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Pensamiento Zombi

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Pensamiento Zombi

Jorge Fernández Gonzalo

Ensayo sobre el sujeto posmoderno

Max Brook, en su libro Zombie: Guía de supervivencia, publicado en España en 2008,


fantasea con un ataque zombi de hace 5000 años en la ciudad de Hierakónpolis, en el
antiguo Egipto, debido a una infección del virus solanum. Un arqueólogo británico
habría descubierto en 1892 los hechos al encontrarse con unos jeroglíficos que contaban
el espeluznante relato de lo sucedido. En las tumbas, en su interior, se encontrarían los
arañazos de aquellos que, enterrados vivos, habrían intentado salir desesperadamente.

El mito del zombi no es sin embargo tan antiguo. Sí es cierto que tiene un digno
antepasado en la iconografía de la momia, aunque sus orígenes se refieran a ritos
haitianos y de diversos lugares de Hispanoamérica y África durante el flujo de esclavos
en época colonial. Su sentido primero es el de un muerto resucitado mágicamente, que
habría perdido su voluntad y que pasaría a convertirse en el sirviente del hechicero o
chamán, quien le devolvería a la vida a través de unos misteriosos polvos, el llamado
“polvo zombi”.

Sin embargo, el éxito del zombi en la representación moderna poco tiene que ver con
estos orígenes chamánicos. El zombi es ahora una figura que remite a la invasión, la
horda o la plaga, a menudo fruto de una hecatombe bacteriológica y como efecto de los
abusos tecnológicos de la raza humana. El zombi se alimenta de cerebros o de carne, y
sobrevive a pesar de las muchas laceraciones del paso del tiempo o de los daños
infringidos por otros seres hasta que se acierta a matarlo de un disparo en la cabeza. Su
prolífica aparición en el cine, con más de 400 películas, junto con otros soportes
(videojuegos, cómics, series de televisión, etc.) y su tímido pero interesante paso por la
literatura, como un nuevo y sugerente género zombi que pasaría por reescribir clásicos
de la calidad de Orgullo y prejuicio y zombis, publicado en español en 2009, Lazarillo
Z, en 2010, Don Quijote Z el mismo año o La casa de Bernarda Alba zombi, en versión
gratuita, hacen de su iconografía todo un fenómeno a escala mundial.

Quizás las últimas décadas sean suficiente ejemplo de cómo se ha extendido dicho
fenómeno. Desde las míticas películas de Romero hasta la creciente franquicia Resident
Evil no ha dejado de aumentar la filmografía zombi. En castellano es posible encontrar
las obras Zombie Evolution, de José Manuel Serrano Cueto, Cine Zombi, de Ángel
Gómez Rivero, y Zombies! Una enciclopedia del cine de muertos vivos, de Luciano
Saracino, en donde se da un repaso al cine de terror –y cómico o de lo absurdo–
relacionado con el universo zombi. El cómic cuenta con una más que interesante versión
de los superhéroes clásicos denominada Marvel Zombies o la exitosa The Walking
Dead, que ha pasado hace poco a la pequeña pantalla, sumándose a otras producciones
también ligadas al género (Dead set, The Day of the Triffids, Zero: War of the Dead). A
lo que deben añadirse importantes sagas de videojuegos (de nuevo Resident Evil, y
también House of the Dead, Left 4 Dead, Dead Rising, etc.) en lo que poco a poco se ha
convertido en un fenómeno imparable. En literatura, junto a las ya citadas
reelaboraciones de clásicos, no faltan obras que han alcanzado en los últimos años cierta
notoriedad, como Guerra Mundial Z, del citado Max Brooks, Apocalipsis Z de Manuel
Loureiro o Los Caminantes, de Carlos Sisí. Editoriales como Dolmen han habilitado ya
una línea Z para este tipo de publicaciones.

Por otro lado, estas páginas que aquí ofrecemos no pretenden ser un estudio que
compile toda la información, a modo de guía, sobre los mass media y su granito de
arena en el desarrollo del género, o una clasificación más o menos detallada de la
tipología del zombi (infectados frente a malditos, rápidos o lentos, inteligentes o
estúpidos) o del merchandising generado por éstos, sino un libro que pretenda pensar el
fenómeno zombi, el terror que inspira el mito, pero también aquello referente a la plaga,
a su representación del cuerpo, de las cosas, en una suerte de correspondencia entre la
horda zombi y una lógica del capitalismo avanzado. El sujeto-zombi pertenece a la
posmodernidad, y por ello es necesario pensarlo desde la posmodernidad, como parte
integrada del mecanismo simbólico de concebir lo real en el cual nos desenvolvemos.
Faltaba un volumen o línea de estudios que trazase algunos de los aspectos más
conflictivos del fenómeno en relación con la antropología, la psicología, el análisis de la
subjetividad posmoderna y de los conflictos directamente relacionados con el
pensamiento y la filosofía. Sirvan estos ejes temáticos como primeros tanteos para un
pensamiento zombi.

