George Orwell - La Marca
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George Orwell
La marca
Este desierto inaccesible bajo la sombra melanclicas ramas. SHAKESPEARE: Como gustis I U Po Kyin, magistrado del distrito de Kyauktada, en la Alta Birmania, estaba sentado en su veranda. Slo eran las ocho y media de la maana, pero en el mes de abril, por lo que el aire se espesaba amenazando ya las irrespirables lloras del centro del da. De vez en cuando, alguna brisa muy dbil, que pareca fresca por contraste, mova las orqudeas que colgaban de los aleros. Ms all de las orqudeas poda verse el tronco polvoriento y retorcido de una palmera, y luego el deslumbrante cielo azul marino. Muy arriba, en el cenit, tan altos que se mareaba uno de mirarlos, unos cuantos buitres giraban sin que les temblasen siquiera las alas. Como un gran dolo de porcelana, sin pestaear, U Po Kyin tena la mirada perdida en el exterior fuertemente iluminado por el sol. Era un hombre de cincuenta aos, tan grueso que durante muchos aos no haba podido levantarse de su silla sin ayuda, y sin embargo estaba bien formado e incluso resultaba bello en su obesidad; porque los birmanos no se deforman al engordar como les ocurre a los blancos, sino que aumentan de volumen simtricamente como las frutas. Su rostro era grande, amarillo y sin arruga alguna y tena ojos obscuros. Sus pies planos, de empeine alto, y con todos sus dedos de la misma longitud los tena descalzos y no llevaba sombrero en su cabeza pelada al rape. Vesta uno de esos brillantes longyis a cuadros verdes y magenta que suelen usar los birmanos los das corrientes. Masticaba betel que sacaba de una caja de laca que tena sobre la mesa, y pensaba en su pasado. Haba sido la suya una vida brillante; una carrera de contnuo buen xito. El recuerdo ms antiguo que tena U Po Kyin, all por los aos ochenta y tantos, era haber presenciado, cuando era un nio desnudo y de vientre redondo, la victoriosa entrada de las tropas britnicas en Mandalay. Recordaba el terror que haba sentido ante aquellas columnas de hombres alimentados con carne de vaca, colorados de rostro y de uniforme; los largos rifles que llevaban al hombro, y el paso rtmico y pesado de sus botas. Despus de contemplarlos durante unos minutos, haba salido corriendo. A su infantil manera, haba comprendido que su pueblo no podra rivalizar con esta raza de gigantes. Y ya desde nio fu su gran ambicin luchar junte a los ingleses, convertirse en un parsito de ellos. A los diecisiete aos haba solicitado un puesto oficial; pero no lo consigui, por ser pobre y carecer de amigos. Durante tres aos trabaj en el maloliente laberinto de los bazares de Mandalay, como dependiente de los mercaderes ricos y, a veces, robando. A los veinte aos, un chantaje que le sali bien le proporcion cuatrocientas rupias y en seguida march a Rangn y compr un puesto del Gobierno. Aunque el sueldo era pequeo, la colocacin mereca la pena. Por aquella poca, una red de empleados sacaba buenas ganancias traficando con los almacenes oficiales, y Po Kyin (por entonces no era ms que Po Kyin ; el honorfico U vino aos ms tarde) se dedic con toda naturalidad a aquel negocio. Sin embargo, tena demasiado talento para malgastarlo en la burocracia inferior y en mezquinos latrocinios. Un da descubri que el Gobierno, que andaba escaso de funcionarios de segunda categora, iba a nombrar algunos entre los oficinistas. A la semana siguiente sera pblica tal noticia, pero tina de las habilidades ele Po Kyin era que su informacin se adelantaba en una semana a la de los dems. Vi que aqulla era su oportunidad y se dedic a denunciar a todos sus compaeros antes de que pudieran alarmarse. La mayora de ellos fueron enviados a la crcel, y
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Po Kyin, como recompensa a su honradez, fu nombrado ayudante de un alto funcionario. A partir de entonces, fu subiendo sin cesar. Ahora, a los cincuenta y seis aos, era magistrado subdivisional y probablemente lo ascenderan todava ms y lo haran comisariodelegado. Entonces los ingleses seran sus iguales e incluso subordinados suyos. Como magistrado, sus mtodos eran sencillos. No venda la decisin de un caso por mucho dinero que le ofrecieran, porque saba muy bien que un magistrado que dicta sentencias injustas a conciencia, es cogido ms pronto o ms tarde. Lo que l haca era mucho ms sensato: aceptaba soborno de ambas partes y luego decida el caso estrictamente con arreglo a la ley. Esto le gan una til reputacin de imparcialidad. Adems de las rentas que le proporcionaban los litigantes, U Po Kyin tena montado un sistema de impuestos privados que le pagaban todos los pueblos que se hallaban bajo su jurisdiccin. Si algn pueblo dejaba de pagarle el tributo, U Po Kyin tomaba medidas de castigounas pandillas de maleantes atacaban el lugar, los ms destacados habitantes eran detenidos con falsas acusaciones, y otras cosas por el estilo, con el resultado de que al poco tiempo pagaban lo que les corresponda. Tambin comparta las ganancias de todos los robos de gran importancia que ocurrieran en su distrito, Todo esto, naturalmente, lo saba todo el mundo menos los jefes de U Po Kyin (ningn oficial britnico creer nunca nada contra sus hombres) y siempre haban fallado los intentos contra l. Eran muchos sus defensores, a quienes mantena callados el reparto del botn. Cuando se presentaba alguna acusacin contra l, U Po Kyin la deshaca por medio de una gran cantidad de testigos sobornados. Y a cada acusacin contestaba l con unos contraataques que le dejaban en mejor posicin que antes. Era invulnerable porque conoca demasiado bien a los hombres para escoger un mal instrumento, y tambin porque las intrigas lo absorban demasiado para que pudiera fallar por descuido o ignorancia. Poda afirmarse casi con absoluta certeza que nunca lo descubriran, que ira de triunfo en triunfo y, por ltimo, morira rodeado de honores y con una fortuna muy respetable. E incluso ms all de su tumba, continuara ese triunfo. Segn las creencias budistas, los que se han portado mal durante sus vidas pasarn la prxima encarnacin en forma de una rata, una rana o algn otro animal de orden inferior. U Po Kyin era un buen budista y estaba decidido a evitar ese peligro. Dedicara sus ltimos aos a las buenas obras, que se amontonaran en la balanza y venceran al resto de su vida. Probablemente, sus buenas obras consistiran en construir pagodas. Cuatro pagodas, cinco, seis, siete ya diran los sacerdotes cuntas se necesitaban , con piedra labrada, sombrillas doradas y campanillas que tintinearan al viento (cada tintineo equivale a una plegaria). Y volvera a la tierra en forma de varnuna mujer est al mismo nivel que una rata o una rana o quizs, en el mejor de los casos, como un animal superior: por ejemplo, un elefante. Todos estos pensamientos fluan con rapidez en la mente de U Po Kyin y, en su mayor parte, de un modo grfico. Su cerebro, aunque fino, era completamente primitivo y no se pona en movimiento sino con alguna finalidad determinada. La meditacin pura y simple le era totalmente ajena. Ahora haba llegado al punto a que tendan sus pensamientos. Apoyando sus pequeas y triangulares manos en los brazos de su silln, consigui volverse un poco, y llam con cierto jadeo, como si le costare trabajo respirar: Ba Taik ! Oye, Ba Taik ! Ba Taik, el criado de U Po Kyin, apareci por la cortina de cuentas a travs de cuyas hileras colgantes se transparentaba la veranda. Era muy bajo y tena la cara marcada de viruelas. Su expresin era tmida y como hambrienta. U Po Kyin no le pagaba sueldo, porque se trataba de un ladrn convicto. y una palabra del amo habra bastado para mandarlo a la crcel. Al avanzar, haca Ba Taik reverencias tan profundas que daba la impresin de andar hacia atrs. Santsimo dios? dijo. Hay alguien esperando para verme, Ba Taik? El criado enumer los visitantes con los dedos. Est el jefe de la aldea de Thitpingliyi, muy honorable seor mo, y ha trado presentes, y dos aldeanos acusados de un asalto a mano armada, y tambin traen regalos. Ko Ba Sein, el empleado principal di, las oficinas del comisario delegado, desea verte; y, adems, estn ah Al Shali, el guardia, y un bandido cuyo nombre no recuerdo. Creo que se han peleado los dos a propsito de unos brazaletes de oro que han robado. Ah!... Tambin est una muchacha de un pueblo, con un nio de pecho. Qu desea la joven? pregunt U Po Kyin.
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Dice que ese nio es tuyo, santsimo seor. Ya... Y cunto ha trado el jefe de la aldea? Ba Taik crea que slo eran diez rupias y una cesta de mangos. Dile que han de ser veinte rupias. Les ocurrirn cosas desagradables tanto a l como a su aldea si el dinero no est aqu maana. Ahora ver a los otros. Dile a Ko Ba Sein que entre aqu a hablar comuigo. Ba Sein se present en seguida. Era un hombre erguido, de Hombros estrechos, muy alto para ser birmano y con un rostro de una curiosa suavidad. U Po Kyin lo consideraba un instrumento til. Sin imaginacin y muy trabajador, era un oficinista excelente, y Macgregor, el comisariodelegado, le confiaba la mayora de sus secretos oficiales. U Po Kyin, a quien sus pensamientos haban puesto de buen humor, acogi a Ba Sein con una risita y le indic que se sentara en el taburete. Bien, Ko Ba Sein: qu tal va nuestro asunto? Espero que, como dira nuestro querido seor Macgregory esto lo expres U Po Kyin en ingls, va progresando de manera perceptible . Ba Sein no sonri ante esta pequea ingeniosidad. Sentado muy tieso en el taburete, respondi Excelentemente, mi seor. Nuestro ejemplar del peridico nos ha llegado esta maana. Ten la bondad de examinarlo. Le tendi un ejemplar de un peridico bilinge llamado El Patriota Birmano. Era un periodicucho de ocho pginas malsimamente impreso en un papel que pareca secante, formado en parte por noticias copiadas de la Gaceta de Rangn y completado por vulgares arengas nacionalistas. En la ltima pgina se haba producido un accidente en la impresin y quedaba toda ella en negro como en seal de luto por la escasa circulacin del peridico. El artculo en que fij en seguida su atencin U Po Kyin, sobresala de los dems por el tipo de letra. Deca En estos tiempos felices en que nosotros, las pobres gentes de color, somos elevados de condicin por la poderosa civilizacin occidental con sus mltiples bendiciones, como el cinematgrafo, las ametralladoras, la sfilis, etc., qu tema puede resultar ms interesante que el de las vidas privadas de nuestros benefactores? Por tanto, creemos que les gustar a nuestros lectores saber algo de lo que est ocurriendo en el distrito de Kyauktada, y, especialmente, saber algunas cosas sobre el seor Macgregor, honorable comisario-delegado en aquella regin. El seor Macgregor es el tipo de antiguo gentleman, del cual tenemos tantos ejemplos por aqu en estos das felices. Es un hombre de familia, como suelen decir nuestros queridos primos los ingleses. S, amigos: el seor Macgregor es muy aficionado a la familia. Tanto, que ya tiene en el distrito de Kyauktada tres hijos aunque slo lleva all un ao, y en el distrito donde estuvo antes, el de Shwernyo, dej seis criaturas. Quizs haya sido slo una distraccin por parte del seor Macgregor haber abandonado a estos nios cuyas madres estn a punto de morirse de hambre... , ete., ete. Esto continuaba, en el mismo tono, a lo largo de toda una columna, y, por muy mezquino que fuera, resultaba un texto muy superior al del resto del peridico. U Po Kyin ley detenidamente el artculo entero, sosteniendo el peridico con los brazos extendidosera prsbita, y mantena, mientras, los labios contrados, en gesto meditativo, luciendo as sus dientes pequeos y perfectos, enrojecidos por el jugo del betel. Al terminar, dijo: El director se pasar, seis meses en la crcel por haber publicado esto. No le importa. Dice que sus acreedores solamente lo dejan en paz cuando est en la crcel. Y ha sido el muchacho que tienes de meritorio en tu oficina, Hla Pe, quien escribi el artculo? Es un chico muy listo. Promete mucho! No te permitir que vuelvas a decirme que esas Escuelas Superiores del Gobierno son ineficaces. Hla Pe conseguir un puesto oficial de empleado. Ya lo vers. Crees entonces, seor, que bastar con este artculo? U Po Kyin no respondi en seguida. Haba empezado a emitir un ruidito caracterstico con la nariz, unos resoplidos que acompaaban a todos sus esfuerzos, por insignificantes que fuesen. Ba Taik estaba acostumbrado a estas seales acsticas. Por eso apareci al instante por entre las hileras de cuentas de la cortina y, ayudado por Ba Sein, levant a su amo. Cada uno de ellos lo cogi por una axila. Luego lo
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soltaron y U Po Kyin, balancendose como si estuviera asegurando un fardo sobre su cabeza, empez a mover la inmensa mole de su cuerpo. Le indic a Ba Taik que se marchara. No basta con esodijo, contestando la pregunta de Ba Sein, no es bastante en modo alguno. Queda mucha tarea. Pero haba que empezar as. Est bien. Escchame. Se acerc a la balaustrada para escupir un buche de betel y luego empez a recorrer la veranda con pasitos menudos y las manos cruzadas a la espalda. El roce de sus grandes muslos uno con otro le hacia oscilar un poco. Hablaba mientras andaba, empleando una jerga corriente en las oficinas del Gobierno, una mezcla de verbos birmanos y frases abstractas inglesas: Ahora tenemos que analizar este asunto desde el principio. Emprenderemos un ataque conjunto contra el doctor Veraswami, que es el cirujano oficial y director de la crcel. Vamos a calumniarlo, a destruir su reputacin y, por ltimo, a arruinarlo para siempre. Ser un trabajo bastante delicado. Perfectamente, seor. No habr riesgo alguno, pero debemos ir despacio. No tendremos que habrnoslas con un despreciable empleadillo o con un simple guardia. Nuestra vctima ser todo un funcionario de alta categora. Y cuando se trata de un alto funcionario, aunque sea indio, no es lo mismo que con un empleado de oficinas. Cul es el procedimiento para deshacer a un funcionario? Muy sencillo: una acusacin, dos docenas de testigos, lo despiden y lo meten en la crcel. Pero este sistema no nos conviene en nuestro caso. Despacio, muy despacio, con mucha suavidad, ese es mi lema. Que no haya escndalo y, sobre todo, evitar las investigaciones oficiales. No debe haber acusaciones que puedan ser refutadas; y, sin embargo, dentro de tres meses, habr dejado impreso en la mente de todos los europeos de Kyauktada que el doctor es un mal bicho. De qu voy a acusarlo? El soborno, en el caso de un mdico, no sirve. Qu utilizar, pues? Quizs pudiramos organizar un levantamiento en la crcel. El doctor, como director, sera el responsable. No, no. Eso sera demasiado peligroso. No quiero que los guardianes de la crcel empiecen a disparar sus rifles en todas direcciones. Adems, nos resultara caro. Lo de mejor resultado ser la deslealtad: nacionalismo, propaganda sediciosa. Hemos de convencer a los europeos de que el doctor Veraswami profesa opiniones desleales, antibritnicas. Eso es mucho peor que el soborno; los ingleses dan por cierto que todo funcionario indgena admite el soborno. Pero si sospechan que alguno est contra ellos, el desgraciado no tiene ya nada que hacer. En nuestro caso, ser difcil de probarobjet Ba Sein. El doctor es muy leal a los europeos. Se enfurece cuando alguien habla mal de ellos en su presencia. No crees, seor, que lo conocen bien en ese aspecto? Bah, tonteras! dijo U Po Kyin plcidamente A ningn europeo le importan nada las pruebas. Cuando un individuo es indgena, la sospecha es una prueba. Unas cuantas cartas annimas liarn milagros. Es slo cuestin de persistir: acusa, acusa, sigue acusando... As hay que hacerlo con los europeos. Una carta annima tras otra, a cada europeo, por turno. Y luego, cuando hayamos despertado lo suficiente sus sospechas... U Po Kyin sac uno de sus cortos brazos de detrs de la espalda y produjo un chasquido con el pulgar y el dedo corazn. Aadi Empezamos con este artculo en El Patriota Birmano. Los europeos s pondrn furiosos cuando lo lean. Pues bien, nuestro segundo paso consistir en convencerlos de que fu el doctor quien lo escribi. Ser difcil conseguirlo mientras tenga europeos amigos suyos. Todos ellos acuden a Veraswami cuando estn enfermos. Cur a Macgregor este invierno pasado. Tengo entendido que lo consideran muy buen mdico. Qu mal comprendes la mente europea, Ko Ba Sein ! Si acuden a Veraswami es porque no hay otro mdico en Kyauktada. Ningn europeo tiene fe en un mdico indgena. Te aseguro que, con los annimos, lo nico que necesitamos es enviarlos en nmero suficiente. Ya me ocupar de que no le quede ni un solo amigo. El seor Flory, ese comerciante en maderasdijo Ba Sein, es amigo ntimo del doctor. Le veo ir a su casa todas las maanas cuando est en Kyauktada. Incluso ha invitado a Veraswami dos veces a cenar en su casa.
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En eso tienes razn. Si Flory fuese amigo del doctor, nos podra perjudicar. No se puede daar a un hind que sea amigo de un europeo. Esa amistad le da..., cul es la palabra a que son tan aficionados?... Ah, s, prestigio! Pero no tienes en cuenta que Flory abandonar a su amigo en cuanto empiecen los indicios desagradables. Esa gente carece del sentido de la lealtad para con el nativo. Adems, s muy bien que Flory es un cobarde. Ya me encargar de l. Tu cometido, Ko Bo Sein, es vigilar los movimientos de Macgregor. Le ha escrito al comisario ltimamente? Quiero decir, le ha escrito confidencialmente? Hace dos das le escribi, pero cuando abrimos la carta al vapor no encontramos en ella nada importante. Muy bien; ya le daremos motivos suficientes para que escriba. Y en cuanto sospeche del mdico, tendremos que ocuparnos de aquel otro asunto de que te habl. De ese modo podremos..., cmo dice Macgregor?..., matar dos pjaros de un tiro... Una bandada de pjaros! Y U Po Kyin, encantado con sus propias palabras, se ri con una repulsiva risa que pareca salirle del vientre; era un extrao ruido, como si se preparase a toser. Sin embargo, resultaba alegre e incluso infantil No dijo nada ms sobre el otro asunto, que era demasiado privado para tratar de l ni siquiera en la veranda. Ba Sein, comprendiendo que la entrevista haba terminado, se inclin con una reverencia angular, como se dobla un metro plegable. Hay algo ms que desees mandar, honorable seor? Procura que Macgregor no deje de leer este nmero de El Patriota Birmano. Asegrate de que recibe un ejemplar. Es mejor que le aconsejes a Hla Pe que tenga un ataque de disentera y desaparezca algn tiempo de la oficina. Lo voy a necesitar para que me escriba las cartas annimas. Por ahora, no hay nada ms. Entonces, puedo marcharme, seor? Que Dios te acompaedijo U Po Kyiu mientras pensaba en otra cosa. Nunca desperdiciaba ni un solo momento del (ta. Los dems visitantes no le hicieron perder mucho tiempo. A la joven madre la despidi sin darle dinero. La observ un momento y dijo que no la conoca en absoluto. Era ya su hora de almorzar. Comenzaron a torturarle el estmago violentos espasmos de hambre que siempre le acometan a esa hora de la maana, con sorprendente puntualidad. Grit, impaciente Ba Taik ! Oye, Ba Taik ! Kin Kin ! El almuerzo!... Rpido. que me muero de hambre En el cuarto vecino a la veranda tenan ya servida una mesa con un gran tazn lleno de arroz y una docena de platos que contenan los ms diversos manjares. U Po Kyiu se acerc tambalendose a la mesa y sentse dificultosamente, a la vez que lanzaba un potente gruido. Casi antes de haberse acomodado del todo estaba ya devorando el alimento. Ma Kin, su mujer, estaba detrs de l y le iba sirviendo. Era delgada, de unos cuarenta y cinco aos, con un rostro moreno marrn claro y de facciones simiescas. U Po Kyin no le hizo el menor caso mientras coma. Con el tazn muy cerca de la cara, coga el arroz con sus dedos gordos y grasientos y jadeaba mientras lo engulla. Todas sus comidas eran veloces, ansiosas y enormes; no eran comidas corrientes, sino verdaderas orgas individuales, a base de arroz y de mucho curry. Al terminar, se ech hacia atrs, eruct varias veces y le dijo a Ma Kin que fuese a buscarle un cigarro verde birmano. Nunca fumaba tabaco ingls, porque no le encontraba ningn sabor. Con la ayuda de Ba Taik se visti U Po Kyin su traje de oficina y estuvo un rato admirndose en el largo espejo de su habitacin. Era una estancia con paredes de madera y dos columnas de apoyo en las que todava podan reconocerse los troncos de teca. Esas columnas sostenan el techo. Era un cuarto muy obscuro y de aspecto desagradable, como todos los de Birmania, aunque U Po Kyin lo haba amueblado a estilo ingls. Adornaban las paredes algunas fotos de la familia real inglesa y un extintor de incendios. El suelo estaba cubierto por esteras de bamb muy estropeadas por manchas de barro y de betel. Ma Kin, sentada en una esteraen un rincncosa un ingyi. U Po Kyin daba vueltas lentamente delante del espejo esforzndose intilmente en verse un poco por detrs. Vesta un gaungbauug de seda rosa plido, un ingyi falda indgena de muselina almidonada, y un paso de seda de Mandalay color salmn, bordado en amarillo. Por fin, con un desesperado esfuerzo, logr ver en el espejo cmo le cea el paso sus enormes nalgas y las haca brillar. Estaba orgulloso de su obesidad porque consideraba la carne acumulada smbolo de su grandeza. l, que haba sido un desconocido y haba pasado hambre, era ahora gordo, rico y temido. Se figuraba haber conseguido aquella inslita gordura a costa de los cuerpos de sus enemigos; y esta idea le resultaba casi potica.
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Mi nuevo paso me ha salido muy barato; a veintids rupias, verdad, Kin Kin?le pregunt a su mujer. Ma Kin inclin an ms la cabeza sobre su costura. Era una mujer sencilla y anticuada, que haba aprendido an menos de las costumbres europeas que U Po Kyin. No poda sentarse en una silla sin sentirse incmoda. Todas las maanas se iba al bazar con una cesta sobre la cabeza, como una aldeana, y por las tardes era corriente verla en su jardn arrodillada y rezando y sin apartar la vista de la blanca cpula de la pagoda, que dominaba la ciudad. Haba sido la confidente de todas las intrigas de Po Kyin durante ms de veinte aos. Ko Po Kyinle dijo por fin, sin responder a su pregunta , has hecho mucho dao en tu vida. U Po Kyin agit una mano. Qu importa eso? Mis pagodas me valdrn el perdn. Aun hay mucho tiempo. Ma Kin volvi a mirar fijamente su labor, pero sin mover los dedos. Esa obstinada atencin a su costura era caracterstica en ella cada vez que desaprobaba la conducta de U Po Kyin. Dime, Ko Po Kyin: qu necesidad hay de todas esas maquinaciones? Te o hablar con Ko Ba Sein en la veranda. Ests planeando algn mal contra el doctor Veraswami. Por qu deseas perjudicar al mdico hind? Es un buen hombre. Qu sabes t ce estas cosas oficiales, mujer? El mdico se atraviesa en mi camino. En primer lugar, se niega a aceptar regalos y esto nos dificulta a los dems poderlos recibir. Adems..., en fin, hay algo ms que t no entenderas jams por mucho que te lo explicase... Ko Po Kying, eres ya rico y poderoso; pero, de qu te ha servido? Nos sentamos ms felices cuando ramos pobres. Recuerdo muy bien cuando slo eras un oficial de la municipalidad, cuando tuvimos por primera vez casa propia. Qu orgullosos estbamos de nuestros muebles de mimbre y de tu pluma estilogrfica con el sujetador de oro! Y cuando aquel oficial de la polica inglesa vino a nuestra casa y se bebi una botella de cerveza, qu honrados nos sentamos por aquella visita! La felicidad no la da el dinero. De qu te va a servir tener ms dinero que ahora? Qu tontera, mujer, qu tontera! Ocpate de guisar y coser y deja los asuntos oficiales para los que entienden de esas cosas. Soy tu esposa y te he obedecido siempre; pero creo que nunca es tarde para adquirir mritos. Esfurzate por distinguirte, Ko Po Kyin! Por ejemplo, por qu no compras pescado recin sacado del agua y vuelves a echarlo al ro? Con eso se hacen mritos. Adems, cuando los sacerdotes vinieron esta maana en busca del arroz que les damos, me dijeron que en el monasterio hay dos monjes nuevos y que tienen hambre. Por qu no les das algo? Yo no quise hacerlo, para que fueras t quien hiciera mritos. U Po Kyin se apart del espejo. Las palabras de su mujer le preocupaban un poco. l nunca desperdiciaba la ocasin de ponerse a bien con el Ms All..., siempre que esto no le perjudicase materialmente. Consideraba sus buenas acciones como una cuenta en el Banco, una cuenta corriente siempre en aumento Cada pescado vuelto al ro, cada regalo a un sacerdote, era un paso hacia el Nirvana. Esto le tranquilizaba. Orden, pues, que la cesta de mangos trada por el cacique de la aldea fuera enviada al monasterio. Sali de su casa y se dirigi carretera abajo con Ba Taik tras l, portador de una cartera de documentos. U Po Kyin andaba muy despacio y se mantena muy tieso para equilibrar el peso de su enorme vientre. Sostena sobre su cabeza una sombrilla de seda amarilla. Su paso colorado brillaba al sol como si fuera de satn. Iba al tribunal para ocuparse de los asuntos pendientes. II Hacia la hora en que U Po Kyin empezaba su tarea de la maana, Flory, el comerciante en maderas y amigo del doctor Veraswami, sala de su casa en direccin al Club. Flory tena unos treinta y cinco aos, estatura media y buena facha; ele cabello muy negro y spero que le creca desde muy abajo en la frente y con bigote espeso, tambin negro, y la piel tostada por el sol. Como
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no haba engordado ni tena calvicie, no pareca mayor de los aos que tena, pero la cara, tostada por el sol, la tena muy estropeada con sus mejillas hundidas e intensas ojeras. Aquella maana no se haba afeitado. Vesta, como siempre, con camisa blanca, shorts caquis y calcetines altos, pero en vez de topi (casco birmano hecho con fibra de pita) llevaba un sombrero terai muy gastado. (El terai es de ala ancha.) Llevaba un bastoncillo de bamb con una correta para sujetarlo a la mueca. Le segua una perrita llamada Flo, una cocker negra. Pero todo eso resultaba secundario, pues lo primero que llamaba la atencin en Flory era una horrible seal ele nacimiento (lo que suele llamarse antojo) que le bajaba en zig-zag por la mejilla izquierda formando una media luna desde el ojo hasta la comisura izquierda ele la boca. Visto del lado izquierdo, presentaba su rostro un aspecto lamentable, como si tuviera all la cicatriz ce una tremenda herida o. ms bien, como si le acabaran de aporrear la cara, pues la seal era ele color azulado. Flory se daba plenamente cuenta ele lo repugnarte que resultaba aquello. Y cuando estaba con alguien se mova siempre de lado, maniobrando constantemente para que no se le viera la marea. La casa de Flory estaba ms all del maidan, junto al lindero de la selva. Desde la puerta de su casa, el maidan (que es la explanada para los desfiles) descenda en aguda pendiente con media docena de bungalows esparcidos alrededor. Todo temblaba en el aire caliente. Haba un cementerio ingls cercado por un muro blanco, a medio camino de la pendiente de la colina; y tambin all cerca, una pequea iglesia con techo de hoja de lata. Ms all, el Club Europeo. Cuando se miraba este club un edificio de madera, de un solo pisoestaba uno mirando al verdadero centro del pueblo. En cualquier poblacin de la India, el Club Europeo es el centro, la ciudadela espiritual, el verdadero asiento del poder britnico, el Nirvana por entrar en el cual se desviven los funcionarios y los millonarios nativos. En este caso, el deseo era mucho mayor porque el Club ce Kyauktada se jactaba de que era el nico de los clubs birmanos que nunca haba admitido como miembro a un oriental. Ms all del Club, el ro Irawaddy flua con su enorme caudal color ocre, brillando como si arrastrara diamantes, en los lugares donde le daba el sol; y, pasado el ro, se extendan grandes extensiones de tierra balda terminando en un horizonte de montes negruzcos. El pueblo indgena, la Audiencia y la crcel, quedaban a la derecha, casi escondidos por bosquecillos de un verde intenso. La aguja de la pagoda se elevaba entre los rboles como tina esbelta lanza rematada en oro. Kyauktada era un pueblo tpico de la Alta Birmania que no haba cambiado gran cosa entre los das de Marco Polo y loto, y podra haber seguido durmiendo en su sueo medieval si no hubiera resultado un lugar conveniente como estacin ferroviaria de trmino. En agio, el Gobierno lo convirti en cabeza de distrito y en centro ele progreso, si interpretamos el progreso como unos cuantos tribunales en torno a los cuales se mueve un ejrcito ele ambiciosos pleiteantes, un hospital, una escuela y tina de esas inmensas y duraderas crceles que los ingleses han construido por todas partes, desde Gibraltar a Hong-Kong. Tena este pueblo unos cuatro mil habitantes, incluyendo dos centenares de hinds, unas cuantas docenas de chinos y siete europeos. Tambin haba dos eursicos llamados Francis y Samuel, hijos de un misionero baptista norteamericano el primero y de un misionero ingls el segundo. La ciudad no contena nada que mereciese la pena admirarse, a no ser un fakir hind que haba vivido durante veinte aos en un rbol cerca del bazar, subindose todos los das su comida en una cesta con una cuerda. Flory bostez al abrir su verja. La noche anterior se haba emborrachado y la fuerte luz de ahora le haca sentirse mal. Maldito agujero, maldita pocilga!', pens mientras miraba monte abajo. Y como no haba nadie por all cerca, excepto su perro, empez a cantar a grito pelado: Maldito, maldito, maldito, oh qu maldito eres! , con la msica de una cancin religiosa, mientras bajaba por la vereda caldeada y golpeaba con el bastn las matas de ambos lados. Eran cerca de las nueve de la maana y el sol quemaba ms a cada minuto. El calor se le meta a uno en la cabeza, convirtindose en latidos que parecan martillazos. Flory se detuvo a la puerta del Club, vacilando entre pasar o seguir un poco ms all para visitar al doctor Veraswami. Entonces record que era el da del correo ingls y habran llegado los peridicos. Entr, despus de haber pasado junto al campo de tenis, en torno al cual crecan malvas: El sol no haba matado an las varias clases de hermosas flores que adornaban aquel lugar. Las petunias eran enormes, casi como rboles. No haba csped, sitio matorrales, arbustos indgenas, arbolillos dorados, llamados mohur, que parecan grandes sombrillas, frangipanis con flores cremosas, bugambillas prpura, hibiscos escarlatas y rosas rojas chinas, as como plumosos tamarindos. A la potente luz de la maana, esta algaraba de colores hera los ojos. Un mali (jardinero) casi desnudo, con una regadera en la mano, se mova por esta selva florida en miniatura como una gigantesca abeja en busca de nctar.
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En la escalinata de entrada al Club se hallaba, con las manos en los bolsillos de su short, un ingls de cabello color arena, bigote hirsuto, ojos gris plido demasiado separados y unas pantorrillas anormalmente delgadas. ste era Westfield, superintendente de polica del distrito. Con aire de gran aburrimiento, se balanceaba sobre sus talones y levantaba el labio superior para que el bigote le hiciera cosquillas en la nariz. Salud a Flory con un ligero movimiento lateral de la cabeza. Hablaba de un modo seco y cuartelero ahorrndose todas las palabras que poda. Casi todo lo que deca tena la intencin de hacer gracia, pero el tono de su voz era lgubre. Hola, Flory. Maana horrorosa, eh, chico? No podemos esperar otra cosa en esta poca dijo Flory. Se haba vuelto un poco de lado para que su mejilla marcada quedase fuera del campo de visin de Westfield. S, vaya fastidio Tendremos dos meses de abrigo. El ao pasado, ni gota de lluvia hasta junio. Fjate en ese cielo asqueroso. Ni una nube. Parece una de esas sartenes grandes barnizadas en azul. Dios! ! Cunto daras por estar ahora en Piccadilly!, eh? Han llegado los peridicos ingleses? S. El viejo Punch, Pink'un y La, Vie Parisienare. Leyndolos, se echa de menos aquello. Entra. Vamos a beber algo antes de que se derrita del todo el hielo. El viejo Lackersteen se ha estado baando con l. Entraron. El Club ola a petrleo. Se compona de slo cuatro habitaciones, en una de las cuales se hallaba una biblioteca de quinientas novelas muy malas, y en otra haba una desvencijada mesa de billar que casi nadie usaba porque durante la mayor parte del ao entraban all hordas de cucarachas con alas zumbando en torno a las lmparas y que cubran luego materialmente el pao verde. Tambin haba un saln que daba al ro, con una amplia veranda. Pero a esta hora del da todas las verandas estaban cubiertas con cortinas verdes de bamb. El saln era incmodo, con esteras speras en el suelo, sillones de mimbre y mesas atestadas con revistas ilustradas. En las paredes colgaban algunos cuadros bonzos y un punkah que se mova perezosamente, agitaba el polvo en el aire cargado. El punkah es un enorme abanico, ventilador accionado por medio de una cuerda. En la estancia haba tres hombres. Bajo el punkah, un individuo de unos cuarenta aos se hallaba tendido sobre la mesa con las manos entrelazadas como almohada. Gema de dolor. Era el seor Lackersteen, el gerente local de una compaa de maderas. La noche anterior se haba emborrachado a fondo y padeca la resaca. Ellis, gerente local de otra compaa, se haba detenido ante el tabln de anuncios y concentraba su atencin sobre uno de los papeles all fijados. Era un hombrecillo de cabello crespo y rostro anguloso y plido, de movimientos nerviosos Maxwell, oficial divisionario forestal, estaba sentado en uno de los divanes leyendo la revista El Campa. All hundido, no se le vean ms que sus largas y huesudas piernas y los velludos antebrazos. Fjate en ese hombre perversodijo Westfield sujetando a Lackersteen con cierto afecto por los hombros y sacudindole un poco. Buen ejemplo para la juventud. Vindolo se hace uno la idea de cmo ser uno a los cuarenta aos. Lackersteen emiti un gruido que sonaba aproximadamente a brandy. ;Pobre chico! dijo Westfield. Es un mrtir de la bebida. Me recuerda al viejo coronel que sola dormir sin mosquitero. Le preguntaron a su criado por qu haca eso su amo, y el criado contest: Por la noche amo demasiado borracho notar mosquitos; en maana, mosquitos demasiado borrachos para notar amo. Fjate en l. Se hart anoche y lo primero que pide ahora es coac. Adems, esta noche le llega una sobrina. Verdad, Lackersteen? Anda, deja ya a ese borracho del demoniodijo Ellis sin volver la cabeza. Tena un acento cockney despectivo. Lackersteen volvi a gruir: ...la sobrina. Dadme un poco de coac, por favor!. Buen ejemplo para la sobrina, eh? Tendr que ver al to debajo de la mesa siete veces cada semana. Camarero, coac para el amo Lackersteen. El camarero, un indgena dravidiano, fuerte y moreno, con ojos amarillentos como los de un perro, llev la bebida en una bandeja. Flory y Westfield pidieron ginebra. Lackersteen trag una buena cantidad de
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coac y volvi a reclinarse gimiendo, pera con menos intensidad. Tena una cara ingenua y vacuna y bigote en forma de cepillo. Era un hombre muy simple, sin ms ambiciones que pasarlo bien. Su esposa lo gobernaba de la nica manera posible, e, sea, no dejndole apartarse de ella ms de una o dos horas al da. Slo una vez, un ao despus de su matrimonio, lo Haba dejado suelto durante quince (las con motivo de un viaje. Cuando regresun da antes de la fecha fijada- se encontr a su marido borracho perdido y sujeto por cada lado por una joven birmana desnuda, mientras una tercera le vaciaba la botella de whisky en la boca. Desde entonces, la seora Lackersteen vigilaba constantemente a su marido y l se quejaba de esta actitud de gato a quien se le confa un ratn. Sin embargo, se las arreglaba para pasarlo bien bastantes veces, aunque todas ellas tena que darse prisa. Demonios! Qu cabeza se me ha puesto esta maana! se quej. Llama otra vez al camarero, Westfield. Tengo que tomarme otro coas antes de que venga mi dama. Dice que me va a cortar la bebida cuando llegue la sobrina. Que se vayan a la porra las dos aadi, enfurruado. Dejaos de idioteces y escuchad estodijo Ellis, irritado. Tena una manera curiosa de pronunciar y apenas abra la boca si no era para insultar a alguien. Exageraba intencionadamente su acento barriobajero de Londres por el tono sardnico que daba a sus palabras. No habis visto este aviso de Macgregor? Maxwell, despirtate y escucha. Maxwell baj la revista que le tapaba el rostro. Era un joven rubio y de buen color en las mejillas. No tendra ms de veinticinco o veintisis aos; era muy joven para el puesto que desempeaba. Con sus pesados miembros y sus pestaas casi blancas recordaba un potro de carga. Ellis desprendi el papel del tabln con un pequeo movimiento seco y un gesto de asco, y empez a leerlo en voz alta. Lo haba puesto all Macgregor, el cual, adems de comisario-delegado, era secretario del Club. Escuchad: Se ha sugerido que, en vista de que en nuestro Club no hay socios orientales y teniendo vil cuenta la costumbre hoy establecida de que puedan entrar a formar parte de los clubs los funcionarios, ya sean indgenas o europeos, tendramos que estudiar la conveniencia de adoptar esta prctica en Kyauktada. El asunto ser discutido en la prxima reunin general. Por una parte, debemos indicar.... En fin, no merece la pena leer todo esto. Macgregor no es capaz de escribir un anuncio sin sufrir un ataque de diarrea literaria. De todos modos, nos pide que rompamos nuestras tradiciones y admitamos en este Club a algn negrito. Por ejemplo, a nuestro querido doctor Verastvami. Estara bien, eh? Tener aqu a esos barrigudos negros echndonos su apestoso aliento por encima de la mesa de bridge. Me horroriza pensarlo. Debemos defendernos como un solo hombre y acabar con esas tonteras de tina vez. Qu opinas, Westfield? Y t, Flory? Westfield se encogi de hombros filosficamente. Se haba sentado sobre la mesa y encenda un maloliente cigarro birmano, negro como un tizn. Supongo que nos tocar aguantarnosdijo En todos los clubs europeos estn entrando esos perros indgenas. Me han dicho que hasta en el Pegu Club. As van las cosas en este pas. Quizs seamos el nico club de Birmania que les resiste. Lo somos y seguiremos sindolo. Prefiero morirme en una cuneta de la carretera antes que dejar entrar aqu a un negro.Ellis haba sacado un lpiz casi gastado del todo. Con ese curioso aire de resentimiento que algunas personas ponen hasta en los actos ms insignificantes, volvi a clavar el aviso en el tabln y escribi con todo cuidado las letras B.-F. sobre la firma de Macgregor. Y dijo: Esto es lo que pienso de l y de su idea. Se lo dir en su cara cuando venga. Y a ti, qu te parece, Flory? Flory no haba hablado en todo ese tiempo. Aunque por naturaleza era bastante locuaz, nunca se le ocurra gran cosa en las conversaciones del Club. Se haba sentado al borde de la mesa y lea un artculo de G. K. Chesterton en el London News, acariciando mientras la cabeza de su perro /`/n con la mano izquierda. Pero Ellis era uno de esos individuos que siempre estn pidindoles a los dems que les confirmen sus opiniones. Repiti su pregunta. Y Flory lo mir a los ojos. De pronto, la piel que rodeaba la nariz de Ellis se puso tan plida que casi pareca gris. En l, era esto una seal de ira. Sin ms preludio solt una sarta de insultos que habran indignado a cualquiera si aquellos hombres lo hubieran estado acostumbrados a orlos todas las maanas. Por Dios, en un caso como ste, en que se trata de impedirles la entrada a esos cerdos negros y apestosos en el nico sitio decente donde podemos distraernos, es lgico tuviera yo la seguridad de que
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sostendrais mi actitud. Y esto incluso en e! caso de (pie el grasiento y barrigudo doctor sea nuestro mejor arraigo. No me meto en si os disgusta o no tratar con la hez del bazar. Si os divierte ir a casa de Veraswami y beber whisky con todos sus amigos negros, eso es asunto vuestro. Fuera del Club podis hacer lo que queris. Pero, por Dios, es muy distinto que pretendis traer aqu a esa caterva de indeseables. Ya veo que os agrada la idea de tener de compaero en el Club a ese medicucho. Muy bonito, un hombre como l interviniendo en nuestras conversaciones, ensucindonos a todos las manos con las suyas sudorosas y cochinas y echndonos encima su apestoso aliento. Por Dios, os aseguro que se llevar la huella de mis botas en el trasero si se atreve a entrar por esa puerta. Ese barrigudo, que huele a ajo... ! Sigui as durante varios minutos. Y lo impresionante de su indignacin era su absoluta sinceridad. Ellis odiaba con toda su alma a los orientales, los odiaba como si representaran todo lo malo y sucio que pudiera concebir la imaginacin. Viva y trabajaba, como empleado de una compaa de maderas, en continuo contacto con los birmanos, y nunca haba llegado a acostumbrarse a aquellas pieles obscuras. Cualquier alusin a la tolerancia con los orientales, le pareca una horrible perversidad. Ellis era inteligente y eficaz en su trabajo, pero tambin era uno de esos inglesesde los que tanto abundan, por desgraciada quienes nunca se les debera permitir que pisaran el Este. Flory segua sentado acariciando la cabeza de Flo, incapaz de sostener la mirada de Ellis. La marca de su cara le haca siempre difcil mirar de frente a sus interlocutores. Con mayor motivo, en una ocasin como sta. Cuando fu a contestar, le pareci que no le sala la voz. Siempre que tena que mostrar firmeza, le temblaba la voz y se le movan incontrolablemente las facciones. Tranquilzate consigui decir, por fin. Tranquilzate. No tienes por qu excitarte ce ese modo. Nunca he propuesto que se permita la entrada en el Club a los nativos. Ah, no? Todos sabemos muy bien que ests deseando permitrsela. Por qu, si no, vas todas las maanas a casa de ese gelatinoso cerdo? S, todos sabemos que te pasas las horas muertas sentado con ese tipo como si fuera un blanco, bebiendo en vasos que han manchado sus asquerosos labios... No puedo seguir hablando de esto porque me dan nuseas. Sintate, hombre, sintatedijo Westfield; no pienses ms en ello. Bebe un poco. No merece la pena pelearnos por tan poca cosa. Dios mo! dijo Ellis un poco ms tranquilo, pasendose por la sala. Dios mo, no os puedo entender! Imposible. Ese tonto de Macgregor quiere meternos aqu un negro, as por las buenas, sin el menor motivo. Y vosotros os estis ah con toda la calma, como si no sucediese nada. Pero, qu estamos haciendo en este pas? Si no vamos a ser los amos, qu diablos hacemos aqu? Nos encontramos en este pas, supongo, para gobernar a esta piara de cerdos que han sido esclavos desde los comienzos de la Historia, y en vez de mandar sobre ellos del nico modo que ellos comprenden, queremos tratarlos como iguales a nosotros. Y vosotros, manada de estpidos, creis que es lo ms natural. Este Flory convierte en su mejor amigo a un bab negro, que se llama a s mismo doctor porque ha estudiado dos aos en una supuesta Universidad hind. Y t, Westfield, tan orgulloso de tus cobardes policas, a los que cualquiera puede sobornar. Y Maxwell, que se pasa todo el da corriendo detrs de esas fulanas eursicas. S, s, lo s muy bien, Maxwell; me he enterado de tus idas a Mandalay para estar con una zorra de olor insoportable llamada Molly Pereira. Estoy seguro de que te habras llegado a casar con ella si no te trasladan aqu. Parece como si a todos vosotros os gustara de verdad el contacto con esos salvajes. Dios mo, no s qu nos ha pasado a todos. Es para desesperarse Bueno, hombre, echa un trago dijo Westfield. Camarero, cerveza antes que el hielo se derrita. Cerveza, camarero! El camarero trajo varias botellas de cerveza muniquesa. Ellis acab sentndose en el borde ele la mesa con los otros y acarici una ce las frescas botellas con sus manos finas y pequeas. Le sudaba la frente. Estaba deprimido; la ira le haba dejado as. Sus ramalazos de indignacin se le pasaban pronto, y nunca se disculpaba por su furia. Estas expansiones eran corrientes en la vida del Club. Lackersteeu se senta mejor y estaba ojeando La Vie Parisienne. Ya eran ms de las nueve, y la habitacin, perfumada con el acre humo del cigarro de Westfield, se estaba poniendo irrespirable. Todos tenan las camisas pegadas a la carne con el primer sudor del da. El chokra (criado joven) invisible que tiraba de la cuerda del ventilador el punkah desde el exterior, se estaba quedando dormido con el insoportable resplandor.
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Camarero!grit Ellis, y por fin apareci el hombre. Anda y despierta a ese maldito chokra. S, amo. Oye, camarero. Diga, amo? Cunto hielo nos queda? Unas veinte libras, amo. Slo durar hoy, creo. Me parece muy difcil disponer ahora de hielo fresco por un tiempo prolongado. A ver si hablas mejor. Te has tragado un diccionario? Se dice: Perdn, amo; no puedo mantener fro el hielo. As deberas hablar. Tendremos que echarte de aqu si pretendes hablar demasiado bien el ingls. No soporto a los criados que hablan el ingls como nosotros. Te enteras, camarero? S, amodijo el camarero, impasible, y se retir. Buena la hemos hecho. Sin hielo hasta el lunesdijo Westfield. Vuelves a la selva, Flory? S, ya deba estar all. Slo vine a recoger el correo de Inglaterra. Yo tambin dar tina vuelta. Disfrutar un poco de las dietas de viaje. No puedo resistir la oficina en este tiempo. Me fastidia estarme all sentado, debajo del punkah, firmando un papelito despus de otro. Ojal empezara otra guerra! Yo me marcho pasado maanadijo Ellas. Va a venir el Padre para decir misa el domingo? Lo pregunto para no estar aqu, porque me revienta ese afn de catequizar a los indgenas. Qu idiotas fuimos dejando sueltos a esos misioneros en este pas! Les ensean que pueden ser tan buenos como nosotros y luego nos dicen con todo cinismo: Por favor, amo, nosotros tambin somos cristianos. Habrse visto frescura Y qu me decs de este par de piernas?dijo Lackersteen, pasndole a los dems el ejemplar de La Vie Parisienne. T que sabes francs, Flory, qu dice debajo del dibujo? Ahora me acuerdo de cuando yo estaba en Pars con mi primer permiso, antes de casarme. Cmo me gustara estar all de nuevo!... Sabes el chiste de la seorita de Woking? dijo Maxwell. ste era un joven bastante silencioso, pero, como a los dems muchachos, le gustaban los chistes. Cont aquello de la seorita y todos se rieron. Westfield cont otro chiste y Flory tambin aport el suyo. Se rean y hasta Ellis se solt y cont varias cosas divertidas. Los chistes de Ellis eran siempre muy ingeniosos, pero atrozmente sucios. A pesar del calor, todos se sentan ya ms a gusto. Se les haba acabado la cerveza y se disponan a pedir ms botellas, cuando oyeron pasos que se acercaban. Una voz potente, tanto que haca vibrar las tablas del suelo, deca jocosamente: S, es divertidsimo. Lo inclu en uno de mis articulitos para Blackwoods. Tambin tuvo gracia aquello que me pas en Prome... Evidentemente, Macgregor liaba llegado al Club. Lackersteen exclam Demonios, est ah ni mujer! y apart de s lo nis que pudo el vaso vaco. Macgregor y la seora Lackerstepn entraron juntos en el vestbulo. Era Macgregor un hombre corpulento, con algo ius de cuarenta aos y un rostro amable con gafas de montura dorada. Sus voluminosos hombros y un tic que tena de alargar la cabeza hacia adelante, recordaban en seguida a una tortuga. Los birmanos le apodaban precisamente la Tortuga. Vesta un traje le seda limpia, pero con manchas de sudor en torno a las axilas. Salud a los dems con buen humor y luego se plant ante el tabln de avisos en la actitud de un maestro de escuela que esconde una vara detrs de la espalda. A pesar de su jovialidad, pona tanto inters en dar la sensacin de que era uno ius, sin categora oficial alguna, y que siempre se hallaba fuera de servicio, que acababa produciendo una impresin de malestar con su presencia. Sin duda su conversacin se inspiraba en la de algn maestro de escuela bromista a quien haba conocido en su infancia. Cualquier palabra un poco larga, cualquier cita o refrn era para l como un chiste y lo haca preceder de un ruido gracioso como dando a entender que iba a decir algo muy cmico. La seora Lackersteen tendra unos treinta y cinco aos y resultaba hermosa, pero un poco al
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estilo de los figurines de las revistas de modas, alargada y sin contornos. Tena una voz suspirante y descontenta. Los hombres se pusieron en pie cuando ella entr, y la seora Lackersteen se dej caer exhausta en el mejor silln, debajo del punkah, abanicndose con su fina mano como si esto le sirviera de algo. Qu espanto de calor, qu espanto! Macgregor fu a recogerme en su coche. Qu amable es! Tom, ese tipejo que conduce el rickshaw, se finge enfermo otra vez. Creo que debas darle una buena paliza para despabilarlo. Es terrible tener que andar todos los das, con el sol que hace. La seora Lackersteen, incapaz de recorrer a pie el cuarto de milla entre su casa y el Club, haba hecho traer un rickshaw desde Rangn. Aparte de los carros tirados por bueyes y del auto de Macgregor, era el nico vehculo que rodaba en Kyauktada, ya que en todo el distrito no haba ni diez millas de carretera. En la selva, con tal de no dejar solo a su marido, la seora Lackersteen soportaba todos los horrores de las tiendas que se calaban, los mosquitos y los alimentos en conserva. Pero luego se desquitaba quejndose de todas las menudas molestias que encontraba en el pueblo. Verdaderamente, la pereza de estos indgenas es muy sospechosamurmur No opina usted lo mismo, mster Macgregor? Parece que ya lo tenemos autoridad sobre estas gentes con tantas reformas y con las estupideces que les ensean los peridicos, que los animan a ser insolentes. En ciertos aspectos, se han estropeado tanto como las clases bajas en Inglaterra. No creo que estn tan echados a perder. Sin embargo, estoy conforme en que el espritu democrtico se est metiendo solapadamente entre los indgenas. Y hace poco tiempo, poco antes ce la guerra, eran tan encantadores y respetuosos! Cuando se encontraban a un blanco por los caminos, hacan una profunda reverencia. Era delicioso. Recuerdo cuando le pagbamos a nuestro criado slo doce rupias al mes y aquel hombre nos quera como un perro. Ahora le piden a una cuarenta y hasta cincuenta rupias... En mi juventuddijo Macgregor, cuando un criado se portaba mal bastaba mandarlo a la crcel con un papelito donde el amo haba escrito: Por favor, denle ustedes al portador quince latigazos. Ah, qu tiempos aqullos l Temo que no volvern. En efectodijo Westfield con su tono lgubre. Este pas nunca volver a levantar cabeza. El Ray britnico se ha acabado ya. Quizs haya llegado la hora de que nos marchemos (te aqu. Hubo un murmullo de aprobacin de todos los presentes, incluso de Flory y del joven Maxwell, que apenas llevaba tres aos en el pas. Ningn anglo-hind negar nunca que la India est a punto de naufragar, ya que, como dice el Punch, nunca es lo que era. Mientras tanto, Ellis haba desclavado el aviso a espaldas de Macgregor y se lo ense diciendo con acritud Oiga, Macgregor; hemos ledo esto y todos pensamos que la ocurrencia de elegir a un indgena para socio del Club es una absoluta... (Ellis estaba a punto de decir una barbaridad , pero record la presencia de la seora Lackersteen y se contuvo) , ... es de una absoluta improcedencia. Este Club es un lugar adonde venirnos a distraernos y no queremos que los nativos metan aqu las narices. Deseamos tener la sensacin de que hay un rincn donde podernos vernos libres ele ellos. Los dems estn ele acuerdo conmigo. Mir a los otros. Eso es, eso es!dijo Lackersteen con forzado entusiasmo. Saba que su mujer iba a adivinar que haba estado bebiendo, y crea disculparse con aquel despliegue racial. Macgregor cogi el papel sonriendo. Vi las letras B.F. escritas con lpiz sobre su firma y pens que Ellis era un descarado, pero trat el asunto como si fuera una broma. Se tomaba tanto trabajo en ser un buen socio del Club como en mantener su dignidad durante las lloras de oficina. Me figuro que nuestro amigo Ellis no disfruta con la compaa de sus hermanos arios, No, desde luego que nodijo Ellis con sequedad. Ni ele mis hermanos mongoles. Para decirlo con pocas palabras : no me gustan los negros.
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Macgregor torci el gesto ante la palabra negro, insultante en la India. Careca de prejuicios contra los orientales; al contrario, senta por ellos un profundo afecto. Pensaba que, con tal de que no se les diera libertad, eran las gentes ms encantadoras del mundo. Siempre le molestaba que se les insultara caprichosamente. Creen ustedes que es acertado llamar a esta gente negrosun trmino que, naturalmente, les molesta, cuando de ninguna manera lo son? Los birmanos son mongoles, los hiuds son arios o dravidianos, y todos ellos son completamente distintos... Vamos, djese de tonterasinterrumpi Ellis, a quien no impona ningn respeto la categora oficial de Macgregor. Llmeles negros o arios o como quiera. Lo que yo deca es que nos oponemos a que se sienten traseros negros en este Club. Si lo pone usted a votacin, ver que estamos todos a una en este asunto..., a no ser que Flory defienda a su querido amigo Veraswami... aadi. Muy bien, muy bien! dijo Lackersteen . Cuenta conmigo para cerrarles la puerta a todos ellos. Macgregor se hallaba en una posicin difcil, ya que la idea de elegir un socio indgena no era suya, sino que se la haba comunicado el comisario. Sin embargo, no entraba en su temperamento disculparse. De modo que prefiri decir en un tono ms conciliatorio Les parece a ustedes que aplacemos este asunto hasta la prxima asamblea general? Entre tanto, podemos madurar nuestra decisin. Y ahoraariadi, dirigindose hacia la mesa, quin me acompaa a refrescarme un poco el interior? El camarero acudi con el alcohlico refresco ordenado. Haca ms calor que nunca, y todos tenan una sed insaciable. Lackersteen iba a pedir otro vaso de coac, cuando sorprendi la mirada de su mujer y, encogindose, dijo malhumorado: No; deja.Sentse con las manos en las rodillas y una expresin pattica contemplando a su mujer que se tragaba un gran vaso de limonada con ginebra. Macgregor, aunque firm la cuenta de todas las bebidas, slo tom limonada. Era el nico de los europeos de Kyauktada que no beba antes de ponerse el sol. Todo eso est muy bien gru Ellis, que se apoyaba con los antebrazos en la mesa y tamborileaba nervioso en el vaso. La breve discusin con Macgregor le haba dejado inquieto de nuevo . Todo eso est muy bien, pero sigo diciendo lo mismo. No queremos nativos en este Club! Si hemos arruinado nuestro Imperio, ha sido por ceder constantemente en pequeas cosas como sta. Ahora nos encontramos con rebeldas en todas partes por haber sido demasiado blandos con ellos. El nico camino posible es tratarlos como a perros, como lo que son. Es un momento muy crtico y necesitamos reunir todo el prestigio que podamos. Tenemos que unirnos y decirles: Somos los amos, y vosotros, unos mendigos.... Ellis apret su dedo pulgar sobre la mesa como si aplastara un insecto, y prosigui: Y no saldris del sitio que os corresponde como mendigos! No te hagas ilusiones, hombredijo Westfield. Nada podemos lograr con toda esa burocracia. Los mendigos conocen la ley mejor que nosotros, te insultan en tu cara y salen corriendo cuando vas a darles su merecido. Es imposible hacerles nada si no se les tiene bien sujetos con el pie. Y como no se atreven a dar la cara, no hay manera de castigarlos. Nuestro sahib de Mandalay deca siempreintervino la seora Lackersteenque al final nos marcharamos de la India; as, sencillamente, que nos marcharamos. Ya no vienen los jvenes de nuestro pas para abrirse un porvenir en estas tierras. Saben muy bien que slo van a encontrar disgustos e ingratitud. Llegar el momento en que tengamos qu marcharnos. Y cuando los nativos vengan a pedirnos de rodillas que nos quedemos, les diremos: No; ya habis tenido vuestra oportunidad y no habis sabido aprovecharla. Muy bien, os lo habis ganado ahora os dejaremos que os gobernis a vosotros mismos. Y entonces, qu leccin ser para ellos ! Lo que nos lia hecho polvo es tanta ley y tantas rdenes dijo Westfield, sombro. La ruina del Imperio de la India por culpa de un exceso de legalidad era un tema que obsesionaba a Westfield. Segn l, lo nico que podra salvar al Imperio era una rebelin de gran estilo con la consecuente implantacin de la ley marcial. Tanto papel mojado y tanta nota!... Los funcionarios intiles son los que mandan en este pas. Lo mejor ser cerrar la tienda y que esa morralla cueza en su propia salsa.
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No estoy de acuerdo; no estoy en absoluto de acuerdo- se indign Ellis. Podramos arreglarlo todo en un solo mes si quisiramos. Lo nico que luce falta es decisin. Acurdate de lo que pas en Amritsar. Despus de aquello, bien que se doblegaron. Dyer saba cmo tratarlos. Tuvo que pasarlas moradas. En cambio, esos cobardes de Inglaterra... Algn da tendrn que responder por aquello. Todos suspiraron con alivio. Era un suspiro como el que dara un grupo de catlicos al ser mencionada en su presencia la Virgen Mara despus de haber tenido que escuchar muchas herejas. Hasta Macgregor, que detestaba los derramamientos de sangre y la ley marcial, inclin la cabeza ante el nombre de Dyer. Es verdad; pobre hombre, lo sacrificaron en el Parlamento. Quizs sea demasiado tarde cuando reconozcan su error. A propsito, recuerdo una historia muy buena de un nativo a quien le preguntaron... comenz Westfield. Flory se puso en pie y apart su silla. Aquello no poda continuar. Tena que salir en seguida de all, antes de que le estallara algo en la cabeza y empezara a romper muebles y a arrojar botellas a los cuadros. Era posible que no se cansaran en repetir da tras da las mismas historias coloniales? No se les ocurrira nunca algo nuevo? Qu gente; qu sitio ms infecto! Qu clase de civilizacin es sta, sin Dios y basada en el whisky, en la revista Blackwood's y en los cuadros bonzos? Que Dios se compadezca de nosotros, porque todos somos culpables de este estado de cosas! Flory no dijo nada de esto, pero pas un mal rato para lograr que no se lo leyeran en la cara. Segua de pie junto a su silla, un poco de lado, con la media sonrisa de quien nunca est seguro de cmo va a ser acogida sil actitud. Lamento tener que marcharme dijo He de hacer varias cosas antes de almorzar. Qudate un poco ms y toma otro vaso de ginebrale dijo Westfield. Queda an mucha maana. La ginebra te dar apetito. No, gracias; debo marcharme. Ven, Flo. Adis, sefiora Lackersteen. Adis a todos. Sale el defensor de los negrosdijo, burln, Ellis, en cuanto desapareci Flory. Ellis tena siempre a punto un comentario desagradable para todo el que acababa de salir. Seguro que va a casa de Veraswavui. O, si no, es que se marcha para no pagar una ronda de vasos. Hombre, no es mal muclsagluodijo Westfield. A veces dice cosas un poco avanzadas. Pero la mitad no las cree. Desde luego, es muy buena personacorrobor Macgregor. Todo europeo en la India es, ex-officio, o ms bien excolore, una buena persona hasta que haga algo absolutamente imperdonable. Ser all buena persona es como un ttulo honorfico. Para mi gustoinsisti Ellises demasiado avanzado. No puedo soportar a un tipo que considera amigos suyos a los indgenas. No me sorprendera que no tuviera muy limpia la sangre. Quizs eso explicara la seal obscura que tiene en la cara. Adems, su cabello tan negro y esa piel de color alimonado... Murmuraron un rato de Flory, pero no demasiado porque a Macgregor no le haca gracia la murmuracin. Los europeos permanecieron en el Club el tiempo preciso para beber otra ronda. Macgregor cont una historieta y luego la conversacin se concentr sobre el tema, siempre de actualidad, de la insolencia de los nativos, los felices tiempos en que el dominio britnico era efectivamente un dominio y, por favor, denle al portador quince latigazos. Pero no podan insistir mucho en esto, para no desencadenar la obsesin de Ellis. En verdad, se les poda perdonar a los europeos gran parte de su resentimiento. Vivir y trabajar entre orientales pona a prueba el temperamento de un santo. Y todos ellos, sobre todo los funcionas los, saban cunto haba que soportar en el trato con aquellas gentes. Casi todos los das, cuando Westfield o Macgregor, o incluso Maxwell, pasaban por la calle, los chicos de la escuela, con sus rostros amarillos (rostros suaves como monedas de oro que rebosaban de ese insoportable desprecio tan natural en la cara monglica), les hacan burla en cuanto volvan la espalda y algunos los seguan rindose a carcajadas. Parecan cachorros de hiena. No, desde luego la vida de los funcionarios anglo-hindes no es toda ellas una ganga. Quizs se hayan ganado el derecho a ser desagradables a fuerza de vivir en
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campamentos terriblemente incmodos, en despachos agrietados y en sombros bungalows que huelen a polvo y a musgo. Ya eran cerca de las diez y el calor se haca inaguantable. En todas aquellas caras surgan brillantes goterones de sudor v tambin en los antebrazos desnudos. Unas mancha de humedad se extenda por momentos en la espalda de la chaqueta de seda de Macgregor. La intenssima luz del exterior pareca colarse a travs de las cortinas verdes martirizando los ojos y atontando las cabezas. Todos ellos pensaban con malestar en el poco apetitoso almuerzo y en las interminables horas, mortalmente aburridas, que se avecinaban. Macgregor se levant suspirando y se ajust las gafas, que le resbalaban por la sudorosa nariz. Siente que esta alegre reunin deba terminarse dijo Tengo que ir a casa para almorzar. Hay que cuidar del Imperio. Viene alguien en mi direccin? Mi criado est all fuera con el cuche. Si pudiera usted llevarnos a Tom y a m... propuso la seora Lackersteen . Qu alivio no caminar con este calor! Los otros se levantaron de sus asientos y Westfield se desperez, diciendo Es mejor andar un poco. Si contino aqu, acabar durmindome. Qu asco, pasarse todo el da encerrado en aquel despacho! Papeles y ms papeles! No olviden el tenis de esta tardeles record Ellis . Maxwell, no seas perezoso y vayas a faltar tambin hoy. Aprs vous, madamedijo Macgregor con galantera a la seora Lackersteen, cuando salan. Fuera haba un deslumbrante resplandor. El calor brotaba de la tierra como el aliento de un horno. Las flores mareaban con su inmovilidad brillante. No se mova ni un ptalo bajo el sol implacable. Aquella luz tan blanca calaba los huesos. Era horrible pensar que aquel cielo azul y cegador se extenda ininterrumpidamente sobre Birmania y la India, sobre el Siam, el Cambodge y la China, sin la menor nube, interminable... El auto de Macgregor estaba tan caldeado que era imposible tocarlo. Empezaba la peor parte del da, las horas en que, corno dicen los birmanos, los pies estn en silencio. Apenas se mova una criatura viviente. Solamente tenan que ir de un lado a otro los hombres y las negras columnas de hormigas que, estimuladas por el calor, cruzaban el sendero, como una cinta. Tambin se movan los buitres, que se dejaban llevar all arriba por las corrientes de aire. III Flory torci a la izquierda al traspasar la verja del Club y sigui el camino del bazar, bajo la sombra de unos rboles. Cien yardas ms all se oa una msica. Era un pelotn de policas militares, desgarbados hindes en uniforme caqui verdoso, que volvan al cuartel. Los preceda un chico gurkha que iba tocando la gaita. Flory se diriga a casa del doctor Veraswami. La casa del doctor era un largo bungalow de madera recubierta de barro cocido, asentada sobre pilares. La rodeaba un jardn grande y descuidado que enlazaba con el del Club. La parte trasera de la casa daba a la carretera, frente al hospital situado entre sta y el ro. Al entrar Flory en la finca se produjo un miedoso cacareo de mujeres que corrieron hacia la casa y se escondieron en ella. Por lo visto, Flory haba estado a punto de ver a la esposa del doctor. Di la vuelta hasta la fachada de la casa y llam mirando a la veranda: Doctor! Est usted ocupado? Puedo subir? El mdico, una pequea figura en blanco y negro, se asom a la puerta como disparado por un resorte. Corri a la barandilla de la veranda y exclam efusivamente Que si puede usted subir? Naturalmente, amigo mo; venga en seguida! Ah, seor Flory, qu delicia verle de nuevo! Suba, suba. Qu desea usted beber? Tengo whisky, cerveza, vermuts y otros licores europeos. Ah, mi querido amigo, cuntas ganas tena de charlar con una persona culta! El doctor Veraswami era un hombrecillo regordete con grandes ojos crdulos y cabello encrespado. Llevaba gafas con montura de acero y vesta un traje de dril blanco que le caa muy mal, con pantalones que le hacan bolsas sobre sus bastas botas negras. Hablaba con inquietud y silbando las eses. Mientras Flory suba la escalinata, el doctor se dirigi hacia el extremo de la veranda y sac de un cubo con hielo botellas de todas clases. La veranda era amplia y obscura, con aleros muy bajos de los que pendan enredaderas. Pareca una cueva tras una catarata de rayos solares. Estaba amueblada con sillones ole mimbre fabricados en la crcel y al fondo haba unas estanteras con libros no demasiado divertidos.
