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POEMAS

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EL REO DE MUERTE

¡Para hacer bien por el alma


del que van a ajusticiar!
I

Reclinado sobre el suelo


con lenta amarga agonía,
pensando en el triste día
que pronto amanecerá,
en silencio gime el reo
y el fatal momento espera
en que el sol por vez postrera
en su frente lucirá.

Un altar y un crucifijo,
y la enlutada capilla
lánguida vela amarilla
tiñe en su luz funeral,
y junto al mísero reo,
medio encubierto el semblante,
se oye al fraile agonizante
en son confuso rezar.

El rostro levanta el triste


y alza los ojos al cielo;
tal vez eleva en su duelo
la súplica de piedad:
¡Una lágrima! ¿es acaso
de temor o de amargura?
¡Ay! a aumentar su tristura
¡Vino un recuerdo quizá!
Es un joven y la vida
llena de sueños de oro,
pasó ya, cuando aún el lloro
de la niñez no enjugó:
El recuerdo es de la infancia,
¡Y su madre que le llora,
para morir así ahora
con tanto amor le crió!

Y a par que sin esperanza


ve ya la muerte en acecho,
su corazón en su pecho
siente con fuerza latir,
al tiempo que mira al fraile
que en paz ya duerme a su lado,
y que ya viejo y postrado
le habrá de sobrevivir.

¿Mas qué rumor a deshora


rompe el silencio? resuena
una alegre cantinela
y una guitarra a la par,
y gritos y de botellas
que se chocan, el sonido,
y el amoroso estallido
de los besos y el danzar.

Y también pronto en son triste


lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

Y la voz de los borrachos,


y sus brindis, sus quimeras,
y el cantar de las rameras,
y el desorden bacanal
en la lúgubre capilla
penetran, y carcajadas,
cual de lejos arrojadas
de la mansión infernal.

Y también pronto en son triste


lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Maldición! al eco infausto


el sentenciado maldijo
la madre que como a hijo
a sus pechos le crió;
y maldijo el mundo todo,
maldijo su suerte impía,
maldijo el aciago día
y la hora en que nació.

II

Serena la luna
alumbra en el cielo,
domina en el suelo
profunda quietud;
ni voces se escuchan,
ni ronco ladrido,
ni tierno quejido
de amante laúd.
Madrid yace envuelto en sueño,
todo al silencio convida,
y el hombre duerme y no cuida
del hombre que va a expirar;
si tal vez piensa en mañana,
ni una vez piensa siquiera
en el mísero que espera
para morir, despertar;

que sin pena ni cuidado


los hombres oyen gritar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Y el juez también en su lecho


duerme en paz! ¡y su dinero
el verdugo placentero
entre sueños cuenta ya!
Tan sólo rompe el silencio
en la sangrienta plazuela
el hombre del mal que vela
un cadalso al levantar.

Loca y confusa la encendida mente,


sueños de angustia y fiebre y devaneo
el alma envuelven del confuso reo,
que inclina al pecho la abatida frente.

Y en sueños
confunde
la muerte,
la vida.
Recuerda
y olvida,
suspira,
respira
con hórrido afán.

Y en un mundo de tinieblas
vaga y siente miedo y frío,
y en su horrible desvarío
palpa en su cuello el dogal;
y cuanto más forcejea,
cuanto más lucha y porfía,
tanto más en su agonía
aprieta el nudo fatal.

Y oye ruido, voces, gentes,


y aquella voz que dirá:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

O ya libre se contempla,
y el aire puro respira,
y oye de amor que suspira
la mujer que un tiempo amó,
bella y dulce cual solía,
tierna flor de primavera,
el amor del la pradera
que el abril galán mimó.

Y gozoso a verla vuela,


y alcanzarla intenta en vano,
que al tender la ansiosa mano
su esperanza a realizar,
su ilusión la desvanece
de repente el sueño impío,
y halla un cuerpo mudo y frío
y un cadalso en su lugar.

Y oye a su lado en son triste


lúgubre voz resonar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

EL CANTO DEL COSACO


                                            Donde sienta mi caballo los pies
                                 no vuelve a nacer yerba.
                                       Atila
CORO

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!


La Europa os brinda esplédido botín:
Sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

¡Hurra, a caballo hijos de la niebla!


Suelta la rienda a combatir volad:
¿Veis esas tierras fértiles? las puebla
gente opulenta, afeminada ya.

Casas, palacios, campos y jardines,


todo es hermoso y refulgente allí,
son sus hembras celestes, serafines,
su sol alumbra un cielo de zafir.

¡Hurra, cosacos del desierto...


Nuestros sean su oro y sus placeres,
gocemos de ese campo y ese sol;
son sus soldados menos que mujeres,
sus reyes viles mercaderes son.

Vedlos huir para esconder su oro,


vedlos cobardes lágrimas verter...
¡Hurra! volad, sus cuerpos, su tesoro
huellen nuestros caballos con sus pies.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Dictará allí nuestro capricho leyes,


nuestras casas alcázares serán,
los cetros y coronas de los reyes
cual juguetes de niños rodarán.

¡Hurra! Volad a hartar nuestros deseos,


las más hermosas nos darán su amor,
y no hallarán nuestros semblantes feos,
que siempre brilla hermoso el vencedor.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Desgarraremos la vencida Europa,


cual tigres que devoran su ración;
en sangre empaparemos nuestra ropa,
cual rojo manto de imperial señor.

Nuestros nobles caballos relinchando


regias habitaciones morarán;
cien esclavos, sus frentes inclinando,
al mover nuestros ojos temblarán.
¡Hurra, cosacos del desierto...

Venid, volad, guerreros del desierto,


como nubes en negra confusión,
todos suelto el bridón, el ojo incierto,
todos atropellándoos en montón.

Id en la espesa niebla confundidos,


cual tromba que arrebata el huracán,
cual témpanos de hielo endurecidos
por entre rocas despeñados van.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Nuestros padres un tiempo caminaron


hasta llegar a una imperial ciudad;
un sol más puro es fama que encontraron,
y palacios de oro y de cristal.

Vadearon el Tíber sus bridones;


yerta a sus pies la tierra enmudeció;
su sueño con fantásticas canciones
la fada de los triunfos arrulló.

¡Hurra, cosacos del desierto...

¡Qué! ¿no sentís la lanza estremecerse


hambrienta en vuestras manos de matar?
¿No veis entre la niebla aparecerse
visiones mil que el parabién nos dan?

Escudo de esas míseras naciones


era ese muro que abatido fue;
la gloria de Polonia y sus blasones
en humo y sangre convertidos ved.

¡Hurra, cosacos del desierto...

¿Quién en dolor trocó sus alegrías?


¿Quién sus hijos triunfante encadenó?
¿Quién puso fin a sus gloriosos días?
¿Quién en su propia sangre los ahogó?

¡Hurra, cosacos! ¡Gloria al más valiente!


Esos hombres de Europa nos verán:
¡Hurra! nuestros caballos en su frente
hondas sus herraduras marcarán.

¡Hurra, cosacos del desierto...

A cada bote de la lanza ruda,


a cada escape en la abrasada lid,
la sangrienta ración de sangre cruda
bajo la silla sentiréis hervir.

Y allá después en templos suntuosos,


sirviéndonos de mesa algún altar,
nuestra sed calmarán vinos sabrosos,
hartará nuestra hambre blanco pan.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Y nuestras madres nos verán triunfantes,


y a esa caduca Europa a nuestros pies,
y acudirán de gozo palpitantes,
en cada hijo a contemplar un rey.

