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Humildad y Soberbia

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SANACION DE LA SOBERBIA

 
Contemplando a Jesucristo Crucificado que se hizo humilde hasta la muerte de cruz para dar gloria a su
Padre y salvarnos (Fil 2, 5-11), vamos a detenernos en el más infame y deshonroso de los pecados o
actitudes de una persona: la soberbia.
Nuestra Soberbia debería avergonzarnos siempre ante Cristo Crucificado

Nada hay más paladino y detestable que la soberbia.

Nada hay más visible y amable que la humildad.

No hay mayor fuente de maldición que la soberbia.

No hay mayor fuente de bendición que la humildad.

Con esto está dicho todo lo que podemos decir de la soberbia y de su remedio más poderoso de
sanación, con la gracia de Dios, que es la humildad.

Una mayorcita de 94 años empezó su última confesión diciendo: “He pasado toda mi vida luchando por
no ser soberbia”

Pensé en mi corazón: “Creo que todos tenemos la misma lucha”

Es muy probable que este pecado nos acompañe hasta lo más profundo  de la tumba.

1. DIOS SABE MUY BIEN LO QUE ES LA SOBERBIA

Iniciemos escuchando a la misma Sabiduría divina, que con este texto del Sirácida nos hace ver la cruda
realidad de nuestra vida y nos invita a confrontarnos con la misma Palabra de Dios y a buscar la
sanación interior.

“Hijo, actúa con dulzura en todo lo que hagas, y te querrán más que al hombre generoso.

Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y alcanzarás el favor del Señor.

Porque grande es el poder del Señor,  pero son los humildes quienes le glorifican.

No pretendas lo que te sobrepasa, ni investigues lo que supera tus fuerzas.

Atiende a lo que se te encomienda, que las cosas misteriosas no te hacen ninguna falta.

No te preocupes por lo que supera a tus obras, porque ya te han enseñado más de lo que alcanza la
inteligencia humana.
Pues las especulaciones desviaron a muchos,  y las falsas ilusiones extraviaron sus pensamientos.

Corazón obstinado mal acaba, y el que ama el peligro en él sucumbe.

Corazón obstinado se acarrea fatigas,  y el pecador acumula pecado tras pecado.

La desgracia del orgulloso no tienere medio, pues la planta del mal ha echado en él sus raíces.

El hombre prudente medita los proverbios, un oído atento es el anhelo del sabio” (Sir 3, 16-29).

“Sea cual sea su agravio, no guardes rencor al prójimo, y no actúes guiado por un arrebato de violencia.

La soberbia es odiosa al Señor y a los hombres, para ambos es un delito la injusticia.

La soberanía pasa de una nación a otra, a causa de las injusticias, las violencias y el dinero.

¿De qué se enorgullece el que estierra y ceniza?, ¡si ya en vida su vientre es podredumbre!

La larga enfermedad desconcierta al médico,  y quien hoy es rey mañana morirá.

Y cuando un hombre muere, recibe como herencia lombrices, bichos y gusanos.

Principio de la soberbia es alejarse del Señor, apartar el corazón del Creador.

Porque principio de la soberbia es el pecado, el que se aferra a ella difunde iniquidad.

Por eso el Señor les infligió asombrosos castigos, y abatió a los soberbios hasta aniquilarlos.

El Señor derribó del trono a  los poderosos, y en su lugar hizo sentar a los sencillos.

El Señor arrancó la raíz de los soberbios, y en su lugar plantó a los humildes.

El Señor arrasó los territorios de las naciones, y los destruyó hasta los cimientos de la tierra.

A algunos los arrebató y destruyó,  y borró de la tierra su recuerdo.

No está hecha la soberbia para el hombre, ni la violencia para el nacido de mujer” (Si 10, 6-18).

María Santísima, a la que encomendamos esta oración, conocía y vivía muy bien esta palabra, cuando
se declara la sierva del Señor (Lc 1, 38) y alaba al Padre Dios“que ha puesto los ojos en la humildad de
su esclava…   dispersó a los que son soberbios en su propio corazón… derribó a los potentados de los
tronos y exaltó a los humildes” (Lc 1, 48.51.52).

Un hermoso ejemplo femenino de humildad. El comportamiento y la oración humildes de la Reina


Ester                                                                                                                   

“Tú lo conoces todo, tú sabes, Señor,que no por insolencia, orgullo o pundonor, me negué a inclinarme
ante e lorgulloso Amán, pues gustosa besaría las plantas de sus pies por la salvación de Israel. Pero yo
lo hice por no rendir gloria a un hombre por encima de la gloria de Dios; no me postraré ante nadie, sino
ante ti solo, Señor; y no dicta el orgullo mi conducta” (Est 4,17d-e).

2. LA SOBERBIA, ES EL MÁS GRAVE PECADO, COMO ACTITUD Y MANERA DE SER

En primer lugar, la soberbia se identifica con el orgullo en nuestro lenguaje; aunque puede haber un
orgullo sano, digno, respetuoso de los demás, como quien está orgulloso de sus hijos, pero con
frecuencia, ese mismo orgullo puede llevar asentirse superior a los demás y ya entra en el campo de la
soberbia con todo su cortejo de vicios y de maldades.
La soberbia es el más grave pecado contra Dios, contra el prójimo y contra sí mismo. El hombre se hace
autónomo desconociendo su condición de creatura.

La soberbia fue el primer pecado que se cometió en los tiempos inmemoriales con  Satanás que se
reveló contra Dios llevándos econsigo a otros ángeles, y el mismo, ya en el tiempo del hombre, lo llevó
al  primer pecado de rebeldía, de autonomía, de autodependencia, de autodominio.

La soberbia  nos cierra los ojos a la realidad íntima nuestra y de los demás y desconoce  que somos
imagen de Dios, y que en Cristo,todos somos hermanos.

La soberbia no nos permite aceptar nuestra dependencia de Dios y de las demás personas en la
cotidianidad de la existencia.

Se enfrenta a Dios, le discute y no acepta amorosamente su santa Voluntad.

Ignora quel o más importante es la voluntad amorosa de Dios, que quiere su bien, y jamás acepta su
dependencia.

La soberbia nos lleva a la más irracional autonomía: a prescindir de Dios y de las personas.

Por la soberbia queremos ser como Dios, hacerlo todo a nuestra imagen y semejanza.

La maldad dela soberbia es mayor cuando se levanta contra Dios y se ensaña con los pobres y los
humildes.

Por la soberbia nos estimamos exageradamente y queremos que los demás nos reconozcan y se
pongan a nuestro servicio para imponerles nuestra manera de ser,  de pensar,de ver y de resolver las
cosas. Sólo cuenta nuestro criterio. (¡Qué mentalidad tan corta e ignorante!).

Cree que se rebaja si reconoce sus equivocaciones o pide perdón y excusas.

Todo en el soberbio es puro aire, puro abultamiento del yo, sin base, sin valores reales.

La soberbia es también un acto de injusticia porque nos lleva a atribuirnos lo que es de Dios y de las
personas: cualidades, méritos, honores y gloria.

Y es irónico el constatar que nos lamentamos de la soberbia de los demás porque en fondo,todos somos
soberbios.

3. LA SOBERBIA FUENTE DE TODO PECADO.

Es lo que Dios nos hace ver en su palabra desde el capítulo 3º del Génesis. La soberbia está a la raíz del
pecado original y por eso es la fuente y raíz de todos los pecados,y es por lo tanto la puerta para todo
otro pecado; por eso también es el primer pecado capital.

La soberbia es fuente de muchos delitos; por eso se ora al Señor: “Guarda a tu siervo también del orgullo
no sea que me domine; entonces seré irreprochable, libre de delito grave” (Sal 19, 14).