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Principalmente libros de ensayos literarios. El doctor era ni) gran lector y le gustaban los libros que tenan lo que l llamaba un significado moral. Bueno, doctor dijo Flory (el doctor lo haba instalado, mientras, en una chaise-longue, sacando la parte de los pies para que su amigo pudiera tenderse, y le acerc cigarrillos y cerveza) Bueno, doctor: cmo van las cosas? Qu tal ese Imperio Britnico? Sigue con fiebre? S, seor Flory, est muy malito, muy malito. Surgen graves complicaciones. Septicemia, peritonitis y ganglios. Temo que tengamos que llamar a los especialistas. Entre ellos dos era una broma convenida suponer que el Imperio Britnico era un viejo paciente del doctor. ste se diverta con el chiste desde haca dos aos y nunca se cansaba ce l. Ah, doctor! dijo Flory, tendido en la chaise-longue . Qu alegra estar aqu despus de haber pasado un rato en ese repugnante Club! Cuando vengo a su casa me siento como un sacerdote no conformista que se marcha a la ciudad y va con una fulana. Es maravilloso poderme tomar vacaciones de ellos y seal con un taln hacia el Club. S, de mis amados camaradas en la edificacin del Imperio. Ya sabe usted, el prestigio britnico, la misin del hombre blanco, el pukka sahib sans peur et sans reproche... Es un gran alivio para m dejar de respirar durante algn tiempo esa pestilencia. Amigo mo, amigo mo, por favor, no diga usted esas cosas! Cmo puede usted hablar as de los honorables caballeros ingleses? Usted, doctor, no tiene que or como yo las estupideces que dicen los honorables caballeros ingleses. Esta maana resist cuanto pude. Ellis con sus diatribas contra el asqueroso negro, Westfield con sus chistes, Macgregor con su humorismo trasnochado, y luego, la gracia de por favor, denle al portador quince latigazo: 3. Pero cuando empezaron a contar por millonsima vez lo que dijo el nativo a quien le preguntaron..., no lo pude aguantar ms. Veraswami se puso nervioso, como le ocurra siempre que Flory criticaba a los miembros del Club. Estaba de pie, apoyado con el trasero en la barandilla y gesticulando de vez en cuando. Si tena que buscar una palabra, una el pulgar y el ndice como para capturarla en el aire. Verdaderamente, seor Flory, no deba usted hablar as. Por qu est usted siempre insultando a los caballeros blancos, a los pukka salaibs, como usted los llama? Yo creo que son la sal de la tierra. Piense usted en las cosas tan importantes que han realizado, piense en los grandes administradores que han hecho de la India britnica lo que ahora es. No olvide a Clive, Warren, Hasting, Dalhousie, Curzon... A esos hombres no los podremos olvidar, ni encontraremos ya otros que se les parezcan. Y usted querra encontrar otros que se les parecieran? Yo, de ningn modo. Pense usted en la nobleza del caballero ingls, el gentleman! Qu lealtad tan extraordinaria la que se guardan los unos a los otros! El espritu de sus colegios y universidades! Incluso aquellos cuyos modales no son muy recomendables pues reconozco que algunos ingleses son arrogantes, siempre poseen extraordinarias cualidades que les faltan a los orientales. Bajo su rudo exterior, tienen corazones de oro. Digamos de latn, si le parece. Mire usted, entre los ingleses existe un falso compaerismo. Hay la tradicin de juerguearse juntos y pretender que somos muy amigos, aunque nos odiemos venenosamente. Es una necesidad poltica este fingimiento. Y lo que hace funcionar toda la maquinaria es la bebida. En una semana nos volveramos todos locos y nos mataramos unos a otros si no fuera por la bebida. Ah le ofrezco un buen tema para esos ensayistas a los que es usted tan aficionado, doctor. El alcohol es el motor del Imperio. Veraswami mene la cabeza. En verdad, seor Flory, no s qu puede haberle hecho a usted tan cnico. No me parece correcto, querido amigo! Usted un caballero ingls de tan elevadas dotes y de una personalidad tan caracterizada expresa opiniones sediciosas como las de El Patriota Birmano. Sediciosas? protest Flory . Yo no soy sedicioso. No quiero que los birmanos nos expulsen de este pas. Dios no lo permita! Estoy aqu para ganar dinero como todos los dems. Lo que me parece mal es esa mentira de la pesada carga del blanco, la actitud falsa de los puhka sahibs. Es insoportable tanto
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cuento. Incluso esos idiotas del Club resultaran soportables si no estuvieran siempre esforzndose por justificar su gran mentira. Pero, querido amigo, de qu mentira habla usted? Hombre, la mentira de que estamos aqu para elevar la condicin de nuestros pobres hermanos de color en vez de para robarles. Ya comprendo que es una mentira bastante lgica; pero los corrompe, s, los corrompe hasta un punto que usted no puede imaginar. Tenemos la continua sensacin de ser unos embusteros y unos tramposos, y esta secreta conviccin nos atormenta y nos impulsa a justificarnos noche y da. En el fondo de casi todas nuestras bestialidades contra los indgenas, podramos encontrar esa comezn moral. Nosotros, los anglo-hindes, seramos casi aceptables si admitisemos honradamente que somos ladrones y nos dedicsemos a robar sin tapujos. El doctor, que lo estaba pasando muy bien, junt sus dedos ndice y pulgar y dijo, complacindose en su propia irona: La debilidad de su argumentacin, mi buen amigo, el punto flaco de su opinin, es que no son ustedes ladrones. Pero, mi querido doctor... Flory se incorpor en la chaise-longue porque el caldeado asiento le pinchaba en la espalda como con mil agujas y tambin porque iba a comenzar su discusin favorita con el mdico hind. Esta discusin, de carcter vagamente poltico, surga en cuanto se encontraban los dos amigos. Era un asunto delicado, porqu el ingls se senta acerbamente antibritnico y el hind fanticamente leal. El doctor Veraswami senta una apasionada veneracin por los ingleses, a pesar de los innumerables desprecios que haba recibido de stos. Sostena con vigor que l, como hind, perteneca a una raza inferior y degenerada. Su fe en la justicia britnica era tan grande que incluso cuando, en la crcel, tena que asistir como mdico a una flagelacin o a una ejecucin en la horca, y volva a casa con su obscuro rostro demudado, obligado a levantarse el nimo a fuerza de whisky, no decaa su celo pro-britnico. Las opiniones rebeldes de Flory le molestaban, pero a la vez le proporcionaban un extrao placer. Querido doctordijo Flory, cmo podr hacerle comprender que se equivoca completamente al creer que estamos en este pas para algo que no sea robar? Es muy sencillo. El funcionario sujeta al birmano mientras que el hombre de negocios le registra los bolsillos. Cree usted, por ejemplo, que mi casa comercial podra lograr sus contratos para compras de maderas si el pas no estuviera en manos de los ingleses? Y no ocurre igual con las dems compaas madereras o petrolferas, con los mineros, cultivadores y mercaderes? Cmo podra la Rice Ring seguir esquilmando a los desgraciados campesinos birmanos si no tuviera detrs al Gobierno? El Imperio Britnico es sencillamente un aparato que sirve para darles monopolios comerciales a los ingleses o, mejor dicho, a las pandillas de judos y escoceses. Amigo mo, me resulta pattico orle hablar as. Esa es la palabra: pattico. Dice usted que se hallan ustedes aqu para ejercer el comercio. Naturalmente. Cmo iban los birmanos a negociar ellos solos? Es que ellos pueden fabricar mquinas, construir barcos y ferrocarriles, abrir carreteras? Sin ustedes, estn inutilizados para todo. Qu sucedera si las selvas birmanas no tuvieran a los ingleses para explotarlas? Inmediatamente seran vendidas a los japoneses, los cuales las destrozaran sin provecho. En cambio, en manos inglesas, estn siendo mejoradas y rinden ms. Y mientras que los hombres de negocios britnicos fomentan los recursos de nuestro pas, los funcionarios nos civilizan, nos elevan hasta su propio nivel, y esto lo hacen Por puro espritu humanitario. Verdaderamente, son un modele, de sacrificio. Tonteras, querido doctor. A los jvenes de aqu les enseamos a beber whisky y a jugar al ftbol, lo reconozco, pera Poco ms es lo que pueden aprender de nosotros. Fjese en nuestras escuelas coloniales; no son sino fbricas de empleados baratos. Jams hemos enseado a los hinds ni un solo oficio manual que pudieran desarrollar con facilidad. No nos atrevemos porque tememos que se conviertan en competidores nuestros. Incluso hemos aplastado varias industrias nativas que funcionaban bien. Qu ha sido de las muselinas hindes? Hacia 1840 se construan en la India buenos barcos y los saban manejar bien. Ahora nadie sabe construir all ni un bote de pesca. En el siglo XVIII los hindes saban fundir caones que estaban a la altura de los europeos. Ahora, despus de un dominio ingls de ciento cincuenta aos, no son capaces de hacer ni un simple cartucho. Las nicas razas orientales que se han desarrollado rpidamente
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son las independientes. Y no es preciso poner como ejemplo al Japn ; basta con que pensemos en el Siam... Veraswami movi la mano con excitacin. Siempre interrumpa la argumentacin de Flory al llegar a este punto (porque, por regla general, decan siempre lo mismo casi palabra por palabra). El caso del Siam le irritaba. Amigo mo, amigo mo, olvida usted el carcter oriental. Cmo podamos desarrollarnos, con la apata y la supersticin que llevamos dentro? Por lo menos, ustedes nos han trado la ley y el orden. S, la admirable justicia britnica y la Pax Britannica. Pox Britannica, doctor. As hay que llamarla: Viruela Britnica. Y, en todo caso, para quin es esa paz? Para el prestamista y el abogado. Claro que mantenemos la paz en la India, pero es en nuestro propio inters, y, a qu conducen esa ley y ese orden? A que se multipliquen los Bancos y las prisiones. Qu monstruosamente retuerce usted la realidad! exclam el doctor. Acaso las crceles no son necesarias? Y, es que no nos han trado ustedes sino crceles? Piense usted en cmo era Birmania en los das de Thibaw, cuando no haba ms que polvo, tortura e ignorancia, y vea cmo estamos ahora. Mire esta veranda, mire aquel hospital y, a la derecha, la escuela y la Comisara de Polica. Fjese cmo avanza el progreso en nuestro pas! Desde luego, no niego que modernizamos a este pas en ciertos aspectos. No podemos evitarlo. Es cierto que acabaremos destrozando toda la cultura nacional birmana. Pero eso no quiere decir que estemos civilizando a este pueblo. Solamente lo frotamos con nuestra porquera. A dnde cree usted que conducir este progreso, como usted lo llama? Ni ms ni menos que a nuestra algaraba de gramfonos. A veces pienso que dentro de dos siglos todo eso... y movi el pie hacia el horizonte, todo eso se habr esfumado: bosques, pueblos, monasterios, pagodas... En su lugar habr pequeos hotelitos separados cincuenta yardas unos de otros. Se extendern por esas colinas, todo lo que la vista puede abarcar, con todos los gramfonos tocando la misma cancin. Y todos los rboles habrn desaparecido, convertidos en pasta de papel para el peridico News of the World, o en cajas de gramfonos. Pero los rboles se vengan, como dice un personaje de El pato salvaje. Habr usted ledo a Ibsen, no? Ah, no; desgraciadamente, no! Esa poderosa mente maestra, como le llam el inspirado Bernard Shaw. Leer a Ibsen es un placer que me reservo para el futuro. Pero, amigo mo, lo que usted no ve es que la civilizacin britnica, por mal que fuera, supondra para nosotros un gran adelanto. Los gramfonos, las News of the World..., todo ello es muy preferible a la horrorosa suciedad y al atraso del oriental. Yo veo a los ingleses, incluso a los menos inspirados de ellos, como... como...el doctor buscaba una frase y encontr una que probablemente haba ledo en un libro de R. L. Stevenson como portadores de antorchas por la senda del progreso. Yo, en cambio, los veo como una especie de piojos higinicos, modernizados y satisfechos de s mismos. Se arrastran por el mundo construyendo prisiones. Cuando edifican tina prisin, la llaman progreso. Amigo mo, la ha tomado usted con las prisiones. Piense que sus compatriotas han realizado muchas otras cosas. Construyen carreteras, riegan desiertos, acaban con hambres mortales, edifican escuelas y hospitales, luchan incansablemente contra la peste, el clera, la lepra, las viruelas, las enfermedades venreas... Despus de haberlas trado ellos cort Flory. No, seor! replic el doctor, deseoso de reclamar esta distincin para sus compatriotas No, seor; fueron los hindes quienes trajeron las enfermedades venreas a este pas. Los hindes propagan enfermedades y los ingleses las curan. En eso tiene usted la respuesta a toda su rebelda y a su pesimismo. En fin, doctor, nunca estaremos de acuerdo. Usted es partidario de ese progreso, mientras que yo prefiero que las cosas estn un poco ms... antihiginicas. Creo que me hubiera encontrado ms a gusto en la Birmania de la poca de Thibaw. Y, como dije antes, si somos una influencia civilizadora, es solamente para robar en mayor escala. Si la cosa no nos diera resultado, en seguida daramos marcha atrs.
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Usted no lo cree as en el fondo. S muy bien que si censurase usted de verdad todo lo que hace el Imperio Britnico, no estara hablando de ello aqu privadamente. Lo gritara desde los tejados de las casas. Le conozco a usted, seor Flory, mejor de lo que usted mismo se conoce. Lo siento, doctor pero crea que si no proclamo mis ideas desde los tejados de las casas es porque me faltan los redaos suficientes. En este pas hay que ser un pukka sahib o morirse ; no hay trmino medi. En quince arios no he hablado nunca con el corazn en la mano ms que a usted. Mis charlas con usted son una vlvula de escape. En aquel momento se oy una especie ce aullido. Era el viejo Mattu, el durwan hind que cuidaba de la iglesia europea y que se hallaba al sol al pie de la veranda; era un anciano siempre febril, ms parecido a un saltamontes que a un ser humano y vestido con andrajos. Viva cerca de la iglesia en una choza hecha de latas de kerosn aplastadas. De all sala cuando pasaba un europeo, para saludarlo con una reverencia servil y gemir algo acerca de su talab, que era slo de dieciocho rupias al mes. Mirando lamentablemente a la veranda, se amasaba la terrosa piel de su vientre con una mano y con la otra haca el gesto de llevarse alimento a la boca. El doctor busc en sus bolsillos y acab arrojndole una moneda de cuatro annas por encima de la barandilla. Veraswami era muy caritativo y todos los mendigos de Kyauktada lo asaltaban con sus peticiones. Ah tiene usted la degeneracin de Oriente dijo el doctor sealando a Mattu, que se doblaba como una oruga, sin dejar de gemir. Fjese qu esqueltico es el desgraciado. Sus pantorrillas son ms delgadas que la mueca de un ingls. Observe l servilismo y la abyeccin de todos sus gestos. Y su tremenda ignorancia, una ignorancia que en Europa no se concibe fuera de los deficientes mentales. Una vez le pregunt a Mattu su edad. Me dijo: Sahib, creo que tengo diez aos. Cmo puede usted sostener, seor Flory, que no es usted superior por naturaleza a estos infelices? Pobre Mattu ! dijo Flory . Veo que la bendicin del progreso moderno no le ha llegado todava Y Y le arroj otra moneda, gritndole: Anda, Mattu, ve a gastarte eso en unos vasos. S lo ms degenerado que puedas. Ay!, a veces creo que todo lo que dice usted es para... cul es la expresin?..., para tomarme el pelo. S, el famoso sentido ingls del humor. Nosotros, los orientales, no tenemos humor, como es bien sabido. Suerte que han tenido ustedes. El humor ha sido nuestra ruina. Flory se desperez con las manos entrelazadas detrs de la cabeza. Mattu, despus de unas ruidosas gracias, se haba alejado renqueante. Flory prosigui: Bueno, doctor, me parece que debo marcharme antes de que el maldito sol suba ms. El calor va a ser insoportable este ao. Lo siento en los huesos. Querido doctor, hemos discutido tanto que no le he preguntado todava cmo le van las cosas. Hasta ayer no regres de la selva. Debera volver all pasado mariana, pero no s si podr. Ha ocurrido durante mi ausencia algo nuevo en Kyauktada? Algn escndalo? El doctor se puso de pronto muy serio. Se haba quitado las gafas, y su rostro, con los ojos intensamente obscuros y acuosos, recordaba el de un cocker negro. Apart la vista y habl en un tono vacilante El hecho, amigo mo, es que est ocurriendo algo muy desagradable. Quizs se ra usted de ello, porque a primera vista la cosa no tiene importancia; pero me encuentro en una gran dificultad. O, mejor dicho, estoy en peligro de hallarme en una seria dificultad. Es un asunto subterrneo. Ustedes, los europeos, no se enterarn nunca de esto directamente. En este lugar y seal con un gesto hacia el bazarhay continuamente conspiraciones de las que ustedes no se enteran. Para nosotros, en cambio, significan mucho. Qu ha ocurrido? Ver usted. Se est tramando algo contra m. Quieren desacreditarme y destrozar mi carrera oficial. Como ingls, no comprender usted estas cosas. He incurrido en la enemistad de un hombre a quien probablemente no conoce usted: U Po Kyin, el magistrado subdivisional. Es un hombre muy peligroso. El dao que puede hacerme es incalculable. U Po Kyin? Quin es?
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Ese hombre tan gordo que siempre est luciendo los dientes. Su casa cae por all, a unas cien yardas de aqu. ;Ah! Ese pillo tan gordo? Lo conozco bien. No, no, amigo mo, no lo conoce ustedse apresur a replicar el doctor No podra usted conocerlo nunca. Slo un oriental sera capaz de conocerlo. Usted, un caballero ingls, no Puede penetrar con su mente en las horribles profundidades de un individuo como U Po Kyin. Es mucho ms que un pillo; es.... cmo lo dir?... Me faltan palabras. Viene a ser como un cocodrilo en forma humana. Tiene la astucia del cocodrilo, su crueldad, su bestialidad. Si conociera usted la historia de ese hombre, las barbaridades que ha cometido, el dinero que le ha sacado a la pobre gente con amenazas, las muchachas a quienes ha perdido, violndolas ante los mismos ojos de sus madres! Ah, un caballero ingls no puede imaginarse siquiera a un tipo as! Y ste es el hombre que se ha jurado arruinarme, destrozar ni vida. He odo contar muchas cosas de U Po Kyin por varios conductosdijo Flory. Me parece un buen ejemplo del magistrado birmano. Por cierto, me dijo alguien que, durante la guerra, U Po Kyin se dedic activamente a reclutar soldados y que consigui juntar un batalln slo con sus hijos ilegtimos. Es cierto? No puede serlodijo el doctorporque no tendran suficiente edad. Pero de su villana no hay la menor duda. Y ahora se ha propuesto acabar conmigo, es decir, con todo lo que yo soy. En primer lugar, me odia porque s demasiadas cosas de l; adems, es el enemigo natural de todos los hombres honrados. El procedimiento que emplear como suelen hacer estos hombres ser la calumnia. Difundir falsedades sobre m. Ya ha empezado. Pero cmo va a creer nadie lo que invente un tipo semejante contra usted? No es ms que un magistrado nativo de rango muy inferior. Usted, en cambio, es un alto funcionario. Ah, seor Flory, usted no entiende la astucia oriental U Po Kyin ha deshecho las reputaciones de funcionarios mucho ms importantes que yo. l sabe muy bien cmo ha de arreglrselas para hacerse creer. Y, por tanto... Ah, es un asunto muy desagradable! El doctor di unos pasos por la veranda limpiando con un pauelo los cristales de sus gafas. Evidentemente, haba algo ms que su delicadeza le impeda decir. Durante unos momentos estuvo tan inquieto que Flory se sinti impulsado a preguntarle qu poda hacer por l, pero no lo dijo porque saba lo intil que era intervenir en las disputas entre orientales. Ningn europeo consigue nunca llegar al fondo de esas sordas luchas; siempre hay algo que se escapa a la mentalidad occidental, una conspiracin detrs de la conspiracin, una intriga que oculta a otra intriga... Adems, mantenerse alejado de los pleitos entre nativos es uno de los diez mandamientos del pukka sahib. Dijo, vacilante: En qu sentido puede ser muy desagradable? Lo ser, a no ser que... Ah, amigo mo, se va usted a rer de m. Pero no cabe duda: todo se arreglara si yo fuera miembro del Club Europeo. Qu diferente sera mi posicin! El Club? Por qu? En qu podra ayudarle eso? Crame usted, en estos asuntos el prestigio lo es todo. U Po Kyin no me atacar abiertamente; nunca se atrevera. Me perseguir con calumnias y me morder por la espalda. El que lo crean o no, depender por completo de mi posicin con los europeos. As ocurren las cosas en la India. Si nuestro prestigio es slido, nos elevamos; si es deficiente, nos hundimos. Un simple saludo puede ms que un millar de informes oficiales. Y no puede usted calcular el prestigio que le da a un nativo formar parte de un Club Europeo. Una vez en el club, es ya prcticamente un europeo ms. La calumnia no le alcanzar. El socio del Club es sacrosanto. Flory se haba levantado como para marcharse, y, apoyado en la barandilla, miraba a lo lejos. Siempre se avergonzaba y se senta incmodo cuando entre ellos flotaba la conviccin de que el doctor, a causa de la obscuridad de su piel, no poda ser admitido en el Club. Es desagradable que un amigo ntimo no sea nuestro igual, socialmente hablando; pero eso es inherente al aire mismo que se respira en la India. A lo mejor lo eligen a usted en la prxima asamblea general acab diciendo . No se lo aseguro, pero no es imposible Confo, seor Flory, en que no pensar usted que le estoy pidiendo me proponga para socio. Nada ms lejos de mi pensamiento. S que usted no podra hacerlo. Slo estaba diciendo que si fuera miembro del Club, sera ya invulnerable.
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Flory se coloc su sombrero terai de cualquier modo y despert a Flo con su bastoncillo. La perra se haba quedado dormida debajo del silln. Flory se senta muy a disgusto. Saba que, con toda probabilidad, si tena el valor de enfrentarse decididamente con Ellis, podra asegurarle al doctor Veraswami la eleccin como miembro del Club. Y, despus de todo, el doctor era su amigo, casi el nico amigo que tena en Birmania. Haban hablado y discutido centenares de veces, el doctor haba cenado en su casa e incluso le haba propuesto presentarle a su esposa, aunque ella, devota hind, se haba negado a ello horrorizada. Varias veces haban ido a cazar juntos y el doctor sola equiparse con bandoleras y grandes cuchillos de caza, disparando su escopeta a la primera alarma. El deber de Flory era, indudablemente, apoyar al doctor. Pero saba _que ste no le pedira nunca su ayuda y que habra enconados debates antes de que un oriental fuese admitido en el Club. No, no poda meterse en aquello! No mereca la pena. Por fin, dijo: Para serle a usted sincero, debo decirle que ya se ha hablado de usted. Esta misma mariana discutan sobre ello, y el animal de Ellis dedic sus habituales sermones contra los asquerosos negros. Macgregor ha indicado la conveniencia de elegir un miembro nativo. Me figuro que obedece rdenes. S, he odo hablar de ello. Siempre nos enteramos de estas cosas. Fu precisamente eso lo que me di la idea. Se va a discutir en la asamblea general de junio. No s qu ocurrir. Creo que depender de Macgregor. Le dar a usted mi voto, pero es lo ms que puedo hacer. Lo siento, pero me es imposible hacer ms. No puede usted imaginarse cunto se discutir sobre esto. Probablemente acabarn eligindolo a usted, pero lo harn como un deber desagradable, protestando. Tienen la mana de mantener la perfecta blancura de este Club. Naturalmente, amigo mo. Lo comprendo perfectamente. Que no permita el cielo que usted se moleste y ria con sus amigos europeos por causa ma. Por favor, por favor, no se busque usted dificultades. El simple hecho de que usted sea amigo mo me beneficia ms de lo que usted puede figurarse. El prestigio, seor Flory, es como un barmetro. Cada vez que le ven entrar a usted en mi casa, sube el mercurio un grado. Muy bien; entonces procuraremos mantenerlo en buen tiempo. Temo que esto sea cuanto puedo hacer por usted. Y ya es mucho, querido amigo. Otra cosa hay que debo advertirle, aunque es posible que lo tome usted a risa: que tambin debe estar prevenido contra U Po Kyin. Cuidado con el cocodrilo) La tornar con usted en cuanto sepa que usted me defiende. Muy bien, doctor; tendr cuidado con el cocodrilo. Aunque no creo que pueda hacerme mucho dao. Por lo menos, lo intentar. Lo conozco muy bien. Su tctica ser apartar de m a mis amigos. Quizs se atreva a difundir calumnias sobre usted. Sobre m? Qu ocurrencia! Nadie creera lo que dijera contra m. Civis romanus sum. Soy ingls; estoy por encima de toda sospecha. Sin embargo, est prevenido contra sus calumnias. No desprecie demasiado su poder daino. Le repito que es un cocodrilo y sabr perfectamente cmo herirle a usted. Y como el cocodrilo el doctor junt sus dedos pulgar e ndice con energa; a veces se le olvidaban las imgenes, como el cocodrilo, hiere siempre en el punto ms dbil. Est usted seguro, doctor, de que los cocodrilos buscan siempre el punto ms dbil? Ambos se rieron. Tenan la suficiente intimidad para burlarse de las excentricidades idiomticas del doctor. Quizs, en el fondo de su corazn, le hubiera decepcionado un poco a Veraswami que Flory no le prometiese proponerlo como socio del Club, pero antes se hubiera dejado matar que confesarlo. Y Flory se alegr de cambiar de tema, ya que hubiera preferido no hablar nunca de aquello con su amigo. En fin, doctor, he de irme sin falta. Adis, por si no le vuelvo a ver antes de marcharme. Espero que todo saldr bien en la junta general. Macgregor no es mal hombre. Seguramente insistir en que lo elijan a usted. Espermoslo, amigo mo. Si lo consigo, podr desafiar a ni centenar de U Po Kyin. ; A un millar de ellos! Adis, querido amigo, adis.
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Entonces Flory, ajustndose ms el sombrero, se dirigi hacia su casa cruzando el deslumbrante maidan. No tena apetito, porque se lo haba quitado la pesada maana en que tanto haba bebido, charlado y fumado. IV FLORY yaca dormido, casi desnudo, sobre su lecho empapado de sudor. Slo tena puestos los calzoncillos negros shan. Haba pasado el da entero sin hacer nada. Permaneca unas tres semanas al mes en el campamento de la Compaa, y slo iba a Kyauktada unos pocos das cada mes, sobre todo para descansar, ya que apenas tena trabajo de oficina. Su dormitorio era una amplia habitacin cuadrada con paredes blancas enyesadas, puertas abiertas y sin tecleo, pues slo cubran la estancia unas vigas sobre las que se posaban los gorriones. No haba ms muebles que una gran cama con sus cuatro palos para el mosquitero, una mesa de mimbre, una silla tambin de mimbre y un pequeo espejo. Adems, haba unos estantes con varios centenares de libros muy estropeados por la lluvia. Clavado en la pared, un tuktoo aplastado e inmvil como un dragn herldico. De los aleros de la veranda caa la luz como brillante aceite blanco. Unas palomas en un palomar de bamb se arrullaban montonamente con un ruido que armonizaba muy bien con el calor, un ruido sooliento, pero cuya virtud somnfera era ms la del cloroformo que la de una cancin de cuna. Ms abajo, en el bungalow de Macgregora unas doscientas yardas del de Flory, un durwan, como un reloj vivo, di cuatro golpes en un trozo de una viga de hierro. Ko Sla, el criado de Flory, se despert con este ruido y fu a la cocina reanimando el fuego de lea hasta que hirvi el agua del t. Luego se puso su gaungbaung rojo y su ingyi de muselina y llev la bandeja con el servicio de t a su amo. Ko S'la (su verdadero nombre era Maung San Hla; Ko S'la era una abreviatura) era un birmano bajito de hombros anchos y de aspecto rstico, con una piel muy obscura y expresin cansada. Llevaba un bigote negro y cado, pero, como la mayora de los birmanos, no tena barba en absoluto. Vena siendo criado de Flory desde el primer da que ste lleg a Birmania. Entre sus edades respectivas slo haba un mes de diferencia. De jvenes, haban perseguido juntos vboras y. patos, haban pasado las horas muertas en los machans esperando intilmente la aparicin de un tigre, y haban compartido las penalidades de mil campamentos y marchas; y Ko S'la haba pedido muchas veces dinero prestado para Flory a los prestamistas chinos, lo haba llevado a la cama cuando se emborrachaba, atendindole cada vez que caa con fiebre... A los ojos de Ko S'la, Flory, por ser soltero, segua siendo un chico; en cambio, l se haba casado y tuvo cinco hijos de ese matrimonio; volvi a casarse y se convirti en uno ce los mrtires de la bigamia. Como todos los criados de solteros, Ko S'la era perezoso y sucio, pero con una gran devocin por su amo. No permita que ninguna otra persona sirviera a Flory a la mesa, le llevara el fusil o le sostuviera el pony mientras montaba en l. En las marchas, si llegaba a un arroyo, llevaba a Flory a caballo sobre sus espaldas. Sola compadecer a su amo, en parte, porque lo consideraba infantil y fcil de engaar y, en parte, a causa de la marca de la cara, que a l le pareca una horrible desgracia. Ko S'la puso el servicio de t en la mesita de mimbre y luego fu a sentarse al pie de la cama y le hizo cosquillas a Flory en los dedos de los pies. Saba por experiencia que sta era la nica manera de despertar a su amo sin ponerlo de mal humor. Flory di una vuelta en el lecho, lanz unas palabrotas y apoy la frente en la almohada. Han dado las cuatro, santsimo seordijo Ko S'la. He trado dos tazas, porque la mujer dijo que vendra. La mujer era Ma Hla May, la querida de Flory. Ko S'la la llamaba siempre la mujer, para demostrar con ello su desaprobacin. No es que le pareciera mal que Flory tuviera una querida, pero estaba celoso de la influencia de Ma Hla May en la casa. Quiere el santsimo seor jugar tinnis esta tarde? pregunt Ko S'la. No; hace demasiado calordijo Flory en ingls. No quiero comer nada. Llvate esa porquera y treme whisky. Ko S'la comprenda muy bien el ingls, aunque no lo hablase. Llev una botella de whisky, y tambin la raqueta de tenis de Flory, que dej, de un modo significativo, apoyada contra la pared. El tenis, segn l,
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era un rito misterioso que deban practicar todos los ingleses y no le gustaba que su amo descuidara sus deberes. Flory apart con asco las tostadas y la mantequilla que su criado le haba llevado, pero mezcl un poco de whisky con el t y se sinti mejor despus de beberse aquello. Haba dormido desde medioda y le dolan la cabeza y todos los huesos. La boca le saba a papel quemado. Desde haca muchos aos no haba disfrutado de una buena comida. Los alimentos europeos en Birmania son ms o menos desagradables. Cuando Ko S'la sali de la habitacin, se oy el suave ruido de unas sandalia:, y la chillona voz de una muchacha birmana que deca: Est despierto mi amo?. Entradijo Flory de mal humor. Entr Ma Hla May, desprendindose en el umbral de las sandalias. Se le permita ir a tomar el t como un privilegio especial, pero no poda acompaar a Flory en las otras comidas ni llevar puestas las sandalias en presencia de su amo. Ma Hla May tendra de veintids a veintitrs aos y su estatura era de unos cinco pies. Vesta un longyi de satn chino azul plido bordado y un ingyi de muselina blanca almidonada, del cual pendan varios aros dorados. Su cabello formaba un apretado cilindro negro como el bano, adornado con jazmines. Su pequeo y esbelto cuerpo ofreca tan pocas redondeces como un bajo relieve. Era como una mueca, y su rostro oval y tranquilo tena el color del cobre reciente. De ojos estrechos y alargados, resultaba en conjunto una extraa mueca de una belleza grotesca. Al entrar en el dormitorio, trajo con ella un intenso perfume a sndalo y aceite de coco. Flory encendi un cigarrillo. En ocasiones como sta, aquella mujer se le haca inaguantable. Su nico deseo era perderla de vista lo antes posible. Ma Hla May estaba acariciando el hombro de Flory. Nunca haba llegado a aprender el arte de dejarlo solo cuando l no la necesitaba. Crea que la lujuria era una forma de brujera que le daba a una mujer poderes mgicos sobre el hombre hasta que lo debilitaba y haca de l un esclavo medio idiota. Cada contacto sucesivo minaba la voluntad de Flory y fortaleca el hechizo... Esto era lo que ella crea. Por eso empez a insistirle y abraz a Flory intentando volverlo hacia ella y besarlo en la cara, mientras le reprochaba su frialdad. Prefiero que te vayasle dijo Flory, irritado. Busca en el bolsillo de mis shorts. All hay dinero. Coge cinco rupias y vete. Ma Hla May encontr el billete de cinco rupias y se lo guard en el seno, pero no se decida a marcharse. Rondaba en torno a la cama fastidiando a Flory, hasta que ste, en el colmo del enfado, salt de la cama. Sal ahora mismo de esta habitacin. Te he dicho en todos los tonos que te marches. Vaya una manera de hablarme.! Me tratas como si fuera una prostituta. Y eso eres. Hala, fuera!dijo empujndola por los hombros. Le tir las sandalias. Sus encuentros terminaban muchas veces de este modo. Flory qued en medio del cuarto bostezando. Ira al Club para jugar al tenis? No, pues tendra que afeitarse, y no era capaz de realizar ese esfuerzo sin antes beber bastante. Se pas la mano por la spera piel de la barba y se acerc al espejo para mirarse, pero retrocedi en seguida. Le aterraba la imagen de su amarillento y gastado rostro. Se estuvo unos minutos inmvil. El cigarrillo que Ma Hla May haba tirado se deshaca con un olor acre. Flory sac un libro de un estante, lo abri y al instante lo arroj descontento. Ni siquiera tena la energa suficiente para leer. Qu insoportable fastidio! Cmo pasara el resto de la tarde? Flo correteaba por el dormitorio moviendo el rabo, con lo que peda que le sacaran de paseo. Flory entr de mala gana en el pequeo cuarto de bao con suelo de piedra que daba al dormitorio. Se lav con agua recalentada y se puso la camisa y los shorts. Tena que hacer algn ejercicio antes de que se ocultara el sol. En la India no se debe pasar un solo da sin empaparse por lo menos una vez de sudor. Pasarse un da entero sin hacer ejercicio le da a uno la sensacin de estar cometiendo un pecado. Mucho mayor que todos los conocidos. Al llegar la noche despus de un da totalmente ocioso, el aburrimiento alcanza lmites de desesperacin, le pone a uno al borde del suicidio. Ese inconmensurable fastidio no puede curarse con el trabajo normal, con la lectura, las oraciones, la charla, ni la bebida; hay nue echarlo fuera sudando mediante la realizacin de algn esfuerzo deportivo.
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Flory sali de su casa y sigui el camino que, colina arriba, conduca a la selva. Al principio no se encontraban ms que arbustos; los nicos rboles dignos de este nombre eran mangos medio silvestres con unos pequeos frutos del tamao de ciruelas. Luego se meta la senda por entre rboles ms altos. En aquella poca del ao, la selva estaba seca, sin vida. Los rboles se alineaban en polvorientas filas con hojas de un verde oliva. No se vean pjaros; en la lejana s haba algunas extraas aves que gritaban algo as como: ah a W. ah a ja!, un sonido hueco y solitario como una carcajada sarcstica. Flotaba un olor venenoso que emanaba de las hojas cadas. Aun haca mucho calor, aunque el sol iba perdiendo fuerza y la luz oblicua era amarilla. Despus de dos millas, el camino terminaba en un arroyo de muy poca profundidad. All se haca la selva ms verde, a cansa del agua, y los rboles eran ms altos. A la orilla del riachuelo haba un enorme rbol pyinkado ya muerto. festoneado con retorcidas orqudeas y algunos arbustos con flores blancas, como de cera. Despedan un intenso aroma como el de la bergamota. Flory haba andado con rapidez. A fuerza de sudar, se haba puesto de mejor humor. Adems, siempre le animaba la vista de aquel arroyo; su agua era muy clara y este resultaba rarsimo en tan pas tan sucio. Cruz la corriente por las grandes piedras que hacan de puente. Flo chapoteaba detrs de l. Siguiendo por un estrecho sendero que conoca, Flory avanz por entre los arbustos. Era una senda abierta por el ganado que iba a beber al riachuelo y casi nunca pasaban por all seres humanos. Conduca a un estanque, a unos cincuenta metros corriente arriba. All creca un rbol peepul que pareca un gran cable de madera retorcido por un gigante, ya que el tronco lo formaban innumerables fibras entrelazadas. Las races del rbol constituan una cueva natural bajo la cual borboteaba el agua verdosa. Por encima y en torno al denso follaje se detena la luz, convirtiendo aquel lugar en una gruta de verdor con paredes de hojas. Flory se quit la ropa y se arroj al agua. En ella haba un poco ms de fresco que en el aire. Sentndose en el fondo, le llegaba el agua por el cuello. Bandadas de plateados mahseer del tamao de las sardinas evolucionaban alrededor de su cuerpo. Flo se haba tirado tambin al agua y nadaba en silencio. Conoca bien la charca, pues el amo y la perra iban all con frecuencia siempre que Flory estaba en Kyanktada. En la copa del peepul se mova algo y se oa un ruido como de hervor. Haba all una bandada ele palomas verdes comindose unas frutas que recordaban a las cerezas. Flory mir la gran cpula verde, queriendo distinguir los pjaros; pero eran invisibles porque su color se funda con el de las hojas. Sin embargo, todo el rbol rebulla con ellos, como si lo agitaran fantasmas de aves. Flo descansaba sobre las races y grua a las invisibles criaturas. Entonces, una paloma verde se destac y fu a posarse en una rama ms baja. No saba que la contemplaban. Era preciosa, ms pequea que una paloma domstica, con lomo verde jade ms suave que el terciopelo, y la pechuga y el cuello de colores iridiscentes. Sus patitas eran como esa cera rosa que usan los dentistas. La paloma se balanceaba sobre las ramas hinchando su brillante pechuga y picotendose en ella con su coralino pico. Flory sinti una tremenda angustia. Fu algo repentino, como un pinchazo. Solo, solo; la amargura de estar solo! Con mucha frecuencia le ocurra esto en sitios solitarios de la selva cuando contemplaba algo un pjaro, una flor, un rbol de una belleza indescriptible. Entonces pensaba: Si hubiera alguien con quien pudiera compartir estas emociones! . Porque la belleza carece de sentido si no se comparte. Si tuviera una persona, solamente una, con quien compartir su soledad! De pronto, la paloma silvestre vi al hombre y al perro all abajo y sali disparada como una bala, con un vibrante aleteo. No es corriente ver tan cerca las palomas verdes cuando estn vivas. Son aves de vuelo muy alto que viven en la copa de rboles gigantescos y slo bajan al suelo cuando la sed las impulsa a ello. Cuando se les dispara, si no mueren al instante, se agarran a la rama hasta morir, y slo caen cuando el cazador se ha cansado de esperar y se ha marchado. Flory sali del agua, se visti y volvi a cruzar el arroyo. En vez de regresar a casa por el camino normal, sigui una senda que penetraba en la selva hacia el sur con la intencin de dar un rodeo y pasar por una aldea que estaba en el lindero de la selva y no muy lejos de su casa. Flo corra de un lado a otro, ladrando a veces cuando sus largas orejas se enganchaban en las espinas. Una vez haba cazado a una liebre por all cerca. Flory andaba despacio. El humo de su pipa se elevaba recto. Era feliz en aquellos momentos y se senta tranquilo espiritualmente despus del bao y del paseo. Haca ms fresco, a no ser por los ramalazos de calor que quedaban debajo de los rboles ms tupidos y la luz era suave y agradable. A lo lejos chirriaba un lento carro de bueyes.
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Al poco tiempo se haban perdido ya en la selva amo y perra y vagaban desorientados en una maraa de rboles muertos v lianas y arbustos enredados unos con otros. Llegaron a un sitio sin salida. La senda estaba bloqueada all por unas plantas inmensas y horribles como aspiristras ampliadsimas cuyas hojas terminaban en largas pestaas bordeadas de espinas. El carro de bueyes se acercaba; los chirridos de sus ruedas se oan ms prximos. Eh, saya gyi, saya gyi! grit Flory mientras sujetaba a Flo por el collar para que no se escapara. Ba-le-de?respondi el birmano con otro grito. Acrcate, por favor, oh venerable y sabio seor! Nos hemos perdido. Detente un momento, oh gran constructor de pagodas! El birmano salt del carro y se dirigi Hacia donde estaba Flory. Se abri paso por entre los matorrales y las lianas con su dah. Era un hombre tuerto y rechoncho. Volvi con Flory y la perra hasta donde haba dejado el carro y Flory se subi a ste sentndose en l incmodo. El birmano cogi las riendas, les grit a los bueyes golpendoles con un bastoncillo en las races de sus colas y el carro arranc con un gemido de sus ruedas. Los carreteros birmanos casi nunca engrasan los ejes, quizs porque creen que el chirrido aleja los malos espritus, aunque cuando se les pregunta sobre esto dicen que se debe a que su pobreza les impide comprar grasa. Pasaron frente a una pagoda de madera enjalbegada que no tena ms altura que la de un hombre y medio escondida por las enredaderas. Luego el sendero segua hasta el pueblo, compuesto por veinte chozas de madera desvencijadas, con tejados de paja y un pozo, bajo unas cuantas palmeras secas. Una mujer gruesa y de tez amarilla con su longyi sujeto debajo de las axilas persegua a un perro. alrededor de una choza pegndole con un bamb y rindose. Tambin el perro se rea a su manera. El pueblo se llamaba Nyaunglebin (que significa Los cuatro rboles peepul), aunque ya no quedaban all rboles de esta clase y probablemente haca un siglo que haban desaparecido del lugar. Los aldeanos cultivaban una franja de terreno entre el pueblo y la selva y tambin fabricaban carros de bueyes que vendan en Kyauktada. Por todas partes se vean ruedas en construccin muy macizas y de unos cinco pies de dimetro, con los radios toscamente tallados pero muy fuertes. Flory se ape del carro y le di al carretero cuatro annas. Algunos perrillos salieron de debajo de las chozas para oler a Flo, y un enjambre de nios desnudos, de barriguitas salientes y de cabello atado sobre la cabeza, se acercaron para curiosear al hombre blanco, pero mantenindose a prudente distancia. El cacique de la aldea, un anciano con aire de brujo, sali de su casa a cumplimentar a Flory. ste se sent en los escalones de la casucha del viejo y volvi a encender la pipa. Tena sed. Se puede beber el agua de tu pozo, thugyi-min? El cacique reflexion un momento mientras se rascaba la pantorrilla izquierda con el dedo gordo de su pie derecho. Por fin. respondi. Los que la beben, la beben, thakin. Y los que no la beben, no la beben. Ah, qu sabidura! La mujer gruesa, despus de haber alejado definitivamente al perro, trajo una tetera de barro ennegrecida y un tazn sin asas y le di a Flory t verde plido que saba a madera quemada. Tengo que marcharme, thugyi-min. Gracias por el t. Dios te acompae, thakin. Flory lleg a su casa cuando ya haba obscurecido por completo. Ko S'la se haba puesto un ingyi limpio y esperaba en el dormitorio. Haba calentado dos barreos de agua, encendiendo las lmparas de petrleo, y tena dispuestos un traje y una camisa limpios para Flory. El despliegue de la ropa sobre la cama era una alusin a que Flory se afeitara, se vistiera y fuera al Club despus (fe cenar. Algunas veces se pasaba la tarde vestido de cualquier modo y tumbado en un silln, leyendo, lo cual le pareca muy mal a Ko S'la. Le disgustaba mucho ver que su amo se conduca de modo distinto que los dems blancos. El hecho de que Flory volviese frecuentemente borracho del Club, mientras que conservara la sobriedad si se quedaba en casa, no influa para nada en Ko S'la, porque emborracharse era normal y perdonable en un blanco.
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La mujer se ha marchado al bazaranunci contento, pues lo estaba siempre que Ma Hla May sala de la casa. Ba Pe la ha acompaado con una linterna. Bien dijo Flory. Sin duda alguna se haba ido a gastarse sus cinco rupias; a jugrselas, seguramente. Ya est lista el agua del bao para el santsimo seor. Espera; tenemos que, atender primero a la perra. Trae el peine dijo Flory. Los dos hombres se pusieron en cuclillas. juntos y peinaron el sedoso pelo de Flo, quitndole tambin las espinas que se le haban clavado en las patas. Esto lo tenan que hacer todas las tardes. Se clavaba muchas cosas durante el da; algunas pinchaban como alfileres y despus de haberse clavado se hinchaban. Ko S'la iba poniendo en el suelo todo aquello y lo aplastaba con su fuerte pie. Despus Flory se afeit, se ba, se visti y se sent para cenar. Ko S'la, detrs de su silla, le iba pasando los platos sin. dejar de abanicarlo con el gran abanico de mimbre. Haba dispuesto en un florero un ramo de hibiscos rojos en el centro de la mesita. La comida era pretenciosa y mala. Los cocineros mug, descendientes de los criados que llevaron los franceses a la India hace varios siglos, pueden hacerlo todo con los alimentos..., menos convertirlos en buena comida. Despus de la cena, Flory baj al Club para jugar al bridge y emborracharse casi por completo, como haca la mayor parte de las noches que pasaba en Kyauktada. V A pesar del whisky que haba bebido en el Club, Flory durmi poco aquella noche. Los perros vagabundos aullaban a la luna. sta se hallaba en cuarto creciente y muy baja a media noche, pero los perros se pasaban el da durmiendo por el calor y empezaban muy pronto sus coros a la luna. Un perro le haba tomado mana a la casa de Flory y se pasaba las noches ladrndole sistemticamente. Sentado en su trasero a cincuenta metros de la verja, lanzaba secos e irritados ladrillos, uno a cada medio minuto, con la regularidad de un reloj. Segua as dos o tres horas hasta que los gallos empezaban sus quiquiriques. Flory se revolva continuamente y la cabeza le dola mucho. Algn tonto ha dicho que no se puede odiar a un animal; slo hay que desearle que pase unas cuantas noches en la India, cuando los perros allan a la luna. Finalmente, Flory no pudo soportarlo ms. Se levant, busc su rifle y un par de cartuchos en la gran caja de lata que tena debajo de la cama y sali a la veranda. Se vea bastante bien y pudo distinguir al perro. Apoyndose en la columna de madera de la veranda, apunt cuidadosamente. Luego, al sentir la dura culata en su hombro desnudo, vacil. El rifle tena un retroceso muy fuerte y dejaba serial en la carne cada vez que se le disparaba. No se decidi a disparar a sangre fra. Era intil intentar dormir. Flory se puso la chaqueta y cogi unos cigarrillos. Empez a pasearse por el jardn entre las fantasmales flores. Haca calor, y los mosquitos, al descubrirlo, le siguieron en enjambres zumbadores. Fantasmas de perros se perseguan unos a otros por el maidan. A la izquierda brillaban blanquecinas las lpidas del cementerio ingls. Una visin siniestra ms intensa an por los cercanos restos de las antiguas tumbas chinas. Se deca que la colina estaba encantada y los chokras del Club temblaban cuando se les enviaba de noche por aquel camino. Eres un perro blando, fornicador, cobarde... Todos esos idiotas del Club a quienes te crees superior, todos ellos son mejores que t. Por lo menos, son hombres a su manera; no cobardes y mentirosos como t. No estn medio muertos ni podridos. En cambio, t... Todo esto se lo deca Flory a s mismo sin demasiada exaltacin, porque estaba acostumbrado a pensarlo. Esta vez tena, motivo suficiente para insultarse. Aquella noche haba ocurrido en el Club algo muy desagradable, un asunto verdaderamente feo. Desde luego, nada de particular si se tenan en cuenta los precedentes del caso, pero, de todos modos, haba sido deshonrante y mezquino.
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Cuando Flory haba llegado al Club, slo estaban all Ellis y Maxwell. Los Lackersteen haban ido a la estacin para esperar a su sobrina, que haba de llegar en el tren de la noche. Macgregor les haba prestado su auto. Flory y los otros dos jugaban al bridge a tres bastante amistosamente cuando entr Westfield. Traa roja de rabia su arenosa cara y en la mano agitaba un ejemplar de El Patriota Birmano. Publicaba ste un artculo difamatorio contra Macgregor. La indignacin de Ellis y Westfield fu extraordinaria. Estaban tan furiosos que Flory tuvo que hacer los mayores esfuerzos para mostrar una indignacin que pudiera satisfacerlos. Ellis estuvo lanzando improperios durante cinco minutos, y luego, por una extraordinaria asociacin de ideas, lleg a la conclusin de que el doctor Veraswami era el responsable de aquel asunto. Y al instante pens en un contraataque. Pondran un aviso en el tabln en respuesta y en contradiccin con el que Macgregor haba clavado all el da antes. Ellis lo escribi inmediatamente con su letra pequea y clara: En vista del cobarde insulto dirigido recientemente a nuestro comisariodelegado, nosotros, los abajo firmantes, creemos que ste es el peor momento posible para estudiar la posible eleccin de negros como miembros de este Club... Westfield objet a la palabra negros. La tacharon con una simple raya y escribieron encima nativos. Firmaron R. Westfield, P. W. Ellis, C. W. Maxwell, J. Flory. Ellis se alegr tanto de haber tenido aquella idea que casi le desapareci su ira. El escrito no era nada en s mismo, pero la noticia correra velozmente por todo el pueblo y el doctor Veraswami se enterara a la maana siguiente. As, el grupo de europeos haba llamado pblicamente negro al doctor. Esto le entusiasmaba a Ellis. Se pas el resto de la velada casi sin apartar los ojos del tabln de anuncios y a cada pocos minutos exclamaba contentsimo: Esto har meditar a ese pequeajo, eh? As sabr lo que pensamos de l. Esta es la manera de ponerlo en su sitio, eh?. De manera que Flory haba firmado un insulto pblico a su amigo. Lo haba hecho por la misma razn que hizo mil cosas por el estilo en su vida: porque le faltaba la pizca de valor necesaria para negarse. Porque, naturalmente, poda haberse negado a firmar si hubiera querido; y negarse habra significado una pelea con Ellis y Westfield. A Flory se le haca un mundo cada discusin de esta clase, y ceda a todo slo con pensar en una discusin de stas. Senta intensamente la marca en su mejilla, como si le quemara, y la voz se le debilitaba y le sonaba a culpable. Todo antes que verse obligado a escuchar las despectivas reticencias de aquellos hombres l Era ms fcil insultar a su amigo aun sabiendo que su amigo haba de saberlo. Flory llevaba quince aos en Birmania, y en Birmania se aprende a no enfrentarse con la opinin general. Pero lo que a Flory le suceda haba empezado mucho antes: en el vientre de su madre, cuando el azar lo dej sealado con la horrible marca. Record algunos de los primeros efectos del antojo. Cuando entr por primera vez en la escuela, a los nueve aos, los chicos se quedaron asombrados mirndolo, y, al tomar un poco de confianza, le gritaban Cara Azul!, apodo que le dur hasta que el poeta de la escuela (que se convirti en un crtico y escriba ahora artculos bastante buenos en The Nation, record Flory) le sac este pareado: Flory tiene la cara, el pobrecito, lo mismo que el trasero de un monito. Y desde entonces lo apodaron Culo de mono, infamante alias que le dur varios aos. Las tardes de los sbados celebraban los nios lo que ellos llamaban el juego de la tortura. El tormento favorito consista en sujetar a uno de la manera ms dolorosa mientras que otro zurraba al acusado con un ltigo improvisado. Pero Flory haba salido con bien de todo aquello. Era un mentiroso y jugaba al ftbol muy bien, las dos cosas imprescindibles para tener buen xito en la escuela. En el ltimo curso, l y otro chico sometieron al poeta al tormento favorito, mientras que el capitn del equipo le propinaba una buena tanda de latigazos. El castigo era por haber escrito un soneto. Aqul fu para Flory un perodo de formacin. De la escuela elemental pas a un colegio pblico de tercera clase. Era un sitio pobre y con pretensiones donde se imitaba a los grandes establecimientos docentes con sus tradiciones de anglicanismo, cricket y versos latinos. Se cantaba all una cancin escolar titulada La mle de la vida, en la que Dios figuraba como el Gran Arbitro. Pero le faltaba la virtud principal de las grandes escuelas oficiales, su atmsfera de
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erudicin literaria. Los chicos no aprendan casi nada. Flory sali de all con una perfecta ignorancia. Y, sin embargo, estaba seguro de que en l haba posibilidades de llegar a ser alguien, posibilidades que, por otra parte, le daran grandes preocupaciones. Pero l puso remedio a tiempo, porque un muchacho no pasa en balde por la experiencia ele haber empezado en la vida social con el apodo Culo de mono. No haba cumplido an los veiute aos cuando lleg a Birmania. Sus padres, dos buenas personas que le queran mucho, le encontraron una colocacin en una compaa maderera. Les cost mucho trabajo lograrlo y haban tenido que pagar una prima que sus medios no les permitan. Flory los recompens ms tarde contestndoles a sus cartas con intervalos de varios meses. Sus primeros seis meses en Birmania los pas en Rangn, donde aprendi la parte burocrtica del negocio. Vivi con otros cuatro jvenes que dedicaban todas sus energas a la juerga. Y de qu manera! Se empapaban ele whisky, aunque la verdad es que lo detestaban; se pasaban horas enteras junto a un piano cantando a voz en grito obscenas canciones de una idiotez sin lmites y se gastaban montones de rupias con viejas prostitutas judas con cara de cocodrilo. Tambin aqul fu para Flory un perodo de formacin. De Rangn march a un campamento de la selva al norte de Mandalay para extraer teca. La vida de la selva no estaba mal del todo a pesar de las incomodidades, de la soledad y, lo que es an peor en Birmania, la monotona y psima calidad de las comidas. Flory era muy joven por entonces, lo bastante joven para tener dolos, y cont con varios amigos entre sus compaeros de la Compaa. Tambin cazaba, pescaba y una vez al ao poda escaparse a Rangn pretextando la necesidad de acudir a un dentista. Cunto se diverta en aquellas excursiones a Rangn! Compraba en la librera de Smart y Mookerdum las ltimas novelas llegadas de Inglaterra, cenaba en el restaurante Anderson con bists y una mantequilla que haba viajado ocho mil millas en hielo, y se permita bebidas exquisitas. Era demasiado joven para darse cuenta ele lo que esta vida colonial le reservaba. No vea los aos que se extendan ante l, aos de terrible soledad, de aburrimiento infinito, de incorrupcin... Acab aclimatndose a Birmania. Su cuerpo se puso a comps de los extraos ritmos de las estaciones tropicales. Cada ao, desde febrero a mayo, el sol centelleaba en el cielo como un dios irritado, y luego, de pronto, el monzn soplaba, primero con breves y violentos aguaceros, y despus con una lluvia incesante que lo calaba todo. Ni la ropa, ni la cama, ni siquiera la comida parecan estar secas nunca. Pero segua haciendo calor a pesar de tanta agua, un calor vaporoso y sofocante. Los caminos de la selva estaban encharcados y las tierras de cultivo se convertan en malolientes pantanos. Los libros y las botas despedan humedad constantemente. Birmanos desnudos y con descomunales sombreros de palma araban los arrozales conduciendo a los bfalos hundidos en agua hasta media pata. Ms tarde, las mujeres y los nios plantaban los verdes retoos del arroz clavando cada planta en el fango con pequeos tridentes. En julio y agosto apenas cesaba de llover un solo da. Entonces, una noche, a mucha altura, se oa el mltiple chillido de innumerables e invisibles pjaros. Las agachadizas volaban hacia el Sur, procedentes del Asia Central. Las lluvias continuaban, espacindose, hasta terminare en octubre. Los campos se secaban, el arroz maduraba y los nios birmanos salan a jugar con sus cometas en el aire ya fresco. Era el comienzo del breve invierno y entonces la Alta Birmania pareca habitada por el fantasma de Inglaterra. Florecan por doquier las plantas silvestres, que no eran exactamente las mismas que se ven en Inglaterra, pero muy semejantes a ellas; y hasta se encontraban violetas en los sitios ms umbros de la selva. Las noches e incluso los das eran fros, atrozmente fros, con blancas neblinas que se esparcan por los valles como el vapor de inmensas teteras. Era el tiempo de cazar patos y agachadizas. stas llegaban a miles y las bandadas de gansos salvajes pasaban con el ruido de un tren de mercancas que cruza un puente de hierro. El arroz maduro, que le llegaba a uno a la altura del pecho, pareca trigo. Los birmanos marchaban al trabajo con la cabeza envuelta en paos y los brazos cruzados sobre el pecho, y sus caras contradas por el fro parecan ms amarillas que nunca. Por la maana, marchaba uno por entre la neblina, sobre hierba hmeda, casi csped ingls, y rboles pelados en los que se agazapaban los monos en espera del sol. Por la noche, al regresar al campamento por fros caminos, se encontraban manadas de bfalos conducidos por muchachos. Los enormes cuernos de los bfalos, confusamente vistos a travs de la niebla, parecan medias lunas. Haba que poner tres mantas en la cama. Despus de cenar, se sentaba uno sobre un leo y, al calor de una fogata, se beba cerveza y se charlaba de caza. Las llamas danzaban fantasmalmente arrojando un crculo de luz en cuyos bordes los criados y los coolies sentbanse en el suelo con las piernas cruzadas sin atreverse a acercarse a donde estaban los blancos, pero aproximndose lo ms posible al fuego, como perros. Ya acostado, poda uno escuchar el gotear del roco que caa de los rboles. Era una vida aceptable mientras era uno joven y no pensaba en el futuro ni en el pasado.
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Flory tena veinticuatro aos y le corresponda ya un permiso cuando estall la primera guerra mundial. Eludi el servicio militar, lo cual poda hacerse fcilmente desde all y pareca entonces lo natural. Los que tenan puestos civiles en Birmania, se apoyaban en la consoladora teora inventada por ellosde que el verdadero patriotismo consista en seguir en sus puestos; teora que despertaba, incluso en ellos, una latente hostilidad hacia los que, abandonando sus tareas civiles, se alistaban en el ejrcito. En realidad, Flory haba rehudo el servicio militar porque el Oriente lo haba corrompido ya y no quera renunciar a su whisky, sus criados y sus jvenes birmanas, por el aburrimiento y las penalidades de la vida de cuartel y de trincheras. La guerra pas como una tormenta, ms all del horizonte. Birmania, hirviendo de calor y humedad y alejada del peligro, vivi aquellos artos con tina sensacin de soledad y de estar olvidada ms intensa que de costumbre. Flory se dedic a leer vorazmente y aprendi a vivir en los libros cuando la vida autntica se haca fastidiosa. Los aos transcurridos lo apartaban ya, por aburrimiento, de los placeres juveniles, y, quizs contra su voluntad, aprendi a pensar por s misma. Celebr su vigsimosexto aniversario en el hospital, cubierto de pies a cabeza por repugnantes pstulas que se llamaban escoceduras del fango, pero que probablemente se las haban causado el whisky y la mala comida. Le dejaron pequemos redondeles en su piel que no se le quitaron hasta dos aos despus. De pronto, pareci mucho ms viejo. Se le haba acabado la juventud sbitamente. Estaba definitivamente marcado por ocho aos de vida oriental, de fiebre, de soledad y de borrachera intermitente. A partir de entonces, cada ao fue para l ms duro y de ms soledad que el anterior. Lo que ocup desde entonces el centro de sus pensamientos y lo que contribua en gran medida a envenenrselo todo, era un odio que le aumentaba sin cesar contra 'a atmsfera de imperialismo en que viva. En efecto, a medida que se desarrollaba su cerebro (ya que es imposible impedirse uno mismo el desarrollo cerebral, y una de las tragedias de las personas que poseen una semicultura es que su desarrollo intelectual es tardo, cuando ya se encuentran ligados irremediablemente a una cierta manera de vivir) haba comprendido la verdad sobre los ingleses y su Imperio. Y el Imperio en la India es un despotismo, benvolo, sin duda, pero no deja de ser tan despotismo con el robo como objetivo final. Y en cuanto z los ingleses de la India, los sahiblog, Flory haba llegado a odiarlos a fuerza de vivir entre ellos. Tanto los odiaba que ira incapaz de ser justo con ellos. Porque, despus de todo, los pobres diablos no eran peores que otros. Llevaban unas vidas nada envidiables. Quin va a envidiar a los que se pasan treinta aos, mal pagados, en un pas remoto y regresan luego a la patria, con el hgado destrozado y la espalda anquilosada de tanto sentarse en sillas de caa, sin ms perspectiva que convertirse en el pesado de cualquier club de segundo orden? Por otra parte, no conviene idealizar a los sahiblog. Existe la idea, muy extendida, de que los hombres que han vivido en los baluartes del Imperio son gente trabajadora y capaz. Esto es falso. Aparte los servicios cientficosel Departamento Forestal, el de Obras Pblicas y otros por el estilo, ningn funcionario ingls de la India necesita realizar sus tareas de un modo competente. Pocos de ellos trabajan tanto ni tan inteligentemente como un jefe de correos de cualquier ciudad provinciana de Inglaterra. El verdadero trabajo administrativo lo realizan los funcionarios nativos; y la verdadera columna vertebral del despotismo no es la administracin, sino el ejrcito. Una vez est all el ejrcito, los funcionarios y los hombres de negocios pueden desenvolverse con toda facilidad, aunque sean tontos e intiles. Y la mayora de ellos son, efectivamente, unos tontos. Gente anodina que se dedica a fomentar su vaciedad detrs de un cuarto de milln de bayonetas. Viven en un mundo entontecedor en que cada palabra y cada pensamiento pasan por una censura. En Inglaterra apenas puede concebirse una atmsfera semejante. En Inglaterra todos somos libres; vendemos nuestras almas en pblico y volvemos a comprarlas en privado, entre amigos. Pero ni siquiera la amistad puede existir cuando cada hombre blanco es un diente en la rueda del despotismo. No se concibe en tales circunstancias la libertad de palabra. En cambio, estn permitidas todas las dems formas de libertad. Goza usted de plena libertad para emborracharse, para ser un cobarde, un fornicador, un vago..., pero no puede usted pensar por su cuenta. La opinin sobre cualquier tema est dictada de antemano por el cdigo de los pukka sahibs. Al final, el haber guardado en secreto su rebelda, lo envenena a usted como una enfermedad secreta. Toda su vida ser una maraa de mentiras. Ao tras ao se pasa usted las horas muertas sentado en clubs envueltos por el recuerdo de Kipling, con el whisky a su derecha y el Pik'un a su izquierda, escuchando y asintiendo mientras el coronel Bodger expone su teora de que habra que meter en aceite hirviendo a esos malditos nacionalistas. Escucha usted cmo llaman a sus amigos orientales grasientos babs y admite usted, disciplinadamente, que son, desde luego, unos babs grasientos. Puede usted contemplar cmo unos
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mequetrefes recin salidos del colegio tratan a puntapis a criados ancianos. Todo lo cual le hace odiar a sus compatriotas y llega usted a desear que los nativos se subleven y ahoguen el Imperio en sangre. Y en esa actitud no habr nada honorable, ni ser siquiera una actitud sincera, porque, en el fondo qu le importa a usted que el Imperio de la India sea un despotismo, ni que los hinds sean tratados a patadas y explotados? Si se preocupa usted de ello es slo porque le niegan a usted la libertad de palabra. En realidad, usted es otra criatura ms del despotismo, un pukka sahib, y se halla ligado al sistema colonial ms estrictamente que un monje a su orden o que un salvaje a un inquebrantable sistema de tabs. Pas el tiempo y cada ao se senta Flory ms a disgusto en el mundo de los sahibs, ms expuesto cada vez a buscarse dificultades cuando quera exponer seriamente sus opiniones sobre cualquier tema. Por eso haba aprendido a vivir hacia adentro, secretamente, en libros y en pensamientos ntimos que nunca podran ser exteriorizados. Incluso cuando charlaba con su amigo el doctor, era como si hablase consigo mismo. Porque el doctor, excelente persona, entenda pocas cosas de las que Flory le deca. Pero vivir hacia dentro de uno mismo es algo que le corrompe a uno. Hay que vivir a favor de la corriente vital, no en contra de ella. Es preferible ser el ms idiota de los pukka sahibs que llevar una existencia silenciosa, solitaria, consolndose con mundos secretos y estriles. Flory no haba llegado a regresar a Inglaterra. El porqu no podra haberlo explicado, aunque lo saba perfectamente. Al principio, varios inconvenientes se lo haban impedido. Primero, la guerra, y cuando sta acab, la Compaa en que trabajaba Flory estaba falta de hombres capacitados y no quiso dejarle marchar en los dos aos siguientes. Por fin, pudo preparar el viaje. Estaba deseando volver a Inglaterra aunque slo fuera por algn tiempo, pero, por otra parte, tema hacerlo como teme uno encontrarse con una joven bonita cuando va uno sin afeitar y sin corbata. Al partir de Inglaterra, era Flory un muchacho que prometa llegar a algo importante en la vida, y de bastante buen aspecto, a pesar de su marca; ahora, slo diez aos despus, estaba amarillento, muy enflaquecido, casi siempre borracho y pareca un hombre de mucha ms edad. Sin embargo, su deseo de ver nuevamente Inglaterra era cada vez mayor. El barco zarp por fin y la debilitada sangre de Flory aceler sus latidos con el buen alimento y el aire del mar. Se le ocurri pensar que todava era lo bastante joven para empezar de nuevo; y es curioso que este pensamiento no lo hubiese tenido nunca durante su estancia en Birmania. Vivira un ao en la sociedad civilizada, encontrara alguna muchacha a la que no le importara su Marca en el rostrouna chica civilizada, no una pukkat mencahib y se casara con ella, despus de lo cual sera muy capaz de resistir otros diez o quince aos ms en Birmania. Luego se retirara con su esposa, y tendran ahorradas doce o quince mil libras esterlinas. Compraran una granja en el campo, se rodearan de amigos y libros, de sus nios y de animales. Y as se veran libres para siempre del odioso olor colonial. Olvidara a Birmania, el horrible pas que haba estado a punto de acabar con l. Cuando el barco atrac en el puerto de Colombo, esperaba a Flory un cablegrama. Tres empleados de su Compaa haban muerto de repente a causa de una epidemia. Sus jefes sentan mucho interrumpirle el viaje, pero le rogaban que volviese a Rangn inmediatamente. Desde luego, poda contar con un permiso en cuanto se presentara la oportunidad de prescindir de l por algn tiempo. Flory desembarc y tom el primer barco que sala para Rangn, maldiciendo su suerte. Una vez all, tom el tren que le condujo hacia su puesto, que entonces no era Kyauktada, sino otra ciudad de la Alta Birmania. Todos los criados le esperaban en el andn. Antes de partir, se los haba transferido en masa al compaero que lo iba a sustituir, y ste haba muerto. Qu extrao le result encontrarse de nuevo aquellos rostros tan conocidos! Slo diez das antes navegaba rumbo a Inglaterra, considerndose ya all, y de pronto se vea otra vez en su antiguo escenario con los cooles negros y desnudos llevndole su equipaje y oa los gritos de un carretero que estimulaba a sus bueyes. Los criados lo rodearon con caras amables, ofrecindole presentes. Ko S'la le haba llevado una piel de sambhur, y los hinds algunos dulces y una guirnalda. Ba Pe, que entonces era un muchacho, le llev una ardilla en una jaula de mimbre. Unos carros de bueyes esperaban el equipaje. Flory fu a pie hasta su casa, y la gran guirnalda que le colgaba en el cuello le daba un aspecto ridculo. La luz de la fra tarde resultaba agradable y amarillenta. A la puerta ele su casa un viejo hind del color del barro segaba hierba con una pequea hoz. Las mujeres del cocinero y el mali, arrodilladas frente a la dependencia de la servidumbre, molan pasta de curry con unas piedras. A Flory le di un vuelco el corazn. Era aqul uno de esos momentos en que se da uno cuenta de que en su vida va a ocurrir un gran cambio y precisamente para peor. Porque de repente haba comprendido que se alegraba de volver. Este pas que l haba odiado tanto, era ahora su pas nativo, su patria. Haba pasado all
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diez aos y todas las partculas de su cuerpo estaban ya impregnadas de aire y suelo birmano. Escenas como aqullala amarillenta luz vespertina, el viejo hind cortando hierba, el chirrido de los carros y los gritos de algunos pjaros silvestresle eran ms nativos que la misma Inglaterra. Sus races se haban hundido profundamente en un pas remoto. Desde entonces ni siquiera haba solicitado permiso para pasar una temporada en Inglaterra. Haba muerto su padre; despus, su madre. Sus hermanas, unas mujeres con cara de caballo que siempre le haban parecido insoportables, se haban casado, y Flory perdi casi todo contacto con ellas. No le quedaban apenas vnculos con Europa, excepto los libros. Se haba dado cuenta de que el hecho de volver a Inglaterra no supona el remedio automtico de su soledad. Haba llegado a comprender el infierno especial reservado en la patria a los anglohindes. Ah, aquellas pensiones lgubres llenas de anglohindes en todos los estados de descomposicin de la personalidad, que no cesaban de hablar sobre lo ocurrido en Boggleywalah en 1884! Pobres diablos, ellos saben muy bien lo que significa dejarse el corazn en un pas tan lejano y tan odiado... Flory vi claramente que slo tena una salida: encontrar a alguien que quisiera compartir su vida en Birmania, pero compartirla de verdad, compartir su vida ntima y secreta, alguien que en su da se llevara de Birmania exactamente los mismos recuerdos que l. Alguien que amase a Birmania lo mismo que l, y que la odiara lo mismo que l la odiaba. Quin le ayudara a vivir sin tener que esconder nada, sin verse obligado a callar lo que ansiaba expresar? Alguien que lo comprendiese: un verdadero amigo. Un amigo? No sera mejor una esposa, la imposible ella; por ejemplo, alguien como la seora Lackersteen? Quizs alguna condenada menisahib, amarillenta y esqueltica, aficionada al chismorreo en los ccteles, que se pasara horas y horas rindoles a los criados y viviese veinte aos en el pas sin aprender ni una sola palabra del lenguaje nativo. No, por Dios, una de sas no! Flory se apoy en la verja. La luna desapareca detrs del denso muro de la selva, pero los perros seguan aullando. Record unos versos de Gilbert, una cancioncilla idiota pero muy adecuada al momento, algo acerca de discurra usted sobre su complicado estado de nimo. Flory volvi a la veranda, cogi el rifle de nuevo y, titubeando un poco, dispar contra el perro vagabundo. La bala fu a enterrarse a mucha distancia del blanco. El culatazo le dej a Flory enrojecido el hombro. El perro (li un aullido de terror y fu a sentarse a cincuenta metros ms all, empezando de nuevo a ladrar rtmicamente. VI La luz de la maana fu deslizndose por el maidan hasta dar amarilla como un pan de oro, contra la blanca fachada del bungalow. Cuatro cuervos fueron a posarse sobre la barandilla de la veranda esperando la oportunidad de robar el pan y la mantequilla que Ko S'la haba puesto junto al lecho de Flory. ste, apartando el mosquitero, llam a Ko S'la para que le llevase ginebra, y luego fu al cuarto de bao. Sentse un rato en el bao de cinc lleno ya de agua, que deba de estar fra, pero que no lo estaba. Sintindose mejor despus de beber la ginebra, se afeit. Por regla general dejaba el afeitado hasta ltima hora de la tarde porque tena la barba cerrada y le creca en seguida. Mientras Flory estaba sentado tranquilamente en el bao, Macgregor, en shorts y camiseta, sentado en la esterilla de bamb instalada al efecto en su dormitorio, se esforzaba por realizar los nmeros 5, 6, 7, 8 y 9 del mtodo de gimnasia de Nordenflicht. Macgregor nunca o casi nunca dejaba de hacer sus ejercicios gimnsticos cada maana. El nmero 8 (la espalda en el suelo, levantar las piernas hasta la posicin perpendicular sin doblar las rodillas) era muy duro para un hombre de cuarenta Y tres aos; el nmero 9 (con la espalda en. el suelo, levantarse Poco a poco hasta quedar sentado y tocarse los dedos de los Pies) era todava peor. No importa, hay que mantenerse en forma!, pensaba Macgregor mientras intentaba penosamente llegar hasta los dedos de sus pies, se le pona al rojo vivo el cuello y se le congestionaba el rostro como si le amenazase una apopleja. Su carnoso pecho brillaba de sudor. No importa, no hay que abandonar el esfuerzo! A toda costa, hay que mantenerse en forma. El criado Mohammed Al, con la ropa limpia de su amo al brazo, lo contemplaba por' la puerta entreabierta. Su alargada y amarillenta cara de rabe no expresaba ni comprensin ni curiosidad. Llevaba cinco aos presenciando estas contorsiones y pensaba confusamente que constituan un sacrificio a algn dios misterioso y exigente.
