… sí… hasta
ahora mismo… Volveremos… palabra que volveremos. (Vanse. Carlos y Jorge las
acompañan hasta la puerta; se detienen un momento hasta que se supone que las
pierden de vista, haciendo muchos saludos. Vuelven al proscenio algo precipitados.)
JORGE. Y si por culpa tuya no vuelven… No pierdas un momento… a la estación…
(Empujándole para que se marche.) y no te me presentes sin tu tía.
CARLOS. (Saliendo precipitadamente.) A escape.
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GASPAR. (Entrando.) ¡Señorito!
ESCENA VIII
FRANC. (Con una maleta en la mano por el foro de la derecha.) ¡Jorge! ¡Mi querido
sobrino! (A Gaspar.) Pon por ahí esa maleta. (Se la lleva por la primera de la
izquierda y se va por el foro de la derecha.)
JORGE. (¡Mi tío!… ¡esto se complica!)
FRANC. De Madrid: tengo que hablarte de asuntos muy serios; pero antes voy a
entregarte tu pensión mensual.
JORGE. ¡Gracias! Crea usted que no le pagaré nunca…
FRANC. Ya lo sé. (Dándole dinero.) Ahí tienes tu dinero… estas (Dándole unas
facturas.) son las cuentas que has hecho en la fonda de Miranda, y que acabo de pagar
por ti.
JORGE. ¿Y ascienden?
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JORGE. (Examinando las cuentas.) Almuerzos… Cenas… Champagne… ¿Me he
bebido yo tanto Champagne?
FRANC. ¡Já!… ¡já!, ¡buen provecho te haga! Eres un buen estudiante, y tu tío está
orgulloso de ti… ¡Ah!… ¡y según me han dicho en la fonda, hoy has encargado un
suculento almuerzo! (Se sienta.)
JORGE. Sí… un compromiso… ya le explicaré a usted… (Sacando un cigarro puro y
ofreciéndoselo a su tío.) ¿Quiere usted un cigarro? Habano legítimo.
FRANC. Bribón, como conoces mi flaco. (Toma el tabaco, y después de mirarle
detenidamente dice.) Esta es comida cara para estudiantes.
JORGE. Pero no para tíos capitalistas.
FRANC. Que por cierto son enormes; así que lo menos en un par de años…
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FRANC. ¿Respecto a tu porvenir?
JORGE. En cinco minutos se cambia usted de ropa… Además, siendo usted el dueño
de la casa, me parece lo más natural…
ESCENA IX
DICHOS y CARLOS
FRANC. Me lo explico.
JORGE. (Dando prisa a su tío.) Conque no pierda usted tiempo; a cambiarse de ropa…
y no olvide usted el ramito en el ojal; eso viste mucho, y sobre todo, rejuvenece.
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FRANC. Pero si ya te he dicho que no…
JORGE. No vale negarse; ¿a qué se obliga usted sólo con conocer a la viuda?
FRANC. Ciertamente que a nada. (Carlos durante este diálogo, y después de las
presentaciones, se pasea y maestra su pesadumbre e inquietud por el telegrama que
tiene en la mano.)
JORGE. Pues entonces…
JORGE. No es igual.
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JORGE. (Remolcando a Carlos hasta la puerta de la habitación de Telesforo.) Fíjate en
Telesforo… y comprenderás.
CARLOS. ¿Qué vestido es ese?
ESCENA X
DICHOS y TELESFORO
CARLOS. Capaz de dar un chasco al hombre más experto. (Los tres personajes están
en el proscenio; pero Telesforo no deja de pasear, reuniéndose a Carlos y Jorge según
el diálogo.) ¿Y esta caída de ojos?, ¿y este golpe de impertinentes?
JORGE. Sí… sí… (Muy gozoso.) Un verdadero encanto. (Se oye la campanilla en la
puerta del foro.)
CARLOS. ¿Llaman? Ya están aquí.
TELESF. ¿Quiénes?
TELESF. ¿Eh?
TELESF. ¿Yo?… ¿yo la tía de Carlos?, ¿y por qué?, ¿quieres que me maten? (Jorge y
Carlos le han cogido cada uno de un brazo.) ¡Dejadme!, ¡vaya una vergüenza!
(Forcejea un poco, y Jorge obliga a Telesforo a sentarse, haciendo que tome una
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actitud correcta. Gaspar abre la puerta y entran Carmen y Ana.)
ESCENA ΧI
TELESF. Igualmente.
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TELESF. (Lo mismo.) Se me olvidó de figurarle.
ANA. (Fijándose en Carlos y notando algo extraño en él.) ¿Qué le pasa a usted, amigo
Carlos?, ¿no se halla usted bien?
CARLOS. ¡Perfectamente, señorita! Sólo que abrigo ciertos temores…
JORGE. Justo; su tía, a quien ve hoy por vez primera. (Aparte a Telesforo.) ¡Pero,
estúpido… habla de algo!… (Le da un pellizco.)
TELESF. (Bajo a Jorge.) ¿Y de qué voy a hablar?
(Carlos y Jorge procuran no retirarse mucho de Telesforo. Jorge sobre todo, deberá
estar casi constantemente a su lado sin separarse por eso del juego escénico ni olvidar
lo que indica el diálogo.)
TELESF. ¡En buen berenjenal me habéis metido! (Se le caen las flores.)
ANA. ¿Le molestan a usted las flores? Permítame usted… las pondré en agua… (Las
pone en un vaso que habrá en la mesa de la izquierda.)
CARMEN. ¿De modo que la variación de clima no le ha sentado a usted mal?
TELESF. No; estoy bien sentada… digo… el clima… (Bajo a Jorge, que está a su
lado.) ¿Por qué me pregunta eso?
JORGE. Porque eres americana.
TELESF. (Como contestando a Carmen.) ¡Ah!… Sí… me gusta mucho este clima…
(Bajo a Jorge.) ¿Cómo dices que me llamo?
JORGE. Doña Lucía.
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TELESF. ¿Portuguesa?
CARMEN. ¿Eh?
TELESF. Le conozco de oídas y por las descripciones… ¿quién no conoce a Felipe II?
TELESF. (Aparte.) Y la de arriba… arriba y abajo… ¡Qué jóvenes tan lindas y qué
placer siento!… (Jorge le da un puñetazo.)
ANA. Y esté usted segura de que no ha sembrado en terreno erial sus favores, porque
Carlos le está agradecidísimo, ¿verdad?
TELESF. ¡Oh!, ¡un ángel!… el retrato de mi difunto hermano…
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TELESF. ¡Hijo… a su único hijo!
ANA. Naturalmente. ¿Qué sería de ese pobre joven sin la protección de su excelente
tía? Por mi parte, ¿a qué ocultárselo?, yo la profeso a usted verdadero cariño.
TELESF. Cuando me trate usted más íntimamente… (A Carlos, que le ha dado un
puñetazo.) ¿Quieres no dar tan fuerte?
ANA. ¡Veo en usted casi una madre!… ¿Me permite usted que la dé un beso? (Se
levanta para darle un beso. Suena la campanilla.)
CARLOS. (Interponiéndose.) No… no; viene gente… (¡Bribón… granuja!)
TELESF. (No me desagrada mi papel.) (Gaspar entra muy deprisa y azorado, y al verle
Jorge le pregunta:)
JORGE. ¿Qué hay, Gaspar?
JORGE. Lo que tú quieras. Lo esencial es que nos libres de él. (Vanse Jorge y Carlos
por la primera puerta de la derecha.)
TELESF. Esto ya no me gusta.
ESCENA XII
TELESFORO y DON SERVANDO
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(Nota la presencia de Telesforo.) ¡Ah!
TELESF. ¿Qué desea usted?
TELESF. Ante todo, repórtese usted y no olvide que se halla delante de una señora.
SERV. No lo olvido.
SERV. No.
SERV. No.
SERV. ¡Vengo de allí!… ¡Oh!… ¡Las buscaré! Yo daré con ellas… y las aseguro…
(Gritando.)
TELESF. ¡Ay! ¡No grite usted así, que me ataca los nervios! (Don Servando ha cogido
el sombrero, se le pone y se levanta para marcharse.) ¡Y dale con cubrirse!…
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¡Descortés! (Le pega con el abanico y se lo tira.)
