Problemáticas de La Literatura Hispanoamericana Waldo Ross
Problemáticas de La Literatura Hispanoamericana Waldo Ross
Problemáticas de La Literatura Hispanoamericana Waldo Ross
IBERO-AMERICANA
de U n am u n o , V icente H u id o b ro , Jorge
C O L L O Q U I U M VERLAG
BERLIN
BIBLIOTHECA IBERO-AM ERICANA
Veröffentlichungen des Ibero-Amerikanischen Instituts
Preußischer K ulturbesitz
H erausgegeben von W ilhelm Stegmann
B and 22
B I B L I O T H E C A IB E R O - A M E R I C A N A
W AL D O ROSS
Problemática
de la literatura
hispanoamericana
C O L L O Q U I U M V E R L A G B E R L I N 1976
C IP -K u rztite lau fn a h m e der Deutschen B ibliothek
R oss, W aldo
P roblem ática de la lite ra tu ra hispanoam ericana.
— B erlin: C olloquium V erlag, 1976.
(Bibliotheca Ibero-A m ericana, Bd. 22)
ISB N 3-7678-0396-8
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panoamericana. Una literatura es algo que se está haciendo y, por
tanto, no se la puede meter dentro de una camisa de fuerza. Por otra
parte, una sistematización de las personificaciones plantearía un pro
blema paralelo al famoso problema filosófico de las categorías. Si los
mejores cerebros han naufragado en el mar de las categorías, no creo
que nosotros pudiésemos tener mejor suerte en una empresa análoga.
W aldo Ross
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P E R S O N IF IC A C IÓ N D E LOS S E N T IM IE N T O S
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m oderno de personificación al hacer un estudio sobre el poem a El
corazón de Venezuela de Al! Lam eda. En nuestra literatu ra, como en
la v id a cotidiana de H ispanoam érica, los sentimientos son cosas, cosas
que no están propiam ente dentro del sujeto o del personaje que siente,
sino que, más bien, lo engloban y lo rodean, lo interpenetran y lo
m ovilizan. Los sentimientos son realidades tutelares que dictam inan
sobre el destino del hombre.
Es cosa sabida que la psique m uestra una tendencia perm anente a
proyectar los contenidos del inconsciente. Entonces las cosas que nos
rodean se revisten con la coloración de nuestros sentimientos y el
m undo se nos aparece como un espejo del alm a. Con frecuencia,
m ediante un mecanismo de com pensación, son nuestros rasgos nega
tivos los que se reflejan sobre el rededor: en este caso, la proyección
actúa como una válvula de escape que alivia la enorme presión que
los contenidos reprim idos ejercen sobre el inconsciente.
Es precisam ente este mecanismo de proyección el que, al ser utilizado
con una m ayor intensidad, provoca la personificación de los senti
mientos. Esto es lo que se observa en la m entalidad anim ista prim itiva,
cuando el hom bre cree la selva poblada de espíritus. Parece ser
entonces que la psique colectiva de la sociedad prim itiv a proyectase
sus sentimientos sobre la selva p ara así aliviar su m ala conciencia. H o y
día esos mismos espíritus se han tran slad ad o a la ciudad y, cam biando
su apariencia, se han enrolado en el ejército de la „ideología“. Con
una desventaja p ara nosotros: por ser invisible y difusa, por poseer
una personificación más inefable, la ideología puede ser muchísimo más
peligrosa que el animismo.
Veamos ahora un poco más de cerca algunas piezas que integran el
mecanismo de la proyección:
a) Yo, como hom bre, no fabrico mis sentimientos. Ellos simplemente
me acontecen. Los sentimientos son autónom os respecto a mi vo lu n tad :
puedo fortalecerlos, como en el proceso de la autosugestión, pero no
puedo crearlos de la nada. Más gráfico sería decir que mis sentimientos
son producidos en una fábrica regida po r una sociedad anónim a cuyos
más grandes accionistas son, en orden de im portancia, la carga arquetí-
pica inconsciente que traem os al nacer, la vid a fam iliar, la educación
y la influencia de los medios publicitarios. Después de esta incom pleta
enum eración, nos damos cuenta de que el hom bre (ego) es el accionista
más hum ilde de esa sociedad anónim a.
b) U n sentim iento im plica siempre una relación entre el sujeto que
proyecta y el objeto sobre el cual recae la proyección. El sentimiento
participa en ambos: es un poco sujeto y otro poco objeto. Es un puente
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entre el yo y la realidad exterior, como acontece, por ejemplo, en la
contem plación rom ántica del paisaje („El paisaje es un estado del
alm a“). O bien es un puente tendido entre las diversas provincias de
la psique, como acontece en los casos de „posesión dem oníaca“ de la
m entalidad anim ista prim itiva.
c) U n sentim iento im plica además el supuesto de un „continuo psíqui
co“. Si los lím ites de la conciencia coincidieran con los límites del
ego, to d a com unicación y todo intento de reunificación del hom bre
con el cosmos serían imposibles. P o r definición, el ego es siempre el
resultado de un proceso de diferenciación: el ego aparece precisam ente
cuando el hom bre se h a diferenciado de la n aturaleza y del instinto.
E n el fondo, el ego quisiera proceder como C aligula: quisiera que todas
las cosas tuvieran una sola cabeza p ara cortárselas de un tajo y que
darse él solo, reinando en la inm ensidad del vacío. El sentim iento, en
cambio, es la nostalgia del estado prim ordial, la evocación inconsciente
de un a edad de oro perdida entre las brum as del pasado. Todo sen
tim iento es, de una m anera u otra, un cam ino de retorno a la G ran
M adre, a la Isis F undam ental cuyo mágico poder ha de ju n ta r nuestras
vidas fragm entadas. D e este modo, el sentim iento im plica un tran s
cender los límites del ego, una form a de com unicación con todo aque
llo que no es el ego. Esto no es ninguna novedad. P o r experiencia
m ilenaria sabemos que to d a religión es una form a de educación de los
sentim ientos: los sentim ientos han de coordinarse arm ónicam ente p ara
m atar al ego (deflación psíquica) a fin de que éste pueda renacer en
un plano superior de la v ida psíquica. Incluso hay religiones, como el
budism o, que sostienen como artículo de fe la no-existencia del ego.
La proyección del sentim iento descansa sobre el secreto supuesto de
que mi vida psíquica es la misma v id a que la del resto del U niverso.
Y dentro de este continuo psíquico, el ego es un punto mínimo, una
ficción que sólo tiene un valo r pragm ático.
A L G U N O S E JE M PL O S D E P E R S O N IF IC A C IÓ N
D E S E N T IM IE N T O S
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sea de m anera provisoria, la relación estructural en la cual se engarzan
dichos sentimientos.
Comencemos por el más fácil: el sentim iento de la im provisación. Este
afecta sobre todo a la v ida cotidiana: en nuestra América las cosas o
se im provisan o no se hacen nunca. Casi nadie hace un plan de v id a
y el que lo hace resulta, en general, ser un hom bre m uy „pesado“. Se
quiere saltar a los fines sin pasar po r los medios. Y si las cosas se
dem oran mucho, a nuestra gente le „entra el cabreo“ y deja caer lo
que había em pezado.
Esto po r el lado de la vida cotidiana. P or el lado de la literatu ra, con
tam os con una enorm e tradición que hace uso m agistral del sentimiento
de la im provisación: la novela picaresca. D esde El Lazarillo de Tormes,
pasando por El Periquillo Sarniento de L izardi, hasta La vid a inútil
de Pito Pérez de J. R. Rom ero, observamos que el picaro vive en una
atm ósfera de im provisación. Sobre todo, las condiciones socioeconó
micas no le dejan o tra altern ativ a. Es más. Al leer estas novelas tene
mos la sensación de que el personaje es „poseído“ por la fuerza de la
im provisación y lanzado por ella en el m ar torm entoso de la vida.
A hora bien, la im provisación im plica algunos supuestos que no son
tan visibles como ella misma, supuestos que se hallan sumergidos en
las aguas profundas del inconsciente.
El prim ero se refiere al tiem po. La im provisación exige que el tiempo
no se repita. Si el tiem po se repitiera mecánicamente, la im provisación
sería imposible.
El segundo se refiere al espacio. El espacio debe contener en sí algunas
notas mágicas. Al tocar un objeto, el im provisador produce sobre éste
cierto „encantam iento“ . Dicho encantam iento se transm ite más tard e
a otras zonas del espacio. Sin la „esperanza inconsciente“ de un cambio
mágico de su m undo, el im provisador perdería el sentido de su vida.
A veces, cuando fracasa se justifica inconscientem ente creyendo que
la M ala Suerte (otra personificación!) ha realizado un encantam iento
en contra de él. Y en casos extremos, esta creencia es plenam ente cons
ciente, como en la historia de D on Q uijote enfrentándose con los
molinos de viento.
El tercero se refiere a la infinitud. La vida es inmensa, el tiem po es
infinito, la suerte es inconm ensurablem ente variable y no se repite dos
veces, suerte que puede o no sernos propicia. D e allí que en el m undo
sudam ericano se estime en tan alto grado la capacidad de intuición de
un hombre.
Ju n to a la im provisación aparece otro sentim iento que predom ina
asimismo en la vida cotidiana: el sentirse en relación inm ediata.
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En la vida sudam ericana es casi inútil escribir una carta p a ra solu
cionar un problem a. Es inútil porque — aquí va la frase sacram ental
— „es mejor ir allá y hablar con la gente“ . Esto a veces sorprende al
extranjero que se preg unta asom brado cómo es posible que existan
tan tas leyes, decretos y trám ites burocráticos en un lugar donde todo
se im provisa y todo se resuelve hablando con el amigo. En efecto,
existe allí una legislación más densa e in trincada que una selva tro p i
cal. Incluso los políticos sudam ericanos se jactan de sus códigos y de
su sentido jurídico. Esto últim o representa adm irablem ente un proceso
de com pensación resum ido en el proverbio: „Dim e de qué te jactas y
te diré de qué careces.“
En su libro Idea de la H ispanidad, M anuel G arcía M orente se ha
referido a este sentim iento y considera la relación inm ediata como la
p iedra angular de nuestro carácter. Es más: podríam os agregar que la
literatu ra hispánica, en m ayor o m enor grado, es el poem a de la rela
ción inm ediata o de la nostalgia frente a su pérdida.
U n p u n to álgido en la problem ática de la literatu ra hispanoam ericana
es el de la posición del ego respecto a la relación inm ediata. T al vez
más que en otras latitudes, toda reacción psicológica, to d a acción que
ejecuta el sudam ericano da p o r resultado la inflación del ego. Se podría
form ar una biblioteca con las citas sobre la vanidad, la arrogancia y
la envidia hispánicas. F ernando D íaz-P laja ha hecho algo de esto en
su libro E l español y los siete pecados capitales, alcanzando así un
éxito de librería. Surge, po r tanto, esta cuestión: ¿Cómo es posible
conciliar la exaltación del ego con la relación inm ediata de persona
a persona? Me lim itaré a hacer una sugerencia.
La preocupación del hom bre sudam ericano por exaltar su ego ha sido
uno de los temas principales de la novelística de R oberto A rlt. E n El
juguete rabioso y en Los siete locos, los personajes deben ejecutar una
acción m onstruosa p ara reafirm ar su ego, p ara sentirse como existen
tes. Algo semejante acontece en la novela Sobre héroes y tum bas de
E rnesto Sábato. N uevam ente nos encontram os aquí en presencia de un
mecanismo com pensatorio: a una m ayor intensificación de los senti
mientos personificados corresponde una m ayor inflación del ego. De
lo contrario, el ego term inaría por ser devorado („poseído“) p o r los
sentimientos y el resultado final sería la disociación m ental. N o hay,
pues, verdadera contradicción entre la inflación del ego y la intensifi
cación de los sentimientos. Sería más gráfico decir que tan to el ego
como los sentim ientos personificados son „vasos com unicantes“ situa
dos dentro de un mismo continuo psíquico. Vasos que, como en un
sistema hidráulico, deben alcanzar un mismo nivel.
