PLE Cap1
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Linda Castañeda y Jordi Adell
(Editores)
ENTORNOS PERSONALES DE APRENDIZAJE:
CLAVES PARA EL ECOSISTEMA EDUCATIVO
EN RED
Este libro y cada uno de los capítulos que contiene, así como las imágenes incluidas, si no se indica lo contrario, se
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La traducción de los capítulos de Luis Pedro y Carlos Santos, Alec Couros, Grainne Conole y Graham Attwell ha sido
realizada por Linda Castañeda y Jordi Adell.
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I.S.B.N.: 978-84-268-1638-2
Depósito legal: A 95-2013
Papel
Producto
Ecológico
CAPÍTULO 1
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este libro) se puede observar una evolución en el tratamiento del concepto y su desarrollo que
comentamos a continuación brevemente.
En la primera edición (2010 en Barcelona, España) las discusiones se centraron en anali-
zar qué es un PLE desde los mismos parámetros del orígen del término. Se discutió intensa-
mente sobre si se trataba de un concepto tecnológico “o” pedagógico (lo que es evidente en
comunicaciones como las de Fiedler y Väljataga1, Fournier y Kop o talleres como el liderado
por Reinhart, Couros, Costa y Buchem titulado Collaborative mindmapping of the PLE defini-
tion), cuáles eran los componentes del PLE y el papel de las redes sociales en este nuevo
marco (como el artículo de White et al., o el taller liderado por Paulo Simoes titulado Twitter
- The heart of your PLE) y muchas discusiones sobre si una institución podría o no incluir los
PLEs como parte de su estrategia o se entendía que PLE y enseñanza formal eran asuntos
irreconciliables (asuntos que tuvieron eco en las dos unkeynotes lideradas por Alec Couros y
Graham Attwell, e Ismael Peña-López y Jordi Adell, y en artículos como los de Casquero et al.
o el de Santos y Pedro).
En la PLE Conference de 2011 (Southampton, Reino Unido) se había llegado a muchos
acuerdos. Se hablaba sin complejos de herramientas de PLE institucional entendidas como
parte del PLE y de cómo ayudar a los estudiantes a dar forma a sus propios PLEs (evidente
en la comunicación de Millard et al., o en la de Conde et al.) y se analizaba con más interés
la evolución tecnológica que facilita la gestión de los PLEs –entendiendo que PLE es una
perspectiva pedagógica que implica necesariamente a la tecnología– (como en las comunica-
ciones de Ullmann et al., la de Kroop, o la de Akbari, Herle y Heinen). Además, en esta edición
aparecieron algunas de las últimas aportaciones sobre acrónimos cercanos al PLE (Rubio et
el.), se habló sobre competencias de los aprendices y de los enseñantes a la hora de cultivar
los PLE (como evidencian las propuestas de Valtonen y Kukkonen, la de Akbari y Thüs, la de
Ivanova y Chatti, la de Shaikh y Khoja, la de Simmons y Edirisingha o la de Castañeda, Costa
y Torres-Kompen), y aparecieron más propuestas y experiencias de uso de PLEs en cursos
formales y no formales (como la experiencia de Torres-Kompen y Edirisingha, la de Tur, la de
Marín y de Benito, o la de Hunsinger).
Finalmente, en 2012 (en Aveiro, Portugal) los consensos ya alcanzados (como los referidos
al concepto, o a lo innecesario de nuevos acrónimos) permitieron que muchas de las discu-
siones y propuestas tuviesen al PLE no como objeto de estudio sino como punto de partida y
catalizador de los trabajos. Así, aparecen en esa edición aportaciones más profundas sobre el
desarrollo y análisis de los PLE en contextos educativos formales e informales (Mikroyanidis y
Connolly, el de Tur y Urbina, el de Ivanova, Grosseck y Holotescu, o el de Castañeda y Adell),
utilización de servicios en red para gestionar y representar el PLE (como la comunicación de
Marín, Salinas y De Benito, o la de Pedro et al., o la de Hölterhof, Nattland y Kerres) e incluso
alguna analiza la relación entre PLE y otras teorías y conceptos cercanos (el caso de la iden-
tidad digital en el artículo de Aresta et al., de la cultura de la personalización en el de Mizta y
Chaterjee o de la teoría psicológica de la propiedad y el control en el de Buchem).
