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Democratizacion Del Arte

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La democratización del arte en la Modernidad.

Antigüedad.
En la cultura clásica, Grecia y Roma, el arte se entendía como una técnica (techne), un saber práctico
orientado a un fin, y no se consideraban dignas las técnicas que requerían de un trabajo artesanal o de
un esfuerzo físico. Así, distinguían entre dos tipos de artes en función de un criterio clasista: propias
de hombres libres (liberales) y propias de esclavos (serviles), bajo la creencia de que el hombre libre
no debía dedicarse a trabajos físicos sino más bien a trabajos intelectuales, como ocuparse de las
cuestiones de la polis. Entonces el arte por excelencia era el de hablar en público, esto es, la retórica,
pues resultaba clave dominarlo para poder participar y persuadir en los debates organizados en
lugares públicos como el ágora, o el foro.
Pese a que fueron los griegos los primeros en experimentar y poner en prácticas modelos de
convivencia democráticos, su sociedad no estaba ni mucho menos dominada por el pueblo, pues de
hecho contaban con un gran sustrato de esclavos que ni siquiera eran considerados ciudadanos, y que
no podían participar de los asuntos públicos, sino que debían encargarse de los trabajos mecánicos.
El arte por excelencia, la retórica, al igual que las decisiones políticas, tan solo era accesible para
unos pocos.
Además de la retórica, también se consideraban artes liberales el teatro y la poesía, pese a que Platón
las condenase por estar doblemente alejadas de la realidad (imitación del mundo sensible, copia de
copia) llegando incluso a expulsar a los poetas de su República. El plan de estudios que propone en
dicha obra consta de dos partes, las cuales darán lugar en el medievo al trivium (gramática, retórica,
dialéctica) y al cuadrivium (astronomía, geometría, aritmética y música), donde se comenzará a
considerar éstas como las artes liberales.
En el Fedro, Platón concluye que la poesía es fruto del enthusiasmós, de la pura inspiración, y no es
algo que se pueda enseñar ni aprender pues es futo de un don divino. Esta doctrina platónica, de la
techné poietike como una actividad producto de la locura divina, va a confeccionar el mito occidental
del artista como un genio atormentado, sobre todo en el Renacimiento.

Medievo.
Si el arte en la antigüedad (retórica) servía a la política en el medievo va a estar supeditado a fines
eclesiásticos, las grandes creaciones artísticas eran encargadas desde la institución religiosa, ej.: la
construcción arquitectónica de grandes catedrales o la creación de imágenes sagradas. Además, se va
a seguir manteniendo la distinción clasista entre artes; serviles y liberales, siendo éstas últimas las
siete establecidas en el trivium y el cuadrivium.
La condena platónica de las artes miméticas se traducirá en un rechazo de las imágenes por las
religiones del libro. La doctrina de la creación expuesta en el Génesis ofrece una antropogonía
además de una cosmogonía, y se concibe al creador como una suerte de artista, pues crea el mundo y
al hombre a partir de la nada mediante un ejercicio artesanal (ídolos de barro), al igual que el
demiurgo platónico. Dios crea a los humanos a su imagen y semejanza, el propio ser humano es una
imagen de Dios, lo que sirvió de razón para prohibir las imágenes de Dios.
De las tres religiones del libro, tan sólo la cristiana ha tolerado y animado la cultura de las imágenes,
sobre todo a partir del segundo Concilio de Nicea, en el que se comienza a entender que las imágenes
no son Dios sino representación de lo divino y por eso no se deben adorar sino venerar en un culto
respetuoso. Nacen entonces los objetos de culto como objetos de veneración, las cruces, las reliquias,
etc. y todos estos objetos, junto a las imágenes sagradas, comenzarán a ser acumulados en templos,
iglesias y catedrales, las cuales funcionarían como una suerte de “protomuseos”.
El asentamiento de las imágenes en nuestra cultura fue el resultado de un largo proceso con varias
batallas a lo largo de la historia del cristianismo. Con la reforma protestante el catolicismo se escinde
y las imágenes desaparecen de las iglesias protestantes, mientras que en los países católicos se
refuerzan aún más con el arte Barroco. La reforma también trajo consigo como consecuencia la
transición de la imagen desde el ámbito eclesiástico al laico, es decir, más allá de las iglesias. La
cultura occidental es sin duda una cultura mediatizada por la imagen; televisión, cine, publicidad,
redes sociales, etc. y posiblemente no hubiera existido toda la cultura plástica y artística occidental
sin el Concilio de Nicea.

