Spanish 1858 Great Controversy
Spanish 1858 Great Controversy
Spanish 1858 Great Controversy
Entre
Cristo y sus Ángeles
Y Satanás y sus Ángeles
Por Elena G. de White
Battle Creek, Mich.
Publicado por Jaime White
1858
Índice
Capitulos
1 La Caída de Satanás
2 La Caída del Hombre
3 El Plan de Salvación
4 El Primer Advenimiento de Cristo
5 El Ministerio de Cristo
6 La Transfiguración
7 La Traición de Cristo
8 El Juicio de Cristo
9 La Crucifixión de Cristo
10 La Resurrección de Cristo
11 La Ascensión de Cristo
12 Los Discípulos de Cristo
13 La Muerte de Esteban
14 La Conversión de Saulo
15 Los Judíos Deciden Matar a Pablo
16 Pablo Visita Jerusalén
17 La Gran Apostasía
18 El Misterio de la Iniquidad
19 La Muerte No es un Tormento Eterno
20 La Reforma
21 La Unión del Mundo y de la Iglesia
22 Guillermo Miller
23 El Mensaje del Primer Ángel
24 El Mensaje del Segundo Ángel
25 El Movimiento Adventista Ilustrado
26 Otra Ilustración
27 El Santuario
28 El Mensaje del Tercer Ángel
29 Una Plataforma Firme
30 El Espiritismo
31 La Avaricia
32 El Zarandeo
33 Los Pecados de Babilonia
34 El Fuerte Pregón
35 El Cierre del Tercer Mensaje
36 El Tiempo de Angustia de Jacob
37 La Liberación de los Santos
38 La Recompensa de los Santos
39 La Tierra Desolada
40 La Segunda Resurrección
41 La Segunda Muerte
Capítulo 1
La Caída de Satanás
El Señor me ha mostrado que Satanás fue una vez un ángel honrado en el cielo, que
seguía en orden a JesuCristo. Su semblante era apacible, expresivo y lleno de felicidad
como el de los demás ángeles. Su frente alta y espaciosa indicaba su poderosa
inteligencia. Su forma era perfecta, su porte noble y majestuoso. Pero vi que cuando
Dios le dijo a su Hijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, Satanás sintió celos de Jesús.
Deseó que se le consultara con respecto a la creación del hombre. Estaba lleno de envidia,
de celos y de odio. Deseó ocupar la posición más exaltada en el cielo, estar cerca de Dios,
y recibir los más altos honores. Hasta entonces, todo el cielo era orden, armonía y perfecta
sujeción al gobierno de Dios.
Rebelarse en contra del orden y de la voluntad de Dios era el pecado más grande.
Todo el cielo parecía estar en conmoción. Los ángeles estaban agrupados en compañías,
teniendo a su cabeza un ángel superior que los comandaba. Todos los ángeles estaban
agitados. Satanás estaba haciendo insinuaciones en contra del gobierno de Dios, sintiendo
la ambición de exaltarse a si mismo, y renuente a someterse a la autoridad de Jesús.
Algunos de los ángeles simpatizaban con Satanás en su rebelión, y otros contendían
esforzadamente por el honor y la sabiduría de Dios al dar autoridad a su Hijo. Y hubo
contienda entre los ángeles. Satanás y los ángeles que simpatizaban con él, quienes
estaban luchando por reformar el gobierno de Dios, desearon penetrar en su inescrutable
sabiduría para indagar sus propósitos en exaltar a Jesús, y dotarlo con tan ilimitado poder y
dominio. Se rebelaron contra la autoridad del Hijo de Dios, y todos los ángeles fueron
llamados a comparecer ante el Padre, para decidir cada caso. Se determinó que Satanás
fuese expulsado del cielo con todos los ángeles que se le habían unido en la rebelión.
Entonces hubo guerra en el cielo. Los ángeles se empeñaron en la batalla; Satanás deseaba
vencer al Hijo de Dios, y a aquellos que eran sumisos a su voluntad. Pero los ángeles
buenos y verdaderos prevalecieron, y Satanás, con sus seguidores fueron echados del cielo.
Después de que Satanás fue arrojado del cielo, con aquellos que cayeron con él, él
se dio cuenta de que había perdido toda la pureza y la gloria del cielo para siempre.
Entonces, se arrepintieron y desearon ser restaurados de nuevo en el cielo. Él estaba
deseoso de tomar su propio lugar, o cualquier otro lugar que le fuera asignado. Pero no, el
cielo no podía ser colocado en peligro. Todo el cielo sería estropeado si lo volvieran a
recibir; porque el pecado se originó con él y las semillas de la rebelión estaban en él.
Satanás había conseguido seguidores, aquellos que simpatizaron con él en su rebelión. Él
y sus seguidores se arrepintieron, lloraron e imploraron que los aceptaran de nuevo en el
favor de Dios. Pero no, su pecado, su odio, su envidia y sus celos habían sido tan grandes
que Dios no los podía borrar. Éstos debían permanecer para recibir su castigo final.
Cuando Satanás llegó a estar completamente consciente de que no había ninguna
posibilidad de ser reintegrado nuevamente al favor de Dios, entonces, su malicia y su odio
comenzaron a manifestarse. Consultó con sus ángeles, y un plan fue puesto en efecto para
trabajar todavia en contra del gobierno de Dios. Cuando Adán y Eva fueron colocados en
el hermoso huerto, Satanás estaba haciendo planes para destruirlos. Una consulta fue
efectuada con sus ángeles malos. No había manera de que esa feliz pareja pudiera ser
privada de su felicidad si obedecía a Dios. Satanás no podía ejercer su poder sobre ellos a
menos que primero desobedecieran a Dios, y perdieran su favor. Ellos tenian que idear
algún plan para conducirlos a la desobediencia a fin de que incurrieran en el desagrado de
Dios y fueran colocados bajo una influencia más directa de parte de Satanás y sus ángeles.
Se decidió que Satanás debia asumir otra forma, y manifestar interés por el hombre. Él
debía hacer insinuaciones en contra de las verdades de Dios, crear duda acerca de sí Dios
quiso decir lo que dijo, y entonces, estimular su curiosidad, y guiarlos a tratar de
inmiscuirse en los inescrutables planes de Dios, algo de lo cual Satanás había sido culpable,
y conducirlos a razonar acerca de la causa de sus restricciones en relación con el árbol del
conocimiento.
Capítulo 2
La Caída del Hombre
Vi que a menudo los santos ángeles visitaban el huerto, y que daban instrucción a
Adán y a Eva relativa a su trabajo, y también les enseñaban acerca de la rebelión de Satanás
y de su caída. Los ángeles les advirtieron con respecto a Satanás, y les aconsejaron que no
se separaran el uno del otro en su trabajo, porque podrían ser puestos en contacto con el
enemigo caído. Los ángeles les encargaron que siguieran muy cuidadosamente las
instrucciones que Dios les había dado, porque sólo en perfecta obediencia podían estar
seguros. Y si eran obedientes, ese enemigo caído no podía tener poder sobre ellos.
Satanás comenzó su obra con Eva para inducirla a desobedecer. Ella obró mal,
primero al alejarse de su esposo, luego, al demorarse alrededor del árbol prohibido, y
después, al escuchar la voz del tentador, y aun hasta atreverse a dudar lo que Dios había
dicho: "porque el día que de el comieres, ciertamente morirás". Ella pensó: 'quizás no
quiere decir lo que el Señor dijo'. Se aventuró a desobedecer. Extendió su mano, tomó de
la fruta, y comió. Era agradable a la vista, y agradable al paladar. Ella se sintió celosa de
que Dios les hubiera prohibido lo que era realmente para su bien. Le ofreció la fruta a su
esposo, así tentándolo. Le relató a Adán todo lo que la serpiente había dicho, y expresó su
asombro de que tuviera el poder del habla.
Vi que una tristeza cubría el rostro de Adán. Parecía tener miedo y asombro. Una
lucha parecía estar tomando lugar en su mente. Se sentía seguro de que se trataba del
enemigo contra el cual habían sido advertidos, y de que su esposa debía morir. Iban a ser
separados. Su amor por Eva era fuerte. Y con una actitud de desánimo, resolvió
compartir su destino. Cogió la fruta, y rápidamente la comió. Entonces, Satanás se
alegró. Se había rebelado en el cielo, y tenía simpatizantes que lo amaban, y lo seguían en
su rebelión. Cayó e hizo a otros caer con él. Y ahora, había tentado a la mujer a
desconfiar de Dios, para que pusiera en duda su sabiduría, y procurara penetrar en sus
planes omniscientes. Satanás sabía que la mujer no iba a caer sola. Adán, en razón a su
amor por Eva, desobedeció el mandato de Dios, y cayó con ella.
La noticia de la caída del hombre de diseminó por todo el cielo. Toda arpa
enmudeció. Los ángeles depusieron con tristeza sus coronas. Todo el cielo estaba en
agitación. Tomó lugar un consejo para decidir qué se debía hacer con la pareja culpable.
Los ángeles temían que extendieran su mano y comieran del árbol de la vida, y se
convirtieran en pecadores inmortales. Pero Dios dijo que él sacaría a los transgresores del
huerto. Ángeles fueron comisionados para guardar el camino al árbol de la vida. Había
sido el plan estudiado de Satanás que Adán y Eva desobedecieran a Dios, recibieran su
desaprobación y entonces conducirlos a participar del árbol de la vida, para que pudieran
vivir para siempre en el pecado y la desobediencia, y así, el pecado se inmortalizara. Pero
los santos ángeles fueron enviados a sacarlos del huerto, mientras otra compañía de ángeles
fueron encargados inmediatamente de custodiar el acceso al árbol de la vida. Cada uno de
esos poderosos ángeles parecía tener algo en su mano derecha, con la apariencia de una
espada resplandeciente.
Entonces Satanás triunfó. Había hecho sufrir a otros por su caída. Había sido
expulsado del cielo y ellos, fuera del paraíso.
Capítulo 3
El Plan de Salvación
El cielo se llenó de pesar cuando se dieron cuenta de que el hombre estaba perdido,
y de que el mundo creado por Dios se llenaría de mortales condenados a la miseria, la
enfermedad y la muerte, y no había vía de escape para el ofensor. Toda la familia de Adán
debía morir. Contemplé al amante Jesús, y vi una expresión de simpatía y dolor en su
rostro. Pronto lo vi acercarse a la deslumbrante luz que envolvía al Padre. Dijo mi ángel
acompañante: Está en íntima comunión con su Padre. La ansiedad de los ángeles parecía
ser muy intensa mientras Jesús estaba en comunión con su Padre. Tres veces lo encerró el
glorioso resplandor que rodea al Padre y la tercera vez, cuando él salió, su persona se pudo
ver. Su rostro estaba calmado, libre de perplejidad y duda, y resplandecía con bondad y
con una amabilidad que las palabras no pueden describir. Entonces informó a la hueste
angélica que se había encontrado una vía de escape para el hombre perdido. Les dijo que
había intercedido con su Padre y que había ofrecido su vida en rescate, para que la
sentencia de muerte cayera sobre él, de modo que por los méritos de su sangre, y como
resultado de su obediencia a la ley de Dios, ellos pudieran tener el favor divino, volver al
hermoso huerto y comer del fruto del árbol de la vida.
Al principio, los ángeles no pudieron regocijarse, porque su Comandante no les
ocultó nada, sino que abrió ante ellos explícitamente el plan de salvación. Jesús les dijo
que él se ubicaría entre la ira de su Padre y el hombre culpable, que llevaría sobre sí la
iniquidad y el escarnio, que pocos lo recibirían como el Hijo de Dios. Casi todos lo
aborrecerían y rechazarían. Dejaría toda su gloria en el cielo apareciendo sobre la tierra
como hombre, se identificaría, mediante su propia experiencia, con las diversas tentaciones
con las que un hombre es asediado, para saber cómo socorrer a aquellos que fueran
tentados; y que finalmente, después de cumplir su misión como maestro, él sería entregado
en las manos de los hombres y soportaría toda la crueldad y el sufrimiento que Satanás y
sus ángeles pudieran inspirar a los impíos a infligir; que debía morir la más cruel de las
muertes, colgado entre el cielo y la tierra como un pecador culpable; que sufriría terribles
horas de angustia, que ni los mismos ángeles podrían mirar, pues ocultarían sus rostros para
no verla. No sería sólo agonía corporal, sino que sufriría una agonía mental con la cual no
se podía comparar ningún sufrimiento físico. El peso de los pecados de toda la humanidad
caería sobre él. Les dijo que moriría y resucitaría de nuevo el tercer día, y que ascendería
a su Padre para interceder por el hombre culpable y extraviado.
Los ángeles se postraron ante él. Ofrecieron sus vidas. Jesús les dijo que por su
muerte él salvaría a muchos, que la vida de un ángel no podía pagar la deuda. Sólo su vida
podía ser aceptada por su Padre como recompensa en favor del hombre.
Jesús también les dijo que ellos tendrían que desempeñar una parte, y en diferentes
ocasiones lo fortalecerían; que él tomaría la naturaleza caída del hombre y su fortaleza no
se igualaría con la de ellos; que serían testigos de su humillación, de sus grandes
sufrimientos. Y que cuando contemplaran sus padecimientos y el odio de los hombres
hacia él, se sentirían sacudidos por las más profundas emociones, queriendo por amor a él,
rescatarlo y librarlo de sus asesinos; pero que no debían interferir ni evitar nada de lo que
contemplaran, pues tendrían una parte que desempeñar en ocasión de su resurrección; que
el plan de salvación había sido ideado y su Padre lo había aceptado.
Con santa tristeza, Jesús consoló y animó a los ángeles y les informó que después de
esas cosas, los que él redimiera estarían y vivirían con él para siempre; y que por su muerte
rescataría a muchos, y destruiría al que tenía el poder de la muerte. Y su Padre le daría el
reino y la grandeza del dominio debajo de todos los cielos, y él los poseería para siempre
jamás. Satanás y los pecadores sería destruidos y no perturbarían nunca más el cielo ni la
nueva tierra purificada. Jesús encareció a la hueste angélica que aceptara el plan que su
Padre había aprobado, y se regocijara en el hecho de que por medio de su muerte el hombre
caído podría de nuevo ser exaltado para obtener el favor de Dios y gozar del cielo.
Entonces el cielo se llenó de un gozo inefable. Y la hueste angélica entonó un
himno de alabanza y adoración. Pulsaron sus arpas y entonaron una nota más alta que
antes, por la gran misericordia y condescendencia de Dios al entregar a su muy Amado para
que muriera por una raza de rebeldes. Tributaron alabanza y adoración por la abnegación
y el sacrificio de Jesús; por el hecho de que él consintiera en dejar el seno de su Padre, y
escogiera una vida de sufrimiento y angustia, y muriera una muerte ignominiosa con el fin
de dar vida a otros.
Dijo el ángel: ¿Creéis que el Padre entregó a su amado Hijo sin lucha alguna? No,
no. El mismo Dios del cielo tuvo que luchar para decidir si dejaba perecer al hombre
culpable o entregaba a su Amado Hijo para que muriera por él, los ángeles estaban tan
interesados en la salvación del hombre que se podía encontrar entre ellos quien hubiese
estado dispuesto a abandonar la gloria y dar su vida por el hombre perdido. Pero, dijo mi
ángel acompañante: De nada valdría. La transgresión era tan grande que un ángel no
podría pagar la deuda. Nada sino la muerte, y la intercesión de su Hijo pagaría la deuda, y
salvaría al hombre perdido del pesar y la miseria sin esperanzas. Pero a los ángeles se les
asignó una obra, la de ascender y descender con el bálsamo fortalecedor procedente de la
gloria, para suavizar los sufrimientos del Hijo de Dios y servirle.
También tendrían la tarea de guardar y proteger de los ángeles impíos, a los
herederos de la gracia, y escudarlos de las tinieblas que Satanás constantemente arrojaría
contra ellos. Vi que era imposible para Dios alterar o cambiar su ley para salvar al hombre
perdido, por eso, él permitió que su amado Hijo muriera por la transgresión del hombre.
Satanás se regocijó de nuevo con sus ángeles de que pudiera derribar al Hijo de
Dios de su exaltada posición al provocar la caída del hombre. Le dijo a sus ángeles que
cuando Jesús tomara la naturaleza del hombre caído, podría dominarlo y estorbaría el
cumplimiento del plan de salvación.
Se me mostró entonces cómo fue Satanás una vez, un ángel feliz y exaltado.
Después lo vi como es ahora. Todavía su aspecto sigue siendo principesco. Sus facciones
aún son nobles, porque es un ángel caído. Pero la expresión de su rostro está llena de
ansiedad, preocupación, infelicidad, malicia, odio, de deseos de causar daño, de engaño, y
de toda clase de mal. Observé particularmente esa frente que fue tan noble. A partir de
sus ojos comienza a retroceder. Vi que por tanto tiempo se ha inclinado al mal, que toda
buena cualidad se ha rebajado, y todo rasgo maligno se ha desarrollado. Sus ojos son
astutos, irónicos y muestran profunda penetración. Su cuerpo es grande, pero la piel
cuelga flácida de sus manos y de su cara. Al contemplarlo su barbilla descansaba sobre su
mano izquierda. Parecía estar en profunda meditación. Una sonrisa se dibujaba en su
rostro, que me hizo temblar, estaba tan llena de maldad y astucia satánica. Esta es una de
las sonrisas que él esboza justo antes de apoderarse de su víctima, y cuando la entrampa en
sus redes, esa sonrisa se vuelve cada vez más horrible.
Capítulo 4
Favor hacer referencia a: Deuteronomio 6:16, 8:3; 2Reyes 17:35-36; Salmos Libro IV 91:11-12; Lucas
capítulo 2-4.
Capítulo 5
El Ministerio de Cristo
Cuando Satanás terminó sus tentaciones, se retiró de Jesús por un tiempo, los
ángeles le prepararon alimento en el desierto para fortalecerlo, y la bendición de su Padre
descansó sobre él. Satanás había fallado en sus más fieras tentaciones, pero esperaba el
tiempo cuando Jesús empezara su ministerio, entonces el trataría, en diferentes ocasiones de
usar su astucia para vencerlo estimulando a quienes se resistieran a recibir a Jesús a que lo
aborreciesen y procurasen destruirlo. Satanás tuvo una reunión especial con sus ángeles.
Estaban desilusionados y llenos de ira al ver que no habían logrado nada contra el Hijo de
Dios. Decidieron que serían más astutos y que utilizarían todo su poder para inspirar
incredulidad en las mentes de los de su propia nación, para que éstos no lo reconociesen
como el Salvador del mundo, y de esa manera, desanimar a Jesús en el cumplimiento de su
misión. No importaba cuán exigentes fueran los judíos en sus ceremonias y ritos, si
podían incitarlos a mantener sus ojos ciegos con respecto a las profecías, y hacerles creer
que éstas serían cumplidas por un rey poderoso y terrenal, podrían de esa manera,
mantenerlos por largo tiempo esperando la llegada de un Mesías.
Se me mostró que Satanás y sus ángeles estuvieron muy ocupados durante el
ministerio de Cristo, inspirando incredulidad, odio y desprecio en los hombres. A menudo,
cuando Jesús presentaba alguna penetrante verdad que reprochaba sus pecados, la gente se
llenaba de ira. Satanás y sus demonios los urgían a quitarle la vida al Hijo de Dios. En
varias ocasiones tomaron piedras para arrojárselas, pero ángeles lo guardaron y apartándolo
de la airada multitud, lo llevaron a un lugar seguro. En otra ocasión, cuando la verdad
pura brotó de sus santos labios, la multitud le echó mano y lo llevó al borde de un risco con
la intención de despeñarlo. Luego surgió una discusión en cuanto a qué debían hacer con
él y entonces los ángeles lo escondieron de la vista de la multitud, y él, pasando por en
medio de ellos, pudo seguir su camino.
Satanás todavía esperaba que el gran plan de salvación fracasara. Ejerció todo su
poder para endurecer los corazones y amargar los sentimientos del pueblo en contra de
Jesús. Esperaba que muy pocos lo recibirían como el Hijo de Dios, y que Jesús
consideraría sus sufrimientos y sacrificios demasiado grandes para beneficiar a tan pequeño
grupo. Pero vi que si sólo hubiera habido dos personas que aceptaran a Jesús como el Hijo
de Dios y creyeran en él para salvar sus almas, él hubiera llevado a cabo el plan.
Jesús comenzó su obra quebrantando el poder de Satanás sobre los dolientes.
Sanaba a los que sufrían por el poder cruel del maligno. Restauró la salud del enfermo,
sanó al paralítico, induciéndolos a saltar de alegría a causa del gozo que había en sus
corazones, y a glorificar a Dios. Le dio vista al ciego, mediante su poder, restauró la salud
de aquellos que habían estado enfermos y sometidos por muchos años al cruel poder
satánico. Al débil, acosado por el sufrimiento, le dio palabras de ánimo. Levantó a los
muertos a la vida, y ellos glorificaron a Dios por la grandiosa demostración de su poder.
Hizo obras extraordinarias en favor de los que creían en él. Y a los débiles y sufrientes a
quienes Satanás retenía en triunfo, Jesús los arrancó de sus manos, y les dio, a través de su
poder, salud corporal y gran gozo y felicidad.
La vida de Cristo estuvo llena de actos de benevolencia, simpatía y amor. Siempre
estuvo dispuesto a escuchar, y a aliviar a aquellos que venían a él. Multitudes llevaban
evidencias en sus propios cuerpos de su poder divino. No obstante, muchos de ellos,
después que las obras habían sido realizadas, se avergonzaron del humilde pero grandioso
maestro. Porque los dirigentes no creían en el, no estaban dispuestos a sufrir con Jesús.
Él fue un varón de dolores, experimentado en quebrantos. Pero pocos podían soportar el
ser gobernados por los principios manifestados en su vida sobria y abnegada. Deseaban
gozar de los honores que el mundo confiere. Muchos siguieron al Hijo de Dios, y
escucharon sus instrucciones, se regocijaron en las palabras tan llenas de gracia que
brotaban de sus labios. Sus palabras estaban llenas de significado, sin embargo, eran tan
claras que aun el más débil las podía comprender.