Nuestros hijos sabrán nuestras acciones,


las coronas de Europa heredarán,
y a conquistar también otras regiones
el caballo y la lanza aprestarán.

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!


La Europa os brinda espléndido botín,
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

Canción del pirata 


Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar rïela,


en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Stambul:

«Navega, velero mío,


sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor. 

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,


que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra


ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor. 

Que es mi barco mi tesoro,


que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar. 

A la voz de «¡barco viene!»


es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo escapar;
Que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival. 

Que es mi barco mi tesoro,


que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!


Yo me río; 
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,


que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar. 

Son mi música mejor


aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones. 

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,


que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.»

CANTO II 
A TERESA (26)

DESCANSA EN PAZ

Bueno es el mundo, ¡bueno!, ¡bueno!, ¡bueno!


Como de Dios al fin obra maestra,
Por todas partes de delicias lleno,
De que Dios ama al hombre hermosa muestra;
Salga la voz alegre de mi seno
A celebrar esta vivienda nuestra:
¡Paz a los hombres!, ¡gloria en las altruas!
¡Cantad en vuestra jaula, criaturas!
                     (<María> por D. Miguel de los Santos
Alvarez.)

¿Por qué volvéis a la memoria mía,


Tristes recuerdos del placer perdido,
A aumentar la ansiedad y la agonía
De este desierto corazón herido?
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría
Le quedó al corazón sólo un gemido,
¡Y el llanto que al dolor los ojos niegan,
Lágrimas son de hiel que el alma anegan!
¿Dónde volaron, ¡ay!, aquellas horas 
De juventud, de amor y de ventura,
Regaladas de músicas sonoras,
Adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras,
Sus alas de carmín y nieve pura,
Al sol de mi esperanza desplegando,
Pasaban, ¡ay!, a mi alrededor cantando.

Gorjeaban los dulces ruiseñores,


El sol iluminaba mi alegría,
El aura susurraba entre las flores,
El bosque mansamente respondía,
Las fuentes murmuraban sus amores...
¡Ilusiones que llora el alma mía!
¡Oh! ¡Cuán suave resonó en mi oído
el bullicio del mundo y su ruïdo.!

Mi vida entonces, cual guerrera nave


Que el puerto deja por la vez primera
Y al soplo de los céfiros suave
Orgullosa despliega su bandera,
Y al mar dejando que a sus pies alabe
Su triunfo en roncos cantos, va velera,
Una ola tras otra bramadora
Hollando y dividiendo vencedora,

¡Ay! En el mar del mundo, en ansia ardiente


De amor volaba; el sol de la mañana
Llevaba yo sobre mi tersa frente,
Y el alma pura de su dicha ufana:
Dentro de ella, el amor, cual rica fuente
Que entre frescura y arboledas mana,
Brotaba entonces abundante río
De ilusiones y dulce desvarío.

Yo amaba todo: Un doble sentimiento


Exaltaba mi ánimo, y sentía
En mi pecho un secreto movimiento
De grandes hechos generoso guía.
La libertad, con su inmortal aliento,
Santa diosa, mi espíritu encendía,
Continuo imaginando en mi fe pura
Sueños de gloria al mundo y de ventura.

El puñal de Catón, La adusta frente


Del noble Bruto, la constancia fiera
Y el arrojo de Scévola valiente,
La doctrina de Sócrates severa,
La voz atronadora y elocuente
Del orador de Atenas, la bandera
Contra el tirano macedonio alzando
Y al espantado pueblo arrebatando.

El valor y la fe del caballero,


Del trovador el arpa y los cantares,
Del gótico castillo el altanero
Antiguo torreón, do sus pesares
Cantó tal vez con eco lastimero,
¡Ay!, arrancada de sus patrios lares,
Joven cautiva, al rayo de la luna,
Lamentando su ausencia y su fortuna.

El dulce anhelo del amor que aguarda


Tal vez, inquieto y con mortal recelo,
La forma bella que cruzó, gallarda
alla en la noche entre el medroso velo;
La ansiada cita que en llegar se tarda
Al impaciente y amoroso anhelo,
La mujer y la voz de su dulzura,
Que inspira al alma celestial ternura;

A un tiempo mismo en rápida tormenta,


Mi alma alborotada de continuo,
Cual las olas que azota con violenta
Cólera impetuoso torbellino;
Soñaba el héroe ya, la plebe atenta
En mi voz escuchaba su destino,
Ya al caballero, al trovador soñaba
Y de gloria y de amores suspiraba.

Hay una voz secreta, un dulce canto,


Que el alma sólo recogida entiende,
Un sentimiento misterioso y santo
Que del barro al espíritu desprende;
Agreste, vago y solitario encanto
Que en inefable amor el alma enciende,
Volando tras la imagen peregrina
El corazón de su ilusión divina.

Yo, desterrado en extranjera playa,


Con los ojos extáticos seguía
La nave audaz que argentada raya
Volaba al puerto de la patria mía;
Yo cuando en Occidente el sol desmaya,
Solo y perdido en la arboleda umbría,
Oír pensaba el armonioso acento
De una mujer, al suspirar del viento.
¡Una mujer! En el templado rayo
De la mágica luna se colora,
Del sol poniente al lánguido desmayo,
Lejos entre las nubes se evapora;
Sobre las cumbres que florece mayo,
Brilla fugaz al despuntar la aurora,
Cruza tal vez por entre el bosque umbío,
Juega en las aguas del sereno río.

¡Una mujer! Deslízase en el cielo


Allá en la noche desprendida estrella,
Si aroma el aire recogió en el suelo,
Es el aroma que le presta ella.
Blanca es la nube que en callado vuelo
Cruza la esfera que su planta huella,
Y en la tarde la mar olas le ofrece
De plata y de zafir donde se mece.

Mujer que amor en su ilusión figura,


Mujer que nada dice a los sentidos,
Ensueño de suavísima ternura,
Eco que regaló nuestros oídos:
De amor la llama generosa y pura,
Los goces dulces del placer cumplidos
Que engalana la rica fantasía,
Goces que avaro el corazón ansía.

¡Ay!, aquella mujer, tan sólo aquélla


Tanto delirio a realizar alcanza,
Y esa mujer tan cándida y tan bella
Es mentida ilusión de la esperanza:
Es el alma que vívida destella
Su luz al mundo cuando en él se lanza,
Y el mundo con su magia y galanura,
Es espejo no más de su hermosura.

Es el amor que al mismo amor adora,


El que creó las sílfides y ondinas,
La sacra ninfa que bordando mora
Debajo de las aguas cristalinas:
Es el amor que recordando llora
Las arboledas del Edén divinas,
Amor de allí arrancado, allí nacido,
Que busca en vano aquí su bien perdido.

¡Oh, llama santa! ¡Celestial anhelo!


¡Sentimiento purísimo! ¡Memoria
Acaso triste de un perdido cielo,
Quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
Oh, mujer, que en imagen ilusoria
Tan pura, tan feliz, tan placentera,
Brindó el amor a mi liusión primera!

¡Oh, Teresa! ¡Oh, dolor! Lágrimas mías,


¡Ah!, ¿Donde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días
No consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh!, Los que no sabéis las agonías
De un corazón que penas a millares,
¡Ay!, desgarraron, y que ya no llora,
¡Piedad tened de mi tormento ahora!

