Unamuno y Su Filosofía de La Historia
Unamuno y Su Filosofía de La Historia
Unamuno y Su Filosofía de La Historia
Ensayo analítico
Nazzareno Fioraso
1. El pensamiento de Unamuno
2. El origen de la Historia
El origen de la historia es, para Unamuno, determinado por el mismo estímulo que
permite al hombre empezar a conocer, es decir el hambre . Esto es “el origen que
podemos llamar histórico del conocimiento, sea cual sea su origen en otro
respecto. Los seres que parecen dotados de percepción, perciben para poder vivir,
y sólo en cuanto para vivir lo necesitan, perciben […]. Hay, pues, primero, la
necesidad de conocer para vivir”. 3 Es decir, que el hambre obliga a los hombres a
obrar, y obrando recogen los elementos primarios para el conocimiento. Lo que
pasa es que, con el principio del conocimiento, se produce también el principio de
la historia, en cuanto los hombres actúan por hambre, y actuando empiezan a
hacer historia.
La idea sobre la cual se basa la teoría unamuniana es la expuesta por el médico
de Barcelona Ramón Turró, en su libro Els origens del coneixemant: la fam (1912)
en cuyo prólogo de la edición en castellano Unamuno escribió que “cuando leí
este libro en su edición francesa (pues fue publicado en alemán y en francés antes
que en la lengua castellana en que fue escrito) llamóme la atención la coincidencia
de ciertas ideas psicológicas en él predominantes, con la que de antiguo profeso y
que en parte he expuesto en alguno de mis libros. La principal es la que con frase
sintética —y por tal expuesta a ser mal entendida— se expresa diciendo que el
mundo externo de la sensibilidad nos es revelado por el hambre, o es obra, en
cuanto conocimiento, del hambre”. 4
Así que el mundo exterior, donde el hombre vive y actúa, nos es revelado por el
hambre. Con estas palabras el filósofo muestra claramente su vínculo con las tesis
de Turró, 5 mas hay que subrayar que el médico catalán inserta su razonamiento
más que otro en un plan psicológico y meramente empírico, mientras Unamuno
quiere elevar la cuestión al plan crítico, y además sobrepasa los límites químicobiológicos
de Turró.
En efecto, don Miguel llega ciertamente a decir “con términos en que la concreción
raya acaso en grosería [...] que el cerebro, en cuanto a su función, depende del
estómago”, 6 pero esto vale solamente para los niveles más bajos de vida. Es
ciertamente el punto en común de todas las especies animales, en cuanto dotadas
de percepción, pero existe también la posibilidad de ir más atrás, de constituir, a
partir de la “necesidad de conocer para vivir”, otro conocimiento “que podríamos
llamar conocimiento de lujo o de exceso”, 7 formado inicialmente por conocimientos
que empezaron siendo útiles, pero cesaron de serlo, constituyendo un patrimonio
que desorbita lo estrictamente necesario al mantenimiento de la vida.
Es decir que “el niño conoce, al empezar a conocer, lo que necesita para vivir. El
conocimiento es esencialmente teleológico o finalista, aunque acabe en
conocimiento puro y en conocer por conocer, por la satisfacción del conocimiento
mismo”. 8 Así como para el conocer, también en la actuación histórica los primeros
actos fueron los de nutrición, pero también allí se sobrepasaron estos términos
para empezar a hacer verdaderamente historia.
3. La filosofía de la historia
Pero dejó pronto esas doctrinas, y ya en 1899 escribe que “la llamada concepción
materialista de la vida, la de Marx, que en el fondo de todo proceso social veía
como última ratio al factor económico, nos muestra no más que una cara de la
realidad”. 14 Aun aceptando la teoría del factor económico como motor de la
realidad, Unamuno reprocha a Marx el no haber comprendido que la causa final de
ésta es el momento espiritual, religioso. Y llegará también a preguntar “¿No creéis
que su [de Marx] famosa concepción materialista, [...] de la Historia, le brotó de un
hambre espiritual, de un terrible complejo de hondas raíces seculares acaso?”, 15
es decir, que también la filosofía materialista de Marx tenía un fondo casi
metafísicoreligioso,
siendo este el verdadero sentido históricovitalista
del
hombre. El fondo metafísico de Marx no es otro que la teoría de la tarea mesiánica
del proletariado, teoría que sobrepasa la simple concepción materialista de la
historia, a favor de una interpretación que, al fin y al cabo, no es más que visión
religiosa.
