El documento describe la transformación de una niña de 11 años llamada Elena al llegar un nuevo huésped a la pensión donde vive con su madre. La llegada de este hombre llamado Juan José Bernal coincide con un cambio en la madre de Elena, quien empieza a comportarse de manera diferente.
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El documento describe la transformación de una niña de 11 años llamada Elena al llegar un nuevo huésped a la pensión donde vive con su madre. La llegada de este hombre llamado Juan José Bernal coincide con un cambio en la madre de Elena, quien empieza a comportarse de manera diferente.
El documento describe la transformación de una niña de 11 años llamada Elena al llegar un nuevo huésped a la pensión donde vive con su madre. La llegada de este hombre llamado Juan José Bernal coincide con un cambio en la madre de Elena, quien empieza a comportarse de manera diferente.
El documento describe la transformación de una niña de 11 años llamada Elena al llegar un nuevo huésped a la pensión donde vive con su madre. La llegada de este hombre llamado Juan José Bernal coincide con un cambio en la madre de Elena, quien empieza a comportarse de manera diferente.
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NIÑA PERVERSA hija trabajaban juntas en las múltiples ocupaciones de la
pensión, cada una inmersa en su callada rutina, sin
A los once años Elena Mejías era todavía una cachorra necesidad de comunicarse. En realidad se hablaban poco desnutrida, con la piel sin brillo de los niños solitarios, la y cuando lo hacían, en el rato libre de la hora de la siesta, boca con algunos huecos por una dentición tardía, el pelo era sobre los clientes. A veces Elena intentaba decorar las color de ratón y un esqueleto visible que parecía vidas grises de esos hombres y mujeres transitorios, que demasiado contundente para su tamaño y amenazaba pasaban por la casa sin dejar recuerdos, atribuyéndoles con salirse en las rodillas y en los codos. Nada en su algún evento extraordinario, pintándolas de colores con el aspecto delataba sus sueños tórridos ni anunciaba a la regalo de algún amor clandestino o alguna tragedia, pero criatura apasionada que en verdad era. Pasaba su madre tenía un instinto certero para detectar sus desapercibida entre los muebles ordinarios y los fantasías. Del mismo modo descubría si su hija le ocultaba cortinajes desteñidos de la pensión de su madre. Era sólo información. Tenía un implacable sentido práctico y una una gata melancólica jugando entre los geranios noción muy clara de cuanto ocurría bajo su techo, sabía empolvados y los grandes helechos del patio o con exactitud qué hacía cada cual a toda hora del día o de transitando entre el fogón de la cocina y las mesas del la noche, cuánta azúcar quedaba en la despensa, para comedor con los platos de la cena. Rara vez algún cliente quién sonaba el teléfono o dónde habían quedado las se fijaba en ella y si lo hacía era sólo para ordenarle que tijeras. Había sido una mujer alegre y hasta bonita, sus rociara con insecticida los nidos de las cucarachas o toscos vestidos apenas contenían la impaciencia de un llenara el tanque del baño, cuando la crujiente carcasa de cuerpo todavía joven, pero llevaba tantos años ocupada la bomba se negaba a subir el agua hasta el segundo piso. de detalles mezquinos que se le habían ido secando la Su madre, agotada por el calor y el trabajo de la casa, no frescura del espíritu y el gusto por la vida. Sin embargo, tenía ánimo para ternuras ni tiempo para observar a su cuando llegó Juan José Bernal a solicitar un cuarto de hija, de modo que no supo cuándo Elena empezó a alquiler, todo cambió para ella y también para Elena. La mutarse en un ser diferente. Durante los primeros años madre, seducida por la modulación pretenciosa del de su vida había sido una niña silenciosa y tímida, Ruiseñor y la sugerencia de celebridad expuesta en el entretenida siempre en juegos