Modernidad.
El Renacimiento se suele caracterizar como la recuperación de las fuentes clásicas, y si bien es cierto
que tiene varios momentos (renacimiento carolingio en el s.VIII y renacimiento en el s. XII)
normalmente hablamos del renacimiento de la cultura clásica durante el Quattrocento y el
Cinquecento. Es entonces cuando se configura el concepto de arte moderno, de la mano de algunos
artistas y teóricos como León Baptista Alberti o Leonardo Da Vinci, quienes van a utilizar la idea de
poiesis que se encontraba ya en los clásicos para asimilar el trabajo del artesano con el del poeta, es
decir, para dignificar las artes que ellos practicaban y que tradicionalmente han sido considerado
serviles y vulgares, como la pintura, la escultura, la arquitectura, etc. (se amplía el modelo de las
siete artes liberales).
El concepto moderno de arte que comienza a configurarse está definido por tres notas; la genialidad,
la individualidad y la creatividad del autor. Los productos artesanales de artistas como Miguel Ángel,
Da Vinci, Brunelleschi o Botticelli, comienzan a ser muy demandados lo que ayudo también a la
dignificación de su trabajo.
Alrededor de Miguel Ángel, y recuperando la doctrina platónica, Vasari construye la imagen del
artista como un genio saturnal, alguien loco e inspirado que se eleva por encima del puro trabajo
artesanal para reflejar materialmente la belleza en sus productos. El artista es un genio, y su locura e
inspiración es mucho más importante que su trabajo técnico.
En el s. XVII, los burgueses europeos, jóvenes franceses, alemanas e ingleses de buena familia,
comienzan a interesarse por el arte y viajan para contemplar las grandes obras clásicas y
renacentistas. Surge así el deseo en la clase aristocrática por coleccionar obras, las cuales se solían
acumular en instituciones públicas; cortes, templos, etc. llegando así al ámbito privado o particular.
Las exposiciones que organizaban los burgueses, junto a la emergencia de la prensa en el s. XVIII,
hizo posible el surgimiento de la crítica del arte como disciplina. Las exposiciones eran efímeras, se
necesitaba de un medio donde conservar la crítica, y se encontró en el periódico. Diderot fue quizás
el primer crítico de arte de la historia y se encargada principalmente de jerarquizar las obras
mediante un sistema valorativo, que normalmente servía de contrapeso a la “opinión pública”.
Podría parecer que con la emergencia de los medios de comunicación, como la prensa, el arte se
abría al público, y si bien es cierto que se facilitó el acceso a las obras, pues no todos podían
costearse un viaje para verlas presencialmente, también es cierto que el universo del arte seguía
siendo algo exclusivo de cierto sector de la población, principalmente los artistas, los críticos y los
coleccionistas.
Producir obras de arte era todavía responsabilidad de cierto estrato social, no cualquiera podía ser
artistas, ellos tenían un talento especial, un don divino que no se podía enseñar ni aprender, y esa
exclusividad se justificaba ideológicamente con los mitos del “genio” y la “inspiración”.
Normalmente los artistas trabajan para la corona, para el soberano de su territorio, pero en este
momento comenzaron a ganar cierta autonomía, al menos respecto de lo que representaban en las
obras, ejemplo de ello es Velázquez. La autonomía del contenido artístico, anteriormente dedicado a
persuadir en asuntos políticos o representar imágenes sagradas, se puede entender como una
democratización del protagonismo en la obras de artes, las cuales solían ser un espacio reservado
para lo divino o la nobleza, pero que ahora se dedicará también a personas del vulgo (ej.: las
hilanderas o los borrachos de Velázquez).