SERV. ¡No sé lo que hago!, ¡estoy frenético!… ¡loco! ¡Si las pillo!… (Vase por el foro
de la derecha furiosamente después de recoger el sombrero.)
ESCENA XIII
TELESFORO, ANA, CARMEN, JORGE y CARLOS. Después, DON FRANCISCO
por la primera de la izquierda, y GASPAR por la segunda de la derecha.
JORGE. No hay que asustarse; es mi tío Francisco que acaba de llegar y nos acompaña
a la mesa. (Se aproxima a Telesforo y le dice bajo y aparte:) A ver cómo te portas con
él.
TELESF. (Bajo a Jorge.) ¿Con quién? ¿Somos parientes?
JORGE. (Bajo.) ¿Pero no has comprendido aún?… Eres la tía de Carlos… del Brasil.
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FRANC. Si hace un instante me ha visto por la primera vez.
JORGE. Se engaña usted, querido tío; Carlos le conoce a usted perfectamente, porque
yo le he hecho el retrato de usted diferentes veces con una fidelidad fotográfica de
primer orden.
FRANC. (Aparte a Jorge.) ¿De veras pretendías casarme con esta mujer?
CARLOS. ¡Señores, a la mesa! (Ha llamado a Gaspar, y entre los dos colocan la mesa
en el centro de la escena.)
FRANC. ¿Me concede usted el honor?… (Le da el brazo y le lleva hasta la mesa.)
TELESF. ¡Gracias! ¡Es usted muy amable! (Todos se sientan; pausa; uno de los mozos
saca una fuente con ostras.)
FRANC. ¿De modo, señora, que usted ha corrido mucho?
JORGE. ¿Pimienta?
TELESF. (Fijándose en el ramo que tiene en el ojal don Francisco.) ¡Qué bouquet tan
precioso!
FRANC. ¿Me permite usted ofrecérsele? (Se lo da.)
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JORGE. ¿No las pusiste en hielo?
TELESF. ¿No aparece?… Nada hay perdido; yo soy muy previsora y traigo unas
cuantas botellas en mi saco de viaje… ¡Allí está!
JORGE. (Bajo y aparte a Telesforo.) ¡Ah, pillo!… ¡ya ajustaremos cuentas! (Le da un
puñetazo. Gaspar saca las botellas del saco de viaje o la maleta con rabia. Llaman a la
campanilla muy fuerte.)
CARLOS. ¿Otra vez llaman?
ESCENA XIV
SERV. (Entra precipitadamente sin quitarse el sombrero.) ¡Ah!, ¡lo sospechaba!, ¡aquí
están!
ANA y CARLOS. ¡Por Dios!
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SERV. ¡A usted no le importa, señora mía!
FRANC. (Con dignidad.) Le advierto a usted que está usted en mi casa y en presencia
de una señora…
TELESF. Distinguidísima.
FRANC. ¡Cuando sepa usted quién es esta señora!… ¡Doña Lucía Castello Encantado
da Selva Fermosa! (Con mucho énfasis.)
SERV.¡Oh!… ¿Usted?… ¡Usted doña Lucía?
SERV. (Haciendo una gran reverencia.) ¡La viuda brasileña… de que hablan tanto los
periódicos! ¿La millonaria? ¡Oh, señora!… perdone usted… estoy confundido…
consternado…
JORGE. (Bajo y aparte a Telesforo.) Invítale a almorzar.
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ridícula; pero una vez que solicita mi perdón…
SERV.¡No uno; mil perdones!
SERV. (Muy contento.) ¡Acepto! ¡Qué noble venganza!… Usted me honra de tal
modo… Pero, de veras: ¿no me guarda rencor?
TELESF. (Dando a Servando el bouquet que antes le ofreció don Francisco.) Sean estas
flores símbolo de paz entre nosotros. (Al dárselas, Servando le besa la mano.)
FRANC. (Asombrado.) ¡Y le da mi bouquet!
(Los cuatro jóvenes van a colocarse como estaban antes. Don Servando se quita el
sombrero y deja el quitasol.)
FRANC. (Ofreciendo el brazo a Telesforo, que estará retirado al lado de la ventana de
la izquierda.) Doña Lucía… ¿quiere usted favorecerme?…
SERV. (Por el otro lado, haciendo el mismo ofrecimiento a Telesforo.) ¿Se dignará
usted aceptar?…
FRANC. (Viendo el ofrecimiento que hace Servando.) No; permítame… yo he sido el
primero.
SERV. Sin embargo… yo no renuncio…
TELESF. (Con mucha amabilidad.) Pues bien; ¡los dos!… ¡acepto los dos brazos! (Da
el brazo con mucha coquetería a los dos y van a la mesa. Francisco, Servando, Jorge
y Carlos toman cada uno una silla, que ofrecen a Telesforo: éste vacila sin saber cuál
aceptar, y los otros, creyendo cada uno que toma la silla del otro, las retiran en el
momento que Telesforo va a sentarse, y se cae al suelo. Todos acuden a levantarle.
Animación. Telón rápido.)
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ACTO SEGUNDO
Hotel de Jorge, rodeado completamente por el jardín. Fachada a todo foro, con
escalinata y un rótulo que diga: «Villa Redondela.» Sillería y velador rústico en el
centro de la escena.
ESCENA PRIMERA
GASPAR. ¡Esto es graciosísimo! He visto en mi vida muchas viejas ridículas; pero una
vieja de la especie de don Telesforo, jamás. ¡Y pensar que estamos a fin de curso y
que dentro de un año los estudiantes calaveras de hoy se convertirán en respetables
Ingenieros! (Ha ido colocando sillas alrededor de una mesa.)
JORGE. (Saliendo por el tercer término de la derecha.) ¿Qué haces aquí?
JORGE. Gracias; pero no tienes por qué mezclarte en nuestros asuntos. Prepara el café;
lo tomaremos aquí.
GASPAR. Al momento. (Vase al hotel.)
CARLOS. Y yo a Anita.
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JORGE. Juguemos entonces a cara o cruz quién debe dejar el campo libre. (Saca una
moneda del bolsillo y la tira sobre el velador.) Cara para ti, Ana; y cruz, Carmen. (Al
tirar la moneda ha visto venir a Carmen.) ¡Ah!… Ella…
CARMEN. (Por el fondo de la izquierda.) (Veremos si se decide… ¡Oh!)
JORGE. (¡Qué situación tan deliciosa!) Carlos, ¿has enseñado a Anita todo el jardín?…
Sé galante… llévala a la estufa… y después a ver los rosales… y después a la
huerta… la gustará a usted… hay legumbres de todas clases… Dentro de media hora
esperamos a ustedes para el café… ¡Anda, hombre!, ¡anda! (Vanse por el tercer
término de la izquierda.) (A Carmen.) Y mientras ellos recorren el jardín…
nosotros…
CARMEN. ¿Qué?
JORGE. Que tengo que pedirle a usted mil perdones por haber estado tan poco
expresivo durante el almuerzo.
CARMEN. (Sentándose junto al velador.) No lo creo yo así.
JORGE. (Apoyando una mano en el respaldo de la silla que ocupa Carmen.) He debido
dedicarme a usted por completo.
CARMEN. Hubiese sido una falta de atención a los demás invitados… En un almuerzo
familiar las conversaciones deben ser generales.
JORGE. Sí… es cierto… Después… es otra cosa… (Pausa.) después… es otra cosa.
(Pausa.)
CARMEN. (Levantándose.) ¡Uy!, ¡qué calor hace!
ESCENA II
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FRANC. (Que viene por el tercer término de la derecha.) ¿Estorbo?
JORGE. (Bajo y aparte a su tío.) (Yo le diría a usted que sí; pero va usted a
incomodarse.)
FRANC. Es un solo momento. (Carmen da algunos pasos para marcharse.) No; no se
marche usted, señorita: quiero decir sólo dos palabras a mi sobrino.
CARMEN. Ya me iba; (Mirando significativamente a Jorge y marcando mucho las
palabras.) me espera mi hermana… junto a los rosales, y después deseo ver la estufa
y la huerta.
JORGE. (¡Ah!… ¡Comprendo!)
