Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Origen de La Violencia

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 6

Orígenes de la Violencia.

"El bien y el mal luchan constantemente y el campo de batalla es el corazón del


hombre"

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski (1821-1881).

La violencia es un tema sensible para la gran mayoría de las sociedades modernas,


ya que existe una preocupación genuina con respecto a los riesgos y efectos
nocivos que esta conlleva. No obstante, la reacción usual tanto del individuo como
del colectivo consiste es deslindarse de la violencia, es decir, se asume que la
violencia nos “llega” y que es preciso cuidarnos del “otro”. Desde dicha perspectiva,
se vive en constante alerta, en un estado de paranoia; el ser humano se siente
constantemente mirado, vigilado en peligro.

Empero, la violencia no nos llega de fuera, no es un fenómeno externo al individuo,


sino más bien, brota de él. Así, la violencia (social, sexual, psicológica, económica
o cualquiera de sus aristas) obedece a una lógica sistémica (en su reproducción) y
generacional (al hablar de su perpetuación).

La violencia desde un enfoque ecológico-evolutivo.

Antes que todo, es preciso hacer una diferenciación entre el concepto de violencia
y agresión, ya que en el imaginario colectivo se asuman como sinónimos. De
acuerdo con Lorenz (2005), la agresión es un instinto fisiológico, que no se distingue
de cualquier otro instinto y que en condiciones naturales puede apuntar a la
conservación de la vida y de la especie. La violencia por su parte, lejos de ser un
instinto natural, responde a un acto deliberado, que implica el uso de la fuerza de
forma intencional para lastimar a otros (Loza & Frisancho, 2010; Reidy, Shelley-
Tremblay & Lilienfeld, 2011; Navarro, 2009; Anderson & Bushman, 2002).

Ahora bien, la diferencia entre ambos conceptos no es de forma sino de


fondo, y radica en la connotación simbólica y cultural que adquiere la última. Por un
lado, la agresión es inherente a la especie y la violencia, es aprendida (Bandura,
Ross & Ross, 1963). En ese sentido y de acuerdo con (Martínez, Robles, Utria &
Amar, 2014), la agresión vendría a constituir la operacionalización de la violencia,
su manifestación concreta contra alguien en un determinado momento. La violencia,
a su vez, es un concepto más amplio que da cuenta del entramado justificador del
acto agresor, el cual, se arraiga en la construcción simbólica que se ha hecho del
mismo en un determinado contexto sociocultural. Desde dicha lógica entonces, una
dificultad profunda en el estudio de la violencia radica en que generalmente es
analizada en el marco de una relación diádica entre el agresor y la víctima,
aislándolos de los fenómenos a su alrededor, pese a que la violencia tiene
manifestaciones e implicaciones psicológicas y emocionales. que deben estudiarse
dentro de las condiciones grupales y sociales en que se desenvuelve (Araújo &
Díaz, 2000).

Es importante señalar que para los fines que persigue nuestro estudio (con
relación a la violencia y su perpetuación), debemos comprender cómo el individuo
se ajusta a una amplia variedad de sistemas sociales, que van desde la familia y el
grupo de pares, hasta la comunidad y la cultura. Es así y en consonancia con Toldo
(2002), que cada uno de los contextos anteriormente expuestos necesitan ser
estudiados e interrelacionados entre sí; esto para conformar un análisis social
multifactorial en el que la variedad de contextos son reconocidos como elementos
importantes para el análisis de la violencia.

De este modo, para lograr una aproximación interdependiente de la violencia-


entorno es conveniente considerar lo que sigue: “La ecología del desarrollo humano
comprende el estudio científico de la progresiva acomodación mutua entre un ser
humano activo en desarrollo y las propiedades cambiantes de los entornos
inmediatos en los que vive la persona en desarrollo, en cuanto este proceso se ve
afectado por las relaciones que se establecen entre estos entornos y por los
contextos más grandes en los que están incluidos los entornos”. (Bronfenbrenner,
1979).

Así, la perspectiva de la violencia desde el modelo ecológico intenta integrar


tres niveles de análisis: el individuo, el nivel socio-psicológico y el nivel sociocultural.
Asimismo este modelo concibe las interacciones en sistemas concéntricos, que
afectan directa o indirectamente el desarrollo de las personas: a) el microsistema,
nivel más interno, contiene a la persona y sus relaciones interpersonales directas;
b) el mesosistema, constituido por las interrelaciones de dos o más sistemas en que
la persona (parientes, vecinos, amigos); c) el exosistema abarca los espacios cuyo
influjo llega a los entornos propios de la persona (la escuela, el hospital, etc.); d) el
macrosistema, que alude a la influencia de factores culturales y del momento
histórico-social (Bronfenbrener, 1979). Dado lo anterior, es válido mencionar que la
conducta surge en función del intercambio de la persona con el ambiente, en esos
múltiples niveles de interacción recíproca y bajo dicha aseveración se reconoce que
los niños pueden estar influenciados por la comunidad, y no solo por la unidad
familiar.

Desde el modelo ecológico de Bronfenbrenner, la violencia se contempla


como un fenómeno relacional en el que convergen variables desde lo individual
hasta lo macrosocial, en consideración de su presente y de su historia (Galdames
& Arón, 2007). De igual forma, el modelo ecológico permite visualizar el rol de los
otros, de manera que “la dinámica de la violencia deja de ser “abusador – víctima”
para incluir a “los otros” que por alguna forma de legitimación perpetúan el
problema” (Galdames & Arón, 2007).

