Agradando A Dios Con Lo Mejor 2020
Agradando A Dios Con Lo Mejor 2020
Agradando A Dios Con Lo Mejor 2020
INTRODUCCIÓN:
Sería fácil empezar una predica de inicio de año diciendo frases tales como: “este será el año de la
restitución.” “Este será el año en que Dios entregara al enemigo en nuestras manos.” Este será el
año de la cosecha abundante y el año donde las ventanas de los cielos serán abiertas para su
pueblo”, y seguramente yo podría tocar la parte emocional de algunos de ustedes y quizás hasta
podría lograr que algunos se pusieran de pie y me dijeran un fuerte amen.
Hasta sería posible pedirle dinero con alguna excusa, valida o no, y habría muchos de ustedes que
de seguro responderían positivamente al llamado.
Podría hacer declaratorias tras declaratorias y provocar que usted en este día se fuera
tremendamente emocionado para su casa, pero sería solamente eso emoción, emoción que se la
llevara en algún momento el tiempo y en usted no quedo nada de valor para recordar.
Muchas personas cuando termina un año se sientan alrededor de una cena o una parrilla y
imaginan que el cambio de año les traerá cosas mejores de las que tuvieron el año que se termina,
e inclusive declaramos que vamos a hacer un sin fin de cosas para Dios, de las cuales
probablemente no cumplamos ni siquiera la octava parte.
Noticia: su vida y mi vida no va a cambiar mucho solamente porque arranquemos una hoja del
calendario o porque el año haya cambiado del 2019 al 2020. Pero los cambios no se dan por arte
de magia. Es necesario reaccionar y accionar.
Tu vida y la mía cambiaran porque decidamos hacer que las cosas sean diferentes, y nos
empecemos a comportar realmente como personas lavadas con la preciosísima sangre del
cordero, y permitamos que Dios realmente moldee nuestras vidas.
El texto que acabamos de leer no es la típica lectura para empezar un año nuevo. Al contrario, sus
palabras producen en nosotros, en nuestro corazón algunas preguntas sobre el saber si esto me ha
pasado a mí, si esto ha sido una realidad en mi vida. Realidad en el año que pasó y el desafío a
comprometernos en el nuevo año que comienza.
La naturaleza humana con demasiada frecuencia nos traiciona porque, si bien es cierto que
deseamos dar lo mejor de nosotros al Señor, pronto descubrimos cuán egoístas somos y
retenemos con nosotros aquello que una vez prometimos entregarlo a Dios. La lista sería larga
para anotar todas aquellas cosas que al pesarlas en la balanza del tiempo nos revelan que hemos
quedado fallos en los compromisos de dar lo mejor al Maestro.
Al revisar esa lista nos daremos cuenta que estuvimos fallos en tantas cosas donde prometimos
serle fiel. Cuando revisamos este asunto de traer lo mejor a Dios encontramos en el mismo
comienzo de la Biblia la historia del primer homicidio que se dio en un culto de adoración y que
tuvo que ver con el tema que presentamos hoy. Esta es la historia de Caín y a Abel.
Esa historia sangrienta nos revela las dos actitudes que tenemos cuando seleccionamos lo que
vamos a traer delante del Señor. El texto dice: “pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda
suya”. ¿Por qué no agradaron a Dios las cebollas, ajos, zanahorias, tomates, etc., que Caín trajo a
Dios? La clave del texto está en las palabras “los primogénitos de las ovejas” y “de lo más gordo
de ellas”.
No es que a Dios no le gustan los vegetales y que prefiere la carne, sino la actitud del corazón y el
cómo se preparan las cosas para Él. ¿Preparas lo mejor, lo que sobra o lo peor?. Si el texto dijera
que Caín preparó las primicias de sus cosechas y lo mejor de ellas, el asunto sería otro. Y esto fue
lo que exactamente hizo Abel. Veamos, pues, como esta historia nos puede ayudar para
seleccionar “los primogénitos” y lo “más gordo” de nuestra vista para traérselos al Señor.
El Salmo 119 le da ocho nombres a la Biblia con el que distingue su importancia. Y el presente
texto es la más hermosa declaración que encontramos en la Biblia respecto al amor por la palabra.
Fíjese que el salmista no dice: “Oh, cuanto amo yo cantar en tu casa, oh Dios”. Tampoco dice: “Oh,
cuanto amo yo el compañerismo de los hermanos, oh Dios”.
No, el salmista simplemente dice: “Oh, cuando amo yo tu ley, oh Dios”. Eso habla de intimidad, de
ser atraído por ella como cuando uno tiene un gran amor. Cuando usted tiene un gran amor, sus
pensamientos, actitudes, detalles y entrega es para eso que ocupa tu corazón.
Amar la palabra de Dios es que ella ocupe el primer lugar en nuestras vidas porque a través de ella
Dios me habla y el Espíritu Santo me la interpreta para mi propio crecimiento. El resultado de
amar la palabra será que todo el día ella es mi meditación.
Eso significa que todo lo que hago debiera estar impregnado de la palabra de Dios. Mis amados, la
lectura de la Biblia no es una opción. Si yo no amo la palabra no podré crecer espiritualmente.
