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Simón Rodriguez

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SIMÓN RODRÍGUEZ Y LA

ESCUELA SOCIAL
enero 12, 2019AporreaAmérica del Sur, Artículos, Venezuela
Por: Néstor Rivero/Aporrea

PALABRAS INTRODUCTORIAS.-

La elaboración de un pensamiento educativo para la


transformación de la sociedad no puede ser divorciada de
una visión política del mundo y la sociedad, lo cual de
suyo conduce a una perspectiva del hombre y la mujer
que tras pasar en su edad infantil por los pupitres, ha de
habitar adulto ese mundo que ahora percibe desde abajo,
debiendo integrarse a uno y otra, como sujeto de
derecho.

Y Simón Rodríguez comprendió con toda claridad dicho


reto, así como los escollos que habría de afrontar de
seguir adelante con su propósito de reforma profunda del
tipo de escuela, la que, luego de culminado el ciclo bélico
de la Independencia suramericana y caribeña, habría de
sustituir aquella que formó al súbdito colonial y su orden
de castas, procurando que emergiera uno genuinamente
republicano. La Independencia una vez alcanzada como
efecto de las armas y como hecho político, debía ser
coronada en la dimensión de los espíritus y las mentes.
Hacia allí apunta la irreverente propuesta educativa y
social robinsoniana. Y para llevarla adelante no escatimó
el antiguo Maestro del Libertador, someterse al
menosprecio de quienes, a excepción casi única de
Bolivar, asomaban -en cada parcela del continente que se
emancipaba tras Boyacá, Carabobo y Ayacucho-, como
conductores de la nueva institucionalidad postcolonial,
su gendarme ria interna y su pupilaje cultural y educativo.

De allí que persistan asuntos todavía no saldados en


Nuestra América y específicamente en la Venezuela que
se construye Bolivariana desde los inicios del actual siglo
XXI. El primero de todos es el que atiende a la noción de
“Escuela Social” propugnada por Robinson en sus
ejecutorias. Igualmente, la escuela-taller, aquella que
enseñaba a pensar y hacer, más allá que el mero cultivo
de destrezas reducidas al acto de dominar la lectura y
escritura y operaciuones aritmeticas basicas, objetivos
que si bien reconocía el Socrates de Caracas, resultaban
insuficientes para el surgimiento del republicano que
demandaba la sociedad republicana. Están llamados
también los educadores de esta porción del orbe hoy, a
reflexionar y tomar posición, respecto a la nada inocente
solicitud que hizo Rodríguez acerca de dar promover el
desarrollo del “Niño Preguntón”. Todo cambio profundo de
un tiempo histórico que conduzca a uno distinto que se
proclama Revolucionario, debe abrir todas las
compuertas a la vocación inquisitiva del niño. De no
ocurrir así se castra, se estanca y retrocede frente a las
fuerzas de la tradición y el oscurantismo, la potencialidad
revolucionaria y transformadora de una sociedad que
corre los riesgos de perpetuarse en sus estructuras de
dominación a través de las nuevas generaciones que han
de suceder a las contemporáneas, o por el contrario,
haciendo de estas, agente de la irreversible continuidad
de ola de cambios surgida en Venezuela a partir de 1999.
De este modo, la edificación de nuevas estructuras de
convivencia, de democratización en los canales e
instancias para le construcción y circulación del
conocimiento, y para la máxima masificación posible de
los instrumentos de difusión del saber acumulado en un
tiempo histórico, así como de los instrumentos de
construcción del nuevo conocimiento científico-
tecnológico y humanista, encontrarán cauce, de modo
que la formación de personalidad se inserte en proyectos
que integran la mayor suma de felicidad posible respecto
a cada individuo en particular, con la mayor suma de
contribución social que cada particular pueda hacer en la
empresa de regenerar la sociedad a partir de supremos
valores de ética, felicidad y dignidad humana. Y en pos de
tan loable propósito hoy inconcluso, alcanza su plena
vigencia el llamado de Rodríguez a permitir que los Niños
sean Preguntones, pues de allí, del Niño Preguntón, ese
que no se siente aplastado ante la violenta impugnación
del maestro de escuela, o del padre o madre en el hogar
“Deja de hacer tantas preguntas”, “No fastidies tanto”
“Ve a jugar al patio” u otras contestaciones de este tenor.
De la importancia del carácter de Pregunton del Nino, y
que descubrió Simón Rodríguez, no se percata todavoia el
grueso de los adultos contemporáneos. Es un rasgo de
premodernidad y patriarcalismo que permea la naturaleza
de clases toda la sociedad en esta porción del globo de
Nuestra América y que se observa en diferentes latitudes.
Se desconoce por lo tanto, que de dicho perfil de Niño
Preguntón, ha de brotar el Joven Curioso, uno que se
intriga y busca explicaciones ante todo fenómenos de la
naturaleza y la sociedad y espera respuestas sensatas, al
margen de la supercheria y lo pomposo d ellas
generalizaciones. El Joven Curioso, es uno en quien los
“POR QUÉ” de la primera infancia, se han transformado a
partir de la exacta guiatura -si se permite la expresión.
del “Maestro Contestador”, aquel que responde en los
mejores y amistosos términos, en nada Castrador del
impetu cognitivo de los niños y estudiantes-, en vocación
para la búsqueda sistemática de la verdad moral,
científica, política y de cotidianidad. Y el Joven Curioso
se convierte, en virtud de la sola inercia de dicho atributo
respecto al cual ha encontrado adecuado cauce, en un
Adulto Investigador, uno que todo lo ha de escrutar con
los ojos del científico, y cuyo tipo ha de proveer las
cohortes de científicos, tecnólogos e innovadores que
cada nueva época demanda para la construcción del
desarrollo y su sostenibilidad, en todo país organizado, al
paso de las décadas. Hasta aquí algunas consideraciones
preliminares respecto a la portentosa figura
transformadora de Simón Rodríguez, quien al igual que
Simón Bolívar, tiene mucho que hacer y decir en América
todavía.

El Autor
I.– ¿QUIÉN LO FORMÓ?.- El 28 de octubre de 1769 nació
en Caracas Simón Rodríguez Carreño, pedagogo original
cuyas ideas han influido a lo largo de dos siglos en los
proyectos de transformación del sistema educativo
venezolano y nuestroamericano. Simón Rodríguez falleció
el 28 de febrero de 1854 en la localidad peruana de
Amotape, situada al norte del Perú y a doce metros sobre
el nivel del mar. En 1954, con motivo del centenario de su
muerte. sus restos fueron trasladados al Panteón
Nacional de Caracas.

¿Cómo surgieron en la mente de Simón Rodríguez esas


idas luminosas que desde sus tempranos veintitres años
quedaron registradas en sus Seis Reparos a la escuela
colonial, bajo el titulo de ‘Representación al
Ayuntamiento’. El genio del joven maestro, su naturaleza
inquisitiva y devoción a la verdad y la ciencia, resultaban
indóciles para los canones y prejuicios imperantes dentro
de una sociedad de castas, a que respondian las
autoridades coloniales, adversas a toda innovación. Así,
Simón Rodríguez debió ingeniárselas para que a sus
manos llegase algún ejemplar de los textos ilustrados que
desde Europa y Estados Unidos ingresaban de modo
subrepticio a los puertos venezolanos, y que exponían
teorías subversivas, como el derecho de toda persona a
la instrucción, y el carácter científico con que debía ser
ejercido el magisterio. Por cuenta propia, y con muy
pocas personas con quienes discutir en la Caracas
gobernada por Pedro Carbonell -el mismo que persiguió y
enjuició a los complotados que se unieron a Manuel Gual
y Jose Maria España para establecer una República con
igualdad, sin diferencias de castas, y con absoluto
acceso a la educacion, sin las restricciones y dogmas
que dominaban en la Caracas colonial, en la cual apenas
una parte dela población blanca disfrutaba
efectivamente, del derecho a cultivar el conocimiento
hasta llegar a la universidad-. Rodríguez se hizo
abanderado, aunque sin conexión directa, con el
pensamiento de ilustración y la reforma social
proclamaba por la Revolución Francesa, cuyos adalides
por aquel tiempo en que redactó sus Reparos imponían,
con la decapitación de Luis XVI y la abolición del régimen
feudal, pavor en las testas coronadas del Viejo
Continente, e igualmente en las mentes mantuanizadas y
reverenciales de la Caracas colonial. Si bien no existe
registro de las amistades con que pudo alternar el
veintiañero Robinson en la Caracas de 1793, resulta
indudable que debió encontrarse en tertulias ilustradas
de la ciudad, con viajeros que a su paso por la Colonia,
lograban romper el cerco oscurantista de los claustros y
las reales órdenes. Se sabe que en las postrimerías del
período colonial en casas de algunas familias mantuanas
se celebraba con cierta asiduidad reuniones para
comentar entre tazas de chocolate, obras literarias que
llegaban de España, Francia, Inglaterra o EEUU. Obras
estas entre las que circulaban varias, si no todas, que
habian sido inscritas en el Index patrocinado por el Santo
oficio, penandose en consecuencia su lectura con serios
castigos al infractor. De allí que el joven Simón Rodríguez
al presentar ante el ayuntamiento de Caracas sus
Reparos, mediante los cuales objetaba el modo en que
funcionaba la escuela municipal de la ciudad, y en la cual
se desempeñaba como Maestro, mostraba un
pensamiento original y, de carácter subversivo respecto
al orden cultural que dominaba la enseñanza de la
Capitanía General. Dichos Reparos le permitieron
demandar de la autoridad municipal, se eliminase la
segregación entre niños blancos, pardos y morenos,
expresando el joven Maestro inclinación a nuevas
tendencias de las cuales otros educadores y tutores de
imberbes, como José Antonio Negrete, Fray Francisco de
Andújar, Guillermo Pelgron y el entonces jovencísimo
humanista Andrés Bello, jamás se habrían hecho eco, por
el escándalo a que aquellas tesis podían exponer a sus
patrocinadores. De este modo podría concluirse con poco
riesgo de errar, sugiriendo que la originalidad de sus
prácticas educativas y la formación intelectual de Simón
Rodríguez, debió resultar, ademas de su natural talento
como hombre de ideas, del impacto de tertulias con
viajeros ilustrados que arribaban a Caracas, y con
personalidades criollas como Manuel Gual, José María
España, algunos miembros de la familia Bolívar y los
Palacios, algunos hijos del Conde de Tovar,
especialmente su contemporáneo Martín Tovar Ponte,
figuras que accedían a ideas y escritos perseguidos por la
autoridad colonial, aunque para 1793, carecian del
impulso y la circunstancia descolonizadora que eclosionó
en la Caracas del 19 de abril de 1810. Y también fue
producto el pensamiento revolucionario de Rodriguez, de
sus lecturas de corte roussoniano en educación, en
conexión con el programa que el filósofo ginebrino, ofrece
en su libro “Emilio o de la Educacion”. Muy temprano
Simón Rodríguez proclama la necesidad de una educación
de sentido social, que contribuya a la superación del
atraso, la ignorancia y la superstición, ideas estas que,
por cierto, ha de inculcar a su pupilo el niño Simón
Bolívar durante el lapso en que este estuvo residenciado
en la casa del Maestro quien ejercía como su tutor legal.
Y muy rousonianamente, Rodriguez postulará que a los
niños hay que permitirles una amplia franja de
esparcimiento, y que hace muy bien el Maestro que busca
amistarse con aquel, conociendo cuáles son sus
pasatiempos preferidos. Así, sosténgase con la evidencia
conocida, que Simón Rodríguez fue un autodidacta que
supo asimilar cuanta oportunidad de cultivar saberes
estuvo a su alcance, y cuanto libro con ideas distintas a
las consagradas durante tres siglos de regimen colonial,
llegaba a sus manos.