Vanidad, vanagloria, sobreautoestima, ostentación, hipocresía, jactancia, celos,violencia, rencores,


prepotencia, son algunos de los vicios que engendra la soberbia.

Mientras más se tenga en el corazón es mayor fuente de pecados: los humildes pecan poco, los
soberbios demasiado.

Hay una soberbia que se percibe claramente en las relaciones humanas, pero hay otra soberbia
camuflada, que se expresa, cuando damos a entender que nada nos importa, que las ofensas no nos
hieren, que nada queremos sino servir al Señor y a las personas, pero en realidad nos estamos
exhibiendo y poniendo como modelos.

Esa soberbia tiene toda la sutileza del orgullo satánico.  

El soberbio es sutil, sabe que si da la repulsiva cara tal cual es todos saldrían corriendo,  por eso se
camufla de mucho saber y conocer, imagina y disfraza lo que piensa; busca demostrar con razones que
lo malo es bueno;  se hace abanderado de los valores como la justicia para ocultar sus odios y
resentimientos sociales;   proclama una supuesta verdad para juzgar, despreciar y condenar a los
demás; hace todo para exhibirse pensando que es el  único que vale, que se sacrifica (¡Qué heroísmo!);
ayuda alos demás para humillarlos.

Cuando el soberbio finge actitudes de humildad, ha llevado su soberbia al punto máximo.

4. PARADÓJICAMENTE, LA SOBERBIA ES POR NUESTRA DEBILIDAD E IGNORANCIA.

La soberbia es la expresión máxima de la debilidad de una persona y su lado más flaco. Las personas
que tienen un bajo perfil buscan elevarlo con el protagonismo ridículo que les propone su misma
soberbia.

La soberbia es el punto más débil y frágil que tenemos todos los seres humanos.

Hizo bien Dios en hacernos de barro: si así somos tan orgullosos, ¿qué tal si nos hubiera hecho de oro?

El soberbio es un acomplejado. Razón tenía Voltaire: “Aquel que es demasiado pequeño tiene un orgullo
grande”.

El soberbio es un ignorante: no conoce adecuadamente sus capacidades, se sobre valora y puede caer 
en la arrogancia, la prepotencia y la presunción.

Se atribuye todo el bien a sí mismo y cierra la puerta a las bendiciones de Dios.


Es tan ciego en sí mismo el soberbio, que no acepta ninguna crítica porque piensa que lo están
atacando,  no lo aprecian y valoran sus supuestas e imaginarias cualidades y capacidades.

No acepta la corrección y no reconoce sus errores.

Jamás pensará que Dios se puede valer de las personas y de la Iglesia, para reprendernos y ayudarnos
a ser mejores.

El  soberbio, es tan irracional, que  achaca a los demás sus frustraciones y cuanto no le sale bien; piensa
que se merece todos los aplausos y reconocimientos y le es insoportable, como dice Jesús,  no ocupar el
primer puesto (Lc 14, 7-11).

El soberbio estan estúpido, que se defiende atacando a los demás, juzgándolos, condenándolos.

Menosprecia a los demás, no reconoce sus valores y capacidades.

Por eso es muy difícil para el soberbio reconocer sus pecados y buscar el perdón de Dios,como vemos
en la parábola del fariseo y del publicano (Lc 18, 9-14).

Sus únicas prioridades en la vida son él y sus cosas.

Es realidad es un ignorante porque no se da cuenta de la necedad en que vive.

Si el soberbio supiera mirarse al espejo, se despreciaría cada vez más.

Por ignorante se priva de las riquezas espirituales de los demás: pues no quiere conocerlas y valorarlas.
Se engaña así mismo creyendo verdad lo que el mismo se fabrica para estar por encima de los demás.

El soberbio es absurdo, construye mal su vida: “Ruin arquitecto es la soberbia; los cimientos pone en lo
alto y las tejas en los cimientos” (Quevedo).

Todo en la soberbia se convierte en vanidad, en nada: “¿De qué nos ha servido nuestro orgullo ¿Qué
nos han reportado las riquezas de que presumíamos?” (Sb 5, 8).

Del tal manera enceguece la soberbia que hace al hombre, irracional y escéptico.

Es tan poco sensato el soberbio que no se da cuenta de que por su orgullo vive metido enl os peores líos
con lo demás hasta convertirse en un antisocial.

5. EL SOBERBIO ES  UN ANTISOCIAL.

En eso nos podemos convertir usted y yo por la soberbia: en antisociales.

Con la soberbia nos matamos a nosotros mismos y a los que viven con nosotros; por eso nadie nos
busca ni quiere estar con nosotros.

La soberbia nos aísla de los demás, de la comunión con las personas, inclusive más cercanas.Dice
Amado Nervo: “Si eres orgulloso conviene que ames la soledad: los orgullosos siempre se quedan
solos”.

El soberbio es anti-sociedad, anti-comunidad, porque es conflictivo, problemático, intolerante, agresivo,


violento, rencoroso, no apto para convivir con las personas y es la peor  peste que pueda tener una
familia, una comunidad, un grupo humano, dice san Juan Eudes.

Todas las divisiones que tenemos en el hogar, en las comunidades, en la misma amistad y en la relación
amorosa, no tienen otra fuente que la soberbia.

El soberbio atenta con su manera de ser y de pensar contra los más bellos valores de la convivencia
humana: la solidaridad, la equidad, la igualdad, la justicia, la armonía, la paz, el amor, la amistad, la
verdad, la imparcialidad, el respeto,la misma vida.

Rompe el equilibrio de los grupos por creerse superior, cuando todos comparten sin complicaciones.

Cree que su cultura, su raza, su condición es superior a la de los demás, sin darse cuenta de que él es el
bárbaro, el incivilizado, el inculto, el maleducado, el tarado.

Piensa así en su corazón: ¡Qué estúpida es la gente que no capta, ni mide, no comprende mi absoluta
superioridad! ¿Cómo no se dan cuenta de mi calidad y superioridad, de mi clase y exquisitez, de mi
grandeza fuera de serie? (-¡Qué bastardía!-).

Siempre quiere estar por encima de los demás y que lo tengan por alguien importante, por eso miente y
maneja a las mil maravillas sus fantasías.

A nadie cede el paso ni el lugar que supone le pertenece.

Quiere imponerse con sus capacidades reales o imaginadas, y como es torpe a menudo, su vida de
trabajo de equipo y de grupo es un fracaso.

No tiene sentido del humor, de aquellas cosas del cotidiano que hacen reír, gozar de la vida sanamente,
porque le tiene pánico, terror a quedar en ridículo.

Pablo conocía muy bien esta condición del soberbio: “¡No está bien vuestro orgullo!¿No sabéis que un
poco de levadura fermenta toda la masa? Eliminad la levadura vieja, para ser masa nueva, pues sois
ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con
vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de sinceridad y verdad”  (1 Cor
5,6-8.

El falso doctor “está cegado por el orgullo y no sabe nada: sino que padece la enfermedad de las
disputas y contiendas de palabras, de donde proceden las envidias, discordias, maledicencias,
sospechas malignas, discusiones sin fin propias de gentes que tienen la inteligencia corrompida” (1 Tm
6, 3-5)

El soberbioc omo antisocial es una verdadera fiera de la que hay que huir: “Mira a la cara a los más
altivos, es el rey de los hijos del orgullo” (Jb 41, 26). (En Job los hijos del orgullo son las fieras).

Es tan antisocial y mortificante el soberbio, que es objeto de la oración del humilde:“Enmudezcan los
labios mentirosos que hablan insolentes contra el justo, llenos de orgullo y desprecio” (Sal 31, 19).

