James Hudson Taylor
James Hudson Taylor
James Hudson Taylor
Conversión y llamamiento
La fe es probada
Sin embargo, por este tiempo Hudson Taylor tuvo una dolorosa
experiencia. Desde hacía dos años conocía a una joven maestra de
música, de rostro dulce y melodiosa voz. Él había alentado la esperanza
de un idílico y feliz matrimonio con ella. Pero ahora ella se alejaba.
Viendo que nada podía disuadir a su amigo de sus propósitos
misioneros, ella le dijo que no estaba dispuesta a ir a China. Hudson
Taylor quedó completamente quebrado y humillado. Por unos días sintió
que vacilaba en su propósito, pero el amor de Dios lo sostuvo. Años más
tarde diría: «Nunca he hecho sacrificio alguno». No habían faltado los
sacrificios, es verdad, pero él llegó a convencerse de que el renunciar a
algo para Dios era inevitablemente recibir mucho más. «Un gozo
indecible todo el día y todos los días, fue mi feliz experiencia. Dios, mi
Dios, era una Persona luminosa y real. Lo único que me correspondía a
mí era prestarle mi servicio gozoso».
Muy turbado, esa tarde Hudson tuvo que buscar refugio en el Señor
para recuperar la paz. Esa noche, se quedó solo en la oficina,
preparando la palabra que debería compartir al día siguiente. Esperaba
que el llegar esa noche a su cuarto, ya la señora estuviese acostada, así
no tendría que darle explicaciones. Tal vez el lunes el Señor le supliera
para cumplir su compromiso.
Era poco más de las diez de la noche, y estaba por apagar la luz e irse,
cuando llegó el médico. Le pidió el libro de cuentas, y le dijo que,
extrañamente, un paciente de los más ricos había venido a pagarle. El
doctor anotó el pago en el libro y estaba por salir, cuando se volvió y,
entregando a Hudson algunos de los billetes que acababa de recibir, le
dijo: «Ahora que se me ocurre, Taylor, llévese algunos de estos billetes.
No tengo sencillo, pero le daré el saldo la próxima semana».
Esa noche, antes de irse, Hudson Taylor se retiró a la pequeña oficina
para alabar al Señor con el corazón rebosante. Por fin, supo que estaba
en condiciones para ir a China.
Noviazgo y matrimonio
Ante esto, ambos se abocaron a la obra del Señor, y oraron. Más tarde,
al comprobar que el sentimiento mutuo persistía, decidieron pedir la
autorización al tutor de ella, que vivía en Londres. Tras cuatro largos
meses de espera, llegó la respuesta favorable. El tutor se había
enterado en Londres de que Hudson Taylor era un misionero muy
promisorio. Todos los que le conocían daban buen testimonio de él. Así,
con todo a favor, decidieron comprometerse públicamente en noviembre
de 1857. En enero de 1859, poco después de que María cumpliera los 21
años, se casaron y se establecieron en Ningpo. «Dios ha sido tan bueno
con nosotros. En realidad, ha contestado nuestras oraciones y ha
tomado nuestro lugar en contra de los fuertes. ¡Oh, que podamos andar
más cerca de él y servirle con mayor fidelidad!».
Un paréntesis necesario
Poco a poco, empezó a brillar una luz en su espíritu. Ya que todas las
puertas se cerraban, tal vez Dios quería usarlo a él para contestar sus
propias oraciones. ¿Qué pasaría si él buscara sus propios obreros, y
fuera con ellos? Pero su fe también parecía flaquear ante tamaña
empresa. Por el estudio de la Palabra aprendió que lo que se necesitaba
no era un llamamiento emocional para conseguir apoyo, sino la oración
fervorosa a Dios para que él enviara obreros. El plan apostólico no era
conseguir primero los medios, sino ir y hacer la obra, confiando en Dios.
Sin embargo, sentía que su fe aún no llegaba a ese punto. Pronto la
convicción de su propia culpabilidad se agudizó más y más, hasta llegar
a enfermar. Pero he aquí que Hudson Taylor tuvo una experiencia que
habría de cambiar la historia.
Un día, un amigo le invitó a Brighton para pasar unos días junto al mar.
El domingo fue a la reunión de la iglesia, pero el ver a la hermandad
que, despreocupada, se gozaba en las bendiciones del Señor, no lo pudo
soportar. Le pareció oír al Señor hablarle de las «otras ovejas» allá en
China, por cuyas almas nadie se interesaba. Sabía que el camino era
pedir los obreros al Señor. Pero una vez que Dios los enviase, ¿estaba él
en condiciones de guiarlos y hacerse cargo de ellos? Salió
apresuradamente para la playa, y se puso a caminar por la arena.
Hudson Taylor enfrentó por ese tiempo otras pruebas muy fuertes. Una
fue el motín de Yangchow, en que estuvo a punto de perder la vida, y
otro, el descrédito que sufrió a manos de algunos miembros de su
propio equipo, quienes regresaron a Inglaterra y lograron desanimar a
algunos colaboradores. Debido a esto hubieron de enfrentar algunas
estrecheces económicas, pero fue entonces que se manifestó la fidelidad
de un conocido hombre de Dios: George Müller. Su nombre se había
hecho conocido, pues sostenía por la sola fe y la oración, sin aportes
fijos ni solicitar fondos, un orfanato de unos dos mil niños y niñas.