Satanás y sus ángeles estaban ocupados cegando los ojos y oscureciendo el
entendimiento de los judíos, e impulsaron a la gente más prominente y a los dirigentes a
que le quitasen la vida al Salvador. Enviaron oficiales a traer a Jesús, pero cuando se
acercaron a él fueron dominados por un gran asombro. Lo vieron lleno de amor y
simpatía, hablándole a los débiles y afligidos. Los escucharon también dirigir palabras de
autoridad reprendiendo el poder de Satanás y liberando a los cautivos. Escucharon
palabras de sabiduría salir de sus labios y se sintieron cautivados, no pudieron echarle
mano. Regresaron sin Jesús a los sacerdotes y ancianos. Cuando se les preguntó: ¿Por
qué no lo habéis traído? Ellos relataron lo que habían presenciado con respecto a sus
milagros, y las palabras de sabiduría, amor y conocimiento que habían escuchado, y
concluyeron diciendo que nunca hombre alguno había hablado como él. Los principales
sacerdotes los acusaron de haber sido engañados, y algunos dignatarios se avergonzaron de
no haberlo prendido. Los sacerdotes preguntaron con burla si algunos de los dirigentes
habían creído en el. Vi que muchos de los magistrados y de los ancianos creían en Jesús,
pero Satanás impedía que lo reconocieran. Temían más el oprobio de la gente que a Dios.
Hasta entonces, la astucia y el odio de Satanás no habían logrado destruir el plan de
salvación. Se acercaba el tiempo cuando debía cumplirse el propósito por el cual Jesús
había venido a este mundo. Satanás y sus ángeles se reunieron para consultar, y decidieron
provocar a la propia nación de Cristo a que demandara ansiosamente su sangre y acumulara
crueldad y escarnio sobre él, deseando que Jesús, resintiendo semejante trato, no conservara
su humildad y mansedumbre.
Mientras Satanás trazaba sus planes, Jesús revelaba cuidadosamente a sus discípulos
los sufrimientos por los que había de atravesar. Que sería crucificado y se levantaría de
nuevo al tercer día. Pero el entendimiento de ellos parecía estar embotado. No podían
entender lo que él les decía.
Capítulo 6
La Transfiguración
Vi que la fe de los discípulos se fortaleció mucho en ocasión de la transfiguración.
Dios escogió darle a los seguidores de Jesús una prueba contundente de que él era el Mesías
prometido, a fin de que en su amargo pesar y chasco, no perdieran completamente su confia
nza. En el momento de la transfiguración, el Señor envió a Moisés y a Elías a hablar con J
esús con respecto a sus sufrimientos y muerte. En vez de elegir ángeles para conversar co
n su Hijo, Dios escogió a aquellos que tenían una experiencia en las pruebas en la tierra.
Elías había caminado con Dios. Su obra no había sido placentera. A través de él,
Dios había reprendido el pecado. Era un profeta de Dios, y tuvo que huir de lugar en lugar
para salvar su vida. Fue perseguido como una bestia salvaje para ser destruído. Dios trasl
adó a Elías. Los ángeles lo llevaron en gloria y triunfo al cielo.
Moisés fue un hombre honrado en extremo por Dios. Fue más grande que cuantos
habían vivido antes de él. Tuvo el privilegio de hablar con Dios cara a cara, como cuando
un hombre habla con un amigo. Le fue permitido ver la luz resplandeciente y la excelente
gloria que rodean al Padre. A través de Moisés, el Señor liberó a los hijos de Israel de la es
clavitud de los egipcios. Moisés fue el mediador entre Dios y su pueblo. Se interpuso a
menudo entre ellos y la ira de Dios. Cuando el furor del Señor se encendió grandemente c
ontra Israel por su incredulidad, sus murmuraciones y sus graves pecados, el amor de Moisé
s por ellos fue probado. Dios le propuso destruir al pueblo y hacer de él una poderosa naci
ón. Moisés demostró su amor por Israel mediante una ferviente intercesión. En su angust
ia, oró a Dios suplicándole que aplacara su gran indignación y perdonara al pueblo, o que b
orrara su nombre de su libro.
Cuando Israel murmuró contra Dios y contra Moisés porque no pudieron obtener ag
ua, lo acusaron de sacarlos para matarlos a ellos y a sus hijos. Dios oyó sus murmuracione
s, y le permitió a Moisés que hiriese la roca para que los hijos de Israel tuvieran agua. Moi
sés hirió la roca con ira, y tomó la gloria para sí mismo. La continua desobediencia y mur
muración de los hijos de Israel le causaron dolor intenso, y por un momento, se olvidó de lo
mucho que Dios los había soportado, y que sus murmuraciones no eran contra él sino contr
a el Señor. En esa ocasión, él sólo pensó en sí mismo, en cuán profundamente lo zaherían
los hijos de Israel, y en cuán poca gratitud había recibido a cambio de su profundo amor ha
cia ellos.
Al golpear la roca, Moisés falló en honrar a Dios y en magnificarlo ante los hijos de
Israel, para que ellos lo glorificaran. Y el Señor se disgustó con Moisés y dijo que él no en
traría a la tierra prometida. Fue a menudo el plan de Dios probar a Israel colocándolo en si
tuaciones desfavorables, para entonces liberarlo de su gran necesidad exhibiendo su poder,
a fin de que lo tuvieran en sus mentes y lo glorificaran.
Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas de piedra, y vio a Israel ador
ando al becerro de oro, su indignación se encendió grandemente, y arrojó las tablas de piedr
a y las quebró. Vi que Moisés no pecó al hacer eso. Se airó por Dios, tuvo celo por su gl
oria. Pero cuando cedió a los sentimientos naturales del corazón, y tomó gloria para sí mis
mo, la cual pertenecía a Dios, pecó y por ese pecado, Dios no le permitió entrar en la tierra
prometida.
Satanás había estado tratando de encontrar algo de qué acusar a Moisés ante los áng
eles. Se regocijó del triunfo que había logrado al inducirlo a disgustar a Dios, y le dijo a lo
s ángeles que cuando el Salvador del mundo viniera a redimir al hombre, él lo vencería. P
or ese pecado, Moisés cayó bajo el poder de Satanás-el dominio de la muerte. Si hubiese p
ermanecido firme, y no hubiese pecado en tomar la gloria para si, el Señor lo hubiera llevad
o a la tierra prometida y lo hubiera trasladado al cielo sin ver la muerte.
Vi que Moisés pasó por la muerte, pero Miguel descendió y le dio vida antes de que
viera corrupción. Satanás reclamó el cuerpo como suyo, pero Miguel resucitó a Moisés, y
lo llevó al cielo. El diablo trató de retener ese cuerpo, pretendiendo que le pertenecía. El
enemigo se quejó amargamente contra Dios, acusándole de ser injusto al permitir que se le
arrebatara su presa. Pero Miguel no reprendió a su adversario, a pesar de que el siervo de
Dios había caído como resultado de sus tentaciones. Mansamente remitió el caso a su Padr
e, diciendo: "El Señor te reprenda".
Jesús le dijo a sus discípulos que algunos no pasarían por la muerte hasta que vieran
descender el reino de Dios con poder. Esa promesa se cumplió en ocasión de la transfigura
ción. El semblante de Jesús cambió, y resplandeció como el sol. Su túnica era blanca co
mo la luz. Moisés estuvo presente en representación de aquellos que serán levantados de e
ntre los muertos en ocasión de la segunda venida de Jesús. Elías, quien fue trasladado sin
ver la muerte, representa a los que serán transformados en seres inmortales a la segunda ven
ida de Cristo y serán trasladados al cielo sin ver la muerte. Los discípulos contemplaron c
on asombro y temor la excelsa majestad de Jesús, y cuando la nube los envolvió oyeron la v
oz de Dios con majestad terrible, diciendo: "Este es mi Hijo amado, oidle".
Favor hacer referencia a: Exodo capítulo 32; Números 20:7-12; Deuteronomio 34:5; 2Reyes 2:11; Marcos cap
ítulo 9; Judas 9.
Capítulo 7
La Tración de Cristo
Se me llevó al momento cuando Jesús comió la pascua con sus discípulos. Satanás
había engañado a Judas, y le hizo creer que era uno de los verdaderos discípulos de Cristo,
pero su corazón siempre fue carnal. Había visto las poderosas obras de Jesús, había estado
con él durante su ministerio, y se había rendido a la poderosa evidencia de que él era el Mes
ías; pero era calculador y codicioso. Amaba el dinero. Se quejó airadamente por el costos
o ungüento derramado sobre Jesús. María amaba a su Señor. Él había perdonado sus pec
ados, que eran muchos, y había resucitado a su amado hermano de los muertos, y ella creía
que nada era demasiado costoso para ofrendárselo. Mientras más caro fuera el ungüento,
mejor podría ella expresar su gratitud al Salvador, dedicándoselo. Como excusa para ocult
ar su codicia, Judas dijo que ese ungüento podría haber sido vendido para dar el dinero a los
pobres. Pero no era su preocupación por los pobres lo que lo impulsaba a decir eso, porqu
e era egoísta, y a menudo se apropiaba para su uso personal de lo que se le había confiado p
ara los pobres. Judas no se había preocupado de la comodidad de Jesús ni de sus necesida
des, y excusaba su codicia refiriéndose a menudo a los pobres. Aquel acto de generosidad
de parte de María constituyó una hiriente reprensión para su carácter codicioso.
El camino estaba preparado para que la tentación de Satanás encontrara fácil acogid
a en el corazón de Judas. Los judíos odiaban a Jesús; pero las multitudes se aglomeraban p
ara escuchar sus palabras de sabiduría y presenciar sus poderosas obras. Eso atrajo la aten
ción de los sacerdotes y ancianos, porque la gente se sentía impulsada por el más profundo i
nterés y seguía ansiosamente a Jesús escuchando las instrucciones de ese maravilloso maest
ro. Muchos de los dirigentes creían en Jesús pero tenían miedo de confesarlo, por temor a
ser despedidos de la sinagoga. Los sacerdotes y ancianos decidieron que tenían que hacer
algo para apartar de Jesús la atención de la gente. Temían que todos los hombres creerían
en él y no se sentían seguros. Habían de perder sus puestos o dar muerte al Señor. Pero d
espués de que le dieran muerte, todavía quedarían algunos que serían monumentos viviente
s de su poder. Jesús había resucitado a Lázaro de los muertos. Temían que si mataban a J
esús, Lázaro testificaría de su poder. La gente se agolpaba para ver al que había sido levan
tado de los muertos, y los dirigentes decidieron eliminar también a Lázaro para sofocar ese
entusiasmo. Entonces podrían lograr que el pueblo se volviera a las tradiciones y doctrinas
de hombres, a fin de que siguieran diezmando el eneldo y el comino, y ejercerían nuevamen
te su influencia sobre él. Convinieron prender a Jesús cuando estuviese solo, porque si int
entaban arrestarlo en medio de una multitud, cuando las mentes de la gente estuviera conce
ntrada en él, la multitud los apedrearía.
Judas sabía cuán ansiosos estaban de prender a Jesús y ofreció entregarlo a los princ
ipales sacerdotes y ancianos por unas cuantas monedas de plata. Su amor al dinero lo indu
jo a traicionar a su Señor entregándolo en manos de sus más acerbos enemigos. Satanás es
taba trabajando directamente a través de Judas, y en medio de las escenas impresionantes d
e la última cena, el traidor estaba trazando planes para entregar a su Maestro. Con pesar, J
esús dijo a sus discípulos que todos ellos se escandalizarían en él aquella noche. Pero Pedr
o afirmó con vehemencia que si todos los demás se escandalizaban, él no lo haría. Jesús le
dijo: Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu f
e no falte; y tú, una vez vuelto confirma a tus hermanos.
Contemplé a Jesús en el huerto con sus discípulos. Con profundo pesar, les rogó q
ue velaran y oraran para que no cayeran en tentación. Sabía que su fe sería probada, que s
us esperanzas se verían frustradas, que necesitarían toda la fortaleza que pudieran obtener c
omo resultado de una estricta vigilancia y ferviente oración. Con fuertes clamores y llanto
Jesús oraba: Padre si quieres pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuy
a. El Hijo de Dios oraba en agonía. Grandes gotas de sangre fluían sobre su rostro y caía
n en tierra. Los ángeles se reunían en ese lugar, testigos de la escena, pero sólo uno fue co
misionado para que fortaleciera al Hijo de Dios en su agonía. Los ángeles del cielo se quit
aron sus coronas, abandonaran sus arpas, y con el más profundo interés observaron silencio
samente a Jesús. No había gozo en el cielo. Ellos hubiesen deseado rodear al Hijo de Dio
s, pero los ángeles que estaban en comando no se lo permitieron, por temor a que cuando co
ntemplaran la entrega de Cristo se decidieran a librarlo; porque el plan había sido trazado y
tenía que cumplirse.
Después que Jesús oró, se acercó a sus discípulos. Estaban durmiendo. En esa ter
rible hora, no contaba siquiera con el aliento y las oraciones de sus discípulos-Pedro, tan cel
oso un poco antes, dormía profundamente. Jesús les recordó sus declaraciones positivas, y
les dijo: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Tres veces el Hijo de Dios or
ó con agonía, entonces apareció Judas con su banda de hombres. Saludó a Jesús como de
costumbre. El grupo rodeó a Jesús quien entonces manifestó su poder divino, cuando dijo:
"¿A quién buscáis?" "Yo soy". Entonces cayeron de espaldas al suelo. Jesús hizo la pre
gunta para que pudiesen ser testigos de su poder, y tuvieran evidencias de que él podía libra
rse de sus manos si quería.
Los discípulos comenzaron a tener esperanzas, al ver cuán fácilmente la multitud ar
mada de palos y de espadas caía en tierra. Al levantarse, rodearon nuevamente al Hijo de
Dios y Pedro desenvainó su espada e hirió a un siervo del sumo sacerdote y le cortó una ore
ja. Jesús le ordenó que envainara su espada diciéndole: "¿Acaso piensas que no puedo ora
r a mi Padre y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?" Vi que cuando pronu
nció esas palabras, el rostro de los ángeles se animó de esperanza. Querían en ese moment
o y allí mismo, rodear a su Comandante y dispersar a la airada multitud. Pero nuevamente,
el pesar se apoderó de ellos cuando Jesús añadió: "¿Pero cómo entonces se cumplirían las E
scrituras de que es necesario que así se haga?" Los corazones de los discípulos también se
hundieron en la desesperación y en amarga frustración cuando vieron que Jesús permitía qu
e sus enemigos se lo llevaran.
Los discípulos temieron por sus propias vidas y todos lo abandonaron y huyeron. J
esús quedó solo en manos de una turba asesina. ¡Oh, qué triunfo fue ese para Satanás! ¡Y
qué tristeza y pesar para los ángeles de Dios! Muchas legiones de santos ángeles, cada una
encabezada por su caudillo, fueron enviados para presenciar la escena, con el propósito de r
egistrar todo acto de crueldad, y todo insulto que fuera lanzado contra el Hijo de Dios, así c
omo toda la aflicción que Jesús sufriera; porque esos mismos hombres habrían de volver a
ver todas esas escenas en vívidos caracteres.
Favor hacer referencia a: Mateo 26:1-56; Marcos 14:1-52; Lucas 22:1-46; Juan capítulo 11, 12:1-11, 18:1-12.
Capítulo 8
El Juicio de Cristo
Cuando los ángeles dejaron el cielo, depusieron con tristeza sus resplandecientes cor
onas. No las podían usar mientras su Comandante estuviese sufriendo, y hubiera de llevar
una corona de espinas. Satanás y sus ángeles estaban ocupados en la sala del tribunal, trata
ndo de destruir todo sentimiento humanitario y de simpatía hacia Jesús. La atmósfera mis
ma era pesada y estaba contaminada por su influencia. Los principales sacerdotes y los an
cianos eran inspirados por los malos ángeles cuando insultaban y maltrataban a Jesús en un
a forma sumamente dificil de soportar para la naturaleza humana. Satanás tenía la esperan
za de que tantos insultos y sufrimiento arrancarían al Hijo de Dios alguna queja o murmura
ción, o que manifestaria su poder divino liberándose de la multitud, con lo cual fracasaría el
plan de salvación.
Pedro siguió a su Señor después de haber sido entregado. Estaba ansioso de ver qu
é ocurriría con Jesús. Y cuando fue acusado de ser uno de sus discípulos, lo negó. Tenía
miedo por su vida y seguridad, y declaró que no conocía al hombre. Los discípulos se dest
acaban por la pureza de su lenguaje, y Pedro, para engañar y convencer a sus acusadores de
que no era uno de los discípulos de Cristo, lo negó la tercera vez con maldiciones y juramen
tos. Jesús, quien estaba a cierta distancia de Pedro, le dirigió una mirada de pesar y reprob
ación. Entonces, él recordó las palabras que Jesús le había dicho en el aposento alto, y tam
bién su propia declaración categórica: "Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me es
candalizaré." Había negado a su Señor con imprecaciones y juramentos; pero la mirada de
l Maestro suavizó el corazón de Pedro y lo salvó. Lloró amargamente y se arrepintió de su
gran pecado, se convirtió, y entonces estuvo preparado para fortalecer a sus hermanos.
La multitud pedía a gritos la sangre de Jesús. Lo azotaron cruelmente, lo cubrieron
con un viejo manto de púrpura, y ciñeron su sagrada sien con una corona de espinas. Le p
usieron una caña en su mano, se inclinaron ante él para burlarse y lo saludaron diciéndole: "
¡Salve, rey de los judíos!" Entonces tomaron la caña que tenía en su mano, y le golpearon
la cabeza de modo que las espinas penetraron en sus sienes y la sangre comenzó a correr po
r su rostro y su barba.
A los ángeles les era dificil soportar la vista de ese espectáculo. Hubieran liberado
a Jesús de sus manos, pero los ángeles comandantes se lo impidieron diciéndoles que era gr
ande el rescate que había de ser pagado por el hombre; pero sería completo, y causaría la m
uerte del que tenía el imperio de la muerte. Jesús sabía que los ángeles estaban presencian
do la escena de su humillación. Vi que el más débil de los ángeles hubiera bastado para ha
cer que la multitud burladora cayera inerte y libertar al Señor. Él sabía que si lo solicitaba
a su Padre, los ángeles lo libertarían instantáneamente. Pero era necesario que Jesús sufrie
ra a manos de hombres malvados para poder llevar a cabo el plan de salvación.
Jesús permaneció manso y humilde delante de la furiosa multitud, mientras cometía
n con él los abusos más viles. Escupieron en su rostro-ese rostro del cual un día querrán o
cultarse, que dará luz a la ciudad de Dios y que resplandecerá más que el sol. Cristo no lan
zó una mirada de enojo a sus ofensores. Cubrieron su cabeza con una vieja prenda de vesti
r para impedirle que viese y entonces le abofetearon el rostro mientras clamaban: "Profetíz
a, ¿quién es el que te golpeó?" Hubo conmoción entre los ángeles. Ellos lo hubieran resc
atado inmediatamente, pero el ángel que los dirigía no lo permitió.
Algunos de sus discípulos habían recuperado la suficiente confianza como para entr
ar donde él se hallaba y presenciar el juicio. Esperaban que mostrara su divino poder, se li
berara de las manos de sus enemigos y los castigara por su crueldad hacía él. Sus esperanz
as ascendían y descendían según iban sucediéndose las distintas escenas. A veces dudaba
n, y temían haber sido engañados. Pero la voz que oyeron en el monte de la transfiguració
n y la gloria que contemplaron, fortaleció su fe de que él era el Hijo de Dios. Recordaron l
as escenas de las que habían sido testigos, los milagros que habían visto hacer a Jesús al san
ar a los enfermos, abrir los ojos de los ciegos, reprender y echar a los demonios, resucitar a
los muertos y hasta calmar el viento y la mar. No podían creer que tuviera que morir. Esp
eraban que todavía se levantara con poder, y que con su voz llena de autoridad dispersara a
la multitud sedienta de sangre, como cuando entró en el templo y despidió a los que estaban
convirtiendo la casa de Dios en un mercado, y huyeron de su presencia como si los persigui
era un grupo de soldados armados. Los discípulos esperaban que Jesús manifestara su pod
er y convenciera a todos de que era el rey de Israel.
Judas se llenó de amargo remordimiento por su infamia al traicionar a Cristo. Y cu
ando presenció la crueldad que tuvo que soportar el Salvador, se sintió abrumado. Había a
mado a Jesús, pero más aún al dinero. No creyó que el Señor permitiera que lo prendieran
los hombres que él había conducido. Esperaba que realizara un milagro para librarse de ell
os. Pero cuando vio en la sala del tribunal a la multitud enfurecida y sedienta de sangre, si
ntió profundamente su culpa; y mientras muchos acusaban con vehemencia a Jesús, Judas a
vanzó impetuosamente por en medio de la multitud, para confesar que había pecado al traic
ionar sangre inocente. Ofreció a los sacerdotes el dinero que le habían pagado, y les rogó
que dejaran libre al Señor, declarando que éste no tenía culpa alguna. Por breves instantes,
el disgusto y la confusión mantuvieron en silencio a los sacerdotes quienes no querían que e
l pueblo se diera cuenta de que habían sobornado a uno de los profesos seguidores de Jesús
para que lo traicionara y lo entregara en sus manos. Querían ocultar el hecho de que había
n buscado al Señor como si fuese un ladrón y lo habían prendido en secreto. Pero la confe
sión de Judas y su aspecto torvo y culpable desenmascararon a los sacerdotes ante la multit
ud, demostrando que había sido el odio la causa de que prendieran al Maestro. Mientras Ju
das afirmaba en alta voz que Jesús era inocente, los sacerdotes replicaron: "¿Qué nos impor
ta a nosotros¡" ¡Allá tú!" Tenían a Cristo en sus manos, y estaban determinados a no solt
arlo. Judas, abrumado por el pesar, arrojó el dinero que ahora despreciaba, a los pies de lo
s que lo habían contratado, e impulsado por la angustia y el horror salió y se ahorcó.
Jesús tenía muchos simpatizantes en el grupo que lo rodeaba y el hecho de que no re
spondiera a las numerosas preguntas que se le hacían asombraba a la multitud. Se mantení
a en silencio frente al escarnio y la violencia de la turba, y ni un gesto, ni una expresión de
molestia se dibujaban en su semblante. Tenía una actitud digna y compuesta. Los especta
dores lo contemplaban maravillados. Comparaban su perfecta forma y su comportamiento
firme y digno con la apariencia de los que se habían sentado en juicio contra él. Se decían
unos a otros que tenía mucho más aires de un rey que cualquiera de los dirigentes. No tení
a señales de ser un criminal. Su mirada era bondadosa, clara y libre de temor; su frente era
amplia y elevada. Cada rasgo de su rostro expresaba benevolencia y nobleza. Su pacienc
ia y tolerancia eran tan sobrehumanas que muchos temblaban. Aun Herodes y Pilato se sin
tieron sumamente perturbados frente a su porte noble y divino.