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Sin em bargo, la relación inm ediata no trab a ja de una m anera perm a
nente y sistemática. H ispanoam érica no es el continente de las rela
ciones idílicas. Al contrario, allí las relaciones personales o sociales
están sujetas, más que en ninguna o tra p arte, a los estados de ánimo.
H a y , pues, un az ar interior (gana) y un az ar exterior (suerte) que
ejercen su influencia sobre el destino del hom bre. Ambos térm inos —
gana y suerte — tienen u n significado especial y algo misterioso. En
su libro M editaciones sudamericanas, dice H erm a n n K eyserling: „La
gana sudam ericana es un im pulso totalm ente ciego, p a ra el cual to d a
v oluntad de previsión ha de ser necesariam ente m otivo de escándalo,
pues equivale a una negación de su p ro p ia esencia. Pero en su calidad
de impulso ciego ejerce una coerción a la que el hom bre de aquellas
latitudes no puede resistirse.“ La suerte, tem a predilecto de la lite ra
tu ra gauchesca, es, en cam bio, una presencia m isteriosa que engloba la
existencia del hom bre, es una especie de fa ta lid a d caprichosa que se
introduce dentro del destino hum ano y fija sus ritm os. C uando un
hom bre obtiene una serie consecutiva de éxitos, decimos de él que
tiene una „racha de buena suerte“, como si un viento súbito soplara
sobre los campos de la v id a y a rra stra ra esa v id a hacia lejanías insos
pechadas. Esta relación entre suerte y vendaval no es un a m etáfora,
sino que, a nivel del inconsciente colectivo, responde a un simbolismo
prim ordial, a la im agen m ilenaria del huracán y de la espiral a la que
me he referido en o tra p a rte al estudiar la geografía espiritual de Santa
Rosa de Lima.
Es cosa m uy sabida que la gana y la suerte g u ard an una relación
misteriosa y semi-consciente con el sexo: el sudam ericano hace las cosas
porque „le da la g an a“ o, con algún m atiz de diferencia, porque „le
cantan los cojones“. Y si la M ala Suerte se interpone en su camino
haciéndole fracasar, entonces „se v a p ’al ca rajo “. Samuel Ramos en
su libro El perfil del hom bre y la cultura en M éxico, y O ctavio P az
en El laberinto de la soledad tam bién se refieren a este fenómeno que
estoy m encionando.
T odo esto nos conduce hacia otro sentim iento fundam ental, a saber,
a aquel sentim iento de u nidad del hom bre con una realid ad envolvente
que lo reafirm a y lo transciende a un mismo tiem po. El sentim iento
de la vida cósmica, título de un bello libro de M ariano Ibérico, aparece
con frecuencia en nuestra literatura. El hom bre se siente así en eterno
diálogo con la N atu ra lez a, como si su ser interno estuviera en relación
indisoluble con los m ovim ientos del cosmos. P or esta razón, la v erd a
dera identidad personal aparece como el resultado de una „in filtra
ción“ de la vida cósmica dentro del núcleo recóndito de la persona-
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lidad, de eso que C. G. Jung llam a la m ism idad (Self). Este sentim iento
de m ism idad cósmica, form ado sin duda bajo el influjo de la N a tu ra
leza inm ensa y m ajestuosa de Am érica del Sur, es el que me im pide
com prender a los extranjeros que se quejan de una „falta de conciencia
de su p ro p ia id e n tid a d “. Los hispanoam ericanos hemos estado siempre
buscando nuestra identidad — (El Facundo de Sarm iento es el prim er
intento de este género) — pero no por falta de ella, sino, al contrario,
p o r exceso de ella, p o r ser nuestra identidad inmensa en relación a
nuestros pobres recursos psíquicos. C iertos personajes novelísticos como
D on Segundo Som bra en la novela de R icardo G üiraldes, Ju an Solito
en Canaima de Róm ulo Gallegos, o M elquíades en Cien años de sole
dad de G arcía M árquez, nos dan la im agen de ese hom bre sabio, de
edad indefinida, de una serenidad situada más allá de la v id a y de la
m uerte, de un gran silencio que parece reproducir la calm a de los
espacios siderales. Y todo hispanoam ericano que vive enredado en la
te larañ a de su im provisación y de su gana, siente en el fondo de su
alm a el llam ado de aquella serenidad.
C uando aquel llam ado fracasa — y fracasa m uy a menudo — nuestro
hom bre procura entonces recu rrir a un sentim iento com pensatorio.
U na fa lta de serenidad cósmica es com pensada m ediante un senti
m iento heroico y mesiánico de la vida, es decir, m ediante un senti
m iento más explosivo que pueda reconciliarse con m ayor facilidad
con la im provisación, con la gana y con la relación inm ediata de
persona a persona. Este sentim iento fué particularm ente im portante
d u ran te la Conquista y el R om anticism o y apareció bajo la form a de
un fenóm eno social — el caudillism o — que, como observa Francisco
G arcía C alderón, con frecuencia ha sido mal interpretad o por los
críticos extranjeros.
H A C IA U N SISTEM A D E R E L A C IÓ N D E LOS
S E N T IM IE N T O S P E R S O N IF IC A D O S
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En térm inos generales, el sentim iento religioso cumple su función en
un proceso que com prende cuatro m omentos:
A) El sujeto siente su finitud, siente que algo le falta p ara cum plir
su destino. A nte su conciencia aparece, sin p ed ir permiso, el senti
m iento religioso que exige que el hom bre „se re-ligue a un a to ta li
d a d “.
B) P aulatinam ente el sentim iento com ienza a personificarse, se va
transform ando en una especie de „com plejo“ autónom o dotado de
cierta personalidad. Entonces el sujeto siente el „llam ado de la D iv i
n id a d “.
C) U n poco más adelante, el sentim iento com ienza a proyectarse sobre
las cosas que rodean al sujeto. Este se va dando cuenta que „las cosas
le hablan de la D iv in id a d “ . El m undo se diviniza.
D) P o r últim o, si la energía psíquica m ovilizada en la proyección es
m uy intensa, el sujeto llega a ver o a h ab lar con la D ivinidad. Si
esto sucede, el exceso de energía psíquica se revierte sobre el sujeto y
entonces éste sufre una transm utación de su personalidad, se convierte
en un „hom bre nuevo“, o, como suele decirse sufre un „segundo naci
m iento“. A veces este „segundo nacim iento“ debe entenderse, no sólo
en sentido psicológico, como una nueva personalidad, sino incluso en
sentido psicosomático, como sucede en los casos de las llam adas cu ra
ciones milagrosas. Este „segundo nacim iento“ produce precisam ente
lo que el hom bre am bicionaba ser, la personalidad soñada. D e allí la
frase de U nam uno: „N os salvamos no por lo que hemos sido, sino por
lo que hemos querido ser.“
En un esquema que más adelante usaremos con frecuencia, este proceso
quedaría sintetizado en el esquema que se m uestra en la pagina 17.
Pero no se crea que solam ente el sentim iento religioso está regido por
este proceso. C ualquier sentim iento que adquiera cierto grado de p er
sonificación queda som etido al mismo. Esto se hace claro en la elo
cuencia del lenguaje p o p u lar: „La alegría le devolvió la salud“, „A
ese tío el am or lo transform ó en un hom bre nuevo“ . Pero a veces,
como hemos dicho, el exceso de energía psíquica de un sentimiento
personificado puede in u n d ar al ego y disociarlo. Entonces el lenguaje
p opular que contem pla a los sentimientos como si fueran personas,
dictam ina: „A ese tío el am or lo jo d ió “ . Pongo estos ejemplos p in to
rescos a fin de que el lector ad v ierta que la personificación de los
sentimientos es un fenómeno ordinario de la v id a cotidiana.
Más adelante nos referirem os a dos autores en donde este proceso se
m anifiesta con to d a claridad: M iguel de U nam uno y V icente H u id o -
bro. A unque español, he incluido aquí a U nam uno porque, desde un
16
P r o c e so de la exp erien cia relig io sa
A finitud D segundo
del s u je to n a c im ie n t o
B s e n t im ie n t o
p ersonificado CD:
Ruta d e d e s p l a z a m ie n t o
del e x c e s o de e nergía
p s í q u ic a . ( La dob le flecha
en tre B y C indica la in
ten sificación d e la energía.)
C p ro y ec ció n
del s e n t im ie n to
17
punto de vista filosófico, representa uno de los mejores ejemplos de
la dialéctica de los sentim ientos personificados. Refiriéndom e a U n a
muno he de ad v ertir dos cosas: prim ero que los modelos adaptados
allí (por ejemplo, el átom o de hidrógeno) no son modelos físico-m ate
máticos, sino sim plem ente fantásticos. Y, segundo, que a los sentim ien
tos personificados (por ejemplo, la soledad o el ansia de inm ortalidad)
se les adjudica cierto tipo de conciencia, la „conciencia onírica“, p a ra
lela, como hemos dicho en el prefacio, a la personalidad inconsciente
que C. G. Jung otorga a los complejos.
El caso de H uid o b ro no es ta n nítido como el de U nam uno, pues se
aplica este proceso dialéctico sólo a la interpretación de un pasaje de
A ltazor. Com o en el caso de Lam eda, se da en H u idobro un p red o
minio del pensar m ítico. Y a no es el sujeto quien v a confrontando a
los sentimientos personificados. Al revés, son las personificaciones las
que producen la conciencia del poeta: el poeta es un pequeño dios entre
los Dioses. Pero el proceso es siempre el mismo, como el lector p odrá
com probar más adelante.
En Borges, en cambio, nos apartam os de este proceso p a ra señalar un
nuevo aspecto de la personificación: la palingenesia, la resurrección
de una personificación desm em brada. U na de las grandes preocupa
ciones de Borges se relaciona con la personificación del sentim iento
del tiem po. Veremos cóm o el continuo del tiem po se pulveriza en un
conglom erado de instantes. A hora bien, entre ellos, determ inados
instantes parecen estar cargados de energía psíquica de tal m anera que
pueden reaparecer en la conciencia produciendo sobre ésta una sensa
ción de inm ortalidad.
P o r últim o, en C osta du Reis, observaremos otro aspecto de la personi
ficación de los sentim ientos: su función teleológica. Las personifica
ciones actúan como centros de atracción o de repulsión según sea que
los personajes se acerquen o se alejen de ellos.
De este modo, la problem ática de la personificación queda abierta y
no se proponen soluciones definitivas p ara así evitar el peligro que
señalábamos en el prefacio.
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ALI L A M E D A — U N M U N D O D E SE N T IM IE N T O S
P E R SO N IF IC A D O S
I • U N P O E T A A M E R IC A N O
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II • H A C IA U N A CLA V E D E L M U N D O P O É T IC O
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Desde luego, éstos son extremos ideales que nunca existen en form a
pura. T odo „poeta herm ético“ debe en últim a instancia recu rrir al
despliegue objetivo si quiere hacerse entender por sus lectores. In v ersa
mente, todo „poeta claro “ debe in te n ta r tocar el fondo del cráter si
quiere que su poesía tenga alguna originalidad.
La gran originalidad de A lí Lam eda consiste precisam ente en su
intento de evitar todo com prom iso definitivo con cualquiera de estas
dos perspectivas extrem as que acabam os de señalar. Pero tam poco
nuestro poeta se queda en una situación interm edia, vaga, am orfa o
indecisa. P o r el contrario, la perspectiva asum ida por A lí Lam eda
está llena de vigor (sobre todo en esto radica su sentido épico) y clari
dad. Me explico mejor. P a ra A lí Lam eda la v erdadera perspectiva
poética consiste en hacer una especie de registro minucioso del p ro
ceso creativo que v a desde el fondo del cráter hasta las más lejanas
hum aredas que se levantan p o r la atm ósfera, desde las profundidades
incandescentes hasta el desborde de la lava que va sepultando los
campos y am enguando la vida. E n otros térm inos, Lam eda pretende
recorrer el „cordón um bilical“ que une la raíz creativa de la m ateria
poética con las objetivaciones en las cuales dicha m ateria se encarna
para llegar a los ojos y al corazón del lector. Lam eda pretende así
obligar al lector a acom pañarlo en este recorrido.
