Cap. 5
Cap. 5
Cap. 5
1
ATANASIO DE ALEJANDRÍA, Oratio de incarnatione, 1 (PG 25, 97C).
un capítulo al estudio del misterio de la creación del hombre como origen
de su llamada a la comunión. Comenzaremos estudiando la llamada de
los hombres a la unión con Dios y entre sí vinculada a su propia creación.
Después profundizaremos en el pecado original y en sus consecuencias
sobre esa vocación del hombre a la comunión. Y, por último, trataremos
de profundizar en la misión de Cristo en orden a la restauración de la
comunión.
Aunque no siempre aparezca reflejado en el texto, este capítulo
está escrito pensando cíclicamente: iluminando desde Adán y Eva, el
misterio de Cristo y de la Iglesia; y vertiendo sobre el misterio de la
creación del hombre, el conocimiento que la teología ha alcanzado acerca
de Cristo y de la Iglesia2. En este proceso cíclico de profundización
iremos intentando sacar a relucir aquellas cuestiones más importantes
para poder entender un poco más el papel del Bautismo en la formación
de la Iglesia como sacramento de comunión.
Conviene resaltar, finalmente, que “comunión eclesial” y
“sacramentalidad” son dos conceptos tan estrechamente ligados, que la
comprensión que se tenga de uno revierte necesariamente sobre la
comprensión del otro. De hecho, los tres primeros capítulos han puesto
de manifiesto que las diferencias confesionales en la concepción del
Bautismo como fundamento de comunión arraigan en una diversa
comprensión de la sacramentalidad de la Iglesia y de su relación con la
sacramentalidad del Bautismo, de la Eucaristía y del ministerio. En este
sentido parece conveniente estudiar en qué sentido puede hablarse de una
sacramentalidad de la comunión entre los hombres fundada en el mismo
acto creador de Dios. Pienso que una profundización en este punto puede
darnos luces para comprender mejor la sacramentalidad de la Iglesia y su
relación con el Bautismo, la Eucaristía y el ministerio ordenado 3.
2
“Cristo, que es el segundo y el último Adán, no puede ser comprendido sin tener en
cuenta al primer Adán, es decir, nuestra condición humana. El primer Adán, por su parte,
sólo es percibido en su verdadera y plena humanidad a condición de que se abra a Cristo
que nos salva y nos diviniza por su vida, su muerte y su resurrección”, COMISIÓN
TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Cuestiones selectas de Cristología, 1979, en Documentos
de la Comisión Teológica Internacional, 1969-1996, Madrid, 1998, p. 229.
3
“La ragione di base del proceso di ripensamento è da indicare nella esigenza di un
rinnovamento nella comprensione dell’antropologia attorno alla quale la considerazione
del sacramento ruota”, S. UBBIALI, La passività constitutiva dell’aggire sacramentale, en
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
1. LA SACRAMENTALIDAD DE LA CREACIÓN
El Concilio Vaticano II llamó a la Iglesia “sacramento, o sea signo
e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el
género humano”4. Ahora bien, esa unión íntima con Dios y de los
hombres entre sí, de la cual la Iglesia es sacramento, no puede ser ajena a
la comunión a la que los hombres fueron llamados por su misma
creación. En efecto, si la gracia no elimina la naturaleza sino que la
purifica y la eleva, entonces debe admitirse que la comunión de la Iglesia
ha de ser una transformación, redención y elevación, de la comunión
entre los hombres fundada en el acto creador de Dios. Por eso, no es
extraño que algunos autores hayan hablado de una cierta sacramentalidad
de la humanidad. Sacramentalidad que debió verse afectada por el
pecado y que en la Iglesia es purificada y elevada.
Al afirmar que, en el proyecto originario de Dios, la comunión
entre los hombres estaba llamada a poseer una cierta sacramentalidad, se
intenta expresar que debía ser signo y, al mismo tiempo, camino o
instrumento de su comunión con Dios5.
Esta cierta sacramentalidad a la que fue llamada la humanidad
forma parte de su grandeza. Es un don divino que hunde sus raíces en la
riqueza del ser personal de cada uno de sus individuos. Por esta razón,
me parece que para poder explicar adecuadamente esa cierta
sacramentalidad de la humanidad, que en la Iglesia es purificada y
elevada por la gracia de Dios, hay que apoyarse necesariamente en lo que
podríamos denominar la sacramentalidad de cada hombre. Una
3
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
6
Cfr. Gaudium et spes, 22. En este sentido conviene tener presente que “los análisis
modernos de un personalismo existencialista y comunitario podrían ayudarnos a mejorar
la investigación teológica sobre la Iglesia, a flexibilizar una manera de ver sustancialista,
la cual hay que reconocer que difícilmente puede hacer justicia a toda la realidad
eclesial”, G. THILS, La Iglesia y las Iglesias, o. c., p. 87.
7
Refiriéndose a la relación entre los ritos del Antiguo y del Nuevo Testamento, Santo
Tomás dice que pueden considerarse como las partes de una noción análoga, cfr. In IV
Sententiarum, d. 1, q. 1, a. 1, s. 3, ad. 5. Y que la razón de sacramento se da
perfectamente en los sacramentos de la nueva ley, cfr. Summa Theologica, III, q. 62, a. 1,
ad. 1.
4
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
8
Ciertamente gracias al ser personal el hombre puede poseer el mundo con su cuerpo,
con su voluntad y con su inteligencia (también las ideas son poseídas por el hombre),
pero esto es posible porque el cuerpo –con sus tendencias naturales–, la inteligencia y la
voluntad son a su vez poseídas. El hombre puede decir que una idea o que algo material
es «suyo» gracias a que puede hablar de su cuerpo, de su inteligencia y de su voluntad.
Esta posesión constituye propiamente la esencia de la persona. Una posesión que es
inseparable de su posesión del mundo, puesto que ni el cuerpo ni la inteligencia ni la
voluntad se entienden al margen de su capacidad de hacer propio el mundo.
9
Según Is 45,18 la tierra fue creada por Dios para que fuese habitada por el hombre.
10
“El cuerpo humano presupone y connota el cosmos, se realiza en él, dice relación a
él”, J. L. ILLANES, El trabajo en la relación Dios-hombre, en Dios y el hombre, VI
Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, Pamplona, 1985, p.
720.
5
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
11
La esencia del hombre es una realidad dinámica vinculada a la espiritualización o
personalización de la propia naturaleza. Como posesión de la naturaleza, o mejor, como
naturaleza poseída, la esencia puede y debe ser enriquecida mediante hábitos de la
inteligencia y las virtudes de la voluntad, especialmente mediante el amor. Por el amor, lo
poseído se convierte en don porque el «mío» y el «para mí» de todo lo poseído se
enriquecen con el «tuyo» y el «para ti» de la persona amada. Las virtudes y los hábitos
son el extenderse cada vez más rico del ser personal a la naturaleza, son la
personalización de la propia naturaleza hasta convertirla en don mediante el amor.
El hecho de que de la persona también pueda hablar de «sus» hábitos, de «sus»
virtudes y de «su» amor señala que el ser personal se retrae más allá de la esencia; no sólo
de lo que posee, sino de su misma posesión. Y se retrae como fuente de espiritualidad. Es
ese ámbito del ser personal donde radica la filiación divina, puesto que ser hijo de Dios es
algo estrictamente personal. Ahora bien, en la medida en que la esencia –la naturaleza
personalizada– del hombre manifiesta el ser personal, la persona puede ver reflejada en
ella su propia filiación, cfr. Summa Theologica, I, q. 94, a. 2 y en De Veritate, q. 18, a. 5,
ad. 9, re. La esencia del hombre revela y esconde el misterio del ser personal.
6
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7
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14
C. ROCCHETA, Corso di teologia sistematica, VII: Sacramentaria fondamentale.
Dal «mysterion» al «sacramentum», 2ª ed., Bologna, 1990, p. 69.
15
Ibidem, p. 70
16
JUAN PABLO II, Encíclica Centesimus annus, 1 de mayo de 1991, 37. “Cristo amaba
la creación, porque era su misma palabra hecha forma y figura, reflejo del misterio
divino, del que él mismo procedía”, J. RATZINGER, Servidor de vuestra alegría,
Barcelona, 1989, p. 78.
17
“El autoconocimiento va a la par del conocimiento del mundo de todas las criaturas
visibles, de todos los seres vivientes, a los que el hombre ha dado nombre para afirmar,
frente a ellos, la propia diversidad”, JUAN PABLO II, Audiencia general, 10.X.1979, n. 5,
en “Enseñanzas al Pueblo de Dios”, 4A (1979), p. 149.
18
Cfr. JUAN PABLO II, Encíciclica Sollicitudo rei socialis, 28
8
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
19
“El hombre está solo porque es «diferente» del mundo visible, del mundo de los
seres vivientes. Analizando el texto del libro del Génesis somos testigos, en cierto
sentido, de cómo el hombre «se distingue», frente a Dios-Yahveh, de todo el mundo de
los seres vivientes (animalia) con el primer acto de autoconciencia y de cómo, por lo
tanto, se revela a sí mismo y, a la vez se afirma en el mundo visible como persona”, JUAN
PABLO II, Audiencia general, 10.X.1979, n. 6, en “Enseñanzas al Pueblo de Dios”, 4A
(1979), p. 150. El hombre no puede agotarse en su relación con el mundo precisamente
por ser persona, por eso es el mismo Dios quien concluye: “no es bueno que el hombre
esté solo” (Gn 2, 18).
20
JUAN PABLO II, Audiencia general, 24.X.1979, n. 2, en “Enseñanzas al Pueblo de
Dios”, 4A (1979), p. 157.
9
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
“Dijo luego Yahveh Dios: «No es bueno que el hombre esté sólo.
Voy a hacerle una ayuda adecuada»” (Gn 2, 18). Entonces Dios creó los
animales “mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada” (Gn 2,
20).
Esa soledad del hombre proviene justamente de su distinguirse del
mundo como persona. “En efecto, soledad significa también subjetividad
del hombre, la cual se autoconstituye a través del autoconocimiento. El
hombre está solo porque es «diferente» del mundo visible, del mundo de
los seres vivientes”21. Por eso, la soledad a la que alude el texto del
Génesis no se refiere única y primariamente a la soledad del varón, sino a
la soledad que el hombre en general –cada persona humana, ya sea varón
o mujer– tiene frente al mundo. Así lo afirma expresamente Juan Pablo
II: “Cuando Dios-Yahveh pronuncia las palabras sobre la soledad, las
refiere a la soledad del «hombre» en cuanto tal, y no sólo a la del
varón”22.
Al decir «no es bueno que el hombre esté solo» es como si Dios
dijese que, por su misma creación divina, el hombre no puede agotarse en
su relación con el mundo23. Por eso, para dar solución al problema de la
21
JUAN PABLO II, Audiencia general, 10.X.1979, n. 6, en “Enseñanzas al Pueblo de
Dios”, 4A (1979), p. 150.
22
Ibidem, n. 2, en “Enseñanzas al Pueblo de Dios”, 4A (1979), p. 147. De hecho,
“‘adam en el v. 18 sigue teniendo un sentido genérico: se trata del ser humano anterior,
ontológicamente a cualquier diferenciación; del ser humano en cuanto ser personal
situado frente a Dios y frente al mundo”, G. ARANDA, Corporeidad y sexualidad en los
relatos de la creación, en Masculinidad y feminidad en el mundo de la Biblia, Pamplona,
1989, p. 32.
23
“La expresión «no es bueno» –lo’ tob– es como un reflejo de que el alfarero no ha
terminado su obra. Esta necesita una remodelación para que llegue a estar completa. El
10
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
soledad del ser humano, Dios forma a Eva del costado de Adán: “Yahveh
Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y
le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla
que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer” (Gn 2, 21-
22)24. “Quizá [...] la analogía del sueño indica aquí no tanto el paso de la
conciencia a la subconsciencia cuanto un retorno específico al no ser (el
sueño comporta un aniquilamiento de la existencia consciente del
hombre), o sea, al momento antecedente de la creación” 25. Es como si
Adán hubiese sido adentrado por Dios en el misterio escondido más allá
del soplo con el que Dios le había creado.
¿Cuál es este misterio? En mi opinión no puede ser otro que el
misterio de Dios que crea al hombre, pues sólo Dios que crea es anterior
al hombre creado.
El sueño de Adán expresa que la formación de la mujer y, por
tanto, la distinción entre feminidad y masculinidad, está íntimamente
vinculada al misterio de Dios que crea al hombre. Por eso puede decir
San Juan Crisóstomo refiriéndose a la formación de Eva: “De esto
vosotros no sabéis nada, únicamente sabe el que ha hecho la creación.
Nosotros no comprendemos la formación del ser viviente que le es
semejante (a Adán) según la carne”26.
Veamos esto con un poco más de detenimiento. En el soplo por el
que fue creado el primer Adán, radica la igualdad fundamental que en el
autor sacerdotal expresará con la misma frase, aunque en sentido positivo, la perfección y
bondad de lo creado: Dios vió ki tob, que era bueno (Gn 1, 10. 12. 18. 25. 31). Pero para
el yahwista es una forma de enlazar con la creación de ‘Adam”, G. ARANDA,
Corporeidad y sexualidad en los relatos de la creación, art. cit., p. 32. “El tono de
soliloquio por parte de Dios comprende, como en el relato del paraiso, la situación previa
y la intención de crear un nuevo ser”, S. AUSÍN, Matrimonio y designio de Dios.
Anotaciones exegéticas a Gn 2, 4-25, en Cuestiones fundamentales sobre matrimonio y
familia. II Simposio Internacional de Teología, Pamplona, 1980, pp. 144-145.
24
Según San Agustín es éste uno de los pasajes más oscuros de la Sagrada Escritura,
cfr. Retractationes, 1, 18 (PL 32, 613).
25
JUAN PABLO II, Audiencia general, 7.XI.1979, n. 3, en “Enseñanzas al Pueblo de
Dios”, 4A (1979), p. 166. “El sueño –tardemah– en el que Yahweh hace caer a ‘adam,
parece volver a reproducir la situación anterior, cuando el ‘adam todavía no era nefes
hayah, ser viviente. No porque el alfarero destruya su obra sino porque la quiere
remodelar”, G. ARANDA, Corporeidad y sexualidad en los relatos de la creación, art. cit.,
p. 34.
26
JUAN CRISÓSTOMO, Homiliarum in Genesim, XV, 2 (PG 53, 121).
11
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
27
“El nivel de ese primer relato de la creacion del hombre [...] es sobre todo teológico.
De esto es índice especialmente la definición del hombre sobre la base de su relación con
Dios («a imagen de Dios lo creó»), que incluye, al mismo tiempo, la afirmación de la
imposibilidad absoluta de reducir el hombre al «mundo»”, JUAN PABLO II, Audiencia
general, 12.IX.1979, n. 4, en “Enseñanzas al Pueblo de Dios”, 4A (1979), p. 132.
28
“Es significativo que el primer hombre (‘adam), creado del «polvo de la tierra»,
sólo después de la creación de la primera mujer es definido como varón”, Juan Pablo II,
Audiencia general, 10.X.1979, n. 2, en “Enseñanzas al Pueblo de Dios”, 4A (1979), p.
157. “Si se admite, pues, una diversidad significativa de vocabulario, se puede concluir
que el hombre (‘adam) cae en ese «sopor» para despertarse «varón» y «mujer»”, IDEM,
Audiencia general, 7.XI.1979, n. 3, en “Enseñanzas al Pueblo de Dios”, 4A (1979), p.
166.
29
Para algunos autores, en cambio, la mujer sería expresión de la naturaleza, mientras
12
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
que el varón lo sería de la cultura, cfr. S. H. ORTNER, ¿Es la mujer con respecto al
hombre lo que la naturaleza con respecto a la cultura, en Antropología y feminismo (dir.
O. Harris y K. Yung), Barcelona, 1979, pp. 109-131. O bien, como piensa Th. A. Walter,
la mujer expresaría la existencia, mientras que el varón sería expresión de la esencia del
hombre, cfr. H. DOMS, Bisexualidad y matrimonio, en Mysterium salutis (dir. J. Feiner y
M. Löhrer), II/2: La historia de la salvación antes de Cristo, Madrid, 1970, p. 803. En mi
opinión, la interpretación que hemos dado expresaría mejor el significado profundo de la
masculinidad y de la feminidad.
30
HILARIO DE POITIERS, Tractatus mysteriorum, I, 3 (SCh. 19, 78).
31
H. U. VON BALTHASAR, Misterio y ministerio de la mujer, en AA.VV, El
sacramento del orden y la mujer, Madrid, 1997, p. 119.
32
JUAN PABLO II, Audiencia general, 21.XI.1979, n. 1, en “Enseñanzas al Pueblo de
13
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
“Ésta será llamada mujer, porque del varón a sido tomada. Por eso
deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen
una sola carne” (Gn 2, 23-24). Como ya hemos dicho, en su relación
esponsal con la mujer, en su sexualidad masculina, el varón es imagen de
Dios que tras crear al hombre sale a su encuentro para que no esté sólo 33.
La creación de la mujer implica, por tanto, una llamada en el varón para
que se una a ella, expresando a Dios mismo que, por el acto creador,
busca unirse a la humanidad introduciéndola en su misterio.
Por su parte, la mujer, no como persona sino en su sexualidad
femenina, es decir, en su relación conyugal con el varón, es llamada a
significar a la humanidad que acoge a Dios que sale a su encuentro para
Dios”, 4A (1979), p. 175. El Génesis no permite situar a la mujer aparte del varón,
cuando se trata de comprender su ser imagen de Dios. Este es un punto subrayado por San
Agustín: “Sed videndum est quomodo non sit contrarium quod dicit Apostolus, non
mulierem, sed virum esse imaginem Dei, huic quod scriptum est in Genesi: Fecit Deus
hominem, ad imaginem Dei fecit eum; masculum et feminam fecit eos, et benedixit eos.
Ad imaginem Dei quippe naturam ipsam humanam factam dicit, quae sexu utroque
completur, nec ab intelligenda imagine Dei separat feminam. Dicto enim quod fecit Deus
hominem ad imaginem Dei. Fecit eum, inquit, masculum et feminam: vel certe alia
distinctione, masculum et feminam fecit eos. Quomodo ergo per Apostolum audivimus
virum esse imaginem Dei, unde caput velare prohibetur, mulierem autem non, et ideo ipsa
hoc facere jubetur? Nisi, credo, illud quod jam dixi, cum de natura humanae mentis
agerem, mulierem cum viro suo esse imaginem Dei, ut una imago sit tota illa substantia:
cum autem ad adjutorium distribuitur, quod ad eam ipsam solam attinet, non est imago
Dei; quod autem ad virum solum attinet, imago Dei est, tam plena atque integra, quam in
unum conjuncta muliere”, AGUSTÍN DE HIPONA, De trinitate, 12, 7, 10 (PL 42, 1003). De
algún modo podría decirse, que la feminidad de la mujer sólo refleja adecuadamente la
imagen de Dios que hay en el ser humano en su relación con la masculinidad del varón.