Müller no sólo tenía carga por los huérfanos de Inglaterra, sino también
por la evangelización en China, y así lo hizo notar en muchas ocasiones.
Con sus oraciones, sus cartas y sus aportes, muchas veces infundió
ánimo a los misioneros a la distancia. Las contribuciones de Müller
durante los años siguientes alcanzaron la no despreciable suma de casi
diez mil dólares anuales, ¡pese a que necesitaba mirar al Cielo
diariamente por el sustento de sus propios huerfanitos!
Pruebas y expansión
«¡Cuánta falta me hacía mi querida esposa y las voces de los niños tan
lejos allá en Inglaterra! Fue entonces que comprendí por qué el Señor
me había dado ese pasaje de las Escrituras con tanta claridad:
‘Cualquiera que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás’.
Veinte veces al día, tal vez, al sentir los amagos de esa sed, yo clamaba
a él: ‘¡Señor, tú prometiste!’ Me prometiste que jamás tendría sed otra
vez’ Y ya fuera de noche o de día, ¡Jesús llegaba prestamente a
satisfacer mi corazón dolorido! Tanto fue así que a veces me preguntaba
si mi amada estaría gozando más de la presencia del Señor allá, que yo
en mi cuarto, solitario y triste». Al año siguiente, Taylor tuvo severos
dolores del hígado y del pulmón, y muchas veces tuvo dificultades para
respirar. Sin embargo, junto a cada dolor físico había el profundo
consuelo de una vivencia más íntima con Cristo.
Cierto día, parado frente al mapa de China, Taylor se volvió hacia unos
amigos que le acompañaban y dijo: «¿Tienen fe ustedes en pedir
conmigo a Dios dieciocho jóvenes que vayan de dos en dos a las nueve
provincias que aún quedan por evangelizar?». La respuesta fue
afirmativa; así que allí mismo, tomados de las manos delante del mapa,
se pactaron con toda seriedad para orar diariamente por los obreros que
se necesitaban.
Nuevos sueños
Poco después le fue entregada a Taylor una carta que traía una
donación de 800 libras «para la obra en provincias nuevas». ¡La carta
había sido enviada aún antes de que Taylor escribiera su petición en la
Biblia!
Allí, solo, en su lecho de dolor –su esposa estaba lejos atendiendo otras
necesidades–, con la carga de la inmensa obra sobre su corazón y con
poca esperanza de volver a caminar, surgió, sin embargo, el mayor
crecimiento para la Misión al Interior de China. En 1875 publicó un
folleto titulado: «Llamamiento a la oración a favor de más de 150
millones de chinos», en el cual solicitaba la cooperación de dieciocho
misioneros jóvenes que abrieran el camino. En poco tiempo se completó
el número solicitado, y él mismo, desde su lecho, comenzó a enseñarles
el idioma chino. ¿Cómo explicaba Taylor las extrañas circunstancias en
que se dio esta expansión? «Si yo hubiera estado bien (de salud) y
pudiera haberme movido de un lugar a otro, algunos hubieran pensado
que era la urgencia del llamamiento que yo hacía y no la obra de Dios lo
que había enviado a los dieciocho a China».
Las formas cómo el Señor proveía para las necesidades para la Misión
eran variadas y asombrosas. Cierta vez viajaba con un noble amigo ruso
que le había escuchado hablar. «Permítame darle una cosa pequeña
para su obra en China», le dijo, extendiéndole un billete grande. Taylor,
pensando que tal vez se había equivocado, le dijo: «¿No pensaba darme
usted cinco libras? Permítame devolverle este billete, pues es de
cincuenta». «No puedo recibirlo», le contestó el conde no menos
sorprendido. «Eran cinco libras lo que pensaba darle, pero seguramente
Dios quería que le diera cincuenta, de manera que no puedo tomarlo
otra vez.» Al llegar a casa, Taylor halló que todos estaban orando. Era
fecha de enviar otra remesa para China, y aún faltaban más de 49
libras. ¡Ahí entendió Taylor por qué el conde le había dado 50 libras y no
5!
El desbordamiento
En 1882 Taylor oró al Señor por setenta misioneros, los cuales Dios
fielmente proveyó en los tres años siguientes, con su respectivo
sustento. El reclutamiento de los Setenta trajo una gran conmoción en
toda Inglaterra, notificando a todo el pueblo cristiano de la gran obra
que Dios estaba realizando en China. Otros conocidos siervos de Dios,
como Andrew Bonar y Charles Spurgeon, se sumaron al apoyo a la
Misión.
Cuatro años más tarde, Taylor da otro paso de fe, y pide al Señor cien
misioneros. Ninguna Misión existente había soñado jamás en enviar
nuevos obreros en tan gran escala. En ese tiempo, la Misión tenía sólo
190 miembros y pedirle a Dios un aumento de más del cincuenta por
ciento ¡era algo impensable! Sin embargo, durante 1887,
milagrosamente, seiscientos candidatos venidos de Inglaterra, Escocia e
Irlanda, se inscribieron para enrolarse. Así, el trabajo de la Misión se
esparció por todo el interior del país según era el deseo original de
Taylor. ¡Al final del siglo XIX, la mitad de todos los misioneros del país
estaban ligados a la Misión!
Un carácter transformado