II.– ILUSTRACIÓN Y ORIGINALIDAD.- En un lenguaje de


extrema sencillez Juan David García Bacca tributa un
homenaje conmovedor al genial educador caraqueño
cuando, en exégesis de una expresión del Libertador
asienta “tomando nosotros en serio, como lo hizo el
Libertador, la palabra ‘Maestro’ ¡qué lecciones podemos y
debemos aprender de uno que fue unidad de persona,
Sócrates, filósofo cosmopolita y el hombre más
extraordinario del mundo?” [Simón Rodríguez. Filósofo y
cosmopolita”, ediciones UNESR].

Sin temor a equivocación puede afirmarse que si bien la


raíz del ideario social y educativo del maestro del
Libertador tiene sus anclas en la Ilustración,
especialmente en Juan Jacobo Rousseau, el caraqueño
desarrolló ideas originales que trascendían la de por sí
original y muy hermosa reflexión del autor del ‘Discurso
sobre el origen de la desigualdad entre los hombres’ al
incursionar en el significado y los métodos de la
educación y su relación con la sociedad. Si bien la raíz
del ideario social y educativo del maestro del Libertador
tiene sus anclas en la Ilustración, especialmente en el
pensador ginebrino. Las extensas caminatas que
Rodríguez adelantase hacia 1805 por las rutas de París,
Viena y Roma con su joven pupilo Simón Bolívar indican
que era ferviente partidario de los métodos preconizados
por Juan Jacobo Rousseau para enseñar. Al aire libre: en
medio de la naturaleza deben dictarse las clases de
ciencias naturales, el orden de los vegetales, las clases
de animales y los cambios del clima, y dicha actividad
fisica se ha de practicar como ejercicio reflexivo. Muchos
han visto en Bolívar el “Emilio”, el discípulo virtuoso cuya
formación fue trazada por en su magistral tratado
pedagógico por el ginebrino. Sin embargo, el Emilio
suramericano, sin se quisiese hacer el símil con la
formación del Libertador en etapa de infante y púber,
cubrió propósitos de tan largo alcance, que dejan atrás el
perfil diseñado en la formidable obra de Rousseau.

III.– EL CAMBIO Y LOS TRADICIONALISTAS.- La derrota


militar definitiva de los ejércitos coloniales de España en
América tras Boyacá, Pichincha y Ayacucho y el
establecimiento del sistema republicano, no bastaron
para erradicar la pesada herencia cultural del régimen
colonial en los pueblos recién emancipados. Cuando, no
obstante haberse libertados las manos, como decía
Bolívar en su ‘Discurso de Angostura’, se mantenían
encadenados los espíritus, resultaba muy difícil que la
mayoría de los letrados que habían trabado alguna
amistad con Rodríguez en su juventud, o que tenían algún
conocimiento acerca de sus insurgentes proyectos de
escuela social, acogiesen como uno de los suyos al
eterno subvertidor de aquel conjunto de mitos y
creencias que aseguraban a muchos la relativa
tranquilidad del siervo obediente. Y la parábola resulta
pertinente para examinar el ayer, e igualmente el tiempo
de hoy, respecto al grueso número de formadores, que
repiten de modo acrítico contenidos que funcionan como
instrumento reproductor de los modos coloniales y de
aceptación del orden desigual en la historia de las
sociedades, heredados del pasado, y que por lo tanto,
operan como instrumentos para la reproducción de los
viejos modos de concebir y cumplir la función de la
escuela en el nuevo marco de una sociedad que edifica
sus perfiles en tiempos de Revolución.

De este modo, tras regresar de Europa en 1823, Robinson


casi se empobrece completamente, patrocinando con su
modesto peculio una Escuela-Taller que había comenzado
a funcionar bajo su dirección en Bogotá, capital de la
Gran Colombia. A finales de aquel año marcha al Perú
luego de hacerlo llamar el Libertador, a quien
acompañara en su espectacular gira triunfal de 1825 por
el Alto Perú (Bolivia), donde el Padre de la Patria le deja
como encargado de la Secretaría de Educación de la
nueva República de Bolivia. De dicha función cse verá
retirado por desaveniencias con el prefecto de Cuzco.
Este, temeroso de la reacción conservadora en dicha
región altoperuana -originada enla decision de Rodríguez
de destinar para la instrucción de los niños, fondos que
hasta entonces se aplicaban a una orden religiosa, hace
llegar queja ante el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio
Jose de Sucre, por entonces Presidente del nuevo Estado,
Bolivia. Sucre confirma la renuncia presentada por el
eterno subvertidor de la enseñanza. Ya Sucre había
recibido otros reclamos de las “familias de bien”, cuya
mentalidad feudal les llevaba a objetar los métodos que
empleaba el Maestro, de inspiración roussoniana. Se dice
que en una ocasión, dictó una clase sobre el esqueleto
humano, despojándose de la camisa para indicar los
huesos del cuerpo. Prácticas como ésta horrorizaban la
mentalidad ultraconservadora en ciudades como la Paz y
Chiquisaca. No la tuvo fácil el caraqueño, quien desde
meses antes de partir de Bolivia se quejaba con amargura
del abandono en que se sentía tras el regreso del
Libertador a Lima y la Gran Colombia en 1826.

IV.– LA LÚCIDA VEJEZ.- Carlos H Jorge en ensayo sobre


el inquieto pensador y cosmopolita caraqueño, evoca la
vista que a éste hiciese “Un ilustre viajero, llamado Luis
Antonio Vendel-Heyl, profesor durante varios años del
Colegio Luis El Grande de París, visitó a Simón Rodríguez
en El Almendrón, un barrio del Valparaíso, el viernes 29
de mayo de 1840. Dejó asentado en su diario: ‘Don Simón
estaba reducido a la mayor escasez. Después de tantos
viajes y estudios que habían consumido su fortuna, el
pobre hombre se hallaba condenado a no salir de su casa,
porque no tenía más que una chaqueta, un pantalón de
tela grosera y el viejo sombrero que llevaba cuando le vi.
Ni siquiera podía tener el consuelo de publicar el fruto de
sus meditaciones, el resultado de sus observaciones a
que lo había sacrificado todo. No encontraba ni editor, ni
suscriptores para sus obras. Sólo pedía cinco reales por
entrega, y aun así no había podido reunir doscientos
suscriptores y necesitaba cuatrocientos. El origen del
descrédito y abandono en que había caído eran sus
relaciones ilícitas con una india, de que había tenido dos
hijos a quienes amaba y que regocijaban sus viejos días
como si los hubiera tenido de una europea de pura
sangre’. En una reflexión orientada a desvirtuar el
tratamiento que da Alfonso Rumazo González a la
relación sostenida por Rodríguez con las mujeres a lo
largo de su existencia, Jorge refiere que “en un pasaje sin
igual nos indica el filósofo cómo son tratadas las mujeres
en la tierra y por qué razón han tenido que ir a refugiarse
en el cielo”, citando un razonamiento que en el más puro
estilo robinsoniano. ‘Porque nada importa que haya
injusticias de a cuatro o de a seis reales; aunque a esa
suma se reduzca todo el caudal de una vieja, ¿Si la
demanda no alcanza a cubrir el papel sellado ¿cómo se
practicarán las diligencias? (preguntan). La RAZON! es
poderosa porque la Justicia se pesa”. [Las mujeres de
Simón Rodríguez].

De otra parte, Paul Marcoy


[Fuente: http://carloshjorge.blogspot.com] un viajero
francés a quien -Rodríguez- ofrece hospitalidad por una
noche, relatará sus impresiones en un libro de viajes
publicado años más tarde. El Maestro vivía –según
Marcoy- en una choza en compañía de una “india”, y se
dedicaba a la fabricación de velas de sebo”[32]. El relato
del viajero galo, transcrito por Alfonso Rumazo Gonzalez
en la pág. 170-172 de su obra “Simon Rodriguez”, informa
que el viejo Maestro caraqueño estando en Bolivia, partió
desde Oruro con rumbo a Arequipa (Perú). Durante el
trayecto hace un alto en la localidad de Azángaro, todavia
en tierra boliviana. El filósofo invita a pasar al también
viajero. El francés recuerda, entre otras cosas, el buen
trato del maestro y de la india-criada: “No fue necesario
que repitiera su proposición y, cruzando la tienda detrás
del lonjista, penetré en la habitación inmediata al
mostrador, la cual me pareció a la vez servir de cocina,
de laboratorio y de alcoba… Una india acurrucada delante
del hogar preparaba una cena cualquiera, que mi patrón
me invitó a compartir con él (…) Nos sentamos uno frente
a otro delante de dos tablas, colocadas sobre otros
tantos banquillos, que hacían las veces de mesa, y la
india nos sirvió algunos pedazos de cecina y una sopa
con pimienta. Para beber diónos agua fresca de la fuente,
cuya crudeza atenuamos con algunas gotas de tafia.
Durante la cena, mi patrón dio órdenes a su criada para
que se cuidase igualmente del arriero y de nuestras
monturas”. Pudiera el lector de este tiempo de igual
creciente entre el hombre y la mujer o paridad de género,
percibir en Robinson algunos gestos propios del
patriarcalismo, cuando a su mujer le hace servir la mesa,
absteniendos él, de ejecutar labores domésticas, empero
también puede considerarse que Rodríguez actuaba de
este modo, respecto a la criada indigena -y posiblemente
la madre de sus hijos-, por motivos de salud ya en los
años del deterioro por la vejez andariega.

Haciendo velas Rodríguez en su vejez aspiraba iluminar


los bordes de la indigencia en que por momentos se veía,
y enseñar con dicho oficio a los pueblos que le vieron, a
iluminar sus almas con el estudio y constante ejercicio
del entendimiento. Carlos H Jorge en ensayo sobre el
inquieto pensador y cosmopolita caraqueño, evoca la
vista que a éste hiciese “Un ilustre viajero, llamado Luis
Antonio Vendel-Heyl, profesor durante varios años del
Colegio Luis El Grande de París, visitó a Simón Rodríguez
en El Almendrón, un barrio del Valparaíso, el viernes 29
de mayo de 1840. Dejó asentado en su diario, respecto al
gran educador (…) Ni siquiera podía -Rodríguez- tener el
consuelo de publicar el fruto de sus meditaciones, el
resultado de sus observaciones a que lo había sacrificado
todo. No encontraba ni editor, ni suscriptores para sus
obras. Sólo pedía cinco reales por entrega, y aun así no
había podido reunir doscientos suscriptores y necesitaba
cuatrocientos. El origen del descrédito y abandono en que
había caído eran sus relaciones ilícitas con una india, de
que había tenido dos hijos a quienes amaba y que
regocijaban sus viejos días como si los hubiera tenido de
una europea de pura sangre”.