¡Oh, dichosos mil veces, sí, dichosos


Los que podéis llorar! Y, ¡ay!, sin ventura
De mí, que, entre suspiros angustiosos,
¡Ahogar me siento en infernal tortura!
Retuécese entre nudos dolorosos
Mi corazón gimiendo de amargura...
También tu corazón hecho pavesa,
¡Ah!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!

¿Quién pensara jamás, Teresa mía,


Que fuera eterno manantial de llanto
Tanto inocente amor, tanta alegría,
Tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
en que, perdido el celestial encanto
Y caída la venda de los ojos,
Cuanto diera placer causara enojos?

Aún parece, Teresa, que te veo


Aérea cual dorada mariposa,
En sueño delicioso del deseo,
Sobre tallo gentil temprana rosa,
Del amor venturoso devaneo,
Angélica, purísima y dichosa,
Y oigo tu voz dulcísima, y respiro
Tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aún miro aquellos ojos que robaron


A los cielos su azul, y las rosadas
Tintas sobre la nieve, que envidiaron
Las de mayo serenas alboradas;
Y aquellas horas dulces que pasaron
Tan breves, ¡ay!, como después lloradas,
Horas de confianza y de delicias,
De abandono, y de amor, y de caricias.
Que así las horas rápidas pasaban,
Y pasaba a la par nuestra ventura;
Y nunca nuestras ansias las contaban,
Tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura
Las horas ¡ay! huyendo nos miraban,
Llanto tal vez vertiendo de ternura,
Que nuestro amor y juventud veían
Y temblaban las horas que vendrían.

Y llegaron en fin.. ¡Oh! ¿Quién, impío,


¡Ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo un cristalino río,
Manantial de purísima limpieza;
Después torrente de color sombrío,
Rompiendo entre peñascos y maleza,
Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas.

¿Cómo caíste despeñado al suelo,


Astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
A este valle de lágrimas odioso?
Aún cercaba tu frente el blanco velo
Del serafín, y entre ondas fulguroso,
Rayos al mundo tu esplendor vertía
Y otro cielo el amor te prometía.

Mas, ¡ay!, que es la mujer ángel caído


O mujer nada más y lodo inmundo,
Hermoso ser para llorar nacido,
O vivir como autómata en el mundo;
Sí, que el demonio en el Edén perdido
Abrasara con fuego del profundo 
La primera mujer, y, ¡ay!, aquel fuego
La herencia ha sido de sus hijos luego.

Brota en el cielo del amor la fuente


Que a fecundar el universo mana,
Y en la tierra su límpida corriente
Sus márgenes con flores engalana:
Mas, ¡ay!, huid: el corazón ardiente
Que el agua clara por beber se afana,
Lágrimas verterá de duelo eterno,
Que su raudal lo envenenó el infierno.

Huid, si no queréis que llegue un día


En que, enredado en retorcidos lazos
El corazón, con bárbara porfía
Luchéis por arrancároslo a pedazos;
En que al cielo, en histérica agonía,
Frenéticos alcéis entrambos brazos,
Para en vuestra impotencia maldecirle,
Y escupiros, tal vez, al escupirle.

Los años, ¡ay!, de la ilusión pasaron;


Las dulces esperanzas que trajeron,
Con sus blancos ensueños se llevaron,
Y el porvenir de oscuridad vistieron;
Las rosas del amor se marchitaron,
Las flores en abrojos convirtieron,
Y de afán tanto y tan soñada gloria
Sólo quedó una tumba, una memoria.

¡Pobre Teresa! Al recordarte siento


Un pesar tan intenso... Embarga impío
Mi quebrantada voz mi sentimiento,
Y suspira tu nombre el labio mío;
Para allí su carrera el pensammiento,
Hiela mi corazón punzante frío,
Ante mis ojos la funesta losa,
Donde, vil polvo, tu beldad reposa.

Y tú, feliz, que hallastes en la muerte


Sombra a que descansar en tu camino,
Cuando llegabas mísera a perderte
Y era llorar tu único destino;
Cuando en tu frente la implacable suerte
Grababa de los réprobos el sino...
¡Feliz!, la muerte te arrancó del suelo,
Y otra vez ángel te volviste al cielo.

Roída de recuerdos de amargura,


Arido el corazón sin ilusiones,
La delicada flor de tu hermosura
Ajaron del dolor los aquilones;
Sola y envilecida, y sin ventura,
Tu corazón secaron las pasiones;
Tus hijos, ¡ay!, de ti se avergonzaran,
Y hasta el nombre de madre te negaran.

Tus ojos escaldados por el llanto


Tu rostro cadavérico y hundido,
Unico desahogo en tu quebranto,
El histérico, ¡ay!, de tu gemido:
¿Quién, quién pudiera en infortunio tanto
envolver tu desdicha en el olvido,
Disipar tu dolor y recogerte
En su seno de paz? ¡Sólo la muerte!

¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!


Espirítu indomable, alma violenta,
En ti, mezquina sociedad lanzada
A romper tus barreras turbulenta;
Nave contra las rocas quebrantada,
Allá vaga, a merced de la tormenta,
En las olas tal vez náufraga tabla,
Que sólo ya de sus grandezas habla.

Un recuerdo de amor que nunca muere


Y está en mi corazón; un lastimero
Tierno quejido que en el alma hiere,
Eco suave de su amor primero:
¡Ay! De tu luz, en tanto yo viviere,
Quedará un rayo en mí, blanco lucero,
Que iluminaste con tu luz querida
La dorada mañana de mi vida.

Que yo como una flor que en la mañana


Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay!, al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía.
Yo, inocente también, ¡oh, cuán ufana
Al porvenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor con cuánto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo!

Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,


En tus brazos, en lánguido abandono,
De glorias y deleites rodeado,
Levantar para ti soñé yo un trono:
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado,
Vencer del mundo el implacable encono,
Y en un tiempo sin horas y medida
Ver como un sueño resbalar la vida.

¡Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos


Aridos ni una lágrima brotaban;
Cuando ya su color tus labios rojos
En cárdenos matices cambïaban;
Cuando, de tu dolor tristes despojos,
La vida y su ilusión te abandonaban
Y consumía lenta calentura
Tu corazón al par de tu amargura;

Si en tu penosa y última agonía


Volviste a lo pasado el pensamiento;
Si comparaste a tu existencia un día
Tu triste soledad y tu aislamiento;
Si arrojó a tu dolor tu fantasía
Tus hijos, ¡ay!, en tu postrer momento,
A otra mujer tal vez acariciando,
Madre tal vez a otra mujer llamando.

Si el cuadro de tus breves glorias viste


Pasar como fantástica quimera,
Y si la voz de tu conciencia oíste
Dentro de ti gritándote severa;
Sí, en fin, entonces tú llorar quisiste
Y no brotó una lágrima siquiera
Tu seco corazón, y a Dios llamaste,
Y no te escuchó Dios, y blasfemaste;

¡Oh, cruel! ¡Muy cruel! ¡Matirio horrendo!


¡Espantosa expiación de tu pecado!
¡Sobre un lecho de espinas maldiciendo,
Morir el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
Presente a tu conciencia lo pasado,
Buscando en vano con los ojos fijos
Y extendiendo tus brazos a tus hijos.