La m ejor prueba de lo que acabo de decir se encuentra al ab rir dis
traídam ente, casi al azar, las páginas de E l corazón de Venezuela.
Lam eda com ienza su libro con una poesía bastante recargada de esen
cias herméticas, una poesía en cuyo espacio poético se aglom eran m ate
riales y esencias en ebullición, un espacio lleno de colores, m aterias,
sentimientos, dinamismos, etc. donde no existe ni un hueco donde
colocar la cabeza de un alfiler. El lector aquí se abrum a dentro de la
tensión de ese lleno. Pero al av a n za r en las páginas, el espacio poético
se va desplegando poco a poco, la poesía se va haciendo más fácil, la
lava se va canalizando y adquiere una tem peratura más m oderada.
N o es, pues, ninguna casualidad el hecho de que A lí Lam eda comience
su poem a hablando de La tierra perdida (!el solo títu lo es sintom á
tico!), poesía de trem enda densidad ontológica y m ítica, p ara term inar
con el Rom ancero de E l D orado, precioso conjunto de romances, en
donde se in filtra un personal sentim iento mesiánico y donde nuestra
im aginación vuela por las tierras ignotas y por los recovecos de la
historia de Venezuela.
P o r esto mismo, hemos afirm ado que en el m undo poético de A lí
Lam eda sólo existen relaciones internas propias de un universo m ítico.
Todas las cosas están allí ligadas p o r el gran cordón um bilical, eterno,
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om nipresente. C uando allí algo se mueve, todo se mueve. T odo afecta
a todos. T odo es de todos.
3) Las relaciones crean las cosas, las relaciones existen antes que las
cosas. Las relaciones internas que, como en un gigantesco tejido,
form an con sus fibras este cordón um bilical, dan origen, p o r su parte,
al dinamism o del m undo poético. T al como en el pensam iento mítico,
en el universo de Lam eda no existen cosas independientes. Es más.
Dichas relaciones internas constituyen de por sí un principio de m ulti
plicidad v ital. N o hay en el universo de Lam eda los cuatro elementos
(agua, aire, fuego, tierra) que, poniéndose uno al lado del otro, form an
las cosas, como querían algunos filósofos presocráticos y m uy especial
m ente Empédocles. A quí hay un solo elem ento m últiple: la relación
interna, el gran cordón um bilical. E n el universo de L am eda no tendría
sentido decir, por ejemplo, „yo estoy en el m u n d o “, en el sentido de
que el m undo fuese una gigantesca extensión independiente de mí y yo
estuviese en ella dibujado como un punto. H a b ría que pensar la frase
de o tra m anera y, corrigiéndola, decir: „El m undo y yo estam os-en“ ,
es decir, la relación de existencia „estar-en“ precede, tiene prim acía
sobre el m undo y sobre el yo. O tro ejemplo. N o se p o d ría decir aquí,
como quería Thaies de M ileto: „Todo está lleno de dioses“, en el sen
tid o de que el A gua, substancia del cosmos, está d o tad a y colm ada de
energías m otoras. C orrigiendo a Thales, en el universo de Lam eda
hab ría que decir simple y abreviadam ente: „Todo está-lleno“, en el
sentido de que „lo lleno“ es una form a de realidad m ítica que hace
posible que existan „cosas que llenan algo“ . Y si alguien objetara:
„Bien! Todo está lleno, pero ¿lleno de que?“, h ab ría que responderle
que esta pregunta es un pseudoproblem a, porque el „de qué“ implica
la imagen de un objeto que debe llenar un vacío, con lo cual „el to d o “
dejaría de estar lleno. Yo reconozco que, en un principio, es difícil
acostum brarse a esta lógica que — aunque se aleje mucho de nuestro
m odo de pensar cotidiano — es lógica al fin de cuentas.
I I I ■ LA C O S M O L O G ÍA M ÍT IC A
22
trab a jar y sufrir en ella. Igual acontece en la poesía. H a y que vivirla.
En poesía, los conceptos pueden orientar pero jam ás substituir su capa
cidad creativa, la profu n d id ad de su emoción.
En todo caso, convendría ahora detenernos un mom ento p ara ver
cómo estos conceptos se aplican en el dinamism o de esta nueva
poesía.
P ara ello, lo m ejor es proceder a un ligero examen de la cosmología
m ítica de Lam eda, según él la expone en La tierra perdida.
23
P aulatinam ente, las innum erables m anifestaciones de estos elementos
van llenando el espacio del universo poético. Pero — ¡atención! — lo
van llenando porque el espacio es, a su vez, consubstancial con dichos
elementos y m anifestaciones y, p o r lo tanto, ha sido (uso aquí el verbo
ser y no el verbo estar) siempre lleno:
N o h ab ía en el opaco
suelo donde la esponja m agnética ru tila
sino ríos hinchados, bucles cuarzosos, m atas
perennes de flam ígero cogollo;
y así entre las innatas
p rad eras im ponían su ondeante desarrollo
flu v ial, las indom ables c ata ra ta s;
y bajo las serenas orlad u ras
del alba, con sus ciegos espacios, triu n falm en te
se d ila tab a n luego las llanuras
rojas en el a rd o r resplandeciente.
Y así en la tie rra ignota que los silvestres clanes
del m ito azu l ten d rían , se aglom eraba todo. (La esencia p rim itiv a )
IV • EL T IE M P O P R IM O R D IA L Y EL M E S IA N IS M O
D E LA T E M P O R A L ID A D
24
Porque éste es aquí el tiempo de las opalescentes
flechas, el tiempo puro con regios colmenares
y ubérrimas industrias de arcilla y armoniosas
muchedumbres amando la luna de topacio,
amando al sol, al viento y a su febril guarura,
a la nieve de prístinos vellones en las cumbres
del cóndor pavoroso con alas inflamadas. (El tiempo de las flechas doradas)
25
que olvidar que la cultura es una to ta lid a d orgánica que continua
m ente va asim ilando las experiencias del pasado. Y un v erdadero poeta
no puede escapar al llam ado de su cultura. U n gran poeta es el vocero
de este desarrollo orgánico y, sin duda, a Alí Lam eda le ha correspon
dido esta vez el honor de ser el vocero de la cultura de una tie rra en
ansias de redención, de la tierra venezolana que ludia, sufre y
espera . . .
26
M IG U EL D E U N A M U N O — EL PRO C ESO
D IA L É C T IC O D E LA P E R S O N IF IC A C IÓ N
E ntre los numerosos pasajes de U nam uno que nos hablan de sus explo
raciones al m undo interior, h ay uno que merece especial atención. Se
tra ta de un pasaje de su ensayo La casta histórica Castilla y dice lo
siguiente:
I ■ LA E ST R U C T U R A B IN A R IA
27
(2) Si se produce una alteración en algún p u n to de este continuo —
o m ejor aún en alguna „instancia“ del mismo: usemos la p alab ra
„instancia“ p ara ev itar la identificación del continuo con el espacio —
dicha alteración influiría sobre la to ta lid a d del continuo. Pongam os
un ejemplo. Si mi m em oria registra un hecho, este registro produciría
una alteración en todo el continuo, pues el continuo de alguna m anera
debe tener m em oria, porque si él no la tiene, yo tam poco la tengo. (Si
B altasar G racián estuviera presente diría, sin duda, que el continuo
debería tener por lo menos una cu a lid a d : infinita paciencia p ara poder
to le rar toda la necedad hum ana.) A hora bien, esto significa que el
continuo registraría el nuevo hecho po r toda la eternidad, puesto que
en un continuo se pueden p roducir nuevas situaciones pero jamás
pueden desaparecer situaciones ya producidas, pues, de lo contrario,
el continuo dejaría de ser tal. Si dentro de un continuo desaparece
una situación, esto sim plem ente significa que mi conciencia es lim itada
y que la situación ha salido del cam po de mi conciencia. Pero salir no
es desaparecer. Pongam os un ejemplo visual. Y o puedo siempre agregar
nuevos puntos al continuo de espacio, pero jamás puedo suprim ir
puntos del espacio ya visualizado. Si los suprim o, suprim o tam bién el
espacio mismo.
(3) La form ación de nuestro m undo m ental reproduce el proceso de
form ación de las galaxias y los procesos form ativos que acontecen en
el espacio inter-galáctico. A hora bien, parece ser que la form ación
más prim itiv a que observamos en el U niverso es la del átom o de hidró
geno. El U niverso no es una gigantesca esfera de lotería en donde las
balotas que contienen los números se m ueven al azar y, al azar, se
produce el prem io. P o r el contrario, el U niverso produce desde el p rin
cipio una estructura binaria m uy precisa: en el átom o de hidrógeno,
un electrón gira alrededor de un p rotón y ambos se relacionan por un
sistema de fuerzas. Más preciso aún sería decir que el electrón gira
alrededor del protón, y, a su vez, éste alrededor del prim ero y ambos
alrededor de un p unto m atem ático que no existe (¡), pero que, sin
existir en sentido cuantitativo, determ ina cualitativam ente la estruc
tu ra binaria. P arece ser que, más tarde, se produce este mismo proceso
en la form ación de las estrellas: las nubes galácticas m uestran una
m arcada tendencia a p roducir estrellas dobles. El U niverso es una
G ran M adre que engendra gemelos, hom bre y m ujer, positivo y nega
tivo, como en el átom o de hidrógeno. Sim bólicam ente, esto es lo que
P lutarco nos da a entender al explicarnos el m ito de Isis y Osiris. N o
es, pues, una coincidencia que por miles de años diversas civilizaciones
hayan asim ilado esta im agen prim ordial dentro de sus religiones:
28
Ishtar, A starte o Isis aparecen como figuras femeninas coronadas con
un sol (o luna) que se sostiene sobre sus cabezas entre dos cuernos. Lo
que quiere sim bolizar que la energía, la fuerza, el impulso creativo
prim ordial (sol), p ara m anifestarse, se desdobla, se polariza en dos
opuestos, en lo positivo y lo negativo (cuernos).
II • LO B IN A R IO E N U N A M U N O
Los com entaristas de U nam uno recurren con frecuencia a esta concep
ción binaria cuando hablan de su „tensión dialéctica entre el todo y la
n a d a “, o de su „conciencia de contradicción“, o de su „conflicto“,
aspectos que siempre presenta el pensam iento de nuestro autor.
A simple vista, esta concepción binaria aproxim aría el pensam iento
de U nam uno al de otros autores como H eráclito o H egel que tam bién
hablan de la tensión entre los opuestos. La realidad, como diría H e rá
clito, es una guerra entre la vida y la m uerte, entre el día y la noche,
entre el ser y la nada.
Sin embargo, este fácil paralelism o p o d ría conducir a falsear el pensa
m iento de U nam uno y los com entaristas se cuidan mucho de no caer
en esta tram pa.
François M eyer en su libro sobre La ontologia de M iguel de U nam uno,
com ienza con esta aclaración:
„Este tem a de la estructura antitética del pensam iento y del ser es, en
U nam uno, plenam ente consciente y tra íd o a propósito: incluso llega
a servirle de introducción a su prim er libro de cierta im portancia, En
torno al casticismo, que viene a ser el prim er mensaje, la prim era idea
con que el lector de U nam uno se topa al en trar en contacto con su
o b ra: „M e conviene tam bién prevenir a todo lector respecto a las
afirm aciones cortantes y secas que aquí leerá y a las contradicciones
que le parecerá hallar. Suele buscarse la verdad com pleta en el justo
m edio p o r el m étodo de remoción, via remotionis, por exclusión de
los extremos, que con su juego y acción m utua engendran el ritm o de
la vida, y así sólo se llega a una som bra de verdad, fría y nebulosa. Es
preferible, creo, seguir otro m étodo: el de la afirm ación altern ativ a de
los contradictorios; es preferible hacer resaltar la fuerza de los extre
mos en el alm a del lector p ara que el medio tom e en ella vida, que es
resultante de lucha. Tenga, pues, paciencia cuando el ritm o de nuestras
reflexiones tuerza a un lado, y espere a que su ondulación tuerza al
otro y deje se produzca así en su ánim o la resultante, si es que lo logro“
(La ontologia de M iguel de U nam uno, M adrid, Gredos, 1962, p. 12).