misteriosos, que hablaba afiche, contradijo sus propias reglas y lo aceptó en la sola por los rincones y se chupaba el dedo. Sus salidas pensión, a pesar de que él no calzaba para nada con su eran sólo a la escuela o al mercado, no parecía interesada imagen del cliente ideal. Bernal dijo que cantaba de noche en el bullicioso rebaño de niños de su edad que jugaban y por lo tanto debía descansar durante el día, que no en la calle. tenía ocupación por el momento, así es que no podía La transformación de Elena Mejías coincidió con la pagar el mes adelantado y que era muy escrupuloso con llegada de Juan José Bernal, el Ruiseñor, como él mismo sus hábitos de alimentación y de higiene, era vegetariano se había apodado y como lo anunciaba un afiche que y necesitaba dos duchas diarias. Sorprendida, Elena vio a clavó en la pared de su cuarto. Los pensionistas eran en su su madre registrar sin comentarios al nuevo huésped en mayoría estudiantes y empleados de alguna oscura el libro y conducirlo hasta la habitación arrastrando a dependencia de la administración pública. Damas y duras penas su pesada maleta, mientras él llevaba el caballeros de orden, como decía su madre, quien se estuche con la guitarra y el tubo de cartón donde vanagloriaba de no aceptar a cualquiera bajo su techo, atesoraba su afiche. Disimulándose contra la pared, la sólo personas de mérito, con una ocupación conocida, niña los siguió escaleras arriba y notó la expresión intensa buenas costumbres, la solvencia suficiente para pagar el del nuevo huésped a la vista del delantal de percal pegado mes por adelantado y la disposición para acatar las reglas a las nalgas húmedas de sudor de su madre. Al entrar al de la pensión, más parecidas a las de un seminario de cuarto Elena encendió el interruptor y las grandes aspas curas que a las de un hotel. Una viuda tiene que cuidar su del ventilador del techo comenzaron a girar con un silbido reputación y hacerse respetar, no quiero que mi negocio de hierros oxidados. se convierta en nido de vagabundos y pervertidos, repetía Desde ese instante cambiaron las rutinas de la casa. con frecuencia la madre, para que nadie -y mucho menos Había más trabajo, porque Bernal dormía a las horas en Elena- pudiera olvidarlo. Una de las tareas de la niña era que los demás habían partido a sus quehaceres, ocupaba vigilar a los huéspedes y mantener a su madre informada el baño durante horas, consumía una cantidad sobre cualquier detalle sospechoso. Esos trabajos de espía abrumadora de alimentos de conejo que debían cocinarse habían acentuado la condición incorpórea de la por separado, usaba el teléfono a cada rato y enchufaba muchacha, que se esfumaba entre las sombras de los la plancha para repasar sus camisas de galán, sin que la cuartos, existía en silencio y aparecía de súbito, como si dueña de la pensión le reclamara pagos extraordinarios. acabara de retornar de una dimensión invisible. Madre e Elena volvía de la escuela con el sol de la siesta, cuando el los vasos temblando, sentía las palabras de despecho de día languidecía bajo una terrible luz blanca, pero a esa esas canciones y los lamentos de la guitarra en cada fibra hora él todavía estaba en el primer sueño. Por orden de del cuerpo, como una fiebre. Su madre seguía el ritmo su madre, se quitaba los zapatos, para no violar el reposo con un pie. De súbito se levantó, la tomó de las manos y artificial en que parecía suspendida la casa. La niña se dio las dos empezaron a bailar, seguidas de inmediato por los cuenta de que su madre cambiaba día a día. Los signos demás, incluyendo a la señorita Sofía, toda remilgos y fueron perceptibles para ella desde el principio, mucho risas nerviosas. Por un largo rato, Elena se movió antes de que los demás habitantes de la pensión siguiendo la cadencia de la voz de Bernal, apretada contra empezaran a cuchichear a sus espaldas. Primero fue el el cuerpo de su madre, aspirando su nuevo olor a