JORGE. ¿Cuál?
FRANC. Tú sabes muy bien que tu tío es capaz de todo por ti.
JORGE. Lo sé.
FRANC. Y por labrar tu felicidad estoy dispuesto a saltar por todos los obstáculos y a
seguir tu consejo; me casaré con una mujer rica.
JORGE. ¿Ha encontrado usted una mujer rica, simpática y joven?
JORGE. Pues, francamente, tío, le agradezco a usted mucho el sacrificio que intenta
usted hacer por mí… pero eso de casarse sólo por el dinero… ¿Y quién es ella?
FRANC. La conoces mejor que yo, puesto que tú mismo me indicaste…
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obstáculo insuperable?
JORGE. ¡Inmenso!
ESCENA III
CARLOS. Mira, Jorge; hay que tomar una determinación enérgica contra ese tunante de
Telesforo; está abusando de su papel de una manera indigna; ha cogido a Anita del
brazo y no hay medio de que la suelte.
JORGE. ¡Si fuera esa la única contrariedad!
CARLOS. ¡Ya!, ¡para ti no tendrá importancia; pero para mí!… (Se oye un taponazo al
descorchar una botella de Champagne.)
JORGE. ¿Oyes ese taponazo?
CARLOS. ¿Qué?
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JORGE. ¡A Telesforo! ¡¡Va a pedirle su mano!! (Consternado.)
CARLOS. En la huerta; pero cualquiera da con él; esto es muy grande… y además, el
muy pillo huirá de nosotros.
JORGE. Pues no hay remedio; recorramos la posesión; tú por un lado y yo por otro…
¡anda!
CARLOS. ¡Le mato si no abandona su presa! (Se va Carlos por la izquierda y Jorge por
la derecha.)
ESCENA IV
DON FRANCISCO, por el hotel, y JUNCALES, por la segunda de la izquierda.
FRANC. ¡Ya estoy preparado! Ya me siento capaz de desposarme hoy mismo. (Mira el
reloj.) ¿Por qué no viene? Pasa cinco minutos de la hora fijada… Creo que se
acerca… sí… doña Lucía… (Entra Juncales.) ¡Uf!, ¡es mi rival! (Se vuelve para no
verle.) ¡Viejo más estrafalario!… y siempre presumiendo con mis flores… (Pausa.)
¿Busca usted a alguna persona?
SERV. No… no… (Este es el sitio que me ha indicado…) (A don Francisco.) Qué gran
día, ¿eh? ¡Bien nos divertimos!
FRANC. Sí; mucho.
SERV. Gracias, no fumo. (Saca el reloj y mira la hora.) (¿Se habrá olvidado de la
hora? Quedamos en que vendría ella aquí.)
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FRANC. (¡Hay que alejar a este importuno! Si al menos el humo del cigarro le hiciese
mal…) (Se levanta; fuma muy fuerte y echa todo el humo a Juncales en pleno rostro.)
¿Le molesta a usted el humo?
SERV. No; no, señor; nada de eso. (Tose; don Francisco se sienta otra vez.) (Y se
sienta nuevamente.)
FRANC. Voy a acabar aquí mi cigarro antes de volver a reunirme con las señoras; doña
Lucía es muy delicada, y es natural que el humo… ahora la he dejado…
SERV. ¿A doña Lucía? ¿Dónde?
SERV. ¡Adiós!
SERV. Sí; a tomar el aire. (Vase rápidamente por el cuarto término de la derecha.)
FRANC. ¡Já!… ¡já!… qué paso lleva; le cacé en sus propias redes.
ESCENA V
FRANC. Y me extraña, porque me dijo que la esperase aquí… a no ser que haya
entendido yo mal…
JORGE. ¿No le habrá citado a usted junto a los rosales… o en la huerta?
FRANC. Creo que no… allí acabo de mandar a ese estúpido de tutor.
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FRANC. ¡Demonio! (Vase corriendo por la tercera de la derecha.)
ESCENA VI
JORGE. No.
CARLOS. ¿Pero dónde se mete ese pillastre? Te juro que en cuanto le eche la vista
encima… ¡Ah, mírale!… Voy… (Los dos ven a Telesforo venir muy tranquilo por la
tercera de la izquierda dando el brazo a Ana. Carlos da un paso como para salir al
encuentro. Jorge le detiene.)
JORGE. ¡Calma! Que vas a descubrirlo todo…
JORGE. (Bajo a Telesforo.) ¿Dónde te has llevado a Anita?… ¡Mal amigo! (Le da un
puñetazo.)
TELESF. (Bajo a Jorge.) ¿Cómo mal amigo?
JORGE. (A Telesforo.) Quieto aquí; tenemos que hablar. (A Carlos, alto.) Carlos, ¿no
le has enseñado a Anita los peces de colores que hay en el lago de la gruta?
TELESF. ¡Já!… ¡já!…
JORGE. ¿Qué?
CARLOS. Con mil amores, señorita. (Al marcharse, dice aparte y bajo a Telesforo.)
(Contigo tengo que hablar muy despacio.) (Vanse por la izquierda.)
JORGE. Ahora hablemos seriamente.
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TELESF. ¿Tú también?
TELESF. ¿Y no hago todo lo posible por complaceros? ¿Qué más podéis pedirme?
TELESF. Ya escucho.
TELESF. ¡Ah! ¿Y por complaceros a vosotros debo casarme con tu tío?… No; hasta
ahí no llego… la amistad tiene sus límites.
JORGE. No te las eches de gracioso. Rechazas su petición, pero dulcemente,
mostrándote al propio tiempo reconocido.
TELESF. Reconocida, querrás decir.
JORGE. Sí; eso es, reconocida. Ponte en el caso de una verdadera señora de cierta
edad, digna, respetable, discreta…
TELESF. ¿Y yo qué sé lo que contestaría una señora de cierta edad, ante una
declaración semejante?
JORGE.(Mira, y se supone que ve venir a su tío.) Silencio, mi tío.
JORGE. Es preciso que le oigas. Es preciso. (Vase corriendo por la segunda puerta de
la derecha.)
ESCENA VII
TELESFORO y FRANCISCO
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FRANC. (Por la tercera puerta de la derecha.) ¡Por fin! La he buscado a usted por todas
partes…
TELESF. Y yo aquí tan tranquilo… digo… tan tranquila…
TELESF. ¡No! Sí… sí… le esperaba a usted. (Don Francisco le ofrece una silla.)
Gracias. (Pequeña pausa.)
FRANC. Doña Lucía, soy un antiguo capitán de la Marina mercante, y gusto poco de
rodeos y vacilaciones. En presencia de usted me sucede lo que al triste caminante,
que al atravesar la soledad del desierto anda… y anda… y anda… hasta que por fin…
(Sentándose.)
TELESF. Se sienta.
FRANC. ¡Sí, doña Lucía! Usted… usted… (Se ruboriza; buena señal.)
FRANC. (Esta mujer tiene lo menos cincuenta años.) ¿Se imagina usted, señora, lo que
el pobre caminante del desierto ambiciona con más ardiente pasión?
TELESF. Sí… Una botella de cognac.
FRANC. (Que prosaica.) No, doña Lucía; lo que ambiciona con más ardiente afán el
pobre caminante que atraviesa solo el desierto de la vida es estrechar contra su pecho
la adorable violeta del prado.
TELESF. ¡Ya! (Agita mucho el abanico.)
FRANC. ¡Doña Lucía!, ¡basta de vacilaciones! ¿Quiere usted ser mi esposa?… ¿la
violeta?… (Con resolución.)
TELESF. Del prado lleno de flores…
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FRANC. Pero, bien… ¿qué responde usted a mis ansias?… ¿qué puedo esperar?
TELESF. ¡Niente! ¡Lasciate ogni speranza! (Me parece que con más dulzura…)
TELESF. ¡Es preciso!… ¡Mi corazón no me pertenece; amo a otra… digo… a otro!
FRANC. ¿Fraternal?
TELESF. Yo no soy una mujer como las demás; yo soy un caso raro de la vida.
FRANC. No hay más que resignarse. Ruego a usted que perdone mi atrevimiento…
TELESF. ¡Bah!
