Continuidad de Los Parques V
Continuidad de Los Parques V
Continuidad de Los Parques V
Julio Cortázar
Julio Cortázar
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios
urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios
lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar
una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir
al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió
Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles.
una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como
vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra
esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin
en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi
rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo
alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del
ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los
la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por
adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y
Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte.
chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el
rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él
protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta,
su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra
como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas
esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta
dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo,
había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada
tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante
apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer. tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la
opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda
parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez,
crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del
mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El
Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró.
sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una
la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en
mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la
del hombre en el sillón leyendo una novela. mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza
FIN del hombre en el sillón leyendo una novela.
FIN