flores, olor, un aroma persistente de flores, que emanaba de la totalmente dichosa. Pronto, sin embargo, notó que la mujer y se quedaba flotando en el ámbito de los cuartos rechazaba con suavidad, separándola para seguir sola. por donde ella pasaba. Elena conocía cada rincón de la Con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, la casa y su largo hábito de espionaje le permitió descubrir mujer ondulaba como una sábana secándose en la brisa. el frasco de perfume detrás de los paquetes de arroz y los Elena se retiró y poco a poco también los demás volvieron tarros de conservas en la despensa. Luego notó la línea de a sus sillas, dejando a la dueña de la pensión sola al centro lápiz oscuro en los párpados, el toque de rojo en los del patio, perdida en su danza. labios, la ropa interior nueva, la sonrisa inmediata cuando Desde esa noche Elena vio a Bernal con ojos nuevos. Bernal bajaba por fin al atardecer, recién bañado, con el Olvidó que detestaba su brillantina, su escarbadientes y pelo todavía húmedo, y se sentaba en la cocina a devorar su arrogancia, y cuando lo veía pasar o lo escuchaba sus extraños guisos de faquír. La madre se sentaba al hablar recordaba las canciones de aquella fiesta frente y él le contaba episodios de su vida de artista, improvisada y volvía a sentir el ardor en la piel y la celebrando cada una de sus propias travesuras con una confusión en el alma, una fiebre que no sabía poner en risa fuerte que le nacía en el vientre. palabras. Lo observaba de lejos, a hurtadillas, y así fue Las primeras semanas Elena sintió odio por ese hombre descubriendo aquello que antes no supo percibir, sus que ocupaba todo el espacio de la casa y toda la atención hombros, su cuello ancho y fuerte, la curva sensual de sus de su madre. Le repugnaba su pelo engrasado con labios gruesos, sus dientes perfectos, la elegancia de sus brillantina, sus uñas barnizadas, su manía de escarbarse manos, largas y finas. Le entró un deseo insoportable de los dientes con un palito, su pedantería y su descaro para aproximarse a él para enterrar la cara en su pecho hacerse servir. Se preguntaba qué veía su madre en él, era moreno, escuchar la vibración del aire en sus pulmones y sólo un aventurero de poca monta, un cantante de bares el ruido de su corazón, aspirar su olor, un olor que sabía míseros de quien nadie había oído hablar, tal vez un seco y penetrante, como de cuero curtido o de tabaco. Se rufián, como había sugerido en susurros la señorita Sofía, imaginaba a sí misma jugando con su pelo, palpándole los una de las pensionistas más antiguas. Pero entonces, una músculos de la espalda y de las piernas, descubriendo la tarde caliente de domingo, forma de sus pies, convertida en humo para metérsele por la garganta y ocuparlo entero. Pero si el hombre cuando no había nada que hacer y las horas parecían levantaba la mirada y se encontraba con la suya, Elena detenidas entre las paredes de la casa, Juan José Bernal corría a ocultarse en el más apartado matorral del patio, apareció en el patio con su guitarra, se instaló en un temblando. Bernal se había adueñado de todos sus banco bajo la higuera y empezó a pulsar las cuerdas. El pensamientos, la niña ya no podía soportar la inmovilidad sonido atrajo a todos los huéspedes, que fueron del tiempo lejos de él. En la escuela se movía como en asomándose uno a uno, primero con cierta timidez, sin una pesadilla, ciega y sorda a todo salvo las imágenes comprender muy bien la causa de tanta bulla, pero luego interiores, donde lo veía sólo a él. ¿Qué estaría haciendo sacaron entusiasmados las sillas del comedor y se en ese momento? Tal vez dormía boca abajo sobre la acomodaron alrededor del Ruiseñor. El hombre tenía una cama con las persianas cerradas, su cuarto en penumbra, voz vulgar, pero era entonado y cantaba con gracia. el aire caliente agitado por las alas del ventilador, un Conocía todos los viejos boleros y las rancheras del sendero de