Pero también sucede lo mismo a la inversa. No puede comprenderse la imagen de Dios
ligada a la masculinidad si se separa de la feminidad. Porque en su masculinidad, el varón
no es imagen de Dios sin más, sino imagen de Dios que, creando al hombre, sale a su
encuentro. En mi opinión, éste segundo punto no es considerado suficientemente por San
Agustín.
33
“La diferenciación sexual es reflejo de un algo divino en el hombre, no porque
traduzca una diada de dioses, como en los mitos, sino porque en esa diferenciación y en la
unidad varón-mujer se halla impresa la huella del amor de Dios en el ser humano”, G.
ARANDA, Corporeidad y sexualidad en los relatos de la creación, art. cit., p. 37. Es “la
huella del cuidado amoroso de Yahweh que no quiere que el hombre esté solo”, ibidem,
p. 37.
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CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
34
Esto se significa por el papel pasivo de la mujer en la unión conyugal con su
marido. Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con Santo Tomás, a quien esta pasividad
de la sexualidad femenina le llevó a pensar que “in patre preexistit filius sicut in principio
activo; sed in matre sicut in principio materiali passivo”, Summa Theologica, I-II, q. 81,
a. 5, ad. 1. Según la interpretación tomista la pasividad de la mujer estaría situada en el
ámbito de la pasividad de la materia; y la actividad del hombre estaría en relación con la
forma como acto de la materia: “Principium activum in generatione est a patre, materiam
autem mater ministrat. Unde peccatum originale non contrahitur a matre sed a patre”,
ibidem, re. En efecto, “etsi anima non traducatur, quia virtus seminis non potest causare
animam rationalem; movet tamen ad ipsam dispositive. Unde per virtutem seminis
traducitur humana natura a parente in prolem, et simul cum natura naturae infectio: ex
hoc enim fit iste qui nascitur consors culpae primi parentis, quod naturam ab eo sortitur
per quandam generativam motionem”, Summa Theologica, I-II, q. 81, a. 1, ad. 2. De esta
forma el Aquinate explica que si sólo hubiera pecado Eva ese pecado no se habría
transmitido a su descendencia, cfr. ibidem, a. 5, re.
Como puede observarse, el problema de Santo Tomás consiste en poner la pasividad
y la actividad, significadas en Adán y Eva, en el ámbito de la relación materia-forma, y
no en el plano más profundo de la relación del hombre con Dios. O lo que es lo mismo, el
problema del Aquinate consiste en entender el significado de la masculinidad y de la
feminidad desde la esencia del hombre, sin adentrarse en el ámbito del ser personal. En
mi opinión, situándo en este ámbito la pasividad y la actividad asociadas a la
masculinidad y a la feminidad, podrá esclarecerse adecuadamente la transmisión del
pecado original.
35
“Mediante el cuerpo, la comunión interpersonal del varón con la mujer posee una
primordial sacramentalidad en el orden de la creación. Ésta, gracias a su visibilidad,
constituye el signo originario del Amor creador de Dios”, C. CAFFARRA, La sexualidad a
la luz de la antropología y de la Biblia, Madrid, 1990, p. 40. “Esta expresión y revelación
es esencial en la dimensión corporea de la comunión humana (varón-mujer) interpersonal
[...] la verdad del acto creador se hace visible en él precisamente en cuanto que esa
comunión de amor se realiza en y a través del cuerpo”, ibidem.
15
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36
Según Gn 2, 21, Eva es formada a partir de una costilla de Adán. En el lenguaje de
los antiguos sumerios, el signo cuneiforme que indicaba el sustantivo «costilla» coincidía
con el empleado para indicar la palabra «vida», cfr. J. DE FRAINE, La Biblia y el origen
del hombre, Bilbao, 1964, p. 62. De ahí que Juan Pablo II afirme que “se puede entender,
pues, «hueso de los huesos» (que es lo que dice Adán de Eva después de ser formada, cfr.
Gn 2, 23) en sentido relacional, como «ser del ser»; «carne de la carne»”, JUAN PABLO II,
Audiencia General, 7.XI.1979, nota 4, en “Enseñanzas al Pueblo de Dios”, 4A (1979), p.
168.
16
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37
Cfr. B. CASTILLA, ¿Fue creado el varón antes de la mujer? Reflexiones en torno a
la antropología de la creación, en “Annales Theologici”, 6 (1992), p. 334.
38
JUAN PABLO II, Audiencia general, 10.X.1979, n. 3, en “Enseñanzas al Pueblo de
Dios”, 4A (1979), p. 147.
39
“Cuando éste último término va sin artículo debe considerarse como singular
colectivo, designando la especie humana”, L. ARNALDICH, El origen del mundo y del
hombre según la Biblia, 2ª ed., Madrid, 1958, p. 114”. “‘Adam tiene aquí sentido de
naturaleza y no se individuo: es el ser humano, la humanidad. Más tarde en Gn 4, 1 se
convierte en nombre personal”, G. ARANDA, Corporeidad y sexualidad en los relatos de
la creación, art. cit., p. 26, nota 14. Cfr. además pp. 30 y 32. También en Gn 5, 1-2 parece
señalarse esta idea: “El día en que Dios creó a Adán, le hizo a imagen de Dios. Los creó
varón y hembra, los bendijo, y los llamó hombre en el día de su creación”. En cambio, en
Gn 5, 3 aparece Adán como nombre personal.
40
Cfr. J. DE FRAINE, La Biblia y el origen del hombre, o. c., pp. 42-43. En cada nuevo
hombre “–nacido de la mujer-madre por obra del varón-padre– se reproduce cada vez la
misma «imagen de Dios», de ese Dios que ha constituido la humanidad del primer
hombre”, JUAN PABLO II, Audiencia general, 12.III.1980, n. 6, en “Enseñanzas al Pueblo
de Dios”, 5 (1980), p. 151. “La primera mujer parturiente tiene plena conciencia del
misterio de la creación que se renueva en la generación humana. Tiene también plena
conciencia de la participación creadora que tiene Dios en la generación humana, obra de
ella y de su marido, puesto que dice: «He alcanzado de Yahveh un varón»”, ibidem.
17
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18
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43
H. U. VON BALTHASAR, Gli stati di vita del cristiano, o. c., p. 197. “Il comando
della fecondità che Dio impartisce ad Adamo ed Eva è perciò un comando non solo
morale, lasciato alla loro libertà, con l’adempimiento del quali essi sono stati creati: la
fecondità della Trinità”, ibidem, p. 198.
44
“Los datos de la revelación bíblica demuestran claramente que la diferenciación de
lo masculino y de lo femenino no es un problema fisiológico o psicológico, sino
espiritual: deriva del misterio fundamental que engloba al entero ser humano”, P.
EVDOKIMOV, La mujer y la salvación del mundo, 2ª ed., Salamanca, 1980, p. 154, nota
41.
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20
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45
“El hombre aparece en el mundo visible como la expresión más alta del don divino
porque lleva en sí la dimensión interior del don. Y con ella trae al mundo su particular
semejanza con Dios, con la que trasciende y domina también su «visibilidad» en el
mundo, su corporeidad, su masculinidad o feminidad, su desnudez”, JUAN PABLO II,
Audiencia general, 20.II.1980, n. 3, en “Enseñanzas al Pueblo de Dios”, 5 (1980), p. 142.
46
Gaudium et spes, 24.
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Con todo, la relación del hombre con el mundo y con los demás
debe desembocar siempre en el misterio escondido paradigmáticamente
tras la unión conyugal. Ninguna criatura puede decirle plenamente al
hombre quién es. Nada ni nadie puede conducirle enteramente de un
modo visible hacia la plenitud de su ser personal. Encaminarse hacia el
misterio del propio origen y de la propia plenitud significa adentrarse en
una soledad radical. En esa soledad, en ese silencio interior, el hombre es
llamado a dejarse introducir por Dios en el sueño narrado por el Génesis.
Y de esta manera, van enriqueciéndose las dos dimensiones de su
sacramentalidad. Por una parte, al adentrarse en Dios, el hombre es
formado cada vez más como imagen del mismo Creador que sale al
encuentro de la humanidad, dimensión propia de la masculinidad. Por
otra, al ser introducido en la intimidad divina, el hombre puede descubrir
cada vez más en los hombres a Dios que sale a su encuentro. Veamos
esto con más calma.
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50
Esto, que acontece con cualquier relación humana tiene especial significación en el
matrimonio. En el matrimonio cada conyuge está llamado a ser signo e instrumento de la
comunión con Dios del otro. Expresado de otra manera, el camino hacia Dios de cada uno
de los esposos se hace visible en el otro. De tal manera sucede esto que la
sacramentalidad de uno no puede darse sin relación al otro. Y, por eso, el matrimonio
como camino hacia Dios no es separable de la llamada a ser una sola carne.
51
“Un hombre por sí solo no realiza totalmente su esencia. Solamente la realiza
existiendo «con alguno» y aun más profunda y más completamente existiendo «para
alguno»”, JUAN PABLO II, Audiencia general, 9.I.1980, n. 2, en “Enseñanzas al Pueblo de
Dios”, 5 (1980), p. 120.
52
Gaudium et spes, 24.
26
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
27
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
53
En la medida en que la humanidad se convierte en una comunión de amor, todo lo
humano: el mundo transformado y enriquecido por el trabajo, por la cultura, por las
tradiciones..., se hace, de algún modo, signo e instrumento de nuestra comunión con Dios.
Queda dotado de una peculiar sacramentalidad.
54
Si el «mío» y el «para mí» del mundo en cada hombre que lo habita no se
enriqueciera mediante el amor con el «tuyo» y el «para ti», el mundo no llegaría a ser
expresión del amor y la entrega mutua entre nosotros. Y esto implicaría que en el mundo
no encontraríamos ni manifestaríamos nuestro propio ser hijos en el Hijo en comunión
con los demás.
55
JUAN PABLO II, Audiencia general, 7.XI.1979, n. 3, en “Enseñanzas al Pueblo de
Dios”, 4A (1979), p. 166.
56
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 360.
57
“El Espíritu de Dios me creó; el soplo del Todopoderoso me da la vida. También yo
soy lo que tú ante Dios; también yo fui formado del barro” (Jb 33, 4-6).
28
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
58
“Adán había sido elegido para ser el principio de la vida natural del cuerpo y
también del alma. Había sido adornado con la gracia, no solamente para él, sino también
para la humanidad entera”, S. J. GRABOWSKI, La Iglesia. Introducción a la teología de
San Agustín, Madrid, 1965, p. 23. “Diximus [...] Adam unum hominem fuisse, et ipsum
esse totum genus humanum”, AGUSTÍN DE HIPONA, In Iohannis Evangelium, tractatus X,
11 (PL 35, 1472). “Adam non habuit Dei gratiam? Imo vero habuit magnam, sed
disparem”, De correptione et gratia, 11, 29 (PL 44, 933).
29
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
el mismo acto creador de Dios, no es una llamada a una fusión que los
disuelva en un único principio divino impersonal. Se trata, más bien, de
una llamada a la unión visible entre las personas que, apoyada en el
conocimiento de la Verdad y lanzada hacia el futuro por la esperanza en
Dios, debe ser consumada por el amor, mediante el cual los otros han de
ser en mí y yo en ellos59.
La comunión entre los hombres, vivida y expresada en el mundo
de un modo cada vez más pleno, es continuamente reclamada por la
unidad del soplo divino gracias al cual todos somos personas humanas. Y
esto significa que sólo en esa comunión tenemos acceso a Dios que nos
crea y nos llama a cada uno, en unión con los demás, a la comunión con
Él.
Esta unión con los demás, camino de nuestra unión con Dios, no se
refiere sólo a algunos, sino a todos los hombres de todos los tiempos. Por
eso, si se habla de la comunión entre los hombres como un cierto
sacramento de la comunión con Dios, habrá que entender esa comunión
no sólo desde el punto de vista espacial, sino también histórico 60. Es la
entera humanidad que habita y transforma el mundo en el transcurrir de
la historia la que es llamada, en y por cada uno de los hombres con
matices distintos, a descubrirse y realizarse a imagen y semejanza de
Dios61.
59
La humanidad creada en Adán aspira a ser una comunión de personas unidas en el
amor mutuo y en el amor a Dios. Pero esta comunión se apoya en el conocimiento. “Por
ello, apartándoos de la mentira, que cada uno hable la verdad con su prójimo, pues somos
miembros los unos de los otros” (Ef 4, 25). Alcanzar esta comunión en la verdad y en el
amor constituye la esperanza común de los hombres. Una esperanza fundada en la misma
creación del hombre, y llamada a realizarse cada vez más a lo largo de la historia.
60
Es este un punto importante para poder entender después por qué la tradición forma
parte de la sacramentalidad de la Iglesia.
61
Así, en el Antiguo Testamento, Dios suele llamar hijo suyo al pueblo entero. Es en
el Pueblo escogido en quien Dios Padre ve a su hijo. Pero, al mismo tiempo, cada uno de
los miembros de ese Pueblo es llamado hijo por Dios. Esto implica que, en el fondo, el
Pueblo es hijo de Dios en cada uno de sus miembros; y que sus miembros son hijos en
cuanto son miembros del Pueblo de Dios. Nuestro ser hijos a semejanza del Hijo, nuestro
ser imagen de Dios, no es algo que se dé al margen de nuestro ser hombres con los demás
hombres. El mismo soplo con el que Adán es hecho a imagen y semejanza de Dios es el
que hace de la humanidad una imagen de Dios, y nosotros somos imagen en cuanto que,
al formar parte de esa humanidad, participamos de ese soplo con el que el hombre es
formado.
30
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
31
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
Pero para realizar esa tarea es necesario que antes estudiemos el misterio
escondido tras la creación del mundo y del hombre. Un misterio al que
sólo tenemos acceso desde la revelación que nos ha sido hecha en
Jesucristo.
63
“Unus mundus datus est a Patre per Filium in Spiritu Sancto”, AGUSTÍN DE HIPONA,
In Ioannis Evangelium, tractatus XX, 9 (PL 35, 1561). “Dios lo hizo todo por medio de su
Verbo y de su Sabiduría. Por su Verbo, en efecto, fueron afirmados los cielos y por su
Espíritu toda la fuerza de ellos (Psal. 32, 6)”, TEÓFILO DE ANTIOQUÍA, Ad Autolycum, I, 7
(PG 6, 1036A). “Un solo y único Dios, con exclusión de cualquier otro, ha hecho todas
las cosas mediante su Verbo: las visibles y las invisibles, las celestes y las terrestres”,
IRENEO DE LYON, Adversus Haereses, II, 27, 2 (PG 7-I, 803A). Cfr. ATANASIO DE
ALEJANDRÍA, Oratione contra gentes, 41 (PG 25, 81C-84B). “Uno solo es Dios y Padre,
de quien todo; un solo Señor Jesucristo, por quien todo; y un solo Espíritu Santo, en quien
todo”, II CONCILIO DE CONSTANTINOPLA, sesión VIII, can. 1 (Dz-Hün 421).
64
“En Él fueron creadas todas las cosas [...] y todo en Él tiene su consistencia” (Col 1,
16, 17). El Verbo de Dios “contiene según su realidad invisible, todo lo creado”, IRENEO
DE LYON, Adversus haereses, V, 18, 3. “Suprema maravilla es que, siendo Verbo, no
estaba contenido en ningún ser en particular, sino que más bien Él mismo los contenía a
todos. Presente en toda la creación, permanece exterior a todo por su esencia, aunque está
en todos mediante sus energías [...] conteniendo el universo sin ser contenido por éste,
sino habitando en el Padre todo entero y a todos los respectos”, ATANASIO DE
ALEJANDRÍA, Oratio de incarnatione Verbi, 17, 1 (PG 25, 125AB). Lógicamente el ser-
creado por medio del Hijo y el ser-creado en el Hijo no son cosas distintas. Por eso S.
Buenaventura afirma refiriéndose a las criaturas que “manifeste reclamant, quod in illis
singulis videri potest aeterna generatio Verbi, imaginis et filii a Deo Patre aeternaliter
emanatis”, BUENAVENTURA, Itinerarium mentis in Deum, II, 7, en “Obras completas”, I,
Madrid, 1945, p. 582.
32
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
crea65. Así lo afirma San Atanasio: “Si [...] el mundo ha sido creado y
embellecido con orden, sabiduría y conocimiento, hay que admitir
necesariamente que su creador y embellecedor no es otro que el Verbo de
Dios [...]. Él, el Dios único y unigénito, cuya bondad esencial y personal
procede de la bondad fontal del Padre, embellece, ordena y contiene
todas las cosas”66. Es este ser en el Hijo lo que otorga al mundo una cierta
sacramentalidad.
Por otra parte, el mundo es creado en el Espíritu Santo, que, al
decir de la Escritura, aleteaba sobre las aguas en el momento de la
creación (cfr. Gen 1, 1 ss). Podría decirse que el existir del mundo
acontece en el Espíritu Santo, es decir, en el desbordarse de la entrega
entre el Padre y el Hijo en la que es espirado eternamente el Espíritu. Por
existir en el Espíritu, el mundo es para el Hijo y, en el Hijo, y por medio
de Él es para el Padre 67. De un modo más sencillo, aunque quizá sea
menos riguroso, cabría afirmar que existir es para el mundo ser entregado
por el Padre al Hijo, y por el Hijo y en el Hijo ser llevado al Padre 68. Por
65
Santo Tomás prefiere, como hace la Sagrada Escritura, reservar el término de
imagen al hombre, sin embargo, sostiene que la creación participa algo del concepto de
imagen, en cuanto posee en sí misma alguna semejanza de Dios, cfr. TOMÁS DE AQUINO,
Summa Theologica, I, q. 93, a.2, ad. 1.
66
ATANASIO DE ALEJANDRÍA, Oratio de incarnatione Verbi, 17 (PG 25, 79).
67
Realmente, no puede suponerse que Dios creara el mundo por un motivo distinto
que Él mismo. Y tampoco puede suponerse que la creación del mundo esté motivada por
algo distinto del Amor, puesto que Dios es Amor.