El soberbio no tiene relaciones humanas de calidad porque no le importan los demás, ni siquiera lo que
los otros hacen por él: no dan nada en retorno,  no colaboran en las obras comunes,  prestan dinero y no
les importa las necesidades de quien les ha prestado, pues creen que todo se les debe.

Lo grave con el soberbio es que puede encontrar personas sumisas que se someten a sus atropellos y
maldades.

Cuando está en la prosperidad es prepotente, altanero, egoísta; cuando está en la quiebra,ostenta una
detestable humildad.

En realidades una desgracia ser soberbio.

6. LA  GRAN DESGRACIA DE SER SOBERBIO.

Dicen que las desgracias llegan juntas y en el caso del soberbio se cumple a cabalidad.

Piense en todas las cosas malas que le han pasado en la vida, o le han salido mal, y encontrará, que en
muchos casos, la causa está en la soberbia.

La soberbia al engendrar tantos vicios, es uno de los pecados que más males atrae sobre la misma
persona: siempre trae su castigo.

Uno de tantos  casos  de soberbia que nos trae  la Biblia para indicarnos que la soberbia trae la
desgracia; el caso del rey Ozías (781-740):

“Mas, una vez fortalecido en su poder, se en soberbeció hasta acarrearse la ruina, y se rebeló contra
Yahvé, su Dios, pues entró en el templo de Yahvé para quemar incienso sobre el altar del incienso. Fue
tras él Azarías, el sacerdote, y con él ochenta sacerdotes de Yahvé, hombres valientes, que se opusieron
al rey Ozías y le dijeron: «No te corresponde a ti, Ozías, quemar incienso a Yahvé,sino a los sacerdotes,
los hijos de Aarón, que han sido consagrados para quemar el incienso. ¡Sal del santuario porque estás
prevaricando, y tú no tienes derecho a la gloria que viene de Yahvé Dios!» Entonces Ozías, que tenía en
la mano un incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira, y mientras se irritaba contra los sacerdotes,
brotó la lepra en su frente, a vista de los sacerdotes,en el templo de Yahvé, junto al altar del incienso. El
sumo sacerdote Azarías y todos los sacerdotes volvieron hacia él sus ojos, y vieron que tenía lepra en la
frente. Por lo cual lo echaron de allí a toda prisa; y él mismo se apresuró a salir, porque Yahvé le había
herido. El rey Ozías quedó leproso hasta el día de su muerte, y habitó en una residencia aislada, porque,
como leproso, había sido excluido del templo de Yahvé. Jotán, hijo del rey, estaba al frente del palacio
real y administraba justicia al pueblo del país” (2 Cro 26, 16ss).
El soberbios e condena en vida y él mismo, desde el abismo en que cae por su soberbia, se hace
incapaz de salir.

Las caídas del soberbio, son aparatosas y no encuentra misericordia: “el que se eleva como palma cae
como coco”. Y mientras más alto cree estar uno, es peor la caída.

El soberbio es la persona que más sufre, sin quien la compadezca en sus caídas y fracasos.

Al  humilde muchos le dan la mano, al soberbio, prácticamente, todo el mundo se la niega, por sus
actitudes pasadas, se ha hecho indigno de la ayuda; hay que tener un espíritu muy cristiano para
acercarse al soberbio cuando está pasando por un momento de necesidad o pide ayuda.
El soberbio es extremadamente sensible, susceptible, quisquilloso, puntilloso (-¡Pobrecómo se sentirá!-)
y por eso anda con tantas afectaciones.

En la Biblias olo hay términos de desprecio para hablar del soberbio: “Hemos oído la arrogancia de
Moab: ¡es  muy arrogante!, su orgullo, su arrogancia, su altanería y la soberbia de su corazón” (Jer 48,
29).

El soberbio atrae sobre sí el castigo: “Es Yahvé Sebaot quien ha planeado profanar el orgullo de toda su
magnificencia y envilecer a todos los nobles de la tierra” (Is23, 9).

El soberbio es obligado a humillarse a sí mismo, lo que no pasa con el humilde: “El propio orgullo humilla
al hombre, el espíritu humilde obtiene honores” (Pr 29.23).

El soberbio es un perro con collar, un esclavo de sí mismo, con su actitud y los males que sobre sí
acarrea: “Por eso el orgullo es su collar, la violencia el vestido que los cubre” (Sal 73, 6).

La soberbia trae siempre el castigo, en cambio la humildad la protección del Señor: “Amad a Yahvé,
todos sus amigos, a los fieles protege Yahvé; pero devuelve con crece sal que obra con orgullo” (Sal 31,
24).

Todo lo que el soberbio hace al humilde, lo paga: “El orgullo del malvado acosa al desdichado,  queda
preso en la trampa que le ha urdido” (Sal 10.2).

La soberbia nos engaña y luego nos precipita en el abismo: “El espanto que infundías te engañó, la
soberbia de tu corazón, tú, el que habitas en las hendiduras de la roca, que ocupas lo alto de la cuesta.
Aunque pongas en alto, como el águila, tu nido, de allí te haré bajar -oráculo de Yahvé.” (Jer 49, 16).
“La soberbia de tu corazón te ha engañado, a ti que habitas en las grietas de la roca, que pones tu
morada en las alturas, y dices para ti: «¿Quién me hará caer por tierra?» Aunque te remontes como el
águila, y anides entre las estrellas, de allí te abatiré yo -oráculo deYahvé.” (Abd 3).

La soberbia nos obligará a cargar con lo que no deseamos: “por el justo juicio de Dios cargarás con la
pena merecida por tu soberbia” (2 Mc 7, 36).

La mala situación del soberbio está expresada en estas palabras: “la soberbia acarreala ruina y prolija
inquietud” (Tob 4, 12); “La soberbia precede a la ruina y el orgullo a la caída” (Pr 16, 18).

Todo esto es suficiente para darnos cuenta de la necesidad que tenemos de ser sanados de nuestra
maldita soberbia.
 
7. LA SANACIÓN DE LA SOBERBIA.

Para la sanación de la soberbia es necesario que el soberbio contemple a Jesucristo, humillado hasta la
muerte de cruz por nuestros pecados y para salvarnos, que acepte la gracia de Dios, ponga de su parte,
se dé cuenta de  su estupidez, y emprenda el camino largo y simple de la humildad.
Necesita ser muy realista y colocarse a sí mismo y a los demás en su puesto, lo mismo que las cosas.

Evitar compararse con los demás, y saber presentarse  ante Dios con sus valores y pecados.

Descubrir con el poder del Espíritu Santo el poder grandioso y sanativo de la humildad y saber pasar por
humillaciones.

Saber pedir perdón a Dios y a las personas reconociendo con valentía sus equivocaciones y faltas.

Al soberbio se le hace muy difícil aceptar que Jesús sufrió terriblemente por él, por sus pecados.

Y si es sicólogo, psiquiatra, su soberbia será tal, que dirá que no tenemos porqué crear complejo de
pecado en la gente, hablando del sufrimiento redentor.

Necesitamos confiar en los demás, abrámonos a su crítica sana, para que nos ayuden a descubrir las
mascaradas de nuestra soberbia.

Vivamos como ofrenda de amor, refiriendo todo a Dios, pues todo  depende de Él, como nos dice Pablo
(1 Co 4, 7):todo es don recibido y hay que vivir en gratitud al Señor.

Hacerlo todo por la gloria del Señor desde los alimentos (1 Co 10, 31).

Hacer todo en el nombre de Jesús, manso y humilde (Mt 11, 29; Col 3, 17).

Buscar vivirla renuncia para adherirnos al Señor, de manera que nuestra vida sea una continuación y un
completar su vida (San Juan Eudes).

Cuando nosdice Jesús que aprendamos de Él (Mt 11, 29) pidámosle que se forme en nuestro corazón
con sus actitudes y sentimientos, y sobe todo con su profundísima humildad.

