54 Virtudes La Humildad
54 Virtudes La Humildad
54 Virtudes La Humildad
La Humildad
La humildad es una virtud “derivada de la templanza, que nos inclina a cohibir el
desordenado apetito de la propia excelencia, donándonos el justo conocimiento de
nuestra pequeñez y miseria principalmente con relación a Dios”. (1)
“La humildad es la verdad sobre nosotros mismos. Un hombre que mide un metro
ochenta de alto pero que dice “sólo mido un metro cincuenta de alto” no es humilde. El
que es un buen escritor no es humilde si dice “soy un mal escritor”. Tales afirmaciones
se hacen para que alguien pueda negarlas y, en consecuencia, obtener un elogio a
partir de dicha negación. Sería humildad más bien quien dice:” Cualquiera sea el
talento que tenga, éste es un don de Dios y se lo agradezco”... Así dijo Juan el Bautista
cuando vio a Nuestro Señor: “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya”. Sólo se
puede llenar una caja cuando está vacía; Dios puede derramar sus bendiciones cuando
el hombre se desinfla. Algunos ya están tan llenos con su propio ego que es imposible
que entre en ellos el amor al prójimo o el amor a Dios”. (2)
El hombre antiguo y clásico tenía la sabiduría natural del hombre teocéntrico que se
admiraba ante el cosmos y la naturaleza. Se sabía pequeño ante la inmensidad del
cosmos y era respetuoso de las leyes naturales, ya fuesen ordenadas (como la belleza
y magnificencia del firmamento y sus estrellas) o desordenadas (como las tormentas,
los huracanes, los maremotos, las erupciones o el fuego arrasador). Si bien se sabía
por debajo de los dioses, dependiente de ellos, no podían concebirse como creatura
suya. Sólo después de la encarnación del hijo de Dios, Jesucristo podrá creer en un
Dios personal, trascendente y Creador y adquirir la verdadera noción de humildad.
Pocas virtudes han sido tan mal entendidas como la humildad. Para muchos, el ser
“humilde” es la imagen de un individuo mal vestido, que no se hace notar, que no habla,
que no opina de nada y aparenta no estar a la altura de ningún tema, que cree no tener
ningún talento, que se menosprecia, que ocupará siempre el último lugar y se
complacerá en ser pisoteado por todo el mundo. “A miles de hombres se les ha hecho
pensar que la humildad significa mujeres bonitas tratando de creer que son feas y
hombres inteligentes tratando de creer que son tontos” (3) cuando no es así. Para
otros, los humildes son los pobres, y la realidad es que hay pobres que son humildes
(los que aceptan con resignación y mansedumbre su pobreza porque Dios así lo ha
permitido para ellos) y otros pobres que no lo son.
Si Dios nos ha otorgado algún don, está muy bien que lo valoremos y desarrollemos
nuestros talentos. El Evangelio es claro en este aspecto: “Brille vuestra luz delante de
los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos” (Mt 5,16). Ya dijimos pero insistiremos que ser humildes no
significa despreciarnos sino tener el sentido exacto de lo que somos en relación con
Dios. De ahí que la humildad sea una virtud profundamente religiosa. Es más, sobre los
talentos que nos han sido dados, deberemos rendir cuentas el día del Juicio.
Seguramente Fray Angélico, Miguel Angel, Murillo y Mozart (por citar tan sólo algunos)
aprobaron el examen. Es más, algunas almas tímidas y poco seguras de sí mismas,
hasta necesitarán de cierto estímulo y alabanza, sólo que en este tema hay que tener
mucho cuidado porque es un terreno resbaladizo. Estas sanas ambiciones de
descollar se desordenan cuando el hombre se desorbita y cree que todo sus dones
(como la inteligencia que tanto lo confunde) son por sus propios méritos y los utiliza
para pecar de soberbia apropiándose de talentos que le han sido dados. Por ejemplo:
Si nos destacamos en un deporte (porque tenemos los talentos para ello) está bien
que lo hagamos, tanto y cuanto sea para una causa buena y noble (para representar
bien al país y ser un buen modelo para los demás). No lo contrario, que el éxito y el
dinero obtenido nos trastornen y nos lleven a la droga porque no habremos podido
resistirnos a la presión de los malos ambientes. Si tenemos una buena voz (porque
tenemos ese don natural) busquemos que las letras de nuestras canciones no
confundan ni hagan la apología del amor libre, de la droga, de la homosexualidad y
del delito.
Si estamos dotados para las ciencias biológicas dentro del ámbito de la medicina (por
nuestra gran inteligencia), que no nos manejemos con total autonomía en materia de
ética y de moral sino que recordemos que las leyes de Dios nos pondrán limites a
nuestro accionar. Ya sea en la genética humana o en la reproducción artificial.
Digámoslo claro, Dios no compite con nuestro éxito. Nuestro desarrollo y excelencia
no le quita ni poder ni soberanía en la Creación. Él es el Creador del Universo. Y
nuestro. Simplemente espera que no olvidemos éste nuestro origen. Espera que no
nos apropiemos de algo que nos fue dado y también espera que lo utilicemos para el
bien de los demás. Lo que Dios pretende de nosotros es que lo reconozcamos como
Quien es. Que tengamos a través de nuestras vidas la actitud de la humildad
expresada magistralmente en el poema que se encontró en el cadáver de un soldado
norteamericano muerto en acción:
En líneas generales, cotidianas, y en situaciones menos límites que una guerra en que
el hombre se tutea con la muerte, una actitud humilde es la que nos permitirá:
Pedir un consejo y estar preparado para escucharlo, demostrando así que otros saben
en algunos temas (o en muchos temas) más que nosotros (o tanto como nosotros) y
que necesitamos ayuda para equivocarnos menos. Es muy importante no creer que
sabemos todo y recibir la experiencia ajena nos achicará además el margen de error en
nuestras decisiones.
Pedir ayuda o un simple favor que nos hará deudores bienhechores aunque más no
sea moralmente (lo que a veces nos resulta intolerable de aceptar, que estamos en
deuda con alguien).
San Agustín, por su parte, compara la gracia con la lluvia abundante, que si bien las
cumbres altivas (como la soberbia) no pueden retenerla, sí lo hacen los valles (como la
humildad). San Agustín nos exhorta a que seamos valles y recibamos la gracia de Dios
que fecunda el alma y le permite florecer, ya que, a mayor humildad, mayor gracia se
recibe.
Notas
(1) “Teología de la perfección cristiana”. Rvdo. P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág. 612.
(2) “Camino hacia la felicidad”. Monseñor Fulton Sheen. Colección Pilares. Pág.16
(3) “Cartas del diablo a su sobrino”. C.S. Lewis.Editorial Andrés Bello. Pág.77.
(4) “Dios en las trincheras”. Rev. Padre Vicente Martínez Torrens. Ediciones Sapienza.
Pág.83
(5) “Siete virtudes olvidadas”. P. Alfredo Sáenz. Ed.Gladius.Pág.68