68
“Todo me ha sido dado por mi Padre” (Mt 11, 27). Estas palabras de Cristo
muestran que el mundo es creado y existe no sólo por medio del Hijo y en el Hijo, sino
también para el Hijo. El existir del mundo es un ser-dado por el Padre al Hijo. Pero por
medio del Hijo y en el Hijo todo es-conducido al Padre (cfr. 1 Co 8, 6). Esto hace que la
acción providente de Dios esté íntimamente ligada al Verbo: “Aquél, por tanto, que por
su Verbo eterno lo hizo todo y dio el ser a las cosas creadas no quiso que se movieran y
actuaran por sí mismas [...] sino que, por su bondad, gobierna y sustenta toda la
naturaleza por su Verbo, el cual es también Dios, para que, iluminada con el gobierno,
providencia y dirección del Verbo, permanezca firme y estable, en cuanto participa de la
verdadera existencia del Verbo del Padre y es secundada por él en su existencia”, cfr.
ATANASIO DE ALEJANDRÍA, Oratio de incarnatione Verbi, 42 (PG, 25, 83). Cfr., también,
17 (PG 25, 125B); y Oratio contra gentes, 41 (PG 25, 84A). “Si [...] meditamos acerca
del orden que gobierna al cosmos y admitimos la sabiduría con que el Padre lo ha creado
dotándolo de leyes que rigen su existencia, nos resulta espontaneo remontarnos al Hijo
eterno, a quien la Escritura nos presenta como Palabra (cfr. Jn 1, 1-3) y Sabiduría divina
(cfr. 1 Co 1, 24-30)”, JUAN PABLO II, Audiencia general, 2.VIII.2000, 4, en “Ecclesia”,
60 (2000), p. 1291. Podría decirse así que el mundo es en la sobreabundancia de la
entrega mutua entre el Padre y el Hijo. Todo esto es acorde con la afirmación del
33
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
Catecismo de la Iglesia Católica: “cada persona realiza la obra común según su propiedad
personal”, Catecismo de la Iglesia Católica, n. 258.
69
Para Santo Tomás, “in homine invenitur quaedam Dei imitatio, inquantum scilicet
homo est de homine, sicut Deus de Deo”, TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, I, q.
93, a.3, re. Pero, en mi opinión, esto no es del todo así. Nuestro proceder del hombre no
expresa el ser engendrado del Hijo, sino más bien que la fecundidad del Hijo por su unión
con el Padre acontece también cuando el Hijo busca unirse al Padre al unirse con nosotros
como un don que el Padre le hace. En mi opinión, la forma adecuada de expresarlo sería:
“el hombre es hombre de hombre porque el Hijo es Dios de Dios también al crearnos”.
34
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
70
Schmaus, al explicar la postura tomista, que en este punto se apoya sobre San
Agustín, afirma que “aun cuando se den todos los elementos necesarios de la imagen, se
puede concebir siempre una mayor cercanía, una más grande imitación de la realidad
original. En correspondencia con ello puede decirse que una imagen se parece más o
menos al original. Una especial perfección de la imagen es lo que se designa con la
palabra similitudo = semejanza”, M. SCHMAUS, Teología Dogmática, II: Dios creador, o.
c., p. 310. Esta semejanza no es, sin más, algo dado, sino algo continuamente por
alcanzar. Es un proceso de asimilación a Dios. Más adelante veremos cómo está ligado al
propio esfuerzo, como subraya Orígenes, cfr. ORIGENES, De Principiis, III, 61 (PG 11,
333); y qué papel tiene la gracia en esta semejanza, aspecto subrayado por Clemente de
Alejandría e Ireneo, cfr. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata, II, 22 (PG 8, 1079),
IRENEO DE LYON, Adversus haereses, V, 6, 1 (PG 7-II, 1136-1138). Con todo, en la
Escritura no aparece muy claramente esta distinción entre imagen y semejanza, que más
bien parecen sinónimos, cfr. M. A. TABET, El hombre, «imagen de Dios», en Dios y el
hombre, VI Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, Pamplona,
1985, pp. 560-561.
71
Cfr. J. L. BASTERO, Imagen y semejanza divina en S. Ambrosio y S. Agustín, en
Dios y el hombre, VI Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra,
Pamplona, 1985, pp. 573-588.
72
“Si intelligas imaginem, videbis ad imaginem; homo enim non est imago Dei, sed
ad similitudinem factus est. Alius est imago Dei invisibilis, primogenitus universae
creaturae, per quem facta sunt omnia. Ille non ad imaginem, sed imago: tu non imago, sed
ad imaginem. Habes ergo in tua substantia aliquid de imagine et similitudine Dei, quod sit
35
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
divinae simile imaginis. Propterea imago ad eum qui est ad imaginem, venit: et quaerit
imago eum, qui est ad similitudinem sui; ut iterum signet, ut iterum confirmet; quia
amiseras quod accepisti”, AMBROSIO DE MILÁN, Expositio in psalmum CXVIII, sermo 10,
16 (PL 15, 1335B-C).
36
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
descubrirse como hijo de Dios. Pero, por otra parte, el hombre es creado
a semejanza del Hijo no en cuanto eternamente engendrado por el Padre
sino en cuanto en Él y por Él es creado todo. Esto significa que el
hombre, por el mismo hecho de haber sido creado a imagen y semejanza
de Dios, está llamado a que el mundo sea en él, por él y para él de modo
semejante a como es en el Hijo, por el Hijo y para el Hijo. Podría
afirmarse que el mundo es «verbalmente» en, por y para el Hijo; y que es
creado para que sea «adverbialmente» en, por y para cada uno de
nosotros73.
En esta posesión del mundo radica una dimensión esencial de la
persona humana en cuanto imagen de Dios. Por ser imagen del Padre
Creador a semejanza del Hijo, el hombre es capaz de hacer suyo el
mundo, y así puede ejercer el dominio de la creación que Dios le impuso
como tarea74. Al ser creado a semejanza del Hijo que crea el mundo, el
73
El ser del mundo «adverbialmente» en nosotros y por nosotros no es superfluo
respecto a su ser en el Hijo y por el Hijo. Nuestra existencia en el mundo no es superflua.
No puede serlo porque somos hijos de Dios a semejanza del Hijo, y un hijo nunca es
superfluo para su Padre. Pero, al ser «adverbial», la existencia del hombre puede llegar a
ser superflua si no está unida al Verbo.
74
“Si la hipótesis que hace consistir la imagen de Dios en el hombre en el poder que,
en nombre de su Creador, ejerce sobre el resto de los vivientes o hasta sobre el conjunto
de la creación, hace unas dos décadas tenía bastante fuerza, hoy ha pasado a ser
decididamente la posición mayoritaria”, J. LOZA, La dignidad y responsabilidad del
hombre, en Esperanza del hombre y revelación bíblica, XVI Simposio Internacional de
Teología de la Universidad de Navarra, Pamplona, 1996, p. 51. Así parece indicarse en
Gn 1, 26-27; Sal 8, 6-9; Qo 17, 3-4. Por esta razón, la imagen de Dios en el hombre está
íntimamente vinculada tanto a su corporeidad, a su estar en el mundo; como a su
espiritualidad, a su estar en cierto modo más allá del mundo, a su no agotarse en el
mundo. Si el hombre es imagen de Dios es porque su cuerpo es personal, espiritualizado
personal y libremente en su relación con el mundo. Podría decirse que, por ser personal,
el cuerpo es «mío» y en él, por él y con él me manifiesto y me realizo como persona.
Según S. Ambrosio “nuestra alma es a imagen de Dios. En ella es todo el hombre”,
Examenon, VI, 7, 43, (CSEL 32,1,234). Siendo esto cierto, en mi opinión sería mejor
decir que el cuerpo es hecho imagen de Dios en la medida en que, por ser personal, es
espiritualizado; y que esa espiritualización es lo que llamamos alma. Esta
espiritualización es como un movimiento suscitado por el ser personal en su mismo ser
creado por Dios: “Dei inspiratione in animam viventem materies inanimis commovetur”,
HILARIO DE POITIERS, Tractatus mysteriorum, I, 5 (SCh. 19, 82). Lo que llamo, en
terminología tomista, ser personal vendría a ser lo que San Hilario llamaba espíritu, una
realidad distinta del alma y del cuerpo, sin ser “un elemento nuevo al lado del alma y del
cuerpo, sino el lazo que los une y a la vez les da vida”, L. F. LADARIA, El Espíritu en San
Hilario de Poitiers, Madrid, 1977, p. 51. El ser personal sería la fuente de la que brota la
imagen de Dios en el cuerpo y en el alma. Es decir, que el hombre es imagen de Dios por
ser persona, cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 357.
37
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
38
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
1981, 25. Cfr. Gaudium et spes, 34 y 35; PABLO VI, Udienza generale, 8.IV.1970, en
“Insegnamenti di Paolo VI”, VIII (1970), p. 293.
79
Todo esto supone que en nuestro propio ser personal hay un aletear del mismo
Espíritu del Hijo. Es más, si existimos es porque nuestro mismo ser personal es un ser en
el Hijo gracias al Espíritu. Un ser hijos en el Hijo que no es algo estático sino dinámico.
El ser es acto, actuosidad y no actualidad. Nuestro ser personal es un ser hijos por el
Espíritu que reclama plenitud. Lógicamente sin la específica revelación de la Trinidad, el
hombre no sabría que esta relación de amor entre Dios y él acontece por su ser en el Hijo.
80
“El hombre no explota el mundo ni quiere convertirlo en una propiedad privada
desprendida del deseo creador de Dios, sino que lo reconoce como un don del Creador y
lo construye para aquello para lo que ha sido creado”, J. RATZINGER, Creación y pecado,
o. c., p. 91. “Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar
a Dios y para ofrecerle toda la creación”, Catecismo de la Iglesia Católica, n. 358. “La
persona humana es, en suma, ser capaz de amor y que en el amor encuentra su
realización. Y ahí es precisamente donde el trabajo se inserta: el trabajo como actividad, y
la obra que del trabajo resulta, reciben sentido de ese relacionarse en virtud del amor que
constituye la substancia del existir y del vivir del hombre en cuanto persona”, J. L.
ILLANES, El trabajo en la relación Dios-hombre, art. cit., p. 720.
81
J. RATZINGER, Creación y pecado, o. c., p. 51. Cfr. Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 347.
82
Cfr. J. RATZINGER, Creación y pecado, o. c., p. 53.
83
Ibidem, p. 54.
39
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
84
Quizá a esto se refiera S. Buenaventura cuando afirma que “parum aut nihil est
speculum exterius propositum [la creación] nisi speculum mentis nostrae tersum fuerit et
politum”, BUENAVENTURA, Itinerarium mentis in Deum, prol., 4, en “Obras completas”,
I, o. c., p. 560. S. Buenaventura entiende que el espejo del mundo tiene en sí la luz que
manifiesta a Dios al ser reflejada en el espejo de nuestra alma. Por eso afirma que “patet
quod totus mundus est sicut unum speculum plenum luminibus praesentantibus divinam
sapientiam”, Collationes in Hexaëmeron, II, 27, en “Obras completas”, III, Madrid, 1947,
p. 220. Y “per haec lumina exterius data ad speculum mentis nostrae, in quo relucent
divina, disponimur ad reintrandum”, Itinerarium mentis in Deum, II, 13, en “Obras
completas”, I, o. c., p. 588. Con todo, la comprensión buenaventuriana del acceso a Dios
a partir de las criaturas se apoya en un ejemplarismo que tiene ciertas dificultades
filosóficas, cfr. M. J. SOTO, La recomposición del espejo. Análisis histórico-filosófico de
la idea de expresión, Pamplona, 1995, pp. 135-148.
40
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
último implica que el hombre sólo puede mejorar como hijo de Dios
acogiendo, buscando, entregándose y llevando a los demás hacia el Padre
a semejanza del Hijo. La revelación de la Trinidad desvela que el
misterio escondido en cada hombre es el misterio del Hijo que, por la
misma acción con la que crea al hombre, lo acoge como un don del Padre
y busca conducirlo hacia Él.
En definitiva, por su misma existencia el hombre es llamado a
desvelar ante los demás el rostro de Dios que les crea y les conduce hacia
Él. Y, al mismo tiempo, es llamado a descubrir a sus semejantes como un
cierto sacramento de su camino hacia Dios. En su vida el hombre debe
mostrarse como un don de Dios para los demás, y debe descubrir en ellos
un don que Dios le hace. Un don radicalmente inmerecido, porque se le
da por ser hijo en el Hijo, y esto es inmerecido85.
Es éste un punto complejo que conviene analizar más
detenidamente. Si por medio de su trabajo el hombre colabora con Dios
en la creación, algo semejante ocurre con su relación con los demás. Al
acogerles y entregarse a ellos, de algún modo, colabora
«adverbialmente» con Dios en la creación de sus hermanos a semejanza
del Hijo. Porque, en cuanto es en el Hijo, su relación filial con Dios se
desborda sobre ellos enriqueciéndoles como personas; y, por tanto,
enriqueciéndoles en su misma sacramentalidad. Podría decirse que a cada
hombre le son entregados los demás para que su amor a Dios se desborde
sobre ellos.
Pero, al mismo tiempo, cada hombre es entregado por Dios a sus
hermanos para que, por medio de ellos, el amor de Dios se desborde
sobre él. Los demás le han sido entregados como colaboradores
«adverbiales» de Dios en el desarrollo de la propia existencia, por cuanto
han sido creados a semejanza del Hijo que crea al hombre.
La sacramentalidad de los hombres es, pues, una co-
sacramentalidad. Para realizarse cada vez más como sacramento de Dios
que crea al hombre y lo conduce hacia su plenitud en Él, cada persona
humana está llamada a procurar que la sacramentalidad de los demás sea
85
Al acoger y entregarse a sus hermanos, cada hombre puede reflejar y descubrir en
ellos el rostro de Dios, el amor paterno de Dios.
41
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
cada vez más intensa. Lo cual implica que, ayudando a los demás, el
hombre es llamado a dejar que los demás sean para él un cierto
sacramento de Dios que, creándolo, le encamina hacia su plenitud. Dicho
con otras palabras, la sacramentalidad del hombre sólo se realiza en el
seno de la comunión mutua.
Pero la razón última de todo esto radica en que el existir del
hombre es un ser entregado por el Padre al Hijo y acogido, buscado y
conducido por el Hijo al Padre. Tanto nosotros como los demás somos
radicalmente un don para el Hijo. Si los demás nos son dados y si
nosotros somos dados a los demás, es para que, enriqueciéndonos
mutuamente, vayamos transformándonos cada vez más en un don para el
Hijo y, en el Hijo y por el Hijo, podamos glorificar cada vez más al
Padre, y entrar en su seno.
Por último, me parece conveniente apuntar que, si nuestra relación
con el mundo es inseparable de nuestra relación con los demás, es porque
la creación del mundo y del hombre no pueden separarse. Si el mundo
fue creado por Dios para el hombre86, entonces, en cada uno de nosotros
el mundo debe ser puesto al servicio de los demás.
86
Dios “«prima» lo elegge, nel Figlio eterno e consostanziale, a partecipare alla sua
figliolanza (mediante la grazia), e solo «dopo» («a sua volta») vuole la creazione, vuole il
mondo al quale l’uomo appartiene”, JUAN PABLO II, Udienza generale, 28.V.1986, n. 4,
en “Insegnamenti Giovanni Paolo II”, IX/1 (1986), p. 1699.
87
Así aparece en el Teeteto de Platón: “Fuga quiere decir asimilarse al Dios todo
cuanto es posible, y asimilarse quiere decir llegar a ser con inteligencia justos y santos”,
Teeteto, 176 b.
42
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
88
El ser y la esencia del hombre son indesligables. La esencia del hombre, su
espiritualización o personalización de la naturaleza humana, es la manifestación de su
propio ser personal. «Cómo soy» (esencia) manifiesta «quién soy» (ser). Pero mi
manifestación no agota mi propio ser, puesto que el ser y la esencia en el hombre se
distinguen realmente. Si el «cómo soy» agotase «quién soy» no podría cambiar. La
esencia es, por así decirlo, una detención de mi propio ser. Por eso, para ser quien soy, o
mejor, para ser quien estoy llamado a ser no debo detenerme en mi manifestación. Más
bien, debo ascender desde ella a mi propio ser, a quien Dios me ofrece y me llama a ser.
Esto implica que ser persona es alcanzarse o, si se quiere, el ser personal es radicalmente
futuro.
El ser personal se alcanza desde su manifestación esencial. Pero para alcanzarse la
persona no debe detenerse en el plano de la esencia, sino que debe ascender
continuamente desde la esencia al propio ser. Así como no hay «descenso» –
manifestación de la persona en su esencia– sin «ascenso», tampoco hay «ascenso» –
alcanzarse de la persona– sin «descenso». A medida que el descenso se enriquece, se
enriquece también el ascenso , y viceversa. La persona humana mejora como tal en un
proceso continuo de «descenso» y «ascenso» del ser a la esencia y viceversa. El descenso
está ligado al perfeccionamiento de la voluntad mediante las virtudes cardinales; y en el
nivel más alto, en el que la voluntad entronca con la persona, está vinculado al hábito de
la sindéresis. En cambio, en el ascenso interviene sobre todo el hábito de la sabiduría.
89
Que el mundo y los demás sean signo y camino de mi alcanzarme a mi mismo
como persona, significa que mediante ellos puedo ir conociéndome, es decir, siendo quien
estoy llamado a ser, en ese proceso descendente y ascendente al que nos referiamos
anteriormente.
43
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
90
Como hemos visto la sacramentalidad del hombre no se da separada de los demás
hombres, no sólo los que viven en el mismo momento sino también los que han vivido y
vivirán a lo largo de la historia.
91
La aspiración a “ser como dioses” no era una aspiración contraria al hombre, de
otro modo el hombre no habría podido ser tentado con ella. Pero el cumplimiento de esa
aspiración no era algo que el hombre pudiese conseguir por sí mismo. Con la gracia
aconteció una divinización de nuestros primeros padres mediante la participación de la
Vida misma del Hijo. Pero tampoco esa divinización del hombre podía ser absoluta.
Únicamente en el Hijo encarnado se halla toda la plenitud de la divinidad corporalmente
(cfr. Col 2, 9; 1, 19); J. RATZINGER, Escatología, la muerte y la vida eterna, en Curso de
Teología dogmática (dir. J. Auer y J. Ratzinger), IX, 3ª ed., Barcelona, 1992, p. 71. Sólo
el Hijo encarnado podía ser perfecta imagen visible del Padre que crea al hombre, porque
sólo Él podía ser imagen perfecta del Padre que eleva al hombre.