V.– VELAS DEL PENSAMIENTO.- La institución educativa


concebida por Rodríguez se inscribe en una visión de
Estado que persigue desde la escuela, regenerar la
condición y los modos en que los seres humanos se
organizan en sociedad, puesto que el filósofo-educador
propende a la igualdad material en las condiciones de
inserción que se ha de ofrecer a cada individuo respecto
a los medios de consecución de bienestar. Pugna el
reformador caraqueño por la creación de Repúblicas, en
los territorios recién emancipados de España entre 1819
y 1824, en las cuales las diferencias de credo, color de la
piel o de procedencia social en orden a la propiedad de la
riqueza -cuya hegemonía cuestiona-, en ningún caso den
pie a la segregación, la desventaja, o que se burle la
igualdad práctica entre los integrantes del cuerpo social,
como sucedía, pese a las constituciones formales en la
Europa y Norteamérica de la revolución Industrial.
Tiempos en los que en Nuestra América se impuso la
alianza entre castas oligárquicas, comerciantes, casas
importadoras metropolitanas y generales victoriosos del
ciclo bélico. Dicha alianza impediría medidas prácticas
que diesen cumplimiento a derechos sociales como el
trabajo, la salud y la educación. La propuesta
robinsoniana de regeneración de la sociedad atiende, en
el marco de la historia de las ideas, al socialismo utópico
que prosperó en Europa a fines del siglo XVIII y
comienzos del XIX con gestores como Henry de Saint-
Simon y Robert Owen entre otros.

Rodríguez postula la Escuela Social, a la cual debían


asistir todos los párvulos, indiferentemente de su
procedencia social. Se trata de una escuela que dé a
todos la igualdad de condiciones para el aprendizaje:
todos los niños de la República recibirán el mismo
programa, se alimentarán en el horario de la escuela y
ejecutarán las mismas labores manuales e intelectuales.
Y ello exige la extinción de circunstancias oprobiosas
como la esclavitud del ni;o negro, y de taras y
costumbres que afectaban al infante pardo, o las
reverenciales originadas en la Colonia como aquella que
imponía a peones y esclavos inclinar su cabeza cada vez
que se topaban con un mantuano; o la prohibición de
transitar por la Plaza Mayor que pesaba sobre las castas
oprimidas. Así, Simón Rodríguez construye un discurso
donde acomete el foco ideológico de la desigualdad, al
someter a juicio dos fundamentos del orden establecido,
la libertad personal y el derecho de propiedad. La primera
se alega, según Robinson- “para eximirse de toda especie
de cooperación al bien general (…) para vivir
independientes en medio de la sociedad. el segundo para
convertir la usurpación en posesión”.

Y esta escuela que articula la potencialidad manual e


intelectual del individuo, y acompaña los elementos de la
realidad que configuran el plan de aprendizaje con una
rigurosa formación moral y ciudadana -destinada a
afirmar el principio de la igualdad en la sociedad-, al
querer hacerla obligatoria para todos los niños de la
República, encontró el escollo de los prejuicios e
intereses de las castas dominantes en aquella
Suramérica que emergía de la Guerra de Independencia.
Los grandes propietarios la tierra y sectores urbanos
pudientes, además del sector ultraconservador del clero
de entonces se coaligarían para hacer fracasar con sus
violentas campañas de opinión, reformas que, como la
escuela-taller, impulsó Rodríguez en Bogotá, Chuquisaca,
y las localidades de Ecuador y Perú donde se estableció
para alumbrar con las velas del pensamiento. Poco antes
de partir de Bolivia, y tras abandonar el cargo de Director
General de Enseñanza que ejercía desde 1825 por
designación del Libertador, Rodríguez escribirá el 4 de
septiembre de 1826 “Hay ideas que no son del tiempo
presente, aunque sean modernas; ni de moda, aunque
sean nuevas. Por querer enseñar más de los que todos
saben, pocos me han entendido; muchos me han
despreciado y algunos se han tomado el trabajo de
ofenderme”.

VI.– ANONADAR CON ELOGIOS.- El tratamiento que en su


correspondencia dio de modo permanente Simón Bolívar
a su maestro de infancia -y mentor en los años de viudez
que el entonces veintiañero Simón Bolívar transcurrió en
Europa entre 1804 y 1806-, expresan un nivel de
estimación y afectos que sólo se registra en su
correspondencia con Antonio José de Sucre. Ninguna otra
personalidad -salvo excepcionales deferencias hacia el
Abate de Pradt o José Joaquín Olmedo-, recibieron del
Libertador tal cantidad de epítetos honrosos. A Sucre le
dedicó un panegírico publicado en forma de escrito
biográfico en 1825, donde la coloca en el estrado de las
deidades homéricas “La posteridad representará a Sucre
con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando
en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando
las cadenas del Perú rotas por su espada”. Y si en el Gran
Mariscal de Ayacucho veía Bolívar al continuador de su
obra como estadista y reformador de la política, en
Rodríguez valora al inspirador de las luminosas ideas que
le animaron en su años de joven viudo radicado en
Europa, a escalar en Roma la cima del Monte Aventino de
Roma, para dotar su vida futura, mediante glorioso
juramento, de un significado de trascendencia y
búsqueda de la gloria, al acoger para si el propósito de
conducir mediante la hazaña y la práctica de la justricia,
la empresa de dar su Independencia a Suramérica. Así, en
su años de mayor esplendor como hombre de
pensamiento, Bolívar titula a su viejo maestro, Robinson,
como el “Sócrates de Caracas” y “el hombre más
extraordinario del mundo”. EpÍtetos que consagran el
reconocimiento en grado eminente de los méritos del
pedagogo, andragogo y reformador social caraqueño.
Nadie duda hoy que Simón Rodríguez ha sido el fundador
del pensamiento social de la educación en la Suramérica
del siglo diecinueve, pensamiento con proyeccion hasta
el presente siglo XXI. Y y su obra contituye lectura
obligante para quienes se propongan encontrar
explicacion en torno a la continuidad del proyecto que
pugna por construir en la America de habla hispana y
lusitana y caribeña, un modelo de sociedad humanista.

Mucho antes de que en la América hispana y en la


Caracas colonial se conociese el ideario iluminista de la
Educación o siquiera las enseñanzas del educador
español Alberto Lista, introductor dentro de la Península,
durante las postrimerias del siglo XVIII, de las primeras
ideas afrensadas (o ‘jacobinas’ al uso de su época), en el
campo de la educación, y mucho antes de que “El Emilio”
de J J Rousseau, inspirase a los primeros núcleos de
institutores reformistas del tiempo republicano en
Suramérica, un plan para una enseñanza universal al
modo en que fue plasmado por el letrado francés Nicolás
Condorcet, o tal como se lee en las ‘Cartas ginebrinas’ del
utopista Henry SaintSimon, un caraqueño, cuya edad
oscila entre los 23 y los 24 anos, presentaba ante las
autoridades municipales de la capital un escrito
reformador -al cual ya se ha aludido en el presente
trabajo- ante cuyas audaces ideas no encontraron mejor
manera de contestar las autoridades locales, que
depositan dolo en uno de los archivos del ayuntamiento
caraqueno, en espera de otro momento para su examen,
momento que nunca llegaría durante la vida de Simón
Rodríguez. El valioso texto será rescatado e mediados del
siglo veinte, gracias a la acuciosa labor de algún cronista
de la ciudad de Caracas, maravillado por la grandiosidad
del contenido.

El año en que Rodríguez escribe y presenta sus


“Reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de
primeras letras en Caracas y medios de lograr su reforma
por un nuevo establecimiento”, 1794, se inscribe dentro
de la década de conspiraciones e insurrecciones
programáticas, anticoloniales y antiesclavistas de la
Capitanía General de Venezuela y entre las que destacan
el levantamiento capitaneado en 1795 por José Leonardo
Chirino en la Provincia de Coro y la conspiración de
mayor densidad ideológica, orquestada y develada en
1797 en las ciudades de Caracas y La Guaira bajo la
conducción de José María España y Manuel Gual. Así, el
joven educador cuyo carácter ya para la época se avenía
con los principios de aquel complot emancipador y
libertario, se verá obligado a exiliarse poco después de
develarse el movimiento subversivo, por las sospechas
que sobre su persona recaían respecto a su posible
relación con los organizadores. En la misma década, en
1799, se develaría un nuevo complot, esta vez en
Maracaibo, orquestado por el subteniente de pardos
Francisco Javier Pirela. Tal fue el ambiente de
subjetividad política que rodeó la labor institutora de
Simón Rodríguez y dio pávulo a sus convicciones
republicanas como educador inconforme con el orden de
cosas que le rodeaba en su ciudad natal. Y si bien dichas
iniciativas revolucionarias fracasaron en lo coyuntural, de
otra parte recogieron el programa de largo aliento de las
clases y sectores desposeídos, programa que mantendría
su vigencia al paso de dos centurias. Y si bien Rodríguez
no concibió su rol histórico como hombre de armas, sí
asume la invaluable contribución que le corresponde
hacer una vez culminada la fase bélica de la
Independencia. Y para ello sale a prepararse en otros
escenarios de academia y cultura. Desde su atalaya en
Europa debió afirmar sus ideas en torno a la necesidad de
transformar la estructura social y la educación de castas
que separaba al hijo del blanco del hijo del pardo y el del
esclavo, Sistema social, el de castas, que entre 1813 y
1818 desembocó como se sabe en la Guerra a Muerte. Y
el mismo Simón Rodríguez a partir de 1824 desde el sur
del continente donde ha de radicarse en sus últimos
años, seguramente habrá de confirmar el acierto de sus
tesis respecto al nexo estructural entre cambio social y
educativo y proyecto político. Debió enterarse, a finales
de la quinta decada del siglo XIX, y en la distancia de su
peregrinaje por Chile y el Perú, del programa político que
en la Venezuela Agraria de 1846-1847 se consagraba bajo
el lema “Tierra y hombres libres” enarbolado durante en
la región central del país, por el General del Pueblo
Soberano Ezequiel Zamora, en el marco del levantamiento
campesino del aque período.