1. Esta lista no pretende ser exhaustiva, se trata sólo de ejemplos, pero invitamos al lector a explorar las
tendencias que evidenciamos en este capítulo en las actas de los congreso que están accesibles en
la url http://pleconf.org
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Así pues, conforme han pasado los años y el estudio y la discusión en torno a los PLEs
ha ido en aumento, esas dos tendencias iniciales de las que hablábamos y que parecían
irreconciliables han ido remitiendo y confluyendo en posiciones más centrales. Así hoy se
afirma que “PLE es un enfoque pedagógico con unas enormes implicaciones en los procesos
de aprendizaje y con una base tecnológica evidente. Un concepto tecno-pedagógico que
saca el mejor partido de las innegables posibilidades que le ofrecen las tecnologías y de las
emergentes dinámicas sociales que tienen lugar en los nuevos escenarios definidos por esas
tecnologías” (Attwell, Castañeda y Buchem, en prensa), o lo que es lo mismo, una idea que
nos ayuda a entender cómo aprendemos las personas usando eficientemente las tecnologías
que tenemos a disposición.
Pero desde esta perspectiva, ¿qué es exactamente lo que entendemos que incluye un
PLE?
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Reafirmaríamos entonces que la PLN está configurada por nuestra actividad en todas
aquellas herramientas en las que nos relacionamos con otros (Buchem, Attwell y Torres-
Kompen, 2011), bien sea a través de los objetos que publicamos (social media), de las expe-
riencias que compartimos (herramientas de seguimiento de la actividad en red) o de relación
directa con ellos (redes sociales estrictas) (Castañeda y Gutiérrez, 2010).
4. GENERALIDADES Y TRANSVERSALIDADES
No existen ni herramientas, ni estrategias, ni mecanismos que puedan ser considerados
como exclusivos de una única parte del PLE. Cada uno de ellos, según el uso que decidamos
darle, así como el momento en el que nos encontremos, formarán parte de una estrategia de
aprendizaje u otra.
Por ejemplo, aunque un blog es una herramienta que nos permite recrear y publicar infor-
mación en la red de forma individual (escribir/reflexionar), si ese blog tiene una participación
más o menos nutrida a través de comentarios de lectores habituales, entonces es una parte
importante de nuestra PLN. Dicho de otra forma, un blog puede tener un sitio en nuestro PLE
como un diario personal o como un espacio de conversación con otras personas. De la misma
forma, una actividad presencial de aprendizaje, un seminario por ejemplo, puede servirnos
tanto para conocer nuevas fuentes de información (leer) como para ampliar nuestros con-
tactos personales, que se integran en nuestro PLE a través de las herramientas que usamos
para seguir las experiencias de otros (compartir), por ejemplo ampliando nuestros contactos
en Twitter con los ponentes y otros asistentes al seminario.
En este mismo sentido, existen mecanismos que son específicos de partes concretas de
nuestro PLE, como cuando nos referimos a debatir y consensuar como mecanismos típicos a
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la hora de compartir (PLN), pero también es verdad que muchos de los mecanismos que ya
enriquecen otras partes de nuestro PLE en sus partes más “individuales” (síntesis, análisis,
búsqueda proactiva) tienen un rol importante en esta faceta más social de nuestro entorno
de aprendizaje.
Además, existen algunos procesos mentales que debieran considerarse transversales al
PLE, como se pueden considerar transversales a la experiencia de aprender y a la capacidad
de aprender autónomamente. Hablamos de procesos como crear, autorregularse, ser curioso,
y en general todos aquellos que van más allá del sistema puramente cognitivo (Bloom et al.,
1956) y se relacionan con los sistemas de metacognición y de conciencia del ser enunciados
por Marzano (2001).
Es decir, que aunque hay tres aspectos básicos que nos ayudan a explicitar nuestro PLE
–leer, reflexionar-hacer y compartir–, las de herramientas, fuentes de información, conexio-
nes y actividades que se incluyen no son de uso exclusivo de una de esas partes. En todo caso
se trata de cómo aprendemos, así que las únicas “reglas” son las que nos indique nuestra
percepción de ese aprendizaje.
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modelo de escuela que responda a las necesidades formativas de los ciudadanos. Y en ese
marco, que la idea de PLE configure un nuevo modelo de escuela.
Y eso en todos los niveles de la educación formal.
Pero además, si específicamente la educación básica es la encargada de proveer del
“salario mínimo cultural” (Escudero, 2004) que ayude a las personas a ejercer plenamente
su ciudadanía en las máximas condiciones de felicidad (Ríos, 2003), entonces es impres-
cindible que en ese periodo educativo se aborde de una manera decidida el desarrollo del
PLE por parte de los estudiantes. Las competencias mínimas a desarrollar durante la edu-
cación formal, y muy particularmente durante los primeros periodos educativos, pasan por
la concienciación, desarrollo y gestión del PLE, que permita a la persona –sean cuales sean
sus expectativas vitales– educarse para ejercer su ciudadanía de forma plena. Los PLE son
aprender a aprender en la era digital.