44
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
92
En el continuo ascender desde la esencia al ámbito del ser, en este continuo
alcanzarse del hombre como persona en su vivir terreno, su relación con el mundo y con
los demás desemboca, cada vez más intensamente, en el silencio. El silencio es ya un
cierto alcanzarse de la persona como inagotada e inagotable en la esencia: la propia
manifestación esencial de cada persona humana, el «cómo es», aún diciendo «algo» de
ella, jamás puede decirle de un modo absoluto «quién es». En este punto, el propio ser
personal se abre hacia dentro a Dios como el único que le puede decir quién es haciéndole
ser quien Él le llama a ser. Podría decirse que el hombre se va adentrando en el acto con
el que es creado.
93
En mi opinión, existe una relación entre el sueño de Adán y el adentrarse del
hombre en la vida íntima de Dios. Pero ésta no puede fundamentarse tal como lo hace H.
U. von Balthasar: “Il prelevamento della costola è per Adamo una grazia che lo eleva
infinitamente: la grazia di poter partecipare al mistero dell’autodedizione del Padre al
Figlio, che per cosí dire si priva della sua propia divinità per donarla al suo eternamente
consustanziale Figlio. É la ferita dell’amore divino, che consiste in pura autodonazione
senza limite. [...] il matrimonio nella sua interezza proviene da più lontano e mira più
lontano che una semplice comunione naturale. Il naturale conserva una provenienza
soprannaturale e perciò anche una finalità soprannaturale”, H. U. VON BALTHASAR, Gli
stati di vita del cristiano, Milano, 1985, p. 199. En mi opinión la interpretación del sueño
de Adán no está propiamente ligada al ser engendrado del Hijo, sino al introducirse del
Hijo en el seno del Padre en la espiración del Espíritu Santo. Sin embargo, en cuanto el
sueño de Adán está en el ámbito del ser creado, no expresa ese adentrarse del Hijo desde
su acontecer en la eternidad de Dios. El sueño de Adán sería más bien expresión del
adentrarse del Hijo en el seno del Padre en su crear al hombre. Expresaría el desbordarse
sobre el hombre, acontecido en el Espíritu, de la Paternidad y de la Filiación. Un
desbordarse por el cual el hombre es adentrado por medio del Hijo en el misterio
escondido tras su creación en la espiración del Espíritu. Con el sueño de Adán, de algún
modo se expresaría que la elevación sobrenatural del hombre es su ser adentrado en el
seno del Padre, en el Hijo por el Espíritu Santo, como en la fuente de la que brota su
mismo ser creado. En este sentido, la unión entre el hombre y la mujer formando una sola
carne, en la medida en que es un regresar al sueño de Adán, expresaría el adentrarse del
hombre en el misterio de la fecundidad ad extra de Dios como fruto libérrimo del amor
entre el Padre y el Hijo en el que es espirado el Espíritu Santo. Cabría, pues, afirmar que,
antes del pecado original, Adán y Eva “están inmersos en el misterio mismo de la
creación, y la profundidad de este misterio escondido en su corazón es la inocencia, la
gracia, el amor y la justicia”, JUAN PABLO II, Audiencia general, 20.II.1980, n. 3, en
“Enseñanzas al Pueblo de Dios”, 5 (1980), p. 142.
45
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46
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47
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
97
Por la elevación sobrenatural, al ser introducido por Dios en el soplo con el que es
creado, el hombre es conducido por Dios hacia el misterio escondido tras el acto creador.
El hombre elevado se asoma al umbral de su mismo ser-creado, porque Dios se le da
como Dios que le crea.
98
Si bien, y esto es importante, la entrega del Hijo al Padre en la que acaece la
creación no tiene lugar al margen de su eterno ser engendrado, ni de su eterno entregarse
y acoger al Padre en el que es espirado el Espíritu Santo.
48
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
hombre mismo– entregándoselo al Hijo. Si bien, por parte del Padre, ese
acto creador sólo puede acontecer en el seno de su eterno engendrar al
Hijo. Esto supone que en la elevación sobrenatural –al igual que en la
creación– la prioridad le corresponde al Padre de quien procede el Hijo 99.
El Hijo es en el hombre en gracia porque el Padre habita en él. El acto
divino con el que Dios eleva al hombre es un ofrecimiento y una llamada
al hombre para que deje al Hijo vivir en él llevando toda la creación al
Padre, y acogiendo en todas las cosas al Padre que las crea en su
entregarse a Él.
Por el acto creador, Dios ofrece y llama al hombre a que sea cada
vez más a su imagen y semejanza. El hombre recibe una vocación filial
por la que considera a Dios como Padre. Pero desconoce que esto se debe
a que ha sido hecho a imagen del Padre a semejanza del Hijo. En cambio,
por la elevación es adentrado en el misterio que se esconde tras la
creación como obra ad extra. Es decir, en el misterio del entregarse del
Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el que, cada uno y el mundo entero,
viene a la existencia. Y esta introducción del hombre en el misterio de su
creación tiene lugar por una participación en la vida del Hijo que crea
todas las cosas en su entregarse al Padre y en su acoger al Padre que se le
da en la creación de todo.
Si por el acto creador el hombre viene a la existencia llamado a ser
en el Hijo y a semejanza del Hijo –en cuanto que en Él y por Él todo es
creado–, por la elevación sobrenatural el Hijo busca ser en el hombre en
ese entregarse al Padre en el que acontece la creación. El acto elevador es
un ofrecimiento y una llamada al hombre para que deje al Hijo vivir en él
acogiendo al Padre que se le entrega en la acción creadora. Y, al mismo
tiempo, es un ofrecimiento y una llamada a participar del amor por el que
el Hijo crea todas las cosas en su entregarse al Padre, en su llevarlas
hacia Él.
Hemos visto como la elevación es un cierto «introducirse» de Dios
creador en el hombre creado100. Un introducirse que hace al hombre
99
G. PALAMAS, Discursos apocadícticos sobre la procesión del Espíritu Santo, II;
Epistola ad Barlaamum, 2. Cfr. Y. SPITERIS, Palamas: la grazia e l’esperienza, Roma,
1996, p. 110.
100
Quizá cabría afirmar que los actos realizados por el hombre elevado al orden
49
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
sobrenatural eran de algún modo entregados al Hijo por el Padre y tomados por el Hijo
como si fuesen suyos, es decir, en su entregarse como Hijo al Padre. Podría decirse que en
Dios los actos del hombre eran divinizados. En esta línea estaría la gracia increada.
50
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
51
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
103
La elevación sobrenatural está vinculada al propio perfeccionarse del hombre en el
conocimiento, en la esperanza y en el amor con los que debía construir una comunidad en
medio del mundo por su trabajo. Por medio de la gracia, Dios mismo hacía que el
perfeccionamiento del hombre fuese un disponerse esperanzado para su elevación cada
vez más plena al orden sobrenatural. Tengase en cuenta que, siendo gratuita, la elevación
solo podía acontecer en la medida en que el hombre es imagen de Dios Padre a semejanza
del Hijo. Y esto supone que el hombre debía someterse como imagen al Padre. La
52
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
plenitud del ser del hombre está en la línea de la humildad, del sometimiento y de la
entrega al Padre.
104
En este sentido San Pedro exhortará a los cristianos: “basad plenamente vuestra
esperanza en la gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo” (1 P 1,
13).
105
“Tal vez se pueda decir que, mientras que respecto a la propia naturaleza Dios
aparece como interior a ella, es decir, como el principio sobre la cual reposa y del que
deriva lo que se es y lo que se puede hacer, respecto de la gracia, Dios aparece como
exterior, como Alguien que está frente a la criatura y que exige una abdicación, una
renuncia a reposar sobre sí misma, para comunicarse a ella. Aunque conviene recordar
que esta necesidad de renunciar a sí mismo está unida a la posibilidad de pecar, pues
implica un salto que la naturaleza no inclina indefectiblemente a dar por sí misma, y, por
tanto, comporta una dificultad; sin embargo, para Tomás de Aquino, no comporta de suyo
ninguna violencia o dolor”, J. I. MURILLO, El valor revelador de la muerte, en
“Cuadernos de Anuario Filosófico”, Pamplona, 1999, p. 73, nota 74. Esto no significa que
para el pecado sea precisa la gracia sobrenatural, sino que es suficiente la apertura al
orden sobrenatural que, como hemos visto, forma parte del propio ser personal.
106
En el ámbito sobrenatural la única ley es la docilidad al Espíritu Santo que conduce
a la Verdad completa. A mi entender, el deseo de poseer por las propias fuerzas la ciencia
del bien y del mal en que consistió el pecado original, estaría profundamente relacionado
con el intento de buscar poseer la Vida del Hijo al margen del Espíritu.
53
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
107
H. U. VON BALTHASAR, Misterio y ministerio de la mujer, art. cit., p. 115.
54
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
más en su vida íntima, para vivir plenamente en ella, para unirse a ella
hasta formar una sola carne.
En este sentido el significado de Adán-varón no es separable del
significado de Eva, como la masculinidad no tiene significado al margen
de la feminidad, como signo de la entera humanidad a la que el Hijo
busca para introducirla cada vez más en su Vida íntima. La feminidad es
signo de la humanidad llamada a alcanzar su plenitud dejando que el
Hijo, que continuamente sale a su encuentro, se introduzca en ella
haciéndole plenamente partícipe de su Vida divina108. En Eva –símbolo de
la sexualidad femenina– se muestra que, en el camino hacia su plenitud,
situada en el ámbito sobrenatural, la humanidad tiene un papel más bien
pasivo; que debe dejarse unir al Hijo para participar en su misma Vida 109.
Recordemos, sin embargo, que como personas ni el varón ni la
mujer se agotan en su sexualidad. Por eso, habría que decir que la
sacramentalidad de cada persona elevada al orden sobrenatural tiene esas
dos dimensiones sacramentales expresadas paradigmáticamente por la
sexualidad masculina y femenina. La masculinidad expresaría que, en
cada persona, el Hijo busca salir al encuentro de los hombres para unirse
a ellos. La sexualidad femenina, por su parte, indicaría que toda persona
está llamada a expresar a la humanidad llamada a acoger al Hijo que le
busca a través de cada hombre 110. La dimensión activa está
profundamente relacionada con el hecho de que el hombre sea persona a
semejanza del Hijo; la pasiva, en cambio, está ligada al hecho de que el
hombre sea una persona creada y no eternamente engendrada como el
Hijo, es decir, a que el hombre sea en el Hijo.
108
Todo esto alcanza un especial interés por contraposición a la consideración de la
masculinidad y la feminidad como algo añadido, en cierta manera externo, a la imagen de
Dios en el hombre, tal y como defiende por ejemplo Gregorio de Nisa, cfr. De hominis
opificio, 16-17 (PG 44, 181-189).
109
La iniciativa de esta unión con el hombre viene del Hijo y no del hombre: “Esta
será llamada mujer, porque del varón a sido tomada. Por eso deja el hombre a su padre y
a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn 2, 23-24).
110
Esto implica que en esa dimensión pasiva de su sacramentalidad –pasiva sólo en lo
que se refiere acto creador de Dios– el hombre es llamado a acoger al Hijo
individualemente pero en nombre de toda la humanidad, como expresión suya. Esto es
puesto de relieve por la Virgen, que es la Mujer por excelencia.
55
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
56
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
autor, en su surgir del costado de Adán, Eva “ha sido hecha una
inmediata imagen física del surgir del eterno Hijo consubstancial de la
sustancia del Padre”113. Sin embargo, esta interpretación parece no tener
suficientemente en cuenta la trascendencia del eterno ser engendrado del
Hijo respecto a la creación114.
La relación esponsal no expresa visiblemente una relación del Hijo
con el Padre, sino la relación de las criaturas con Dios. En mi opinión, y
por todo lo que ya hemos ido explicando, Eva –la feminidad– no sería
imagen del Hijo que surge del seno del Padre, sino imagen de la
humanidad que existe en su ser entregada por el Padre al Hijo 115, y
acogida y conducida por el Hijo hacia el Padre en unión con Él. Por su
mismo existir, la humanidad es llamada a dejar que el Hijo, de quien
procede, la una a sí para introducirla con Él en el seno del Padre.
La formación de Eva en el sueño de Adán vendría a significar que
la humanidad fue formada en el ámbito de la entrega entre el Hijo y el
Padre en la que es espirado el Espíritu Santo. Alude a la creación de la
humanidad en el Espíritu, pero no a la espiración de la tercera Persona de
la Trinidad116. Que la unión esponsal tiene un significado sobrenatural
113
“È divenuta un’inmmediata immagine fisica del sorgere dell’eterno consustanziale
Figlio dalla sostanza del Padre” H. U. VON BALTHASAR, Gli stati di vita del cristiano, o.
c., p. 198. “Il teologo basiliese non teme di affermare, anche differenziandosi da Agostino
e Tommaso, che l’uomo, la dona e il bambino sono l’analogia naturale più adeguata della
Trinità [...]. Il dinamismo della nuzialità è svelato in tutta la sua pienezza: l’amore
reciproco tra il Padre e il Figlio è perfetto vincolo che genera un frutto perfetto, lo Spirito
Santo, Egli stesso Dio”, A. SCOLA, Il mistero nuziale, o. c., p. 110. Cfr. H. U. VON
BALTHASAR, Teologica, III, Milano, 1992, p. 129-134.
114
Como hemos señalado, el hombre no es a imagen y semejanza de Dios en su Vida
íntratrinitaria, sino de Dios trino como creador del mundo y del mismo hombre.
115
Este ser-entregada de la humanidad al Hijo por el Padre, es anterior a su ser
acogida por el Hijo y llevada hacia el Padre, con una anterioridad creadora ligada al orden
de las divinas personas en la espiración del Espíritu en el cual es creado el hombre.
Ciertamente, la humanidad es-acogida y llevada hacia el Padre, porque es-entregada por
el Padre al Hijo. Pero la humanidad no existe fuera de su ser-acogida y conducida por el
Hijo hacia el Padre. De otro modo, Dios como creador no trascendería totalmente al ser
humano. Esto hace que el amor de la humanidad al Hijo deba entenderse más como amor
fraterno que como amor paterno, aunque el Hijo descubra tras ese amor el Amor del
Padre. Es éste un punto importante: el Hijo no ve al Padre en el hombre sino en cuanto
que el hombre es con-Él, porque como persona el hombre sólo puede ser imagen del
Padre, en cuanto que es en el Hijo y a semejanza del Hijo.
116
Como hemos señalado, el sueño de Adán podría expresar que la humanidad es
creada en el entregarse del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, es decir, en el Espíritu Santo
57
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
eternamente espirado por el Padre y el Hijo en su mutua entrega. Por eso, en la medida en
que la unión sexual entre el varón y la mujer simboliza una vuelta al sueño en el que fue
formada la humanidad, el amor entre los esposos así manifestado puede considerarse
como un signo de que la creación del hombre acontece en el Espíritu Santo. Se entiende
que algunos autores hayan establecido una íntima relación entre la mujer y el Espíritu
Santo. Así parece insinuarlo Juan Pablo II cuando, hablando de la encarnación, afirma
que este misterio “risalta così nello steso tempo il ruolo della Dona nell’Incarnazione e il
legame tra la Donna e lo Spirito Santo nell’avvento di Cristo. È una luce accesa anche sul
mistero della Donna, che dovrà essere investigato e illustrato sempre di più nella storia
per quanto riguarda Maria, ma anche nei suoi riflessi sulla condizione e sulla missione di
tutte le donne”, JUAN PABLO II, Udienza generale, 4.IV.1990, n. 4, en “Insegnamenti di
Giovanni Paolo II”, XIII/1 (1990), pp. 826-827.
En mi opinión, esta relación entre el Espíritu y la mujer no parece que deba
entenderse, así lo hacen algunos autores, como si el varón reprodujese el modelo del
origen del Hijo y la mujer el del Espíritu Santo; o como si en la mujer hubiese una
imagen del Espíritu Santo. A mi entender esas comparaciones oscurecerían el misterio en
lugar de aclararlo, como indica Santo Tomás de Aquino, cfr. Summa Theologica, I, q. 93,
a. 6, ad. 2. Más bien habría que decir que la procedencia de la mujer a partir del hombre
sería una expresión de la procedencia del ser humano a partir del Hijo acontecida en el
Espíritu Santo.
Conviene subrayar este punto. El amor entre el hombre y la mujer no expresa la
procedencia eterna del Espíritu Santo, sino que es expresión del Espíritu en cuanto que,
en Él, acontece la creación del hombre. Dejaremos el desarrollo de esto al tratar de la
unión de Cristo con la Iglesia y su expresión mediante la figura esponsalicia.
117
Si bien esta entrega del Hijo como creador no es separable de su eterna entrega
filial, ambas pueden distinguirse.
58
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
118
Para Juan Pablo II el varón y la mujer antes del pecado original “están inmersos en
el misterio mismo de la creación, y la profundidad de este misterio escondido en su
corazón es la inocencia, la gracia, el amor y la justicia [...]. Así, en esta dimensión, se
constituye un sacramento primordial, entendido como signo que transmite eficazmente en
el mundo visible el misterio escondido en Dios desde la eternidad. Y éste es el misterio de
la verdad y del amor, el misterio de la vida divina, de la que el hombre participa
realmente. En la historia del hombre es la inocencia originaria la que inicia esta
participación y es también fuente de la felicidad originaria. El sacramento, como signo
visible se constituye con el hombre, en cuanto «cuerpo», mediante su «visible»
masculinidad y feminidad. En efecto, el cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que
es invisible: lo espiritual y lo divino”, JUAN PABLO II, Audiencia general, 20.II.1980, nn.
3-4, en “Enseñanzas al Pueblo de Dios”, 5 (1980), p. 142.
59
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
119
Como se verá más adelante esto está íntimamente vinculado a lo que dice San
Pablo respecto al Bautismo: “Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de
Cristo: ya no hay [...] ni hombre ni mujer, puesto que todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús” (Gal 3, 27-28).