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Al mismo tiempo, Westfield, que haba salido temprano, se apoyaba sobre la mesa manchada de tinta de la Comisara de Polica, mientras que el obeso subinspector interrogaba a un sospechoso a quien vigilaban los guardias. El sospechoso era un hombre de unos cuarenta aos, con un rostro gris y timorato, y vesta con los andrajos de un longyi que le llegaban slo hasta las rodillas. Quin es este tipo?dijo Westfield. Ladrn, seor. Lo sorprendimos, y en su poder este anillo con dos esmeraldas muy caras. Sin explicacin. l, pobre coole, cmo podra tener anillo de esmeraldas? Robado. Se volvi ferozmente al acusado y le puso la cara casi encima rugiendo con una voz estentrea: Robaste el anillo! No. Eres criminal antiguo. No. ;Has estado en la crcel! No. Da la vueltavocifer el subinspector, que haba tenido una inspiracin. Dblate. El hombre volvi su cara griscea, angustiadsimo, hacia Westfield. Pero ste mir hacia otro lado. Los dos guardias sujetaron al acusado y le hicieron doblarse de manera que su trasero quedara en alto. El subinspector le arranc el longyi, dejando al aire sus nalgas. Mire, seor! le seal varias cicatrices . Fu castigado con bamb. Antiguo criminal. Por lo tanto, rob el anillo. Muy bien, encirralodijo Westfield de mal humor mientras se apartaba de la mesa con las manos en los bolsillos. En el fondo de su corazn detestaba encarcelar a aquellos pobres diablos, que no eran ms que ladrones comunes. A los rebeldes, bueno pero no a estas desgraciadas ratas. Le pregunt al subinspector: Cuntos has encerrado ya, Maung Ba? Tres, seor. La crcel estaba en el piso de arriba y consista en una jaula rodeada por barrotes de madera muy gruesos. La vigilaba un guardia armado con carabina. Era un lugar muy obscuro, sin ningn mueble, a no ser una letrina de tierra que apestaba horrorosamente. Haca all un calor insoportable. Dos presos se aplastaban contra los barrotes mantenindose a distancia de un tercero, un coole hind, cubierto de pies a cabeza. Una gruesa mujer birmana, esposa de uno de los guardias, estaba arrodillada fuera de la jaula mezclando arroz y dahl aguado en tarteras de lata. Es buena la comida?dijo Westfield. Es buena, santsimo seordijeron a coro los tres presos. El Gobierno tena consignadas para la comida de los presos dos asnas y media por hombre y por comida, y de ah procuraba la mujer del guardia sacar un asna de ganancia. Flory sali y anduvo despacio por el terreno circundante, entretenindose en dar bastonazos a las matas. A aquella hora todo tena colores agradablesel verde tierno de las hojas, el marrn rosado de la tierra y de los troncos de los rboles como una acuarela que iba a disolverse con la prxima e inevitable fuerza del sol. Ms all, en el maidan, bandadas de palomas que volaban muy bajo se perseguan unas a otras, y los pjaros llamados comedores de abejas, de un color verde esmeralda, evolucionaban como lentas golondrinas. El mali preparaba un nuevo arriate para las flores cerca de la verja. Era un joven hind linftico y medio imbcil que se pasaba la vida en silencio casi absoluto, ya que hablaba un dialecto manipur que nadie entenda, ni siquiera su esposa, que era de la raza zerbadi. Adems, tena la lengua un poco grande para el
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tamao de su boca. Le hizo una profunda reverencia a Flory, pulindose la cara con una mano, y luego sigui su trabajo. Un agudo grito que sonaba como Kwaaa! lleg de las dependencias de la servidumbre. Las mujeres de Ko S'la haban empezado su cotidiana pelea matutina. El gallo de pelea domesticado, que se llamaba Nern, bajaba haciendo zig-zags por e! Sendero, asustado de Flo, y Ba Pe apareci con un tazn de arroz con el cual aliment a Nern y a las palomas. Siguieron oyndose gritos de las mujeres y voces de los hombres que trataban de acabar con la trifulca. Ko S'la sufra mucho con sus esposas. Ma Pu, su primera mujer, era de facciones duras y sus frecuentes partos la haban secado, mientras que Ma Yi, la mujercita, era tina especie de gata gorda y perezosa algunos aos ms joven que Ma Pu. Las dos mujeres luchaban sin cesar en cuando Flory se marchaba. Una vez, cuando Ma Pu persegua a Ko S'la con un bamb en la mano, el marido se refugi detrs de Flory para que ste le protegiese, y el amo recibi el palo dirigido a su criado. Un golpe que le dej dolorida mucho tiempo una pierna. Macgregor suba por la carretera a buen paso balanceando en una mano un pesado bastn. Vesta camisa caqui, shorts de dril y un topi en la cabeza. Adems de sus ejercicios de gimnasia, daba todas las maanas por lo menos, siempre que poda un paseo de dos millas andando lo ms rpidamente posible. Te deseo una maana sensacional! le grit Macgregor a Flory en una voz jovial y matutina, cuidndose de emplear el acento irlands. A aquella hora de la maana pona especial empeo en tomar una actitud muy viva, de hombre activo y enrgico recin salido de una ducha fra. Adems, el injurioso artculo de El Patriota Birmano que haba ledo la noche anterior, le haba herido y se esforzaba en exagerar el tono despreocupado para ocultar su turbacin. Buenos das!respondi Flory lo ms cordialmente que pudo. Este grandsimo sinvergenza!, pens mientras vea alejarse a Macgregor carretera arriba. El trasero se le pegaba de un modo ridculo a los shorts de color caqui, que le estaban demasiado pequeos. Tena el aspecto de uno de esos jefes de boy scouts, de edad madura y homosexuales casi todos ellos, que se pueden ver en las fotografas de las revistas. Qu estupidez vestirse de un modo tan ridculo y ensear sus huesudas rodillas slo para demostrar que ejerce sus derechos de pukka sahib haciendo ejercicio antes de desayunar! Un asco! Un birmano suba por la colina, como una mancha de blanco y magenta en movimiento. Era el empleado de Flory, que vena de la minscula oficina, la cual no se hallaba lejos de la iglesia. Al llegar a la puerta de la cerca salud y le tendi a su jefe un grasiento sobre sellado, a estilo birmano, en el pico del cierre. Buenos das, seor. Buenos das. Qu ocurre? Carta local, excelencia. Vino en el correo de la maana. Carta annima, creo, seor. Bah! Muy bien; ir a la oficina a eso de las once. Flory abri la carta. Estaba escrita en una hoja pequea de papel, y deca: Seor John Flory: Seor, yo, el abajo firmante, deseo que se me permita sugerir y comunicar a Vuestra Excelencia ciertas informaciones que sern de gran provecho para Vuestra Excelencia. Seor, se ha notado en Kyauktada la gran amistad e intimidad que tiene Vuestra Excelencia con el doctor Veraswami, el cirujano civil, lo mucho que lo visita y que lo invita Vuestra Excelencia a su casa, etc. Seor, deseamos informarle de que el tal doctor Veraswami no es buena persona y de ningn modo merece la amistad de los caballeros europeos. El doctor es eminentemente deshonesto, desleal y un funcionario pblico muy corrompido. En el hospital receta a sus clientes agua teida y vende drogas en provecho propio, aparte de cometer muchas cosas delictivas. A dos presos los ha vapuleado con bambes, martirizndolos despus, aun ms si los parientes de las vctimas no le envan dinero. Por si fuera poco, est comprometido con el Partido Nacionalista y ltimamente proporcion los datos que sirvieron para el
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prfido artculo que apareci en El Patriota Birmano atacando al seor Macgregor, el muy honorable comisariodelegado. Por lo tanto, tenemos gran esperanza de que Vuestra Excelencia apartar de su lado al dicho doctor Veraswami y no se reunir ms con persona que slo puede perjudicar la buena fama de Vuestra Excelencia. Y siempre rezar por que Vuestra Excelencia tenga salud Y prosperidad. UN AMIGO. La carta estaba escrita con la letra redondilla aunque temblonadel escribano del bazar y pareca una pgina de caligrafa infantil copiada por un borracho. Sin embargo, era evidente que muchas palabras de la carta no podran habrsele ocurrido al escribano. Tena que haberla dictado algn empleado, y sin duda alguna el que la haba escrito era U Po Kyin. Es el cocodrilo, se dijo Flory. No le gust el tono de la carta. Bajo su apariencia de servilismo haba una amenaza oculta. Lo que en realidad vena a decir era: Seprate del doctor o te haremos la vida imposible. Pero, en fin, aquello no poda importar mucho; ningn ingls se considera en verdadero peligro con un oriental. Flory, con la carta en la mano, estuvo vacilando. Hay dos cosas que se pueden hacer con una carta annima. No decir nada de ella o ensersela a la persona a quien afecta. Lo indicado y decente era darle la carta al doctor Veraswami y dejar que l diera los pasos que creyese convenientes. Sin embargo, lo ms prudente pareca mantenerse fuera de este asunto. Es muy importante no dejarse liar en las peleas de los nativos (quizs sea ste el ms importante de los diez mandamientos del pukka sahib). Con los hindes no debe haber lealtad ni verdadera amistad. Afecto, incluso amor..., por qu no? Los ingleses les toman cario con frecuencia a los hindes funcionarios nativos, guardabosques, cazadores, oficiales de las tropas de color, criados... Los sepoys lloran como nios cuando su coronel se retira. Incluso la intimidad fsica est permitida, en ciertos casos, con las mujeres nativas... Pero la alianza, tomar partido por ellos, comprometerse en sus asuntos intestinos, eso nunca! Constituye una prdida de prestigio para un ingls incluso el simple hecho de saber a conciencia quin tiene razn en una pelea nativa. Pens Flory que si publicaba la carta se promovera un escndalo y una investigacin oficial, y, en verdad, lo que a l le apeteca era ponerse de parte del doctor contra U Po Kyin. No es que importase U Po Kyin, pero no haba que olvidar a los europeos; si l, Flory, se pona de un modo demasiado evidente de parte del mdico, tendra que pagar las consecuencias. Era preferible hacer como si no hubiera recibido la carta. El mdico era un buen hombre, pero llegar a convertirse en su defensor y arrostrar por ello la desencadenada furia de todos los pukka sahibs..., de ninguna manera! De qu le puede servir a un hombre salvar su alma y perder a todo el mundo? Flory empez a romper la carta. En realidad, el peligro de darla a la publicidad era muy leve, algo nebuloso. Pero en la India hay que tener cuidado con los peligros nebulosos. El prestigio, que, es el aliento de la vida, no es en esencia ms que una nebulosa. No se sabe exactamente en qu consiste, pero, si se pierde, lo nota uno terriblemente. De manera que Flory acab de romper la carta en pedacitos y los arroj por encima de la cerca. En este momento se oy un grito terrible, un grito que se poda diferenciar perfectamente de los chillidos habituales de las mujeres de Ko S'la. El mali se qued mirando con los ojos muy abiertos en la direccin por donde haban gritado, y Ko S'la, que tambin lo haba odo, lleg corriendo, destocado, de las habitaciones de los criados, mientras Flo se puso en un instante en sus cuatro patas y ladr con todas sus fuerzas. El grito se repiti. Vena de la selva por la parte de atrs de la casa y era una voz inglesa, la voz de una mujer que gritaba aterrorizada. No haba manera normal de salir del recinto por la parte trasera. Flory salt la cerca y cay del otro lado hacindose dao en una rodilla. Sin embargo, di la vuelta al cercado pars penetrar luego en los linderos de la selva. Flo lo segua. Pasado el primer borde de arbustos Haba un hueco a donde acudan con frecuencia bfalos de Nyaunglebin porque en l haba agua estancada. Flory se abri paso por entre las matas. En la hondonada se hallaba una muchacha inglesa, con el rostro de una palidez de cera, tratando de cubrirse con un arbusto mientras un enorme bfalo la amenazaba con sus cuernos en forma de meda luna. Detrs
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quedaba un peludo ternero que sin duda era el motivo de todo el trastorno. Otro bfalo, hundido hasta el cuello en el fango de la charca, contemplaba la escena con su cara prehistrica, como preguntndose qu sera todo aquello. La joven mir a Flory angustiada. Rpido, rpido! exclam con terrible angustia . Por favor, aydeme, aydeme! Flory estaba excesivamente asombrado para preguntar nada, Se precipit hacia ella y, a falta de palo, golpe con los puos con la mayor fuerza que pudo los morros del bfalo. La bestia, con un movimiento de una timidez absurda dada su corpulencia, di media vuelta y fu alejndose mansamente seguido por la ternera. El otro bfalo consigui librarse del fango, al ver el giro que tomaban las cosas y se march tambin. La muchacha casi se arroj en brazos de Flory cegada por su pnico. Gracias, gracias ! Qu espantosos animales! Pero qu son? Cre que me iba a matar. Qu bichos tan horribles ! Qu son, qu son? Pues, simplemente, bfalos de agua. Vienen a beber aqu desde la aldea. Bfalos? No son bfalos salvajes; a sos los llamamos bisontes. Estos que usted ha visto no son ms que una variedad del ganado que cuidan los birmanos. Ya veo que le han dado a usted un susto tremendo; lo siento muchsimo. La muchacha estaba todava encogida contra l apretndole nerviosamente un brazo. Flory la senta temblar. No consegua verle el rostro, sino slo la parte de arriba de la cabeza, sin sombrero, con el cabello dorado y tan corto como el de un chico. Tambin vea una de las manos de ella, la que tena aferrada a su brazo. Era una mano larga, nerviosa, juvenil, con la mueca salpicada de pequitas. Haca muchos aos que Flory no haba visto una mano como aqulla. Senta la suavidad y tibieza del joven cuerpo apretado contra el suyo y le produca una sensacin clida y deliciosa. Muy bien; se han marchadodijo por fin Flory. No tiene usted que asustarse ya de nada. A medida que la muchacha se fu recuperando del miedo pasado, se apartaba poco a poco de l, pero no le soltaba el brazo. Estoy biendijo; no ha sido nada. No estoy herida; ni siquiera llegaron a tocarme; lo que me horroriz fu el aspecto que tenan. Pues la verdad es que son completamente inofensivos. Tienen los cuernos tan atrs que no pueden embestir con ellos. Adems, son tontos. Slo cuando tienen cras hacen como si fueran a atacar, pero ni siquiera entonces se deciden. Ya estaban separados, y, al verse a cierta distancia el uno del otro, les invadi a ambos una sensacin de vergenza. Flory, inmediatamente, haba tomado su habitual precaucin de volver la cara para que no le viera la mancha. Dijo: Verdad que ha sido una presentacin de lo ms extrao? Ni siquiera le he preguntado a usted cmo lleg aqu. De dnde ha salido usted..., si no es una inconveniencia por mi parte preguntrselo? Vena, sencillamente, del jardn de mi to. Haca una maana tan buena que se me apeteci dar un paseo, y al poco tiempo se me pusieron por delante esas espantosas bestias. Debe usted tener en cuenta que soy completamente nueva en estas regiones. Su to? Ah, claro! Usted es la sobrina del seor Lackersteen. Sabamos que iba usted a venir. Quiere que salgamos al maidan? Por aqu habr algn sendero. Vaya un principio para ser su primer da en Kyauktada! Temo que esto le d a usted una impresin de Birmania bastante mala. No, no. Es que aqu todo parece tan extrao al principio... Cunto crecen estos matorrales y qu raras me resultan todas esas plantas!... Aqu se pierde uno en un instante. Es sta la selva propiamente dicha? Birmania es selva casi toda ella; un pas verde, pero muy desagradable. Le aconsejo que no ande por esa hierba. Las semillas se le metern dentro de las medias y se introducirn en su piel.
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Dej que la muchacha anduvese delante de l, pues estaba ms tranquilo cuando saba que ella no poda verle la cara. Era alta, esbelta y llevaba un vestido de algodn color lila. Por su manera de andar le (li la impresin de que tena unos veinte aos. Todava no haba visto la cara de la joven. Lo nico que haba notado era que llevaba unas gafas de concha y que su cabello era tan corto como el de l. Nunca haba visto una mujer con el pelo cortado, excepto en las fotos de las revistas. Cuando salieron al maidan, Flory qued al nivel de la joven y ella se volvi para mirarlo. Tena una cara ovalada con facciones bien proporcionadas y delicadas; no era extraordinariamente bonita, pero all, en Birmania, donde todas las inglesas son secas y macilentas, resultaba preciosa. A pesar de que la mancha de su cara quedaba del otro lado, Flory volvi aun ms la cabeza. Le haba producido una intensa sensacin de malestar notar que ella lo estaba mirando. Le pareca sentirse su piel, arrugada en torno a los ojos, como si fuera una herida. Pero record que se haba afeitado 'aquella maana y esto le di valor. Dijo: Comprendo que se encuentre usted un poco fastidiada despus de lo que le ha ocurrido. Quiere venir un momento a mi casa para descansar un poco antes de volver a casa de su to? Adems, es demasiado tarde para estar al sol sin sombrero. Gracias; me parece muy biendijo la muchacha. Flory pens que aun no sabra nada de lo que all estaba bien o mal visto. Es sta su casa? S. Tenemos que dar la vuelta para entrar por la parte de delante. Har que mis criados le den una sombrilla. Este sol es muy peligroso para usted, que lleva el cabello corto. Subieron la senda del jardn. Flo correteaba en torno a ellos y procuraba llamar su atencin. La perra ladraba siempre a los orientales desconocidos para ella, pero le encantaba el olor de los europeos. El sol caa con creciente fuerza. Una oleada de aroma les lleg procedente de las petunias que haba al otro lado del sendero, y una de las palomas se pos en tierra para volverse a elevar en cuanto Flo intent atraparla. Flory y la joven se detuvieron a una, como si se hubieran puesto de acuerdo, para mirar a las flores. Les invadi una ilgica sensacin de felicidad. Crame, debe tener mucho cuidado ce no salir al sol sin sombreroinsisti Flory, y sus palabras le dieron una impresin muy grata de intimidad. Le obsesionaba el cabello corto de ella; le pareca precioso. Hablar de l era para Flory como estarlo tocando. Pero si est sangrando usted por la rodilla! exclam la joven. Se hizo usted eso cuando vena en mi ayuda? En efecto, se le estaba secando en una pierna un diminuto arroyuelo de sangre que le llegaba hasta sus calcetines caquis. No es nada dijo Flory, pero los dos tenan en aquel momento la sensacin de que ese rasguo era muy importante. Empezaron a charlar con extraordinaria fluidez sobre las flores. Dijo la muchacha que adoraba las flores, y l la condujo por el sendero mientras le hablaba nerviosamente de una y otra planta. stas florecen durante seis meses. Todo el sol que les d les viene bien. Creo que aquellas amarillentas son casi del color de la primavera. No he visto una primavera desde hace quince arios, ni tampoco las campanillas de las enredaderas. Aquellas zinias son bonitas, verdad? Parecen flores pintadas con su color de cosa muerta. stas son africanas. Las llaman marigolds vienen de frica. A los hindes les gustan mucho; donde quiera que hayan pasado los hindes se encontrar usted marigolds incluso despus de transcurridos muchos aos, cuando ya n queda ni seal de ellos. Pero quiero que vea usted las orquideas que tengo en la veranda. Algunas parecen enteramente campanas de oro; lo que se dice de oro. Y huelen a miel; casi marean de tan bien como huelen. Es el nico mrito de este horrible pas: sus extraordinarias flores. Supongo que a usted le gustar la jardinera; aqu es nuestro nico consuelo. A m la jardinera me vuelve locadijo la muchacha con entusiasmo. Llegaron a la veranda. Ko S'la se haba puesto a toda pris su ingyi y su mejor gaungbaumg de seda granate y sali de la casa llevando una bandeja con una botella de ginebra, vasos y una caja con cigarrillos. Puso la bandeja sobre la mesa y, mirando a la chica con cierta aprensin, uni las palmas de las manos para hacer la reverencia.
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Supongo que es intil ofrecerle a usted una bebida a est hora de la maana dijo Flory; pero no puedo meterle e la cabeza a mi criado que pueden existir algunas personas que no necesiten beber ginebra antes del desayuno. Y l tambin se sum a los abstemios matutinos rechazando la bebida que Ko S'la le ofreca. La muchacha se sent en la silla de mimbre que el criado le haba preparado al final de la veranda. Las doradas orqudeas de obscuras hojas colgaban pe detrs de su cabeza esparciendo un intenssimo perfume. Flor se apoyaba en la barandilla casi dando cara a la muchacha, pero cuidando de ocultar la mancha. Qu vista tan esplndida se disfruta desde aqu! dijo ella mirando hacia la pendiente de la colina. Verdad? Es esplndida con esta luz amarillenta antes d que el sol pegue demasiado fuerte. Me encanta este sombro color amarillo que tienen el maidan y aquellos rboles dorados (se llaman mohur) y los montes del horizonte que parecen casi negros... Mi campamento est al otro lado de estos montes. La muchacha, que era prsbita, se quit las gafas para mira a lo lejos. Flory not que sus ojos eran de un azul muy claro Y not tambin la suavidad de la piel que le rodeaba los ojos era como un ptalo. Ello le record su propia edad y su arrugado rostro, por lo cual volvi un poco ms la cara hacia el otro lado, pero dijo, obedeciendo a un impulso: Qu suerte que haya venido usted a Kyauktada! No puede usted imaginarse la diferencia que representa para nosotros una nueva cara en sitios como stos despus de pasarnos meses y meses fastidiados unos con otros, sin ver ms gente nueva que algn funcionario que venga de inspeccin o viajeros norteamericanos en busca de material extico para sus cmaras... Me figuro que habr venido usted directamente de Inglaterra, no? Precisamente de Inglaterra, no. Viva en Pars antes de venir aqu. Mi madre era artista, sabe usted? Pars! Es posible que haya vivido usted en Pars? Increble! Una persona que llega directamente de Pars a Kyauktada. En un sitio como ste es muy difcil creer que existen, efectivamente, ciudades como Pars. Le gusta a usted Pars?pregunt la muchacha. Nunca lo he visto. Pero, Dios mo, cmo lo he imaginado! Pars viene a ser en mi mente como un revoltijo de cuadros artsticos y literarios: cafs y bulevares, estudios de artistas, Villon, Baudelaire y Maupassant, mezclados... No podra usted figurarse cmo nos suenan aqu los nombres de esas ciudades europeas... Y vivi usted en Pars? Se sent en los cafs con estudiantes extranjeros de arte bebiendo vino blanco y charlando sobre Marcel Proust? Claro, claro! All es corrientedijo la chica rindose. Qu diferente le ser todo aqu! Aqu no hay vino blanco ni Marcel Proust. En cambio encontrar whisky y Edgar Wallace. Pero si quiere usted libros, quizs encuentre algo que le guste entre los mos. En la biblioteca de nuestro Club no hay ms que porqueras. Claro que yo voy muy atrasado en novedades literarias. Me figuro que usted lo habr ledo todo. No, no. Qu disparate! Pero, desde luego, me encanta leer. Qu alegra para m encontrar a alguien a quien le interesen los libros l Me refiero, claro est, a los libros que merecen ser ledos, no a esa bazofia de las bibliotecas de los clubs. Espero que me perdonar usted por aturdirla con mi charla. Cuando encuentro a alguien que ha odo hablar de los libros, me disparo como el tapn de una botella de champn. Es un defecto que tendr usted que perdonar en estos pases. Por Dios, si a m me encanta hablar de libros! Creo que la lectura es lo ms maravilloso..., quiero decir, qu sera la vida sin leer? Es un... es un... Un aislamiento, un mundo aparte... Se sumergieron en une. impaciente y extensa conversacin, primero sobre libros y luego de caza, por la cual pareca interesarse de verdad la joven y sobre lo que indujo a hablar a Flory. Le produjo un autntico escalofro la descripcin que le hizo l de cmo mat a no elefante tinos aos antes. Flory no se daba cuenta, y quizs tampoco ella, de que era l quien lo hablaba todo. No poda pararse, pues la alegra de hablar constitua para l un placer demasiado grande. Y la muchacha estaba en buena disposicin para escucharle. Despus de todo, la haba salvado del bfalo y no haba llegado a creer an que tan monstruosas bestias pudieran ser inofensivas; de modo que, por ahora, Flory era un hroe a sus ojos. Es
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curioso: cuando uno consigue fama en esta vida suele ser por algo que uno no ha hecho. Aqulla era una de esas ocasiones en que la conversacin fluye con tanta facilidad, tan naturalmente, que se podra seguir charlando toda la vida. Pero de pronto se les evapor el entusiasmo, se sobresaltaron y se callaron de pronto. Se haban dado cuenta de que ya no estaban solos. Al otro extremo de la veranda, por entre los barrotes de la barandilla, los miraba con enorme curiosidad tina cara negra como el carbn y con grandes bigotes. Era el viejo Sammy, el cocinero muc. Detrs de l estaban Ma Pu, Ma Yi, los cuatro hijos mayores de Ko S'la, un nio desnudo a quien no reclamaba nadie y dos viejas que haban bajado a la aldea al saber que haba aparecido una nueva ingaleikma (inglesa). Como estatuas talladas en teca, con enormes cigarros clavados en sus rostros de madera, las dos viejas miraban a la ingaleikma lo mismo que los campesinos de una aldea inglesa podran haber contemplado a un guerrero zul en pleno atavo de batalla. Esa gentedijo la muchacha, inquieta, mirando hacia ellos. Sammy, vindose descubierto, se turb mucho y fingi estarse arreglando su pagri. Los dems se encogieron un poco, excepto las dos ancianas de cara de madera. Vaya frescura!dijo Flory. Le dola que se hubiera estropeado de un modo tan estpido el buen rato que haba estado pasando. En realidad, la muchacha no poda quedarse ms tiempo en su veranda. De pronto ambos recordaron que eran absolutos desconocidos. Y ella se ruboriz. Se puso las gafas de nuevo. Ya me figuro que una muchacha inglesa ser una gran novedad para esta gentedijo Flory. Pero son inofensivos Fuera, fuera de aqu!dijo irritado, agitando una mano en direccin a los intrusos. Si no le importa, debo marcharmedijo ella, levantndose. He estado fuera mucho tiempo. Se estarn preguntando qu me ha pasado. Es muy temprano. Cree usted que estarn preocupados ya? No quiero que se vaya usted a casa sin ponerse algo en la cabeza. En realidad, tengo... empez a decir. Se interrumpi mirando a la puerta de entrada al interior de la casa. Ma Hla May apareci en la veranda. Ma Hla May se adelant con una mano en la cadera. Haba salido de la casa con un aire tranquilo que revelaba su derecho a estar all. Las dos mujeresdos muchachasse miraban, muy cerca la una de la otra. Era un contraste muy violento. Una de ellas, del color de la flor del manzano; la otra, obscura, con un brillo casi metlico en su cilindro de cabello caoba y con la llamativa seda salmn de su longyi. Flory pens que nunca se haba fijado en lo obscura que era la cara de Ma Hla May y de lo recto que tena el cuerpo, como el de un soldado, a excepcin de las curvas de sus caderas, que parecan las de un jarrn. Apoyado en la barandilla contemplaba a las dos jvenes. Durante ms de un minuto ambas se siguieron mirando fijamente y no se podra decir a cul de las dos le pareca ms grotesco e increble el espectculo. Ma Hla May se volvi para mirar a Flory. Haba fruncido sus cejas finas, que parecan lneas dibujadas a lpiz. Quin es esta mujer? le pregunt con voz profunda. En vez de contestarle, Flory se dirigi a ella como a una criada. Vete ahora mismo. Si me sigues fastidiando coger luego un bamb y te dar un vapuleo que no te dejar sana ni una costilla. Ma Hla May vacil, se encogi de hombrossus pequeos hombros brillantesy desapareci. La blanca, mientras la vea alejarse, pregunt con curiosidad: Era un hombre o una mujer? Una mujerdijo Flory. Es una de las mujeres de los criados, me parece. Vino a preguntar algo sobre el lavado de la ropa.
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Es posible que sean as las mujeres birmanas? Qu criaturas tan extraas! Vi muchas de ellas viniendo hacia ac en el tren, pero, sbe usted?, cre que todas ellas eran muchachos. Verdad que parecen muecas holandesas? Se diriga hacia los peldaos de la veranda. Haba perdido ya todo inters por Ma Hla May. Flory no la detuvo porque crea que Ma Hla May era muy capaz de volver y armar un escndalo. Aunque tampoco le hubiese importado mucho, porque ninguna de las dos saba ni una palabra del idioma de la otra Llam a Ko S'la y ste lleg corriendo con una gran sombrilla de seda engrasada, cercada por finos bambes. La abri respetuosamente al pie de la escalinata y cubri con ella la cabeza de la joven mientras descendan. Flory la acompa hasta la puerta. All se detuvieron para darse la mano. Flory mantena la cabeza ladeada para ocultar su mancha. Este hombre la acompaar a su casa. Ha sido usted muy amable entrando un rato. No puedo expresarle cunto me he alegrado de conocerla. Con usted aqu, ser muy diferente para nosotros la vida en Kyauktada. Adis, seor... ; Qu divertido, ni siquiera s su nombre!... Flory. John Flory. Y usted? La seorita Lackersteen, no?... S. Elizabeth. Adis, seor Flory. Y muchsimas gracias. Aquel bfalo tan horrible... Me salv usted la vida. No he tenido ningn mrito. La ver a usted en el Club esta tarde? Creo que sus tos irn. Entonces, adis por ahora. Se qued junto a la puerta vindola alejarse. Elizabeth, un nombre precioso. Sobre todo, si lo escriba con zeta. Ko S'la trotaba detrs de ella de un modo absurdo manteniendo la sombrilla sobre la cabeza de la blanca y con el cuerpo lo ms lejos posible de ella. Sopl una brisa fresca. Era un de esos vientecillos que se presentan a veces en Birmania, procedentes de no se sabe dnde y que le llenan a uno de sed y le hacen aorar paisajes marinos, frescos estanques, abrazos de sirena, cascadas, cuevas de hielo... Mova las amplias copas de los dorados rboles mohur y arrastraba los fragmentos de la carta annima que Flory haba tirado por encima de la cerca, media hora antes. VII ELIZABETH estaba tendida en el sof del saln de los Lackersteen. Tena los pies apoyados en el brazo del sof y la cabeza levantada con un cojn. Lea Esa gente encantadora, la novela de Michael Arlen. En general, su autor favorito era Michael Arlen, pero cuando se senta inclinada a las cosas serias prefera a William J. Locke. La sala era una habitacin fresca pintada en tonos claros. Aunque espaciosa, pareca ms pequea de lo que era, a causa de un exceso de mesas y cacharros de cobre de Benares. Ola a chintz y a flores marchitas. La seora Lackersteen estaba arriba, durmiendo. Fuera, los criados dormitaban en sus cuartos. Era la hora inmvil de la siesta. Probablemente el seor Lackersteen estara tambin durmiendo en su pequea oficina de madera, camino abajo. Los nicos que se movan eran Elizabeth y el chokra que tiraba del punkah por fuera del dormitorio de la seora Lackersteen. Para hacer su trabajo ms cmodo estaba tumbado de espaldas en el suelo y mova el enorme abanico metiendo un pie por la lazada hecha al final de la cuerda. Elizabeth acababa de cumplir los veintids aos, y era hurfana. Su padre haba sido menos borracho que el to Tom, pero era hombre del mismo cuo. Comerciaba en t y los asuntos no le salan siempre bien. Lo mismo ganaba mucho que nada, pero era demasiado optimista para ahorrar dinero en las etapas de prosperidad. La madre de Elizabeth haba sido una mujer incapaz, gris, y que siempre se estaba lamentando. Eluda todos los deberes normales de la vida con el pretexto de que eso no era para una mujer de su gran sensibilidad (una sensibilidad de que ella careca en absoluto). Despus de pasar muchos aos preocupada por el sufragio de las mujeres y por las altas cuestiones intelectuales, y de haber intentado en vano escribir algo que pareciese literatura, se haba dedicado por ltimo a pintar. La pintura es el nico arte que puede ser practicado sin talento y sin trabajar apenas. La pose de la seora Lackersteen era la tpica del artista exilado entre los filisteos, es decir, el espritu incomprendido por los seres bastos (entre los cuales, naturalmente, se inclua su esposo). Esta actitud le permita fastidiar casi ilimitadamente a todo el mundo.
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En el ltimo ao de la primera guerra mundial, el seor Lackersteen, que se las haba arreglado para no ir al frente, reuni mucho dinero, y poco despus del armisticio se mudaron a una casa enorme y bastante lgubre de Highgate, rodeada de invernaderos, cuadras y campos de tenis. El seor Lackersteen haba tomado un batalln de criados, e incluso, en su desenfrenado optimismo, un mayordomo. Enviaron a Elizabeth durante dos cursos a una escuela muy cara. Qu alegra, qu inolvidable alegra la de aquellos dos cursos! Cuatro de las muchachas que estudiaban en aquella escuela tenan el ttulo de honorable. Casi todas ellas posean ponies en los que podan cabalgar los sbados por la tarde. En la vida de cualquiera hay siempre un perodo breve en el cual se fija el carcter; en la vida de Elizabeth fu su estancia en la escuela, durante la cual se code con las chicas de elevada posicin. De all en adelante todo su cdigo de vida habra de resumirse en una creencia muy sencilla: que lo b `ano (que ella llamaba lo encantador) es sinnimo de lo caro, elegante y aristocrtico; y que lo malo (bestial) es lo barato, mal vestido, socialmente bajo y obligado a trabajar. Es posible que las escuelas caras de seoritas se hayan creado para inculcar este credo; tal sentimiento se fu sutilizando a medida que Elizabeth se haca mayor y lleg a impregnar todos sus pensamientos. Todo lo de este mundo, desde un par de medias hasta un alma humana, lo clasificaba ella como adorable o bestial. Desgraciadamente, y en vista de que la prosperidad del seor Lackersteen fu pasajera, lo que predomin en su vida fu lo bestial. La inevitable quiebra ocurri en 1919. Sacaron a Elizabeth de la elegante escuela para que continuara su educacin en una serie de establecimientos de enseanza baratos, con lagunas de uno o dos cursos cuando su padre no poda pagar. El seor Lackersteen muri cuando Elizabeth tena veinte aos, y a la viuda no le qued ms que una renta de 150 libras al ao que haba de terminarse al morir ella. Las dos mujeres no podan vivir en Inglaterra con tres libras a la semana. Se trasladaron a Pars, donde la vida era ms barata y donde la seora Lackersteen pensaba dedicarse por completo al arte. Pars! Vivir en Pars! Flory no haba acertado a imaginar aquellas interminables conversaciones con artistas barbudos bajo los rboles de los bulevares. La vida de Elizabeth en Pars haba sido bastante distinta. Su madre haba alquilado un estudio en el barrio de Montparnasse y se dedic a cultivar el ocio. Era tan disparatada en sus gastos que el dinero no le duraba nada, y durante varios meses Elizabeth no tuvo ni siquiera lo suficiente para comer. Entonces encontr un empleo como profesora de ingls en la familia de un banquero All la llamaban ntre miss anglaise. El banquero viva en el 12. arrondissement, a mucha distancia de Montparnasse, y Elizabeth haba alquilado una habitacin en una pensin cercana. Era una calle estrecha, y la casa, de fachada amarillenta y vieja, tena en la planta baja una pollera. En la puerta de al lado haba un caf lleno de moscas que se llamaba Caf de l'Amiti. Bock formidable. Cunto haba odiado Elizabeth aquella pensin! La patrona era una harpa que se pasaba la vida subiendo y bajando de puntillas las escaleras con la esperanza de sorprender a las huspedes lavndose las medias en los lavabos. Casi todas ellas eran viudas biliosas y criticonas que perseguan al nico hombre de la casa, un tipo calvo y melifluo que trabajaba en La Samaritaine. Parecan gorriones disputndose una miga de pan. En las comidas todas ellas se vigilaban mutuamente los platos para ver si a alguna le servan ms. El cuarto de bao era una especie de cueva obscura con paredes desconchadas y tuberas cubiertas de moho que soltaban un chorrito de agua tibia y de pronto se negaban a funcionar ms. El banquero- en realidad era el gerente de un Banco a cuyos hijos enseaba el ingls Elizabeth- era un hombre de cincuenta aos con una cara grasienta y una calva amarillenta que pareca un huevo de avestruz. Al segundo da de ir all la joven, entr en la habitacin donde estaban dando clase sus hijos, se sent junto a Elizabeth y le pellizc un brazo. Al tercer da le di un pellizco en la pantorrilla (cada vez uno slo) ; al cuarto da, detrs de la rodilla; y al quinto, por encima de sta. Despus, todas las tardes se produca tina silenciosa batalla entre los dos mientras Elizabeth trataba de apartar de sil cuerpo aquella asquerosa mano. Era una insistencia repugnante y mezquina. En verdad, lleg a un nivel de repugnancia que Elizabeth no haba podido sospechar que existiera. Pero lo que ms la deprima, lo que la llenaba de asco, era el estudio de su madre. La seora Lackersteen era tina de esas personas que se derrumban en cuanto se ven privadas de servidumbre. Viva en una incesante pesadilla entre la pintura y las labores domsticas y nunca trabajaba ni en lo uno ni en lo otro. De vez en cuando iba a una escuela donde pintaba grisceas naturalezas muertas orientada por un profesor cuya tcnica se fundaba en los pinceles sucios. El resto del tiempo lo pasaba desesperada en casa trajinando intilmente con teteras y sartenes. El aspecto de su estudio era ms que deprimente para Elizabeth; casi satnico: un lugar fro, polvoriento, con algo de porquera, atiborrado con pilas de libros y papeles tirados por el suelo, con varias generaciones de sartenes que dorman con su vieja
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grasa en la mohosa estufa, la cama que se pasaba deshecha todo el da, y por todas partes latas de trementina y jarros medio llenos de t fro. Bastaba levantar un cojn de un silln para encontrar debajo algn plato con los restos de un huevo frito. En cuanto Elizabeth entraba en aquel antro, estallaba su indignacin Mam, mam, cmo puedes vivir as? Hay que ver cmo tienes la habitacin! Qu espanto vivir as! La habitacin, querida mia? Qu le pasa? Acaso la encuentras desarreglada? Desarreglada! Pero, mam, qu necesidad tienes de dejar ese plato de porridge en medio de tu cama? Y esas sartenes. Qu horror! Figrate que entrase alguien ahora. En esos momentos tomaba el rostro de la seora Lackersteen la expresin casi sobrenatural que adoptaba siempre que algo parecido al trabajo era nombrado ante ella. A ninguno de mis amigos le importara, querida. Somos verdaderos bohemios. No olvides que somos artistas, seres superiores. T no puedes saber hasta qu punto estamos protegidos por nuestro arte. T no tienes temperamento de artista. Qu se le va a hacer! Procurar limpiar estas sartenes, por lo menos. No puedo soportar verte vivir as. Y qu has hecho de la escoba? La escoba? Deja que lo piense... S, recuerdo haberla visto por aqu alguna vez. Ah, s, la us para limpiar la paleta. Pero quedar muy bien si la limpias con trementina. La seora Lackersteen se sentaba y segua dibujando con sii lpiz Cont mientras Elizabeth trabajaba. Qu maravillosa eres, querida! Eres tan prctica! No s de quin lo has heredado. Para m, en cambio, el arte lo es todo. Lo siento dentro de m como si fuera un inmenso mar. Barre todo lo mezquino de la existencia. Ayer almorc poniendo la comida sobre tina revista para no tener que perder luego el tiempo fregando los platos. Fu tina idea estupenda! Cuando quieres un plato nuevo te basta romper una hoja y ya est... Elizabeth no tena amigos en Pars. Los de su madre eran mujeres del mismo tipo que ella o viejos solteros que vivan de pequeas rentas y practicaban insignificantes semi-artes, como pintura sobre porcelana o grabado en madera. Elizabeth no vea en ellos ms que extranjeros, y a ella todos los extranjeros en bloque le parecan despreciables, por lo menos los hombres, con sus trajes tan baratos y sus modales de mesa tan poco elegantes. Por aquel tiempo tuvo una gran satisfaccin. Fu a la biblioteca norteamericana y hoje las revistas ilustradas. A veces, los domingos o alguna tarde libre, se sentaba en la mesa de la biblioteca, una enorme y brillante mesa, y tena ensueos de grandeza estimulados por el Sketch, el Tatler, el Graphic, el Sporting and Drainatic. Qu mundo de maravilla el que reflejaban aquellas fotos! Jaura de galgos en la pradera de Charlton Hall, la adorable mansin que posee en el Warwickshire lord Burrodean. El Honorable mster TykeBowlby en el parque con su esplndido caballo Nublan-Khan, que gan el segundo premio este verano en Cruft. Tomando baos de sol en Cannes. De izquierda a derecha: Miss Brbara Pilbrick, sir Edward Tuke, lady Pamela Westrope y el capitn Tuppy Benacre. Mundo dorado y adorable, cien veces adorable! En ocasiones el rostro de alguna antigua compaera de colegio sorprenda a Elizabeth desde las pginas de la revista. El corazn le daba un salto al verlo. All estaban sus antiguas compaeras con sus caballos, automviles y sus esposos; y aqu estaba ella, atada a aquella repugnante tarea, a aquella pensin repugnante y a su insoportable madre. Sera posible que no hubiese escapatoria? Estara condenada para siempre a tan srdida mezquindad sin esperanzas de volver nunca al mundo decente? No era de extraar que, con el ejemplo de su madre ante los ojos, sintiera Elizabeth un desprecio tan grande por el arte. En realidad, cualquier exceso espiritual tenda a parecerse, para ella, a lo repugnante y hablaba de estas cosas como de una enfermedad. Para Elizabeth, todo ello era cerebralismo. La gente verdadera, es decir, las personas decentes, las que cazaban patos, posean caballos de carreras y viajaban en yate, no eran intelectuales. No se les ocurrira nunca esa idiotez de escribir libros y andar con pinceles, ni tendran esas ideas tan raras de que hablaban las revistas cerebrales. En su vocabulario, cerebral era un terrible insulto. Y cuando le ocurri un par de veces en su vida conocer a un verdadero artista que prefera trabajar sin compensacin econmica en su arte antes que venderse a un Banco o a una compaa de seguros, lo despreciaba aun ms que a los intiles del crculo de
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su madre. Para ella, el hecho de que un hombre sacrificase todas las cosas slidas y decentes para dedicarse a esas tonteras que no sirven para nada, era vergonzoso, degradante y esencialmente malo. Le asustaba quedarse soltera, pero lo prefera mil veces a casarse con un hombre de esa ralea. Cuando Elizabeth hubo pasado cerca de dos aos en Pars, su madre muri de repente. Elizabeth qued en este mundo con cien libras por todo capital. Sus tos le cablegrafiaron en seguida desde Birmania invitndola a irse con ellos y dicindole que le escriban en seguida. La seora Lackersteen pens mucho lo cine iba a escribirle. Mordisqueando la pluma miraba la blanca hoja de papel fijamente. Pareca una serpiente meditabunda, con su fino rostro triangular. Entonces, la tendremos aqu un ao por lo menos. Qu fastidio! Menos mal que la mayora de las que vienen por estos pases se suelen casar antes del ao si no son demasiado feas. Qu le digo, Tom? Pues... dile que pescar marido aqu mucho antes que all Algo as, comprendes? Querido Tom! Dices unas cosas... La seora Lackersteen se decidi por fin a escribir. Desde luego, ste es un puesto colonial de muy poca importancia y nos pasamos en la selva casi todo el tiempo. Temo que lo encuentres aburridsimo despus de las delicias de Pars. Pero en cierto modo, estos lugares apartados tienen sus ventajas pare una chica joven como t. En seguida se convierte en la reina de la sociedad local. Los solteros estn tan desesperados de si soledad que les parece una maravilla poder charlar con un< muchacha... Elizabeth se gast treinta libras en vestidos de verano y se embarc inmediatamente. El barco cruz el Mediterrneo luego el canal de Suez sobre unas aguas de un azul barnizado y luego penetr en las verdes inmensidades del Ocano Indico donde grandes manadas de peces voladores saltaban con pnico ante la proximidad del barco. Por la noche las aguas fosforescan y la proa del buque semejaba una punta de lanza de fuego verde A Elizabeth le pareci adorable la vida a bordo. Le entusiasmaba bailar por las noches, beberse los ccteles que todos lo hombres que hacan con ella la travesa rivalizaban en ofrecerte y practicar los juegos en cubierta, de los que se cans casi a mismo tiempo que los dems jvenes que hacan el viaje. Ni Pareca importarle mucho que su madre hubiera muerto hacia slo dos meses. Nunca haba sentido gran afecto por su madre y adems los pasajeros no saban ni una palabra de su vida Despus de aquellos dos aos desgraciados era adorable res Pirar de nuevo el aire de la riqueza. No es que toda esta gente fuera rica, pero a bordo de uno de estos barcos todos se conducen como si estuvieran acostumbrados a la vida elegante. Elizabeth pens que la India le iba a gustar mucho. Se haba formado una idea de la India por lo que le contaban los otros pasajeros; e incluso haba aprendido algunas de las palabras ms necesarias en indostan ; por ejemplo : idher ao, jalde, sahiblog etctera. Por anticipado se complaca en la agradable atmsfera de los clubs con el abanicar de los punkah y los criados des calzos con turbantes blancos haciendo constantemente respetuosas reverencias; y le pareca ver los maidans donde los bronceados ingleses, con bigotitos distinguidos, siempre bien recortados, galopaban de un lado a otro jugando al polo. Esa manera de vivir los ingleses en la India equivala a ser muy ricos, aunque no lo fuesen. Desembarcaron en Colombo en unas aguas de un verde brillante. Una flotilla de sampans llegaron al encuentro del barco impulsados por individuos de rostro como el carbn y labios muy rojos. Chillaban y se agitaban en torno a la pasarela mientras los pasajeros descendan. Cuando Elizabeth y sus amigos desembarcaron, dos conductores de sampans los llamaron a gritos No se embarquen con l! Con l, no! Nombre malo no propio para llevar seorita. No escuche sus mentiras, seorita! Hombre muy malo!, La engaar como todos los nativos. Ja, ja! No es un nativo; es hombre europeo, seorita. Dejen ya de pelearse o tirar al agua a uno de ustedes dijo el marido de una amiga de Elizabeth, un plantador. Se embarcaron en uno de los sampans, que los llev a los muelles relucientes de sol. ste era el Oriente. Aromas de aceite de coco y madera de sndalo, canela y otras especias flotaban sobre el agua en aquel aire caliente. Los amigos de Elizabeth la llevaron al monte Lavinia, donde se baaron en una ensenada cuyas aguas parecan cocacola caliente. Volvi al barco por la noche y ste entr en Rangn una semana despus.
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Al norte de Mandalay, el tren, alimentado con lea, se fue arrastrando a doce millas por hora por una inmensa llanura. De vez en cuando, una pagoda blanca se elevaba en el llano como un pecho de un gigante yacente. La temprana noche tropical borraba el paisaje y el tren segua lentamente su camino, parndose en estaciones diminutas a cuyo alrededor, y en la ms densa obscuridad, sonaban brbaros alaridos. Hombres medio desnudos, con sus largas cabelleras atadas detrs de la cabeza en un tosco nudo, se movan a la luz de las antorchas. A Elizabeth le parecan demonios. Luego penetr el tren en la selva y las ramas araaban los cristales de las ventanillas. Eran las nueve de la noche cuando llegaron a Kyauktada, donde esperaban a Elizabeth su to y su ta en el auto del seor Macgregor. Les acompaaban varios criados con antorchas. La seora Lackersteen abraz a su sobrina. Supongo que eres nuestra sobrina Elizabeth. No sabes cunto nos alegramos de verte. Y la bes. El seor Lackersteen miraba a la recin llegada por encima del hombro de su mujer, a la luz de una antorcha. Di un silbido y exclam Vaya mujer que te has hecho! y la bes con ms entusiasmo del necesario, pens Elizabeth. Ella no los haba visto en su vida a ninguno de los dos. Despus de cenar, Elizabeth y su ta charlaron extensamente. Mientras, su to se paseaba por el jardn. Dijo que deseaba oler los frangipani, pero, en realidad, lo que deseaba era beber un buen vaso de whisky que uno de sus criados le haba llevado subrepticiamente a la parte trasera de la casa. Querida, ests encantadora) Djame verte biendijo la seora Lackersteen sujetando a su sobrina por los hombros-. Creo que el pelo corto te sienta bien. Te lo han hecho en Pars? S. All todas llevan el pelo a lo Eton. Cuando se tiene la cabeza pequea, sienta muy bien. Qu encanto! Y esas gafas de concha..., qu moda tan buena! Me han dicho que todas las... demimondaines de Sudamrica llevan gafas como sas. No tena ni idea de que mi sobrina era una belleza tan arrebatadora. Qu edad me dijiste que tenas, querida? Veintids aos. Veintids! Qu impresin les vas a hacer maana a todos los hombres que te vean en el Club! Los pobrecillos estn muy solos y nunca ven una cara nueva. Estuviste dos aos en Pars? No comprendo cmo te han dejado escapar sin casarse contigo. No he tratado a muchos hombres, ta. Slo extranjeros_ Hemos llevado una vida muy apartada. Adems, tuve que trabajaraadi como si confesara una vergonzosa falta. Claro, clarosuspir la seora Lackersteen; por todas partes se oye lo mismo: muchachas encantadoras que se ven obligadas a trabajar para ganarse la vida. Qu vergenza! Me Parece que los hombres son hoy de un egosmo espantoso; son capaces de quedarse solteros, cuando hay tantas pobres chicas buscando marido. No crees? Elizabeth no respondi a esto, por lo que su ta hubo de aadir con un nuevo suspiro: Estoy segura de que si yo fuera joven y estuviera soltera me casara con cualquiera, lo que se dice cualquiera. Las dos mujeres se miraron fijamente. La seora Lackersteen deseaba decir mucho ms, pero no crea conveniente hacerlo directamente. As, gran parte de aquella conversacin consisti en alusiones. Sin embargo, su sobrina la entenda perfectamente cuando le deca, en un tono impersonal, como si estuviera tratando de un asunto muy general: Desde luego hay casos en que si la muchacha no se casa es por su culpa. Incluso aqu ha ocurrido. No hace mucho tiempo pas un ao una joven con su hermano y se le declararon, con serias ofertas de matrimonio, hombres de todas clases: policas; oficiales de la selva, empleados de empresas madereras con un gran porvenir. Pues bien, los rechaz a todos; quera casarse con alguien del l. C. S., segn me dijeron. Qu poda esperarse despus de esa actitud? Su hermano no iba a mantenerla toda la vida. Pues bien, ahora est en Inglaterra la pobre trabajando como dama de compaa de una seora; en resumidas cuentas, es una criada. Y sabes lo que gana? Quince chelines a la semana! No te parece horroroso que pueda ocurrirle esto a una chica joven y bonita? Horroroso! repiti Elizabeth como un eco.
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No hablaron ms del asunto. A la maana siguiente, cuando volvi Elizabeth de su excursin, les cont a sus tos su aventura. Estaban desayunando en la mesa llena de flores mientras el punkah los abanicaba lentamente por encima de sus cabezas, y el mayordomo musulmn, que pareca una cigea con su alta y desgarbada estatura, los serva vestido de blanco. Se quedaba con la bandeja en la mano, detrs de la silla de la seora Lackersteen. Ah, ta, se me olvidaba una cosa muy interesante. Al final apareci en la veranda una muchacha birmana. No haba visto ninguna todava, por lo menos sabiendo que se trataba de una mujer; me pareci rarsima, algo as corno una mueca. No tendra ms de diecisiete aos. El seor Flory dijo que era su lavandera. El largo cuerpo del mayordomo indio se puso rgido. Mir a la muchacha inglesa girando lentamente el blanco de sus ojos, que contrastaban con lo sombro de su tez. Hablaba bien el ingls. El seor Lackersteen dej de comer y se qued con la boca abierta. Lavandera? pregunt . Lavandera! En esto hay algn error. En todo el pas no hay ninguna lavandera. Esa tarea la hacen aqu los hombres. En realidad... Y entonces se interrumpi, casi como si alguien le hubiera pisado el pie por debajo de la mesa. VIII AQUELLA tarde Flory le dijo a Ko S'la que llamase al barbero. Era el nico que haba en Kyauktada y se ganaba la vida afeitando a los cooles hinds a razn de ocho annas al mes por un afeitado en seco un da s y otro no. Los europeos tambin lo utilizaban, por falta de otro. El barbero esperaba en la veranda cuando Flory regres de jugar al tenis y Flory esteriliz las tijeras con agua hirviendo y un poco del lquido desinfectante Condy. Quera tambin pelarse. Cuando termin, le dijo a Ko S'la: Saca mi mejor traje palm-beach y una camisa de seda, y mis zapatos de piel de sambhur. Ah! Y tambin la corbata nueva, esa que me mandaron de Rangn la semana pasada. Ya lo hice, thakin. Me vestir yo mismo. Puedes marcharte. Iba a afeitarse por segunda vez aquel da y no quera que Ko S'la pudiera llevar al cuarto de bao las cosas de afeitar. Pens que haba sido una buena suerte la ocurrencia de encargar una corbata nueva. Se visti con gran cuidado y pas casi un cuarto de hora cepillndose el cabello, que era muy crespo y se rebelaba cada vez que lo cortaban. Poco despus iba andando junto a Elizabeth por la carretera del bazar. La haba encontrado sola en la biblioteca del Club y con un sbito arranque de valor le haba rogado que le permitiese llevarla a dar un paseo. Elizabeth accedi con una rapidez que a l le asombr. Ni siquiera se detuvo a decirles nada a sus tos. Flory llevaba tanto tiempo en Birmania que haba olvidado por completo las costumbres sociales inglesas. Haba ya mucha obscuridad en el camino del bazar. El follaje ocultaba la luna creciente, pero las estrellas se dejaban ver por los huecos. Brillaban lechosas y parecan muy bajas, como lmparas colgadas de hilos invisibles. Sucesivas oleadas de aroma embriagador llegaban hasta ellos. Primero la dulzura de los frangipani, luego una rfaga ptrida y fra procedente de las chozas que haba enfrente del bungalow del doctor Veraswami. A poca distancia palpitaban los tambores. Al orlos record Flory que, camino abajo y a no mucha distancia, se estaba celebrando un pwe, frente a la casa de U Po Kyin. En realidad, era el propio U Po Kyin quien haba preparado la fiesta, aunque la pagaba otro. A Flory se le ocurri una idea atrevida. Llevara a Elizabeth al pwe! Le gustara. Estaba seguro de que le gustara: nadie puede resistir los contagiosos efectos de una danza pwe. Probablemente se armara un escndalo entre los socios del Club cuando ellos dos volvieran despus de una ausencia tan prolongada; pero, qu diablos importaba? Elizabeth era una persona muy diferente de aquel rebao de estpidos que constituan el Club. Y sera tan divertido ir juntos al pwe... En aquel momento la primitiva msica estall en un horrible estruendo: estridentes sonidos de flauta, un castaeteo de crtalos enormes y el obsesionante tam-tam de los tambores. Y, sobre todo ello, sobresala la voz formidable de un hombre.
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Qu ruidos son sos?dijo Elizabeth, asombrada. Parece una orquesta de jazz-band. Es una banda indgena. Estn celebrando un pwe, una especie de representacin teatral birmana mezcla de drama histrico y de revista musical, aunque esto parezca raro. Creo que le interesara a usted verlo. Es aqu mismo, dando la vuelta al final de este camino. Ah ! dijo ella, vacilante. Torcieron el recodo y de pronto les ilumin un gran resplandor. Un gran trozo del camino estaba bloqueado por el pblico que presenciaba el pwe. Al fondo haba una especie de escenario, iluminado por unas silbantes lmparas de petrleo. Enfrente estaba la orquesta y en el escenario dos hombres, con atavo que le recordaban a Elizabeth las pagodas chinas, tomaban hierticas actitudes. Llevaban grandes espadas en las manos. Entre el pblico abundaban las mujeres con sus vestidos de muselina blanca, unos pauelos colorados echados por los hombros y sus cilindros de cabello negro. Algunas estaban tumbadas en sus esterillas, medio dormidas. Un viejo chino, con una gran bandeja de nueces, circulaba por entre la multitud pregonando lgubremente Myaype! Myaype! Si quiere usted nos quedamos unos momentosdijo Flory. La deslumbrante luz de las lmparas y el estruendo de la orquesta haban dejado pasmada a Elizabeth, pero lo que la asombr ms fu aquella multitud sentada en plena carretera como si fuera el patio de butacas de un teatro. Representan siempre sus comedias en medio del camino' dijo. Casi siempre. Instalan un escenario provisional y lo quitan por la maana. La funcin dura toda la noche. Pero es posible que les permitan bloquear de esta forma una carretera? S. Aqu no hay cdigo de la circulacin. Ni tampoco hay circulacin, por supuesto. Aquello le pareca muy raro a la joven. Casi todo el pblico se haba vuelto ya en sus esterillas para contemplar a la ingaleikma. En medio de la multitud haba media docena de sillas donde se haban sentado los empleados. U Po Kyin estaba entre ellos y se esforzaba ahora en retorcer su elefantisico cuerpo para saludar a los dos europeos. Al detenerse la msica, Ba Taik se acerc a ellos e hizo una reverencia ante Flory con su aire temeroso. Mi santsimo amo, mi seor U Po Kyin te ruega que vengas con la joven dama blanca a ver nuestro pwe unos minutos. Tienes sillas para ti y para la dama. Nos invitan a sentarnosle dijo Flory a Elizabeth. Qu le parece? Creo que lo pasaramos bien. Ahora esos dos tipos que estn en el escenario se retirarn y habr una danza. No le aburrir mucho verla unos minutos? Elizabeth no saba qu hacer. No le pareca muy bien ni siquiera segurometerse entre aquella maloliente masa de indgenas. Sin embargo confiaba en Flory, que seguramente sabra lo que haba de hacerse en estos casos, y le permiti que la condujese hasta donde estaban las sillas. Los birmanos les hicieron sitio sin dejar de mirarlos y de charlar. Sus pieles humedecan de sudor las toscas muselinas. U Po Kyin se inclin lo mejor que pudo ante Elizabeth y dijo con su voz nasal: Hgame el honor de sentarse, seora! Es para m una gran honra conocerla. Buenas tardes, seor Flory! Ha sido un placer inesperado. Si hubiramos sabido que bamos a ser honrados con la presencia de tan distinguidas personas, habramos trado whisky y otras bebidas europeas. Ja, ja! Al rerse, le brillaban sus dientes enrojecidos por el betel. Elizabeth retrocedi instintivamente ante la repugnante masa de carne. Un jovencito esbelto, vestido con un longyi prpura, e inclinaba ahora ante ella y le presentaba una bandeja con dos vasos de una bebida helada de color amarillento. U Po Kyin bati palmas enrgicamente y grit: Hey haung galay! , llamando a un muchacho que estaba muy cerca de l. Le di algunas rdenes en birmano y el chico se dirigi al escenario. Est dicindole que saquen a la mejor bailarina en nuestro honordijo Flory. Mire usted, ah est.
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Una muchacha que haba estado sentada al fondo del escenario fumando, se adelant hasta las candilejas. Era muy joven, casi sin pecho, y se cubra con un longyi de satn azul plido que le caa hasta los pies. Las faldas de su ingyi se abultaban a la altura de las caderas en forma de pequeas cestas, segn la antigua moda birmana. Eran como los ptalos invertidos de una flor. Tir con languidez su cigarro a uno de los hombres de la orquesta, y luego, tendiendo uno de sus delgados brazos, empez a retorcerlo como si quisiera soltarse los msculos. La orquesta estall en una sbita algaraba. Haba unos instrumentos que parecan gaitas, otro muy extrao consistente en unas placas de bamb que un individuo golpeaba con un martillito, y en medio estaba un hombre rodeado por doce tambores de diferentes tamaos. Con gran habilidad iba de uno a otro parche utilizando tanto el martillo como el revs de la mano. La muchacha haba empezado a bailar. Pero al principio no era un baile propiamente dicho, sino una serie de movimientos rtmicos a base de retorcer los brazos. Su manera de girar el cuello y los codos recordaba a los movimientos de una mueca articulada, y, sin embargo, resultaban increblemente sinuosos. Sus manos, que con los dedos unidos giraban como cabezas de serpiente, se doblaban hacia atrs hasta casi tocar el antebrazo con el revs de los dedos. Poco a poco se fueron acelerando sus movimientos. Empez a saltar de un lado a otro dejndose caer cada vez con una especie de reverencia para incorporarse en seguida con extraordinaria agilidad. Todos esos movimientos parecan imposibles de realizar con el largo longyi que le trababa los pies. Despus bail en una postura grotesca como si estuviera sentada. Doblaba las rodillas e inclinaba el cuerpo hacia adelante, con los brazos extendidos y movindolos a todo lo largo. A la vez, tambin se mova su cabeza al ritmo de los tambores. La msica se aceleraba por momentos. La bailarina se puso muy derecha y comenz a girar como un trompo de modo que las cestas de su ingyi se elevaban como ptalos agitados por el viento. Luego se detuvo la msica tan repentinamente como haba empezado y la bailarina salud con una reverencia entre los roncos gritos de la multitud. Elizabeth haba contemplado este baile con una mezcla de asombro, aburrimiento y algo que se acercaba al horror. Se haba tomado ya la bebida que le ofrecieron y a la que encontr un gusto como de tnico para el cabello. A sus pies, tres muchachas birmanas se haban dormido en una esterilla con sus cabezas en la misma almohada. Tenan sus tres caritas, de valo perfecto, muy juntas. Parecan unos gatitos recin nacidos. Bajo la chirriante capa de la msica, Flory le hablaba a Elizabeth al odo. Comentaba la danza Ya saba que esto le interesara a usted; por eso la traje aqu. Usted ha ledo los libros buenos y ha vivido en sitios civilizados. No es como el resto de nosotros, que somos casi unos salvajes. No le ha parecido muy interesante lo que hemos visto? Los movimientos de esa chica recuerdan a los de una marioneta y sus brazos se doblan como imitando a una serpiente dispuesta a caer sobre su vctima. Es grotesco e incluso feo, pero es una fealdad, como si dijramos, artstica. Adems, hay algo de siniestro en esta danza. Parece diablico, pero, si se observa detenidamente, cuntos siglos de cultura hay detrs de todo ello! Hasta el ms mnimo de los movimientos que hace esta muchacha ha sido estudiado y transmitido a travs de innumerables generaciones. Siempre que se contempla el arte de estos pueblos orientales se puede ver que hay en l una civilizacin que se repite hacia atrs, siglo tras siglo, siempre la misma, hasta perderse en lo ms remoto. En cierto modo y esto no se puede definir con palabras, toda la civilizacin, la vida y el espritu de Birmania estn resumidos en la manera de mover los brazos esa bailarina. Vindola, vemos tambin los arrozales, las aldeas rodeadas de rboles de teca, las pagodas, los sacerdotes con sus hbitos amarillos, los bfalos cruzando los ros al amanecer, el palacio de Thibaw... Se interrumpi bruscamente, a la vez que la msica. Haba cosas (y una danza pwe era tina de ellas) que le impulsaban a hablar oratoriamente y sin medida; pero esta vez se di cuenta de que haba estado hablando como un personaje de novela, y no buena. Mir a lo lejos. Elizabeth le haba escuchado con gran inquietud. De qu estara hablando aquel hombre?, pens. Adems, haba sorprendido la odiosa palabraArtems de una vez. Record que Flory era un desconocido para ella y se dijo que no haba sido prudente al ir sola con l. Mir en torno suyo aquella masa de rostros obscuros y brillantes a la lechosa luz de la lmpara. El exotismo de la escena la asust. Qu estara haciendo ella en semejante sitio? Seguramente censuraran que una joven inglesa estuviera sentada entre la gente de color, rodeada por aquel mareante olor a sudor y casi tocando sus repugnantes cuerpos. Por qu no estaba en el Club con sus compatriotas? Qu le haba hecho ir all a contemplar un espectculo tan salvaje y asqueroso entre una horda de indgenas?
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La msica empez a tocar de nuevo y la misma bailarina inici otra danza. Tena la cara tan llena de polvos que pareca una mscara de yeso con los ojos asomando por los huecos. Con aquella mscara mortalmente plida y sus gestos de mueca de madera, resultaba monstruosa. Pareca un demonio. La msica cambi de tempo y la muchacha empez a cantar con una voz metlica. Era una cancin de rpido ritmo trocaico, alegre y a la vez feroz. El pblico la acompaaba. Un centenar de voces salmodiaba las slabas duras al unsono. Sin abandonar su extraa postura inclinada, la muchacha fu girando hasta quedar con el trasero hacia la multitud. Su longyi de seda brillaba como el metal. Sin dejar la rotacin de manos y codos, mova lentamente sus nalgas a un lado y a otro. Luegohecho asombroso y completamente visible a travs del longyimovi cada una de las nalgas independientemente al ritmo de la msica El pblico, entusiasmado, rompi en un ensordecedor aplauso. Las tres muchachas que estaban dormidas en la esterilla se despertaron al mismo tiempo y se pusieron a aplaudir como locas, sin saber por qu. Uno de los empleados indgenas grit nasalmente: Bravo, bravo! en ingls, en honor a los europeos. En cambio, U Po Kyin frunci el entrecejo y movi una mano. Conoca perfectamente la psicologa de las mujeres europeas. Pero Elizabeth se haba puesto ya en pie. Me voy. Ya debamos estar en el Club dijo secamente. Tena la cabeza vuelta, pero Flory la haba visto ruborizarse Desolado, se acerc a ella. Oiga, no podra quedarse un poco ms? S que es tarde, pero hicieron salir a esta bailarina dos horas antes de lo que estaba fijado, en honor nuestro. Nos quedamos unos minutos ms? Lo siento, pero hace ya mucho tiempo que deba estar de vuelta. Sabe Dios lo que estarn pensando mis tos. Y empez a abrirse paso por entre el gento. Flory la sigui. Ni siquiera haba tenido tiempo de agradecerles a los directivos del pwe la molestia que se haban tomado. Los birmanos se apartaban a su paso con aire ofendido. Aquello era muy propio de los ingleses, trastornarlo todo, hacerles sacar antes de tiempo a la mejor bailarina y marcharse antes de haber empezado lo bueno. Y en cuanto Flory y Elizabeth se perdieron de vista, se arm un gran escndalo porque la bailarina se neg a seguir actuando, y el pblico. en cambio, le exiga que continuara. Sin embargo, se restaur la calma al aparecer en el escenario dos payasos que soltaron varios chistes obscenos y encendieron unos cohetes. Flory segua a Elizabeth por la carretera con aire compungido. La joven andaba de prisa con la cabeza vuelta para no ver a su acompaante. No haba manera de hacerla hablar. Qu idea ms estpida he tenidopens Flory , cuando todo iba tan bien! Insisti en sus disculpas. Lo siento muchsimo; no pens que a usted pudiera molestarle... No tiene importancia. Lo nico que he dicho es que se me haca tarde. Deb de haber pensado que este espectculo la ofendera. El sentido del pudor en esta gente no es como el nuestro... Lo curioso es que hay cosas en que son incluso ms exigentes que nosotros, pero... No es eso, no es eso! exclam Elizabeth, irritada. Vi que cuanto deca slo serva para empeorar las cosas. Anduvieron en silencio, mantenindose Flory detrs. Estaba desesperado, Qu tonto haba sido! Y lo notable es que en todo este tiempo ni siquiera haba sospechado la verdadera razn del enfado de Elizabeth. No la haba ofendido precisamente la conducta de la bailarina, y tampoco sus movimientos le haban hecho recordar otras cosas. Pero la idea de que a alguien le gustase codearse con aquellos malolientes indgenas le haba producido una desastrosa impresin. Estaba completamente segura de que no deba ser sta la conducta de los blancos. Y aquel ininteligible discurso que le haba soltado Flory con palabras tan raras (casi como si estuviera recitando versos!, pens con desprecio) le haba trado al recuerdo los repugnantes artistas a quienes haba odo hablar algunas veces en Pars. Hasta aquella tarde, haba credo que Flory era un hombre muy hombre. Record la aventura de aquella maana y volvi a verlo hacindole frente al bfalo sin armas, con lo cual se aplac algo su ira. Cuando llegaron al Club estaba ya dispuesta a perdonarlo. En el rato de silencio anterior haba almacenado Flory suficiente valor para dirigirse a ella de nuevo. Se detuvieron ante la puerta, bajo unos arbustos. La luz de las estrellas entraba por entre las ramas e iluminaba dbilmente el rostro de la muchacha. No estar usted muy enfadada por lo que ha sucedido. verdad? No; claro que no. Ya se lo dije.