29
Por su parte, José F errater M ora en su libro U nam uno, bosquejo de
una filosofía, procura disipar toda tentación de relacionar los opuestos
m ediante una m anera cu an titativ a o m ecánica:
„La relación en que se encuentran entre sí los elementos del Universo,
desde Dios al más m iserable de los seres, es, p o r consiguiente, no una
relación de causa a efecto, ni, desde luego, una relación de principio a
consecuencia, sino una relación de soñador a soñado. P or eso dice
U nam uno que la existencia hum ana y, con ella, el m undo no son p ro
ductos de una em anación necesaria ni de una creación arb itra ria , sino
de un am or que es sueño, pues sólo m ediante el sueño puede darse
origen a aquello que es verdaderam ente am ad o “ (U nam uno, bosquejo
de una filosofía, Buenos Aires, Losada, 1944, p. 64, el subrayado
es m ío).
Com o se observa fácilm ente, se tra ta de relacionar los opuestos no
m ediante un proceso de tesis, antítesis y síntesis, como hacían los
hegelianos, sino sim plem ente m ediante un proceso de separación:
separar p ara unir como hace la soledad, según veremos más adelante.
V olviendo a la im agen del sistema binario del átom o de hidrógeno —
donde el electrón y el p ro tó n giran alrededor de un p u n to m atem á
tico — podríam os decir que los hegelianos nos explican este átom o
procediendo como el coloso de R odas: ponen un pie sobre el electrón
y otro sobre el p ro tó n y, después, proceden a ju n ta r los dos pies p ara
que el electrón y el pro tó n se disuelvan en una u nidad superior: la
síntesis. P or el contrario, U nam uno m uestra una predilección por
poner sus dos pies sobre el centro m atem ático de gravitación sobre el
cual giran el electrón y el p ro tó n y no da señales de separar sus pies
p ara alcanzarlos. Lo que hace es algo diferente: dejando un pie sobre
el centro m atem ático, separa el otro p ara alcanzar el electrón. Hecho
esto, vuelve a ju n ta r sus pies. Después, separa el o tro pie y toca el p ro
tón. Vuelve a juntarlos y así indefinidam ente.
E sta imagen — con las lim itaciones propias de to d a im agen: ya la
superaremos más adelante — nos ayuda, sin em bargo, a com prender
m ejor la posición que tom a U nam uno frente al misterio del ser. N o se
tra ta en él de to m ar p artid o en favor del ser o de la nada, de lo posi
tivo o de lo negativo, sino de m antenerse siempre d entro del plano de
la conciencia de contradicción entre los extremos. E sta conciencia no
es el resultado de la síntesis de dos térm inos contradictorios, ni ta m
poco de una adición mecánica de los mismos, sino que es an terio r en
n aturaleza a los dos térm inos en cuestión. Creo que es esta circunstan
cia la que im pulsa a U nam uno a utilizar la relación de soñador a
soñado para explicar la estructura antitética del ser. En efecto, un
30
sueño tiene, en m ayor o m enor grado, po r lo menos las siguientes
condiciones:
(1) La conciencia onírica, la conciencia del soñador, es diferente a la
conciencia del ego en vigilia por cuanto es fundam entalm ente una
conciencia desdoblada: en un sueño yo me veo a m í mismo y me sor
prendo de verme. A veces me juzgo a mí mismo, lo que indica que la
conciencia onírica está a m edio camino entre la conciencia del ego en
vigilia y la conciencia del yo que actúa en el sueño. Paradójicam ente,
en el sueño yo soy y no soy yo mismo. Y el yo soñado es y no es p arte
integrante de la conciencia onírica. G ráficam ente la conciencia onírica
quedaría explicada así:
c o n c ie n c ia
e g o en vigilia yo s o ñ a d o
onírica
31
(4) Las tres condiciones anteriores im plican la necesidad de suponer
un continuo de conciencia que se m anifiesta sim ultáneam ente en tres
provincias colindantes: el ego en vigilia, la conciencia onírica y la con
ciencia del yo soñado. N o es éste el m om ento de hacer especulaciones,
pero es m uy probable que la conciencia onírica, al ser desarrollada, se
convierta en una supraconciencia que envuelva a las tres m anifesta
ciones anteriores, así como el continuo de espacio envuelve los centros
m atem áticos de gravitación de todos los átom os del Universo.
A hora bien, la instancia que está más cerca de esta conciencia de con
tradicción que presenta la estructura binaria de la conciencia onírica,
es la soledad tal como la entiende U nam uno:
* N ótese la sim ilitud y diferencia con el esquema en la pag. 17. E n U nam uno
es decisivo el nivel (B), lo que indica que la personificación goza de m ayor
autonom ía que en la experiencia religiosa o rd in aria. En N iebla dicha
autonom ía alcanza incluso al personaje novelesco.
32
A. ego en vigilia (D) A. persona interior
t
conciencia de -^.B. conciencia B. soledad
contradicción onírica
Y Y
C. yo soñado
C onviene explicar este esquema p ara así poder distinguir con m ayor
claridad la diferencia que existe entre la dialéctica de tipo hegeliano y
la dialéctica de U nam uno. Al mismo tiem po, arroja un a m ejor luz
sobre la im agen de U nam uno con sus dos pies sobre el centro m atem á
tico de gravitación del átom o que usamos más arriba, im agen que al
ser tom ada en sentido dem asiado literal podría deform ar el pensa
miento de nuestro autor.
Com o hemos dicho, la conciencia onírica m uestra dentro de sí un
impulso que la expande en dos direcciones opuestas: una hacia el ego
en vigilia y, otra, hacia el yo soñado. Si esta historia term in ara aquí,
la conciencia onírica se quedaría como el borrico de B uridan que se
m urió de ham bre y de sed p o r no poder decidirse a com er pasto o a
beber agua. Pero no hay ta l cosa. La conciencia onírica, en este doble
impulso, rebota y vuelve con m ayor fuerza sobre el yo soñado. P or
esto U nam uno repite con insistencia que nos salvamos no p o r lo que
hemos sido, sino p o r lo que hemos querido ser. P or esto repite tam bién
con insistencia que vivir es escribir la novela de mi vida. H a y un escri
to r argentino que ha llevado esta idea hacia los límites de lo fantástico:
me refiero a Las ruinas circulares de Jorge Luis Borges. Com o la con
ciencia onírica vuelve sobre el yo soñado, hemos indicado este m ovi
m iento con una doble flecha.
A hora bien, este proceso no queda encerrado dentro de sus propios
límites, sino que, acto seguido, se produce un salto: el yo soñado some
tid o a la presión de la conciencia onírica estalla como una estrella
nova (otra im agen cosmológica que nos recuerda el pasaje de U n a
m uno con que com enzamos este capítulo) y p a rte de su m ateria se
proyecta hacia otro plano: el plan o de la persona interior. Pues bien,
dicho plano de la persona interior está, a su vez, engarzado dentro de
una estructura binaria análoga a la prim era, com puesta de dos extre
mos (la persona interior y el m undo circundante) y en medio de éstos,
la soledad, que, esta vez, repite la función de la conciencia onírica.
Y así indefinidam ente.
33
Tomemos otro ejemplo p ara explicar este mismo proceso. U nam uno
se ha referido con insistencia al conflicto entre instinto de conserva
ción (ham bre) e instinto de perpetuación (am or). Pues bien, si reto
mamos nuestro esquema en el p unto que lo dejamos, tendríam os nueva
m ente un diagram a análogo al anterior:
Y Y
C. m undo circundante C. instinto de perpetuación
34
V IC E N T E H U ID O B R O — LAS P E R S O N IF IC A C IO N E S
G E N E R A N LA C O N C IE N C IA C R E A D O R A D EL PO ETA
El problem a que ahora nos preocupa pod ría resumirse en tres p re
guntas:
I. ¿Cuáles son las grandes concepciones de la época que se reflejan
en el creacionismo de H uidobro?
II. ¿Qué es un „poem a creado“ ?
I II . ¿Cuáles son los supuestos que posibilitan la creación poética en el
sentido que la entiende Vicente H uidobro?
I • LAS G R A N D E S C O N C E P C IO N E S D E LA É P O C A
H acia 1916, cuando V icente H uidobro com ienza a red actar sus fam o
sos M anifiestos del creacionismo, se v an a producir algunos aconteci
mientos culturales que son dignos de anotar.
1. M odernismo
35
Sin realizar un esfuerzo crítico m uy especial, vemos aquí que la atm ós
fera de „aire suave“ es la que pone en m ovim iento a nuestra im agina
ción y la im pulsa a transcender sus limites, la v a obligando poco a poco
a deslizarse fuera de si misma hasta hacerla llegar a un país ignoto de
vagos recuerdos.
Dicho de otro m odo: al ser activados po r el objeto de la inspiración,
los m ateriales del inconsciente se tran sp aren tan en la conciencia,
creando así una atm ósfera pletórica de signos em otivos que serán los
que determ inan el cam ino de la transcendencia, de la elevación hacia
lo infinito.
A hora bien, es conocida la influencia que tuvo el M odernism o sobre
el joven H uid obro quien hasta el final de su v id a m antuvo una inque
b ran tab le adm iración por D arío. Precisam ente, en su poem a A poteosis,
H uid o b ro nos transm ite este m ovim iento de transcendencia ta n carac
terístico de la atm ósfera del poem a m odernista. Dicho poem a fue
escrito p ara celebrar la visita de D arío a Chile y dice en un pasaje:
36
Si la atm ósfera de m ovim iento transcendente es una característica del
M odernismo — característica po r lo demás heredada del rom anticism o
— esto indica que H uidobro, p ara superar ese estadio poético, debía
necesariam ente en fatizar el otro extrem o: la inmanencia. A hora bien,
llevando esta idea hasta sus últim as consecuencias, como p u d iera h a
berlo hecho Spinoza, podríam os decir que el fondo mismo de la in m a
nencia es la autosuficiencia. D e aquí la fam osa definición de Spinoza
que fija la inm anencia de la substancia: „P or substancia entiendo lo
lo que es en sí y se concibe p o r sí, es decir, aquello cuya idea puede ser
fo rm ad a independientem ente de to d a o tra id e a“ (Etica I, Def. 1).
H uid o bro, p o r su parte, va a proyectar esta idea sobre la m ateria
poética llegando así a afirm ar la autosuficiencia de la im agen poética.
P ara él la imagen será una estructura autosuficiente que no necesita
de ningún objeto real p ara existir y tener validez. C on frecuencia
mencionaremos su imagen „horizonte cu a d rad o “. Pues bien, si el h o ri
zonte guarda alguna relación con la realidad, debe ser un „horizonte
red o n d o “. Pero si no la guarda y es imagen autosuficiente, entonces el
„horizonte cu a d rad o “ tiene más realidad poética que el „horizonte
red o n d o “.
2. Psicoanálisis
37
rojizo. Q uedo asom brado con esta escena. Luego, sin saber cómo y por
qué, volvem os a to m ar la em barcación e inm ediatam ente llegamos a
un puerto que tiene una bahía m uy pequeña y que está encerrada por
m urallones que convierten al puerto en un perfecto cuadrado. Con
sorpresa me doy cuenta entonces que el océano inmenso y las tres islas
están encerradas dentro de ese cuadrado.
C ito este sueño no p ara in terpretarlo, sino sim plem ente p ara señalar
su analogía con los puntos que va a tocar H uid o b ro :
a) H a y aquí algo redondo (la inm ensidad del m ar) que queda fin al
m ente reducida a algo cuadrado (la bahía del puerto).
b) H a y algo que existe y no existe al mismo tiem po (el hom bre que
me acom paña).
c) Prácticam ente no hay distancia entre un p unto (las islas) y otro
(el puerto). M ejor dicho, esa distancia es enorm e y nula al mismo
tiem po.
d) Prácticam ente no hay diferencia de tiem po al v ia jar de un lugar a
otro. Los m omentos son simultáneos.