120
“Los hijos de este mundo toman mujer o marido; sin embargo los que sean dignos
de alcanzar el otro mundo y la resurrección de los muertos, no tomarán ni mujer ni
marido. Porque ya no podrán morir otra vez, pues son iguales a los ángeles e hijos de
Dios, siendo hijos de la resurrección” (Jn 20, 34-36). Esta afirmación no debe
interpretarse no en el sentido de que el hombre será en el cielo un ser asexuado, así lo
mantienen algunos Padres como Gregorio de Nisa, cfr. De hominis opificio, 22 (PG 44,
205AB); cfr. ibidem, 16-17 (PG 44, 177-192). Estos Padres se apoyan en la teoría de la
doble creación del hombre, y suelen ligar, de un modo u otro, la creación de la sexualidad
al pecado original. En mi opinión, la eliminación de la tendencia a la unión entre el varón
y la mujer no significará la supresión de la masculinidad y de la feminidad sino el logro
de su plenitud. En el cielo el hombre alcanzará aquella plenitud de la unión con su
Creador que la unión sexual debía expresar de un modo incipiente.
60
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
121
“Nel caso dell’uomo la fecondità naturale è come inalveata nella sua
soprennaturale origine e nel suo fine soprannaturale, ai quali tutta la sua natura doveva
servire e ancor sempre deve servire”, H. U. VON BALTHASAR, Gli stati di vita del
cristiano, o. c., p. 198.
61
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
62
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
vida divina para los demás. Esto sólo corresponde a Dios. Lo único que
intentamos señalar es que el hombre elevado pasó a ser un cierto signo y
camino hacia una comunión con Dios situada en el plano de su vida
íntima.
¿Era posible que la plenitud y la fuente de toda sacramentalidad se
hiciese visible? Sólo si el Verbo se encarnaba en su entregar a los
hombres el Espíritu. Pero esta presencia visible de la plenitud del hombre
supondría la introducción del hombre en la eternidad.
3. 7. La inmortalidad y la gracia
El mismo ser del hombre, en su dependencia de Dios, es ser
llamado a abrirse radical y libremente al futuro. No al futuro temporal
que está en el plano de la esencia, ni siquiera al futuro radical limitado al
ámbito del propio ser, sino al futuro que está más allá de lo que el
hombre puede alcanzar con sus propias fuerzas: el futuro vivido en el
seno de la eternidad de Dios.
La inmortalidad como un no poder morir es justamente la
repercusión sobre el cuerpo de la plena introducción del hombre en la
vida íntima de Dios. Lógicamente, esa inmortalidad no proviene del
cuerpo –que por sí mismo es corruptible debido a su materialidad–, sino
que es fruto de la espiritualización plena del cuerpo por parte de la
persona que se alcanza a sí misma en Dios124.
También podría decirse que, en su alcanzar la plenitud que le es
otorgada por Dios, la persona lleva consigo su cuerpo que es, así,
plenamente espiritualizado. La fuente de la inmortalidad como no poder
morir está radicada en el ámbito del ser que alcanza en Dios su propia
plenitud, y de ahí se extiende al cuerpo mediante el alma 125. La
124
En cuanto que «forma dat esse», en cierto modo, cabría decir que la inmortalidad
es la plenitud del alma como forma del cuerpo; y la plenitud del cuerpo en su ser
informado por el alma.
125
Santo Tomás tiende a considerar el cansancio, la enfermedad y la muerte como
penas del pecado en el cuerpo, cfr. Summa Theologica, I-II, q. 85, a. 5, re. Pero esto no
está reñido con situar su origen en el ser personal del hombre. Porque el ser del hombre es
justamente el ser personal del cuerpo y del alma, o mejor, del cuerpo a través del alma,
puesto que «forma dat esse», cfr. Summa Theologica, I, q. 77, a. 7, re. Desde este punto
de vista podría decirse que el cansancio, la enfermedad y la muerte están en el cuerpo
porque el cuerpo no puede ser espiritualizado plenamente por la persona al estar ésta
63
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
inmortalidad entendida como no poder morir sólo brota del ser personal
al ser introducido plenamente en la plenitud que Dios le ofrece y le llama
a acoger al crearlo.
A mi juicio, la inmortalidad como un no poder morir no sería otra
cosa que la plenitud escatológica del sueño de Adán narrado en el
Génesis. El ser despertado por Dios de ese sueño en el que le hizo caer
para formar a la mujer.
En cambio, la inmortalidad como un poder no morir no está
propiamente en el ámbito del ser personal, sino más allá de él: en el
mismo acto con el que Dios crea al hombre haciéndole depender de Él
para alcanzar una plenitud que le supera.
El poder no morir de Adán estaba radicado en el acto de Dios que
le crea. O mejor, en su ser-creado por Dios. Por eso, mientras ese «ser-
creado» no estaba dañado por el pecado original, el ser del hombre
permanecía abierto a la plenitud que Dios le ofrecía y, en consecuencia,
podía no morir126.
Como vimos, mediante la gracia santificante, el hombre fue
introducido en el ámbito de su plenitud, es decir, hecho partícipe de la
Vida del Hijo que al crear al hombre sale a su encuentro. Por esa
introducción el hombre podía no morir. Pero ese poder no morir era sólo
camino hacia la inmortalidad como un no poder morir, fruto de su plena
participación escatológica en la vida del Hijo que le crea y le eleva.
separada de su plenitud. Sin embargo, todo esto no puede ser interpretado de un modo
estático, porque el ser personal es una actuosidad y no una actualidad estática. Ser
persona es un alcanzarse como persona espiritualizando el cuerpo. Esto significa que el
cansancio, la enfermedad y, en última instancia, la muerte indican que el hombre no
puede alcanzar a ser quien está llamado a ser. En ellos el hombre choca físicamente con
un límite en su alcanzarse como persona, límite que fue rebasado en el sueño de Adán, y
que reapareció con crudeza y de forma dolorosa a causa del pecado original.
126
“Nunquam vero Deus lignum vitae in paradisum plantasset, si quidem Adam
immortalis secundum carnem creatus fuisset [...]. Sic igitur possumus dicere etiam de
Adam et Eva, quod si praeceptum Dei mandatumque servassent, etiam post liberorum
procreationem, gustato ligno vitae, inmortales iugiter permansissent [...]. Adam igitur et
Eva siquidem immortales naturaliter essent, nunquam de ligno gustassent, quod a Deo
prohibitum fuerat, quippe cum immortales desiderium [...]. Adam igitur et Eva, si quidem
mandatum Dei servassent, nunquam profecto gustassent mortem. Mandato autem minime
servato, non ex immortalibus mortales facti sunt, sed cum mortales essent, promissa sibi a
Deo immortalitate semetipsos alienarunt”, AUTOR INCIERTO (¿RUFINUS AQUILIENENSIS?),
Liber de fide, 29.30 (PL 21, 1139A-1140A).
64
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
127
JUAN PABLO II, Udienza generale, 27.VIII.1986, n. 4, en “Insegnamenti di
Giovanni Paolo II”, IX/2 (1986), p. 423.
128
C. SCHÖMBORN, Amar a la Iglesia, Madrid, 1997, p. 67.
129
Tengase en cuenta que en Gn 2, 21-22 no se narra que Adán se despertase del
sueño en el que fue formada Eva.
65
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
De algún modo, antes del pecado el hombre era como un niño que debía
dejarse guiar hacia su plenitud por el Espíritu Santo, único conocedor del
bien y del mal130. En mi opinión el sueño de Adán sería el abandono en
manos de Dios de la ciencia del bien y del mal, un dejarse guiar
enteramente por Dios en el juicio de lo que es bueno y malo para el
hombre.
San Ireneo supone que el pecado original consistió en que Adán y
Eva “no supieron aguardar a ser adultos” 131. Lo cual, en el fondo, vendría
a equivaler al deseo de poseer por sí mismos la ciencia del bien y del mal
que sólo a Dios correspondía. De alguna manera, la ciencia del bien y del
mal sólo les iba a ser concedida al ser introducidos plenamente en el
misterio divino de su origen. Era, por tanto, una ciencia escatológica.
Pero nuestros primeros padres quisieron llegar a la edad adulta antes de
tiempo y por sí mismos.
En mi opinión, al alcanzar la cumbre escatológica por la
participación plena en la Vida del Hijo que le crea en su entregarse al
Padre, el hombre habría sido hecho conocedor del bien y del mal.
Aunque esto debe entenderse bien. La posesión escatológica de la ciencia
del bien y del mal por el hombre estaría ligada a su pleno adentrarse en
ser engendrado del Hijo que le crea en el Espíritu Santo –en el Espíritu
de la Verdad– 132.
130
“La idea de Adán niño, empleada por San Teófilo Antioqueno y explayada más
tarde por Procopio de Gaza, la trabaja y perfila San Ireneo al analizar el estado de
integridad primordial de Adán y Eva”, P. LANGA, Antropología patrística en los dos
relatos de la creación, en Masculinidad y feminidad en la patrística (dir. D. Ramos-
Lisson, P.-J. Viladrich y J. Escriva-Ivars), Pamplona, 1989, p. 218; Cfr. IRENEO DE LYON,
Adversus Haereses, III, 22, 4 (PG 7-I, 959 A); IV, 38, 1 (PG 7-I, 1105 CD); Demostratio,
c. 14 (SC 62, 53-54). Aunque con algunos matices, la postura de San Ireneo tiene puntos
interesantes. En efecto, en el plano sobrenatural, antes de la caida, nuestros primeros
padres, si bien eran fisiológicamente adultos, espiritualmente se asemejaban a los niños
que, obedeciendo en todo a Dios, debían dejarse conducir por Él. Esta afirmación me
parece importante para poder comprender las palabras de Cristo: “Dejad a los niños que
vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como estos es el reino de Dios. Yo
os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él” (Mc 10, 14-
15).
131
P. LANGA, Antropología patrística en los dos relatos de la creación, art. cit., p.
211.
132
“La índole infantil de los primeros padres adopta en San Ireneo la misma
dimensión teológica de la infancia del género humano en cuanto tal... A lo largo de la
historia –desde la creación de Adán hasta la consumación final– el hombre tiende hacia la
66
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67
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
original. El pecado de Eva fue un rechazo del Hijo que sale al encuentro
del hombre para conducirlo hacia su plenitud uniéndolo a Él 134. Seducida
por el demonio, Eva busca su plenitud fuera del Hijo. Por eso, el pecado
de Eva se consuma en engañar a Adán dándole a comer del fruto
prohibido.
Por su parte, Adán representaba al Hijo que busca a la humanidad
a través de cada hombre. Por eso, su pecado afectó al salir del Hijo –un
«salir» que es creador– al encuentro del hombre a través del hombre
mismo. La solidaridad de Adán con el pecado de Eva dañó al mismo
origen de la humanidad. Por eso, únicamente por el pecado de Adán el
pecado de Eva se torna pecado original y afecta a toda la humanidad. De
hecho, el Génesis nos dice que hasta que Adán no comió del fruto
prohibido no se les abrieron los ojos a Eva para descubrir su desnudez. Y
así parece indicarlo también Santo Tomás cuando afirma que “si Adán
no hubiese pecado, aunque pecara Eva no tendríamos pecado original” 135.
Hemos visto como Eva –representante de la humanidad– expresa
la dimensión personal del pecado original. Santo Tomás sostiene que el
pecado cometido por una persona afecta a la naturaleza sólo en cuanto es
«de esta persona» dándole una inclinación al pecado 136. Partiendo de esta
afirmación quizá podría decirse que, en virtud del pecado de Adán, el
pecado de Eva afectó a la naturaleza en cuanto es «de cada persona». Y
le afectó provocando en cada uno de nosotros una cierta inclinación al
pecado. La concupiscencia sería la herida del pecado que afecta a la
naturaleza en cuanto es de cada persona. Estaría, pues, como la
ignorancia, en la línea de las penas ligadas al pecado de Eva, es decir, a
134
Se entiende así que San Pablo anime a los corintios a que acojan la verdadera
enseñanza de Cristo escribiéndoles: “Tengo celos divinos por vosotros, porque os he
desposado con un único marido, os he presentado a Cristo como una virgen pura. Pero
temo que, al igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras
mentes apartándose de la fidelidad de la consagración a Cristo” (2 Co 11, 3).
135
TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, I-II, q. 81, a. 5, re. Pero, en mi opinión,
Santo Tomás intenta justificarlo de un modo desviado, pues sostiene que esto obedece a
que el pecado original no lo contraemos por la madre, sino por el padre, cfr. ibidem.
136
Cuando Santo Tomás explica por qué otros pecados de nuestros primeros padres, o
de los padres próximos, no se comunican a sus descendientes, afirma: “Alia peccata
actualia vel primi parentis vel aliorum, non corrumpunt naturam quantum ad id quod
naturae est; sed solum quantum ad id quod personae est, idest secundum pronitatem ad
actum”, TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, I-II, q. 81, a. 2, re.
68
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
137
“Et ita peccatum originale materialiter quidem est concupiscentia”, ibidem, q. 82, a.
3, re. “Etiam ignorantia inter defectus materiales peccati originalis contineatur”, ibidem,
ad. 3. Conviene recordar que la filosofía aristotélica ligaba la pasividad a la materia.
138
TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, I-II, q. 82, a. 3, re. Mientras que la
concupiscencia y la ignorancia serían lo material. En mi opinión la ignorancia es la raíz
profunda de la concupiscencia: “L’alenazione che avienne nel peccato tocca la sfera
cognoscitiva, ma atraverso la cognoscenza raggiunge la volontà”, JUAN PABLO II,
Udienza generale, 12.XI.1986, n. 9, en “Insegnamenti di Giovanni Paolo II”, IX/2 (1986),
p. 1411. Por esa ignorancia, el hombre tiende a buscar su propia plenitud de ser y de
sentido –y a Dios– en el espejo más pobre del mundo: “Patet quod multo eminentius
videtur Deus per intelligibiles effectus, quam per sensibiles et corporos. A consideratione
autem plena et lucida intelligibilium effectum impeditur homo in statu presenti, per hoc
quod distrahitur a sensibilibus, et circa ea occupatur”, TOMÁS DE AQUINO, Summa
Theologica, I, q. 94, a. 1, re.
69
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
70
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
143
“La aparición de la vergüenza, y especialmente del pudor sexual, está vinculada
con la pérdida de esa plenitud originaria”, JUAN PABLO II, Audiencia general,
19.XII.1979, n. 2, en “Enseñanzas al Pueblo de Dios”, 4A (1979), p. 191.
144
Según Juan Pablo II la experiencia del pudor es, para el hombre, una “experiencia
«de límite»”, ibidem.
71
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
145
No es de extrañar que en tantas culturas primitivas la sexualidad humana se haya
divinizado, o se haya visto como una forma de unirse a Dios.
146
TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, I-II, q. 83, a. 1, re.
72
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
147
J. MORALES, El misterio de la creación, Pamplona, 1994, p. 262.
148
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 404.
149
“Sicut in Adam omnes peccavimus, quando ille peccavit; non quia tunc
peccavimus, ipsi qui nondum eramus, sed quia de illo futuri eramus”, ANSELMO DE
CANTERBURY, De conceptu virginali, c. 7 (PL 158, 441B). “In Adam omnes tunc
peccaverunt, quando in eius natura illa insita vi qua eos gignere poterat, adhuc omnes ille
unus fuerunt”, AGUSTÍN DE HIPONA, De peccatorum meritis et remissione, III, 7, 14 (PL
44, 194).
73
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
150
El mismo soplo creador del que nos habla el Génesis es el que se hace presente en
cada concepción. Pero esa presencia es indesligable del sueño de Adán como origen de la
sacramentalidad de la sexualidad humana. Por eso, podría afirmarse también que en cada
concepción se renueva el surgir de la humanidad –significada en Eva– del costado de
Adán dormido. Todos estábamos en Adán porque todos surgimos de su costado como
Eva.
74
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
75
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
155
Nacemos afectados por el pecado original porque la presencia sacramental, en cada
unión conyugal, del misterio escondido tras el acto con el que el hombre es creado se vió
afectada por la desobediencia de nuestros primeros padres. La transmisión del pecado
original obedece a ese mismo pecado como empobrecimiento de la sacramentalidad del
hombre en esas dos dimensiones, la activa y la pasiva, que son expresadas de un modo
especial por medio de la sexualidad. Nacemos con el pecado original porque la
sexualidad humana ha visto deteriorada su sacramentalidad originaria: su capacidad de
expresar y hacer presente sacramentalmente, mediante la unidad corporal, la plenitud a la
que es llamada la humanidad por su misma creación.
156
Según Santo Tomás, el principio activo de la transmisión del pecado original debe
atriburise al varón y no a la mujer: “In semine autem corporali est peccatum originale
sicut in causa principali: eo quod per virtutem activam seminis traducitur peccatum
originale in prolem, simul cum natura humana”, TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica,
I-II, q. 83, a. 1, re. El semen “nihil aliud est quam vis activa in generatione”, ibidem, q.
81, a. 4, re. Esta interpretación, siendo incorrecta a mi parecer, puede encontrar
justificación en el hecho de que la sexualidad masculina –no el varón como persona–
expresa paradigmáticamente la dimensión activa de la sacramentalidad del ser humano.
Por otro lado, según el doctor angélico, la mujer es sólo el “principio material o pasivo”
de la transmisión del pecado, cfr. ibidem, q. 81, a. 5, ad. 1. Por eso, según el Aquinate
“materiam autem mater ministrat. Unde peccatum originale non contrahitur a matre, sed a
patre” ibidem, q. 81, a. 5, re. Lo cual parece fundarse en el que la sexualidad femenina –
no la mujer– es expresión paradigmática de la dimensión pasiva de la sacramentalidad de
todo hombre.
76
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
la que el hombre debía ser signo e instrumento ante los demás de Dios
que sale a su encuentro para que no estén solos, es decir, para
introducirles en su vida íntima. Y en segundo lugar, la dimensión la
pasiva, por la que cada persona –buscando expresar el anhelo de la entera
humanidad– es llamada a acoger a Dios que, a través de los demás, busca
unirse con ella.
Por esta doble dimensión del pecado original, a los hombres se les
hace muy difícil descubrir y manifestar su común filiación divina a través
de la mutua comunión vivida en el mundo. Esto implica que el pecado
original hizo problemática la llamada del hombre a hacer que el mundo
fuese un hogar en el que todos, como una familia, pudiésemos
conocernos y manifestarnos como hijos de Dios.