Desde el principio, Pilato se convenció de que Jesús no era un hombre común. Cre
ía que era una persona excelente y totalmente inocente de las acusaciones que se hacían en
su contra. Los ángeles que contemplaban la escena notaron la convicción del gobernador r
omano, y para salvarlo de comprometerse en el terrible acto de entregar a Jesús para que fu
era crucificado, un ángel fue enviado a la esposa de Pilato a fin de que le dijera por medio d
e un sueño que era al Hijo de Dios a quien su esposo estaba juzgando, y que éste sufría sien
do inocente. Inmediatamente, ella le envió un mensaje declarando que había padecido mu
cho en sueños a causa de Jesús, y para advertirle que no tuviera nada que ver con ese santo.
El mensajero, abriéndose paso apresuradamente entre la multitud, puso la carta en manos d
e Pilato. Al leerla, éste tembló, se puso pálido, y decidió no hacer nada para enviar a Crist
o a la muerte. Si los judíos querían la sangre de Jesús, él no prestaría su influencia para qu
e lo lograran, sino que trataría de liberarlo.
Cuando Pilato oyó que Herodes se encontraba en Jerusalén, sintió gran alivio, porqu
e esperaba deshacerse de toda responsabilidad con respecto al juicio y la condenación de Je
sús. Inmediatamente, lo envió con sus acusadores a Herodes. Ese gobernante se había en
durecido en el pecado. El asesinato de Juan el Bautista había dejado en su conciencia una
mancha de la que no se podía librar. Cuando oyó hablar de Cristo y de las poderosas obras
que estaba realizando, temió y tembló pues creía que se trataba de Juan el Bautista que habí
a resucitado de los muertos. Cuando Jesús fue puesto en sus manos por Pilato, Herodes co
nsideró ese acto como un reconocimiento de su poder, de su autoridad y de su capacidad pa
ra juzgar. Previamente ellos habían sido enemigos, pero ahora se amistaron. Herodes se a
legró de ver a Jesús, pues esperaba que realizara un gran milagro para agradarlo. Pero no e
ra la obra de Jesús la de satisfacer su curiosidad. Su poder divino y milagroso era ejercido
para la salvación de los demás, pero no en su propio beneficio.
Jesús nada respondió a las numerosas preguntas que le hizo Herodes; tampoco repli
có a sus enemigos que lo acusaban con vehemencia. Herodes se enfureció porque aparente
mente, Jesús no temía su poder, y con sus soldados lo denigró, se burló de él y maltrató al
Hijo de Dios. Pero se asombró del aspecto noble y divino de Jesús en medio de ese vergon
zoso maltrato y temiendo condenarlo, lo envió de vuelta a Pilato.
Satanás y sus ángeles estaban tentando a Pilato y tratando de conducirlo a su propia
ruina. Le sugirieron que si no quería tomar parte en la condenación de Jesús otros lo haría
n, que la multitud estaba sedienta de su sangre, y que si no lo entregaba para ser crucificad
o, perdería su poder y sus honores mundanales, y se lo denunciaría como creyente en el imp
ostor. Por temor a perder su poder y autoridad, Pilato consintió en dar muerte a Cristo. Y
aunque colocó la sangre de Jesús sobre sus acusadores, y la multitud la recibió con el clamo
r: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos". Pilato no estaba exento de respon
sabilidad; fue culpable de la sangre de Cristo. Por sus intereses egoístas, por su amor al ho
nor de los grandes hombres de la tierra, entregó a la muerte a un inocente. Si Pilato hubier
a seguido sus propias convicciones, no habría tenido nada que ver con la condenación de Je
sús.
El aspecto y las palabras del Señor durante su juicio causaron una profunda impresi
ón en las mentes de muchos de los que estaban presentes, la cual se revelaría después de su
resurrección, y muchos serían añadidos a la iglesia cuya experiencia y convicción comenzar
on en el momento del juicio de Jesús.
Satanás se airó muchísimo cuando vio que toda la crueldad con que los principales s
acerdotes había tratado a Jesús a instancias suya no había logrado que emitiera la más míni
ma queja. Vi que aunque había tomado sobre sí la naturaleza humana estaba sostenido por
un poder y una fortaleza divina, y no se apartó en lo mas mínimo de la voluntad de su Padr
e.
Favor hacer referencia a: Mateo 26:57-75, 27:1-31; Marcos 14:53-72, 15:1-20; Lucas 22:47-71, 23:1-25; Juan
capítulo 18, 19:1-16.
Capítulo 9
La Crucifixión de Cristo
El Hijo de Dios, fue entregado al pueblo, para ser crucificado. Se llevaron al amad
o Salvador. Estaba débil y agotado por el dolor y el sufrimiento causado por los golpes qu
e había recibido, sin embargo, cargaron sobre él la pesada cruz sobre la cual pronto lo había
n de clavar. Pero Jesús se desmayó bajo al carga. Tres veces colocaron sobre él la pesada
cruz, y tres veces se desmayó. Entonces, tomaron a uno de sus seguidores, un hombre que
no había profesado abiertamente su fe en Cristo, pero que creía en él. Colocaron sobre él l
a cruz, y la llevó hasta el lugar de la muerte. Compañías de ángeles se reunieron en el aire
y se dirigieron hacia el lugar. Un gran número siguió al Salvador hacia el Calvario, mucho
s sufrían y repetían sus alabanzas. Los que habían sido sanados de diversas enfermedades,
los que habían resucitado de entre los muertos, se refirieron en tono ferviente a sus maravill
osas obras y manifestaron el deseo de saber qué había hecho para que se lo tratara como a u
n malhechor. Pocos días antes lo habían acompañado en medio de gozosos hosannas mien
tras extendían sobre el camino sus vestiduras y las hermosas ramas de palma, cuando él entr
aba triunfalmente en Jerusalén. Creían que él tomaría el reino y reinaría como un príncipe
temporal sobre Israel. ¡Cómo cambió la escena! ¡Cómo se marchitaron sus planes! Sigu
ieron a Jesús, no con gozo, no con corazones rebosantes de alegría, ni con animosas esperan
zas, sino con corazones llenos de temor y desesperación, lentamente y con tristeza, siguiero
n a quien había sido deshonrado, humillado y quien estaba por morir.
La madre de Jesús estaba allí. Su corazón estaba angustiado, como solamente una
amante madre puede sentirse. Su quebrantado corazón todavía abrigaba esperanzas, al igu
al que los discípulos, de que su Hijo haría algún milagro y se liberaría de sus asesinos. Ell
a no podía soportar el pensamiento de que él permitiera que lo crucificaran. Pero las prepa
raciones se hicieron, y clavaron a Jesús sobre la cruz. El martillo y los clavos fueron traíd
os. El corazón de los discípulos desmayó dentro de ellos. Su madre contempló la escena
con agonizante suspenso, casi mas allá del sufrimiento, a medida que extendían a Jesús sobr
e la cruz y estaban a punto de clavar sus manos con los crueles clavos sobe los brazos de m
adera, los discípulos se llevaron a la madre de Jesús de la escena para que ella no oyera el s
onido de los clavos cuando éstos penetraban a través de los huesos y los músculos de la tier
na carne de sus manos y sus pies. Jesús no murmuró pero gimió en agonía. Su rostro esta
ba pálido y grandes gotas de sudor perlaban su frente. Satanás se alegró de los sufrimiento
s que el Hijo de Dios estaba experimentando, pero temía que su reino estaba perdido, y de q
ue tendría que morir.
Levantaron la cruz después de que Jesús fue clavado a ésta, y la arrojaron con gran
violencia en el hoyo preparado para ella en la tierra, rasgando su carne y causando al Hijo d
e Dios el sufrimiento más intenso. Hicieron que su muerte fuera lo más vergonzosa posibl
e. Con él crucificaron a dos ladrones, uno a cada lado de Jesús. Tomaron a los ladrones p
or la fuerza y después de mucha resistencia, fueron empujados hacia atrás y clavados a sus
cruces. Pero Jesús se sometió mansamente. No necesitó que nadie lo forzara. Mientras
que los ladrones estaban maldiciendo a sus verdugos, Jesús, en agonía, oraba por sus enemi
gos: Padre perdónalos porque no saben lo que hacen. No fue solamente agonía fisica la qu
e Jesús soportó, sino que los pecados de todo el mundo reposaban sobre él.
Mientras Jesús colgaba de la cruz, algunos de los que pasaban se burlaban de él, mo
viendo sus cabezas, como si se inclinaran ante un rey, y le decían: tú, el que derribas el tem
plo y en tres días lo reedificas, sálvate a tí mismo: si eres Hijo de Dios, desciende de la cru
z. El diablo usó las mismas palabras al hablarle a Cristo en el desierto: si eres Hijo de Dio
s. Los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, escarneciendo con burla, dij
eron: a otros salvó, a sí mismo no se puede salvar: si es el Rey de Israel, descienda ahora de
la cruz, y creeremos en él. Los ángeles que estaban suspendidos sobre la escena de la cruc
ifixión de Cristo, se sintieron movidos con indignación cuando los dirigentes le zaherían, di
ciendo: Si es el Hijo de Dios que se salve a sí mismo. Deseaban venir al rescate de Jesús y
librarlo; pero no les estaba permitido hacerlo. El objeto de su misión estaba casi cumplido.
A medida que colgaba de la cruz, sufriendo esas horrendas horas de agonía no se olvidó de
su madre. Ella no podía permanecer lejos de la triste escena. La última lección de Jesús,
fue una de compasión y de humanidad. Miró a su madre cuyo corazón estaba cargado de d
olor, y a su amado discípulo Juan. Entonces le dijo a su madre: Mujer he ahí tu Hijo, y lue
go a Juan: He ahí tu madre. Y desde aquella hora, Juan la llevó a su propia casa.
En su agonía, Jesús tuvo sed. Pero lo insultaron todavía más al darle a beber vinagr
e mezclado con mirra. Los ángeles habían presenciado la horrible escena de la crucifixión
de su amado Comandante hasta que no pudieron ya contemplarla, y velaron sus rostros para
no ver el espectáculo. El sol se negó a mirar la terrible escena. Jesús exclamó en una voz
potente que llenó de terror a sus asesinos, diciendo: Consumado es. Entonces el velo del te
mplo se rasgó de arriba a abajo, la tierra tembló y las piedras se hendieron. Fueron hechas
grandes tinieblas sobre la faz de toda la tierra. La última esperanza de los discípulos parec
ió borrarse cuando Jesús murió. Muchos de sus seguidores presenciaron la escena de sus s
ufrimientos y muerte, y su copa de dolor estaba llena.
Satanás no se alegró entonces como lo había hecho antes. Él había esperado poder
desbaratar el plan de salvación, pero éste había sido diseñado con fundamentos muy profun
dos. Y ahora, con la muerte de Jesús, él sabía que finalmente tendría que morir y su reino l
e sería quitado y entregado a Jesús. Hizo un concilio con sus ángeles. No había logrado n
ada en contra del Hijo de Dios, y ahora deberían redoblar sus esfuerzos, y con todo su pode
r y astucia, volverse contra los seguidores de Jesús. Debían tratar en todo lo posible de im
pedirle a cuantos pudieran que recibieran la salvación comprada para ellos por Jesús. Al h
acer esto, Satanás podía aún trabajar en contra del gobierno de Dios. También le convendr
ía alejar de Jesús a todos cuantos pudiera porque los pecados de aquellos que fueran redimi
dos por la sangre de Cristo, y vencieran finalmente, serán colocados sobre el originador del
pecado, el diablo, y él tendrá que llevar sus pecados, mientras que los que no acepten la sal
vación a través de Jesús, llevarán sus propios pecados.
La vida de Jesús estuvo destituida de grandeza mundanal y de despliegue pomposo.
Su humilde y abnegada vida contrastaba grandemente con las vidas de los sacerdotes y de l
os ancianos, quienes amaban la comodidad y los honores mundanales, y esa vida santa de J
esús era un continuo reproche para ellos, a causa de sus pecados. Lo despreciaron por su h
umildad, por su santidad y pureza. Pero aquellos que lo despreciaron aquí, un día lo verán
en la grandeza del cielo, con la insuperable gloria de su Padre. Él estaba rodeado de enemi
gos en la sala del tribunal, los cuales estaban sedientos de su sangre, pero aquellas personas
endurecidas que gritaron: Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos, lo contempla
rán como un Rey lleno de honores. Todas las huestes celestiales lo escoltarán en su viaje a
la tierra, con cánticos de victoria, majestad y grandeza, al que fue inmolado, pero que vive
nuevamente como un poderoso conquistador. El pobre, débil y miserable hombre escupió
en el rostro del Rey de gloria, mientras que un grito de triunfo brutal ascendió de la turba an
te el insulto degradante. Desfiguraron esa cara con bofetadas y crueldad que llenaron a tod
o el cielo de admiración. Ellos contemplarán ese rostro otra vez, resplandeciente como el s
ol al medio día, y buscarán huir de éste. En vez de ese grito de triunfo brutal, aterrorizado
s, se lamentarán acerca de él. Jesús presentará su manos, con las heridas de su crucifixión.
Él siempre llevará las marcas de esa crueldad. Cada marca de los clavos contará la historia
de la maravillosa redención del hombre, y del precio tan elevado que la compró. Los mis
mos hombres que traspasaron el costado del Señor de la vida con la lanza, contemplarán la
herida de esa lanza, y se lamentarán con profunda angustia por la parte que jugaron en desfi
gurar su cuerpo. Sus asesinos estaban grandemente irritados por causa de la inscripción E
L REY DE LOS JUDÍOS, colocada sobre la cruz, encima de su cabeza. Pero entonces se v
erán obligados a verlo venir en toda su gloria y poder regio. Contemplarán en sus vestidur
as y en su muslo escrito en vívidos caracteres. REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORE
S. Le gritaron burlonamente, mientras pendía de la cruz: Si es el Rey de Israel, descienda
ahora de la cruz, y creeremos en él. Lo verán entonces con poder real y autoridad. No de
mandarán evidencia de que él es el Rey de Israel, sino que abrumados con el sentido de su
majestad y extraordinaria gloria, estarán obligados a reconocerlo diciendo: Bendito el que v
iene en el nombre del Señor.
La conmoción de la tierra, las rocas rompiéndose, la oscuridad que se extendía sobr
e toda la tierra y la voz potente de Jesús clamando: Consumado es, al entregar su vida, preo
cupó a sus enemigos e hizo temblar a sus asesinos. Los discípulos se maravillaron acerca
de todas esas manifestaciones; pero todas sus esperanzas estaban destruidas. Temían que l
os judíos trataran de destruirlos a ellos también. Estaban seguros de que el odio manifesta
do en contra del Hijo de Dios no terminaría allí. Los discípulos pasaron horas de soledad y
dolor, llorando su desilusión. Habían tenido la esperanza de él reinaría como príncipe tem
poral; pero sus esperanzas murieron con Jesús. En su pesar y desilusión, llegaron a dudar s
i Jesús no los había engañado. Su madre fue humillada, y aun su fe titubeó, dudando si él
había sido el Mesías.
Pero, a pesar de que los discípulos habían sido chasqueados en sus esperanzas con r
especto a Jesús, todavía lo amaban, y respetaban, y honraban su cuerpo, pero no sabían cóm
o pedirlo. José de Arimatea, un honorable senador, tenía influencia y era uno de los verdad
eros discípulos de Jesús. Él fue en privado pero osadamente a Pilato y le pidió que le entre
gara el cuerpo de Jesús para sepultarlo. No se atrevió a ir abiertamente, porque el odio de l
os judíos era tan grande que los discípulos temieron que éstos harían esfuerzos para impedir
que el cuerpo de Jesús tuviera un lugar de descanso honorable. Pero Pilato concedió su pe
dido, y con suavidad y reverencia bajaron de la cruz el cuerpo de Jesús, su pena se renovó,
y lloraron por su marchitadas esperanzas con profunda angustia. Envolvieron a Jesús en li
no fino y José lo puso en su nuevo sepulcro. Las mujeres que habían sido sus humildes se
guidoras mientras él vivió se mantuvieron cerca de él después de su muerte y no lo dejarían
hasta que vieran su sagrado cuerpo colocado en el sepulcro, y que una pesada piedra fuera p
uesta a la entrada para que sus enemigos no lograran obtener su cuerpo. Pero no tenían qu
e temer, porque yo contemplé a la hueste angélica cuidando con indecible interés el lugar d
e descanso de Jesús. Ellos guardaban el sepulcro esperando fervientemente la orden de act
uar su parte en la liberación del Rey de gloria de su prisión.
Los asesinos de Cristo temían que él aún volviera a la vida y escapara. Le rogaron
a Pilato que pusiera una guardia para vigilar el sepulcro hasta el tercer día. Pilato les conc
edió soldados armados para vigilar el sepulcro, sellando la entrada de éste con una piedra n
o fuera que sus discípulos lo hurtaran y dijeran que él había resucitado de los muertos.
Favor hacer referencia a: Mateo 21:1-11, 27:32-66; Marcos 15:21-47; Lucas 23:26-56; Juan 19:17-42; Apocal
ipsis 19:11-16.
Capítulo 10
La Resurrección de Cristo
Los discípulos, entristecidos por la muerte de su Señor, reposaron durante el sábado,
mientras que Jesús, el Rey de gloria, permanecía en el sepulcro. La noche había transcurri
do lentamente, y cuando estaba todavía oscuro, los ángeles que volaban sobre el sepulcro sa
bían que la hora de libertar al amado Hijo de Dios, su amado comandante casi había llegad
o. Y mientras esperaban con profunda emoción la hora de su triunfo, un fuerte y poderoso
ángel descendió del cielo, volando velozmente. Su rostro era como un relámpago y su vest
idura blanca como la nieve. Su luz disipó las tinieblas de su camino, e hizo que los ángele
s malos que con voz triunfal habían reclamado el cuerpo de Jesús, huyeran aterrorizados po
r el resplandor de su gloria. Uno de la hueste angélica que había sido testigo de las escena
s de la humillación de Jesús y que había montado guardia junto a su lugar de descanso, se u
nió al ángel del cielo y juntos, descendieron al sepulcro. La tierra tembló cuando ellos se a
cercaron, y se produjo un gran terremoto.
El terror se apoderó de la guardia romana. ¿Dónde estaba su poder para conservar
el cuerpo de Jesús? No pensaron ni en su deber ni en la posibilidad de que los discípulos s
e llevaran el cuerpo. Cuando la luz de los ángeles resplandeció alrededor de ellos con un f
ulgor mayor que el del sol, la guardia romana cayó al suelo como muerta. Uno de los ánge
les retíró la gran piedra que cubría la puerta del sepulcro y se sentó sobre ella. El otro entr
ó en la tumba y desató los vendajes que cubrían la cabeza de Jesús. Entonces, el ángel que
había venido del cielo, con una voz que hizo temblar la tierra, exclamó: Tú, Hijo de Dios, t
u Padre te llama! Sal fuera! La muerte ya no podía ejercer más dominio sobre él. Jesús
se levantó de entre los muertos triunfante y vencedor. La hueste angélica contempló la esc
ena con solemne reverencia. Y cuando el Señor salió del sepulcro en majestad, esos respla
ndecientes ángeles se postraron en tierra y lo alabaron con himnos de victoria y de triunfo,
porque la muerte ya no podía retener a su divino cautivo. Satanás no había triunfado ahor
a. Los ángeles de Satanás se habían visto obligados a huir ante la luz refulgente y penetran
te de los ángeles celestiales. Amargamente se quejaron a su rey, de que su presa les había s
ido quitada violentamente y que Aquel a quien tanto odiaban se había levantado de entre los
muertos.
Satanás y su hueste se habían regocijado de que su poder sobre el hombre caído hab
ía logrado que el Señor de la vida yaciera en la tumba, pero su triunfo infernal fue de breve
duración. Porque cuando Jesús salió de su cárcel como majestuoso vencedor, Satanás sup
o, que en poco tiempo tendría que morir, y que su reino pasaría a Aquel a quien le correspo
ndía. Se lamentó con ira de que a pesar de todos sus esfuerzos, el Señor no había sido ven
cido, sino que había abierto un camino de salvación para el hombre, de manera que todo aq
uel que quisiera, podría avanzar por éste y salvarse.
Momentáneamente, Satanás pareció triste y mostró angustia. Se reunió en concilio
con sus ángeles para deliberar acerca de qué métodos podían usar a fin de seguir trabajando
en contra del gobierno de Dios. Satanás ordenó a sus siervos que se pusieran en contacto c
on los principales sacerdotes y ancianos. Les dijo: "Tuvimos éxito en engañarlos, cegando
sus ojos y endureciendo sus corazones contra Jesús. Les hicimos creer que era un imposto
r. Esa guardia romana llevará la desagradable noticia de que Cristo ha resucitado. Conse
guimos que los sacerdotes y los ancianos aborrecieran a Jesús y le dieran muerte. Hagámo
sles saber ahora que si se propaga el hecho de que Jesús ha resucitado, el pueblo los apedre
ará por haber enviado a la muerte a un hombre inocente".
Cuando las hueste angélica se fue al cielo y se disiparon la luz y la gloria, vi que la
guardia romana se atrevió a levantar cuidadosamente la cabeza para ver si era seguro que m
iraran a su alrededor. Estaban llenos de asombro al ver que la gran piedra había sido retira
da y que Jesús había resucitado. Se apresuraron a ir a los príncipes de los sacerdotes y a lo
s ancianos para relatarles la asombrosa historia de lo que habían visto. Cuando esos asesin
os escucharon el maravilloso informe, sus rostros empalidecieron. El horror se apoderó de
ellos cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho. Entonces se dieron cuenta de que si
el informe era correcto, estaban perdidos. Por unos momentos se quedaron en silencio, co
ntemplándose los unos a los otros sin saber qué hacer ni qué decir. Aceptar el informe equi
valía a condenarse a sí mismos. Se reunieron aparte para consultar en cuanto a lo que se d
ebía hacer. Argumentaron que si el informe de que Jesús había resucitado y la historia de e
se despliegue de sorprendente gloria que hizo que la guardia cayera como muerta comenzab
a a circular entre la gente, el pueblo ciertamente se llenaría de ira y los mataría. Decidiero
n sobornar a los soldados para que guardaran el secreto. Le ofrecieron una gran suma de d
inero diciéndoles: Decid vosotros: sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando
nosotros dormidos. Y cuando los guardias les preguntaron qué iba a suceder con ellos por
quedarse dormidos en sus puestos, los dirigentes judíos les prometieron persuadir al gobern
ador y asegurar de esemodo su tranquilidad. Por dinero, la guardia romana decidió vender
su honra y estuvo de acuerdo en seguir el consejo de los sacerdotes y ancianos.