Sujeto zombi. El zombi siempre es el otro. Y el otro me devuelve mi propio reflejo,


constituye un motivo de alerta, como si el zombi mostrase a esa humanidad asustada de
sí misma, a la deriva, gobernada por el pánico. El sujeto zombi se construye a través del
miedo que proyecta en los demás, por el asco que produce la visión ante la carne
carcomida o la muerte, por la vejez o sus miembros putrefactos; todo ello desemboca en
una mitología característica a la hora de representar al zombi, en esa modalidad del
pánico que consiste en temer salirse de toda idea de sujeto y acabar mezclado con la
masa, hasta formar parte de la pandemia. Este temor arraiga en nuestra cultura
posmoderna en la medida en que representa pavor ante los regímenes de asociación
masivos. Apenas hay diferencia entre los muertos y los vivos, y sin embargo la distancia
es máxima. En cierto modo, el sujeto afronta ahora el miedo a la unificación total, a una
globalidad de las afecciones, hasta hacerse toda la humanidad una sola e indistinta
masa. No tanto el horror ante la diferencia, sino a lo diferente-otro que acosa los sueños
de la imaginación desde el alba de los tiempos, el miedo a la semejanza, al maléfico
dopplegänger, al cochambroso doble que es el zombi. Es el pánico a la plaga, a la
igualación a causa de la pandemia, con todos infectados, pasados por el rasero de la
semejanza. Nunca el zombi es el otro, sino el yo, el maleficio del espejo, por el cual no
podremos huir de la amenaza.
El zombi y la lógica del capitalismo avanzado. La lógica del capitalismo es la misma
que en la pandemia zombi. Todo estaría relacionado en la moderna fase económica del
capitalismo, desde los flujos de poder y dinero hasta los grandes soportes ideológicos y
discursivos. Todo participa a una escala global de los fenómenos: una venta en un lugar
del mundo repercute en el otro extremo a miles de kilómetros. Se trata de una cobertura
que no deja de absorberlo todo por la extensión tentacular de sus brazos, con la
intención de no dejar nada fuera. Cada flujo es filtrado y centralizado, hasta que toda la
humanidad cae en esa pandemia zombi. La estructura capitalista funciona a la manera
de una infección zombi, como una horda, con el fin de devastarlo todo a su paso. No
hay finales felices, y que los que logran escapar, como en las películas, tienen por
destino una población aún más azotada por la pandemia. ¿Cuáles son los resquicios que
quedan a salvo de la propagación capitalista? Ninguno: todo es absorbido por la plaga.
Nada de guardar provisiones para después, algunos cerebros en la alacena: hay que
devorarlo todo, y ni las revoluciones sociales o artísticas escapan al alcance voraz de la
pandemia. Hay que quemar todos los recursos, territorializarse, extenderse. A cambio, el
capitalismo zombi en el que vivimos consiente en entregarnos breves momentos de ocio
para dilapidar nuestra economía, sin importarnos el pago de intereses. No hay líderes:
un movimiento de cualquiera de los miembros de la horda alertará a los otros, que le
seguirán en manada, del mismo modo que el poder capitalista no se acumula, sino que
se ejerce, tal y como adivinaba el pensamiento focaultiano: el poder pasa de uno a otro,
da igual quién cometa los errores, qué político falle, porque las estrategias lúdicas
refrenan cualquier tipo de actitud revolucionaria. Al final, todo continúa funcionando tal
y como lo estaba haciendo hasta ahora.

Psicoanálisis del zombi. Freud había delimitado dos fuerzas en la naturaleza del ser
humano, dos formas de energía deseante. El instinto (Instinkt), por un lado, se
correspondería con las necesidades de supervivencia, como alimentarse o beber, frente a
la pulsión (Trieb), relacionada con el deseo sexual y con la satisfacción de los placeres.
Frente a la conocida figura del vampiro, tan cara a la mitología de la ficción moderna, el
zombi carecería de deseo. Los vampiros muerden a sus víctimas y les succionan su
sangre, pero todas sus actividades se rodean de rituales para engalanar la actividad de su
deseo mediante la seducción sacrílega de cuerpos perfectos o de vírgenes, o a través de
la violencia en medio de la escena amorosa. Pero el zombi no desea nada. No sustituye
su deseo por la liturgia y la simulación, como su hermano mayor el vampiro, sino que
no pretende otra cosa que comer, expandirse. Carece de libido o de un cuerpo en el que
escribir el placer: la carne y las terminaciones nerviosas están castigadas por la
putrefacción, y todo su cuerpo es disfuncional, sin pasiones. En el zombi resuena la
animalidad del ser humano.

El zombi, desde su silencio, propondría una reversión de nuestro catálogo de falsedades,


una suerte de mudo doble para la ignominia de los deseos del ser humano. El sujeto
zombi posmoderno es un ser asocial, incapaz de construir su deseo por la
intermediación del otro, en consonancia con el deseo sin reservas de los seres humanos
cuando han desaparecido todos los códigos, la represiones o la castración simbólica. De
ahí la narración recurrente en las películas de zombis, en donde los supervivientes
exceden la lógica de los deseos, anhelan demasiado, y acaban por enfrentarse unos a
otros o por traicionarse, frente a los apetitos del zombi, que no buscan otra cosa que la
expansión y el abastecimiento. El zombi parece mostrarnos su no-humanidad para
burlarse de nosotros.