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No deb haberla llevado. Le ruego que me perdone. Creo que lo mejor ser no decirles a los dems dnde hemos estado. Quizs sea preferible decirles sencillamente que hemos estado paseando por el jardn... o algo as. Podra parecerles raro que una joven inglesa haya presenciado un pwe. S, decididamente, no les dir nada. Eso, eso; no les diremos ni una palabra!. Esta inmediata aprobacin de ella, expresada con tanto calor, sorprendi agradablemente a Flory. As, saba que estaba perdonado. Pero, en verdad, no vea muy bien de qu haba de ser perdonado. De comn acuerdo, entraron en el Club por separado. Decididamente, el paseo haba sido un fracaso. Haba un aire de gala en el saln del Club aquella noche. La comunidad europea en pleno esperaba dar la bienvenida a Elizabeth, y el mayordomo con los seis chokras, vestidos todos ellos con sus mejores trajes blancos, muy almidonados, se haban alineado a ambos lados de la entrada y le hicieron profundas reverencias. muy sonrientes. Cuando todos los europeos hubieren saludado a la joven, se adelant el mayordomo con una gran guirnalda de flores que los criados haban preparado para la missie-sahib. El seor Macgregor pronunci un humorstico saludo de bienvenida presentando a todos. A Maxwell lo present como nuestro especialista local de arbolado, y Westfield era el guardin de la ley y el orden y terror de los banditti locales, y as sucesivamente. Todos se rieron mucho. La aparicin de una linda cara femenina haba puesto de tan buen humor a todos los hombres, que incluso encontraron graciosas las palabras de Macgregor, palabras que l estuvo preparando cuidadosamente durante varias horas. En la primera ocasin, Ellis, con aire de conspirador, cogi a Flory y a Westfield por el brazo y se los llev a la sala de juego. Estaba de mucho mejor humor que de costumbre. Pellizc el brazo de Flory con sus dedos pequeos y duros. Le hizo dao, pero la intencin haba sido cariosa. Bueno, muchacho, todos hemos estado buscndote. Dnde te habas metido? Pues... dando un paseto. Un paseto! Y con quin? Con la seorita Lackersteen. Me lo figuraba. De manera que eres t el grandsimo idiota que ha cado en la trampa, eh? Te has tragado el anzuelo antes de que ninguno de nosotros haya podido ni verlo siqniera? Ah! Bien sabe Dios que te crea un zorro viejo, pero ahora veo que me he equivocado. Qu quieres decir? No lo sabes? Fjate, Westfield, el pobrecito no sabe lo que quiero decir. Por lo visto deseas que te regalen el odo. Pues bien, Flory, te lo explicar: la seora Lackersteen te ha escogido para que seas su amadsimo sobrino-yerno. As que, si no tienes un extraordinario cuidado, eres hombre perdido. Verdad, Westfield? Exacto, chico. La cosa est clara: un soltero en buenas condiciones, la sobrinita que viene a pescar marido... Clarsimo, chico. No s de dnde os sacis esas ideas. La muchacha lleva aqu... no llega a veinticuatro horas. El tiempo suficiente para llevarla a pasear, eh? Ten cuidado con lo que haces. Tom Lackersteen puede ser un borrachn, pero no es tan tonto como para quedarse con una sobrina a su cargo todo el resto de su vida. Y, por supuesto, la nia sabe muy bien que necesita buscarse una despensa para cuando su to se canse. Te lo repito, ten cuidado y no metas la cabeza en el lazo que te han tendido. No tenis derecho a hablar de la gente de esa manera. Esta muchacha es todava muy joven... Querido borriquitoEllis, que ahora, con un nuevo tema de escndalo en la mano, trataba a Flory casi con cario, lo sujet por las solapas, queridsimo borriquito, hazme caso y no te dejes emborrachar con la luz de la luna. Has pensado que la chica es cosa fcil, pero te equivocas. Estas jovencitas de nuestro amadsimo pas son todas igualitas. Pantalones, s, pero nunca del lado de ac del altar. se es su lema. S, el lema de todas ellas. Vamos a ver, inocentito mo: para qu demonios crees t que ha venido aqu esta nia? Para qu? Pues no s. Supongo que tendra ganas de venir.
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Qu idiota eres! Ha venido exclusivamente para clavarle sus garritas a algn macho en buenas condiciones, un individuo que fatalmente se convierta en su esposo. Cuando una muchacha fracasa en todo el resto del inundo, prueba como ltimo recurso en la India. El mercado matrimonial hind, as le llaman. Yo creo que mejor deba llamrsele el mercado de la carne. Aqu ya sabemos que cualquier hombre se emociona con la novedad de una mujer recin llegada. Grandes cargamentos de solteras fracasadas llegan a la India todos los aos como carne congelada para caer sobre los solterones como t. Vienen conservadas en hielo, pero son peligrosas. Desde luego, dices cosas repulsivas. Te digo que es carne inglesa alimentada con nuestros mejores pastosinsisti Ellis, que se estaba divirtiendo mucho. Estos cargamentos vienen garantizados. Y empez a hacer una pantomima fingiendo que examinaba una pierna de cordero, olindola y separando los trozos. Los chistes de Ellis se prolongaban mucho. Lo que ms le diverta de todo era arrastrar por el fango el nombre de una mujer. Flory casi no pudo ver a Elizabeth aquella tarde. Todos la rodeaban en el saln y charlaban de todas las tonteras que surgen en tales ocasiones. A Flory le era imposible intervenir con buen xito en charlas frvolas. En cambio, a Elizabeth el ambiente civilizado del Club, rodeada de blancos y con la tranquilizadora presencia de las revistas ilustradas inglesas, la recompensaba del mal rato que haba pasado en el pwe. Cuando los Lackersteen salieron del Club, a las nueve, no fu Flory, sino Macgregor, quien los acompa a casa, marchando junto a Elizabeth como un bonachn monstruo saurio. Todos los recin llegados tenan que soportar una buena cantidad de charla del jovial Macgregor, ya que los dems lo consideraban como un pesado y era una tradicin interrumpirle sus Historias. Pero Elizabeth era por naturaleza una buena, oyente. El seor Macgregor pens que no recordaba haber conocido a una jovencita tan inteligente. Flory se qued en el club bebiendo con los otros. Hablaron mucho de Elizabeth. La discusin sobre la eleccin del doctor Veraswami fu olvidada y el aviso que Ellis haba puesto en el tabln la tarde anterior, lo haban quitado ya. El seor Macgregor lo haba visto aquella maana en su habitual visita al Club y su espritu de justicia le haba inducido a ordenar que lo quitaran. De modo que el aviso no exista ya. Sin embargo, haba cumplido su objetivo antes de desaparecer. IX DURANTE la quincena siguiente ocurrieron cosas importantes La lucha entre U Po Kyin y el doctor Veraswami estaba en pleno auge. Toda la localidad se haba dividido en dos bandos: los indgenas, desde los magistrados hasta los ltimos tipejos del bazar, se apuntaban a uno u otro de los partidos, d puestos a llegar hasta el perjurio si se presentaba la ocasin. Pero, de los dos bandos, el del mdico era mucho ms reducido y de poder difamatorio mucho menor contra el enemigo. El rector de El Patriota Birmano haba sido procesado por sedicin y libelo y se le haba negado la libertad bajo fianza. Su detencin provoc un pequeo motn en Rangn, reprimido por la polica con slo dos vctimas entre los rebeldes. En la crcel, el director del peridico declar la huelga del hambre, pero comi a las seis horas. Adems, en Kyauktada haban ocurrido muchas cosas. Un dacoit llamado Nga Shwe O, se haba escapado de la crcel circunstancias misteriosas. Y haba habido muchos rumores acerca de un proyectado levantamiento indgena en el distrito. Los rumores que todava eran muy vagos se concentraban torno a una aldea llamada Thongwa que no estaba lejos del campamento donde Maxwell cortaba la teca. Se deca que un weiksa, o mago, haba aparecido procedente no se saba de dnde y profetizaba la desaparicin del podero ingls en Oriente, distribuyendo unas chaquetas que, segn l, eran a prueba balas. Macgregor no tom muy en serio estos rumores, pero como elemental medida de prudencia pidi que le enviaran refuerzo de polica militar. Se deca que pronto llegara a Kyauktada una compaa de infantera hind con un oficial britnico. Por supuesto, Westfield haba acudido a Thongwa en cuanto se habl de la amenaza. Ojal rompan ya de una vez y se subleven en serio! le dijo a Ellis antes de marcharse. Pero temo que sea lo de siempre, un estpido derramamiento de sangre. Siempre sucede igual con estas rebeliones.
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Terminan antes de haberse disparado. No lo creers, pero todava no he disparado mi pistola contra ninguno de estos tipos, ni siquiera contra un dacoit. Llevo once aos usando armas, sin contar los de la guerra, y todava no he matado a nadie. Es desconsolador. Bueno, buenodijo Ellis; aunque la cosa no estalle de un modo serio, siempre se puede coger a los cabecillas y darles una buena paliza. Siempre es mejor que andarse con contemplaciones. No s, no s... Sin embargo, todava no puedo hacerlo. Hay que atenerse a estas leyes de guante blanco. Ya que somos tan tontos que las hacemos, debemos cumplirlas. Que se vayan a la porra las leyes! Lo nico que le hace impresin al birmano es bambulearlo. Darle una buena tunda con los mejores bambes. Los has visto despus del castigo? Yo, s. Los sacan de la crcel en carros tirados por bueyes, gimiendo desesperadamente, mientras sus mujeres les aplican emplastos de bananas en los costados y en la espalda. Eso s lo entienden: palos, buenos palos. Si me dejaran a m, les pegara en las plantas de los pies como hacen los turcos. Es mucho ms eficaz. Bueno, esperemos que esta vez tengan los redaos suficientes Para pelear de verdad. Entonces podra actuar a fondo la polica militar con sus buenos rifles. Bastara acabar con una docena de rebeldes para que se aclarase la atmsfera. Sin embargo; la oportunidad tan esperada no se present. Westfield y los doce policas que se haba llevado con l a Thongwa alegres muchachos gurkhas que estaban deseando usar sus kukris contra alguiense encontraron con que el distrito estaba tan tranquilo como una balsa de aceite. Por ninguna parte apareca ni el mnimo indicio de rebelin; solamente el intento anual, que era tan peridico como el monzn, de no pagar los impuestos. Cada da haca ms calor. Elizabeth haba experimentado ya su primer ataque de picazn producida por el sol. En el campo de tenis del Club, no jugaba ya casi nadie. Despus de un primer partido, lnguidamente jugado, se sentaban en las sillas y se dedicaban a beber limonada... tibia, porque el hielo llegaba slo dos veces a la semana de Mandalay y se derreta a las veinticuatro horas de llegar. Las mujeres birmanas, para proteger del sol a sus nios, les untaban la cara de un cosmtico amarillo que les daba un aspecto de brujos africanos. Bandadas de palomas verdes, y palomas imperiales tan grandes como patas, se posaban para comerse las cerezas silvestres. Entre tanto, Flory haba expulsado de su casa a Ma Hla May. Un truco asqueroso, sucio. Encontr un buen pretexto: le haba robado su pitillera de oro, empendola luego en casa de Li-Yeik, el tendero chino y usurero del bazar. Pero, en realidad, no era ms que un pretexto. Flory saba perfectamente, lo mismo que Ma Hla May y todos los criados, que se libraba de ella a causa de Elizabeth. A causa de la ingaleikma del pelo teido, como la llamaba Ma Hla May. La mujer no hizo al principio ninguna escena violenta. Estuvo escuchando sombramente mientras Flory escriba un cheque por valor de cien rupias Li Yeik y el chetty hind del bazar negociaban cheques y le deca que ya no la necesitaba. Flory estaba ms avergonzado que ella. No poda mirarla a la cara y su voz sonaba a culpable. Cuando vino el carro de bueyes para llevarse sus cosas, Flory se encerr en su dormitorio para evitarse la escena de despedida. Cuando lleg el carro, oy una gran gritera. Flory sali. Estaban todos alborotando junto a la cerca. Ma Hla May se aferraba a los barrotes de la verja de entrada y Ko S'la trataba de arrancarla de all. La birmana volvi su enfurecido rostro hacia Flory, gritndole sin cesar: Thakin! thakin ! thakin ! thakin thakin!. Le dola en el alma que le llamara thakin despus de haberla expulsado de su casa. Qu ocurre?dijo. Por lo visto, se estaban peleando por un mechn de cabello Postizo que reclamaban a la vez Ma Hla May y Ma Yi. Flory le di la razn a Ma Yi y compens a Ma Hla May con dos rupias. El carro de bueyes arranc con Ma Hla May sentada junto a sus dos grandes cestas de mimbre acariciando a un gatito que llevaba sobre las rodillas. Haca slo dos meses que Flory le haba regalado este animalito. Ko S'la, que haba deseado desde haca mucho tiempo el despido de Ma Hla May, no estaba muy contento ahora que haba sucedido. Y mucho menos cuando vi que su amo iba a la iglesiao, como l la llamaba, a la pagoda inglesa, pues Flory estaba todava en Kyauktada el domingo cuando lleg el sacerdote, y fu a la iglesia con los dems, haba doce personas incluyendo a Francis y Samuel y seis cristianos indgenas. La seora Lackersteen toc el pequeo armonio del templo. Fra la primera vez en diez
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aos que Flory haba asistido a un servicio religioso, aparte de los funerales. Las ideas que tena Ko S'la de lo que ocurra en la pagoda inglesa eran de lo ms vago; pero saba que ir a la iglesia significaba respetabilidad, y como todos los criados de solteros, no haba nada que odiase tant) como la respetabilidad. Algo va a pasarles dijo a los dems criados. He estado observndole estos diez das pasados se refera a Flory . Ha reducido sus cigarrillos a quince al da, ha dejado de beber ginebra antes del desayuno y' se afeita todas las tardes, aunque el tonto cree que yo no me entero. Adems, se ha encargado media docena de camisas nuevas de seda. Malos augurios! No creo que pasen ms de tres meses sin que haya terminado la paz de esta casa. Se va a casar? dijo Ba Pe. Estoy seguro. Cuando un blanco empieza a ir a la pagoda inglesa, es el principio del fin. He tenido muchos amos en mi vidadijo el viejo Sammy. El peor fu el coronel Wimpole sahib, que me haca poner boca abajo sobre la mesa y me daba una paliza cada vez que le serva pltanos fritos. Otras veces, cuando estaba borracho, disparaba su pistola contra el techo de nuestra habitacin y las balas nos pasaban rozando. Pero preferira servir diez aos al coronel Wimpole sahib antes que obedecer durante una semana a una mujer sahib. Si nuestro amo se casa, me despedir el mismo da. Yo no me ir, porque llevo quince aos sirvindole. Pero s lo que nos espera cuando se instale aqu esa mujer. Nos chillar en cuanto descubra una motita de polvo en los muebles y nos despertar por la tarde, cuando estemos durmiendo la siesta, para que le hagamos t, y a todas horas estar metida en la cocina quejndose de las sartenes sucias y de las cucarachas. Yo creo que estas mujeres se pasan despiertas toda la noche inventando nuevas maneras de martirizar a sus criados. Llevan un librito rojodijo Sammyen que apuntan todo lo que se gasta en el mercado: dos annas por esto, cuatro annas por lo otro, y as no hay manera de sacar ningn provecho de la compra. Arman ms escndalo por el precio de una cebolla que cuando un sahib pierde cinco rupias. Ah, de sobra lo s! La nueva ser mucho peor que Ma Hla May. Mujeres!termin Ko S'la con un profundo suspiro. Los dems repitieron el suspiro, como un 'eco, incluso Ma Pu y Ma Yi. Ninguna de las dos tom las palabras de Ko S'la como un insulto para ellas. Ni siquiera para su sexo. Las inglesas eran consideradas all como de otro mundo y no slo de otra raza. Probablemente ni siquiera eran seres humanos y por eso no hay que extraarse si el matrimonio de un ingls provoca inmediatamente la huda de sus criados, incluso de los que llevan con ellos muchos aos. X En verdad, la alarma de Ko S'la era prematura. Despus de conocer a Elizabeth desde haca diez das, Flory no avanzaba nada en su amistad. Casi todos los europeos tuvieron que marchar a la selva, por lo cual Flory haba podido acaparar a Elizabeth durante esos diez das. Desde luego, Flory no tena derecho a quedarse all, pues la explotacin maderera lo necesitaba en la selva en aquella poca, y en su ausencia todo marchaba mal bajo el incompetente capataz eurasitico. Pero se haba quedado en Kyauktada con el pretexto de unas fiebres inexistentes, mientras casi todos los das le llegaban desesperadas cartas del capataz. En todas ellas le contaba desastres. Uno de los elefantes estaba enfermo, el motor del pequeo ferrocarril empleado para llevar los maderos al ro se haba estropeado, quince obreros indgenas coolies haban desertado..., pero Flory no arrancaba, incapaz de alejarse de Kyauktada mientras Elizabeth estuviera all, en su continuo e intil intento de volver a aquella deliciosa amistad que se haba entablado entre ellos la primera maana. Es cierto que se vean maana y tarde: Todos los das jugaban algn partido de tenis en el Club; un single, porque la seora Lackersteen estaba demasiado vieja para eso y a su marido le molestaba el hgado esos das. Luego se sentaban en el saln los cuatro, jugaban al bridge y charlaban. Pero a pesar de hallarse tantas lloras en compaa de Elizabeth y quedarse solo con ella tantas veces, Flory no se senta a gusto.
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Hablaban mucho, pero siempre que no salieran del campo de las trivialidades. Su charla era la que pueden sostener dos desconocidos que se ven obligados a rellenar unas horas en que no tienen nada que hacer. Flory se senta violento en presencia de ella. No poda olvidar la mancha de su cara. El cuerpo le peda angustiosamente whisky y tabaco, pues se haba esforzado heroicamente en prescindir de ambas cosas mientras estaba junto a ella. En resumidas cuentas, en los diez das no haba adelantado ni un paso en su ansiado acercamiento a la muchacha. En cierto modo, nunca haba podido hablar con ella como l quera. Se dice hablar, hablar... No parece nada, y, sin embargo, puede ser tanto... Cuando se ha vivido muchos aos, hasta la plena madurez, en la ms amarga soledad, entre personas a quienes nuestra sincera opinin sobre cualquier asunto de este mundo les parece una blasfemia, hablar es la mayor de las necesidades. Sin embargo, con Elizabeth resultaba imposible emprender una conversacin seria. Pareca como si pesara sobre ellos un hechizo que convirtiera en banalidades cualquier intento de decir algo interesante. Todo iba a parar a esto: discos de gramfono, perros, raquetas de tenis..., en fin, la clsica charla de los clubs. Pero lo notable es que la joven no pareca tener inters en hablar de otra cosa. En cuanto Flory tocaba un tema de cierta trascendencia, flotaba en el aire un no juego que se notaba claramente en la voz de ella. Cuando conoci a fondo los gustos literarios de Elizabeth, Flory se llev una gran decepcin. Sin embargo, record que era una muchacha joven, y acaso no haba hablado de Marcel Proust con los intelectuales de Pars? Con toda seguridad llegara a comprenderlo y a ser para l la compaera ideal. Pens que todava no haba sabido ganarse su confianza. No tena ningn tacto con ella. Como todos los que han vivido mucho tiempo solos, se atena ms a sus propias ideas que a la realidad de la persona a la cual trataba. Por ello, a pesar de la superficialidad de sus charlas, la irritaba en muchas ocasiones; no por lo que deca, sino por lo que indicaban sus palabras. Haba entre ellos una desazn indefinida que bordeaba la ria. Cuando dos personas, una de las cuales ha vivido mucho tiempo en el pas donde la otra es una recin llegada, se encuentran juntas, es inevitable que la primera acte de cicerone de la segunda. Elizabeth, durante estos das, estaba conociendo Birmania y era Flory, naturalmente, el que se lo explicaba todo. Pues bien, las cosas que deca y su manera de decirlas provocaban en ella una vaga pero honda disconformidad. Pues se daba cuenta de que Flory, al hablar de los indgenas, casi siempre se pona a favor de ellos. Alababa continuamente las costumbres birmanas y el carcter de los birmanos e incluso lleg a compararlos con ventaja con los ingleses. Esto la sacaba de quicio. Los indgenas, al fin y al cabo, slo son indgenas, gente pintoresca sin duda, pero sometida a los ingleses, un pueblo inferior con piel negra o, por lo menos, muy obscura. La actitud de Flory le pareca demasiado tolerante. Y es que Flory senta un gran deseo de que Elizabeth quisiera a Birmania como l la quera y no la mirase con los ojos indiferentes de una memsahib. Haba olvidado que la mayora de la gente slo puede encontrarse a gusto en un pas extranjero cuando puede despreciar a sus habitantes. Tena demasiada prisa en interesarla por todo lo oriental. Por ejemplo, quiso hacerle aprender el birmano, proyecto que no prosper, pues a Elizabeth le haba explicado su ta que solamente las mujeres de los misioneros hablaban birmano. Haba entre ellos innumerables desacuerdos de ese estilo. Elizabeth iba comprendiendo que las opiniones de Flory no eran las de un ingls normal. Y con mayor claridad an, comprenda el inters que tena Flory en que ella se aficionara a los birmanos e incluso que los admirase. Que admirase ella, una mujer tan distinguida, una inglesa, a aquellos repugnantes salvajes cuya sola presencia le haca temblar! Ese tema se presentaba de cien modos en sus conversaciones. Por ejemplo, pasaba junto a ellos una fila de birmanos cargados con mercancas. Elizabeth se los quedaba mirando con una mezcla de curiosidad y repulsin y le deca a Flory, como se lo habra dicho a cualquiera Qu gente ms horrible, verdad? Horrible? A m, por el contrario, me parecen encantadores los birmanos. Tienen unos cuerpos esplndidos. Fjese en los hombros de aqul; parece una estatua de bronce. Piense usted en el aspecto que tendran la mayora de los ingleses si tuvieran que ir medio desnudos como estos hombres. Pero sus cabezas son espantosas, aplastadas como las de los gatos... Y esas frentes les hacen parecer tan perversos... Recuerdo haber ledo en una revista algo sobre la forma de la cabeza. Decan que las personas que tienen la frente como estos hombres son tipos criminales. Pero el hecho es que la mitad de los habitantes de este mundo tiene as la frente.
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Claro, si cuenta usted a la gente de color, desde luego... O bien pasaba un grupo de mujeres camino del pozo, macizas campesinas de un color cobrizo, muy tiesas bajo sus grandes jarras que llevaban en la cabeza y sus fuertes ancas de yegua muy salientes. Las mujeres birmanas le repugnaban a Elizabeth an ms que los hombres. Senta el vago parentesco que la una a ellas por pertenecer al mismo sexo y le pareca insoportable que tambin ellas fueran mujeres. Verdad que son horribles; parecen animales. Cree usted que puede haber algn hombre que las encuentre atractivas? Por lo pronto, sus propios hombres. Ellos, claro. Es natural. Pero nadie de nuestra raza podra soportar el contacto de esa piel negra. Uno se acostumbra a la piel obscura con el paso del tiempo. Dicen, y creo que es verdad, que al cabo de unos aos la piel morena parece en estos pases ms natural que la blanca. Y, en definitiva, es ms natural. Si tomamos al mundo en su conjunto, es una excentricidad ser blanco. Tiene usted unas ideas muy divertidas. Y as sucesivamente. Elizabeth encontraba siempre algo desagradable y turbio en lo que l deca. Sobre todo, la tarde en que Flory se detuvo a hablar en la puerta del Club con los dos eurasiticos Francis y Samuel. Elizabeth haba llegado al Club unos minutos antes que Flory, y cuando oy su voz en la puerta se asom a verlo Francis y Samuel haban arrinconado a Flory como dos perros que quieren jugar. Francis era el que ms hablaba. Era un hombre delgado y excitable y del color del tabaco. Su madre era una hind del sur. Samuel, cuya madre era una karen, tena la piel amarillenta y el pelo rojizo. Ambos iban vestidos con rados trajes de dril y se cubran la cabeza con enormes topis bajo los cuales sus enclenques cuerpos parecan tallos de unas setas. Elizabeth se asom a tiempo de or fragmentos de una complicada autobiografa. Hablarles de s mismo a los blancos era el gran placer de Francis. Cuando, con intervalos de meses, encontraba a un europeo dispuesto a escucharle, brotaba como un chorro inagotable la historia de su vida. Hablaba en una voz nasal y cantarina, con increble rapidez: De mi padre, seor, recuerdo poco, pero fu un hombre muy colrico y nos pegaba mucho a todos con bambes: a mi, a mi medio hermano y a nuestras dos madres. Cuando la visita del obispo, mi medio hermano y yo nos vestimos con longyis y nos mezclamos con los nios birmanos para pasar inadvertidos. Mi padre nunca lleg a ser obispo, seor. Slo consigui cuatro conversiones en veintiocho aos y le gustaba demasiado el espritu de arroz chino, lo que perjudic la venta del folleto que haba escrito, titulado La plaga del alcohol, editado por la Baptist Press, de Rangn, al precio de una rupia y ocho asnas. Mi medio hermano muri en una ola de calor. El pobre no dejaba de toser y toser... Los dos eurasiticos se dieron cuenta de la presencia de Elizabeth. Ambos se quitaron los topis e hicieron profundas reverencias, a la vez que enseaban la reluciente dentadura. Probablemente haca ya muchos aos que ninguno de ellos haba tenido ocasin de hablar con una inglesa. Irancis volvi a soltar sil chorro de palabras con ms fuerza que nunca. Hablaba con angustiosa precipitacin, por el miedo a que pudieran interrumpirle Buenas tardes, seora, buenas tardes, buenas tardes. Muy honrado de conocerla, seora! El tiempo est terrible estos das, verdad?; pero en abril no puede esperarse otra cosa. No sera de extraar que sintiera usted picores muy molestos. Tamarindo majado y aplicado a la parte afectada, es remedio infalible; yo mismo padezco terribles tormentos por las moches con el interminable picor. Es una enfermedad muy corriente entre nosotros, los europeos que vivimos aqu. Elizabeth no respondi. Miraba framente a los dos tipejos. Slo tena una vaga idea de quines pudieran ser y le pareci de lo ms impertinente que se dirigieran a ella. Gracias; recordar lo del tamarindodijo Flory. Es receta de un famoso doctor chino, seor. Tambin he de recomendarles, seor y seora, que en abril no deben llevar slo el terai en la cabeza. Para los indgenas no est mal, porque tienen la cabeza como Piedra, pero para nosotros, los europeos, llevar slo el terai equivale a exponerse a una insolacin. Este sol es mortal sobre los crneos europeos. Pero acaso la estoy molestando, seora? Tiene usted prisa?
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Francis dijo esto en un tono de gran decepcin. Elizabeth haba decidido pararles los pies a los dos. No saba por qu Flory les permita seguir hablando. Se volvi en direccin a la pista de tenis dando raquetazos en el aire para Practicar y recordarle as a Flory que se estaba pasando el tiempo de jugar el partido. l la sigui de mala gana, pues no quera hacer de menos al desgraciado Francis, por muy fastidioso que fuera. Tengo que marcharme dijo. Buenas tardes, Francis Buenas tardes, Samuel. Buenas tardes, seor; buenas tardes, seora; buenas tardes, buenas tardes. Y se fueron retirando sin dejar ce hacer reverencias. Quines son esos dos?le pregunt Elizabeth a Flory cuando se le acerc . Qu tipos tan raros! Ya los vi en la iglesia el domingo. Uno de ellos parece casi blanco. Pero, naturalmente, no ser ingls, verdad? No; los dos son eurasiticos, o sea, hijos de padres blancos y de madres indgenas. Aqu les llamamos a estos mestizos vientres-amarillos. Pero qu estaban haciendo aqu? Dnde viven? Trabajan en algo? Se pasan casi todo el tiempo en el mercado, en el bazar. Creo que Francis est empleado en la tienda de un prestamista hind y Samuel en otro sitio. Se moriran de hambre si no fuera Por la caridad de los indgenas. De los indgenas! Es decir, que tienen que mendigar la subsistencia de los nativos. Me lo figuro. Pero los birmanos no dejan morirse de hambre a nadie. A Elizabeth le trastorn esta noticia. La idea de que existieran hombres medio blancos que pudieran morirse de hambre si los indgenas no se compadecan de ellos la impresion tanta que se detuvo en seco y el partido de tenis tuvo que aplazarse. Pero eso es horrible! Es dar muy mal ejemplo. Aunque slo sean medio blancos, es casi como si a uno de nosotros le sucediera lo mismo. No podra hacerse algo por esos dos? Por ejemplo, organizar una suscripcin para mandarlos lejos de aqu o algo por el estilo. Creo que eso no servira de mucho. A donde quiera que fuesen les pasara lo mismo. Pero no pueden encontrar un trabajo adecuado? Lo dudo. Escuche usted; los eurasiticos, estos hombres que han crecido en el bazar y no tienen educacin, estn perdidos desde el principio. Los europeos no se acercan a ellos para nada y se les prohbe entrar en los servicios del Estado. Tienen que vivir en una situacin intermedia muy desagradable, a no ser que renuncien a toda pretensin ce ser europeos. Y esto no lo harn nunca esos pobres diablos. El nico bien que poseen es su gotita de sangre blanca. Ya ve usted que Francis nos ha hablado en seguida del calor y de lo que sufre con el picor. Los indgenas, segn se creen los blancos, no sufren del picores una tontera, desde luego, pero la gente lo creey lo mismo en lo que respecta a la insolacin. Los dos llevan esos enormes topis para recordarnos que tienen crneos europeos. Es una especie de escudo nobiliario. Esta explicacin no satisfizo a Elizabeth. Vi que, como de costumbre, Flory defenda a los indgenas o semiindgenas, y el aspecto de los dos hombres le haba repugnado. Ya saba a quin le recordaban: al tipo de mestizo mejicano, italiano, etc., que hace el papel de traidor en tantas pelculas. Tenan un aspecto de degenerados, no cree usted?; tan delgados y viscosos y con unos movimientos tan rastreros. Se les nota en la cara que no son honrados. Supongo que los eurasiticos son de lo ms degenerado. He odo decir que los mestizos heredan lo peor de las dos razas. Es cierto? No s si lo es. Pero hay que tener en cuenta la educacin. No sabemos el rendimiento que daran en otro ambiente y debemos reconocer que nuestra actitud hacia ellos es brutal. Siempre hablamos de estos mestizos como si hubieran brotado de la tierra igual que las setas y trajeran ya consigo todos sus defectos. Pero si hemos de decir la verdad, los responsables de que existan somos nosotros. Responsables de su existencia? Comprender usted que han tenido padres.
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Ah, claro; eso, desde luego; pero ustedes no tienen ninguna parte de responsabilidad en este asunto. Quiero decir que slo un hombre muy mezquino y de gustos perversos podra tener relacin con una mujer nativa. Claro, clarodijo Flory evasivamente. Pero los padres de esos dos eran misioneros protestantes, segn creo. Flory record a Rosa McFee, la muchacha eurasitica a la que l sedujo en Mandalay en 1913. Record cmo se introduca en la casa clandestinamente y cmo llegaba a ella en un gharry con las cortinillas echadas; los tirabuzones de Rosa, su momificada madre birmana que le serva el t en la sombra habitacin donde haba un divn de mimbre. Y despus, cuando abandon a Rosa, aquellas horribles cartas implorantes en papel perfumado, cartas que acab por no abrir. Despus de jugar al tenis, Elizabeth volvi a sacar el tema de los dos mestizos. Se trata alguien de aqu con ellos? Los invita algn blanco a su casa? Por Dios, no. Son unos intocables. En realidad, est mal visto incluso hablar con ellos. Sin embargo, la mayora de nosotros los saludamos al cruzarnos con ellos Pero Ellis ni siquiera los saluda. Pues usted habl con ellos. Bueno..., es que yo infrinjo las normas de vez en cuando. He querido decir que es difcil ver a un pukka sahib hablando con ellos, pero yo algunas veces cuando tengo el valor suficiente procuro no ser un pukka sahib. Fu sta una imprudente confesin. Elizabeth conoca muy bien todo lo que implicaba la expresin pukka sahib. Aquellas palabras de Flory le aclaraban an ms la idea que se estaba haciendo de l y lo mir de un modo casi hostil, con una notable dureza, pues su rostro adquira a veces una aspereza de expresin impropia de unas facciones tan finas y ele tina persona tan joven con una piel delicada como una flor. Pero usaba gafas Y las gafas poseen a veces un formidable poder expresivo, casi ms que los mismos ojos. Hasta entonces Flory no haba llegado a entender a la joven ni a ganarse su confianza. Y, sin embargo, superficialmente haban mejorado las cosas entre ellos. A pesar ce los malentendidos que hubo entre ambos, no se haba borrado an la buena impresin que l le produjo a Elizabeth aquella primera maana. Lo ms curioso era que la joven no se fijaba apenas en la mancha de la mejilla. Y haba algunos temas de los que le gustaba orle hablar. Por ejemplo, de la caza. Elizabeth senta un entusiasmo por la caza que no dejaba de ser sorprendente en una seorita. Y, por supuesto, tambin le encantaba hablar de caballos. Pero Flory saba mucho menos de caballos que de caza. Haba prometido prepararle una cacera ms adelante, cuando pudiera arreglar ciertas cosas. Los (los esperaban con impaciencia la llegada de ese da, aunque cada uno de ellos por razones diferentes. XI FLORY y Elizabeth paseaban aquella maana por el camino del bazar. Haca tanto calor que al caminar tena uno la sensacin de ir nadando en un mar trrido. Pasaban filas de birmanos que volvan del mercado y grupos de cuatro o cinco muchachas charlando animadamente. Cerca del camino, poco antes de llegar a la crcel, se vean las esparcidas ruinas de una pagoda de piedra. Las caras irritadas, esculpidas en piedra, de los demonios indgenas, miraban al transente de un modo amenazador por entre la hierba donde haban pasado innumerables aos. Llegaron a la crcel, un tosco edificio cuadrado de unos doscientos metros de largo, con brillantes paredes de cemento de veinte pies de altura. Un pavo real, mascota de la crcel, se paseaba a lo largo del parapeto. Seis presos se acercaban, con las cabezas agachadas y tirando de dos carretillas de mano llenas de tierra. Los vigilaban unos guardias hindes. Estos presos cumplan penas de muchos amos e iban vestidos con uniformes de basto pao blanco y unos gorritos que dejaban ver buena parte de sus afeitados crneos. Tenan la cara griscea y achatada. Los grilletes que entorpecan sus pies, sonaban con toda claridad. Pas una mujer con una cesta de pescado en la cabeza. Dos buitres volaban sobre ella describiendo crculos, para
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caer de vez en cuando, raudamente, sobre el pescado. La mujer los espantaba como si fueran moscas. A poca distancia se oa una algaraba de voces. Flory le explic a Elizabeth: Es que el bazar est ah, a la vuelta. Creo que hoy es da de mercado. Es bastante divertido ver lo que pasa all. Le rog que fuera con l hasta el bazar, seguro de que le divertira. Doblaron el recodo. El bazar era un recinto parecido a los que se emplean para el ganado. Haba en l muchos tenderetes, la mayora de ellos cubiertos con un pequeo techo de paja. Una multitud bulla dentro gritando y empujndose. La confusin de aquellos multicolores trajes era como una cascada ele confeti. Ms all del bazar se vea espejear al ro. Ramas de rboles y largos flecos de espuma corran sobre l a buena velocidad. Junto a la orilla, los sampans (con sus proas, como picos de ave, en las que haba unos ojos pintados) se balanceaban atados a los postes. Flory y Elizabeth estuvieron contemplando unos momentos aquel paisaje. Pasaban junto a ellos muchas mujeres llevando en equilibrio sobre sus cabezas canastas llenas de verdura; tambin pasaban nios de ojos saltones. Todos se quedaban mirando a la pareja europea. Un viejo chino pas corriendo. Apretaba entre sus brazos, como si fuera un tesoro, un sangriento e irreconocible revoltijo de tripas de cerdo. Vamos a curiosear por los puestos, eh?dijo Flory. Est bien visto que los ingleses se paseen entre esa multitud? Est todo tan horriblemente sucio! No tiene importancia; nos abrirn paso. Estoy seguro de que le interesar. Elizabeth lo sigui vacilante y luego decididamente contra su voluntad. Por qu ese empeo de llevarla a los sitios ms repugnantes? Por qu deseaba arrastrarla siempre entre los indgenas tratando de interesarla en ellos y en sus sucias costumbres? En todo ello haba algo sospechoso. Sin embargo, tambin esta vez lo sigui, pues se senta incapaz de explicar las razones que tena para oponerse. En cuanto se acercaron a los puestos, les lleg una oleada de aire infecto, una mezcla de olor a pescado seco, a sudor, polvo, ans, ajo... Campesinos con sus caras color tabaco, arrugados ancianos con el largo pelo blanco atado por detrs en un tosco moo, jvenes madres con sus cros desnudos a horcajadas en sus caderas..., toda esta extraa masa humana rodeaba, apretaba y empujaba a la pareja inglesa. Flo ladraba lastimeramente cuando le pisaban, y esto ocurra a cada momento. Fuertes y redondos hombros chocaban desconsideradamente con Elizabeth, ya que los campesinos estaban demasiado ocupados en regatear para prestar atencin a una inglesa nueva, por interesante que fuera para ellos este espectculo. Mire! Flory sealaba con su bastn a uno de los puestos y le deca algo a Elizabeth, pero sus palabras quedaron ahogadas por los gritos de dos mujeres que se amenazaban con los puos por encima de una cesta de pias. Elizabeth estaba asustada, pero Flory no lo haba notado y cada vez la haca entrar ms entre la multitud, indicndole que mirase esto o aquello. La mercanca pareca extranjera, trada de muy lejos, escasa y pobre. Haba grandes pomelos colgados en cuerdas como una sarta de lunas verdes; bananas rojas, cestas de mariscos color heliotropo, pescado seco atado en paquetes, patos abiertos y curados como jamones, cocos verdes, trozos de caa de azcar, dahs, sandalias, longyis de seda a cuadros, afrodisacos en forma de pastilla de jabn, cacharros de barro cocido, con mucho brillo, muy altos; dulces chinos hechos de ajo y azcar; cigarros blancos y verdes, prinjal de color prpura, cintajos de colorines, pollos en jaulas de mimbre, budas de latn, hojas de betel en forma de corazn, botellas de sales kruchen, mechones de cabello postizo, cazuelas de arcilla roja, herraduras para bueyes, muecas de papel mascado, tiras de caimn con propiedades mgicas... A Elizabeth empezaba a darle vueltas la cabeza. Al otro lado del bazar reluca el sol a travs de la sombrilla de un sacerdote con un color rojo sangre como a travs de la oreja de un gigante. Elizabeth comprendi que no podra resistir all ni un minuto ms. Le toc a Flory en el brazo. Esto es horrible... El calor, la gente... No cree usted que podramos ponernos a la sombra? Flory se volvi hacia ella sorprendido. Haba estado tan abstrado en su conversacin incesante de la que apenas poda or ella nada a causa de la algaraba para darse cuenta de que el calor y los malos olores la estaban mareando. Lo siento muchsimo. Vmonos de aqu en seguida. Escuche: iremos a la tienda del viejo Li Yeikes un tendero chino y nos dar algo de beber. Tiene usted razn, aqu se respira mal.
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Tantas especias... me dan nuseas. Y qu olor es ese tan espantoso que parece de pescado? Pues una salsa que hacen con langostas. Entierran el marisco y luego lo sacan al cabo de varias semanas para hacer la salsa. Es horrible, horrible! Pues tengo entendido que es muy sano. Deja eso! aadi dirigindose a Flo, que andaba olisqueando en una cesta de pescado medio podrido que estaba en el suelo. La tienda de Li Yeik estaba frente al otro extremo del mercado. Lo que Elizabeth deseaba en realidad era volver lo antes posible al Club, pero el aspecto europeo de la tienda del chino con sus camisas de algodn procedentes del Lancashire y unos relojes alemanes increblemente baratos, as como otras cosas europeas expuestas a la entradala tranquiliz y la compens en cierto modo de la barbarie del bazar. Iban a pasar dentro cuando un delgado muchacho de unos veinte aos, vestido con un longyi y zapatos amarillos muy brillantes que llevaba el pelo con raya al medio con brillantina a la moda ingaleik se destac de la multitud y se les acerc. Salud a Flory con un extrao movimiento, como si estuviera violentndose para no hacer la reverencia. Qu sucede?dijo Flory. Carta, seor y sac un arrugado sobre. Me perdona un momento?le dijo Flory a Elizabeth abriendo la carta. Era de Ma Hla May (o, mejor dicho, se la haban escrito y ella la haba firmado con una cruz) y peda en ella cincuenta rupias de un modo vagamente amenazador. Flory se llev aparte al joven: Hablas ingls? Dile a Ma Hla May que la ver luego para hablarle de esto. Pero advirtele que si intenta hacerme un chantaje, no le dar ni un cntimo ms. Comprendes? S, seor. Ahora, vete. No me sigas, porque te costara caro. S, seor. Era un empleado indgena que quera colocarsele explic Flory a Elizabeth mientras suban la escalera. Siempre le estn fastidiando a uno.Y pens que el tono de la carta era muy curioso. No se le haba ocurrido pensar que Ma Hla May empezara el chantaje tan pronto. Sin embargo, no tena tiempo ahora para pensar en lo que haba detrs de esta actitud. Subieron a la tienda, que estaba obscura, o por lo menos lo pareca en contraste con la brillantez del exterior. Li Yeik, que estaba sentado fumando entre sus cestas de mercancasno haba mostrador, se adelant hacia ellos cuando los vi entrar. Flory era amigo suyo. Era un viejo vestido de azul con coleta y un rostro amarillo con la barbilla aplastada, una cara en la que slo pareca haber pmulos. Recordaba a una calavera y, sin embargo, no resultaba desagradable. Salud a Flory con unos sonidos nasales que l, de buena fe, crea que eran palabras birmanas y en seguida entr en la trastienda para encargar refrescos. Flotaba en el aire un dulzn olor a opio. En las paredes colgaban largas tiras de papel rojo con letras chinas en negro y a un lado estaba un altarcito con el retrato de dos personas con vestidos ricamente bordados. A los lados haba unas barras de incienso. Dos mujeres chinas, una vieja y otra muy joven, estaban sentadas en una alfombra liando cigarrillos con paja de maz y tabaco en fibras que parecan pelo de caballo. Llevaban pantalones de seda negra y tenan los pies encajados inverosmilmente en unas zapatillas de madera de tacn rojo tan pequeas corno las de una mueca. Un chiquillo desnudo saltaba por el suelo como una gran rana amarilla. Mire los pies de esas mujeres!murmur Elizabeth en cuanto volvi la espalda Li Yeik . Qu espanto! Cmo se podrn forzar los pies de esa manera? Es que los tienen ya deformados desde pequeas. Tengo entendido que en China se va abandonando ya esa brbara costumbre, pero los chinos de aqu estn muy atrasados. La coleta de Li Yeik es otro anacronismo. Para la esttica china, esos pies diminutos son muy bellos.
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Bellos! Son tan horribles que ni siquiera puedo mirarlos. La gente de todos estos pases es de un salvajismo atroz! Por Dios, todo lo contrario! Son pueblos mucho ms civilizados que nosotros. Las normas de belleza son muy relativas. Varan segn los pueblos y los tiempos. En este pas hay una tribu, los palauungs, que admiran ante todo en la mujer los cuellos largos. Las muchachas llevan unos collares de cobre Para alargarse el cuello, y se van aadiendo ms y ms hasta que se les pone el cuello como el de una jirafa. Pues bien, no creo que esto sea ms raro que la antigua costumbre de llevar miriaques o la moda de las crinolinas. En aquel momento volvi Li Yeik acompaado de dos muchachas birmanas muy gruesas, sin duda hermanas, que rean nerviosas y llevaban entre ellas dos sillas y una gran tetera china azul. Las dos muchachas eran o haban sido concubinas de Li Yeik. El viejo sac una lata de chocolate y sonrea mientras la destapaba. Al sonrer, mostraba tres dientes largos ennegrecidos por el tabaco. Elizabeth se sent. Se encontraba mal. Estaba completamente segura de que no estara bien visto aceptar la hospitalidad de aquella gente. Una ce las chicas birmanas se puso en seguida detrs de las sillas y empez a abanicar a Flory y a Elizabeth, mientras la otra, arrodillada a sus pies, serva las tazas de t. A Elizabeth le pareci una estupidez que aquella muchacha le estuviera abanicando el cuello mientras el chino le haca amables muecas. Flory tena siempre la ocurrencia de colocarla en situaciones incmodas. Tom una chocolatina que le ofreca Li Yeik, pero no pudo dar las gracias. Est bien esto? le murmur a Flory. A qu se refiere? Digo que si estar bien visto que estemos sentados en casa de esta gente. Los chinos son en este pas una raza privilegiada. Y son muy demcratas. Es preferible tratarlos como iguales. El t me parece ya repugnante antes de probarlo. Est verde por completo. Por lo menos podra ocurrrseles poner un poco de leche. No est tan malo. Es una clase especial de t que le traen de China a Li Yeik. Tiene tambin azahar, me parece. Uf, sabe a tierra! dijo despus de probarlo. Li Yeik estaba inmvil frente a ellos fumando su pipa de dos pies de largo. Observaba a los europeos para ver si les gustaba su t. La chica que estaba detrs de la silla de Elizabeth dijo algo en birmano. Las dos se rieron. La que estaba arrodillada en el suelo levant la vista y mir admirativamente a Elizabeth. Luego se dirigi a Flory y le pregunt si la seorita inglesa llevaba sostn. Chii dijo Li Yeik, escandalizado, dndole a la muchacha con la punta de su zapato para hacerla callar. No puedo preguntrselodijo Flory. Oh, thakin, por favor, pregntaselo! Tenemos tantas ganas de saberlo!... Se entabl una discusin entre ellas, y la que abanicaba se olvid de su tarea. Por lo visto el mayor deseo de estas mujeres Haba sido ver un verdadero sostn. Haban odo muchas historias sobre esta prenda; les haban dicho que los hacan de acero y que compriman a la mujer tanto que le desaparecan por completo los pechos, y las dos jovencitas birmanas se apretaban las manos contra el cuerpo a modo de ilustracin. Por qu ne se decida Flory a preguntrselo a la seorita inglesa? Detrs de la tienda haba una habitacin donde poda pasar con ellas y desvestirse. As veran la prenda y saldran de dudas. Entonces se interrumpi la conversacin en seco. Elizabeth estaba muy tiesa, sosteniendo su diminuta tacita de t, cine no se atreva a seguir bebiendo y con una sonrisa que era ms bien una mueca. Los orientales se alarmaron; comprendieron que a la muchacha inglesa no le haca gracia ninguna todo aquello. Su elegancia y su belleza extranjera, que les haban encantado un momento antes, empez a imponerles un poco. Incluso Flory senta lo mismo. Era uno de esos terribles momentos que pasamos con los orientales cuando todos los presentes evitan la mirada de los dems, esforzndose intilmente por encontrar algo que
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decir. Entonces el nio desnudo, que hasta entonces haba estado explorando algunas cestas en la trastienda, se arrastr hasta donde estaban sentados los europeos. Examin sus zapatos, calcetines y medias con gran curiosidad y luego, al mirar hacia arriba y ver los rostros blancos, se horroriz. Empez a gemir desesperadamente y se hizo pis en el suelo. La vieja china de la esterilla mir, di un chasquido con la lengua, y sigui liando cigarrillos. Los dems orientales ni siquiera se fijaron. Empez a formarse un chasquido en el suelo. A Elizabeth le horroriz esto de tal modo que derram el t. Agarr el brazo de Flory. Ese nio! Mire lo que est haciendo. Es posible que nadie se preocupe? Qu espanto! Todos miraron asombrados y por fin comprendieron de qu se trataba. Nadie haba prestado atencin al nio, pues A incidente era demasiado normal para extraar a nadie y ahora se sentan todos avergonzados. Todos empezaron a echarle la culpa al nio repitiendo exclamaciones como: Qu nio ms mal educado! Qu criatura tan sucia!. La vieja china se llev al chico, que berreaba con todas las fuerzas de sus pulmones, y lo sostuvo sobre el umbral como si estuviera exprimiendo una esponja. En el mismo instante, Flory y Elizabeth estaban ya fuera de la tienda. Flory iba detrs de ella, mientras Li Yeik y las mujeres los seguan a ambos, desolados. Y eso es lo que llama usted gente civilizada? Lo sientodijo Flory con voz apagada. No esperaba... Son personas repugnantes. Estaba irritadsima. Se le haba puesto la cara al rojo vivo. Flory la segua desesperado y no se atrevi a hablar de nuevo hasta que no pas un buen rato. Cunto siento que haya ocurrido esto! Li Yeik es un hombre tan bien educado y tan buena persona... Se habr llevado un terrible disgusto al saber que usted se ha ofendido. Habra sido mejor quedarse unos minutos ms. Por lo menos, para darles las gracias por el t. Las gracias? Despus de lo que ha pasado? Sinceramente, no deba usted ciarle tanta importancia a esas cosas. Por lo menos en este pas no la tienen. La manera de ver las cosas este pueblo es tan distinta de la nuestra... Tenemos que adaptarnos. Por ejemplo, puede usted suponer que ha retrocedido en el tiempo y que se encuentra viviendo en la Edad Media... Prefiero no discutir sobre este asunto. Era la primera vez que haban reido en serio. Flory se senta demasiado desgraciado para preguntarse cul era el verdadero motivo de la ria. No se daba cuenta de que su constante defensa de los orientales le pareca a Elizabeth tina actitud perversa, casi rufianesca, un afn morboso por lo repugnante. Ni siquiera despus de la visita a Li Yeik pudo comprender Flory en su extraa ceguera amorosahasta qu punto odiaba la joven todo lo oriental. Lo nico que saba era que, a cada intento por hacerle compartir su vida, sus pensamientos y su sentido de la belleza, Elizabeth se espantaba como un caballo. Caminaron por la carretera yendo Flory a la izquierda ce ella y un poco detrs. Vea el cabello dorado que le sala por debajo de su sombrero terai sobre el cuello. Cunto la quera! Era como si nunca la hubiera querido hasta ese momento, cuando marchaba tras ella derrotado, sin preocuparse ni siquiera de que pudiese volver la cabeza y verle la mancha. Intent hablar varias veces, pero no lo consigui. No saba qu decirle que no la ofendiera. Por fin dijo llanamente: Hace un calor horroroso, verdad? Aquella observacin no resultaba muy original. Pero con gran sorpresa suya, la joven se aferr a sus palabras como a una tabla de salvacin. Se volvi hacia l y le sonri. Parece que estamos en un horno. Con lo cual hicieron las paces. La tonta y trivial observacin haba vuelto a situarlos en la tranquilizadora atmsfera de una charla de club. Bast que Flory dijese una tontera para que ella se encontrara a gusto. Flo, que los segua, iba con la lengua fuera. Poco despus, como es natural en gente de club, estaban
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hablando de perros. Los perros son un tema de conversacin inagotable. Perros, perros!, se deca Flory mientras suban por la recalentada pendiente y el sol le despellejaba los hombros a travs del fino tejido de la ropa. Es que no iban a hablar ms que de perros? O bien, cuando se agotaba provisionalmente el tema canino, de discos, raquetas de tenis y caballos. Sin embargo, con qu facilidad y en qu tono tan amistoso charlaban de estas tonteras! Pasaron ante la reluciente pared blanca del cementerio y llegaron a la puerta de los Lackcrsteen. En torno a la casa crecian dorados rboles mohur y unos arbustos con flores rojas y redondas como caras de campesinas. Flory se quit el sombrero al llegar a la sombra y se abanic la cara. Bueno, hemos regresado antes de que nos cayese encima lo ms fuerte del calor. Siento que nuestra excursin al bazar no fuera un gran xito. Al contrario, me ha gustado mucho. Puede usted creerme. No, no, Siempre ocurre algo desagradable; no s cmo me las arreglo. No habr usted olvidado que vamos de caza pasado maana? Espero que le vendr bien ese da. S, y mi to me va a prestar su fusil. Qu bien lo voy a pasar! Tendr usted que ensearme a cazar. Tengo mucha ilusin en aprender. A mi tambin me ilusiona mucho que vayamos. Es la peor poca del ao para cazar, pero procuraremos sacar todo el partido posible. Adis por ahora. Adis, seor Flory. Ella le segua llamando seor Flory, aunque l se atreva ya a llamarla slo Elizabeth alguna vez. Se separaron y cada uno de ellos march pensando en la cacera. Ambos crean que con esa ocasin se arreglaran las cosas entre ellos. XII En el pegajoso calor del living, casi obscuro a causa de la cortina de cuentas, U Po Kyin paseaba lentamente arriba y abajo. De vez en cuando se meta una mano por debajo de su camiseta y se rascaba sus pechos sudorosos, enormes como los de una mujer gorda. Ma Kin estaba sentada en su esterilla fumando unos finos puros blancos. Por la puerta abierta del dormitorio se poda ver una esquina de la enorme cama cuadrada de U Po Kyin con postes labrados de teca, como un catafalco, el lecho en que haba cometido tantas violaciones. Ma Kin escuchaba ahora por primera vez el relato del otro asunto que iba por debajo del ataque de U Po Kyin contra el doctor Veraswami. Aunque despreciase la inteligencia de aquella mujer, U Po Kyin sola confiarle sus secretos ms pronto o ms tarde. Era la nica persona de su crculo inmediato que no le tena miedo y por eso le interesaba tanto a l impresionarla. Ya ves, Kin-Kindijo, cmo ha salido todo de acuerdo con mis planes. Ya van dieciocho cartas annimas y todas ellas son obras maestras. Te recitara de memoria algunas de ellas si creyese que eres capaz de apreciarlas en todo su valor. Pero supn que los europeos no hacen caso de tus cartas annimas. Qu hars, entonces? Qu no harn caso? Ja, ja! Eso no debes temerlo. Creo que conozco algo de la mentalidad europea. Debes saber, Kin-Kin, que si algo soy capaz de hacer perfectamente es redactar cartas annimas. Esto era cierto. Las cartas de U Po Kyin haban surtido ya su efecto y haban dado especialmente en su blanco principal: Macgregor. Dos das antes de esta conversacin, Macgregor haba estado muy preocupado una tarde entera tratando de decidir si el docto Veraswami era o no leal al Gobierno. Desde luego, no se tri taba de ningn acto de franca deslealtad. Eso no habra tenido importancia alguna. La cosa era saber si el mdico era de la clase de nombres que sostienen opiniones sediciosas. En la Indi no le juzgan a uno por lo que hace, sino por lo gafe es. La mer sospecha contra la lealtad de un funcionario oriental puede arruinar su carrera. Macgregor era demasiado justo por naturaleza para condenar a nadie, aunque fuese un oriental, a la ligera. Por eso se haba
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pasado varias horas ante un montn de informes confidenciales incluidas las cinco cartas annimas recibidas y otras dos que le haba pasado Westfield sujetas con un espina de cactos. No eran slo las cartas. Por todas partes se oan murmuraciones contra el doctor. U Po Kyin saba muy bien que no bastaba con llamar traidor al mdico; era adems necesario ataca su reputacin desde todos los ngulos posibles. El doctor era acusado no slo de sedicin, sino tambin de intentos de soborne violaciones, torturas, operaciones quirrgicas ilegales, operar estando borracho perdido, envenenamientos, asesinatos por magia negra, comer carne de buey, vender certificados de defuncin los asesinos, llevar zapatos dentro de la pagoda y hacer proposiciones homosexuales al chico que tocaba el tambor en la polica militar. Si se haca caso de lo que se contaba de l, Veraswami resultaba una mezcla de Maquiavelo, Sweeny Todd y c marqus de Sade. Al principio, Macgregor no haba hecho gran caso de este cmulo de acusaciones. Estaba demasiado acostumbrado a esta clase de cosas. Pero la ltima de las cartas annimas de U Po Kyin le haba preocupado. Incluso para un maestro del gnero como U Po Kyin, aquella carta era un gran acierto. Se refera a la fuga de Nga Sbwe O, el dacoit, de la arce de Kyauktada. Nga Shwe O, que estaba por la mitad de la pena de siete aostan merecidaque le haban impuesto, prepare su fuga durante varios meses, y, para empezar, sus amigos d fuera haban sobornado a uno de los carceleros hindes. ste recibi un centenar de rupias por adelantado y pidi permiso para visitar a un pariente que se estaba muriendo y entretenerse de camino varios das en los burdeles de Mandalay. Pas el tiempo y el da fijado para la fuga se aplaz varias veces mientras que el guardin pareca no poder despegarse efe los burdeles. Por ltimo, decidi aumentar la recompensa delatndole el plan a U Po Kyin. ste, como de costumbre, supo aprovechar la ocasin. Le advirti al carcelero que si revelaba algo de aquello a otra persona, le costara muy caro, y en la misma noche fijada por fin para la fuga, cuando era ya demasiado tarde para impedirla, le envi otra carta annima al seor Macgregor advirtindole que se iba a realizar la fuga. La carta aada, por supuesto, que el doctor Veraswami, director de la crcel, haba cobrado una buena cantidad por hacerse el tonto. A la maana siguiente, en efecto, hubo gran alboroto entre los guardianes de la crcel, pues Nga Shwe n se haba escapado. (Tuvo que correr un buen trecho hasta el ro y ya estaba lejos gracias al sampn que le proporcion el propio U Po Kyin.) Esta vez Macgregor no poda hacerse el desentendido. El que haba escrito la carta deba de ser alguien metido en el complot y probablemente deca la verdad sobre la connivencia del mdico. Era un asunto muy serio. Un director de crcel que se deja sobornar para facilitarle la fuga a los presos, es capaz de todo, Y por tanto (quizs esta deduccin no fuese suficientemente clara, pero al seor Macgregor se lo pareca) la acusacin de sedicin, que era la principal de las que se haban hecho contra el doctor, resultaba ya muy verosmil. U Po Kyin haba atacado a. la vez a los otros europeos. Flory, cuya amistad con el mdico era la fuente principal del prestigio de ste, se haba asustado lo bastante para abandonarlo. En cuanto a Westfield, la cosa resultaba ya ms difcil. Como jefe de la polica local, Westfield saba mucho de U Po Kyin y estaba en condiciones de fastidiarle sus planes. Los policas y los magistrados son enemigos naturales. Pero U Po Kyin supo volver a su favor esta circunstancia. Haba acusado al doctor desde luego, con carta annima de estar ligado con el pillo U Po Kyin, el sinvergenza que aceptaba soborno de cualquiera. Esto enga a Westfield. Respecto a Ellis, no necesitaba cartas annimas; no poda pensar peor del mdico. Incluso haba tenido U Po Kyin la precaucin de enviarle otro de sus annimos a la seora Lackersteen, pues saba de sobra el poder que tienen las mujeres europeas sobre sus maridos. El doctor Veraswami, deca la carta, estaba incitando a los nativos a la violacin sistemtica de las mujeres europeas. U Po Kyin haba tocado as el punto flaco de la seora Lackersteen. Para ella los trminos sedicin, nacionalismo, rebelin Home Rulo, etc., slo venan a parar a una cosa: una masa de cooles de rostros muy negros en contraste con el blanco de sus ojos, que esperaban turno para violarla. Esta idea la tena asustada noches enteras. Con todo ello, el resto de simpata que pudiera quedar entre los europeos por el doctor Veraswami se estaba derrumbando rpidamente. Por eso le deca U Po Kyin, muy satisfecho, a Ma Kin Ahora comprenders que no tiene salvacin. Es como un rbol aserrado por el pie que se mantiene todava porque nadie le ha dado un empujoncito. Dentro de unas tres semanas, o quiz menos, le dar ese pequeo golpe que le har caer.
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Y en qu va a consistir tu golpe final? Voy a explicrtelo. Creo que ya debes saberlo. No entiendes de estas cosas, pero tienes la ventaja de saber callar. Has odo hablar de esa rebelin que estn preparando cerca de la aldea Thongwa? S, y creo que esos aldeanos son idiotas. Qu piensan hacer con sus dahs y lanzas contra los soldados hindes? stos los matarn como conejos. Naturalmente. Si hay lucha ser una matanza tremenda. Pero, en definitiva, slo son unos campesinos supersticiosos. Tienen una fe absurda en esas chaquetas a prueba de balas que les estn distribuyendo. Desprecio a esa gente por su ignorancia. Pobrecillos! Por qu no los convences, Ko Po Kyin? No hay necesidad de detener a nadie. Basta con que vayas a la aldea y les digas que ests al tanto de sus planes. No se atrevern a hacer nada. Claro que podra impedir esa rebelin si quisiera. Pero no me interesa. Tengo mis razones. Vers, Kin Kiny por favor gurdalo en absoluto secreto, sta va a ser, por decirlo as, mi rebelin particular. La he preparado yo. No es posible! Ma Kin dej caer su cigarro. La boca y los ojos se le haban abierto extraordinariamente con el asombro. La declaracin de U Po Kyin la haba horrorizado. Exclam Pero, qu ests diciendo? No puede ser verdad. T, organizando una rebelin! Es cierto, no lo dudes. Y me est saliendo muy bien. Ese brujo que he hecho venir de Rangn es un tipo muy listo. Ha recorrido toda la India como prestidigitador de circo. Las chaquetas a prueba de bala las hemos comprado en los almacenes de Whiteaway y Laidlow a una rupia con ocho armas cada una. Todo esto me va a costar algn dinero. Pero, Ko Po Kyin, es una sublevacin! Habr lucha y morirn muchos desgraciados! No te habrs vuelto loco? No temes que te maten tambin a ti? U Po Kyin se detuvo en sus paseos por la habitacin. Estaba asombrado de or a Ma Kin. Mujer, qu ideas se te ocurren. Ser posible que hayas pensado que me voy a rebelar contra el Gobierno? Yo, un humilde servidor del Gobierno desde hace treinta aos! Qu disparate! Te dije que yo haba organizado la rebelin, pero de ningn modo que fuese a tomar parte en ella. Los que van a arriesgar su piel son esos ignorantes aldeanos, no yo. Nadie piensa ni por asomo que yo tenga que ver nada con ese asunto, aparte de Ba Sein y otros dos. Pero me has dicho que eres t quien los ha conducido a sublevarse. Es natural. Si he acusado a Veraswami de organizar una rebelin contra el Gobierno, comprenders que debo presentar una rebelin. Ya comprendo. Y cuando estalle dirs que el doctor Veraswami tiene la culpa, no es eso? Qu lenta es tu inteligencia l Me pareca clarsimo para cualquiera que si organizo este levantamiento es slo para poderlo aplastar. Yo soy... qu expresin emplea el seor Macgregor? , ah, s, agent provocateur. No lo entenders porque es una expresin de un idioma latino. S, s, el agent provocateur. Primero, convenzo a esos imbciles de Thongwa de que deben levantarse contra el Gobierno y. luego los detengo como rebeldes. En el preciso momento en que debe empezar la revuelta detendr a los cabecillas y los meter en la crcel. Es posible que despus haya alguna lucha. Morirn algunos y otros sern deportados a los Andamas. Pero entretanto yo, U Po Kyin, aparecer .como el hombre que ha aplastado en unos minutos un levantamiento peligrossimo. Me convertir en el hroe de este distrito. U Po Kyin, orgulloso de su plan, reanud sus pasetos con las manos entrelazadas a la espalda. Sonrea satisfecho. Ma Kin pens algn tiempo sobre lo que haba odo. Por ltimo, dijo: Sigo sin comprender por qu haces todo esto. Cul es la verdadera finalidad de esta rebelin? Y qu tiene que ver todo ello con el doctor Veraswami?
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Nunca alcanzars la sabidura, KinKin. No te he explicado desde el principio que Veraswami me estorba? Esta rebelin es lo mejor para librarme de l. Naturalmente, no conseguir probar que l es el responsable del levantamiento, pero eso nada importa. Todos los europeos darn por cierto que el mdico est mezclado en este asunto. Ya los he preparado y s cmo funcionan sus cerebros. Veraswami quedar destrozado para el resto de su vida y su cada representa mi subida. Mientras ms ennegrezca yo su conducta, ms gloriosa y digna de premio resultar mi propia conducta. Comprendes ahora? S, te comprendo y creo que es un plan mezquino y perverso. Me asombra que no te avergences de contrmelo. Qu ocurrencia, Kin-Kin ! Supongo que no empezars otra vez a echarme en cara... Veo que slo eres feliz con la desgracia de los otros. Por qu todo lo que haces perjudica a las dems personas? Piensa que el pobre doctor ser despedido y que los aldeanos que no mueran en la refriega sern castigados. Los azotarn con bambes o los encarcelarn para toda su vida. Es imprescindible que hagas todas estas cosas? Para qu deseas ms dinero, si ya eres rico? Dinero! Quin habla de dinero? Algn da, mujer, te dars cuenta de que en el mundo hay otras cosas ms importantes que el dinero. Por ejemplo, la fama, la grandeza... No ves que el gobernador de Birmania me pondr en el pecho una condecoracin por mi leal conducta en este asunto? No te sentirs orgullosa cuando llegue ese momento? A Ma Kin no le impresionaba esa perspectiva. No piensas, Ko Po Kyin, que no vas a vivir mil aos? No olvides lo que les sucede a los que han vivido de un modo perverso en este mundo. Por ejemplo, te puedes convertir en rata o en rana. Recuerda lo que me cont un sacerdote. Me hablaba del infierno, un sitio del que hablan en las Escrituras Pali. Era horrible. Me dijo: Una vez cada mil siglos dos lanzas al rojo vivo se encontrarn en tu corazn y te dirs: Han terminado mil siglos de mi tormento y ahora empiezan los mil siguientes. No es terrible que te pueda suceder una cosa as? U Po Kyin se ri con aquello e hizo un gesto burln con la mano cuyo significado era: Pagodas!. Bueno, ojal puedas seguir riendo al final! Pero a m me dan asco estas cosas. Ma Kin le volvi la espalda despectivamente y volvi a encender su cigarro. U Po Kyin continu paseando por la habitacin, y, cuando volvi a hablar, lo hizo en un tono ms serio en el que haba cierto matiz de desconfianza Adems, Kin-Kin, hay otra cosa detrs de todo esto, algo que no te he dicho a ti todava; ni por supuesto a nadie ms. Ni siquiera Ba Sein lo sabe. Pero creo que ya es hora de decrtelo. No quiero saberlo si se trata de ms perversidades. No, no. Hace poco me preguntabas cul era la verdadera finalidad de todo esto. Crees que mi inters en arruinar a Veraswami procede slo de que me resulta antiptico y de que me fastidian sus ideas sobre el soborno. Pues bien, no es slo eso. Hay algo ms, algo de importancia mucho mayor y que te afecta a ti tanto como a mi. De qu se trata? No has sentido nunca, KinKin, un anhelo por cosas ms elevadas? No te ha llamado la atencin nunca que despus de todos nuestros xitos de los mos, para ser ms exactos estamos casi en la misma posicin que cuando empezamos? Me parece que merezco llevar un tren de vida superior a ste. Mira este cuarto. No es mejor que el de un campesino. Estoy cansado de comer con los dedos y de relacionarme slo con birmanos pobre gente, inferior y de vivir peor que un empleadillo europeo. El dinero no lo es todo; me gustara conseguir el triunfo social. No has ambicionado nunca vivir de un modo ms elevado socialmente? No s qu podemos desear ms cuando tenemos de todo lo que necesitamos. Cuando yo era una muchacha, en mi aldea, nunca me atreva a sonar que llegara a vivir rodeada de tantas comodidades como ahora. Mira, ah tenemos sillas inglesas. jams me he sentado en ninguna, pero me enorgullece saber que son nuestras. Me basta con eso.