ESCENA VIII
TELESF. Porque he tenido que esperar a que me pida mi mano; y ya viste con qué
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dulzura se la negué. Lasciate ogni speranza; pero, en fin, si no os doy gusto en mi
papel… con quitarme las faldas…
JORGE. No; ¡eso nunca!, ¡todavía no!
TELESF. (Mira a la derecha y se supone que ha visto al tutor que se dirige a él.)
¡Cielos!… ¡el tutor!… ¡el otro pretendiente a mi mano!, ¡pues lo que es éste… no me
pilla!… no resisto una segunda declaración. (Vase corriendo por la primera puerta de
la izquierda.)
SERV. (Saliendo por la tercera puerta de la derecha.) Amigo Jorge… ¿sabe usted por
casualidad dónde se halla?… ¡Ah!, ¡allí la veo! (Vase apresuradamente por la primera
de la izquierda.)
JORGE. ¡Otro loco por doña Lucía! ¡Esta es una casa de Orates! ¿Por qué no habrá
venido la verdadera tía de Carlos?… Corro en busca de mi Carmela. (Vase por la
tercera puerta de la izquierda.)
ESCENA IX
DOÑA LUCÍA e IRENE
LUCÍA. (Por la derecha: tercer término.) Según dice el portero, en el jardín podremos
encontrar a Carlos.
IRENE. Pues no se ve a nadie.
LUCÍA. (Leyendo el rótulo que habrá sobre la puerta del hotel.) «Villa Redondela»…
Redondela, ¡qué casualidad!… ¡Mi sobrino viviendo en un hotel que lleva semejante
apellido!… no creí que…
IRENE. ¿Qué?
IRENE. Quizás Carlos no viva aquí y pase el día con algún amigo suyo.
LUCÍA. ¡Cierto!, mía ha sido la culpa; le telegrafíe diciéndole que no me esperara hoy.
Por fortuna, el negocio que me detenía se resolvió con más facilidad de la que
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sospechaba y decidí dar a Carlos esta sorpresa.
IRENE. ¡Qué simpática es esta población!… ¡qué aires tan puros!… ¡y qué dulce
reposo debe gozarse aquí!
LUCÍA. La juventud todo lo ve de color de rosa.
IRENE. Cierto; ¡y eso que mi juventud no ha podido ser más triste! Usted lo sabe bien.
LUCÍA. A ti, a las cualidades que te adornan y al interés que tu soledad inspira.
IRENE. A usted, que desde que murió mi padre ha sido mi Providencia: ¿qué sería de
mí, huérfana y desamparada, sin una protectora como usted?
LUCÍA. Protección que me reporta a mí una gran alegría. ¿Quién saca más provecho
de este negocio? Yo, que casi sin afecciones ya en el mundo y dueña de cuantiosa
fortuna, he encontrado en ti una hija cariñosa; ¿no es verdad?
IRENE. Sí, madre mía; ¿me permite que la dé ese nombre?
LUCÍA. Sí; ese es mi único anhelo… ¡Tu madre! Y voy a empezar a usar de mis
prerrogativas… Vamos a ver: ¿de dónde proceden esos miles de duros que te dejó al
morir tu pobre padre? Según se decía, en Biarritz le había arruinado la ruleta.
IRENE. Es verdad; pero aunque estaba enfermo, siguió jugando hasta el último
instante.
LUCÍA. ¡Afición es!… ¿y con quién jugaba?
IRENE. Con un joven que conocimos allí y que por hacer compañía a mi padre…
LUCÍA. ¡Ya! (Como comprendiendo todo lo que va a decir Irene.) Y ese joven ¿era
rico?
IRENE. Creo que no; pero había ganado una fuerte suma en el casino.
LUCÍA. Y él, por hacerse simpático a los ojos del papá y conquistar al propio tiempo
el corazón de su hija…
IRENE. ¿No le parece a usted que debo buscar a ese joven y devolverle su dinero?
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LUCÍA. ¿Y dónde se encuentra?
LUCÍA. No te querría, o sería uno de esos hombres que no se atreven a descubrir sus
sentimientos. ¡Hay tantos de su clase!…
IRENE. ¿Acaso usted también ha sido víctima?
LUCÍA. ¡Es una historia muy añeja!, hace muchos años, yo era joven, él muy tímido.
Una noche, en un baile celebrado a bordo de una fragata en el puerto de Vigo, creí
que iba a declararme su pasión; pero, ¡nada!, ¡siguió callando!… partió al otro día
para América en calidad de grumete y no le he vuelto a ver más.
IRENE. ¿Cómo se llamaba?
LUCÍA. Francisco Redondela; el mismo apellido del dueño de esta finca. ¡Ya ves si es
casualidad!
IRENE. ¡Y grande! (Leyendo el rótulo.) «Villa Redondela.»
ESCENA X
LUCÍA. ¿Francisco? (¡Es él!) (Aparte y bajo a Irene.) (Sí; el grumete de hace
veinticinco años.) ¿Y usted no conoció a cierto grumete de Vigo?
FRANC. ¿Que llegó a capitán y se retiró con sus galones?… Ese soy yo.
LUCÍA. (Me ha olvidado por completo.) ¿No recuerda usted un baile celebrado a
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bordo de una fragata… en Vigo… el día antes de partir usted para América?
FRANC. ¡Sí… sí… ya caigo!
FRANC. ¡Ah!… ¡Torpe de mí!… Lucía… usted es Lucía… perdóneme usted, señora.
¡Soy un necio! Aquella noche no debió borrarse nunca de mi memoria… ¡En fin, no
estaría de Dios!, pero también es casualidad que al cabo de veinticinco años… Yo,
por supuesto, y en cierto modo, le he sido a usted fiel; no me he casado.
LUCÍA. Yo sí.
LUCÍA. Es mi hija.
LUCÍA. Murió.
FRANC. ¿Y ha venido usted al Escorial como simple tourista? ¿Viajan ustedes por
puro recreo? Perfectamente. Si usted me lo permite, le presentaré a mi sobrino
Jorge… Hoy estamos de fiesta… Mi sobrino vive aquí, en este hotel, que es mío… es
decir, de ustedes. Vive en compañía de un íntimo amigo suyo, Carlos, que hoy da un
almuerzo en honor de su tía.
LUCÍA. ¿De qué tía?
FRANC. De la tía de Carlos; una señora que ha venido hace poco tiempo del Brasil.
Doña Lucia Castello Encantado da Selva Fermosa. Las presentaré a ustedes a ella.
IRENE. (Bajo a doña Lucía.) ¿Qué significa esto?
LUCÍA. (Bajo a Irene.) ¡Calla!… ¿De modo que esa doña Lucía ha venido ya?
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LUCÍA. Sígueme. (Vanse por la derecha. Cuando estos han desaparecido, llegan
corriendo, Telesforo por la primera de la izquierda, y al poco rato Juncales, por el
mismo sitio, atraviesan la escena y desaparecen por la derecha; el primero con las
faldas muy recogidas y como huyendo de Juncales para que no le vea.)
GASPAR. (Por el hotel.) ¡Calle!, don Telesforo… digo… doña Lucía, jugando al
escondite con el tutor… De aquí saldremos para la cárcel o para un manicomio.
ESCENA XI
Carmen y Jorge vienen por la izquierda muy amartelados sin ver a Gaspar.
CARMEN. ¡Por fin estamos solos! Ya lo sé… me lo ha dicho usted cincuenta veces.
JORGE. ¡Si es que siempre hay algún importuno! En fin, al grano. (Se sientan junto al
velador.)
CARMEN. (A ver si quiere Dios…)
JORGE. Usted me cree rico, ¿no es verdad? Pues se engaña usted. Yo no tengo más
porvenir que mi trabajo.
CARMEN. ¡Qué remedio!… El trabajo alegra la vida.
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JORGE. Trabajaré… me labraré una posición… pero es necesario empezar por el
principio…
CARMEN. Naturalmente.
CARMEN. Es claro.
CARMEN. Modestísima.
CARMEN. ¡Gracias a Dios que me hace usted esa pregunta!… Sí, señor… sí… ¡le
amo!… te amó tanto por lo menos como tú a mí.
JORGE. ¡Bendita seas!… ¡A casarnos!