El cuerpo zombi. La corporalidad del zombi sucede como una multiplicidad, si bien
tampoco constituye enteramente un cuerpo, no está acabado, y está continuamente
expuesto a mutilaciones y rupturas. Se asemejaría a un cuerpo-sin-órganos, a la manera
de Deleuze, un cuerpo sin esa subjetividad autorreferencial, sin un sujeto deseante que
elaborara el fantasma de lo otro, sino tan sólo una maquinaria que se dedica a captar
flujos, a territorializarse, a extenderse en cada mordedura. El sujeto zombi construye su
corporalidad intersticial, en la complementación de otros cuerpos que interactúan con él,
a la manera de la teoría corporal de Jean-Luc Nancy: no la máquina célibe deleuziana,
sino esa continua desobra de la corporalidad, el devenir-plaga, en un régimen
productivo en el que el resultado es siempre él mismo, multiplicándose como un rizoma
y reproduciéndose sin deseo, por contagio y contacto, por acoplamientos maquínicos
con aquello que le rodea: actúa como un mecanismo. Cada mordedura ensambla una
pieza, cada víctima se suma a la compleja maquinaria de la corporalidad zombi, a su
movimiento de expansión y apertura.

Horda y comunidad. Para Lacan el deseo se elabora siempre en el otro, pasa por ser un
deseo de otro, del que la horda carecería. Todo en el zombi son instintos, por lo que no
pueden establecerse sólidas relaciones entre sus congéneres. No hay interacción posible.
Es lo que Blanchot denominaba como desobra: aunque todos los zombis se abalancen
sobre la misma presa o echen abajo las mismas alambradas no hay una verdadera
relación entre los miembros del conjunto. La horda supone la no-comunidad, y lo que
une a un zombi con otro no sería sino esa falta de relación, de interacción común, de
sociabilidad y apoyo mutuo. Carecen de razones tanto para competir como para
ayudarse o, del mismo modo, para enfrentarse entre sí y devorarse unos a otros. No
producen signos, lenguajes compartidos, no viven conjuntamente ninguna experiencia
semiótica salvo la del indicio. Cuando alguien se cruza en su campo visual, cuando se
oye un ruido u otro zombi se vira hacia un lado, todo ello puede constituir una
indicación de que ahí hay comida. Cualquier variación, por pequeña que sea, en la
pacífica vida del zombi es motivo de alerta y supone una oportunidad para asegurarse el
sustento necesario, es decir, nuestros cerebros. Se trataría entonces de una comunidad
de individuos aislados entre sí, completamente solitarios, aun estando unos al lado de
otros, que actuarían de manera conjunta por esta ley del indicio, por una reciprocidad
vacía que no conoce al otro, sino que lo imita sin más. Los zombis actúan al mismo
tiempo no como un inconsciente colectivo, sino por imitación, sin llegar a formar una
comunidad de miembros entrelazados, sino a manera de islas desiertas, sin deseo o
conciencia que los una o que salvaguarde los espacios de la propia intimidad.

La metáfora zombi nos permite acceder a regiones novedosas de nuestro panorama


cultural a través de una nueva visión del mundo que nos rodea, capaz de operar desde
los márgenes de los análisis académicos. A lo largo de estos bloques se pretende
reflexionar, como puede verse, no sólo en las implicaciones mediáticas del moderno
panteón zombi, sino también en esa deriva filosófica, en esa capacidad de los conceptos
de llevarnos de un lado a otro, desde la animalización al miedo, desde los códigos
capitalistas hasta la institución del psicoanálisis y las formas de organización
comunitaria, desde una visión sociológica de la ficción moderna y de sus correlatos con
nuestra realidad. Trazar un estudio sistemático del concepto de zombi, de su
importancia antropológica o de su proyección fílmica, de su taxonomía y catalogación
de poco nos habría servido, así como la contaminación de unos medios de cultura de
masas a otros –de la literatura a las series de televisión, del videojuegos a los cómics o
al cine–: hemos pretendido, en todo momento, atender a la función que desempeña la
noción de zombi en una sociedad tardocapitalista como la actual, de qué manera se
construye ese “sujeto zombi” posmoderno, incapaz de asumir ideas propias, de alejarse
de la horda y de abrirse paso el sólo. Vivimos atrapados en una sociedad-red, en donde
es más fácil saber qué ocurre al otro lado del mundo que en la casa de al lado, en donde
las relaciones interpersonales o las herramientas de conocimiento están todas
mediatizadas, por lo que el zombi actuaría al mismo tiempo como recuerdo y temor de
nuestra vida instintiva, de la realidad primaria del ser humano, que se ha perdido entre
los cableados de la vida informatizada. Cualquier zombi podría, sin más ayuda que sus
mordeduras, provocar él sólo el Apocalipsis y obligar a los pocos supervivientes a una
organización tribal, en una lucha por la supervivencia que recupere la animalidad
perdida de los seres humanos. Paradójicamente, el pensamiento zombi nos recuerda que
cualquiera es un zombi en un mundo en que el hombre se convierte en amenaza para sí
mismo a escala global.

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