Pero si hago de ella mi más grande amor, seré un creyente victorioso.
2. Mi devoción con la oración (Lucas 11:5-10).
Esta parábola del “amigo de la media noche” es muy significativa en el asunto de la oración. Los
hechos ocurren de noche, lo que hace el relato más interesante. La llegada del viajero que se
hospedó en la casa de su amigo lo puso en aprieto. El hecho de llegar en la noche avanzada
porque todos estaban durmiendo nos habla de la importancia de la oración.
La oración en este contexto de la parábola debe ser inoportuna e insistente. Observe que la
necesidad levantó al amigo a clamar por ayuda. Note que la sorpresa de la parábola se da cuando
el tercer amigo dice que se iba a levantar a darle el pan al solicitante, no porque era su amigo, sino
por la importunidad se levantará y le dará “todo lo que necesite”. Eso es interesante.
El resto del texto habla de la perseverancia, la promesa y la seguridad que Dios responde a
nuestras oraciones mejor de lo que muchas veces pedimos. La oración tiene poder. La oración
abre la puerta. La oración tiene su propósito al ver la forma cómo Dios responde. El creyente no ha
descubierto todavía cuánto puede hacer la oración perseverante. Pídale a Dios un fresco y
verdadero deseo de orar insistentemente.
Al profeta Ezequiel se le asignó la tarea de ser un “atalaya” para la salvación del impío. Su trabajo
consistía en advertir de las consecuencias que le vendrían al impío si no se arrepentía de su mal
camino. La Biblia nos dice lo terrible que será para el impío que rechace la oferta de la salvación.
La labor del creyente “atalaya” es amonestar al impío respecto a su camino desviado de manera
que no muera en sus delitos y pecados. Es invitarle a creer en el Señor y arrepentirse porque la
Biblia dice que “el que no cree, ya ha sido condenado”. Esa sentencia de condenación ya está
revelada y lo único que la hará cambiar es cuando haya un arrepentimiento de corazón.
Pero frente ese terrible peligro, muchos decidimos callar y no alertar pensando que “Dios es quien
va a juzgar.” Pero mis hermanos, este texto nos dice claramente que si nosotros no le hablamos al
pecador de su camino, él va a morir en su pecado, pero Dios nos demandará y nos hará
responsable de la muerte eterna del impío. He sido llamado para advertir del fuego eterno que
nunca se apaga en compañía de Satanás si el pecador no se arrepiente. Esto es serio.
Este texto nos presenta la otra cara de la moneda. Nos habla del trabajo que debe hacer el
“atalaya”. Nos revela este texto que nuestra responsabilidad no es hacer que la gente se convierta
sino presentarles el mensaje que los pueda librar de una muerte eterna.
Nosotros sabemos cuan dura es la palabra de Dios, sin embargo, nuestra tarea debe ser alertar al
pecador que si no se arrepiente de sus pecados morirá y su muerte será eterna. Otra vez, es
amonestarle hasta que sepa que, si rechaza el evangelio de la gracia, no sólo será excluido de la
gloria de Dios, sino que alma será atormentada para siempre en el fuego eterno.
Nuestro trabajo como cristiano es traer a los hombres al conocimiento de Cristo. Es evangelizarlos
para que ninguno se pierda, sino que tengan vida eterna. En este sentido, el asunto que más
debiéramos pedirle al Señor es que nos de pasión por las almas.
Que ninguna persona con la que tengamos contacto se quede sin saber que hay un salvador que lo
ama y lo quiere librar de una muerte eterna segura. Que, frente a la proximidad de la venida de
Cristo, nada más nos ocupe el tiempo que ser verdaderos atalayas que advirtamos el juicio
inminente que se cierne sobre este mundo.
Lo que Pablo escribió a los hermanos corintios respecto a la mayordomía del dar, ya Abel lo había
practicado muchos años atrás. El planteamiento respecto al porqué Dios miró con agrado la
ofrenda de Abel, pasó por la prueba de dar según hayas sido prosperado.
No tenemos que poner en dudas que Caín fue prosperado como agricultor y lo mismo su hermano
Abel como pastor de ovejas. Los dos habían prosperado en sus oficios, el asunto estuvo en la
determinación de dar lo mejor. El tema de dar al Señor lo que a Él le pertenece, sigue siendo el
“talón de Aquiles” para muchos hermanos todavía.
Como no fueron enseñados sobre esta parte de la mayordomía, a la hora de dar, esbozan sus
argumentos y al final se pierden de una de las bendiciones más gratas que disfruta un auténtico
discípulo de Cristo.
No son pocos los que no están de acuerdo con el diezmo porque lo consideran de la ley, cosa que
no es cierta, porque antes de la ley ya el diezmo existía. Y el asunto es que Pablo lleva la práctica
de dar a un nivel mayor cuando nos dice que nuestra meta es dar según hemos prosperado. Esto
no le pone límites al dar.
