Charla Perseverancia
Charla Perseverancia
Charla Perseverancia
)
Nos encontramos a pocas horas de la celebración de la Vigilia Pascual, que es la
celebración litúrgica más importante del año.
Y yo, respecto a esto, quisiera señalar que tanto la Vigilia Pascual, como tantas
otras celebraciones y, en general, todas esas ocasiones en que nos vemos como
insertos en un contexto de especial gracia (por ejemplo, las misiones, un retiro, la
procesión, etc.); siempre son como picos en nuestra vida espiritual; momentos en
que nuestro entusiasmo es tal que muchas veces incluso hasta tomamos ciertas
resoluciones, hacemos promesas o simplemente renovamos nuestro compromiso
con Dios.
Y los primeros días después de estos hitos de la vida espiritual, nos esforzamos
por haces las cosas bien, por cambiar aquello en lo que estamos fallando, por ser
más responsables. Pero después, poco a poco, toda esa energía empieza a
agotarse y sin que haya pasado mucho tiempo regresa la dejadez, la pereza: nos
aburrimos de la virtud.
Y una perseverancia entendida no como un mero “estar”; porque a veces creo que
reducimos la perseverancia al simple hecho de pertenecer a un núcleo, o a nuestra
participación en una determinada labor pastoral, cuando, en realidad, la
perseverancia supone, por sobre cualquier otra cosa, un constante crecimiento
espiritual, de lo contrario ¿qué sentido tendría persever? Sería absurdo que
asumamos nuestros diversos compromisos con la parroquia, el movimiento o la
capellanía como meros eventos sociales, como una forma de conocer gente. Esa
no es la idea.
Por eso he titulado esta charla así: ¡Jesús ha resucitado! (¿Y ahora qué?); es
decir, ¿esto va a cambiar las cosas? ¿O es que nuestras vidas, quizá no en el
corto plazo, pero en el mediano y largo plazo van a seguir como siempre? ¿Como
si nada hubiese pasado?
Yo quisiera hoy transmitirles algunas ideas que creo los podría ayudar a vivir su fe
de una manera más auténtica… y que así esta pascua no sea un tiempo más del
calendario litúrgico, sino, el comienzo de una vida de fe asumida con madurez.
PARTE I
Entonces, la primera cuestión sobre lo cual me gustaría reflexionar es la siguiente:
Por ejemplo, un vegano, no tendría por qué educar a sus hijos a la manera
vegana, tal cosa no existe; es decir, si quisiera podría darles de comer
comida vegana, pero lo concerniente a los valores y principios de los chicos
no tiene nada que ver con el veganismo. Mientras que un católico, no
solamente puede educar a sus hijos a la manera católica, sino que además
puede determinar los hábitos alimenticios de sus hijos en función a su fe, y
esto es evitando la gula, que es un pecado. O sea que mientras los
veganos no pueden educar a sus hijos a la manera vegana, los católicos sí
podrían determina los hábitos alimenticios de sus hijos a la manera católica.
Yo creo que con estos ejemplos queda claro que la vivencia de nuestra fe
es mucho más que un estilo de vida, y que se inmiscuye en todos los
aspectos de nuestra vida. Y la explicación de esto es que mientras los
estilos de vida mencionados se preocupan por un dimensión de la persona,
la religión, por la persona en sí, toda ella. Una religión propone una
determinada conpcepción de persona. Una estilo de vida no, sino que su
preocupación está en lo accidental. ¿Les han enseñado en filosofía la
distinción entre el ser y los accidentes del ser? (Breve explicación)
Ya hablaremos de la esencia y la dignidad del ser humano, pero por ahora, creo
que lo más inmediato, luego de haber reflexionado sobre si la vivencia de nuestra
fe es un estilo de vida es preguntarnos ahora por nuestra identidad, porque creo
que, esa es la verdadera, pregunta de fondo respecto a lo anterior: “ok, mi fe no es
un estilo de vida, pero entonces, ¿en qué consiste ser cristiano? ¿Qué es un
cristiano?
Cita de Ratzinger.
Ahora bien, hemos dicho que somos unos privilegiados, debido a todos los dones
con Dios nos ha bendecido. Sin embargo, qué hay de las personas que no han
gozado de las mismas oportunidades que nosotros, y que tampoco han atravesado
por una adicción o han corrompido su corazón tremendamente y Dios los ha
sanado. ¿Qué motivos tendrían ellos para amarle?
Aquí hay que aclarar algo. Y creo que ustedes mismos se van a dar cuenta de la
incoherencia cuando les haga estas preguntas.
¿Amar a Dios como quien está saldando una deuda es lo adecuado (nuestra
deuda serían las oportunidades que hemos gozado, o el vernos liberados de un
determinado vicio)?
O inclusive, amar a Dios para obtener el cielo a cambio, ¿es del todo adecuado?
¿O acaso no son todas estas formas de egoísta de obrar, buscando nuestra propia
conveniencia?
Porque si el amor es buscar el bien del otro, y lo que en realidad estamos haciendo
al amar a Dios es buscar nuestro propio bienestar, nuestra propia conveniencia,
entonces estamos siendo incoherentes con la propia lógica del amor.