¡Oh, cruel! ¡Muy cruel!... ¡Ah!, yo, entrentanto,


Dentro del pecho mi dolor oculto,
Enjugo de mis párpados el llanto
Y doy al mundo el exigido culto;
Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto,
Y me divierto en arrancar del pecho
Mi mismo corazón pedazos hecho.

Gocemos, sí; la cristalina esfera


Gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
Del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
Los campos pinta en la estación florida:
Truéquese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cadáver mas, ¡qué importa al mundo!

SONETO

Fresca, lozana, pura y olorosa,


gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.

Mas si el ardiente sol lumbre enojosa


vibra del can en llamas encendido,
el dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.

Así brilló un momento mi vena


en alas del amor, y hermosa nube
fingí tal vez de gloria y de alegría.

Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura,


y deshojada por los aires sube
la dulce flor de la esperanza mía.

A LA MUERTE DE TORRIJOS Y SUS


COMPAÑEROS(1)

Helos allí: junto a la mar bravía


cadáveres están ¡ay! los que fueron
honra del libre, y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.

Ansia de patria y libertad henchía


sus nobles pechos que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.

Españoles, llorad; mas vuestro llanto


lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores,

y los viles tiranos con espanto


siempre delante amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.
José de Espronceda

1) José María Torrijos (1791-1831) militar español 


de ideas liberales, fusilado en la playa de Málaga.

LA CAUTIVA

Ya el sol esconde sus rayos,


el mundo en sombras se vela,
el ave a su nido vuela,
busca asilo el trovador.
Todo calla: en pobre cama
duerme el pastor venturoso,
en su lecho suntuoso
se agita insomne el señor.

Se agita: mas ¡ay! reposa


al fin en su patrio suelo,
no llora en mísero duelo
la libertad que perdió:
los campos ve qua a su infancia
horas dieron de contento,
su oído halaga el acento
del país donde nació.
No gime ilustre cautivo
entre doradas cadenas,
que si bien de encanto llenas,
al cabo cadenas son.
Si acaso triste lamenta,
en torno ve a sus amigos,
que, de su pena testigos,
consuelan su corazón.

La arrogante ergida palma


que en el desierto florece,
al viajero sombra ofrece,
descanso y grato manjar:
y, aunque sola, allí es querida
del árabe errante y fiero,
que siempre va placentero
a su sombra a reposar.

Mas ¡ay triste! yo cautiva,


huérfana y sola suspiro,
el clima extraño respiro,
y amo a un estraño también;
no hallan mis ojos mi patria;
humo has sido mis amores;
nadie calma mis dolores,
y en celos me siento arder.

¡Ah! ¿Llorar? ¿Llorar?... no puedo,


ni ceder a mi tristura,
ni consuelo en mi amargura
podré jamás encontrar.
Supe amar como ninguna,
supe amar correspondida;
despreciada, aborrecida;
¿No sabré también odiar?

¡Adiós, patria! ¡adiós, amores!


la infeliz Zoraida ahora
sólo venganzas implora,
ya condenada a morir.
No soy yo del castellano
la sumisa enamorada,
soy la cautiva cansada
ya de dejarse oprimir.

CANTO I

Sobre una mesa de pintado pino


Melancólica luz lanza un quinqué,
Y un cuarto ni lujoso ni mezquino
A su reflejo pálido se ve:
Suenan las doce en el reloj vecino
Y el libro cierra que anhelante lé
Un hombre ya caduco, y cuenta atento 
Del cansado reloj el golpe lento.

Carga después sobre la diestra mano


La ya rugosa y abrumada frente,
Y un pensamiento fúnebre, tirano,
Fija y domina, al parecer, su mente:
Borrarlo intenta en su ansiedad en vano,
Vuelve a leer, y en tanto que obediente
Se somete su vista a su porfía,
lánzase a otra región su fantasía.
«¡Todo es mentira y vanidad, locura!»,
Con sonrisa sarcástica exclamó.
Y en la silla tomando otra postura,
De golpe el libro y con desdén cerró:
Lóbrega tempestad su frente obscura
En remolinos densos anubló,
Y los áridos ojos quemó luego
Una sangrienta lágrima de fuego.

«¡Ay, para siempre, dijo, la ufanía


Pasó ya de la hermosa juventud,
La música del alma y melodía,
Los sueños de entusiasmo y de virtud...!
Pasaron, ¡ay!, las horas de alegría,
Y abre su seno hambriento el ataúd,
Y único porvenir, sola esperanza,
La muerte a pasos de gigante avanza.

»¿Qué es el hombre? Un misterio. ¿Qué es la vida?


¡Un misterio también…! Corren los años
Su rápida carrera, y, escondida,
La vejez llega envuelta en sus engaños;
Vano es llorar la juventud perdida,
Vano buscar remedio a nuestros daños;
Un sueño es lo presente de un momento,
¡Muerte es el porvenir; lo que fue, un cuento…!

»Los siglos a los siglos se atropellan;


Los hombres a los hombres se suceden,
En la vejez sus cálculos se estrellan,
Su pompa y glorias a la muerte ceden:
La luz que sus espíritus destellan
Muere en la niebla que vencer no pueden,
¡Y es la historia del hombre y su locura
Una estrecha y hedionda sepultura!

¡Oh, si el hombre tal vez lograr pudiera


ser para siempre joven e inmortal,
y de la vida el sol le sonriera,
eterno de la vida el manantial!
¡Oh, cómo entonces venturoso fuera;
roto un cristal, alzarse otro cristal
de ilusiones sin fin contemplaría,
claro y eterno sol de un bello día...!

»Necio, dirán, tu espíritu altanero,


¿Dónde te arrastra, que insensato, quiere
En un mundo infeliz, perecedero,
vivir eterno mientras todo muere?
¿Qué hay inmortal, ni aun firme y duradero?
¿Qué hay que la edad con su rigor no altere?
¿No ves que todo es humo, y polvo, y viento?
¡Loco es tu afán, inútil tu lamento!…»

Todos más de una vez hemos pensado


Como el honrado viejo en este punto;
Y mucho nuestros frailes han hablado,
Y Séneca y Platón sobre el asunto;
Yo, por no ser prolijo ni cansado
Que ya impaciente a mi lector barrunto,
Diré que al cabo, de pensar rendido,
Tendióse el viejo y se quedó dormido.

Tal vez será debilidad humana


Irse a dormir a lo mejor del cuento,
Y cortado dejar para mañana
el hilo que anudaba el pensamiento:
Dicen que el sueño, del olvido mana
Blando licor que calma el sentimiento;
Mas, ¡ay!, que a veces fijo en una idea,
Bárbaro en nuestro llanto se recrea.

Quedóse en su profundo sueño, y luego


Una visión… -¡Visión!, frunciendo el labio,
Oigo que clama, de despecho ciego,
Un crítico feroz-. Perdona, ¡oh sabio!,
Sabio sublime, espérate, te ruego
Y yo te juro por mi honor, ¡oh Fabio…!
Sino es Fabio tu nombre, en este instante
A dártelo me obliga el consonante;

Juro que escribo, para darte gusto


A ti sólo y al mundo entero enojo,
Un libro en que a Aristóteles me ajusto
Como se ajusta la pupila al ojo:
Mis reflexiones sobre el hombre justo
Que sirve a su razón, nunca a su antojo,
Publicaré después para que el mundo
Mejor se vuelva, ¡oh, crítico profundo!