CARMEN. Por mí… Pero antes es preciso arrancar el consentimiento a mi tutor; sin ese
requisito…
JORGE. ¿Y lo negará?
JORGE. Le rogaré.
JORGE. Le amenazaré.
JORGE. ¿Y es?…
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CARMEN. Doña Lucía… la tía de Carlos.
ESCENA XII
JORGE; CARLOS, por la izquierda, y después, TELESFORO y JUNCALES, por la
izquierda, último término.
CARLOS. «¡Ya era tiempo!» ¡pero me lo ha dicho con una dulzura… y lanzándome
unas miradas!… Ahora lo importante es obtener el consentimiento de su tutor.
JORGE. ¡Casi nada! ¡Cualquiera lo logra!
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JORGE. Reflexionemos; tengamos sangre fría. (Telesforo atraviesa corriendo el
escenario como el que trata de despistar al que le persigue. Juncales viene como
persiguiéndole; los dos por la izquierda: registra algunos sitios y desaparece. No ha
visto a Telesforo, que se ha escondido en la primera de la derecha, detrás de unos
macizos de flores. Jorge le ve, deja que desaparezca Juncales y se va furioso adonde
está Telesforo.) ¡Bandido! (Le trae al centro.)
CARLOS. Nos estás comprometiendo con tus fantochadas.
TELESF. ¿Con mis fantochadas? ¿Queréis que me deje seducir por ese viejo? ¡Qué
persecución! Comprendo que algunas mujeres se rindan… de cansancio.
CARLOS. Tú tienes la culpa de cuanto nos sucede.
TELESF. ¿Yo?
JORGE. ¡Oh! (Le cogen y le obligan a vestirse.) ¿Es que quieres perdernos?
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JORGE. No es nuestra la culpa.
TELESF. ¿También a ese? ¡Me van a tomar por una vieja ridícula y escandalosa!
JORGE. ¡Silencio! Nuestras futuras. (Antes, y desde que sale Telesforo, después del
mutis del tutor, Carlos y Jorge han puesto en orden los vestidos y adornos a
Telesforo.)
ESCENA XIII
CARMEN. ¡Jorge!… Su tío y mi tutor están paseando por la huerta con dos señoras que
no conocemos.
JORGE. ¿Dos señoras?
CARMEN y ANA. ¡Hasta luego! (Carlos y Jorge se dirigen al fondo como para
marcharse, pero se ocultan nada más. Telesforo, que se ha sentado en el centro de la
escena ve el juego de sus amigos. Carmen y Ana, toman dos sillas y se sientan una a
cada lado de Telesforo.)
TELESF. (¡Qué escamones! ¡Se quedan escondidos!) Conque sepamos lo que tenían
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ustedes que decirme, hijas mías… siéntense ustedes aquí… a mi lado… cerca… muy
cerca… como si fuéramos un grupo de familia.
ANA. ¿De familia?… (A Carmen.) Díselo todo… ¡es tan bondadosa!
CARMEN. Pues bien; supongo sabrá usted que el señor de Juncales es nuestro tutor.
TELESF. Lo sé.
CARMEN. Pero lo que usted ignora seguramente es que nuestro buen padre dejó dicho
en su testamento que si nos casábamos antes de llegar a la mayor edad sin el previo
permiso de nuestro tutor, éste no nos entregaría nuestra fortuna hasta transcurrir el
tiempo marcado por la ley.
TELESF. ¡Sabia resolución!
ANA. ¿Por qué ha de estar una condenada a no casarse hasta los veintiún años?
TELESF. Como que hay corazones que a los veinte ya empiezan a encanecer.
ANA. Y yo dieciocho.
ANA. Y yo lo mismo.
CARMEN. A Carlos; dilo de una vez. ¡Si doña Lucía es muy buena!
ANA. La suma bondad. (Carmen y Ana acarician a Telesforo; Jorge y Carlos se han
aproximado, poniéndose detrás de la silla de Telesforo y dan a éste pellizcos y
puñetazos, según se marca el diálogo.)
TELESF. (¡Qué estacazo me van a costar estas caricias!) ¿Con que a mi sobrino, eh?
¡Ambiciosilla!
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ANA. ¿Se opone usted, acaso?
TELESF. (Dirigiéndose a Jorge y Carlos.) ¿Qué buscan ustedes aquí? ¿No saben que
queremos estar solas?
CARLOS. (A Jorge, algo retirados al fondo.) Imposible que esto continúe así.
JORGE. Déjalo por mi cuenta; ve a decir a Gaspar que sirva el café; yo, por mi parte,
procuraré que los demás invitados vengan a interrumpir el terceto. (Carlos entra en el
hotel y sale al poco rato y se va por la derecha arriba. Jorge por la izquierda.)
TELESF. ¡Hase visto los importunos! Continúen ustedes, hijas mías. ¡Uf! (Ana y
Carmen se acercan más que antes a Telesforo.)
CARMEN. No te acerques tanto, Ana, que molestas a doña Lucía.
CARMEN. Prontito.
ANA. En seguida.
ANA. ¿Y el testamento?
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CARMEN. ¿Y de qué viviremos? Porque Jorge no tiene ya nada.
TELESF. ¡Desdichado!
CARMEN. ¿Que no? ¡Grandísimo! ¿Cree usted que no hemos notado la simpatía que
ha despertado usted en él?
ANA. Sea usted nuestra Providencia.
ANA. ¿Sí?
ESCENA XIV
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TELESFORO, GASPAR, JUNCALES, DOÑA LUCÍA, DON FRANCISCO,
CARLOS, JORGE, ANA y CARMEN; después, IRENE
Gaspar sale del hotel, con bandeja, ocho tazas, platillos, cucharillas y azucarero con
tenacillas, y lo coloca en el velador.
TELESF. Gaspar, llegas a punto. Tráeme un vaso de agua con cognac, grande, muy
grande… estoy ardiendo.
GASPAR. ¡Já!, ¡já!… Ahí tiene usted el estanque.
TELESF. Anda. (Gaspar entra en el hotel.) (¡Adiós!… ¡Mi sombra negra!) (Viendo a
Juncales que viene por la derecha.)
SERV. Doña Lucía, mis pupilas acaban de decirme que usted me buscaba. (Pone el
sombrero de copa encima del velador.) ¿Es cierto? ¿Es posible que sea tanta mi
fortuna? ¡Oh! (Gaspar viene y deja sobre el velador el cognac que ha pedido
Telesforo; Juncales bebe.) ¡Gracias!
LUCÍA. (Por la derecha.) ¡Señor de Juncales!
SERV. Con mucho gusto. —La señora de Monforte. —Doña Lucía Castello Encantado
da Selva Fermosa… (Se saludan, etc.)
LUCÍA. ¿Tía de Carlos?
LUCÍA. Hace mucho tiempo que tenía vivos deseos de conocer a usted, porque he sido
amiga íntima de su difunto esposo.
TELESF. ¿Eh? (¡Horror! ¡Yo me desmayo!) (Se asusta de lo que acaba de oír, y se
desmaya.)
JORGE. (Por la izquierda.) ¿Qué? ¿Qué pasa?
TELESF. (Que esta señora ha sido amiga íntima de mi difunto esposo.) (Todo esto
como arrebatado y muy vivo todo el diálogo.)
CARLOS. (Por la derecha.) ¿Qué sucede? (Va corriendo a Telesforo como para
socorrerle.)
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TELESF. ¡Nada; que ahí tienes a la difunta amiga de mi íntima esposo!
TELESF. ¿No se han enterado ustedes?… Esa señora es la íntima difunta de mi esposo.
GASPAR. (Viene del hotel con cafeteras: con café en una, y leche en otra. Don
Francisco por la derecha.) El café.
FRANC. Permíteme, sobrino; a mí, como amo de casa, me toca hacer los honores.
¿Qué le pasa a doña Lucía?
JORGE. La emoción… el recuerdo de su esposo… Doña Lucía, ¿quiere usted
distraerse?… Sírvanos el café.
TELESF. Sí, yo le serviré; son prerrogativas de la edad.
SERV. (Estoy que trino: ahora que ella misma me había llamado. ¡Ah!, pero yo no
renuncio.)