sudor a lo largo de su columna, la cara repertorio mexicano y algunas canciones guerrilleras hundida en la almohada. Con el primer golpe de la sembradas de palabrotas y blasfemias, que hicieron campana de salida corría a la casa, rezando para que él no sonrojar a las mujeres. Por primera vez, desde que la niña se hubiera despertado todavía y ella alcanzara a lavarse y podía recordar, hubo en la pensión un ambiente de fiesta. ponerse un vestido limpio y sentarse a esperarlo en la Cuando oscureció encendieron dos lámparas de parafina cocina, fingiendo hacer sus tareas para que su madre no para colgarlas de los árboles y trajeron cervezas y la la abrumara de labores domésticas. Y después, cuando lo botella de ron reservada para curar resfríos. Elena sirvió escuchaba salir silbando del baño, agonizaba de ella estaba inclinada en la artesa fregando ropa. El impaciencia y de miedo, segura de que moriría de gozo si hombre le puso la mano en la cintura y la mujer no se él la tocara o tan sólo le hablara, ansiosa de que eso movió, como si el peso de esa mano fuera parte de su ocurriera, pero al mismo tiempo lista para desaparecer cuerpo. Desde la distancia, Elena percibió el gesto de entre los muebles, porque no podía vivir sin él, pero posesión de él, la actitud de entrega de su madre, la tampoco podía resistir su ardiente presencia. Con intimidad de los dos, esa corriente que los unía con un disimulo lo seguía a todas partes, lo servía en cada formidable secreto. La niña sintió que un golpe de sudor la bañaba entera, no podía respirar, su corazón era un detalle, adivinaba sus deseos para ofrecerle lo que pájaro asustado entre las costillas, le picaban las manos y necesitaba antes de que ‘lo pidiera, pero se movía los pies, la sangre pujando por reventarle los dedos. siempre como una sombra, para no revelar su existencia. Desde ese día comenzó a espiar a su madre. En las noches Elena no lograba dormir, porque él no Una a una fue descubriendo las evidencias buscadas, al estaba en la casa. Abandonaba su hamaca y salía como un principio sólo miradas, un saludo demasiado prolongado, fantasma a vagar por el primer piso, juntando valor para una sonrisa cómplice, la sospecha de que bajo la mesa sus entrar por fin sigilosa al cuarto de Bernal. Cerraba la piernas se encontraban y que inventaban pretextos para puerta a su espalda y abría un poco la persiana, para que quedarse a solas. Por fin una noche, de regreso del cuarto entrara el reflejo de la calle a alumbrar las ceremonias de Bernal donde había cumplido sus ritos de enamorada, que había inventado para apoderarse de los pedazos del escuchó un rumor de aguas subterráneas proveniente de alma de ese hombre, que se quedaban impregnando sus la habitación de su madre y entonces comprendió que objetos. En la luna del espejo, negra y brillante como un durante todo ese tiempo, mientras ella creía que Bernal charco de lodo, se observaba largamente, porque allí se estaba ganándose el sustento con canciones nocturnas, el había mirado él y las huellas de las dos imágenes podrían hombre había estado confundirse en un abrazo. Se acercaba al cristal con los ojos muy abiertos, viéndose a sí misma con los ojos de él, al otro lado del pasillo, y mientras ella besaba su recuerdo besando sus propios labios con un beso frío y duro, que en el espejo y aspiraba la huella de su paso en sus ella imaginaba caliente, como boca de hombre. Sentía la sábanas, él estaba con su madre. Con la destreza superficie del espejo contra su pecho y se le erizaban las aprendida en tantos años de hacerse invisible, atravesó la diminutas cerezas de los senos, provocándole un dolor puerta cerrada y los vio entregados al placer. La pantalla sordo que la recorría hacia abajo y se instalaba en un con flecos de la lámpara irradiaba una luz cálida, que punto preciso entre sus piernas. Buscaba ese dolor una y revelaba a los amantes sobre la cama. Su madre se había otra vez. Del