Eso pasa porque no es posible sustraer la esfera espiritual del hombre, es decir
que él no puede, y no debe, reducirse a ser un sencillo trabajador, una fuerza de
trabajo comprada y puesta a producir. 16 Sobre todo Unamuno no puede aceptar la
afirmación de Marx que “no es la conciencia de los hombres que determina su
propio ser, mas es, al revés, su ser social el que determina su conciencia”. 17 Don
Miguel rechaza el materialismo histórico, fundado en la creencia de que “son las
cosas las que hacen y llevan a los hombres”, 18 oponiendo la fe de “los que
queremos creer que son los hombres, que son las personas, los que hacen y
llevan las cosas”. 19
Son los hombres los que hacen la historia, y es la historia, como producto
humano, como realidad del hombre que vive, la que se impone sobre la realidad.
También con sus filosofías, determinando los hechos y los fenómenos, los
hombres producen historia que se impone sobre esos mismos hechos, aun las
doctrinas de Marx, “el judío saduceo que creía que las cosas hacen a los hombres,
han producido cosas. Entre otras la actual revolución rusa. Por lo cual anduvo
mucho más cerca de la realidad histórica Lenin, cuando al decirle de algo que se
reñía con la realidad replicó: ‘¡Tanto peor para la realidad!’”. 26 La realidad es un
producto humano, no algo fijo y absoluto, y si el hombre al hacer historia produce
algo que va contra el sentido común de la realidad, será esta última la que tenga
que ceder, porque es sobrepasada por la historia producida.
Mas no es otro que una falsificación, porque quien va a ganar siempre tiene que
ser la historia como producto humano, es decir, el hombre, no el proletariado
mesías de sí mismo. El materialismo histórico no puede satisfacer al hombre en su
hambre de inmortalidad, porque logra dar sólo una respuesta negativa a este
deseo, negando cualquier cosa que sobrepase lo material y lo sensible, y así es
como si no existiera ninguna.
La filosofía tiene que lograr saciar esta hambre de inmortalidad del hombre, y no
buscar eludirla o engañarla. Pero desear o, mejor, querer la propia persistencia no
significa vivir sólo en función de ella, esperando morir. La muerte siempre tiene
que estar presente en nuestra vida, pero solamente para dar sentido a la vida, es
decir a la agonía, no para anular la vida de aquí en la espera de la venida de la del
más allá.
Mas, alguien podría preguntar, ¿y al hombre qué le queda? Quizá le quede sólo su
propia vida, su trágica condición de ser mortal insertado en una historia que sólo
puede ser dirigida por él mismo, y en la cual tiene que desarrollar su vida según la
historia, en una influencia circular y recíproca en que, de todas maneras, es él
quién tiene el mando. Pero sólo en su vida y en su historia, que es su triunfo y su
tormento, el hombre puede ser verdaderamente en sí mismo.
Esta es la intrahistoria:
la historia desconocida de quien simplemente vivió su vida
sin hacer nada que pueda ser recordado por los demás. Pero, a pesar de eso, ese
hombre vivió, y viviendo fundó las bases sobre las que, nosotros, los hombres de
hoy, podemos actuar y vivir, porque “esa vida intrahistórica, silenciosa y continua
como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición,
la tradición eterna”. 32
El problema histórico es así trasladado por Unamuno desde las grandes cumbres
de las obras de los héroes históricos hasta las pequeñas acciones cotidianas de
los hombres intrahistóricos,
que son la verdadera herencia de los antepasados.