Que yo bien sé que el mundo no adelanta


Un paso más en su inmortal carrera
Cuando algún escritor como yo canta
Lo primero que salta en su mollera;
Pero no es eso lo que más me espanta,
Ni lo que acaso espantará a cualquiera:
Terco escribo, en mi loco desvarío,
Sin ton ni son y para gusto mío.

La zozobra del alma enamorada,


La dulce vaguedad del sentimiento,
La esperanza, de nubes rodeada,
De la memoria el dolorido acento,
Los sueños de la mente arrebatada,
La fábrica del mundo y su portento,
Sin regla ni compás canta mi lira:
¡Sólo mi ardiente corazón me inspira!

Y a la extraña visión volviendo ahora


Que al triste viejo apareció en su sueño
(Que, algunas veces, cuando el alma llora,
La mente en consolarme pone empeño,
Y bienes y delirios atesora
Que hacen más duro, al despertar, el ceño
De la suerte fatal que en esta vida
Nos persigue con alma empedernida).

Es fama que soñó… y he aquí una prueba


De que nunca el espíritu reposa,
Y esto otra vez a disgresar me lleva
De la historia del viejo milagrosa;
Y a nadie asombre que a afirmar me atreva
Que, siendo el alma la materia odiosa,
Aquí, para vivir en santa calma,
O sobra la materia o sobra el alma.
Quiere aquélla el descanso, y en el lodo
Nos hunde perezosa y encenaga;
Ésta presume adivinarlo todo,
Y en la región del infinito vaga:
Flojo, torpe, a traspiés como un beodo
Que con sueños su mente el vino estraga,
La materia al espíritu obedece
Hasta que, yerta al fin, cede fallece.
Llaman pensar así filosofía,
Y al que piensa, filósofo y ya siento
Haberme dedicado a la poesía
Con tan raro y profundo entendimiento.
Yo, con erudición, ¡cuánto sabría!
Mas vuelta a la visión y vuelta al cuento,
Aunque ahora que un sastre es esprit fort
No hay ya visión que nos inspire horror.

Más me valiera el campo lisonjero


Correr de la política, y revista
Pasar con tanto sabio financiero,
Diplomático, ecónomo, hacendista,
Estadista, filósofo, guerrero,
Orador, erudito y periodista
Que honran el siglo. ¡Espléndidos varones,
Dicha no, pero honor de las naciones!

Y mucho más sin duda me valiera,


Que no andar por el mundo componiendo,
De niño haber seguido una carrera
De más provecho y menor estruendo:
Que si no sabio, periodista fuera
Que es punto menos; mas, ¡dolor tremendo!,
Mis estudios dejé a los quince años,
Y me entregué del mundo a los engaños.

¡Oh, padres! ¡Oh, tutores! ¡Oh, maestros,


Los que educáis la juventud sencilla!
Sigan senda mejor los hijos vuestros,
Donde la antorcha de la ciencias brilla:
Tenderos ricos, abogados diestros,
Del foro y de la bolsa maravilla,
Pueden ser, y si no, sean diputados
Graves, serios, rabiosos, moderados.

Y si llega a ministro el tierno infante,


Llanto de gozo, ¡oh, padres!, derramad
Al contemplarle demandar triunfante
A las Cortes un bill de indemnidad.
-Perdón, lector, mi pensamiento errante
Flota en medio a la turbia tempestad
De locas reprensibles digresiones-.
¡Siempre jugete fui de mis pasiones!

Por la inerte materia vaga inciereta


El alma en nuestra fábrica escondida,
A otra vida durmiendo nos despierta
Vida inmortal, a un punto reducida.
De la esperanza la sabrosa puerta
El espíritu abre, y, la perdida
Memoria renovando, allí en un punto
Cuanto fue,  es y será, presenta junto.

¿Será que el alma su inrmortal esencia


Entre sueños revela, y , desatada
Del tiempo y la medida su existencia,
La eternidad formula a la espantada
Mente oscura del hombre? ¡Oh, ciencia! ¡Oh, ciencia
Tan grave, tan profunda y estirada!
Vergüenza ten y permanece muda.
¿Puedes tú acaso resolver mi duda?

Duerme entretanto el venerable anciano,


Mientras que yo discurro sin provecho:
Figuras mil en su delirio insano
Fingiendo en torno a su encantado lecho.
El sueño su invencible y grave mano
Posando silencioso sobre el pecho,
Formas de luz y de color sombrío
Arroja el huracán del desvarío.

Y como el polvo en nubes que levanta


En remolinos rápidos el viento,
Formas sin forma, en confusión que espanta,
Alza el sueño en su vértigo violento:
Del vano reino el límite quebranta
Vago escuadrón de imágenes sin cuento,
Y otros mundos al viejo aparecían,
Y esto los ojos de su mente vían.

En lóbrego abismo que sombras eternas


Envuelven en densa tiniebla y horror,
Do reina un silencio que nunca se altera,
Y ahuyenta el olvido del mundo el rumor,

Con lástima y pena, mirando al anciano,


Vaporosa sombra de un lejano bien,
De vagos contornos confusa figura,
Cual bello cadáver, se alzó una mujer,

Y oyóse enseguida lánguida armonía,


Música suave, y luego una voz
Cantó, que el oído no la percibía,
Sino que tan sólo la oyó el corazón:

«Débil mortal, no te asuste


Mi oscuridad ni mi nombre;
En mi seno encuentra el hombre
Un término a su pesar.
Yo compasiva le ofrezco
Lejos del mundo un asilo,
Donde a mi sombra tranquilo
Para siempre duerma en paz.

Isla yo soy de reposo


en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó:
Allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo;
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.

»Soy melancólico sauce


Que su ramaje doliente
Inclina sobre la frente
Que arrugara el padecer;
Y duerme al hombre, y sus sienes
Con fresco jugo rocía,
Mientras el ala sombría.
Bate el olvido sobre él.

»Soy la virgen misteriosa


De los últimos amores,
Y ofrezco un lecho de flores
Sin espinas ni dolor,
Y amante doy mi cariño
Sin vanidad ni falsía;
No doy placer ni alegría:
Mas es eterno mi amor.
»En mí la ciencia enmudece,
En mí concluye la duda,
Y árida, clara y desnuda
Enseño yo la verdad;
Y de la vida y la muerte
Al sabio muestro el arcano,
Cuando al fin abre mi mano
La puerta a la eternidad.

»Ven, y tu ardiente cabeza


Entre mis brazos reposa;
Tu sueño, madre amorosa,
Eterno regalaré:
Ven, y yace para siempre
En blanda cama mullida,
Donde el silencio convida
Al reposo y al no ser.

»Deja que inquieten al hombre,


Que loco al mundo se lanza,
Mentiras de la esperanza.
Recuerdos del bien que huyó:
Mentira son sus amores,
Mentira son sus victorias,
Y son mentira sus glorias,
Y mentira su ilusión.

»Cierre mi mano piadosa


Tus ojos al blando sueño
Y empape suave beleño
Tus lágrimas de dolor:
Yo calmaré tu quebranto
Y tus dolientes gemidos,
Apagando los latidos
De tu herido corazón.»

¿Visteis la luna reflejar serena


Entre las aguas de la mar sombría,
Cuando se calma nuestra amarga pena,
Y siente el corazón melancolía?

¿Y el mar que allá a lo lejos se dilata,


Imagen de la oscura eternidad,
Y el horizonte azul bañado en plata,
Rico dosel que desvanece el mar?