Desde esta perspectiva, los procesos de enseñanza (no sólo en la enseñanza básica, sino
en todos los procesos educativos formales) se redefinen. La importancia no reside en qué
quiere y está dispuesto a enseñar alguien (persona o institución) en términos de contenidos,
cerrados e inamovibles, sino en qué quiere/necesita aprender el aprendiz y cómo organiza (o
el enseñante organiza) en torno a él una experiencia/actividad/tarea que le permita apren-
derlo. Eso cambia radicalmente el planteamiento de base, el énfasis de los procesos de ense-
ñanza no está en forzar el aprendizaje de una lista predeterminada de contenidos, sino que
se trata de proveer de oportunidades de aprendizaje aprovechables que puedan desarrollar
competencias previstas y aprendizajes emergentes (Williams, Karousou y Mackness, 2011)
en base a la convicción de que el repertorio conocido de soluciones no servirán para muchos
de los problemas nuevos que afrontarán. Es decir, que debemos enseñar a solucionar proble-
mas, y no solo las soluciones de los problemas conocidos.
Muy a pesar de que siempre haya existido un PLE, no siempre ha sido el centro de nuestra
atención en términos educativos. De hecho, cuando damos importancia al PLE en el contexto
educativo, el PLE se entiende como el engranaje fundamental de una forma radicalmente
diferente de construir el conocimiento, incluso responde a una visión muy concreta de lo que
es el conocimiento. Cuando hablamos de que cada persona tiene un entorno de aprendizaje
y que debe ser capaz de explicitarlo, gestionarlo y enriquecerlo, entendemos que el no es algo
estático que puede introducirse en la cabeza de las personas para que sea útil, sino que es
algo en continuo movimiento y que fluye a través de las personas, recreándose cada vez (muy
en el sentido del constructivismo social propuesto por Vygotsky (1978) y desarrollado para los
tiempos de Internet en el conectivismo de Siemens (2005) y Downes (2005)).
Por eso mismo, plantear el PLE, entendido como aprender a aprender en la era digital,
como centro de los procesos educativos (formales y no formales) supone cambios profundos
en todos los participantes en el proceso educativo. Pero, de la misma forma, introducir los
PLEs como eje fundamental de los procesos puede ayudar a cambiar y reconstruir –sofisti-
car– no sólo las creencias de los docentes sobre cuáles son las mejores formas de enseñar
(Kim et al. 2012), sino las de los aprendices sobre la naturaleza del conocimiento y del propio
aprendizaje (Schommer-Aikins et al., 2012). Usando activamente e intensamente sus PLEs los
aprendices deberían comprender que hoy no sólo consumen información, sino que pueden
crearla y reflexionar sobre ella en comunidad.
Un aprendiz con un PLE desarrollado y enriquecido tiene la posibilidad no sólo de aprender
de otros sino de que otros aprendan con el, y eso implica una serie de habilidades y estra-
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tegias que han de ponerse en marcha; para un aprendiz, explicitar, desarrollar y gestionar
eficientemente su PLE no es sólo una inmensa posibilidad, sino un profundo compromiso con
su propio aprendizaje y con el de otros con los que se relaciona a través de su PLE.
Por todo ello, entendemos que la única manera de enseñar este tipo de estrategias es
practicándolas, haciendo que las prácticas docentes den buena cuenta de todo aquello que
pretendemos, que exijan de nuestros estudiantes mayores niveles de independencia y de los
docentes mayores cotas de interés en propiciar, más que en realizar o impartir. Pero a este
tipo de prácticas docentes y a los principios metodológicos que subyacen a ellas nos dedica-
remos más en profundidad en el capítulo siguiente.
Vivimos tiempos en los que las nuevas tendencias educativas se mueven entre dos polos
más o menos opuestos: por un lado los modelos de entrenamiento masivos que, a modo de
evolución de la enseñanza por correspondencia, toman cada vez más fuerza como una forma
de aprovechar las economías de escala a las que nos acerca la red (los llamados xMOOCs,
en sus diversas modalidades (Rodríguez, 2012), como los que podemos encontrar en Udacity
o Coursera, o la muy famosa Khan-Academy), y en el otro lado, propuestas metodológicas
que asumen un aprendiz social, comprometido, que lee solo y elige solo pero que aprende
en comunidad a través de intercambios relevantes (hablamos de las experiencias de Flipped
Classroom o cMOOCs). Tanto unas como otras tienen su lugar en el PLE, en un caso como
parte de las fuentes de información del PLE y en el otro como ecosistema donde el PLE se
desarrolla y enriquece. Sin embargo, es en las nuevas formas de aprendizaje y de organiza-
ción de la enseñanza donde podremos encontrar respuestas a los desafíos que la sociedad
en cambio nos plantea y es también en esas formas donde pensar en PLEs como fundamento
y materia prima seguirá siendo crucial.
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