LUCÍA. (A Telesforo.) ¿Y hace mucho tiempo que vino usted a España?
JORGE. (Bajo y aparte a Telesforo.) (Pregúntale si la gusta el café con mucha leche.)
SERV. (Presentando la taza a Telesforo.) A mí muy dulce, y ponga usted los terrones
con sus propios dedos.
TELESF. Bien… (Olerán a tabaco.) (No presta atención a lo que está haciendo, puesto
que está mirando a doña Lucia: vierte la leche sobre el sombrero de Juncales, que está
sobre el velador. Viendo su error, coge el sombrero, y al hacerlo, vierte toda la taza
que tiene Juncales.)
LUCÍA. (¡Qué vejestorio más ridículo! ¡Y mi sobrino supone que yo puedo ser así!)
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SERV. (¡Oh!, ¡qué idea se me ocurre!… excelente… excelentísima… así encontraré
medio…) Señoras y señores: voy a hacer a ustedes una proposición.
TELESF. Silencio… atiendan ustedes, que el señor quiere hacernos una proposición.
ANA. ¡Magnífica!
SERV. (A doña Lucia.) Señora, ¿será usted tan amable que se digne aceptar un sitio en
mi carruaje?… No… no admito excusas.
LUCÍA. ¿Pero me permitirá usted que lleve a mi hija Irene?
TELESF. (Para no ser reconocido se tapa la cabeza con las faldas, cayendo en los
brazos de Carlos.) ¡Es ella… y yo en esta facha!
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JORGE. (Pónese delante de él, arreglándole las faldas y procurando que no se le vean
los pantalones de ciclista.) ¡Por Dios!
TELESF. ¡Ella!… ¡ella! (Mucha animación en las figuras. Telón rápido.)
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ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA
TELESF. (Viene por la primera izquierda rápidamente y como huyendo.) Ahora que
están todos entretenidos con el lunch, huyamos.
JORGE. (Que entra por el foro.) ¡Ah, pillo! (Le agarra fuertemente del brazo.)
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JORGE. (Agarrándole fuertemente del brazo y casi zamarreándole.) ¿Sabes lo que eres
tú? ¡Una rabanera!
TELESF. ¡Firme!… ¡firme!… Si por mucho que me insultéis, me merezco más
todavía… ¡Oh! (Saca la petaca, toma un cigarro y empieza a fumar.)
JORGE. ¿Qué haces?
TELESF. (Que está sentado en el sofá.) ¡Fumo!… En todo el día he podido dar una
chupada.
JORGE. (Pretendiendo quitar el cigarro a Telesforo.) Ya fumarás más tarde; ahora
llenarías esto de humo y es una falta de atención a las señoras.
CARLOS. ¿No prometiste a nuestras novias conseguir el permiso de su tutor?
TELESF. ¿Hay situación más horrible que la mía? ¡Estar tanto tiempo soñando con la
imagen de esa criatura, y cuando el destino la pone ante mis ojos!…
CARLOS. ¿A quién?
TELESF. ¡Qué hija!… ¡Si Irene no tuvo nunca madre!… Esa señora Monforte es sin
duda la dama americana que la recogió… ¡Abur!… dejadme salir; es preciso que
termine esta farsa; yo necesito recobrar mi sexo.
JORGE. (Sujetándole.) ¡Escucha!
(Desde que Telesforo dice «¡abur!», Jorge y Carlos lo vuelven a coger de los dos
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brazos, después de haber pretendido huir Telesforo. Se apoderan por fin de él y le
traen al proscenio.)
TELESF. (Gritando.) ¡Quiero salir de esta grillera!
TELESF. (Paseando muy agitado.) ¡Gritaré!… ¡pediré socorro!… ¡el ciervo grita
cuando le acosa la sed!, ¡yo soy un ciervo sediento de amor!
CARLOS. (Que va a escuchar a la primera de la izquierda, dice a Jorge:) ¡Tápale la
boca!
TELESF. Quiero echarme a los pies de esa criatura; ¡declararla mi pasión!, ¡decirle mil
ternezas!
JORGE ¡Está loco!
CARLOS. Silencio.
GASPAR. (Desde dentro.) ¡Soy yo!… Gaspar… vengo de parte de don Francisco.
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ESCENA II
DICHOS y GASPAR
GASPAR. (Que trae dos cartas en la mano. A Jorge.) Su señor tío me ha dado esta carta
para usted; y para usted esta otra. (A Telesforo.)
JORGE. ¿Mi tío me escribe?… Veamos.
TELESF. ¿No ves que dice: «Caballero»?, y yo soy una respetable señora.
CARLOS. ¿Eh? ¿Qué os dicen?… ¿Qué es ello?… ¿Qué pasa?… Corre, Gaspar,
preséntate en el comedor y procura entretener a don Servando y a esas señoras: que
no vengan por aquí; di qué te hemos mandado llamar para servir el lunch… (Vase
Gaspar.) ¡Hablad! ¿Qué exclamaciones son esas?
JORGE. (Dándole la carta.) ¡Toma!… ¡Lee!…
TELESF. (Dándole la suya.) ¡No, no; lee antes esta!… ¡No me faltaba más!…
CARLOS. (Leyendo.) «Cualquier hombre puede ser juguete de una mujer por ridícula y
vieja qué sea. Bajo este supuesto nada tengo que decirle; mientras siga usted usando
faldas, mi honor está a cubierto de toda burla; pero no olvide usted que el recobrar los
pantalones ha de costarle a usted una estocada de muerte.»
TELESF. ¡De muerte!… ¡Y me la da!… ¡Me pincha!… no me cabe duda… sopena de
condenarme a perpetuas faldas… Yo me meto en el primer tren que pase, y cruzo la
frontera. ¡Adiós, Irene!
CARLOS. ¡Bah! Todo puede arreglarse.
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TELESF. ¡Sí; reformando mi partida de bautismo!
CARLOS. ¡Si te hubieras mostrado a la altura de tu papel!… ¿Te convences de que eres
el único culpable de cuanto nos pasa?
TELESF. El único culpable… y el único… víctima también.
JORGE. ¿El único víctima? Lee… lee mi carta. (Da la carta a Carlos.) Es corta, pero
contundente.
CARLOS. (Leyendo.) «¡Sobrino! Tu complicidad en la sangrienta burla de que he sido
objeto es inconcebible. Ni olvido, ni perdono; ¡tu tío ha muerto para ti!» Esto es más
serio.
TELESF. ¿Cómo?, ¿más serio que la estocada que quiere propinarme?
CARLOS. ¡Ea!, no hay que amilanarse; déjalo por mi cuenta: voy a echarme a los pies
de tu tío.
TELESF. ¡Bravo!… y yo también; es la mejor solución.
CARLOS. Por el tío de éste tan sólo, y precisamente para que no venga y entere a los
demás, es por lo que voy en su busca.
TELESF. ¡Hombre!
ESCENA III
JORGE y TELESFORO
TELESF. Pero ¿eres capaz de pensar en el matrimonio cuando acabas de perder una
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gran fortuna?
JORGE. ¿Qué fortuna?
JORGE. ¿Qué me importa? Hoy por hoy mi única fortuna consiste en obtener la mano
de Carmen… ¡Ah!, ¡una idea! Tú no te has declarado aún a Irene, ¿no es verdad?
Pues bien: yo voy a hacer que sea ella quien se declare a ti.
TELESF. ¿De qué modo?
JORGE. Muy sencillo: sigues siendo la tía de Carlos, te la traeré a esta sala, procuraré
que os dejen solos, y tú, con habilidad…
TELESF. Entendido… entendido… Tráemela en seguida.
JORGE. No; antes tienes que lograr el consabido papel… Viene gente… (Jorge obliga
a Telesforo a sentarse en el sofá, y él se sienta a su lado en una silla, afectando
indiferencia.) ¡Silencio!
ESCENA IV
IRENE. Yo lo supuse al ver que se levantaba usted tan de repente… ¿Y qué es ello?
TELESF. Nada, hija mía, nada. (¡Uy qué ojos me echa!) (Huyendo hacia la derecha.)
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ANA. Acostumbrada al clima del Brasil…
(Las figuras están colocadas en este orden: doña Lucia e Irene se han sentado en la
izquierda, Ana y Carmen en el sofá y Telesforo entre las dos.)