Si tenemos un puesto de servicio como padres, maestros, pastores, estemos muy atentos: para servirle
al Señor en el hogar y en la comunidad hay que ser humilde. El Señor concede el pastoreo de su pueblo
a los humildes, a los que saben amar; por eso pide a Pedro una triple profesión de amor (Jn 21, 15ss).
También dice Pablo: “Queno sea neófito, no sea que, llevado por la soberbia, caiga en la misma
condenación del diablo” (1 Tm 3, 6).

Para sanar es necesario vivir en la actitud que nos pide la Palabra: “Aborrezco soberbia y arrogancia,
mal camino y lengua falsa” (Pr 8, 13).

Finalmente, la paz entrará en nuestros corazones y en el hogar cuando echemos fuera la soberbia.

Ahora demos vuelta a la medalla y contemplemos lo que es la humildad que nos sana de toda soberbia y
de sus malas consecuencias.

Tal vez es la primera vez en la vida que usted va acontemplar de la mano de San Juan  Eudes lo que es
la humildad. Tómelo con calma, con amor, abandonándose al Dios de la misericordia y de la ternura. 
 
8. LA DIGNIDAD, LA NECESIDAD Y LA IMPORTANCIA DE LA HUMILDAD CRISTIANA.

Si tienes un verdadero y perfecto deseo  de vivir cristiana y santamente, uno de los más grandes y 
principales cuidados que debes tener, es el de establecerte conscientemente en la humildad cristiana;
porque no hay virtud más necesaria  e importante. Es la que nuestro Señor nos recomienda con más
cuidado e instancia en estas divinas y amables palabras, que debemos repasar  a menudo con amor y
respeto, espiritual y vocalmente: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis
vuestro descanso” (Mt 11, 29). San Pablo llama a estavirtud, la virtud por  excelencia de Jesucristo.Y es
la virtud propia y especial de los cristianos, sin la cual es imposible ser verdaderamente cristiano. Ella es
el fundamento de la vida y santidad cristiana. Es la guardiana de todas las demás gracias y virtudes. Ella
nos atrae a nuestras almas bendiciones de toda clase: porque es en las almas humildes donde el
grandísimo y humildísimo Jesús encuentra su descanso y sus delicias, según su palabra: “En ese pondré
mis ojos,para establecer mi morada y mi descanso, en el que es humilde y se estremece ante mis
palabras” (Is 66, 2).

Esta virtud, unida al amor sagrado, es la que hace santos y grandes santos. Porque la verdadera medida
de la santidad es la humildad. Dame un alma que sea  verdaderamente humilde, y te diré que es
verdaderamente santa, y si es grandemente humilde, es grandemente santa; y  si es muy humilde, es
muy santa, adornada de virtudes de toda clase, Dios es muy glorificado en ella; Jesús reside en esta
alma, que es su tesoro y el paraíso de sus delicias; y será grandísima y altísimamente elevada  en el
reino de Dios, según la palabra de la Verdad eterna: “El que se humilla, será ensalzado”(Mt 23, 12). Al
contrario, un alma sin humildad, es un alma sin virtud, es un infierno, es la morada de los demonios, es
un abismo de todos los vicios.

En fin en  cierta manera se puede decir que la humildad es la madre de Jesús, porque gracias a ella la
santísima Virgen se hizo digna de llevarlo en sí. También por esta virtud nos haremos dignos de formarlo
en nuestras almas y de hacerlo vivir y reinar en nuestros corazones. Por eso debemos amar, desear y
buscar extremadamente esta virtud. Por eso quiero detenerme más en este tema.

9. LA HUMILDAD DE ESPÍRITU.

Hay dos clases de humildad: a saber la humildad de espíritu y la humildad de corazón, que juntas
realizan  la perfección de la humildad cristiana.

La humildad de espíritu es un profundo conocimiento de lo que realmente somos delante de los ojos de
Dios. Porque para conocernos bien, es necesario mirarnos, no según lo que aparecemos ante los ojos y
el juicio engañoso de los hombres, ni desde  la vanidad y  presunción de nuestro espíritu, sino según lo
que somos a los ojos y el juicio de Dios. Para ello es preciso mirarnos a la luz y  verdad de Dios, por
medio de la fe.

Así, si nos miramos a esta luz celeste y con los ojos divinos, veremos, que:

1) Como hombres, no somos más que tierra, polvo, corrupción, nada; nada poseemos, nada podemos,
nada somos por nosotros mismos. Porque la criatura habiendo salido de la nada es nada, no tiene nada
y no puede nada por sí misma.

2) Como hijos de Adán y como pecadores, nacimos en pecado original, enemigos de Dios, sometidos al
diablo, objeto de la abominación del cielo y de la tierra, incapaces de hacer algún  bien y de evitar algún
mal por nosotros mismos y por nuestra propia fuerza; no tenemos  otra vía de salvación  que renunciar a
Adán y cuanto tenemos de él, a nosotros mismos, a nuestro propio espíritu y a nuestras propias fuerzas,
para darnos a Jesucristo y entrar en su espíritu y su virtud. Es muy cierto lo que Él nos dice, que “no
podemos liberarnos de la servidumbre del pecado si Él no nos libra de él” (Jn 8, 33-36); que “sin Él no
podemos hacer absolutamente nada”(Jn15, 5), y que “después de haber hecho todo podemos y
debemos decir con verdad que somos siervos inútiles” (Lc 17, 10). Igualmente, san Pablo nos dice que
“por nosotros mismos somos incapaces de atribuirnos cosa alguna como propia y queto da nuestra
capacidad viene de Dios” (2 Co 3, 5); y que “no podríamos pronunciar  el santo nombre de Jesús sin la
asistencia de su Espíritu” (1 Cor 12, 3).

Esto procede no sólo de la nada de la criatura, que es nada en sí misma y no puede nada,  sino también
del sometimiento que tenemos al pecado, porque hemos nacido de Adán que nos engendró, es verdad,
pero dentro de su condenación; él nos dio la naturaleza y la vida,  pero dentro del poder y cautividad del
pecado, como la tenía él mismo después de su falta; no nos pudo engendrar libres, porque él mismo era
esclavo, ni nos pudo dar la gracia y la amistad de Dios que él había perdido. De modo que por justísimo
juicio de Dios llevamos todos ese yugo de iniquidad que la Escritura llama “el reino de la muerte” (Rm 3,
14.17) que nos impide realizar las obras de libertad y de vida, es decir las obras de la verdadera vida y
libertad, propia de los hijos de Dios, sino sólo obras de muerte y de cautividad, obras  privadas de la
gracia de Dios, de su justicia y santidad. ¡Oh qué tan grande es nuestra miseria e indignidad que fue
preciso que el Hijo de Dios nos adquiriera con su Sangre hasta el más pequeño pensamiento  de servir a
Dios, aún hasta el permiso de presentarnos delante de Él! Pero esto no es todo.