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Para qu saldras de aquella aldea, KinKin? Slo vales para estar parloteando junto al pozo con las dems campesinas mientras sostienes en la cabeza un cntaro. Pero yo, gracias a Dios, soy ms ambicioso. Y ahora te dir la verdadera razn por la que estoy intrigando contra Veraswami. Algo que ser noble y glorioso. He de lograr el mayor honor a que puede aspirar un oriental. Por supuesto, sabes ya a qu, me refiero. No. Qu es? Cmo es posible que no lo adivines? La mayor ambicin de mi vida! Ah, ya s. Quieres comprarte un automvil. Pero, por favor, Ko Po Kyin, no esperars que me monte en l. U Po Kyin levant los brazos con desesperacin. Un auto! Tienes una mentalidad de vendedora de cacahuetes. Podra comprar ahora mismo veinte automviles si se me antojara. Y, para qu pueden servirme los coches en un sitio como ste? No, mi ambicin va muchsimo ms lejos. Entonces, qu es? Escucha. S que dentro de un mes los europeos van a elegir un miembro indgena en su Club. No quieren hacerlo, pero se lo ha ordenado el comisario y obedecern. Naturalmente, elegiran a Veraswami, que es el funcionario nativo de ms importancia en el distrito. Pero yo he ennegrecido su reputacin de modo que... Qu? U Po Kyin no respondi en seguida. Mir a Ma Kin con su cara grande y amarilla, su fuerte mandbula e innumerables dientes, y se sinti tan enternecido que pareca a punto de llorar. Por fin, dijo en una voz casi inaudible, como si le aplastara la grandeza de lo que estaba diciendo: No comprendes, mujer, que si Veraswami cae en desgracia me elegirn a m como miembro del Club? El efecto de estas palabras fu definitivo. Ma Kin no volvi a oponer nada. La magnificencia del proyecto de U Po Kyin la haba hecho enmudecer. Y no sin razn, pues todo lo que l haba logrado en su vida resultaba una insignificancia en comparacin con esta increble audacia. Es un inmenso triunfo y lo era doblemente en Kyauktada que un funcionario nativo de tercera categora se abriera paso hasta el Club Europeo. Ese templo remoto y misterioso, el Club Europeo, es de un acceso ms difcil que el Nirvana. Po Kyin, el desnudo golfillo de Mandalay, el empleado ladronzuelo y obscuro funcionario, entrara en el sitio sagrado, les dira a los europeos Hola, chicos, bebera whisky con soda y jugara al billar sobre un tapete verde! Ma Kin, la pueblerina que haba visto por primera vez la luz a travs de las rendijas de una choza de bamb techada con hojas de palmera, se sentara en una silla alta y llevara medias de seda y zapatos con tacn alto hablando en indostani con las' seoras inglesas sobre la ropita de los bebs y otros temas que interesan a los europeos. Era una perspectiva como para marear a cualquier nativo. Ma Kin permaneci silenciosa mucho tiempo, con la boca abierta, pensando en el Club Europeo y en las maravillas que all se encerraran. Por primera vez en su vida vi sin indignacin los planes de U Po Kyin. En cuanto a ste, quizs fuera una proeza mucho mayor haber sembrado esa semilla de ambicin en el corazn de la sencilla mujer que el hecho mismo de asaltar el Club. XIII CUANDO Flory pas por delante de la verja del hospital, se cruzaron con l cuatro harapientos cooles que llevaban a un muerto envuelto en sacos para enterrarlo en una fosa de la selva. Flory cruz el patio entre los pabellones del hospital. A lo largo de las verandas, en lechos sin sbanas, yacan filas de indgenas de rostros grises. Todo aquel lugar tena un aspecto asqueroso e infecto. Por mucho que el doctor
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Veraswami se esforzase por tenerlo limpio, no haba nada que hacer por el exceso de polvo y la falta de agua, la pereza de los barrenderos y de los mal preparados enfermeros. A Flory le dijeron que el doctor estaba en el departamento de la consulta. Era una habitacin con paredes de yeso, sin ms mobiliario que una mesa y dos sillas y un polvoriento retrato de la reina Victoria que era ms bien un cromo. Una cola de birmanos cubiertos de harapos entraba en la habitacin hasta la mesa. El mdico estaba en mangas de camisa y sudaba copiosamente. Se levant con una exclamacin de alegra y, con su habitual rapidez, hizo sentar a Flory en la nica silla libre y sac una lata de cigarrillos del cajn de la mesa. ; Qu deliciosa visita, seor Flory! Por favor, pngase cmodo, es decir, si cabe hablar de comodidad en un sitio como ste. Despus, en mi casa podremos hablar tranquilamente y beber cerveza. Le ruego que me disculpe mientras atiendo al populacho. Flory se sent e inmediatamente empez a sudar. En poco tiempo se le empap la camisa. En aquella habitacin haca un calor asfixiante. Los campesinos exhalaban ajo por todos sus poros. A cada individuo que se acercaba a la mesa, el mdico saltaba de su silla, le daba unos golpecitos en la espalda, le pegaba su negra oreja al pecho, le lanzaba varias preguntas en birmano popular, volva a sentarse con la rapidez de un autmata y escriba una receta. Los pacientes cruzaban el patio para llevar las recetas al farmacutico, que les entregaba unos frascos llenos de agua con diversas substancias vegetales. El farmacutico se ganaba la vida bastante bien gracias a la venta de estas medicinas, pues el Gobierno slo le pagaba veinticinco rupias al mes. Sin embargo, el doctor no estaba enterado de esto. La mayora de las maanas, Veraswami no tena tiempo para atender a los pacientes de fuera y confiaba esta tarea a sus ayudantes. Los mtodos cientficos de stos eran muy breves. El ayudante preguntaba a cada paciente: Dnde te duele: en la cabeza, en la espalda o en el vientre?, y segn la respuesta coga una receta ya hecha de una de las tres pilas que estaban preparadas. Los pacientes preferan este mtodo al del mdico, pues ste sola preguntarles si haban padecido enfermedades venreasuna pregunta que irritaba el sentido del honor de los enfermosy a veces los horrorizaba aun ms hablndoles de la posibilidad de una operacin quirrgica. A esto le llamaban los indgenas cortar barrigas. La mayora de ellos prefera morir doce veces antes que dejarse cortar la barriga. Al desaparecer el ltimo paciente, el doctor se ech atrs en la silla abanicndose la cara con el bloque de recetas. Qu calor ms horrible! A veces creo que nunca me voy a quitar de la nariz este odioso olor a ajo. No comprendo cmo no se les impregna de ajo la sangre. No se siente usted ya medio asfixiado, seor Flory? Ustedes los ingleses tienen el olfato muy desarrollado, casi demasiado. Qu tormento sufrirn ustedes en nuestro asqueroso Oriente! Abandonad vuestras narices, todos los que aqu entris! Deban escribir eso sobre el canal de Suez. Parece usted muy ocupado esta maana. Como siempre. Pero, amigo mo, qu descorazonador es el trabajo de un mdico en este pas teniendo que soportar a tantos ignorantes y puercos salvajes! Lo ms que podemos hacer es convencerlos para que vengan al hospital, pero antes de consentir en que los operen prefieren morirse de gangrena o llevar durante diez aos un tumor del tamao de un meln. Y causa espanto saber qu medicinas les dan sus mdicos: hierbas cogidas durante la luna nueva, patillas de tigre, astillas de cuernos de rinoceronte, orina, sangre menstrual... En fin, de lo ms repugnante. De todos modos, es pintoresco. Deba usted compilar una farmacopea birmana, doctor. Sera casi tan buena como la de Culpeper. Brbaro ganado, brbaro ganadodijo el doctor ponindose su chaqueta blanca. Vamos a mi casa? Me queda cerveza y creo que tambin un poco de hielo. A las diez tengo una operacin, una hernia estrangulada, muy urgente. Estoy libre hasta entonces. Cruzaron el patio y subieron los escalones que daban acceso a la veranda del doctor. ste, despus de comprobar que el hielo se le haba derretido y no era ya ms que agua tibia, abri una botella de cerveza y llam nervioso a los criados para que le pusieran ms botellas a refrescar en el cubo de paja hmeda. Flory se acod en la barandilla. No se haba quitado el sombrero. Haba ido all para disculparse. Llevaba
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quince das evitando al mdico desde el da en que apareci su nombre en el insultante aviso del Club. Pero aun no se haba disculpado. U Po Kyin conoca bien a los hombres, pero haba cometido el error de suponer que bastaban dos cartas annimas para separar a Flory definitivamente de su amigo. Doctor, sabe usted lo que he venido a decirle? No. S, lo sabe usted. Se trata de la mala pasada que le jugu a usted la otra semana. Cuando Ellis puso aquel aviso en el tabln del Club y yo lo firm tambin. Estoy seguro de que se lo han contado. Quisiera explicarle... No, no, amigo mo; no, no. El intento de disculpa de Flory disgustaba de tal modo al doctor que cruz la veranda de un salto de un verdadero salto , y lo cogi de un brazo No me explicar usted nada, le ruego que no se refiera en absoluto a ese asunto. Comprendo perfectamente su actitud, la comprendo y no se la reprocho en absoluto. No, no puede usted comprenderlo. No puede usted saber la clase de presin que se ejerce sobre cualquiera de nosotros para hacer esas cosas. Nada concreto poda obligarme a firmar ese papel. Si me hubiera negado a ello, no me habra ocurrido nada. No hay ninguna ley britnica que nos obligue a ser brutales con los birmanos, ni en general con los orientales. Al contrario, se nos dice que debemos ser amables con ellos. Pero ninguno de nosotros se atreve a ser leal con un amigo de Oriente cuando esto significa ponerse contra los dems. Si yo me hubiera empeado en no firmar el aviso, habra cado en desgracia con los del Club durante un par de semanas por lo menos. As que, como de costumbre, tuve que ceder. Por favor, seor Flory, por favor; le aseguro que si contina diciendo esas cosas me har usted sentirme muy incmodo. Lo menos que puedo hacer es comprender y justificar la posicin de usted. Ya sabe, doctor, que nuestro lema es: En la India haz lo que hagan los ingleses. Desde luego, desde luego. Adems, me parece un lema muy noble. Podramos expresarlo con estas dos palabras: Siempre unidos. Es precisamente el secreto de la superioridad de ustedes respecto a nosotros, los orientales. En fin, nunca sirve de mucho decir que lo lamenta uno, Pero lo que he venido a asegurarle, doctor, es que no volver a suceder eso. En realidad... Le insisto, seor Flory, en que le quedar muy reconocido si no me habla usted ms de ese asunto. Ya todo ha pasado y lo he olvidado todo. Por favor, bebamos la cerveza antes de que empiece a hervir. Adems, tengo algo que decirle. No me ha preguntado usted todava si tengo alguna noticia que darle. Ah, las noticias... Y, a propsito: hay alguna noticia? Qu ocurre por el mundo? Cmo est mam Britania? Sigue moribunda? Con el pulso muy dbil, seor Flory. Pero, de todos modos, no lo tiene tan dbil como el mo. Me encuentro bastante apurado, querido amigo. Otra vez U Po Kyin? Ha vuelto a escribir algn libelo contra usted? Si no fueran ms que libelos! Ahora est urdiendo un plan diablico. Amigo mo, ha odo usted algo de esa rebelin que va a estallar en nuestro distrito? Claro que he odo. Se habla mucho de ello. Westfield sali dispuesto a hacer una matanza, pero creo que no ha encontrado ni un solo rebelde. Solamente lo de siempre: los que no quieren pagar los impuestos... Desgraciados! Sabe usted lo que importa el impuesto que se han negado a pagar? Cinco rupias! Se cansarn de mantener esa actitud y acabarn pagndolo. Ocurre igual todos los aos. Pero en cuanto a la rebelin la llamada rebelin , es asunto muy distinto. Me interesa que sepa usted lo que se encierra bajo las apariencias en este asunto. Diga, doctor.
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Con gran sorpresa de Flory, hizo Veraswami un gesto de ira tan violento que derram casi toda la cerveza del vaso. Coloc ste sobre la barandilla y exclam con furiosa indignacin: Es U Po Kyin, ese incalificable tipo! Es el cocodrilo que carece de todo sentimiento humano Ese... ese... Siga, siga calificndole. Puede usted llamarle ese obsceno bal lleno de porqueras, ese lobo de perversidades. Y qu ha hecho ahora? Una villana sin precedentes. Y el mdico le cont todo lo que saba de la fingida rebelin, que era casi tanto como lo explicado por U Po Kyin a Ma Kin. El nico dato que faltaba era el objetivo final del repugnante tipo: Entrar en el Club Europeo. No podra decirse sin faltar a la verdad que el rostro de Veraswami enrojeciera de indignacin, pero s que se puso ms intensamente negro. Flory qued tan estupefacto que no se sent. Qu canalla! Quin podra pensar que ese grasiento animal era capaz de semejante cosa? Pero cmo se las arregl usted para descubrir la trama? Me quedan algunos amigos. Pero ve usted, amigo mio, lo que me est preparando? Quiere acabar conmigo definitivamente. Ya me ha calumniado de todas las maneras imaginables. Pero lo decisivo ser que, al estallar la rebelin que ha preparado tan cuidadosamente, me har figurar como el organizador de ella. Y de sobra sabe usted que la menor sospecha sobre mi lealtad puede arruinarme para siempre. Bastar con que se aluda a una supuesta simpata ma por los rebeldes para que todo se me venga abajo. Eso es una ridiculez. Cmo va a depender la reputacin de un hombre de las sospechas creadas por semejante tipo? Y cmo puedo defenderme si no me ser posible probar nada? Estoy enterado de todo, pero de qu me sirve? Si planteo la cuestin ante las autoridades, por cada testigo que yo presente llevar U Po Kyin cincuenta. Creo que usted no conoce exactamente la influencia de ese hombre en el distrito. Nadie se atreve a hablar contra l. Pero, qu necesita usted probar? Le basta hablar con Macgregor y contarle lo que sabe. Es un hombre muy justo y le har a usted caso. Es intil, intil... Se ve que usted no tiene la mentalidad de un conspirador, seor Flory. Qui s'excuse s'accuse, no es verdad? No trae cuenta ir gritando por ah que existe una conspiracin contra uno. Entonces, qu piensa usted hacer? Nada. No puedo hacer nada. Sencillamente, he de esperar y confiar en que mi prestigio me salve En asuntos como ste, en que est en juego la reputacin de un funcionario nativo, no es cuestin de pruebas ni de demostrar nada Todo depende de cmo le consideren a uno los europeos. Si estoy a bien con ellos no me creern capaz de una villana como sta; si no me quieren, estoy perdido; creern cuanto se diga de m. Aqu, el prestigio lo es todo. Quedaron en silencio un momento. Flory saba perfectamente que el prestigio lo es todo. Estaba acostumbrado a estos nebulosos conflictos en los que la sospecha es ms fuerte que la prueba y la reputacin de una persona tiene ms peso en la balanza que un millar de testimonios. Y se le ocurri pensar algo que no se le habra ocurrido tres semanas antes; un pensamiento muy desagradable. Era uno de esos momentos en que uno ve con toda claridad cul es su deber y, a pesar de un intenso deseo de eludir su cumplimiento, se siente arrastrado por la fuerza que le obliga a cumplirlo. Dijo: Supongamos, por ejemplo, que le hicieran a usted socio del Club. Beneficiara eso a su prestigio, doctor? Socio del Club! Naturalmente que subira ni prestigio enormemente. El Club!... Pero, para qu pensar en eso? El Club es una fortaleza inexpugnable. Desde luego, si yo formara parte de l nadie se atrevera a prestar odos a ninguno de los chismes que corren sobre m, como nadie se atrevera a escuchar cualquier infundio que contaran sobre usted, seor Flory. 0 como si se tratara del seor Macgregor o de cualquier otro europeo. Pero qu esperanza puedo tener yo de que me elija despus de todo ese veneno que han echado sobre m? Escuche usted, doctor, lo que voy a decirle: propondr candidatura en la prxima asamblea general. Estoy seguro que si alguien propone un candidatova que debemos hace lo ninguno se opondr, excepto Ellis. Y mientras tanto...
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Ah, amigo mo, mi querido amigo! El doctor estaba tan emocionado que temblaba. Cogi a Flory de la mano. Qu noble es su actitud, querido amigo! Es usted un alma noble, pero se excede usted. Esto puede perjudicarle mucho. Podra ponerle a mal con sus amigos europeos. Por ejemplo el seor Ellis no le perdonara que me propusiera como candidato. No se preocupe de Ellis. Comprender usted que no estoy prometiendo una eleccin segura. Eso depender de lo que diga Macgregor y de la disposicin en que se encuentren los dems. Es muy probable que, a pesar de mis buenas intencione no logremos nada. Veraswami no le soltaba a Flory la mano. Se la estrechaba conmovido, entre las suyas gordezuelas y hmedas. Se le haban saltado las lgrimas y sus ojos, a travs de sus lentes de aumento, parecan los lquidos ojos de un perro. Ah, querido amigo, si me eligieran! Entonces terminaran todas mis dificultades. Pero, como le dije antes, no quiero que se precipite usted en este asunto. Tenga mucho cuidado con U Po Kyin. Estoy seguro de que va le tiene a usted entre so enemigos. E incluso para usted, un ingls, la enemistad de ese hombre puede ser muy peligrosa. Qu ocurrencia! Cmo quiere usted que me afecte actitud de un U Po Kyin? Hasta ahora lo nico que ha hecho es mandar a unos y otros unos annimos idiotas. Yo no estara tan seguro. Tiene medios muy sutiles para conseguir su objetivo. Y es capaz de remover cielo y tierra para conseguir que yo no entre en el Club. Si tiene usted un punto flaco, procure defenderse, amigo mo. U Po Kyin lo descubrir Y su gran especialidad es herir en el plinto flaco de cada un Como el cocodrilo! dijo Flory. Como el cocodrilo asinti el doctor con toda seriedadad. De todos modos, mi buen amigo, no sabe usted lo consolador que es para, m orle. Si yo consiguiera ser socio del Club!. Qu honor, relacionarme con los caballeros europeos Pero hay otro asunto, seor Flory, que no he mencionado antes. Se trata y espero que esto quede muy claroque no tengo la menor intencin de utilizar el Club en modo alguno. Lo nico que deseo es pertenecer a l. E incluso si me eligen, no pienso pisar jams el Club. No ira usted nunca al Club? No, no! Nunca se me ocurrira obligarles a los caballeros europeos a soportar mi compaa. Me limitara a pagar mi cuota de socio. Para m ya es un privilegio bastante grande. Espero que me comprenda usted. Le comprendo perfectamente, doctor. Flory se rea solo mientras, de regreso, suba la cuesta. Estaba completamente decidido a proponer la candidatura del doctor. Y le diverta pensar en el escndalo que se formara cuando los dems se enterasen. Sin saber por qu, este asunto, que un mes antes le habra atemorizado, ahora le causaba risa. Por qu? Y por qu se haba comprometido con el doctor? En realidad no era un riesgo, importante el que pensaba correr; no tena nada de heroico y sin embargo era impropio de l. Por qu rompa de pronto el pukka sahib, despus de tantos aos circunspectos, todas las reglas establecidas? Flory saba el porqu. Era a causa de Elizabeth. La aparicin de la joven en su vida le haba cambiado tanto que era como si los aos mezquinos y miserables anteriores no hubieran existido. La presencia de Elizabeth haba cambiado la rbita de su mente. Le haba llevado el aire de Inglaterra, de la querida Inglaterra, donde el pensamiento es libre y no le condenan a uno para siempre a bailar la danse du pukka sahib para edificacin de las razas inferiores. Dnde estaba la vida que haba llevado hasta entonces?, pensaba Flory. Slo por el hecho de existir Elizabeth sentase Flory con energas sobradas para actuar decentemente. Era feliz, muy feliz, porque se convenca de que las personas piadosas llevaban razn al creer en la salvacin y en que la vida puede empezar de nuevo. Llegado a la verja de su casa, Flory entr por el sendero del jardn y pens que las flores, los criados, la casa y toda la vida que hasta haca tan poco tiempo haba estado impregnada de aburrimiento y de aoranza, se converta en algo totalmente distinto, en una vida nueva, significativa y de una belleza inagotable. Qu estupendo sera poderla compartir con alguien! Cunto se podra amar a este pas si no se sintiera uno tan solo! Nero estaba por all cerca resistiendo el sol
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para comerse unos granos de paddy que se le haban cado al mali cuando llevaba la comida a las cabras. Flo se lanz jadeante hacia l, y Nero, de un salto, se coloc en un hombro de Flory. ste sigui hasta la casa llevando al gallito rojo en brazos. Le acariciaba el suave plumaje y la cresta, que pareca de seda. Apenas pis la veranda, comprendi que Ma Hla May estaba en la casa. No necesit esperar para ello a que Ko S'la viniera corriendo a anunciarle la mala noticia. Flory haba olido el perfume de sndalo, ajo .y aceite de coco, y tambin de jazmn, con que se perfumaba el cabello. Dej a Nero sobre la barandilla. La mujer ha vueltodijo Ko S'la. Flory palideci y cuando palideca se le pona fesima la marca de la mejilla. Haba sentido como un golpe en el estmago o quizs, mejor dicho, como si un trozo de hielo le recorriese las entraas. Ma Hla May apareci en la puerta del dormitorio. Tena la cabeza baja y le miraba de soslayo. Thakin...dijo en voz baja. Vetele grit Flory irritado a Ko S'la, descargando en l su miedo y la irritacin que senta. Thakinrepiti Ma Hla May, ven al dormitorio. Tenque decirte una cosa. Flory la sigui al dormitorio. En una semana slo haba pasado una semanael aspecto de esta mujer se haba estropeado increblemente. Tena el cabello sucio y grasiento. No llevaba ms que un longyi de algodn floreado que costaba dos rupias y ocho annas. Se haba empolvado tanto la cara que pareca la mscara de un payaso. Flory, incapaz de mirar aquel desecho, se volvi de espaldas a ella mirando fijamente la parte de veranda que se vea por el hueco de la puerta. Por qu has vuelto? Por qu no te has ido a tu pueblo? Vivo en Kyauktada, en casa de mi prima. Cmo quieres que vuelva a mi pueblo despus de lo que ha sucedido? Y cmo te atreves a mandarme esos tipos para pedirme dinero? Cmo tienes la frescura de exigirme ms dinero cuando hace slo una semana te di cien rupias? No puedo volverrepiti ella hacindose la desentendida de lo otro. Lo dijo con voz tan chillona que Flory se volvi instintivamente. Ma Hla May estaba muy derecha con las facciones contradas y los labios salientes, en un caracterstico gesto de enfado. Y por qu diablos no puedes volver a tu pueblo? Volver all despus de todo lo que me has hecho! Y de pronto estall en un furioso rocin. Vociferaba como las verduleras del bazar, de un modo histrico y con una indescriptible ordinariez. Cmo voy a regresar para que me sealen y se ra de m toda esa gente baja del campo, esos imbciles a los que desprecio? Yo, yo que he sido una bo-kadaw, la mujer de un hombre blanco! Te atreves a pedirme que una mujer de mi categora vuelva a casa de su padre para mezclarse con las mujerucas que no pueden encontrar marido de tan feas como son? ; Qu vergenza, qu vergenza! He sido tu mujer durante dos aos, me has querido y me has cuidado para luego echarme a la calle como a una perra, sin motivo ninguno y sin habrmelo advertido antes. Y encima quieres que vuelva a mi pueblo sin dinero, sin joyas y sin tener siquiera mis longyis de seda, para que aquella gentuza me seale con el dedo y diga: Ah est Ma Hla May, que se crey ms lista que todas nosotras. Miradla, su hombre blanco la ha tratado como a una perra. Has destrozado mi vida! Qu hombre querra casarse conmigo despus de haber vivido dos aos en tu casa? Te has aprovechado de mi juventud y ahora me tiras a la basura como un desperdicio. Qu vergenza, qu vergenza! Flory no poda mirarla. Estaba muy plido, tembloroso v sin saber qu contestar. Al fin y al cabo, todo lo que Ma Hla May deca estaba justificado, y cmo iba a explicarle que en las condiciones en que l se encontraba ahora habra sido un ultraje y un pecado seguir siendo su amante? Se ech atrs porque le pareca ver como en un espejo la negra mancha sobre su cara amarillenta. Volviendo instintivamente al asunto del dinero, porque el dinero lo haba arreglado siempre todo entre l y la joven birmana, le dijo: Te dar dinero. Tendrs las cincuenta rupias que me pediste. Y ms adelante te dar otra cantidad. Hasta el mes prximo no tendr ms dinero. Esto era cierto. Las cien rupias que le haba dado y lo que se haba gastado en ropa haban agotado sus reservas. Ma Hla May estall en un estruendoso llanto. Las lgrimas le embadurnaron la cara al mezclarse
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con la espesa capa de polvos Antes de que Flory pudiera impedirlo, se le arroj a los pies y, ponindose de rodillas, se dedic a hacer una serie de reverencias tocando el suelo con la frente en una manifestacin de la ms baja humillacin. Levntate, levntateexclam Flory. Siempre le horrorizaba el abyecto shiko con el cuello doblado y el cuerpo arqueado, como invitando a'. golpe. No puedo soportar esto. Ponte de pie ahora mismo. La birmana gema, sollozaba, chillaba y finalmente intent agarrar a Flory por los tobillos. ste di a toda prisa unos pasos atrs. Ahora mismo te vas a levantar. Adems, cllate de una vez. No s por qu has de llorar. Ma Hla May permaneci de rodillas y arreci en sus sollozos Por qu me ofreces dinero? Crees que slo por dinero he venido a verte? Cmo puedes creer, habindome echado de tu casa como a una perra, que slo vuelvo aqu por inters? Te digo que te levantesinsisti Flory, que se mantena apartado de ella por temor a que lo agarrase de una pierna. Qu puedes desear sino dinero? Por qu me odias?gimi ella. Qu dao te hice? Es verdad que te rob tu pitillera, pero no te enfadaste. S que vas a casarte con la mujer blanca lo sabe todo el mundo. Pero qu importa eso para que me eches? ; Por qu me odias? No es que te odie. No puedo explicarte por qu debes marcharte. Por favor, levntate. Ma Hla May lloraba y gema, pues, al fin, slo era una criatura infantil. Mir a Flory a travs de las lgrimas, angustiada, tratando de sorprender en l alguna seal de misericordia. Luego,un espectculo horrible para Flory se tendi cuan larga era, con la cara aplastada contra el suelo. Levntate, levntate! le grit en ingls . No puedo resistirlo. Es abominable! La muchacha no se levant. Se arrastr como un gusano hasta los pies de Flory. Su cuerpo marc un camino en el polvoriento suelo. Segua postrada frente a l con los brazos extendidos y el rostro oculto como ante un dios. Amo, amo!sollozaba, me perdonas? Perdname aunque slo sea esta vez! Admite de nuevo a Ma Hla May en tu casa. Ser tu esclava. Todava menos que una esclava. Lo soportar todo con tal de que no me eches de tu casa. Haba conseguido por fin rodearle los tobillos con los brazos y empez a besarle los zapatos. Flory, sin saber ya qu hacer, la miraba, con las manos en los bolsillos. Flo entr en la habitacin y, acercndose a Ma Hla May, olfate el longyi. Al reconocer el olor, movi la cola. Flory no poda soportar todo aquello. Se inclin y cogiendo a Ma Hla May por los hombros la oblig a ponerse de rodillas. Ahora levntatele dijo. Me duele verte as. Har lo que pueda por ti. No sirve de nada que llores. Con renovada esperanza, exclam la joven Entonces, me admitirs de nuevo. Amo, acepta en tu casa a Ma Hla May. Nadie se enterar. Me esconder cuando venga la mujer blanca, y, si me ve, creer que soy una de las mujeres de los criados. No quieres? No puedo. Es imposibledijo volvindole la espalda otra vez. La birmana comprendi por el tono de voz de Flory que su suerte estaba echada. Entonces lanz un espantoso grito. Volvi a tirarse al suelo golpendolo con la frente. Era horrible. Y lo peor de todo, lo que ms hera a Flory, era la bajeza de los sentimientos que provocaban aquella actitud. Porque en todo aquello no haba ni una chispa de amor por l. Los lamentos y el arrastrarse por el suelo eran slo por la posicin perdida, por la vida ociosade querida de un blanco, por los trajes caros y por el mando sobre los criados indgenas. Haba algo infinitamente lamentable en todo aquello. Si Ma Hla May hubiese amado a Flory, ste la habra podido echar de su casa con mucha menos preocupacin. Pero las penas que no tienen ni pizca de nobleza son mucho ms amargas. As, Flory se incln y la levant.
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Escucha, Ma Hla Mayle dijo; no te odio, no me has hecho ningn mal. Soy yo quien te ha perjudicado. Pero esto no tiene remedio. Debes irte a casa y ms adelante te mandar dinero. Si quieres, puedes poner una tienda en el bazar. Todava eres muy joven y todo lo que ha pasado no te importar cuando tengas dinero y encuentres un marido. Estoy perdida! gimi de nuevo la birmana . Me matar. Me tirar al ro. Cmo voy a seguir viviendo despus de esta desgracia? Flory la tena abrazada para evitar que se tirase al suelo y casi la estaba acariciando. Ella se apretaba contra Flory escondiendo el rostro en la camisa de l mientras los sollozos le sacudan el cuerpo. A Flory le llegaba un intenso perfume 9e sndalo. Quiz creyera Ma Hla May que hallndose ahora en sus brazos y con su cuerpo pegado al de l, pudiese renovar la atraccin de antes. Pero se fu separando suavemente de ella y luego, tranquilo al ver que no se arrodillaba ms, se alej unos pasos. Basta. Ahora tienes que irte. Y te voy a dar ahora mismo las cincuenta rupias que te he prometido. Sac de debajo de la cama un pequeo bal, de donde tom cinco billetes de diez rupias. Luego los meti silenciosamente por el descote del ingyi. La birmana dej de llorar como por encanto. Sin pronunciar ni una palabra fu un momento al cuarto de bao y volvi con la cara lavada, y el cabello y el vestido arreglados. Segua estando seria, pero se haba producido en ella un cambio absoluto. Todo aquel aire de pobre mujer deshecha haba desaparecido. Por ltima vez, thakin, no me dejas volver? Es tu ltima palabra? S. Lo siento mucho, pero no puedo evitarlo. Entonces, me marcho, thakin. Muy bien. Que Dios te acompae. Acodado en la barandilla de madera de la veranda, Flory la vi alejarse por el sendero bajo la intensa luz del sol. Iba muy derecha. E incluso por detrs se le notaba su aire de persona ofendida. Era verdad lo que haba dicho; Flory le haba quitado la juventud. Ko S'la se hallaba detrs de su amo. ste no lo haba sentido llegar con sus pies descalzos. El criado not que a su amo le temblaban las rodillas y tosi ligeramente para llamar su atencin. Qu ocurre? El desayuno de mi santo amo se est enfriando. No quiero desayunar. Dame algo de beber... Ginebra, XIV Como largas agujas curvas movindose en un bordado, las dos canoas donde iban Flory y Elizabeth se abran baso por la ensenada que conduca tierra adentro desde la orilla oriental del Irrawaddy. Era el da de la cacera. En realidad, sta quedaba reducida a una excursin por la tarde, ya que no podan quedarse de noche juntos en la selva. Cazaran durante un par de horas, las ms frescas de la tarde relativamente y regresaran a Kyauktada a la hora de cenar. Las canoas, hecha cada una de ellas de un tronco de rbol hueco, se deslizaban rpidamente sin arrugar siquiera la obscura superficie del agua. Los jacintos acuticos, con su profuso y esponjoso follaje y sus flores azules, haban invadido de tal modo la corriente que el canal quedaba reducido a una serpenteante cinta de metro y medio de anchura. La luz se filtraba verdosa por el inmenso dosel de ramas. A veces se oan los chillidos de los loros, pero no aparecan animales por ninguna parte. Slo vieron una vez una serpiente que se alejaba a toda prisa para desaparecer entre los jacintos acuticos. Cunto tardaremos en llegar al pueblo?le grit Elizabeth a Flory. ste iba en una canoa mayor detrs con la perrita y Ko S'la, y una mujer, una vieja arrugada y harapienta, que remaba. Cunto falta para el pueblo, abuela? le pregunt Flory a la vieja. sta se quit el cigarro de la boca y qued en actitud meditativa con el remo apoyado en las rodillas.
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La distancia del grito de un hombre dijo despus de pensarlo mucho. Media milla, poco ms o menostradujo Flory. A Elizabeth le dola la espalda. Estas canoas podan volcar con cualquier movimiento imprudente y era preciso mantenerse muy tieso, sentado en el rstico banquillo con los pies lo ms estirados posible. El birmano, que, haca de remero en la canoa de Elizabeth, tena ms de sesenta aos, pero su cuerpo medio desnudo era tan perfecto como el de un muchacho. Su cara, curtida por el sol y los aos, era agradable y simptica. Tena una hermosa cabellera negra, inslita para un birmano, y la llevaba atada a un lado, aunque se le escapaban algunos mechones. Elizabeth tena sobre las rodillas el fusil de su to. Flory se haba ofrecido a llevarlo, pero ella no quiso; le encantaba el contacto del arma. Hasta aquel da no haba tenido nunca un fusil en las manos. Vesta una spera falda y una camisa de seda de hombre y calzaba unas botas con polainas bajas. Saba que este atuendo, completado con un sombrero terai, le sentaba bien. Sentase feliz a pesar del dolor de la espalda, del sudor que le corra por la cara y de los enormes mosquitos que zumbaban a su alrededor. La corriente se iba estrechando y las capas de jacintos acuticos eran sustituidas por bancos de brillante barro de color chocolate. Aparecieron unas chozas levantadas sobre unos postes hundidos en los bordes del ro. Un chico desnudo pescaba y empez a gritar al ver a los europeos, con lo cual atrajo a otros nios que empezaron a salir no se saba de dnde. El birmano gui la canoa hasta un primitivo muelle formado por un enorme tronco de palmera medio hundido en el fango y cubierto de unas tablas. Desembarc y ayud a Elizabeth a hacerlo. Siguieron los de la otra canoa con sus sacos y municiones, y Flo, como sola hacerlo en esas ocasiones, se tir al fango y pareca increble que no se hundiera del todo. Apareci un anciano indgena con un paso de color magenta y un gran lunar en la mejilla, donde brotaban unos pelos grises de increble longitud. Este hombre empez a propinar coscorrones en la cabeza a los nios que alborotaban en torno suyo y luego se adelant hacia los recin llegados y los salud con profundas reverencias. Es el cacique de la aldeadijo Flory. Este viejo los condujo a su casa andando del modo ms extrao, como una L al revs. Era el resultado del reumatismo combinado con las constantes reverencias que debe hacer todo indgena funcionario menor del Gobierno. Una multitud de nios correteaba detrs de los europeos y cada vez se acumulaban ms perros que ladraban sin cesar. Flo, asustada, no se separaba de las piernas de su amo. A las puertas de cada choza se agolpaban las indgenas, con sus caras de luna, para contemplar estupefactas a la ingaleikma. La aldea estaba obscura bajo el denso follaje que la cubra. En la poca de las lluvias, la crecida del ro converta la parte baja del poblado en una primitiva Venecia de madera en la que se iba de una casa a otra en canoa. El cacique viva en una casa un poco mayor que las dems, con techo de hierro acanalado que era el orgullo de aquel hombre a pesar del ruido insoportable que haca con la lluvia. Para ello haba tenido que renunciar a la construccin de una pagoda, con lo que disminuyeron notablemente sus posibilidades de gozar del Nirvana. Subi los escalones y di unos golpecitos en las costillas a un joven que dorma tumbado en el suelo de la veranda. Luego se volvi e hizo nuevas reverencias a los europeos, rogndoles que entraran. Quiere usted que entremos?dijo Flory a Elizabeth . Creo que tendremos que esperar una media hora. Puede usted pedirle que saque unas sillas a la veranda? pregunt Elizabeth. Despus de su experiencia en casa de Li Yeik haba decidido no volver a entrar jams en casa de un nativo si poda evitarlo. Se produjo un revuelo en toda la casa, y el cacique, el joven y varias mujeres sacaron dos sillas decoradas del modo ms raro con flores rojas y unas begonias en unas macetas improvisadas en latas de kerosn. Era evidente que haban preparado all dentro una especie de doble trono para los europeos. Cuando Elizabeth se hubo sentado, reapareci el cacique con una tetera, un manojo de pltanos verdes muy largos y brillantes y seis cigarros negros como el carbn. Pero cuando le sirvi una taza de t a Elizabeth, sta se neg a tomarlo. La infusin pareca si esto era posible an peor que la de Li Yeik. El cacique se turb con la negativa y se frot la nariz. Volvindose a Flory, le pregunt si la joven thakinma querra tomar un poco de leche con el t. Haba odo decir que los europeos tomaban el t con
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leche. Si a ella le gustaba, iran a buscar una vaca y la ordearan. Pero Elizabeth se neg tambin a aceptar el t con leche sin hervir. Sin embargo, tena mucha sed y le pidi a Flory que mandase a buscar una de las botellas de soda que Ko S'la haba trado. Ante esto, el cacique se retir sintindose culpable. Por lo visto, sus preparativos haban sido insuficientes. As, dej solos a los europeos en la veranda. Elizabeth segua acunando el fusil en las rodillas, mientras que Flory, acodado en la barandilla de la veranda, haca como que fumaba el espantoso cigarro ofrecido por el cacique. Elizabeth estaba impaciente porque empezara la cacera y asaeteaba a Flory con innumerables preguntas. Cundo empezaremos? Cree usted que tenemos bastantes cartuchos? Cuntos hombres llevaremos? Ojal tengamos suerte! Cree usted que cazaremos algo que merezca la pena? No creo que encontremos nada extraordinario. Quizs cobremos algunas aves. Dicen que hay un leopardo por aqu cerca que mat un buey del pueblo la semana pasada. Un leopardo! Qu estupendo sera cazarlo l No se haga ilusiones. Es casi imposible. En Birmania hay que hacerse siempre a la idea de que no va uno a cazar nada. Si no, sale uno decepcionado. Desde luego, en la selva hay una imponente cantidad de caza, pero lo ms seguro es que no tenga uno ni ocasin de disparar. Por qu? No olvide usted que la selva es muy densa. Un animal puede estar a unos pasos y permanecer invisible. Casi siempre consigue burlar a los oteadores e incluso cuando logramos verlos es slo un instante. Hay tanta agua por todas partes, que ningn animal se ve obligado a acudir siempre al mismo sitio para beber. Por ejemplo, un tigre puede recorrer centenares de millas si le conviene. Y como tienen comida abundante, no necesitan quedarse en determinado lugar si notan algo sospechoso. Al principio, siendo yo todava un muchacho, me pasaba muchas noches junto a apestosas vacas muertas esperando la llegada de los tigres, pero nunca venan. Elizabeth contrajo los omoplatos. Era un movimiento que sola hacer cuando algo la complaca profundamente. Le gustaba Flory, desde luego, le encantaba este hombre cuando hablaba as. Todo lo referente a la caza la emocionaba. Qu lstima que Flory no hablase siempre de caza, en vez de libros, de arte y de la repugnante poesa! En un sbito impulso de admiracin, decidi que Flory era a su manera un hombre guapo. Tena un aspecto tan viril con su camisa de pagri abierta y sus shorts y sus botas de caza... Adems su cara, tostada por el sol y marcada por la vida en la selva como la de un duro luchador... all estaba, de pie junto a ella ocultndole la mejilla marcada. Le inst a que siguiera hablando. Por favor, cunteme ms cosas de la cacera de tigres. Me interesa tantsimo! Flory le describi la cacera de un tigre haca algunos aos. La fiera le haba matado a uno de sus coolies. Cont la espera en el machan plagado de mosquitos; habl de los ojos del tigre que brillaban en la obscura selva corno linternas verdes, el horrible jadeo mientras el tigre se coma al coolie. Flory hablaba de todo esto con naturalidad. Pero Elizabeth retorca los hombros de pura emocin. Flory no comprenda que ese tipo de conversacin era lo mejor para tranquilizarla y compensarla por las veces que la haba aburrido y desconcertado. Por el sendero abajo se acercaban seis muchachos indgenas que llevaban sus formidables machetes al hombro. Los capitaneaba un viejo seco y activo de pelo gris. Se detuvieron ante la casa del cacique y uno de ellos lanz un ronco alarido, en respuesta al cual se present el dueo de la casa para explicarles a los blancos que aqullos eran los batidores. Estaban dispuestos para la marcha si la joven thakinma no tena demasiado calor. Se pusieron en camino. El lado del poblado opuesto al ro estaba protegido por un seto de cactos de unos dos metros de altura y cuatro de espesor. Lo cruzaron para tomar por un sendero bordeado por altsimos bambes. Los batidores marchaban rpidamente en fila india. Cada uno de ellos llevaba su gran dala colgado del antebrazo. El viejo cazador iba delante de Elizabeth. Llevaba el longyi arrollado en torno a las caderas y los muslos tatuados con unos dibujos azul obscuro tan intrincados que pareca llevar unos pantalones de encaje azul. Un barnbs del grosor de un brazo se haba cado a medias sobre el sendero y obstaculizaba el paso. El batidor que iba delante lo parti de un machetazo. El agua aprisionada en la caa brot con un brillo diamantino. Despus de un kilmetro de marcha llegaron a campo abierto. Todos sudaban porque haban andado muy aprisa y el sol quemaba.
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All es donde vamos a cazardijo Flory. Y seal a una extensin polvorienta rodeada de fango. Era un lugar sin vida y al fondo se elevaba de pronto la selva como un acantilado verde obscuro. Los batidores se dirigieron hacia un arbolito situado a pocos pasos. Uno de ellos, de rodillas, haca profundas reverencias mientras el viejo cazador derramaba el lquido de una botella en el suelo. Los dems miraban con expresin seria y aburrida, como si estuvieran en un templo. Qu estn haciendo esos hombres?dijo Elizabeth. Estn sacrificando a los dioses locales. A stos les llaman Nats. Les rezan para que nos den buena suerte. El cazador volvi y con voz cascada explic que tenan que batir una arboleda situada a la derecha antes de dirigirse hacia la selva propiamente dicha. Por lo visto los Nats lo haban aconsejado. El cazador les indic a Flory y a Elizabeth dnde deban esperar. Les seal el sitio apuntando con el dah. Los seis batidores desaparecieron entre los matorrales. Flory y Elizabeth se guarecieron bajo unos arbustos mientras Ko S'la se sentaba debajo de otro a cierta distancia, sujetando a Flo por el collar y tranquilizndola para que no ladrase. Flory dejaba siempre a Ko S'la a cierta distancia en las caceras porque le irritaba su manera de chasquear la lengua cada vez que fallaba un tiro. Empezaron a orse unos ruidos lejanos. Los hombres se abran camino con sus machetes y lanzaban extraos gritos. Haba empezado la batida. Elizabeth empez a temblar tan incontrolablemente que no poda mantener quieto el fusil. Un ave maravillosa, con alas grises y el cuerpo de un rojo deslumbrante, sali de entre los rboles y vol hacia ellos. Los ruidos de ramas cortadas y los gritos se acercaban. Uno de los matorrales del borde de la selva se agit violentamente. Algn animal voluminoso se estaba acercando. Elizabeth intent apuntar con el fusil, pero slo era uno de los hombres, que apareci agitando el dah. Al ver que haba salido al espacio libre, les grit a sus compaeros para que se unieran a l. Elizabeth baj el arma. Qu ha ocurrido? Nada. Ha terminado la batida. De modo que no han encontrado nada?exclam con gran decepcin. No se preocupe; en la primera batida nunca se encuentra nada. En la prxima tendremos ms suerte. Cruzaron el calvero saltando los linderos de barro que separaban los campos y se situaron frente a la alta pared verde de la selva. Elizabeth haba aprendido ya a cargar el fusil de dos caones. Apenas haba comenzado la segunda batida cuando Ko S'la lanz un agudo silbido. Mire! grit Flory . Ya vienen ah! Una bandada de palomas verdes volaba hacia ellos a increble velocidad a una altura de cuarenta metros. Era como si una catapulta hubiera arrojado al cielo un montn de piedras. Elizabeth estaba tan excitada que no saba qu hacer. Estuvo inmvil un momento y luego apunt al aire vagamente y apret el gatillo. El arma no se dispar porque la joven apretaba la proteccin del gatillo. Ya haban pasado las aves cuando encontr los gatillos y apret los dos a la vez. Son un espantoso ruido y Elizabeth cay a tierra. Haba estado a punto de romperse la clavcula. Haba disparado a unos treinta metros detrs del ltimo pjaro. En el mismo instante vi que Flory disparaba y dos palomas caan al suelo como flechas. Ko S'la chill y corri con Flo en busca de ellas. Mire ! dijo Flory . Ah va un palomo imperial. Un ave de gran tamao que volaba mucho ms lentamente que las otras, pasaba sobre ellos. Elizabeth, despus del fracaso anterior, no intent disparar. Vi cmo lo haca Flory. El palomo plane con un ala rota. Flo y Ko S'la acudieron excitados. La perra trajo en la boca el gran palomo imperial y Ko S'la sac de su bolsa las dos palomas verdes. Flory le ense una a Elizabeth. Verdad que son preciosas? Es el ave ms bella de Asia. Elizabeth acarici las suaves plumas y sinti una gran envidia porque no haba logrado ninguna. Y sin embargoera curiososenta casi adoracin por Flory al ver con qu facilidad haba hecho blanco.
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Mire las plumas del pecho; parecen joyas. Es un crimen matarlas. Los birmanos dicen que les repugna matarlas. Y, en efecto, no s de ninguno que haya matado a un pjaro de estos. Son buenas para comerlas? Buensimas. Sin embargo, siempre me avergenza matarlas. Cunto me gustara poder cazar como usted! dijo Elizabeth con envidia. No hay ms que cogerle el truco y usted lo aprender pronto. Ya sabe usted coger el fusil, y eso es mucho para empezar. Sin embargo, en las dos batidas siguientes Elizabeth no pudo matar nada. Haba aprendido a no disparar a la vez los dos caones, pero se excitaba demasiado para poder apuntar bien. Flory bati varias palomas y un pequeo palomo de alas moteadas. Las aves mayores de la selva eran demasiado listas para dejarse ver, aunque se las oa por todas partes. La partida de caza se haba internado ya en la selva. La luz era gris con cegadoras manchas de sol de vez en cuando. A donde quiera que se mirara se encontraba la barrera de las mltiples hileras de rboles, los altos matorrales y las abundantes lianas. Todo ello era tan denso, extendindose por espacio de muchos kilmetros, que la vista se senta oprimida. Algunas de las lianas eran como serpientes. Flory y Elizabeth suban con dificultad los estrechos senderos de caza y bajaban las resbaladizas pendientes. Las espinas les rasgaban los vestidos. Ambos llevaban la camisa empapada de sudor. Haca un calor asfixiante y un olor mareante de hojarasca aplastada. A veces, las invisibles cicadas producan un sonido metlico como la pulsacin de una cuerda de guitarra y, al interrumpirse, creaban un silencio inquietante. Cuando empez la quinta batida llegaron junto a un gran rbol pipul en cuya copa se oa el arrullo de los palomos imperiales. Una de las aves estaba posada en la rama ms alta que se vea desde abajo. A aquella gran altura pareca como una manchita gris. Pruebe ustedle dijo Flory a Elizabeth. Apunte y dispare sin esperar. No cierre el ojo izquierdo. Elizabeth levant el arma, que haba empezado a temblarle como de costumbre. Los batidores formaron un grupo para contemplarla y algunos de ellos, sin poder reprimirse, chasquearon la lengua; les pareca raro y chocante que una mujer manejara un fusil de caza. Con un violento esfuerzo de voluntad, apunt unos segundos y dispar. No oy el disparo; nunca lo oye uno cuando acierta. El palomo pareci saltar de las ramas hacia arriba y luego baj dando tumbos contra los rboles hasta quedar sujeto por una horquilla que formaban dos ramas a unos diez metros de los cazadores. Uno de los batidores calcul la distancia F, subiendo por una liana gruesa y retorcida con la misma facilidad que si hubiera sido una escalera, anduvo por encima de la rama hasta el sitio donde estaba enganchado el palomo. Lo cogi y poco despus lo entregaba an caliente. La joven senta tanto entusiasmo por haberlo cazado que se resista a soltarlo. Lo habra besado, pero se limit a acariciarlo mientras Flory, Ko S'la y los dems hombres se sonrean. Por fin, se decidi a entregrselo a Ko S'la, que lo guard en el saco. Elizabeth senta un extraordinario deseo de abrazar a Flory y de besarlo; en cierto modo, era una consecuencia de haber matado el palomo. Despus de la quinta batida, el viejo cazador le explic a Flory que deban cruzar un claro, que ahora se empleaba para cultivar pias, y luego batiran otro sector de selva situado ms all. Salieron pues al sol, que resultaba cegador despus de la obscuridad de la selva. El claro era un espacio oblongo con sus pinos en filas rodeados de espinosas plantas que parecan cactos y mucha cizaa. Un seto bajo de espinos divida el campo por la mitad. Ya casi haban cruzado el claro cuando oyeron un agudo sonido parecido al canto de un gallo del lado de all del seto. Escuche dijo Elizabeth detenindose Ser eso un gallo de la selva? S. Suelen salir a alimentarse a estas horas. No podramos matarlo? Si quiere usted podemos probar, pero le advierto que son muy astutos. Iremos a lo largo del seto hasta cerca de donde est. Pero no debemos hacer ningn ruido. Mand por delante a Ko S'la y los batidores mientras ellos dos avanzaban agachados a lo largo del seto. Tenan que ir doblados. Elizabeth iba delante. El sudor caliente le goteaba por la cara hacindole cosquillas
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en el labio superior. Sinti que Flory le tocaba el taln por detrs. El corazn le lata violentamente. Ambos se pusieron derechos y miraron por el seto a la vez. A unos diez metros, un gallito picoteaba enrgicamente el suelo. Era precioso con sus largas plumas sedosas, su brillante cresta y la cola arqueada de un verde laurel. Le acompaaban seis gallinas, unas aves ms pequeas que l, de color marrn, con plumas cortas y anchas como escamas de serpiente. Todo esto lo notaron Elizabeth y Flory en un instante y al siguiente las aves volaban como balas en direccin a la selva. Pero Elizabeth dispar instantneamente. Fu uno de esos tiros de los que no se apunta ni se tiene siquiera conciencia de que se lleva un arma en la mano. Tena la conviccin de que el gallo caera incluso antes de disparar. Efectivamente, el ave cay a unos treinta metros esparciendo plumas en torno suyo. Buen disparo, buen disparo! exclam Flory. En su alegra ambos tiraron las armas, rompieron el seto de espinos y corrieron hacia donde quedaba el ave. Buen tiro!repiti Flory tan excitado como ella nunca he visto a nadie matar a un pjaro en pleno vuelo el primer da. Dispar usted como un relmpago. Ha sido maravilloso.! Estaban arrodillados el uno enfrente del otro con el gallo muerto en medio. Con un sobresalto descubrieron ambos que tenan las manos la derecha de l y la izquierda de ella fuertemente entrelazadas. Haban venido corriendo con las manos cogidas sin darse cuenta. Los dos tenan la sensacin de que deba ocurrir algo importante. Flory le cogi la otra mano, que Elisabeth le cedi gustosa. Permanecieron durante unos segundos arrodillados y con las manos cogidas. El sol les daba de lleno y sus cuerpos emanaban calor por todas partes; parecan estar flotando entre nubes de calor y alegra. Flory la cogi por los hombros iniciando un abrazo, pero de pronto volvi la cabeza y se levant tirando a la vez de ella. La solt. Haba recordado la mancha de su mejilla y no se haba atrevido a abrazarla all en plena luz. Para ocultar su turbacin, se inclin y recogi el gallo cobrado. Fu esplndido dijo No necesita usted que la enseen. Puede usted cazar cuanto quiera. Tenemos que empezar la batida siguiente. Acababan de cruzar de nuevo el seto y de recoger las armas cuando oyeron unos gritos del borde de la selva. Dos de los batidores corran hacia ellos dando enormes saltos y agitando locamente sus brazos. Qu sucede?dijo Elizabeth. No s. Deben de haber visto algn animal. Por la cara que traen ser algo bueno. Estupendo! Vamos, vamos! Corrieron al encuentro de los hombres. Ko S'la y cinco de los batidores se haban parado en un grupo y hablaban todos a la vez, mientras los otros dos seguan hacindoles seas a Flory y a Elizabeth. Al llegar vieron que en medio del grupo haba una vieja que se sostena su andrajoso longyi con una mano, mientras gesticulaba con la otra, que sostena un gran cigarro. Elizabeth oy que repetan mucho la palabra char. Qu estn diciendo? pregunt. Los batidores rodeaban ahora a Flory hablando precipitadamente y sealando la selva. Despus de hacerles algunas preguntas, los mand callar y se volvi hacia Elizabeth Escuche; parece que tenemos suerte. Esta vieja pasaba por la selva y dice que al sonar el disparo que hizo usted hace poco vi que un leopardo cruzaba la senda de un salto. Estos hombres saben dnde debe de estar escondido. Si acudimos rpidamente, podremos rodearlo antes de que se escape y sacarlo del escondite. Quiere usted que lo intentemos? Claro, claro! Qu alegra tan grande! Sera estupendo poder cazar un leopardo! Pero, se da usted cuenta de que puede resultar peligroso? Mantenindonos juntos, lo ms probable es que salga bien, pero nunca es completamente seguro a pie. No le importa?
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No, no; no tengo miedo. Vamos; empecemos en seguida. Que uno de vosotros venga con nosotros para ensearnos el caminodijo Flory a los batidores. Ko S'la, sujeta a Fo con la correa y vete con los otros. Conmigo no se estar tranquila. Tenemos que darnos prisaaadi dirigindose a Elizabeth. Ko S'la y los batidores corrieron a lo largo del borde de la selva. Empezaran la batida ms arriba. El otro batidor, el mismo joven que haba subido al rbol para recoger el palomo, se intern en la selva. Flory y Elizabeth lo siguieron. Con pasos rpidos y cortos, casi corriendo, los condujo por un laberinto de sendas de caza. Los arbustos eran tan bajos que a veces haba que ir casi arrastrndose y las lianas cruzaban de rbol a rbol como si fueran trampas. Pisaban un sendero polvoriento que no haca ruido. De pronto, el indgena se detuvo y seal al suelo para indicar que all estaran bien, a la vez que se llevaba el dedo a los labios en seal de silencio. Flory sac cuatro cartuchos del bolsillo y le cogi a Elizabeth su fusil para cargrselo. Oyeron un leve crujido cerca de donde estaban y se sobresaltaron. Un chico casi desnudo apareci sabe Dios de dnde. Se asomaba por entre las ramas. Mir al batidor, movi la cabeza y seal sendero arriba. Hubo un dilogo de signos entre los dos muchachos y el batidor pareci estar conforme. Sin hablar, los cuatro anduvieron unos cuarenta metros por el sendero, torcieron en un recodo y se detuvieron all. A la vez una espantosa algaraba de chillidos, a los que se mezclaban los ladridos de Flo, estall a cierta distancia. Elizabeth sinti la mano del indgena que se apoyaba en su hombro para obligarla a agacharse. Los cuatro se escondieron bajo un espinoso arbusto; los europeos delante y los birmanos detrs. A lo lejos haba tal gritera y tanto ruido de ramas tronchadas por los dahs que costaba trabajo creer que slo haba seis hombres. Todo aquello lo hacan los batidores para evitar que el leopardo volviera contra ellos. Elizabeth contemplaba unas hormigas muy grandes, de un amarillo plido, que marchaban como soldados por las espinas del arbusto. Una le cay en la mano y le subi por el antebrazo. No se atreva a moverse para quitrsela de encima. Estaba rezando en silencio: Dios mo, que venga el leopardo! Por favor, Dios mo, haz que venga el leopardo! Hubo un sbito movimiento en la hojarasca. Elizabeth levant su fusil, pero Flory movi la cabeza con energa y le hizo bajar otra vez los caones. Era slo un ave de la selva que cruzaba por el sendero con largas zancadas. Los gritos de los indgenas no parecan acercarse y por aquel lado de la selva el silencio era absoluto. La hormiga mordi dolorosamente el brazo de Elizabeth y cay al suelo. La joven empezaba a desesperarse. El leopardo no llegaba. Lo haban Perdido. Senta una decepcin tan terrible que hubiera preferido que nadie hubiera hablado de la fiera. Entonces sinti que el indgena le tocaba en el codo. Estaba mirando fijamente, con su amarillenta mejilla muy cerca de la suya. Elizabeth ola el aceite de coco de su cabello. Tena los labios como para silbar; haba odo algo. Entonces Flory y Elizabeth lo oyeron tambin. Era el ms leve de los ruidos, como si una area criatura se estuviera deslizando suavemente por la selva rozando apenas el suelo con los pies. En aquel momento, la cabeza y los hombros del leopardo surgieron por entre la hierba a unos quince metros sendero abajo. La fiera se detuvo con las patas delanteras sobre el sendero y el resto del cuerpo oculto entre la alta hierba. Pudieron ver su cabeza achatada y su gruesa y terrible pata. A la sombra, no pareca amarillo, sino gris. Estaba escuchando con toda atencin. Elizabeth vi que Flory se pona de pie de un salto, se echaba el arma a la cara y disparaba instantneamente. El tiro repercuti en las bvedas de la selva y casi simultneamente cav la fiera al suelo. Cuidado! grit Flory . Todava no est muerte.. Dispar de nuevo, y el leopardo, al ser alcanzado otra vez, se removi. Flory abri el arma y se busc otro cartucho en el bolsillo. Luego tir al suelo todos los que tena y se arrodill buscando rpidamente entre ellos . Maldita sea! exclam. No tengo ni una sola SG entre ellas! Dnde diablos la habr puesto? El leopardo haba desaparecido! Se arrastraba por entre la hierba como una gran serpiente herida y lanzaba unos lamentos que daban a la vez miedo y lstima. El ruido se acercaba. Todos los cartuchos que volva Flory tenan un 6 o un 8 marcados en el remate. En efecto, el resto de los cartuchos de caza mayor los tena Ko S'la. El ruido de ramas aplastadas y los gemidos salvajes se oan ya a cinco metros, pero no podan ver nada por el espesor de la selva.
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Los dos birmanos gritaban: Dispara, dispara, dispara!, y este grito cada vez sonaba ms lejos porque los dos muchachos corran en busca del primer rbol donde poder subirse. El arbusto junto al cual estaba Elizabeth se movi. Dios mo, est casi encima de nosotros! exclam Flory . Hay que espantarlo con el ruido. Elizabeth levant su fusil. Le entrechocaban las rodillas como castauelas, pero tena el pulso increblemente firme. Dispar rpidamente dos veces seguidas. El ruido repercuti con estruendo. El leopardo se retiraba, todava invisible, herido, pero aun con mucha agilidad. Muy bien hecho. Lo asust usteddijo Flory. Se marcha, se marcha, se nos va a escapar! exclam Elizabeth saltando agitadsima. Quiso seguir a la fiera, pero Flory la oblig a retroceder. No tema que se escape. Usted qudese aqu. Introdujo dos cartuchos en su fusil y sali detrs del leopardo guindose por el ruido que ste produca. Durante unos instantes Elizabeth perdi de vista al hombre y a la fiera, pero luego aparecieron los dos en un pequeo claro a treinta metros. El leopardo se retorca sobre el vientre. Flory le apunt y dispar a cuatro metros de distancia. El leopardo salt como un cojn al que se le ha dado un golpe, rod, se encogi y por fin qued inmvil. Flory le golpe el cuerpo con el can. La fiera no se movi. Bueno, ya se acabgrit Venga a verlo. Los dos birmanos bajaron del rbol y se acercaron, con Elizabeth, a donde estaba Flory. El leopardoera un machoyaca encogido, con la cabeza entre las patas. Pareca mucho ms pequeo que vivo. Tena un aspecto inofensivo digno de compasin, como si fuera un gato muerto. A Elizbeth le temblaban todava las rodillas. Flory y ella miraban juntos al leopardo, pero esta vez no tenan las manos cogidas. Momentos despus llegaron Ko S'la y los dems gritando todos ellos de alegra. La perrita oli el cadver de la fiera y luego sali corriendo aullando. No hubo manera de hacer que se acercara otra vez. Todos observaban al leopardo y le tocaban su hermoso vientre blanco, suave como el de una yegua. Le sacaban las pezuas y le levantaban los negros labios para examinar los colmillos. Dos de los batidores cortaron un alto bamb Y ataron a l la fiera por las pezuas, llevndola as con su larga cola arrastrando hasta el pueblo, donde entraron triunfalmente. Ya no se habl de ms caza a pesar de que haba luz suficiente. Todos ellos, incluso los europeos, estaban impacientes por volver a casa y jactarse de lo que haban hecho. Flory y Elizabeth caminaban juntos. Los dems les precedan a treinta metros llevando las armas y el leopardo, y Flo segua a su amo a gran distancia. El sol se estaba poniendo al otro lado del Irrawaddy. La luz doraba los tallos de las plantas Y daba suavemente en la cara. Un hombro de Elizabeth casi tocaba al de Flory. El sudor se les haba secado. No hablaron mucho. Se sentan felices, con esa extraordinaria felicidad que da la mezcla de agotamiento y triunfo con la cual nada del mundoninguna alegra del cuerpo ni de la mentepuede compararse. La piel del leopardo es para usteddijo Flory cuando ya estaban cerca del pueblo. Pero si fu usted quien lo mat. No importa; la piel le pertenece por derecho propio. Ninguna mujer de este pas habra tenido la serenidad que tuvo usted! Cualquiera de ellas habra chillado y se habra desmayado. Har que curtan la piel en la crcel de Kyauktada. All hay un preso que las deja suaves como el terciopelo. Est cumpliendo una pena de siete aos, de modo que ha tenido tiempo de sobra para aprender el oficio. Bueno, se lo agradezco muchsimo. No dijeron ms por entonces. Luego, cuando se lavaran el sudor y el polvo y descansaran un poco, volveran a verse en el Club. No se citaron, pero quedaba sobreentendido entre ellos que se veran all. Tambin quedaba sobreentendido que Flory le pedira a Elizabeth que se casara con l, aunque tampoco dijeran nada sobre esto. En el poblado, Flory pag a los batidores ocho annas a cada uno, dirigi la operacin de quitarle la piel al leopardo y le regal al cacique una botella de cerveza y dos de los palomos imperiales. La piel y la cabeza
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del leopardo fueron empaquetadas y colocadas en una de las canoas. A pesar de los esfuerzos de Ko S'la por conservar las patillas, no qued ninguna. Los chicos de la aldea las robaron. Algunos muchachos indgenas se llevaron los restos para comerse el corazn y otras vsceras, con lo cual crean convertirse en seres tan fuertes y veloces como el leopardo. XV Cuando Flory lleg al Club encontr a los Lackersteen en un estado de nimo abatido que era muy raro en ellos. Como siempre, la seora Lackersteen estaba sentada en el mejor sitio, debajo del punkah. Lea la lista civil, que es el Debrett de Birmania. Estaba enfadada con su esposo porque ste le haba desobedecido encargndose una fuerte combinacin en cuanto lleg al Club y la volva a desobedecer leyendo el Pink'un. Elizabeth estaba sola en la pequea biblioteca, hojeando un ejemplar muy atrasado del Blackwood's. Desde que se haba separado de Flory, tuvo Elizabeth una aventura muy desagradable. Acababa de salir del bao y empezaba a vestirse para cenar, cuando su to se present de pronto en su cuarto con el pretexto de que le contara cosas de la caceray empez a pellizcarle una pierna de un modo que slo poda ser interpretado en el peor sentido. Elizabeth se horroriz. ste era su primer contacto con el hecho de que hay hombres capaces de hacerles el amor a sus sobrinas. Vivir para ver! El seor Lackersteen haba intentado echar la cosa a broma, pero era demasiado torpe y estaba demasiado borracho para lograrlo. Por fortuna, su esposa no estaba por all cerca. Si no, el escndalo habra sido maysculo. Despus, la cena haba resultado muy violenta porque el seor Lackersteen estaba de psimo humor. Esta mana de las mujeres de hacerse las pudorosas para evitar que un hombre Pueda pasarlo bien! La muchacha era lo bastante bonita para recordarle los dibujos picantes de La Vie Parisienne, y, maldita sea!, acaso no le estaba costeando l su estancia all? Era una vergenza, pero aquello haca muy delicada la posicin de Elizabeth. No tena un cntimo y su nico refugio era la casa de su to. Haba hecho un viaje de ocho mil millas para vivir all. Sera terrible que a los quince das de su llegada se le hiciera inhabitable la casa de su to. Por tanto, haba algo que estaba ahora mucho ms claro para ella: si Flory le peda que se casara con l (y se lo pedira sin duda alguna), le dira que s. En cualquier otra ocasin, lo ms seguro es que su decisin hubiera sido muy diferente. Pero esa tarde, hallndose an bajo el hechizo de la gloriosa, excitante y adorable aventura, haba llegado casi a enamorarse de Flory; es decir, a lo ms parecido a un enamoramiento que las circunstancias permitan. Quizs, pasado el encanto de la aventura, habran vuelto las dudas, porque siempre le haba encontrado algo desagradable a Flory : su edad, su mancha, su aficin tan rara y perversa a hablar de cosas ininteligibles e inquietantes. Algunos das haba llegado a hacrsele muy antiptico. Pero la conducta de su to lo haba cambiado todo. Fuera como fuese, tena que escapar lo antes posible de la casa de su to. S, se casara con Flory en cuanto l quisiera! En el mismo instante de entrar en la biblioteca vio Flory en la expresin de Elizabeth que lo aceptaba. Nunca la haba visto tan amable con l. Llevaba el mismo vestido color lila de aquella maana en que se haban conocido, y al verla con aquel vestido conocido se anim ms. Pareca tenerla ms cerca sin aquella elegancia y lejana que a veces le sacaba de quicio. Cogi la revista que la joven haba estado leyendo e hizo algunos comentarios. Iniciaron una de esas conversaciones superficiales que tan pocas veces podan evitar. Es curioso cmo persisten los hbitos de conversacin en casi todos los momentos. Sin embargo, casi sin darse cuenta, se encontraron fuera del Club. Estaban bajo el gran rbol frangipani junto a la pista de tenis. Era una noche de luna llena. Reluciendo como una moneda al rojo vivo, tan brillante que hera la vista, la luna se deslizaba rpidamente en un cielo de azul neblinoso por el que cruzaban unos cuantos flecos de nubes amarillentas. Las estrellas estaban ocultas. Los rboles de croton, que de da parecan horribles, los converta la luna en fantsticos dibujos blanquinegros. Dos cooles iban camino abajo transfigurados con sus harapos que se convertan en un disfraz teatral. El aire tibio y perfumado completaba el encanto de aquella hora. Mira la luna, mrala, Elizabeth! dijo Flory empezando a tutear a la joven espontneamente, es decir, a emplear slo su nombre propio. Es como un sol blanco. Brilla mucho ms que el sol en un da de invierno ingls.
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Elizabeth miraba las ramas del frangipani transmutadas por la luna en tiras de plata. La luz pareca algo slido y palpable envolvindolo todo como con una capa de sal deslumbrante, y cada hoja soportaba una carga de luz slida, como nieve. Incluso Elizabeth, tan indiferente para esas cosas, estaba asombrada. Es maravilloso! All en Inglaterra no vemos nunca una luz de luna como sta. Es tan... tan... y como no se le ocurra ms adjetivo que brillante, prefiri callarse. Haba adquirido la costumbre de dejar las frases sin terminar. S, la vieja luna se porta bien en este pas. Cmo apesta ese rbol, verdad? Estos rboles tropicales que florecen todo el ao me molestan; y a ti? Hablaba de cosas abstractas para dar tiempo a que los cooles se perdieran de vista. En cuanto desaparecieron rode a Elizabeth con un brazo y, al ver que no protestaba, la volvi contra l y la estrech. Tena la cabeza de la joven contra su pecho y el cabello corto le rozaba los labios. Ponindole una mano bajo la barbilla, le levant la cara. No llevaba las gafas. No te molesta? No. Quiero decir si no te importa esto que tengo en la cara y movi la cabeza levemente para indicar que se refera a la mancha de la mejilla. No poda besarla sin haberle hecho antes esta pregunta. No, no. Claro que no. Un momento despus de haberse unido sus bocas, sinti que ella le rodeaba el cuello con los brazos. Se mantuvieron as abrazados contra el suave tronco del frangipani, en un beso que dur ms de un minuto. El morboso perfume del rbol se mezclaba con el aroma del cabello de Elizabeth. Y aunque la tena entre sus brazos, este aroma le daba la sensacin de que Elizabeth le era extraa. Todo lo que el extico rbol significaba para l, su exilio, los aos perdidos y secretos, todo esto era como un abismo infranqueable abierto entre ellos Cmo le hara comprender lo que deseaba de ella? Se apart un poco y, apoyndole levemente los hombros contra el ancho tronco, la mir fijamente. Aunque la luna le daba por detrs del rbol, poda verla con toda claridad. Es intil que trate de decirte lo que significas para m, Elizabeth. Las palabras no serviran de nada. No sabes, no puedes saber cunto te quiero. Pero debo intentarlo, debo intentar decirte... Hay tanto que he de decirte... Quieres que volvamos al Club? Quizs nos estn buscando. Podemos hablar en la veranda. Tengo alborotado el cabello?pregunt Elizabeth. Lo tienes precioso. Pero, lo tengo alborotado? Quieres alisrmelo? Inclin la cabeza y l le alis los cortos y frescos mechones con la mano. La manera con que le pona la cabeza le daba una curiosa sensacin de intimidad, de mayor intimidad an que el beso. Era como si ya fuera su mujer. Ah, slo casndose con ella podra salvarse su vida. Ahora mismo se lo pedira. Anduvieron despacio por entre los rboles en direccin al Club. Flory la llevaba cogida por un hombro. Podemos hablar en la veranda repiti. En realidad, t y yo nunca hemos hablado de verdad. Dios mo, cunto he deseado todos estos aos tener alguien con quien hablar y cmo podra hablar contigo interminablemente! S que esto, dicho as, te parecer aburrido. Pero tienes que soportarme algn tiempo hasta que me tranquilice. Ella hizo una ligera protesta ante la palabra aburrido. S, de sobra s que te resultar aburrido. A los anglohindes se les considera siempre como unos pesados. Y lo somos, pero no podemos evitarlo. Llevamos dentrocmo te lo dira yo? una especie de demonio que nos incita a hablar continuamente. Llevamos encima una carga de recuerdos que deseamos compartir con alguien y que nunca podemos soltar. Es el precio que pagamos por venir a estas regiones. En aquella veranda lateral no les amenazaba ninguna interrupcin, pues no daba a ella ninguna puerta. Elizabeth se haba sentado y apoyaba los brazos en la mesita de mimbre, pero Flory segua pasendose con
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las manos en los bolsillos de la chaqueta, iluminado unas veces por la luz de la luna cuando llegaba al borde de la veranda y hundindose luego en la sombra. Hace poco te dije que te amaba. El amor l Esta palabra se ha usado tanto que ya no tiene sentido. Pero deja que te explique. Esta tarde, cuando estbamos cazando, pens: Dios mo, por lo menos he aqu alguien que puede compartir conmigo mi vida, compartirla de verdad, vivirla conmigo..., porque... . Su propsito era pedirle sencillamente que se casara con l, pedrselo lo antes posible. Pero aun no haba pronunciado las palabras concretas y en cambio hablaba sin parar, egostamente... No poda evitarlo. Era tan importante para l que Elizabeth comprendiera algo de lo que haba sido su vida en aquel pas, que entendiera la clase de soledad que ella deba anular... y le resultaba tan terriblemente difcil explicarlo: Es endemoniado padecer un dolor que no tiene nombre. Bienaventurados los que slo padecen enfermedades clasificables! Bienaventurados los pobres, los enfermos, los que padecen desengaos amorosos, porque siempre hay otras personas que han pasado por lo mismo y que los pueden compadecer! Pero quin va a entender el dolor del exilado si no ha pasado por esto? Elizabeth lo vea moverse, iluminado a ratos por la luna que le plateaba la chaqueta de seda. Todava le lata el corazn a consecuencia del beso y sin embargo le funcionaba bien la mente. Se preguntaba cundo le pedira por fin que se casara con l. Se daba cuenta de que le estaba hablando sobre la soledad. Ah, claro, le estaba diciendo que tendra que soportar con l la soledad de la selva cuando se casaran. Pero no deba preocuparse tanto. Quizs se sintiera uno solo en la selva a tantas millas de la civilizacin, sin cines ni bailes, nicamente con otra persona con quien hablar y sin nada que hacer por las tardes, excepto leer. Claro, poda resultar aburrido. Sin embargo, se poda tener un gramfono. Y. sobre todo, haba ya unos aparatos de radio porttiles que pronto llegaran a Birmania. Entonces cambiara todo. Iba a decirlo cuando l aadi Me he explicado con claridad? Te has dado perfecta cuenta de la vida que llevamos aqu? 'La soledad, lo extrao de todo esto, el sentimiento de melancola que se apodera de nosotros... Todo es aqu tan extranjero como si estuviramos en un planeta diferente. Pero lo que deseo que comprendas es que vivir en un planeta diferente no es tan malo, incluso puede resultar lo ms interesante, si tienes a otra persona con quien compartir esa vida, una persona que lo vea todo casi con los mismos ojos que t. Este pas ha sido para m como un infierno de soledad y lo mismo es para cualquiera de nosotros, y, sin embargo, te repito que podra convertirse en un paraso si no estuviera uno solo. Te das cuenta de mi intencin al decirte todo esto?Se haba detenido junto a la mesita cogindole una mano. En la semiobscuridad vea su cara como un valo plido, como una flor, pero con slo tocarle la mano comprendi inmediatamente que no haba entendido ni una palabra de lo que haba estado diciendo. Y por qu iba a entenderle? Su monlogo haba sido una sarta de vagas ideas. Le preguntara inmediatamente: Te quieres casar conmigo?. En realidad, haba toda una vida para charlar. As que, cogindole la otra mano, la hizo ponerse de pie. Perdona que te haya dicho tantas tonteras. No, hombremurmur Elizabeth esperando que la besara de nuevo. S, eran tonteras. Hay cosas que no pueden expresarse con palabras. Adems, es de un egosmo incalificable hablar tanto sobre uno mismo. Pero lo que yo me propona decirte era esto: .quieres... ? Elizabeth! Era la voz chillona y quejumbrosa de la seora Lackersteen que llamaba a su sobrina desde el Club. Elizabeth! Dnde ests, Elizabeth? Evidentemente, la seora Lackersteen estaba cerca de la puerta principal y llegara a la veranda dentro de un momento. Flory estrech a Elizabeth contra l y se besaron precipitadamente. La solt, sujetndola slo por las manos. Aprisa, apenas tenemos tiempo; contstame: quieres...? Pero la frase no lleg a terminarse. En aquel mismo instante ocurri algo extraordinario. El suelo se levantaba y se ondulaba como el mar. Flory vacil con una sensacin de mareo y cay al suelo o, mejor dicho, le pareca que era el suelo el que se precipitaba sobre l. Sin poder incorporarse, sentase empujado de un lado a otro como si una enorme bestia tratara de levantar todo el edificio con su monstruoso lomo.