Cuando Cristo pendiendo de la cruz, exclamó: "¡Consumado es!" las rocas se hendi
eron, la tierra tembló y algunas tumbas se abrieron. Al levantarse como triunfador sobre la
muerte y el sepulcro, mientras la tierra se sacudía y la gloria del cielo resplandecía en torno
del lugar sagrado, muchos de los justos muertos obedientes a su llamado, salieron como test
igos de que había resucitado. Esos santos favorecidos y resucitados salieron glorificados d
e la tumba. Eran escogidos y santos de todas las edades, desde la creación hasta los días d
e Cristo. De manera que mientras los dirigentes judíos trataban de ocultar el hecho de que
Cristo había resucitado, Dios escogió resucitar una compañía de la tumba para testificar que
Jesús había resucitado, y para declarar su gloria.
Esos seres resucitados eran de diferente estatura y forma. Se me informó que los h
abitantes de la tierra se habían estado degenerando en fortaleza y belleza. Satanás tiene po
der sobre la enfermedad y la muerte, y en todas las edades la maldición ha sido cada vez ma
s visible, y el poder de Satanás se ha hecho más evidente. Los que vivían en los días de N
oé y de Abrahán se parecían a los ángeles en su forma, su apariencia y su fortaleza. Pero c
ada generación sucesiva se ha vuelto más débil, más susceptible a la enfermedad, y su vida
ha sido de más corta duración que la anterior. Satanás ha ido aprendiendo cómo perturbar
y debilitar a la raza.
Los santos que salieron de sus tumbas después de la resurrección de Jesús, se aparec
ieron a muchos, diciéndoles que se había completado el sacrificio en favor del hombre, que
Jesús, a quien los judíos habían crucificado, había resucitado de los muertos, y como prueb
a de sus palabras, declararon: Nosotros resucitamos con él. Dieron testimonio en el sentid
o de que por el poder de Jesús habían sido llamados a salir de la tumba. A pesar de los info
rmes mentirosos que comenzaron a circular, la resurrección de Cristo no pudo ser ocultada
por Satanás, sus ángeles o los principales sacerdotes. Porque ese grupo santo, resucitado d
e la tumba, diseminó las maravillosas y gozosas nuevas. El mismo Jesús se manifestó tam
bién a sus apenados y descorazonados discípulos, para disipar sus temores e infundirles goz
o y alegría.
A medida que las nuevas se difundían de ciudad en ciudad, y de pueblo en pueblo, l
os judíos a su vez temieron por sus vidas, y ocultaron el odio que acariciaban en contra de l
os discípulos. Su única esperanza era poder esparcir su relato mentiroso. Y los que desea
ban que esa mentira fuera verdad, la creyeron. Pilato tembló. Creyó el poderoso testimon
io dado de que Jesús había resucitado de los muertos, y de que él había levantado con él a
muchos otros, y su paz se apartó de él para siempre. Por el honor mundano, por temor a pe
rder su autoridad y su vida, entregó a Jesús a la muerte. Ahora estaba completamente conv
encido de que no era tan solo de la sangre de un hombre común e inocente de la cual él era
culpable, sino de la sangre del Hijo de Dios. Miserable fue la vida de Pilato, miserable has
ta que llegó a su fin. La desesperación y la angustia quebrantaron todo sentimiento de goz
osa esperanza. Rehusó ser confortado, y terminó en la muerte más trágica.
El corazón de Herodes se volvió más empedernido, y cuando escuchó que Jesús hab
ía resucitado, no se preocupó mucho. Mandó a matar a Santiago; y cuando vio que eso co
mplacía a los judíos, arrestó también a Pedro, con la intención de matarlo. Pero Dios tenía
una obra para Pedro, y envió a su ángel y lo liberó. Herodes fue visitado por juicios divino
s. Dios lo hirió en presencia de una gran multitud mientras se exaltaba a sí mismo ante ell
a, y murió de una horrible muerte.
Temprano en la mañana, antes de que hubiera luz, las santas mujeres vinieron al sep
ulcro trayendo especias aromáticas para ungir el cuerpo de Jesús, cuando encontraron que l
a pesada piedra que estaba a la puerta del sepulcro había sido removida y que el cuerpo de J
esús no estaba allí. Sintieron en su interior que su corazón desmayaba, y temieron que sus
enemigos se hubieran llevado el cuerpo. Y, he aquí que dos ángeles en vestidos blancos se
pusieron junto a ellas; sus rostros eran brillantes y relucientes. Comprendieron la misión d
e la santas mujeres e inmediatamente les dijeron que ellas estaban buscando a Jesús, pero él
no estaba allí, había resucitado y podían ver el lugar donde él había sido puesto. Les orden
aron que fueran y les dijeran a los discípulos que el Señor iría delante de ellos a Galilea. P
ero las mujeres estaban asustadas y atónitas. Con gran prisa corrieron hacia los discípulos
quienes estaban de duelo y no podían ser consolados porque su Señor había sido crucificad
o; apresuradamente les dijeron las cosas que habían visto y escuchado. Los discípulos no
podían creer que él hubiera resucitado, pero, en compañía de las mujeres que habían llevad
o el informe, corrieron precipitadamente hacia el sepulcro y encontraron que verdaderament
e Jesús no estaba ahí. Allí estaban los lienzos, pero no podían creer que Jesús se había leva
ntado de los muertos. Regresaron a la casa maravillados de las cosas que habían visto, y ta
mbién del reporte que les habían traído las mujeres. Pero María escogió demorarse cerca d
el sepulcro, meditando en lo que había visto y estaba triste ante el pensamiento de que pudi
era haber sido engañada. Sintió que le aguardaban nuevas pruebas. Su pesar aumentó y p
rorrumpió en amargo llanto. Se inclinó a mirar dentro del sepulcro y vio a dos ángeles ves
tidos de blanco. Sus rostros eran brillantes y relucientes. Uno de ellos estaba sentado a la
cabecera y el otro a los pies donde Jesús había descansado. Le hablaron tiernamente y le p
reguntaron por qué lloraba. Ella replicó: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde l
e han puesto.
Y como se retiró del sepulcro, vio a Jesús de pie cerca de ella; pero no lo reconoció.
Jesús le habló con ternura a María e inquirió acerca de la causa de su tristeza, preguntándol
e a quién buscaba. Ella, pensando que era el hortelano, le suplicó que si él se había llevad
o a su Señor, le dijera dónde lo había puesto y ella entonces se lo llevaría. Jesús le habló c
on su propia voz celestial y le dijo: ¡María! Ella estaba familiarizada con el tono de aquell
a voz amada y prestamente respondió: ¡Maestro! y con gozo y alegría estaba a punto de abr
azarlo; pero Jesús se apartó y le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; m
ás ve a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dio
s. Gozosamente ella se apresuró a dar las buenas nuevas a los discípulos. Jesús rápidame
nte ascendió a su Padre para oir de sus labios que su sacrificio había sido aceptado, que hab
ía hecho bien todas la cosas y a recibir de su Padre toda potestad en el cielo y en la tierra.
Una nube de ángeles rodeaba al Hijo de Dios, quienes ordenaron a las puertas eterna
s que se alzaran para que pudiera entrar el Rey de gloria. Vi que mientras Jesús estaba aco
mpañado de esa resplandeciente hueste celestial, en la presencia de su Padre y rodeado de l
a excelsa gloria de Dios, él no olvidó a sus pobres discípulos que estaban en la tierra; sino q
ue recibió poder de su Padre para regresar a ellos e impartirles de su poder. El mismo día r
egresó y se mostró a sus discípulos. Les permitió que lo tocaran porque ya había ascendid
o a su Padre y había recibido poder.
Pero en ese momento Tomás no estaba presente. No recibió humildemente el infor
me de los discípulos; sino que con firmeza y lleno de confianza propia afirmó que no lo cre
ería, a menos que pusiera sus dedos en las marcas de los clavos y su mano en su costado do
nde la cruel lanza había sido enterrada. En esto él mostró falta de confianza en sus herman
os. Y si todos ellos hubieran requerido la misma evidencia, muy pocos habrían recibido a
Jesús y creído en su resurrección. Pero era la voluntad de Dios que el informe de los discí
pulos fuera de uno a otro, y que muchos lo recibieran de los labios de quienes habían visto
y escuchado. Dios no se sentía complacido con una incredulidad tal. Y cuando Jesús se r
eunió de nuevo con sus discípulos Tomás estaba con ellos. En el mismo momento que vio
a Jesús él creyó. Pero había declarado que no estaría satisfecho sin que la evidencia del se
ntido del tacto se uniera a la de la vista, y Jesús le dio la evidencia que él deseaba. Tomás
exclamó: ¡Mi Señor y mi Dios! Pero Jesús le reprochó por su incredulidad. Le dijo: Tom
ás, porque me has visto has creído; bienaventurados son los que no han visto y sin embargo
han creído.
De esa manera vi que quienes no tuvieron una experiencia en los mensajes del prim
ero y segundo ángeles1, deben recibirla de aquellos que la tuvieron y seguir a la par de los
mensajes. Vi que esos mensajes han sido crucificados, de la misma manera en que Jesús f
ue crucificado. Y que como los discípulos declararon que no había salvación en otro nomb
re debajo del cielo dado a los hombres; así también deberían los siervos de Dios declarar fie
lmente y sin temor, que los que acepten solamente una parte de las verdades conectadas con
el tercer mensaje2 deben aceptar gozosamente el primero, el segundo y el tercer mensajes d
e la manera que Dios los ha dado o no deben tener parte ni lote en el asunto.
Me fue mostrado que mientras las santas mujeres estaban llevando el reporte de que
Jesús había resucitado, la guardia romana estaba haciendo circular la mentira que los princi
pales de los sacerdotes y los escribas habían puesto en sus bocas, que los discípulos habían
venido de noche mientras ellos dormían, y habían robado el cuerpo de Jesús. Satanás habí
a puesto esta mentira en los corazones y en los labios de los principales de los sacerdotes, y
el pueblo estuvo listo para aceptar su palabra. Pero Dios hizo que ese asunto fuera indiscut
ible y colocó este importante evento, sobre el cual descansa la salvación, más allá de toda d
uda, y donde fuera imposible que los sacerdotes y escribas lo ocultaran. Muchos testigos f
ueron levantados de los muertos para probar que Cristo había resucitado.
Jesús permaneció por cuarenta días con sus discípulos, proporcionándoles gozo y al
egría de corazón, y abriéndoles más plenamente las realidades del reino de Dios. Los comi
sionó para que llevaran un testimonio de las cosas que habían visto y oído, con respecto a s
us sufrimientos, su muerte y su resurrección; que él había hecho un sacrificio por el pecado,
para que todos los que quisieran, pudieran venir a él y hallar vida. Con tierna simpatía les
dijo que serían perseguidos y afligidos; pero que encontrarían alivio al referirse a su experie
ncia y al recordar las palabras que se les habían dicho. Les dijo que él había vencido las te
ntaciones del diablo y había mantenido la victoria a través de pruebas y sufrimientos, que S
atanás ya no tendría poder sobre él, sino que dirigiría sus tentaciones y ejercería su poder so
bre ellos y sobre todos los que creyeran en su nombre. Les dijo que ellos podrían vencer a
sí como él había vencido. Jesús invistió a sus discípulos con poder para realizar milagros,
y les dijo que aunque hombres impíos tendrían poder sobre sus cuerpos, en cierta ocasiones
él enviaría a sus ángeles para que los libertasen, que sus vidas no les podrían ser arrebatas h
asta que su misión no hubiese sido cumplida. Y cuando su testimonio hubiera llegado a su
fin, podría ser que se requiriera que sellaran con sus vidas el testimonio que habían llevado.
Sus ansiosos seguidores escucharon gozosamente sus enseñanzas. Ávidamente se deleitab
an con cada palabra que salía de sus benditos labios. Entonces tuvieron la certeza de que é
l era el Salvador del mundo. Cada palabra penetraba con un profundo impacto en sus cora
zones, y se afligían al tener que separarse de su bendito maestro celestial; que después de u
n corto tiempo ya no escucharían palabras consoladoras y compasivas salir de sus labios.
Pero nuevamente sus corazones se llenaron de amor y gran gozo, cuando Jesús les dijo que
él iría a preparar mansiones para ellos, y vendría otra vez y los tomaría a sí mismo, para que
pudieran estar siempre con él. Les explicó que les enviaría el Consolador, el Espíritu Sant
o, para guiarlos, bendecirlos y conducirlos a toda verdad; alzó entonces sus manos y los ben
dijo.
1. Favor hacer referencia a: Apocalipsis 14:6-8. Explicación este libro capítulo 23 & 24.
2. Favor hacer referencia a: Apocalipsis 14:9-12. Explicación este libro capítulo 28.
Favor hacer referencia a: Mateo 27:52-53; capítulo 28, Marcos 16:1-18; Lucas 24:1-50; Juan capítulo 20, Hec
hos capítulo 12.
Capítulo 11
La Ascensión de Cristo
Todo el cielo estaba esperando la hora de triunfo cuando Jesús ascendería a su Padr
e. Ángeles vinieron a recibir al Rey de gloria y a escoltarlo triunfalmente al cielo. Despu
és que Jesús hubo bendecido a sus discípulos, se separó de ellos y fue llevado hacia arriba.
Y a medida que ascendía era seguido por la muchedumbre de cautivos que fueron levantado
s cuando él resucitó. Una multitud de los ejércitos celestiales le acompañaba; mientras que
en el cielo una innumerable cantidad de ángeles aguardaba su regreso. Mientras ascendían
a la santa ciudad los ángeles que escoltaban a Jesús exclamaban: "Alzad, oh puertas, vuestr
as cabezas, y alzaos vosotros puertas eternas, y entrará el Rey de gloria." Arrobados, los á
ngeles en la ciudad que aguardaban su llegada, exclamaban: ¿Quién es este Rey de gloria?
Con voz triunfante el séquito de ángeles contestaba: ¡Jehová el fuerte y valiente! ¡Jehová
el poderoso en batalla! Alzad oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras puertas etern
as, y entrará el Rey de gloria. Nuevamente la hueste angélica exclamó: ¿Quién es este Rey
de gloria? Con voces melodiosas la escolta de ángeles contestó: ¡Jehová de los ejércitos, é
l es el Rey de gloria! Y la comitiva celestial hizo su entrada en la ciudad. Entonces, todo
s los ejércitos celestiales rodearon al Hijo de Dios, su majestuoso comandante, y con la más
profunda adoración se postraron ante él y depositaron sus brillantes coronas a sus pies. Y
enseguida tocaron sus arpas de oro, y con dulces y melodiosos acordes, llenaron todo el ciel
o con su música exquisita y con cantos al Cordero que fue inmolado y vive nuevamente en
majestad y gloria.
Entonces me fueron mostrados los discípulos cuando llenos de pesar miraban hacia
el cielo tratando de vislumbrar por última vez a su Señor mientras ascendía. Dos ángeles e
n vestiduras blancas se pusieron junto a ellos, y les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estái
s mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá así
tal como le habéis visto ir al cielo. Los discípulos, con la madre de Jesús, presenciaron la
ascensión del Hijo de Dios, y pasaron esa noche recordando sus hechos, y las cosas extraña
s y gloriosas que habían ocurrido durante tan corto tiempo.
Satanás consultó con sus ángeles, y con un odio amargo en contra del gobierno de D
ios, les dijo que mientras él retuviera su poder y autoridad sobre la tierra, sus esfuerzos tení
an que ser diez veces más poderosos en contra de los seguidores de Jesús. No habían logra
do nada en su oposición hacia Jesús; pero de ser posible, debían destruir a sus seguidores, ll
evando a cabo su obra a través de cada generación, para engañar a quienes creían en Jesús,
en su resurrección y en su ascensión. Satanás relató a sus ángeles que Jesús había otorgad
o a sus discípulos poder para echarlos, reprenderlos y sanar a los que eran afligidos por ello
s. Entonces, los ángeles de Satanás salieron como leones rugientes buscando cómo podría
n devorar a los seguidores de Jesús.
Capítulo 12
Capítulo 13
La Muerte de Esteban
Los discípulos se multiplicaron grandemente en Jerusalén. La palabra de Dios crec
ió, y muchos de los sacerdotes obedecieron a la fe. Esteban, lleno de fe estaba realizando
maravillas y milagros entre el pueblo. Muchos estaban airados, porque los sacerdotes esta
ban abandonando sus tradiciones, los sacrificios y las ofrendas, y estaban aceptando a Jesús
como el gran sacrificio. Esteban, con poder de lo alto, reprobó a los sacerdotes y a los anci
anos y exaltó a Jesús delante de ellos. Estos no pudieron resistir la sabiduría y el poder co
n los cuales él habló, y como se dieron cuenta de que no podían vencerlo, contrataron homb
res para que juraran falsamente que lo habían oído hablar palabras blasfemas en contra de
Moisés y en contra de Dios. Instigaron al pueblo en contra de Esteban, y usando falsos tes
tigos, lo acusaron de hablar en contra del templo y de la ley. Testificaron que lo oyeron de
cir que ese Jesús de Nazaret destruiría las leyes que Moisés les había dado.
Todos los que se sentaron en juicio en contra de Esteban vieron la luz de la gloria de
Dios reflejarse en su semblante. Su rostro fue iluminado como la faz de un ángel. Se leva
ntó lleno de fe, y, comenzando desde los profetas, los llevó al advenimiento de Jesús, su cru
cifixión, su resurrección y ascensión, mostrándoles que el Señor no mora en templos hecho
s de manos. Ellos adoraban el templo. Cualquier cosa que se dijera en contra del templo l
os llenaba de una indignación mayor que si fuera dicho en contra de Dios. El espíritu de E
steban fue conmovido por santa indignación mientras les increpaba por ser tan malvados e i
ncircuncisos de corazón. Siempre resistís al Espíritu Santo, les dijo. Observaban las cere
monias externas, mientras que sus corazones eran corruptos y estaban llenos de maldad. E
steban les recordó la crueldad de sus padres al perseguir a los profetas, diciéndoles: Habéis
matado a los que antes anunciaron la venida del Justo, del cual vosotros ahora habéis sido l
os traidores y asesinos.
Los principales sacerdotes y los dirigentes se llenaron de ira al escuchar las claras y
penetrantes verdades, y se precipitaron contra Esteban. Una luz celestial resplandeció sobr
e él, y puestos los ojos en el cielo, tuvo una visión de la gloria de Dios y ángeles estaban a s
u alrededor. Él exclamó: He aquí veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la
diestra de Dios. El pueblo no quería escucharlo. Dando grandes voces, se taparon los oíd
os y todos a una arremetieron contra él y echándolo fuera de la ciudad lo apedrearon. Y Es
teban puesto de rodillas clamó a gran voz. Señor no les atribuyas este pecado.
Vi que Esteban era un poderoso hombre de Dios, levantado especialmente para llena
r un lugar importante en la iglesia. Satanás se regocijó cuando fue apedreado, porque sabí
a que los discípulos sentirían grandemente su pérdida. Pero el triunfo de Satanás fue corto,
porque había uno en medio de esa compañía a quien Jesús se le revelaría. Aunque él no to
mó parte en el apedreamiento de Esteban, sin embargo consintió en su muerte. Saulo era c
eloso en su persecución de la iglesia de Dios, siguiéndolos y arrestándolos en sus casas, y e
ntregándolos a los que los matarían. Satanás estaba usando a Saulo de una manera efectiv
a. Pero Dios puede quebrantar el poder del diablo y liberar a quienes él lleva cautivos. Sa
ulo era un hombre educado, y Satanás estaba usando sus talentos triunfalmente para llevar a
delante su rebelión en contra del Hijo de Dios, y de aquellos que creían en él. Pero Jesús s
eleccionó a Saulo como un "instrumento escogido" para predicar su nombre, para fortalecer
a los discípulos en su obra, y para que lograse más que simplemente ocupar el lugar de Este
ban. Saulo era muy estimado por los judíos: Su celo y su erudición los complacía, y aterro
rizaba a muchos de los discípulos.
Capítulo 14
La Conversión de Saulo
Mientras Saulo viajaba hacia Damasco llevando cartas que le autorizaban a prender
a hombres o a mujeres que predicaban a Jesús y a llevarlos atados a Jerusalem, ángeles mal
os se regocijaban a su alrededor. Pero mientras viajaba, repentinamente, una luz del cielo
brilló en torno suyo, la cual ahuyentó a los ángeles malos e hizo que Saulo cayera al suelo r
ápidamente. Oyó una voz diciendo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Saulo pregunt
ó: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es
dar coces contra el aguijón. Y Saulo, temblando y lleno de asombro dijo: Señor, ¿qué quie
res que yo haga? Y el Señor dijo: Levántate, y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes
hacer.
Los hombres que estaban con él se quedaron desconcertados, escuchando una voz p
ero sin ver a ningún hombre. Cuando la luz se desvaneció y Saulo se levantó de la tierra y
abrió sus ojos, no vio a nadie. La gloria de la luz celestial lo había cegado. Lo condujero
n de la mano y lo llevaron a Damasco; allí estuvo tres días sin vista y no comió ni bebió. E
ntonces, el Señor envió su ángel a uno de los hombres mismos a quienes Saulo esperaba ca
pturar, y le reveló en visión que debía ir a la calle llamada la Derecha, y preguntar en la cas
a de Judas por uno llamado Saulo de Tarso, porque he aquí, él ora; y ha visto en visión un v
arón llamado Ananías, que entra y le pone la mano encima, para que reciba la vista.
Ananías temía que hubiese algún error en ese asunto, y comenzó a relatarle al Señor
lo que había oído acerca de Saulo. Pero el Señor le dijo a Ananías: Ve: porque instrumento
escogido me es éste, para que lleve mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de
los hijos de Israel. Porque yo le mostraré cuánto le sea menester que padezca por mi nomb
re. Ananías siguió las órdenes del Señor y entró en la casa, y poniendo sus manos sobre él
dijo: Saulo hermano, el Señor Jesús, que te apareció en el camino por donde venías, me ha
enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo.