VII.– REVOLUCIÓN EN NUESTRA AMÉRICA.- Impulsada y


liderada por las fuerzas intelectuales y académicas de la
naciente burguesía -banqueros, industriales y
comerciantes urbanos-. la Declaración de los Derechos
del Hombre y el Ciudadano de la Revolución Francesa de
1789, documento que define el programa histórico de la
burguesía, en su lucha contra el absolutismo y la nobleza
feudal en el viejo Mundo, no podía brindar la completa
democratización de la escuela, entendida dicha
democratización como el acceso masivo e irrestricto de
todas las personas a los pupitres y la lección del maestro,
puesto que el conocimiento y los bienes de la academia
constituían privilegios, ya no de solo de aristócratas
feudales, sino también de la clase encumbrada ahora
sobre la acumulación de fortunas mercantiles y la
producción industrial de bienes y servicios. Por tanto,
aunque el artículo 6 de la célebre Declaración enuncia la
igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, e
igualmente sostiene que “La ley es la expresión de la
voluntad general”, ello no bastaba para que se verificase
dicho principio. Resultaba impostergable otra revolución,
una que sobrepasara el carácter antimonárquico y
antifeudal del sacudimiento político iniciado en tierra
gala durante 1789. Se requería ir más allá de la
representatividad formal preconizada por el pensamiento
liberal, el cual demandaba se estableciese el Estado de
Derecho clásico. De este modo, aquel Estado de Derecho
formal, sustentado en la doctrina de Charles de
Montesquieu, mantenía las restricciones históricas y
fácticas, para que el hijo de las clases plebeyas
accediese con pleno carácter de sujeto de derecho, a la
democracia, a la escuela, al disfrute de los bienes de la
erudición, y disfrutase de las condiciones materiales de
su ciudadanía. Ciudadanía para todos, la cual resultaba
imposible en el marco estrecho de sociedades reguladas
por el privilegio y la acumulación de riquezas en pocas
manos. Y una revolución de este signo, aunque si bien no
reivindicaba la socialización de los medios de producción
de la riqueza, sí implicaba un primer paso desde los
espacios del Poder Público, para la configuración en este
continente, del Estado Social. Y ello, con componentes de
un socialismo utópico teñido del romanticismo social que
ya desde los días de la Independencia, asomaba en el
epistolario de próceres como Morelos, Artigas y Simón
Bolívar. Tendencias estas que surgirán con mayor
claridad y precisión, en círculos como la Sociedad de la
Igualdad, que hacia 1848 se nucleaba en Santiago de
Chile en torno a la figura de Francisco Bilbao, y en la cual
por cierto, habrá de participar un hijo de don Andres
Bello; círculos estos, en donde comenzaba a fraguarse el
nexo entre la tertulia literaria y la acción política
progresista, tanto en Europa como en la Hispanoamérica
del siglo XIX, tema este ultimo que amerita de ser
examinado por los historiadores de las ideas políticas y
sociales en el continente. De este modo puede colegirse
que en la América hispana de la tercera década del siglo
XIX, rondó en la cabeza reformadora de paladines como
Bolívar y otros anteriormente nombrados, la idea de dar
forma a un modelo de República, que abriese las
compuertas mediante medidas de ampliación de la
cobertura educativa a favor de las clases plebeyas, y de
protección de la ninez abandonada y los menesterosos
por el Estado, al principio de igualdad, como
acompañante del valor de la libertad. Ser social con ser
individual, pqara expresarlo en términos del discurso
educativo contemporáneo. Ello requería revoluciones
originales, muy superiores cualitativamente, a las
revoluciones tradicionales de la modernidad, modernidad
que reflejaba los intereses e inquietudes de aquella
organización social desprendida de la revolución
Industrial y sus propulsores, los grupos que controlaban
el capital, y que tenían a los nuevos desheredados, el
proletariado urbano. Y Rodríguez se percato muy pronto
de la insuficiencia del discurso que la República
constitucional regentada por minorías opulentas que
recién se inauguraba en Suramérica, hacia llegar a los
sectores plebeyos.

VIII.- ORIGINALIDAD Y ESCUELA SOCIAL.-

En el caso venezolano y suramericano, durante las


últimas décadas del siglo XVIII y la primera mitad del
siglo diecinueve -lapso que cubre el arco actuante de la
Escuela Social encarnada por Simón Rodríguez, el
programa de reivindicaciones históricas para una
revolución profunda encontró su expresión en dos
momentos: uno, en las conclusiones que, en aquel año de
1794, el joven Rodríguez diese a conocer a las
autoridades coloniales de Caracas, y que ya se ha
comentado. Y, dos, a partir de 1823 cuando, luego de
regresar a la América, desde Europa -donde ha
transcurrido dos décadas y media bajo la identidad de
Samuel Robinson-, se presenta con toda la disposición de
ofrecer a las nuevas Repúblicas -creadas bajo el genio y
perseverancia de Bolívar-, el acopio de sapiencia y
original creatividad fraguados en el curso de un largo
exilio que le reportó fructíferos aprendizajes. Y como
prueba de su fe en las naciones recién independizadas,
Rodríguez se establece en Bogotá, capital del primer gran
Estado fundado por su antiguo discípulo. Y en esta capital
establece la primera de las escuelas-talleres que luego
replica en los otros países adonde se traslada en los años
siguientes.

La obra educativa de Rodríguez fue reconocida desde


muy temprano por el mismo Libertador, quien al enterarse
de su legada a la Gran Colombia en 1823, escribe desde
Quito al Vicepresidente Santander, recomendándole
aquél como “el Sócrates de Caracas”, y pidiéndole que lo
auxiliase económicamente.

Bolívar se regocija en tal grado con la noticia del arribo


de Robinson a la Gran Colombia que le escribe a éste “Ud
formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo
grande, para lo hermoso” y le reclama que se apersone a
Lima, Perú, donde el Libertador se desempeñaba como
Jefe del Estado y gozaba de la aureola de las campañas
triunfantes de Junín y Ayacucho. Bolívar, quien captaba
en toda extensión la valía del Maestro, brinda a éste
completo apoyo en sus proyectos de regeneración social
desde la escuela. La originalidad de Simón Rodríguez
para impulsar los procesos de educación colectiva y su
talento innovador quedan comprobados en su visión
profundamente humanista de la política y la escuela. Una
educación que integre sus dos dimensiones, la manual y
la intelectual, mediante la cual el párvulo debía ser
formado para un oficio y a la vez para el ejercicio
académico permanente, ejercitando en el estudio a lo
largo de la existencia. Una educación que concibe a
todos los sujetos como iguales en su desempeño
republicano: todos deben pasar por una actividad manual
y todos deben asimismo ejercer sus destrezas
intelectuales. Indistintamente del origen, el color de la
piel o el credo religioso que les distinga. Una educación
que posibilte la aptitud y los talentos de cada miembro
del cuerpo social para hacer realidad su potencialidad
integral y corresponsable, la creatividad de cada cual,
despertando desde muy temprano la vocación por hacer
preguntas y de explorar en los caminos de la vida con
conciencia moral. Y, especialmente, con originalidad, de
modo que se obtuviesen respuestas y soluciones ante las
dificultades que el diario quehacer coloca a todo
semejante en su propósito de alcanzar una vida feliz.
Especialmente en realidades tan particulares como las
que confrontaban los países que se organizaban tras la
ardua Guerra Emancipadora. Una educación, la de
Rodríguez, que rechazaba la discriminación y el orden de
castas y privilegios, una educación, pública y gratuita,
que debía ser concedida a todos los hijos del país por el
Estado, patrocinada con dinero de las arcas públicas.
Genuino antecedente de la doctrina del Estado Docente
que se configura en el siglo veinte venezolano.

Originalidad la de Simón Rodríguez que no se dejó atrapar


por los corsets de la modernidad capitalista, incapaz esta
última -en tanto proyecto histórico de cambio-, de
traspasar el formalismo del Estado liberal de Derecho, el
cual otorgaba carácter de “inviolable y sagrado” a la
propiedad privada maniatando, como Prometeo a la roca,
todo reclamo de las masas desheredadas y asalariadas,
al alegar la la imposibilidad de construir sociedades
justas y de redistribuir la riqueza, porque supuestamente
tales propósitos superiores atentan contra las leyes de la
avaricia y el principio del lucro. Tal es la originalidad
irreductible del Simón Rodríguez histórico, cuyo mensaje
revolucionario y educativo tiene mucho que decirnos
todavía.

IX.– FORMAR PARA LO GRANDE.-

El Libertador Simón Bolívar mantuvo hasta el fin de sus


días una admiración singular hacia su tutor de la infancia,
Simón Rodríguez, nexo afectivo que guarda gran afinidad
con el que según la historia universal se dio entre
Sócrates y Platón y entre este último y su pupilo
Aristóteles, los tres padres de la filosofía occidental.
Cada uno marcó con sus lecciones el destino del otro en
su dedicación al pensar reflexivo y hallarle explicaciones
al universo. Aristóteles por su parte, tejió su influjo
académico respecto al hijo de Filipo II, Alejandro Magno,
quien dos mil años antes que Napoleón Bonaparte, ilustró
sus conquistas en Asia al acompañar sus tropas con
científicos y letrados. Y en otro campo de la existencia,
el de la religión, el mundo hoy reconoce la devoción de
los doce apóstoles por el Maestro Jesús. En nuestros días
es recurrente participar en alguna conversación donde
uno de los contertulios expone su añoranza por la
maestra Anita del cuarto grado, o el profesor Ricardo de
sexto, que le enrumbaron por sendas de ciudadanía y
conocimiento. Lo que de hombría de bien y de mujer de
bien se deposita en el corazón de toda persona hoy, se
debe en primer lugar a los valores inculcados por los
padres, pero casi en la misma escala de importancia
puede decirse, por el tesón y cariño que buenos maestros
y buenas maestras entregaron con su vocación para
formar en el aula y el ejemplo de calle. Y ese gallardo
reconocimiento lo expuso el héroe caraqueño respecto a
su Maestro Samuel Robinson, en su muy célebre Elegía
del Cuzco. Del mismo modo que puede afirmarse que en
medio del desierto no brotan por generación espontánea
bosques y nacientes de ríos, tampoco nace en medio de
una sociedad colonial que repele toda novedad política,
una generación de libertadores y abolicionistas sin que
exista un influjo externo, un aliento de ideas
revolucionarias que prenda en medio de la oscuridad de
las almas y de razones para cuestionar el orden
existente. Y este gallardo reconocimiento lo expuso el
Libertador cuando en su célebre Elegía de Pativilca de
1823 cuando le escribe a su antiguo mentor “Ud formó mi
corazón para la libertad, para lo grande, para lo hermoso”.
Formar para la libertad significa dotar de razones un
espíritu que busca su punto de apoyo para empinarse en
el mundo, para dar desde su libre albedrío la mayor suma
de dignidad posible a sus actos y al desempeño de los
otros. De allí la encomienda que se impuso Bolívar de
llevar libertad a los esclavos, rebasando la clásica
función del Libertador de territorios, lo que en sí ya es
grande. Formar para lo grande es templar ánimo y
voluntad de modo que disponerlos a proseguir en medio
de dificultades terribles la comisión de magnas
empresas, como la de llevar con un pequeño ejército
semidesnudo, la Independencia a pueblos postrados, tal
como sucedió bajo la conducción de Bolívar tras el Paso
de los Andes en Boyacá en 1819. Y Formar para lo
hermoso es mostrar al discípulo y al contertulio el paisaje
de un propósito noble y edificante por el cual vale la pena
poner en riesgo comodidades y bienes inmediatos, por
cuanto la recompensa del final no es otra que la
construcción de un mundo justo, donde bienestar y goce
se sustentan en una sociedad de cooperación y
recíprocas atenciones de unos para otros, la solidaridad y
mutuo acompañamiento en la plenitud del ejercicio de la
máxima felicidad posible dentro de la circunstancia
histórica de cada cual, son fines que convocan el regocijo
aun en circunstancias de adversidad.
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X.– EL HUMANISMO DE SIMÓN RODRÍGUEZ.-.-