TELESF. Sí; ciérrela usted del todo.
CARMEN. ¿Eh?
JORGE. ¡Ah!, pues no es cosa de dejarle solo; ¡voy a fumar con él un cigarro!… (Y
prepararle de paso el terreno…) (Vase por la primera de la izquierda.)
ESCENA V
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IRENE. ¿Se siente usted mejor?
(Aquí los actores distraen la escena con miradas significativas, guiños, cuchicheos,
risas contenidas; en fin, tonterías.)
CARMEN. Si alguno escucha nuestra conversación…
TODAS. ¿Eh?
TELESF. (¡Me vendí!… ¡pícaro vicio!) Dispensen ustedes, creí que estaba en el
Brasil… Allí el uso del tabaco es, más que costumbre, una necesidad, un
contraveneno.
ANA. ¿Un contraveneno?
TELESF. Naturalmente; como que los brasileños son antídotos nuestros… digo…
antípodas… Allá… ya se sabe… todo el que no se decide a fumar, amarillo en
seguida.
CARMEN. ¿Cómo?
TELESF. ¡Muerto!
LUCÍA. En verdad que usted, que tan a fondo conoce aquellos países, podía referirnos
cosas muy interesantes.
CARMEN. Historias brasileñas.
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TELESF. ¿De las selvas de don Pedro?
LUCÍA. Mucho.
TELESF. No; porque yo no le toleraba nunca ciertas licencias de lenguaje que ofendían
mis castos oídos.
IRENE. ¡Ah! ¿Era un hombre poco respetuoso?
CARMEN. ¿Verdad que permite usted a la señora de Monforte que nos cuente alguna
aventura alegre de la vida de don Pedro?
TELESF. ¡Todo sea por Dios!
LUCÍA. Pues, como decía, don Pedro era el hombre más bueno de este mundo. En
cierta ocasión sorprendió en la cantina de una de sus haciendas a un esclavo en
completo estado de embriaguez.
TELESF. Sí; el pobre Pedro tenía ese vicio.
LUCÍA. Pues bien; ¿qué cree usted que dijo don Pedro, viéndole en estado semejante?
TELESF. ¿A mí?
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TELESF. ¿Per Baco? ¡Ah!, ya… ¡Per Baco!… ¡Per Baco!… ¿Y qué contestó el
esclavo?
LUCÍA. Una cosa graciosísima.
LUCÍA. Como don Pedro exclamó: «¡Per Baco!» El esclavo contestó: «¡Per Dío!»
TELESF. ¡Es verdad! Las jóvenes no pueden oír estas cosas: hay que evitar el
contagio.
CARMEN y ANA. ¡Qué lástima!
CARMEN. ¡Ay! ¡Hace tanto tiempo que no practico!… Anita podrá cantar una
romanza.
TELESF. Sí.
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TELESF. Anque hío…
CARMEN. ¿Eh?
LUCÍA. ¡Pues usted, doña Lucía! Usted… háganos oír alguna de aquellas canciones
tan lánguidas… tan originales… y que a don Pedro le entretenían tanto.
TELESF. Sí; a don Pedro… (¡Maldito sea él y toda su casta!) Consideren ustedes que
hace más de cincuenta años…
LUCÍA. ¿Cincuenta años? (Esta mujer me aumenta la edad.) ¡Es imposible!
TELESF. En fin, por complacer a ustedes… (Mientras canto no hablo.) (Se dirigen al
piano.)
ANA. ¡Qué buena!
ESCENA VI
ANA.¿Eh?
LUCÍA. (Yo no sufro por más tiempo esta suplantación; me las pagará mi sobrino.)
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CARMEN. ¡Usted es muy buena! (Acaricia a Telesforo.)
JORGE. ¡Carmen!
ANA. No.
JORGE. (Confidencial, a Carmen y Ana.) (Dejemos sola a doña Lucía, el tutor ya está
avisado.) ¿No han enseñado ustedes a estas señoras la riquísima colección de cuadros
que posee el señor de Juncales? ¡Hay firmas de primera!
CARMEN. ¡Ay, sí! ¿Es usted aficionada? (A doña Lucía.)
LUCÍA. Algo.
TELESF. No, no; luego, con mil amores, iré a reunirme con ustedes.
IRENE. (Aparte a doña Lucía.) (¿Sabe usted que esta señora me tiene a mí muy
preocupada?)
CARMEN. ¿Vamos? (Vanse por el foro de la izquierda.)
ESCENA VII
JORGE y TELESFORO
TELESF. ¿Tú crees que podré contenerme? Me da el corazón que le voy a soltar un
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silletazo.
JORGE. ¡Por Dios!
TELESF. Ayúdame; es el único medio de que termine con bien esta entrevista.
JORGE. Considera que tienes en tus manos… (Colocan el biombo delante del sofá,
tapando éste.)
TELESF. ¡Sí, vuestra felicidad! Es una broma que me está saliendo muy cara. Sólo
falta que se presente de pronto tu tío, y dominó con el seis doble… ¡Vete!
JORGE. No me fío de ti… ¡El tutor! Desde ese cuarto lo oiré todo. (Vase por la
primera de la derecha.)
ESCENA VIII
TELESFORO y JUNCALES
TELESF. No; no traspase usted la frontera si quiere que continúe la entrevista. (Jorge,
que ve y oye esta escena, ha salido del cuarto y quita el cigarro a Telesforo.)
SERV. Sin embargo…
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que queda asombrado.)
SERV. En blanco… ¡Oh dicha! ¡Oh felicidad! ¿De modo que el recuerdo de su difunto
esposo?…
TELESF. Completamente borrado.
SERV. ¡Oh ventura!… Pues bien, doña Lucía… yo… yo… (¿Fuma?) Yo quiero
grabar, esculpir en ese virginal corazón estas solas palabras… «¡Lucía… yo te amo!»
(Sale Jorge y le da un pellizco a Telesforo al ver que sigue fumando.)
TELESF. ¡Ay!
SERV. ¿Qué?
TELESF. De veras, sí, señor; y ahora que ya me he vendido, deseo hacer una súplica.
TELESF. Sus dos pupilas; las dos tienen ya elegidos sus futuros esposos.
SERV. ¡Infames!
TELESF. ¿No cree usted que permaneciendo a nuestro lado sería un estorbo a nuestra
dicha? Inauguremos nuestro reinado con un acto de generosidad.
SERV. ¡Bien!… Que se casen.
TELESF. Que se escriban esas palabras… porque no me fío. Cuando se encuentran los
hombres en cierta situación, lo conceden todo… Después, ya es otra cosa.
SERV. Si la repito a usted…
TELESF. Es inútil; cierne usted su consentimiento por escrito… Sólo a esa condición
seguirán nuestras relaciones.
SERV. ¡Por vida!…
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TELESF. Ahora mismo; sobre esa mesa tiene usted todo lo necesario.
SERV. ¿Eh?
SERV. En seguida.
TELESF. (¿Y qué le pongo yo? ¡Ah! Ya sé.) (Juncales escribe en la mesa y Telesforo
en una tarjeta.)
SERV. Ahí tiene usted mi permiso en toda regla. (Le da un papel.)
TELESF. (Se lo da a Jorge, que desaparece por el foro sin ser visto de Juncales.)
¡Gracias!… No sabe usted lo que ha hecho.
SERV. ¿Cómo?
TELESF. Que sin reparar he escrito en la tarjeta de un amigo; pero ¿qué importa? El
autógrafo existe.
SERV. Es verdad.
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SERV ¿Cuándo nos veremos?
JORGE. (Saliendo por el foro.) Pero señor de Juncales, que le esperan a usted nuestros
invitados.
SERV. Sí; ya voy… ya voy… (A Telesforo) ¡Adiós, sol mío! (Vase por el foro.)
ESCENA IX
JORGE y TELESFORO
JORGE. (Abrazando a Telesforo, que se reúne a él.) ¡Eres un héroe! Cuenta con
nuestra eterna gratitud.
TELESF. Empieza a demostrármelo enviándome a Irene. ¡Aguarda!… Coge de ahí.