El museo como institución democratizadora del arte.


El arte es un concepto que aparece en Grecia, se desarrolla en Roma, en la cultura medieval y que se
vuelve independiente en el Renacimiento, donde termina de eclosionar gracias a los museos, el
mercado y la crítica del arte. La institución mercantil, así como los museos, promocionaron la
especulación y el comercio en torno al arte.
“Museo” proviene etimológicamente del griego ‘mouseion‘ (casa de las musas) y del latín ‘museum‘,
y como institución cultural de masas no aparece propiamente hasta aproximadamente el s. XIX. Sin
embargo, atesorar y coleccionar es algo tan viejo como la humanidad y podemos hablar de una suerte
de “protomuseos” al referirnos a las reliquias que atesoraban los reyes y las iglesias en las cortes y
templos. Entonces, contemplar esos objetos de colección era algo exclusivo de algunos privilegiados,
y se hacía desde una actitud solemne, contemplativa y prácticamente devota.
Ya hemos visto como en el Renacimiento la burguesía emerge como mecenas de arte y se convierte
en el primer coleccionista privado. Sin embargo las colecciones de los burgueses también eran de
acceso restringido, normalmente para otros de su misma clase. El precedente más exacto del museo
tal y como lo entendemos actualmente es el Museo del Louvre que abrió sus puertas al público
en 1793. Los ideales de la Revolución francesa se expandieron rápidamente por Europa y tomando a
Francia de ejemplo se comenzaron a nacionalizar las colecciones reales, así como a desamortizar
algunos bienes de la Iglesia para formas Museos Nacionales. Éstos servirían sobre todo a los
movimientos nacionalistas del s. XIX para reivindicar su identidad nacional, estableciendo
conexiones entre la historia del país y sus colecciones. Comenzó una carrera entre países por
atesorar, pues se entendía que ello venía a reflejar la grandeza de la nación. Ya a finales del siglo
XIX, las ideas utópicas de democracia condujeron a la socialización del museo. Los museos de
identidad nacional pasaron a concebirse como espacios de identidad social al servicio de la
comunidad. Las funciones didácticas y pedagógicas se van consolidando entre las principales
funciones de los museos, de manera que se convierten en espacios de divulgación artística junto a las
galerías y otras exposiciones. Su propósito era sobre todo acercar el arte al pueblo y curiosamente se
sigue manteniendo esa actitud de veneración (respetuosa y en silencio) al aproximarse a las obras,
como se contemplaban las antiguas imágenes sagradas.

La democratización del arte culmina en la Postmodernidad, gracias a la posibilidad de su


reproducción técnica, a las vanguardias artísticas, y a la revolución rusa.
La posibilidad de reproducir técnicamente las obras originales puso al alcance de cualquiera el
coleccionismo, pues las copias pese a ser idénticas cuestan mucho menos, haciendo que ya no sea
algo exclusivo de la burguesía.
Las vanguardias se dirigieron contra la sacralización del artista como alguien genial y loco,
subrayando que esas actividades no son pura inspiración (como pensaba Platón) sino que se podían
aprender y enseñar. Se fundarían entonces todo tipo de escuelas artísticas (de teatro, cine, baile,
pintura, escultura, etc.).
Por último, la revolución rusa se planteó como una transformación radical de toda la sociedad, y la
dimensión artística no iba a ser una excepción. Se cuestionó al arte por suponerlo, al igual que la
ideología (doctrina marxista), al servicio de la clase dominante; el arte egipcio versaba sobre
faraones, el medieval sobre el poder de dios, y los grandes pintores habían sido históricamente
cortesanos al servicio del poder establecido. Se reivindicó el proceso de producción laboral e
industrial de las obras para despojar de ese carácter genial a los artistas, lo importante de las obras es
su trabajo social y no la inspiración de un genio. Además, frente al destino del arte mercantilizado,
cuyo alto valor garantizaba su exclusividad para la clase burguesa, el arte revolucionario se dirige al
pueblo y deja de ser algo exclusivo para ricos.
FIN.

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