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De pronto, el suelo qued inmvil y Flory se sent atontado, pero sin haber sufrido gran dao. Not que Elizabeth gateaba a su lado y oy unos gritos procedentes del Club. Del otro lado de la verja pasaron dos birmanos corriendo a la luz de la luna. Sus largas cabelleras les flotaban por detrs mientras chillaban Nga Yin se est sacudiendo!... Nga Yin se est sacudiendo!... Flory los mir sin comprender. Quin era Nga Yin? Nga es el prefijo que se antepone a los criminales. Nga Yin deba de ser un dacoit, un bandido. Por qu haba de estar sacudindose? Entonces record que se trataba de un gigante al que los birmanos suponen enterrado bajo la costra de la tierra. Claro, era un terremoto Un terremoto! exclam, y, recordando a Elizabeth, se acerc a levantarla. Pero ella estaba sentada en una silla sin haber sufrido ningn dao y frotndose la cabeza por detrs. Fu un terremoto?dijo con espanto. La alta figura de la seora Lackersteen se asom por una esquina de la veranda, pegada a la pared como un largusimo lagarto. Gritaba histricamente: Un terremoto, querida! Oli, qu impresin ms horrible, mi corazn no resistir! Por Dios, por Dios, un terremoto! El seor Lackersteen trotaba detrs de ella con un paso inseguro, causado en parte por el temblor y en parte por la ginebra. Maldita sea, un terremoto!deca. Flory y Elizabeth se rehicieron lentamente de la impresin recibida. Todos entraron en el Club con esa extraa sensacin en las plantas de tos pies que se tiene cuando se abandona un barco balanceante. El viejo mayordomo acudi de las habitaciones de los criados tapndose la cabeza con el pagri y seguido por una tropa de temblorosos chokras. Un terremoto, seor; ha sido un terremoto anunciaba con gran emocin. Y qu otra cosa iba a ser, tonto?dijo el seor Lackersteen sentndose con toda clase de precauciones en un silln. Trae algo de beber. Despus de lo que hemos pasado, vendr muy bien un trago. Todos bebieron algo. El mayordomo se mantena detrs de la mesa con la bandeja en la mano. Terremoto, seor, gran terremoto! repeta con entusiasmo. El hombre tena grandes deseos de hablar y esto les ocurra a todos. Una extraordinaria 'alegra de vivir se haba apoderado de todos ellos en cuanto se les afirmaron las piernas. Un terremoto puede resultar muy divertido cuando ha pasado. Causa gran alegra pensar que no est usted muerto bajo un montn de ruinas. Como si se hubiesen puesto de acuerdo, empezaron todos a hablar a la vez: Amigo, sta es la mayor emocin de mi vida... Me ca de espaldas, me qued materialmente pegado al suelo... Pareca que se estaba rascando alguien debajo del suelo... Cre que se haba producido una explosin en alguna parte... Y as sucesivamente; en fin, la habitual charla de terremotos. Incluso el mayordomo tomaba parte, excepcionalmente, en la conversacin. Usted recordar muchsimos terremotos, verdad, mayordomo?dijo la seora Lackersteen, lo cual era en ella una inslita condescendencia. S, seora, muchos terremotos: 1887, 1899, 1906, 1912... Muchos, muchos terremotos, seora. El de 1912 fu tremendodijo Flory. S, seor; pero el de 1906 fu mucho mayor; un choque terrible, seor, y el gran dolo pagano del templo se le cay en la cabeza al thathanabaingque es el obispo budista, seora, y los birmanos dicen es mala seal para las cosechas que se caiga el dolo. Tambin recuerdo el primero que conoc, el de 1887, siendo yo un pequeo chokra, cuando el mayor Maclagan sahib estaba tendido debajo de la mesa y prometi no beber ms. No saba que era un terremoto. En aquel terremoto murieron dos vacas porque se les cay encima un tejado...
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Los europeos permanecieron en el Club hasta media noche y el mayordomo entr ms de doce veces para contar alguna ancdota que se le haba olvidado. Los europeos, en vez de hacerlo callar, le animaban a hablar. No hay nada como un terremoto para unir a la gente. Un temblor ms, o quizs dos, y hubieran acabado pidindole al mayordomo que se sentara a la mesa con ellos. Mientras tanto la declaracin de Flory no pudo completarse. No es posible pedirle a una mujer que se case con uno inmediatamente despus de un terremoto. En todo caso no volvi a ver a Elizabeth sola en el resto de la velada. Pero no importaba; Flory saba que la joven sera suya. Por la maana habra tiempo de sobra. Pensando en ello, satisfecho y cansadsimo despus del largo da de emociones, se fu a la cama. XVI Los buitres posados en los grandes rboles pyinkados, junto al cementerio, batan las alas hasta equilibrar el vuelo y luego saltaban al aire elevndose en amplias espirales. Era muy temprano, pero Flory se haba levantado ya. Baj al Club para esperar a que llegase Elizabeth y pedirle entonces formalmente que se casara con l, Algn instinto le impulsaba a hacerlo antes de que los dems europeos regresaran de la selva. En cuanto sali de su casa vio que haba un recin llegado en Kyauktada. Un joven con una larga lanza puntiaguda cruzaba el maidan en un pony blanco. Algunos criados indgenas le seguan con otros ponies a los que llevaban por la brida. Cuando el jinete lleg al nivel de Flory, se detuvo ste en el camino y le grit los buenos das. No lo conoca, pero en los puestos coloniales tan alejados como aqul hasta los ingleses son capaces de saludarse y conocerse. El otro, al ver que lo saludaban, se acerc al borde del camino. Era un muchacho de unos veinticinco aos, seguramente un oficial de caballera. Tena una de esas caras de conejo tan frecuentes entre los militares britnicos, con ojos azul plido y un pequeo tringulo de dientes visible entre los labios; sin embargo, su aspecto era rudo y audaz, incluso brutal. Cabalgaba como si formase parte del propio caballo y pareca ofensivamente joven. Tena la cara tostada exactamente en el punto que le convena para hacer juego con sus ojos claros y resultaba tan elegante como un cromo con su topi flamante y sus botas de polo que brillaban impecables. Flory se sinti molesto con su presencia desde el primer instante. Cmo est usted?dijo Flory. Acaba usted de llegar ?... Llegu anoche en el ltimo tren. Tena una voz infantil. Me han enviado aqu con una compaa por si pasa algo. Me llamo Verrall, de la polica militar aadi sin preguntar a cambio el nombre de Flory. Ah, s, sabamos que iban a mandar a alguien del cuerpo. Dnde se ha instalado usted? Por ahora, en el bungalow dak (casa del relevo de postas). Se alojaba all un miserable negro de stos, un funcionario indgena recaudador de impuestos o algo as. Lo puse en la calle en un instante. ste es un agujero repugnante, verdad? dijo echando atrs la cabeza para abarcar todo Kyauktada. Supongo que todos los puestos coloniales pequeos son iguales. Se quedar usted mucho tiempo? Slo un mes o dos, gracias a Dios. Hasta que lleguen las lluvias. Qu asqueroso maidan tienen ustedes aqu! Si no cortan la hierba seca, no hay manera de jugar al polo. Siento decepcionarle, pero aqu no podr, usted jugar al polodijo Flory . Lo nico que tenemos es el tenis. En total, somos ocho y casi todos pasamos las tres cuartas partes del tiempo en la selva. Qu horror! Vaya un asco de poblado! Despus hubo una pausa. Los altos y barbudos sikhs formaban un grupo, con sus caballos, y miraban a Flory sin ninguna simpata. Estaba perfectamente claro que a Verrall le aburra aquella conversacin y deseaba marcharse. Flory no se haba sentido nunca tan de ms como en aquella ocasin, ni tan viejo y mal vestido. Not que el pony de Verrall era una yegua rabe muy hermosa con una cola arqueada y un cuello orgulloso. Aquel animal, de una blancura de leche, vala varios millares de rupias. Verrall haba vuelto ya bridas. Sin duda crea haber hablado ya de sobra para una sola maana.
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Qu maravilloso pony tiene usted!dijo Flory. No est mal. Por lo menos, es mejor que estos animalejos de Birmania. En fin, creo que es intil intentar entrenarse con una pelota de polo en este barrizal. Oye, Hira Singgrit, alejndose. El sepoy que sostena el pony bayo entreg las bridas a un compaero, corri hasta un lugar situado a unos cuarenta metros y clav en el suelo una cua de madera. Verrall no le haca ya ningn caso a Flory. Levant su lanza y se coloc a cierta distancia como para hacer puntera mientras los hindes apartaban sus caballos y contemplaban con ojos crticos. Con un movimiento casi imperceptible, Verrall hundi las rodillas en los costados del pony y se lanz como el proyectil lanzado por una catapulta. Con la facilidad de un centauro, el joven recin llegado se inclin a un lado de la silla, baj la lanza y la clav exactamente en el centro de la cua. Uno de los hindes exclam: iShabachl. Verrall levant la lanza detrs de l, del modo ortodoxo, y luego entreg la cua clavada en la lanza a un sepoy. Verrall realiz dos veces ms este juego sin fallar ninguna. Lo haca con incomparable gracia y extraordinaria solemnidad. Todo el grupo de hombres Flory y los hindeshaban concentrado su atencin en el espectculo como si se tratara de un ritual religioso. Flory segua mirando, aunque el forastero no le hiciera ningn caso (la cara de Verrall era una de las que parecen especialmente construidas para ignorar a los desconocidos indeseables). Pero el mismo hecho de haber sido despreciado lo clavaba all. Verrall le haba producido una horrible sensacin de inferioridad. Pensaba en algn pretexto para reanudar la conversacin, cuando mir a la colina y vi que Elizabeth sala, vestida de azul plido, de la casa de su to. Deba de haber visto el tercer triunfo de Verrall. Flory sinti que se le agitaba el corazn. Se le ocurri uno de esos pensamientos que acaban mal. Llam a Verrall, que estaba a unos metros de l, y seal con su bastn. Saben hacerlo esos otros? Verrall lo mir por encima del hombro con un gesto de fastidio. Crea que Flory se haba marchado ya. Cmo? Digo que si tambin sirven esos dos ponies para este juego. El castao no es malo. Pero si se descuida uno, salta demasiado. Me deja usted probar? Muy bien dijo Verrall de mal humor Pero tenga cuidado con el freno, no le vaya usted a cortar la boca. Se adelant un sepoy con el pony y Flory hizo como que repasaba la montura. En realidad estaba haciendo tiempo para que se acercara Elizabeth. Estaba decidido a clavar el taco en la lanza exactamente en el momento en que ella pasara (lo cual no es difcil con los pequeos ponies birmanos con tal de que galopen derechos) y luego acercarse a ella con el trofeo en la punta. No quera que Elizabeth pensara que aquel muchacho era el nico capaz de hacerlo. Llevaba shorts, que son muy incmodos para montar, pero tambin saba que, como casi todo el mundo, ganaba mucho su aspecto a caballo. Elizabeth se acercaba. Flory mont, cogi la lanza que le tenda el hind y la agit hacia Elizabeth como saludo. Sin embargo, ella no contest. Probablemente sentase tmida ante Verrall. Miraba hacia otra parte y tena las mejillas muy coloradas. Chalo dijo Flory al hind y hundi las rodillas en los costados del caballo. Un instante despus, antes de que el animal hubiera dado dos saltos, se vi Flory lanzado por los aires y cay al suelo con un golpe que casi le descoyunt un hombro. Sali rodando hasta quedar de cara al cielo. Afortunadamente, la lanza haba cado lejos de l desde el principio. Empez a ver confusamente los buitres que volaban en el cielo. Luego sus ojos enfocaron el pagri caqui y el rostro moreno de un soldado sikh, de enorme barba, inclinado hacia l. Qu ha sucedido?le dijo en ingls, y con gran dolor consigui incorporarse apoyndose en un codo: El sikh respondi con un confuso gruido y le seal hacia el pony, que andaba suelto por el maidan con la silla colgndole por debajo del vientre. Sencillamente, se haba subido sin que la silla estuviera atada. Era una cada inevitable.
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Cuando Flory se hubo sentado not un agudo dolor. El hombro derecho de la camisa estaba rasgado y empapado de sangre y de la mejilla le manaba ms sangre. Los duros terrones de tierra del suelo le haber araado profundamente. Adems, haba perdido el sombrero. Con una impresin terrible., record a Elizabeth, y entonces la vi venir hacia l a unos diez metros, mirndole mientras l estaba all en un estado tan ignominioso. Dios mo, Dios mo! pens Flory, . Debo de tener un aire tan risible.... Pensar en esto era tan horrible para l que le haca olvidar el dolor de la cada. Se tap la mancha de nacimiento con una mano, aunque la sangre brotaba en la otra mejilla. Hola, Elizabeth. Buenos das. La llamaba angustiosamente, pero ella no contest y, lo que era casi increble, pas a su lado sin detenerse ni un solo instante, como si no lo hubiera visto ni odo. Elizabeth volvi a llamarla, asombrado . No me viste caer? La silla resbal. El imbcil del sepoy no la haba... No caba duda de que lo haba odo. Volvi un instante la cabeza hacia l y le mir como si no existiera. Luego fij otra vez la vista a lo lejos hacia el cementerio. Era horrible. Flory la llamaba desesperado Elizabeth! Elizabeth ! Escucha, Elizabeth! Pero ella continu sin pronunciar ni una palabra, sin hacerle la menor seal, sin volver ms la cabeza. Andaba rpidamente por el camino y Flory oa el firme pisar de sus tacones. Los sepoys le rodeaban ahora y Verrall se haba acercado sin descabalgar. Algunos de los sepoys haban saludado a Elizabeth. Verrall no le hizo ningn caso, aunque quizs no la hubiera visto. Flory se levant. Estaba muy magullado, pero no se le haba roto ningn hueso. Los hinds le llevaron el sombrero y el bastn, pero no se disculparon por su descuido. La montura se resbaldijo Flory con la voz dbil y el aire tonto que se tiene en semejantes circunstancias. Por qu diablos no la repas usted antes de montar? le dijo Verrall secamente. Ya deba usted saber que no puede uno fiarse de estos mendigos. Con estas palabras sacudi las bridas y se alej dando el incidente por terminado. Los sepoys lo siguieron sin despedirse de Flory. Cuando ste lleg a la verja de su casa volvi la cabeza y vi que el pony castao haba sido ya capturado y le haban puesto bien la silla. Verrall lo mont y reanud su deporte. La cada le haba trastornado tanto que no poda reanudar sus pensamientos. Pero pronto volvi a su tema principal: qu poda inducir a Elizabeth a portarse de tal modo con l? Le haba visto derribado en el suelo, sangrando y dolorido, y haba pasado junto a l como si se hubiese tratado de un perro muerto. Qu habra ocurrido? Era increble! 'Se habra enfadado con l? Pero por qu? Qu poda haber sucedido desde la noche anterior para que ella cambiase de actitud tan radicalmente? Todos los criados de Flory le esperaban junto a la cerca. Se haban asomado para contemplar las proezas de Verrall y todos ello haban presenciado la atroz humillacin de su amo. Ko S'la le sali al encuentro con aire preocupado. Se ha herido el dios? Quiere el dios que le ayude a andar hasta la casa? Nodijo el dios. Ve a buscarme un poco de whisky y una camisa limpia.Cuando entraron en la casa, Ko S'la sent a Flory en la cama y le quit con mucho cuidado la camisa rota, que se le haba pegado al cuerpo con la sangre. Ko S'la chasque la lengua. Ah ma lay! Estas heridas estn llenas de polvo. No deba usted jugar a ese juego de nios en ponies desconocidos, thakin. A su edad resulta demasiado peligroso. Se resbal la silladijo Flory. Estos juegos prosigui Ko S'la estn muy bien para el joven oficial de polica, pero usted ya no es joven, thakin. A su edad hace mucho dao una cada. Deba usted cuidarse ms. Me tomas por un viejo?le dijo Flory, irritado. Le dola el hombro de un modo espantoso. Tiene usted treinta y cinco aos, thakindijo Ko S'la cortsmente, pero con firmeza.
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Todo ello resultaba muy humillante para Flory. Ma Pu y Ma Yi, que por entonces estaban en paz, llevaron una vasija con un horrible ungento que, segn ellas, era bueno para las cortaduras. Flory le dijo a Ko S'la que lo tirase por la ventana y que lo sustituyera por una untura de cido brico. Luego, mientras tomaba un bao tibio y Ko S'la lo curaba, fu repasando con cabeza ms clara, aunque con creciente angustia, lo que haba sucedido. Evidentemente, haba ofendido a Elizabeth de un modo muy serio. Pero, no habindola visto desde la noche anterior, en qu poda haberla ofendido? No haba ninguna respuesta plausible a este enigma. Le explic a Ko S'la varias veces que su cada no se deba a impericia por su parte, sino al descuido de los sepoys, que no haban asegurado la silla. Pero Ko S'la, aunque procuraba consolarlo, no lo crea. Flory comprendi que, hasta el final de sus das, la cada sera atribuda a que no saba montar a caballo. Por otra parte, quince das antes haba ganado una merecida fama por haber puesto en fuga a un inofensivo bfalo. En cierto modo, el destino quita con una mano lo que da con otra. XVII FLORY no vi de nuevo a Elizabeth hasta que baj al Club despus de cenar. No se atrevi a buscarla, como deba haber hecho, para pedirle una explicacin. Cuando se mir al espejo, su cara le desanim mucho. Con la seal de nacimiento en una mejilla y los araazos en la otra, resultaba tan horrible que no se atreva a dejarse ver a la luz del da. Cuando entr en el Club se tap con una mano la mancha con el pretexto de que le haba picado un mosquito en la frente. No habra sido capaz de presentarse con la cara descubierta. Sin embargo, Elizabeth no estaba all. En cambio, cay en medio de una inesperada reunin. Ellis y Westfield haban regresado de la selva y estaban sentados bebiendo, de muy mal humor. Haban llegado noticias de Rangn de que el director de El Patriota Birmano se haba librado de su proceso, por libelo contra el seor Macgregor, con slo cuatro meses de crcel. Ellis estaba rabioso por la levedad de esta sentencia. En cuanto Flory entr, Ellis empez a lanzarle pullas sobre ese negrito Veraswami. En aquel momento lo que menos deseaba Flory en el mundo era enzarzarse en una discusin, pero contest imprudentemente y se complicaron las cosas. Todos se acaloraron. Ellis llam a Flory abogado de los negros, Flory le replic y Westfield perdi la paciencia. Era hombre de buen carcter, pero las ideas sociales de Flory le sacaban de quicio algunas veces. No poda entender por qu, cuando haba en cada asunto una opinin acertada y otra equivocada, y nadie pona en duda cul era la una y la otra, Flory pareca deleitarse en escoger siempre la opinin equivocada. Le dijo que no empezara a hablar como uno de esos oradores revolucionarios de Hyde Park, y luego le ech un pequeo sermn basndose en los mandamientos del pukka sahib: Mantener el prestigio. Tener mano dura (sin guante de terciopelo). Los blancos debern estar siempre unidos. A esas gentes de color no se les puede dar ni una pizca de nada porque se tomarn todo el montn. Y, sobre todo, esprit de corps. Durante toda la discusin creca tanto en Flory su impaciencia por ver a Elizabeth que apenas oa lo que le decan. Adems lo haba odo tantas veces cientos de veces, quizs miles, desde su llegada a Rangn cuando su burra sahib (un viejo bebedor de ginebra escocs y gran criador de caballos de carreras a quien haba echado luego del turf por negocios sucios y por haber corrido el mismo caballo bajo dos nombres diferentes) le vi quitarse el topi ante el paso de un entierro indgena. El escocs le dijo en tono de dolido reproche: No olvides, chico, no olvides nunca que nosotros somos sahiblog y ellos son polvo, slo polvo. Por eso le repugnaba tener que or otra vez las mismas monsergas. Harto ya, cort en seco a Westfield, gritndole Cllate ya; estoy hasta la coronilla de estas tonteras. Veraswami es una excelente persona, mucho mejor que la mayora de los blancos que conozco. Por eso voy a proponer su candidatura para el Club en la asamblea general. Es posible que sanee un poco esta repugnante casa. Ante semejante blasfemia, la pelea se habra convertido en algo muy serio de no haber terminado como casi todas las discusiones del Club: con la, aparicin del mayordomo, que haba odo las voces. Me llaman los amos? No. Vete al infierno!le dijo Ellis.
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El mayordomo se retir, pero la discusin haba terminado ya por entonces. En aquel momento se oyeron pasos y voces fuera; los Lackersteen llegaban al Club. Cuando entraron en el saln, Flory no tuvo valor para mirar directamente a Elizabeth, pero not que los tres se haban vestido con ms elegancia que de costumbre. El seor Lackersteen llevaba incluso smoking blanco, a causa de la estacin, y, cosa rara en l, no pareca haber bebido. Pareca como si la camisa almidonada y el chaleco de piqu le hubieran enderezado su moral como un molde de yeso. La seora Lackersteen estaba casi bella con su vestido rojo. Los tres daban la impresin de haberse preparado para recibir a algn husped distinguido. Una vez pedidas las bebidas y situada la seora Lackersteen en su sitio habitual debajo del punkah, Flory se instal en una silla a cierta distancia del grupo. Aun no se atreva a abordar a Elizabeth. La ta de sta empez a hablar del modo ms tonto sobre el querido prncipe de Gales. Pareca una corista de revista musical haciendo el papel de una duquesa. Los dems se preguntaban qu diablos le pasara a aquella seora. Flory estaba casi detrs de Elizabeth, que llevaba un vestido amarillo, muy corto a la moda de entonces, con medias color champn y zapatos haciendo juego. Completaba este atuendo con un gran abanico de plumas de avestruz. Pareca tan mayor y tan complicada, qu Flory la temi ms que nunca. Le pareca increble haberla besado. Hablaba la joven con tanta facilidad a unos y a otros, que Flory se atrevi a meter alguna que otra palabra en la conversacin general, pero Elizabeth no le respondi nunca directamente y l no poda saber si la muchacha le daba de lado o sencillamente no le escuchaba. Luego se marcharon todos a la sala de juego y Flory vi, con temor y alivio a la vez, que Elizabeth iba la ltima. Se detuvo en el umbral cerrndole el paso. Estaba mortalmente plido. Ella retrocedi instintivamente. Perdndijeron ambos a la vez. Un momentodijo Flory con la voz temblona. Puedo hablarte un instante? Tengo que decirte algo... Quiere usted dejarme pasar, seor Flory? Por favor, Elizabeth! Estamos solos. No puedes negarte a escucharme. De qu se trata? Pues slo de esto. No s lo que he hecho para ofenderte y quiero que me lo digas. Antes me dejara cortar una mano que molestarte. No te vayas sin haberme dicho lo que te sucede conmigo. No. s de lo que me habla usted. No hay ninguna ofensa. Cmo iba usted a ofenderme? Pero tiene que ser eso. La manera cmo te has conducido... No s a qu se refiere usted. Me asombra orle tantas cosas absurdas. Pero si ni siquiera me hablaste esta maana,.. Pasaste junto a m como si yo no existiera. Me parece que puedo hacer lo que me parezca sin sufrir luego interrogatorios. ; Por favor, Elizabeth, por favor! Debes comprender lo que significa para m que de pronto me trates como a un desconocido. Despus de todo, anoche mismo... Ella se puso muy colorada. Creo que es impropio de un caballero hablar de esas cosas... Ya lo s. Lo s perfectamente, pero ;qu voy a hacer! Esta maana pasaste junto a m como si yo fuese una piedra. Estoy seguro de que te he ofendido de algn modo. No puedes reprocharme que quiera saber lo que he hecho. Como de costumbre, Flory empeoraba la situacin con cada palabra que deca. Comprenda que, fuera la que fuese su culpa, ella se enfadaba ms con los intentos de disculpa y que no iba a explicarle nada. Era un movimiento muy femenino: hacer como si no hubiera ocurrido nada entre ellos. Te ruego que me digas de qu se trata. No puede terminar todo entre nosotros de esta manera. Terminar qu? No hay nada que pueda terminar entre nosotros dijo Elizabeth con frialdad.
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Flory se sinti herido por la vulgaridad de estas palabras y replic rpidamente Eso no es propio de ti, Elizabeth; est muy mal hacer como que no se conoce a un hombre con, el que se ha sido tan amable y luego no dejarle ni siquiera que pregunte por qu se le trata as. Debas ser ms justa conmigo. Por favor, dime qu te he hecho. Ella le mir con resentimiento, no por lo que hubiera hecho, sino por haberla obligado a hablar de ello. Pero estaba impaciente por terminar la escena, y le dijo: Bueno; ya que me obligas a hablar de este... Di... Me han contado que, a la vez que fingas..., en fin, cuando estabas conmigo... Es demasiado repugnante; no puedo hablar de eso. Sigue, sigue. Me han dicho que tienes en casa una mujer birmana como amiga tuya. Y ahora; me haces el favor de dejarme pasar? Con estas palabras se escap Elizabeth hacia la sala de juego. Flory, demasiado asombrado para poder hablar, se qued mirndola alejarse, en una actitud ridcula. Fu horrible. Despus de aquello no se atreva a verla. Se march del Club en seguida sin pasar por la sala de juego, por temor a que la joven le viera. Pensando en la mejor manera de escapar sin ser visto, decidi saltar por la veranda. As lo hizo, cayendo sobre el csped que se prolongaba hasta el ro. Le corra el sudor por la frente. Senta deseos de gritar con rabia. Maldita suerte! Haba cado en una trampa estpida. Una mujer birmana... Y ni siquiera era ya verdad. Pero, de qu le serva negarlo? Qu casualidad que la joven hubiera tenido que enterarse ! En realidad no se trataba de ninguna casualidad. La causa era concreta y explicable, la misma causa de la curiosa conducta de la seora Lackersteen en el Club aquella tarde. La noche anterior, poco antes del terremoto, la seora Lackersteen haba estado leyendo la lista civil. En ella se encuentran las rentas exactas de todos los funcionarios militares de Birmania y le proporcionaba una fuente de inextinguible inters. Estaba sumando la paga y dietas de un conservador de la riqueza forestal al que haba conocido en Mandalay haca tiempo, cuando se le ocurri buscar el apellido del teniente Verrall, el cual, segn le haba dicho Macgregor, llegara a Kyauktada al da siguiente con un centenar de policas militares hindes. Al encontrar el apellido vi frente a l dos palabras que la dejaron sin respiracin. Estas palabras eran: El Honorable. El Honorable! Los tenientes llamados El Honorable son raros en el ejrcito britnico, pero en las guarniciones hindes son tan raros como los diamantes, y en Birmania es tan difcil encontrar uno como a un ave fnix. Y si usted es la ta de la nica muchacha casadera en setenta y cinco kilmetros a la redonda y se entera usted de que un teniente que es El Honorable va a llegar maana, figrese de qu sera usted capaz. Con terror, la seora Lackersteen record que su sobrina estaba en el jardn con Flory, aquel desgraciado borracho cuya paga no llegara a cien rupias al mes y que con toda probabilidad se estara declarando a ella en esos momentos. Se apresur a llamar a Elizabeth, pero en aquel momento intervino el terremoto. Sin embargo, camino de casa, pudo hablarle del asunto. Cogindole la mano cariosamente a su sobrina, le dijo con la voz ms tierna que pudo sacar: Supongo que sabes, querida Elizabeth, que Flory vive con una mujer birmana. Esta mortfera carga tard un poco en estallar. Elizabeth era an tan ajena a las costumbres del pas que aquellas palabras no le hicieron al principio ninguna impresin. Era como si le hubieran dicho que Flory tena en casa un len. Una mujer birmana? Y para qu la quiere? Para qu? Inocentita ma! Para qu va a querer un hombre a una mujer? Y eso fue todo.
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Durante un buen rato permaneci Flory a la orilla del ro. La luna estaba ya alta y se reflejaba en el agua. La frescura de aquel lugar le calm un poco. No tena ya nimos para seguir irritado. Se haba dado cuenta de que se mereca lo que le pasaba. Le pareci como si una interminable procesin de mujeres birmanas, un regimiento de fantasmas, desfilara frente a l a la luz de la luna. Cielos, qu cantidad de ellas! Un millar; no tanto, no, pero, desde luego, un buen centenar. Los fantasmas no tenan caras; slo discos sin facciones. Record un longyi azul de una y un par de pendientes de otra, pero ningn nombre ni cara alguna. Los dioses son justos y convierten a nuestros agradables vicios (agradables?) en instrumentos para perdernos. Flory se senta emporcado sin remedio y vea como justo castigo lo que le estaba sucediendo. Se senta demasiado triste para experimentar todava todo el dolor de aquel desastre. Como todas las heridas profundas, empezara a dolerle despus. Al llegar ante la verja de su casa vi que se movan unas hojas detrs de l. Se sobresalt. Oy un murmullo ronco en birmano Pike-san pay-like! Pike-san pay-like! Se volvi bruscamente. El pike-san pay-like (dame el dinero) se repeta. Vi a una mujer parada bajo la sombra del dorado rbol mohur. Era Ma Hla May, que avanz hacia l con aire hostil, aunque se detuvo a cierta distancia por temor a que Flory la golpeara. Llevaba la cara con una gruesa capa de polvos, lo que le daba una palidez horrible a la luz de la luna. Pareca tan fea y tan amenazadora como una calavera. Flory se haba asustado. Qu demonios haces aqu?le dijo furioso, en ingls. Pikesan paylike, Qu dinero? No s de qu me hablas. Por qu me sigues a todas partes? Pikesan paylike repeta la birmana chillando ya . El dinero que me prometiste, thakin! Dijiste que me daras ms dinero. Lo quiero ahora; ahora mismo. Cmo te lo voy a dar ahora? Lo tendrs el mes prximo. Ya te he dado ciento cincuenta rupias. Con gran alarma de Flory, la mujer gritaba cada vez ms fuerte pikesan pay4W' y otras frases semejantes. Pareca histrica. Su voz resonaba en el silencio de la noche de tal modo que Flory se aterr. Cllate. Te van a or en el Clubexclam. Y al instante lament haberle metido esta idea en la cabeza. En efecto, a ella no se le escap. Aj! Ahora s lo que temes, lo que me servir contigo. Dame el dinero ahora mismo o seguir chillando hasta que vengan todos los blancos. Rpido, ahora mismo, o vers cmo grito. Hija de...!le dijo Flory avanzando hacia ella. Ma Hla May se apart y, quitndose un zapato, le amenaz. Ligero, cincuenta rupias ahora y cincuenta maana. Suelta el dinero o dar unos gritos que se van a or en el mercado. Flory lanz unas palabrotas. Estaba cogido. Acab por sacar la cartera. Encontr en ella veinticinco rupias y las tir al suelo. Ma Hla May se precipit a cogerlas y las cont. Dije cincuenta rupias, thakin! Cmo voy a drtelas, si no las tengo? Acaso crees que llevo centenares de rupias encima? He dicho cincuenta rupias. Vete de aqu en seguidale dijo en ingls, apartndola. Pero la birmana no estaba dispuesta a dejarlo. Le sigui como un perro desobediente gritando con todas las fuerzas de sus pulmones Pike-san pay-like. Pike-san pay-like... Como si los billetes fueran a aparecer a fuerza de ruido. Flory andaba a toda prisa, en parte para alejarla del Club Y en parte para ver si la cansaba. Despus de un rato no pudo mantener ya aquel paso gimnstico ni soportar los gritos y se volvi para acabar de una vez. Vete ahora mismo. Si me sigues un paso ms no vers jams otra anna ma. Pike-san pay-like. Pike-san pay-like...
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Desgraciada! De qu te sirve fastidiarme de esta manera? Cmo quieres que te d ms dinero, si no me queda ni un cntimo? A m no me cuentes mentiras. Flory se rebusc desesperadamente en los bolsillos. Estaba tan harto de ella que le habra dado cualquier cosa con tal de no verla ms. Sus dedos tropezaron con su pitillera de oro. La sac. Te marchars si te doy esto? Slo con empearla te darn treinta rupias. Ma Hla May la contempl pensativa y por fin dijo en un gruido Dmela. Flory le tir la pitillera a la hierba junto a la carretera. La birmana se agach a cogerla e inmediatamente se irgui como movida por un resorte, apretando la pitillera contra su ingyi como temiendo que Flory se la quitase. l se dirigi hacia su casa dando gracias a Dios por haber dejado de or el odioso chillido. Aquella pitillera era la misma que Ma Hla May le haba robado diez das antes. Al llegar otra vez ante la verja de su casa volvi la vista. La birmana estaba parada al pie de la colina como una estatuilla gris a la luz de la luna. Se haba quedado all observndolo como un perro que vigila los movimientos sospechosos de un desconocido y que no se tranquiliza hasta perderlo de vista. Era extrao. Le cruz por la cabeza la idea de que la conducta de aquella mujer no era normal en ella; la misma idea, en realidad, que haba tenido cuando unos das antes le envi Ma Hla May aquella carta de chantaje. Nunca la habra credo capaz de semejante tenacidad. Era como si otra persona la estuviera empujando. XVIII Despus de la discusin que haba tenido aquella noche, Ellis estaba deseando que llegara la ocasin de insultar a Flory. Le haba puesto el apodo de Nancyque aluda a la expresin Nancy Boy de los negros, pero las mujeres no estaban enteradas de esto y tuvo que inventar algunas patraas sobre l. Ellis estaba especializado en la invencin de escndalos sobre las personas con quienes se peleaba, historias escandalosas que iban rodando y creciendo hasta convertirse en una leyenda. La imprudente observacin de Flory de que el doctor Veraswami era un hombre excelente, se haba convertido, gracias a Ellis, casi en una confesin de actividades revolucionarias. Le aseguro, por mi honor, seora Lackersteendijo Ellis (la seora Lackersteen le haba tomado una profunda antipata a Flory despus de haber descubierto el gran secreto sobre Verrall y estaba dispuesta a creer todo lo malo que se contase de l) , le aseguro por mi honor que si hubiera estado usted aqu cuando Flory deca aquellas barbaridades, habra temblado de indignacin. Lo creo, lo creo. Siempre he pensado que ese hombre tena unas ideas muy raras. Y as sucesivamente. Sin embargo, con gran decepcin de Ellis, Flory no permaneci en Kyauktada para dejarse morder. Al da siguiente de su escena con Elizabeth, se haba marchado al campamento de la selva. Elizabeth prest odos a todas las historias escandalosas que contaban de l. Ahora entenda perfectamente por qu le molestaba tanto su manera de pensar y de hablar. Era un intelectual lo que ella ms odiaba y casi poda comparrsele con uno de esos repugnantes poetas... Poda haberle perdonado incluso que tuviera una querida birmana, pero aquellas ideas, no. Flory le escribi tres das despus, mandndole la carta a mano. (El campamento estaba a un da de marcha de Kyauktada.) Elizabeth no le contest. Flory tuvo suerte de que sus ocupaciones le impidieran pensar en otras cosas. Su larga ausencia le haba creado muchos problemas en su trabajo. Faltaban unos treinta cooles, el elefante enfermo estaba mucho peor y una enorme pila de maderos que deban haber sido enviados a su destino diez das antes estaban all todava porque el pequeo ferrocarril no funcionaba. Flory, que no entenda nada de maquinaria, se esforzaba en componer el motor y se ennegreca de grasa. Ko S'la tuvo que advertirle que los hombres blancos no deban hacer labores de coole. La locomotora de juguete se puso por fin en marcha y el elefante enfermo mejor algo. En cuanto a los cooles, haban desertado porque les haban suprimido la racin de opio. Eran incapaces de permanecer en la selva sin opio, ya que consideraban a esta droga como la
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profilaxis ideal contra la fiebre. U Po Kyin, queriendo jugarle a Flory una mala pasada, haba denunciado el caso a los funcionarios del ramo y stos hicieron una incursin en el campamento y se incautaron del opio. Flory le escribi al doctor Veraswami pidindole ayuda y ste le envi una buena cantidad de opio que se procur ilegalmente, as como medicina para el elefante y una detallada carta con instrucciones para cuidar al animal. Flory estaba ocupado doce horas al da. A ltima hora de la tarde, si le quedaba algn tiempo libre, andaba y andaba por la selva hasta que el sudor le impeda ver y las rodillas le sangraban con las espinas. Las noches eran peores. La amargura de lo que le haba sucedido penetraba en l paulatinamente, como suele ocurrir en estos casos. Entre tanto, pasaron varios das y Elizabeth no haba visto an a Verrall de cerca. Fu una gran decepcin para los Lackersteen que el joven no se presentara en el Club la tarde de su llegada. El seor Lackersteen se enfad mucho por haberse tenido que vestir de etiqueta para nada. A la maana siguiente, su mujer le oblig a mandarle una nota oficiosa al bungalow dak invitando a Verrall al Club. Sin embargo, y por raro que pueda parecer, el forastero no contest. Pasaron ms das y Verrall no intent siquiera acercarse a la buena sociedad local, es decir, a los blancos. Incluso haba prescindido de sus obligatorias visitas oficiales. Ni siquiera se present en la oficina de Macgregor. l viva en el bungalow dak, situado al otro extremo de la colonia, cerca de la estacin, y se haba instalado cmodamente. Es una regla entre los colonos birmanos que slo se debe permanecer en un bungalow dak unos cuantos das hasta encontrar acomodo ms propio para un blanco, pero Verrall no hizo el menor caso. Los europeos lo vean solamente en el maidan. El segundo da despus de su llegada, cincuenta de sus hombres empezaron a allanar con rulos una buena extensin del maidan para que Verrall pudiera practicar el polo l solo. No prestaba ninguna atencin a los europeos que pasaban por la carretera. Westfield y Ellis estaban furiosos, e incluso el prudente Macgregor declar que la conducta de Verrall era indelicada. Todos ellos habran cado a los pies de un teniente que era El Honorable si les hubiera tratado con la mnima cortesa. Pero se haba portado de tal manera que, excepto Elizabeth y su ta, todos le miraban con resentimiento. Siempre ocurre as con la gente que posee ttulos nobiliarios son adorados u odiados sin trmino medio. Si le aceptan a uno, diremos que son de una encantadora sencillez; si nos desprecian o simplemente no se fijan en nosotros, diremos que son de un orgullo estpido. Verrall era el benjamn de un par de Inglaterra y no tena un cntimo, pero por el eficaz procedimiento de no pagar nunca una factura a no ser que la reclamasen judicialmente, consigui dedicarse a lo nico que le pareca serio en esta vida: los trajes y los caballos. Haba llegado a la India en un regimiento ingls de caballera, pero se haba pasado al ejrcito hind porque la vida le sala ms barata y tena ms tiempo para jugar al polo. Al cabo de dos aos tena deudas tan enormes que se vi obligado a ingresar en la polica militar de Birmania, donde se ahorraba mucho dinero. Sin embargo, detestaba todo lo birmano, ya que Birmania no es un pas para jinetes, y haba solicitado ya el reingreso en su regimiento. Era de esa clase de militares que logran traslados cada vez que lo desean. Por lo pronto, deba quedarse un mes en Kyauktada y no tena intencin de mezclarse con la insignificante sociedad europea del distrito. Ya estaba harto de los funcionarios de los puestos coloniales birmanos; eran gente sin caballos. Los despreciaba. Sin embargo, no eran los nicos a quienes Verrall despreciaba. Para hacer la lista detallada de todos sus desprecios se necesitara mucho tiempo. Despreciaba a toda la poblacin no militar de la India, exceptuando a unos cuantos jugadores famosos de polo. Despreciaba tambin al ejrcito, excepto a la caballera. Desde luego, tambin l perteneca a un ejrcito nativo, pero esto era slo cuestin de conveniencia. No le interesaban en absoluto los indgenas y slo conoca unas cuantas palabrotas en birmano y en hind, empleando slo la tercera persona del sigular. Sus policas militares no le parecan mejores que los coolies. Cuando les pasaba revista, murmuraba entre dientes: Qu cerdos!, y a veces se haba visto en mala situacin por las opiniones que haba exteriorizado sobre las tropas nativas. Pero no le ocurri nunca nada serio por muy ofensivas que fueran sus palabras. Por toda la India iba dejando una estela de gente insultada, deberes incumplidos y cuentas sin pagar. Pero nunca le ocurri nada desagradable. Llevaba una vida encantadora y no slo le salvaba su nombre aristocrtico, sino su mirada, que desarmaba por igual a los indgenas y a los blancos, incluyendo a los coroneles. Eran los suyos unos ojos desconcertantes, de color azul plido y un poco protuberantes, pero ce una claridad que llamaba la atencin. Pareca pesarle a uno en una balanza con la mirada. Si se trataba de un hombre bienes decir, un oficial de caballera o un jugador de polo, la mirada de Verrall aprobaba y era capaz de tratar a aquella persona con cierto respeto, pero si era otro tipo de persona, la despreciaba tan olmpicamente que no hubiera podido ocultarlo por ms esfuerzos que hubiera hecho. Ni siquiera supona
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para l una diferencia que el individuo fuera rico o pobre, pues en el sentido social Verrall no era ms que un snob corriente. Claro que, como a todos los hijos de familia ricos, le molestaba la pobreza y crea que los pobres lo son porque prefieren vivir mal. Pero, por otra parte, despreciaba la vida tranquila. Aunque gastabao, mejor dicho, debacantidades fabulosas, sobre todo para vestir, viva, sin embargo, ascticamente, como un monje. Se ejercitaba en el deporte de un modo incesante y brutal, se racionaba la bebida y los cigarrillos, dorma en una cama de campaa (aunque en pijama de seda) y se baaba en agua fra en lo ms crudo del invierno. Los nicos dioses que adoraba eran la Equitacin y la Forma fsica. El ruido de las herraduras sobre el maidan, la sensacin de estar unido al caballo como un centauro con su bastn de polo en la mano, esto era su religin y lo esencial de su vida. Los europeos de Birmania, de rostro macilento y costumbres que l consideraba decadentes, le ponan malo. En cuanto a los deberes sociales de toda clase, le parecan estupideces impropias de l. A las mujeres la; aborreca. Las consideraba como sirenas que estn en este mundo con el nico objeto de atraer a los hombres para que no jueguen al polo y meterlos en unos dbiles partidos de tenisde. porte que a l le pareca femeninoy enervantes reuniones , base de t y de charla agotadora. Era joven y muchas mujeres se le ponan por delante, de manera que sucumba de vez er cuando. Pero estas cadas lo dejaban asqueado y se apresuraba a escapar. Haba realizado con buen xito una docena de fugas de esta clase durante sus dos aos en la India. Pas una semana entera. Elizabeth no haba conseguido trabar amistad con Verrall. Era el suplicio de Tntalo. Todos los das, maana y tarde, su ta y ella iban y venan al Club slo por pasar a lo largo del maidan donde estaba siempre Verrall jugando al polo l solo gracias a las pelotas que le tiraban los sepoys. No les haca ningn caso a las las mujeres, para las cuales era un martirio estar tan cerca de l y, a la vez, tan lejos. Lo peor era que ninguna de las dos crea decente hablar entre ellas de este asunto. Una tarde, la pelota de polo que Verrall haba golpeado demasiado fuerte se sali a la carretera detenindose justamente delante de ellas. Elizabeth y su ta se detuvieron involuntariamente. Pero fu un sepoy el que recogi la pelota. Verrall haba visto a las mujeres y se mantuvo a distancia. A la maana siguiente, la seora Lackersteen se detuvo cuando sala de su casa con Elizabeth. Al fondo del maidan, los policas militares estaban alineados presentando armas. Sus bayonetas relucan al sol. Verrall estaba frente a ellos a caballo, pero no en uniforme, ya que nunca se lo pona para los actos de servicio de la maana; no lo crea necesario tratndose de meros policas militares. Lo que es una lstimadijo la seora Lackersteen sin venir a cuento (en apariencia)es que tu to no tendr ms remedio que volver al campamento de la selva en seguida. S? Desgraciadamente. Es horrible estar en la selva en esta poca del ao, con tantos mosquitos... No podra quedarse aqu un poco ms? Una semana, por ejemplo? No creo que pueda. Lleva ya cerca de un mes sin aparecer por all. La empresa se pondra furiosa si se enterase. Y lo terrible es que nosotras dos tendremos que marcharnos con l. Qu fastidio! Slo con pensar en los mosquitos me pongo a morir. En efecto, era terrible. Tenerse que ir antes de que Elizabeth hubiera ni siquiera cruzado unas palabras con Verrall... Pero si el seor Lackersteen se marchaba, no tendran ms remedio que acompaarle. Era imposible dejarle ir solo. Nunca se sabe lo que puede inventarse Satn aun en la soledad de la selva. A lo largo de la fila de bayonetas se produjo un movimiento de brillos; las estaban quitando de los fusiles para marcharse. La polvorienta fila volvi a la izquierda, salud y, formando de cuatro en fondo, se alej. Los ordenanzas llegaban con los ponies y los bastones de polo. La seora Lackersteen tom una decisin heroica. Creo que debemos cortar por el maidandijo con aparente indiferencia. Es mucho ms rpido que ir por la carretera. S, por lo menos se ahorraban cincuenta metros, pero nadie cruzaba a pie por el maidan y menos las mujeres, ya que se pinchaban en las piernas con las espinas. La seora Lackersteen, que saba perfectamente cmo se les iban a poner las medias, emprendi la marcha con gran valenta por medio de las matas, y, abandonando ya toda pretensin de fingir que se dirigan al Club, se fu directamente hacia Verrall, seguida por Elizabeth. Ninguna de las dos mujeres hubiera admitido por nada del mundo lo que se proponan. Verrall las vi llegar, mascull unas palabrotas y detuvo el caballo. Le era imposible eludir el
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encuentro ahora que venan directamente en su busca. ! Qu frescura la de estas mujeres 1 Avanz hacia ellas directamente con una expresin de desagrado y empujando lapelota de polo con golpecitos distrados. Buenos das, seor Verrall le dijo la seora Lackersteen con una voz chillona, de falsete, desde unos quince metros de distancia. ...nos das respondi Verrall de mal humor. En cuanto le vi la cara comprendi que aquella seora era una de las tpicas gallinas insoportables de las colonias. Elizabeth se haba quitado las gafas y balanceaba con una mano su sombrero terai. No le importaba la posible insolacin, pues tena necesariamente que lucir su hermoso pelo. Una rfaga de vientouna de las poqusimas rfagas que llegaban como una bendicin en aquellos das trridosle haba pegado al cuerpo el vestido de algodn esculpiendo sus formas finas y fuertes. La sbita aparicin de la joven junto a su ta fu una agradable revelacin para Verrall. Se sobresalt de tal modo que su yegua rabe lo not y dic una espantada, pero el jinete la domin en seguida. Hasta aquel momento no se haba enteradopues ni siquiera se haba molestado a preguntarque hubiera ninguna mujer joven en Kyauktada. Mi sobrinadijo la seora Lackersteen. Verrall no respondi, pero tir el bastn de polo y se quit el topi. Elizabeth y l se estuvieron mirando unos instantes. Los espinos araaban los tobillos de Elizabeth y le hacan sufrir. Sin gafas, slo vea a Verrall y a su caballo como una confusa mancha blanca. Pero se senta tan feliz! Le daba brincos el corazn y el rubor le coloreaba la cara como una fina capa de acuarela. Verrall no pudo evitar un sentimiento de admiracin. Est muy bien!, pens. Los hindes que tenan a los ponies por las bridas, contemplaban con curiosidad la escena como si la belleza de aquellos dos seres tan vitales les impresionara. La seora Lackersteen rompi el silencio, que haba durado medio minuto. Sabe usted, seor Verralldijo con un ridculo aire mundano, que nos parece muy mal el abandono en que nos tiene usted? Y nosotros que estamos deseando ver alguna cara nueva en el Club! Segua mirando a Elizabeth cuando contest, pero se haba suavizado su actitud extraordinariamente. Hace varios das que estoy pensando ir, pero he estado ocupadsimo instalando a mis hombres. Lo siento aadi, y en l era una novedad que se disculpara, nero haba decidido que aquella muchacha mereca la pena Siento mucho no haber contestado su amable carta. Por Dios, no se preocupe, nos hacemos carpo perfectamente; pero no le perdonaremos si no va a vernos al Club esta tarde. Si contina usted decepcionndonos concluy en un tono an ms de falsete, empezaremos a pensar que es usted un joven muy malo. Pueden creerme que lo siento mucho repiti No faltar esta tarde. No haba ms que decir y las dos mujeres se dirigieron hacia el Club. Pero apenas permanecieron en l cinco minutos. Tenan las piernas araadas y deban cambiarse en seguida de medias. Verrall cumpli su promesa y acudi al Club aquella tarde. Lleg un poco antes que los dems y, a los pocos minutos, ya se haba notado bien su presencia. Cuando Ellis entr en el Club, el viejo mayordomo le sali al encuentro y se lo llev aparte. Estaba muy excitado y le resbalaban las lgrimas por las mejillas. Seor, seor! Qu diablos te pasa?dijo Ellis. Seor, el nuevo amo me ha pegado. Cmo? Que me ha pegado, seor. Y levant la voz en una especie de alarido al pronunciar la humillante palabra. Que te han pegado? Te est bien empleado. Pero, quin ha sido?
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El nuevo amo, seor. El sahib de la polica militar. Me ha pegado con su pie, seor..., aqu! y se frot el trasero. ;Maldita sea!dijo Ellis, al que indign la noticia. Entr en el saln. Verrall estaba leyendo la revista Fiel y slo se vea de l sus pantalones palinbeach y dos zapatos bien betunados. No se molest en moverse al notar que entraba alguien. Oiga usted..., cmo se llama?... Verrall. Qu ? Le ha dado usted unas patadas a nuestro mayordomo? Los ojos azules y parados de Verrall aparecieron por un extremo de la revista como los de un crustceo que se asomara por detrs de la roca. Qu? repiti. Digo que si le ha dado usted unas patadas a nuestro mayordomo. S. Y por qu ha hecho usted eso? El imbcil se atrevi a replicarme. Le ped whisky con soda y me lo trajo caliente. Le dije que pusiera hielo y no quiso. Me cont no s qu estupidez de ahorrar el ltimo pedazo de hielo. De manera que le di un puntapi en el trasero. Le est bien empleado. Ellis palideci. Estaba furioso. El mayordomo era como un mueble propiedad del Club y ningn forastero tena derecho a maltratarlo. Pero lo que ms le irritaba a Ellis es que Verrall poda pensar que l compadeca al mayordomo y que le pareca mal la patada en s misma. Que le est bien empleado? Claro que s. De sobra sabemos nosotros cmo hay que tratar a esa gente. Pero quin es usted para meterse en nuestras cosas? Qu derecho tiene usted para castigar a nuestros criados? Djese de tonteras. Aqu los tienen ustedes muy mal acostumbrados a estos perros. Es usted un insolente y un fresco, jovencito. Nadie le ha pedido que venga a darnos lecciones. Ni siquiera es usted socio de este Club. Castigar a nuestros criados es cosa nuestra. Verrall baj la revista y mir de frente a Ellis, pero su voz no cambi su habitual tono aburrido. Nunca perda los estribos con un europeo; nunca era necesario. Escuche usted: cuando alguien me replica, le propino unos buenos puntapis en el trasero. Quiere usted que se lo pruebe? Toda la furia se le apag a Ellis de repente. No es que tuviera miedo; nunca lo haba tenido en su vida: pero la mirada de Verrall le impona demasiado. Era de una frialdad sobrecogedora. Los insultos que preparaba se derritieron en sus labios y casi le fall la voz. Dijo, plaidero Pero, hombre, tena razn al no quererle dar el ltimo Pedazo de hielo. Cree usted que slo compramos el hielo para usted? Slo nos llega dos veces a la semana. Entonces, es que se organizan ustedes muy mal dijo Verrall volviendo a sumergirse en la lectura de su revista, encantado de que no le molestaran ms. Ellis estaba desesperado. Le enloqueca la tranquilidad con que Verrall se dedicaba de nuevo a la lectura prescindiendo de l como si no existiera. Por qu no se atreva a darle a aquel jovencito su merecido? Lo cierto es que no sucedi nada. Verrall se haba ganado muchos golpes en esta vida, pero nunca cobr ninguno y probablemente seguira librndose. Ellis volvi mohino a la sala de juego, pagando su resentimiento con el mayordomo, y dej a Verrall disfrutar solo del saln. Cuando Macgregor lleg a la puerta del Club, oy msica. Macgregor estaba de muy buen humor aquella tarde. Se haba prometido a s mismo sostener una larga charla con la seorita Lackersteen una joven tan inteligente! y pensaba contarle una ancdota muy interesante que ya se haba publicado en uno de aquellos articulitos que l mandaba al Blackwoods. Se trataba de una rebelin ocurrida en Sagaing en 1913. Estaba seguro de que a Elizabeth le encantara. Rode la pista de tenis con la esperanza de encontrarla all. Y, efectivamente, all estaba. En la pista, a la luz de la luna y de las linternas colgadas entre los rboles,
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Elizabeth bailaba con Verrall. Los chokras haban sacado sillas y una mesa para el gramfono, y los dems europeos estaban all presenciando el baile. Al detenerse Macgregor, asombrado, le pasaron muy cerca Elizabeth y Verrall. Bailaban muy juntos y ninguno de los dos se fij en la presencia de Macgregor. Su decepcin fu grandsima. Ya no habra charla posible con la inteligente joven. Le cost mucho trabajo adoptar de nuevo su habitual jocosidad. Vaya, vaya, tenemos una tarde terpsicrea! exclam con tina voz que quera ser alegre, pero en la que se notaba el desencanto. No le respondi nadie. Todos contemplaban a la pareja que bailaba. Elizabeth y Verrall, para quienes no existan los dems, se deslizaban por el resbaladizo suelo de cemento. Verrall bailaba lo mismo que cabalgaba, es decir, con incomparable destreza. El gramfono cantaba roncamente una cancin titulad; Ensame el camino de casa, que entonces estaba de moda en todo el mundo y que haba llegado hasta Birmania Ensame el camino de casa; estoy cansada y quiero acostarme; hace una hora beb un poquito y se me ha subido a la cabeza, etc. La deprimente cancin flotaba con insistencia en el aire por entre los sombros rboles y el aroma de las flores, porque la seora Lackersteen volva a colocar la aguja al comienzo del disco cada vez que ste se terminaba. La luna estaba ya mucho ms alta y tena un tinte amarillento rodeada de nubes obscuras. Verrall y Elizabeth bailaban sin cesar, infatigablemente, formando entre los dos una voluptuosa mancha en movimiento. Se movan en perfecto acoplamiento como si entre los dos constituyeran un animal nico. Macgregor, Ellis, Westfield y Lackersteen los miraban de pie y con las manos en los bolsillos, sin ocurrrseles nada que decir. Los mosquitos les asaetaban los tobillos. Pidieron bebidas, pero el whisky les supo a ceniza. Las entraas de los cuatro hombres maduros rezumaban envidia. Verrall no le pidi a la seora Lackersteen que bailase ni prest la menor atencin a los dems europeos cuando, terminado por fin el baile, fu a sentarse con Elizabeth. Acapar a sta media hora ms, y luego, dndoles las buenas noches entre dientes a los Lackersteen y sin dirigirles la palabra a los dems, se march del Club. La sesin continua de danza con Verrall haba dejado a Elizabeth en pleno ensueo. Se senta como hechizada. La haba invitado a montar a caballo con l l Le iba a prestar uno de sus ponies. La joven no repar ni siquiera en que Ellis, irritado por su conducta, se estaba portando con ella groseramente. Los Lackersteen volvieron tarde a casa, pero Elizabeth y su ta estaban demasiado emocionadas para dormir. Hasta la media noche estuvieron trabajando febrilmente preparando un par de jodhpurs (pantalones de montar) de la seora Lackersteen. Los acortaron dejando fuera las pantorrillas para que le sentaran bien a Elizabeth. Espero que no te caers, verdad, querida?...le dijo su ta. Claro que no. En casa he montado mucho. Slo haba montado a caballo una docena de veces en total cuando tena diecisis aos, pero, qu importaba! ; ya se las arreglara. Hubiera sido capaz de montar un tigre con tal de que Verrall la acompaase. Cuando por fin terminaron de adoptar los jodhpurs y Elizabeth se los prob, su ta la contempl suspirando. Estaba arrebatadora, lo que se dice arrebatadora! Y pensar que dentro de dos das tendran que volver a la selva para pasarse all semanas y quizs meses, abandonando Kyauktada y perdiendo de vista a este joven tan encantador! Qu pena! Subieron las escaleras y la seora Lackersteen se detuvo con su sobrina ante la puerta de sta. Se haba decidido a hacer un gran sacrificio, muy doloroso para ella. Cogi a Elizabeth por los hombros y la bes con afecto ms sincero que nunca. Querida ma, sera una vergenza que tuvieras que marcharte de Kyauktada en una ocasin como sta!
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Es verdad. Entonces, te dir, querida, lo que vamos a hacer. No volveremos a esa horrible selva. Que se vaya solo tu to. T y yo nos quedaremos en Kyauktada. XIX EL calor se haca insoportable. Se acercaba mayo, pero no haba esperanza de lluvia en otras tres semanas, quizs hasta pasadas cinco. Nadie, ni orientales ni europeos, poda vencer la soera que produca el calor durante el da. Y por las noches, con los aullidos de los perros y el constante sudor, no se poda dormir. Los mosquitos abundaban tanto en el Club que era necesario tener continuamente ardiendo barras de incienso en todos los rincones y las mujeres se envolvan las piernas en fundas de almohada para evitar las picaduras. Slo Verrall y Elizabeth permanecan indiferentes a la temperatura. Eran jvenes y tenan la sangre fresca; Verrall era demasiado estoico y Elizabeth se senta demasiado feliz para ocuparse del clima. En el Club estaban escandalizados con Verrall, que se haba indispuesto con todos. Haba tomado la costumbre de acudir al Club una o dos horas todas las tardes, pero haca como si no existiera ningn otro europeo, se negaba a aceptar, con un descorts movimiento de cabeza, las bebidas que le ofrecan y cortaba todos los intentos de conversacin con tajantes monoslabos. Se sentaba debajo del punkah en la silla que antes era considerada como sagrada propiedad de la seora Lackersteen, hasta que llegaba Elizabeth y bailaban o charlaban un par de horas, para luego marcharse sin despedirse de nadie. Entre tanto, el seor Lackersteen viva solo en el campamento y, segn los rumores que llegaron a Kyauktada, se consolaba de su soledad con un variado repertorio de mujeres birmanas. Elizabeth y Verrall paseaban a caballo casi todas las tardes. Por supuesto, el polo de la maana era sagrado para Verrall, pero haba decidido sacrificar las tardes a Elizabeth. Como es lgico, sta se entusiasm tanto con la equitacin como se haba entusiasmado antes con la caza; incluso tuvo la desfachatez de decirle a Verrall que en Inglaterra haba cazado muchsimo. l comprendi que estaba mintiendo, pero eso no le importaba en absoluto. Se contentaba con que montase lo bastante bien para no serle un estorbo. Solan cabalgar por el camino de la selva siguiendo luego por una estrecha senda de bueyes donde el polvo era fino y los caballos podan galopar. Haca un calor. mortal en la polvorienta selva y siempre se estaban oyendo truenos lejanos que jams se convertan en lluvia. Elizabeth montaba el pony bayo y Verrall el blanco. De regreso a casa iban muy juntos, tan cerca que se rozaban sus piernas y charlaban. Verrall era capaz de renunciar durante algn tiempo a su hosco mutismo y hablar de un modo simptico. Esto haca ahora con Elizabeth. Qu alegra cabalgar uno junto a otro! Qu estupendo ir a caballo en este mundo de caza y carreras, de polo y de equitacin! Si Elizabeth no hubiera amado a Verrall por ninguna otra razn, se habra enamorado de l por haberle permitido entrar en el mundo de los caballos. A l le fastidiaba tenerle que estar hablando continuamente de equitacin, lo mismo que a Flory le sacaba de quicio estar siempre contestando a sus preguntas sobre caza. Verrall slo poda hablar durante poco tiempo. Una vez agotada su reserva, consistente en unas frasea hechas sobre el juego del polo, las razas de los caballos y los nombres de los regimientos hindes, no saba qu decir. Sin embargo, este poco emocionaba a Elizabeth infinitamente ms que todo lo que Flory pudiera haberle dicho, incluso sobre la caza. Le bastaba verlo a caballo. Esa aureola de jinete y militar, con su rostro curtido y su esbelto y vigoroso cuerpo, representaba para la cabecita de Elizabeth todos los tpicos de su mundo de ilusin. Qu esplndido era este mundo ecuestre para el que ella haba nacido l Aquellos das Elizabeth viva en ese mundo, pensaba en los caballos y soaba con ellos casi tanto como el propio Verrall. Estaba tan convencida de que haba :legado a ser una mujer distinguida, que incluso se crey ella misma su invencin de que haba cazado muchsimo. Se llevaban muy bien. Verrall no la aburra nunca ni la sacaba de sus casillas como Flory. Era curioso hasta qu punto haba llegado a olvidar a Flory, y si al or su nombre evocaba su imagen, slo vea de l la mejilla con la mancha. Otra cosa que una a Verrall con la muchacha era que tambin l detestaba a los intelectuales, incluso ms que ella. Una vez le dijo que no haba ledo un libro desde sus dieciocho aos y
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que los libros le parecan repugnantes. Esto emocion a Elizabeth, que comprendi hasta qu punto aquel hombre era distinguido. La tercera o cuarta tarde que salieron a pasear a caballo se estaban despidiendo en la puerta de los Lackersteen. Verrall haba logrado rechazar todas las invitaciones de la ta de Elizabeth para quedarse a comer. No haba pisado el interior de la casa ni estaba dispuesto a hacerlo. Mientras el criado se ocupaba del pony de Elizabeth, Verrall le dijo a sta: La prxima vez que salgamos de paseo, montars a Belinda y yo ir en el caballo castao. Creo que ya ests capacitada para no cortarle la boca a Belinda con el freno. Belinda era la yegua rabe. Verrall la tena desde haca dos aos, y hasta entonces no le haba permitido a nadie que la montara. Era el mayor favor que l poda conceder. Y Elizabeth agradeci con toda su alma esta prueba de estimacin y confianza. A la tarde siguiente, cuando volvan a casa cabalgando muy cerca uno de otro, Verrall cogi a Elizabeth por los hombros, la levant de la silla y la sent en la suya. Era muy fuerte. Solt la brida y con la mano libre le levant la cara. Se besaron en los labios. La tuvo as un momento y luego la dej en el suelo y l se ape tambin. Se abrazaron con las camisas llenas de sudor pegadas una a otra y las bridas entre los brazos. A esta misma hora, aproximadamente, decidi Floryque se hallaba a treinta kilmetros de distancia regresar a Kyauktada. Se senta horriblemente solo. Si Elizabeth estuviera all! Cuanto le rodeaba maravillosos pjaros, rboles, flores..., todo ello careca de sentido porque Elizabeth no estaba all. A medida que pasaban los das haba ido cerciorndose de que haba perdido definitivamente a la joven, y esta conviccin le envenenaba todas sus horas. Paseando solo por la selva y abrindose paso dificultosamente por entre las lianas a machetazos, senta en sus miembros una pesadez de plomo. Descubri una planta de vainilla y se inclin a olerla. Su perfume le produjo una sensacin torturante. Inexplicablemente, le acentu, hasta hacrsela insoportable, su soledad. Solo, solo en aquel mar de vida vegetan Su pena era tan grande que reaccion absurdamente dando un puetazo contra un rbol, con lo cual estuvo a punto de descoyuntarse un brazo y de partirse los nudillos. Tena que volver a Kyauktada. Era una locura, bien lo comprenda l, pues apenas haban pasado quince das desde la escena que tuvieron en el Club y su nica probabilidad era darle tiempo a la joven para que olvidara lo ocurrido. Sin embargo, no tena ms remedio que regresar. No poda permanecer ms tiempo en aquel mortfero lugar, solo con sus pensamientos en el interminable mar de hojas. Se le ocurri una buena idea: le llevara a Elizabeth la piel de leopardo que haba dejado en la crcel para que la curtieran. Sera un buen pretexto para verla. En general, se escucha cortsmente a las personas que nos traen regalos. Esta vez no la dejara despedirle sin haberle explicado antes... S, tena que hacerle comprender que haba sido injusta con l. No era justo que lo condenase por culpa de Ma Hla May, a la cual haba despedido precisamente por consideracin a Elizabeth. Seguramente lo perdonara cuando supiera la verdad. Y esta vez iba a escucharle; la obligara a ello aunque tuviese que sujetarla mientras. Regres la misma tarde. Era un viaje muy pesado y ms en la obscuridad, pero Flory no quiso esperar. Puso como disculpa que de noche haca ms fresco. Los criados casi se amotinaron ante la perspectiva de una marcha nocturna a travs de la selva, y en el ltimo momento el viejo Sammy se desmay. Le haba dado un ataque de pnico medio sincero y medio fingido. Lo reanimaron con ginebra y esto le decidi a emprender la marcha. Era una noche sin luna. Se abrieron paso a la luz de las linternas que haca brillar como esmeraldas los ojos de Flo y como piedras de luna los de los bueyes. Cuando sali el sol se detuvieron los criados para hacer fuego y preparar un desayuno, pero Flory tena tanta prisa por llegar a Kyauktada que no se detuvo. La idea de regalarle a Elizabeth la piel de leopardo le haba llenado de una insensata esperanza. Por fin cruz con el sampan el brillante ro y se dirigi al bungalow del doctor Veraswami, a donde lleg hacia las diez de la maana. El doctor le invit a desayunar y despus de haber encerrado a sus mujeres en un escondite adecuado llev a su amigo al cuarto de bao para que pudiera lavarse y afeitarse. Durante el desayuno, Veraswami le cont a Flory, muy excitado, las ltimas noticias del cocodrilo. Por lo visto, la falsa rebelin estaba a punto de estallar. Flory tard mucho en poder hablar de la piel de leopardo.
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A propsito, doctor: qu hay de aquella piel que envi a la crcel para que la curtieran? Est ya lista? Ah... El mdico empez a pasarse la mano por la cara, desconcertado. Entr en la casa (estaban desayunando en la veranda, pues la esposa legtima del doctor haba protestado violentamente de que Flory entrase en la casa), y volvi al cabo de un momento con la piel enrollada. En realidad...empez a decir, desenvolvindola. Oh, doctor! La piel estaba hecha una lstima. La haban dejado tiesa como el cartn, con el cuero resquebrajado, descolorida e incluso rasgada a pedazos. Adems, apestaba horriblemente. Pero, doctor, qu han hecho con esto? Cmo demonios han podido dejarla as? Estoy apenadsimo, amigo mo! Precisamente iba a disculparme. No pudimos hacerlo. mejor. Ahora no hay nadie en la crcel que sepa curtir pieles. Pero si haba un preso que las curta admirablemente... S, s, pero desgraciadamente se nos ha marchado hace una semana. Marchado? Tena entendido que cumpla una pena de siete aos. Cmo! No se ha enterado usted, amigo mo? Por lo visto, no saba usted quin era el que curta las pieles: Nag Schwe O. Nag Schwe O ? S, es el dacoit que se fug con la ayuda de U Po Kyin. -Maldita sea! Esta desgracia le afect terriblemente. Sin embargo, por la tarde, despus de baarse y de ponerse un traje nuevo, fu a casa de los Lackersteen a eso de las cuatro. Era muy temprano para visitar a nadie, pero Flory quera encontrar a Elizabeth en casa antes de que fuese al Club. La seora Lackersteen, que acababa de dormir la siesta, no estaba para recibir visitas. Lo recibi de muy mal humor. Ni siquiera le dijo que se sentara. Creo que Elizabeth no podr verle ahora. Se est vistiendo para montar a caballo. No sera mejor que le dejase usted una nota ? Si no tiene usted inconveniente, querra verla. Le he trado la piel de aquel leopardo que cazamos juntos. La seora Lackersteen le dej de pie en la salita. Sin embargo, avis a Elizabeth murmurndole a travs de la puerta Lbrate de ese tipo lo antes que puedas, querida. No puedo soportar su presencia en casa a estas horas. Cuando Elizabeth entr en la sala, el corazn de Flory empez a latir tan violentamente que le pas ante los ojos una nube rojiza. La joven vesta una camisa de seda de hombre y pantalones jodhpurs. Estaba mucho ms tostada por el sol y Flory no recordaba haberla visto nunca tan hermosa. Vacil; haba perdido todo el valor almacenado en el viaje. En vez de adelantarse hacia ella, la impresin recibida le hizo retroceder un paso; lo necesario para que tumbase una inestable mesita que sostena un jarrn de zinnias. Se produjo un ruido espantoso al estallar el jarrn contra el suelo. Perdn, perdn... Cunto lo siento!... exclam, espantado. Por Dios, no es nada! Por favor, no se preocupe usted... Elizabeth le ayud a poner de pie la mesita y recoger las flores esparcidas por el suelo, charlando todo el tiempo con una alegra y naturalidad sorprendentes para Flory: Cunto tiempo sin verle a usted por aqu 1 Le hemos echado tanto de menos en el Club...