Simón Rodríguez veía en la escuela y el maestro los
“medios seguros de reformar las costumbres”, partiendo
de la constatación de que la sociedad está dominada por
el prejuicio y el interés ganancioso particular que repelen
la vocación social. La República que se perfila en el
ideario robinsoniano es una (…) que articula “la economía
social con la educación popular”, e invita a la paz, sin
obviar las acechanzas que rodean toda auténtica
aventura de quien enfrentando poderes imperiales de
ayer, y poderes imperiales de hoy, construyen
precisamente República, forman republicanos de corazón
y edifican la sociedad justiciera del porvenir, la República
de los iguales. Así dice Robinson “Si las revoluciones se
hicieran amigablemente, los historiadores no tendrían
que recordar desgracias”. Y reivindica un apotegma del
socialismo utópico “Los hombres no están en el mundo
sino para entreayudarse. Servirse del nombre de Dios,
dice Rodríguez, para respaldar injusticias es blasfemia”.
De este modo el republicanismo robinsoniano es uno de
índole subversiva por su irreverencia ante los tótems y
los prejuicios del dogma y cautiverio originados en la
ignorancia y la insensata credulidad. Una educación
liberadora es la que distingue a la sociedad robinsoniana,
congregación esta última que “se compone, reitera el
pensador, de hombres íntimamente unidos por un común
sentir de lo que conviene a todos”, remarcando el
carácter social de la educación, como el medio directo
para hacer realidad aquella república y aquel orden social
de individuos que se entreayudan y se sirven repeliendo
la opulencia de una parte y la miseria de la otra, por
cuanto todos proveen en la obra del bien de todos que es
el bien de cada uno. Tal pensamiento plasma la
inclinación del socialismo utópico que dio brillo a las
ideas políticas y los sueños de redención del hombre en
los albores de la revolución industrial y el surgimiento de
las primeras oleadas del proletariado urbano en Europa y
el hemisferio americano. Robinson comprendió que la
verdadera República, la de “los iguales” como la tituló
Gracus Babeuf en el París de las postrimerías de la
Revolución Francesa -y en la comuna que habría de
definir Carlos Marx en su obra `La Guerra Civil en Francia’
y la que, en términos más propios de la Latinoamérica
agraria y feudal del siglo XIX, se contenía en los
programas agraristas de los venezolanos José Francisco
Rangel, Ezequiel Zamora-, Robinson comprendió, se
repite, que aquella visión de República no sería posible si
no se daba relieve a la educación y la gesta cotidiana del
maestro de escuela. Eje del pensamiento robinsoniano en
el perfil de sociedad que postulaba, era la abolición del
divorcio entre trabajo manual y trabajo intelectual. Del
mismo modo que Saint-Simon, al repeler los privilegios de
una minoría ociosa, postuló en sus “Cartas Ginebrinas”
que “Todos los hombres deben trabajar”, el Sócrates de
Caracas trazó para la escuela su ruta como instrumento
de emancipación de la humanidad. De este modo
escribirá “Toca a los Maestros hacer conocer a los niños
el valor del trabajo (…) Hacerles entender (…) Que la
división de trabajos en la confección de las obras
embrutece a los obreros, y que si por tener tijeras
superfluas y baratas hemos de reducir al estado de
máquinas a los que las hacen, más valdría cortarse las
uñas con las manos”. Tal enunciado se constituye en
tajante proclama condenatoria en contra de la
explotación del hombre por el hombre, y llega hasta el
origen material de la desigualdad en la moderna sociedad
del capitalismo industrial. Al respecto vale la pena
recordar acá una reflexión del padre Antonio Pérez
Esclarín al enjuiciar la obra educativa del Maestro del
Libertador, con respecto a los niños “…se les enseñaría a
trabajar en talleres bien dotados y acondicionados. Como
había que dignificar también a los adultos, para así
impedir que continuaran siendo explotados y humillados,
se atendería también a los padres de los alumnos más
pobres, y se les daría trabajo si estaban desempleados”
(Antonio Pérez Esclarín/https://antonioperezesclarin).
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XI.– PENSAR PARA ACERTAR.-


Para Simón Rodríguez el éxito de la primera escuela
conllevaba el feliz desenvolvimiento del individuo en los
otros tramos de la existencia, postulando que serán los
primeros pasos “que se enseñen en la escuela” los que
indiquen el buen resultado de “todas las carreras”. Se
introduce Robinson en categorías del aprendizaje que un
siglo más tarde serían tema de investigación por el suizo
Jean Piaget y el ruso Lew Vigotsky, al sostener la
necesidad de un orden prelativo para la enseñanza. Tal
orden debe ser, afirma “Calcular – Pensar – Hablar –
Escribir y Leer”. Es fácil, para el acucioso psicopedagogo
moderno -no obstante la peculiaridad de lenguaje y la
época de Rodríguez-, un fondo de correspondencia con
las teorías del desarrollo psicomotriz y las zonas de
desarrollo próximo, expuestas repectivamene por los dos
meritorios investigadores europeos del aprendizaje,
nombrados en en el presente acápite. Pivote del ideario
robinsoniano en educación es la ejercitación de la
criticidad en el individuo desde sus primeros años,
promoviendo el Sócrates de Caracas la figura del Niño
Preguntón. Así, propone “Enseñen a los niños a ser
preguntones, para que pidiendo el por qué de lo que se ls
manda hacer, se acostumbren a obedecer a la razón! No a
la autoridad, como los limitados, ni a la costumbre, como
los estúpidos! (Rodriguez dixit)”. Propugna Ronbinson
-concibiendo en ello el más eficaz antídoto contra la
ignominia de la superstición, el prejuicio y el sutil artificio
de toda falsa apariencia- el amor a la verdad como
propósito cardinal de la vida humano. Así, “Pensar para
acertar, son sus propias palabras, es propiedad tan
natural en el hombre, como engañarse para errar”.
Concibe el Maestro del Libertador un educador que guíe
el ritmo de aprendizaje del estudiante. Al modo en que lo
perefila Juan Jacobo Rousseau en su obra Emilio o de la
Educación, el Maestro según Robinson, se desempeña
como intermediario eficiente de la innata tendencia del
ser humano a comprender el mundo que le rodea, y
respecto al modo en que ha de desenvolverse el
ciudadano ideal en la relación con sus semejantes y con
la naturaleza. Refuta drásticamente Robinson el sistema
memorístico de enseñanza, remarcando que “Enseñar es
hacer comprender, es emplear el entendimiento, no hacer
trabajar la memoria”. Generosa y audaz conclusión esta,
para el siglo XIX en que fue expuesta en medio de una
América Latina donde imperaba el régimen feudal de la
tierra y regímenes oscurantistas en la escuela. Y
generoso y audaz apotegma sigue siendo hoy, cuando
siglo y medio después de expresado, se da la mano con
tesis expuestas por el brasileño Paolo Freire en su libro
‘Pedagogía del Oprimido’, donde se fustiga al tipo de
educador que “deposita contenidos en la mente del
educando, como quien entera sumas de dinero en una
cuenta bancaria”.
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XII.-PEDAGOGIA DE LA CURIOSIDAD.-

Rodríguez incursiona en el discurso pedagógico con una


originalidad que expresaba un poder de la imaginación
pertinente en su época, y que manifiesta gran actualidad.
Y ello se constata al tratar un tema que a los efectos del
presente trabajo se ha denominado “Pedagogía de la
Curiosidad”. El hábito de hacer preguntas, y el buscar y
descubrir con cabeza propia, son signos de una visión de
la educación que hoy guardan pleno significado. “La
Curiosidad, asienta el trashumante filósofo caraqueño, es
una fuerza mental que se opone a la ignorancia. La
curiosidad es el motor del saber, y el conocimiento un
móvil para llevar a otro conocimiento”. Si el Maestro al
unisono con la familia del niño fomentan desde los
primeros años del despertar guiado de la inteligencia en
el infante, esta vocación preguntadora, dicha vocación
dha de dar paso a un grado de curiosidad de mayor
sistematicidad y superior capacidad por parte del sujeto
que aprende, para arribar a la concatenación de factores
y circunstancias de entorno, facilitándose así, a dicho
aprendiente dar por sí mismo con respuestas y
alternativas que los sistemas tradicionales de la
enseñanza sólo proveerían a través de la figura del
Maestro o la autoridad paterna, y ello en los casos en que
este último fuese persona cultivada. De este modo se
puede hablar hoy de la secuencia “Niño Preguntón-
Adolescente y Joven Curioso-Adulto Investigador-
Profesional Científico-Humanista y Filósofo”. Así puede
hoy sostenerse que el Maestro que concibe Rodríguez,
como se deja ver su texto de 1851 “Consejos de un Amigo
del Colegio de Latacunga”, posee un perfil adverso a todo
prejuicio, dogma y superstición “Maestro es el dueño,
afirma, de los principios de la ciencia o un arte, liberal o
mecánico, quien sabe hacerse entender y comprender
con gusto”. Pide a quienes se dedican a tan estratégica
función social o carrera, la educación, un desempeño
lúcido, que repela la posibilidad de aparecerse ante sus
pupilos como instrumentos de mediocridad. Así, el autor
de Luces y Virtudes Sociales postula para los enseñantes
“No ha de haber descendientes de Sancho Panza que
digan en sus sesiones -frases como las siguientes- ‘El que
se mete a redentor muere cruciificado’, ‘El que venga
atrás que arree’, ‘Más vale viejo conocido que nuevo por
conocer’, ‘Adonde quiera que fueres haz lo que vieres’. Se
trata de un educador, el concebido por Robinson, que a la
vez que articula la facultad “preguntona” del niño con la
curiosidad del adolescente y las destrezas investigativas
y sistematizadas por parte del adulto, a fin de provocar o
conducir a la formación de un individuo de elevada
competencia científica y conciencia humanista y fomenta
su ser social, se asume a sí mismo como sujeto Educador
en perpetuo mejoramiento intelectual, en continuo
estudio de teorías y experiencias, insatisfecho con sus
propias destrezas y por tanto, cultor de una irrefrenable
curiosidad y afán de aventarse en sus propios métodos,
adhiriendo aquel tipo especial de originalidad que le
conduzca a un desempeño que, en el marco de las
circunstancias que configuran el tiempo social de la
sociedad en que vive y rodean la escuela, le asegure un
espacio como agente de innovación y perfilador del
Hombre Nuevo y la Mujer Nueva. Vale decir, que en lo
tocante a este ultimo punto, Roninsob propugnaba el
termino de “Formar republicanos”, supremo propósito que
convierte al Educador en agente de construcción de una
sociedad con mayor visión entre sus integrantes de
enunciados como libertad con igualdad, solidaridad,
corresponsabilidad y condiciones para un mayor grado de
la suma de felicidad que historicamente pude ser
disfrutada por los seres humanos durante su periplo
terrenal.———————————–

XIII.- LA PEDAGOGÍA DEL ENTREAYUDARSE.-

El pensamiento educativo de Simón Rodríguez va más allá


del republicanismo liberal que postula individualismo y
ausencia completa de regulaciones públicas en materia
económica. En su visión, el soporte básico de la
República está representado en las obligaciones y al
hábito del ‘entreayudarse’ los individuos unos a otros, así
como en el cultivo de las luces, que conduce a la práctica
de la virtud. Y este énfasis lo coloca varios pasos más
adelante de los socialistas utópicos del siglo diecinueve
europeo, en punto a radicalidad. Para los utopistas
europeos, si bien la escuela era importante, no la
ubicaban como nudo del proyecto de regeneración de la
sociedad. De este modo Robinson expone “”Saber sus
obligaciones sociales es el primer deber de un
republicano y la primera…es vivir de una industria que no
perjudique a otro”. Su llamado a crear modelos propios y
no hacer copia de otros, le adelanta en pedagogía un
siglo a los teóricos del constructivismo social, cuando
pregona “ideas…ideas, primero que letras”. Y su
postulado cardinal de “instruir y acostumbrar al trabajo,
para hacer hombres útiles”, que hoy se recoge en el
artículo 3 de la Constitución de la República Bolivariana
de Venezuela, cuya letra reza “La educación y el trabajo
son los procesos fundamentales” para alcanzar los fines
esenciales del Estado. Bajo el influjo de Robinson, el
Libertador emitió “un decreto para que se recogiesen los
niños pobres de ambos sexos(…) Los niños se habían de
recoger en casas cómodas destinadas a talleres, surtidos
de instrumentos”. De acuerdo a la medida “Los varones
debían aprender albañilería, carpintería y herrería, porque
con tierras, maderas y metales se hacen las cosas más
necesarias”, en tanto que “Las hembras aprendían los
oficios propios de su sexo (…) Tenían, fuera de los
maestros de cada oficio, agentes que cuidaban de sus
personas y velaban sobre su conducta y un director que
trazaba el plan de operaciones” ‘El Libertador del
Mediodía de América].——————————

