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Horizontalidad en La Educación Inicial

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Horizontalidad en la Educación Inicial.

jueves, 11 de junio de 2020

Análisis de la Horizontalidad, importancia en las relaciones de aprendizaje.

La horizontalidad es un diálogo de cooperación y tolerancia, donde todos son


iguales y valiosos, no quiere decir que el profesor sea menos sino que más bien
deje de ser autoritario , donde de igual manera el docente merece respeto. El
profesor debe dar el ejemplo con su honestidad y saber expresarse para pedir
explicaciones o dar argumentos , el alumno está en proceso de formación y debe
seguir aprendiendo cada vez más. La institución debe animar a todos los
estudiantes por igual a alcanzar sus metas sin importar posición social o religión.

La importancia en las relaciones del aprendizaje es por por medio de la igual que
da el profesor hace que el alumno se sienta más en confianza y así logre captar
más rápido el contenido que el profesor aporta, logrando que el alumno transmita
lo que aprendió , es importante destacar que hoy día es la mejor manera de
enseñar en la actualidad .

La Horizontalidad desde el punto de vista psicológico.

El bienestar mental es imprescindible para para comenzar un diálogo y saber que


el otro nos aporta algo de convicción,se puede concebir el aspecto caracterológico
como receptividad y apertura.

Horizontalidad - Verticalidad .

Son dos cosas opuestas ya que la Horizontalidad emancipa es decir accede y deja
de lado los prejuicios así lograr que el alumno se sienta cómodo para aprender
igualdad, entre ( profesor - alumno ) , en la Vertical se trata de poner diferencia,
entre ( profesor y alumno.

La Andragogía y el principio de la Horizontalidad . La andragogía es la ciencia que


practica la educación para adultos y son técnicas para facilitar el aprendizaje en
estos, en la andragogía es el adulto quien decide estudiar y aprender por sus
propios medios con mucho más potencial e interés.

En la Horizontalidad es fundamentalmente el hecho tanto de facilitador como


participante en igual medida, al poseer tanto adultez como experiencia.

Los principios de la horizontalidad son fundamental para la acción de la


Andragogía, ya que es algo compartido, aquí el participante llega a su meta y
ayuda a su compañero a llegar hasta donde este con su esfuerzo pueda llegar,
aquí se respetan el concepto que cada uno tiene para sí mismo y se permite la
flexibilidad y la participación.

Flexibilidad : aqui los adultos tienen cargas tanto educativas como familiares y
económicas por lo tanto es necesario ser considerados para no afectar el
aprendizaje andragógico .

Participación: aquí la educación de los adultos no es solo como receptor, sino que
es capaz de interactuar con los compañeros e intercambiar ideas para comprender
mejor.
Educación horizontal

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Para otros usos de este término, véase Horizontalidad.

La horizontalidad desde un punto de vista psicológico, se puede concebir el


aspecto interno o caracterológico de esta como una suerte de receptividad y
apertura al otro. Nos referimos a una propensión íntima a la escucha y el diálogo,
a la inclusión del prójimo y la tolerancia. Es la actitud mental que resulta
imprescindible para el diálogo auténtico. Porque resulta casi imposible que el
diálogo ocurra sin una apertura al otro, que parte de la íntima convicción, en los
niveles más profundos de la psique, de que el otro vale, de que puede aportarnos
algo.

Además, en la filosofía del siglo XX ha habido autores que han, de uno u otro
modo, concebido la sociedad y el ser humano como naturalmente horizontales. Es
el caso de todo el pensamiento dialógico de Martin Buber, Ferdinand Ebner y
Franz Rosenzweig; el existencialismo de Gabriel Marcel o Karl Jaspers, y el
personalismo de Mounier. Estos filósofos han comprendido como base de la
constitución de la persona el diálogo, dentro de la horizontalidad en las relaciones
humanas.

Índice

1 Horizontalidad y educación

2 Relacionado

3 Véase también

4 Bibliografía
5 Artículos en revistas universitarias de filosofía

Horizontalidad y educación

La escuela, como se ha señalado ampliamente, cumple un importante papel en el


aprendizaje de la horizontalidad. (Vid. Freire, P. Pedagogía del oprimido, Siglo
XXI, Madrid, 1992) Sintetizando algunos de estos planteamientos elaborados por
la pedagogía más crítica, podemos decir que el sujeto aprende a ser lo contrario, o
sea, vertical, desde niño. A través de una educación que consciente o
inconscientemente socializa para ello mediante los mecanismos del autoritarismo
muchas veces extremadamente sutiles. Por causa de esta suerte de des-
educación, llega a constituirse como algo natural una relación con los demás seres
humanos dentro de pautas autoritarias y verticales. Al menos, así lo pone de
manifiesto el siempre controvertido pedagogo A. S. Neill, fundador de la escuela
Summerhill, pionera en la educación no directiva, que intenta paliar precisamente
estas desviaciones del ideal de hombre autónomo, con dominio de sí y, sobre
todo, capaz de relacionarse horizontalmente con el otro. (Vid. Neill, A. S.
Summerhill. Un punto de vista radical sobre la educación de los niños, FCE,
Madrid, 1994)