Inmediatamente, Saulo recibió la vista, se levantó y fue bautizado. Luego predicó
a Cristo en las sinagogas, que él era el Hijo de Dios. Todos los que lo oyeron estaban aso
mbrados y preguntaron: ¿No es este el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este no
mbre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes? Pero Saulo se
esforzaba aún más, y confundía a los judíos. Nuevamente estaban turbados. Saulo relató
su experiencia en el poder del Espíritu Santo. Todos estaban familiarizados con el hecho d
e la oposición anterior de Pablo en contra de Jesús, y su celo en perseguir y entregar a la mu
erte a todos los que creían en su nombre. Su conversión milagrosa convenció a muchos de
que Jesús era el Hijo de Dios. Saulo relató su experiencia, contando que cuando estaba per
siguiendo hasta la muerte, arrestando y encarcelando tanto a hombres como a mujeres, dura
nte su viaje a Damasco, repentinamente una gran luz del cielo resplandeció a su alrededor y
Jesús se le apareció y le enseñó que era el Hijo de Dios. A medida que Saulo predicaba os
adamente a Jesús, ejercía una poderosa influencia. Tenía un profundo conocimiento de las
Escrituras, y después de su conversión, una luz divina resplandeció sobre las profecías que
concernían a Jesús, lo cual lo capacitó para presentar la verdad clara y valientemente, y par
a corregir cualquier perversión de las Escrituras. Con el Espíritu de Dios descansando sob
re él, conducía a sus oyentes de una manera clara y persuasiva, a través de las profecías, hac
ia el tiempo de la primera venida de Cristo, y les mostraba que las Escrituras que se referían
a los sufrimientos, la muerte y la resurrección de Cristo se habían cumplido.
Capítulo 15
Capítulo 16
Favor hacer referencia a: Mateo 27:51; Juan 19:34; Hechos capítulo 24 & 26.
Capítulo 17
La Gran Apostasía
Se me mostró el tiempo cuando los idólatras paganos persiguieron cruelmente a los
cristianos y los mataron. La sangre fluyó en torrentes. Los nobles, los sabios y el pueblo
común fueron igualmente asesinados sin misericordia. Familias adineradas fueron reducid
as a la pobreza porque no estaban dispuestas a renunciar a su religión. A pesar de la persec
ución y de los sufrimientos que esos cristianos soportaron, se negaron a rebajar sus normas.
Mantuvieron pura la religión. Vi que Satanás se alegraba y triunfaba acerca de los sufrimi
entos del pueblo de Dios. Pero Dios miraba a sus fieles mártires con gran aprobación, y lo
s cristianos que vivieron en ese terrible tiempo eran muy amados por él porque estaban disp
uestos a sufrir por su causa. Cada sufrimiento soportado por ellos aumentaba su recompen
sa en el cielo. Pero aunque Satanás se regocijaba porque los santos sufrían, aún no estaba
satisfecho. Quería el control de la mente tanto como del cuerpo. Los sufrimientos que es
os cristianos soportaban los acercaron al Señor, y los indujeron a amarse los unos a los otro
s, y a tener un mayor temor de ofenderlo. Satanás deseaba llevarlos a desagradar a Dios; e
ntonces perderían su fortaleza, valor y firmeza. Aunque miles de ellos fueron muertos, otr
os se levantaban para llenar su lugar. Satanás vio que estaba perdiendo a sus súbditos, y a
pesar de que sufrían persecución y muerte, quedaban asegurados para JesuCristo, para ser l
os súbditos de su reino, y él trazó planes para pelear de una manera más exitosa en contra d
el gobierno de Dios y para derribar a la iglesia. Condujo a los idólatras paganos a que ace
ptaran parte de la fe cristiana. Estos profesaron creer en la crucifixión y en la resurrección
de Cristo, sin experimentar un cambio de corazón, y se determinaron a unirse a los seguidor
es de Jesús. ¡Oh! ¡Cuán terrible peligro para la iglesia! Fue un tiempo de agonía menta
l. Algunos pensaron que si rebajaban las normas y se unían a esos idólatras que habían ace
ptado una porción de la fe cristiana, ese sería un medio de lograr su conversión. Satanás es
taba tratando de corromper las doctrinas de la Biblia. Finalmente, vi que se bajó el estanda
rte y que esos paganos se unían con los cristianos. Habían sido adoradores de ídolos, y au
nque profesaban ser cristianos, trajeron consigo la idolatría. Cambiaron solamente los obje
tos de su adoración a imágenes de santos y aun la imagen de Cristo y de María, la madre de
Jesús. Gradualmente, los cristianos se unieron a ellos, y la religión cristiana se corrompió,
perdiendo la iglesia su pureza y su poder. Algunos se negaron a unirse con ellos y estos pr
eservaron su pureza y adoraron solamente a Dios. No estaban dispuestos a inclinarse ante
ninguna imagen de cosa alguna que estuviera en el cielo, o abajo en la tierra.
Satanás se regocijó por la caída de tantas personas, y luego incitó a la iglesia apóstat
a para que obligara a los que querían preservar la pureza de su religión, a que se sometieran
a sus ceremonias y a la adoración de imágenes o de lo contrario recibiesen la muerte. Los
fuegos de la persecución se encendieron nuevamente en contra de la verdadera iglesia de Je
suCristo, y millones fueron muertos sin misericordia.
Eso me fue presentado de la siguiente manera: Una vasta compañía de idólatras pag
anos llevaba un estandarte negro sobre el cual habían figuras del sol, de la luna y de las estr
ellas. El grupo parecía muy feroz y airado. Entonces, se me mostró otra compañía llevan
do un estandarte puro y blanco, y sobre éste estaba escrito: Pureza y Santidad al Señor. En
sus rostros se observaba una firmeza y una resignación celestial. Vi a los idólatras paganos
acercarse a ellos, y se produjo una gran matanza. Los cristianos desaparecieron delante de
ellos, y sin embargo, el grupo cristiano estrechó sus filas aún más, y sostuvo la bandera más
firmemente. A medida que muchos caían, otros se reunían alrededor del estandarte y llena
ban sus lugares.
Vi la compañía de los idólatras consultando el uno con el otro. Habían fracasado e
n hacer que los cristianos cedieran, y convinieron en seguir otro plan. Los vi bajar su band
era, acercarse a esa firme compañía cristiana, y hacerles proposiciones. Al principio, sus o
fertas fueron rechazadas de plano. Entonces, vi al grupo cristiano consultando. Algunos
dijeron que bajarían el estandarte, que aceptarían las proposiciones y salvarían sus vidas, y
al final, cobrarían fuerzas para enarbolar su bandera en medio de esos idólatras paganos. P
ero algunos no estaban dispuestos a acceder a ese plan, sino que escogieron firmemente mo
rir sosteniendo su bandera, antes que arriarla. Entonces vi a muchos de entre esa compañía
cristiana arriar el estandarte y unirse con los paganos; mientras que los que eran firmes y fie
les la recogieron y volvieron a enarbolarla. Vi individuos abandonando constantemente la
compañía de los que llevaban la bandera pura, y uniéndose con los idólatras, y éstos se junt
aron bajo la bandera negra para perseguir a los que estaban llevando el estandarte blanco, y
muchos fueron muertos; sin embargo, la bandera blanca fue mantenida en alto, y se levantar
on individuos para reunirse en derredor de ella.
Los judíos, quienes fueron los primeros en despertar la ira de los paganos en contra
de Jesús, no habrían de escapar. En la sala del tribunal, mientras Pilato vacilaba en conden
ar a Jesús, los enfurecidos judíos habían clamado: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nu
estros hijos". La raza judía experimentó el cumplimiento de esa terrible maldición que ello
s se atrajeron sobre sí mismos. Los paganos y aquellos que se llamaban cristianos eran igu
almente sus enemigos. Los profesos cristianos, en su celo por la cruz de Cristo, porque los
judíos habían crucificado a Jesús, pensaron que mientras más sufrimiento pudieran ocasion
arles, mucho más agradarían a Dios; y muchos de esos judíos incrédulos fueron muertos, mi
entras que otros fueron empujados de lugar en lugar, y sufrieron casi toda clase de castigos.
La sangre de Cristo y de los discípulos, a quienes habían dado muerte, estaba sobre
ellos, y fueron visitados con terribles juicios. La maldición de Dios los seguía, y eran un r
efrán y un objeto de oprobio entre los paganos y entre los cristianos. Eran evitados, despre
ciados y detestados, como si la marca de Caín estuviera sobre ellos. Sin embargo, vi que
Dios preservó milagrosamente a esa raza, y los había dispersado por todo el mundo, para qu
e fuesen considerados como un pueblo visitado de manera señalada por una maldición de D
ios. Vi que Dios había abandonado a los judíos como nación; no obstante hay una porción
de ellos que será capacitada para arrancar el velo de sus corazones. Todavía algunos verán
que la profecía acerca de ellos se ha cumplido, y recibirán a Jesús como el Salvador del mu
ndo, y se darán cuenta del gran pecado de su nación al rechazar a Jesús, y crucificarlo. Mi
embros individuales del pueblo judío se convertirán; pero, como nación, han sido abandona
dos por Dios para siempre. Miembros individuales del pueblo judío se convertirán; pero, c
omo nación, han sido abandonados por Dios para siempre.
Capítulo 18
El Misterio de Iniquidad
Ha sido siempre el plan de Satanás desviar de Jesús las mentes de la gente y conduci
rlas hacia los hombres, destruyendo así el sentido de la responsabilidad individual. Sataná
s falló en su propósito cuando tentó al Hijo de Dios. Tuvo un mayor éxito cuando se acerc
ó al hombre caído. La doctrina de la cristiandad fue corrompida. Papas y sacerdotes se ar
rogaron una posición exaltada, y enseñaron a la gente a recurrir a ellos para obtener el perd
ón de sus pecados, en vez de ir directamente a Cristo. Se les prohibió la lectura de la Bibli
a, de manera que permanecieran ocultas las verdades que los condenaban.
La gente fue completamente engañada. Se le enseñó que los papas y sacerdotes era
n los representantes de Cristo, cuando en realidad eran los representantes de Satanás y cuan
do se postraban ante ellos estaban adorando a Satanás. La gente pedía la Biblia; pero los s
acerdotes consideraron como algo peligroso que los fieles leyeran la Palabra de Dios por sí
mismos por temor a que fuesen ilustrados, y los pecados de sus instructores fuesen expuest
os. El pueblo fue enseñado a recibir las palabras de estos engañadores como si proviniesen
de la boca de Dios. Ejercían sobre las mentes un poder que solamente Dios debería tener.
Y si alguien se atrevía a seguir sus propias convicciones, el mismo odio que Satanás y los j
udíos habían manifestado hacia Jesús se encendía en contra de ellos, y los que tenían autori
dad se mostraban sedientos de su sangre. Se me mostró un tiempo durante el cual Satanás
triunfaba en forma especial. Multitudes de cristianos fueron muertos de una manera espant
osa porque deseaban preservar la pureza de su religión.
La Biblia era odiada y se hicieron esfuerzos para hacer desaparecer de la tierra la pr
eciosa palabra de Dios. Su lectura fue prohibida so pena de muerte, y todos los ejemplares
del santo libro que se podían encontrar fueron quemados. Pero vi que Dios tuvo un cuidad
o especial por su palabra. Él la protegió. En diferentes períodos solamente quedaron muy
pocas copias de la Biblia, sin embargo, Dios no permitió que se perdiese su palabra. Y en l
os últimos días los ejemplares de la Biblia serían multiplicados de tal manera que cada fami
lia podría poseerla. Vi que cuando había solamente unas pocos ejemplares de la Biblia, los
perseguidos seguidores de Jesús encontraban en ella precioso consuelo de valor inestimabl
e. La leían secretamente y aquellos que disfrutaban de ese exaltado privilegio sentían que t
enían una entrevista con Dios, con su Hijo Jesús, y con sus discípulos. Pero este bendito p
rivilegio costó la vida de muchos. Si eran descubiertos, se los privaba de la lectura de la sa
grada Palabra y eran condenados al cadalso, a la estaca o al calabozo para morir allí de ham
bre.
Satanás no podía impedir el plan de salvación. Jesús fue crucificado, y resucitó al t
ercer día. Pero Satanás le dijo a sus ángeles que el obtendría ventajas de la crucifixión y d
e la resurrección. Estaba dispuesto a que los que profesaban fe en Jesús creyeran, que las l
eyes judías que regulaban los sacrificios y ofrendas cesaron a la muerte de Cristo, y si podía
llevarlos más lejos, les haría creer que la ley de los diez mandamientos también había expir
ado con Cristo.
Vi que muchos cedieron fácilmente a este engaño de Satanás. Todo el cielo se indi
gnó al ver que la santa ley de Dios era pisoteada. Jesús y toda la hueste angélica estaban fa
miliarizados con la naturaleza de la ley de Dios; y sabían que era imposible alterarla o abro
garla. La condición desesperada del hombre después de la caída había causado la tristeza
más profunda en el cielo, y movió a Jesús a ofrecerse para morir por los transgresores de la
santa ley de Dios. Si su ley hubiese podido ser abolida el hombre podría haberse salvado s
in necesidad de la muerte de Jesús. La muerte de Cristo no destruyó la ley de su Padre, sin
o que la magnificó, la honró, e impuso la obediencia a todos sus santos preceptos. Si la igl
esia hubiese permanecido pura y firme Satanás no hubiese podido engañarla ni inducirla a p
isotear la ley de Dios. En ese atrevido plan, Satanás ataca directamente el fundamento del
gobierno de Dios en el cielo y en la tierra. A causa de su rebelión fue expulsado del cielo.
Después que se rebeló, quiso salvarse pretendiendo que Dios cambiara su ley, pero Dios ant
e toda la hueste celestial le dijo a Satanás que su ley era inalterable. Satanás sabe que si pu
ede inducir a otros a violar la ley de Dios puede ganarlos para su causa, porque todo transgr
esor de la ley debe morir.
Satanás decidió ir aún más lejos. Dijo a sus ángeles que algunos manifestarían tant
o celo por la ley de Dios que no se dejarían prender en esta trampa, pues los diez mandamie
ntos eran tan claros que muchos creerían que todavía estaban vigentes; por lo tanto, debía tr
atar de corromper el cuarto mandamiento, el cual revela al Dios viviente. Indujo a sus repr
esentantes a intentar cambiar el sábado, y alterar el único mandamiento de los diez que seña
la al verdadero Dios, el Hacedor de los cielos y de la tierra. Satanás presentó ante ellos la
gloriosa resurrección de Jesús, y les dijo que por haber resucitado el primer día de la seman
a él cambió el descanso del séptimo al primer día de la semana. Así se valió Satanás de la
resurrección para que sirviera su propósito. Él y sus ángeles se regocijaron de que los erro
res preparados por ellos fuesen aceptados tan favorablemente por quienes se consideraban l
os profesos amigos de Cristo. Lo que alguno pudiera considerar como un horror religioso,
otro lo admitiría. Los diferentes errores serían recibidos y defendidos celosamente. La vo
luntad de Dios tan claramente revelada en su palabra fue cubierta con errores y tradiciones
que eran enseñados como los mandamientos de Dios. Pero a pesar de que este atrevido en
gaño, en desafio al cielo, había de ser tolerado hasta la segunda aparición de Jesús, sin emb
argo, Dios no sería dejado sin testigos. Habían habido verdaderos y fieles testigos que hab
ían guardado todos los mandamientos de Dios a través de las tinieblas y del tiempo de perse
cución de la iglesia.
Vi que los ángeles se llenaron de asombro al contemplar los sufrimientos y muerte d
el Rey de gloria. Pero también vi que a la hueste angélica no le sorprendió que el Señor de
la vida y de la gloria, quien llenaba todo el cielo de gozo y esplendor, quebrantara los lazos
de la muerte y saliera de la tumba como vencedor. Y si alguno de esos eventos hubiese de
ser conmemorado por un día de descanso, habría de ser el de la crucifixión. Pero, vi que ni
nguno de esos acontecimientos estaba destinado a alterar o abolir la ley de Dios; sino que c
onstituían la prueba más poderosa de su carácter inmutable.
Estos importantes eventos tienen su conmemoración. Al participar de la cena del S
eñor, al partir el pan y tomar del jugo de la vid anunciamos la muerte del Señor hasta que él
venga. Al observar este mandamiento, las escenas de sus sufrimientos y muerte vienen fre
scas a nuestra memoria. La resurrección de Cristo es conmemorada cuando somos enterra
dos con Cristo mediante el bautismo, y levantados de la tumba líquida a la semejanza de su
resurrección para vivir una vida nueva.
Se me mostró que la ley de Dios permanecería para siempre, y que existiría en la tie
rra nueva por toda la eternidad. En la creación, cuando el fundamento de la tierra fue colo
cado, los hijos de Dios miraron con admiración la obra del Creador, y toda la hueste celesti
al se regocijó. Fue entonces cuando se estableció el fundamento del sábado. Al cierre de
los seis días de creación, Dios descansó en el séptimo día de toda su obra que había hecho;
y bendijo el día de reposo y lo santificó, porque en él había descansado de toda su obra. El
sábado fue instituido en el Edén antes de la caída, fue observado por Adán y Eva, y por toda
la hueste celestial. Dios descansó en el séptimo día, lo bendijo y lo santificó; y vi que el sá
bado nunca sería abolido, sino que los santos redimidos y toda la hueste angélica, lo observ
ará en honor al gran Creador por toda la eternidad.
Favor hacer referencia a: Génesis capítulo 3; Eclesiastés 9:5; Lucas 21:33; Juan 3:16; 2Timoteo 3:16; Apocali
psis 20:14-15, 21:1, 22:12-19.
Capítulo 20
La Reforma
A pesar de toda la persecución y la condenación a muerte de los santos, se levantaba
n por doquiera testigos vivos de la verdad. Los ángeles de Dios estaban haciendo la obra q
ue se les había confiado. Por los lugares más oscuros estaban buscando y seleccionando d
e entre las tinieblas a hombres honestos de corazón. Estaban sumidos en el error, pero Dio
s los había escogido como lo hizo con Saulo, para ser mensajeros que llevaran su verdad y a
lzaran sus voces en contra de los pecados de su profeso pueblo. Los ángeles de Dios movi
eron el corazón de Martín Lutero, Melancthon y de otros en diferentes lugares, para despert
ar en ellos la sed por el testimonio viviente de la Palabra de Dios. El enemigo había venid
o como un torrente, y el estandarte debía ser levantado contra él. Lutero fue escogido para
enfrentar la tormenta, para estar en pie en contra de la ira de una iglesia caída, y a fin de for
talecer a los pocos que eran fieles a su santa creencia religiosa. Siempre sentía temor de of
ender a Dios. Trató de obtener su favor a través de las obras; pero no se contentó hasta que
un rayo de luz del cielo quitó la oscuridad de su mente, y lo guió a confiar, no en las obras,
sino en los méritos de la sangre de Cristo, y a ir a Dios por sí mismo, no a través de los pap
as ni de los confesores sino por medio de JesuCristo solamente. ¡Oh, cuán precioso fue es
e conocimiento para Lutero! Estimó esta nueva y preciosa luz que se había encendido en s
u oscuro entendimiento y había desvanecido su superstición, más que el mayor tesoro de la
tierra. La Palabra de Dios era nueva. Todo estaba cambiado. El libro que había temido
porque no podía ver belleza en él, era vida para él. Era su gozo, su consolación, su bendito
maestro. Nada podía inducirlo a dejar su estudio. Había temido a la muerte; pero al leer l
a palabra de Dios, todos sus terrores desaparecieron y admíró el carácter de Dios, y lo amó.
Escudriñó la Palabra de Dios por sí mismo. Se deleitó en los ricos tesoros contenidos en el
la, y entonces la escudriñó para la iglesia. Estaba disgustado con los pecados de aquellos e
n quienes había confiado para obtener la salvación. Vio a muchos envueltos en la misma o
scuridad que lo había ocultado a él. Ansiosamente buscó una oportunidad de mostrarles al
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Alzó su voz en contra de los errores y pe
cados de la iglesia papal y ardientemente deseó romper la cadena de oscuridad que confinab
a a miles y los hacía confiar en las obras para su salvación. Ansiaba poder ser capaz de abr
ir ante sus mentes las ricas verdades de la gracia de Dios y la excelencia de la salvación obt
enida a través de JesuCristo. Alzó su voz celosamente, y en el poder del Espíritu Santo, cl
amó en contra de los pecados existentes en los líderes de la iglesia; y al enfrentar la torment
a de la oposición proveniente de los sacerdotes, su valor no flaqueó, porque firmemente con
taba con el brazo poderoso de Dios, y confiadamente esperaba en él para lograr la victoria.
A medida que él proseguía la batalla, la ira de los sacerdotes se encendió en contra suya.
No deseaban reformarse. Escogieron ser dejados en la comodidad, entregados al placer dis
oluto, y en la impiedad. Deseaban que la iglesia permaneciera en las tinieblas.
Vi que Lutero era ardiente y celoso, valiente y audaz al reprobar el pecado, y al defe
nder la verdad. No temía a los demonios ni a los hombres impíos. Sabía que tenía Uno a
su lado más poderoso que todos ellos. Lutero poseía fuego, celo, valor y osadía, y a veces
se arriesgaba demasiado; pero Dios levantó a Melancthon cuyo carácter era completamente
opuesto al de Lutero para que lo ayudara en la obra de la reforma. Melancthon era tímido,
temeroso, prudente y poseía una gran paciencia. Dios le amaba grandemente. Tenía gran
conocimiento de las Escrituras, y su discernimiento y sabiduría eran excelentes. Su amor p
or la causa de Dios era igual que el de Lutero. El Señor unió esos corazones; eran amigos
que nunca se separarían. Lutero fue una gran ayuda para Melancthon cuando él estaba en
peligro de ser temeroso y lento, y fue también una gran ayuda para Lutero a fin de impedirl
e que se moviera muy rápido. A menudo Melancthon con su prudencia previsora, evitaba
problemas que hubiesen sobrevenido a la causa, si la obra hubiese sido dejada solamente a
Lutero; y con frecuencia la obra no hubiese podido ser impulsada hacia adelante si se le hub
iese dejado solamente a Melanchton. Se me mostró la sabiduría de Dios en escoger a esos
dos hombres, de caracteres tan diferentes, para llevar adelante la obra de la Reforma.
Fui llevada entonces hacia los días de los apóstoles, y vi que Dios escogió como co
mpañeros al ardiente y celoso Pedro y al manso, sumiso y paciente Juan. Algunas veces, P
edro era impetuoso. Y el discípulo amado a menudo detenía a Pedro, cuando su celo y ard
or lo llevaban muy lejos, pero eso no lo reformaba. No obstante, después que Pedro hubo
negado al Señor, y se hubo arrepentido, y convertido, todo lo que necesitaba era una suave
advertencia de Juan para dominar su ardor y su celo. La causa de Cristo a menudo hubiera
sufrido si se la hubiese confiado solamente a Juan. Se necesitaba el ardor de Pedro. Su a
udacia y energía a menudo los libraron de dificultades y silenciaron a sus enemigos. Juan
era de un carácter agradable. Ganó a muchos para la causa de Cristo mediante su paciente
benevolencia y profunda devoción.