XIV.– ROBINSONIANISMO Y ESTADO DOCENTE.-

De otra parte la concepción robinsoniana de la educación


postula con claridad la defensa del proyecto republicano,
que conlleva las instituciones indispensables para que la
sociedad funcione dentro de un orden que se desplaza
hacia la justicia, y el equilibrio entre los polos de libertad
e igualdad. Tenía mucha claridad Rodríguez de que sus
propuestas enfrentaban la dura realidad de una sociedad
dividida en clases antagónicas e inmóviles: quienes
integraban la casta privilegiada, mantuanos u oligarcas y
las llamadas castas inferiores, obreros y artesanos libres,
peones enfeudados y mano de obra esclava, sometidos a
discriminación por el color de su piel. Por ello su defensa
de la República es la defensa del Estado como garante de
leyes y procedimientos que aseguren el derecho de los
débiles y haga posible el establecimiento de la República
plena, que para Rodríguez no es la del mero formalismo
de tres poderes representativos que enmascaren el
dominio fáctico de las grandes fortunas y familias de alto
apellido. Se trata de una República de individuos que se
“entreayudan” y construyen el mundo sobre bases de
humanidad y cooperación, y para el cual es “la escuela el
terreno en que el árbol social echa sus raíces”, y dentro
de la cual deben ser educados todos los individuos,
indistintamente de su procedencia social. Así, enfrentado
a la sociedad de los privilegios y la concentración del
egoísmo, la tierra y los capitales, Rodríguez habla de la
Escuela Social, laica y que iguale la condición de todos
los estudiantes. Y ello en sociedades históricamente
escindidas en bloques antagónicos responde a la doctrina
del Estado Docente, principio de democratización y de
orientación pública de la Educación, configurado por Luis
Beltrán Prieto Figueroa en el curso del siglo veinte
venezolano mediante su tesis del Estado Docente. Con el
dramatismo de un apostolado, el de la noble profesión del
formador de ciudadanos, a la cual entregó su existencia
Simón Rodríguez, conciben su diario trajinar los maestros
que construyen patria y ciudadanía dentro del aula. Los
frutos, los recogerá la sociedad, y se han de expresar en
cada actuación del otrora discípulo convertido al paso de
los años y en atencion al virtuosismo de su desempeño
cotidiano, en ciudadano. No labora el Maestro, como no lo
hizo Simón Rodríguez, para recibir paga al modo en que el
mendigo aguarda la mano caritativa del opulento a la
puerta de un templo. Y es su principal recompensa
verificar que su gesta fue cumplida gallardamente,
batallando en la arena de su preceptorado con la
indocilidad y el riesgo de extravío de la primera y la
segunda edad del ser humano, en medio de
circunstancias regidas por el desamparo afectivo y la
insolidaridad de quienes pudiendo tender su mano al
desvalido y la honrada guiatura al indefenso, la cierran,
volteando su mirada y negándose al acto liberador de la
misericordia, huyendo a perpetuidad de la ejecución de
tropelias respecto a todo ser desventurado. Así, la prez
del Maestro le es ofrecida en regocijante tertulia, por la
sociedad en la cual un primer Maestro supo inculcar en
sus discípulos semillas de ciudadanía justiciera, no
cualquier ’ciudadania’. Y ello significa inculcar semillas
de justicia, de repelencia al maltrato y la incertidumbre. Y
de tales semillas brotan las preguntas cuya respuesta ha
de conducir al otrora pupilo, hoy hecho hombre, hoy
hecha mujer, a los sembradíos de la Revolución social y
política, corriente esta que conscientemente se hace
tributaria de quienes día a día se empeñan en la siembra
de valores y templanza, para convertir una endeble
plantita en robusto apamate, caoba o eucaliptus de la
moral, cuya firmeza en el bien se yerga ante el horizonte
como madera o roca en la que se esculpe a sí mismo el
hombre nuevo y la mujer nueva, y quienes harán buena la
promesa de redención del género humano y su sueño de
vivir en paz. Y que cada nuevo día se acercan más a la
encomienda robinsoniana del entreayudarse, como lo
pedia Robinson precisamente, elevando la apuesta hacia
los nuevos retos de la aventura vital, más allá de los
linderos de desolación y el embrutecimiento consumista
dentro de los cuales el capitalismo como orden de
civilización sumió la el poder redentor de la
espiritualidad, y asimismo, encadeno en una roca, aquella
potente energía creadora que hizo surgir la rueda, la
brújula, la imprenta, el satélite y la tecnotrónica,
tecnología electromagnética. Y que, asimismo, hizo nacer
la idea de que es posible conciliar Libertad e Igualdad,
animando a la organización social, desde un Estado que
construye Revolución y las fuerzas políticas que le
apuntalan, en correspondencia con la puesta en
movimiento de una poderosa energía reivindicadora del
hecho educativo y cultural, sin cuya presencia naufraga
todo empeño de transformación humanista del mundo. Al
respecto mucho se ha hecho con las Misiones Educativas
y el programa de alimentación escolar, cuya
maximización y cobertura eficiente deben constituir
propósito central de la gestión pública del sector. Esa
potente fuerza reivindicadora del hecho educativo de que
acá se habla, como instrumento de transformación
profunda del imaginario creado por el capitalismo y la
sociedad de consumo y que recoge la herencia de lo
robinsoniano, por lo subversivo que constituye luchar
contra la inercia, la dispersión, y contra el pesimismo del
no se puede que sembró el capitalismo y la burguesía
criolla a partir del modelo rentista consumista e
importador, hoy comienza a mostrar signos alentadores
con la declaratoria de Venezuela como País Libre del
Analfabetismo, en los millones de compatriotas enrolados
dentro del sistema educativo, y en las cohortes de
egresados de carreras como Medicina Social surgidas del
convenio Cuba- Venezuela y, entre otras iniciativas, en
los proyectos agro-escolares que cada día se inician con
ímpetu en planteles de primaria y media, universitaria a lo
largo y ancho del territorio nacional.
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XIV.– UN SUBVERSIVO DE AYER Y HOY.-

De este modo Simón Rodríguez hoy es un pensamiento y


un ejemplo de subversión que confronta el imaginario de
la pasividad, del estancamiento de la crítica creadora,
subversión creadora de los poderes de la imaginación y
del valor histórico de la soberanía nacional en tiempo
histórico del Estado Nacional, el diabólico tendido de la
periferia neocolonial y la metrópoli imperial. De este
modo, se repite, Samuel Robinson es esa periferia que se
rebela contra su condición neocolonial y que se atreve a
refutar los poderes fácticos mediáticos, los de la
industria del entretenimiento, poderes fácticos
corporativos que requieren de un perfil de individuo que
prefiera no hacerse preguntas respecto al mundo en que
vive ni por qué las cosas son como son, especialmente en
lo atinente a la ordenación sociedad, el origen de los
privilegios y la concentración en pocas manos de la
riqueza material. Frente a dicho patrón organizacional y
su imaginario, sigue siendo subversivo Simón Rodríguez,
puesto que propone para la América de su tiempo y la
Latinoamérica de hoy, el mismo patrón anticapitalista
que Saint-Simon enunció en su Cartas Ginebrinas cuando
afirmó, como se citó anteriormente “Todos los hombres
deben trabajar”, refiriéndose a la actividad manual a que
todos quedan obligados como miembros de la sociedad.
Eso es Simón Rodríguez, Socialismo Utópico que en la
Venezuela Bolivariana se reencuentra con la historia a
través de la Misión Saber y Trabajo, la Robinson
Productiva, la Escuela Técnica calificada. Hoy, ser
robinsoniano dentro del sistema educativo, es cubrir el
patio baldío dentro de una escuela, con el abono, la
semilla y el diario riego del plan de huertos y conucos
escolares. Ser robinsoniano hoy es extender a lo largo y
ancho del territorio nacional, programas integrales de
formación en humanidades y ciencias, con manualidades
y cultivo de vocación productiva, es sembrar el país de
Escuelas Granjas en el nivel de primaria, es mantener el
empeño de hacer de cada Liceo una Escuela Técnica,
consagrando el bachillerato técnico, manual e intelectual
como requisito insoslayable para culminar la Educación
Media. Y la vocación para cumplir este tipo de retos -el
cual demanda ingentes recursos financieros-, alienta la
irreversibilidad del proyecto revolucionario. Así, puede
afirmarse que, además de Bolivariana, la era de cambios
políticos e inclusión social radical que comenzó en
Venezuela en 1999, en medio de tropiezos, dificultades y
debilidades que no pueden ser negadas, también merece
ser definida como era de la Revolución Robinsoniana,
puesto que la certeza de que el afianzamiento del Estado
Social de Derecho y de Justicia que se configuró en 1999
dentro del Texto Constitucional de la República
Bolivariana de Venezuela, pasa por privilegiar la
Educación, la Escuela y al Maestro y la Maestra, como
ejes de la reforma profunda que se propone el sueño
bolivariano de patria, el sueño bolivariano de Patria
Grande y Anfictiónica, el sueño Bolivariano de Equilibrio
del Universo, y el sueño bolivariano de Revolución que
bulle en el corazón de quienes jamás se rindieron tras el
anhelo de un Mundo Posible. De allí la justeza de que, al
lado de la categoría de Revolución Bolivariana, comience
a hablarse de Revolución Robinsoniana: hoy y mañana,
así como sucedió en los dias en en que Bolivar en
Angostura pedía la creación de una Cámara de la
Educación y escuela obligatoria y gratuita para todos los
niños, puede decirse, que la Revolución pasa por la
Escuela. De otra parte, un tema que a su vez demanda de
atención del estudioso, es el que involucra la relación de
Simón Rodríguez y Andrés Bello, dos figuras cimeras del
pensamiento con repercusión continental y
contemporáneas, a la vez que nativas ambas de la ciudad
de Caracas. Se trata del contraste y afinidad entre una y
otra trayectoria como formadores, y entre la acogida del
proyecto educativo de Andrés Bello en el sur del
continente, especificamente en Chile, donde se le
consagró en vida como una de las supremas
personalidades y se le reconoció como fundador y
perpetuo rector de la Universidad de Chile, y como
legislador eminente y orientador de la opinión pública, al
disponer de los periódicos de la nación austral en la
época, para emitir sus pareceres, gozando del
beneplacito de todos los sectores, asegurando la
indispensable establidad personal y un muy decente nivel
de vida profesional, como se ajusta a quien tiene una
extensa obra para producir y un magisterio que cumplir
delante de un continente que se edifica a sí mismo, tras
una terrible Guerra de Independencia. Ello por una parte,
y por la otra se encuentra el proyecto educativo de Simón
Rodríguez, quien en el curso de las tres últimas décadas
de su existencia, confrontó dificultades que por
momentos rayaron en la penuria, para asegurar sus
sustento diario y el de los suyos. Qué explicación dar a
tal disparidad, siendo que el planteamiento reformador de
Robinson ha sido validado por la posteridad, dada la
pertinencia de su proyecto de Escuela Social y sus
reclamos por la inclusión de todos los estamentos
sociales dentro de la Escuela.
———————————————————————————————
—-

De otra parte debe reordarse que tras conocer de la


aplicación del método lancasteriano en la Gran Colombia,
Rodríguez expresó contrariedad, El modelo lancasteriano
carecía de signos de cuestionamiento al orden social que
quería
transformarse con la República. De otro lado, Robinson
apunta que el
sistema de la enseñanza mutua fue creada por el
pedagogo inglés “para
hacer aprender la Biblia de memoria”, sosteniendo el
maestro caraqueño
que “Mandar recitar de memoria lo que no se entiende es
hacer
papagayos, para que de por vida sean charlatanes(…)es
garabatear”.
Al contrastar ambos personajes Alfonso Rumazo González
señala que
“Lancaster, con buena voluntad, pero miopemente, no
había descubierto
la inmensa diferencia que va de instruir a educar”.