Evidentemente, Jesús no se equivoca, pero esta idea requiere ser entendida bajo
ciertas premisas. Amar a Dios no es el cumplimiento superficial de ciertos deberes.
Y, sobre este punto, creo que lo que Aristóteles sostiene respecto al amor podría
sernos muy iluminador. Según él, para que sea posible que se dé una relación de
amor entre dos individuos, hace falta una cierta condición de igualdad. Pero, él lo
decía refiriéndose a una igualdad en virtud. Porque solo quienes sean iguales en
virtud no buscarán del otro una cierta utilidad o placer, sino que podrán apreciar la
bondad y nobleza del hombre virtuoso.
Santo Tomás, que comentó ampliamente los textos de Aristóteles, sobre esto que
dijo el filósofo afirmó que debido a que Dios se encarnó, se hizo hombre que surgió
para los seres humanos la posibilidad de poder participar de la divinidad, dado que
el Verbo encarnado era verdaderamente hombre y verdaderamente Dios. Él sería
el puente o la plataforma que nos permitiría asemejarnos a Dios, lo que permitiría
que se dé esta condición de igualdad entre Dios y los hombre.
Piensen sino en estas frases de Jesús, “Yo soy el Pan de vida, el que viene a mí
no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”. Al decirnos esto, se está
refiriendo a la vida eternidad, a ese estado glorioso en que no habrá hambre ni
sed.
O cuando dice “el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás, sino
que el agua que Yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota
para vida eterna."
O “yo soy la puerta”. En fin, muchas veces en que Jesús es el único medio que
podrá dar lugar a nuestra filiación divina es Él.
Ahora bien, todo esto se concretó con su muerte y resurrección. ¿Qué brotó del
costado de la herida? No fue sangre y agua. Para muchos padres de la Iglesia
estas harían referencia a la Eucaristía (la sangre) y al bautismo (el agua), por
medio de los cuales participamos de su divinidad. Nos convertimos en Hijos de
Dios.
Nuestra filiación divinida, que nos fue conferida por la gracia, la que a su vez fue la
consecuencia de la muerte y resurreción de nuestro Señor Jesucristo es lo que
hace posible esta condición de igualdad (aunque conviene decir mejor
“semejanza”) que permite el amor entre Dios y los hombres.
Entonces, es posible el amor entre Dios y los hombre. Pero todavía no hemos
respondido si es posible amar a Dios, por él mismo y no por sus criaturas. Y la
respuesta es SÍ. Porque la diferencia entre un proveedor de bienes y servicios (que
puede hacer su trabajo con amor -qué duda cabe-), pero la diferencia entre este y
Dios, es que Dios se entregó a sí mismo, nos estregó su vida, no es que nos
prestó un servició. No. Se entregó el mismo. Entonces, amar a Dios por él mismo,
es posible en la medida que con nuestras acciones buscamos corresponder su
entrega, su amor.
Para entender esto mejor, podríamos decir que no es que Dios y nosotros hemos
acordado cada uno cumplir con ciertas cláusulas de un contrato inexistente. No. Él
nunca nos necesitó.
Ahora, dicho esto, sabiendo que este es el fundamento de mi amor recién ahora
puedo decir que todo lo que recibo de Él y mi cumplimiento de sus mandamientos
son una expresión de amor. La condición era la gracia, el ser hijos de Dios.
Y esta conclusión responde a su vez a otra pregunta. Porque hemos visto que el
amor de Dios, no son unos buenos sentimientos que se han suscitados en mí o
una moral determinada, sino que el amor me ha transformado esencialmente, y lo
ha cambiado todo. El amor de Dios, me ha dotado de un cierta dignidad.
PARTE II
Todos estos han sido motivos que creo nos deberían disponer a querer perseverar.
Sin embargo, una vez que nos hemos dispuesto a amar a Dios, ya en el camino,
caemos en la cuenta de que la santidad es una lucha, y no es fácil. Entonces, creo
que ya no tanto para instarnos a perseverar, sino para que ya durante la lucha nos
mantengamos firmes creo que es los va ayudar muchísimo aprender estos dos
conceptos: Ascesis y mística. Para lo cual creo que la pregunta sería la siguiente.
“Quiero ser santo, pero ¿por qué tiene que ser tan difícil? ¿Quiere Dios
verme sufrir?”
Todos estos han sido motivos que creo nos deberían disponer a querer perseverar.
Creo que en este sentido, nos podría ser muy ilustrativo remitirnos a la definición
de santidad.
o San Pablo.
o Santo Tomás
o Santa Teresa de Jesús
o San Juan de la Cruz
Esta última a mía me gusta especialmente, porque hace mención de algo que a mí
me interesa, y creo que también a ustedes les podría interesa…
- ¿Qué es la santidad?
- Corresponder al deseo de Dios inscrito en nuestro corazón (numeral del Catecismo).
Frase de san Agustín.
- la santidad nos hace felices?
- Ascesis (remover los obstáculos y conquistar la virtud) y mística (vivir gobernados por
el Espíritu Santo).
- niégate a ti mismo
- “¿Cómo está mi corazón, mi amor? ¿Estoy amando?”