armario sacaba una camisa y las botas de transformado en una criatura redonda, ros. ada, gimiente, Bernal y se las ponía. Daba unos pasos por el cuarto con opulenta, una ondulante anémona de mar, puros mucho cuidado, para no hacer ruido. Así vestida hurgaba tentáculos y ventosas, toda boca y manos y piernas y en sus cajones, se peinaba con su peine, chupaba su orificios, rodando y rodando adherida al cuerpo grande de cepillo de dientes, lamía su crema de afeitar acariciaba su Bernal, quien por contraste le pareció rígido, torpe, de ropa sucia. Después, sin saber por qué lo hacía, se quitaba movimientos espasmódicos, un trozo de madera sacudido la camisa, las botas y su camisón y se tendía desnuda por una ventolera inexplicable. Hasta entonces la niña no sobre la cama de Bernal, aspirando con avidez su olor, había visto a un hombre desnudo y la sorprendieron las invocando su calor para envolverse en él. Se tocaba todo fundamentales diferencias. La naturaleza masculina le el cuerpo, empezando por la forma extraña de su cráneo, pareció brutal y le tomó un buen tiempo sobreponerse al los cartílagos translúcidos de las orejas, las cuencas de los terror y forzarse a mirar. Pronto, sin embargo, la venció la ojos, la cavidad de su boca, y así hacia abajo dibujándose fascinación de la escena y pudo observar con toda los huesos, los pliegues, los ángulos y las curvas de esa atención, para aprender de su madre los gestos que totalidad insignificante que era ella misma, deseando ser habían logrado arrebatarle a Bernal, gestos más enorme, pesada y densa como una ballena. Imaginaba poderosos que todo el amor de ella, que todas sus que se iba llenando de un líquido viscoso y dulce como oraciones, sus sueños y sus silenciosas llamadas, que miel, que se inflaba y crecía al tamaño de una descomunal todas sus ceremonias mágicas para convocarlo a su lado. muñeca, hasta llenar toda la cama, todo el cuarto, toda la Estaba segura de que esas caricias y esos susurros casa con su cuerpo turgente. Extenuada, a veces se contenían la clave del secreto y si lograba apoderárselos, dormía por unos minutos, llorando. Juan José Bernal dormiría con ella en la hamaca, que cada noche colgaba de dos ganchos en el cuarto de los Una mañana de sábado Elena vio desde la ventana a armarios. Bernal que se aproximaba a su madre por detrás, cuando Elena pasó los días siguientes en estado crepuscular. pasos de la puerta estaba la cama. De todos modos, Perdió totalmente el interés por su entorno, inclusive por esperó que se le acostumbrara la vista a la penumbra y el mismo Bernal, quien pasó a ocupar un compartimiento que aparecieran los contornos de los muebles. A los pocos de reserva en su mente, y se sumergió en una realidad instantes pudo distinguir también al hombre sobre la fantástica que reemplazó por completo al mundo de los cama. No estaba boca abajo, como tantas veces lo vivos. Siguió cumpliendo con las rutinas por la fuerza del imaginó, sino de espaldas sobre las sábanas, vestido sólo hábito, pero su alma estaba ausente de todo lo que hacía. con un calzoncillo, un brazo extendido y el otro sobre el Cuando su madre notó su falta de apetito, lo atribuyó a la pecho, un mechón de cabello sobre los ojos. Elena sintió cercanía de la pubertad, a pesar de que Elena era a todas que de pronto todo el miedo y la impaciencia acumulados luces demasiado joven, y se dio tiempo para sentarse a durante esos días desaparecían por completo, dejándola solas con ella y ponerla al día sobre la broma de haber limpia, con la tranquilidad de quien sabe lo que debe nacido mujer. La niña escuchó en taimado silencio la hacer. Le pareció que había vivido ese momento muchas perorata sobre maldiciones bíblicas y sangres veces; sé dijo que no había nada que temer, se trataba menstruales, convencida de que eso jamás le ocurriría a sólo de una ceremonia algo diferente a las anteriores. ella. Lentamente se quitó el uniforme de la escuela, pero