P ero en este sueño, si nos fijamos bien, las imágenes se constelan alrede
dor de centros gravitatorios arquetípicos: El m ar, imagen tradicional
del inconsciente. Dos hombres, yo y mi som bra. U n a em barcación,
símbolo del viaje hacia las profundidades del alm a. Tres islas, reflejo
de una trin id a d o de una preocupación religiosa. Dos árboles, uno con
las m azorcas de la vida, vida que se desarrolla según los contrarios,
sim bolizados por las hojas de dos colores del otro árbol. U n cuadrado
que sim boliza la to ta lid a d que debe alcanzar la psique en su desa
rrollo.
A hora bien, en la poesía huidobriana los centros gravitatorios o no
tienen función o bien su función es secundaria. Lo im portante es la
creación pu ra de la imagen. Es decir, lo im p o rtan te p ara el poeta es
crear la im agen en su estado previo a la ordenación que le d a la con
ciencia, pues lo que hace la conciencia no es o tra cosa que o rd en ar las
imágenes según estructuras preestablecidas que reproducen por an a
logía el orden cósmico. H u id o b ro com prendía m uy bien el peligro
que, para la poesía, representaba la conciencia racionalizadora. V ere
mos más adelante que el mismo H uid o b ro no pudo librarse com ple
tam ente de este peligro. Pues, la conciencia tom a su inspiración de los
objetos, los cuenta con la m atem ática o los canta con la poesía, pero,
en todo caso, im pulsa a sus imágenes a form ar un todo ordenado,
com o lo es una ecuación o un poem a rom ántico.
V isualizando la posición de H uidobro en un plano más profundo,
podríam os decir que nuestro poeta tra ta de situar sus imágenes, no en
38
el plano de nuestro m undo presente, sino en un plano que correspon
dería analógicam ente al estadio en que se encontraban las cosas en el
caos, en la m atriz abisal donde dorm ían las cosas en el transcurso de
la noche p rim ordial de la creación. P or esto, H uidobro al señalar la
misión creativa del hom bre, dice en su M anifiesto titu lad o La crea
ción pura: „El hom bre nunca estuvo más cerca de la N atu ra lez a que
ahora que ya no busca im itarla en sus apariencias, sino hacer lo mismo
que ella, im itándola en el plano de sus leyes constructivas, en la reali
zación de un todo, en el mecanismo de la producción de nuevas fo r
m as.“
Si todo esto que acabamos de decir es cierto, la imagen poética preconi
zada p or H uid o b ro se acunaría en la m atriz del inconsciente y el
esfuerzo que realizaría el poeta p ara relacionarse con el inconsciente
sería otro m ovim iento conducente a la inm anencia.
A hora bien, un doble m ovim iento hacia la inm anencia — su reacción
contra la transcendencia m anifestada en los m odernistas y su intento
de fu n dam entar la imagen poética sobre la m atriz misteriosa del in
consciente — p odría conducir inevitablem ente a H uido b ro a postular
una poesía totalm ente herm ética cuya com unicación sería imposible.
Era, pues, necesario relacionar de algún modo la imagen con la con
ciencia del poeta y del lector, hacerla más luminosa.
3. La evolución creadora
39
La N atu ra lez a se presentaba así como una m atriz creativa, como un
proceso dinám ico, como duración pura. La idea fue recogida por
H uidobro — repetim os — cuando dijo: „El hom bre nunca estuvo más
cerca de la natu raleza que ahora que ya no busca im itarla en sus ap a
riencias, sino hacer lo mismo que ella, im itándola en el plano de sus
leyes constructivas, en la realización de un todo, en el mecanismo de la
producción de nuevas form as.“
II • EL P O E M A C R E A D O
Estas tres grandes influencias que acabamos de señalar van a arro jar
alguna luz sobre la teoría huidobriana del poem a creado.
En su M anifiesto titu lad o El creacionismo dice H u id o b ro : „El hom bre
ya ha inventado to d a una fauna nueva que anda, vuela, nada, y llena
la tierra, el espacio y los mares con sus galopes desenfrenados, con sus
gritos y sus gemidos. / Lo realizado en la m ecánica tam bién se h a hecho
en la poesía. Os diré qué entiendo por poem a creado. Es un poem a en
el que cada p arte constitutiva, y todo el conjunto, m uestra un hecho
nuevo, independiente del m undo externo, desligado de cualquiera o tra
realidad que no sea la propia, pues tom a su puesto en el m undo como
un fenóm eno singular, ap arte y distinto de los demás fenóm enos.“
Esto que acabam os de citar hay que entenderlo, sin em bargo, dentro
de sus justos lím ites: no se tra ta aquí de crear un poem a que sea algo
así como un delirio psicótico, puesto que entonces el poem a sería el
producto de un loco y no de un poeta. Más adelante veremos cómo
H uidobro salva esta dificultad con su teoría de la „superconciencia
poética“. Al revés, se tra ta aquí de im itar la N atu ra lez a, pero im itarla
en sus procesos internos y no en sus apariencias.
Com o ejemplo de im agen creada, hemos citado ya la de „horizonte
cu a d rad o “ . E n el M anifiesto que citam os ahora, H u id o b ro agrega
otros ejemplos: „Los lingotes de la tem pestad“, „La noche está de som
b rero “ . T odas estas imágenes tienen algo en com ún: en ellas la im agi
nación une dos elementos contrarios y los concilia unificándolos dentro
de la m atriz creativa del inconsciente. Los lingotes, en general, repre
sentan el m undo ordenado y previsible del buen burgués que es preci
samente el hom bre que se resguarda contra las tem pestades de la vida.
Pero en la imagen creada, estas dos instancias contradictorias aparecen
unificadas en otro plano — el plano de lo m aravilloso — m uy distinto
del plano de nuestra v id a cotidiana.
40
Pero mucho más interesante-que repetir estos ejemplos, sería aplicar
las grandes influencias sufridas por H uidobro a la interpretación de
un largo pasaje — aparentem ente incom prensible — del más im p o r
tan te de sus poemas. Me refiero a A lta zo r (1931), un poem a de largo
aliento, donde H uidobro intenta darnos una síntesis de su posición
frente a la v ida y a la poesía.
Este poem a que ha sido m altratad o po r los críticos al juzgarlo como
el poem a anti-creacionista por excelencia (¡), es explicado por Braulio
Arenas con estas atinadas palabras:
„ A lta zo r es un largo poema. La técnica de los poemas de gran exten
sión supone com plicados problem as para los autores. G eneralm ente
la poesía lírica se expresa en un corto texto, no más allá de lo que un
lector medio alcanza a leer inm ediatam ente. P ara conseguir la iden
tid ad de un poem a largo (no nos referimos a un poem a corto alargado
artificialm ente) se requiere prestar al poem a una espina dorsal que lo
m antenga en pie naturalm ente y no por la ley de la inercia. Se requiere,
además, una arquitectura que le preste su contenido. En el caso de
A lta zo r, esta espina dorsal es la historia, contada en siete cantos, de
la p alab ra hum ana vuelta verbo poético. D e ahí el desarticulado final,
con frases rotas y palabras de confusa algarabía, pues consideraba
H uidobro que la poesía iba a cum plir su carrera como el sol, que se
destroza en mil fragm entos de luz sobre el horizonte de la ta rd e “
(Prólogo a las Obras com pletas de V icente H uidobro).
Es precisam ente el m om ento inm ediatam ente anterior a ese final de
palabras de confusa algarabía al que quisiera referirm e p ara así an a li
za r los mecanismos que im pulsan a la creación huidobriana.
En efecto, hacia el fin de A lta zo r (C anto V), H uidob ro recurre a la
asociación autom ática de palabras puesta en m ovim iento p o r la p a la
bra molino. Se tra ta de una larguísim a enum eración com puesta por
series de este tipo:
M olino de viento
M olino de aliento
M olino de cuento
M olino de intento
— etc. —
41
1) Serie de: M olino de viento
2) Serie de: M olino del portento
3) Serie de: M olino en fragm ento
4) Serie de: M olino con talento
5) Serie de: M olino p ara aposento
6) Serie de: M olino como ornam ento
7) Serie de: M olino a sotavento
8) Serie de: M olino que invento
9) Serie de: M olino lento
La solución más fácil, en este caso, sería despachar estas series diciendo
que se tra ta de una simple enum eración asociativa caótica, producida
al azar. Sin em bargo, debemos tener presente el hecho de que en la
psique no hay casualidades. Y, p o r o tra parte, debemos ten er presente
la pro p ia actitud creacionista de H uid o b ro que en este caso nos diría:
N o podemos saber si es el viento el que crea el m olino, o si es el m olino
el que crea el viento.
En este caso concreto, es el m olino el que va creando circunstancias
m aravillosas que escapan del plano de nuestra v id a cotidiana. Si nos
atenemos a esta sencilla consideración, veremos que las series propues
tas p o r H uidobro obedecen a un proceso de creación que no sólo
im plica los postulados de su propia poética, sino, además, im plica las
influencias sufridas por H u id o b ro :
(1) M olino de viento. El molino, que representa aquí la m atriz p rim o r
dial de donde emergen las cosas, genera el viento que se expande en
todas direcciones. Dicho de otro modo y siguiendo una term inología
que sería grata a H esiodo: el Caos originario engendra al Eros cosmo
gónico. Lo que H esiodo postula p ara el universo n atu ral, H u idobro
lo postula p ara el m undo m aravilloso de la poesía. Se observa aquí
el sentido de transcendencia de la poesía m odernista: „M olino de
vien to “ sería una im agen p ara ser usada por cualquiera de los discípu
los de D arío.
(2) M olino del portento. Sin em bargo, p ara crear, el viento (Eros)
debe localizarse sobre un p unto especial, pues de lo co n trario su creati
v id ad sería difusa y no p odría generar algo concreto. P a ra H esiodo
este punto especial sería un Dios o un objeto n atu ra l como el cielo o
la tierra. Pero p ara H uid o b ro este punto especial es la imagen creada
(portento), algo que solam ente pertenece a su universo poético. Se
observa aquí un m ovim iento contrario al anterior, un m ovim iento que
se dirige hacia adentro, hacia la inm anencia que perm ite que la imagen
creada subsista en sí, independientem ente de los objetos exteriores.
(3) M olino en fragm ento. Pero un punto especial es y a un fra g m en to,
42
algo que se desliga del resto defendiéndose en su propia inm anencia,
como un señor dentro de su castillo feudal.
(4) M olino con talento. Sin em bargo, una vez fragm entada, la reali
d ad (sea n atu ra l o poética) debe ser reunificada, pues de lo contrario
el m undo se convertiría en un archipiélago de inm anencias, islas sin
relación las unas con las otras. El facto r unificativo es precisam ente el
Logos, el pensam iento capaz de unificar (Pensar es relacionar, decía
Renouvier) las novedades de la creación según leyes de ordenación,
sin hacerles perder su carácter de novedades, es decir, m ediante esa
operación que llam am os talento. El talento sería en este caso el facto r
que unifica los fragm entos de la creación, ordenándolos en un todo,
en una duración to talizan te que fijaría el sentido de u na evolución
creadora.
(5) M olino para aposento. Pero p ara efectuar esta reunificación, esta
to talid ad, dejando sin em bargo a cada fragm ento en la plenitud de su
espontaneidad creadora, el talento debe colocar a cada fragm ento
dentro de un espacio interior (aposento) en donde el fragm ento se
sienta a su gusto, como el niño dentro del aposento m aterno. D e nuevo
observamos aquí un m ovim iento en sentido de la inm anencia, algo así
como un retorno al seno m aterno.
(6) M olino como ornam ento. P ara que dicha reunificación m antenga el
dinamism o vital y no sea una simple adición aritm ética, debe producir
un todo en m ovim iento, un todo que presente una finalidad. Esa fin a
lidad es la que produce la belleza de lo creado. La teleología es, pues,
el ornam ento del universo. Se da aquí, sea dicho de paso, un m ovi
miento en sentido de la transcendencia, un impulso hacia un valo r
exterior al todo.
(7) M olino a sotavento. Al existir una finalidad, al dirigirse las cosas
hacia un valo r que ornam enta, que da belleza y m aravilla, el viento
de la creación debe soplar en un sentido determ inado (sotavento). El
viento debe lim itarse en una dirección, debe respetar la inm anencia.