(Trasladan el biombo y lo colocan donde estaba, sin plegarle.) La entrevista con Irene
no requiere biombo; al contrario…
JORGE. ¡Já, já! ¡Buena suerte!
ESCENA X
TELESF. (¡El capitán! ¡Llegó mi última hora!) (Se esconde detrás del biombo.)
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TELESF. (Creo en Dios padre…)
FRANC. ¿Eh?
JORGE. Es que tengo un plan: yo estoy tan indignado como usted, porque también yo
ignoraba…
FRANC. ¡Mentira!… Tú has sido su cómplice.
JORGE. ¡Más bajo!… ¡que anda por ahí y puede enterarse!… Óigame usted y se
convencerá de mi inocencia… Quiero vengarme de él de un modo terrible. Quiero
desnudarle delante de todo el mundo.
FRANC. ¿Cómo desnudarle? Eso es faltar a la moral y al respeto…
FRANC. ¡Ya!
JORGE. (Que ha de fingir alguna intranquilidad, mirando por donde cree que ha de
venir Telesforo.) Que creo que llega, y si le ve a usted…
FRANC. ¡Oye! ¿No sería mejor tirarle al estanque?
JORGE. ¡Que viene! (Mete casi a empellones a don Francisco en la segunda puerta de
la izquierda y cierra con llave.)
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FRANC. (Desde dentro.) ¿Por qué me encierras?
JORGE. Para evitar que venga alguno y le sorprenda a usted; yo me llevo la llave, es
cuestión de unos instantes: confíe usted en mí.
FRANC. ¡Sobrino!
ESCENA XI
JORGE. ¡Ahí se quedan ustedes! (¿Qué habrá sido de Carlos?) (Vase por el foro de la
izquierda.)
ESCENA XII
TELESFORO e IRENE
IRENE. A…
TELESF. Siéntese usted… siéntese aquí… (En el sofá.) y procure no alzar la voz…
pudiera oírnos algún indiscreto. (Se sientan.) (¿Habrá cerrado con llave? (Telesforo
mira a hurtadillas a Irene con cierto arrobamiento.) ¡Qué hermosa está!) Hable usted,
hija mía…
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IRENE. El caso es que no acierto a formular mi primera pregunta.
TELESF. (¡Me descubrió! ¡Estoy por echarme a sus pies!) ¿Cómo tía?
TELESF. Diré a usted… Hasta hoy puede decirse que no he tenido con él tal
parentesco.
IRENE. ¡Ah!… ¿Luego no me engaño?
IRENE. De Telesforo.
TELESF. No; no se asuste usted, hija mía. Quiero decir que soy su vivo retrato… ¡Me
lo ha dicho tanta gente!… Y no le conozco… pero es algo pariente mío… Le conoció
usted en Biarritz, ¿no es verdad?… Sí… allí pasó una gran temporada.
IRENE. ¡Una temporada que tiene para mí tristes recuerdos!… Allí murió mi padre…
y allí conocí a Telesforo.
TELESF. ¡Ay! (Asustado.)
IRENE. ¿Qué?
TELESF. ¡Nada; creí que se abría esa puerta! Siga usted… Allí conoció usted a
Telesforo… ¿Y qué más?
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IRENE. Que un día desapareció de repente.
IRENE. Así… poco más o menos. Yo… ¿a qué negarlo?, le correspondía del mismo
modo, y todas las noches esperaba que me repitieran sus labios lo que constantemente
me decían sus ojos… ¡pero nunca se atrevió!
TELESF. ¡Estúpido!
IRENE. ¡Sí, señora! Él lo perdió por mí… y después, si aún seguía amándome, le
obligaría a hablar, porque no he de ser yo quien se declare, ¿no es cierto?
TELESF. Sí; no ha de ser usted… (Levantándose rápidamente y decidido a decir la
verdad y explicar su situación.) (Ea, esto se acabó…) ¡Irene!… (¡No… no! ¿Qué va a
pensar de mí?… ¿cómo me declaro en esta facha?) Espéreme usted unos instantes, y
yo la prometo que verá usted a Telesforo.
IRENE. ¿De veras?… ¡Ay! ¡Estoy loca de felicidad!… (Quiere besarle.) Déjeme usted
que la bese…
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TELESF. (Como huyendo.) Después… después… (¡Aunque me cueste cien estocadas!)
(Vase precipitadamente por el foro.)
ESCENA XIII
IRENE; después, DOÑA LUCÍA
LUCÍA. (Saliendo por el foro.) ¿Dónde va tan deprisa esa vieja marimacho? ¿Has
conseguido descubrir este enredo?
IRENE. No.
ESCENA XIV
FRANC. No me llame usted capitán. Yo soy aquel grumete que hace veinticinco años
no se atrevió a declararse a usted; pero el tiempo no pasa en balde, y estoy
arrepentido de mi falta. Esta es mi mano, señora doña Lucía; ¿se digna usted
aceptarla?
LUCÍA. ¡Por Dios!
FRANC. Acéptela usted, aunque sólo sea por que mi sobrino se muera del disgusto.
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LUCÍA. ¿Y me elige usted por instrumento?
FRANC. Si no me acepta usted por marido, estoy dispuesto a lanzarme a una vida de
crápula y derrochar en un año todo mi capital.
LUCÍA. ¡Y una vez en la miseria!…
ESCENA XV
SERV. (Muy contento.) ¡Todos: vengan ustedes todos, que quiero obsequiarles con
una gran sorpresa!
JORGE. ¡Mi tío! (Se sorprende al ver a su tío.)
SERV. Tenga usted paciencia. Bajo esta grata impresión, y con el mayor desinterés y
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no menor gusto, consiento en que mis dos entrañables pupilas se unan en eterno lazo
con los dos jóvenes elegidos de su alma, que merecen por sus bellas cualidades todo
mi afecto y toda mi simpatía. ¡Carlos! ¡Jorge!, ¡abrazad a vuestras futuras esposas!
CARLOS y JORGE. ¡Oh!
SERV. Y ahora viene la gran sorpresa… (Todos se miran, y miran con verdadera
sorpresa a don Servando.) El anuncio de un tercer enlace.
FRANC. ¿El mío con esta señora?
SERV. (Con cierta importancia.) No, señor. ¡El mío con la otra señora, con la ilustre
doña Lucía Castello Encantado da Selva Fermosa! (Gaspar, que oportunamente llega
por el fondo con una bandeja, en la que trae copas, etc., etc., para el refresco, deja
caer la bandeja y copas y se queda como atontado en la puerta, ya en el escenario.)
TODOS. ¿Eh?
CARLOS. Yo no puedo callar por más tiempo; ya es preciso que lo sepa usted todo; ha
sido usted víctima de un engaño.
FRANC. ¡Tremendo!… ¡Puf!…
CARLOS. Esa señora con quien usted pretende casarse, no es una señora, no es mi tía.
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SERV. ¿Cómo?
FRANC. ¡Puf!
FRANC. (A Jorge y Carlos.) Os lo perdono todo en gracia al sofocón que se lleva éste.
(A don Servando.) ¿No quiso usted robarme la novia?… ¡Já!… ¡já!…
SERV. ¡Tenderme semejante lazo! ¡Una vieja ridícula con peluca y sin dientes!
TELESF. (Desde la puerta del foro con el traje de ciclista del primer acto.) ¿Hay
permiso? (Sorpresa general.)
FRANC. ¡Adelante!… ¡adelante!… No tema usted… lo he reflexionado mejor.
ESCENA FINAL
DICHOS y TELESFORO
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JORGE. (Presentándole.) Nuestro amigo Telesforo Barranquilla.
TELESF. Significa que, contra nuestra voluntad, hemos representado todos una
comedia.
SERV. ¡Es horrible!… ¡inicuo!… Señor mío, devuélvame usted inmediatamente el
consentimiento que me arrancó.
TELESF. Aquí está. (Mostrando un papel.)
SERV. Ese papel está dirigido a una persona que yo no conozco y que no se halla aquí.
LUCÍA. Perdone usted; se halla. Ya es hora que me presente yo… Doña Lucía Castello
Encantado da Selva Fermosa.
TODOS. ¿Usted?
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JORGE.
FIN DE LA COMEDIA
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