¿Y del aura sutil que se desliza


Por las aguas, oístes el murmullo,
Cuando las olas argentadas riza
Con blanda queja y con doliente arrullo?

¿Y sentísteis tal vez un tierno encanto,


Una voz que regala el corazón,
Dulce, inefable y misterioso canto
De vago afán e incomprensible amor?

Blanda así la quimérica armonía


Sonó del melancólico cantar;
Vibraciones del alma y melodía
De un corazón que fatigó el pesar.

Y la amorosa y pálida figura


Dos amarillos brazos extendió,
Y sus lánguidos ojos de dulzura
Al triste viejo con piedad volvió.
Ojos sin luz que su mirada hiela,
Intíma, intensa el corazón domina
En densas sombras los sentidos vela,
En mudo pasmo la razón fascina.

Coagularse su sangre el viejo siente


Poco a poco en sus venas con sabroso
Desmayo, y que se trueca su impaciente
Afán en un letargo vaporoso.

Entorpece sus miembros y embriaga


Su mente aquella mágica figura,
La breve luz de su existencia apaga
Con su mirada de fatal ternura.

Sus labios besa con mortal anhelo


Cariñosa la pálida visión,
Y a la entrañas se desprende el hielo
De sus áridos labios sin color.

Sus ojos fijos en los muertos ojos


Desvanecidos de mirar sentía,
Los rayos de su luz yertos despojos
Que la mirada mágica absorbía.

Por su cuerpo un deleite serpeaba,


Sus nervios suavemente entumeciendo,
Y el espíritu dentro resbalaba,
Grato sopor y languidez sintiendo.

Ya su delgada, amarillenta mano,


Sobre su pecho, a reposarla extiende,
Y exánime mirándola el anciano,
Yerto e inmóvil su destino atiende.

Así al viajero fatigado, cuando


El sueño los sentidos entorpece,
Las fuerzas poco a poco van faltando,
Y el cuerpo perezoso desfallece.

Y perdido en la áspera montaña,


Sobre la nieve desplomado cae,
Su juicio se devana y enmaraña,
Gratas visiones su desmayo trae.

Y lenta y muellemente adormecida


La máquina mortal, lánguidamente
Bostezar torpe la ondulante vida
Entre los brazos de la muerte siente.

¿Será que, consumida por los años,


Siente placer la vida fatigada.
En dejar de este mundo los engaños,
El término al tocar de su jornada?

¿La trabazón de la materia inerte


Desatada, disuelto el cuerpo expira,
Y el espíritu, cercana ya la muerte,
Por la perdida libertad suspira?

Rendido en tanto el moribundo anciano.


Con deleite la eterna paz espera;
Su mano estrecha la aterida mano
Que marca el fin de su vital carrera,

Cuando a otra parte con estruendo el suelo


Crujir y el muro de su estancia siente,
Y ven sus ojos un inmenso cielo
Desarrollarse en luz de oro candente.

Rico manto de lumbre y pedrería,


Tachonado de soles a millares,
Olas de aljofarada argentería
Meciendo el aire en esparcidos mares.

Y un sol con otro sol que se eslabona


En torno a una deidad orlan su frente,
Y los rayos de luz de su corona
En un velo la envuelven transparente.

Majestuosa, diáfana y radiante


Su hermosura, en su lumbre se confunde,
Agitada columna coruscante,
Júbilo y vida por doquier difunde.

Eterno amor, inmarcesibles glorias,


Armas, coronas de oro y de laurel,
Triunfos, placeres, esplendor, victorias,
Ilusiones, riquezas y poder.

Eterna vida, eterno movimiento, 


Los sueños de la dulce poesía,
El sonoro y quimérico concento
De la rica extasiada fantasía.

El eco blando del primer suspiro,


La dulce queja del primer amor,
La primera esperanza y el respiro,
Que pura exhala la aromosa flor,
La faz hermosa de la noche en calma
Y el son del melancólico laúd,
Los devaneos plácidos del alma,
El sosiego y la paz de la virtud,

La santa dicha del hogar paterno,


Del amigo la plática sabrosa,
Del blando sueño en el regazo tierno
De la feliz, enamorada esposa,

El puro beso del alegre niño


Que en torno de sus padres juguetea,
Prenda de amor, emblema del cariño
En que el alma gozosa se recrea;

La fe, la religión, bálsamo suave


Que vierte en el espíritu consuelo,
Y de las ciencias el estudio grave
Que alza la mente a la región del cielo;

La máquina del mundo y su hermosura,


Que arrobado el espíritu contempla;
La augusta soledad que la amargura
Tal vez del alma combatida templa;

De la pasión el goce turbulento,


Siguiendo atropellado a la esperanza,
Ligero tamo que arrebata el viento
Y despeñado a su ilusión se lanza,

El aplauso del mundo y la tormenta,


Y el afán y el horrísono vaivén,
El noble orgullo y la ambición sangrienta
Del nombre avara y de esplendente prez;

Del tronante cañón el estampido,


El lujo y el furor de la batalla,
Del corazón el bélico latido,
Que hace que hierva la abrasante malla;

El oro que famélico codicia


El hombre, y en montones lo atesora;
Alimento infernal de la avaricia,
Que hambre más siente cuanto más devora;

La crápula, el escándalo y mareo


De en vicios rica, estrepitosa orgía;
El pudor resistiéndose al deseo,
Y mezclándose el vino en la porfía;

La sangre danza en movimiento blando,


Que orna voluptuosa liviandad,
Al goce, al apetito convidando
Con sus mórbidas formas la beldad.

Cuanto fingió e imaginó la mente,


Cuanto del hombre la ilusión alcanza,
Cuanto creara la ansiedad demente,
Cuanto acaricia en sueños la esperanza,

La radiante visión maravillosa


Brinda con mano pródiga en montón,
Y en óptica ilusoria y prodigiosa
Pasar el viejo ante sus ojos vio.
Y entre aplausos, y músicas, y estruendo,
Y de ella en pos la Humanidad entera,
Y en torno de ella armónica volviendo
El giro eterno la argentada esfera;

Suenan voces y cánticos sonoros


Que el aire en ecos derramados hienden,
Y ángeles mil en matizados coros
El aire rasgan y en fulgor lo encienden.

Y una voz como ráfaga de viento,


Palpitando de vida y de armonía
Sobre el vario, magnífico concento,
Así cantando resonar se oía:

«Salve, llama creadora del mundo,


Lengua ardiente de eterno saber;
Puro germen, principio fecundo
Que encadenas la muerte a tus pies.

«Tú la inerte materia espoleas,


Tú la ordenas juntarse y vivir
Tú su lodo modelas y creas
Miles seres de formas sin fin.

»Desbarata tus obras en vano


Vencedora la muerte tal vez,
De sus restos levanta tu mano
Nuevas obras triunfante otra vez.

»Tú la hoguera del sol alimentas,


Tú revistes los cielos de azul,
Tú la luna en las sombras argentas,
Tú coronas la aurora de luz.

»Gratos ecos el bosque sombrío


Verde pompa a los árboles das,
Melancólica música al río,
Ronco grito a las olas del mar.

»Tú el aroma en las flores exhalas,


En los valles suspiras de amor,
Tú murmuras del aura en las alas,
En el Bóreas retumba tu voz.

»Tú derramas el oro en la tierra


En arroyos de hirviente metal,
Tú abrillantas la perla que encierra
En su abismo profundo la mar.