(8) M olino que invento. C uando el viento de la creación se lim ita, se
vuelve sobre sí mismo, se conoce a sí mismo, surge la conciencia del
poeta. El poeta inventa así un m undo propio que es paralelo al m undo
natu ral.
(9) M olino lento. Al inventar, al crear, el poeta usa palabras (adjeti
vos en esta serie) que sitúan la creación poética dentro del ám bito
autónom o de la conciencia. Dicha autonom ía se hace más pro n u n cia
da a m edida que avanza el proceso creativo del poeta llegando al final
a producir una profusión de palabras que, sin tener un sentido d eter
m inado, aum enta, en cambio, la intensidad de la conciencia del poeta,
43
pone al poeta en estado de tensión a fin de que penetre en el plano de
un mundo especial, un plano propio de las imágenes creadas. P or esta
razón, la enum eración term ina con una afirm ación explícita: el molino
engendra („teje“) el m undo donde ahora m ora el poeta:
Así eres m olino de viento
M olino de asiento
M olino de asiento del viento
Q ue teje las noches y las m añanas
Q ue h ila las nieblas de u ltra tu m b a
M olino de aspavientos y del viento en aspas
El paisaje se llena de tus locuras.
44
H o riz o n te cuadrado. U n hecho nuevo inv en tad o p o r mí, creado p o r m í, que
no p o d ría existir sin mí. Deseo, m i querido am igo, englobar en este títu lo
toda mis estética, la que usted conoce desde hace algún tiem po.
Este títu lo explica la base de m i teo ría poética. H a condensado en sí la esencia
de mis principios.
1) H u m a n iz a r las cosas. T odo lo que pasa a través del organism o del poeta
debe coger la m ayor c an tid ad de su calor. A quí algo vasto, enorm e, como
el horizonte, se hum aniza, se hace íntim o, filial gracias al adjetivo cuadrado.
El in fin ito an id a en nuestro corazón.
2) Lo vago se precisa. A l c errar las ventanas de nuestra alm a, lo que podía
escaparse y gasificarse, deshilacliarse, queda encerrado y se solidifica.
3) Lo abstracto se hace concreto y lo concreto abstracto. Es decir, el equi
librio perfecto, pues si lo a b stracto tendiera hacia lo abstracto, se desharía
en sus m anos o se filtra ría p o r entre sus dedos. Y si usted concretiza aún
más lo concreto, éste le servirá p a ra beber vino a am oblar su casa, pero
jam ás p a ra am oblar su alm a.
4) Lo que es dem asiado poético p a ra ser creado se tran sfo rm a en algo creado
al cam biar su v a lo r usual, ya que si el h o rizonte era poético en sí, si el h o ri
zonte era poesía en la vida, al calificársele de c uadrado acaba siendo poesía
en el arte. D e poesía m uerta pasa a ser poesía viva.
P ara fin alizar digamos unas breves palabras sobre los supuestos en que
descansa el proceso creativo del poem a tal como lo entiende H u i-
dobro.
El prim er supuesto reside en el hecho de que el proceso poético repite
en cierto m odo las operaciones y los modelos del cosmos. Si no los
repitiera, la poesía no pasaría de ser una m anifestación psicótica, lo
que H u id o b ro ha rechazado expresam ente en su M anifiesto de m ani
fiestos al decir:
45
El segundo supuesto consiste en adm itir que los diversos planos de la
N atu ra lez a pueden m odificar el modelo original de la creación. Por
esto hemos hablado del „evolucionismo em ergente“ al referirnos a
Samuel A lexander al principio de este capítulo. Esto tal vez
parecía, a prim era vista, algo fuera de lugar. A hora no lo es, ahora
está en su lugar. Los planos de la N atu ra lez a pueden p ro d u cir nuevas
form as que, cualitativam ente, escapan del m odelo original. E n este
sentido, la creación interna, lo m aravilloso de la poesía, p o d ría p ro
ducir imágenes que son cualitativam ente más ricas que los hechos n a tu
rales. Los mecanismos de producción son los mismos — o son paralelos
si se quiere — pero los productos son cualitativam ente diferentes.
C om o consecuencia, el tercer supuesto consistiría en aceptar cierto tipo
de libertad creadora operante en los diversos planos de la realidad.
Dichos planos no estarían predeterm inados desde to d a eternidad, sino
que „librem ente“ podrían crear algo nuevo.
El poeta crearía algo nuevo (un poem a creado) que, a su vez, activ aría
las energías creadoras del lector im pulsándolo a cooperar en la crea
ción de lo m aravilloso. Sólo así la creación sería com unicable y podría
perpetuarse a lo largo del tiem po y del espacio.
V olviendo ahora a lo que hemos dicho anteriorm ente sobre la distribu
ción de la energía psíquica en el proceso de la experiencia religiosa y
la aplicación de este esquema en el pensam iento de U nam uno, la rela
ción entre las personificaciones presentadas p o r H u id o b ro sería la
siguiente:
Y Y
C. Inm anencia de la C. D inam ism o L a concien
fuerza prim ordial teleológico cia creadora
(fragm ento) de la to ta li poetiza la
dad (o rn a realidad
m ento) (lento)
46
N ótese, sin em bargo, como ya hemos advertido, una diferencia fu n d a
m ental. El pensam iento de H uid o b ro está saturado de esencias míticas.
P or lo tanto, el nivel B, ocupado en U nam uno po r los sentimientos
(soledad, ansia de inm ortalidad) que siempre conservan su autonom ía,
es utilizado p o r H uidobro p ara colocar sentim ientos que, p o r concre
ción, van finalm ente a generar la conciencia creadora del poeta. Dicho
sim bólicam ente: el poeta sería así un pequeño dios engendrado p o r los
Dioses mayores. E n tre U nam uno y H uidobro existe la misma dife
rencia que va de un filósofo a un poeta.
47
JO R G E LU IS BO RG ES — LA P A L IN G E N E S IA DE
U N A P E R S O N IF IC A C IÓ N D E SM E M B R A D A
I • LA G A LER IA D E E SPE JO S N E G R O S
48
de S anta Teresa de A vila o la del huracán en Santa Rosa de Lima. A
simple vista, la imagen de Santa Teresa parece ser estática y la de
Santa Rosa, dinám ica. Pero si nos detenemos a m irar la imagen de
Borges, resulta que ésta no es ni dinám ica ni estática, o inversam ente,
p o d ría ser sim ultáneam ente dinám ica y estática. Si un espejo refleja el
m ovim iento de un objeto, dicho m ovim iento se repetirá infinitas veces
a lo largo de la serie in finita de espejos. Pero la serie misma de espejos
será estática, inm óvil. C onviene recordar este carácter antinóm ico de
la imagen p ara com prender lo que sigue más adelante.
E n segundo lugar, la im agen de Borges posee infinitud pero no to ta
lidad, a la inversa de la imagen de S anta Teresa que es finita pero
to talizante, o de la imagen de Santa Rosa que tiende a in fin itizar los
objetos contenidos en ella, a lanzarlos hacia una inm ensidad que los
to taliza. O sea, la imagen de Borges es una serie infinita , abierta, pero
nunca totalizante. „Yo rechazo el todo p a ra exaltar cada una de sus
p arte s“, dice Borges en su N u eva refutación del tiem po.
P o r últim o, si recordam os que el tiem po es la m ateria p rim a de toda
im agen interior — (en cierta m anera la imagen interior espacializa al
tiem po, lo convierte en figura geom étrica) — resulta que, en Borges,
al ser la im agen interior una especie de archipiélago de figuras refle
jadas hasta el infinito, el tiem po que la com pone tiende a fragm entarse,
a disgregarse, p ara convertirse finalm ente a su vez en archipiélago:
„Sin em bargo, negadas la m ateria y el espíritu, que son continuidades,
negado tam bién el espacio, no sé con qué derecho retendrem os esa con
tin u id ad que es el tiem po. F uera de cada percepción (actual o conjetu
ral) no existe la m ateria; fuera de cada estado m ental no existe el
espíritu; tam poco el tiem po existirá fuera de cada instante presente“
(N u eva refutación del tiem po).
II • LAS A PO R IA S D E LA SE R IE IN F IN IT A
49
suprim o todos los objetos del Universo? — Y responde: Q ueda un
espacio vacío y un tiem po vacío. A hora bien, ese espacio y tiempo
vacíos no son cosas que existan en sí, son sólo form as a p rio ri de la
sensibilidad, condiciones de toda experiencia posible. P o r lo tanto, no
es de extrañarse si el espacio y el tiem po presentan antinom ias: p ode
mos con la misma facilidad y rigor lógico dem ostrar que el espacio
y el tiem po son finitos o infinitos. O sea, una condición de posibilidad
de toda experiencia posible debe ser elástica, debe m aniobrar con la
misma facilidad las experiencias que ap u n tan hacia lo finito o hacia
lo infinito.
A hora bien, espacio y tiem po son „continuos“ (o „continuidades“ como
dice Borges), es decir, ambos aceptan la fragm entación p ara constituir
una serie infinita. El lugar donde yo estoy está rodeado por cierta
área, esa área está a su vez rodeada p o r o tra área m ayor, y ésta por
o tra m ayor, y así hasta el infinito. El instante del „a h o ra“ ha sido
precedido por un instante anterior, y éste, a su vez, p o r otro anterior,
y así hasta el infinito.
Siendo así, no es de extrañarse que, al hacer uso de un a serie, Borges
recurra a la infinitud p a ra concebir el m undo como un poem a que se
continúa escribiendo en la eternidad del tiem po (In fern o I, 32), o a la
contracción indefinida de la finitud p ara llegar a afirm ar que „Espacio
y tiem po y Borges ya me dejan“ (Lím ites), o a la condensación indefi
n id a de la serie hasta llegar a im aginar „un lugar donde están, sin
confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos“
(E l A leph).
I II • EL C O N T IN U O D E C O N C IE N C IA
50
tinuo. Solam ente se p o d ría fragm entar y serializar la extensión del
espacio o la duración del tiem po. P ero Borges, sin em bargo, llega al
extrem o de serializar la conciencia y darle el tratam ien to de un con
tinuo, según podem os apreciar en su relato titu lad o Las ruinas circu
lares: un hom bre crea a otro soñándolo, y éste a su vez sueña a otro y
así indefinidam ente. Borges confiesa el origen oriental de esta idea:
„O tros textos budistas dicen que el m undo se aniquila y resurge seis
mil quinientos millones de veces p o r día y que todo hom bre es una
ilusión, vertiginosam ente obrada p o r una serie de hombres m om entá
neos y solos“ (N u ev a refutación del tiem po).
Pero al llegar a este p unto nos encontram os con otro aspecto que nos
ayuda a una m ejor com prensión de este asunto. Es la serie de lugares
la que form a al espacio, como la serie de instantes es la que form a al
tiempo. O usando una expresión g rata a K ant, podríam os decir que
la serie es la form a a p rio ri del continuo. Sin la serie no podríam os
nunca llegar a la intuición del continuo.
A nálogam ente, es la serie de estados conscientes la que form a a la
conciencia, pero con una diferencia fundam ental respecto a las series
de espacio y tiem po: es la repetición de determ inados elementos de la
serie de conciencia la que posibilita la m em oria y la percepción de la
eternidad.
E n efecto, esta m anera de reflejar la concepción de la serie infinita
dentro de la serie de estados de conciencia se observa asimismo en el
m odo en que Borges concibe la eternidad. E n su H istoria de la E ter
nidad, refiriéndose a una banal experiencia de una calle desierta, la
visión de una pared m irada en noche serena em puja a Borges a describir
su idea de la eternidad en estos térm inos:
„Esa p u ra representación de hechos homogéneos — noche en serenidad,
parecita lím pida, olor provinciano de la m adreselva, barro fundam en
ta l — no es m eram ente idéntica a la que hubo en esa esquina hace
tantos años; es, sin parecidos ni repeticiones, la misma. El tiem po, si
podem os in tu ir es identidad, es una delusion: la indiferencia e insepara
bilidad de un m om ento de su aparente ayer y otro de su ap arente hoy,
bastan p ara desintegrarlo.“
„Es evidente que el núm ero de tales momentos hum anos no es infinito.