El pensamiento político de Simón Rodríguez va más allá


del republicanismo liberal que postula el individualismo y
la ausencia
completa de regulaciones públicas en materia
económica. En su visión,
el soporte básico de la República está representado en
las obligaciones
y al hábito de ‘entreayudarse’ los individuos unos a otros,
así como
en el cultivo de las luces, que conduce a la práctica de la
virtud. Y
este énfasis lo coloca varios pasos más adelante de los
socialistas
utópicos del siglo diecinueve europeo, en punto a
radicalidad. Para
los utopistas europeos, si bien la escuela era importante,
no la
ubicaban como nudo del proyecto de regeneración de la
sociedad. De
este modo Robinson expone “”Saber sus obligaciones
sociales es el
primer deber de un republicano y la primera…es vivir de
una
industria que no perjudique a otro”.

El hábito de hacer preguntas, la pedagogía de la


curiosidad y el
buscar y descubrir con cabeza propia, son signos de una
visión de la
educación que hoy guardan pleno significado. Su llamado
a crear
modelos propios y no hacer copia de otros, le adelanta en
pedagogía un
siglo a los teóricos del constructivismo social, cuando
pregona
“ideas…ideas, primero que letras”. Y su postulado
cardinal de
“instruir y acostumbrar al trabajo, para hacer hombres
útiles” hoy se
recoge en el artículo 3 de la Constitución de la República
Bolivariana
de Venezuela, cuya letra reza “La educación y el trabajo
son los
procesos fundamentales” para alcanzar los fines
esenciales del Estado.
En sus últimos años Simón Rodríguez dio clases en Quito
y Guayaquil.
En 1853 viajó, junto a su hijo José y un amigo, Camilo
Gómez, al Perú,
entregando su existencia el 8 de febrero de 1854. Sus
restos reposan
desde 1954 en el Panteón Nacional de Caracas. En su
honor el
Presidente Hugo Chávez creó en 2003 la “Misión
Robinson” para la
alfabetización. Cabe recordar asi8mismo que en su gesta
reformadora de 1826, el Libertador expidió un decreto
para que “se agrupasen los niños
pobres de ambos sexos (…) Los niños se habían de
recoger en casas
cómodas destinadas a talleres, y estos surtidos de
instrumentos y
dirigidos por buenos maestros. Los varones debían
aprender los tres
oficios principales, albañilería, carpintería y herrería,
porque con
tierras, maderas y metales se hacen las cosas más
necesarias y porque
las operaciones de las artes mecánicas secundarias
dependen del
conocimiento de las primeras. Las hembras aprendían los
oficios
propios de su sexo(…)Tenían, fuera de los maestros de
cada oficio,
agentes que cuidaban de sus personas y velaban sobre su
conducta y un
director que trazaba el plan de operaciones y lo hacía
ejecutar(…)los niños…gozaban de libertad…el día lo
pasaban
ocupados y por la noche se retiraban a sus casas,
excepto los que
querían quedarse” (Simón Rodríguez, ‘El Libertador del
Mediodía de
América, 1830). Dichos decretos expresaban la huella
robinsoniaba en la conciencia social de Bolívar.
————————————————————————

Mientras el viejo maestro abría sus maletas en el Nuevo


Nuevo, al menos tres proyectos de reforma educativa
debió ponderar el Libertador, en sus lapsos de cavilación
sobre modelos escolares en las nuevas repúblicas. Uno,
el del reconocido escritor Jeremías Benthan, quien le
propuso enviar dos jóvenes para que cursasen estudio en
la escuela de Birminghan (Inglaterra), a objeto de
aprender el sistema de ‘educación práctica’. Otro
proyecto le fue enviado por el colegio San José de Tarbes
de los Altos Pirineos, cuyas autoridades le solicitaron
abrir plantel en América. Y el tercero fue la enseñanza
mutua de Joseph Lancaster, ofrecida por su creador.
———————————————————–

Del mismo modo ha de indicarse que del original


pensador y proyectista de las sociedades republicanas en
Nuestra América, la posteridad recogió sus escritos de
modo parcial y fragmentario. Gran parte de su obra
completa se perdió en 1856, dos años después de su
desaparición física. Tristemente cuando en Paita -costa
del Perú- fallece Manuelita Sáenz, víctima de una
epidemia de difteria, sus bienes y los papeles que
conservaba en su casa fueron incinerados ante el temor
de los pobladores al contagio. Entre los objetos que la
Libertadora del Libertador guardaba bajo custodia se
hallaba un baúl con cantidad de textos del Maestro Simón
Rodríguez, por lo cual la posteridad nunca logró conocer
a plenitud la obra y pensamiento integral del insigne
educador caraqueño, el “Sócrates de Caracas”. Cinco
títulos surgidos de su pluma han llegado hasta hoy: el
primero redactado a los veintidós años en la Caracas
colonial y que se conoce con el nombre de “Estado actual
de la Escuela Demostrado en Seis Reparos”, donde refuta
la discriminación en la enseñanza entre niños blanco,
pardos y morenos. Allí se lee “Si atendiendo a la
necesidad que…hay de escuelas, en que se instruyan
niños pardos y morenos, se viene en proceder a su
establecimiento, desde luego será muy justo que se rija y
gobierne por el mismo director y en los mismos
términos”. Sus otras cuatro obras son “Sociedades
Americanas”, Educación Republicana”, “Consejo de amigo
al Colegio de Latacunga”, “Luces y Virtudes sociales”, “El
Libertador del Mediodía de América Defendido por un
Amigo de la Causa Social” y la serie de artículos
publicados en Chile bajo el título “Extracto de la Defensa
de Bolívar”. Escribió Robinson y lo hizo con originalidad,
escribió para la Patria Grande desde la parcela pequeña
de varias patrias chicas. Escribió para su tiempo, y
escribió para el tiempo presente, que aún reclama las
reformas profundas que deben reconocer la sociedad y el
Estado como reivindicaciones históricas para la
verificación del programa republicano de Nuestra
América inconclusa. Al paso de las décadas han sido
descubiertas bajo el polvo de bibliotecas y archivos
rescatados de algunos personajes de la época, cartas
enviadas por don Simón Rodríguez, donde a la vez que
trata asuntos de índole particular, también se explaya en
materia de educación, habiéndose publicado hasta hoy
ediciones del epistolario robinsoniano. En la obra que se
conoce del gran reformador social y educador caraqueño
-cuyas huellas calzaron los caminos de su natal
Venezuela, Nueva Granada, Ecuador, Bolivia, Chile y el
Perú, además de territorio norteamericano y varios países
de Europa-, se encuentran pistas sustantivas para
comprender la misión del Maestro y la Maestra de hoy.
Así, la apertura de cátedras robinsonianas para debatir
sobre el pensamiento reformador de Simón Rodríguez
-además de la creación de instituciones universitarias,
misiones, escuelas, calles y plazas con su epónimo-
constituiría el más glorioso homenaje a quien dedicó su
existencia a la gesta civil de formar dentro del aula de
clases y el taller de manualidades, aquello que la espada
y los cañones libertadores se propusieron en el terreno
militar: dar vida a la República y al derecho de los
hombres de entreayudarse en la construcción de la
felicidad común.
———————————————————————————————
——

ANEXO.–- LA EPISTOLA DE PATIVILCA.-

“…ES Ud EL HOMBRE MÁS EXTRAORDINARIO DEL


MUNDO”

“… Sin duda es usted el hombre más extraordinario del


mundo. Podría usted merecer otros epítetos, pero no
quiero darlos por ser descortés al saludar a un huésped
que viene de un viejo mundo a saludar al nuevo; sí, a
visitar su patria que ya lo conoce, que tenía olvidada, no
en su corazón, sino en su memoria.

Nadie más que yo sabe lo que usted quiere a nuestra


adorada Colombia ¿se acuerda usted cuando fuimos
juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella
tierra santa la Libertad de la Patria? Ciertamente no
habrá olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros,
día que anticipó, por decirlo así un juramento profético a
la misma esperanza que nos debíamos tener.
¡Usted maestro mío, cuánto debe haberme contemplado
de cerca aunque colocado a tan remota distancia; con
qué avidez habrá seguido usted mis pasos dirigidos muy
anticipadamente por usted mismo! Usted formó mi
corazón para la Libertad, para la justicia, para lo grande,
para lo hermoso. Yo he seguido por el sendero que usted
me señaló. Usted fue mi piloto, aunque sentado sobre una
de las playas de Europa…” (Simón Bolívar a su Maestro
Simón Rodríguez, Pativilca, 19 de enero de 1824).

Fuente: https://www.aporrea.org/actualidad/a274054.html
Concepciones Ideológicas de Simón Rodríguez: Una
luz en el túnel (página 2)
Enviado por Mois�s Rodr�guez