El mundo y los demás se tornan extraños para cada hombre en la
medida en que, al estar separado de Dios, el hombre se hace extraño a sí
mismo157. La comunión humana vivida en el mundo, que debería haber
sido de algún modo signo e instrumento visible de nuestra comunión con
Dios, apenas nos revela y nos conduce a Dios. En este sentido cabría
entender las siguientes palabras de R. Spemann: “El pecado original no
es una cualidad positiva, que cada individuo herede de sus antepasados,
sino que es la falta de una cualidad que él habría debido heredar. Esta
cualidad que le falta es la pertenencia a una comunidad de salvación. La
humanidad no es ya tal comunidad de salvación. Por tanto, el nacer en la
humanidad no es el nacer en una comunidad de salvación, en un pueblo
de Dios. En una cualidad que hubiera de apropiarse individualmente,
podríamos preguntarnos por qué esa cualidad no se concede simplemente
a una persona porque otra persona la haya malogrado. Ahora bien, la
cualidad de pertenecer a un pueblo de Dios que comunique la salvación
no puede transmitirse en absoluto si ese pueblo no existe tampoco en
157
En la medida en que nuestra sacramentalidad fue dañada por el pecado original,
también fue dañada nuestra comunión mutua. Nos cuesta vivir como seres que no han
sido creados aisladamente sino en una comunión radical de origen por la que estamos
unidos en nuestra misma llamada a ser hijos de Dios. Esto se manifiesta en nuestra
dificultad para construir una comunión de conocimiento, esperanza y amor. “En otro
tiempo no erais pueblo” (1 P 2, 10). “Andábamos todos errantes como ovejas, cada cual
por su camino” (Is 53, 6).
77
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
158
C. SCHÖNBORN, A. GÖRRES, R. SPEMANN, Zur kirchlichen Erbsündenlehre:
Stellungnahmen zu einer brennenden Frage, Einsiedeln-Friburgo, 1991, pp. 63-64.
78
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
acto creador como ofrecimiento y llamada a una plenitud que le debía ser
otorgada por Dios de un modo totalmente gratuito159.
Por el pecado original el «ser-creado» del hombre quedó dañado
en su apertura a la plenitud. Por eso aparece el cansancio, las
enfermedades y, sobre todo, la muerte. En estas penas se manifiesta
visiblemente la incapacidad del hombre para alcanzar por sus propias
fuerzas una plenitud que sólo le puede ser dada por Dios 160. Muestran de
un modo visible la necesidad que el hombre tiene de ser salvado.
Reflejan la profundidad de la dependencia de Dios a la que es llamado el
hombre por el mismo acto creador de Dios.
En mi opinión, todos estos aspectos debían ser conocidos por el
hombre antes del pecado. De algún modo estarían contenidos en la
ciencia del bien y del mal que el hombre no tenía por sí mismo, sino sólo
en Dios. Formarían parte del conocimiento que Adán tenía al ser
adentrado mediante el sueño en el misterio escondido en Dios tras el acto
creador. Lo que pudo suceder con el pecado original es que el hombre, al
arrebatar a Dios la ciencia del bien y del mal, pasó a conocer sólo en sí
mismo, y no en Dios, su llamada a adentrarse en una dependencia radical
159
Por este motivo, en el estado de gracia original, el cuerpo podía no morir, y esto le
correspondía al hombre “quasi essentialiter”, cfr. TOMÁS DE AQUINO, In II Sententiarum,
d. 29, q. 1, a. 5. El poder-no-morir señala la interior apertura a la gracia de nuestros
primeros padres. No una apertura a una posibilidad hipotética, sino la apertura profunda a
Dios que sale al encuentro del hombre en respuesta a la necesidad radical que el hombre
tiene de Él para alcanzar su plenitud. Puede decirse que la capacidad de no morir estaba
ligada a su ser imagen de Dios: “Dios creó al hombre para la inmortalidad; le hizo a
imagen de su propia naturaleza” (Sb 2, 23). Ahora bien, si la posibilidad que el hombre
tenía de no morir radicaba en su ser imagen de Dios y esto está en el plano del ser
personal, entonces esa posibilidad era radicalmente libre. El poder-no-morir dependía
radicalmente de la respuesta del hombre a Dios que en el acto creador le ofrece y le llama
a la inmortalidad. El ser personal no es algo ajeno a su respuesta a Dios que le crea
llamándole y ofreciéndole la inmortalidad, es más, ser persona humana radica en
responder a Dios que crea al hombre. El ofrecimiento y la llamada de Dios es creadora de
la persona en cuanto que suscita la respuesta dando origen a la libertad. El acto creador de
Dios es, en definitiva, un soplo creador de libertad, de la libertad de no morir.
160
Esto es experimentado como un límite, por así decir, en la capacidad de hacer
«suyo» el propio cuerpo y, a través de él, el mundo. Por esta razón, el pecado “introduce
una visión del cuerpo separada del espíritu, incapaz de transparentarlo”, J. I. MURILLO, El
valor revelador de la muerte, en “Cuadernos de Anuario Filosófico”, o. c., p. 78. Por el
pecado original, el dominio del cuerpo y del mundo mediante el cuerpo, dominio que
correspondía a su ser imagen de Dios, se hizo costoso. Aparecieron así el cansancio, la
enfermedad y la muerte como consecuencias de esa rebeldía original o penas del pecado
de nuestros primeros padres.
79
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
de Dios. “Y dijo Yahveh Dios: «¡He aquí que el hombre ha venido a ser
como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal!»” (Gn 3,
22). El cansancio, el dolor y la muerte son la manifestación corporal de
aquella ciencia del bien y del mal que el hombre alcanzó mediante el
pecado original. Una ciencia dolorosa, porque el hombre no era llamado
a poseerla en sí mismo sino sólo en Dios. La muerte es así la piedra de
toque en la que se muestra que la ciencia del bien y del mal no es una
ciencia humana sino divina, y que por tanto debe ser devuelta a Dios.
161
Por este motivo son vivenciadas como límites externos que le vienen impuestos a
la propia persona, limites que el hombre es incapaz de superar por sus propias fuerzas.
162
El deterioro del ser-creado del hombre, de su dependencia creatural respecto a
Dios, está vinculado al dolor y a la soledad con la que ese dolor se experimenta.
163
El pecado original no provocó una ceguera absoluta, sino un oscurecimiento del ser
personal incapaz de ver con claridad a Dios en su relación con el mundo y con los demás.
Por este oscurecimiento el ser del hombre pierde transparencia, y no deja penetrar del
todo la Luz de Dios. La persona encuentra dificultades para ser iluminada por Dios que
quiere conducirle de nuevo hacia la plenitud que perdió. Esta cierta opacidad puede ser
agravada por los pecados personales, que en cada uno suponen un cerrarse a Dios como
Luz, como fuente y plenitud del propio ser.
80
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
81
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
A partir del pecado original el camino del hombre hacia Dios debe
desembocar en la muerte, porque a través del mundo el hombre es
incapaz de alcanzar la plenitud que Dios le ofrece y a la que le llama 167.
5. 1. Cristo y la Trinidad
personalización del cuerpo en su relación con el mundo y con los demás, el hombre no
puede alcanzar su plenitud.
167
El pecado original, aunque afecte de modo distinto al cuerpo y al alma, repercute
sobre todo en el mismo ser personal. Santo Tomás, en cambio, lo coloca en la esencia del
alma, cfr. Summa Theologica, I-II, q. 83, a. 2. Esto se debe a que su teología es deudora
de la noción de persona de Boecio. Para el Aquinate la persona es la totalidad de la
sustancia humana, cuerpo y alma, por lo que el alma no tiene la razon de persona, cfr. In
III Sententiarum, d. 5, q. 3, a. 2, s. 2. Esta solución le lleva a Santo Tomás a afirmaciones
tan duras como la siguiente: “El alma, puesto que es parte del hombre, no es todo el
hombre, y el alma no es el yo; por lo que, aunque el alma alcance la salvación en la otra
vida, no lo hago yo ni hombre alguno”, I ad Corinthios, XV, lect. 2, n. 924. Sin embargo,
si atendemos a la distinción tomista entre ser y esencia y la aplicamos al hombre,
podemos afirmar que el ser personal radica en el actus essendi del hombre, que es lo más
íntimo a cada cosa, cfr. In II Sententiarum, d. 1, q. 1, a. 4. El cuerpo es personal y el alma
es personal, porque el ser del cuerpo y el alma es el mismo.
82
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
168
En este sentido dice B. Forte que el Hijo es “Aquél sobre quien reposa el
movimiento de la generosidad infinita del Amor fontal. El Amante es principio del
Amado; el Amor fontal es fuente del Amor acogedor, en la unidad insondable del amor
eterno”, B. FORTE, La Trinidad como historia, Salamanca, 1988, p. 107. “En virtud de
este proceso, de esta historia eterna del Amor, el Hijo existe en su pura receptividad, en la
divina «pobreza» de su acoger”, ibidem, p. 108. “El Hijo es siempre la acogida pura del
Padre”, ibidem, p. 109. Sin embargo, debe señalarse que el Amor Acogedor no es un
Amor pasivo sino un amor de entrega. Para el Hijo, acoger al Padre es entregarse a Él
como su Imagen o Expresión. Y esta entrega es activa porque implica vivir como Persona
de modo que todo su Ser sea Imagen en la que el Padre se conozca como Padre que
engendra y se entrega al Hijo engendrado. La entrega del Hijo al Padre es Imagen de la
entrega del Padre al Hijo.
De modo semejante, el Amor del Padre no puede contraponerse al Amor del Hijo
como si no fuese un Amor Acogedor. Ciertamente el Padre se entrega al Hijo como Padre
es decir, como fuente y origen del Hijo. Por así decirlo, el Padre se entrega al Hijo en su
engendrarle. Pero esto no es desligable de su acoger al Hijo, sino en todo caso el acogerle
en su misma fontalidad, en su mismo ser Padre.
169
En su espirar el Espíritu, el Hijo no deja de ser Hijo e Imagen del Padre. Esto
significa que en el Hijo espirar el Espíritu Santo es reflejar filialmente al Padre que espíra
el Espíritu Santo. El Hijo espíra el Espíritu siendo Imagen del Padre que se entrega a Él
como Padre. En la espiración eterna del Espíritu, el Hijo alcanza su plenitud como Hijo,
es decir, como Imagen del Padre.
83
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
170
JUAN PABLO II, Encíclica Dominum et vivificantem, 18 de mayo de 1986, 10.
171
Ibidem.
172
Según B. Forte, “el Espíritu es el vínculo personal de comunión distinto del uno y
del otro, por ser dado por uno y recibido del otro, distinto del Padre porque es recibido del
Hijo y distinto del Hijo porque es dado por el Padre”, B. FORTE, La Trinidad como
historia, o. c., p. 113. En el fondo, este autor está diciendo que así como no hay Don sin
dador, tampoco hay Don sin receptor. El Hijo es el que recibe el Don, lo cual no es algo
pasivo, porque dejarse amar plenamente es una forma de amar, la forma de amar propia
del Hijo. En ese recibir al Padre que se le da como Padre, el Hijo está amando
máximamente al Padre como Hijo. Con todo, esta postura sería matizable si se tiene en
cuenta que también el amor del Hijo es dador y el del Padre acogedor. El Hijo se entrega
al Padre como Hijo, es decir, entrega al Padre su ser engendrado por Él, y el Padre ama al
Hijo acogiendo ese Don.
84
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
173
Ibidem.
85
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
174
JUAN PABLO II, Encíclica Dominum et vivificantem, 10.
175
Ibidem, 50.
86
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87
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88
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89
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90
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91
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92
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183
Aunque los hombres no nacen totalmente separados del Hijo, porque lo que no es
en el Hijo no es ante el Padre y, por tanto, no es en absoluto.
93
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
184
Este es un punto clave en la comprensión del dolor de Cristo: “¡Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¿Cuántas veces
he querido reunir a tus hijos, como una gallina reune a sus pollos bajo las alas, y no
habéis querido!” (Mt 23, 37). “Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ¿Si
también tú conocieras en este día el mensaje de tu paz! Pero ahora está oculto a tus ojos”
(Lc 19, 41-42).
185
Así se ve en la parábola de los viñadores homicidas (cfr. Mt 21, 33 ss). En su
pasión y muerte, Cristo vive con plenitud humana el desbordarse de su entrega al Padre
en el cansancio, en el dolor físico y en la muerte, que procedían del pecado original.
Como vimos, estas penas eran la manifestación dolorosa y visible de que la plenitud
humana sólo puede venir de Dios. Por eso Cristo vivió todas esas penas abandonándose
en la manos de su Padre, que debía adentrarle como hombre en la plenitud de su propia
filiación. Cristo no cometió pecado, ni estuvo inclinado a él por la concupiscencia, pero
vivenció humanamente el pecado de los hombres cargando con él. Lo experimentó en su
humanidad como rechazo, abandono, y crítica de su persona y de su misión por parte de
los hombres hasta la muerte. “Pues yo decía: «por poco me he fatigado, en vano e
inútilmente mi vigor he gastado. ¿De veras que Yahveh se ocupa de mi causa, y mi Dios
de mi trabajo?» Mas yo he sido glorificado a los ojos de Yahveh, el que me plasmó desde
el seno materno para siervo suyo, para hacer que Jacob vuelva a Él, y que Israel se le
una” (Is 49, 4-5).
94
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», sus palabras no son sólo
expresión de aquél abandono que varias veces se hacia sentir en el
Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos y concretamente en el
Salmo 22, del que proceden las palabras citadas. Puede decirse que estas
palabras sobre el abandono nacen en el terreno de la inseparable unión
del Hijo con el Padre, y nacen porque el Padre «cargó sobre él la
iniquidad de todos nosotros» (Is 53, 6) y sobre la idea de lo que dirá San
Pablo: «A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros» (2
Co 5, 21). Junto con este horrible peso, midiendo «todo» el mal de dar
las espaldas a Dios, contenido en el pecado, Cristo, mediante la
profundidad divina de la unión filial con el Padre, percibe de manera
humanamente inexplicable este sufrimiento que es la separación, el
rechazo del Padre, la ruptura con Dios. Pero precisamente mediante tal
sufrimiento, Él realiza la Redención, y expirando puede decir: «Todo está
acabado» (Jn 19, 30)”186.
Cuando Cristo asumió la muerte lo que hizo fue dormirse en el
Padre, abandonando en sus manos la misión para la que había venido al
mundo, que era el motivo de su existencia humana: la salvación de los
hombres que le rechazan. Y su Padre lo adentró como hombre, como
Salvador, en su seno mediante la resurrección y la ascensión. Cristo
venció la muerte, venció el rechazo de la salvación por parte del hombre,
al ser conducido a través de ella hacia su plenitud humana, hacia su
plenitud como Salvador. Con la muerte, Cristo se adentró plenamente en
el misterio de su encarnación.
95
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
187
Vimos como en toda persona humana la sacramentalidad tenía dos dimensiones:
una activa, por la que es llamado a reflejar al Hijo que sale al encuentro de los hombres.
Y otra pasiva, por la que es llamado a acoger a Cristo que le busca por medio de los
demás. En Cristo el ser personal es el ser personal del Hijo. Esto hace que la dimensión
activa de la sacramentalidad humana alcanzase en Cristo la plenitud propia de su ser
divino: Él es el Hijo que sale al encuentro de los hombres. Sin embargo, justamente
porque Cristo es Dios, no puede hablarse de una dimensión pasiva de su sacramentalidad,
ya que esta dimensión corresponde a la persona humana justamente en cuanto es creada.
Es cierto que, su relación con el mundo y sobre todo con los demás, Cristo descubría
humanamente al Padre que crea y lleva a su plenitud todas las cosas entregándoselas a Él.
Pero, el descubrimiento del Padre en los demás forma parte de la dimensión activa de la
sacramentalidad y no de la dimensión pasiva. Cristo veía los hombres como hermanos
suyos, llamados a participar –en la medida en que le acogiesen– de su misma Vida, y a
reflejar el rostro del Padre a semejanza suya. En este sentido, Cristo se entrega a los
hombres para que en ellos se refleje el rostro del Padre. Y en última instancia, será Él
quien deba descubrir ese rostro en el juicio: el «en verdad os digo que no os conozco» de
Mt 25, 12, alude en el fondo a su no reconocer al Padre en las vírgenes de la parábola.
96
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
188
En las teofanías trinitarias el Padre nos revela que se reconoce a sí mismo como
Padre también en la humanidad de Cristo, en la que el Hijo sale a nuestro encuentro para
conducirnos hacia Él. Por decirlo de algún modo, el Padre contempla y a la vez nos revela
su ser Padre de Jesús al ver su vida, al contemplar en Cristo a su mismo Hijo que nos
busca por amor a Él.
189
“Ahora me voy a Aquél que me ha enviado” (Jn 16, 5).
97
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
98
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99
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100
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190
El Padre es glorificado en Cristo (cfr. Jn 14, 13); y la gloria de Cristo es que el
Padre sea glorificado. Por eso, la máxima glorificación del Padre, que acontece en la
pasión, lleva a la máxima gloria del Hijo. En el misterio pascual, el Hijo es glorificado en
sí mismo por el Padre: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido
glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también lo glorificará en sí
mismo y le glorificará pronto” (Jn 13, 31-32).
191
La plena presencia en la historia del misterio escondido tras la creación es la
plenitud misma de la creación.
101
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
creación en el Espíritu Santo 192. Un ser hecho como hombre fuente del
Espíritu que conduce a toda la creación hacia la plenitud.
Según Ladaria “la «novedad» del Espíritu después de la
resurrección estriba también [...] en la intervención que tiene en su
donación Jesús resucitado y exaltado a la derecha del Padre [...]. El
Nuevo Testamento va más allá de la simple atribución a Jesús resucitado
de una intervención en la efusión del Espíritu sobre los hombres. Este es
ahora, además de «Espíritu de Dios», también «Espíritu de Cristo» (cfr.
Rom. 8, 9)”193. Que el Espíritu sea Espíritu de Cristo glorificado significa
que en el misterio pascual nuestro Señor espira el Espíritu Santo en su
humanidad; o lo que es lo mismo, el Espíritu es espirado por el Padre a
través de la humanidad de su Hijo194. Pero, al mismo tiempo, significa que
esa espiración del Espíritu por Cristo glorioso es un envío, una efusión
del Espíritu sobre los hombres.
Por el misterio pascual, Cristo es hecho fuente de Vida justamente
en su espirar el Espíritu como creador, en la plenitud de su ser creador.