Los elementales — los de sufrim iento físico y goce físico, los de acer
cam iento del sueño, los de la audición de una música, los de mucha
intensidad o mucho desgano — son más im personales aún. D erivo de
antem ano esta conclusión: la v id a es dem asiado pobre p ara no ser
tam bién inm ortal. Pero ni siquiera tenemos la seguridad de nuestra
pobreza, puesto que el tiem po, fácilm ente refutable en lo sensitivo,
51
no lo es tam bién en lo intelectual, de cuya esencia parece inseparable
el concepto de sucesión. Quede, pues, en anécdota em ocional la vislum
b rad a idea y en la confesa irresolución de esta hoja el m om ento v er
dadero de éxtasis y la insinuación posible de eternidad de que esa
noche no me fué a v a ra .“
P ara ilustrar esta idea podríam os designar la serie de estados de con
ciencia con los números naturales 1 ,2 , 3, 4, etc. A hora bien, d entro de
esta serie h ay un estado especial que se repite (?) cada ciertas veces,
por ejemplo: 1, 2, 3, 4, 5 — n — 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12 — n — 13, 14,
etc. E l estado n serla indicativo de la eternidad, pero sería mejor decir
que no se repite propiam ente („repetirse“ indica fenecer y volver a
aparecer como p o r arte de m agia¡): más bien el estado n está
siempre presente a lo largo de la serie, pero es como esos ríos cap ri
chosos que a veces se hunden en la tierra p ara luego salir a la superficie
un poco más adelante. D e esta m anera, se aceptaría una ,,re-aparición“
(signo de pobreza, según Borges), pero se ev itaría la teoría del eterno
retorno. O sea, h ay ,,re-aparición“ pero la serie infinita está abierta,
desm em brada como un archipiélago.
E n el extrem o opuesto a Borges, en una filosofía to talizan te, como lo
es, po r ejemplo, el pensam iento hindú, los continuos de espacio, tiem po
y conciencia pueden intersectarse, coincidir en un p u n to y entonces se
origina la conciencia concreta del hom bre con su intuición del yo, del
instante y del lugar.
P ero en un pensam iento como el de Borges, donde las series no coinci
den plenam ente, donde la im agen interior im plica desmembración,
archipiélago („Y o rechazo el todo p ara ex altar cada una de sus p a r
tes“), donde cada serie puede seguir un curso autónom o, su posible
intersección está sujeta a una especie de arte com binatoria: es la lotería
de las series la que produce una determ inada com binación que, en
últim a instancia, estructura la experiencia relatad a p o r nuestro autor.
C om o ejemplo, volvam os a nuestra prim era cita: „La casa no es tan
grande. La agrandan la penum bra, la sim etría, los espejos, los muchos
años, mi desconocimiento, la soledad.“ Estamos en un lugar (la casa),
p ero la determ inación de dicho lugar no depende exclusivam ente de
las determ inaciones del continuo espacial o de las relaciones intrínsecas
del espacio con el tiem po y la conciencia. Al revés, hay un divorcio
del espacio en relación al tiem po y a la conciencia. H a y determ inacio
nes de espacio (penum bra, simetría, espejos). H a y o tra larguísim a serie
de determ inaciones tem porales (los muchos años) que escapa a la estre
cha área del lugar arrastran d o nuestra im aginación hacia instantes que
existían antes que la casa y que existirán después que ésta haya sido
52
destruída. H ay , po r últim o, o tra serie de estados de conciencia (m i
desconocim iento, la soledad) que escapan al lugar y al instante, que
arrastra n la im aginación hacia obscuras visiones de desam paro y de
muerte.
U sando una especie de arte com binatoria, el lector entonces visualiza
una experiencia incom pleta, abierta, que él, po r su cuenta, debe com
p letar p o r medio de las posibilidades com binatorias que los continuos
señalizados le ponen en su mano. El lector es entonces el „co -au to r“
de Borges y sólo entonces tiene sentido en p ro fu n d id ad la frase tan
socorrida que dice que Borges es un escritor p ara escritores.
53
C O ST A D U RELS — LA F U N C IÓ N TELEÓ LO G ICA
D E LAS P E R S O N IF IC A C IO N E S
I • LA P R E O C U P A C IÓ N F U N D A M E N T A L
54
P ara una mejor apreciación de este prim er enfoque de la obra, p o d ría
mos agregar algunos personajes secundarios que com pletan este cuadro.
M artine es la m ujer obrera anónim a que intenta realizar su pequeño
destino y su m odesta vida sexual en medio de la explotación del
trabajo. P hilippon, el obrero que sólo conoce la lucha m ilenaria de su
clase y el sufrim iento aparejado a esta lucha. La M ere M oreau, p e r
sonaje accidental, es el p ro to tip o de la p o rtera prejuiciosa que debe
tra ta r con proletarios que viven en su casa.
II • EL M U N D O IN T E R IO R D E LA O BR A
55
ha profesado siempre a las mujeres;) hasta un a eternidad fijada por
la sublimación y la espiritualización de lo femenino.
P ero tam bién el pensam iento de Luc se mueve entre dos opuestos. Re
cordemos sus grandes afirm aciones: „En esta nueva cruzada — (la de
los sacerdotes-obreros) — somos revolucionarios“ (p. 14). „El sacer
dote es hom bre de sacrificios. Sacrifica tú el oficio (el de sacerdote) y
salva la fe “ (p. 15). Y refiriéndose a su placer de navegar en barcazas
que lentam ente lo llevan por los canales hasta alcanzar la inm ensidad
del m ar, dice: „P ara mí la alta m ar es la lib e rta d “ (p. 17). V ale decir:
su pensam iento v a desde lo concreto, desde la lab o r asfixiante de la
fábrica, desde el sacrificio cotidiano im puesto p o r una sociedad cap ita
lista corrom pida creada p o r hombres (p. 62), hasta la culm inación de
la libertad sim bolizada po r el m ar. P ara Luc la Iglesia es la libertad,
pues la libertad es fem enina, es la creadora del espíritu. El pensam iento
de Luc es „ascendente“, se dirige hacia las alturas inmensas de la
libertad.
El pensam iento de ambos personajes se cruza y entonces la obra se
estructura según el siguiente esquema:
L ib e r ta d (fe m e n in o )
M e re M o reau J e a n - P ie r r e
T ra d ic ió n M ensajero E tern id ad
(m a s c u lin a ) (fe m e n in a )
Philippon M a rtin e
Lo c o n c re to (m a s c u lin o )
56
H asta aquí hemos hablado sólo de dos personajes. Tendríam os ahora
que referirnos a los cuatro restantes p ara así explicar el sentido total
de este esquema.
Jean-Pierre es el sacerdote que tam bién ha ab razado la causa de la
lucha po r lo concreto. Pero su alm a es agitada por la duda. En vez de
continuar su m archa hacia la libertad junto a Luc, cede ante las am o
nestaciones del Mensajero y tom a finalm ente la ru ta de éste últim o. En
el esquema aparece ejecutando su m ovim iento evolutivo, prim ero en la
misma dirección que Luc y, más tarde, torciéndola hacia el camino del
Mensajero.
P hilippon es el obrero que sólo ha conocido la dureza del trab ajo im
puesta desde los tiempos inmemoriales del patriarcado. E stá fatalm ente
condenado a moverse desde esa tradición y es atraíd o p o r la fuerza
irresistible de lo concreto, de la labor cotidiana de la fábrica. En el
esquema, p arte del mismo punto que el Mensajero, pero en vez de
seguir su ru ta se desvía hacia lo concreto.
M artine sale del fondo prim ordial de la fem enidad, de la fem enidad
sellada p o r la tradición que es la fem enidad que ha im perado hasta
ahora, y, como Philippon, tam bién es atra íd a irresistiblem ente p o r la
dureza de lo concreto, de lo cotidiano. Se mueve en sentido opuesto
al Mensajero pero desvía su ru ta hacia lo concreto.
Siendo la tradición y lo concreto de signo masculino, pues son modos
de existencia que pertenecen a una sociedad creada p o r hombres y
p ara hom bres y discrim inatoria en relación a las mujeres, resulta
curioso constatar en nuestro esquema que P hilippon se mueve entre
dos polos masculinos, m ientras que M artine va de un polo femenino a
uno masculino.
P o r últim o, la Mere M oreau es el tipo de la p o rtera afincada en sus
prejuicios estúpidos. Es una m ujer (mujer?) que se sumerge en lo más
superficial de lo concreto, procurando siempre alejarse de él, pero sin
atreverse, como Luc, a lan zar su vuelo hacia las alturas de la libertad.
Siente, en cambio, la atracción de la tradición fijada po r hombres, los
mismos hombres que han deform ado su naturaleza femenina.
Este mismo esquema aparece sim bolizado vagam ente al fin alizar la
obra, cuando cae el telón en el A cto I II, en el m om ento en que las
llam as de la fundición del acero dibujan una cruz en el cielo.
E n nuestro esquema las flechas indican los diversos m ovim ientos de
los personajes. Y podríam os decir entonces que este esquema resume
gráficam ente la crisis del catolicismo.
En efecto, la Iglesia católica — y esto se aprecia muy claram ente en
la obra de C osta du Reis — no ha podido conciliar la eternidad
57
femenina con la libertad. Tam poco ha podido conciliar la tradición
con la problem ática del trabajo concreto. (Por esto en nuestro esquema
aparecen dos polos femeninos y dos masculinos.) Tomemos un ejemplo:
La V irgen M aría es una deform ación asexuada del arquetipo de Isis
que, por milenios, im peró en la psique de la antigüedad. El culto de la
M agna M ater ha perdido así su relación con las energías de la libido.
Esto naturalm ente se agrava tod av ía con el chauvinismo masculino
que la Iglesia ha preconizado desde su fundación. Pero la Iglesia
tam poco ha podido conciliar la tradición con lo concreto, con el ins
tan te de la vida, p unto en el cual las religiones antiguas le llevaban
gran ventaja. En la m ente antigua, la divin id ad se m anifestaba en
form a m últiple en cada acción concreta del ser hum ano. P ara el an
tiguo, la m oral pertenecía fundam entalm ente al dom inio social y no al
religioso. O casionalm ente ambos dominios se com penetraban, pero
no se invad ían y menos aún se fusionaban. El cristianismo, en su afán
de conquistar el poder político y m antenerse junto a los dom inadores,
fusionó ambas esferas. La m oral se convirtió así en un arm a mágica
de dom inación, donde siempre los dom inados se sentían culpables.
H o y día este juego ha term inado y la aven tu ra de los sacerdotes-
obreros de F rancia fue, sin duda, el prim er paso hacia una revisión
to tal de la política de la Iglesia.
V einte años más tarde, nos preguntam os por la validez actual que
pod ría tener la problem ática p lanteada en la obra de C osta du Reis.
Si, haciendo abstracción de los personajes, ponemos nuestros ojos sobre
el esquema expuesto más arriba, veremos que, salvo la variación de la
liberación de la mujer que recién em pieza, todos los restantes factores
conservan, en cierto modo, su validez. La Iglesia ha com enzado a
cam biar m uy lentam ente. Algunos hechos fueron incluso vaticinados
en la obra de C osta du Reis: po r ejemplo, la misa dicha en francés, que
en la obra aparece como algo insólito, es ahora un lugar común. Pero
dentro de la Iglesia se observa to d a v ía una m arcada tendencia a
persistir en los modos de pensam iento que C osta du Reis pone en boca
del Mensajero.
A lguien se preguntará, sin duda, cuál podría ser la solución de esta
crisis del catolicismo.
58
Creo que no hay solución en el sentido estricto de la palabra. H o y día
no es posible hablar de una religión única y verdadera. N i siquiera las
grandes figuras de la teología cristiana abrigan esta esperanza. Pero
sí creo que hay una esperanza de renacim iento p ara la experiencia
religiosa en general. Esa esperanza se observaría claram ente si hacemos
ro ta r nuestro esquema en 180 grados y cambiamos la dirección de los
m ovim ientos evolutivos de nuestros personajes. Entonces aparecería
así:
Lo c o n c re to ( m a s c u lin o )
Luc
M e re M o reau J e o n -P ie rr e
E ternidad M e n s a je ro Tradición
( fe m e n in a ) (m a s c u lin a )
P h ilip p o n M a rtin e
L ib e r ta d ( fe m e n in a )
59
El sacerdote que estuviera poseído p o r sus dudas (Jean-Pierre) debería
beber las aguas de esta tradición dinám ica y superar su crisis de con
ciencia llevando estas aguas vivas hacia las form as enferm as de lo
concreto.