Por su parte, la perspectiva evolutiva brinda un abordaje pragmático y


operacional de la violencia, ya que según Díaz (2006) a partir del análisis de las
condiciones de riesgo y de protección que pueden requerir el sujeto en cada
momento del ciclo vital, esta perspectiva brinda las bases para establecer
programas y/o acciones correctivas, preventivas y de desarrollo en función de las
tareas y de las habilidades vitales básicas que requiere el individuo para conducirse
de manera no violenta y plena por la vida.

Es así como, aterrizando esto a un ámbito educativo formal o no formal la


comprensión de dichas tareas es de gran utilidad para adecuar la intervención a
cada edad, ayudando a desarrollar las habilidades críticas de cada período;
reforzando los logros conseguidos y compensando las deficiencias que se hayan
podido producir en edades anteriores. Derivado de esto, Díaz (2006) propone que
la prevención debe fortalecer cuatro capacidades fundamentales que permitan al
alumno/a: establecer vínculos de calidad en diversos contextos; ser eficaz en
situaciones de estudio-trabajo, movilizando la energía y el esfuerzo precisos para
ello, y obteniendo el reconocimiento social necesario; integrarse en grupos de
iguales constructivos, resistiendo presiones inadecuadas; y desarrollar una
identidad propia y diferenciada que le ayude a encontrar su lugar en el mundo y le
permita apropiarse de su futuro.

El ciclo transgeneracional de la violencia familiar.

En la última década, una de las mayores intranquilidades de nuestra sociedad ha


sido las distintas manifestaciones de violencia ciudadana, no obstante, cabría decir
que existe una mayor probabilidad de que una mujer sea agredida por su pareja, de
que lo sea por un extraño; es más frecuente que un niño sea agredido sexualmente
por un conocido en su hogar, que, por una persona ajena a la familia. Esto nos lleva
a hacernos las siguientes preguntas:

¿Por qué cuando hablamos de violencia y/o criminalidad, de inmediato nos remitimos a la calle,
ignorando lo que pasa en el hogar?

¿Por qué sancionamos un determinado tipo de violencia (social) y aceptamos otros tipos (familiar, por
ejemplo) o al menos las toleramos con el silencio?

¿Por qué se recurre a la violencia como un método de crianza o de solución de conflictos?

Con respecto a las preguntas enunciadas y a juicio de Larrain (2002) es


posible aseverar que las primeras experiencias de violencia de los seres humanos
se dan en la familia, se aprende que siempre va a existir una menor o mayor dosis
de violencia en el espacio familiar. Pero, también se aprende a valorar esa violencia,
a considerarla un medio eficiente para “educar” a los hijos. Y así, casi sin darnos
cuenta, somos socializados considerando que la violencia es un mecanismo
legítimo para resolver los conflictos y para expresar nuestros propios sentimientos
de malestar. Inclusive, llegamos a identificar violencia con preocupación o afecto.

De acuerdo con lo enunciado hace unos instantes, la violencia es valorada


como un procedimiento natural en la formación de los hijos, sin embargo, como lo
hace notar Barudy & Dantagnan (2005) uno de los grandes daños de los malos
tratos no es sólo el sufrimiento y el deterioro del desarrollo infantil, sino su repetición.
Un porcentaje significativo de los padres y madres que violentan a sus hijos fueron
precisamente niños o niñas maltratados que no fueron adecuadamente protegidos
ni ayudados por la sociedad para superar el daño de estas experiencias.

Es así como, “la falta de formación o de sensibilidad es lo que explica que


haya adultos incapaces de percibir los sufrimientos que se esconden tras los
comportamientos violentos de los niños y jóvenes. Esta respuesta social es parte
del ciclo de la violencia” (Barudy & Dantagnan, 2005).

El Adultismo: marco ideológico de los malos tratos infantiles

Como lo hace notar Barudy & Dantagnan (2005), “en estas últimas décadas
innumerables investigaciones han demostrado que los trastornos psíquicos y los
problemas de comportamiento de niñas, niños y jóvenes a menudo son la
consecuencia de una «carrera de niños maltratados». En muchas ocasiones, estos
trastornos son la única forma de los niños para denunciar y resistir a la violencia de
los adultos”.

Otra de las consecuencias de la «carrera moral de los niños maltratados» (Barudy,


J., 1998) es que los niños y niñas expresan su sufrimiento de una manera indirecta,
a veces contradictoria. Por ejemplo, suelen comunicar con gestos y
comportamientos lo que no pueden expresar con palabras. A través de sus
conductas disruptivas y violentas, de sus dificultades de aprendizaje, enuresis,
encopresis, hiperactividad o comportamientos sexuados, los niños y niñas
maltratados expresan sus dolores. También hay niños que sólo pueden expresarse
mediante síntomas menos visibles, pero no menos graves, como depresión,
angustia, inhibición afectiva o aislamiento social. Frente a estas manifestaciones de
sufrimiento existe el riesgo de que los profesionales que se ocupan del tratamiento
de estos niños los reduzcan a un diagnóstico psiquiátrico. De este modo, además
de ser víctimas de malos tratos, deben cargar con el estigma de tener un cuerpo o
una mente responsable de lo que les ocurre.

Los malos tratos infantiles como consecuencia de la violencia intrafamiliar.

Martínez González, M., & Robles Haydar, C., & Utria Utria, L., & Amar Amar, J.
(2014). Legitimación de la violencia en la infancia: un abordaje desde el enfoque
ecológico de Bronfenbrenner. Psicología desde el Caribe, 31 (1), 133-160.

También podría gustarte