192
La espiración del Espíritu Santo se nos revela tal como es vivida por el Hijo
encarnado. Ahora bien, el Hijo no es Expresión del Espíritu sino del Padre. Y encarnado
no es revelación del Padre que le engrendra eternamente, sino del Padre que crea todo en
Él, por Él y para Él. Por eso en su misterio pascual Cristo revela la espiración del Espíritu
Santo como fruto de la sobreabundancia del amor del Padre por Él en la que todo es
creado. Esa entrega a Él del Padre como origen de la creación es revelada por Cristo de
un modo filial, es decir, en su entregarse al Padre como Hijo que, en su crear todas las
cosas, busca llevarlas a su consumación. En suma, puede decirse que el misterio pascual,
como plenitud de la vida de Cristo, es visibilización de la espiración del Espíritu Santo
como origen de la creación. En el misterio pascual es revelado el Espíritu en cuanto hace
visible la unidad filial de Cristo con el Padre como origen de la creación del mundo (cfr.
Jn 14, 10-11).
193
L. F. LADARIA, Humanidad de Cristo y don del Espíritu, art. cit., p. 330. Se pueden
encontrar algunas ideas interesantes en F.-J. DURRWELL, El Espíritu Santo en la Iglesia,
Salamanca, 1986, pp. 145-155.
194
“Siendo el mismo Hijo –en el interior de la Trinidad–, en su plena pertenencia total
al Padre el principio vital del Espíritu Santo, no podrá comunicarnos al Espíritu Santo en
el plano de la Encarnación, por consiguiente en su calidad de hombre, sino cuando esa
Filiación se realice plenamente en su humanidad y cuando haya expresado al Padre hasta
el fin, en un acto humano libre, respondiendo el Padre con la Resurrección. El ciclo de
este amor recíproco del Padre y del Hijo, fuente del Espíritu Santo, queda representado en
el hombre Jesús en la misión del Espíritu Santo”, E. SCHILLEBEECKX, Cristo sacramento
del encuentro con Dios, o. c., p. 45. En mi opinión, este autor no parece tener
suficientemente en cuenta que el envío del Espíritu por Cristo resucitado está en conexión
directa con el acto creador de Dios, y sólo indirectamente con la eterna espiración del
Espíritu por el Padre y el Hijo.
102
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
195
Esta gradualidad alude a la presencia del acto creador en la historia, y no al mismo
acto creador que, como acto divino, es eterno.
103
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
196
“En el Nuevo Testamento el misterio de Jesús, Verbo encarnado, constituye el
lugar de la presencia del Espíritu Santo y la razón de su efusión a la humanidad, no sólo
en los tiempos mesiánicos (cfr. Hch 2, 32-36; Jn 20, 20; 7, 39; 1 Co 15, 45), sino también
antes de su venida en la historia (cfr. 1 Co 10, 4; 1 P 1, 10-12)”, Declaración Dominus
Iesus, doc. cit, n. 12.
104
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
197
“Igualmente, debe ser firmemente creída la doctrina de fe sobre la unicidad de la
economía salvífica querida por Dios Uno y Trino, cuya fuente y centro es el misterio de la
encarnación del Verbo, mediador de la gracia divina en el plan de la creación y de la
redención (cfr. Col 1, 15-20), recapitulador de todas las cosas (cfr. Ef 1, 10), al cual hizo
Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención (1 Co
1, 30). En efecto, el misterio de Cristo tiene una unidad intrínseca, que se extiende desde
la elección eterna en Dios hasta la parusía: [Dios] nos ha elegido en él antes de la
fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor (Ef 1,4);
En él por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del
que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad (Ef 1,11); pues a los que
deantemano conoció [el Padre], también los predestinó a reproducir la imagen de su
Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a
ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó (Rm 8,29-30)”,
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración Dominus Iesus, n. 11.
198
“Queda claro, por lo tanto, el vínculo entre el misterio salvífico del Verbo
encarnado y el del Espíritu Santo, que actúa el influjo salvífico del Hijo hecho hombre en
la vida de todos los hombres, llamados por Dios a una única meta, ya sea que hayan
precedido históricamente al Verbo hecho hombre, o que vivan después de su venida en la
historia: de todos ellos es animador el Espíritu del Padre, que el Hijo del hombre dona
libremente (cfr. Jn 3, 34)”, ibidem, 12.
105
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
divino; más aún, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la
posibilidad de que, en la forma que sólo el conoce, se asocien a este
misterio pascual”199
199
JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris missio, 7 de diciembre de 1990, n. 28. Los
textos citados por la encíclica son de Gaudium et spes, 10. 15. 22.
200
Se entiende así que la unión conyugal estuviese vinculada a la elevación del
hombre al plano sobrenatural y que, al ser dañada, el mismo ser-creado del hombre se
viese afectado.
201
“Es también contrario a la fe católica introducir una separación entre la acción
salvífica del Logos en cuanto tal, y la del Verbo hecho carne [...]. Por lo tanto no es
106
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
compatible con la doctrina de la Iglesia la teoría que atribuye una actividad salvífica al
Logos como tal en su divinidad, que se ejercitaría «más allá» de la humanidad de Cristo,
también después de la encarnación”, CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE,
Declaración Dominus Iesus, n. 10.
202
“El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual
tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del
corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones. Él es aquel aquien el Padre resucitó,
exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de muertos”, Gaudium et
spes, 45.
203
JUAN PABLO II, Encícilica Redemptoris missio, 6. Cfr. Ap 1, 17; 2, 8.
107
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108
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109
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205
“Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy” (Jn 8,
28). Quizá podría decirse que, en su humanidad, el Hijo recoge en sí lo que no era en Él:
el cansancio, el dolor ante el rechazo de los hombres a su amor salvador, la enfermedad,
la muerte... Y, de algún modo, al asumir lo que no era en Él, y por tanto, lo que no era
ante el Padre –porque para el Padre sólo existe el Hijo y lo que en Él es–, todo llega a ser
ante el Padre en su propia Imagen, es decir, reflejo de su ser Amor fontal. Pero es reflejo
del amor del Padre en la medida en que es vivido por el Hijo, es decir, en la entrega
radical del Hijo al Padre. La plenitud de la Imagen humana del Padre, “contruida” en
Cristo por el Espíritu a lo largo de su vida, se muestra en la Cruz. En ella el Padre
reconoce plenamente a su Hijo y lo acoge transformándolo en su humanidad. De alguna
manera, aunque en el tiempo humano haya un salto entre la entrega del Hijo y la
respuesta del Padre, en realidad están íntimamente ligadas. “La morte merita la salvezza;
è un atto con il quale Gesù accoglie la salvezza, che non è altro che la creatrice e
glorificante azione di Dio; la glorificazione non è dunque succesiva alla morte, la
salvezza non è data dopo l’accogiennza che le viene fatta, è data nella morte stessa. La
morte è ancora dono di sé di Cristo al Padre (cf. Ef 5, 2). Ora il dono si realizza nel
momento in cui all’offerta corrisponde l’accogienza. La morte di Cristo è dono di sé in
cuanto l’offerta è accolta, in quanto alla morte corrisponde l’acceptazione divina che è la
glorificazione di Cristo”, F.-J. DURRWELL, L’Eucarestia presenza di Cristo, Magnano,
1998, p. 48.
206
Santo Tomás habla de esta triple significación refiriéndose a los sacramentos de la
Nueva Ley, cfr. Summa Theologiae, III, q. 60, a. 3. Sin embargo, si la sacramentalidad es
un concepto análogo, parece que esa triple dimensión significativa podría aplicarse no
sólo a los siete sacramentos, sino también al hombre elevado al orden sobrenatural, a la
comunidad de los hombres en gracia y al mismo Cristo en el transcurso de su vida
terrena.
110
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111
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112
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209
“Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da
vida. Mas no es lo espiritual lo primero que aparece, sino lo natural; luego lo espiritual.
El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo” (1 Co 15,
45). “Quae [se refiere a la carne] per Spiritum in Domino nata de virgine, in novam et
alienam a se speciem mutata. Conformis effecta est gloriae spiritali secundum apostolum:
Secundus homo de caelo et Adam caelestis, quia Adam terrestris imago est futuri”,
HILARIO DE POITIERS, Tractatus mysteriorum, I, 2 (Sch. 19, 76). Esta transformación de
la carne a la que se refiere San Hilario tiene lugar en la resurrección de nuestro Señor,
porque en el resto de sus obras este autor no habla de la glorificación de la carne más que
después de la resurrección, cfr. A. FIERRO, Sobre la gloria en San Hilario. Una síntesis
doctrinal sobre la noción bíblica de «doxa», Roma, 1964, p. 194, nota 41
210
SANTO TOMÁS, Summa Theologica, II-II, q. 2, a. 7, re. En mi opinión este “parece”
con el que Santo Tomás introduce su afirmación no sólo se puede aplicar a nuestra
comprensión de lo que Adán podía saber, sino incluso al mismo conocimiento que Adán
tenía de la encarnación del Verbo. Para Adán, incluso desde su elevación al plano
sobrenatural, la encarnación no dejaba de ser gracia, la plenitud de toda gracia. Una
gracia a la que sólo se podía abrir por la fe, la esperanza y el amor. En este sentido,
podría aplicarse a Adán la definición de la fe recogida en la epístola a los hebreos: “la fe
es garantía de lo que se espera; la prueba de las cosas que no se ven” (Hb 11, 1).
113
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
211
Summa Theologica, II, q. 2, a. 7, re. Adán fue hecho imagen de Cristo encarnado
que sale al encuentro de los hombres para llevarlos hacia su plenitud, pero no de Cristo
muerto en la Cruz. Y esto es así porque Cristo glorioso estaba presente en la creación y
elevación sobrenatural del hombre. ¿Por qué Cristo glorioso? En primer lugar porque es
en su gloria cuando Cristo se adentra en la eternidad de Dios haciéndose fuente del ser
del hombre. En segundo lugar, porque, como Hijo, Cristo actúa en la creación y elevación
del hombre no sólo como su fuente, sino también como su culminación escatológica, es
decir, como Hijo de Dios glorificado en su humanidad.
Este ser fuente y plenitud del hombre no pueden separarse. Cristo es fuente como
plenitud. Lo cual permite pensar que si Cristo aparece también como restaurador de la
naturaleza humana tras el pecado, es justamente porque está presente en su creación
como fuente y plenitud del hombre.
212
Garrigues ha supuesto que esa glorificación de la humanidad no requería la
encarnación del Verbo, pues el Hijo podría unirse plenamente a la humanidad a través de
la comunión entre los hombres glorificados, cfr. J. M. GARRIGUES, Dios sin idea de mal,
Pamplona, 2000, p. 86. Por eso, este autor piensa que la encarnación del Hijo responde
sólo a la necesidad de redención por parte del hombre, pero no añade nada a la plenitud
escatológica prevista por Dios para la humanidad. Frente a esta postura es preciso hacer
notar varios aspectos.
En primer lugar, que en una pluralidad de personas nunca podría hacerse plenamente
presente el Hijo, que como persona es único. Es decir, una glorificación escatológica de la
humanidad sin encarnación del Hijo aún admitiría una gracia mayor, que es la presencia
visible y gloriosa entre los hombres del mismo Verbo como origen y culmen de su
glorificación. Por eso, me parece más adecuado sostener que la respuesta de Dios al
pecado es la encarnación del Hijo antes de la consumación de los tiempos, y por tanto en
el seno de una humanidad que, dañada por el pecado original, le rechaza. La respuesta
divina al pecado del hombre sería la entera vida de Jesús en la historia, tal y como ha
acontecido, y especialmente su muerte y resurrección como camino hacia la gloria.
En segundo lugar, según la interpretación de Garrigues, no podría entenderse
adecuadamente la preexistencia de Cristo. En efecto, esta tendría que verse como la
preexistencia del Hijo sólo en su divinidad, lo cual supone entender que, aun sin
encarnarse, el Hijo es el Cristo porque en su divinidad ha sido ungido por el Espíritu
Santo, cfr., ibidem, p. 92. Pero esta interpretación no parece muy acorde con los textos
114
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115
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118
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215
Antes del pecado, por la elevación sobrenatura, el hombre estaba radicalmente
abierto a un encuentro con el Hijo hecho hombre. Incluso, como piensa Santo Tomás,
podía conocer la encarnación del Hijo. Esa apertura de Adán a una unión con el Hijo
encarnado no era distinta de su esperanza de ser llevado con Él, por Él y en Él, hacia una
gloria muy superior a sus posibilidades. Pero lo que Adán no podía atisbar es el misterio
del Hijo glorificado en su humanidad pues la revelación de la gloria de Cristo estaba
reservada a una plenitud que trasciende la historia, como la trasciende el sueño de Adán.
216
COMINIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Cuestiones selectas de Cristología, p.
229.
217
JUAN PABLO II, Audiencia general, 20.II.1980, n. 5, en “Enseñanzas al Pueblo de
Dios”, 5 (1980), p. 142.
119
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
218
San Pablo dice que el hombre “es imagen y reflejo de Dios; pero la mujer es reflejo
del hombre” porque, “en efecto, no procede el hombre de la mujer, sino la mujer del
hombre. Ni fue creado el hombre por razón de la mujer, sino la mujer por razón del
hombre” (1 Co 11, 7-9). Esta afirmación debe entenderse como una expresión del
misterio de la creación del ser humano. En su masculinidad, el varón es expresión del
Hijo –Imagen y Reflejo de Dios Padre– que, en el mismo acto creador, sale al encuentro
de la humanidad. Desde este punto de vista, que la mujer en su feminidad sea “reflejo del
hombre” indica que la humanidad a sido creada a semejanza del Hijo, no en su eterno ser
engendrado, sino en mismo crear al hombre saliendo a su encuentro. Que la mujer
“proceda del hombre” señala que la humanidad proviene del Hijo. Y que sea “creada por
razón del hombre” significa que la humanidad fue creada para el Hijo, y no el Hijo para la
humanidad.
120
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
219
San Pedro Crisólogo ve el bautismo del Jordán como una unción: “Hodie Spiritus
sanctus supernatat aquis in specie columbae, ut sicut illa colomba Noe nuntiaverat
diluvium discessisse mundi (cfr. Gn 8), ita ista indice nosceretur perpetuum mundi
cessasse naufragium; neque sicut illa veteris olivae surculum portaret, sed totam in caput
parentis novi chrismatis pinguedinem fundit, ut impleat illud quod propheta praedixit:
Propterea unxit te Deus tuus oleo laetitiae prae consortibus tuis (Sal 44)”, PEDRO
CRISÓLOGO, Sermo, CLX (PL 52, 621B-121C). Y San Máximo de Turín dice que
“Dominum nostrum Jesum Christum ad sacra Jordanis fluenta baptismi causa venisse,
seque in eodem flumine mysteriis coelestibus consecrare voluisse”, MÁXIMO DE TURÍN,
Homilia XXX (PL 57, 291C).
220
“Aqua in sanguinis erat convertenda mysterium”, PEDRO CRISÓLOGO, Sermo CLX
(PL 52, 622B).
221
PEDRO CRISÓLOGO, Sermo CLX (PL 52, 621A).
121
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222
MÁXIMO DE TURÍN, Homilia XXX (PL 57, 291D-292C).
122
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223
“Su significado se colige de otros textos bíblicos como Gn 15, 12; 1 Sam 26, 12; Is
29, 10; Job 4, 13; 33, 15”, G. ARANDA, Corporeidad y sexualidad en los relatos de la
creación, art. cit., p. 34. “Similiter autem beatus Job sicut requiem, sic etiam somnum
mortem nominare consuevit, cum dicit: Quare ubera suxi? nunc utique dormiens
quiescerem, et somni securitate fruerer cum regibus consiliariis terrae, qui gloriabantur
in gladiis, aut cum principibus, quibus multum fuit aurum (Jb 3, 12). Porro Isaias
Propheta, cum iussus a Domino regem Babilonis mortum lamentaretur, communem et
temporalem mortem somnum nominavit, dicens, Omnis terra clamat cum laetitia, et
ligna Libani supra te gratulata sunt, et cedri Libani dicent: Ex quo tu dormisti, non
ascendit qui succidat nos. Infernus ab imis amaritudine captus est occurrens tibi (Esa 14,
7). Parite etiam Daniel Propheta dicit, Et multi dormierunt in terra pulvere surgent, isti in
vitam eternam et isti ad opprobium et ad confusionem eternam (Dan 12, 2). Idem autem
etiam beatus Paulus docet cum dicit, Nolumus autem ignorare vos, fratres, de
dormientibus, ut non contristemini sicut et ceteri qui spem non habent. Si enim credimus
quod Iesus mortuus est, et resurrexit ita et Deus eos qui dormierunt per Iesus adducent
cum eo (1 Thess 4). Multis igitur testibus edocti, quod mors ista communis mala non sit,
iam longe valere dicamus qui mortem malam appellant”, AUTOR INCIERTO (¿RUFINUS
AQUILIENENSIS?), Liber de fide, 34 (PL 21, 1141D-1142A).
123
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
con el que es creado por Dios, es decir, en el sueño que encierra la fuente
y la plenitud de su ser.
La muerte apareció como sustituto del dormirse definitivo del
hombre en su camino hacia el sueño original. La muerte es un cierto
retorno al momento anterior a su creación: “Polvo eres, y al polvo
volverás” (Gn 3, 19). Pero, a diferencia del sueño adámico, ese retorno se
hace angustioso, porque al separarlo del mundo y de los demás no
conduce al hombre hacia su plenitud.
Como vimos, el hombre estaba llamado a adentrarse en el silencio
para dejar que sólo Dios le dijese quién es224. Sin embargo, por el pecado
el hombre quedó alejado de la respuesta divina a su silencio, acaecida en
el sueño de Adán. Por eso, en su relación con el mundo y con los demás,
el hombre era conducido hacia un silencio sin respuesta. Un silencio
solitario que le obligaba a enfrentarse de un modo angustioso con la
pregunta sobre el sentido de su existencia. Si nacía esa angustia era
porque, en el silencio, el hombre era incapaz de encontrar una respuesta
clara, porque se enfrentaba con el silencio de Dios. Es decir, con la raíz
profunda del pecado original como alejamiento de su Creador.
Esto es lo que acontece de un modo radical con la muerte.
“Aunque la muerte no es pues un sufrimiento en el sentido temporal de la
palabra, aunque en un cierto modo se encuentra más allá de todos los
sufrimientos, el mal que el ser humano experimenta contemporáneamente
con ella, tiene un carácter definitivo y totalizante” 225. Al adentrarse en el
silencio definitivo, en el silencio del sueño eterno, en el silencio de la
muerte, el hombre debe afrontar radicalmente la angustia de la soledad en
la que le ha dejado el pecado original. La angustia de la separación de
Dios, de no encontrar a ese Dios que a través del mundo y de los
hombres buscaba decirle de un modo radical y existencial quién es para
Él.
