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El Caballo de Troya

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FÁBULAS Y LEYENDAS

“El caballo de Troya”

Leyenda griega

Adaptación: Isidro Sánchez


Ilustraciones: Montserrat Tobella
Dirección de la obra: J.M. Parramón Homs

© Copyright ParramónPaidotribo-World Rigths


Published by Parramón Paidotribo, S.L., Badalona, Spain

ISBN Obra Completa: 84-7712-393-4


ISBN Tomo 8: 84-7712-401-9
ISBN Epub: 978-84-9910-348-8
Hace muchos años, vivió en un país llamado Grecia una princesa muy
hermosa. Se llamaba Helena y todos los jóvenes del país habían soñado en
casarse con ella.
Pero el padre de la princesa hacía tiempo que había elegido al que había
de ser el esposo de su hija: un joven príncipe del que la princesa Helena no
estaba enamorada.
—¿Para quién me acicalas tanto? —se lamentaba un día, dirigiéndose a la
criada que la estaba peinando—. Mi padre ya ha elegido al que debe ser mi
esposo.

Hace muchos años, vivió en un país llamado


Grecia una princesa muy hermosa, que se llamaba
Helena.
—¿Para quién me acicalas tanto? —le decía un
día a la criada que la peinaba—. Mi padre ya ha
elegido al que será mi esposo.
Cuando la princesa Helena tuvo edad para contraer matrimonio, príncipes
de todo el país y de países vecinos visitaron al padre para pedirle la mano de
su hija.
Pero queriendo evitar que la princesa se casase con otro que no fuera el
que él había decidido, el padre les dijo a los demás pretendientes:
—Debéis prometer que si alguno de vosotros se apodera de mi hija por la
fuerza, los demás se unirán para rescatarla.
Así lo prometieron todos, confiando en que ninguno intentaría raptar a la
princesa.

Pero cuando la princesa Helena tuvo edad para


contraer matrimonio, príncipes de todo el país
pidieron su mano.
—Si alguno se apodera de mi hija, los demás se
unirán para rescatarla —les hizo prometer el
padre de la princesa.
Pero uno de los pretendientes, un príncipe muy apuesto llamado Paris,
logró entrar sin ser visto en los aposentos de la princesa.
—Huid conmigo —le pidió a la princesa—; es tanto el amor que siento
por vos, que no tengo la menor duda de que sabré haceros feliz.
La princesa Helena se sintió también ganada por la gallardía del joven
Paris. Y aquella noche, bordo de una pequeña embarcación, partieron hacia
Troya, una ciudad de la que era rey el padre del apuesto príncipe.

Uno de los pretendientes, un príncipe muy


apuesto, llamado Paris, logró entrar en los
aposentos de la princesa.
Y aquella noche, Paris embarcó con la princesa
rumbo a Troya, la ciudad de la que era rey el
padre del apuesto príncipe.
Cuando el padre de la princesa Helena descubrió que el príncipe Paris se
había llevado a su hija, recordó a los demás pretendientes la promesa que le
habían hecho.
Todos los príncipes regresaron entonces a sus ciudades para preparar sus
ejércitos. Y un día, llegaron soldados de todo el país, embarcaron en
numerosas naves y pusieron rumbo a la ciudad de Troya.

Cuando el padre de la princesa Helena


descubrió la ausencia de su hija, recordó a los
demás pretendientes su promesa.
Todos los príncipes prepararon entonces sus
ejércitos; y un día, numerosas naves pusieron
rumbo a la ciudad de Troya.
Lo primero que hicieron los soldados griegos, una vez hubieron
desembarcado, fue instalar un campamento junto a la playa, porque no
sabían el tiempo que podía durar el asedio de Troya.
Después intentaron una y otra vez el asalto, para entrar en la ciudad. Pero
fueron rechazados un día y otro por los soldados troyanos, que estaban bien
protegidos tras las murallas.

No bien hubieron desembarcado, los soldados


griegos instalaron un campamento junto a la
playa.
Y luego intentaron el asalto de la ciudad de
Troya; pero fueron rechazados un día y otro día
por los soldados troyanos.
Pasaron los años sin que los soldados griegos hubieran conseguido entrar
en la ciudad de Troya.
Un día, Ulises, uno de los jefes del ejército griego, ordenó a los soldados
que talaran árboles en un bosque cercano.
Sin sospechar lo que se proponía, pero confiando en la sensatez de
Ulises, los soldados llevaron después los troncos a un lugar que no era
visible desde la ciudad.
—Hasta ahora, sus murallas han salvado a Troya —les dijo Ulises—.
Pero construiremos un gran caballo que, sin necesidad de librar
más combates, nos abrirá las puertas de la ciudad.

Pasaron los años. Un día, Ulises, uno de los jefes


del ejército griego, les dijo a sus hombres:
—Construiremos un caballo de madera, que,
sin necesidad de librar más combates, nos abrirá
las puertas de la ciudad.
Y así fue. Días después, habían construido un gigantesco caballo de
madera.
Ulises se ocultó entonces en el interior, acompañado por varios soldados
que él mismo había elegido. Y durante la noche, los demás soldados
arrastraron el caballo hasta un lugar donde pudiera ser visto por los
centinelas en cuanto amaneciera.
Después abandonaron el campamento y se embarcaron en las naves. Pero
fue una travesía muy corta, porque fondearon detrás de un promontorio que
impedía que las naves fueran vistas desde la ciudad.