Dios levantó hombres para que clamaran en contra de los pecados de la iglesia papa
l, y llevaran hacia adelante la Reforma. Satanás trató de destruir estos testigos vivientes; p
ero Dios puso un cerco alrededor de ellos. Se permitió que, para la gloria de su nombre, al
gunos sellaran con su sangre el testimonio que habían llevado; pero hubo otros hombres val
erosos como Lutero y Melancthon, quienes glorificaron mejor a Dios viviendo, y clamando
a voz en cuello en contra de los pecados de los papas, sacerdotes y reyes. Éstos temblaron
ante la voz de Lutero. A través de esos hombres escogidos, rayos de luz comenzaron a disi
par la oscuridad; y muchos recibieron la luz gozosamente y anduvieron en ella. Y cuando
un testigo era muerto, dos o mas surgían para ocupar su lugar.
Pero Satanás no estaba satisfecho. Él sólo podía tener poder sobre el cuerpo. No
podía hacer que los creyentes renunciaran a su fe y esperanza. Y aun en la muerte, triunfab
an al sostener una brillante esperanza de inmortalidad a la resurrección de los justos. Tenía
n una energía que iba más allá de una fortaleza mortal. No se atrevían a dormir por un mo
mento. Mantenían su armadura ceñida a su alrededor, preparados para el conflicto, no sim
plemente con enemigos espirituales sino con Satanás, en la forma de hombres, cuyo consta
nte clamor era: Renuncien a su fe o mueran. Esos pocos cristianos hallaban su fortaleza en
Dios, y eran más preciosos a su vista que la mitad del mundo que llevaba el nombre de Cris
to, y no obstante eran cobardes en lo que concernía a su causa. Mientras la iglesia era pers
eguida, estaban unidos y se amaban unos a otros. Eran fuertes en Dios. No se permitía q
ue los pecadores se unieran a ella; ni el engañador ni el engañado. Sólo aquellos que estab
an dispuestos a renunciar a todo por Cristo podían ser sus discípulos. Amaban ser pobres,
humildes y semejantes a Cristo.
Favor hacer referencia a: Lucas 22:61-62; Juan 18:10; Hechos capítulo 3-4.
Favor hacer referencia a enciclopedia: "La Reforma".
Capítulo 21
Capítulo 22
Guillermo Miller
Vi que Dios envió su ángel para que moviera el corazón de un granjero que no creía
en la Biblia, y lo guiara a escudriñar las profecías. Los ángeles de Dios visitaron repetida
mente a ese varón escogido, guiaron su mente para que su entendimiento fuera abierto a la
comprensión de profecías que siempre habían estado veladas al pueblo de Dios. Se le dio
el comienzo del primer eslabón de la cadena de verdades y fue guiado a buscar un eslabón t
ras otro, hasta que contempló la sagrada palabra de Dios con admiración y asombro. Allí v
io una perfecta cadena de verdades. Esa Palabra que él había considerado sin inspiración,
fue abierta entonces a su visión en toda su belleza y gloria. Se dio cuenta de que una porci
ón de la Escritura explicaba otra, y cuando una porción estaba cerrada a su comprensión, en
contraba en otra parte de la Palabra la explicación a ésta. Consideró la sagrada palabra de
Dios con gozo, y con el más profundo respeto y admiración.
A medida que continuó siguiendo el curso de las profecías, se dio cuenta de que los
habitantes de la tierra estaban viviendo durante las escenas finales de la historia de este mu
ndo y no lo sabían. Contempló la corrupción de las iglesias y vio que su amor se había apa
rtado de Jesús para ser puesto en el mundo, y estaban procurando obtener honor mundanal e
n vez de aquel honor que proviene de lo alto; codiciosos de riquezas mundanas, en lugar de
acumular su tesoro en el cielo. La hipocresía, las tinieblas y la muerte podían ser vistas po
r doquiera. Su espíritu se conmovió dentro de sí mismo. Dios lo llamó para que abandon
ara su granja, al igual que Eliseo fue llamado a dejar sus bueyes y el campo de labranza y si
guiera a Elías. Tembloroso, Guillermo Miller comenzó a declarar ante la gente los misteri
os del reino de Dios. Con cada esfuerzo que hacía iba fortaleciéndose. Mediante la expli
cación de las profecías llevó a la gente hasta el segundo advenimiento de Cristo. Así como
Juan el Bautista anunció el primer advenimiento de Jesús, y preparó el camino para su veni
da, de igual manera Guillermo Miller y los que se le habían unido, proclamaron el segundo
advenimiento del Hijo de Dios.
Fui transportada a los días de los discípulos y se me mostró al amado Juan a quien
Dios había confiado una obra especial. Satanás estaba determinado a impedir esta obra e i
ndujo a sus siervos a que destruyeran a Juan. Pero Dios envió su ángel quien lo libró en fo
rma maravillosa. Todos los que fueron testigos del gran poder de Dios manifestado en la li
beración de Juan, quedaron atónitos, y muchos quedaron convencidos de que Dios estaba c
on él, y que era verdadero el testimonio que daba con respecto a Jesús. Los que procuraba
n matarle se sintieron amedrentados de atentar nuevamente contra su vida, y le fue permitid
o continuar sufriendo por Jesús. Fue acusado falsamente por sus enemigos, y poco tiempo
después fue desterrado a una isla solitaria, adonde el Señor envió su ángel para que le revel
ara las cosas que iban a tener lugar sobre la tierra, y la condición de la iglesia hasta el fin; s
u apostasía, y la posición que habría ocupado si hubiera obedecido a Dios y finalmente hubi
era vencido. El ángel que vino desde el cielo se acercó a Juan revestido de majestad. Su r
ostro relucía con la gloria excelsa del cielo. Reveló a Juan escenas de profundo y emocion
ante interés con respecto a la iglesia de Dios, y trajo ante él los peligrosos conflictos que ha
bían de enfrentar. Juan los vio pasar por terribles pruebas, y ser emblanquecidos y examin
ados, finalmente, los vio como victoriosos vencedores, salvados gloriosamente en el reino d
e Dios. El rostro del ángel se volvió radiante de gozo, y lucía extraordinariamente glorioso
mientras le mostraba a Juan el triunfo final de la iglesia de Dios. Juan estaba arrobado al c
omtemplar la última liberación de la iglesia, mientras se llenaba de emoción con la gloria d
e la escena, con profunda reverencia y admiración se postró a los pies del ángel para adorarl
o. Inmediatamente, el ángel lo levantó, y lo reprendió tiernamente, diciendo: "Mira, no lo
hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús. Adora
a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía." Entonces, el ángel le m
ostró a Juan la ciudad celestial con todo su esplendor y refulgente gloria. Juan estaba arro
bado y sobrecogido con la gloria de la ciudad. No recordó la previa recriminación del áng
el sino que se postró nuevamente para adorar ante los pies del ángel quien le dio otra vez un
a tierna reconvención: "Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos l
os profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios."
Los predicadores y el pueblo han considerado misterioso al libro de Apocalipsis, y d
e menor importancia que otras porciones de las Sagradas Escrituras. Pero vi que ese libro
es ciertamente una revelación dada para el beneficio especial de aquellos que habían de vivi
r en los últimos días, para guiarlos a discernir su verdadera posición y su deber. Dios dirig
ió la mente de Guillermo Miller hacia las profecías, y le dio gran luz sobre el libro de Apoc
alipsis.
Si las visiones de Daniel hubiesen sido comprendidas, la gente habría entendido mej
or las visiones de Juan. Pero a su debido tiempo, Dios obró sobre su siervo escogido, quie
n abrió las profecías con claridad y con el poder del Espíritu Santo, y mostró la armonía ent
re las visiones de Daniel y de Juan, así como con otras porciones de la Biblia, e inculcó en l
os corazones de la gente las sagradas y temibles advertencias de la Palabra para que se prep
araran para la venida del Hijo del hombre. Una convicción profunda y solemne se apoderó
de la mente de los que lo escucharon, y los ministros, el pueblo, los pecadores y los incrédu
los, se volvieron hacia el Señor, buscando una preparación para estar en pie en el juicio.
Ángeles de Dios acompañaron a Guillermo Miller en su misión. Él era firme e intr
épido. Audazmente proclamaba el mensaje que se le había confiado. Un mundo sumido
en la impiedad, y una iglesia fría y mundana eran suficientes para llamar a la acción todas s
us energías y para conducirlo a soportar voluntariamente toda clase de penurias, privacione
s y sufrimientos. Aunque sufriendo oposición de parte de los profesos cristianos y del mun
do, y atacado por Satanás y por sus ángeles, él no cesó de predicar el Evangelio eterno a mu
ltitudes doquiera se lo invitaba, y de pregonar el clamor: "Temed a Dios, y dadle gloria, por
que la hora de su juicio ha llegado."
Favor hacer referencia a: 1Reyes 19:16-21; Daniel capítulo 7-12; Apocalipsis capítulo 1, 14:7, 19:8-10, 22:6-1
0.
Capítulo 23
Favor hacer referencia a: Daniel 8:14; Habacuc 2:1-4; Malaquias capítulo 3-4; Mateo 24:36; Apocalipsis 14:6
-7.
Capítulo 24
Favor hacer referencia a: Mateo 24:36, 25:6; Juan 20:13; Apocalipsis 14:8.
Capítulo 25
Favor hacer referencia a: Daniel 8:14; Mateo 21:4-16, 25:6; Marcos 16:6-7; Lucas 19:35-40; Juan 14:1-3,
20:13; 2Corintios 6:17; Apocalipsis 10:8-11, 14:7-8.
Capítulo 26
Otra Ilustración
Se me mostró el interés que todo el cielo ha tomado en la obra que ha estado realizá
ndose sobre la tierra. Jesús comisionó a un fuerte y poderoso ángel para que descendiera y
le advirtiera a los habitantes de la tierra que se prepararan para su segunda aparición. Vi al
poderoso ángel irse de la presencia de Jesús en el cielo. Ante él iba una luz extraordinaria
mente brillante y gloriosa. Se me dijo que su misión era iluminar la tierra con su gloria, y
amonestar al hombre acerca de la inminente ira de Dios. Multitudes recibieron la luz. Al
gunos parecían muy solemnes, mientras que otros estaban alegres y deleitados. La luz fue
derramada sobre todos, pero algunos solamente cayeron bajo la influencia de la luz, y no la
recibieron sinceramente. Pero todos los que la recibieron, volvieron sus rostros hacia arrib
a, hacia el cielo, y glorificaron a Dios. Muchos estaban llenos de una gran ira. Los minist
ros y el pueblo se unieron a los malvados, y resistieron firmemente en contra de la luz derra
mada por el poderoso ángel. Pero todos los que la recibieron se apartaron del mundo y se
unieron.
Satanás y sus ángeles estaban muy ocupados, tratando de alejar de la luz las mentes
de todos los que podían impresionar. El grupo que la rechazó fue dejado en tinieblas. Vi
al ángel mirando con el más profundo interés al profeso pueblo de Dios, para registrar el ca
rácter que desarrollaban mientras el mensaje de origen divino les era introducido. Y a med
ida que muchos que profesaban amor por Jesús se apartaron del mensaje celestial con despr
ecio, sarcasmo y odio, un ángel con un pergamino en su mano, registró el vergonzoso repor
te. Todo el cielo estaba lleno de indignación, porque Jesús había sido insultado por sus pro
fesos seguidores.
Vi el chasco de aquellos que confiaban. No vieron a su Señor en el tiempo esperad
o. Era el propósito de Dios ocultar el futuro, y llevar a su pueblo a un punto de decisión.
Sin ese punto relacionado con el tiempo, la obra que Dios se proponía llevar a cabo no hubi
era podido realizarse. Satanás estaba guiando las mentes de muchos a remontarse muy ade
lante en el futuro. Un período de tiempo proclamado para la aparición de Cristo debía llev
ar la mente a buscar fervientemente una preparación en la actualidad. A medida que pasab
a el tiempo, los que no habían recibido la luz del ángel completamente, se unieron con los q
ue habían despreciado el mensaje celestial, y se volvieron en contra de los que habían sufrid
o el chasco, ridiculizándolos. Vi a los ángeles en el cielo consultando con Jesús. Habían
notado la situación de los profesos seguidores de Cristo. El paso del tiempo definido los h
abía probado, y muchos fueron pesados en la balanza y hallados faltos. Todos ellos profes
aban estruendosamente ser cristianos, sin embargo, fracasaron en seguir a Cristo en casi tod
o detalle. Satanás se regocijó acerca del estado de los profesos seguidores de Cristo. Los
tenía en su trampa. Había llevado a la mayoría de ellos a abandonar la senda recta, y estab
an tratando de subir al cielo por otra parte. Los ángeles vieron a los puros, los limpios y lo
s santos mezclados con los pecadores en Sión, y con el hipócrita que ama el mundo. Había
n velado sobre los que verdaderamente amaban a Jesús; pero los que estaba corrompidos est
aban afectando a los que estaban santificados.
A aquellos cuyos corazones ardían con el anhelo e intenso deseo de ver a Jesús, les f
ue prohibido por sus profesos hermanos que hablaran acerca de su venida. Los ángeles co
ntemplaban toda la escena, y simpatizaban con el remanente, que amaba la venida de Jesús.
Otro poderoso ángel fue comisionado para descender a la tierra. Jesús colocó en su mano
un escrito y mientras él descendía hacia la tierra, clamó: ¡Ha caído Babilonia! ¡Ha caído!
Entonces vi que los que estaban chasqueados se alegraban nuevamente y elevaban sus ojos
al cielo, buscando con fe y esperanza la venida de su Señor. Pero parecía que muchos per
manecían en un estado de estupor, como si estuvieran dormidos; sin embargo, podía ver el r
astro de un profundo pesar sobre sus rostros. Los que habían sido chasqueados vieron en l
a Biblia que estaban en el tiempo de espera, y que debían esperar pacientemente el cumplim
iento de la visión. La misma evidencia que los guió a esperar a su Señor en el 1843, los lle
vó a esperarlo en el 1844; vi que la mayoría de ellos no poseía ese entusiasmo que caracteri
zó su fe en el 1843. Su chasco había menoscabado su fe. Pero a medida que los que habí
an sido chasqueados se unieron en el clamor del segundo ángel, la hueste celestial los conte
mpló con el más profundo interés, y notaron el efecto del mensaje. Vieron a los que llevab
an el nombre de cristianos volverse con burla y desprecio en contra de aquellos que habían
sido chasqueados. A medida que las palabras salían de los labios del burlador: ¡No habéis
subido todavía! Un ángel las escribió. El ángel dijo: Se burlan de Dios.
Se me señaló la traslación de Elías. Su manto calló sobre Eliseo, y niños impíos (o
gente joven) lo siguieron, burlándose, clamando: ¡Calvo sube! ¡Calvo sube! Se burlaron
de Dios, y enfrentaron su castigo allí. Lo habían aprendido de sus padres. Y los que se ha
n mofado y burlado de la idea de que los santos asciendan, serán visitados con las plagas de
Dios, y se darán cuenta de que no es algo sin importancia jugar con él.
Jesús comisionó otros ángeles para que volaran rápidamente a revivir y fortalecer la
debilitada fe de su pueblo, y a prepararlo para comprender el mensaje del segundo ángel, y
el importante cambio que pronto había de ser llevado a cabo en el cielo. Vi a los ángeles r
ecibir gran poder y luz de parte de Jesús, y volar rápidamente a la tierra para cumplir con su
comisión de ayudar al segundo ángel en su obra. Una poderosa luz brilló sobre el pueblo d
e Dios a medida que los ángeles clamaban: He aquí, el esposo viene; salid a recibirle. Ent
onces, vi a los que habían sido chasqueados levantarse, y proclamar en armonía con el segu
ndo ángel: He aquí, el esposo viene; salid a recibirle. La luz proveniente de los ángeles pe
netró las tinieblas por todas partes. Satanás y sus ángeles trataron de obstaculizar el avanc
e de esa luz e impedir que tuviera el efecto deseado. Contendieron con los ángeles de Dio
s, y les dijeron que Dios había engañado al pueblo, y que con toda su luz y su poder, ellos n
o podrían hacer que la gente creyera que Jesús venía. Los ángeles de Dios continuaron su o
bra, aunque Satanás se esforzó por obstruir el camino y alejar la mente de la gente de la luz.
Los que la recibieron se veían muy felices. Fijaron sus ojos en el cielo y anhelaron la veni
da de Jesús. Algunos estaban en gran angustia, llorando y orando. Sus ojos parecían estar
fijos en sí mismos, y no se atrevían a mirar hacia arriba.
Una luz preciosa que provenía del cielo desvaneció las tinieblas alejándola de ellos,
y sus ojos, que habían estado fijos con angustia en sí mismos, fueron atraídos hacia arriba,
mientras que sobre cada rasgo de sus rostros se expresaban gratitud y gozo santo. Jesús y t
oda la hueste angelical miraban con aprobación a los fieles que esperaban.
Los que rechazaron la luz del mensaje del primer ángel y se opusieron a ella, perdier
on la luz del segundo, y no pudieron beneficiarse del poder y la gloria que acompañaban al
mensaje: He aquí el esposo viene. Jesús se apartó de ellos con desagrado. Lo habían men
ospreciado y rechazado. Los que recibieron el mensaje fueron envueltos en una nube de gl
oria. Esperaron, velaron y oraron para conocer la voluntad de Dios. Temían grandemente
el ofenderlo. Vi a Satanás y a sus ángeles tratando de bloquear esa luz divina para que no l
legara al pueblo de Dios; pero mientras los que esperaban atesoraran la luz y mantuvieran s
us ojos apartados de la tierra y puestos en Jesús, Satanás no tendría ningún poder para priva
rlos de esa preciosa luz. El mensaje del cielo que fue proclamado enfureció a Satanás y a s
us ángeles, y a los que profesaban amar a Jesús, pero despreciaban su venida y desdeñaban
y mofaban a los fieles que confiaban. Pero un ángel registró cada insulto, cada ofensa, cad
a abuso que ellos recibieron de parte de sus profesos hermanos. Muchos elevaron sus voce
s para clamar: He aquí el Esposo viene, y abandonaron a sus hermanos que no amaban el re
torno de Jesús, y quienes no les permitían espaciarse en su segunda venida. Vi a Jesús apar
tar su rostro de aquellos que rechazaban y despreciaban su venida, y entonces, ordenó a sus
ángeles que guiaran a su pueblo a salir de entre los inmundos, para que no se contaminaran.
Los que obedecieron el mensaje salieron y estuvieron libres y unidos. Una luz santa y exc
elente brilló sobre ellos. Renunciaron al mundo, arrancaron sus afectos de éste, y sacrifica
ron sus intereses terrenales. Renunciaron a su tesoro mundanal; y su mirada ansiosa fue di
rigida hacia el cielo, esperando ver a su amado Libertador. Un gozo sagrado y santo brilla
ba sobre sus rostros y revelaba la paz y el gozo que reinaban en el interior. Jesús ordenó a
sus ángeles que fueran y los fortalecieran, porque la hora de la prueba se acercaba. Vi que
los que esperaban todavía no habían sido probados como debían serlo. No estaban libres d
e errores. Y vi la misericordia y la bondad de Dios al enviar una amonestación a la gente d
e la tierra, y mensajes consecutivos a fin de llevarlos hasta un punto de tiempo, para conduc
irlos a un escudriñamiento diligente de sí mismos, de manera que pudieran liberarse de erro
res que habían sido transmitidos de los paganos y de los papistas. A través de esos mensaj
es, Dios había estado sacando a su pueblo hacia donde pudiera obrar en su favor con mayor
poder, y donde pudieran guardar todos sus mandamientos.
Favor hacer referencia a: 2Reyes 2:11-25; Daniel 8:14; Habacuc 2:1-4; Mateo 25:6; Apocalipsis 14:8, 18:1-5.
Capítulo 27
El Santuario
Se me mostró el terrible chasco del pueblo de Dios. No vieron a Jesús al tiempo es
perado. No sabían por qué su Salvador no había venido. No podían comprender por qué
el tiempo profético no había terminado. El ángel dijo: ¿Ha fallado la Palabra de Dios? ¿
Ha fracasado Dios en cumplir sus promesas? No; él ha cumplido todo lo que prometió. J
esús se ha levantado, ha cerrado la puerta del lugar santo del santuario celestial, ha abierto u
na puerta al lugar santísimo y ha entrado para purificar el santuario. El ángel dijo: Todos l
os que esperen pacientemente comprenderán el misterio. El hombre se ha equivocado, per
o no ha habido ningún fallo de parte de Dios. Todo lo que Dios prometió fue realizado, pe
ro el hombre mira hacia la tierra erradamente, creyendo que ésta era el santuario que iba a s
er purificado al final de los períodos proféticos. Las esperanzas del hombre han fracasado;
pero la promesa de Dios definitivamente no ha fallado. Jesús envió a sus ángeles a dirigir
a los que estaban chasqueados, a conducir sus mentes hacia el lugar santísimo a donde él en
tró a purificar el santuario y para efectuar una expiación especial por Israel. Jesús le dijo a
los ángeles que todos los que lo habían encontrado comprenderían la obra que él había de re
alizar. Vi que mientras Jesús estuviera en el lugar santísimo, se casaría con la Nueva Jerus
alén, y después de que su obra fuera terminada en el lugar santísimo descendería a la tierra
en poder regio y tomaría a sí mismo a las almas preciosas que habían esperado pacientemen
te su regreso.
Entonces se me mostró lo que tomó lugar en el cielo al tiempo en que terminaron lo
s períodos proféticos en el 1844. Vi que cuando el ministerio de Jesús en el lugar santo ter
minó y él cerró la puerta de ese apartamento, una gran oscuridad descendió sobre aquellos q
ue habían escuchado y rechazado el mensaje de la venida de Cristo, y le perdieron de vista.