224
Este decir plena y definitivamente al hombre «quién es», como ya hemos señalado
repetidas veces, no es algo meramente intelectual. Se trata más bien de algo ontológico o
mejor, situado en el ámbito del ser personal. Es algo que acontece en el amor y en el
conocimiento pero tocando el mismo ser del hombre. Y, por otra parte, hace referencia a
la plenitud de la filiación divina, porque el hombre es creado como hijo de Dios.
225
JUAN PABLO II, Carta Apostólica Salvifici doloris, 14.
124
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
227
JUAN CRISÓSTOMO, Las Catequesis bautismales, IV, 2, Madrid, 1988, p. 76. Cfr.
ibidem, V, 3. 15, o. c., pp. 90 y 95.
125
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228
JUAN PABLO II, Salvifici doloris, 22.
229
Cfr., por ejemplo, HILARIO DE POITIERS, Tractatus mysteriorum, I, 4-5 (SCh. 19,
80-84 ).
230
“Y a aquel que fue hecho inferior a los ángeles por un poco, a Jesús, le vemos
coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó
la muerte para bien de todos” (Hb 2, 9).
231
JUAN PABLO II, Salvifici doloris, 18.
126
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
232
Santo Tomás, al igual que Alejandro de Hales, Alberto Magno o Buenaventura,
sostuvo que en el estado de integridad el hombre no necesitaba de una gracia divina
especial para prepararse a recibir la gracia santificante. Eso lógicamente no implica que el
hombre pudiera merecer por sus propias fuerzas la gracia santificante. Si así fuera, la
gracia no sería gracia. Lo único que se señala es que no estaba dañada la sacramentalidad
del acto con el que Dios, al crear al hombre, le ofrecía y le llamaba a dejarse conducir por
Él hacia la plenitud de su propio ser. En su comentario a las sentencias de Pedro
Lombardo, y en el De veritate, Santo Tomás sostuvo, con Alejandro de Hales y Alberto
Magno, que incluso después de la caída el hombre no requería del auxilio de Dios para
disponerse a su elevación. Pero más tarde, en la Summa contra Gentiles y en la Summa
Theologica, cambió de opinión, adaptándose a lo que había enseñado Alejandro de Hales,
cfr. Summa Theologica, I, q. 23, a. 5; q. 62, a. 2; I-II, q. 109, a. 6; q. 113, a. 5; II-II, q. 6,
a. 1; q. 24, a. 3.
127
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
233
A esta gracia, que algunos denominan medicinal, Santo Tomás le llama gracia
precedente y la distingue claramente de la gracia primera, que sería la introducción
gratuita del hombre en el ámbito de su plenitud, cfr. Summa Theologica, I-II, q. 114, a. 5,
re. Por la introducción del hombre en el misterio pascual, el pecado original puede ser
perdonado y el hombre puede recibir de Cristo su plenitud. Ciertamente, la gracia que
guía al hombre hacia el misterio pascual puede considerarse gracia sanante, en cuanto que
permite al hombre escuchar la llamada y acoger el ofrecimiento que Dios le hace para que
se adentre en el misterio pascual de Cristo. Sin embargo, sólo cuando el hombre es
incorporado al misterio pascual, la gracia que sana al hombre alcanza su plenitud –
plenitud absolutamente gratuita–, elevándole al orden sobrenatural. Más adelante se irá
clarificando toda esta cuestión. Lo que ahora interesa señalar es que, sin alcanzar la
plenitud propia de la elevación, la gracia sanante actuaba ya sobre los hombres antes del
misterio pascual de Cristo, y sigue actuando ahora sobre los no cristianos, porque de otro
modo, debido al oscurecimiento de su mismo ser creado, el hombre no podría reconocer
el misterio pascual de Cristo como fuente y la plenitud de su ser.
234
Ciertamente, en la Vida de Cristo como hombre perfecto, no sometido al pecado,
todo hombre, aun el no cristiano, puede descubrir la llamada y el ofrecimiento que Dios le
hace para que mejore como persona, es decir, como hijo de Dios. Sin embargo, éste sería
un sentido aún pobre del hecho de que Cristo revele al hombre la plenitud a la que Dios le
llama. Porque la llamada y el ofrecimiento de Dios en Cristo es una llamada a acoger, a
adentrarse en el mismo misterio pascual de Cristo como único camino hacia la plenitud.
235
Vimos ya como la creación del hombre es el ofrecimiento y la llamada a dejarse
entregar por el Padre al Hijo, y a dejarse conducir por el Hijo hacia el Padre, para
alcanzar de este modo la plenitud (cfr. Mt 11, 27). “Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,
6). Se hace difícil expresar todo esto. En realidad nosotros somos un don del Padre al
Hijo y del Hijo al Padre, en cuanto se nos ofrece y se nos llama a serlo, es decir, a ser ese
don. Cristo, al buscarnos, al llamarnos, al atraernos hacia sí en su camino hacia la Cruz, lo
que busca es llevarnos a la plenitud de nuestro ser creados en Él, por Él y para Él por el
Padre; plenitud que acontece en el misterio pascual.
128
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
236
“Sobre esta salvación investigaron e indagaron los profetas, que profetizaron sobre
la gracia destinada a vosotros, procurando descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias
se refería el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, cuando les predecía los sufrimientos,
destinados a Cristo y las glorias que les seguirían. Les fue revelado que no administaban
en beneficio propio sino a favor vuestro este mensaje que ahora os anuncian quienes
predican el Evangelio, en el Espíritu Santo enviado desde el cielo; mensaje que los
ángeles ansían contemplar” (1 P 1, 10-11. Cfr. 1 Co 10, 4. 9).
129
CRISTO, REDENTOR DE LA COMUNIÓN HUMANA
237
Se entiende así que varias veces Cristo aluda a su gloria para explicar su misión.
“«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y
le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios
subir y bajar sobre el Hijo del hombre»” (Jn 1, 50-51). “«Si tú eres el Cristo, dínoslo». Él
respondió: «Si os lo digo no me creeréis. Si os pregunto, no me responderéis. De ahora en
adelante, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios». Dijeron todos:
«Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?» Él les dijo: «vosotros lo decís: Yo soy»” (Lc 22,
67-70).
238
Por este misterio, cuando nuestro Señor pide al Padre que le glorifique con la gloria
que tenía antes de la constitución del mundo, no habla sólo como Hijo, sino como Hijo
que es hombre. Mientras dura el curso de su vida terrena, Cristo todavía no ha sido
glorificado en su humanidad. Es decir, Cristo, en su estar en la historia, no posee la gloria
que le corresponde en la eternidad. Únicamente en la parusía historia y eternidad se
unirán plenamente, porque sólo entonces Cristo se introducirá en la historia con la gloria
eterna que le corresponde como origen y plenitud de todas las cosas. Sin embargo, la
sacramentalidad histórica de Cristo –como toda sacramentalidad– posee una neta
dimensión profética, que puede entenderse por analogía con la dimensión profética de los
siete sacramentos, o la dimensión profética de la sacramentalidad de Adán, figura de
Aquél que había de venir.
130
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240
La resurrección hace de Cristo un Sacramento escatológico justamente porque, por
medio de ella, comienza a revelarse y realizarse el misterio que permite al hombre herido
por el pecado participar en la vida gloriosa de Cristo, que será manifestada al final de los
tiempos. Cristo resucitado es sacramento escatológico porque se torna revelación y
camino del hombre hacia la plena unión con Cristo en la parusía.
241
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1287.
242
“Prima igitur die resurrectionis, acceperunt Spiritus Sancti gratiam, qua peccata
dimitterent, et baptizarent, et filios Dei facerent, et spiritum adoptionis credentibus
largirentur: ipso Salvatore dicente: Quorum remiseritis peccata, remittuntur eis; et
quorum retinueritis, retenta erunt”, JERÓNIMO, Epísola CXX ad Hedibiam, (PL 22, 994).
“Apostolis enim promissum est: Ego mittam sponsionem Patris mei in vos: et vos
sedebitis in civitate, quoadusque induamini virtute ex alto (Lc 24, 49): et resurgens, in
Apostolos insufflavit, et non in Montanum, Priscillam, et Maximillam: et illis, id est,
Apostolis, ait: Quorum dimiseritis peccata, dimittuntur eis, et quorum retinueritis, retenta
sunt”, ibidem, (PL 22, 996-997). “Et insufflavit in faciem eorum (cfr. Io 20, 22) , qui flatu
primum hominem vivificavit, et de limo crexit, quo flatu animam membris dedit (cfr. Gn
2, 7); significans eum se esse qui insufflavit in faciem eorum, ut a luto exsurgerent, et
luteis operibus renuntiarent. Tunc primum post resurrectionem suam Dominus, quam
dicit Evangelista glorificationem, dedit discipulis suis Spiritum sanctum”, AGUSTÍN de
Hipona, In Ioannis evangelium, tractatus, CXXIV, 6 (PL 35, 1644-1645). Cfr. también
Contra Epistolam manichaei, X, 11 (PL 42, 180-181); De consensu Evangelistarum,
XXV, 74 (PL 34, 1208); GREGORIO MAGNO, Homiliae in Evangelia, I, hom. XXVI, 3
(PL 76, 1198C). Texto éste último recogido por ADRIANO I en su Epistola ad Beatum
Carolum regem. De imaginibus (PL 98, 1252A-1252B).
243
“Según San Juan, la primera misión del Espíritu tuvo lugar el mismo días de
Pascua, después de la ascensión pascual”, E. SCHILLEBEECKX, Cristo, sacramento del
encuentro con Dios, o. c., p. 46.
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desborda sobre el hombre por el Espíritu Santo 244. Pero de todo esto
trataremos más adelante al hablar de la gracia recibida en el Bautismo.
244
“Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tu
has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3). La Vida a la que nos llama Cristo es una participación
en su propia filiación, es decir, un conocer al Padre como le conoce el Hijo encarnado en
su misterio pascual, y un ser conocidos por el Padre como, en este misterio, es conocido
el Hijo hecho hombre: “Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo
sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar” (Mt 11, 27).
245
“Clarificatio enim Domini nostri apud homines, resurrectio est a mortuis, et in
coelum ascensio”, San Agustín, Contra Epistolam manichaei, X, 11 (PL 42, 180-181).
“Christi duae glorificationes. Spiritus sanctus bis datus. Duae sunt glorificationes
secundum suscepti hominis formam: una, qua surrexit a mortuis tertio die; alia, qua
ascendit in coelum ante oculos discipulorum suorum. Duae sunt istae, quae
commendantur, glorificationes ejus jam factae. Restat una et ipsa in conspectu hominum,
cum se judicio praesentabit”, Sermo CCLXV. De Ascensione Domine, VII, 8 (PL 38,
1222).
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Espíritu, promesa que realizó primero en la Pascua (Jn 20, 22) y luego,
de manera más manifiesta el día de Pentecostés (cfr. Hch 2, 1-4)” 248.
Poco antes de subir al Cielo: “Mirad, yo voy a enviar sobre
vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la
ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto” (Lc 24, 49).
Pentecostés es el envío del Espíritu ligado a la ascensión, en cuanto que
ésta es el inicio de la revelación de la gloria de Cristo en la parusía. En
Pentecostés, el Espíritu enviado no actuó del mismo modo que tras la
resurrección. El Espíritu dado a los discípulos por Cristo resucitado les
permitió adentrarse en el misterio de la Cruz, para encontrarse así con
Cristo resucitado, para participar de su resurrección después de
adentrarse con Él en la muerte. En cambio, el Espíritu de Pentecostés
condujo a los discípulos, que ya habían compartido la alegría de la
resurrección, hacia el encuentro con Cristo glorioso en la parusía.
El Espíritu enviado en Pentecostés comunica a los discípulos la
Vida de Cristo que sube al cielo, pero sólo en la medida en que ya han
participado de la Vida de Cristo que resucita de entre los muertos. En
este sentido pueden entenderse las palabras de San Pablo: “nos hizo
sentar en los cielos con Cristo Jesús” (Ef 2, 6). El encuentro definitivo
con Cristo al final de la historia está ligado a la plena incorporación del
hombre a Cristo que sube al cielo, por eso San Pablo dice que en la
venida del Señor los santos serán arrebatados al encuentro del Señor en
los aires (cfr. 1 Ts 4, 17).
En su discurso de Pentecostés, Pedro afirma refiriéndose a Cristo:
“Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo
Prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Hch 2, 33). Pedro
podía hablar así porque había contemplado la gloria de Cristo resucitado
como dador del Espíritu. Pero, sobre todo, porque había presenciado la
ascensión, es decir, la manifestación de que la resurrección no es todavía
una revelación consumada de la gloria de nuestro Señor.
Spiritus sancti supervenientem in vos (Hch 1, 8): et alio loco, In civitate sedete: ego enim
impleam promissionem Patris, quam audistis, inquit, ex ore meo (Lc 24, 49). Posteaquam
ascendit, decem diebus ibi factis misit Spiritum sanctum: ipse est solemnis futurus
Pentecostes”, Sermo CCLXV. De Ascensione Domine, VII, 8 (PL 38, 1222).
248
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1287.
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249
En su misterio pascual, Cristo se ha manifestado como camino del hombre pecador
hacia el Padre, pero la gloria reservada a quienes se introducen en ese camino se mantiene
en el misterio de la preexistencia de Cristo que como Cabeza de toda la creación se
introduce en el Padre.
250
F.-J. DURRWELL, L’Eucarestia presenza di Cristo, o. c., p. 40.
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Señor. La ascensión indica, por tanto, que el pecado aun debe ser
vencido en los discípulos.
En este sentido, la parusía será la venida –la manifestación– de
Cristo en su definitivo dejar de tener que ver con el pecado de los
hombres, porque la redención ya habrá sido plenamente realizada. Con
su muerte, Cristo abre los brazos a la entera humanidad dañada por el
pecado; resucitado se dirige a los que se han unido a su muerte aunque
sigan siendo pecadores y, por tanto, necesiten seguir adentrándose en la
Cruz; pero en su parusía Cristo vendrá sin tener que ver con el pecado y,
por tanto, como Esposo de la humanidad que, tras haberse incorporado
plenamente a su muerte, ha participado también de un modo completo de
su resurrección.
Esto significa que la parusía es la consumación, no tanto de la
redención, como de la glorificación del hombre redimido. La segunda
venida de Cristo no conecta tanto con su paso de la muerte a la vida,
como con su ascensión al cielo. La parusía acontecerá en la plena
manifestación del eterno adentrarse de Cristo en el Padre, llevando
consigo todas las cosas. Por tanto, acontecerá en la plenitud de su enviar
el Espíritu Santo para introducir a los hombres en su propia entrega al
Padre.
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251
Mejorar como criaturas es adentrarnos en nuestro ser en el Hijo y por el Hijo que
nos crea. Y por tanto, es ser –cada vez más– a imagen del Padre que nos ha formado a
semejanza de su Hijo en cuanto que, en Él y por Él, tiene lugar la creación. En cambio,
como inicio de la re-creación, la redención supone participar de la misma Vida de Cristo
como fuente y la plenitud de nuestro ser personal. Al entrar en contacto con el misterio
pascual entramos en el ámbito de nuestra plenitud. Y así, nuestra mejora personal se torna
indisociable de una participación más intensa de la misma Vida de Cristo y en su
encaminarse hacia el Padre entregándose a los hombres.
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8. SÍNTESIS
8. 2. La analogía de la sacramentalidad
Por otra parte, he procurado explicar por qué el camino de la
humanidad hacia su plenitud es inseparable del hacerse presente en el
mundo el misterio de su origen. Por eso, uno de los puntos clave de este
capítulo consiste precisamente en la consideración de la sacramentalidad
como un término análogo, es decir, aplicable a diversas realidades de un
modo en parte igual y en parte distinto. La presencia del misterio en el
espacio y en el tiempo, a la que alude la sacramentalidad, es diversa
cuando se aplica al mundo, a los hombres, a Cristo, a la Iglesia o a los
sacramentos. Pero al mismo tiempo, guarda una semejanza que hunde sus
raíces en la continuidad del misterio de Dios que sale al encuentro del
hombre.
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8. 8. La sacramentalidad de Cristo
Cristo vino a la tierra para hacer presente el misterio, que antes del
pecado se hacía presente en la unión sexual, es decir, es misterio
escondido en Dios tras la creación de la humanidad. Para entender bien
lo que supuso la encarnación, es preciso tener en cuenta que, en su eterno
ser engendrado y en su eterno espirar el Espíritu Santo, el Hijo no puede
estar relacionado ni con el mundo ni con el hombre; sólo dice relación al
Padre y al Espíritu Santo. Por eso, el eterno ser engendrado del Hijo
permanece siempre como un misterio ad intra de Dios. Por esta razón, la
encarnación no puede ser, sin más, el hacerse presente en el mundo y en
la historia del Hijo en su eterno ser engendrado. No puede ser la
visibilización del origen eterno del Hijo, sino el hacerse visible del Hijo
en cuanto fuente y plenitud de la existencia del mundo y del hombre. Por
eso la encarnación del Hijo está en continuidad con la creación del
hombre y con su elevación sobrenatural.
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252
Esta cuestión se tratará en el siguiente capítulo, cuando abordemos la diferencia
entre la sacramentalidad de los sacramentos y la sacramentalidad de la Iglesia en sus
fieles, aspecto capital en el diálogo entre las distintas confesiones cristianas.
253
¿No implica esto una cierta necesidad de la encarnación? En absoluto, del mismo
modo que la creación no exige la elevación sobrenatural, tampoco la elevación reclama
por sí misma la plenitud divina que Dios le ofrece con la encarnación. La encarnación es
la fuente y la plenitud radicalmente gratuita del amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre
manifestado en la creación y en la elevación sobrenatural del hombre. La gratuidad de la
elevación es plenitud de la gratuidad de la creación. Y la gratuidad de la encarnación es la
única plenitud divina posible de la elevación sobrenatural del hombre. Así como desde la
nada no se puede sospechar la creación, tampoco desde la creación puede sospecharse la
elevación, aunque si pueda anhelarse como una plenitud inalcanzable para el hombre. Y
del mismo modo, desde la elevación, sólo puede esperarse la encarnación como la mayor
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gracia que Dios puede hacer al hombre para conducirle hacia su plenitud.
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padres y que fue dañado por el pecado original. Es decir, el misterio que
funda la llamada del género humano a una comunión con Dios, alcanzada
y vivida de un modo visible –sacramental– en el seno de una comunión
humana.
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