»Tú las cárdenas nubes extiendes,


Negro manto que agita Aquilón,
Con tu aliento los aires enciendes,
Tus rugidos infunden pavor.

»Tú eres pura simiente de vida,


Manantial sempiterno de bien,
Luz del mismo Hacedor desprendida,
Juventud y hermosura es tu ser.

»Tú eres fuerza secreta que el mundo


En sus ejes impulsa a rodar,
Sentimiento armonioso y profundo
De los orbes que anima tu faz.

»De tus obras los siglos que vuelan


Incansables artífices son,
Del espirítu ardiente cincelan
Y embellecen la estrecha prisión.

»Tú en violento, veloz torbellino


Los empujas enérgica, y van:
Y adelante en tu raudo camino
A otros siglos ordenas llegar.

»Y otros siglos ansiosos se lanzan,


Desparecen y llegan sin fin,
Y en su eterno trabajo se alcanzan,
Y se arrancan sin tregua el buril.

»Y afanosos sus fuerzas emplean


En tu inmenso taller sin cesar,
Y en la tosca materia golpean,
Y redobla el trabajo su afán.

»De la vida en el hondo océano


Flota el hombre en perpetuo vaivén,
Y derrama abundante tu mano
La creadora semilla en su ser.

»Hombre débil, levanta la frente,


Por tu labio en su eterno raudal,
Tú serás como el sol en Oriente,
Tú serás como el mundo inmortal.»

Calló la voz, y el armonioso coro


Y el estruendo y la música siguió,
Y repitiendo el cántico sonoro,
Turbas inmensas pasan en montón.
Sus alas lanzan luminosa estela,
Como la nave en la serena mar,
Y entre su viva luz la luz riela
Más pura de la imagen inmortal.

Cruzando va cual fulgurante tromba


Su cortejo magnífico en redor,
Y el viento rompe cual lanzada bomba
Sobre otros soles desprendido sol.

Atónito la faz alza el anciano,


Como el que vuelve en sí en el ataúd,
Con ansia, angustia y con delirio insano,
Aire buscando y anhelando luz.

Que en el regazo del no ser dormido,


El alto estruendo en su estupor sintió,
El intrépido canto hirió su oído,
Y súbito sus nervios sacudió.

Y el yerto brazo de la sombra fría


Que vierte al corazón hielo mortal,
aparta con afán en su agonía,
Volar ansiando a la gentil deidad.

Y entrambos brazos con anhelo tiende,


Atento el canto animador escucha,
De la visión de muerte se desprende,
Y por moverse y levantarse lucha.

Los ojos abre al resplandor inciertos,


La luz buscando que su luz excita,
Sienten grato calor sus miembros muertos,
Con nuevo ardor su corazón palpita.

La sangre hierve en las hinchadas venas,


Siente volver los juveniles bríos,
Y ahuyentan de su frente albas serenas
Los pensamientos de la edad sombríos.

Y desprendidas ráfagas de lumbre


Su cuerpo bañan y su sien circundan;
Torrentes mil de la argentada cumbre,
Vertiendo vida, en su esplendor le inundan.

Y bajando la diosa encantadora,


Mecida en olas de encendido viento,
En torno de él la tropa voladora
Esparce juventud y movimiento.

Y su rostro se pinta de hermosura,


Viste su corazón la fortaleza,
Brilla en su frente juvenil tersura,
Negros rizos coronan su cabeza.

El alma en su mirar se transparenta,


Mirar sereno, vívido y ardiente,
Y su robusta máquina alimenta
La eterna llama que en el pecho siente.

Contra su seno la deidad le abraza,


Y en su velo le envuelve y le ilumina,
Y a su rüina y su destino enlaza.
El destino del mundo y su rüina.
-------------------------------------------

«Tú los siglos hollarás,


Sonó la voz de la altura,
Pasar los hombres verás,
Del mundo la edad futura
como el mundo correrás.

»El sol que hoy nace en Oriente


Y que ilumina tu frente,
Pasarán edades cien,
Y cual hoy resplandeciente
La iluminará también.

»El crudo invierno sombrío,


Del pintado abril las flores,
Las galas del bosque umbrío,
Los rigurosos calores
De los meses del estío.

»Pasarán, y contarás
Hora a hora y mes a mes,
Y un año y otro verás,
Y un siglo y otro después,
Sin que se acabe jamás;

»Y eternamente bogando,
Y navegando continuo,
Sin hallar descanso, andando
Irás siempre, caminando,
Sin acabar tu camino.

»Y los siglos girarán


En perpetuo movimiento,
Las naciones morirán,
Y se escuchará tu acento
En los siglos que vendrán.

»Pero si acaso algún día


Lloras tal vez tu orfandad,
Y al cielo clamas piedad,
Y en lastimosa agonía
Maldices tu eternidad,

»Acuérdate que tú fuiste


El que fijó tu destino,
Que ser inmortal pediste,
Y arrojarte al torbellino
De las edades quisiste.

»Y que el mundo te dará


Cuanto el mundo en sí contiene,
Que tuyo el mundo será,
Y ya para ti previene
Cuanto ha tenido y tendrá.»

-------------------------

En tanto el luciente coro


Repitió luego el cantar,
Y remontándose al cielo,
La luz plegándose va

Entre nubes de oro y nácar


Que esconden a la deidad,
Y las voces en los aires
Perdidas se escuchan ya.

Allá en lejana armonía


Como un eco resonar:

«Y que el mundo te dará


Cuanto el mundo en sí contiene,
Que tuyo el mundo será,
Y ya para ti previene
Cuanto ha tenido y tendrá.»

------------------------

Dicha es soñar cuando despierto sueña


El corazón del hombre su esperanza,
Su mente halaga la ilusión risueña,
Y el bien presente al venidero alcanza.
Y tras la aérea y luminosa enseña
Del entusiasmo el ánimo se lanza
Bajo un cielo de luz y de colores,
Campos pintando de fragantes flores.

Dicha es soñar, porque la vida es sueño,


Lo que fingió tal vez la fantasía,
Cuando, embriagada en lánguido beleño,
A las regiones del placer nos guía.
Dicha es soñar, y el rigoroso ceño
No ver jamás de la verdad impía.
Dicha es soñar y en el mundano ruido
Vivir soñando y existir dormido.

Y un sueño a la verdad pasa la vida,


Sueño al principio de dorada lumbre,
Senda de flores mil, fácil subida
Que a un monte lleva de lozana cumbre;
Después, vereda áspera y torcida,
Monte de insuperable pesadumbre,
Donde, cansada de una en otra breña,
Llora la vida y lo pasado sueña.

Sueños son los deleites, los amores,


La juventud, la gloria y la hermosura;
Sueños las dichas son, sueños las flores,
La esperanza, el dolor, la desventura;
Triunfos, caídas, bienes y rigores
El sueño son que hasta la muerte dura,
Y en incierto y continuo movimiento
Agita al ambicioso pensamiento.

Siento no sea nuevo lo que digo,


Que el tema es viejo y la palabra rancia,
Y es trillado sendero el que ahora sigo,
Y caminar por él ya es arrogancia.
En la mente, lector, se abre un postigo,
Sale una idea y el licor escancia
Que brota el labio y que la pluma vierte,
Y en palabras y frases se convierte.