Pero además de A. S. Neill, hay muchos otros autores y obras en el pensamiento


pedagógico contemporáneo, desde principios del siglo XX, en los que
encontramos este enfoque desde perspectivas a veces divergentes. Desde la
Ilustración, se ha desarrollado lo que podríamos denominar una pedagogía de la
horizontalidad, opuesta a la escuela vertical. El paradigma de ello lo tenemos en
Rousseau, (Vid. Rousseau, J. J. Emilio, o de la educación, Alianza, Madrid, 1998)
pero lo encontramos especialmente claro y bien expuesto en Ferrière, destacado
representante del activismo pedagógico (Ferrière, La escuela activa, Herder,
Barcelona, 1982). A continuación se señalan algunos pasajes de su obra principal
especialmente significativos, en los que resulta patente la relación entre escuela,
verticalidad y sociedad antihumana (en el sentido de construida contra lo
considerado humano o salud humana):
“Entre las causas profundas de la guerra y la confusión actuales hay una cuya
importancia no se ha subrayado bastante. En todos los países de Europa la
escuela se ha esforzado por adiestrar al niño en la obediencia pasiva. Nada ha
hecho por desarrollar el espíritu crítico. Nunca ha intentado favorecer la ayuda
mutua. Es fácil ver ahora los resultados de este sistema paciente y continuo. Los
pueblos no aprendieron a rebelarse contra las órdenes equivocadas de sus
gobernantes y jefes militares. No supieron resistir las repeticiones cotidianas de la
prensa. No pudieron adoptar medidas de solidaridad y cooperación capaces, con
mucha frecuencia, de salvarlos de la miseria y el hambre.” (Ferrière, op. cit., 119).

Poco después de este párrafo, continúa: “(...) Se establece un sistema de


sanciones graduadas, utilizadas como arsenal de guerra para acabar con los
recalcitrantes. Castigos y recompensas; imposiciones exteriores para formar,
modelar, aplastar si es preciso, la personalidad del niño.” (pp. 119-120). “Y no es
sólo que la solidaridad esté condenada a un destierro oficial de las aulas, sino que
en éstas se establece una competencia obligatoria. Todo el sistema de notas y de
puntos, buenos o malos, que culmina en las listas de puestos publicadas al fin del
mes o del año, es un factor negativo para la cooperación y supone la
fragmentación de la clase en pequeñas individualidades en competencia.” (p. 120).

Pero no siempre son tan evidentes los mecanismos de la asimilación de las reglas
del juego competitivo y la verticalidad. En este sentido, los trabajos de posteriores
psicólogos y pedagogos dan fe de ello y explicitan el proceso por el que
aprendemos a amarnos en función de nuestra adecuación a una escala social que
nos proporciona aprobación y prestigio a cambio de la asunción de los valores que
imperan en el mundo social. En todo caso, detrás del mencionado proceso de
socialización reproductora, y apoyándolo, hay fuertes miedos, como bien señalan
A. S. Neill (1994) y Erich Fromm (Vid. Fromm, E. El miedo a la libertad, Paidós,
Buenos Aires, 1976). Consciente de ello, el citado pedagogo escocés artífice de
Summerhill afirma que “Realmente, la falta de miedo es la cosa más hermosa que
puede ocurrirle a un niño.” (Neill, Op. cit., 24). El niño maleducado siente miedo
ante la posibilidad de un mundo sin que sus padres estén de su lado. (P. 34).
Resulta reveladora la lectura de sus contestaciones a padres preocupados en las
cartas publicadas en su obra Hijos en libertad (Neill, Hijos en libertad, Altaya,
Barcelona, 1999). Fundamentalmente, y como también hace Erich Fromm,
entiende que los niños criados en libertad son los hijos criados sin el miedo a la
desaprobación. Tales niños que crecen libres no se ubicarán, en los niveles
profundos de la psique, en la verticalidad.

La educación convencional, también desde la perspectiva de Neill, se vale de


ciertas operaciones que ubican al educando, psíquicamente, en la verticalidad. En
general, se movilizan profundos y primarios anhelos de los seres humanos,
miedos profundos de la psique, redirigidos socialmente para servir a la propia
sociedad que los educa (consúltese carácter social). Por esto, lo que resulta
opuesto a la auténtica felicidad del hombre llegaría a percibirse como natural. Así,
hay un discurso elaborado por filósofos, e incluso psicólogos, que describe a la
naturaleza humana como intrínsecamente perversa y al individuo hostil ante los
demás hombres. La idea de que el hombre es un lobo para el hombre, de la
filosofía hobbesiana (consúltese Hobbes), entra de lleno en esta amarga
concepción de la condición humana. Hay que señalar que, desde la visión de los
autores que aquí se parafrasean, esta fe en la maldad natural del hombre sería
ideológica (consúltese ideología).