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Lo deca todo con un tono brillante y falso, como suelen hacerlo las mujeres cuando se creen obligadas a cumplir un deber. Flory estaba aterrado. Ni siquiera se atreva a mirarla a la cara. Ella le acerc una caja de cigarrillos y le ofreci uno, pero l lo rechaz. Le temblaba demasiado la mano para cogerlo. Le he trado aquella pieldijo, indeciso. La desenroll sobre la mesa y le pareci todava ms fea y avejentada que en casa del doctor. Elizabeth se acerc a l para examinarla, tanto que su aterciopelada mejilla quedaba a un palmo de la suya y poda sentir el calor de su cuerpo. La tema tanto en esos momentos, que retrocedi instintivamente. En el mismo instante tambin ella di un paso atrs con una mueca de desagrado, pues le haba llegado el espantoso olor de la piel. Flory se sinti avergonzadisimo. Era como si l mismo oliese mal en vez de la piel. Muchsimas gracias, seor Florydijo ella forzadamente y apartndose un poco ms de la piel. Es una piel adorable y de un tamao tan grande! Lo era, pero la han estropeado, desgraciadamente. No, no; me encantar tenerla. Ha vuelto usted a Kyauktada por mucho tiempo? Qu calor tan horrible debe de hacer en el campamento... S, he pasado mucho calor. Pasaron unos minutos hablando del tiempo. Flory no saba qu hacer. Todo lo que se haba prometido a s mismo decir, todas aquellas explicaciones y splicas se le haban helado er_ la garganta. Eres un insensato pens. Qu ests haciendo? Para esto has venido desde tan lejos? No seas cobarde y dselo todo. Cgela en tus brazos; oblgala a escucharte, maltrtala si es preciso..., cualquier cosa antes que dejarla que te zarandee con esta estpida charla. Pero era inevitable. Lo nico que poda decir eran trivialidades. Cmo iba a defenderse ni a convencerla de nada, si chocaba con aquella actitud tan mundana y brillante de la joven, que lo reduca todo a una charla sobre el tiempo y le obligaba a callarse lo esencial? Dnde aprendern esta odiosa superficialidad que las defiende como un muro inexpugnable? La carroa que haba dejado sobre la mesa le avergonzaba ms a cada momento. Y all estaba, casi sin voz, fesimo con la cara amarillenta y arrugada despus de una noche sin dormir y con la mancha an ms visible en la mejilla. Pasados unos minutos, la muchacha se libr de l: Y ahora, seor Flory, si usted me lo permite, tengo que... 1 farfull unas palabras: No querra usted salir conmigo algn da? A pasear, a cazar o algo as? Tengo tan poco tiempo ahora!... Todas las tardes las tengo ocupadsimas. Ahora he de ir a pasear a caballo. Con el seor Verrallaadi. Quizs aadiera esa noticia para herirle. Era la primera vez que Flory oa hablar de su amistad con el militar y no pudo evitar un tono de envidia en su voz al decir: Pasea usted mucho a caballo con Verrall? Casi todas las tardes. Es un jinete estupendo. Tiene una cantidad imponente de ponies de polo. Ah! En cambio yo no tengo ponies ni juego al polo. Era lo primero que haba dicho en serio y slo consigui ofenderla. Sin embargo, Elizabeth le respondi con la misma alegre indiferencia que antes, como si la observacin de Flory hubiera sido un chiste, y lo acompa hasta la puerta. La seora Lackersteen volvi a la sala, olfate el aire extraada e inmediatamente que descubri la piel de leopardo llam a los criados para que la sacaran y la quemasen. Flory se detuvo un poco junto a la verja del jardn con el pretexto de darles de comer a las palomas. Le dola en el alma ver a Elizabeth y Verrall marchar juntos a caballo. Qu cruelmente, con cunta vulgaridad se haba portado Elizabeth con l! Lo ms horrible en estos casos es cuando no hay ni siquiera la honradez de pelearse de un modo definitivo. Verrall lleg a casa de los Lackersteen montado en su pony blanco y acompaado por un syce (mozo de cuadra) que montaba el caballito castao: Al cabo de un rato salieron Verrall, en el pony castao, y Elizabeth en el blanco, y trotaron rpidamente colina arriba. Charlaban y
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rean. Iban muy juntos. El hombro de Elizabeth, envuelto en su camisa de seda, aun no sudada, rozaba el de l. Ninguno de los dos mir hacia donde estaba Flory. Cuando desaparecieron entre los primeros rboles de la selva, Flory permaneca an en el jardn. El jardinero indgena (mali) cortaba las flores inglesas, muchas de las cuales se haban secado por exceso de sol, y plantaba zinnias, blsamos y otras flores de la regin. Pas una hora y un hind de color terroso y aire melanclico subi por el camino. Llevaba un pao arrollado a las caderas y sobre la cabeza un pagri color salmn en el que apoyaba una especie de palangana. Puso sta en el suelo y le hizo una reverencia a Flory. Quin eres? El book-wallah, sahib. El book-wallah (expresin anglohind: vendedor ambulante de libros) recorra toda la Birmania superior. Su sistema de cambio era que por cada libro que llevaba en su paquete haba que darle cuatro annas y otro libro. Pero no cualquier libro, porque, por ejemplo, el bookwallah, aunque analfabeto, saba reconocer y rechazar una Biblia. No, sahib deca en esos casos, plaidero, no. Este libro (y le daba vueltas con desaprobacin en sus manazas morenas), este libro con pastas negras y letras doradas no puedo comprarlo. No s por qu, pero todos los sahibs me ofrecen este libro y nadie me lo toma. Qu podr haber en este libro negro? Seguramente algo muy malo. A ver qu porqueras traesle dijo Flory. Buscaba una buena novela policaca, algo de Edgar Wallace, Agatha Christie o un autor por el estilo, cualquier libro que le calmase la mortal inquietud que le roa el corazn. Estaba inclinado sobre los libros, cuando vi que tanto el vendedor como el mali lanzaban exclamaciones y sealaban al lindero de la selva. Dekko!grit el mali. Los dos ponies salan de la selva, pero sin jinetes. Trotaban colina abajo con ese aire culpableun poco de colegial que hace novillos, escapados de su amo, con los estribos balancendose contra sus vientres. Flory qued paralizado, apretando contra su pecho uno de los libros. Verrall y Elizabeth se haban apeado. No haba accidente. Flory no poda imaginarse a Verrall cayndose del ' caballo. Sencillamente, se haban apeado y los ponies se fugaron. Pero, para qu iban a descabalgar? Ah, ya lo saba l No tena que sospechar nada, lo vea como si estuviera ocurriendo all delante de l. En una de esas alucinaciones tan perfectas en sus detalles, tan vilmente obscenas que se hacen insoportables, Flory lo vea todo. Tir al suelo violentamente el libro y se meti en su casa, dejando al librero ambulante desconcertado. Sus criados le oyeron moverse como una fiera enjaulada y luego pidi una botella de whisky. Al principio no le sirvi de nada beber. Pero luego se prepar una dosis de caballo y se la trag con un poco de agua. Apenas tuvo en el estmago aquel nauseabundo lquido cuando repiti la dosis. Haba hecho lo mismo en el campamento haca unos aos una vez que le dolieron las muelas terriblemente y que estaba a quinientos kilmetros de cualquier dentista. A las siete, Ko Sla entr como de costumbre a decirle que tena caliente el bao. Flory estaba' tumbado en una de las sillas plegables con la chaqueta quitada y la camisa abierta. El bao, thakindijo Ko S'la. Flory no respondi y Ko S'la le toc en un brazo creyndolo dormido. El amo estaba tan borracho que no poda mover se. La botella vaca haba rodado por el suelo dejando tras ella una estela de gotas de whisky. Ko S'la llam a Ma Pe y recogi la botella chasqueando la lengua. Mira, se ha bebido ms de las tres cuartas partes de la botella. Cmo! Otra vez? Cre que haba dejado la bebida. Supongo que habr sido por culpa de esa maldita mujer. Ahora debemos llevarlo con mucho cuidado a la cama. Cgelo t por las piernas y yo lo llevar por los hombros. As. Ahora! Llevaron a Flory a la otra habitacin y lo dejaron suavemente sobre la cama. T crees que llegar a casarse con esa ingaleikma?pregunt Ma Pe.
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Es muy difcil saberlo. Me han dicho que es la querida de ese joven oficial de polica. Estas gentes tienen costumbres muy diferentes a las nuestrasaadi mientras le quitaba a Flory los tirantes, pues Ko S'la tena el arte, tan necesario en el criado de un soltero, de desvestir a su amo sin despertarlo. XX A la maana siguiente hubo gran revuelo en Kyauktada, pues la rebelin de que se vena rumoreando tanto haba estallado por fin. Flory tuvo slo un informe muy vago al principio. Haba regresado al campamento en cuanto se sinti capaz de ello despus de su gran borrachera y hasta varios das despus no se enter del verdadero alcance de la rebelin en una larga e indignada carta del doctor Veraswami. El estilo epistolar del mdico era muy raro. Su sintaxis era deficiente y lo pona todo con maysculas, abusando tambin del subrayado. Su carta ocupaba, con letra menuda, ocho carillas. Mi querido amigodeca la carta: Lamentar usted mucho enterarse de que las vilezas del cocodrilo han dado ya su resultado. La rebelin la llamada rebelin ha estallado y est liquidada. Ha sido, por desgracia, un asunto mucho ms sangriento de, lo que yo esperaba. Todo se ha desarrollado como yo se lo haba adelantado a usted. El da en que lleg usted a Kyauktada los espas de U Po Kyin le informaron de que los infelices a los que l ha engaado estaban reunidos en la selva cerca de Thongwa. La misma noche parti en secreto cvn U Lugale, el inspector de polica nativo, que es un sinvergenza tan grande como lsi esto es posible, y doce guardias. Dieron una batida en Thongwa Y sorprendieron a los rebeldes. Slo haba siete en una choza medio derruda, en plena selva l Tambin el seor Maxwell, que se haba enterado de los rumores que circulaban sobre este levantamiento, acudi desde su campamento con su rifle a tiempo de unirse a U Po Kyin y a los policas en su ataque a la choza. A la maana siguiente el empleado Ba Sein, que es el chacal de U Po Kyin, cumpli el encargo que le haba dado ste, o sea, lanzar la noticia de la rebelin lo ms sensacionalmente posible, y los seores Macgregor, NVestfield y Verrall, el teniente, se precipitaron hacia Thongwa con cincuenta sepoys armados con rifles, aparte de la polica militar que haba trado el teniente Verrall. Pero cuando llegaron todo haba terminado, y U Po Kyin, sentado bajo un gran rbol de teca, en el centro de la aldea, sermoneaba al pueblo dndose gran importancia. Los pobres aldeanos le hacan reverencias tocando el 'suelo con las frentes y jurando que siempre seran leales al Gobirno. De modo que la rebelin haba terminado por completo. Aquel saiatnque no es ms que un artista de circoy el amiguito de U Po Kyin, que haban lanzado la semilla, se escaparon y no habr manera de saber dnde se encuentran, pero han sido detenidos seis rebeldes. As ha terminado todo. Tengo que informarle tambin de que ha habido una muerte lamentable. El seor Maxwell estaba demasiado impaciente por usar su rifle y cuando uno de los rebeldes quiso escapar dispar y le meti una bala en el abdomen matndolo instantneamente. Creo que los aldeanos no le perdonan esta muerte al seor Maxwell. Pero desde el punto de vista legal la actitud de ste est plenamente justificada, puesto que aquellos hombres, sin duda alguna, conspiraban contra el Gobierno. Amigo mo, confo en que usted comprenda los efectos desastrosos que todo esto har caer sobre m. Se dar usted cuenta, espero, de la repercusin que ello tendr en la lucha entre U Po Kyin y yo y cunto va a fortalecer la posicin de ese bandido. Lo ocurrido representa el triunfo del cocodrilo. U Po Kyin es ahora el hroe del distrito. Se ha convertido en el nio mimado de los europeos. Me han dicho que incluso el seor Ellis ha elogiado su conducta. Lo ms grave es que ahora, seguro de su posicin, el cocodrilo est diciendo por ah que no haba siete rebeldes, sino doscientos, y que l los contuvo revlver en mano... l, que lo dirigi todo desde una prudentsima distancia, rr:ieritras los guardias y el seor Maxwell se acercaban a la choza con peligro de sus vidas! S que todo esto le parecer a usted nauseabundo. U Po Kyin ha tenido la desfachatez de enviar un informe oficial que empieza con estas palabras: dracias a mi leal rapidez de movimientos y a mi indomable valor..., y lo ms atroz es que esta sarta de mentiras la tena escrita varios das antes de los acontecimientos. Es repugnante. Me deprime pensar que ahora, hallndose ya en la cumbre de su prestigio, reanudar con renovada maldad su campaa calumniosa contra m. Emplear todo el veneno de que es capaz...
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Les cogieron a los rebeldes todo su armamento y municiones, con el cual iban a conquistar Kyauktada cuando todos sus partidarios estuvieran reunidos. He aqu la impresionante lista: Una escopeta de caza con un can estropeado, robada a un oficial forestal tres aos antes. Item, seis escopetas fabricadas en casa con caones de cinc (de unas tuberas robadas en el ferrocarril). stas podan disparar en cierto modo metiendo una ua por un agujero y dando a la vez un golpe con una piedra. tem, treinta y nueve cartuchos desparejados. ltem, once fusiles de juguete, de madera. Item, unos cohetes chinos para alarmar. Ms adelante dos de los rebeldes haban de ser castigados a quince aos de reclusin, otros tres a tres aos de crcel y veinticinco latigazos, y uno a dos aos. La pobre rebelin haba terminado tan por completo, que los europeos se consideraron seguros para bastante tiempo y Maxwell regres a su campamento sin ninguna escolta. rlory pensaba quedarse en el campamento hasta que llegasen las lluvias o por lo menos hasta la asamblea general del Club. Haba prometido asistir a sta para proponer la eleccin del doctor, aunque ahora, con sus propias penas martirizndole noche y da, todo aquel asunto de la intriga entre U Po Kyin y el mdico le pareca un fastidio. Pasaron ms semanas. El calor era an ms horrible. La lluvia, que deba de haber cado haca tiempo, pareca haber llenado de fiebre el aire. Flory se encontraba mal y trabajaba incesantemente. Se preocupaba por pequeas tareas que en realidad correspondan al capataz y lograba, con su intromisin en todo, que los cooles e incluso sus propios criados le odiaran. Beba ginebra a todas horas, pero ni siquiera la bebida le distraa de su obsesin. La visin de Elizabeth en los brazos de Verrall se le haba convertido en algo tan real y doloroso como un dolor de odo constante. A cualquier hora del da o de la noche se le presentaba la odiosa imagen, cortndole otro cualquier pensamiento, convirtindole en polvo la comida en plena boca o hacindole levantarse sobresaltado de K cama. A veces le entraban unos terribles ataques de irritacin y lleg a golpear a Ko S'la. Lo peor de todo eran los detalles, los asquerosos detalles con que se le presentaba la imaginada escena. Le pareca que la misma perfeccin con que lo vea todo en sn mente era la prueba de que haba ocurrido efectivamente as. Hay algo ms horrible en el mundo, ms indigno para un hombre, que desear a una mujer a la que nunca se podr conseguir? Durante todas estas semanas. apenas pasaba por la mente de Flory un pensamiento que no fuera asesino u obsceno. Es el efecto corriente de los celos. Al principio, haba querido a Elizabeth espiritualmente, con el sentimentalismo de tan adolescente, deseando ms su cario que sus caricias; ahora que la haba perdido, lo que le atormentaba era el ms bajo deseo fsico. Ni siquiera la idealizaba ya. La vea casi como eratonta, snob, sin corazn, y esto, naturalmente, no le impeda desearla fsicamente. Esas consideraciones nunca influyen cuando la pasin ha llegado a este punto. Por las noches, en sus insomnios, sacaba el camastro fuera de la tienda. para estar ms fresco, y contemplaba la aterciopelada obscuridad donde sonaba de vez en cuando el ladrido de un gy%. Entonces se odiaba por las imgenes que se reproducan incesantemente en su imaginacin. Saba perfectamente que era una mezquindad envidiar al hombre, meior dotado que l, que le haba vencido. Porque era slo envidia, celos era un nombre demasiado elevado para aquel sentimiento vergonzoso. Qu derecho tena l a estar celoso? Se haba ofrecido a una muchacha que era demasiado joven y bo= nita para l, y, naturalmente, ella le haba rechazado. Slo tena su merecido. Y era un caso sin remedio nada le podra hacer ms joven ni quitarle la mancha de nacimiento ni los diez afos de solitarias orgas. Lo nico que le quedaba era contemplar la felicidad de la pareja y envidiar a aquel hombre, como..., pero el smil fu rechazado a su inconsciente. La envidia es una cosa horrible. Se diferencia de todos los dems sufrimientos en que no se puede disfrazar ni sublimar. A la envidia no la podemos convertir en tragedia. No es slo dolorosa; es, sobre todo asquerosa. Pero, era cierto lo que l sospechaba? Haba llegado a se Verrall, efectivamente, el amante de Elizabeth? No haba ma nera de saberlo, pero por lo menos las probabilidades pareca contrarias, porque, de
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haber sid verdad, no habra sido posibl ocultarlo en un lugar como Kyauktada. La seora Lackerstee lo habra adivinado probablemente, aunque los dems no lo htl biesen credo. Sin embargo, haba algo indudable. Verrall m haba hecho todava ninguna propuesta de matrimonio. Pasaron tres semanas, que es mucho tiempo para un pequeo puesto colonial en lo que a relaciones sociales se refiere, y Verrall sal todas las tardes con Elizabeth a caballo y bailaban juntos toda las noches; sin embargo, el teniente no haba pisado an 1; casa de los Lackersteen. Por supuesto, Elizabeth estaba produ ciendo un gran revuelo con su actitud. Todos los orientales de lugar daban como seguro que la joven era la querida de Verrall La versin de U Po Kyin (que tena un arte especial para llevas razn en lo esencial, aunque se equivocase en los detalles) era que Elizabeth haba sido la concubina de Flory y le haba aban donado para irse con Verrall porque ste la pagaba mejor. Ellis por su parte, inventaba sobre Elizabeth unas historias picante! que ponan lvido a Macgregor. La seora Lackersteen, clar< est, no se enteraba de estos escandalosos rumores, pero cada da estaba ms intranquila. Todas las tardes, cuando Elizabetl regresaba de su paseo a caballo con Verrall, se le acercaba su ta esperanzada, creyendo que por fin se haba declarado e teniente. Pero la ansiada noticia no llegaba nunca y, por mu3 atentamente que observase el rostro de su sobrina, no poda adi. vinar nada. Al cabo de las tres semanas, la seora empez a enfadars< de verdad. Pensaba con remordimiento en que tena a su maride solo en el campamentoo, mejor dicho, excesivamente acompaado , y, despus de todo, si ella se haba quedado en Kyauktada con su sobrina, era para que sta se pudiera casar con Ve. rrall (por supuesto, nunca lo habra expresado con tal claridad). Una noche estuvo aleccionando e incluso amenazando a Elizabeth indirectamente, como ella lo haca todo. La conversacin consisti en un largo monlogo cortado con suspiros y largas pausas. La muchacha no dijo ni una palabra. La seora Lackersteen haba empezado con algunas observaciones generales (a propsito de una fotografa aparecida en el Tatler) sobre esas chicas modernas que iban lucindose por la playa y que resultaban tan fciles para los hombres. Una joven que se precie, dijo la seora Lackersteen, no debe nunca serle demasiado barata a un hombre. Por el contrario, deber convencer al hombre de su valor y de la dificultad de obtenerlo. Luego le habl a su sobrina de una carta que haba recibido de Inglaterra en la que le daban noticias de aquella pobre chica que estuvo una temporada en Birmania y que por demasiado alocada no lleg casarse. Haba sufrido mucho la desgraciada y esto demostraba que una joven, en ltimo trmino, debe estar muy satisfecha si consigue casarse con cualquiera, lo que se dice cualquiera. La pobrecilla haba perdido su empleo y durante mucho tiempo pas verdadera hambre. Por fin consigui colocarse de pinche de cocina a las rdenes de una vulgar y horrible cocinera que la trataba como a una esclava. Adems, la cocina estaba llena de espantosas cucarachas. No crea Elizabeth que esto era espantoso? Cucarachas! La seora Lackersteen qued en silencio un rato para permitir que las cucarachas hicieran su efecto, y luego aadi: Qu lstima que Verrall nos abandone cuando lleguen las lluvias! Kyauktada nos va a parecer vaca sin l. Y cundo vienen las lluvias, por lo general?dijo Elizabeth con la mayor indiferencia que pudo lograr. A principios de junio, aunque ya deba de haber llovido. Slo faltan, a lo ms, dos semanas. Querida, parece absurdo que insista en ello, pero no se me va de la cabeza la imagen de aquella pobre muchacha, tan distinguida, metida en una cocina entre las repugnantes cucarachas. Y durante el resto de la tarde reaparecieron en diversas ocasiones los horribles bichos. Hasta l da siguiente no dej caer, con el tono de alguien que se refiere a un rumor sin importancia A propsito. Creo que Flory volver a Kyauktad a principios de junio. Dijo que estara aqu _ para la asamblea general del Club. Quizs debiramos invitarlo a cenar de vez en cuando. Era la primera vez que hablaban ta y sobrina de Flory desde el da en que ste haba llevado la piel de leopardo. Despus de haber estado excluido por completo, durante varias semanas, de los pensamientos de ambas mujeres, volva a ellos ahora como del mal, el menos. Tres das despus la seora Lackersteen le pidi a su marido que volviese a Kyauktada. Haba estado en el campamento suficiente tiempo para ganarse unas vacaciones en el puesto. Volvi, ms optimista que
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nunca y con un temblor de manos que le impeda encender los cigarrillos. Explic que haba sufrido una insolacin y que por eso estaba un poco dbil, pero que, por lo dems, se senta contento y bien de salud. Sin embargo, aquella noche celebr su regreso con unas hbiles maniobras: consigui que su mujer saliera de la casa y, entrando en el dormitorio de Elizabeth, realiz otro intento de conquista. Durante todo este tiempo, y sin que nadie se enterase, se preparaba otra sedicin. Por lo visto, el santn (que ahora estaba muy lejos vendindoles la piedra filosofal a los inocentes aldeanos de Martaban) haba hecho su labor un poco mejor de lo que se propona. Haba la posibilidad de nuevos trastornos. Probablemente, como la otra vez, seran unos conatos fcilmente aplastados. Pero lo divertido es que esta vez el propio U Po Kyin no estaba enterado. Aunque, como de costumbre, los dioses estaban de su parte, pues cualquier otra rebelin hara que la primera apareciese ms seria de lo que en realidad haba sido y con ello aumentara su gloria. XXI OH viento del Oeste, cundo soplars para que lleguen las lluvias? Era el da primero de junio, la fecha fijada para la asamblea general, y aun no haba cado ni una gota de agua. Cuando Flory suba por el sendero del Club, el sol de la tarde, metindose por debajo del ala de su sombrero, le quemaba el cuello. El jardinero tropezaba en las piedras del camino, corrindole el sudor a chorros y llevando dos latas de kerosen llenas de agua en un palo cruzado en un hombro. Al cruzarse con Flory se detuvo, dejando las latas en el suelo, con lo que se derram un poco de agua sobre sus obscuros pies e hizo una reverencia al blanco. Qu tal, mali? Llover por fin? El hombre hizo un gesto vago sealando hacia el Oeste Las colinas la han acaparado, sahib. Kyauktada estaba cercada casi por completo por unas cadenas montaosas donde se quedaban las primeras lluvias, por lo cual no llova all algunos aos hasta fines de junio. La tierra de los arriates estaba tan seca y gris como el cemento. Flory entr en el saln del Club y se encontr a Westfield en la ventana mirando hacia el ro. Al pie de la veranda estaba un chokra tumbado de espaldas y con la cuerda que mova el ventilador atada a un pie. Mova despacio la pierna y se cubra la cara con una ancha hoja de pltano. Hola, Flory. Te has quedado delgadsimo. Y t tambin. S, es verdad. Es el maldito tiempo No tengo ningn apetito. Lo nico que se me apetece es beber. Cuntas ganas tengo de or otra vez el croar de las ranas 1 Vamos a tomar algo antes de que lleguen los otros. Camarero! Sabes quines vendrn a la asamblea?pregunt Flory cuando ya les haban trado whisky con tibia soda. Pues todos, segn creo. Lackersteen ha vuelto del campamento hace tres das. Chico, cmo se ha divertido ese hombre sin su dama 1 Mi inspector me cont sus aventuras. Ha tenido montones de fulanas; las ha importado de aqu mismo. Ya las pagar todas juntas cuando su vieja vea la cuenta del Club. Le han mandado once botellas de whisky en quince das. Asistir el teniente Verrall? No; es slo socio transente. Adems, no le interesan nada nuestros asuntos. Maxwell no vendr, pues, segn dice, no puede dejar el campamento ahora. Ha mandado una nota a Ellis para que lo represente si hay votacin. Pero no creo que haya nada que votar, verdad? aadi mirando a Flory de soslayo, pues ambos recordaban la ria que haban tenido sobre este asunto. Supongo que depender de Macgregor.
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Quiero decir que Macgregor habr renunciado a aquella idea suya de elegir un socio nativo. Despus de lo que ha pasado, no est el horno para bollos. Me refiero a la rebelin. A propsito. Hay algo nuevo de aquel levantamiento? pregunt Flory. No quera empezar a discutir ya sobre la eleccin de su amigo el mdico. De sobra se hablara de ello dentro de unos minutos. No se ha sabido nada ms? Crees que harn otro intento? No. Temo que todo haya terminado. Se acobardaren, como era de esperar. Todo el distrito est tan en calma como un internado de seoritas. Es un fastidio, porque no tendremos pie para escarmentarlos de una vez. El corazn de Flory estuvo a punto de pararse. Haba odo la voz de Elizabeth en la habitacin de al lado. Macgregor entr en ese momento, seguido por Ellis y Lackersteen. Estaban todos, pues las mujeres del Club no tenan voto. Macgregor vesta un traje de seda y llevaba debajo del brazo el libro de cuentas del Club. A los asuntos ms insignificantes les daba un aire oficial impecable. Como, segn parece, estamos ya todos aqudijo despus de los saludos de rigor, procederemos a examinar los asuntos pendientes. Adelante, muchachodijo Westfield, sentndose. Que alguien llame al camarero, por amor de Diosdijo Lackersteen. No me atrevo a que mi mujer me oiga llamarlo. Antes de empezar con el orden del dadijo Macgregor despus de rechazar la bebida que le ofrecan y de que cada uno de los otros hubiese cogido su vaso, espero que desearn ustedes conocer el estado de cuentas del semestre. Ninguno quera aguantar esa pesadez, pero Macgregor, que disfrutaba con las tareas burocrticas, se dedic a leer concienzudamente las cuentas. Flory dejaba vagar sus pensamientos. Qu escndalo iba a producirse dentro de unos momentos! Se pondran furiosos cuando supieran que l defenda a Veraswami como candidato. Y Elizabeth estaba en la habitacin vecina. Ojal no se enterase de la discusin que iba a producirse) Lo despreciara aun ms al ver que todos lo atacaban. Podra verla esta tarde? Le hablara ella como antes? Mir por la ventana abierta hacia el deslumbrante ro. A la orilla de all un grupo de hombres esperaba junto a un sampan. En el canal, en la orilla de ac, una enorme balsa hind se mova con desesperante lentitud contra la corriente. Despus de cada golpe de remo, los diez remeros andaban unos pasos y hundan en el agua sus largos y primitivos remos con palas en forma de corazn. Acumulaban fuerzas en sus dbiles cuerpos y luego, retorcindose, tiraban del remo hacia atrs como muecos deformes de goma negra y as la balsa adelantaba tres o cuatro metros. Luego los remeros, jadeantes, volvan a avanzar unos pasos para hundir de nuevo sus remos en el agua antes de que la corriente hiciera retroceder la balsa. Y ahoradijo Macgregor con voz ms seriallegamos al punto ms importante a tratar hoy. Me refiero, claro est, a esta..., al asunto tan desagradable que, por desgracia, no tendremos ms remedio que abordar..., ejemplo, me refiero, como ustedes ya saben, a la eleccin de un socio nativo... Cuando discutimos ya ste asunto... Qu estupidez! La interrupcin era de Ellis. Se haba excitado tanto que se puso de pie de un salto. Qu insensatez! repiti . Ser posible que vayamos a resucitar este asunto otra vez? Despus de todo lo que ha sucedido, vamos a tratar aqu de la eleccin de un negro como socio del Club? Dios Santo 1 Esta vez estoy seguro de que hasta Flory ha renunciado a ello. Nuestro amigo Ellis parece muy sorprendido por mi proposicin. Pero creo que ya hemos hablado antes de este asunto. Claro que hemos hablado y que hemos gritado. Y todos dijimos lo que nos pareca. Porque yo... Si nuestro amigo Ellis tuviera la amabilidad de sentarse un momento...dijo Macgregor con tolerancia. Ellis volvi a hundirse en su silln, exclamando:
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Estoy harto de tanta porquera! Flory vea cmo se embarcaba a la otra orilla del ro el grupo de birmanos que haban estado esperando. Metan en el sampan, llevndolo a hombros, un bulto alargado de forma extraa. Macgregor sac una carta de su cartera de mano. Lo mejor es que explique cmo surgi este asunto. El comisario me comunica que el Gobierno ha enviado una circular a todos los puestos coloniales sugiriendo que en todos aquellos Clubs donde no hay socios nativos, debe ser elegido por lo menos uno; es decir, que se le debe admitir automticamente. La circular deca... Ah, s, aqu la tengo: Es una tctica equivocada ofender socialmente a los funcionarios nativos de alta categora. Debo decir que mi posicin personal es decididamente contraria en esto. Y sin duda todos estamos en contra. Nosotros, los que hemos de hacer el trabajo efectivo de colonizacin, vemos las cosas de un modo muy distinto que los burcratas que deciden en Londres sobre estos asuntos. Y tambin el comisario est de acuerdo conmigo. Sin embargo... Todo esto es una insensatez! grit Ellis . Qu tiene que ver el comisario ni nadie de por ah fuera en nuestras cosas? Me parece que en nuestro Club podemos hacer lo que nos parezca. No tienen ningn derecho a dirigir nuestra conducta fuera del servicio. Estoy de acuerdo con Ellisdijo Westfield. Se anticipan ustedes a lo que voy a exponer. Le dije al comisario que yo debera plantear este asunto a los dems socios. Entonces me propuso lo siguiente: si la idea encuentra algn apoyo en el Club, cree que lo mejor sera admitir al socio indgena. Por otra parte, si el Club se manifiesta unnimemente contra el proyecto, no hay ms que abandonarlo. Pero ha de ser una opinin unnime. Pues claro que es unnimedijo Ellis. Quiere usted decirpregunt Westfield que slo depende de nosotros tener aqu a uno de sos? Exactamente. Entonces, no hay ninguna dificultad. Le diremos al comisario que nos oponemos al proyecto como un solo hombre. Y hay que decirlo con toda firmeza, a ver si contribuimos a que esta descabellada idea no vuelva a surgir en ninguna parte. Fuera los negros! Eso es! gru Lackersteen . Ante todo tengamos esprit de corps. En casos como ste, Lackersteen no fallaba nunca. Pero en el fondo le importaban muy poco los prejuicios raciales y era igualmente feliz bebiendo con un oriental que con un blanco, pero siempre apoyaba las propuestas de castigo para los indgenas: azotarlos con bambes o echarles aceite hirviendo. Siempre se jactaba de ser leal a su pas y que un hombre poda emborracharse de vez en cuando y ser a la vez un buen patriota. En eso nicamente consista su respetabilidad. A Macgregor le alivi mucho el general acuerdo, aunque se esforzara por no manifestarlo. Si se elega un socio oriental, tendra que ser el doctor Veraswami, y desde que Nga Schwe O se haba escapado de la carcel tan sospechosamente, no se fiaba del doctor. Entonces, quedamos en que todos estn conformes? dijo. En este caso, informar al comisario. Si alguien se pronunciase a favor de la eleccin, tendremos que proceder a una votacin. Flory se puso en pie. Tena que cumplir su palabra. El corazn pareca habrsele subido a la garganta y estar a punto de asfixiarle. De lo que haba dicho Macgregor resultaba evidente que estaba en su poder asegurar la eleccin del doctor. Pero, qu fastidio, qu infernal escndalo iba a armarse! Cmo deseaba en aquel momento no haberle prometido nunca la eleccin a Veraswami! Pero ya no haba remedio. Haba dado su palabra y no poda faltar a ella. Haca algunos aos, habra sido capaz de quebrantar su promesa con toda facilidad en bon pukka sahib, pero ya no. Ahora vea las cosas de otra manera. Se volvi un poco para que los dems no le viesen la mancha. Antes de hablar, saba que la voz le saldra vacilante y culpable. Veo que nuestro amigo Flory tiene algo que proponer. S. Propongo al doctor Veraswami como socio de este Club.
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Se produjo tal revuelo y los otros tres lanzaron tal cantidad de improperios, que Macgregor tuvo que dar unos golpes en la mesa con los nudillos y recordar a los socios que haba seoras en la habitacin de al lado. Pero Ellis no le hizo ningn caso. Se haba vuelto a poner de pie y haba palidecido. Flory y l estaban frente a frente como si fueran a pegarse. Ahora mismo vas a retirar esas palabras, repugnante traidor. Mantengo lo que he dicho. Cerdo! Encanto de los negros! Eres un asqueroso reptil!... Hijo de... 1 Orden! grit Macgregor. Es como para subirse por las paredes! chill Ellis fuera de s. Or a uno de nosotros traicionarnos con esa calma por un asqueroso negro... Despus de todo lo que ha pasado! Y pensar que slo depende de que estemos unidos para que ese olor a ajo no entre nunca en este Club! Es como si me dieran una patada en el estmago or a un... Bueno, Flory, no seas tonto y retira esa propuestadijo Westfield, conciliador. No me importa lo que digis. El que tiene que decidir es Macgregor. Entonces, sostienes tu decisin?le pregunt Macgregor, sombro. S. Macgregor suspir Qu lstima! En fin, veo que no tengo ms remedio. No, no, no! grit Ellis, que de tan rabioso como estaba daba brincos de un lado a otro. No cedas. No se lo des as de rositas. Hay que votar. Y si este hijo de... no mete en la urna una bola negra como todos nosotros, le expulsaremos del Club... Mayordomo! Sahib? respondi el mayordomo presentndose. Trae la urna de las votaciones y las bolas. Y vete en seguidaaadi brutalmente antes de que el pobre hombre hubiese tenido tiempo de retirarse. La atmsfera $e haba hecho irrespirable. Por una u otra razn el punkah haba dejado de funcionar. Macgregor se levant con aire desaprobador, pero estrictamente judicial, y, cogiendo las dos cajas de bolas blancas y negras, dijo: Hemos de proceder con orden. Flory propone al doctor Veraswami, el cirujano civil, como miembro de este Club. Creo que es una gran equivocacin; y antes de poner el asunto a votacin... Para qu tantas historias?dijo Ellis. Aqu est mi bola y otra por Maxwell. Meti dos bolas negras ostensiblemente en la urna. Luego tuvo otro de sus repentinos ataques de rabia y, apoderndose de la caja de bolas blancas, la arroj contra el suelo. Las bolas salieron rodando en todas las direcciones. Y ahora, si te atreves, coge unale dijo a Flory. No seas insensato. Crees acaso que esto mejora las rosas? le reconvino Macgregor. Sahib! Todos se sobresaltaron y miraron al chokra que los estaba contemplando desde la barandilla de la veranda a travs de la ventana. Se haba encaramado a ella y se sostena con un brazo huesudo mientras con el otro sealaba hacia el ro. Sahib! Sahib! Qu sucede?dijo Westfield. Todos se agolparon en la ventana. El sanipan que Flory haba visto antes a la otra orilla del ro lo haba cruzado y haba atracado al pie de la pendiente cubierta de csped que bajaba desde el Club. Uno de sus tripulantes lo amarraba a un rbol. Un birmano con un uniforme verde saltaba a tierra en aquel momento.
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Es uno de los tiradores de Maxwell! dijo Ellis, con una voz muy cambiada . Dios mo! Ha ocurrido algo! El tirador vi a Macgregor, salud con prisa y volvi al sampan. Otros cuatro individuos indgenas, campesinos, bajaron con dificultad el extrao bulto que Flory haba visto desde lejos. Iba envuelto en paos y pareca una momia. A los cinco europeos se les revolvi el estmago. El tirador mir hacia la veranda, vi que no haba manera de subir y condujo a los campesinos por el sendero que daba la vuelta hasta la entrada del Club. Llevaban el bulto en hombros, como se lleva un atad. El mayordomo haba vuelto a entrar en el saln y tena la cara plida, con su especial palidez, es decir, gris. Mayordomo! dijo Macgregor secamente. Seor. Ve en seguida a cerrar la puerta de la sala de juego. No dejes que la abran. Es necesario que las mansahibs no vean esto. Muy bien, seor. Los birmanos entraron con su pesada carga. El que vena delante vacil y estuvo a punto de caerse. Haba pisado una de las bolas blancas esparcidas por el suelo. Los birmanos se arrodillaron, dejaron su carga en el suelo y quedaron de pie con un aire solemne y con las manos juntas en la actitud de shiko de las grandes solemnidades religiosas. Westfield se haba arrodillado para quitar los paos. Jess! Miradlo! exclam con la voz atragantada, pero sin demostrar demasiada sorpresa El pobre!... Lackersteen se haba retirado hasta el fondo de la habitacin, muy impresionado. Desde que vieron descargar el bulto en la orilla, supieron todos ellos lo que contena. Era el cuerpo de Maxwell, descuartizado a machetazos por los parientes del hombre al que l haba matado. XXII LA muerte de Maxwell haba causado un tremendo choque en Kyauktada y lo causara en seguida en toda Birmania. De aquel casono recuerda usted el caso de Kyauktada?se hablara muchos aos despus de que se hubiese olvidado el nombre del desgraciado joven. Pero de un modo personal nadie lo sinti mucho. Maxwell haba sido un ser gris, de esos que se olvidan en seguida, un buen muchacho como cualquier otro de los diez mil buenos muchachos que hay en Birmania, y sin amigos ntimos ni parientes. Ninguno de los europeos de Kyauktada se apen por su muerte. Lo cual no quiere decir que no les hubiese indignado profundamente. Al principio, aquel asesinato los tena enloquecidos, pues haba ocurrido lo imperdonable: haban matado a un blanco. Cada vez que esto sucede, un estremecimiento sacude a todos los ingleses de Oriente. En Birmania mueren asesinados unos ochocientos seres humanos cada ario. Esto no importa. Pero el asesinato de un blanco es una monstruosidad, un sacrilegio. El pobre Maxwell sera vengado, esto era seguro. Por su parte, los indgenas no sintieron en absoluto la muerte de aquel europeo, excepto un par de criados y el tirador que haba trado el cadver. Pero a nadie le pareci deseable que hubiera sucedido aquello. El nico que se alegr fu U Po Kyin. Esto ha sido un increble regalo de los dioses le dijo a Ma Kin. Por mucho que me hubiera esforzado no habra podido arreglar mejor las cosas. Lo nico que me faltaba para que acabasen de tomar en serio mi rebelin era un poquito de sangre blanca derramada. Y ya la tengo. Te aseguro, Ma Kin, que cada da estoy ms convencido de que algn alto poder trabaja en beneficio mo. Ko Po Kyin, te digo que no tienes vergenza. No s cmo te atreves a decir semejantes cosas. No tiemblas con ese asesinato sobre tu conciencia? Cmo, yo? Un asesinato sobre mi conciencia? De qu ests hablando? En mi vida he matado ni siquiera un pollo. Pero te ests beneficiando con la muerte de ese pobre muchacho.
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Claro que voy a aprovecharme. Por qu no? Qu culpa tengo yo de que alguien haya cometido un asesinato? El pescador hace que muchos peces mueran y por eso se condena. Pero nosotros, los que nos comemos el pescado, por qu vamos a ser condenados? Debas estudiar las Escrituras con ms cuidado, mi querida Kin-Kin. El entierro se verific a la maana siguiente antes del desayuno. Estuvieron presentes todos los europeos menos Verrall, que se ejercitaba en el polo como de costumbre, en el maidan, casi frente al cementerio. Macgregor ley el servicio funeral. El pequeo grupo de ingleses rodeaba la tumba con los topi en la mano sudando copiosamente con sus trajes negros que haban sacado del fondo de sus bales. La dura luz de la maana haca parecer sus caras aun ms amarillentas, en contraste con los feos y deslucidos trajes. Todos parecan envejecidos y de cara arrugada, excepto Elizabeth. El doctor Veraswami y otros orientales, hasta media docena, asistan a la ceremonia, pero se mantenan a cierta distancia. Haba diecisis lpidas en el pequeo cementerio; empleados de empresas madereras, funcionarios, soldados cados er_ olvidadas escaramuzas. A la memoria de John Spagnall, de la polica imperial hind, que muri del clera en el cumplimiento de su deber. Etc., etc. Flory recordaba a Spagnall confusamente. Muri repentinamente en el campamento despus de su segundo ataque de delirium tremens. En un rincn haba varias tumbas de eurasiticos con cruces de madera. El jazmn, con diminutas flores naranja, lo haba cubierto todo con sus enredaderas. Entre el jazmn aparecan grandes agujeros por donde las ratas llegaban a las tumbas. Macgregor concluy el servicio funeral con voz reverente y precedi a los dems en la retirada del cementerio, manteniendo su topi gris equivalente oriental del sombrero de copa contra su estmago. Flory se detuvo junto a la verja esperando que Elizabeth le hablara, pero pas junto a l sin mirarle. Aquella maana nadie le haba hablado. Haba cado en desgracia. El asesinato convirti su deslealtad del da anterior en un horrible pecado. Ellis haba cogido a Westfield por un brazo y ambos se detuvieron cerca de la tumba sacando sus pitilleras. A Flory le llegaban sus palabras Dios mo, Westfield, cada vez que pienso en el pobrecillo Maxwell... Anoche no pude dormir; estaba furiossimo. Cada vez que lo pienso me hierve la sangre. Una salvajada, desde luego. Pero no te preocupes. Ya lo pagarn dos de ellos. Lo nico que podemos hacer es dos de ellos contra uno nuestro. Dos? Tenan que ser cincuenta! Hay que remover cielo y tierra para que se haga un escarmiento ejemplar. No tienes an sus nombres? Todo el distrito sabe quin lo hizo Siempre nos enteramos. El nico trabajo es hacer hablar a los asquerosos aldeanos. Bueno, por amor de Dios, haz lo que sea para que hablen esta vez. Tortralos, haz lo que sea preciso. Si quieres presentar testigos falsos, yo te proporcionar doscientos. Westfield suspir No, no podemos hacer ya esas cosas. Ojal pudiramos. Mi gente sabe aplicarles el martirio de las hormigas rojas o apretar bien los tornillos, pero en nuestros das ha variado todo. Tenemos que respetar las leyes idiotas que nosotros mismos hemos dado. Pero no te preocupes, ya colgaremos a esos dos. Tendremos todas las pruebas necesarias. Muy bien; y cuando los detengas, si no ests seguro de las pruebas, mtalos en la misma crcel. Es muy fcil: se finge que se han querido escapar y ya est. Cualquier cosa antes que dejar libres a esos hijos de perra. No temas, hombre, no saldrn libres. Les cogeremos. Es decir, cogeremos a alguien. Es preferible colgar a un inocente que no colgar a nadie. Eso es. No volver a dormir tranquilo si no les he visto balancearse en el airedijo Ellis cuando se alejabas: ya de la tumba. Por Dios, quitmonos de encima este sol. Me voy a morir de sed. A todos les ocurra igual. Tenan unas ganas horribles de beber algo, pero les pareca impropio meterse en el Club a beber inmediatamente despus del entierro. Los europeos se alejaron en direccin a sus casas, mientras que cuatro enterradores aplastaban la tierra sobre la tumba para formar luego un pequeo montculo donde colocar la cruz. Despus de desayunar, Ellis se dirigi hacia su despacho con el bastn en
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la mano. Haca un calor mortal. Ellis se haba baado y cambiado de ropa. Llevaba ahora camisa de sport y shorts, pero la hora que haba pasado con el traje grueso le haba dejado deshecho. Westfield haba partido ya en su lancha motora, con un inspector y media docena de soldados, para detener a los asesinos. Le haba ordenado a Verrall que le acompaase, no porque lo necesitase, sino porque, segn deca Westfield, al presumido jovencito no le vendra mal rabajar un poco. Ellis se encoga de hombros, nervioso con el calor. Sinti una rabia incontenible. Toda la noche se la haba pasado pensando en lo ocurrido. Haban matado a un blanco; los asquerosos perros birmanos haban matado a un blanco. Aquellos cerdos tenan que pagarlo. Para qu habremos hecho esas afeminadas leyes de guante blanco? Si esto hubiera sucedido en una colonia alemana de antes de la guerra! Ellos s que saban tratar a los indgenas. Represalias; he ah el nico camino. Incendiarles las cosechas, arrasar sus aldeas, matarles el ganado. Meterlos en la boca de los caones, y disparar luego. Ellis guiaba los ojos ante las cascadas de luz que caan por entre los espacios sin hojas. Sus ojos verdosos rezumaban ira. Entonces, un birmano ya mayor apareci por el camino en direccin contraria a la suya. El hombre llevaba sobre un hombro un enorme bamb que se le balanceaba con la marcha. Al cruzarse con Ellis, se disculp con un murmullo y se pas 'el bamb de un hombro al otro por temor a rozarle. Los dedos de Ellis se engaaron en su bastn. Si aquel cerdo se atreviera a tocarlo, si le diera por lo menos el menor pretexto para acabar con l... Si estos despreciables cobardes dieran la cara alguna vez... Pero, no; siempre estaban dentro de la ley y no le daban a uno pie para tratarlos como se merecan. Ojal hubiese alguna vez una rebelin digna de este nombre para que se proclamara la ley marcial y se les persiguiera sin cuartel! Por su mente pasaron deliciosas imgenes sanguinarias. Masas, de indgenas huyendo y gritando empavorecidos y los soldados britnicos aplastndolos corno moscas, disparando sobre ellos a placer, galopando sobre sus cuerpos hasta sacarles las entraas y marcando a latigazos sus odiosas caras. Aparecieron luego por el camino cinco chicos birmanos que iban a la escuela. Ellis vi con odio aquellos rostros epicenos de una insultante juventud, hacindole muecas con deliberada insolencia. Probablemente saban ya lo del asesinato y por ser nacionalistas, como todos los escolareslo consideraban como una victoria de su pas. Al cruzarse con Ellis, le miraron con malicia. Con toda seguridad queran provocarlo, y saban que la ley estaba de parte de ellos. Ellis estaba a punto de estallar. Le volva loco ver aquellas caras burlonas hacindole muecas. De qu os sonres, imbciles?les grit. Los chicos haban pasado ya. Al or su voz, se detuvieron. Os estoy hablando, mequetrefes. De qu os burlis? Uno de los nios le contest y quizs su deficiente conocimiento del idioma ingls di un sentido aun ms descarado a sus palabras: Eso a usted no le importa. Durante unos segundos, Ellis no saba lo que estaba haciendo. Con toda su fuerza, di un bastonazo en la cara al nio que haba hablado. Le cruz los ojos. El chiquillo lanz un alarido impresionante. Los dems nios se lanzaron inmediatamente contra Ellis. Pero ste era demasiado fuerte para los chicos. Logr desprenderse de ellos con relativa facilidad y, manipulando diestramente el bastn, los mantuvo a los cuatro a distancia. Al que se acerque le pasar igual que a se! chillaba Ellis, descompuesto. El que haba sido herido en los ojos estaba de rodillas y se tapaba los ojos con las manos, sollozando. Gritaba en birmano: Estoy ciego! Me ha dejado ciego! De pronto, los otros cuatro corrieron como flechas hacia un montn de piedras que haba al borde del camino para la reparacin de ste. Eran trozos de laterita. Uno de los empleados de Ellis estaba asomado a la veranda y brincaba de excitacin. Le gritaba a su jefe Corra, corra, seor! Le matarn a usted si se queda ah!...
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Ellis no habra corrido por nada del mundo en aquellos momentos, pero sigui andando hacia su oficina. Una de las piedras fu a dar contra un pilar del bungalow. El empleado se apresur a meterse dentro, Ellis; en cambio, que haba subido ya a la veranda, se volvi hacia los chicos, que se haban situado debajo. Cada uno de ellos iba provisto de una buena carga de laterita. Malditos, asquerosos birmanos!... vociferaba. Subid aqu, si os atrevis! Cuatro contra uno y os da miedo! Cobardes! Sois unas ratas inmundas! Luego empez a lanzarles su escogido repertorio de insultos birmanos. Les llam, por ejemplo, incestuosos hijos de cerdos. Los chicos seguan arrojndole pedazos de laterita, pero no tenan suficiente fuerza y les faltaba puntera. Cada vez que fallaban una pedrada, Ellis se regocijaba. Al poco tiempo sonaron unos gritos por el camino. El ruido de la pelea haba llegado al puesto de polica y varios guardias acudan para ver de qu se trataba. Los nios se asustaron y emprendieron la huda, dejando a Ellis victorioso en tan descomunal batalla. Ellis se haba divertido bastante mientras dur la lucha, pero en cuanto termin se sinti mucho ms furioso que antes. Escribi una carta a Macgregor dicindole que haba sido atacado brutalmente y que reclamaba el castigo de los culpables. Dos empleados de su oficina y un chaprassi (mensajero uniformado) se presentaron a Macgregor para testificar el caso. Mintieron de perfecto acuerdo. Los muchachos haban atacado al seor Ellis y ste se defendi heroicamente... Es justo reconocer que para Ellis, muy probablemente, era sta la versin autntica de los hechos. Macgregor, fastidiado, mand a unos policas para que interrogasen a los nios. Pero los chicos se esperaban ya algo semejante y se escondieron bien. Los policas se pasaron el da entero buscndolos, sin encontrarlos. Por la tarde, el nio herido en los ojos fu atendido por un mdico birmano, el cual le aplic una venenosa pomada en el ojo izquierdo, el nico que poda haberse salvado. El resultado fu que el desgraciado qued ciego al poco tiempo. Los europeos se reunieron en el Club aquella tarde, como de costumbre, excepto Westfield y Verrall, que aun no haban regresado. Estaban todos de psimo humor. Despus del asesinato de Maxwell, el ataque a Ellis (pues as se haba aceptado la versin de ste) los indign y asust terriblemente. La seora Lackersteen temblaba de los pies a la cabeza. Macgregor, para tranquilizarla, le dijo que en los casos de levantamientos indgenas las inglesas de la colonia eran encerradas en la crcel hasta que todo hubiera pasado. Pero esto no pareci calmarla. Ellis estuvo insultante con Flory, y Elizabeth no le mir siquiera. Flory haba vuelto al Club con su tozuda esperanza de arreglar las cosas con la joven, y la actitud de ella le dej ms triste an de lo que estaba. Se encerr casi todo el tiempo en la biblioteca. A las ocho, cuando ya todos haban bebido bastante, propuso Ellis quedarse en el Club jugando al bridge. Podan llevarles all la cena. En casa, deca, iban a estar de muy mal humor. La seora Lackersteen, a la que horrorizaba la idea de volver a casa, se aferr a aquella proposicin, como a una tabla de salvacin. Despus de todo, los europeos cenaban en el Club cuando les haca buen plan quedarse hasta altas horas de la noche. De modo que el honor nacional no sufrira con ello. Dos de los chokras fueron enviados en busca de la cena, y, en cuanto supieron lo que se esperaba de ellos, rompieron a llorar. Tenan la seguridad de encontrarse con el fantasma de Maxwell si salan a aquella hora. Por eso hubo que mandar a un mali. Cuando el hombre sali, Flory not que era otra vez el da de luna llena, o sea, que haban pasado exactamente cuatro semanas desde aquella noche, increblemente lejana, en que haba besado a Elizabeth debajo del arbol frangipani. Acababan de sentarse en la mesa de bridge cuando se ov un pesado golpe sordo sobre el techo. Todos se sobresaltaron y miraron hacia arriba. Ha cado un cocodijo Macgregor. Aqu no hay cocoterosdijo Ellis. En los momentos siguientes sucedieron muchas cosas. Se oy otro golpe mucho ms fuerte y una de las lmparas de petrleo se solt del gancho que la sostena y se estrell contra el suelo despus de rozar a Lackersteen, que se apart con un alarido. Su mujer empez a chillar, y el mayordomo, destocado y con las facciones desencajadas, se precipit en el cuarto. Su cara tena el color del mal caf. Seor, seor, han venido hombres malos. Nos matarn a todos, seor! Cmo? Hombres malos? Qu quieres decir?le pregunt Macgregor, al cual se diriga.
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Seor, todos los aldeanos estn fuera! Grandes palos y machetes en sus manos, todos bailando l Van a cortar cuellos de los amos, seor! La seora Lackersteen se ech hacia atrs en su silln. Gritaba de tal modo que no haba manera de or al mayordomo. Cllese de una vez, seora! le dijo Ellis rudamente. Escuchad todos, escuchad eso. De fuera llegaba un rumor profundo y peligroso como si un inconmensurable gigante, irritado, empezara a gruir antes de lanzarse contra su vctima. Macgregor, que se haba puesto de pie, qued rgido al orlo y se asegur combativamente los lentes sobre la nariz. Aqu pasa algo. Mayordomo, recoja esa lmpara. Seorita Lackersteen, cuide a su ta. Los dems vengan conmigo. Se dirigieron todos hacia la puerta principal, que alguien, probablemente el mayordomo, haba cerrado. Una rociada de pequeas piedrecitas caa como el granizo contra la fachada. Lackersteen, al or aquello, se escondi detrs de los otros y exclam Esa puerta; es preciso que alguien atranque la puerta. No, no; de ningn mododijo Macgregor . Tenemos que salir. Lo peor de todo es no enfrentarse con ellos. En Oriente es fatal no dar la cara. Abri la puerta y se present audazmente en lo alto de la escalinata. Haba unos veinte birmanos en el sendero con dahs y palos en las manos. Por fuera de la verja que cercaba el Club, extendindose en todas direcciones y llegando hasta el maidan, haba una enorme multitud. Por lo menos eran dos mil personas, un espectculo impresionante a la luz de la luna. Aqu y all se vea relucir algn machete por encima de las cabezas. Ellis se haba colocado junto a Macgregor con las manos en los bolsillos. Lackersteen haba desaparecido. Macgregor levant una mano pidiendo silencio. Qu significa esto? grit con voz solemne. Hubo gritos, y cayeron por all cerca algunos pedazos de laterita. Uno de los hombres que estaba en el sendero se volvi hacia la multitud dicindoles que todava no era hora de tirar piedras. Luego se adelant para hablar con los europeos. Era un tipo de aspecto bonachn, como de unos treinta aos, con grandes bigotes cados y con un longyi que le llegaba hasta la rodilla. . Qu significa esto?repiti Macgregor. El hombre habl sonriente y sin demasiada insolencia No tenemos nada contra ti, min gyi. Hemos venido por el comerciante en maderas, Ellis (lo pronunci Elit). El muchacho al que peg esta maana est ciego. Tienes que mandarnos a ese Ellis para que podamos castigarlo. El resto de ustedes no sufrir ningn dao. Recuerda la cara de este tipole dijo Ellis por encima del hombro a Flory . Tenemos que encerrarlo siete artos por haberse atrevido a esto. Macgregor se haba puesto muy colorado. Senta una rabia tan grande que casi no poda hablar. Por fin, lo hizo en ingls Con quin crees que ests hablando? En veinte aos de vida colonial no he odo semejante insolencia. Marchaos todos al instante o llamo a la polica militar. Es mejor que te des prisa, min gyi. Sabemos de sobra que en los tribunales ingleses no podemos esperar justicia. Por eso tenemos que castigar a Ellis nosotros mismos. Entrgalo. Si no, todos tendris que lamentarlo. Macgregor hizo un furioso movimiento con el puo como si quisiera hundir con l un clavo. Fuera, hijo de perra! exclam con su primera palabrota desde haca muchos aos. Se produjo entre la multitud un espantoso rugir y lanzaron tal cantidad de piedras que todos quedaron tocados, incluso los birmanos que estaban en la senda. Una piedra le di de lleno a Macgregor en la cara y estuvo a punto de tumbarlo. Los europeos se apresuraron a encerrarse y atrancaron las puertas. A Macgregor se le haban partido las gafas y le sangraba la nariz abundantemente. Entraron en el saln donde estaba la seora Lackersteen sentada en una chaiselongue retorcindose como una serpiente histrica. El seor Lackersteen, indeciso en medio de la habitacin, tena una botella vaca en la mano. El mayordomo
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rezaba arrodillado en un rincn. Los chokras lloraban y slo conservaba la calma Elizabeth, aunque estaba palidsima. Qu ha ocurrido? Estamos en un buen lodijo Ellis furioso, tocndose el cuello, donde le haba dado de canto una piedra. Los birmanos nos rodean y nos apedrean; pero conserve la calma, no se atrevern a asaltar el Club. Hay que llamar en seguida a la policadijo Macgregor confusamente, pues estaba taponndose la nariz. Es imposible contest Ellis . Mientras t les hablabas, yo estuve observando la situacin. Nos han cortado por completo. Nadie podra llegar desde aqu a los cuarteles. El recinto de Veraswami est lleno de gente. Entonces, tenemos que esperar. Supongo que acudirn por propia iniciativa. Clmese, querida seora Lackersteen, clmese por favor. El peligro es muy pequeo. Verdaderamente, no pareca tan pequeo. Daba la impresin, a juzgar por el ruido, de que los birmanos entraban en el recinto del Club por centenares. El estruendo era tan fenomenal que ya no podan orse los que estaban dentro si no gritaban. Cerraron y atrancaron todas las ventanas. Pero al poco tiempo las pedradas rompan las ventanas, no quedando ms que los refuerzos interiores. Ellis abri un postigo y lanz una botella vaca contra la multitud, pero en ese mismo instante entraron ms de doce piedras y hubo que cerrar inmediatamente. Por lo visto, los birmanos no se proponan sino tirar piedras, dar alaridos y golpear los muros, pero bastaba el espantoso volumen del estruendo para desesperar a cualquiera. Al principio, los europeos quedaron medio atontados. A ninguno de ellos se le ocurri culpar a Ellis de lo que suceda, cuando en realidad era el nico responsable. El peligro comn pareca unirlos ms. Macgregor, que apenas vea sin las gafas, estaba como idiotizado en medio de la habitacin y la seora Lackersteen le acariciaba una mano, mientras que un chokra, lloroso, se abrazaba a su pierna izquierda. Ellis, como una fiera enjaulada, se lanzaba de una a otra pared maldiciendo a la polica y dirigiendo sus puos cerrados hacia donde estaban los cuarteles. Dnde est la polica, ese hatajo de cobardes? Por qu no vienen? Dios mo, la ocasin que nos estamos perdiendo! En muchos aos no volver a presentarse una ocasin como sta para aplastarlos del todo! Ah, si tuviramos aqu diez rifles ! La polica llegar en seguida grit Macgregor . Es natural que tarden unos minutos en` penetrar por entre esa multitud. Pero por qu no usan los rifles los policas, esos miserables hijos de perra? Una piedra de gran tamao rompi la contraventana de cinc. Por el agujero que se abri entr otra piedra que di contra un cuadro, rebot y cort a Elizabeth en un codo, yendo a posarse sobre la mesa. Fuera se oy un rugido de triunfo seguido por una serie de tremendos golpes sobre el tejado. Unos nios se haban subido a los rboles y se divertan (le lo lindo deslizndose por las pendientes del tejado. La seora Lackersteen coron todos sus gritos anteriores con un alarido tan fuerte que casi domin a la formidable algaraba de fuera. A ver si alguien hace callar a esta maldita mula! grit Ellis. Cualquiera dira que estn matando a un cerdo... Hay que hacer algo l Flory, Macgregor, venid aqu. Hay que salir de esto como sea. Elizabeth haba perdido la serenidad y empezaba a llorar. El golpe de la piedra le haba hecho mucho dao. Con gran asombro de Flory, se la encontr apretada contra l, agarrada a un brazo suyo. Incluso en aquellas circunstancias sinti una profunda emocin. Haba estado presencindolo todo casi indiferente. Desde luego le atontaba el estruendo, pero no senta miedo. Siempre le haba costado trabajo creer que los orientales pudieran ser verdaderamente peligrosos. Pero cuando sinti a Elizabeth agarrada a su brazo, comprendi de repente la seriedad de la situacin. Por favor, seor Flory, piense algo para salir de esto! Usted puede hacerlo! S, usted es capaz de librarnos del peligro! Lo que sea, antes que permitir que esos salvajes entren aqu!