La m ujer trab a jad o ra (M artine) debería tam bién estar inmersa en la
libertad y con su liberación, vivificar la tradición.
El trab a jad o r (P hilippon) debería m antenerse entre dos polos femeni
nos: entre la libertad y la eternidad. El hom bre que es, p o r naturaleza,
analítico, fragm entador racionalista de la realidad, debería h allar su
plenitud en las form as de v ida to talizan te de lo femenino que actuaría,
en este caso, como mecanismo com pensatorio en la integración de su
personalidad.
P or últim o, la m ujer anónim a m oldeada por lo prejuicios de una socie
dad m asculina (M ere M oreau) debería integrar su personalidad llevan
do las aguas vivificantes de la M agna M ater hacia las form as endure
cidas de lo concreto que se m uestran en la v id a cotidiana.
Los personajes se com plem entarían y sus funciones tenderían a form ar
un edificio arm ónico donde no h abría diferencia entre erotismo y
religiosidad, entre sacerdocio y trabajo, entre historia y eternidad.
En Borges era el lector quien, en últim a instancia, debía cooperar en
la reconstrucción de una personificación desm em brada. El lector era
„co-autor“ en el sentido de resucitar (palingenesia) los sentimientos de
espacio, tiem po y conciencia que el mismo Borges se había encargado
de fragm entar.
En C osta du Reis, en cambio, el lector siente la tentación de cam biar
el orden de las personificaciones (eternidad, tradición, libertad) que
aquí actúan como centros gravitatorios destinados a estructurar la
acción de los personajes.
Es curioso, pues, constatar que aún queda laten te entre nosotros esa
vieja tradición hispánica que im pulsaba al pueblo a en tra r a saco en la
obra literaria y m odificarla a su antojo.
60
C O N C L U S IÓ N Y O R IE N T A C IÓ N B IB LIO G R Á FIC A
61
D e este modo, hemos recorrido un largo sendero que va desde un
sistema de personificaciones sum am ente unitivo, denso y coherente
(Lameda) hasta un sistema m uy abierto, casi sideral, que m uestra las
personificaciones como estrellas lejanas (Costa du Reis).
En resumen. Estos cinco escritores han sido colocados así en un orden
lógico que com ienza por la m ayor densidad de las personificaciones
(Lam eda, U nam uno). Prosigue por una etapa donde las personifi
caciones se unifican en un sistema m uy coherente que recuerda el
orden neoplatónico (H uidobro). Y term ina por una etapa donde las
personificaciones m uestran una tendencia a disgregarse o a aislarse
(Borges, C osta du Reis).
H e aquí la realidad interior m ostrada en este ensayo. Se tra ta de
una problem ática: no se dan soluciones. M odestam ente, se tra ta de
m ostrar una serie de fotografías tom adas en las profundidades
subm arinas del alm a e interpretarlas de m anera provisoria. N o se
puede ni conviene hacer o tra cosa. Es peligroso descender a esas
profundidades subm arinas. U no tiene entonces la im presión de v iv ir
en un m undo situado fuera del tiem po. A llí las imágenes se vuelven
radiantes y parecen tener la consistencia de un cristal flexible. Es un
m undo fascinante que invita a gozar del reposo eterno, a no volver
a la superficie. N o es extraño que un hom bre tan astuto como Ulises
lo haya cruzado, ensordeciendo a sus com pañeros y am arrándose él
mismo al m ástil de su nave.
62
1909), o Les démocraties latines de VAm érique de Francisco G arcía
C alderón (prólogo de R aym ond Poincaré, 1912). O con inspiración
espiritualista como A riel de José E nrique R odó, o los clásicos libros
de R icardo Rojas. Desde luego, todas estas obras son, en un sentido
u otro, herederas de las grandes preocupaciones espirituales de los
maestros del X IX , como Sarm iento, M ontalvo, M a rtí o D arío.
A nteriores o a veces coincidentes con este periodo son las obras de
G abriel René M oreno, José T oribio M edina o Vicente Q uesada,
dedicadas a sum inistrar las fuentes históricas de esta interpretación.
La búsqueda de la identidad cultural del hom bre hispanoam ericano
adquiere relieve, sin embargo, en la gran n arrativ a del siglo X X
iniciada po r H oracio Q uiroga, José E. R ivera o R óm ulo Gallegos.
Las novelas de éste últim o (D oña Bárbara, Cantaclaro, y , Canaima)
constituyen un m agnífico m ural en donde se despliegan las vivencias
fundam entales del alm a sudam ericana. D e este m undo fascinante y
casi mágico de la n arrativ a, emerge el famoso libro de H erm an n
K eyserling: M editaciones sudamericanas (1931), como él mismo lo
reconoce a juzgar p o r sus citas de autores. A quí el hom bre es visuali
zado a nivel del inconsciente colectivo, en sus profundos instintos de
la tie rra y la sangre, del miedo y del eros. La obra de K eyserling
produjo una reacción espectacular. A veces una reacción grotesca,
como puede apreciarse en el libro El viajero y una de sus sombras:
K eyserling en m is memorias (1951) de V ictoria O cam po. D e allí
derivan libros tan im portantes como El p erfil del hom bre y la cultura
en M éxico de Samuel Ramos, o H istoria de una pasión argentina de
E d uardo M allea.
Sin tem or a exagerar, se puede decir que la más interesante discusión
de la identidad cultural de H ispanoam érica se centra alrededor de los
años de la Segunda G uerra. El clim a ya estaba prep arad o . La
catástrofe de la P rim era G uerra, la revolución rusa y la revolución
m exicana, por un lado, y autores mal leídos y peor entendidos como
O sw ald Spengler, po r otro, ayudaron directa o indirectam ente a
p roducir este clima espiritual. Se llegó a pensar que H ispanoam érica
sería la cuna de una nueva civilización. Este fué el optim ism o presen
tad o p o r La raza cósmica de José Vasconcelos. Esa fué la época de
A lberto Zum Felde, M artínez E strada, Luis A lberto Sánchez,
G uillerm o Francovich, Alfonso Reyes, H a y a de la Torre, W aldo
Frank, M ariano Picón Salas, o C aballero C alderón, para citar al azar
algunas de sus cumbres. Com o ejemplo, recordemos un título sinto
m ático de ese m om ento: D escontento creador. A firm ación de una
conciencia argentina (1943) de R om ualdo Brughetti.
63
El m om ento siguiente es de síntesis, como puede verse, por ejemplo,
en la „Colección M éxico y lo m exicano“ iniciada p o r la E ditora
P o rrú a y O'bregón. Análisis del ser del m exicano de Em ilio U ranga,
es un títu lo que revela las intenciones de dicha Colección. Es
ahora Leopoldo Zea quien hereda las reflexiones iniciadas por
Ram os y Vasconcelos. Reflexiones que van a culm inar más ta rd e en
El laberinto de la soledad de O ctavio P az. D e 1959 es el libro de
V ictoria C a tu rla B rú: ¿Cuáles son los grandes temas de la filosofía
latinoam ericana? que intenta d a r una visión de conjunto de esta
nueva conciencia de identidad cultural.
La revolución cubana de 1959 y los acontecim ientos universitarios de
1968 han traíd o consigo la politización y m ilitancia de los medios
intelectuales, con lo cual ha dism inuido el interés por el ensayo in ter
pretativ o de la identidad cultural. Algunos grandes novelistas como
C arlos Fuentes, Miguel Angel A sturias, José L ezam a Lima, o Alejo
C arpentier, han tra ta d o de reavivar este interés, con un éxito m uy
discutible. Lo cierto es que en el m om ento actual hay necesidades más
imperiosas que los análisis introspectivos. E n todo caso, el lector
p o d rá apreciar la situación actual del problem a en alguna de las
antologías al uso: po r ejemplo, la de Carlos R ipoll p ara el ensayo y
la de Juan Loveluck para la novela.
64
IN D IC E D E N O M BRES
65
Paz, O c tav io 14, 64 Sánchez, Luis A lberto 63
P icón Salas, M ariano 63 S anta R osa de Lim a 7, 14, 25, 49
P lo tin o 61 S anta Teresa de A vila 49
P lu ta rc o 28 S arm iento, D om ingo F. 15, 63
P oincaré, R aym ond 63 Sénancour, E. de 34
Pollock, Jackson 20 Silva, José Asunción 7
Spengler, O sw ald 63
Q uesada, V icente G. 63 S pinoza 37
Q uiroga, H o ra cio 63
T eilhard de C h ard in 39
R am os, Sam uel 14, 63, 64 T hales de M ileto 22
R enouvier, Ch. 43 T orres B odet, Jaim e 54
Reyes, A lfonso 63
R ica rd , R obert 7 U nam uno, M iguel de 16, 18, 27— 34,
R ipoll, C arlos 64 46, 47, 61, 62
R ivera, José E. 9, 63 U ranga, E m ilio 64
R odó, José E nrique 63
R om ero, José R ubén 12 Vasconcelos, José 63, 64
Rojas, R icardo 63
Zea, Leopoldo 64
Sábato, E rnesto 13 Z enón de E lea 49
San P ablo 55 Z um Felde, A lberto 63
66
C O N T E N ID O
P R E F A C IO 7
P E R S O N IF IC A C IO N D E LO S S E N T IM IE N T O S 9
ALI L A M E D A — U N M U N D O D E S E N T IM IE N T O S
P E R S O N IF IC A D O S 19
I. U n poeta am ericano 19
M IG U E L D E U N A M U N O — EL P R O C E S O D IA L É C T IC O DE
LA P E R S O N IF IC A C IÓ N 27
V IC E N T E H U ID O B R O — LAS P E R S O N IF IC A C IO N E S
G E N E R A N LA C O N C IE N C IA
C R E A D O R A D EL P O E T A 35
1. M odernism o 35
2. Psicoanálisis 37
3. La evolución cread o ra 39
II. El poem a creado 40
III. Los supuestos del acto creador 45
JO R G E L U IS B O R G ES — LA P A L IN G E N E S IA D E U N A
P E R S O N IF IC A C IO N D E SM EM B R A D A 48
II I. El continuo de conciencia 50
C O S T A D U R ELS — LA F U N C IÓ N T E L E O L Ó G IC A D E LAS
P E R S O N IF IC A C IO N E S 54
I. La preocupación fu n d am en tal 54
C O N C L U S IÓ N Y O R IE N T A C IÓ N B IB L IO G R Á F IC A 61
Band 1 M ax U hle
Wesen und O rdnung der altperuanischen K ulturen
Aus dem N achlaß herausgegeben von G e rd t Kutscher
132 Seiten, 2 T a feln , 7 A bbildungen
Band 2 H a n s H orkheim er
N ahrung und N ahrungsgew innung im vorspanischen Peru
160 Seiten, 8 T a feln , 7 A bbildungen
Band 5 R u d o lf Geske
G óngoras W arnrede im Zeichen der H ekate
Ein D eutungsversuch zu den Versen 366— 502 der Soledad P rim era
136 Seiten
Band 7 F ritz H o p p e
Portugiesisch-O stafrika in der Zeit des M arqués de Pom bal (1750-1777)
360 Seiten
Band 8 Ju a n C arlos A guila
Soziale S trukturen un d soziale W andlungen in A rgentinien
278 Seiten
Band 12 R o n a ld D aus
D er epische Zyklus der Cangaceiros in der Volkspoesie N ordostbrasiliens
156 Seiten
B and 16 K laus R o th er
W irtschaft und Berufserziehung in V enezuela
200 Seiten
Band 17 G u stav Siebenm ann
D ie neuere L iteratu r Lateinam erikas und ihre R ezeption im
deutschen Sprachraum
96 Seiten