no se atrevió a desprenderse también de sus bragas de algodón. El miércoles Elena sintió hambre por primera vez en casi Se acercó a la cama. Ya podía ver mejor a Bernal. Se sentó una semana. Se metió en la despensa con un abrelatas y al borde, a poco trecho de la mano del hombre, una cuchara y se devoró el contenido de tres tarros de procurando que su peso no marcara ni un pliegue más en arvejas, luego le quitó el vestido de cera roja a un queso las sábanas, se inclinó lentamente, hasta que su cara holandés y se lo comió como una manzana. Después quedó a pocos centímetros de él y pudo sentir el calor de corrió al patio y, doblada en dos, vomitó una verde su respiración y el olor dulzón de su cuerpo, y con infinita mezcolanza sobre los geranios. El dolor del vientre y el prudencia se tendió a su lado, estirando cada pierna con agrio sabor en la boca le devolvieron el sentido de la cuidado para no despertarlo. Esperó, escuchando el realidad. Esa noche durmió tranquila, enrollada en su silencio, hasta que se decidió a posar su mano sobre el hamaca, chupándose el dedo como en los tiempos de la vientre de él en una caricia casi imperceptible. Ese cuna. El jueves despertó alegre, ayudó a su madre a contacto provocó una oleada sofocante en su cuerpo, preparar el café para los pensionistas y luego desayunó creyó que el ruido de su corazón retumbaba por toda la con ella en la cocina, antes de irse a clases. A la escuela, casa y despertaría al hombre. Necesitó varios minutos en cambio, llegó quejándose de fuertes calambres en el para recuperar el entendimiento y cuando comprobó que estómago y tanto se retorció y pidió permiso para ir al no se movía, relajó la tensión y apoyó la mano con todo el baño, que a media mañana la maestra la autorizó para peso del brazo’ tan liviano de todos modos, que no regresar a su casa. alteró el descanso de Bernal. Elena recordó los gestos que Elena dio un largo rodeo para evitar las calles del barrio y había visto a su madre y mientras introducía los dedos se aproximó a la casa por la pared del fondo, que daba a bajo el elástico de los calzoncillos buscó la boca del un barranco. Logró trepar el muro y saltar al patio con hombre y lo besó como lo había hecho tantas veces frente menos riesgo del esperado. Había calculado que a esa al espejo. Bernal gimió aún dormido y enlazó a la niña por hora su madre estaba en el mercado, y como era el día el talle con un brazo, mientras su otra mano atrapaba la del pescado fresco tardaría un buen rato en volver. En la de ella para guiarla y su boca se abría para devolver el casa sólo se encontraban Juan José Bernal y la señorita beso, musitando el nombre de la amante. Elena lo oyó Sofía, que llevaba una semana sin ir al trabajo porque llamar a su madre, pero en vez de retirarse se apretó más tenía un ataque de artritis. contra él. Bernal la cogió por la cintura y se la subió encima, acomodándola sobre su cuerpo a tiempo que Elena escondió los libros y los zapatos bajo unas mantas y iniciaba los primeros movimientos del amor. Recién se deslizó al interior de la casa. Subió la escalera pegada a entonces, al sentir la fragilidad extrema de ese esqueleto la pared, reteniendo la respiración, hasta que oyó la radio de pájaro sobre su pecho, un chispazo de conciencia cruzó tronando en el cuarto de la señorita Sofía y se sintió más la algodonosa bruma del sueño y el hombre abrió los ojos. tranquila. La puerta de Bernal cedió de inmediato. Elena sintió que el cuerpo de él se tensaba, se vio cogida Adentro estaba oscuro y por un momento no vio nada, por las costillas y rechazada con tal violencia que fue a dar porque venía del resplandor de la mañana en la calle, al suelo, pero se puso de pie y volvió donde él para pero conocía la habitación de memoria, había medido el abrazarlo de nuevo. Bernal la golpeó en la cara y saltó de espacio muchas veces, sabía dónde se hallaba cada la cama, aterrado quién sabe por qué antiguas