Una vez construido el caballo de madera, Ulises


se ocultó en el interior, acompañado por varios
soldados.
Los demás soldados griegos embarcaron
después en las naves; y las ocultaron detrás de un
promontorio.
Al día siguiente, los centinelas troyanos no daban crédito a sus ojos. El
campamento griego estaba vacío, en el mar no había rastro de naves y sobre
la playa se alzaba un enorme caballo de madera.
Muy pronto, todos los troyanos estuvieron asomados a las murallas, sin
poderse creer todavía que los griegos hubieran renunciado a entrar en la
ciudad.

Al día siguiente, los soldados troyanos


contemplaban asombrados el enorme caballo de
madera.
No podían creer que los griegos se hubieran
marchado, renunciando a entrar en su ciudad.
El rey ordenó a los soldados que dieran una batida por el exterior de la
muralla. Y cuando regresaron sin haber encontrado a ningún enemigo,
bajaron todos a la playa para ver de cerca el caballo de madera.
—¿Por qué se habrán tomado los griegos el trabajo de construir este
gigantesco caballo, para dejarlo luego abandonado? —se preguntó el rey.
—Deberíamos quemarlo —intervino su hijo, el príncipe Paris—. Estoy
convencido de que se trata de una trampa.

El rey ordenó dar una batida, y cuando los


soldados regresaron sin encontrar a ningún
enemigo, bajaron todos a la playa.
—¿Por qué habrán construido los griegos este
caballo, para dejarlo luego abandonado? —se
preguntaba el rey.
En aquel momento, dos soldados llevaron ante el rey a un soldado griego,
que habían encontrado oculto detrás de unas rocas.
—¿Dónde están los tuyos? —le preguntó el rey.
—Embarcaron anoche de regreso a Grecia, porque comprendieron que
era imposible entrar en vuestra ciudad. Y construyeron el caballo de madera
para que los dioses les perdonaran por haber perdido la guerra. Yo preferí
quedarme, para rogaros que me aceptéis a vuestro servicio.
Pero —¿por qué construyeron el caballo tan grande? —insistió el rey.
—¡Oh! —rió el soldado—. Para que no entrara por las puertas de vuestra
ciudad. Es un caballo con poderes mágicos, y si lograrais meterlo en la
ciudad, conquistaríais toda Grecia.

Poco después, detuvieron a un soldado griego; y


éste les explicó que el caballo era para honrar a los
dioses.
—Pero ¿por qué lo hicieron tan grande? —
preguntó el rey.
—¡Oh! Para que no entrara por las puertas de
la ciudad.
Aquel soldado se había quedado por deseo de Ulises, para acabar de engañar
a los troyanos.
Y se demostró que no había sido en vano, porque los soldados troyanos no
tardaron en disponer en el suelo una larga hilera de troncos. Empujaron luego
todos a una para subir el enorme caballo sobre los troncos y, con no pocos
esfuerzos, lo arrastraron después con gruesas cuerdas hasta la ciudad.
Pero aún tuvieron que derribar una parte de la muralla, porque el caballo no
cabía por ninguna de las puertas.

No hizo falta más para que el rey de Troya


ordenara que se hiciera todo lo posible por
introducir el caballo en la ciudad.
Y lo lograron, no sin grandes esfuerzos,
arrastrando el enorme caballo sobre gruesos troncos.
Aquella noche, los troyanos celebraron una fiesta que duró hasta el
amanecer.
Cuando los soldados cayeron rendidos, se abrió una puerta en el vientre
del caballo de madera y Ulises y sus compañeros descendieron por una
cuerda hasta el suelo.
Ulises se apresuró a subir a la parte más alta de la muralla y encendió una
pequeña hoguera para avisar a las naves griegas que permanecían escondidas
en el promontorio de la playa de que el engaño había dado resultado. Sus
compañeros abrieron entretanto las puertas de la ciudad.

Satisfechos de su hazaña, los troyanos


celebraron una gran fiesta, que duró hasta el
amanecer.
Pero cuando los soldados dormían, Ulises y sus
compañeros descendieron por una cuerda al suelo.
—Vayamos ahora al palacio —les dijo Ulises a sus compañeros— y
llevemos a la princesa Helena de regreso a nuestro país.
Poco después, Ulises abordaba una de las naves, llevando a la princesa
Helena en sus brazos. La flota griega se hizo entonces a la mar, dejando atrás
la ciudad de Troya, cuyos habitantes habían caído en el gran engaño urdido
por Ulises.
Por ésta y por otras aventuras, Ulises llegó a gozar en su país de justa
fama de astuto y de valiente.

Fue así como Ulises rescató a la princesa Helena


y abrió las puertas de la ciudad para que entraran
los soldados griegos.
Acabó así felizmente una de las muchas
aventuras vividas por Ulises, que le dieron fama de
astuto y valiente.

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