Si nos miramos a la  luz de Dios, veremos que, como hijos de Adán y como pecadores, no merecemos
existir ni vivir, ni que la tierra nos sostenga, ni que Dios piense en nosotros, ni siquiera que se tome el
trabajo de ejercer en nosotros su justicia. Por eso el santo hombre  Job tenía razón al asombrarse de que
Dios se dignara abrir los ojos sobre nosotros y que se diera la pena de juzgarnos: “¿YTú te dignas de
abrir  tus ojos sobre un ser semejante  y lo llevas a juicio contigo?” (Jb 14, 3). Es ya bastante gracia que
Él nos soporte en su presencia y permitir que la tierra nos lleve; y si no hiciera un milagro,  todas las
cosas contribuirían a nuestra ruina y perdición. Es lo propio del pecado, que al apartarnos de la
obediencia a Dios, nos ha privado de todos nuestros derechos.Como consecuencia de esto, ya no son
nuestros, ni nuestro ser, ni nuestra vida,  ni nuestras almas, ni nuestros cuerpos, ni sus facultades. El sol
no nos debe más su luz, ni los astros sus influencias, ni la tierra su soporte, ni el aire la respiración, ni los
otros elementos sus cualidades, ni las plantas sus frutos, ni los animales su servicio;  antes bien todas
las criaturas nos  deberían hacerla guerra y emplear todas sus fuerzas contra nosotros, porque
empleamos las nuestras contra Dios, para vengar la injuria que hacemos a su Creador; la venganza que
al fin los siglos todo el mundo emprenderá contra los pecadores,se debería ejercer todos los días contra
nosotros cuando cometemos nuevas ofensas. En castigo por uno solo de nuestros pecados, Dios podría
justísimamente  despojarnos del ser, de la vida, y de todas las gracias temporales y espirituales que nos
ha dado y ejercer sobre nosotros castigos de toda clase.

Veremos igualmente que de nosotros mismos, en cuanto pecadores, somos otros tantos demonios
encarnados, otros Luciferes y otros Anticristos, pues nada hay en nosotros que no sea contrario a
Jesucristo. Llevamos  en nosotros un demonio, un Lucifer, unAnticristo, es decir, nuestra propia voluntad,
nuestro orgullo y nuestro amor propio, que son peores que todos los demonios, que Lucifer y el
Anticristo;  porque todo lo que los demonios, Lucifer y el Anticristo hacen de malo, lo toman  de la propia
voluntad, del orgullo y del amor propio. De parte nuestra no somos más que un infierno lleno de horror,
de maldición, de pecado, de abominación.

Tenemos en nosotros en principio y en semilla, todos los pecados de la tierra y del infierno; la corrupción
que el pecado original ha puesto en nosotros, siendo una raíz y una fuente de pecados de toda clase,
según las palabras del Profeta–Rey: “He aquí que fui concebido en las iniquidades; mi madre me
concibió en los pecados” (Sal 51, 7). De esto se sigue que si Dios no nos llevara siempre entre los
brazos de  misericordia, si no realizara el perpetuo milagro de preservarnos de caer en el pecado, nos
precipitaríamos a cada hora en un abismo de iniquidades de toda clase. Somos, finalmente, tan horribles
y tan espantosos, que si pudiéramos vernos como Dios nos ve, no podríamos soportarnos. Por eso
leemos de una santa que pidió a Dios conocerse a sí misma, y habiéndola Dios escuchado,  se vio tan
horrible que gritaba: No tanto,Señor, que voy a flaquear. Y el Padre Maestro Ávila refiere haber conocido
a una persona que le hizo la misma súplica a Dios y se vio tan abominable que empezó a gritar con
grandes alaridos: Señor, te conjuro por tu misericordia, que apartes ese espejo de mis ojos: ya no me
interesa ver mi imagen.

Y después de esto, ¡tener buena estima de  nosotros mismos, pensar que somos y merecemos alguna
cosa! Y después de esto, ¡amar la grandeza y buscar la vanidad, complacerse en la estima y las
alabanzas de los hombres! ¡Oh, qué cosa  extraña vercriaturas tan mezquinas y miserables como somos,
querer elevarse y enorgullecerse! ¡Oh, con tanta razón el Espíritu Santo, hablando por  el Eclesiástico,
nos manifiesta que “tiene aversión y horror por un pobre que es orgulloso” (25, 3-4). Porque si el orgullo
es insoportable en cualquier persona que se encuentre, ¿qué debe ser  en aquel a quien la pobreza
obliga a una extrema humildad? Es sin embargo, este un vicio común a todos los hombres, quienes, por
grande que aparezca su condición a los ojos del mundo, llevan impresas las señales de su infamia, es
decir, su condición de pecadores que debería mantenerlos en un grandísimo abajamiento ante Dios y
ante todas las criaturas. Y sin embargo, ¡oh deplorable desgracia!, el pecado nos hace tan viles y tan
infames, que no queremos reconocer nuestra miseria, semejantes en esto a Satanás, quien siendo por el
pecado que domina en él, la más indigna de las criaturas, es sin embargo tan soberbio que no quiere
admitir su ignominia. Por eso Dios detesta tanto el orgullo y la vanidad: porque conociendo nuestra
bajeza e indignidad, y viendo que una cosa tan baja y tan indigna quiere elevarse, esto se le hace
extremadamente insoportable. Y particularmente, recordándose de que Él, la grandeza misma y que es
todo, se rebajó hasta la nada, y viendo que después de esto, la nada quiere exaltarse, ¡oh, esto le es
más que insoportable! No puede soportar que la nada pretenda encumbrarse.

Si quieres, por tanto, agradar a Dios y servirle perfectamente, dedícate conscientemente  a esta divina
ciencia  del conocimiento de ti mismo; establece  estas verdades en tu espíritu, considerándolas
frecuentemente ante Dios, y rogando todos los días a nuestro Señor que las imprima a fondo en tu alma.

Ten presente no obstante, que como hombre, como hijo de Adán y pecador, eres todo lo que acabo 
pintar, sin embargo como hijo de Dios y miembro de Jesucristo, si estás  en su gracia, tienes una vida
nobilísima y muy sublime y posees un tesoro infinitamente rico y precioso. Y ten presente también que,
aunque la humildad de espíritu te obliga a reconocer lo que por ti mismo eres y en Adán, ella no puede
ocultarte lo que eres en Jesucristo y por Jesucristo, y no te obliga a ignorar  las gracias que Dios te ha
hecho mediante su Hijo, de otra manera sería una falsa humildad; antes bien te lleva a reconocer que
todo lo bueno que hay en ti vienede la purísima misericordia de Dios, sin que lo hayas merecido. He ahí
en qué consiste la humildad de espíritu.
 

10. LA HUMILDAD DE CORAZÓN.

No basta la humildad de espíritu  que nos da a conocer nuestra miseria e dignidad. La humildad de
espíritu sin la humildad de corazón es una  humildad diabólica; porque los demonios que carecen de la
humildad de corazón, tienen la humildad de espíritu, porque conocen muy bien su indignidad y maldición.
Por eso nosotros debemos aprender de nuestro divino Doctor, que es Jesús, a ser humildes no solo de
espíritu, sino también de corazón.

Así pues, la humildad de corazón consiste en amar nuestra bajeza y abyección, en sentirse agusto de
ser pequeños y despreciables; tratarnos en nuestro particular como tales; alegrarnos de ser estimados y
tratados como tales por los demás; no excusarnos o justificarnos sino por necesidad mayor; no quejarnos
jamás de nadie, recordando que al llevar dentro de nosotros mismos la fuente de todo mal, somos dignos
de toda clase de reproches y malos tratos; amar y abrazar con todo nuestro corazón, los desprecios,
humillaciones, oprobios, y todo lo que nos pueda abajar, y esto por dos razones:

1ª. Porque  merecemos toda clase de desprecios y humillaciones y que todas las criaturas tengan
derecho de perseguirnos y pisotearnos: más aún, ni merecemos que se tomen el trabajo de hacerlo.

2ª. Porque debemos amar lo que el Hijo de Dios ha amado tanto y colocar nuestro centro y nuestro
paraíso, durante esta vida, en las cosas que Él escogió para glorificara su Padre, a saber, los desprecios
y humillaciones de los que toda su vida estuvo llena.
 