La competitividad entre los individuos como modelo de relaciones sociales y


fundamentada en la creencia de que el mundo consiste en la guerra de todos
contra todos es, para esta perspectiva de la educación y de todas las
concepciones horizontales de la sociedad, una concepción inmovilista de la
realidad social, que otorga carácter de naturaleza a las manifestaciones
contingentes de la configuración histórica actual. Según ellos, lo propio de un
modelo concreto de sociedad se universalizaría y se elevaría a rasgo propio de la
naturaleza humana. En este sentido, el pensamiento que ensalza la maldad del
hombre y viene a prevenirnos a los unos de los otros y a pintarnos el mundo social
como la lucha de todos contra todos se correspondería con una estructuración
vertical de la sociedad, y a él serviría.

Otro autor preocupado por la educación que esbozó la teoría de una sociedad y
educación horizontales fue el pensador Iván Illich. Sus ideas se resumen en el
concepto de convivencialidad, inventado por él. (Illich, I. La convivencialidad,
Barral, Barcelona, 1978) Según él, una herramienta es convivencial si sirve al
hombre, a sus necesidades naturales, y puede usarse para su beneficio. Así,
afirma: “La convivencialidad es la libertad individual, realizada dentro del proceso
de producción, en el seno de una sociedad equipada con herramientas eficaces.”
(Illich, 1978, 27) De modo que “Una sociedad convivencial es una sociedad que
ofrece al hombre la posibilidad de ejercer la acción más autónoma y más creativa,
con ayuda de las herramientas menos controlables por los otros.” (Illich,1978, 40)
Illich, en el fondo, alude a un hombre y una sociedad no alienados, a un sujeto con
dominio de sí y control sobre la propia vida. Un sujeto dueño de sus herramientas,
y no esclavo de ellas. Y una sociedad en la que la herramienta no domine al
hombre. “En tanto que yo domine la herramienta, yo doy al mundo mi sentido;
cuando la herramienta me domina, su estructura conforma e informa la
representación que tengo de mí mismo.” (Illich, 1978, 41)

En nuestras sociedades, no convivenciales según Iván Illich, todas las


herramientas y la gran herramienta que las reúne a todas, o sea, la cultura,
oprimen al hombre. Como hemos visto, en la verticalidad el sujeto padece la
opresión de vivir enajenado, en función de lo que otros han decidido por él. En
este sentido, una estructura piramidal, en la medida en que violenta y oprime al
desvalido sujeto, se alejaría del ideal de la convivencialidad. Sería una sociedad
cosificadora que absorbería toda libertad y toda individualidad.

Para Iván Illich, la escuela (todo tipo de escuela) también es opresiva. Se trata de
una institución no convivencial. En sus controvertidos trabajos de los años setenta
del siglo XX, resalta la acción paralizadora del saber vivo que lleva a cabo el
profesor, su labor de custodio-guardián, moralista y terapeuta. (Illich, 1974, 47-48)
Esta suplantación de la vida por parte de la institución es insistentemente criticada
por Illich, con términos contundentes: “La asistencia a clases saca a los niños del
mundo cotidiano de la cultura occidental y les sumerge en un ambiente mucho
más primitivo, mágico y mortalmente serio.” (Illich, 1974, 49) Si esto es cierto, la
escuela no es precisamente donde se da un clima de progreso y emancipación
ilustrados. En ella se nos introduciría en el dominio paralizante del número. Es
donde, principalmente, aprenderíamos a ser burócratas en cuerpo y alma. Illich
incluso habla de la escuela en términos de cementerio del saber, lugar donde
muere el conocimiento. En ella el niño experimenta la vivencia de un saber
detenido y aislado del curso naturalmente dinámico de la realidad y la historia
humana.

Pero quien de forma expresa utiliza el término horizontalidad en sus obras es el


pedagogo Paulo Freire, llamado pedagogo de la liberación. Todo su pensamiento
expresado en La educación como práctica de la libertad y Pedagogía del oprimido
estudia a fondo las causas de la ausencia de horizontalidad en las relaciones
humanas enfermas, para trazar un método pedagógico de concientización y
liberación, en el que los seres humanos recuperen su dignidad de participantes en
la propia cultura que los constituye. Su idea de una sociedad y escuela sana
remiten a un modelo horizontal de las relaciones humanas.

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