objeto, en qué lugar preciso el piso crujía y a cuántos prohibiciones y pesadillas. -¡Perversa, niña perversa! -gritó. La puerta se abrió y la Al anochecer, cuando pasó la euforia de la llegada y la señorita Sofía apareció en el umbral. madre y la hija se habían contado las últimas novedades, sacaron unas sillas al patio para aprovechar el fresco. El Elena pasó los siete años siguientes en un internado de aire estaba cargado con el olor de los claveles. Bernal monjas, tres más en una universidad de la capital y ofreció un trago de vino y Elena lo siguió para buscar los después entró a trabajar en un banco. Entretanto, su vasos. Por unos minutos estuvieron solos, frente a frente madre se casó con su amante y entre los dos siguieron en la estrecha cocina. Y entonces el hombre, que había administrando la pensión, hasta que tuvieron ahorros aguardado durante tanto tiempo esa oportunidad, retuvo suficientes para retirarse a una pequeña casa de campo, a la mujer por un brazo y le dijo que todo había sido una donde cultivaban claveles y crisantemos para vender en la terrible equivocación, que esa mañana él estaba dormido ciudad. El Ruiseñor colocó su afiche de artista en un y no supo lo que hizo, que nunca quiso lanzarla al suelo ni marco dorado, pero no volvió a cantar en espectáculos llamarla así, que tuviera compasión y lo perdonara, a ver nocturnos y nadie lo echó de menos. Nunca acompañó a si así él lograba recuperar la cordura, porque en todos su mujer a visitar a la hijastra, tampoco preguntaba por esos años el ardiente antojo por ella lo había acosado sin ella, para no alborotar las dudas de su propio espíritu, descanso, quemándole la sangre y corrompiéndole el pero pensaba en ella a menudo. La imagen de la niña espíritu. Elena lo miró asombrada y no supo qué permaneció intacta para él, los años no la rozaron, siguió contestar. ¿De qué niña perversa le hablaba? Para ella la siendo la criatura lujuriosa y vencida de amor a quien él infancia había quedado muy atrás y el dolor de ese primer rechazó. En verdad, a medida que transcurrían los años el amor rechazado estaba bloqueado en algún lugar sellado recuerdo de esos huesos livianos, de esa mano infantil en de la memoria. No guardaba ningún recuerdo de aquel su vientre, de esa lengua de bebé en su boca, fue jueves remoto. creciendo hasta convertirse en una obsesión. Cuando abrazaba el cuerpo pesado de su mujer, debía concentrarse en esas visiones, invocando meticulosamente a Elena, para despertar el impulso cada vez más difuso del placer. En la madurez iba a las tiendas de ropa infantil y compraba bragas de algodón para deleitarse acariciándolas y acariciándose. Después se avergonzaba de esos instantes desaforados y quemaba las bragas o las enterraba profundamente en el patio, en un intento inútil de olvidarlas. Se aficionó a rondar las escuelas y los parques, para observar de lejos a las muchachas impúberes, que le devolvían por unos momentos demasiado breves el abismo de ese jueves inolvidable.
Elena tenía veintisiete años cuando fue a visitar la casa de
su madre por primera vez, para presentarle a su novio, un capitán del ejército que llevaba un siglo rogándole que se casara con él. En uno de esos atardeceres frescos de noviembre llegaron los jóvenes, él vestido de paisano, para no parecer demasiado arrogante en galas militares, y ella cargada de regalos. Bernal había aguardado esa visita con la ansiedad de un adolescente. Se había mirado al espejo incansablemente, escrutando su propia imagen, preguntándose si Elena vería los cambios o si en la mente de ella el Ruiseñor habría permanecido invulnerable al desgaste del tiempo. Se había preparado para el encuentro escogiendo cada palabra e imaginando todas las posibles respuestas. Lo único que no se le ocurrió fue que en vez de la criatura de fuego por quien él había vivido atormentado, aparecería ante sus ojos una mujer desabrida y tímida. Bernal se sintió traicionado.