Además la humildad de corazón consiste, no sólo en amar las humillaciones, sino también en odiar y
tener por abominable toda grandeza y vanidad, siguiendo este divino oráculo salido de la boca sagrada
del Hijo de Dios, que te ruego considerar atentamente y grabar fuertemente en tu espíritu: “Lo que es
grande ante los hombres, es abominación ante Dios” (Lc 16,15). He dicho toda grandeza, porque no es
suficiente despreciar las grandezas temporales y detestar la vanidad de la estima y de las alabanzas
humanas, también y mucho más, debemos detestar la vanidad que pueden producir cosas espirituales, y
debemos temer y huirlo que es vistoso y extraordinario a los ojos de los hombres, en los ejercicios de
piedad, como las visiones, los éxtasis, las revelaciones, el don de hace milagros y cosas semejantes. No
solamente no debemos desear ni pedir a Dios estas gracias  extraordinarias, aunque el alma reconociera
que Dios le ofrece alguna de esas cosas, debería retirarse al fondo de su nada, estimándose demasiado
indigna de estos favores, y pedirle en su lugar, otra gracia menos vistosa a los ojos humanos, más
conforme con la vida escondida y despreciada que llevó en la tierra.

Porque aunque es verdad que nuestro Señor, encuentra gusto en colmarnos de sus  gracias ordinarias y
extraordinarias, por el exceso de su bondad, también le agrada en extremo ver que por un sentimiento
sincero de nuestra indignidad y por el deseo de asemejarnos a Él en su humildad, rehuyamos todo
cuanto es grande a los ojos de los hombres. Quien no se halla en esta disposición dará lugar a  muchos
engaños e ilusiones del espíritu de vanidad.

Debes tener en cuenta, sin embargo, que hablo de cosas extraordinarias y no de las acciones que son
comunes y ordinarias en los verdaderos servidores de Dios, como comulgar frecuentemente, arrodillarse,
por lo menos tarde y mañana para tributar a Dios nuestros deberes, y esto en cualquier lugar o compañía
que se pueda; acompañar por las calles al Santísimo Sacramento cuando se le lleva a un enfermo;
mortificar su carne por medio del ayuno, o de la disciplina, o de  otra penitencia; recitar su  rosario, u
orar, sea en la iglesia, en casa o de camino,  servir y visitar a los pobres o a los  prisioneros o hacer
cualquier obra de piedad. Porque debes estar atento que al querer  omitir el ejercicio de tales acciones
con el pretexto de falsa humildad, lo omitas más bien por cobardía. Si el respeto humano o la vergüenza
del mundo se oponen a lo que debes a Dios hay que superarlos, 

o, pensando que no debes tener vergüenza, sino tener como  gloria grande ser cristiano, y actuar como
cristiano y servir y glorificar a Dios delante de los hombres y a la faz de todo el mundo. Pero si el miedo a
la vanidad y la vana apariencia de una humildad postiza quieren impedirte realizar esas acciones, tú
debes rechazarlas, declarando a nuestro Señor que lo haces únicamente por su gloria y considerando
que todas estas obras son tan comunes a todos los verdaderos servidores de Dios y deben ser tan
frecuentes en todos los cristianos, que  no hay motivo de vanidad en una cosa que muchos hacen y que
todo el mundo debería hacer.

Sé muy bien que nuestro Señor Jesucristo nos enseña a ayunar, a dar limosna y a orar en secreto; pero
el gran san Gregorio declara que se trata de la intención y no de la acción (Homilía XI sobre los
Evangelios), es decir, que nuestro Señor no prohíbe que realicemos estas acciones u otras semejantes
en público, ya que nos dice en otra parte: “Que brille vuestra luz ante los hombres para que al ver
vuestras buenas obras den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16);pero quiere que
nuestra intención se mantenga secreta y escondida, es decir que, en las acciones exteriores y
públicas que realizamos , tengamos en el corazón la intención de realizarlas, no para agradar a los
hombres, o buscando vanos aplausos, sino para agradar a Dios y  buscar  su gloria.

Finalmente, la verdadera humildad de corazón que nuestro Señor Jesucristo quiere que aprendamos de
Él y que es la perfecta humildad cristiana, consiste en ser humildes como lo fue Jesucristo en la tierra; es
decir, en odiar todo espíritu de grandeza y de vanidad, amar el desprecio y la  abyección, en escoger
siempre en todas las cosas lo que es más vil y  humillante y estar en disposición de ser humillados como
Jesucristo  se humilló en su Encarnación, en su vida, en su Pasión y en su Muerte.

En su Encarnación “se anonadó a Sí mismo, como dice san Pablo, tomando la forma de esclavo” (Fil 2,
7); quiso nacer en un establo, someterse a las debilidades y servidumbres de la infancia y se redujo a mil
otros abajamientos. En su Pasión dijo de Sí mismo: “Soy un gusano y no un hombre, vergüenza de la
gente y desprecio del pueblo” (Sal 21, 7); llevó sobre sí la ira y el juicio de su Padre, cuya severidad es
tan grande que le hace sudar sangre y en tal abundancia que la tierra del jardín  de los Olivos se empapó
toda. Se sometió al poder de las tinieblas como Él mismo lo afirma (Lc 22, 53), es decir, de los demonios,
quienes por medio de los Judíos,de Pilato, de Herodes, le hicieron padecer todas las indignidades  del
mundo. La Sabiduría increada es tratada,  por los soldados y por Herodes, como si fuera un bellaco. Es
azotado y clavado en la cruz como  un esclavo y un ladrón. Dios, que debía ser su refugio, lo abandonó y
lo miró como si Él solo hubiera cometido todos los crímenes del mundo. Y, finalmente, para hablar según
el lenguaje de su Apóstol,“fue hecho anatema y maldición por nosotros” (Ga 3, 13), más aún, ¡oh extraño
y espantoso envilecimiento!, el poder y la justicia de Dios lo hizo pecado, porque así dice san Pablo:
“Dios lo hizo pecado por nosotros” (2 Co 5, 21); es decir, que no sólo cargó con las confusiones  y
abajamientos que merecen los pecadores, sino también con todas las ignominias e infamias del pecado
mismo que es el estado más vil y más ignominioso al que Dios pueda reducir al más grande de sus
enemigos. ¡Oh Dios, cuánta humillación para un Dios, para el Hijo único de Dios, para el Señor del
universo, ser reducido a este estado! Oh, ¿será posible, Señor Jesús, que ames tanto al hombre hasta
anonadarte en esa forma por su amor? ¿Cómo podrás tener vanidad, oh hombre, cuando ves a tu Dios
tan abajado  por el amor a tí? ¡Salvador mío,que yo sea humillado, anonadado contigo, que entre en los
sentimientos de tu profundísima humildad y que esté dispuesto a sufrir las confusiones y
abajamientos que se deben al pecador y al pecado mismo.

Es en esto que consiste, la perfecta humildad cristiana, en querer ser tratado, no olamente como se
merece un pecador, sino en llevar  todas las ignominias y envilecimientos, que se deben al mismo
pecado ya que nuestra Cabeza que es Jesús, que es  el Santo de los santos y la santidad misma, los ha
sufrido  y más lo merecemos nosotros, que somos pecado y maldición por nosotros mismos. Oh, si
grabamos profundamente estas verdades en nuestro espíritu, encontraremos que tenemos un gran
motivo para gritar y decir  a menudo con santa Gertrudis: “Señor, uno de los milagros más grandes  en
este mundo es permitir que la tierra me sostenga”(Legado de la divina Piedad, lib.1, c.XI).

11. PRÁCTICA DE LA HUMILDAD CRISTIANA.

Al ser tan importante y necesaria, como se ha dicho, la humildad cristiana, debes buscar toda clase de
medios para afianzarte en esta virtud.