Pablo nos sigue hablando de este tema en el contexto de la ofrenda que dieron los hermanos de
macedonia, a quienes él reconoce que vivían en extrema pobreza (2 Corintios 8:2), pero que esa
condición no impidió que fueran ricos en su generosidad, constituyéndose después en un modelo
a la hora de dar para la obra.
A este respecto es que Pablo recomienda dar como una decisión sabia, inteligente, llena de
adoración y gratitud, no con tristeza ni por necesidad, sino con gozo. Y es tan importante la
enseñanza de esta mayordomía que el apóstol recomienda preparar esto con anticipación, de una
manera responsable antes de dar.
Chiste: El rico y el Cielo. Ángel, ¿No me digas que aquí voy a vivir? Y el ángel contestó:
– Pues sí hermano, es que con lo que tú nos mandaste de allá abajo apenas alcanzó para esto.
Mis hermanos, la inversión más segura que tenemos los creyentes es la que hacemos en el “banco
del cielo”. De hecho, tenemos la recomendación de haceos tesoros en el cielo donde nada afecta
esa inversión y será lo más estable. Pablo nos dice acá mismo que el acto de dar con gozo, de
sembrar generosamente, de no retener lo que a Dios le pertenece, es respaldado por el poder de
Dios que hace que abundemos en gracia y que tengamos lo suficiente (vers. 8). Traigamos este
nuevo año lo mejor a nuestro Señor.
El capítulo 12 de Romanos tiene de todo para que el creyente no tenga excusas cuando de servir al
Señor se trata. En efecto, después que Pablo nos exhorta a presentarle al Señor nuestro cuerpo en
sacrificio vivo, agrega una larga lista de nuestros deberes como hijos de Dios.
Todo esto para ponerlos dentro de lo que debe ser el servicio que le prestamos al Señor. Y es en
medio de todos estos deberes, que Pablo nos dice que seamos diligentes, sobre todo cuando se
trata del servicio del Señor. Nosotros no podemos ser negligentes en el servicio a Dios.
No puede ser que cuando se trata de las cosas de Dios ellas ocupen el último lugar. Pablo nos dice
cuatro cosas que deben ser consideras cuando se trata de lo que hacemos para el Señor. Por un
lado, nos dice que seamos diligentes, que es todo lo contrario a la negligencia, a la
irresponsabilidad.
Nos dice que no seamos perezosos, eso significa que, así como nos preocupamos por el trabajo
diario, mostrando prontitud, lo hagamos con mejores ganas cuando se trata del Señor y su obra. Y
también nos dice que tengamos un espíritu ferviente a la hora de servir a nuestro amado Señor. Y
lo último es que debemos servir al Señor.
Al Señor no se le escapó nada al salvarnos, pues no solo nos dio el don de la salvación, como su
regalo eterno, sino también nos equipó con los dones del Espíritu Santo para su servicio. Pablo
previamente al tema de los dones nos ha dicho que, si bien es cierto que nuestro cuerpo tiene
muchos miembros con sus funciones, de igual manera nosotros como iglesia, siendo muchos,
somos un cuerpo en Cristo.
Así tenemos que en la iglesia gozamos de la diversidad de dones y talentos que cada uno tiene
como miembro para que responsablemente los usemos honrando al Señor y con ello hagamos
crecer la iglesia dinámica y balanceadamente. Que el uso de mis dones traiga gozo personal al
saber que soy útil para el Señor.
Mis amados, para Dios cada acción que hagamos en su nombre y para su servicio, cuenta. Él no
pasa por alto aún las cosas más pequeñas, y a lo mejor hasta insignificantes para algunos, que
contribuyen a la extensión de su reino. Comience haciendo algo. Use sus dones y talentos.
Siempre habrá una cosa que hacer en la iglesia porque la “mies es mucha y los obreros son pocos”.
Dedíquese al Señor.
CONCLUSIÓN:
Al regresar a la historia que da origen nuestro mensaje, nos encontramos posteriormente que se
dice de Caín y Abel en el Nuevo Testamento. De Caín se dice que sus obras eran malas, porque era
del maligno.
Sus acciones, incluyendo lo que trajo al Señor, lo delatan como un hombre con un corazón malo.
Pero por otro lado tenemos a Abel de quien se dice que por fe ofreció a Dios más excelente
sacrificio que Caín (Hechos 11:4).
Una cosa queda clara acá. Ambos adoradores fueron instruidos anticipadamente para traer su
ofrenda delante del Señor. Pero la falta de fe de Caín, tan contraria a la de Abel, hizo que Dios
mirara con desagrado lo que el primero trajo. El acto de traer lo mejor al Señor es un acto de fe.
Es reconocer que Dios mira mi corazón y ve cuanta sinceridad hay en lo que hago, en lo que estoy
presentando. Al repasar estas cuatro cosas tratadas, la pregunta sería: ¿Cuál de mis ofrendas que
traigo al altar para comenzar un nuevo año, son lo mejor que tenemos para darle al Señor? Hoy es
el día para decirle al Señor: “aquí te traigo lo que tengo”.
Por fe me dedicaré este nuevo año a darte lo mejor de mi devoción, lo mejor de mi amor para los
demás, lo mejor de mis diezmos y ofrendas y lo mejor de mi servicio.