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Don de Temor de Dios

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Septenario al Espíritu Santo

para pedir sus dones

Del libro: “Abiertos al Espíritu”


de Concepción Cabrera de Armida
unidosenelamorajesus@gmail.com
ppt: Mónica
Oración para todos los días:
¡Oh Espíritu consolador, bondad inefable, que suavísimamente
abrasas las almas en fuego celestial!
Aquí venimos tus hijos a implorar tu protección poderosa
y todos tus dones, para emplearlos en saber amar a Jesús.

Ven a nuestra inteligencia para que reine en ella la luz purísima


de Jesús.
Ven a nuestra voluntad para en ella reine la santidad de Jesús.
Ven por fin, a nuestro ser, para que lo absorba la vida divina
de Jesús.
Tú que eres la Fuente de gracia, derrámala abundantemente en
nuestros corazones.
¡Oh Divino Espíritu, Fuente de infinita Pureza!, límpianos del
pecado, renueva nuestras almas en Cristo y escucha propicio las
peticiones que ahora te hacemos.
Amén.
Meditación
Día séptimo
Don de Temor de Dios:

El don de temor de Dios no consiste en el miedo a la


Justicia divina, sino que basado en el amor de Dios,
teme la ofensa que pueda desagradar a su Amado.
La delicadeza de conciencia es compañera de este santo
temor.
El santo temor es el don del Espíritu Santo que lleva
consigo al de sabiduría;
porque, el que ama la Cruz teme el pecado.
Como todas las virtudes están ligadas entre si y
unas a otras se atraen, igualmente pasa con los
dones, que están muy finamente trabados entre
sí, y en donde está uno, están todos en más o
menos grados.
El alma que posee el temor de Dios no peca,
la impulsa sólo el amor, huye de todo mal sólo por
no disgustarlo, por ser Quien es, digno de toda
alabanza y adoración.
Al temor de Dios lo acompaña siempre la
contrición.
Dios teme el pecado, porque ama al pecador,
Jesús teme el pecado, no tanto porque lo
crucifica, sino por la ofensa que recibe la
Divinidad;
el ver ofendido a su Padre cuya grandeza no puede
el hombre llegar a comprender, en eso consiste el
dolor.
De la misma manera el alma, en cuanto sea capaz,
debe temer el pecado, no por el castigo,
sino por ver ofendido a su Creador y amorosísimo
Padre.
Éste debiera ser el dolor del pecado, dolor
sublime, digno de gracias infinitas.
¡Oh Espíritu Divino!, danos la gracia del
verdadero temor de Dios, el cual, por puro
amor y no por miedo, se lanza a evitar el
pecado, en alas de la más pura caridad.
Amén.
Oración final:

¡Oh Espíritu Santo,


benigno y consolador que te complaces en aliviar nuestros
males!
¡Oh Fuego celestial que fecundizas cuanto tocas!,
¡Ven a extender por todo el mundo el amor a la Cruz!
Derrama sobre nosotros tu suave unción;
suscita vocaciones de laicos, religiosos y sacerdotes.
Presérvanos de todo mal y llénanos de celestiales riquezas.
Amén
Jaculatoria:
Crea en mí, ¡Dios mío!, un corazón puro
y renuévame por dentro con espíritu
firme.

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