Con este fin, te exhorto nuevamente a leer y releer frecuentemente y a considerar y pesar atentamente
las verdades que te he propuesto, sobre la humildad de espíritu y la humildad de corazón, y las que te
quiero proponer aquí; y suplicar a nuestro Señor, que Él mismo las imprima en tu  espíritu y te haga
producir en el corazón y en el alma los sentimientos y los efectos.  No basta que conozcas, en general  y
superficialmente, que nada eres, que no tienes poder alguno de obrar el bien y de evitar el mal, que “todo
bien desciende de lo alto, del Padre de las luces” (St 1, 17), y que toda obra buena nos viene de Dios
mediante su Hijo; también es preciso, afirmarte poderosamente en una profunda convicción y en un vivo
sentimiento de tu cautividad bajo la ley del pecado, de tu inutilidad, incapacidad e indignidad para servir a
Dios,de tu insuficiencia para todo bien, de tu nada,  de tu extrema indigencia y urgente necesidad que
tienes de Jesucristo  y de su gracia.

Por eso debes llamar a gritos constantemente a tu Liberador y acudir, en todo momento a su gracia,
apoyándote únicamente en su poder y bondad.
Dios permite a veces que luchemos largo tiempo para vencer alguna pasión y para establecernos en
alguna virtud y que no adelantemos mucho en lo que pretendemos, para que reconozcamos, por
experiencia, lo que somos y podemos por nosotros mismos y esto nos obliga a buscar fuera de nosotros,
en nuestro Señor Jesucristo la fuerza para servir a Dios. Dios sólo quiso enviar a su Hijo al mundo
después de que el mundo lo deseó miles de años, y experimentó por espacio de dos mil años que no
podía observar su ley, ni librarse del pecado y que necesitaba un espíritu y una fuerza nueva para resistir
al mal y obrar el bien: nos mostraba así que quería que reconociéramos más nuestra miseria para darnos
su gracia.

Según esta verdad, debes reconocer cada día delante de Dios  tu miseria, tal como Dios la conoce, y
renunciar a Adán y a ti mismo, porque no sólo él, sino también tú has pecado y hipotecado tu naturaleza
al diablo y al mal. Renuncia, pues, totalmente a ti mismo, a tu propio espíritu, a todo el poder  y 
capacidad que creas poseer en ti. Porque todo el poder que Adán ha dejado  en la naturaleza del hombre
es solo impotencia; sentir  que cuanto poseemos es pura ilusión, presunción  y falsa opinión de nosotros
mismos; sólo tendremos verdadero poder y libertad para el bien, cuando nos renunciemos y salgamos de
nosotros mismos y de todo lo nuestro, para vivir en el espíritu y el poder de Jesucristo.

Después de renunciar, adora a Jesucristo, entrégate plenamente a Él y ruégale que ejerza sobre ti los
derechos de Adán y los tuyos, porque Él adquirió los derechos de los pecadores con su Sangre y con su
Muerte, y quiere vivir  en ti en lugar de Adán, y despojarte  de tu naturaleza y apropiarse y emplear todo
lo que tú eres. Declárale que quieres deshacerte en sus manos de todo lo que eres, y que deseas salir
de tu propio espíritu, que es un espíritu de  orgullo y de vanidad, y de todas tus intenciones, inclinaciones
y disposiciones para vivir sólo en su espíritu, en sus intenciones, inclinaciones y disposiciones divinas y
adorables.

Suplícale que, por su inmensa misericordia, te saque de ti mismo como de un infierno,para meterte  en
Él, para establecerte en su espíritu de humildad, y esto no por tu interés o satisfacción sino para su
contento y su pura gloria. Suplícale  aúnque emplee su divino poder para destruir en ti tu orgullo y que no
cuente con tu debilidad, para establecer en ti su gloria por medio de una perfecta humildad. Y
recordando, que por ti mismo como pecador, eres un demonio encarnado, un Lucifer y un Anticristo,
como se ha dicho, por el pecado, el orgullo y el  amor propio que permanece siempre en cada uno de
nosotros, ponte frecuentemente, especialmente al comienzo de la jornada, a los pies de Jesús y de su
santa Madre y diles:

“Oh Jesús, oh Madre de Jesús, mantened a este miserable demonio bajo vuestros pies, aplastad esta
serpiente, haced morir este Anticristo con el soplo de tu boca, atad a este Lucifer para que no haga nada
en este día contra tu santa gloria”.

No pretendo decirte que cada día pronuncies delante de Dios todas estas cosas, como están aquí
registradas, sino como plazca al Señor hacértelas gustar, un día de una manera, otro día de otra.

Cuando formules deseos y propósitos de ser humilde, hazlos entregándote al Hijo de Dios para
cumplirlos, diciéndole:

“Me doy aTi, mi Señor Jesús, para entrar en tu espíritu de humildad;  quiero pasar contigo  todos los días
de mi vida en esta santa virtud. Invoco sobre mí el poder de tu espíritu de humildad, para que ella
aniquile mi orgullo y me mantenga contigo en humildad. Te ofrezco las ocasiones de humildad que se me
presenten en la vida, bendícelas, por favor. Renuncio a mí mismo y a cuanto pueda impedirme tener
parte en la gracia de tu humildad”.

Pero despuésde esto no te confíes en tus propósitos ni en esta práctica: sino apóyateúnicamente en la
pura bondad de nuestro Señor Jesús.
Lo mismo puedes con las demás virtudes o santas intenciones que presentes a Dios. Y, de esta  manera,
estarán fundadas no entimismo sino en nuestro Señor Jesucristo y en la gracia y misericordia de Dios
sobre tí.

Cuando presentemos a Dios nuestros deseos e intenciones de servirlo, ha de ser con una persuasión
profunda de que no lo podemos ni lo merecemos; que, si Dios hiciera su justicia, no soportaría siquiera 
que pensáramos en Él, y  es por su grandísima bondad  y por los méritos y la Sangre de su Hijo, que
Dios nos tolera en su presencia y nos permite esperar de Él la gracia de servirlo.

No debemos extrañarnos cuando fallamos en  nuestros propósitos; porque somos pecadores y Dios no
nos da su gracia. “Yo sé, dice san Pablo, que el bien no habita en mí, y no encuentro el medio  para
realizar el bien que deseo” (Rm 7, 18).

Nuestra debilidad  es tan grande que no basta haber recibido de Dios el pensamiento del bien; es
necesario que recibamos  también la voluntad y la resolución; y si, después de recibirlos, Dios no nos da 
el cumplir y  la perfección, no hay nada; y además de esto, todavía necesitamos la perseverancia hasta
el fin de la vida.

Por eso debemos tender a la virtud con sumisión  a Dios; debemos desear  su gracia y suplicársela, pero
extrañándonos de recibirla; y cuando caemos,  adoremos su juicio sobre nosotros, pero no nos 
desanimemos; humillémonos y perseveramos siempre en entregarnos a Él para entrar en su gracia con
mayor virtud;  y vivir siempre muy agradecidos con Él porque nos soporta en su presencia y nos da el
pensamiento de querer servirlo.Y también, si después de mucho trabajo, Dios no nos da más que un solo
buen pensamiento, debemos reconocer  que todavía  no lo merecemos, y estimarlo tanto que nos
podemos tener por muy bien recompensados por tanto trabajo. ¡Ayde mí! Si los condenados, después de
mil años de infierno, pudieran tener un solo buen pensamiento de Dios, lo tendrían para honor y gloria; y
el diablo está rabioso por lo que jamás tendrá, porque él mira el bien como una excelencia que su orgullo
desea y se ve privado de él por la maldición que soporta. Nosotros somos pecadores como ellos, y sólo
por la misericordia que Dios nos hace, que nos separa de ellos, nos obliga  a estimar sus dones y a
contentarnos con ellos; porque por pequeños que sean, son siempre más de lo que merecemos. Entra
cuidadosa y profundamente  en este espíritu de humilde reconocimiento de tu indignidad, y así atraerás a
tu alma miles bendiciones de Dios y será más glorificado dentro de ti.