Entonces, Jesús se vistió de vestimentas preciosas. Alrededor del ruedo de su túnica había
una campana y una granada, una campana y una granada. Suspendido de sus hombros tení
a un racional de primorosa obra. Y a media que se movía, éste brillaba como diamantes, re
saltando letras que parecían nombres escritos o grabados sobre el racional. Después de qu
e él estuvo completamente vestido, con algo sobre su cabeza que parecía una corona, ángele
s lo rodearon, y en un carro flameante, entró tras el segundo velo. Entonces, se me ordenó
que notara los dos apartamentos del santuario celestial. La cortina o puerta, fue abierta, y s
e me permitió entrar. En el primer apartamento vi un candelabro con siete lámparas, el cua
l se veía magnífico y glorioso; también la mesa en la que estaba el pan de la proposición, y
el altar del incienso y el incensario. Todo el mobiliario de ese apartamento parecía ser del
oro más fino, y reflejaba la imagen de la persona que entraba en ese lugar. La cortina que
separaba esos dos apartamentos se veía bellísima. Era de diferentes colores y materiales, c
on un hermoso borde con figuras de oro bordadas en ella, representando ángeles. El velo f
ue levantado, y miré dentro del segundo apartamento. Allí vi un arca que tenía la aparienci
a del oro más puro. Como un borde alrededor de la parte superior del arca, había un hermo
so adorno que representaba coronas. Eran de oro fino. En el arca estaban las tablas de pie
dra que contenían los diez mandamientos. A cada extremo del arca había un hermoso quer
ubín con sus alas extendidas sobre ésta. Las alas de ellos estaban levantadas en alto, y se t
ocaban la una a la otra por encima de la cabeza de Jesús, mientras él estaba en pie ante el ar
ca. Sus rostros estaban vueltos el uno hacia el otro, y ellos miraban hacia abajo al arca, rep
resentando a toda la hueste angelical, mirando con interés hacia la ley de Dios. Entre los q
uerubines había un incensario de oro. Y a medida que las oraciones de los santos ascendía
n a Jesús en fe, y que él las ofrecía a su Padre, una dulce fragancia subía del incienso. Pare
cía humo de los colores más hermosos. Encima del lugar donde Jesús estaba, ante el arca,
vi una gloria extraordinariamente brillante la que no podía contemplar. Se asemejaba al tr
ono donde moraba Dios. Mientras el incienso ascendía hacia el Padre, la gloria excelente s
e derramó desde el trono del Padre hacia Jesús, y de Jesús, se vertía sobre aquellos cuyas or
aciones habían ascendido como dulce incienso. Luz y gloria se derramaron sobre Jesús en
rica abundancia, y cubrieron el propiciatorio, y la estela de gloria llenó el templo. No pude
mirar la gloria por mucho tiempo. Ningún lenguaje puede describirla. Me sentí abrumad
a y me aparté de la majestad y gloria de la escena.
Se me mostró un santuario sobre la tierra conteniendo dos apartamentos. Se aseme
jaba al que estaba en el cielo. Se me dijo que era el santuario terrenal, una figura del celest
ial. El mobiliario del primer apartamento del santuario terrenal era como el del primer apa
rtamento del celestial. El velo fue levantado, miré dentro del lugar santísimo, y vi que los
muebles eran iguales a los del lugar santísimo del santuario celestial. Los sacerdotes minis
traban en ambos apartamentos del terrenal. En el primer apartamento, él ministraba cada d
ía en el año, y entraba en el lugar santísimo sólo una vez en el año, para purificarlo de los p
ecados que habían sido llevados allí. Vi que Jesús ministró en ambos apartamentos del san
tuario celestial ofreciendo su propia sangre. Los sacerdotes terrenales eran removidos por l
a muerte, por lo tanto, no podían seguir por mucho tiempo, pero vi que Jesús era un sacerdo
te para siempre. A través de los sacrificios y ofrendas llevadas al santuario terrenal, los hij
os de Israel habían de aferrarse a los méritos de un Salvador que había de venir. Y en la sa
biduría de Dios, los detalles de esa obra nos fueron dados para que pudiéramos mirar hacia
atrás a ellos y comprender la obra de Jesús en el lugar santísimo.
En la crucifixión, mientras Jesús moría en el Calvario, clamó: Consumado es, y el v
elo del templo se rasgó en dos, desde arriba hasta abajo. Eso ocurrió para mostrar que los
servicios del santuario terrenal habían terminado para siempre, y que Dios ya no se reuniría
con ellos en su templo terrenal para aceptar sus sacrificios. Entonces se derramó la sangre
de Jesús, la cual había de ser ministrada por él mismo en el santuario celestial. Como los s
acerdotes en el santuario terrenal entraban en el lugar santísimo una vez al año para purifica
rlo, Jesús entró en el santísimo del santuario celestial al final de los 2300 días de Daniel 8, e
n el 1844, para hacer una expiación final por todos los que podían beneficiarse de su media
ción y para purificar el santuario.
Favor hacer referencia a: Exodo capítulo 25-28; Levitico capítulo 16; 2Reyes 2:11; Daniel 8:14; Mateo 27:50-
51; Hebreos capítulo 9; Apocalipsis capítulo 21.
Capítulo 28
Favor hacer referencia a: Exodo 20:1-17, 31:18; 1Tesalonicenses 4:16; Apocalipsis 14:9-12.
Capítulo 29
Favor hacer referencia a: Mateo capítulo 3; Hecho capítulo 2; 2Corintios 11:14; 2Tesalonicenses 2:9-12; Apoc
alipsis 14:6-12.
Capítulo 30
El Espiritismo
Vi el engaño de los golpes. Satanás tiene el poder de colocar ante nosotros la apari
encia de formas que supuestamente son de nuestros familiares y amigos que ahora duermen
en Jesús. Se hará aparentar que están presentes, se dirán las palabras que ellos hablaron mi
entras que estaban aquí, con las cuales estamos familiarizados y resonará en nuestro oído el
mismo tono de voz que tuvieron mientras vivían. Todo esto ha de engañar al mundo y lo e
ntrampará.
Vi que los santos deben tener una profunda comprensión de la verdad presente, la cu
al tendrán que sostener basándose en las Escrituras. Deben comprender el estado de los m
uertos; porque un día los espíritus de demonios se les aparecerán profesando ser amigos y p
arientes amados, que les declararán doctrinas sin ningún fundamento bíblico. Harán todo l
o que está en su poder para despertar su simpatía y realizarán milagros ante ellos, para confi
rmar sus declaraciones. El pueblo de Dios debe estar preparado para resistir a esos espíritu
s con la verdad bíblica de que los muertos nada saben, y de que los aparecidos son espíritus
de demonios.
Vi que debemos examinar bien el fundamento de nuestra esperanza, porque tendrem
os que dar razón de éste basándonos en las Escrituras; porque veremos ese engaño propagar
se, y tendremos que luchar contra él cara a cara. Y a menos que estemos preparados para e
nfrentarlo, seremos entrampados y vencidos. Pero si hacemos lo que podamos, poniendo d
e nuestra parte para estar listos para el conflicto que se encuentra justo ante nosotros, Dios
hará su parte, y su brazo omnipotente nos protegerá. Si fuera necesario, enviaría todos los
ángeles de la gloria para formar un círculo de protección alrededor de las almas fieles para
que no sean engañadas y desviadas por los milagros mentirosos de Satanás.
Vi la rapidez con la que ese engaño se estaba difundiendo. Se me mostró un tren q
ue viajaba a la velocidad del relámpago. El ángel me ordenó que mirara cuidadosamente.
Fijé mis ojos en el tren. Parecía que todo el mundo estaba a bordo. Entonces el (ángel) m
e mostró el conductor, quien parecía un personaje imponente y atractivo y a quien todos los
pasajeros respetaban y reverenciaban. Estaba perpleja y le pregunté a mi ángel acompañan
te quién era. Él dijo: Es Satanás. Él es el conductor en la forma de un ángel de luz. Ha c
autivado al mundo. Éste se ha entregado a un engaño extraordinario a fin de creer a la me
ntira para que sea condenado. Su agente, el que le sigue en rango, es el maquinista, y otros
de sus agentes, están ocupados en diferentes cargos, según él los necesite, y todos están yen
do con gran rapidez hacia la perdición. Le pregunté al ángel si no había quedado nadie.
Él me ordenó que mirara en dirección opuesta, y vi a un grupo pequeño, viajando por una s
enda angosta. Todos parecían estar firmemente ligados y unidos por la verdad.
Esa pequeña compañía se veía agobiada por las inquietudes, como si hubiera pasado
a través de severas pruebas y conflictos. Y parecía como si el sol hubiera justamente salid
o de detrás de la nube, y brillado sobre sus rostros, haciendo que se vieran triunfantes, com
o si sus victorias estuvieran a punto de ser ganadas.
Vi que el Señor le había dado al mundo oportunidad de descubrir la trampa. Eso er
a bastante evidente para el cristiano si no hubiese habido otra cosa. No se hace diferencia
entre el precioso y lo vil.
Satanás da a entender que Tomás Paine, cuyo cuerpo ya se ha demoronado hasta con
vertirse en polvo y quien será llamado al final de los 1000 años, en la segunda resurrección,
para recibir su recompensa, y sufrir la segunda muerte, está en el cielo y que es muy honrad
o allí. Satanás lo usó en la tierra por tanto tiempo como pudo, y ahora prosigue la misma o
bra mediante pretensiones de que Tomás Paine está muy encumbrado allí; y que es muy ven
erado y como él enseñó en la tierra, Satanás finge que continúa enseñando en el cielo. Alg
unas personas en la tierra, que han considerado con horror su vida, su muerte y sus enseñan
zas corruptas mientras vivía, se someten ahora a ser enseñadas por él, quien era uno de los
hombres más viles y corrompidos; uno que despreciaba a Dios y a su ley.
El Padre de la mentira, enceguece y engaña al mundo enviando sus ángeles a hablar
como si fueran los apóstoles, y hace que parezca que ellos contradicen lo que escribieron cu
ando estaban en la tierra, y que fue dictado por el Espíritu Santo. Esos ángeles mentirosos
hacen que los apóstoles corrompan sus propias enseñanzas y que declaren que éstas están a
dulteradas. Al hacer eso, él puede sumir a los profesos cristianos, quienes tienen nombre q
ue viven y están muertos, y a todo el mundo, en incertidumbre acerca de la palabra de Dios;
porque ésta se interpone directamente en su camino, y es capaz de destruir sus planes. Por
lo tanto, los induce a dudar del origen divino de la Biblia, y entonces ensalza al incrédulo T
omás Paine, como si éste hubiera entrado en el cielo al morir, y unido a los santos apóstole
s, a quienes odiaba en la tierra, estuviera enseñando al mundo.
Satanás le asigna a cada uno de sus ángeles el papel que ha de actuar. Les ordena q
ue sean astutos, ingeniosos y sagaces. Instruye a algunos de ellos a desempeñar el papel d
e los apóstoles y a hablar por ellos, mientras que otros han de actuar el papel de incrédulos
y de hombres impíos quienes murieron maldiciendo a Dios, pero que ahora parecen ser mu
y religiosos. No se hace ninguna diferencia entre los santos apóstoles y el incrédulo más v
il. Él aparenta que ambos están enseñando lo mismo. No importa a quién Satanás hace h
ablar, si con ello logra su objetivo. Él estuvo tan íntimamente conectado con Paine en la ti
erra, y lo ayudó de tal manera que es muy fácil para él saber las palabras que él usaba, y la
escritura misma de uno de sus hijos, quien le sirvió con tanta fidelidad, y logró sus propósit
os tan bien. Satanás dictó mucho de lo que éste escribió, y es fácil para él dictar ahora, me
diante sus ángeles, opiniones que parezcan venir de Tomás Paine, quien fue su siervo devot
o mientras vivió. Pero esa es la obra maestra de Satanás. Todas esas enseñanzas que supu
estamente proceden de los apóstoles, de los santos y de hombres impíos que han muerto, e
manan directamente de su majestad satánica.
Eso debería bastar para remover el velo de cada mente y revelarle a todos las obras t
enebrosas y misteriosas de Satanás,-que él coloque a uno a quien él amó tanto, y quien odió
a Dios en forma tan completa, junto con los santos apóstoles y ángeles en gloria; prácticam
ente diciéndole al mundo y a los incrédulos: No importa cuán impíos seáis; no importa si cr
eéis en Dios o en la Biblia, o si no creéis; vivid como querrais, el cielo es vuestro hogar,-po
rque todo el mundo sabe que si Tomás Paine está en el cielo, y está en una posición tan exal
tada, ciertamente, ellos también llegarán allí. Eso es algo tan manifiesto, que todos pueden
verlo, si quieren. Satanás está haciendo ahora lo que ha estado tratando de hacer desde su
caída, a través de individuos como Tomás Paine. Mediante su poder y sus milagros mentir
osos, él está destruyendo el fundamento de la esperanza del cristiano, y apagando su sol, el
cual está supuesto a iluminarlo en el angosto sendero hacia el cielo. Está haciendo que el
mundo crea que la Biblia no es mejor que un libro de cuentos no inspirado, mientras que él
ofrece algo para tomar su lugar, a saber, ¡manifestaciones espiritistas!
Esa es una agencia totalmente suya, sujeta a su control, y él puede hacer que el mun
do crea lo que le plazca. El libro que lo ha de juzgar a él y a sus seguidores, lo coloca en l
a sombra, justamente donde desea que esté. Hace del Salvador del mundo solamente un h
ombre común, y como los guardas romanos que vigilaban la tumba de Jesús propagaron el f
also informe que los príncipes de los sacerdotes y los ancianos pusieron en sus labios, de la
misma manera, los pobres e ilusos seguidores de esas pretendidas manifestaciones espiritist
as, repetirán, y tratarán de dar a entender que no hubo nada de milagroso en el nacimiento, l
a muerte y la resurrección de nuestro Salvador; y después de relegar a Jesús y a la Biblia a
último término, donde quieren tenerlo, llaman la atención del mundo hacia sí mismos y haci
a sus prodigios y milagros mentirosos, los cuales, ellos declaran que exceden mucho a las o
bras de Cristo. De esa manera, el mundo es atrapado en el lazo, y es adormecido en un sen
timiento de seguridad; para no descubrir su terrible engaño, hasta que las siete postreras pla
gas sean derramadas. Satanás se ríe cuando ve que su plan tiene tanto éxito, y que el mund
o entero está en sus redes.
Favor hacer referencia a: Eclesiastés 9:5; Juan 11:1-45; 2Tesalonicenses 2:9-12; Apocalipsis 13:3-14.
Capítulo 31
La Avaricia
Vi a Satanás y a sus ángeles consultando. Él ordenó a sus ángeles que fueran y col
ocaran sus trampas especialmente para los que estaban esperando la segunda venida de Cris
to, y que estaban guardando todos los mandamientos de Dios. Satanás le dijo a sus ángeles
que todas las iglesias estaban dormidas. Él aumentaría su poder y milagros mentirosos y p
odría retenerlas. Pero (dijo) odiamos a la secta de guardadores del sábado. Está continua
mente trabajando en contra nuestra, y arrebatándonos nuestros súbditos para que guarden es
a odiada ley de Dios.
Id, haced que los poseedores de tierras y de dinero se embriaguen de cuidados. Si
podéis hacer que pongan sus afectos en esas cosas, serán nuestros todavía. Pueden profesa
r lo que quieran con tal de que logréis que se preocupen más por el dinero que por el éxito d
el reino de Cristo o la propagación de las verdades que odiamos. Presentad el mundo ante
ellos de la manera más atractiva, para que lo amen y los idolatren. Debemos conservar en
nuestras filas todos los medios que podamos, cuanto más sean los recursos que ellos tengan,
más perjudicarán nuestro reino al quitarnos nuestros súbditos. Cuando convoquen reunion
es en diferentes lugares, estaremos en peligro. Por lo tanto, sed vigilantes, causad toda la d
istracción que podáis. Destruid el amor que se tengan el uno por el otro. Desanimad y de
salentad a sus ministros; porque los odiamos. Presentad toda excusa plausible ante los que
tienen recursos, no sea que los entreguen. Si podéis, controlad los asuntos monetarios, y ll
evad a sus ministros a la necesidad y a la angustia. Eso debilitará su valor y su celo. Cont
ended por cada pulgada de terreno. Haced que la avaricia y el amor a los tesoros terrenales
sean los rasgos predominantes de su carácter. Mientras que esos rasgos dominen, la salvac
ión y la gracia estarán lejos. Amontonad todo lo que podáis a su alrededor para atraerlos, y
serán ciertamente nuestros. No sólo estaremos seguros de tenerlos, sino que su aborrecible
influencia no será ejercida sobre otros para conducirlos al cielo. Y poned en los que traten
de dar una actitud mezquina, para que lo hagan en pequeñas cantidades.
Vi que Satanás llevaba a cabo sus planes bien. Y cuando los siervos de Dios convo
caban reuniones, Satanás y sus ángeles comprendían lo que tenían que hacer, y estaban en e
l terreno para obstruir la obra de Dios, y estaba constantemente poniendo sugerencias en la
mente del pueblo de Dios. A algunos los conduce de una manera, y a otros de otra, siempr
e aprovechándose de malos rasgos en los hermanos y hermanas, excitando y provocando su
s tendencias naturales al mal. Si ellos se sienten inclinados a ser egoístas y codiciosos, Sat
anás se complace en situarse a su lado, y entonces, trata de guiarlos con todo su poder, para
que manifiesten sus pecados acostumbrados. Si la gracia de Dios y la luz de la verdad disi
pan esos sentimientos codiciosos y egoístas por un tiempo, y ellos no obtienen una complet
a victoria sobre ellos, cuando no estén bajo una influencia salvadora, Satanás se les acerca y
marchita todo principio noble y generoso, y ellos piensan que se exige demasiado de ellos.
Se cansan de hacer el bien, y se olvidan del gran sacrificio que Jesús hizo por ellos, para red
imirlos del poder de Satanás y de una miseria sin esperanza.
Satanás se aprovechó del carácter codicioso y egoísta de Judas, y lo condujo a mur
murar en contra del ungüento que María le dedicó a Jesús. Judas lo consideró un gran des
perdicio; éste hubiera podido ser vendido y dado a los pobres. A él no le importaban los p
obres, sino que consideraba que la ofrenda generosa hecha a Jesús era una extravagancia.
Judas apreció a su Señor sólo lo suficiente como para venderlo por unas pocas piezas de pla
ta. Y vi que había algunos como Judas entre los que profesan estar esperando a su Señor.
Satanás los controla, pero ellos no lo saben. Dios no puede aprobar ni una partícula de ava
ricia o de egoísmo. Él las odia, y desprecia las oraciones y exhortaciones de los que las po
seen. Como Satanás ve que su tiempo es corto, los lleva a ser más y más egoístas, y a volv
erse más codiciosos, y entonces se regocija al verlos centrados en sí mismos, severos, avaro
s y egoístas. Si los ojos de esas personas pudieran abrirse, verían a Satanás regocijándose
acerca de ellos en triunfo satánico, y riéndose acerca de la insensatez de aquellos que acepta
n sus sugerencias, y entran en sus redes. Entonces, él y sus ángeles toman las obras despre
ciables y codiciosas de esos individuos, y las presentan a Jesús y a los ángeles santos, y les
dicen en tono de reproche: ¡Esos son los seguidores de Cristo! ¡Se están preparando para s
er trasladados! Satanás nota su curso de acción desviado y lo compara con la Biblia, con p
asajes que reprenden claramente tales cosas, y entonces los presenta para molestar a los áng
eles celestiales, diciéndoles: ¡Esos están siguiendo a Cristo y su Palabra! ¡Esos son los frut
os del sacrificio y de la redención de Cristo! Los ángeles se apartan con desagrado de la es
cena. Dios requiere de su pueblo que obre constantemente, y cuando éste se cansa de actu
ar de una manera buena y generosa, él se cansa de ellos. Vi que a Dios desagradaba grand
emente aún la más pequeña manifestación de egoísmo de parte de su pueblo profeso, por el
cual Cristo no estimó dar su propia vida preciosa. Cada individuo egoísta y avaro caerá a
un lado del camino. Como Judas, quien vendió a su Señor, ellos venderán los principios b
uenos, y una disposición noble y generosa por un poquito de las ganancias de la tierra. To
dos esos serán zarandeados fuera del pueblo de Dios. Los que desean llegar el cielo, deben
estar alentando los principios del cielo con toda la energía que poseen. Y en lugar de que s
us almas se marchiten en el egoísmo, deberían expandirse en la benevolencia, y se debe apr
ovechar toda oportunidad de hacer el bien el uno al otro, en llevar a cabo y en cultivar muc
ho más los principios del cielo. Jesús me fue presentado como el modelo perfecto. Su vi
da estaba libre de intereses egoístas y se destacó por su benevolencia desinteresada.
Favor hacer referencia a: Marcos 14:3-11; Lucas 12:15-40; Colosenses 3:5-16; 1Juan 2:15-17.
Capítulo 32
El Zarandeo
Vi que algunos, con una fe robusta y con clamores angustiados, rogaban a Dios. Su
s rostros estaban pálidos, y mostraban una profunda ansiedad, la cual expresaba su lucha int
erna. En sus rostros se mostraba firmeza y una gran sinceridad, mientras que grandes gota
s de sudor empapaban sus frentes. De vez en cuando, sus rostros se iluminaban con las señ
ales de la aprobación de Dios, y nuevamente, la misma apariencia solemne, ferviente y ansi
osa se posaba sobre ellos.
Ángeles malos los rodeaban, agobiándolos con sus tinieblas, para apartar a Jesús de
su vista, a fin de que sus ojos fueran atraídos hacia la oscuridad que los rodeaba, desconfiar
an de Dios, y que luego murmuraran en su contra. Su única seguridad consistía en manten
er sus ojos dirigidos hacia las alturas. Ángeles tenían a su cargo al pueblo de Dios, y a me
dida que la atmósfera envenenada de esos ángeles malos circundaba a esas almas ansiosas, l
os ángeles que estaban guardándolos batían continuamente sus alas para disipar las densas t
inieblas que había a su alrededor.
Vi que algunos no participaban en esa obra de agonizar y rogar. Parecían indiferent
es y descuidados. No estaban resistiendo la oscuridad en torno a ellos, y ésta los encerraba
como una espesa nube. Los ángeles de Dios los abandonaron, y fueron a ayudar a los que
oraban fervientemente. Vi a los ángeles de Dios apresurarse a asistir a todos los que estaba
n luchando con todas sus energías para resistir a esos ángeles malos, y tratando de ayudarse
a sí mismos clamando a Dios con perseverancia. Pero los ángeles abandonaron a los que n
o hicieron ningún esfuerzo para ayudarse a sí mismos, y los perdí de vista.
A medida que los que oraban continuaron sus fervientes clamores, de vez en cuando
un rayo de luz de parte de Jesús llegaba hasta ellos, y los animaba, e iluminaba sus rostros.
Pregunté el significado del zarandeo que había visto. Se me mostró que sería causa
do por el testimonio directo que exigía el consejo del Testigo fiel a los laodicenses. Este te
ndrá su efecto sobre el corazón del que recibe el testimonio y lo llevará a exaltar el estandar
te y a pronunciar la verdad directa. Algunos no soportarán ese testimonio directo. Se leva
ntarán en contra de él, y eso causará un zarandeo entre el pueblo de Dios.