Partes: 1, 2
El análisis social del entorno colonial obviamente conlleva un hecho puntual en las
relaciones humanas basadas en las divisiones del poder y las derivaciones consiguientes, las
oportunidades establecidas por el status económico, la casta y las buenas conexiones con la
realeza. Todo ello un compendio de elementos fundamentales en las opciones para vivir
dignamente y en un espacio de justicia e igualdad.
Dentro de este entorno ser descendiente directo del negro africano, del aborigen, e incluso
no mucho mejor estaba el blanco de orilla que a pesar de no sufrir la discriminación de los
primero, tampoco tenía grandes oportunidades de incorporarse satisfactoriamente a
la sociedad productiva y de cierta manera era portador de un soslayo fundamentado en sus
escasas potencialidades económicas y naturalmente en su menor poder político, por no
tildar de inexistente este último. (Balaguer, 2001).
Evidentemente, las barbaries y la injusticia dentro de la sociedad en la que creció Rodríguez
en el siglo XVIII, las cuales observó y ante las que se formó, no pudieron alejarse jamás de
la forma en como éste concibió su mundo.
Una concepción que como seguidor de los postulados e ideas filosóficas de Thomas Hobbes,
de Charles-Louis de Montesquieu, Jean-Jacques Rousseauo Voltaire constituyeron el
epicentro de su formación ideológica, que naturalmente en sus años de juventud expuso
como forma de expresión y liberación.
Adicional a esto, los movimientos y hechos concretos acaecidos durante su periodo de vida
La Revolución Francesa, la Revolución Industrial Inglesa, las ideas humanistas, los
postulados de la ya naciente democracia, constituían sin duda, factores decisivos en la
particularidad en que este hombre culto por sus conocimientos integrales y sus
revolucionarios pensamientos, y no por la comparación que a tal término se le asignaba
para las relaciones de una persona en razón de otras con relación a la riqueza material.
En este sentido, Balaguer (ob.cit) expresa "Rodríguez creció en un mundo de desiguales, de
inmediatez por la servidumbre, por la nostalgia de los sueños de un pueblo del cual se sintió
parte y que susurraba su profunda ignorancia."(p54). Todos estos factores son decisivos
junto con su formación académica en lo que se consuma su pensamiento humanista, en lo
extenso de su visión analítica de la realidad y de los hechos y situaciones que conformaban
su realidad social, cultural, económica y religiosa.
Son varias entonces las confluencias que deben develarse y estudiarse con el detenimiento
necesario para entender en modo sensato los aspectos sucedidos, que pernoctan en la
mente del maestro al esgrimir su obra en su discípulo privilegiado, Bolívar.
A tal efecto se cita a Rufo (2001), éste expresa que el ardid político era tan abismal,
elocuente y efectivo que afirma en razón de los líderes y conductores sociales de la época
"son en general de espíritus bizarros y corazones briosos, y tan inclinados a todo lo que
es política que hasta los negros, siendo criollos, se desdeñan de no saber leer y escribir"
(p.9).
Estos apuntes esgrimen la dominación presente y el nexo de venta de una sociedad que a
pesar de ser injusta y desequilibrada en todo sentido, hace que los oprimidos sientan placer
por la supuesta gentileza del opresor, este un proceso ideológico en el cual las personas
afectadas les ha sido introyectado un tipo de pensamiento en el cual se sienten que son
afortunados al carecer de lo carecen y muy afortunados en tener la miseria en que viven, el
conformismo como modo de vida.
Es obvia la opulencia de los actos de un vandalismo camuflajeado, en este sentido José Luis
Fortoul citado por Rufo (ob. Cit.) comenta en los años de Rodríguez por el siglo XVIII
existía una "higiene pública primitiva, como en la metrópoli; desdén del baño y del jabón
epidemias frecuentes y mortalidad de hasta cuarenta por mil" (p.12).
Todos estos factores partes inherentes de una sociedad, fundamentos de una concepción
española de limpieza de sangre y en la cual sólo hay espacio para el beneplácito de un sector
minoritario de la misma.
Es evidente dentro de este ambiente la inequidad desde toda perspectiva, lo cual se
vislumbra en el pensamiento del joven Rodríguez, quien desde su análisis implica como
características principales de su proceder ser observador y rebelde, competencias que se
mezclan con el espíritu revolucionario que implica la propuesta de un contexto social
distinto a las pautas establecidas, de las que experimentó y posteriormente cuestionó, pues
él tuvo la oportunidad de estudiar , de formarse según las oportunidades de los de su clase.
Es importante considerar en alusión a esto último, que la historia lo califica como un
filósofo y educador, algunos lo tildan de visionario y humanista, su papel más trascendental
formar al Libertador quien expuso la educación integral que éste le brindó, llena de amor,
para la vida, liberadora, axiológica y fuera, eso si, de todo estigma de discriminación, un
verdadero altruista en la construcción de la sociedad americana de entonces.

Como filósofo, se adelanta a las gnoseología del momento quizás porque pudo interpretar
las premisas de Pestalozzi, Voltaire o Rosseau, de modo que estas brillantes
consideraciones, pudiesen tener una connotación ajustada a cada realidad, por ello aunque
seguidor de algunas corrientes nunca apostó como tal a la imitación de la adulación para
mantener un sistema, luchó por ser innovador, creativo, y adelantarse inequívocamente
al tiempo sin esperar que éste con sus características y acontecimientos destruyese las
nuevas ideas.
Tal concepción se puede observar en aquella célebre expresión "inventamos o erramos", es
decir no era su prioridad traer modelos superfluos a la sociedad americana, era requisito
esencial que ésta crease sus nuevas estructuras y pautas, que se aprendiera de las
condiciones y recursos que se tenían y se formara al ciudadano que se necesitaba.
Expresiones que para entonces, eran inimaginables, y para muchos carentes de lógica, en
aquellos días que se esbozaba la objetividad como punto crucial de las relaciones humanas,
del hombre y la ciencia. Donde además, la iglesia postulaba desde lo más temprano de la
niñez, la condición de seguimiento de las condiciones de la naturaleza y lo poco
cuestionable del sistema imperante. Al respecto Balaguer (ob.cit) expresa "la iglesia era uno
de los principales y fundamentales medios de dominación, aunque también un oxígeno al
oprimido"(p57).
En otras palabras, cumplía dos funciones: una, dejar las cosas tal y como estaban
calificando de hereje a cualquiera que criticase de forma abierta y según otros conceptos
y paradigmas las nociones de ese saber; dos, defender en lo posible, algún derecho universal
establecido para los menos afortunados de la sociedad, los negros e indígenas
principalmente haciendo las prédicas de un mensaje de igualdad utópico pero posible de
alcanzar.
A partir de las concepciones en el campo social considerando lo vivido, Rodríguez afirma su
postura en razón de criticar profundamente como se desarrollaban las actividades
de interacción social, a tal efecto se esfuerza por introducir sus ideas de construcción de la
sociedad, bajo las posibilidades que para entonces le eran posible exponer, de modo que,
sus percepciones apoyasen movimientos libertarios en la búsqueda de ese mundo de
iguales, que seguramente tantas veces leyó en los libros que desde la Europa naciente bajo
el flujo de los derechos del hombre y ciudadano llegaban clandestinamente y de los cuales
era un asiduo lector.
En este orden de ideas, Rufo (2001) en su análisis plantea que el maestro no creía en la
continuidad de ventas de utopías, ni en la consolidación de ideas subrepticias que
marcaban la concepción del régimen. La libertad no era un derecho discutible, la justicia es
el único camino para alcanzar la paz social, la cual es un principio ineludible para vivir en
armonía y desechar la zozobra de la inseguridad política que, como era obvio, preocupaba
más a los ases del poder que al ciudadano común.
Por ello, era prioridad potenciar la búsqueda de soluciones acertadas a las inquietudes de
la población, el clamor del pueblo era pues una necesidad, por cuanto en la medida que se
pudiera desarrollar el concepto de lo popular la ciudadanía podría convivir de manera
homogénea, desligarse de pensamientos de conspiración, de luchas, muertes, destrucción
que nunca podrían ser apartadas manteniendo los parámetro de la injusticia que se habían
consolidado en favor de la minoría rica.
Desde el punto de vista humanista el maestro había percibido la nostalgia del pueblo, su
concepción de este último término, aludido a toda la población sin distinción de ningún
tipo, de tal forma, que las necesidades no podían ser sólo para unos y los privilegios sólo
para otros pocos.
La verdadera razón de ser de una sociedad radicaba en el sentido de ofrecer satisfacciones a
la colectividad, lograr su bienestar, felicidad, pero esta última situación no solamente bajo
consignas de mentira y venta de prédicas absurdas sino fundamentadas en principios de
igualdad considerados por todos como satisfactorios. Es decir, la forma de poder reconocer
que la sociedad estaba ofreciendo un verdadero beneficio a su gente, era consultando a
todos sobre los conceptos que cada quien tenía sobre sí mismo y la generalidad del pueblo.
Es pues el consenso la base del progreso social.
Sin embargo a pesar de lo novedoso de lo anteriormente expuesto, la principal actividad en
la que destaca Don Simón Rodríguez es la docencia, sus concepciones acerca de la
educación tienen varias connotaciones y se extienden en varias direcciones, lo humano,
social, ideológico, crecimiento del hombre, apertura y cambio de estructuras superficiales y
erradas concebidas para dominar y para liberar al ser principalmente de sí mismo.
Por ello, el argumento y la finalidad última de la educación debe ser preparar al hombre
para convertirse en una persona útil a la sociedad, aportar al crecimiento de ésta, contribuir
a su desarrollo en todos los ámbitos del quehacer de la misma. Allí, naturalmente, se
plasman aspectos de índole axiológicos, de orden cualitativo en sentido de dotar y
desarrollar las potencialidades del ser humano, enseñando capacidades a los estudiantes
que sean operativas y puedan ser empleadas en el campo social con el propósito de
coadyuvar para superar barreras que inhiban la aplicación de los conocimientos adquiridos.
En este orden de consideraciones, la didáctica de Rodríguez tal y como apunta Freitez
(2004) es constructivista aunque sus postulados no necesariamente hagan alusión a dicho
término, cuando expresa "el maestro apostaba porque el individuo aprendiera haciendo, en
sincronía con su medio ambiente, palpando la realidad en la experiencia y no en trozos de
papel que connotaban la teoría, válida pero no única" (p98). En términos concretos era este
un proceso instruccional que privilegiaba la fusión del pensamiento, con la esfera de las
actividades empíricas para desarrollar uniformemente el conocer, el cual se hace visible en
lo abstracto y práctico.
De igual forma, como educador, y luchador social fue uno de los primeros en pregonar la
educación popular para todos y por todos, de tal manera que no era partidario de continuar
la discriminación de ser educados de los menos pudientes, si bien fue crítico de la forma
instrumental, mecanicista en que la misma para entonces se realizaba, esgrimía entre sus
ideas, la educación liberadora del mismo ser, no como un mero acto de adoctrinamiento
inservible para impulsar la creatividad del ser pensante, sino como un aporte a lo que ese
ciudadano era capaz de construir no sólo en función de sus necesidades sino de los
diferentes individuos a su alrededor.
Adicionalmente a lo ya planteado, no sólo fue el hecho de lo popular en cuanto a la
extensión del proceso de inclusión al aparato educacional, sino también, en el sentido de
brindar calidad a cada sujeto participante, ofreciéndole conocimientos para que él mismo
fuera capaz de enfrentar nuevas situaciones y superar sin coyunturas, ni prejuicios
obsoletos en correspondencia con los retos y compromisos propios de la sociedad en la cual
vivían.
A tales efectos recomendaba, educar al estudiante en un oficio, al hombre en determinadas
tareas tal como a la mujer en otras para las cuales tuvieran capacidades que permitieran, en
consiguiente, su pleno desarrollo como persona y en diferentes áreas del saber. Estas
acotaciones con similitudes a las concepciones de la educación holística, en el sentido
de procesos educativos concernientes a la vida, donde los conocimientos son de utilidad al
sujeto más allá del espacio de instrucción.
También se podrían asociar con los señalamientos de Ausubel y el aprendizaje significativo
que en la actualidad constituye un enfoque principal del proceso educativo. Es decir, aún
más se destaca la intuición visionaria del maestro, del líder, humanista y revolucionario.
En consecuencia, las concepciones ideológicas de Simón Rodríguez representaron y
representan una luz en el túnel, no al final del mismo, sino una que conlleve al hombre a
superar escollos a su alrededor y presentes a su paso.
Sus ideas encendieron una lámpara que hoy conduce pergaminos de uso, contribuyen a un
nuevo marco educativo si fuesen bien empleados y concebidos según la naturaleza de la
sociedad en la cual se efectúa el acto de enseñar y aprender, bajo insignes pero constantes
lemas: construir, crear para mejorar, soñar no para jactarse de la felonía disfrazada en
cofres de ilusiones, sino en un verdadero marco de justicia donde la búsqueda se centra
fundamentalmente en el desarrollo del ser humano, según las necesidades y cosmovisiones
comunes.
Son pues estas concepciones, las primicias que el gran maestro expuso a la sociedad
americana en general, aportó el despertar de un pueblo que aupó sus ideas, estudia sus
pensamientos y sueña en la construcción de una patria grande, libre y llena de espacios de
formación donde los sueños dejan de serlo se vuelven plausible.
Referencias Bibliográficas.
Rufo, M. (2001). La pedagogía venezolana. Caracas. Panapo.
Balaguer, (2001). Grandes Pedagogos venezolanos. Caracas. UPEL.
Freitez, Y, (2004). Tendencias educativas en Venezuela. Maracaibo.
Luz.
 

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