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Si alguno de nosotros pudiera llegar al cuartel de polica... gimi Macgregor . Hace falta que un oficial britnico los mande. En el peor de los casos, ira yo mismo. No sea insensato; le cortaran a usted el cuellogrit Ellis. Ir yo, pero ser horrible morir a manos de esos cerdos. Y pensar que no dejaramos uno vivo si tuviramos aqu a la polica! Para qu sirve ese Verrall? No podra ninguno de nosotros pasar por la orilla? grit Flory, desesperado. Es imposible. Hay centenares de ellos por 'todas partes. Estamos aislados. Birmanos por los tres lados y el ro por otro. El ro! A Flory se le haba ocurrido una de esas ideas que se escapan a fuerza de ser evidentes. Claro, el ro! Podemos llegar hasta los cuarteles de la polica con toda facilidad. Cmo? Muy sencillo. Ro abajo... por el agua. Nadando! Estupendo!exclam Ellis, dndole una palmada a Flory en la espalda. Elizabeth le apret ms el brazo, entusiasmada, y salt de alegra . Ir yo, si queris grit Ellis. Pero Flory deneg con la cabeza. Haba empezado ya a quitarse los zapatos. No haba tiempo que perder. Hasta entonces, los birmanos haban alborotado idiotamente, pero no se saba qu poda suceder si lograban entrar en el Club. El mayordomo, que haba vencido su primer terror, se dispuso a abrir la ventana que daba a la pradera por donde se bajaba al ro. La entreabri y vi que slo haba unos veinte birmanos por aquella parte. Seguros de que el ro cortaba toda retirada, haban abandonado aquel lado. Corre por la pradera lo ms rpido que puedasle grit Ellis a Flory al odo . Se irn todos hacia all en cuanto te vean. Ordena a la polica que abran fuego en seguidale chill Macgregor desde el otro lado del saln. Vas en representacin ma. Y que tiren a matar. Nada de tiros al aire. A la barriga aclar Ellis. Flory salt de la veranda, lastimndose los pies en la dura tierra, y en varias zancadas se plant en la orilla del ro. Como Ellis haba previsto, se produjo un movimiento entre los birmanos en cuanto lo vieron saltar. Le tiraron unas cuantas piedras, pero ninguno lo persigui. Sin duda pensaron que slo quera escapar, y a la clara luz de la luna vieron perfectamente que no era Ellis. Unos instantes despus, nadaba ya Flory por el ro. No era fcil, ni mucho menos, nadar en aquellas aguas revueltas y llenas de plantas acuticas. Se le meti en la boca un jacinto acutico, y cuando por fin pudo sacrselo vio que la rpida corriente le haba arrastrado ya treinta metros. Grupos de birmanos corran arriba y abajo por la orilla, ciando alaridos y sin objetivo fijo. Con los ojos a nivel del agua no poda ver Flory a la multitud que sitiaba el Club; pero poda or el endemoniado gritero que le sonaba aun ms fuerte que desde la orilla. Cuando lleg frente a los cuarteles de la polica militar, vi que la orilla estaba libre de birmanos por aquella parte. Logr escaparse de la corriente y salir del agua, aunque tuvo que dejarse el calcetn izquierdo en el fango. En la orilla, a cierta distancia, haba dos viejos sentados junto a una valla. Ambos estaban muy tranquilos afilando unos palos de un seto como si no hubiese motn alguno. Flory escal la valla y corri cruzando el campo de los desfiles a la luz de la luna. Llevaba los pantalones pegados a las piernas y todo l chorreaba agua. Los cuarteles estaban vacos por completo. En los establos, los caballos de Verrall piafaban asustados. Flory sali a la carretera y vi lo que haba sucedido. Todos los policastanto militares como civiles, o sea, unos ciento cincuenta hombres en total, haban atacado a la multitud por detrs, armados slo con palos. El gento se los haba tragado. Haba tal multitud que los policas luchaban desesperadamente por abrirse paso entre las hordas de birmanos y ni siquiera podan mover los brazos para usar los palos. Era un terrorfico gritero a base de palabrotas en tres o cuatro idiomas, bajo una nube de polvo y un apestoso olor a sudor que asfixiaba, pero no pareca haber heridos graves. Es probable que los birmanos no hubieran usado sus machetes por temor a provocar el fuego de fusilera. Flory empez a abrirse paso entre la multitud y fu tragado por ella inmediatamente, como los policas. Un mar de cuerpos se cerr tras l y lo zarande de un lado a otro, golpendole las costillas y casi
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asfixindolo con su calor animal. La situacin era tan absurda e irreal que a Flory le pareca estar soando. El motn haba sido ridculo desde el principio y lo ms ridculo de todo era que los birmanos, que lo tenan all a su disposicin y podan haberlo matado, no saban qu hacer con l. Algunos le insultaban gritndole encima de la cara, otros le saltaban encima de los pies para fastidiarlo, y, por otra parte, haba tambin algunos que le ayudaban a abrirse paso por tratarse de un blanco. La diversidad de actitudes era tal que Flory no saba ya si luchaba por salvar la vida o si se estaba abriendo paso entre una multitud cualquiera. Apretado por todas partes, estuvo mucho tiempo sin poder mover los brazos. Luego se encontr frente a un birmano mucho ms fuerte que l y tuvo que luchar a brazo partido para que le dejara pasar. Despus, una docena de aquellos tipos le empujaron como una ola y le metieron mucho ms adentro de la multitud. De pronto sinti un dolor terrible en el dedo gordo del pie derecho; alguien con botas le haba pisado. Era el subahdar (primer oficial indgena) de la polica militar, muy grueso, con unos imponentes bigotes, y al que le haban quitado el pagri en los apretones. Estaba agarrando por el cuello a un birmano y trataba de golpearle en la cara con la mano libre, mientras el sudor le caa a chorros por su calva cabezota. Flory rode al subahdar con sus brazos por detrs y consigui apartarle de su adversario. Le grit al odo en birmano Por qu no ha disparado usted? Tard algn tiempo en or la respuesta del hombre. El estruendo que los rodeaba no se lo permita. Hukm ne aya. (No tengo rdenes). Idiota! En ese momento otra avalancha se precipit sobre ellos y no pudieron moverse durante un rato. Flory comprendi que el subahdar tena un silbato en el bolsillo y que se esforzaba por sacarlo. Por fin lo consigui y lanz una docena de agudos silbidos, pero no haba manera de que se le reunieran sus hombres hasta que hubiese ms espacio. Aquello pareca un mar viscoso y a nadie le era posible ir a donde quera. El esfuerzo era tan continuo e intenso que Flory se senta agotado y a ratos dejaba que la multitud le llevase de un lado a otro. Por fin, ms por los movimientos de la masa que por sus propias energas, se encontr en un espacio despejado. All haban conseguido reunirse diez o quince sepoys con el subahdar y un inspector birmano de polica. La mayora de los sepoys se dejaron caer al suelo deshechos de cansancio, pero en seguida se pusieron de pie. Muchos de ellos cojeaban por los terribles pisotones que les haban dado. Vamos, corred todos hacia los cuarteles. Hay que coger los rifles. Que cada uno traiga bastantes municionesles orden Flory. Estaba tan cansado que no se sinti ni con fuerzas para hablar en birmano, pero los hombres le entendieron en ingls y corrieron por el espacio libre hacia el cuartel. Flory los sigui para verse libre de la multitud antes de que volviera a cerrarse por aquel sitio. Cuando lleg a la verja del cuartel, ya volvan corriendo los sepoys con sus rifles y dispuestos a disparar. El sahib dar la ordengrit jadeando el subahdar. Oigale dijo Flory al inspector. Habla usted el indostani? S, seor. Entonces, dgales que disparen al aire, muy por encima de las cabezas. Y, sobre todo, que disparen todos juntos. A ver si se enteran bien. El inspector, cuyo indostani era an peor que el de Flory, explic lo que deseaba el blanco. Para ello se vali principalmente de una serie de saltos y gesticulaciones. Los sepoys levantaron los rifles, dispararon casi a la vez y el trueno del disparo reson en el eco. Durante unos momentos crey Flory que le haban desobedecido disparando a dar porque una gran parte de la multitud haba cado al suelo como si un campo de trigo hubiera sido segado en un segundo. Pero slo haba sido que el miedo les hizo tirarse al suelo como un solo hombre. Los sepoys dispararon por segunda vez, pero ya no haca falta. La multitud haba empezado a alejarse del Club como un ro que cambiara de curso. Se lanzaron carretera abajo huyendo de los policas armados, y por fin, despus de un gran barullo formado por grupos que venan en direcciones encontradas, acabaron por marcharse todos a travs del maidan. Flory y los sepoys avanzaron lentamente hacia el Club tras la masa que se retiraba. Los policas que haban sido tragados por el gento se quedaban ahora libres y volvan para reunirse con los suyos. Haban perdido los pagris y llegaban casi desnudos, pero
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no tenan ms que araazos. Los policas civiles haban hecho algunos prisioneros. Cuando llegaron al terreno del Club, todava encontraron muchos grupos de birmanos que se escapaban como gacelas por boquetes abiertos en la cerca. A Flory le pareci que todo estaba muy obscuro. Una pequea figura vestida de blanco se libr del ltimo grupo que hua y cay en los brazos de Flory. Era el doctor Veraswami, con la corbata deshecha y la ropa rasgada, pero con los lentes milagrosamente inclumes. Doctor! Ay, amigo mo, ay, estoy agotado! Qu hace usted aqu? Estaba usted en medio de la multitud? Trataba de contenerlos, amigo mo, pero todo fu intil hasta que usted lleg. Por lo menos, ha habido un hombre que lleva la huella de este lo. Y tendi su pequeo puo cerrado para que Flory pudiera ver cmo le sangraban los nudillos. Pero no se vea nada porque la luna se haba ocultado y estaba completamente obscuro. Al mismo tiempo, Flory oy detrs de l una voz nasal: Bueno, seor Flory: de manera que todo ha terminado ya? Como siempre, una falsa alarma. Usted y yo juntos ramos demasiado para esa gente. Ja, ja! Era U Po Kyin. Llegaba hasta ellos con un aire marcial, blandiendo, fanfarrn, un enorme palo y con un revlver en el cinturn. Vena vestido con un neglig bien estudiado para dar la impresin de que haba tenido que salir de su casa sin dilacin. En realidad, se Haba estado muy quietecito hasta ver que pasaba todo el peligro, pero acudi hbilmente en el momento preciso en que su presencia poda cotizarse. Ha sido un buen trabajo, seordijo con entusiasmo. Mrelos usted cmo corren por la colina. Los hemos derrotado por completo. Los henaos?dijo el doctor, indignado. Ah, querido doctor! No me di cuenta de que estaba usted all en el memento de peligro. Es posible que tambin usted estuviera peleando contra ellos? Usted arriesgando su valiossima vida!... Quin lo hubiera pensado? Ha tardado usted bastante tiempo en llegar aqule dijo Flory con voz irritada. Bueno, bueno, seor; lo importante es que los hemos dispersado. Aunqueaadi con un tono irnico, porque no se le haba escapado el sentido de las palabras de Flory ahora se dirigen hacia las casas de los europeos, como puede usted ver. Me figuro que pensarn llevarse algn botn para aprovechar la manifestacin. Era imposible no admirar la frescura de aquel hombre. Con su gran palo debajo del brazo, andaba junto a Flory con aire casi protector, mientras que el mdico iba detrs, acobardado a pesar suyo. Los tres se detuvieron a la puerta del Club. Estaba totalmente obscuro. La luna haba desaparecido haca un rato. Unas nubes negras muy bajas y pequeas se dirigan hacia el Este como una jaura de perros. Soplaba un vientecillo casi fro que levantaba una nube de polvo. De pronto, se percibi un embriagador aroma de humedad. El viento aceler su marcha, los rboles agitaron sus ramas y pronto empezaron a sacudirse furiosamente. Del gran frangipani que se elevaba al borde de la pista de tenis se desprenda una nebulosa de ptalos blancos. Los tres hombres se apresuraron a guarecerse, los orientales en sus casas y Flory en el Club. Haba empezado a llover. XXIII AL da siguiente todo estaba en absoluta calma. Es lo que suele ocurrir despus de los motines. Aparte de unos cuantos prisioneros, todos los que podan haber sido relacionados con el ataque al Club tenan una coartada. El jardn del Club daba la impresn de que una piara de bisontes lo haba estado machacando, pero las casas de los blancos no haban sido saqueadas y no hubo vctimas entre los europeos, excepto que
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al terminar el motn el seor Lackersteen apareci borracho perdido debajo de la mesa de billar a donde se haba retirado en compaa de una botella de whisky. Westfield y Verrall regresaron de la selva a primera hora de la maana trayendo con ellos a los asesinos de Maxwell; o, por lo menos, a dos personas que seran colgadas como culpables del asesinato de Maxwell. Cuando Westfield se enter de lo ocurrido, se qued malhumorado, pero se resign. Otra vez haba sucedido. S, una autntica rebelin sin estar l all para aplastarla. Su sino pareca ser no matar a nadie. Era muy deprimente. En cuanto a Verrall, su nico comentario fu que haba sido de una caradura impresionante por parte de Flory (un civil) darle rdenes a la polica militar. Entre tanto llova casi sin interrupcin. En cuanto se despert y oy el martilleo de la lluvia sobre el tejado de su casa, Flory se visti y sali a toda prisa seguido por su perrita. Cuando estuvo fuera de la vista de todas las casas, se quit la ropa y dej que la lluvia lo remojara bien. Con gran sorpresa suya, vi que estaba magullado y sealado con araazos por todo el cuerpo como resultado de la noche anterior. Pero la lluvia le quit en tres minutos toda la suciedad acumulada entre el sudor, la sangre y el polvo. Es maravilloso el poder curativo del agua de lluvia! Muy animado se dirigi a casa del doctor Veraswami con los zapatos empapados. Peridicos chorros de agua le caan cuello abajo desde el borde de su sombrero terai, como si fuera un canaln. El cielo tena un color plomizo e innumerables torbellinos de agua se perseguan unos a otros a travs del maidan como escuadrones de caballera. Pasaban birmanos con sus amplios sombreros de madera fina, a pesar de lo cual chorreaban agua como los dioses de bronce de las fuentes. Una red de riachuelos lavaba las piedras de la carretera que iban surgiendo al desaparecer la tierra. El doctor acababa de llegar a casa cuando Flory entr en ella, y estaba sacudiendo su paraguas por fuera de la barandilla. Salud a Flory, excitado. Venga, seor Flory, venga en seguida. Llega usted en el instante preciso. Iba a abrir ahora mismo una botella de ginebra Old Tommy. Venga y permtame que beba a su salud, a la salud del salvador de Kyauktada. Charlaron extensamente. El mdico se hallaba en una magnfica disposicin de nimo. Pareca como si lo sucedido la noche anterior le hubiese quitado todas sus preocupaciones casi milagrosamente. Los planes de U Po Kyin haban fracasado. El mdico no estaba ya a merced del cocodrilo. Ms bien parecan haberse vuelto las tornas. Veraswami le explic a Flory Querido amigo, habr visto usted que el motn de anoche, o mejor dicho, la noble y heroica conducta de usted, no haba sido previsto por U Po Kyin en su programa. Lo que l hizo fu lanzar la llamada rebelin para llevarse la gloria de reprimirla, y calcul que cualquier otra revuelta representara an ms gloria para l porque acentuara la importancia de lo que l haba hecho. Me han dicho que cuando se enter de la muerte del seor Maxwell se alegr de un modo..., cmo diramos? el doctor una las yemas del dedo ndice y pulgar como esperando sacar la palabra exacta, cmo lo dira yo?... Una alegra repugnante? Eso, eso, repugnante. Se dice que se alegr tanto, que incluso empez a bailar. Puede usted figurarse a esa masa infecta de carne bailando? Y exclam: Por lo menos ahora tomarn en serio mi rebelin. As es cmo aprecia U Po Kyin las vidas humanas. Pero ahora se le ha acabado el triunfo. Lo de anoche le ha deshecho sus planes. De qu manera? Pues creo que est bien claro. El hroe es usted, no l. Fu usted quien logr dispersar a la multitud. Y, por decirlo as, yo recojo por reflejo parte de la gloria conseguida por usted. Acaso no lo acogieron a usted sus amigos europeos con los brazos abiertos cuando regres usted anoche al Club? S. Y debo reconocer que para m fu una experiencia tan nueva que me pareci estar soando. La seora Lackersteen me tom un sbito cario. Ahora me llama mi querido seor Flory. Y, en cambio, la ha tomado con Ellis. No le perdona que le llamara mula histrica y que le dijera que dejara de chillar corno un cerdo. Ah! Es que el seor Ellis exagera a veces. Ya lo he notado. Pero hay un pequeo detalle que no me sali bien, segn parece. Le orden a la polica que disparase por encima de las cabezas en vez de tirar a la masa. Por lo visto, esto va contra los principios establecidos. Ellis no hace ms que darle vueltas al nmero de vctimas que pudo haber y no hubo. Me dijo: Por qu no aprovech usted la ocasin para haberse cargado a un montn de esos perros?. Le hice observar que
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disparar contra la multitud hubiera costado tantas vctimas le la polica como de los birmanos, puesto que en primer trmino haba muchos sepoys mezclados con los rebeldes. Sin embargo, me han perdonado este pecadillo. Y Macgregor incluso cit algo en latn. Me parece que era algo de Horacio. Media hora despus, Flory caminaba hacia el Club. Le haba prometido a Macgregor celebrar con l una entrevista para dejar arreglada de una vez la cuestin de Veraswami. Ahora, no habra dificultad. Todos los europeos le concederan lo que quisiera mientras no olvidasen el absurdo motn. Podra haber ido al Club y haberles hecho firmar la proposicin ms disparatada. La encantadora lluvia segua cayendo. Estaba calado de pies a cabeza y le entusiasmaba sentir el perfume de la tierra, olvidado durante los duros meses de sequa. Entr por el destrozado jardn donde el mali, doblado bajo la lluvia que le tamborileaba en la espalda desnuda, abra nuevos boquetes para plantar zinnias. Todas las flores haban sido pisoteadas y se haban mezclado con la tierra. All estaba Elizabeth en la veranda lateral, como si le esperase. Flory se quit el sombrero, que solt buena cantidad de agua, y subi junto a ella. Buenos das! dijo levantando la voz a causa del ruido de la lluvia en el bajo techo. Buenos das! Qu manera de llover! Parece el diluvio. Esto no es llover, de verdad. Espere usted a julio. Toda la baha de Bengala se precipitar sobre nosotros a plazos. Pareca que el destino de esta pareja era hablar siempre del tiempo. Sin embargo, haba algo ms que meras palabras en la expresin de Elizabeth. Su actitud haba cambiado totalmente desde lanoche pasada. Flory se atrevi a preguntarle Qu tal va el codo? Dnde le di a usted la piedra? La joven le tendi el brazo y le dej que lo cogiese. Estaba sumisa, casi cariosa. Flory comprendi que su proeza de la noche anterior le haba convertido casi en un hroe a los ojos de Elizabeth. Ella no poda saber lo pequeo que fu el peligro, y ahora se lo perdonaba todo, incluso Ma Hla May, porque se haba portado como un hombre. Era otra vez la historia del bfalo y la del leopardo. Sinti Flory que el corazn le lata con gran fuerza. Dej resbalar su mano por el brazo de ella y le apret los dedos entre los suyos. Elizabeth... Que nos van a verdijo la muchacha, pero sin enfadarse. Elizabeth, tengo algo que decirte. Te acuerdas de una carta que te escrib desde la selva despus de nuestra..., hace varias semanas? S. Recuerdas lo que te deca en ella? S. Y siento no haberla contestado. Pero... Entonces no poda yo esperar que me contestaras. Slo quera recordarte ahora lo que te dije. En aquella carta, lo nico que le haba dicho Flory y por cierto muy dbilmenteera que la amaba y que siempre la amara, sucediera lo que sucediese. Estaban muy juntos, cara a cara. Movido por un irreprimible impulso y la cosa fu tan rpida que despus le costaba trabajo creer que haba ocurrido efectivamente, la estrech entre sus brazos. Elizabeth cedi unos momentos y le dej que la besara. Entonces, repentinamente, se retir y movi la cabeza. Quizs tuviese miedo de los vieran o quizs fuera slo que le molestara el bigote tan mojado de Flory. Sin ms palabras, le dej all y entr en el Club precipitadamente.. Haba en su rostro algo parecido al arrepentimiento. Estaba desconcertada, pero no pareca haberse disgustado. Flory la sigui lentamente y fu a hablar con Macgregor que estaba de muy buen humor. En cuanto vi a Flory, le gr jovialmente Aj, aqu viene el hroe conquistador! Y luego, ms serio, lo felicit de nuevo. Flory aprovech ocasin para hablarle a favor del mdico. Pint con entusiasmo la heroica conducta de Veraswami en el motn. Se meti medio de la multitud, luchaba como un tigre, su lealtad indignaba a los otros nativos... Y en verdad no exageraba mucho pues el doctor haba arriesgado efectivamente su vida. Tanto Macgregor como los otros quedaron muy impresionados por relato de Flory. En cualquier ocasin, el testimonio de un europeo puede beneficiar ms a un oriental que el
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de un millar sus compatriotas; y en aquel momento la opinin de Flory pesaba mucho. El buen nombre del doctor qued restaurado. Su eleccin para el Club poda darse como cosa hecha. Sin embargo no se lleg a darle carcter definitivo, porque Flory tena que regresar al campamento. Sali aquella misa tarde para hacer el viaje de noche y no volvi a ver a Elizabeth antes de su marcha. Ahora se poda viajar por la selva con toda tranquilidad porque la ftil rebelin haba terminado por completo. Cuando comienzan las lluvias los birmanos tienen demasiado qu hacer en el campo para pensar en reivindicaciones, de todos modos, los inundados terrenos impiden el trnsito grandes masas. Flory tena que regresar a Kyauktada a los diez das, cuando estaba anunciada la visita que el Padre haca cada seis semanas. La verdad es que a Flory no le interesa quedarse en Kyauktada mientras que Elizabeth tuviera all Verrall. Era extrao, pero todo el resentimiento y todas aquellas imgenes obscenas que le atormentaban haban desaparec ahora que se saba perdonado ya por la joven. El nico obstculo que haba ahora entre ellos era Verrall. E incluso pensar en que Elizabeth se hallaba entre los brazos de Verrall no le inquietaba, porque haba llegado a la conviccin de que las relaciones del teniente y la joven se romperan de un modo o de otro. Era completamente seguro que Verrall no se casara nunca con Elizabeth. Los hombres de su condicin no se casarn jams con muchachas sin un cntimo conocidas casualmente en insignificantes puestos coloniales. Sin duda alguna, se estaba divirtiendo con Elizabeth mientras poda. Pero fatalmente llegara un momento en que la abandonara y ella acabara volviendo a Flory. Esta perspectiva era, en definitiva, mucho mejor de lo que hubiera podido esperar. En el verdadero amor hay siempre una humildad que a las personas ajenas al caso les parece denigrante. U Po Kyin estaba furioso. La insensata revuelta le haba cogido desprevenido. Y haba sido como si en la bien engrasada maquinaria de sus planes hubiese cado un puado de arena. Todo el trabajo estaba perdido. Tena que empezar de nuevo la tarea de desacreditar a Veraswami y hacerlo caer en desgracia. Y la nueva campaa empez con tal aluvin de cartas annimas que, para escribirlas, Hla Pe tuvo que ausentarse de la oficina durante dos das. Esta vez di como disculpa una bronquitis. Acusaron al doctor de todos los crmenes imaginables, desde la pederastia hasta robar sellos de correos. El carcelero que dej escapar a Nga Schwe O, haba sido procesado, pero sali libre triunfalmente, pues U Po Kyin se gast doscientas rupias en sobornar a los testigos. Empezaron a llover cartas sobre Macgregor probando con todo detalle que el doctor Veraswami, verdadero culpable de la fuga, haba intentado hacer que la culpa recayera sobre un indefenso subordinado. Sin embargo, los resultados de esta primera ofensiva fueron decepcionantes. La carta confidencial que escribi Macgregor al comisario dndole cuenta de lo sucedido en la revuelta, fu abierta al vapor por los secuaces del cocodrilo y as pudieron ver que su tono era alarmante. Macgregor hablaba del mdico en trminos muy elogiosos. Deca que se haba portado con toda lealtad en la noche de los alborotos. As que U Po Kyin tuvo que celebrar un consejo de guerra. Ha llegado el momento de dar un golpe definitivoles dijo a sus compinches, reunidos con l en conclave en la veranda de su casa antes del desayuno. Ma Kin se hallaba presente, as como Ba Sein y Hla Pe. Este ltimo era un muchacho de dieciocho aos, que prometa mucho; se le notaba que triunfara en la vida. Estamos golpeando contra un muroprosigui U Po Kyin, y ese muro es Flory. Quin podra prever que ese miserable cobarde iba a defender contra viento y marea a su amigo? Sin embargo, sta es la realidad. Mientras Veraswami tenga su apoyo, estamos perdidos. He estado hablando con el mayordomo del Club, seor- dijo Ba Sein. Me ha dicho que los seores Ellis y Westfield siguen oponindose a que el mdico sea elegido como socio del Club. No cree usted que reirn con Flory en chanto se haya olvidado lo del motn? Claro que reirn; esa gente siempre rie. Pero, entre tanto, el dao est hecho. Suponed por un momento que ese hombre llegara a ser elegido. Creo que me morira de rabia si esto ocurriera. No, no nos queda ms que un camino. Debemos atacar al propio Flory. A Flory, seor? Es un blanco! Qu me importa? No ser el primer blanco al que yo haya aniquilada Cuando Flory caiga en desgracia, todo habr terminado para el doctor. Y os aseguro que caer! Lograr que se avergence tanto de s mismo que no vuelva a atreverse a pisar el Club en su vicia.
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Pero, seor, se trata de un hombre blanco. De qu podemos acusarlo? Quin va a creer nada de lo que digamos contra un europeo? Te falta estrategia, Ko Ba Sein. Nunca se acusa a un blanco; hay que cogerlo con las manos en la masa. A esto se le llama sorprender a una persona in flagrante delitto. Yo sabr cmo hacerlo. Ahora, callaos mientras pienso. Hubo una pausa. U Po Kyin permaneci un rato meditando, mientras vea caer la lluvia. Tena las manos cruzadas a la espalda y reposando en la repisa natural de su trasero. Los otros tres le contemplaban respetuosamente desde el extremo de la veranda, asustados todava por aquel plan de atacar a un blanco, y esperando, por otra parte, que al jefe se le ocurrira algn golpe maestro para salir de aquella situacin que se escapaba a sus mentes primitivas. Este cuadro era como una caricatura de aquel otro famoso en que Napolen est en Mosc meditando sobre sus mapas mientras los mariscales esperan en silencio con los sombreros bicornios en las manos. Pero, desde luego, U Po Kyin estaba en su caso ms a la altura de la situacin que Napolen en el suyo. Slo tard dos minutos en planear la operacin. Cuando volvi su cara de luna, los otros vieron que estaba contento. El doctor se haba equivocado al describir a U Po Kyin en una ridcula danza de alegra. La figura de este hombre no se prestaba a los brincos de entusiasmo; pero, si hubiera estado dotado para ello, habra bailado como un chico en estos momentos. Le hizo una seal a Ba Sein, que se le acerc. Le murmur algo al odo. Creo que es el golpe que necesitamos, no?dijo ya en alta voz. El rostro de Ba Sein se distendi lentamente en una ancha sonrisa, incrdula al principio y luego admirativa. Con cincuenta rupias pueden cubrirse todos los gastos- aadi U Po Kyin, radiante. El plan fu estudiado con todo detalle, y cuando los otros llegaron a comprender su alcance, todos ellos incluso Ba Sein, que raras veces rea, y tambin Ma Kin, que en el fondo de su alma estaba en desacuerdo con todo aquello, se rieron a carcajadas. El plan era demasiado bueno para que nadie se resistiera. Era sencillamente genial. No haba dejado de llover. Llova de un modo obsesionante. El da despus de aquel en que Flory lleg al campamento, estuvo lloviendo sin parar y tambin al siguiente, amainando a ratos, hasta que slo llova como en Inglaterra, pero en general caan verdaderas cataratas, como si todo el ocano hubiera sido tragado por las nubes y stas lo estuvieran volcando ahora sobre Birmania. Al cabo de varias horas de estar oyendo el tamborileo sobre los tejados de cinc, crea uno volverse loco. Por fin, haba un intervalo en que escampaba y entonces sala el sol con una fuerza brutal como si no hubiera llovido en todo el ao. El barro se secaba y se resquebrajaba y sala de l vapor. Entonces se tena tanto calor que se deseaba la inmediata reanudacin de la lluvia. Hordas de cucarachas con alas salan de todos los rincones en cuanto se paraba la lluvia; surga como por encanto una plaga de repugnantes insectos que invadan las casas en nmero increble, se posaban sobre las mesas y estropeaban todos los alimentos. Verrall y Elizabeth seguan paseando a caballo cuando la lluvia no era demasiado fuerte. Para Verrall todos los climas eran lo mismo, pero no le gustaba que sus caballos se encenagaran con el barro. As transcurri cerca de una semana. Todo segua igual entre ellos. No tenan ms intimidad ni menos que antes. Y la propuesta de matrimonio, que las dos mujeres seguan esperando confiadas, no haba sido pronunciada todava. Entonces ocurri una cosa alarmante. Lleg la noticia al Club, a travs de Macgregor, que Verrall se marchaba de Kyauktada. La polica militar permanecera all, pero iban a enviar a otro oficial en el puesto de Verrall, no se saba cundo. Elizabeth qued impresionadsima. Claro que si haba de marcharse, le dira algo definitivo antes. Ella no pensaba preguntarle nada; no le pareca delicado. Ni siquiera se atreva a preguntarle cundo sera la marcha. Tena que esperar a que l hablase. Pero Verrall no dijo nada. Entonces, una tarde, sin advertencia previa, no acudi al Club. Y pasaron dos das sin que Elizabeth lo viera. Aquello era Horrible, pero no se poda hacer nada para remediarlo. Verrall y Elizabeth haban sido inseparables durante varias semanas, y sin embargo eran casi extraos el tino para el otro. l se haba mantenido siempre a distancia de todos y haba tenido buen cuidado de no entrar en casa de los Lackersteen para no comprometerse. No le conocan lo bastante para visitarlo en su bungalow, ni siquiera para
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escribirle. Adems, no se present ms en el desfile por las maanas en el maidan. El nico camino que quedaba era esperar pacientemente a que l se dejara ver. Y si lo haca, pedira a Elizabeth en matrimonio? Naturalmente que s! Tanto Elizabeth como su ta (aunque ninguna de ellas lo haba dicho nunca claramente) crean en esa peticin como en un artculo de fe. Elizabeth esperaba la prxima entrevista con Verrall con penosa esperanza. Ojal tardase por lo menos una semana en marcharse! La joven pensaba que si sala a pasear con l a caballo otras cuatro veces, o tresincluso bastaran dos, todo terminara perfectamente. Ojal volviese a ella en seguida! Era espantoso pensar que slo se presentara para despedirse! Las dos mujeres iban al Club todas las tardes y se sentaban hasta bien avanzada la noche, creyendo a cada momento or los pasos de Verrall, aunque fingan no estar preocupadas por ello. Pero el teniente no se present. Ellis, que se daba cuenta de lo que suceda, observaba a Elizabeth divertido, con su habitual crueldad. Lo peor de todo era que el seor Lackersteen molestaba ahora a su sobrina a cada momento. Casi a la vista de los criados la llevaba con cualquier pretexto a un sitio apartado y empezaba a acariciarla del modo ms indignante. La nica defensa de la muchacha era amenazarle con decrselo a su ta. Afortunadamente, era tan imbcil que no comprendi que su sobrina no se atrevera nunca a hablar de aquello. A la tercera maana, Elizabeth y su ta entraron en el Club con el tiempo justo para evitarse un furioso chaparrn. Llevaban unos minutos sentadas en el saln, cuando oyeron que alguien se sacuda el agua (le los zapatos en el pasillo. Los corazones de ambas se agitaron con emocin porque las dos suponan que era Verrall. Entonces entr en el saln un joven, desabrochndose un largo impermeable. Era un muchacho de unos veinticinco aos, gordo y colorado, de frente estrecha y, como se descubri despus, aficionado a rerse con unas carcajadas ensordecedoras. La seora Lackersteen emiti unos sonidos inarticulados, de tan fuerte como haba sido su decepcin. El joven, sin hacer caso de la actitud pasmada de las dos, las salud con un entusiasmo improcedente. Era una de esas personas que parecen amigas ntimas de toda la vida de quienes acaban de conocer. Hola, hola! dijo Aqu entra el Prncipe de las Hadas. Espero que no molesto; en fin, todo lo que se suele decir en estos casos. Supongo que no me habr metido de hoz y coz en alguna reunin familiar, verdad? No, no; claro que nodijo la seora Lackersteen en el mayor de los desconciertos. Pues vern ustedes... Fui y me dije: Hombre, voy .a dar una vuelta por ese Club!. En fin, que deseo aclimatarme a la marca de whisky consumida en esta localidad. Les advierto que slo estoy aqu desde anoche. Est usted destinado aqu?dijo la seora Lackersteen pasmada, pues no esperaban ningn forastero en aquellos das. S; puede decirse que me han destinado. El gusto es el mo, seora. Pero no sabamos... Ah, claro! Usted ser del Departamento Forestal y viene a sustituir al pobre seor Maxwell. Cmo? Dice usted el Departamento Forestal? Qu disparate! Yo soy el to de la polica militar. En fin, ya saben ustedes, eso que anda por aqu. Cmo? Qu? He dicho que soy el de la polica militar. Vengo a sustituir a ese queridsimo muchacho que llaman Verrall. Parece ser que el hombre ha recibido rdenes de reincorporarse a su regimiento. Se marcha con una prisa fenomenal. Y valiente lo le ha dejado a este servidor de ustedes. El nuevo oficial de la polica militar era bastante elemental en cuanto a psicologa, pero se di cuenta perfectamente de que Elizabeth haba recibido una tremenda impresin. En efecto, la joven no poda hablar. Y la propia seora Lackersteen tard un rato en exclamar Que el seor Verrall se marcha! Bueno, bueno, pero no se ir ahora mismo. Que se marcha?... Ya se ha ido. Se ha ido?
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En fin, lo que quiero decir es que el tren saldr dentro de media hora. El distinguido Verrall estar ya en la estacin. He mandado all un pelotn de mis hombres para que se ocupen de meterle sus caballos en el tren y todo eso. Probablemente hubo ms explicaciones, pero ni Elizabeth ni su ta oyeron una palabra de ellas. En todo caso, a los quince segundos salan disparatadas por la puerta del Club ambas mujeres sin haberle dicho adis al amable informador. Desde fuera, la seora Lackersteen llam a gritos al mayordomo y le orden que sacara en seguida su rickshaw. Cuando ste apareci le orden al jaldi que corriera hacia la estacin, y para estimularlo le di unos golpes en la espalda con el puo de su paraguas. Elizabeth se haba puesto su impermeable y su ta se protega con el paraguas, pero ninguna de las dos dej de mojarse. El agua caa a chorros y Elizabeth se sinti calada a los pocos instantes. El viento era tan fuerte que casi hace volcar al frgil rickshaw. El hombre que tiraba del carricoche agachaba la cabeza y luchaba gruendo contra el viento y la lluvia. Elizabeth estaba angustiada. Todo aquello era un error. Era imposible que l se marchase sin despedirse. Seguramente le habra escrito y la carta se haba perdido. Eso deba de ser! Era totalmente imposible que se fuera sin decirle adis. Y, en todo caso, no poda perder la esperanza, porque, en cuanto la viera en la estacin, acudira a ella. No podra ser tan brutal como para fingir que no la vea. Cuando se acercaban ya a la estacin, Elizabeth se ech hacia atrs en el vehculo y se pellizc las mejillas para que le saliera el color. Un pelotn de sepoys de la polica militar sala de la estacin calado hasta los huesos. Naturalmente, stos seran los hombres que haban ayudado a Verrall y l estara dentro, esperando. Gracias a Dios, todava faltaba un cuarto de hora. El tren no saldra hasta entonces. Qu alegra tener esta ltima oportunidad de verlo! Pero cuando salieron al andn, el tren arrancaba y adquira velocidad, con una serie de bufidos ensordecedores. El jefe de estacin, un hombrecillo de piel muy obscura y cara redonda, se aguantaba el topi en la cabeza con una mano, mientras con la otra apartaba a dos hindes que intentaban llamar su atencin sobre algo. El buen hombre quera cumplir hasta el final con su obligacin de darle la salida al tren. La seora Lackersteen se inclin por fuera del rickshaw y grit desesperadamente a travs derruido de la lluvia: Jefe de estacin! Seora. Qu tren es se? El tren de Mandalay, seora. De Mandalay? No puede ser! Se, lo aseguro, seora. Es exactamente el tren de Mandalay. Y se acerc a ellas con el topi en la mano. Pero, y el seor Verrall, el oficial de la polica militar? No se habr ido. S, seora, se ha marchado. Y seal al tren que se perda ya de vista en una nube de vapor y lluvia. Pero si el tren no tena que salir todava! No, seora. No le corresponda salir hasta dentro de diez minutos. Entonces, por qu se ha ido? El jefe de estacin movi su topi para subrayar sus disculpas. Pareca desolado de aquella irregularidad en el servicio. Ya lo s, seora, ya lo s. Esto no tiene precedentes, pero el joven oficial de la polica militar me ha ordenado que le diera salida al tren de Mandalay. Me dijo que todo estaba listo y que no quera esperar ni
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un minuto ms. Le hice ver esta irregularidad. Entonces me dijo que no me preocupara de las irregularidades. Insist. 1 tambin insisti, y como l era quien mandaba... Hizo otro gesto muy elocuente para dar a entender que Verrall se sala siempre con la suya, aunque se tratara de un asunto tan serio como la salida de los trenes. Hubo una pausa. Los dos hindes, creyendo que aqulla era su oportunidad, se adelantaron gimiendo y le presentaron a la seora Lackersteen unos grasientos cuadernos con la pretensin de que los repasara. Qu quieren estos hombres?grit la seora, que crea estar soando. Son los capataces cortadores de hierba. Dicen que el teniente Verrall se ha marchado debindoles una gran cantidad (le dinero por lo del campo de polo. Pero esto no es asunto mo. Antes de desaparecer definitivamente en la lejana, el tren lanz un silbido. Los pantalones blancos del jefe de estacin, mojados, flameaban con el viento. Una interesante cuestin que nunca haba de aclararse es si Verrall haba ordenado que el tren saliera antes de tiempo para huir de los capataces a los que deba dinero o para escaparse de Elizabeth. Las mujeres regresaron andando, bajo la lluvia incesante. Cuando llegaron la veranda les faltaba ya la respiracin. Los criados recogieron el impermeable de Elizabeth y el paraguas de su ta. La joven se sacudi el agua del cabello. La seora Lackersteen habl por primera vez desde que haban salido de la estacin Vaya! No he visto en mi vida un caso de desfachatez ms... abominable... Elizabeth 'estaba muy plida a pesar del viento que le haba batido la cara. Pero se controlaba muy bien; y dijo con cierta frialdad Me parece que por lo menos deba haber esperado para despedirse de nosotras. Creme, querida, de buena te has librado. Como siempre ve dije, es un hombre odioso. Unos das despus, cuando estaban desayunando despus de haberse baado y se sentan de mejor nimo, le pregunt la ta a la sobrina Vamos a ver, qu da es hoy? Sbado, ta. Ah, sbado. Entonces, esta tarde llegar nuestro querido prroco. Cuntas personas habr maana en los servicios? Pues creo que estaremos todos. Qu bien ! Tambin estar el seor Flory. Me parece que me dijo que regresara maana de la selva Y Y aadi casi con ternura: El querido seor Flory! XXIV Eran cerca de las seis de la tarde y la absurda campana instalada en el pequeo campanario que apenas tena dos metrosde la iglesia, repicaba movida por el viejo Mattu, que tiraba de la cuerda con entusiasmo. Los rayos del sol poniente, devueltos por las lejanas tormentas, iluminaban el maidan bellamente. Haba estado lloviendo a primera hora y volvera a llover. La comunidad cristiana de Kyauktadaquince personas en totalse reuna a la puerta de la iglesia para los servicios religiosos. Flory estaba ya all, y Macgregor, con su topi gris y todo el atuendo de los das de fiesta, y los eurasiticos Francis y Samuel, con sus trajes de dril recin lavados y planchados, dispuestos a asistir al servicio religioso, que era el gran acontecimiento social de sus vidas. El sacerdote, un individuo alto, con lentes, cabello canoso y facciones finas, se hallaba tambin en la escalinata de la iglesia vestido ya con casulla y sobrepelliz, que se haba puesto en casa de Macgregor. Sonrea amablemente, pero un poco desconcertado, a cuatro cristianos nativos, pues no hablaba el idioma de ellos ni ellos saban ni una palabra de ingls. Haba tambin un cristiano oriental, un hind muy triste de raza indeterminada, que se mantena humildemente al fondo. Siempre asista a los servicios religiosos, pero nadie saba quin era ni por qu era cristiano. Sin duda haba sido convertido en su juventud por los misioneros.
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Flory vi que Elizabeth llegaba, vestida de color lila, con sus tos. Slo haba podido verla aquella misma maana en el Club. Pudieron hablar un minuto antes de llegar los dems. Lo nico que le pregunt Flory fu esto Se ha marchado Verrall para siempre? S. No hubo necesidad de decir ms. Flory la estrech en sus brazos. Ella le dej hacer contenta, a plena luz del da y sin preocuparse de la mancha de su cara. Estuvo unos instantes apretada contra l como una criatura. Era como si la hubiese salvado o la estuviera protegiendo de algo. Flory levant la cara para besarla y descubri sorprendido que estaba llorando. No tuvieron tiempo de hablar; ni siquiera pudo preguntarle: Te casars conmigo?. Pero no importaba; despus de la iglesia, haba tiempo de sobra. Quizs, en su nueva estancia en Kyaukada dentro de otras seis semanaslos casara aquel cura. Ellis, Westfield y el nuevo oficial de la polica militar, venan del Club, donde se haban tomado un par de vasos de whisky para resistir la solemnidad religiosa. Los segua el oficial forestal que haba llegado para ocupar el puesto de Maxwell, un individuo alto y completamente calvo, a excepcin de dos mechones que le crecan por encima de las orejas. Flory slo tuvo tiempo de decirle buenas tardes a Elizabeth. D4attu, al ver que todos estaban ya reunidos, dej de tocar la campana, y el clrigo entr en la iglesia seguido por Macgregor, que sostena su topi solemnemente sobre el estmago, los Lackersteen y los cristianos nativos. Ellis le toc a Flory en el codo y le murmur jocosamente al odo: Ven, ponte en fila. March... El polica militar y Ellis siguieron del brazo a los dems como si estuvieran actuando en un desfile. El militar, hasta que entraron en el templo, mova su grueso trasero imitando a una bailarina indgena. Flory se sent en el mismo banco que ellos, frente a Elizabeth, que quedaba un poco a su derecha. Era la primera vez que se atreva a quedar frente a ella luciendo su mancha de la mejilla. Cierra los ojos y cuenta hasta veinticinco, murmur Ellis. La seora Lackersteen se haba instalado ya en el armonio, que no era ms alto que una mesa de despacho. Mattu se qued a la puerta para mover el ventilador punkah, dispuesto de tal manera que slo abanicaba los bancos de delante, donde se sentaban los europeos. Flo recorri la iglesia olfatendolo todo, encontr a Flory y se acorruc debajo del banco. Empez el servicio religioso. Flory slo atenda a ratos. Tena conciencia de haberse levantado repetidamente, arrodillado, y haber murmurado amn muchas veces, y oa confusamente a Ellis murmurando bromas y ocultando la cara tras el abierto libro de himnos. Pero se senta demasiado feliz para concentrar sus pensamientos. La luz amarilla que entraba por la puerta abierta doraba la ancha espalda de Macgregor, cuya chaqueta de seda pareca hecha de un pao de oro. Elizabeth, frente a Flory, en la estrecha nave, estaba tan cerca de l que ste poda or el roce de su vestido y sentir por lo menos se lo pareca el calor d su cuerpo. Sin embargo, no la mir ni una sola vez, por miedo a que los dems se dieran cuenta de ello. El armonio lanz unos ronquidos, como si tuviera bronquitis, cuando la seora Lackersteen lo llen del suficiente aire con el nico pedal que funcionaba. El canto result muy desafinado. Macgregor pona toda su buena voluntad al entonar el himno y los dems europeos murmuraban las palabras confusamente, mientras que los cristianos nativos tatareaban porque conocan la msica pero no la letra de los himnos. Se arrodillaron de nuevo. Empez a obscurecer y se oy5 ruido de lluvia en los tejados; se agitaron los rboles de alrededor y una nube de hojas secas pas en un torbellino ante la ventana. Flory las mir por entre sus dedos. Veinte aos antes, los domingos de invierno, en el banco de la iglesia parroquial de su pueblo, sola contemplar la cada de las hojas tambin por entre los dedos, mientras se tapaba la cara rezando. Sera posible empezar de nuevo la vida como si aquellos aos estriles no hubieran transcurrido? A travs de sus dedos mir a Elizabeth, que estaba arrodillada con la cabeza inclinada y la cara oculta por sus juveniles manos. Cuando estuvieran casados... Cuando estuvieran casados!... Qu bien lo pasaran en esta tierra extica que ofreca tantos encantos cuando se llegaba a conocerla bien 1 Se imagin a Elizabeth en el campamento recibindole al llegar l cansado de trabajar en la selva, mientras Ko S'la acuda a toda prisa de su tienda con una botella de cerveza; la vea caminando por las sendas de la selva junto a l, cogiendo flores raras, y cruzando terrenos pantanosos, alegre porque iba con l. Vea cmo haba de quedar su casa cuando ella le imprimiera su sello femenino. Se figuraba cmo estara su sala, libre ya de aquel aire de habitacin de soltero, cuando estuviese amueblada con muebles nuevos trados de Rangn, con un jarrn de blsamos en la mesa, libros, acuarelas adornando las paredes y un piano negro. Sobre todo, el piano!
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Sus pensamientos se recrearon en la visin del piano, que para l simbolizaba, quizs porque no entenda de msica, la vida civilizada y burguesa. Se vera libre por fin y para siempre de este sustitutivo de vida que haba llevado durante los pasados diez aos sus tristes y sucias juergas, las mentiras, el dolor del exilio y aos; sus la soledad, sus tratos con prostitutas, usureros y pukka sahibs. El cura avanz hacia el pequeo facistol que haca las veces de plpito, tosi y anunci el texto sagrado que iba a comentar. Luego dijo En nombre del Padre, del Hijo, y del Espritu Santo. Amn. A ver si abrevias, por amor de Diosmurmur Ellis. Flory no senta el paso del tiempo. Las palabras del sermn fluan apaciblemente por su cabeza como el ruido suave de un arroyuelo, y casi no las oa. Cuando estuvieran casados, segua pensando, cuando estuvieran casados... Qu ocurra? El cura se haba interrumpido en seco a la mitad de una palabra. Se haba quitado los lentes y los mova tembloroso hacia alguien que estaba en el umbral de la iglesia. Se oy un grito ronco Pike-san pay-like! Pike-san pay-like! Todos se pusieron de pie como movidos por un resorte y se volvieron hacia la puerta. Era Ma Hla May. La mujer entr en la iglesia empujando violentamente al viejo Mattu. Agit un puo en direccin a Flory. Pike-san pay-like! Pike-san pay-like! S, a se me refiero... Flory, Flory! (Lo pronunciaba Porley). Ese que est sentado ah, el de cabello negro. Da la vuelta y mrame, cobarde. Dnde est el dinero que me prometiste? Y chillaba como una loca. Todos la miraban con la boca abierta, demasiado sorprendidos para moverse ni hablar. Tena la cara empolvada como un payaso y su cabello grasiento suelto sobre los hombros. Su longyi estaba rasgado por abajo. Pareca una prostituta del bazar. A Flory se le helaron las entraas. Dios, Dios! Por qu habrn tenido que saber que esta harpa era la mujer que haba sido su querida? Pero no haba posibilidad de escapar, no le quedaba ni una pizca de esperanza. La perrita Flo, al or la voz tan familiar para ella, sali de debajo del banco moviendo la cola y se acerc a Ma Hla May muy cariosa. La miserable vociferaba como una posesa y daba toda clase de detalles, en birmano, de lo que Flory haba hecho con ella. Miradme, hombres blancos, y tambin vosotras, mujeres blancas, miradme. Ved lo que ha hecho este canalla con una pobre mujer. Y ahora est sentado ah el grandsimo embustero, el despreciable cobarde, fingiendo que no me ve l Sera capaz de dejarme morir de hambre a su puerta como el perro de un paria. Ah! Pero no te escapars; te avergonzar delante de todos los blancos. Date la vuelta, cobarde, y mrame! Mira este cuerpo que has besado mil veces..., mralo..., mralo. Y, efectivamente, empez a rasgarse la ropa, la poqusima ropa que llevaba, lo cual constituye el mayor insulto de que es capaz una birmana de baja extraccin. El armonio di un chirrido al hacer la seora Lackersteen un movimiento convulsivo en el momento en que se di cuenta de la situacin. Hasta entonces, vuelta de espaldas y con la resonancia de su ruidosa msica, no se haba enterado de nada. La gente empez a reaccionar. El cura recobr la voz Que saquen a esa mujer de aqu en seguida!dijo con voz tonante. La cara de Flory estaba blanca como la cera. Despus del primer momento, se haba puesto de espaldas a la puerta, apretando los dientes en un desesperado esfuerzo por parecer despreocupado. Pero era intil, completamente intil. Estaba amarillo y le caan goterones de sudor de la frente. Francis y Samuel, realizando quizs la primera accin til de sus vidas, corrieron hacia Ma Hla May y, sujetndola por los brazos, la arrastraron fuera. La mujer no cesaba de chillar. Cuando por fin la alejaron y se perdi a lo lejos el ruido de su voz, se produjo un silencio dramtico en la iglesia. La escena haba sido tan violenta, tan srdida, que todos quedaron profundamente afectados. Tanto que incluso Ellis pareca disgustado. Flory no poda hablar ni moverse. Como una estatua, miraba fijamente al altar con el rostro rgido y tan plido que su marca de nacimiento resaltaba sobre la mejilla como una banda de pintura azul. Elisabeth lo
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mir desde su sitio y sinti un asco que estuvo a punto de producirle nuseas. No haba entendido ni una palabra de lo que Ma Hla May dijo pero el sentido de la escena era clarsimo. La idea de que Flory haba sido el amante de aquel espantajo la haca estremecerse. Pero lo peor de todo era la horrible fealdad de Flory en aquellos momentos. Su cara le pareci a la joven tan fantasmal, rgida y envejecida que le record a una calavera. Lo nico vivo de aquel rostro era la mancha. Nunca haba comprendido, hasta aquel momento, lo deshonroso e imperdonable que era ese estigma. Lo mismo que un buen cocodrilo, U Po Kyin haba herido a su vctima en el sitio ms dbil. Porque, claro est, todo aquello lo haba preparado U Po Kyin. Aleccion a Ma Hla May con gran cuidado para que representase bien su papel. El cura termin el sermn casi en seguida. En el mismo instante de acabar, sali Flory precipitadamente y sin mirar a nadie. Gracias a Dios, estaba oscureciendo. A unos ochenta metros de la iglesia se detuvo y vi como salan los otros por parejas en direccin al Club. Le pareci que llevaban prisa. Naturalmente! Menudo tema de conversacin tendran en el Club aquella noche! Flo se frot contra sus tobillos, juguetona. Vete de aqu, asqueroso animal! le dijo dndole un puntapi. Elisabeth se detuvo a la puerta de la iglesia. Macgregor la present al cura. Poco despus, los dos hombres marcharon hacia la casa de Macgregor donde haba de pasar la noche el clrigo y Elisabeth sigui a los dems, pero iba a unos cincuenta metros detrs de ellos. Flory corri tras ella y la alcanz cuando casi haba llegado a la verja del Club. Elizabeth. Ella se volvi, le vi, empalideci y pens alejarse de l sin decirle una palabra. Pero Flory no estaba dispuesto a dejarla escapar y la sujet por una mueca. Elizabeth, tengo que hablarte! Djeme usted. Empezaron a luchar, pero se detuvieron de pronto porque vieron que dos de los cristianos nativos, que haban salido entonces de la iglesia, los estaban observando con gran inters. Entonces, Flory habl en tono bajo: Elizabeth, s que no tengo derecho a pararte de esta manera. Pero es imprescindible que te hable. Por favor, escchame. Te lo ruego. No te vayas antes de haberme odo. Qu hace usted? Por qu me sujeta del brazo? Va usted a soltarme ahora mismo! S, s, te dejar. Mira, ya te suelto. Pero, por lo que ms eras, escchame. Contstame 'slo a esto: despus de lo que ocurrido, podrs perdonarme algn da? Perdonarle? De qu le tengo que perdonar? S que he cado en desgracia. No poda haberme sucedido da ms vil y repugnante. Pero, en cierto sentido, no fu culpa a. Te convencers de ello cuando ests ms tranquila. Crees ahora no, comprendo que fu demasiado terrible para que se borre en seguida de la memoria, pero crees que llegars a olvidarlo? No s de qu me habla usted. Qu tiene que ver conmigo que ha sucedido? Desde luego, me pareci del peor gusto, pero no es asunto mo. Es una insensatez que me haga usted as preguntas. Flory se sinti desesperado. El tono y las palabras de Elizabeth eran exactamente igual que los que haba empleado en aquella otra ria. Otra vez la misma tctica. En vez de escucharle, se evada, le trataba como si fuera un absoluto desconocido y le hera fingiendo que l no tena ningn derecho sobre ella. Elizabeth ! Por favor, contstame. Te ruego que seas sta conmigo! Te hablo con toda el alma. Por supuesto, no tengo la pretensin de que vayas a admitirme en seguida. Sera posible, porque s muy bien que ahora he cado en desgracia. Pero no puedes olvidar que has prometido casarte conmigo. Cmo! He prometido yo alguna vez casarme con usted, seor Flory? Cundo hice semejante promesa?
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No, no ha sido una promesa en palabras, desde luego. Pero tre nosotros quedaba entendido que... Qu disparate! Entre nosotros no ha habido nunca nada. Creo que se est usted portando del modo ms incorrecto, seor Flory. Voy a entrar en el Club ahora mismo. Buenas tardes! Elizabeth! Elizabeth! Escucha. No es justo que me condenes sin escucharme. Ya sabas todo esto; sabas muy bien cmo haba sido mi vida hasta el momento de conocerte. Lo de esta tarde ha sido todo un accidente. Esa desgraciada lo reconozco, fu en tiempos mi..., en fin... No estoy dispuesta a escucharle! No quiero or esas indecencias! Me voy. Flory volvi a sujetarla por las muecas y esta vez no la solt. Los cristianos indgenas acabaron aburrindose y se marcharon. No, no; tienes que orme. Prefiero ofenderte en tus sentimientos antes que quedarme con esta inseguridad. Han pasado muchas semanas, meses, sin que pudiera hablarte como yo deseaba. Parece importarte muy poco lo que puedas hacerme sufrir. Pero esta vez tendrs que orme. La joven se retorci para librarse de Flory y demostr tener mucha fuerza. Nunca pudo suponer Flory que la delicada carita de Elizabeth era capaz de expresar tanto odio y una ira tan feroz. Lo odiaba tanto en aquellos momentos que lo habra golpeado de haber tenido los puos libres. Sulteme, bestia, bestia, sulteme! Dios mo, Dios mo! Que tengamos que luchar de este modo! Pero no puedo evitarlo: no estoy dispuesto a que te vayas sin escucharme. Elizabeth, por favor, escchame. He dicho que no. Qu derecho tiene usted sobre m? Djeme! Perdname, perdname... Es slo una pregunta: estaras dispuestaahora no, claro, sino ms tarde, cuando este desgraciado incidente se olvide, estaras dispuesta a casarte conmigo? No! jams, jams! No lo digas as. No digas nada definitivo. Dime que por ahora no, pero que dentro de un mes, de un ao, quizs de cinco aos... No he dicho que no? Entonces, por qu sigue usted fastidindome de este modo? Elizabeth, escchame. He procurado decirte una y otra vez lo que significas para m... Pero no, es intil hablar de esto... Procura comprender. No te he hablado muchas veces de la vida que llevamos aqu, de este horrible enterrarse envida, de esta soledad que acaba con un hombre? Trata de comprender lo que esto significa y que t eres la nica persona del mundo que puede salvarme. Va a soltarme, o no? Est usted loco para armar este escndalo a la puerta del Club? Entonces, no significa nada para ti el que yo te quiera? Creo que nunca has comprendido lo que deseo de ti. Si lo prefieres, me casar contigo prometindote a la vez no tocarte jams. Eso no me importara con tal de tenerte a mi lado. Pero no puedo seguir solo como hasta ahora, siempre solo. No podrs perdonarme nunca? Nunca, nunca! No me casara con usted aunque no hubiera otro hombre sobre la tierra. Antes me casara con... el barrendero. Elizabeth haba empezado a llorar desesperada, porque no la soltaba. Flory vi que la muchacha hablaba en serio. Y tambin a l se le saltaron las lgrimas, aunque por un motivo muy diferente. Insisti Por ltima vez. Recuerda lo mucho que significa tener a una persona en el mundo que te quiera. Recuerda que aunque encuentres a hombres ms ricos, ms jvenes y mejores que yo en todos conceptos, jams encontrars a uno que te quiera corno yo. Y aunque yo no sea rico, puedo ofrecerte un hogar. Hay una manera de vivir... civilizada, decente... No ha dicho usted ya bastantes cosas?dijo Elizabeth con ms calma. Quiere soltarme antes de que llegue alguien? Flory afloj la presin sobre sus muecas. Estaba seguro de haberla perdido. Como una alucinacin dolorosamente ntida, volvi a ver el hogar que haba imaginado; vi el jardn y a Elizabeth
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alimentando a Nero y a las palomas por el sendero bordeado por las plantas amarillentas que le llegaban hasta los hombros; y el saln con las acuarelas en las paredes, y las flores de blsamo en el jarrn de China reflejado en el barniz de la mesa, y las estanteras con libros, y el piano negro. Sobre todo, este imposible y mtico piano, smbolo de todo lo que por el estpido incidente haba naufragado! Debas tener un piano!dijo, desesperado. No toco el piano. La solt del todo. Era intil continuar. En cuanto se vi libre, Elizabeth corri hacia el Club huyendo de la presencia que le era tan odiosa. Antes de entrar, por entre los rboles del jardn, se detuvo a quitarse las gafas y borrar las seales de las lgrimas. Qu bestia, qu bestia! Le haba sealado las muecas como un salvaje. Entonces le pas por la mente la imagen de aquel horrible rostro tal como haba aparecido en la iglesia, de un blanco amarillento, y con la asquerosa seal cruzando la mejilla, y sinti tal repulsin que se habra alegrado de su muerte. Lo que le horrorizaba no era lo que Haba hecho. Aunque hubiese cometido mil abominaciones, Elizabeth habra podido perdonarlo. Pero despus de aquella vergonzosa y srdida escena y de la espantosa fealdad del rostro desfigurado en aquellos momentos, jams habra sido capaz de perdonarlo. Finalmente, haba sido la seal de nacimiento, el antojo, lo que le haba condenado. Cuando Elizabeth le cont a su ta que haba rechazado a Flory, sta se enfureci. Y ahora, con los pellizcos del to, la vida en aquella casa se le hara imposible. Seguramente tendra que volver soltera a Inglaterra, despus de tantas historias. Las cucarachas ! No importaba. Cualquier cosala soltera, una vida de trabajos serviles, cualquier cosa antes que casarse con aquel hombre. Antes la muerte, mucho antes la muerte, que soportar a un ser tan repugnante. Ni siquiera se acordaba de que Verrall la haba abandonado y que el matrimonio con Flory podra haberla compensado moralmente. Lo nico que tena presente era que Flory se haba deshonrado y era un infrahumano y que le odiaba como habra odiado a un leproso o un loco que hubiese querido casarse con ella. En este caso pudieron ms los instintos que la razn y los intereses, y le habra sido tan imposible contrariar a sus instintos como dejar de respirar. Flory descendi por la pendiente de la colina, si no corriendo, por lo menos a un paso rapidsimo. Lo que haba de hacer, deba ser hecho en seguida. Anocheca por momentos. La desgraciada Fo, que ni siquiera ahora se daba cuenta de lo serio de la situacin, trotaba junto a l gimiendo de un modo que daba lstima, como reprochndole del puntapi que le haba propinado. Cuando suba por el sendero, sopl el viento por entre los rboles arrancando de la tierra un perfume a humedad. Empezaba a llover de nuevo. Ko S'la le haba puesto la mesa para la cena y quitaba algunos insectos que se haban suicidado contra la lmpara de petrleo. Evidentemente, no se haba enterado todava de lo sucedido en la iglesia. La cena del santo amo est lista. Quiere cenar ahora mismo el santo amo? No; aun no. Dame esa lmpara. Cogi la lmpara, se fue al dormitorio y cerr la puerta. El olor a polvo y a humo de cigarrillos le acogi, y a la blanquecina e inestable luz de la lmpara vi los libros amontonados y los lagartos que suban por la pared. Ya estaba de nuevo entre todo esto, su vida de siempre, el secreto tugurio de sus soledades. Despus de tantas ilusiones y de tantos desengaos, aqu estaba otra vez en su ambiente. Por qu no lo poda seguir soportando? Antes se haba resignado. Y tena ciertos consuelos: libros, el jardn, las bebidas, el trabajo, las prostitutas, la caza, y sus conversaciones con el doctor. No, no podra soportarlo ms. Desde la llegada de Elizabeth se le haban abierto nuevas perspectivas de esperanza y de vida diferente, y se le haba despertado la facultad de sufrir y sobre todo la capacidad de ilusionarse sobre el futuro. El letargo casi confortable en que haba vivido hasta la llegada de la muchacha, se haba desvanecido ya por completo. Y si ahora sufra, a medida que pasara el tiempo sera peor. Elizabeth no tardara en casarse con alguien. Se imaginaba perfectamente el momento en que le daran la noticia: Te has enterado? Por fin han colocado los Lackersteen a su sobrina. Pobre Fulano; ir derechito al altar! Que Dios le ayude, etc. Y l preguntara, fingiendo indiferencia: S? Y cundo ser la boda?. Tendra que realizar un tremendo esfuerzo para que no se le notara su horrible sufrimiento. Luego llegara, efectivamente, el da de la boda... y la noche. No, eso no! No ms imgenes obscenas! Sac de debajo de la cama el alargado bal de hojalata, cogi de l su pistola automtica, la carg y se guard en un bolsillo un cargador.
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En su testamento, le dejaba algo a Ko S'la. Quedaba Fo. Dej la pistola sobre la mesa y sali. La perrita estaba jugando con Ba Shin, el ms joven de los hijos de Ko S'la, bajo el techado de la cocina, donde los criados haban dejado los restos de una fogata. Fo brincaba en torno a los pedazos requemados de madera sacando los dientes como si quisiera morder al nio, mientras ste, con la saliente barriga enrojecida por el reflejo de las ascuas que quedaban, se rea y, en algunos momentos, le entraba miedo. Flo, ven aqu, Fo ! La perrita acudi obediente y sigui a su amo. El animal se detuvo a la puerta del dormitorio. Por fin, haba comprendido que suceda algo raro. Retrocedi un poco y se qued mirando a Flory atemorizada, sin querer entrar. Ven aqu! Fo mene la cola, pero no se movi. Ven, Fo, bonita, ven con tu amo! La perrita daba ya muestras de verdadero terror. Aull y se arrastr por el suelo sin atreverse a huir abiertamente. Su amo se agach y, cogindola por el collar, la tir dentro del cuarto. Maldita perra, te he dicho que vengas! Flory cerr la puerta. Se acerc a la mesa para coger la pistola. Obedceme l Ponte aqu! Le dola or los gemidos del animal, que pareca suplicar que la perdonaran alguna culpa involuntaria. Fo se fu acercando a los pies de su amo arrastrndose muy lentamente y sin levantar la cabeza, como no atrevindose a mirarlo. Pobrecilla ! Pobre Fo! Ven aqu! Tu amo no te habra hecho nada, pero... Cuando la tena a metro y medio, dispar, saltndole el crneo hecho pedazos. El cerebro de Fo, esparcido por el suelo, pareca terciopelo rojo. Tendra igual aspecto el suyo? Le pareca estar oyendo los gritos que lanzaran los criados que acudiran al or el disparo. Con prisa, se abri de un tirn la chaqueta y apret el can del arma contra la camisa. Un diminuto lagarto, translcido como una criatura de gelatina, persegua a una polilla blanca por el borde de la mesa. Flory apret el gatillo con el dedo pulgar. Cuando Ko S'la entr en la habitaciny esto fu a los pocos segundoslo primero que vi fu el cadver de la perrita Fo. Luego vi los pies de su amo, apuntando hacia arriba, al otro lado de la cama. Grit para que acudiesen los dems criados y que impidiesen a los nios llegar hasta all. Todos aparecieron en la puerta dando chillidos. Ko S'la cay de rodillas detrs del cuerpo de Flory y en el mismo momento se asom Ma Pe, que vena corriendo de la veranda. Se ha matado? Creo que s. Dale la vuelta para que se quede de espaldas. Ah, mira eso, ah en el pech. Corre a avisar al doctor Veraswami. Ve como el rayo! En la camisa de Flory haba un limpio agujero no mayor que el que hace un lpiz atravesando una hoja de papel secante. Desde luego, estaba muerto. Con gran dificultad le arrastr Ko S'la hasta colocarlo encima de la cama, pues los dems criados se haban negado a tocar el cuerpo. El mdico slo tard veinte minutos en llegar. Le haban dicho vagamente que Flory estaba herido y acudi en bicicleta lo ms rpidamente que pudo bajo una lluvia torrencial. Tir la bicicleta en el csped y entr corriendo, jadeante y sin poder ver por sus cristales mojados. Se los quit y con sus ojos de miope mir a la cama. Qu ha sido esto, amigo mo?...dijo, emocionado. Dnde est la herida? Luego, acercndose, vi que Flory estaba muerto, y lanz un sordo gemido. Ay! Qu ha sido? Qu le ha sucedido? Se ha matado, seor.
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El doctor se arrodill y, rasgando la camisa de Flory, le puso el odo en el pecho. En su rostro se reflej una expresin angustiosa. Sacudi el cadver por los hombros como si de esta manera pudiera volverlo a la vida. Un brazo cay flojo sobre el borde de la cama. El doctor volvi a ponerlo en su posicin anterior y luego, con la mano del muerto entre las suyas, rompi a llorar. Ko S'la, de pie junto a la cama, tena una expresin trgica. Veraswami se levant y, perdiendo el control de sus nervios, se apoy contra uno de los postes de la cama y solloz ruidosamente, de un modo grotesco, volvindole la espalda a Ko S'la. Le temblaban sus gruesos hombros. Por fin logr reaccionar y se volvi hacia el criado. Cmo ocurri esto? Omos dos tiros. Es seguro que se ha matado. Pero no s por qu. Cmo sabes que lo hizo a propsito? Por qu tienes la seguridad de que no ha sido un accidente? Por toda respuesta Ko S'la seal en silencio el cadaver de Fo. El doctor reflexion un momento, y luego, con sus manos hbiles y suaves, envolvi el cuerpo en la sbana y lo at por los pies y por la cabeza. Con la muerte, la mancha de la mejilla se haba desvanecido por completo. Si acaso, quedaba aquella parte un poco gris. Enterrad la perra en seguida. Le dir a Macgregor que esto ha ocurrido por accidente mientras limpiaba el revlver. No olvides de enterrar a la perrita en seguida. Tu amo era amigo mo. No quedar escrito en la lpida de su tumba que se suicid. XXV Fu una afortunada coincidencia que el cura estuviese aquel da en Kyauktada. Tomara el tren a la tarde siguiente, y antes pudo leer el servicio funeral en debida forma e incluso dirigir unas palabras a los presentes ensalzando las virtudes del difunto. Todos los ingleses son virtuosos cuando estn muertos. El veredicto oficial fu: Muerte accidental (el doctor Veraswami haba probado con su habilidad forense que todas las circunstancias demostraban que se trataba de un accidente), y as se hizo constar en la lpida. Naturalmente, nadie lo crey. El verdadero epitafio de Flory fu el comentariorepetido cada vez con menos frecuencia, pues un ingls que muere en Birmania es olvidado muy pronto: Flory? Ah, s, era aquel chico moreno con la seal en la cara. Se mat en Kyauktada en 1926. Dicen que fu por una muchacha. Qu to ms tonto! Probablemente nadie, excepto Elizabeth, se sorprendi mucho de lo ocurrido. Entre los europeos residentes en Birmania se dan muchos casos de suicidio y ocasionan muy poca sorpresa, a fuerza de repetirse. La muerte de Flory tuvo varios resultados. El primero y ms importante fu que el doctor Veraswami lo perdi todo, como l saba muy bien que sucedera. El prestigio de ser amigo de un blanco lo nico que le haba salvado hasta entonces se evapor con la muerte de Flory. Es cierto que ste no haba tenido nunca ascendencia sobre los dems europeos, pero en definitiva era un blanco y su amistad poda cotizarla bien un indgena. Una vez muerto, el descalabro del doctor era inevitable. U Po Kyin esper un tiempo prudencial y luego atac de nuevo con ms dureza que nunca. Apenas tard tres meses en meterles en la cabeza a todos los blancos de Kyauktada que el doctor era un redomado pillo. No se hizo contra l ninguna acusacin pblica (U Po Kyin saba arreglrselas para lograr sus objetivos sin recurrir a eso). Incluso Ellis se habra visto en un aprieto si le hubieran obligado a declarar qu pilleras concretas haba cometido el mdico; pero, sea como fuese, el convencimiento de que Veraswami era un completo sinvergenza llegaron a tenerlo todos. Poco a poco las sospechas sobre l cristalizaron en una sola expresin birmana: shok de. Veraswami, segn decan, era un tipo muy listo y un buen mdico para los indgenas, pero le perda el ser un shok de. Lo cual significa aproximadamente individuo del que no puede uno fiarse, y cuando un funcionario indgena es un shok de, y todo el mundo lo reconoce, ya puede despedirse. Su carrera est arruinada. No se sabe cmo, las temidas palabras llegaron a las altas esferas y el mdico fu degradado y destinado al Hospital General de Mandalay con el puesto de ayudante de cirujano. Todava est all y con toda seguridad all continuar el resto de su vida. Mandalay es una ciudad desagradable, polvorienta y hace en ella un calor insoportable. Los ingleses dicen que los cinco productos principales de Mandalay empiezan
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con p: pagodas, priests (curas protestantes), parias, pigs (cerdos) y prostitutas, y el trabajo del hospital es odioso. El doctor vive junto al hospital en un decrpito bungalow con una valla de hierro acanalado, y por las tardes recibe a su clientela en su consulta privada para mejorar un poco su reducido sueldo. Forma parte de un club de segundo orden frecuentado por los hindes. La gran personalidad de este club es su nico socio europeo: un electricista de Glasgow llamado MacDougall, que fu despedido de la compaa Irrawady Flotilla por sus continuas borracheras y que ahora vive pasando estrecheces con un garaje que ha instalado en Mandalay. Lo nico que le interesa a MacDougall es el whisky y las magnetos. El doctor, incapaz de creer que ningn blanco puede ser tonto, intenta casi todas las noches interesar a aquel hombre en lo que l llama una conversacin culta, pero obtiene resultados poco satisfactorios. Ko S'la hered cuatrocientas rupias de Flory e instal con su familia una casa de t en el bazar. Pero le fracas el negocio, lo cual era inevitable puesto que sus dos mujeres se pasaban todo el da pelendose. As que Ko S'la y Ma Pe tuvieron que volver a servir. En verdad, Ko S'la era un criado ideal. Adems de su habilidad para manejar a los usureros, proporcionarle mujeres a su amo, llevarlo borracho a la cama y preparar bebidas estomacales a la maana siguiente, saba coser, llenar cartuchos, cuidar caballos, planchar trajes y decorar de un modo precioso las mesas a la hora de comer con intrincados dibujos de hojitas y granos de arroz teidos. Podan pagrsele muy bien cincuenta rupias al mes. Pero, desgraciadamente, tanto l como Ma Pe se haban acostumbrado muy mal durante el tiempo en que sirvieron a Flory. Se haban hecho unos vagos y los despedan de todas las casas al poco tiempo de haber entrado a servir en ellas. Pasaron un ao muy malo y el pequeo Ba Shin empez a toser cada vez con ms fuerza, hasta que se qued muerto de tanta tos en una asfixiante noche. Ko S'la es ahora segundo dependiente de un negociante en arroz de Rangn casado con una mujer neurtica, y Ma Pe sirve en la misma casa por diecisis rupias al mes. Ma Hla May est en un burdel de Mandalay. No le queda nada de sus antiguos encantos y los clientes le pagan slo cuatro annas y a veces la tratan a patadas. Quizs sea ella la que ms aora los buenos tiempos en que Flory viva, y lamenta no haber tenido la sensatez de ahorrar el dinero que le fu sacando. U Po Kyin convirti en realidad todas sus ambiciones, excepto una. Despus de caer en desgracia el doctor, era inevitable que eligiesen como socio del Club a U Po Kyin, y en efecto fu elegido, a pesar de las agrias protestas de Ellis. Despus. todos tuvieron que alegrarse de haberlo elegido, pues result un socio muy cmodo. Se portaba con gran amabilidad con todos, no iba con demasiada frecuencia, soportaba muy bien la bebida y jugaba al bridge como un maestro. Unos meses despus fu trasladado de Kyauktada y ascendido. Durante un ao antes de retirarse, actu como delegado del comisario y en ese ao reuni veinte mil rupias de sobornos. Un mes despus de su retiro lo llamaron a Rangn para imponerle la condecoracin que le haba sido concedida por el Gobierno de la India. Se celebr aquel durbarsolemnidad pblica anglo-hindque result impresionante. En la plataforma, entre banderas y flores, estaba sentado el gobernador, de frac, en una especie de trono. Detrs de l, de pie, un grupo de ayudantes y secretarios. En torno montaban la guardia los altos y barbudos sowards soldados de caballera hind, como brillantes figuras de cera, con sus lanzas rematadas por banderines. Fuera, una banda de msica amenizaba el patritico espectculo. La galera estaba muy animada con los ingyis blancos y los chales rojos de las damas birmanas, y en el centro del amplio saln esperaban para recibir sus condecoraciones unos cien individuos. Haba oficiales birmanos con deslumbrantes pasos de Mandalay y muchos hinds con pagris dorados y oficiales britnicos con uniforme de gala, y viejos thugyis con su cabello cano atado en un moo y sus machetes con puo de plata colgados de los hombros. En voz clara y fuerte ley el primer secretario la lista de las recompensas, que iba desde el C.I.E. a los certificados de honor en estuche de plata. Cuando le lleg el turno a U Po Kyin, el secretario desenroll un pergamino y ley A U Po Kyin, subcomisario adjunto, retirado, por sus largos y leales servicios y muy especialmente por su oportuna ayuda que contribuy en gran medida a aplastar una peligrossima rebelin en el distrito de Kyauktada... Dos soldados situados all con este objeto ayudaron a aquella masa de carne a moverse hasta la plataforma. U Po Kyin se inclin lo ms profundamente que le permiti su barriga descomunal y fu condecorado y felicitado, mientras Ma Kin y el grupo de admiradores del hombre ilustre aplaudan con delirante entusiasmo y agitaban pauelos desde la galera.
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U Po Kyin haba conseguido todo lo que un ser mortal puede lograr. No le quedaba ms que prepararse para el otro mundo, es decir, deba empezar sin tardanza a construir pagodas. Pero, desgraciadamente, le fallaron en esto sus planes. Slo tres das despus del durbar celebrado en el Palacio del Gobernador, antes de que se hubiese instalado el primer ladrillo de las compensadoras pagodas, muri U Po Kyin de un ataque de apopleja sin haber podido pronunciar una palabra. Contra el destino no caben armaduras. Ma Kin qued aterrada por este desastre. Aunque ella hubiese edificado las pagodas, a U Po Kyin no le hubiera servido de nada; slo puede uno salvarse por sus propios actos. Ahora est sufriendo mucho la pobre porque piensa que U Po Kyin debe de andar vagando por sabe Dios qu espantoso subterrneo de fuego, tinieblas, serpientes y genios malficos. E incluso si se ha escapado de lo peor, es seguro que se ha convertido en realidad su otro gran miedo en vida, o sea, que ha vuelto a la tierra en forma de rata o de rana. Es muy posible que en estos instantes lo est devorando una serpiente. En cuanto a Elizabeth, las cosas le fueron mejor de lo que esperaba. Despus de la muerte de Flory, la seora Lackersteen, quitndose de una vez la careta, dijo francamente que en aquel sitio tan horrible no haba hombres casaderos, y que la nica esperanza de su sobrina era pasarse unos meses en Rangn o Maymyo a ver si pescaba alguno. Pero no poda mandar a Elizabeth a Rangn ni a Maymyo sola, y acompaarla equivala a condenar al seor Lackersteen a morir vctima del deliriums tremens. Pasaron los meses, y, cuando las lluvias alcanzaron su punto culminante, Elizabeth se decidi a regresar a Inglaterra sin un cntimo y sin marido, pero en aquel preciso momento se declar a ella Macgregor. Haca mucho tiempo que lo tena pensado, pero haba querido esperar un tiempo prudencial despus de la muerte de Flory. Elizabeth lo acept contenta. Quizs fuera un poco viejo para ella, pero cmo despreciar a un subcomisario? Desde luego, era mucho mejor partido que Flory. Ahora, esta pareja es muy feliz. El seor Macgregor fu siempre un Hombre de gran corazn, pero todava se ha hecho ms humano y simptico desde su matrimonio. Ha bajado el tono de voz y ha renunciado a sus ejercicios gimnsticos matutinos. Elizabeth ha madurado con increble rapidez y se le ha acentuado una cierta dureza de modales que siempre haba tenido en germen. Sus criados viven aterrorizados bajo su dominio, aunque no hable ni una palabra de birmano. Lo que s conoce a fondo es la lista civil, organiza agradables reuniones y sabe poner en su sitio a las esposas de los funcionarios subordinados de su marido. En fin, que ocupa con gran brillantez el puesto que la naturaleza le tena reservado desde el principio: el de una burra msensahib.