Vi que el testimonio del Testigo fiel no ha sido seguido ni siquiera a medias. El sol
emne testimonio del cual depende el destino de la iglesia, ha sido despreciado, si no ha sido
completamente descuidado. Ese testimonio debe producir un profundo arrepentimiento, y
todos los que verdaderamente lo acepten, lo obedecerán, y serán purificados.
El ángel dijo: ¡Escuchad! Pronto oí una voz que sonaba como muchos instrumento
s musicales, todos sonando con acordes perfectos, dulces y armoniosos. Sobrepasaba a cu
alquier música que yo jamás hubiera escuchado. Parecía estar tan llena de misericordia, de
compasión, y de un gozo ennoblecedor y santo. Emocionó todo mi ser. El ángel dijo: ¡Mi
rad! Mi atención fue guiada hacia el grupo que había visto antes, el cual estaba siendo pod
erosamente zarandeado. Se me mostró a los que había visto anteriormente llorando y oran
do en agonía de espíritu. Vi que la compañía de ángeles guardianes que los rodeaba se hab
ía multiplicado y que estaban revestidos de una armadura de la cabeza a los pies. Se movía
n en un orden exacto, firmes como una compañía de soldados. Sus rostros expresaban el s
evero conflicto que habían soportado, la lucha agonizante por la que habían pasado. Sin e
mbargo, sus facciones, marcadas con una severa angustia interna, brillaban ahora con la luz
y la gloria del cielo. Habían obtenido la victoria, y eso inspiró en ellos la más profunda gr
atitud, y un gozo sagrado y santo.
El número de ese grupo había disminuido. Algunos habían sido zarandeados y deja
dos por el camino. Los descuidados e indiferentes que no se unieron a los que apreciaban l
a victoria y la salvación lo suficiente como para agonizar, perseverar, y rogar por ellas, no l
as obtuvieron, y fueron dejados atrás en las tinieblas y sus lugares fueron inmediatamente o
cupados por otros que aceptaron la verdad, y se unieron a las filas. Los ángeles malos toda
vía se agrupaban a su alrededor, pero no podían tener ningún poder sobre ellos.
Escuché a los que estaban vestidos con la armadura proclamar la verdad con gran po
der. Ésta tuvo efecto. Vi a los que habían estado atados, algunas esposas habían estado li
gadas por sus esposos, y algunos hijos por sus padres. Los sinceros que habían sido restrin
gidos o impedidos de oír la verdad, ahora la aceptaban ansiosamente. Todo el temor a sus
parientes había desaparecido. Solamente la verdad era sublime para ellos. Ésta les era m
ás preciosa que la vida misma. Habían estado hambrientos y sedientos por la verdad. Pre
gunté que había ocasionado ese gran cambio. Un ángel respondió: Es la lluvia tardía, el re
frigerio de la presencia del Señor, el fuerte pregón del tercer ángel.
Un gran poder asistía a esos escogidos. El ángel dijo: ¡Mirad! mi atención fue guia
da hacia los impíos o incrédulos. Todos estaban agitados. El celo y el poder que se hallab
a en el pueblo de Dios los había despertado y enfurecido. Había confusión, confusión por
doquiera. Vi que se tomaban medidas en contra de ese grupo que tenía el poder y la luz de
Dios. Las tinieblas se volvieron más densas a su alrededor, a pesar de eso, se mantenían fi
rmes, bajo la aprobación de Dios y confiando en él. Los vi perplejos. Y entonces, los esc
uché clamar a Dios con fervor. A lo largo del día y de la noche su clamor no cesaba. Esc
uché las siguientes palabras: ¡Sea hecha tu voluntad, Oh Dios! ¡Si puede glorificar tu nom
bre haz que haya una vía de escape para tu pueblo! ¡Líbranos de los paganos a nuestro alre
dedor! Nos han sentenciado a muerte, pero tu brazo puede traer salvación. Esas son las ú
nicas palabras que puedo traer a la memoria. Parecían tener un profundo sentido de su indi
gnidad y manifestaban una completa sumisión a la voluntad de Dios. Sin embargo, cada u
no de ellos, sin excepción rogaba y luchaba fervientemente, como Jacob, por liberación.
Poco después de que comenzaron su piadoso clamor, los ángeles, sintiendo compasi
ón, querían ir a libertarlos. Pero un ángel de elevada estatura, que estaba al mando no se lo
s permitió. Él dijo: Ellos deben beber de la copa. Deben ser bautizados con el bautismo.
Pronto oí la voz de Dios, la cual estremeció los cielos y la tierra. Hubo un gran terr
emoto. Por todas partes los edificios eran sacudidos y se derrumbaban. Escuché un triunf
ante grito de victoria, fuerte, armonioso y claro. Miré a esa compañía, la cual, poco antes
había estado en tal angustia y opresión: Su cautiverio había terminado. Una luz gloriosa re
splandecía sobre ellos. Cuán hermosos se veían entonces. Todo rastro de inquietud y de f
atiga habían desaparecido. En cada rostro se veían la salud y la belleza. Sus enemigos, lo
s paganos a su alrededor, cayeron como hombres muertos. No podían soportar la luz que b
rillaba sobre los santos libertados. Esa luz y gloria permanecieron sobre ellos hasta que se
vio a Jesús en las nubes de los cielos, y la compañía fiel y probada fue transformada en un
momento, en un abrir y cerrar de ojos, de gloria en gloria. Y las tumbas fueron abiertas y l
os santos resucitaron, vestidos de inmortalidad, exclamando: Victoria sobre la muerte y el s
epulcro. Junto con los santos vivos fueron arrebatados a encontrar al Señor en el aire, mie
ntras que hermosos y sonoros gritos de gloria y victoria salían de todo labio santificado.
Favor hacer referencia a: Salmos Libro III capítulo 86; Oseas 6:3; Hageo 2:21-23; Mateo 10:35-39, 20:23; Efe
sios 6:10-18; 1Tesalonicenses 4:14-18; Apocalipsis 3:14-22.
Capítulo 33
Favor hacer referencia a: Amós 5:21; Romanos 12:19; Apocalipsis 14:9-10, 18:6.
Capítulo 34
El Fuerte Pregón
Vi a los ángeles ir y venir apresuradamente en el cielo. Estaban descendiendo a la t
ierra, y ascendiendo nuevamente al cielo, preparándose para el cumplimiento de algún even
to importante. Entonces vi a otro ángel poderoso comisionado para descender a la tierra, p
ara unir su voz a la del tercer ángel y para darle poder y fuerza a su mensaje. Se impartiero
n al ángel gran poder y gloria, y a medida que descendía, la tierra fue iluminada con su glor
ia. La luz que iba delante y que seguía a ese ángel, penetraba por todas partes, mientras él
clamaba con voz potente, diciendo: Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho hab
itación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y
aborrecible. El mensaje de la caída de Babilonia, como fue dado por el segundo ángel se r
epite aquí, con la mención adicional de las corrupciones que han estado entrando en las igle
sias desde el 1844. La obra de ese ángel comienza en el momento adecuado, y se une a la
última gran obra del mensaje del tercer ángel, a medida que éste se intensifica hasta llegar a
ser un fuerte pregón. Y el pueblo de Dios es así preparado, en todas partes, para enfrentar l
a hora de la tentación, la cual pronto lo asaltará. Vi que una gran luz descansaba sobre ello
s, y que se unieron en el mensaje, que proclamaban valientemente, con gran poder el mensa
je del tercer ángel.
Se enviaron ángeles para ayudar al poderoso ángel que había descendido del cielo, y
oí voces que parecían resonar por todas partes: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis
partícipes de sus pecados, ni recibáis parte en sus plagas; porque sus pecados han llegado h
asta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades. Ese mensaje parecía ser un complem
ento del tercer mensaje y se unió a éste, como el clamor de medianoche se unió al mensaje
del segundo ángel en el 1844. La gloria de Dios descansó sobre los pacientes y expectante
s santos, y éstos dieron valientemente la última solemne advertencia, proclamando la caída
de Babilonia, y exhortando al pueblo de Dios a salir de ella para que pudiera escapar de su t
errible condenación.
La luz que fue derramada sobre los fieles que esperaban penetraba por todas partes,
y los que habían recibido alguna luz en las iglesias, quienes no habían oído y rechazado los
tres mensajes, respondieron al llamado y abandonaron las iglesias caídas. Muchos habían l
legado a la edad de responsabilidad desde que esos habían sido dados, y la luz brilló sobre e
llos, y tuvieron el privilegio de escoger la vida o la muerte. Algunos escogieron la vida, y t
omaron su lugar con aquellos que esperaban a su Señor y que guardaban todos sus mandam
ientos. El tercer mensaje había de hacer su obra; todos habían de ser probados por él, y los
que eran preciosos habían de ser llamados a salir de los cuerpos religiosos. Un poder apre
miante movió a los sinceros, mientras que la manifestación del poder de Dios mantuvo con
temor y restringió a los parientes y amigos, y no se atrevieron ni tuvieron el poder para obst
aculizar a los que sentían sobre ellos la obra del Espíritu de Dios. La última exhortación es
llevada hasta alcanzar aun a los pobres esclavos, y los piadosos entre ellos, con expresiones
humildes, prorrumpieron en cánticos de arrobado gozo ante la perspectiva de su maravillos
a liberación, y sus amos no pudieron contenerlos, porque un temor y asombro los mantenía
en silencio. Se efectuaron grandes milagros, los enfermos sanaban, y señales y maravillas
seguían a los creyentes. Dios estaba en la obra, y cada santo, sin temor a las consecuencia
s, seguía las convicciones de su propia conciencia, y se unía a los que guardaban todos los
mandamientos de Dios, y proclamaban por todas partes y con poder el tercer mensaje. Vi
que el tercer mensaje concluiría con poder y fortaleza que excederían grandemente a los del
clamor de medianoche.
Siervos de Dios, imbuidos de poder de lo alto, con sus rostros iluminados y respland
eciendo con una santa consagración, salieron a cumplir su trabajo y a proclamar el mensaje
del cielo. Almas que habían sido dispersadas a través de los cuerpos religiosos respondier
on al llamado, y los que eran preciosos se apresuraron a salir de las iglesias condenadas, co
mo Lot se dio prisa a salir de Sodoma antes de la destrucción de ella. El pueblo de Dios fu
e preparado y fortalecido por la gloria excelsa que se derramó sobre ellos en rica abundanci
a, ayudándolo para soportar la hora de la tentación. Escuché una multitud de voces exclam
ando: Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la f
e de Jesús.
Favor hacer referencia a: Génesis capítulo 19; Apocalipsis 14:12, 18:2-5.
Capítulo 35
Favor hacer referencia a: Ezequiel 9:2-11; Daniel 7:27; Oseas 6:3; Amós 8:11-13; Apocalipsis capítulo 16, 17:
14.
Capítulo 36
Favor hacer referencia a: Génesis capítulo 6-7, 32:24-28; Salmos Libro IV capítulo 91; Mateo 20:23; Apocali
psis 13:11-17.
Capítulo 37
Favor hacer referencia a: 2Reyes 2:11; Isaías 25:9; 1Corintios 15:51-55; 1Tesalonicenses 4:13-17; Apocalips
is 1:13-16, 6:14-17, 19:16.
Capítulo 38
Capítulo 39
La Tierra Desolada
Entonces contemplé la tierra. Los impíos estaban muertos, y sus cuerpos yacían so
bre la faz de ésta. Los habitantes de la tierra habían sufrido la ira de Dios en las siete postr
eras plagas. Se habían mordido sus lenguas de dolor y habían maldecido a Dios. Los fals
os pastores fueron objeto especial de la ira de Jehová. Sus ojos se habían consumido en su
s cuencas y sus lenguas en sus bocas, mientras estaban en pie. Después de que los santos f
ueron liberados por la voz de Dios, la ira de la multitud impía los volvió el uno en contra de
l otro. La tierra parecía estar anegada en sangre, y había cuerpos muertos de un cabo a otr
o de ésta.
La tierra se encontraba en una condición muy desolada. Ciudades y aldeas, desmor
onadas por el terremoto, eran escombros. Montañas fueron movidas de sus lugares, dejand
o grandes cavernas. El mar había arrojado pedazos de rocas a la tierra, y éstas se hallaban
desparramadas por toda su superficie. La tierra parecía un desierto desolado. Grandes ár
boles habían sido arrancados de raíz y estaban esparcidos por todas partes. Aquí estará el
hogar de Satanás con sus malos ángeles durante los 1000 años. Aquí estarán confinados y
vagará de arriba a abajo sobre la superficie agrietada de la tierra, y verá los efectos de su re
belión en contra de la ley de Dios. Podrá disfrutar por 1000 años de los efectos de la maldi
ción que causó. Limitado solamente a la tierra, no tendrá el privilegio de ir a otros mundos
para tentar y mortificar a los que no han caído. En ese tiempo, Satanás sufre intensamente.
Desde su caída sus características malignas han sido ejercitadas constantemente. Entonces
se verá privado de su poder, y dejado para que reflexione acerca del papel que él ha tenido
desde su caída, y para esperar con temblor y terror el terrible porvenir cuando deberá sufrir
por todo el mal que ha hecho, y ser castigado por todos los pecados que ha hecho que se co
metan.
Entonces escuché gritos de triunfo provenientes de los ángeles y de los santos redim
idos, los cuales sonaban como diez mil instrumentos musicales, porque ya no serían molest
ados ni tentados por el diablo, y porque los habitantes de otros mundos habían sido liberado
s de su presencia y de sus tentaciones.
Entonces vi tronos, y Jesús y los santos redimidos se sentaron en ellos; los santos rei
naron como reyes y sacerdotes para Dios, y los impíos muertos fueron juzgados, sus accion
es fueron comparadas con el libro de estatutos, la palabra de Dios, y fueron juzgados de acu
erdo a las obras realizadas en el cuerpo. Jesús en unión con los santos, le asignó a los impí
os la porción que debían sufrir, de acuerdo a sus obras, y fue escrito en el libro de la muert
e, al lado de sus nombres. Satanás y sus ángeles también fueron juzgados por Jesús y los s
antos. El castigo de Satanás había de ser mucho mayor que el de aquellos que había engañ
ado. Excedía tanto al castigo de ellos que no se podía comparar con éste. Después de que
todos los que él engaño hayan perecido, Satanás habrá de vivir aún y sufrir por más tiempo.
Cuando terminó el juicio de los impíos muertos, al final de los mil años, Jesús aban
donó la ciudad, y una escolta de la hueste angélica lo siguió. Los santos también fueron co
n él. Jesús descendió sobre un grande y alto monte, el cual, tan pronto como sus pies lo to
caron, se partió en dos y se convirtió en una inmensa llanura. Entonces, elevamos nuestra
mirada y vimos la gran y hermosa ciudad, con doce fundamentos, doce puertas, tres a cada l
ado, y con un ángel a cada puerta. Clamamos ¡La Ciudad! ¡La gran ciudad! ¡Está descendi
endo del cielo, de Dios! Y ésta bajó en todo su esplendor y magnífica gloria y reposó en la
extensa llanura que Jesús había preparado para ella.
Capítulo 40
La Segunda Resurrección
Entonces Jesús y toda su santa escolta de ángeles con todos los santos redimidos dej
aron la ciudad. Los santos ángeles rodearon a Jesús y lo escoltaron en su camino y el séqu
ito de los santos redimidos los siguió. Entonces Jesús, con una majestad imponente y terri
ble, llamó a los impíos muertos, y a medida que resucitaron, con los mismos cuerpos débile
s y enfermizos con que descendieron a la tumba, ¡qué espectáculo presentaron! ¡qué escen
a! En la primera resurrección, todos despertaron en radiante inmortalidad, pero en la segu
nda, las marcas de la maldición son visibles en todos. Los reyes y los hombres nobles de l
a tierra resucitan con los rudos y los degradados, los eruditos y los ignorantes juntamente.
Todos contemplan al Hijo del hombre, y los mismos hombres que despreciaron y burlaron a
Jesús, quienes lo hirieron con la caña, y pusieron la corona de espinas sobre sus sagradas si
enes, lo contemplan en su regia majestad. Los que lo escupieron en la hora de su juicio, ah
ora se apartan de su penetrante mirada y de la gloria de su semblante. Aquellos que enterra
ron los clavos en sus manos y sus pies, ahora ven las marcas de su crucifixión. Los que le
hirieron el costado con la lanza ven las marcas de su crueldad en su cuerpo. Y se dan cuent
a que él es Aquel mismo que crucificaron y a quien burlaron en su agonía moribunda. Ent
onces se levanta un largo y prologado lamento de agonía, mientras huyen de la presencia de
l Rey de reyes y Señor de señores.
Todos tratan de esconderse en las rocas, y de escudarse de la terrible gloria de Aquel
a quien una vez despreciaron. Todos están sobrecogidos y angustiados por su majestad y e
xtraordinaria gloria, y al unísono elevan sus voces, y con terrible claridad exclaman: Bendit
o el que viene en el nombre del Señor.
Luego Jesús y los santos ángeles, acompañados por todos los santos entraron nueva
mente en la ciudad, y los amargos lamentos y las quejas de los impíos perdidos llenaron el a
ire. Entonces vi que Satanás comenzaba su obra de nuevo. Se movía entre sus súbditos, fo
rtaleció a los débiles y les dijo que él y sus ángeles eran poderosos. A continuación, señaló
los innumerables millones que habían sido resucitados. Entre ellos había poderosos guerre
ros y reyes diestros en batalla, y quienes habían conquistado reinos. Y había robustos giga
ntes, y hombres valientes que nunca habían perdido una batalla. Allí estaba el orgulloso y
ambiciosos Napoleón cuya llegada había hecho temblar a reinos. Allí había hombres de gr
an estatura y de porte digno y elevado, quienes habían caído en la batalla. Cayeron mientr
as estaban sedientos de conquista. Cuando salieron de sus tumbas, resumieron la corriente
de sus pensamientos donde éstos habían cesado en la muerte. Poseían el mismo espíritu de
conquista que los dominaba cuando cayeron. Satanás consultó con sus ángeles y entonces,
con esos reyes, conquistadores y hombres poderosos. Luego observó al vasto ejército y les
dijo que la compañía que estaba en la ciudad era pequeña y débil, que ellos podían subir co
ntra ella tomarla, arrojar fuera a sus habitantes, y adueñarse de sus riquezas y gloria.
Satanás tuvo éxito en engañarlos, e inmediatamente todos comenzaron a prepararse
para la batalla. Construyeron armamentos de guerra, porque en ese enorme ejército había
muchos hombres hábiles. Y entonces, con Satanás a la cabeza, la multitud se puso en marc
ha. Los reyes y los guerreros seguían de cerca a Satanás, y la multitud iba detrás, en comp
añías. Cada una de ellas tenía un capitán, y marchaban en orden a medida que avanzaban s
obre la agrietada superficie de la tierra hacia la ciudad santa. Jesús cerró las puertas de la c
iudad, y ese numeroso ejército la rodeó y se asentó en orden de batalla para asediarla. Hab
ían preparado toda clase de pertrechos de guerra, esperando envolverse en un fiero conflict
o. Se acercaron a la ciudad. Jesús y toda la hueste angélica, con sus relucientes coronas s
obres sus cabezas, y todos los santos con sus brillantes coronas, ascendieron a lo alto del m
uro de la ciudad. Jesús habló con majestad y dijo: ¡Contemplad, pecadores, la recompensa
de los justos! ¡Y mirad, vosotros mis redimidos, la recompensa de los impíos! La innumer
able multitud contempla a la compañía sobre los muros de la ciudad. Y al ver el esplendor
de sus resplandecientes coronas, y ver sus rostros radiantes de gloria, expresando la imagen
de Jesús, y al contemplar la inexpresable gloria y majestad del Rey de Reyes, y Señor de se
ñores, su valor decayó. El sentido del tesoro y la gloria que han perdido los embargó y se
dan cuenta de que la paga del pecado es muerte. Ven a la santa y feliz compañía a quien el
los despreciaban revestida de gloria, de honor, de inmortalidad y de vida eterna, mientras q
ue ellos están fuera de la ciudad con todo lo más degradado y abominable.
La Segunda Muerte
Satanás se precipitó en medio de ellos y trató de excitar a la multitud a la acción. P
ero llovió sobre ellos fuego de Dios desde el cielo, y los grandes, los poderosos, los hombre
s nobles, al igual que los pobres y los miserables, son consumidos conjuntamente. Vi que
algunos eran destruidos rápidamente, mientras que otros sufrían por más tiempo. Eran cast
igados de acuerdo a las obras hechas en el cuerpo. Algunos demoraban muchos días para c
onsumirse, y mientras todavía quedase una porción de ellos que aún no se hubiese consumi
do, el resto conservaba el pleno sentido del sufrimiento. El ángel dijo: El gusano de la vid
a no morirá ni su fuego se apagará mientras quede una pequeña partícula que éste pueda de
vorar.
Pero Satanás y sus ángeles sufrieron por mucho tiempo. Satanás no solamente llev
ó el peso y el castigo de sus pecados, sino también los pecados de toda la hueste redimida f
ueron colocados sobre él, y deberá sufrir por la ruina que causó a los que engañó. Entonce
s vi que Satanás y toda la multitud de los impíos, fueron consumidos y la justicia de Dios es
tuvo satisfecha, y toda la hueste angélica y todos los santos redimidos, exclamaron en alta v
oz: ¡Amén!
El ángel dijo: Satanás es la raíz, sus hijos son las ramas. Ya han sido consumidos, r
aíz y rama. Han muerto de una muerte eterna. Nunca tendrán una resurrección y Dios ten
drá un universo limpio. Entonces miré; y vi que el fuego que había consumido a los impío
s quemaba los escombros y purificaba la tierra. Nuevamente miré, y vi la tierra purificada.
No había ni una sola señal de la maldición. La agrietada y desigual superficie de la tierra s
e veía ahora como una extensa y uniforme llanura. Todo el universo de Dios estaba limpi
o, y la gran controversia había terminado para siempre. Doquiera mirábamos, todo aquello
sobre lo cual descansáramos la mirada, era hermoso y santo. Y toda la hueste redimida, lo
s viejos y los jóvenes, arrojaron sus resplandecientes coronas a los pies de su Redentor, y se
postraron en adoración ante él, adorando al que vive para siempre jamás. La hermosa tierr
a nueva, con toda su gloria, era la herencia eterna de los santos. El reino, y el señorío, y la
majestad de los reinos debajo de todo el cielo, entonces fue dado al pueblo de los santos del
Altísimo, quienes lo poseerían para siempre jamás.
Favor hacer referencia a: Isaías 66:24; Daniel 7:26-27; Apocalipsis 20:9-15, 21:1, 22:3.