Nihil novum sub sole, dijo el sabio:


Nada hay nuevo en el mundo; harto lo siento,
Que, como dicen vulgarmente, rabio
Yo por probar un nuevo sentimiento.
Palabras nuevas pronunciar mi labio.
Renovado sentir mi pensamiento,
Ansío, y girando en dulce desvarío,
Ver nuevo siempre el mundo en torno mío.
Uniforme, monótono y cansado
Es sin duda este mundo en que vivimos;
En Oriente de rayos coronado,
El sol que vemos hoy, ayer le vimos;
De flores vuelve a engalanarse el prado,
Vuelve el Otoño pródigo en racimos,
Y tras los hielos del Invierno frío,
Coronado de espigas el Estío.

¿Y no habré yo de repetirme a veces,


Decir también lo que otros ya dijeron,
A mí, a quien quedan ya sólo las heces
Del rico manantial en que bebieron?
¿Qué habré yo de decir que ya con creces
No hayan dicho tal vez los que murieron:
Byron y Calderón, Shakespeare, Cervantes
Y tantos otros que vivieron antes?

¿Y aun asimismo acertaré a decirlo?


¿Saldré de tanto enredo en que me he puesto?
Ya que en mi cuento entré, ¿podré seguirlo
Y el término tocar que me he propuesto?
Y aunque en mi empeño logre concluirlo,
¿A ti no te será nunca molesto,
¡Oh, caro comprador!, que con zozobra
Imploro en mi favor, comprara mi obra?

Nada menos te ofrezco que un poema


Con lances raros y revuelto asunto,
De nuestro mundo y sociedad emblema,
Que hemos de recorrer punto por punto:
Si logro yo desenvolver mi tema,
Fiel traslado ha de ser, cierto trasunto
De la vida del hombre y la quimera
Tras de que va la Humanidad entera.

Batallas, tempestades, amoríos


Por mar y tierra, lances, descripciones
De campos y ciudades, desafíos,
Y el desastre y furor de las pasiones,
Goces, dichas, aciertos, desvaríos,
Con algunas morales reflexiones
Acerca de la vida y de la muerte,
De mi propia cosecha que es mi fuerte.

En varias formas, con diverso estilo,


En diferentes géneros, calzando
Ora el coturno trágico de Esquilo,
Ora la trompa épica sonando,
Ora cantando plácido y tranquilo
Ora en trivial lenguaje, ora burlando,
Conforme esté mi humor, porque a él me ajusto
Y allá van versos donde va mi gusto.

Verás, lector, a nuestro humilde anciano,


Que inmortal de su lecho se levanta,
Lanzarse al mundo de su dicha ufano,
Rico de la esperanza que le encanta.
Verás luego tambien...; pero ¿a qué en vano
me canso en ofrecerte empresa tanta,
Si hasta que el uno al otro nos cansemos
Tú y yo en compañía caminando iremos?

Más vale prometerte poco ahora


Y algo después cumplierte, lector mío,
No empiece yo con voz atronadora
Y luego acabe desmayado y frío;
No una altiva columna vencedora,
Que jamás rinda con su planta, impío
El tiempo destructor, alzar intento;
Yo con pasar mi tiempo me contento.

No es dado a todos alcanzar la gloria


De alzar un monumento suntuoso
Que etenrice a los siglos la memoria
De algún hecho pasado grandïoso:
Quédele tanto al que escribió la historia
De nuestro pueblo, al escritor lujoso,
Al conde que del público tesoro
Se alzó a sí mismo un monumento de oro.

Al que supo, erigiendo un monumento


(Que tal le llama en su modestia suma), 
Premio dar a su gran merecimiento
Y en pluma de oro convertir su pluma,
Al ilustre asturiano, al gran talento,
Flor de la historia y de la hacienda espuma,
Al necio audaz de corazón de cieno
A quien llaman el Conde de Toreno.

¡Oh, gloria! ¡Oh, gloria! ¡Lisonjero engaño,


Que a tanta gente honrada precipitas!
Tú al mercader pacífico en extraño
Guerrero truecas y a lidiar lo excitas;
Su rostro vuelves bigotudo, huraño;
Con entusiasmo militar le agitas,
Y haces que sea su mirada horrenda
Susto de su familia y de su tienda.
Tú, al que otros tiempos acertaba apenas
A escribir con fatigas una carta,
Animas a dictar páginas llenas
De verso y prosa en abundante sarta;
Político profundo en sus faenas,
Folletos traza, artículos ensarta,
Suda y trabaja, y en marchar se emplea
Resmas para envolver alcaravea.

Otros, ¡oh gloria!, sin aliento vagan


Solícitos huyendo acá y allá,
Suponen clubs y con recelo indagan
Cuándo el Gobierno a aprisionarlos va:
A estos, si los destierran, los halagan;
Nadie en ellos pensó ni pensará,
Y andan ocultos y mudando trajes,
Creyéndose terribles personajes.

Estos, por lo común, son buena gente,


Son a los que llamamos infelices,
Hombres todo entusiasmo y poca mente,
Que no ven más allá de sus narices;
Raza que el pecho denodado siente
Antes que, ¡oh fiero mandarín!, atices
Uno de tus legales ramalazos,
Que les dobla ante el rey los espinazos.

Otros te siguen, engañosa gloria,


Que allá en sus pueblos son pozos de ciencia
Que, creyéndose dignos de la historia,
Varones de gobierno y experiencia,
Ansiosos de alcanzar alta memoria
Y abusos corregir con su elocuencia,
Diputados al fin se hacen nombrar,
Tontos de buena fe para callar.

Éstos viven después desesperados,


Del ministro además desatendidos,
En el mundo político ignorados
Y del pueblo también desconocidos;
Andan en la cuestión extraviados,
Siempre sin tino, torpes los sentidos,
Dando a saber con pruebas tan acerbas
Que pierden fuerzas en mudando yerbas.

A todos, gloria, tu pendón nos guía,


Y a todos nos excita tu deseo:
Apellidarse socio, ¿quién no ansía
Y en las listas estar del Ateneo?
¿Y quién, aficionado a la poesía,
No asiste a las reuniones del Liceo,
Do la luz brilla dividida en partes
De tanto profesor de Bellas Artes.

Es cierto que allí van también profanos


En busca de las lindas profesoras,
Hombres sin duda en su pensar livianos,
Que de todo hacen burla a todas horas,
Sin gravedad, de entendimiento vanos,
Gentes de natural murmuradoras,
Que se mofaran de Villena mismo 
Evocando los diablos del abismo.

Y yo, ¡pobre de mí!, sigo tu lumbre,


También, ¡oh, gloria!, en busca de renombre.
Trepar ansiando al templo de tu cumbre,
Donde mi fama al universo asombre:
Quiero que, de tu rayo a la vislumbre,
Brille grabado en mármoles mi nombre
Y espero que mi busto adorne un día
Algún salón, café o peluquería.

O el lindo tocador de alguna hermosa


Coronaré en figura de botella,
Lleno mi hueco vientre de olorosa
Agua que pula el rostro a la doncella;
L'eau véritable de colonia y rosa
El rótulo en francés dirá a mi huella:
Que de su vida al fin tanto blasón
Ha logrado alcanzar Napoleón.

En tanto ablanda, ¡oh, público severo!,


Y muéstrame la cara lisonjera;
Esto le pido a Dios, y algún dinero,
Mientras sigo en el mundo mi carrera;
Y porque fatigarte más no quiero,
Caro lector, al otro canto espera,
El cual sin falta seguirá; se entiende
Si éste te gusta y la edición se vende.

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