Cuando Dios te concede algún favor, para ti o para otro, no atribuyas esto al poder de tus plegarias, sino
a su pura misericordia.

Si en las buenas obras que Dios, por gracia, te concede realizar, sientes alguna  vana complacencia o
algún espíritu de vanidad, humíllate ante Dios, pensando que todo el bien, viene sólo de Dios y que de ti,
solo puede salir toda clase de mal; que tienes más motivos para temer y para humillarte, a la vista  de
muchas deficiencias  e imperfecciones con que realizas tus acciones, que para inflarte y elevarte ante el
poco bien que haces, que tampoco es tuyo.

Si te censuran y desprecian, acéptalo como algo que has merecido y en honor de los desprecios y
calumnias del Hijo de Dios. Si recibes algún honor o alabanzas y bendiciones, refiérelos a Dios,
cuidándote de no apropiártelos ni adormecerte en ellos, por temor a que no sean la recompensa de tus
buenas acciones y de que caiga sobre ti el efecto de estas palabras del Hijo de Dios: “Hay de vosotros
cuando los hombres hablan bien de vosotros, porque así hacían a  los falsos profetas” (Lc 6, 26).
Palabras que  nos enseñan a considerar y temer las alabanzas y bendiciones del mundo no sólo como
viento, humo e ilusión, sino también como una desgracia y una maldición.
Ocúpate gustoso en acciones humildes y despreciables, que traen abyección, para mortificar tu orgullo; 
pero ten cuidado de hacerlas en espíritu de humildad y con sentimientos y disposiciones acordes con la
acción que ejecutas.

Al comenzar todas tus acciones humíllate siempre ante Dios, pensando que eres indigno de existir y de
vivir y por lo tanto de actuar, y que nada puedes hacer que le agrade si no te da la gracia para ello.

En síntesis, graba hondo en tu espíritu estas palabras del Espíritu Santo y llévalas cuidadosamente a la
práctica: “Humíllate en todas las cosas, y hallarás gracia ante Dios; porque el gran poder es solo de Dios,
y  es honrado por los humildes” (Sir 3, 18-20). (LeRoyaume de Jésus, Oeuvres Complètes, I, 214-233).

12. MI AMOROSA INVITACIÓN A UNA VALIENTE ORACIÓN DE SANACIÓN DE LA SOBERBIA.

Creo que usted en su vida jamás ha hecho esta sorprendente oración de sanación de la soberbia,
compuesta por san Juan Eudes. 

Si no entendemos esta oración o no somos capaces de hacerla, con mayor razón la necesitamos, porque
la misma soberbia interior, a veces camuflada, nos impide hacerla.

Ningún psicólogo, ni psiquiatra, ni seguidor de la Nueva Era o de la autoestima, ni nuestra misma


soberbia, nos  permitirán hacerla.

Esta oraciónes para valientes, para aquellos que contemplan a Jesús humillado y crucificado (Fil 2, 8) y
comprende su palabra: “El que se humilla será exaltado” (Mt 23,12)

Esta profesión de humildad  es lo máximo y es una fuente de bendiciones increíble.

Le repito, con mis respetos y mi amor: es posible que no seamos  capaces de hacerla, por nuestra falsa
y vacía autoestima.

Intente hacerla con valentía entregándose al amor del Señor y sabiendo que en la inmensa y numerosa
caravana de la soberbia, el cristiano tiene que ir encontravía.

Pidamos al Espíritu Santo que, llevó a Jesucristo a la suprema humillación de la Cruz, por la gloria del
Padre y por nuestra salvación, nos colme de su luz, de su amor y fortaleza para hacer esta oración.

“Jesús, Señor nuestro, prostrados a tus pies, con toda la humildad que nos es posible, reconocemos ante
la faz del cielo y de la tierra que:

Nada somos por nosotros mismos;

Nada podemos;

Nada valemos;

Nada tenemos fuera del pecado;

Somos siervos inútiles;

Por nuestro nacimiento natural y criminal, somos hijos de la ira y de la maldición;

Somos los últimos de todos los hombres y

Somos los primeros de todos los pecadores.

Por eso nos merecemos toda confusión e ignominia,

Y a Ti todo el honor y la gloria por los siglos de los siglos.


Jesús, Señor nuestro, ten piedad de nosotros.

(Méditationssur l´Humilité. Oeuvres Complètes, II, 72).

 
Profesión de humildad cristiana.
“Adorabilísimo y humildísimo Jesús, te adoro y te bendigo en tu profundísima humildad.

Me abajo y me confundo delante de Ti, al ver mi orgullo y vanidad y humildísimamente te suplico


el perdón.

Me entrego con todo mi corazón a tu espíritu de humildad.

Y con este mismo espíritu, y también con toda la humildad del cielo y de la tierra, abismado en lo
más profundo de mi nada, reconozco delante de todo el mundo que,

1) No soy nada, no tengo nada, no puedo nada, no sé nada, no valgo nada, y por lo tanto, por mí
mismo, no tengo ninguna fuerza para resistir al menor de los males y hacer el más pequeño bien;

2) Por mí mismo soy capaz de todos los crímenes de Judas, de Pilato, de Herodes, de Lucifer, del
Anticristo, y en general de todos los pecados de la tierra y del infierno; y si Tú no me sostuvieras
por tu grandísima bondad, caería en un infierno de abominaciones de toda clase;

3) He merecido la ira de Dios y de todas las criaturas de Dios y las penas eternas. Esto es lo que
posee y de lo que me puedo gloriar y de nada más.

Por eso, hago profesión de:

a) Buscar abajarme por debajo  de todas las criaturas, mirándome y estimándome, y buscando
ser mirado y tratado, en todo y en todas partes, como el último de todos los hombres;

b)Tener  horror a toda alabanza, honor y gloria, como veneno y maldición,   según tus palabras,
Salvador mío:   “Maldición para ustedes, cuando hablen bien de ustedes” (Lc 6, 26); y abrazar y
amar todo desprecio y humillación, como algo que se merece un miserable condenado como yo,
por la condición que hay en mí de pecador y de hijo de Adán,  según la cual, como he aprendido
de tu Apóstol, soy “por naturaleza hijo de la ira” (Ef 2, 3) y de la maldición por mi condición
natural;

c)Buscar ser totalmente anonadado en mi espíritu y en el de los demás, para no tener ninguna
mirada, ni estima ni búsqueda de mi mismo; y que del mismo modo, nadie me mire ni estime,
como algo que es nada, y que sólo a Ti, te mire y estime.

Buen Jesús,verdad eterna, imprime fuertemente  en mí estas verdades y sentimientos y que


hagan efecto en mí, por tu grandísima misericordia y para tu santa gloria” (Le Roy aume de
Jésus, Oeuvres Complètes,I, 153-154).

  

CONCLUSIÓN

Que el amor y la humildad me permitan decirle que le deseo todas las bendiciones que el Señor ha
reservado a los humildes

Sea grande,valiente, generoso, siendo humilde y encontrará en usted la fuente inagotablede la paz, del
gozo.
Propóngaselo más grande que usted puede hacer en esta vida: continuar y hacer realidad en sus
relaciones humanas, la misma vida de Jesucristo, humilde hasta la muerte de cruz.

Que el Señor con la Madre Admirable, lo bendigan abundantemente y que todo el mundo pueda decirle,
en vida y después de la muerte:

¡Bendito sea tu corazón!

 
Padre Higinio A Lopera E.  Sacerdote Eudista
Centro San Juan Eudes
Cuaresma 2008.
 

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